La República de Platón Resumen ¿Por qué los hombres se comportan con justicia? ¿Es porque temen el castigo de la sociedad? ¿Tiemblan ante las nociones de retribución divina? ¿Los elementos más fuertes de la sociedad asustan a los débiles para que se sometan en nombre de la ley? ¿O los hombres se comportan con justicia porque les conviene hacerlo? ¿Es la justicia, independientemente de sus recompensas y castigos, algo bueno en sí mismo? ¿Cómo se define la justicia? Platón se propone responder a estas preguntas en La República. Quiere definir la justicia, y definirla de tal manera que demuestre que la justicia vale la pena en sí misma. Afronta estos dos retos con una única solución: una definición de la justicia que apela a la psicología humana, más que al comportamiento percibido. La estrategia de Platón en La República consiste en explicar primero el concepto primario de justicia social, o política, y luego derivar un concepto análogo de justicia individual. En los libros II, III y IV, Platón identifica la justicia política como la armonía en un cuerpo político estructurado. Una sociedad ideal se compone de tres clases principales de personas -productores (artesanos, agricultores, etc.), auxiliares (guerreros) y guardianes (gobernantes); una sociedad es justa cuando las relaciones entre estas tres clases son correctas. Cada grupo debe desempeñar su función adecuada, y sólo esa función, y cada uno debe estar en la posición correcta de poder en relación con los demás. Los gobernantes deben gobernar, los auxiliares deben defender las convicciones de los gobernantes, y los productores deben limitarse a ejercer las habilidades que la naturaleza les ha concedido (agricultura, herrería, pintura, etc.) La justicia es un principio de especialización: un principio que exige que cada persona cumpla la función social a la que la naturaleza le ha destinado y no interfiera en ningún otro asunto. Al final del Libro IV, Platón intenta demostrar que la justicia individual es un reflejo de la justicia política. Afirma que el alma de cada individuo tiene una estructura de tres partes análoga a las tres clases de una sociedad. Hay una parte racional del alma, que busca la verdad y es responsable de nuestras inclinaciones filosóficas; una parte espiritual del alma, que desea el honor y es responsable de nuestros sentimientos de ira e indignación; y una parte apetitiva del alma, que desea todo tipo de cosas, pero sobre todo el dinero (ya que el dinero debe utilizarse para satisfacer cualquier otro deseo básico). El individuo justo puede definirse por analogía con la sociedad justa; las tres partes de su alma alcanzan las necesarias relaciones de poder e influencia entre sí. En un individuo justo, la parte racional del alma gobierna, la parte anímica del alma apoya esta regla, y la parte apetitiva del alma se somete y sigue a donde la razón le lleva. Dicho más claramente: en un individuo justo, toda el alma aspira a cumplir los deseos de la parte racional, del mismo modo que en la sociedad justa toda la comunidad aspira a cumplir lo que los gobernantes quieran. Los paralelos entre la sociedad justa y el individuo justo son profundos. Cada una de las tres clases de la sociedad, de hecho, está dominada por una de las tres partes del alma. Los productores están dominados por sus apetitos -sus impulsos de dinero, lujo y placer-. Los guerreros están dominados por su espíritu, que los hace valientes. Los gobernantes están dominados por sus facultades racionales y luchan por la sabiduría. Los libros V a VII se centran en los gobernantes como reyes filósofos. 1 En una serie de tres analogías -las alegorías del sol, la línea y la caverna-, Platón explica quiénes son estos individuos, a la vez que expone su teoría de las Formas. Platón explica que el mundo se divide en dos ámbitos, el visible (que captamos con los sentidos) y el inteligible (que sólo captamos con la mente). El mundo visible es el universo que vemos a nuestro alrededor. El mundo inteligible está compuesto por las Formas, absolutos abstractos e inmutables como la Bondad, la Belleza, el Color Rojo y la Dulzura, que existen en relación permanente con el reino visible y lo hacen posible. (Una manzana es roja y dulce, según la teoría, porque participa de las Formas de la Rojez y la Dulzura). Sólo las Formas son objeto de conocimiento, porque sólo ellas poseen la verdad eterna e inmutable que la mente -no los sentidos- debe aprehender. Sólo aquellos cuyas mentes están entrenadas para captar las Formas -los filósofos- pueden conocer algo en absoluto. En particular, lo que los filósofos deben conocer para convertirse en gobernantes capaces es la Forma del Bien, la fuente de todas las demás Formas y del conocimiento, la verdad y la belleza. Platón no puede describir directamente esta Forma, pero afirma que es para el reino inteligible lo que el sol es para el reino visible. Utilizando la alegoría de la caverna, Platón pinta un retrato evocador del alma del filósofo moviéndose a través de varias etapas de cognición (representadas por la línea) a través del reino visible hacia el inteligible, y finalmente captando la Forma del Bien. El objetivo de la educación no es poner el conocimiento en el alma, sino poner los deseos correctos en el alma, llenar el alma con el deseo de la verdad, de modo que desee ir más allá del mundo visible, hacia lo inteligible, finalmente hacia la Forma del Bien. Los filósofos forman la única clase de hombres que poseen el conocimiento y son también los hombres más justos. Sus almas, más que otras, aspiran a cumplir los deseos de la parte racional. Tras comparar al rey filósofo con el tipo de hombre más injusto -representado por el tirano, que se rige enteramente por sus apetitos no racionales- Platón afirma que la justicia vale por sí misma. En el libro IX presenta tres argumentos para la conclusión de que es deseable ser justo. Mediante un retrato psicológico del tirano, intenta demostrar que la injusticia tortura la psique del hombre, mientras que un alma justa es un alma sana y feliz, sin problemas y tranquila. A continuación argumenta que, aunque cada uno de los tres tipos de personajes principales -amantes del dinero, del honor y de la verdad- tienen sus propias concepciones del placer y de la correspondiente vida buena -cada uno elige su propia vida como la más placentera-, sólo el filósofo puede juzgar porque sólo él ha experimentado los tres tipos de placer. Los demás deben aceptar el juicio del filósofo y concluir que los placeres asociados a lo filosófico son los más agradables y, por tanto, que la vida justa es también la más agradable. Intenta demostrar que sólo el placer filosófico es realmente un placer; todos los demás placeres no son más que la cesación del dolor. Se puede observar que ninguno de estos argumentos demuestra realmente que la justicia sea deseable aparte de sus consecuencias, sino que establecen que la justicia siempre va acompañada de un verdadero placer. Con toda probabilidad, ninguno de ellos se supone que sirva realmente como la razón principal por la que la justicia es deseable. En cambio, la deseabilidad de la justicia está probablemente conectada con la íntima relación entre la vida justa y las Formas. La vida justa es buena en sí misma porque implica captar estos bienes últimos e imitar su orden y armonía, incorporándolos así a la propia vida. La justicia es buena, en otras palabras, porque está conectada con el mayor bien, la Forma del Bien. 2 Platón termina La República con una nota sorprendente. Tras definir la justicia y establecerla como el mayor bien, destierra a los poetas de su ciudad. Los poetas, afirma, apelan a la parte más baja del alma imitando inclinaciones injustas. Al incitarnos a satisfacer emociones innobles en simpatía con los personajes que escuchamos, la poesía nos anima a satisfacer estas emociones en la vida. La poesía, en suma, nos hace injustos. Para terminar, Platón relata el mito de Er, que describe la trayectoria de un alma después de la muerte. Las almas justas son recompensadas durante mil años, mientras que las injustas son castigadas durante el mismo tiempo. Cada alma debe entonces elegir su próxima vida. Contexto La vida de Platón Platón nació en Atenas en el año 428 a.C. en el seno de una familia aristocrática. Las fuentes antiguas afirman que su padre, Aristón, era descendiente de Codrus, el último rey de Atenas, y su madre, Pericón, de Solón, un legislador ateniense casi mítico y autor de la primera constitución de la ciudad. Los dos hermanos de Platón, Glaucón y Adeimanto, aparecen como dos de los personajes principales de La República. Aristón murió durante la infancia de Platón, y Pericón se volvió a casar con Pirilampes, un amigo del estadista ateniense Pericles. El joven Platón, por su nobleza de nacimiento y su talento intelectual, tenía buenas perspectivas en la política ateniense. La agitación política de su juventud le atrajo a la esfera pública. Dos grandes acontecimientos apartaron a Platón de la política. El primero fue la llegada al poder de dos grupos: los Cuatrocientos y los Treinta. Estas facciones de ciudadanos ricos tomaron el control al final de la Guerra del Peloponeso y convirtieron Atenas en una oligarquía. Platón tenía sentimientos encontrados respecto a la toma del poder. Estaba emparentado con Cármides, miembro de los Treinta. Pero su incipiente visión racional le hizo criticar al gobierno por sus inclinaciones tiránicas y su inestabilidad. Apoyó activamente el restablecimiento de la democracia, pero ese sistema demostró ser poco justo en el año 399 a.C. En ese año, el mentor de Platón, Sócrates, un filósofo excéntrico y figura de culto entre la juventud ateniense, compareció ante un jurado de unos 500 atenienses acusado de no reconocer a los dioses del Estado, de inventar nuevas deidades y de corromper a la juventud de Atenas. Más que estos cargos, la estrecha relación de Sócrates con una serie de hombres que habían caído en desgracia política en Atenas lo llevó a juicio. Como se había declarado una amnistía para los delincuentes políticos, hubo que presentar otros cargos contra él. Sócrates fue declarado culpable por un estrecho margen y condenado a muerte. Tras la muerte de Sócrates, Platón se dedicó a continuar la obra de su maestro. Pasó años viajando por el Mediterráneo, enseñando y aprendiendo. Entre los lugares que visitó estaba Sicilia, el centro del pensamiento pitagórico. En el año 387 a.C., Platón se instaló en Atenas y fundó la Academia, probablemente la primera institución de este tipo, y el modelo de la universidad occidental. Platón y otros profesores instruyeron a estudiantes de todo el Mediterráneo en metafísica, epistemología, ética, política y ciencias naturales y matemáticas. Aunque la Academia no estaba destinada a preparar a los estudiantes para ningún tipo de profesión, como la política, el derecho o la medicina, los temas que allí se enseñaban no estaban divorciados del mundo en general. Los miembros de la Academia eran invitados por varias ciudades para ayudar en el desarrollo de nuevas constituciones. 3 La Academia duró de una u otra forma hasta el año 527 d.C., 912 años en total. Platón pasó el resto de su vida como director de estudios de la Academia, aunque no está nada claro que él mismo enseñara allí. Se cree que escribió allí La República en torno al 380 a.C. El alumno más famoso de la Academia durante esta época fue el filósofo Aristóteles. Desde el 385 a.C. hasta su muerte en el 347, Platón sólo abandonó la Academia en dos ocasiones, ambas para visitar Sicilia. Lo que le atrajo de su escuela fue la posibilidad de poner en práctica la teoría política que esbozó en La República. En el año 367 a.C. murió Dionisio I, tirano de Sicilia. Su hermano Dion, padre del heredero, había sido alumno de Platón e inmediatamente mandó llamar a su maestro. Desgraciadamente, Dionisio II no estaba convencido de que el estudio vigoroso de las matemáticas y la filosofía fuera la mejor preparación para su gobierno, por lo que el mundo perdió la oportunidad de probar al primer rey-filósofo. Contexto histórico La filosofía surgió en el siglo VI a.C. en la isla griega de Mileto. Los primeros filósofos se centraron en cuestiones de ciencia natural, tratando de explicar el mundo que observaban a su alrededor en términos de unos pocos principios simples. Se prestó poca atención a las cuestiones de ética y política. Los poetas, y no los filósofos, se ocuparon de los valores de la sociedad. Poetas como Hesíodo y Homero esbozaron las virtudes que marcaban al buen hombre griego. Encontraron la motivación para el buen comportamiento en la promesa de la recompensa divina. En el siglo V a.C., dos tremendas convulsiones políticas pusieron en tela de juicio los valores tradicionales griegos y pusieron las cuestiones éticas en manos de los filósofos. Entre el 431 y el 404, Atenas y Esparta se enfrentaron en la Guerra del Peloponeso, que finalmente perdió Atenas. Los estragos de la guerra pusieron en duda las virtudes marciales de los héroes homéricos, y el crecimiento de las democracias, especialmente en Atenas, exigió una nueva virtud cívica: la capacidad de hablar de forma persuasiva en las asambleas y los tribunales de justicia pasó a ser más valiosa que la habilidad bélica. En este clima ateniense surgió una nueva clase: los sofistas, maestros itinerantes que ofrecían instrucción en casi cualquier materia si el estudiante estaba dispuesto y podía pagar una cuota. Se centraban en las habilidades retóricas y hacían hincapié en la primacía de la persuasión sobre la verdad. Los sofistas explotaron la nueva incertidumbre sobre los valores morales tradicionales. No existía una escuela cohesionada de sofismo, y los puntos de vista de los maestros eran muy variados. Lo que sabemos de su pensamiento indica que con frecuencia afirmaban que el hecho de que una acción sea o no correcta es menos importante que el hecho de que beneficie o no a los intereses del agente. Muchos sostenían que no existían el bien y el mal, que no había normas morales objetivas. Algunos negaban cualquier posibilidad de verdad objetiva y se burlaban de la idea del conocimiento objetivo. Afirmaban que la moral es una convención impuesta por los gobernantes de las sociedades a sus súbditos. En La República, el sofista Trasímaco declara que la inmoralidad es una virtud porque nos permite avanzar en la competición de la vida. En el diálogo de Platón, el Gorgias, se atribuye una opinión aún más fuerte a un hombre llamado Calicles; afirma que la moral convencional es injusta porque intenta privar a los fuertes de su derecho natural a explotar a los débiles. Aunque algunos sofistas, como Hipias, se mantuvieron firmes en su rechazo a tales doctrinas, tenemos razones para creer que la tendencia a creer en la justicia como interés del más fuerte era fuerte entre los sofistas. 4 En este clima moral, Sócrates estaba motivado por el deseo de combatir lo que él veía como fuerzas que se arrastraban contra la moral. A Sócrates le molestaba lo que percibía como la complacencia moral de los ciudadanos atenienses; observaba con preocupación cómo vivían sus vidas en una nebulosa egoísta e irreflexiva, centrándose en ganar y aumentar su propio poder y utilizando las teorías de los sofistas para justificar su actitud. Su solución fue actuar como un "tábano", aguijoneando a sus conciudadanos para que se examinaran moralmente. Se situaba diariamente en el mercado, tratando de entablar conversación con cualquiera que pudiera. Declaraba que no valía la pena vivir la vida sin examinar, por lo que obligaba a todos los que encontraba a reflexionar sobre sus vidas, sus creencias y sus motivaciones. Platón asumió esta misión cuando Sócrates murió. También él quería combatir la inmoralidad y el egoísmo, que todavía estaban muy extendidos. También quería combatir las otras afirmaciones escépticas de los sofistas: su afirmación de que no existe la verdad objetiva, ni la posibilidad de un conocimiento objetivo. Contexto filosófico Los diálogos de Platón se clasifican en períodos tempranos, medios y tardíos. Los diálogos tempranos, escritos poco después de la muerte de Sócrates, proporcionan el retrato más cercano de lo que podría haber sido la filosofía de Sócrates. En estos diálogos, Platón se centra casi exclusivamente en cuestiones éticas, utilizando el método socrático del elenchus. En un típico diálogo temprano, Sócrates pide a su interlocutor una definición de alguna virtud (piedad, valor, etc.); una vez ofrecida la definición, muestra que ésta es inconsistente con otras creencias que el interlocutor sostiene. El interlocutor refina su definición, y Sócrates muestra que la nueva versión sigue siendo incoherente con otras creencias. Este ciclo de revisiones y refutaciones debe continuar hasta que se llegue a una definición satisfactoria, pero esto nunca ocurre realmente en ninguno de los diálogos. Con la excepción de unas pocas doctrinas clave, ninguna idea emerge del elenco que parezca todavía defendible. Un típico diálogo temprano termina en un estado de aporíaestancamiento intelectual, donde todas las creencias existentes sobre el tema han sido refutadas, pero el progreso parece imposible. Los interlocutores saben que lo que pensaban antes era erróneo, pero no se les dice qué deben creer en su lugar. Estos diálogos no deben considerarse un fracaso. Según Sócrates, el objetivo del elenco no es alcanzar definiciones. Afirmaba que participar en la dialéctica filosófica es crucial para el bienestar humano, ya que hace que las personas sean más felices y más virtuosas. Su convicción era tan firme que, según algunos testimonios, prefirió ser ejecutado antes que abandonar la práctica. Aunque en los primeros diálogos Platón utiliza los métodos socráticos, no acepta todo lo que le enseña Sócrates. Explora muchos de estos puntos de vista de forma crítica, exponiéndolos, pero sin aprobarlos necesariamente. En el período medio, Platón desarrolla una voz y una perspectiva filosófica distintas. La figura de Sócrates se convierte en un portavoz de las opiniones de Platón. Recurre menos al método del elenco y presenta sus diálogos como una conversación entre un maestro y sus alumnos, más que como un debate entre un filósofo y sus oponentes. En lugar de aporías, los interlocutores llegan a conclusiones