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Madurez humana y castidad religiosa

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Madurez humana y castidad religiosa
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FORMACIÓN
Rubén
Macias
Sapién sx
30 Noviembre
Con este tema quisiera comenzar una serie de tres charlas sobre
un argumento por demás importante en nuestra vida y en
nuestro proceso de formación, sin pretender agotarlo ni decir
cosas que no hayan escuchado alguna vez, sino más bien
contribuir con un granito más en el proceso de madurez que
cada uno de ustedes debe hacer, no solo durante la formación,
sino durante toda la vida; hablar de la sexualidad y de la vida
consagrada es un argumento que nunca debe de terminar, más
aún si el encuadre de estos temas es la madurez humana; en este
sentido es un compromiso que nunca termina, es un proceso que
siempre presenta cúspides que alcanzar, metas que lograr,
satisfacciones que alcanzar. +++
Ciertamente muchos de nosotros venimos de culturas donde el
tema de la sexualidad esta rodeado de tabús, de sombras o de
miedos, que nos pueden llevar a una profunda incomprensión de
la sexualidad humana y del sentido y valor que ella tiene en el
voto de castidad; incomprensión debida por ejemplo a una cierta
ignorancia en cuanto a su dimensión biológica, pero sobre todo
en cuanto a su dimensión psicológica y espiritual. Esta
ignorancia lleva a no pocos religiosos a vivir su castidad
principalmente comprendida como una renuncia dolorosa; con
frecuencia se concibe la castidad de manera demasiado
voluntarista y/o represiva, no solo de los deseos sexuales, sino
de todo amor profundo.
En otros casos se llega incluso a manifestar una dificultad para
aceptar plena y serenamente la propia sexualidad, casi como
negándola, cayendo en ciertos angelismos o visiones
negacionistas que finalmente terminan en actitudes represivas
del impulso sexual y de los sentimientos o manifestaciones
afectivo sexuales. No es difícil encontrar religiosos que nos
saben manifestar sus sentimientos, que optan por no expresar
nada, aún si, siendo plenamente humanos, dentro de ellos hay
toda una seria de impulsos, deseos, sentimientos. +++ Otros
también optan por el “aislamiento emocional”, ese mecanismo de
defensa que aparece, ante una atracción, un deseo, un impulso
que provoca inseguridad, miedo a perder el control de los
impulsos sexuales y por lo tanto se opta por “retirarse a un
castillo cerrado” que protege a la persona contra toda relación
interpersonal profunda.
2021
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FORMAZIONE
MACIAS
Otro grande peligro, de hecho, muy frecuente en los religiosos,
aún si viven de manera fiel y “pulcra” su castidad, es caer en
actitudes egoístas o que llamaríamos dejarse llevar por la
psicología del solterón. Cuantos hermanos no se vuelven
exigentes, egoístas, amigos de sus comodidades y de la “buena
vida”, apegados a personas, oficios y lugares; temerosos de una
entrega generosa y sacrificada por los demás. Además de estos
peligros no tan visibles, existe también aquellos que viven
desgraciadamente una castidad muy ambigua, viviendo su
consagración, pero abrigando simultáneamente la añoranza de
amores humanos y placeres a los que se ha renunciado; siempre
acariciando la esperanza secreta de volver a poseer lo que se
entregó en un momento de romanticismo juvenil. Se vive en la
mediocridad, en el doblez, en la hipocresía, repartiendo el
corazón entre el amor espiritual y el amor más o menos sensual
a las criaturas. Se quisiera permanecer en la vida religiosa, pero
disfrutando al mismo tiempo de los afectos y placeres a que
tiene derecho la persona casada.
Para evitar todo esto, hermanos, debemos asumir nuestra
realidad de ser seres sexuados, aceptar formarnos y despertar
en nosotros procesos de integración y de maduración de esta
dimensión tan humana y tan divina como es la afectividad, la
sexualidad.
2.- Actitud positiva ante la castidad
En los próximos encuentros trataremos pues contribuir a
nuestro proceso de formación, hoy hablaremos de manera
positiva sobre la castidad bajo la luz de Cristo y su Reino; la
próxima vez hablaremos de la afectividad y la sexualidad sobre
todo desde nuestra realidad varonil y por último
reflexionaremos sobre algunas problemáticas a evitar.
