La problemática social que envuelve nuestra época, nuestra morada, nuestras vidas, se sitúa en el medio de la tormenta mundial que tiene como proyecto el completo y absoluto dominio de las clases menos favorecidas. Dominio que abarca todo lo imaginable. Estamos ante el imperialismo ideológico que busca la subyugación del otro. El ser esta haciendo su impronta en la vorágine de la que parece no haber escapatoria. El ser que muestra su colmillo al lado de su mano no hace mas que juntar voluntades en una bolsa que será archivada en el olvido. Al enfrentarse el ser al olvido de la voluntad del otro, se produce el señorío, que es implacable y se identifica con la completa desatención hacia el otro. Volvemos a la antigua época feudal. La soberanía del uno nos conduce de reversa a un tiempo intempestivo. La reproducción técnica apoya la inexorable postura de ver en la técnica el abandono de la sociabilidad. Nos conduce la técnica de forma inadecuada, por senderos peligrosos que amenazan con la autodestrucción del ser. El ser no debe ser conducido por la técnica, por el contrario la técnica debe ser manejada por el ser, ya había dicho acertadamente Martin Heidegger que “la ciencia no piensa”. El ser debe pensar la ciencia y conducir la técnica en beneficio cultural, no social. El error radica en el hecho de buscar el beneficio social, esto lleva aparejado las concepciones equivocas de distinción social que inevitablemente filtrase por todos lados la idea de la distinción. El escape a esta filtración del pensar del ser debemos enfrentarlo a la posibilidad de unificación cultural, así de este modo se puede aunar las distintas culturas, pasar del estado multicultural a un estado unicultural. Esto no implica la desaparición de algunas culturas por la absorción de otras. Debemos crear una macrocultura, esto es una cultura permisiva de las costumbres del otro dejando permanecer lo heredado. Este es el único modo de escapar al señorío impuesto por el uno, debemos hacerle frente, aceptando al otro acepto lo macrocultural, el imperio multicultural desarma cualquier tipo de aunacion de culturas diversas. Estamos invadidos por la desalmada política de las multinacionales que inundan el mercado, las viejas costumbres cultivadas por generaciones son arrancadas de raíz dando paso de forma despiadada a la palabra del dólar. El proceso histórico social que nos compete debe armarse de valor y armonía, de comprensión de la política que nos esta desgajando por dentro. Velar por la cultura en contra de la política del dólar es dar comienzo a la generación que permitiría un “avance verdadero”. La verdadera política es la que tiene que dejar ser al pueblo en su deber ser, la producción del pensar del individuo debe ser apoyada por la política vigente. El avance del pueblo encubre el avance del individuo; la política debe avanzar dirigida por la filosofía, la correcta educación del pueblo es el camino correcto para un “verdadero avance”. La degradación civil que estamos viviendo es el mismo torbellino que aun no superamos a pesar de décadas de democracia. El llamado libre progreso y el buen vivir que tanto se pregona es una mentira que repugna a la inteligencia y favorece al que mas tiene, por ende la diferencia económica entre las diversas clases no solo sigue existiendo sino que se hace cada vez mayor. Se trata constantemente de aniquilar el pensamiento para evitar entrever lo que realmente sucede mediante manipilaciones discursivas, la voluntad mal dirigida esta diciendo presente. Es necesario sobreponer la buena voluntad y llevar a cabo una tarea del pensar que tome la idea de progreso cultural, tomar la técnica como herramienta para la construcción de una macrocultura global que se identifique con la aceptación del cambio socio-histórico y promueva una política de aceptación del propio suelo y la propia historia, aceptar el suelo y la historia propios y no vivir en vista de una “castración cultural”, “viéndonos a nosotros mismos desde afuera”. Tomar el pensamiento universal como preparación para luego crear un sistema que se adecue a la realidad inmediata es la tarea primordial, la filosofía debe realmente tomar el papel que le compete arremetiendo contra la concepción demagógica de la política mal utilizada. La moral esta siendo victima inefable del devenir gestado en la idea del aplanamiento del sujeto y del núcleo que le compete, la forma mas acertada de erradicar de raíz la cultura en su totalidad es produciendo una aniquilación de la moral, así el ser no tiene bases de interpretación de la realidad y del mundo que le rodea, lo que deriva indefectiblemente en un gobierno casi dictatorial. Debemos socorrer a la moral. La moral es salvable y debe salvarse, corremos con la tarea de hacernos responsables de la debacle que estamos viviendo. Salvar la moral implica necesariamente hacer de la filosofía actual una filosofía que resguarde al ser en su deber ser, apoyando la idea de deshacernos de la idea de competencia desalmada y de egoísmo nucleante de la voluntad. El ser debe ser comprendido como el ente en conjunto con la mente y el espíritu, de otro modo solo tendríamos un ente que solo es ente, solo un cuerpo arrojado a la inmensidad del mundo que inevitablemente lo devora por estar este inmerso en un sistema que esta diseñado para tomarlo solo como un útil. Entender al ente acompañado de la mente y el espíritu nos pone a la altura de entender que no solo daño al cuerpo sino a la sacralizad del alma, afecto una inteligencia que puede ser provechosa para la posteridad aun para mi mismo, eso es entender al ente dotado de alma y mente. Saber ver en el ente que no solo es un simple ente nos distingue del “resto del mundo”. La moral como parte necesaria del ente, esta formada conjuntamente por la mente y el espíritu. Una buena moral debe ser forjada por una buena mente y un espíritu sano, es tarea de la filosofía hacerse cargo de la buena mente y de la purificación del espíritu. Para realizar un cambio radical y de significancia que vele por el bien común es necesario que la filosofía forje las buenas voluntades acompañadas de una moral inquebrantable para el correcto desarrollo cultural de un pueblo en vistas del progreso histórico.