positivas. Las ideas insinuadas en los primeros diálogos, como la teoría de las formas, surgen como doctrinas completas. Los intereses de Platón se extienden más allá de la ética, hacia la epistemología y la metafísica. Se basa en su teoría de las formas y en la idea del alma para explorar 5 antiguas cuestiones sobre cómo vivir, la naturaleza y el papel del amor y la naturaleza del mundo físico. La teoría de las Formas fundamenta la mayoría de las demás teorías que Platón propone en su periodo medio. También es su respuesta al desafío de los sofistas y su afirmación de que no existe una verdad objetiva, ni moral ni de otro tipo. La teoría de las formas propone que, además del mundo físico que percibimos a nuestro alrededor, existe otro ámbito de la realidad. Este reino, una esfera de existencia puramente inteligible y no observable, está constituido por Formas eternas, absolutas, inmutables y perfectas que definen todo lo que existe fugaz e imperfectamente en el mundo de nuestros sentidos. Las Formas proporcionan el conocimiento de la verdad objetiva. La República es paradigmática del paso de la primera a la segunda época. El libro I se ajusta a la estructura de un típico diálogo temprano. Algunos especulan que originalmente era un diálogo propio de la época temprana (en cuyo caso se habría llamado Trasímaco). Platón hace que Sócrates utilice el método del elenco en un intento de extraer una definición de la justicia, y el resultado es la aporía. En lugar de dejarlo ahí, Sócrates retoma la cuestión en el Libro II. A lo largo de otros nueve libros elabora una detallada teoría positiva de la justicia. En estos libros, en lugar de emplear el elenchus, Sócrates se dedica principalmente a dar conferencias, haciendo pausas intermitentes para responder a las objeciones planteadas por sus alumnos, los dos hermanos de Platón. En el libro VII, Sócrates advierte contra el elenchus. Declara que la dialéctica filosófica es peligrosa en manos equivocadas y que sólo debe enseñarse a las personas adecuadas y sólo cuando sean lo suficientemente mayores para utilizarla correctamente. Advierte que aquellos que no tienen el debido respeto por la verdad utilizarían el método para argumentar en contra de todo en lugar de utilizarlo para buscar lo que es correcto. Esta discusión podría explicar lo que motivó el cambio de métodos de investigación de Platón y lo que le motivó a fundar la Academia. Los últimos diálogos son extremadamente difíciles y controvertidos. Contienen los puntos de vista filosóficos y lógicos más complejos de Platón, y hay poco acuerdo sobre las tendencias y los temas que definen este periodo. Una obra de este último grupo es digna de mención en relación con La República. En las Leyes, posiblemente la última obra de Platón, construye otro estado ideal. Aunque este estado también es autoritario, tiene elementos democráticos y difiere enormemente del estado descrito en La República. Platón se mostró más dispuesto a comprometer sus principios para encontrar algo que pudiera funcionar en la práctica. Llegó a destacar el valor del Estado de Derecho, mientras que en La República sugería que la ley era innecesaria en una ciudad con los gobernantes adecuados. Libro I Resumen En La República, Platón, hablando a través de su maestro Sócrates, se propone responder a dos preguntas. ¿Qué es la justicia? ¿Por qué debemos ser justos? El Libro I plantea estos retos. Los interlocutores entablan un diálogo socrático similar al de las obras anteriores de Platón. En medio de un grupo de amigos y enemigos, Sócrates plantea la pregunta: "¿Qué es la justicia?". Procede a refutar cada sugerencia ofrecida, mostrando cómo cada una alberga contradicciones ocultas. Sin embargo, no ofrece ninguna definición propia y la discusión termina en una aporía, un punto muerto en el que no es posible avanzar y los interlocutores se sienten menos seguros de sus creencias que 6 al principio de la conversación. En los primeros diálogos de Platón, la aporía suele ser el final. La República supera este punto muerto. Siguen nueve libros más, y Sócrates desarrolla una rica y compleja teoría de la justicia. Cuando se abre el Libro I, Sócrates vuelve a casa después de una fiesta religiosa con su joven amigo Glaucón, uno de los hermanos de Platón. En el camino, los tres viajeros son interceptados por Adeimanto, otro hermano de Platón, y por el joven noble Polemarco, que les convence para que se desvíen a su casa. Allí se reúnen con el anciano padre de Polemarco, Céfalo, y otros. Sócrates y el anciano inician una discusión sobre los méritos de la vejez. Esta discusión se convierte rápidamente en el tema de la justicia. Céfalo, un anciano rico y respetado de la ciudad, y anfitrión del grupo, es el primero en ofrecer una definición de justicia. Céfalo actúa como portavoz de la tradición griega. Su definición de justicia es un intento de articular la concepción básica de Hesíodo: que la justicia significa estar a la altura de las obligaciones legales y ser honesto. Sócrates derrota esta formulación con un contraejemplo: devolver un arma a un loco. Le debes al loco su arma en algún sentido si le pertenece legalmente, y sin embargo esto sería un acto injusto, ya que pondría en peligro la vida de otros. Así que no puede ser que la justicia no sea más que cumplir con las obligaciones legales y ser honesto. En este punto, Céfalo se excusa para ir a hacer unos sacrificios, y su hijo Polemarco retoma la discusión en su lugar. Expone una nueva definición de justicia: la justicia significa que se debe ayuda a los amigos y se debe daño a los enemigos. Aunque esta definición puede parecer diferente de la sugerida por Céfalo, están estrechamente relacionadas. Comparten el imperativo subyacente de dar a cada uno lo que es debido y de dar a cada uno lo que es apropiado. Este imperativo será también el fundamento del principio de justicia de Sócrates en los libros posteriores. Al igual que el punto de vista de su padre, la visión de Polemarco sobre la justicia representa una corriente de pensamiento popular -la actitud del joven político ambicioso-, mientras que la definición de Céfalo representaba la actitud del viejo empresario establecido. Sócrates revela muchas incoherencias en este punto de vista. Señala que, dado que nuestro juicio sobre los amigos y los enemigos es falible, este credo nos llevará a perjudicar a los buenos y a ayudar a los malos. No siempre somos amigos de los individuos más virtuosos, ni nuestros enemigos son siempre la escoria de la sociedad. Sócrates señala que hay cierta incoherencia en la idea de perjudicar a las personas mediante la justicia. Todo esto sirve de introducción a Trasímaco, el sofista. Hemos visto, a través del interrogatorio de Sócrates a Polémaco y Céfalo, que el pensamiento popular sobre la justicia es insatisfactorio. Trasímaco nos muestra el nefasto resultado de esta confusión: la campaña de los sofistas para acabar con la justicia, y con todas las normas morales, por completo. Tras la irrupción de Trasímaco en la discusión, declara que tiene una mejor definición de la justicia. La justicia, dice, no es más que la ventaja del más fuerte. Aunque Trasímaco afirma que esta es su definición, en realidad no se trata de una definición de la justicia, sino de una deslegitimación de la misma. Está diciendo que no vale la pena ser justo. El comportamiento justo beneficia a otras personas, no a la persona que se comporta justamente. Trasímaco asume aquí que la justicia es el freno antinatural a nuestro deseo natural de tener más. La justicia es una convención que se nos impone, y no nos beneficia adherirnos a ella. Lo racional es ignorar la justicia por completo. 7 El peso de la discusión se ha desplazado ahora. Al principio, el único reto era definir la justicia; ahora hay que definir la justicia y demostrar que vale la pena. Sócrates tiene tres argumentos para emplear contra la afirmación de Trasímaco. En primer lugar, hace que Trasímaco admita que el punto de vista que está promoviendo promueve la injusticia como una virtud. En este punto de vista, la vida es vista como una competencia continua para obtener más (más dinero, más poder, etc.), y quien tiene más éxito en la competencia tiene la mayor virtud. Sócrates se lanza entonces a una larga y compleja cadena de razonamientos que le llevan a concluir que la injusticia no puede ser una virtud porque es contraria a la sabiduría, que es una virtud. La injusticia es contraria a la sabiduría porque el hombre sabio, el hombre que es hábil en algún arte, nunca busca vencer a los que poseen el mismo arte. El matemático, por ejemplo, no compite con otros matemáticos. Sócrates pasa entonces a un nuevo argumento. Entendiendo ahora la justicia como la adhesión a ciertas reglas que permiten a un grupo actuar en común, Sócrates señala que para alcanzar cualquiera de los objetivos que Trasímaco había elogiado anteriormente como deseables es necesario ser al menos moderadamente justo en el sentido de adherirse a este conjunto de reglas. Finalmente, argumenta que, puesto que se acordó que la justicia es una virtud del alma, y la virtud del alma significa salud del alma, la justicia es deseable porque significa salud del alma. Así termina el Libro I. Sócrates y sus interlocutores no están más cerca de un consenso sobre la definición de justicia, y Sócrates sólo ha presentado débiles argumentos a favor del valor de la justicia. Pero los términos de nuestro desafío están fijados. El pensamiento popular y tradicional sobre la justicia está en ruinas y tenemos que empezar de nuevo para derrotar el escepticismo moral de los sofistas. Análisis Aunque La República es un libro que trata de la justicia, también aborda muchos otros temas. Algunos estudiosos llegan a decir que el libro trata principalmente de algo más que de la justicia. El crítico Allan Bloom, por ejemplo, lee el libro ante todo como una defensa de la filosofía, como la segunda "apología" de Sócrates. Sócrates fue ejecutado por la ciudad de Atenas por practicar la filosofía. Los dirigentes de Atenas habían decidido que la filosofía era peligrosa y trataron de expulsarla de su ciudad. Sócrates había puesto en tela de juicio los antiguos dioses y las antiguas leyes. Desafió, y pidió a otros que desafiaran, las creencias fundamentales en las que se basaba su sociedad. En La República, dice Bloom, Platón intenta defender el acto por el que su maestro fue ejecutado. Su objetivo es revelar por qué el filósofo es importante, y cuál debe ser la relación del filósofo con la ciudad. Aunque un filósofo es potencialmente subversivo para cualquier régimen existente, según Platón, es crucial para la vida de la ciudad justa. Platón quería mostrar cómo la filosofía puede ser vital para la ciudad. Bloom llama a La República la primera obra de ciencia política porque inventa una filosofía política basada en la idea de construir una ciudad sobre los principios de la razón. La interpretación de Bloom parte de la comprensión de las ideas de Platón sobre la justicia y las ciudades justas en La República, que es como el libro exige ser leído en un primer momento. Al considerar La República como una obra sobre la justicia, primero tenemos que preguntarnos por qué hay que defender la justicia. Como aclara Trasímaco, la justicia no se asume universalmente 8 como algo beneficioso. Desde que existe el pensamiento ético, ha habido inmoralistas, personas que piensan que es mejor mirar por su propio interés que seguir las reglas del bien y del mal. Tradicionalmente, la concepción griega de la justicia procede de poetas como Hesíodo, que en Los trabajos y los días presenta la justicia como un determinado conjunto de actos que deben seguirse. La razón de ser de la justicia, según la visión tradicional, era la consideración de la recompensa y el castigo: Zeus premia a los buenos y castiga a los malos. En la Atenas de finales del siglo V, esta concepción de la recompensa y la retribución divinas había perdido credibilidad. Nadie creía que los dioses recompensaran a los justos y castigaran a los injustos. La gente podía ver que muchos hombres injustos prosperaban y muchos de los justos quedaban atrás. En la sofisticada democracia que se desarrolló en Atenas, pocos se inclinaban a depositar sus esperanzas en el más allá. La justicia se convirtió en un asunto de gran controversia. Al frente de la controversia estaban los sofistas, los educadores generales contratados como tutores de los hijos de los ricos. Los sofistas tendían a no creer en la verdad objetiva ni en las normas objetivas del bien y del mal. Consideraban la ley y la moral como convenciones. El sofista Antífona, por ejemplo, declaró abiertamente que debemos ser injustos cuando serlo nos beneficia. Platón sintió que debía defender la justicia contra estos ataques. El desafío sofista está representado en La República por Trasímaco, que declara que la justicia no es más que la ventaja del más fuerte. Dado que esta afirmación motiva toda la defensa que va a seguir, merece un análisis. ¿Qué quiere decir exactamente Trasímaco al afirmar que la justicia es la ventaja del más fuerte? ¿Quiénes son los más fuertes? ¿Cuál es su ventaja? En la primera lectura, la afirmación de Trasímaco se reduce a la noción moral sofista básica de que las normas y costumbres que consideramos justas son convenciones que perjudican a quienes se adhieren a ellas y benefician a quienes las desprecian. Los que se comportan injustamente ganan naturalmente el poder y se convierten en gobernantes y personas fuertes en la sociedad. Cuando los estúpidos y débiles se comportan de acuerdo con la justicia, están en desventaja, y los fuertes están en ventaja. Una lectura alternativa de la audaz afirmación de Trasímaco hace que su afirmación parezca más sutil. En esta lectura, propuesta por C.D.C. Reeve, Trasímaco no se limita a hacer la afirmación habitual de que las normas y costumbres de la justicia son convenciones; afirma además que estas costumbres y normas son convenciones establecidas por los gobernantes para promover sus propios intereses y mantener a sus súbditos en un estado de opresión. Esta segunda lectura es interesante porque desafía no sólo nuestra concepción del bien y del mal, sino también la forma habitual de Sócrates de encontrar la verdad. El método de Sócrates del elenchus procede a la construcción del conocimiento a partir de las verdaderas creencias de las personas. Si Trasímaco tiene razón, entonces no tenemos ninguna creencia verdadera sobre la justicia. Todo lo que tenemos son creencias impuestas por los gobernantes. Para descubrir la verdad sobre el bien y el mal, debemos abandonar el viejo método y empezar de cero: construir el conocimiento sin apoyarnos en las creencias tradicionales. En el siguiente libro, Platón abandona el método del elenco y comienza la discusión desde cero. Independientemente de cómo interpretemos la afirmación de Trasímaco, el reto para Sócrates es el mismo: debe demostrar que la justicia es algo bueno y deseable, que es más que una convención, que está conectada con normas objetivas de moralidad y que nos interesa adherirnos a ella. 9 Libro II, 357a-368c Resumen Sócrates cree haber respondido adecuadamente a Trasímaco y haber terminado la discusión sobre la justicia, pero los demás no están satisfechos con la conclusión a la que han llegado. Glaucón, uno de los jóvenes compañeros de Sócrates, explica lo que les gustaría que hiciera. Glaucón afirma que todos los bienes pueden dividirse en tres clases: cosas que deseamos sólo por sus consecuencias, como el entrenamiento físico y el tratamiento médico; cosas que deseamos sólo por su propio bien, como la alegría; y, la clase más alta, cosas que deseamos tanto por su propio bien como por lo que obtenemos de ellas, como el conocimiento, la vista y la salud. Lo que Glaucón y los demás quieren que Sócrates demuestre es que la justicia no sólo es deseable, sino que pertenece a la clase más alta de cosas deseables: las que se desean tanto por su propio bien como por sus consecuencias. Glaucón señala que la mayoría de la gente clasifica la justicia en el primer grupo. Consideran la justicia como un mal necesario, que nos permitimos sufrir para evitar el mal mayor que nos sobrevendría si la elimináramos. La justicia surge de la debilidad y la vulnerabilidad humanas. Como todos podemos sufrir las injusticias de los demás, hacemos un contrato social en el que nos comprometemos a ser justos con los demás. Sólo sufrimos bajo el peso de la justicia porque sabemos que sufriríamos peor sin ella. La justicia no es algo que se practica porque sí, sino que se hace por miedo y debilidad. Para enfatizar su punto, Glaucón apela a un experimento mental. Invocando la leyenda del anillo de Gigos, nos pide que imaginemos que un hombre justo recibe un anillo que le hace invisible. Una vez en posesión de este anillo, el hombre puede actuar injustamente sin temor a represalias. Nadie puede negar, afirma Glaucón, que incluso el hombre más justo se comportaría injustamente si tuviera este anillo. Daría rienda suelta a todos sus impulsos materialistas, ávidos de poder y eróticamente lujuriosos. Este cuento demuestra que las personas sólo son justas porque temen ser castigadas por la injusticia. Nadie es justo porque la justicia sea deseable en sí misma. Glaucón termina su discurso con un intento de demostrar que no sólo la gente prefiere ser injusta en lugar de justa, sino que es racional que lo haga. La vida perfectamente injusta, argumenta, es más agradable que la vida perfectamente justa. Para hacer esta afirmación, dibuja dos retratos detallados del hombre justo e injusto. El hombre completamente injusto, que satisface todos sus impulsos, es honrado y recompensado con riqueza. El hombre completamente justo, en cambio, es despreciado y desdichado. Su hermano, Adeimanto, interviene y refuerza los argumentos de Glaucón afirmando que nadie alaba la justicia por sí misma, sino sólo por las recompensas que permite cosechar tanto en esta vida como en la otra. Reitera la petición de Glaucón de que Sócrates demuestre que la justicia es deseable en ausencia de cualquier recompensa externa: que la justicia es deseable por sí misma, como la alegría, la salud y el conocimiento. Análisis: Libro II, 357a-368c Tras el ataque de Trasímaco a la justicia en el Libro