Como nos lo enseña el Vaticano II, “La castidad "por el Reino de
los cielos", que profesan los religiosos, debe ser estimada como
un singular don de la gracia. Ella libera de modo especial el
corazón del hombre para que se inflame más en el amor a Dios y
a todos los hombres, y es, por lo mismo, signo peculiar de los
bienes celestiales y medio aptísimo para que los religiosos se
dediquen con alegría al servicio divino y a las obras de
apostolado. Evocan así ellos ante todos los cristianos aquel
maravilloso connubio instituido por Dios y que habrá de tener
en el siglo futuro su plena manifestación, por el que la Iglesia
tiene a Cristo como único Esposo” (Perfectae Caritatis 12).
A partir de esta afirmación del Vaticano II podemos entender
que el motivo mas íntimo y fuerte de la castidad consagrada,
sólo puede encontrarse en el amor personal a Jesucristo, en la
adhesión a su Reino y en la entrega al prójimo. Sólo cuando estas
motivaciones se hayan convertido en vida propia, será posible
vivir la castidad perfecta con esa actitud alegre, decidida, sin
arrepentimientos ni añoranzas. Sobre estas motivaciones
quisiera insistir en esta primera parte.
Para la persona consagrada, el objeto y la finalidad hacia donde
orienta su deseo pulsional no podrá ser otro sino el del Reino de
Dios. De ese proyecto utópico hace su objeto de amor, sin pasar
por la mediación de la pareja, tal como hará el seguidor de Jesús
que opta por el matrimonio. El célibe centra lo más radical de su
deseo en la construcción de una sociedad digna del ser humano
y digna de Dios y es ahí también donde pondrá sus anhelos y
donde encontrará también sus gratificaciones más importantes.
Es la pasión por un proyecto de transformación de la realidad
humana que, dinamizado por la utopía, aspira a la constitución
de una fraternidad entre todos los hombres y mujeres, como
hijos todos de un mismo Padre. Su historia personal, su dinámica
afectiva, sus cualidades (que en fe llamará sus "carismas"), todo a
la vez confluye para elaborar una vocación personal en la que
será directamente el Reino de Dios el objeto de su pasión.
Es verdad que también el casado esta llamado a hacer del Reino
su objeto último, condensador también de su inquietud, de su
interés y de su anhelo. Pero, a diferencia del célibe, lo hará por la
mediación y compañía de un objeto más cercano, único, un tú
concreto con el que vivirá el ejercicio y desarrollo de las
dimensiones eróticas y genitales de la sexualidad, con la
posibilidad, además, de crear una familia.
El célibe, sin embargo, opta por constituir el Reino como su más
directo objeto de atracción, sin mediación ni compañía de
alguien que, de modo único, íntimo y exclusivo, acompañe y
comparta el proyecto, al vivo ejemplo de Jesús.
3.- Jesús, modelo de identificación y objeto
de amor
En ese proyecto que acapara lo más decisivo de la afectividad,
Jesús se constituye en el inspirador fundamental y en el modelo
más relevante. Esto quiere decir que la figura de Jesús ha de
convertirse en el mejor y en el más operativo de los objetos de
identificación que pueda encontrar el consagrado. Recordemos
que somos resultado de un conjunto de identificaciones que se
fueron produciendo desde el mismo día de nuestro nacimiento.
Nuestra afectividad y sexualidad ha sido condicionada
positivamente o negativamente por tantas personas con las que
nos identificamos.
Entre esos modelos de identificación la figura de Jesús vino
también a ocupar un lugar importante desde algún día de
nuestra vida, sobre todo desde el inicio de nuestra fe cristiana.
En el momento inicial de la vocación esa figura de Jesús cobró
una relevancia única que lo separó y puso aparte de todas las
demás. Pretendimos que fuera nuestra referencia más exclusiva.
