Título: "El Eco del Tiempo" En un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde el tiempo parecía moverse más despacio, vivía una anciana llamada Clara. Su cabello blanco brillaba como la nieve bajo el sol de la mañana, y sus ojos, aunque cansados, guardaban la sabiduría de décadas vividas. Clara era conocida por sus historias, aquellas que narraba sentada en su mecedora frente a la chimenea, mientras el viento susurraba entre los árboles. Una tarde, mientras el cielo se teñía de tonos anaranjados y morados, un niño llamado Lucas llegó a su puerta. Lucas era curioso y siempre buscaba respuestas a preguntas que nadie más parecía entender. "Clara", dijo con voz temblorosa, "¿por qué el tiempo pasa tan rápido cuando nos divertimos y tan lento cuando estamos tristes?". La anciana sonrió, como si hubiera esperado esa pregunta toda su vida. "El tiempo, querido Lucas, es como un eco", comenzó a explicar. "Cuando estás feliz, el eco rebota rápidamente, llenando tu corazón de alegría. Pero cuando estás triste, el eco se estira, como si quisiera darte más tiempo para entender lo que sientes". Lucas frunció el ceño, tratando de comprender. Clara continuó: "El tiempo no es solo un reloj que marca horas. Es un compañero que camina a tu lado, recordándote que cada momento, feliz o triste, es un regalo. A veces, el eco del tiempo nos trae recuerdos, otras veces nos enseña lecciones, pero siempre está ahí, guiándonos". El niño asintió lentamente, aunque no estaba seguro de haber entendido del todo. Clara le dio un abrazo cálido y le dijo: "No te preocupes por entenderlo ahora. El tiempo te lo explicará cuando estés listo". Años más tarde, cuando Lucas ya era un hombre, recordó las palabras de Clara cada vez que el tiempo parecía jugar con él. Y comprendió que el eco del tiempo no era algo que se pudiera medir, sino algo que se debía sentir. Así, en aquel pueblo rodeado de montañas, la sabiduría de Clara seguía viva, resonando en el corazón de quienes la escuchaban.