I, los puntos que plantean Glaucón y Adeimanto -la teoría del contrato social de la justicia y la idea de la justicia como moneda que compra recompensas en la otra vida- refuerzan el reto al que se enfrenta Sócrates para demostrar el valor 10 de la justicia. Con varias ideas de justicia ya desacreditadas, ¿por qué Platón complica aún más el problema antes de que Sócrates tenga la oportunidad de esbozar sus propias ideas sobre la justicia? La primera razón es metodológica: siempre es mejor asegurarse de que la posición que se ataca es la más fuerte de la que dispone el adversario. Platón no quiere que el inmoralista pueda volver y decir "pero la justicia es sólo un contrato social" después de haber desmontado cuidadosamente la afirmación de que es la ventaja del más fuerte. Quiere asegurarse de que al defender la justicia, desmonta todos los mejores argumentos de los inmoralistas. La acumulación de más ideas sobre la justicia podría tener como objetivo demostrar su nuevo enfoque de la filosofía. En los primeros diálogos, Sócrates discute a menudo con los sofistas, pero Trasímaco es el último sofista con el que vemos a Sócrates discutir. A partir de ahora, nunca vemos a Sócrates discutiendo con personas que tienen valores profundamente equivocados. Hay un alejamiento de las técnicas del elenchus y la aporía, hacia esfuerzos más constructivos en la construcción de la teoría. La República fue escrita en una fase de transición en la vida del propio Platón. Acababa de fundar la Academia, su escuela donde los interesados en aprender podían retirarse de la vida pública y sumergirse en el estudio de la filosofía. En su vida, Platón estaba abandonando el ideal de Sócrates de interrogar a cualquier hombre en la calle, y en sus escritos, estaba abandonando al interlocutor sofista y avanzando hacia interlocutores que, como Glaucón y Adeimanto, son cuidadosamente elegidos y preparados. En los diálogos, suelen ser los propios alumnos de Sócrates. Platón había decidido en este punto que la filosofía sólo puede avanzar si se convierte en un esfuerzo cooperativo y constructivo. Por eso, en su propia vida fundó la Academia y en sus escritos emparejó a Sócrates con compañeros de ideas afines, deseosos de aprender. Glaucón y Adeimanto repiten el reto porque asumen el papel de compañeros de conversación. La discusión con el sofista Trasímaco sólo puede conducir a la aporía. Pero la conversación con Glaucón y Adeimanto tiene el potencial de llevar a conclusiones positivas. Esto podría parecer una traición a la misión de su maestro, pero Platón probablemente tenía buenas razones para este cambio radical. Enfrentarse a los enemigos tiene severos límites. Si tu punto de vista difiere radicalmente del de tu interlocutor, no es posible ningún progreso real. A lo sumo, se pueden socavar los puntos de vista del otro, pero nunca se puede construir una teoría positiva juntos. Libro II, 368d-fin Resumen El resultado, pues, es que se producen más fácilmente bienes abundantes y de mejor calidad si cada persona hace una cosa para la que está naturalmente capacitada, la hace en el momento oportuno y se libera de tener que hacer cualquiera de las otras. (Ver Citas, p. ) Sócrates se resiste a responder al desafío de que la justicia es deseable en sí misma, pero los demás le obligan. Expone su plan de ataque. Hay dos tipos de justicia política -la justicia que pertenece a una ciudad o a un estado- y la individual -la justicia de un hombre en particular-. Dado que una ciudad es más grande que un hombre, partirá de la base de que es más fácil buscar primero la justicia 11 en el plano político y después indagar si hay alguna virtud análoga en el individuo. Para localizar la justicia política, construirá una ciudad perfectamente justa desde cero, y verá dónde y cuándo entra la justicia en ella. Este proyecto ocupará La República hasta el libro IV. Sócrates introduce el principio fundacional de la sociedad humana: el principio de especialización. El principio de especialización establece que cada persona debe desempeñar la función para la que es naturalmente más adecuada y que no debe inmiscuirse en ningún otro asunto. El carpintero sólo debe construir cosas, el agricultor sólo debe cultivar. Detrás de este principio está la noción de que los seres humanos tienen inclinaciones naturales que deben ser satisfechas. La especialización exige no sólo la división del trabajo, sino la más adecuada. Sólo así, está convencido Sócrates, se puede hacer todo al más alto nivel posible. Una vez aislado el principio fundacional de la ciudad, Sócrates está preparado para empezar a construirla. Los primeros puestos que hay que cubrir son los que van a cubrir las necesidades de la vida, como la comida, el vestido, la salud y el refugio. La ciudad justa está poblada por artesanos, agricultores y médicos que hacen cada uno su propio trabajo y se abstienen de dedicarse a cualquier otra función. Todos ellos son miembros de lo que Sócrates considera la "clase productora", porque su función es producir objetos para su uso. Sócrates llama a esta ciudad la "ciudad sana" porque se rige sólo por los deseos necesarios. En la ciudad sana, sólo hay productores, y estos productores sólo producen lo que es absolutamente necesario para la vida. Glaucón no ve con tan buenos ojos esta ciudad, llamándola "ciudad de los cerdos". Señala que una ciudad así es imposible: la gente tiene deseos innecesarios además de los necesarios. Anhelan una comida rica, un entorno lujoso y el arte. La siguiente etapa es transformar esta ciudad en la ciudad del lujo, o la "ciudad con fiebre". Una vez que los lujos son demandados, se crean puestos como comerciante, actor, poeta, tutor y esteticista. Toda esta riqueza conducirá necesariamente a guerras, por lo que se necesita una clase de guerreros que mantenga la paz dentro de la ciudad y la proteja de las fuerzas exteriores. Los productores no pueden actuar como nuestros guerreros porque eso violaría nuestro principio de especialización. Sócrates pasa el resto de este libro, y la mayor parte del siguiente, hablando de la naturaleza y la educación de estos guerreros, a los que llama "guardianes". Es crucial que los guardianes desarrollen el equilibrio adecuado entre la gentileza y la dureza. No deben ser matones, ni pueden ser apáticos e ineficaces. Los miembros de esta clase deben ser cuidadosamente seleccionados: personas con la naturaleza correcta o la psicología innata. En particular, los guardianes deben ser animosos, o amantes del honor, filósofos o amantes del conocimiento, y físicamente fuertes y rápidos. La naturaleza no es suficiente para producir guardianes. La naturaleza debe ser protegida y aumentada con la educación. La educación de los guardianes implicará un entrenamiento físico para el cuerpo, y música y poesía para el alma. La educación de los guardianes es el aspecto más importante de la ciudad. Es el proceso de purificación a través del cual la ciudad malsana y lujosa puede ser purificada y depurada. Dado que la educación de los guardianes es tan importante, Sócrates nos la explica con minucioso detalle. Comienza describiendo qué tipo de historias se permitirán en la ciudad. Las historias que se cuentan a los jóvenes guardianes en formación, advierte, deben ser supervisadas estrechamente, porque son principalmente las historias las que forman el alma de un niño, al igual que la forma en que los 12 padres tratan a un bebé forma su cuerpo. El resto del Libro II, por lo tanto, es una discusión sobre los cuentos permitidos para contar sobre los dioses. Sócrates propone dos leyes que rigen la narración de tales historias. En primer lugar, los dioses siempre deben ser representados como totalmente buenos y como responsables sólo de lo que es bueno en el mundo. Si los dioses se presentan de otra manera (como los personajes belicosos, conspiradores y asesinos que la poesía tradicional describe), los niños crecerán inevitablemente creyendo que ese comportamiento es permisible, incluso admirable. En segundo lugar, los dioses no pueden ser representados como hechiceros que se transforman en diferentes formas o como mentirosos. De lo contrario, los niños crecerán sin la debida reverencia por la verdad y la honestidad. Análisis: Libro II, 368d-fin El principio básico de la educación, en la concepción de Platón, es que el alma, al igual que el cuerpo, puede tener un estado sano y otro insano. Como en el caso del cuerpo, este estado está determinado por lo que el alma consume y por lo que hace. La educación determina qué imágenes e ideas consume el alma y qué actividades puede y no puede realizar. Dado que el alma siempre está consumiendo, los estímulos disponibles en la ciudad deben ser rígidamente controlados. Platón compara las almas con las ovejas, que pastan constantemente. Si colocas a las ovejas en un campo de hierba envenenada, y consumen esta hierba poco a poco, acabarán enfermando y muriendo. Del mismo modo, si rodeas a un alma con influencias malsanas, poco a poco la absorberá y enfermará. Por esta razón, Platón no se limita a dictar los cursos específicos que se darán a los guardianes, sino que también dicta lo que se permitirá en la vida cultural de la ciudad en su conjunto. Los guardianes, como todos los demás, están constantemente absorbiendo imágenes. En la práctica, hay poca diferencia entre el programa escolar oficial y la vida cultural de la ciudad en general. Platón prescribe severos dictámenes sobre la vida cultural de la ciudad. Descarta toda la poesía, con la excepción de los himnos a los dioses y los elogios a los famosos, y limita la pintura y la arquitectura. Aunque Platón lamenta estos sacrificios estéticos, considera que deben hacerse en aras de la educación, que transforma la insalubre y lujosa ciudad en una ciudad pura y justa. ¿Cómo lo hace? La respuesta no quedará clara hasta que entendamos qué es la justicia política. Llegados a este punto, también podríamos preguntarnos si lo importante es sólo la educación de los guardianes. Si la educación determina si un alma está enferma o sana, ¿no nos importan las almas de los demás miembros de la sociedad? La respuesta, probablemente, es que sí nos importa la educación de todas las almas, pero como actualmente nos centramos en el bien de la ciudad, sólo nos interesa lo que afectará a la ciudad en su conjunto. Debido a la forma en que está configurada nuestra ciudad, con la clase productora excluida de la vida política, su educación no es tan importante para el bien de la ciudad como la educación de los guardianes. Aunque la educación es importante para todos, la educación de los productores, que se centraría en el desarrollo de habilidades adecuadas a la vocación especializada, no es tan relevante para el bien de la ciudad en su conjunto. Cuando la discusión pase a las cuestiones del individuo, Sócrates identificará como uno de los principales objetivos de la ciudad la educación de todo el pueblo en la medida en que pueda ser educado. Libro III, 386a-412b Resumen 13 Sócrates continúa discutiendo el contenido de las historias que se pueden contar a los guardianes, pasando a las historias sobre héroes. La función más importante de esta clase de historias es inmunizar a los jóvenes guardianes contra el miedo a la muerte. Los héroes nunca deben ser presentados como temerosos de la muerte o que prefieren la esclavitud a la muerte. El Hades -el lugar de las almas muertas- nunca debe presentarse como un lugar aterrador. Los héroes nunca deben ser presentados lamentando a los hombres famosos como si su muerte fuera algo malo. Los héroes nunca deben mostrarse participando en risas violentas, ya que las emociones violentas en una dirección suelen conducir a emociones violentas en la otra. Al igual que los dioses, siempre deben ser retratados como honestos. Glaucón plantea la cuestión de las historias sobre hombres mortales normales, pero Sócrates pospone la cuestión. Lo que los poetas dicen actualmente sobre los hombres, señala, es que los injustos suelen triunfar y los justos son desgraciados. Alaban a los primeros como sabios y declaran que es bueno ser injusto si uno puede salirse con la suya. Dado que nuestra misión actual es refutar estas afirmaciones, todavía no nos corresponde prohibir este tipo de historias. Primero debemos demostrar que estas afirmaciones son falsas y sólo entonces podremos proscribir estos relatos porque representan falsedades. Sócrates discute el estilo de las historias que se permitirán. Establece la métrica más apropiada, y se pregunta si estas historias deben ser en forma dramática o lírica. A partir de aquí, pasa a las otras artes, como la pintura y la arquitectura. En todas ellas -como en la poesía- prohíbe a los artistas representar personajes viciosos, desenfrenados, serviles y sin gracia. Se excluye cualquier característica que no sea la que deben emular los guardianes. Sócrates pasa a lo que podría parecer un tema sorprendente en una discusión sobre la educación: el amor correcto entre un niño y un hombre. Sócrates considera que estas relaciones son una parte vital de la educación de un niño. Su punto principal aquí es advertir contra la posibilidad de que cualquier relación sexual real contamine estas relaciones. Explica que no deben incluir un elemento erótico, sino sólo un tipo de amor puro. El entrenamiento físico de los guardianes es el siguiente tema. Este entrenamiento, advierte, debe parecerse al que se realiza para la guerra, más que al que realizan los atletas. Destaca la importancia de equilibrar adecuadamente la música y la poesía con el entrenamiento físico. Demasiado entrenamiento físico convertirá a los guardianes en salvajes, mientras que demasiada música y poesía los ablandará. Sócrates prescribe la formación médica que debe darse en la ciudad justa. Los médicos deben ser formados para tratar a los sanos, que padecen una única dolencia curable. No deben ser formados para tratar a los enfermos crónicos. A los que sufren una enfermedad física incurable se les debe dejar morir de forma natural. Los que padecen una enfermedad mental incurable deben morir activamente. Análisis: Libro III, 386a-412b El pasaje sobre el amor entre un hombre y un niño plantea la cuestión de qué tiene que ver el amor con la educación. El Eros, o amor propiamente dicho, es la emoción que nos motiva a ascender a las alturas del conocimiento. Como veremos más adelante, el verdadero conocimiento no se ciñe al mundo observable que nos rodea. El verdadero conocimiento, en cambio, tiene como objeto el 14 reino de las Formas, las verdades universales y eternas a las que sólo nuestra mente puede acceder. Aunque el estudio nos permite dar el salto intelectual hacia este reino superior, el eros proporciona la motivación emocional para estudiar. Para Platón, toda acción debe estar motivada por algún deseo o emoción. La motivación emocional que nos lleva a buscar las Formas es, pues, el amor erótico. Eros es el puente entre el mundo físico y el inteligible, la motivación de la búsqueda del filósofo. Según el diálogo de Platón, el Simposio, el amor erótico nos impulsa hacia el conocimiento en varios pasos. Primero amamos la belleza de un cuerpo físico. De ahí, pasamos a amar dos cuerpos físicos. A continuación, pasamos al amor de toda la belleza física, y luego al amor de las tradiciones e instituciones, a los estudios bellos y, finalmente, a un estudio supremo, el conocimiento de la propia belleza. Una vez que hemos alcanzado la belleza en sí misma, o la Forma de la Belleza, el viaje está completo. Hemos alcanzado el conocimiento y nos hemos convertido en verdaderos filósofos. Por lo tanto, el tema del amor erótico se adapta perfectamente a un debate sobre la educación. El amor erótico es necesario en la educación del filósofo. Platón prohíbe las relaciones sexuales para entrar en estas relaciones. En el tipo más elevado de amor -que conduce al conocimiento de las Formas- el objetivo es llevar al amado al conocimiento de la verdad y el bien. Lo que el amante desea, más que nada, es mejorar el alma del amado. Pero esto sólo explica por qué el amor no debe centrarse principalmente en el placer físico, no por qué Platón lo prohíbe. Platón consideraba que las relaciones sexuales no servían para ningún fin útil. Las relaciones heterosexuales deben ser toleradas porque son necesarias para la procreación, pero las homosexuales, según él, no sirven para nada más que para satisfacer el placer físico. Dado que las relaciones homosexuales son inútiles, no pueden ser buenas ni bellas. Lo que no es bueno ni bello debe evitarse. En segundo lugar, como Platón aclara más adelante en La República, la salud del alma de un hombre está determinada por los deseos que pretende satisfacer. Un alma justa es un alma que persigue los deseos correctos. El deseo del placer físico no es digno de cumplirse. Así que aunque el hombre bueno, el hombre filosófico, pueda tener deseos físicos dirigidos a su joven amigo, es crucial para su virtud que no actúe en base a ellos; no debe intentar satisfacer su lujuria por el placer físico. En cambio, debe transmutar ese deseo erótico en un anhelo de verdad y bondad, y un anhelo de encontrar esta verdad y bondad junto con su amada. Libro III, 412c-fin Resumen Ahora que Sócrates ha terminado de exponer la educación adecuada para los guardianes, introduce la tercera y última clase de la sociedad justa: los gobernantes. El grupo hasta ahora llamado guardianes se divide. Los mejores de este grupo serán elegidos como gobernantes, y sólo ellos serán ahora denominados "guardianes", mientras que el resto permanecerá como guerreros y serán denominados "auxiliares", porque su función es ayudar a los gobernantes cumpliendo y haciendo cumplir sus decisiones. Para asegurar la correcta selección de los gobernantes, todos los jóvenes guardianes en formación son observados de cerca. Se les hace pasar por varias pruebas para determinar cuáles de ellos permanecen firmes en su lealtad a la ciudad. Se les expone a diversos temores y placeres destinados 15 a tentarles o asustarles para que abandonen sus convicciones. Aquellos que superen estas pruebas pasarán a formas superiores de educación que les prepararán para gobernar. Los demás, destinados a ser guerreros, terminarán su educación donde la dejó Sócrates. La educación posterior de los gobernantes