Seguir sus pasos, asumir un destino como el suyo, expandir la
misma vida redentora en favor de los otros, se presentó como el
proyecto más íntimo y configurador de nuestra vida en esos
momentos. Toda nuestra dinámica afectiva recibió así
probablemente uno de los impactos más decisivos y
configuradores de los habidos hasta entonces. Jesús, pasó así de
ser no sólo objeto de identificación, modelo a seguir; sino
también objeto de amor, es decir, polo que condensa la energía
de nuestra afectividad. No se trataba ya de "ser como", sino
también y sobre todo de "tener a", como toda dinámica amorosa
pretende. La dinámica del amor se instaló así, guiando nuestro
Ideal y condensando buena parte de nuestro mundo afectivo.
Hermanos, esto es clave en la comprensión de la castidad, en lo
que estamos llamados a vivir, en el proceso que debemos
desatar en nosotros.+++
Cierto que el amor pide una previa identificación, pero el amor
maduro va más allá de ella. Es apertura a una alteridad que
necesariamente descentra al propio Yo, evitando el peligro de
permanecer en el estadio narcisista del pretender "ser como",
que caracteriza esencialmente a los procesos de identificación.
No solo debemos “imitar a Cristo”, “ser como”, sino amarlo,
encontrar en él y su Reino el objetivo de nuestra afectividad.
Cuando nos quedamos en una sola identificación y en ello
fundamos nuestra castidad corremos el riesgo de entrar en
procesos narcisistas, por lo tanto, egoístas, inmaduros, en los
cuales convertimos la figura de Jesús en un aspecto de nuestro
propio ideal, entramos en una especia de “sala de espejos” donde
solo existimos nosotros mismos y nuestras imágenes Ideales,
Jesús es, quizá, la más importante, pero finalmente una imagen
de nosotros mismos donde idealizamos nuestro propio Yo.
Recordemos que no hemos sido llamados a ser santos, sino a
seguir a Jesús. Es decir, no hemos sido llamados a confrontarnos
con un modelo idealizado, sino a olvidarnos de nuestros propios
intereses en favor de los intereses de la persona amada, Jesús,
siguiendo para ello sus pasos en un proyecto apasionante y
difícil que Él denominó Reino de Dios. "Ven y sígueme" es su voz
de llamada, de hecho, nunca fue la de "ven y sé como yo". Nos
invitó a trabajar apasionadamente en un proyecto utópico y no a
matricularnos, en una escuela de ascética y mística, ni a
proponernos un curso de espiritualidad.
La dinámica del amor que descentra y transforma es, pues, la
que tiene que constituirse en la vida del célibe evangélico, más
allá de la de la mera identificación que se concentra en una
mirada ante el espejo del propio Ideal. En esta lógica de cosas,
estamos llamados a poner toda nuestra afectividad y sexualidad
en juego para amar a Jesus y su proyecto del Reino.
A este punto de nuestra reflexión te pido que medites y
respondas en tu interior estas preguntas:
A) ¿Qué rol juega el Reino de Dios en tu opción de castidad y en
tu disponibilidad a darlo todo por tal proyecto?
B) ¿Qué lugar ha jugado y juega en tu vida Jesús como modelo de
identificación? Analiza en ti la dinámica espiritual que te ha
motivado a optar por la castidad: ¿ha sido la propuesta de "ser
santo" o de "seguir a Jesús"?
4.- Célibes, no por Dios, sino con Dios, por su
Reino
Antes de concluir, quisiera hacer un pasito mas en nuestra
reflexión invitándoles nuevamente a centrar nuestras
motivaciones profundas al hacer el voto de castidad en el Reino
de Dios, pues estamos llamados a ser castos, no por Dios, sino
con Dios, por su Reino. No podemos afirmar que a Dios le agrada
nuestra renuncia a eso que él nos ha dado al crearnos, es decir
nuestra afectividad y nuestra sexualidad; como si Dios se
complaciera que rechazáramos, o en el peor de los casos,
satanizáramos eso que él creo como bueno y necesario para
nuestra realización. No es así.
