El cuento del pianista diminuto Este Klatchiano entró en un bar llevando un pequeño piano. Hace escala sobre la barra y toma algunas bebidas. Cuando llega el momento de pagar le dice al tabernero: —Le apuesto doble o nada a puedo mostrarle la cosa más asombrosa que jamás viera. —Está bien, pero le advierto, he visto algunas cosas raras. El Klatchiano saca un diminuto taburete que coloca delante del piano. Entonces, extiende la mano hacia su ropa y saca una caja de aproximadamente un pie de largo con diminutos respiraderos. Quita la tapa y adentro hay un hombre diminuto, profundamente dormido. Cuando la tapa se abre, el hombrecillo despierta. ¡En un instante salta al piano y realiza una perfecta ejecución de Las Sombras de Ankh-Morpork! Entonces, mientras todos en la barra están aplaudiendo, vuelve a la caja y cierra la tapa. —¡Wow! —dice el tabernero, y borra la cuenta—. Si le doy otro trago, ¿podría hacerlo otra vez? El Klatchiano accede. Esta vez el pequeño hombre toca la Canción del Erizo, y se escuchan aplausos estruendosos. —Tengo que preguntárselo, ¿dónde lo consiguió? —Bien, hace algunos meses estaba viajando a través de los desiertos de Klatch, cuando de repente encontré una botella de vidrio. La recogí y la froté y ¡madre mía!, apareció un Genio. Por alguna razón sostenía un hueso curvado contra su oreja y le hablaba. »Genio, le dije, te he liberado, y a cambio pediré solamente tres deseos. »¿Huh?, dijo el genio, mirándome por primera vez; Oh, está bien, tres, cualesquiera. Y entonces empezó a hablarle al hueso otra vez. »¡Genio, deseo un millón de pavos!, le dije. —¿Lo consiguió? —No exactamente. El Genio continuó hablándole al hueso y agitó una de sus manos. En un instante estuve rodeado por un millón patos. Entonces se fueron volando. —¿Cuál fue su segundo deseo? —Le dije: ¡Quiero ser quien determine las reglas del mundo! El Genio todavía estaba hablándole al hueso, pero agitó su mano libre y apareció un trozo de madera, con las pulgadas marcadas. —Oh, una regla. Me parece que el genio no le estaba prestando mucha atención. ¿Pidió su tercer deseo? —Permítame ponerlo de este modo: ¿realmente piensa que pedí un pianista de doce pulgadas?