no se discute hasta el Libro VII. Para que nunca haya controversia sobre quién debe gobernar, Sócrates sugiere contar a todos los ciudadanos una ficción útil, que suele denominarse "el mito de los metales". El mito sostiene que todos los ciudadanos de la ciudad han nacido de la tierra. Esta ficción persuade a la gente a ser patriótica. Tienen motivos para jurar lealtad a su parcela particular y a sus conciudadanos. Esa parcela es su madre, y sus conciudadanos son sus hermanos y hermanas. El mito sostiene que cada ciudadano tiene un cierto tipo de metal mezclado con su alma. En las almas de los más aptos para gobernar hay oro, en las de los aptos para ser auxiliares hay plata, y en las de los aptos para ser productores hay bronce o hierro. La ciudad nunca debe ser gobernada por alguien cuya alma esté mezclada con el metal equivocado; según un oráculo, la ciudad se arruinará si eso ocurre. Hay que decir al pueblo que, aunque la mayoría de las personas de hierro y bronce produzcan hijos de hierro y bronce, las de plata hijos de plata y las de oro hijos de oro, no siempre es así. Es fundamental observar a la siguiente generación para descubrir su clase de alma. Los que nacen de productores pero parecen tener la naturaleza de un guardián o de un auxiliar serán arrebatados y criados con otros niños de ese tipo. Del mismo modo, los nacidos de tutores o auxiliares que parezcan más aptos como productores serán apartados a esa clase de sociedad. Aunque la sociedad justa es rígida en cuanto a la movilidad de los adultos entre las clases, no es tan rígida en cuanto a la herencia. Platón termina el capítulo con una breve discusión sobre la vivienda que se proporciona a los guardianes. Los guardianes, se nos dice, viven todos juntos en viviendas que les proporciona la ciudad. Los guardianes no reciben ningún salario y no pueden tener ninguna riqueza o propiedad privada. La ciudad los mantiene en su totalidad a través de los impuestos de la clase productora. Una última ficción útil que se les dirá a los guardianes es que es ilegal para ellos incluso manejar el oro o la plata, que es impío para ellos mezclar el oro y la plata terrenales con la plata y el oro divinos en sus almas. El razonamiento de Sócrates es claro: si se permite que los gobernantes adquieran propiedades privadas, inevitablemente abusarán de su poder y comenzarán a gobernar para su propio beneficio, en lugar del bien de toda la ciudad. Análisis: Libro III, 412c-fin La mayoría de los que leen por primera vez La República se sorprenden de lo autoritaria que es la ciudad ideal de Platón. En esta sección, muchos de los aspectos autoritarios salen a la luz. La libertad personal no se valora. El bien del Estado está por encima de cualquier otra consideración. Las clases sociales son rígidas y las personas son clasificadas en ellas sin tener en cuenta sus preferencias. Por supuesto, Platón se opondría a esta última afirmación diciendo que cada persona encontrará su clase más agradable, ya que es la que mejor se adapta a su naturaleza. Sin embargo, no se les da ninguna información cuando el Estado determina la vida que van a llevar. El destino de un ciudadano -productor, guerrero o gobernante- se decide a una edad temprana, y no se toman medidas para que los individuos cambien de clase a medida que maduran. 16 Los que tachan de autoritaria a la ciudad ideal también pueden señalar la propaganda controlada por el Estado en forma de mito de los metales. La ironía es que, para alguien que afirmaba valorar tanto la verdad, Platón no tiene muchos problemas para justificar el engaño a gran escala. El bien del Estado prevalece sobre todo lo demás, incluida la importancia de la verdad. Pero en lugar de alejarnos de esta utopía autoritaria con horror, podríamos hacer bien en suspender el juicio por el momento. Al leer La República, deberíamos preguntarnos por qué valoramos tanto la libertad personal y qué podríamos estar sacrificando al dar tanta prioridad a la libertad. Libro IV, 419a-434c Resumen Adeimanto interrumpe a Sócrates para señalar que ser gobernante suena desagradable. Dado que el gobernante no tiene riqueza privada, nunca puede hacer un viaje, tener una amante o hacer las cosas que la gente cree que los hacen felices. Sócrates responde recordando a sus amigos que su objetivo al construir esta ciudad no es hacer feliz a ningún grupo a expensas de cualquier otro, sino hacer que la ciudad en su conjunto sea lo más feliz posible. No podemos proporcionar a los guardianes el tipo de felicidad que los convertiría en algo más que guardianes. Compara este caso con la construcción de una estatua. El color más bello del mundo, afirma con rotundidad, es el púrpura. Por tanto, si nuestra intención fuera hacer que los ojos de la estatua fueran lo más bellos posible, los pintaríamos de color morado. Como ningún ser humano tiene los ojos morados, esto restaría belleza a la estatua en su conjunto, así que no pintamos los ojos de color morado. En la estatua, como en la ciudad, debemos tratar cada parte de forma adecuada, para que la situación sea la mejor para el conjunto. Sócrates procede a tratar varios temas relacionados con el estilo de vida de los guardianes. Le dice a Adeimanto, amante del dinero, que en la ciudad no habrá ni riqueza ni pobreza, ya que no habrá dinero. Adeimanto objeta que una ciudad sin dinero no puede defenderse de los invasores, pero Sócrates le recuerda a Adeimanto que nuestra ciudad tendrá los mejores guerreros y señala que cualquier ciudad vecina estaría encantada de acudir en nuestra ayuda si le prometiéramos todo el botín de guerra. Sócrates limita el tamaño de la ciudad, advirtiendo que no debe ser tan grande como para no poder gobernarla bien con el sistema actual. Sugiere que los guardianes velen por su propia educación elemental por encima de todo, y que compartan todo en común entre ellos, incluyendo esposas e hijos. Declara que la ciudad justa no necesita leyes. Si la educación de los guardianes se lleva a cabo como está previsto, los guardianes estarán en condiciones de decidir cualquier punto de la política que surja. Todo lo que consideramos como una cuestión de derecho puede dejarse al criterio de los gobernantes debidamente educados. Sócrates declara completa la ciudad justa. Puesto que esta ciudad ha sido creada para ser la mejor ciudad posible, podemos estar seguros de que tiene todas las virtudes. Para definir estas virtudes, basta con que miremos a nuestra ciudad y las identifiquemos. Así que ahora buscaremos cada una de las cuatro virtudes: sabiduría, valor, moderación y justicia. Primero encontramos la sabiduría. La sabiduría recae en los guardianes por su conocimiento de cómo debe gobernarse la ciudad. Si los guardianes no gobernaran, si fuera una democracia, por ejemplo, su virtud no se traduciría en la virtud de la ciudad. Pero como están al mando, su sabiduría se convierte en la virtud de la ciudad. El valor reside en los auxiliares. Sólo su valor cuenta como 17 virtud de la ciudad porque son ellos los que deben luchar por la ciudad. Un campesino valiente, o incluso un gobernante, no le haría ningún bien a la ciudad. La moderación y la justicia, en contraste con la sabiduría y el coraje, se extienden por toda la ciudad. La moderación se identifica con el acuerdo sobre quién debe gobernar la ciudad, y la justicia, por último, es su complemento: el principio de especialización, la ley de que cada uno haga el trabajo para el que es más adecuado. Así pues, hemos alcanzado uno de nuestros dos objetivos, al menos parcialmente. Hemos identificado la justicia a nivel de toda la ciudad. Nuestra siguiente tarea es ver si existe una virtud análoga en el caso del individuo. Análisis: Libro IV, 419a-434c Sócrates ha dado por fin una definición de justicia. Esta definición se asemeja mucho a las dos definiciones de justicia presentadas en el Libro I. Céfalo aventuró que la justicia era el cumplimiento de las obligaciones legales, mientras que su hijo Polemarco sugirió que la justicia equivale a ayudar a los amigos y perjudicar a los enemigos. Estas dos definiciones están vinculadas por el imperativo de dar lo que es debido, o de dar a cada uno lo que es apropiado. Este mismo imperativo encuentra una expresión variada en la definición de Platón de la justicia: la justicia como un acuerdo político en el que cada persona desempeña el papel adecuado. Lo que se le debe a cada persona se le entrega de una vez. A cada uno se le asigna el papel en la sociedad que mejor se adapta a su naturaleza y que mejor sirve a la sociedad en su conjunto. En cierto sentido, Polemarco y Céfalo no estaban tan equivocados. Sin embargo, al seguir las nociones tradicionales, estaban pensando en la justicia como un conjunto de acciones, en lugar de como una estructura de la sociedad, un fenómeno que se extiende por toda la ciudad. Además de la definición de la justicia, en esta sección también tenemos las definiciones de otras cuatro virtudes. El valor de la ciudad, nos dice Sócrates, se encuentra en los auxiliares, porque sólo su valor afectará a la ciudad en su conjunto. Sin embargo, justo después de hacer esta afirmación, pasa a decirnos que lo que poseen los auxiliares no es simplemente valor, sino algo que él llama "valor cívico". Muchos estudiosos han interpretado el valor cívico como una especie de valor de segunda categoría. Lo que tienen los auxiliares, nos dice Sócrates, son las creencias correctas sobre lo que hay que temer y lo que no hay que temer. Su valor se basa en la creencia, más que en el conocimiento. Más adelante en el libro, indica que la verdadera virtud debe basarse en el conocimiento, sugiriendo que la virtud basada en el hábito o la creencia y no en el conocimiento fracasará cuando las cosas se pongan muy difíciles. Dado que sólo los guardianes poseen conocimiento, sólo los guardianes pueden ser verdaderamente virtuosos o valientes. Libro IV, 435d-fin Resumen Ahora que Sócrates ha identificado la justicia social, pasa a buscar la justicia individual. La justicia en el individuo, al igual que en la ciudad, implica la correcta relación de poder entre las partes, ocupando cada una de ellas el papel que le corresponde. En el individuo, las "partes" no son clases de la sociedad, sino que son aspectos del alma, o fuentes de deseo. 18 Para argumentar que la justicia individual es paralela a la justicia política, Sócrates debe afirmar que existen precisamente tres partes del alma. Al catalogar los diversos deseos humanos, identifica una parte racional del alma que codicia la verdad, una parte espiritual del alma que codicia el honor y una parte apetitiva del alma que codicia todo lo demás, incluyendo la comida, la bebida, el sexo y especialmente el dinero. Estas tres partes del alma corresponden a las tres clases de la ciudad justa. El apetito, o parte amante del dinero, es el aspecto del alma más prominente entre la clase productora; el espíritu o parte amante del honor es más prominente entre los auxiliares; y la razón, o parte amante del conocimiento, es dominante en los guardianes. Las relaciones justas entre las tres partes del alma reflejan las relaciones justas entre las clases de la sociedad. En una persona justa, la parte racional del alma gobierna a las demás partes, y la parte espiritual actúa como ayudante para mantener a raya a la parte apetitiva. Compárese con la ciudad donde los guardianes amantes de la verdad gobiernan, y los auxiliares amantes del honor actúan como sus ayudantes para mantener a raya a los productores amantes del dinero. Lo que significa que una parte del alma "gobierne" a las demás es que toda el alma persiga los deseos de esa parte. En un alma gobernada por el espíritu, por ejemplo, toda el alma tiene como objetivo alcanzar el honor. En un alma gobernada por el apetito, toda el alma tiene como objetivo satisfacer estos apetitos, ya sea por la comida, la bebida, el sexo, los bienes materiales finos o las hordas de riqueza. En un alma justa, el alma está orientada por completo a satisfacer cualquier deseo de conocimiento que la razón produzca. Sócrates ha cumplido completamente su primer objetivo: ha identificado la justicia tanto en el plano político como en el individual. Sin embargo, al dar cuenta de la justicia, se ha desviado de nuestras nociones intuitivas de lo que es esta virtud. Tendemos a pensar en la justicia como un conjunto de acciones, pero Sócrates afirma que la justicia es realmente un resultado de la estructura del alma. Después de identificar la justicia individual, demuestra que una persona cuya alma está en la disposición correcta se comportará de acuerdo con las normas intuitivas de la justicia. Tiene que demostrar que la noción de justicia a la que acabamos de llegar no es contraria a nuestras intuiciones, que esta noción da cuenta de nuestras intuiciones y las explica. Sócrates señala que, dado que nuestra persona justa se rige por el amor a la verdad, no se dejará llevar por la lujuria, la codicia o el deseo de honor. Por ello, afirma Sócrates, podemos estar seguros de que nunca robará, traicionará a sus amigos o a su ciudad, cometerá adulterio, faltará al respeto a sus padres, violará un juramento o un acuerdo, descuidará a los dioses o cometerá cualquier otro acto comúnmente considerado injusto. Su fuerte amor a la verdad debilita los impulsos que podrían conducir al vicio. Sócrates concluye el Libro IV afirmando que la justicia equivale a la salud del alma: un alma justa es un alma con sus partes dispuestas adecuadamente, y es por tanto un alma sana. Un alma injusta, por el contrario, es un alma insana. Teniendo en cuenta este hecho, ahora estamos en condiciones de sospechar al menos que vale la pena ser justo. Después de todo, ya hemos admitido que la salud es algo deseable en sí mismo, por lo que si la justicia es la salud del alma, entonces también debería ser deseable. Platón considera que aún no está preparado para argumentar a favor del valor de la justicia. Aplaza las pruebas definitivas hasta el libro IX. Análisis: Libro IV, 435d-fin La palabra justicia es aplicada por Platón tanto a las sociedades como a los individuos, y la estrategia general de Platón en La República es explicar primero la noción primaria de justicia política, para 19 luego derivar un concepto análogo de justicia individual. Platón define la justicia política como algo inherentemente estructural. Una sociedad se compone de tres clases principales de personas: los productores, los auxiliares y los guardianes. La sociedad justa consiste en las relaciones correctas y fijas entre estas tres clases. Cada uno de estos grupos debe hacer el trabajo apropiado, y sólo ese trabajo, y cada uno debe estar en la posición correcta de poder e influencia en relación con el otro. En esta sección, Platón se propone demostrar que las tres clases de la sociedad tienen análogos en el alma de cada individuo. En otras palabras, el alma, como la ciudad, es una entidad tripartita. El individuo justo puede definirse por analogía con la sociedad justa; las tres partes de su alma están fijadas en las relaciones de poder e influencia requeridas. Para que esta afirmación funcione, Platón debe demostrar que realmente hay tres partes del alma. El argumento del alma tripartita tiene dos patas distintas, y la relación entre ellas es oscura. La primera pata intenta establecer la presencia de tres conjuntos distintos de deseos en cada individuo. La segunda pata argumenta que estos tres conjuntos de deseo corresponden a tres fuentes distintas de deseo, tres partes distintas del alma. La conclusión final es que cada individuo tiene un alma tripartita. Platón tiene que clasificar los deseos, ya que demostrar que hay tres partes distintas del alma sin establecer primero que hay estos tres tipos de deseo, no sería tan eficaz ni convincente desde el punto de vista estilístico. El primer tramo tiende un puente para pasar del nivel social al individual, mostrando que las propiedades grupales se derivan de las individuales. ¿Por qué es importante para Platón demostrar que los tres tipos de deseo presentes en cada individuo corresponden a tres fuentes independientes de deseo? ¿Por qué no sería suficiente sostener que estas tres fuerzas se manifiestan en diferentes momentos por el mismo sujeto, pero no corresponden a tres partes distintas del alma? Esta distinción permite que los tres tipos de deseo se ejerzan simultáneamente. La justicia política es una propiedad estructural, que consiste en las relaciones de tres partes necesarias. Las relaciones que constituyen la armonía política son fijas y estáticas en el mismo sentido que las proporciones matemáticas que constituyen la armonía musical. En el individuo, aunque los deseos van y vienen, la relación entre los diferentes conjuntos de deseos permanece fija. La división del alma en tres partes es crucial para el proyecto general de Platón de ofrecer el mismo tipo de explicación de la justicia, ya sea aplicada a las sociedades o a los individuos. Platón comienza su argumentación a favor del alma tripartita estableciendo un criterio de individuación. La misma cosa no puede ser afectada de dos maneras opuestas al mismo tiempo (436c). Como pares de opuestos, incluye "el asentimiento y el disentimiento, el querer tener algo y rechazarlo, el tomar algo y apartarlo" (437b). Platón argumenta la verdad de esta afirmación trayendo analogías del comportamiento de los cuerpos -un método que puede parecer ilegítimo, dado que quiere utilizar el principio para aplicarlo a aspectos del alma (en particular, a los deseos opuestos), no a los objetos físicos. Para dar el salto de las observaciones sobre las fuerzas y los deseos a las conclusiones sobre las partes del alma, Platón se apoya a lo largo del argumento en una afirmación metafísica suprimida. Donde hay deseo, está el agente del deseo: la cosa que desea. Partiendo de esta premisa y del criterio de individuación, llegará a tres partes distintas del alma, correspondientes a los tres aspectos que ha identificado dentro de la ciudad. 