La opción libre y personal por el celibato no puede ser entendida
sino como una disposición para vivir la entrega por el Reino bajo
un modo específico de vivir el propio deseo pulsional. Ese modo
de vivir el propio mundo afectivo sexual se elige en razón de una
dinámica particular, de un discernimiento sobre el propio
carisma recibido, según las palabras evangélicas "el que pueda
entender que entienda" (Mt 19,12). Es una decisión, por tanto,
que se lleva a cabo a partir de la escucha de una vocación
personal y en función del servicio al Reino, no en función de un
sacrificio que se suponga gustoso a Dios. Lo que hay que pensar
que es gustoso para Dios es la disposición radical de servicio en
el seguimiento de Jesús, sea en la forma de celibato o en la de la
pareja.
A fin de cuentas, es una opción por el Reino de Dios, no por Dios.
Pero, evidentemente, por un Reino que sólo es comprensible
desde la fe en un Dios Padre y en el seguimiento de Jesús,
inspirador de una comunidad de hermanos que luchan por la
utopía, de una fraternidad universal. Además, ese Reino de Dios,
tiene rostro humano, el rostro del publicano y de la prostituta,
del hambriento o del marginalizado, es en esos rostros donde
Dios se deja ver para el célibe y es en su entrega radical a esos
seres humanos donde encuentra su modo más personal de vivir
su encuentro con Dios. Allí tiene centrado lo más importante de
su dinámica afectiva, al mismo tiempo que es esa dinámica
afectiva particular la que va a dar cuerpo y figura a su modo
específico de vivir la pasión por el Reino. Así es como lo vivió
Jesus, así estamos llamados a vivirlo los que lo seguimos,
5.- Conclusión
No podemos concluir sin regresar a Jesus, a quien seguimos al
optar por la castidad, de hecho, ella se debe vivir en sintonía con
lo que fue la dinámica afectiva particular de ese mismo Jesús a
quien seguimos. Su proyecto de vida, debe de ser para nosotros
una referencia explícita en ese modo de canalizar nuestra
afectividad y nuestra energía pulsional. El talante general de
Jesús como hombre casto y su modo particular de conducirse en
el campo de la relación con los otros constituyen para nosotros
el gran paradigma de nuestra vocación a la castidad.
Como nos lo dicen los evangelios, Jesus fue un hombre
apasionado por la utopía del Reino de Dios. Los Evangelios, en
efecto, nos lo dejan ver como un hombre absorbido por esa
pasión radical de transformar un mundo perverso en una
sociedad digna del ser humano y digna de un Dios reconocido
como Padre de todos. Una pasión que, en Jesús, parece
agrandarse en la medida en que encuentra grandes poderes que
se le resisten y se le oponen. Por eso, en esa pasión por el Reino,
Jesús supo identificar sus objetos de amor, al mismo tiempo que
identificaba a sus enemigos. Jesus, movido por la pasión por el
Reino ama y se indigna, consuela y denuncia, cura y fustiga con
el látigo. Tiene como fuente y como fin el amor. Pero un amor
lúcido y adulto que diferencia y discrimina, que no le da igual
ocho que ochenta y que tiene el coraje de reconocer que frente
a la vida, existen factores y agentes de muerte. Que posee sus
preferencias y sus "debilidades": los más pobres, los más
desfavorecidos, los marginados y excluidos, los enfermos y
doloridos los que ganan el corazón del luchador por el Reino.
Son el objeto primordial de amor, de pasión, de ternura, de
inquietud e, incluso, en fuente de rebelión.
En Jesús, su pasión por el Reino, nacida del vínculo íntimo,
profundo y misterioso que le unía al Padre, parece que
efectivamente le capacitó para relacionarse con todos, hombres
y mujeres, con una libertad que causó asombro en la mayoría y
escándalo en aquellos esclavos de pasiones y actitudes
negativas. Es pues, a partir de esta pasión por el Reino desde
donde el celibato de Jesús se convierte en un ideal para todo
aquel que quiera "hacerse eunuco por el amor del reinado de
Dios" (Mt 19, 12).
P. Rubén Antonio Macias Sapién sx
Teologado Internacional San Francisco Xavier – Cd. De México
Formación Carismática/2º Bienio 2020-2021
Bibliografía:
Álvaro Jiménez Cadena sj; Madurez Humana y Castidad
Religiosa.
Carlos Domínguez Morano, Célibes por el Reino de los
cielos, Curso sistemático de formadores, Proyecto
Formación
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