20 Platón intenta primero establecer la existencia de una parte puramente apetitiva del alma utilizando este método. La sed es un deseo. Hay un sujeto de este deseo. La sed es un deseo de bebida no calificada, es decir, de ningún tipo de bebida en particular, sólo de bebida (437e). Ahora viene una digresión lógica, cuyo objetivo es excluir la combinación de fuerzas apetitivas y racionales en el mismo sujeto. El resultado de la digresión lógica es que si la verdad sobre a es relativa a la verdad sobre b, entonces si b se califica de una manera determinada, a debe calificarse análogamente (438a-e). Por lo tanto, el agente de la sed desea beber sin calificar (439b). Dado que el agente desea la bebida no calificada en lugar de la buena bebida, la saludable, etc., no se puede sostener que este sujeto sea una combinación de fuerzas apetitivas y racionales. El sujeto correspondiente a la sed se caracteriza por el puro impulso animal, sin discriminación racional. Si, por el contrario, el deseo de beber fuera teóricamente inextricable del deseo de una bebida buena o saludable, no habría apetito puro y, en consecuencia, no habría un sujeto puramente apetitivo. El deseo de beber es representativo de toda una clase de deseos que provienen del mismo agente. Otros deseos apetitivos son el hambre y el deseo sexual. El sujeto que desea sin reservas la comida, la bebida y el sexo es la parte apetitiva (437c). Platón no siente la necesidad de establecer que el mismo agente es responsable de estos diversos deseos, aunque obviamente relacionados. No se exige ninguna razón para la identificación de los agentes del deseo, sólo para su separación. A continuación, Platón intenta aislar la parte racional del alma. Dice que si hay un deseo que se opone al deseo apetitivo, hay otro agente del deseo separado. Luego hace la afirmación empírica de que a veces hay personas sedientas que no desean beber (439c). Por lo tanto, hay un agente que desea beber, y otro agente que desea no beber. Platón hace entonces otra afirmación empírica: que los deseos que se oponen a los apetitos provienen siempre del pensamiento racional (439d). Concluye que los deseos del segundo agente provienen del pensamiento racional. Ahora cree haber identificado un sujeto puramente apetitivo y otro puramente racional. Platón no está justificado al afirmar que la razón se opone siempre al apetito. Es bastante fácil concebir una situación en la que el espíritu, y no la razón, se oponga al apetito. Platón no necesita afirmar con tanta fuerza que sólo la razón se opone al apetito. En su lugar, podría dar un ejemplo de un deseo antiapetente que, de hecho, procede de la razón -por ejemplo, no querer la bebida porque no es saludable-. Entonces podría concluir que existe un agente distinto del apetito y que los deseos de este agente provienen del pensamiento racional. Añadir la afirmación extra de que todos los deseos que se oponen a los deseos apetitivos provienen de la razón, es innecesario, falso e inconsistente con un paso posterior en este argumento que muestra al espíritu oponiéndose al apetito. Sería más problemático si se pudiera imaginar una situación en la que dos apetitos se opusieran el uno al otro. Platón respondería, sin embargo, que es la razón la que nos dice que dos deseos apetitivos en conflicto se excluyen mutuamente, obligándonos a verlos como deseos opuestos. Después de haber defendido la existencia de dos partes diferentes del alma -una apetitiva y otra racional-, Platón sólo necesita establecer que existe una tercera parte del alma, la espiritual, para completar la analogía con la ciudad. Una vez más, comienza este proyecto estableciendo la existencia de una tercera rama del deseo, así como un agente de ese deseo. La ira y la indignación 21 son deseos. Existe un agente de estos deseos. A continuación, intenta demostrar que este tercer agente no se reduce a ninguno de los dos ya establecidos. Primero demuestra que el espíritu no es el apetito. Un hombre puede sentirse enojado por sus apetitos (440a). El tercer agente no es lo mismo que la parte apetitiva. En contraste con las otras identificaciones potenciales -es decir, la razón con el apetito, el espíritu con el apetito-, la única identificación posible que Platón contempla entre el espíritu y la razón coloca al espíritu en la posición de secuaz de la razón, llevando a cabo los deseos que ésta dicta. Por tanto, Platón no utiliza el criterio habitual de individuación para distinguir el espíritu de la razón. En cambio, intenta mostrar que el espíritu no puede ser el secuaz de la razón porque a veces actúa en ausencia de ésta. Los niños y los animales tienen los deseos del tercer agente sin tener la parte del alma que razona (441b). Por lo tanto, el tercer agente no es la parte racional del alma. Platón concluye que hay tres partes separadas del alma: el apetito, el espíritu y la razón. ¿En qué sentido son estas tres partes distintas y en qué sentido forman un todo unificado? El argumento de Platón a favor de un alma tripartita en el Libro IV, así como su descripción de las tres partes del alma en el Libro IX, dependen principalmente de la identificación del alma y sus partes a través de los deseos ejercidos. Los deseos son principios activos, fuerzas que motivan al cuerpo pasivo. El alma, por tanto, al menos aquí, puede verse como una entidad metafísica que sirve de sede a la actividad humana. El alma es el conjunto de principios activos del ser humano. Según Platón, hay tres fuerzas "psicológicas" principales que actúan en un individuo: la fuerza que tiene como objeto las entidades físicas y el dinero; la fuerza que tiene como objeto las entidades no materiales pero mundanas, como el honor y la victoria; y la fuerza que tiene como objeto el reino insensible de las Formas. Estas tres fuerzas se expresan en deseos que corresponden al apetito, al espíritu y a la razón. Estas tres fuerzas forman una sola entidad, el alma, ya que constituyen el conjunto de principios activos del individuo. Sin embargo, son principios activos distintos que actúan de manera diferente y tienen objetos muy distintos. Dado que el alma es la sede de las fuerzas humanas, está claro por qué Platón pensó que era apropiado individualizar sus partes demostrando deseos opuestos en ella. La mejor manera de demostrar que hay fuerzas activas que actúan independientemente dentro del alma es demostrar que estas fuerzas se ejercen en oposición unas a otras. Es evidente que la misma fuerza activa no puede ser responsable del ejercicio de dos fuerzas opuestas. Revelar deseos opuestos equivale a revelar fuerzas activas discretas dentro de la sede colectiva de la actividad. Platón utiliza este criterio de individuación para demostrar que hay tres fuerzas activas dentro del alma. Aunque consigue aislar tres tipos de deseo, no hace nada para demostrar que no hay más que tres fuerzas activas. Tal vez, más que un alma tripartita, exista realmente un alma cuatripartita o quinpartita. ¿Qué pruebas tiene Platón para restringirla a tres? El análisis tripartito del alma de Platón plantea al menos tres afirmaciones bastante sustanciales. En primer lugar, existen agentes psicológicos del deseo que poseen las fuerzas que actúan sobre el cuerpo. En segundo lugar, la multitud de deseos que posee un individuo puede reducirse a tres categorías principales, correspondientes a tres de esos agentes psicológicos del deseo que controlan el comportamiento humano. En tercer lugar, la descripción fundamental de la psicología humana la de la "estructura del alma"- tiene implicaciones éticas y es necesaria para comprender la justicia. 22 Mientras que la primera y la tercera afirmaciones tienen poca vigencia entre los pensadores modernos, la división tripartita de la psique individual o del alma ha seguido siendo una hipótesis viable para explicar los conflictos psicológicos internos en la era moderna. Sobrevive, en formas modificadas, en reencarnaciones modernas como la división tripartita de Freud entre el id, el ego y el superego. Libro V, 449a-472a Resumen Habiendo identificado la ciudad justa y el alma justa, Sócrates quiere ahora identificar otras cuatro constituciones de la ciudad y el alma, todas ellas viciosas en diversos grados. Pero antes de que pueda avanzar en este proyecto, Polemarco y Adeimanto le interrumpen. Quieren que vuelva a la afirmación que hizo de pasada sobre compartir cónyuges e hijos en común. Sócrates se lanza a una larga discusión sobre el estilo de vida de los guardianes. En la primera de varias afirmaciones radicales que hace en esta sección, Sócrates declara que las mujeres serán criadas y formadas junto a los hombres, recibiendo la misma educación y asumiendo las mismas funciones políticas. Aunque reconoce que en muchos aspectos los hombres y las mujeres tienen naturalezas diferentes, cree que en el aspecto relevante -la división entre personas apetitivas, espirituales y racionales- las mujeres siguen las mismas líneas naturales que los hombres. Algunas son naturalmente apetitivas, otras naturalmente espirituales y otras naturalmente racionales. La ciudad ideal las tratará y utilizará como tales. Sócrates habla entonces de la exigencia de que todos los cónyuges e hijos sean tenidos en común. Para los guardianes, las relaciones sexuales sólo tendrán lugar durante ciertas épocas fijas del año, designadas como fiestas. Los hombres y las mujeres se convertirán en marido y mujer en estos festivales durante la duración aproximada de las relaciones sexuales. Los emparejamientos se determinarán por sorteo. Algunas de estas personas, las más admirables y, por tanto, las que más deseamos que se reproduzcan, pueden tener hasta cuatro o cinco cónyuges en uno solo de estos festivales. Todos los hijos producidos por estas fiestas de apareamiento serán arrebatados a sus padres y criados juntos, de modo que nadie sabe qué hijos descienden de qué adultos. En ningún otro momento del año se permite el sexo. Si los guardianes tienen relaciones sexuales en un momento no designado y resulta un niño, el entendimiento es que este niño debe ser matado. Para evitar el incesto involuntario, los tutores deben considerar como propios a todos los niños que nazcan entre siete y diez meses después de su cópula. Estos niños, a su vez, deben considerar a ese mismo grupo de adultos como sus padres, y a los demás como hermanos y hermanas. Las relaciones sexuales entre estos grupos están prohibidas. Sócrates explica que estas reglas de procreación son la única manera de asegurar una ciudad unificada. En la mayoría de las ciudades la lealtad de los ciudadanos está dividida. Se preocupan por el bien del conjunto, pero se preocupan aún más por su propia familia. En la ciudad justa, todos son considerados como familia y tratados como tal. No hay lealtades divididas. Como dice Sócrates, todos en la ciudad dicen "lo mío" sobre las mismas cosas. La ciudad está unificada porque comparte todos sus objetivos y preocupaciones. 23 La última pregunta que hay que hacerse es si esto es un requisito plausible, si se puede pedir a cualquiera que se adhiera a este estilo de vida, sin lazos familiares, sin riqueza y sin interludios románticos. Pero antes de responder a esta pregunta, Sócrates aborda algunas otras cuestiones relativas al estilo de vida de los guardianes, todas ellas relacionadas con la guerra. Afirma que los niños que se preparan para ser guardianes deben ser llevados a la guerra para que puedan observar y aprender el arte como cualquier joven aprendiz. Recomienda que los lleven a caballo para que puedan escapar en caso de derrota. También explica que cualquiera que se comporte de forma cobarde en la guerra será despojado de su papel de guardián. Termina hablando de la manera adecuada de tratar a los enemigos derrotados. Cuando se trata de enemigos griegos, ordena que no se esclavice a los vencidos y que no se destruyan sus tierras de forma permanente. Esto se debe a que todos los griegos son realmente hermanos, y con el tiempo volverá a haber paz entre ellos. Cuando se trata de enemigos bárbaros, es decir, no griegos, todo vale. Análisis: Libro V, 449a-472a Platón aboga por la educación igualitaria de las mujeres en el Libro V, pero sería inexacto pensar que Platón creía en la noción moderna de igualdad entre los sexos. En esta sección afirma que las mujeres son inferiores a los hombres en todos los aspectos, incluido el intelectual. No podía pensar que todas las mujeres fueran inferiores a todos los hombres, pues de lo contrario la división de las mujeres en las tres clases no tendría sentido. En cambio, creía que dentro de cada clase las mujeres son inferiores a los hombres. Así, por ejemplo, las mujeres guardianas serían superiores a los hombres de las otras dos clases, pero inferiores a la mayoría de los hombres de su propia clase. En cuanto al tema más amplio de la vida familiar, cabe preguntarse por qué las familias comunes se limitan a la clase de los guardianes. Dado que este arreglo se ofrece como una garantía de patriotismo, un golpe preventivo contra las lealtades divididas, ¿por qué debería aplicarse sólo a esta clase de la sociedad? Lo primero que hay que señalar en relación con este tema es que las restricciones a la vida familiar probablemente se aplican tanto a la clase tutelar como a la auxiliar. Al fin y al cabo, estas dos clases son criadas y educadas juntas hasta la adolescencia, cuando los gobernantes son elegidos como los mejores del grupo, por lo que es probable que sus estilos de vida sean también los mismos. Platón es a menudo descuidado con el término "guardián", utilizándolo para aplicarlo a veces sólo a los gobernantes y otras veces tanto a los gobernantes como a los guerreros. Es probable que la restricción de la riqueza personal se aplique también a los auxiliares. La única clase que queda fuera de este requisito es la de los productores. Como los productores tienen poco que ver con la vida política de la ciudad -no tienen que tomar ninguna decisión relativa a la ciudad, ni luchar en nombre de ella- su patriotismo no importa. Al igual que vimos que un agricultor valiente no hace ningún bien a la ciudad en su conjunto, un artesano o un médico patriotas son irrelevantes desde el punto de vista del bien de la sociedad. La única tarea política de los productores es obedecer. Libro V, 471e-fin Resumen ¿Qué pasa con alguien que cree en las cosas bellas pero no cree en lo bello en sí? 24 Sócrates ya ha dilatado bastante el tiempo y debe explicar cómo se puede obligar a los guardianes a vivir de esta manera tan extraña. Su respuesta es la afirmación más radical hasta ahora. Nuestro sistema sólo es posible, dice, si los gobernantes son filósofos. Así introduce el concepto de reyfilósofo, que domina el resto de La República. Para respaldar esta impactante afirmación, Sócrates debe explicar, por supuesto, qué quiere decir con el término "filósofo". Está claro que no puede referirse al tipo de personas que actualmente se llaman "filósofos", ya que estas personas no parecen aptas para gobernar. El primer paso para presentar al verdadero filósofo es distinguir a estas personas especiales de una marca de psuedointelectuales a los que Sócrates se refiere como los "amantes de las vistas y los sonidos". Los amantes de las vistas y los sonidos son estetas, diletantes, personas que pretenden ser expertos en el tema particular de la belleza. En la distinción entre el filósofo y el amante de las vistas y los sonidos entra por primera vez en La República la teoría de las formas. Platón no explica a través de Sócrates qué son las formas, sino que da por sentado que su público está familiarizado con la teoría. Las formas, aprendemos en otros diálogos platónicos, son ideas absolutas eternas, inmutables y universales, como el Bien, lo Bello y lo Igual. Aunque las formas no se pueden ver -sólo se pueden captar con la mente-, son las responsables de que las cosas que percibimos a nuestro alrededor se conviertan en lo que son. Cualquier cosa roja que veamos, por ejemplo, sólo es roja porque participa de la Forma del Rojo; cualquier cosa cuadrada sólo es cuadrada porque participa de la Forma del Cuadrado; cualquier cosa bella sólo es bella porque participa de la Forma de la Belleza, y así sucesivamente. Lo que diferencia a los filósofos de los amantes de las vistas y los sonidos es que aprehenden estas Formas. Los amantes de las vistas y los sonidos afirman saberlo todo sobre las cosas bellas, pero no pueden afirmar tener ningún conocimiento de la Forma de lo Bello, ni siquiera reconocen que exista tal cosa. Dado que los amantes de las vistas y los sonidos no se ocupan de las formas, afirma Sócrates, sino sólo de las cosas particulares sensibles -es decir, de las cosas particulares que percibimos a nuestro alrededor-, pueden tener opiniones, pero nunca conocimiento. Sólo los filósofos pueden tener conocimiento, cuyos objetos son las Formas. Para respaldar esta segunda afirmación radical -que sólo los filósofos pueden tener conocimientoSócrates pinta un fascinante cuadro metafísico y epistemológico. Divide toda la existencia en tres clases: lo que es completamente, lo que no es en absoluto y lo que es y no es. Lo que es completamente, nos dice, es completamente conocible; lo que no es de ninguna manera es objeto de ignorancia; lo que es y no es es objeto de opinión o creencia. Las únicas cosas que son completamente son las Formas. Sólo la Forma de lo Bello es completamente bella, sólo la Forma de la Dulzura es completamente dulce, y así sucesivamente. Los particulares sensibles son y no son. Incluso la manzana más dulce está también mezclada con algo agrio -o no dulce-. Incluso la mujer más hermosa es simple -o no hermosa- cuando se la juzga según ciertos criterios. Por tanto, sólo podemos saber sobre las Formas, y no sobre las particularidades sensibles. Por eso sólo los filósofos pueden tener conocimiento, porque sólo ellos tienen acceso a las Formas. Análisis: Libro V, 471e-fin En esta sección Platón hace una de las afirmaciones más importantes del libro: sólo el filósofo tiene conocimiento. De hecho, si leemos La República como una defensa de la actividad filosófica, tal y 25 como sugiere Allan Bloom, ésta podría considerarse la afirmación más importante. Explica por qué la filosofía es crucial para la vida de la ciudad, más que una amenaza para la sociedad. El argumento de esta afirmación procede, a grandes rasgos, como sigue. Sólo "lo que es completamente" es completamente conocible. Sólo las Formas cuentan como "lo que es completamente". Sólo los filósofos tienen acceso a las Formas. Sólo los filósofos tienen conocimiento. Que sólo las Formas cuenten como "lo que es completamente" es una idea radical y discutible. ¿Puede una mujer bella ser completamente bella? ¿No es cierto que sólo es bella según algunos criterios y no según otros? Comparada con una diosa, por ejemplo, probablemente parezca sencilla. Por tanto, la mujer bella no es completamente bella. Ninguna particularidad sensible puede ser completamente cualquier cosa: juzgada por algunos estándares, o vista de alguna manera, carecerá de esa cualidad. Seguramente perderá esa cualidad con el tiempo. Nada es dulce para siempre; la fruta acaba marchitándose, pudriéndose, secándose. Nada es bello para siempre; los objetos acaban por corroerse, envejecer o perecer. La Forma de la Belleza no es otra cosa que la belleza pura que perdura sin alteraciones para siempre. En la concepción de Platón, todas las Formas poseen sus cualidades singulares de forma completa, eterna y sin cambios. Que sólo "lo que es completamente" es completamente conocible es una idea difícil de aceptar, incluso cuando entendemos lo que Platón quiere indicar al hablar de las Formas. Consideremos a nuestra hermosa mujer. Recordemos que ella es al mismo tiempo bella y no bella y que su belleza debe desaparecer inevitablemente. Entonces, ¿cómo podemos saber que es bella, cuando no es completa o permanentemente bella? Pensar que es bella no puede equivaler a un conocimiento si es parcialmente falso. Pero, ¿por qué no podemos decir que sabemos exactamente en qué sentido es bella y en qué sentido no, que conocemos todo el panorama? La razón por la que esto no funciona es que nuestra hermosa mujer es una entidad cambiante, como lo son todos los particulares sensibles. Como ella misma es una entidad cambiante, nuestra comprensión de ella, si es correcta, tiene que cambiar también. Platón insiste en que el conocimiento no cambia. El conocimiento para Platón, como para Aristóteles y muchos pensadores desde entonces, consiste en verdades eternas, inmutables y absolutas, del tipo que él consideraría científico. Dado que el conocimiento se limita a las verdades eternas, inmutables y absolutas, no puede aplicarse a los detalles siempre cambiantes del mundo sensible. Sólo puede aplicarse a lo que es completamente, a lo que es estable y eternamente inmutable. Algunos podrían afirmar que Platón comete un error al saltar de la afirmación de que el conocimiento debe aplicarse a las verdades estables e inmutables a la afirmación de que el conocimiento sólo se aplica a las formas. Su alumno Aristóteles también creía que el conocimiento se limita a las verdades eternas y absolutas, pero encontró una manera de que el conocimiento se aplicara al mundo que observamos a nuestro alrededor limitando el conocimiento a clases o tipos. En opinión de Aristóteles, podemos tener conocimiento sobre los seres humanos, pero no sobre ningún ser humano en particular. Las clases, según él, son estables y eternas, aunque las entidades particulares que las componen no lo sean. En este apartado hay claros ecos de filósofos anteriores. Al dividir toda la existencia en tres clases (lo que es completamente, lo que no es en absoluto y lo que es y no es), Platón recurre a elementos de las teorías presocráticas y los sintetiza en una cosmovisión coherente. Parménides se hace eco 26 en los extremos: en lo que es completamente y en lo que no es en absoluto. Parménides hablaba mucho de "lo que es" y "lo que no es". Sostenía que todo lo que existe - "lo que es"- es una cosa única, inmutable y eterna, una entidad que en muchos aspectos se asemeja a las Formas (aunque difiere de éstas, por ejemplo, en que "lo que es" de Parménides era una entidad singular, mientras que Platón permite múltiples Formas). Todo lo demás, según él, no lo es en absoluto. Aunque Parménides habría simpatizado con los dos extremos de Platón, se habría opuesto enérgicamente a la existencia del reino intermedio -lo que es y lo que no es-. Al participar tanto de "lo que es" como de "lo que no es", este reino habría violado gravemente la lógica. Este reino, sin embargo, tiene fuertes vínculos con otro filósofo presocrático, Heráclito. Una de las principales doctrinas de Heráclito era una teoría relativa a la unidad de los opuestos: la idea de que lo que es bello es también feo, lo que está arriba también está abajo, y así sucesivamente. Creía que el mundo entero estaba compuesto por estas unidades de opuestos y que la clave para entender la naturaleza era comprender cómo se cohesionaban estos opuestos. No es de extrañar que Platón se inspirara en estos dos pensadores, ya que estudió con alumnos de Parménides y Heráclito antes de fundar su Academia. Libro VI, 484a-502c Resumen ¿No crees que el verdadero capitán será llamado por los que navegan en las naves gobernadas de esa manera un verdadero mirón de las estrellas, un parlanchín y un inútil? Dado que sólo los filósofos pueden tener conocimiento, es evidente que son los más capacitados para comprender lo que es bueno para la ciudad, y por tanto están en la mejor posición para saber cómo dirigir y gobernar la ciudad. Si supiéramos que son virtuosos -o, al menos, que no son inferiores a los demás en cuanto a virtudes-, entonces, coinciden los amigos de Sócrates, podríamos estar seguros de que son los más aptos para gobernar. Por suerte, sabemos que los filósofos son superiores en virtud a todos los demás. Un filósofo ama la verdad más que cualquier otra cosa ("filósofo" significa "amante de la verdad o la sabiduría"); toda su alma se esfuerza por alcanzar la verdad. Esto significa que la parte racional de su alma debe gobernar, lo que significa que su alma es justa. Adeimantus sigue sin estar convencido. Ninguno de los filósofos que ha conocido ha sido como Sócrates. La mayoría de los filósofos son inútiles, y los que no son inútiles tienden a ser viciosos. Sócrates, sorprendentemente, está de acuerdo con la condena del filósofo contemporáneo por parte de Adeimanto, pero argumenta que la actual cosecha de filósofos no ha sido educada de la manera correcta. Los hombres que nacen con la naturaleza filosófica -valientes, de mente elevada, que aprenden rápido, con facultades de memoria- son rápidamente presa de la familia y los amigos, que esperan beneficiarse de sus dones naturales. Sus familiares y amigos parasitarios les animan a entrar en la política para ganar dinero y poder. Así, se ven inevitablemente alejados de la vida filosófica. En lugar de los filósofos naturales que son desviados de la filosofía y corrompidos, otras personas que carecen de la naturaleza filosófica adecuada, se apresuran a llenar el vacío y se convierten en filósofos cuando no tienen derecho a serlo. Estas personas son viciosas. 27 Los pocos que son buenos filósofos (aquellos cuya naturaleza no se corrompió de alguna manera, ya sea porque estaban en el exilio, vivían en una ciudad pequeña, tenían mala salud o por alguna otra circunstancia) son considerados inútiles porque la sociedad se ha vuelto antitética a los ideales correctos. Compara la situación con un barco en el que el armador es duro de oído, tiene poca visión y carece de habilidades marineras. Todos los marineros del barco se pelean por quién debe ser el capitán, aunque no saben nada de navegación. En lugar de cualquier habilidad, hacen uso de la fuerza bruta y de trucos ingeniosos para conseguir que el armador les elija como capitán. El que consigue convencer al armador para que le elija se llama "navegante", "capitán" y "el que sabe de barcos". A cualquier otro se le llama "inútil". Estos marineros no tienen ni idea de que existe un oficio de la navegación, ni de los conocimientos que hay que dominar para gobernar los barcos. En este escenario, señala Sócrates, el verdadero capitán -el hombre que conoce el oficio de la navegación- sería llamado un inútil que mira las estrellas. La situación actual en Atenas es análoga: nadie tiene la menor idea de que haya un verdadero conocimiento que poseer, un oficio que vivir. En su lugar, todos tratan de salir adelante con astutos trucos, a menudo injustos. Los pocos buenos filósofos que dirigen su mirada hacia las Formas y conocen verdaderamente las cosas son considerados inútiles. Todo lo que necesitamos para hacer posible nuestra ciudad, concluye Sócrates, es un tal rey filósofo: una persona con la naturaleza adecuada que se eduque de la manera correcta y llegue a captar las Formas. Esto, según él, no es tan imposible. Análisis: Libro VI, 484a-502c Continuando con la defensa del filósofo, Platón afirma en esta sección que el filósofo no sólo es el único poseedor del conocimiento, sino que también es el más virtuoso de los hombres. Platón indica que la asociación del filósofo con las Formas determina su virtud. Al asociarse con lo que es ordenado y divino (es decir, las Formas), el filósofo mismo se vuelve ordenado y divino en su alma. El filósofo modela su alma según la Forma del Bien. Platón también ofrece una explicación más intuitiva de por qué el filósofo es virtuoso. Dado que todo su ser se dirige a la verdad, sus otros deseos se debilitan. No tiene ningún impulso real hacia el dinero, el honor, el placer, etc. En resumen, no tiene ninguno de los impulsos que pueden llevar a un comportamiento inmoral. Nunca estaría motivado para robar, mentir, presumir, actuar servilmente, o cualquier otra cosa de este tipo. Sus emociones y apetitos ya no proporcionan un fuerte impulso hacia el vicio. Esta descripción hace que parezca que el alma del filósofo se encuentra en un estado de monopolio en lugar de un estado de armonía. En lugar de estar gobernada por la razón, el apetito y el espíritu están totalmente ausentes. Sin embargo, en otro lugar, Platón afirma que el hombre justo conserva los tres conjuntos de deseos en formas robustas. Aunque ama sobre todo la verdad, también desea el placer y el honor en menor medida. No está claro cómo conciliar esto con la imagen anterior. Tal vez podamos suponer simplemente que Platón utilizaba un lenguaje excesivamente fuerte cuando hablaba del filósofo como si no tuviera más impulsos que el de la verdad. Pero si el filósofo conserva hasta cierto punto su amor por el honor, el dinero y el placer, ¿qué garantía tenemos de que nunca se comportará de forma viciosa? La respuesta más probable es la siguiente: aunque el filósofo pueda tener a veces deseos que podrían llevarle a cometer actos viciosos, debido a que la razón domina las otras partes de su alma, rara vez, o nunca, actúa según esos deseos. 28 Sin embargo, queda una pregunta sobre la virtud del filósofo. Allan Bloom señala que parece que el filósofo es virtuoso de una manera muy extraña. Se comporta de forma virtuosa principalmente por su preocupación por las ideas, y no por las motivaciones que típicamente pensamos que marcan al hombre virtuoso. Es valiente, dice Bloom, porque está constantemente preocupado por las Formas eternas y, como resultado, es ajeno a la vida. No es valiente porque obedece las reglas de la ciudad sobre lo que es temible y lo que no. Es moderado porque tiene un amor inmoderado por la verdad, no porque contenga sus deseos. Es justo en cuestiones de dinero porque el dinero sólo juega un pequeño papel en conseguir lo que quiere, y por eso le importa poco. No tenemos ningún indicio de que sea justo en cuestiones de dinero porque se preocupe profundamente por dar a cada persona lo que le corresponde. Partiendo de esta observación, Bloom divide la virtud en dos tipos -cívica e intelectual- y sostiene que los filósofos sólo tienen el segundo tipo. Las virtudes cívicas surgen de las necesidades de la ciudad; son características que ayudan al objetivo de preservar la ciudad y sus habitantes. Las virtudes intelectuales surgen de las necesidades de la filosofía; son características que ayudan a obtener conocimiento. Platón, piensa, identifica erróneamente (o tal vez deliberadamente) estas virtudes, de modo que puede afirmar que el filósofo es virtuoso en el primer sentido, cuando sólo es realmente virtuoso en el segundo. Podríamos preguntarnos qué importancia tiene este error, si es que realmente se comete. Si el filósofo sólo es virtuoso en el segundo sentido, pero no en el primero, ¿eso le incapacita para gobernar? Parece que sí. Después de todo, si carece de las virtudes cívicas, entonces carece de las virtudes que le ayudan a actuar por el bien de la ciudad. Platón está a salvo de esta objeción. ¿Qué virtudes necesita realmente el gobernante? Mientras se comporte de forma virtuosa, ¿qué nos importa su motivación? Si actúa sólo por su amor a la sabiduría, y no por su amor a la ciudad, ¿perjudica eso a la ciudad de alguna manera? Lo que hace del filósofo el gobernante ideal no son sus virtudes, sino su conocimiento. Mientras su carácter moral no suponga una amenaza positiva para el bien de la ciudad, no debemos preocuparnos por el origen de sus virtudes. Libro VI, 502d-fin Resumen . . en el ámbito inteligible controla y proporciona la verdad y el entendimiento, de modo que cualquiera que quiera actuar con sensatez en privado o en público debe verlo. (Ver Citas, p. ) Ahora Sócrates pasa a la etapa final de la construcción de la ciudad justa: la cuestión de cómo producir reyes-filósofos. Había mencionado en el Libro III que los guardianes en formación son sometidos a muchas pruebas para que los gobernantes sean elegidos de entre ellos. Un punto de la prueba, nos dijo entonces, era ver quién era más leal a la ciudad. Ahora vemos que otro punto importante de estas pruebas es determinar quién de ellos puede tolerar el tema más importante. El tema más importante para un rey-filósofo, resulta ser el estudio de la Forma del Bien. Es en la comprensión de la Forma del Bien, de hecho, que alguien adquiere el conocimiento de más alto nivel y por lo tanto se hace apto para ser un rey filósofo. 29 Sócrates explica que la Forma del Bien no es lo que comúnmente se considera bueno. Algunos piensan que el bien más elevado es el placer, mientras que los más sofisticados piensan que es el conocimiento. En realidad, no es ninguna de las dos cosas, pero Sócrates no puede decir directamente lo que es. Lo mejor que puede hacer es dar una analogía: decir "lo que es la descendencia del bien y lo más parecido a él". Esta analogía es la primera de una serie de tres metáforas famosas y densamente interrelacionadas que se extenderán hasta el siguiente libro: el sol, la línea y la cueva. En el curso del desarrollo de estas tres metáforas, Sócrates explica quién es el filósofo, al tiempo que elabora su metafísica y epistemología. El sol, nos dice Sócrates, es para el reino visible lo que el Bien es para el reino inteligible (el reino de las Formas) en tres aspectos. En primer lugar, mientras que el sol es la fuente de la luz y, por tanto, de la visibilidad en el ámbito visible, el Bien es la fuente de la inteligibilidad. En segundo lugar, el sol es el responsable de darnos la vista, porque sólo por la incorporación de cosas parecidas al sol en él, el ojo está capacitado para ver. Del mismo modo, el Bien nos da la capacidad de conocimiento. Por último, el sol es responsable de hacer que las cosas existan (que "lleguen a ser") en el ámbito visible. El sol regula las estaciones, permite que las flores florezcan y hace que los animales den a luz. El Bien, a su vez, es responsable de la existencia de las Formas, del "llegar a ser" en el reino inteligible. La Forma del Bien, dice Sócrates, está "más allá del ser", es la causa de toda existencia. La Forma del Bien es responsable de todo conocimiento, de la verdad y de la mente conocedora. Es la causa de la existencia de las Formas en el reino inteligible, y la fuente de todo lo que es bueno y bello en el reino visible. No es de extrañar, pues, que sea el fin último del conocimiento. Sin embargo, hasta que no escuchamos la siguiente analogía no comprendemos lo importante que es esta Forma del Bien para el conocimiento. La analogía de la línea pretende ilustrar las formas de acceso al mundo, los cuatro grados de conocimiento y opinión de que disponemos. Imagina, dice Sócrates, una línea dividida en cuatro segmentos. Los dos segmentos inferiores representan nuestro acceso al reino visible, mientras que los dos superiores representan nuestro acceso a lo inteligible. El grado más bajo de la actividad cognitiva es la imaginación. Una persona en estado de imaginación considera que las imágenes y los reflejos son las cosas más reales del mundo. En el libro X veremos que el arte también pertenece a esta clase. No está tan claro lo que Platón entiende por imaginación, pero ofrece muchas interpretaciones. El siguiente etapa en la línea es la creencia. La creencia también mira hacia el reino de lo visible, pero entra en contacto con las cosas reales. Una persona en la etapa de la creencia piensa que los particulares sensibles son las cosas más reales del mundo. Más arriba, hay dos grados de conocimiento: el pensamiento y el entendimiento. Aunque el pensamiento se ocupa de las formas, utiliza las particularidades sensibles como imágenes para ayudar a su razonamiento, como cuando los geómetras utilizan una imagen de un triángulo para ayudarles a razonar sobre la triangularidad. El pensamiento también se basa en hipótesis, o en suposiciones no probadas. El entendimiento no utiliza ninguna de estas muletas. La comprensión es una ciencia puramente abstracta. El razonamiento involucrado trata exclusivamente con Formas, trabajando con un primer principio no hipotético, que es la Forma del Bien. Para llegar al entendimiento, un individuo que utiliza las muletas necesarias para el pensamiento, se abre camino con la dialéctica filosófica hacia la Forma del Bien. Una vez que alcanza la Forma del 30 Bien, ha dado con su primer principio, una proposición universal que hace innecesarias todas las hipótesis no probadas. Ahora entiendes la Forma del Bien, y también todas las demás Formas. En un abrir y cerrar de ojos, has alcanzado la etapa más alto del conocimiento. Análisis: Libro VI, 502d-fin Platón afirma no tener forma de explicar la Forma del Bien directamente, pero hay buenas razones para creer que tenía algo en mente como el bien supremo. Muchos estudiosos han creído que el Bien debía ser idéntico al Uno. El Uno representa la unidad, y la unidad, a su vez, está estrechamente relacionada con la determinación. La ventaja de esta lectura es que ayuda a explicar la conexión entre inteligibilidad y realidad. Sin duda, algo sólo es real y determinado porque es algo unificado, un Uno. Si esta característica es realmente el Bien, entonces tiene sentido que el Bien sea responsable de toda la realidad. Nada podría ser real, podría existir, sin esta característica. En apoyo de esta lectura, hay varios puntos en La República en los que Platón enfatiza la importancia de la unidad en el alma y en la ciudad, remarcando que una ciudad sin unidad no es una verdadera ciudad. Un candidato más probable para la Forma del Bien es la armonía. Aunque Platón alaba la unidad en varios puntos de La República, alaba aún más la armonía, el orden y el equilibrio. La armonía entre las tres clases de la sociedad hace que la ciudad sea sana y justa, y la armonía en el alma hace que el alma sea sana y justa. Al hablar de la superioridad de las Formas, apela a menudo a su orden supremo, y explica que hacen virtuoso al filósofo al inspirar el mismo orden en su alma. El bien de cada cosa podría ser simplemente su adecuada armonía, orden, equilibrio o proporción. Lo que podría significar la armonía aplicada a las Formas, ya que éstas no tienen partes separadas que armonizar, es menos que evidente. Pero como Platón no puede ser más claro en su opinión de que las Formas son las cosas más ordenadas, debe pensar que hay alguna manera de armonizarlas. Puede que sea esta confusión -la incapacidad de entender cómo las Formas pueden tener armonía u orden- lo que impide a Platón poder definir la Forma del Bien. En la metáfora de la línea, la etapa más difícil de entender es la imaginación. Dado que en el Libro IX Platón indica que el arte pertenece a esta categoría, muchos han entendido que la imaginación se refiere a un estado de ánimo en el que los productos del arte son vistos como las cosas más reales. Este estado mental no es tan descabellado como podría parecer. Imaginemos a una persona que adquiere su sentido del yo y del mundo que le rodea a partir de las imágenes que ve en la televisión o en el cine. (En la época de Platón, las formas de arte equivalentes serían la poesía épica y el teatro trágico). Una persona así no es tan difícil de imaginar. Puede que incluso conozcas a alguien así. Otros estudiosos, sin embargo, se han preguntado si Platón sostiene que el arte pertenece a la categoría de la imaginación. Hay otras interpretaciones de la imaginación que no se refieren en absoluto al arte. Según una de estas interpretaciones, la imaginación se refiere a un estado en el que nuestras percepciones del mundo son completamente acríticas. En este estado, no intentamos relacionar una percepción con otra. Vemos un reflejo y no lo diferenciamos del objeto que refleja. La creencia, por tanto, sería la etapa en el que correlacionamos nuestras percepciones, pero no las sometemos a un análisis crítico. Una lectura relacionada con la anterior considera la imaginación como un estado en el que no buscamos explicaciones, y la creencia como un estado en el que sí buscamos explicaciones, pero sólo en términos particulares, en lugar de universales. 31 El pensamiento y el entendimiento son más fáciles de precisar porque Platón es más explícito al respecto. El pensamiento es un razonamiento abstracto que hace uso de imágenes y supuestos no probados. La geometría es el ejemplo perfecto. Al razonar sobre la triangularidad, por ejemplo, los geómetras utilizan diagramas de triángulos. Para demostrar los teoremas, tienen que apelar a ciertos axiomas que se dan por ciertos sin ningún intento de demostración. El entendimiento hace innecesarios los axiomas y las hipótesis del pensamiento, al recurrir a una única proposición universal en la que se puede basar todo el conjunto de conocimientos. Libro VII, 514a- 521d Resumen En el Libro VII, Sócrates presenta la metáfora más bella y famosa de la filosofía occidental: la alegoría de la caverna. Esta metáfora pretende ilustrar los efectos de la educación en el alma humana. La educación hace avanzar al filósofo por las etapas de la línea divisoria y, finalmente, lo lleva a la Forma del Bien. Sócrates describe una escena oscura. Un grupo de personas ha vivido en una cueva profunda desde su nacimiento, sin ver nunca la luz del día. Estas personas están atadas de manera que no pueden mirar a ningún lado ni detrás de ellas, sino sólo hacia adelante. Detrás de ellos hay un fuego, y detrás del fuego hay una pared parcial. Encima de la pared hay varias estatuas, que son manipuladas por otro grupo de personas, que se encuentran fuera de la vista detrás de la pared parcial. Debido al fuego, las estatuas proyectan sombras sobre la pared a la que se enfrentan los prisioneros. Los prisioneros observan las historias que representan estas sombras, y como estas sombras son todo lo que llegan a ver, creen que son las cosas más reales del mundo. Cuando hablan entre ellos de "hombres", "mujeres", "árboles" o "caballos", se refieren a estas sombras. Estos prisioneros representan la etapa más bajo de la línea: la imaginación. El prisionero se libera de sus ataduras y se ve obligado a mirar el fuego y las propias estatuas. Tras un periodo inicial de dolor y confusión por la exposición directa de sus ojos a la luz del fuego, el prisionero se da cuenta de que lo que ve ahora son cosas más reales que las sombras que siempre ha tomado como realidad. Se da cuenta de que el fuego y las estatuas provocan conjuntamente las sombras, que son copias de estas cosas más reales. Acepta las estatuas y el fuego como las cosas más reales del mundo. Esta etapa en la cueva representa la creencia. Ha entrado en contacto con cosas reales -las estatuas-, pero no es consciente de que hay cosas de mayor realidad, un mundo más allá de su cueva. A continuación, este prisionero es arrastrado fuera de la cueva al mundo de arriba. Al principio, está tan deslumbrado por la luz de arriba que sólo puede mirar las sombras, luego los reflejos y, finalmente, los objetos reales: árboles, flores, casas, etc. Ve que éstos son aún más reales que las estatuas, y que aquéllas eran sólo copias de éstas. Ahora ha llegado a la etapa cognitiva del pensamiento. Ha vislumbrado por primera vez las cosas más reales, las Formas. Cuando los ojos del prisionero se han adaptado completamente a la luminosidad, levanta la vista hacia el cielo y mira el sol. Comprende que el sol es la causa de todo lo que ve a su alrededor: la luz, su capacidad de ver, la existencia de flores, árboles y otros objetos. El sol representa la Forma del Bien, y el antiguo prisionero ha alcanzado la etapa de comprensión. 32 El objetivo de la educación es arrastrar a cada hombre lo más lejos posible de la cueva. La educación no debe tener como objetivo introducir el conocimiento en el alma, sino dirigirla hacia los deseos correctos. Continuando con la analogía entre la mente y la vista, Sócrates explica que la visión de un hombre inteligente y malvado puede ser tan aguda como la de un filósofo. El problema radica en hacia qué dirige su aguda visión. El objetivo general de la ciudad es educar a los que tienen la naturaleza correcta, para que puedan dirigir sus mentes agudamente hacia la Forma del Bien. Una vez hecho esto, no pueden permanecer contemplando la Forma del Bien para siempre. Deben volver periódicamente a la cueva y gobernar allí. Necesitan alejarse periódicamente de las Formas para volver a las sombras y ayudar a otros prisioneros. Análisis: Libro VII, 514a-521d Es importante darse cuenta, al leer la alegoría de la caverna y de la línea, de que Platón quiere representar no sólo cuatro formas de pensar, sino cuatro formas de vivir. Por poner un ejemplo, imaginemos que a una persona en cada uno de estos etapas se le pidiera que dijera qué es el valor. La comprensión de la valentía diferiría mucho de una etapa a otra. Trabajando con una posible interpretación de la etapa de la imaginación, la noción de coraje de un individuo en esta etapa apelaría a imágenes de la cultura. Tal individuo podría tratar de explicar el coraje diciendo algo como: "Luke Skywalker parece realmente valiente, así que eso es coraje". Un individuo con creencias también apelaría a un ejemplo concreto, pero el ejemplo elegido estaría sacado de la vida real. Podría mencionarse a los marines o a los bomberos de Nueva York. Por el contrario, alguien que se encuentre en la fase de pensamiento tratará de dar una definición de valor. Tal vez dé la definición ofrecida por Sócrates en el Libro IV: el valor como el conocimiento de lo que se debe temer y lo que no se debe temer. Lo que separa a la persona que habla desde el pensamiento de la persona que posee el entendimiento es que la persona que habla desde el pensamiento no puede informar sus opiniones con el conocimiento de la Forma del Bien. Trabajan con hipótesis no probadas y no con el verdadero primer principio. Incluso si su definición es correcta, queda abierta a ataques y objeciones porque su comprensión de los conceptos relevantes se detiene en un punto determinado. Hablando desde el entendimiento, alguien que da una definición comprende todos los términos de la misma y puede defender cada uno de ellos basándose en el primer principio, la Forma del Bien. Dado que la Forma del Bien ilumina todo el entendimiento una vez que se capta, el conocimiento es holístico. Es necesario entender todo para entender cualquier cosa, y una vez que se entiende cualquier cosa se puede proceder a la comprensión de todo. Todas las formas están conectadas, y se comprenden juntas de la siguiente manera: se trabaja hasta la Forma del Bien a través del pensamiento hasta que se capta la Forma del Bien. Entonces, todo se ilumina. Dado que las etapas de la caverna son etapas de la vida, parece justo decir que Platón pensaba que todos debemos pasar por las etapas inferiores para llegar a las etapas superiores. Todo el mundo comienza en el nivel cognitivo de la imaginación. Cada uno de nosotros comienza su vida en lo más profundo de la caverna, con la cabeza y las piernas atadas, y la educación es la lucha por salir lo más lejos posible de la caverna. No todo el mundo puede llegar hasta el final, por eso algunos son productores, otros guerreros y otros reyes filósofos. 33 Dado que los reyes filósofos han conseguido salir de la cueva, puede parecer injusto que se les obligue a volver a entrar. Esta es la preocupación que los amigos de Sócrates plantean al final de esta sección. Sócrates tiene tres líneas de respuesta a esta preocupación. En primer lugar, nos recuerda de nuevo que nuestro objetivo no es hacer feliz a ningún grupo en particular, sino hacer que la ciudad en su conjunto sea lo más feliz posible. En segundo lugar, señala que los reyes-filósofos sólo pueden disfrutar de la libertad que tienen sobre la tierra porque la educación que la ciudad les proporcionó se lo permitió. Fueron moldeados para ser reyes-filósofos para poder volver a la cueva y gobernar. Le deben a la ciudad esta forma de gratitud y servicio. Por último, añade que los filósofos querrán realmente gobernar -de una manera indirecta- porque sabrán que la ciudad sería menos justa si se abstuvieran de gobernar. Como aman las Formas, querrán imitarlas produciendo orden y armonía en la ciudad. No querrán hacer nada que someta a la ciudad al desorden y la desarmonía. Sócrates termina señalando que la reticencia del filósofo a gobernar es una de sus mejores cualidades para hacerlo. El único buen gobernante gobierna por el sentido del deber y de la obligación, más que por el deseo de poder y beneficio personal. El filósofo es el único tipo de persona que podría estar en esta posición, porque sólo él ha subordinado los impulsos inferiores hacia el honor y la riqueza a la razón y el deseo de la verdad. Libro VII, 521e-fin Resumen Ahora sabemos lo que distingue al rey-filósofo de todos los demás: conoce la Forma del Bien, y por eso tiene una comprensión de todo. Pero le queda a Sócrates decirnos cómo se produce este tipo de hombre. Debe explicar qué tipo de educación suplementaria se añade a la educación general de la que leemos en los libros II y III, para hacer que los guardianes vuelvan sus almas hacia la verdad última y busquen la Forma del Bien. La respuesta, resulta ser sencilla: deben estudiar matemáticas y dialéctica filosófica. Estas son las dos materias que atraen al alma desde el reino del devenir -el reino visible- hasta el reino de lo que es -el reino inteligible-. De estas dos, las matemáticas son la preparación y la dialéctica la forma última de estudio. La dialéctica deja atrás las percepciones de los sentidos y sólo utiliza el razonamiento abstracto puro para llegar al Bien mismo. La dialéctica acaba con las hipótesis y procede al primer principio, que ilumina todo el conocimiento. Aunque está enamorado de la dialéctica, Sócrates reconoce que hay un gran peligro en ella. La dialéctica no debe enseñarse nunca a las personas equivocadas, ni siquiera a las correctas cuando son demasiado jóvenes. Alguien que no está preparado para la dialéctica "la tratará como un juego de contradicción". Se limitará a discutir por discutir y perderá el sentido de la verdad en lugar de avanzar hacia ella. Después de hablar de las matemáticas y la dialéctica, Sócrates se lanza a una descripción detallada de cómo elegir y formar a los reyes filósofos. El primer paso, por supuesto, es encontrar a los niños con las naturalezas adecuadas -aquellos que son los más estables, valientes y agraciados, que se interesan por las materias y las aprenden con facilidad, que tienen buena memoria, aman el trabajo duro y, en general, muestran potencial para la virtud. Desde la primera infancia, los niños elegidos deben recibir clases de cálculo, geometría y todas las demás materias matemáticas que les preparen para la dialéctica. Este aprendizaje no debe ser obligatorio, sino convertido en un juego. Convertir los ejercicios en juego hará que los niños aprendan mejor las lecciones, ya que uno siempre se aplica mejor a lo que no es obligatorio. En segundo lugar, permitirá que los más aptos para el estudio de 34 las matemáticas muestren su disfrute, ya que sólo los que disfrutan se aplicarán cuando el trabajo se presenta como no obligatorio. Luego, durante dos o tres años, deben concentrarse exclusivamente en el entrenamiento físico obligatorio; no pueden hacer nada más durante este tiempo porque están muy agotados. A lo largo de todo el tiempo, quien mejor se desempeña en estas actividades se inscribe en una lista, y cuando termina el entrenamiento físico se elige a los que están en la lista para continuar. Los demás se convierten en auxiliares. Los niños tienen ahora veinte años, y los que han sido elegidos para continuar con la formación filosófica deben ahora integrar todos los conocimientos de su formación inicial en un todo coherente. Los que logran esta tarea con éxito tienen una buena naturaleza dialéctica y los demás tienen una naturaleza dialéctica débil. Por lo tanto, los mejores en esta tarea, así como en la guerra y en otras actividades, son elegidos de entre el resto a los treinta años y se les pone a prueba de nuevo, esta vez para ver quién de ellos puede renunciar a su confianza en los sentidos y proceder a la verdad sólo con el pensamiento. Los que salen bien parados en esta prueba estudian dialéctica durante cinco años; los demás se convierten en auxiliares. Después de cinco años de dialéctica, los jóvenes filósofos deben "volver a la caverna" y encargarse de la guerra y de otros oficios adecuados a los jóvenes para adquirir experiencia en el gobierno político. También aquí se les pone a prueba para ver cuál de ellos permanece firme en su lealtad y sabiduría. Después de quince años de esto, a la edad de 50 años, quien se desempeñe bien en estos asuntos prácticos debe elevar su alma y captar la Forma del Bien. Ahora, los reyes filósofos deben modelarse a sí mismos, a los demás ciudadanos y a la ciudad según la Forma del Bien que han captado. Aunque cada uno de ellos dedicará la mayor parte de su tiempo a la filosofía, cuando llegue su turno deberán dedicarse a la política y gobernar por el bien de la ciudad. La otra tarea importante que se les encomienda es la de educar a la siguiente generación de auxiliares y guardianes. Cuando mueren reciben los más altos honores y son adorados como semidioses en la ciudad. Ahora Sócrates ha terminado de describir la ciudad justa en todos sus aspectos. Termina el Libro VII explicando cómo podríamos instituir una ciudad así. Su impactante solución es entrar en una ciudad ya existente, desterrar a todos los mayores de diez años y criar a los niños de la manera que acaba de describir. Análisis: Libro VII, 521e-fin El esquema de Platón para la educación del rey-filósofo puede darnos una idea de la educación que recibían los estudiantes en los primeros tiempos de la Academia. Sabemos que en la Academia se hacía mucho hincapié en las matemáticas y que, de hecho, muchos de los subcampos que Platón trata aquí bajo el título de "matemáticas" sólo podían aprenderse en la Academia en aquella época. El matemático Teteto y el matemático y astrónomo Eudoxo, ambos profesores de la Academia, eran los únicos pensadores del mundo antiguo que entendían estos temas matemáticos superiores lo suficientemente bien como para transmitirlos a otros. De hecho, eran los únicos que incluso trabajaban en algunos de estos campos embrionarios. Además, hay indicios de que Platón no ofrecía a sus alumnos formación en dialéctica, ya que creía que ésta no debía enseñarse a menores de treinta años. ¿Por qué Platón daba tanta importancia a las matemáticas? Las matemáticas nos atraen hacia el ámbito de lo inteligible porque están más allá del ámbito de lo particular sensible. Cuando vamos 35 más allá de las matemáticas aplicadas (por ejemplo, más allá de contar objetos particulares, o de trazar los patrones astronómicos de los planetas que vemos) y empezamos a contemplar los números en sí mismos, y a examinar sus relaciones con otros números, entonces empezamos a pasar del reino sensible al inteligible. Los números, al igual que las Formas, son entidades realmente existentes, no sensibles, a las que sólo podemos acceder a través del pensamiento abstracto. La contemplación de los números y de las relaciones numéricas nos muestra, pues, que hay una verdad por encima de lo sensible, y que esta verdad es superior a lo sensible, ya que explica y da cuenta de lo sensible. Las matemáticas, vistas de este modo, debían probablemente desempeñar dos funciones en la formación del filósofo. En primer lugar, pone la mirada de los estudiantes en las verdades que están por encima del mundo sensible. Indica que existen tales verdades e inculca el deseo de alcanzarlas. En segundo lugar, al contemplar estas verdades el estudiante cultiva su uso de la razón abstracta y aprende a dejar de confiar en la sensación para conocer el mundo. Las matemáticas preparan al estudiante para iniciar el estudio final de la dialéctica, en el que acabará renunciando a las imágenes y a los supuestos no probados de las matemáticas y procederá enteramente con la facultad del pensamiento abstracto que ha perfeccionado. Platón da poca importancia a los sentidos humanos. El verdadero filósofo debe ser entrenado para ignorar sus sentidos en su búsqueda de la verdad. Debe confiar sólo en el pensamiento. El verdadero filósofo probablemente no hace uso de la investigación empírica, es decir, no observa el mundo para encontrar verdades. Platón está en desacuerdo con el típico enfoque científico del conocimiento, en el que la observación es el ingrediente más importante. Platón también está en desacuerdo con su alumno más famoso, Aristóteles, que fue el primer defensor conocido del método de observación de la investigación científica. Libro VIII Resumen Ahora que Sócrates ha terminado de describir la ciudad justa, vuelve a la interrumpida tarea de describir las cuatro constituciones injustas de la ciudad y del hombre. Además de la aristocracia de la que hemos hablado en los últimos seis libros, y del rey-filósofo que encarna y gobierna microcósmicamente este gobierno, Sócrates identifica otros cuatro pares ciudad-hombre: hay una timocracia, y el hombre impulsado por el honor que se asemeja y gobierna ese tipo de gobierno; hay una oligarquía, que se asemeja y es gobernada por un hombre impulsado por sus apetitos necesarios; hay una democracia, que se asemeja y es gobernada por un hombre impulsado por sus apetitos innecesarios; y hay una tiranía, que se asemeja y es gobernada por un hombre impulsado por sus apetitos ilícitos. Cada una de estas constituciones es peor que la otra, siendo la tiranía la forma más miserable de gobierno, y el hombre tiránico el más miserable de los hombres. Desgraciadamente, como nuestra ciudad es humana y todo lo humano degenera inevitablemente, estas cuatro constituciones injustas no se presentan como meras posibilidades teóricas: se presentan como las etapas inevitables de degeneración por las que pasará la ciudad justa a lo largo del tiempo. Dado que los gobernantes de la ciudad justa dependerán de su falible percepción sensorial para elegir a la siguiente generación de gobernantes, inevitablemente cometerán errores con el tiempo. 36 Pronto, el tipo de personas equivocadas ocupará posiciones de poder. Estas personas querrán cambiar las cosas para que los gobernantes puedan tener propiedad privada y centrarse en la riqueza, mientras que los buenos entre los gobernantes querrán preservar el viejo orden y centrarse en la virtud. Después de algunas batallas entre estas facciones, la constitución resultante será un compromiso: una timocracia. Para satisfacer a la facción mala, los gobernantes distribuirán toda la tierra y las casas de la ciudad como propiedad privada entre ellos, y esclavizarán a los productores como siervos. Centrarán toda su energía en hacer la guerra y en protegerse de los productores esclavizados. Los gobernantes seguirán siendo respetados y la clase gobernante-guerrera no participará en la agricultura, el trabajo manual u otras empresas para ganar dinero. Comerán comunitariamente y se dedicarán al entrenamiento físico y a la preparación para la guerra. Pero tendrán miedo de nombrar a personas sabias como gobernantes, eligiendo en su lugar ser gobernados por personas animosas pero simples que estarán más inclinadas a la guerra que a la paz. Aunque desearán el dinero, predominará el amor a la victoria y al honor. El hombre correspondiente es un hombre gobernado por el espíritu. Tal hombre, explica Sócrates, se produce de esta manera: es el hijo de un hombre aristocrático que fomenta la parte racional del alma de su hijo. Pero el hijo es influenciado por una mala madre y por los sirvientes, que lo arrastran hacia el amor al dinero. Termina en el medio, convirtiéndose en un hombre orgulloso y amante del honor. A continuación, la timocracia degenera en una oligarquía. A medida que crece el amor al dinero y a la riqueza, la constitución cambiará para que el gobierno se base totalmente en la riqueza. Quien tenga riquezas y propiedades por encima de una determinada cantidad podrá participar en el gobierno, y quien tenga menos de esa cantidad no tendrá voz en el gobierno. Según Sócrates, esta ciudad tiene cinco defectos. En primer lugar, está gobernada por personas que no son aptas para gobernar. En segundo lugar, no es una ciudad sino dos: una ciudad de ricos y otra de pobres. Estas dos facciones no forman una sola ciudad porque siempre están conspirando unas contra otras y no tienen objetivos comunes. En tercer lugar, esta ciudad no puede librar una guerra porque, para luchar, los gobernantes tendrían que armar al pueblo, pero tienen aún más miedo del pueblo -que les odia- que de los forasteros. En cuarto lugar, no tiene ningún principio de especialización. Los gobernantes también tienen ocupaciones periféricas para ganar dinero. Esta ciudad es la primera que permite el mayor de los males: gente que vive en la ciudad sin pertenecer a ninguna clase ni tener ningún papel; gente que no es productora, ni guerrera, ni gobernante. En este grupo se encuentran los mendigos y los delincuentes. Sócrates llama a esta gente "zánganos" y los divide en dos clases: inofensivos y peligrosos, o "picadores". El hombre correspondiente es un ahorrador de dinero. Es hijo de un timócrata y al principio lo emula. Pero entonces le ocurre un desgraciado e injusto percance a su padre. El hijo, traumatizado y empobrecido, se vuelca con avidez a hacer dinero y poco a poco vuelve a amasar propiedades. Su razón y su espíritu se convierten en esclavos del apetito, ya que su único impulso se convierte en el deseo de ganar más dinero. La razón sólo puede razonar sobre cómo hacer más dinero, mientras que el espíritu sólo valora la riqueza y tiene como única ambición más riqueza. Este hombre tiene inclinaciones malignas, pero éstas se mantienen a raya porque es cuidadoso con su riqueza; no quiere dedicarse a una actividad que le amenace con la pérdida de lo que ha conseguido construir desde cero. 37 A continuación, la oligarquía decae en una democracia. El insaciable deseo de conseguir más dinero lleva a la práctica de prestar dinero a altos intereses. Muchos en la ciudad se ven abocados a la más absoluta pobreza mientras unos pocos prosperan. Los empobrecidos se sientan ociosamente en la ciudad odiando a los ricos y tramando la revolución. Los ricos, por su parte, fingen no darse cuenta de las masas descontentas. Finalmente, agitados por los zánganos, los pobres se rebelan, matando a algunos ricos y expulsando al resto. Establecen una nueva constitución en la que todos los que quedan tienen la misma participación en el gobierno de la ciudad. Reparten los puestos de poder más o menos por sorteo, sin tener en cuenta quién es más apto para cada función. En esta ciudad la prioridad principal es la libertad. Todo el mundo es libre de decir lo que quiera y de organizar su vida como quiera. La licencia es total. Por lo tanto, en esta ciudad encontramos la mayor variedad de rasgos de carácter. Lo que no encontramos es ningún orden o armonía. Nadie ocupa los papeles que le corresponden. Para describir al hombre correspondiente, Sócrates debe explicar la diferencia entre deseos necesarios e innecesarios. Los deseos necesarios son aquellos que no podemos entrenar para superar, los que indican verdaderas necesidades humanas (por ejemplo, el deseo de tener suficiente sustento para sobrevivir). Los deseos innecesarios son aquellos que podemos entrenar para superar (por ejemplo, el deseo de artículos lujosos y un estilo de vida decadente). El hombre oligárquico se rige por sus deseos necesarios, pero su hijo, el hombre democrático, se ve pronto superado por los deseos innecesarios. Mientras que el padre era un avaro que sólo quería atesorar su dinero, el hijo llega a apreciar todos los lujosos placeres que el dinero puede comprar. Manipulado por malos socios, abandona la reverencia y la moderación y empieza a considerar la anarquía como libertad, la extravagancia como magnificencia y la desvergüenza como valor. Sin embargo, cuando envejece, algunas de sus virtudes regresan y a veces se siente atraído por la moderación. Sin embargo, piensa que todos los placeres (los de la moderación y los de la indulgencia) son iguales, y cede a cualquiera que le llame la atención en ese momento. No hay orden ni necesidad en su vida. En la última etapa de la degeneración, la democracia, la ciudad más libre, desciende a la tiranía, la más esclavizada. El insaciable deseo de libertad hace que la ciudad descuide las necesidades de un gobierno adecuado. Los zánganos vuelven a provocar problemas. En la democracia, esta clase es aún más feroz que en la oligarquía porque suelen acabar convirtiéndose en las figuras políticas dominantes. En la democracia hay otras dos clases además de los zánganos: están los que se organizan de forma más natural y así se enriquecen, y luego están los que trabajan con sus manos y participan poco en la política. Los zánganos engañan a estas dos clases, incitándolas unas contra otras. Tratan de convencer a los pobres de que los ricos son oligarcas, y tratan de convencer a los ricos de que los pobres van a rebelarse. En su temor, los ricos tratan de limitar las libertades de los pobres y, al hacerlo, se asemejan a los oligarcas. En respuesta, los pobres se rebelan. El líder de esta revuelta -el zángano que agita al pueblo- se convierte en tirano cuando los pobres triunfan. Mata a toda la gente buena por miedo a que le suplanten, y luego esclaviza a todos los demás para poder robarles y mantener su estilo de vida lujoso y extravagante. También necesita hacer la guerra constantemente, para distraer a la gente de lo que está haciendo. Debe complacer a los peores segmentos de la sociedad -los otros zánganos- para convertirlos en sus guardaespaldas. Sócrates termina el libro VIII sin darnos el retrato del hombre correspondiente. Este largo retrato psicológico se guarda para el siguiente libro. 38 Análisis La crítica de Platón a la democracia es perspicaz e invita a la reflexión. Su descripción de la búsqueda de la libertad en la democracia a expensas de otros bienes, y del tipo de hombres que tienden a obtener el poder en tal sistema, debería hacernos reflexionar. Debemos tomarnos en serio estas críticas al considerar cómo queremos juzgar el propio sistema de Platón. ¿La pérdida de la libertad personal está realmente más allá del sacrificio? ¿O acaso es mejor renunciar a la libertad para obtener a cambio orden y armonía? En cualquier caso, ahora sabemos lo que Platón nos diría al ver nuestro terror a renunciar a nuestras libertades sagradas: nos diría que sólo nos aferramos desesperadamente a nuestras libertades personales porque nuestra alma está desordenada y no es saludable, nuestras prioridades están sesgadas. Nos retraemos de la idea de vivir en la República de Platón porque nos impulsan los deseos equivocados: el deseo de dinero, el placer físico y el honor. Y añade que si nos impulsaran los deseos correctos, el deseo de la verdad, el orden, la armonía y el bien de nuestra sociedad en su conjunto, estaríamos más abiertos a adoptar el sistema de gobierno de Platón. Para explicar por qué la ciudad justa debe degenerar inevitablemente con el tiempo, Platón apela a un mito. Calcula un número al que llama "número humano" y explica que este número controla los nacimientos mejores y peores. Como los gobernantes no conocen perfectamente las matemáticas que implica el cálculo de este número, inevitablemente se equivocarán y se aparearán en el momento equivocado. La siguiente generación será inferior a la anterior, y los gobernantes tendrán carencias. Probablemente, el número humano se supone que representa el bien humano, la Forma del Bien aplicada a los seres humanos. Las Formas y las leyes del universo son matemáticas. Así como hay fórmulas matemáticas que describen el movimiento de los planetas y las estrellas, también hay fórmulas matemáticas que describen todos los aspectos del hombre. Platón reconoce que no hay un número real en el caso del hombre o del cosmos que resuma perfectamente todas estas fórmulas. Cree que todos los aspectos de la realidad pueden expresarse matemáticamente, y que esta expresión matemática del hombre, el espacio y el tiempo es al menos una parte de la realidad absoluta y trascendente de la Forma del Bien. Libro IX, 571a-580a Resumen Bajo la tiranía del amor erótico se ha convertido permanentemente mientras está despierto en lo que solía ser ocasionalmente mientras dormía. (Ver Citas, p. ) El libro IX se abre con una larga y psicológicamente perspicaz descripción del hombre tirano. El hombre tirano es un hombre gobernado por sus deseos sin ley. Los deseos sin ley atraen a los hombres hacia todo tipo de cosas espantosas, desvergonzadas y criminales. Los ejemplos que da Sócrates de deseos anárquicos son los deseos de acostarse con la madre y de cometer un asesinato. Todos nosotros tenemos deseos sin ley, afirma Sócrates. La prueba es que estos deseos salen de vez en cuando por la noche, en nuestros sueños, cuando la parte racional de nosotros no está en guardia. Pero sólo el hombre tirano permite que estos deseos afloren en sus horas de vigilia. 39 El hombre tirano es el hijo del hombre democrático. Su padre no es anárquico, pero sí permite deseos innecesarios. Al igual que el padre, el hijo está expuesto a zánganos, hombres con deseos sin ley. Pero mientras que el padre tenía la frugalidad de su propio padre oligárquico para tirar de él hacia el camino del medio de la democracia, este hijo, educado en el ethos democrático, se mueve más hacia la anarquía. El padre y toda la casa intentan recuperarlo, pero el triunfo final de los sin ley es inevitable. La jugada ganadora de los zánganos es implantar un fuerte amor erótico en el hijo: este amor actúa en sí mismo como un zángano, y le incita a todo tipo de anarquía. Lo vuelve frenético y loco, y destierra todo sentido de la vergüenza y la moderación. Este hombre vive ahora para las fiestas, las juergas, los lujos y las novias. Gasta tanto dinero que pronto agota todo lo que tiene y necesita empezar a pedir prestado. Luego, cuando nadie le presta más, recurre al engaño y a la fuerza. Le vemos realizar toda la gama de actos típicamente injustos en su insaciable necesidad de saciar sus deseos eróticos. Primero, intenta sacar dinero a sus padres de todas las formas más horribles, luego empieza a entrar en las casas, a robar en los templos y, finalmente, a cometer asesinatos. Se ha convertido en lo que era cuando estaba despierto, en una pesadilla. El amor erótico impulsa esta pesadilla, manteniéndolo perdido en una completa anarquía y anarquía. Se atreverá a hacer cualquier cosa para seguir alimentando los deseos que le produce el amor erótico. Pronto no puede confiar en nadie y no tiene amigos. Las partes más decentes de su alma están esclavizadas a la parte más viciosa, por lo que toda su alma está llena de desorden y arrepentimiento y es la menos libre para hacer lo que realmente quiere. Es continuamente pobre e insatisfecho, y vive con miedo. Después de esta imagen aterradora de la vida tiránica, todo el mundo está de acuerdo en que ninguna vida puede ser más miserable. Sócrates, sin embargo, no está de acuerdo; hay un tipo de vida aún peor que ésta. Es la vida de un hombre que no sólo es un tirano privado, sino que se convierte en un tirano político real. Para hacernos ver que esta vida es aún peor, nos pide que imaginemos qué pasaría si este tirano privado, junto con toda su familia y todos sus esclavos, fuera trasladado a una isla desierta. Sin la ley para protegerlo de sus esclavos maltratados, ¿no temería el tirano terriblemente por su vida y la de su familia? ¿Y qué pasaría si entonces estuviera rodeado de gente que no viera con buenos ojos a los que maltratan a sus esclavos? ¿No correría entonces un peligro aún mayor? Pero esto es justamente lo que significa ser un tirano de verdad. El tirano está en continuo peligro de ser asesinado en venganza por todos los crímenes que ha cometido contra sus súbditos, a los que ha convertido en esclavos. No puede salir de su propia casa por miedo a todos sus enemigos. Se convierte en un cautivo y vive aterrorizado. El verdadero tirano también está en mejores condiciones de satisfacer todos sus horribles caprichos y de hundirse aún más en la degeneración. El tirano, que es también el hombre más injusto, es el menos feliz. El aristócrata, el hombre más justo, es el más feliz. Así que nos equivocamos en el Libro II al concluir lo contrario. Esta es la primera de nuestras pruebas de que vale la pena ser justo. Análisis: Libro IX, 571a-580a Durante su vida, Platón sólo había visto tiranos movidos por la lujuria y la codicia. Podemos preguntarnos si su diagnóstico de la psique tiránica habría sido el mismo si hubiera vivido para ver los regímenes totalitarios del siglo XX. Su retrato del tirano es un análisis brillante y astuto del déspota griego, pero parece menos acertado a la hora de captar la psique de un Hitler, un Stalin o 40 un Pol Pot. ¿Estaban estos hombres realmente impulsados por sus apetitos, o en cambio lo estaban por la razón que había salido terriblemente mal? Platón nunca considera la posibilidad de que la propia razón pueda llevarnos hacia el mal, y tal vez trataría de mantener su posición incluso ante la historia reciente. Podría argumentar que, incluso en el caso de estos tiranos, la verdadera fuerza motriz era la codicia por el dinero y el poder, y que la razón, aunque jugaba un papel tremendo en sus actos, era sólo una razón instrumental, al servicio de los fines de un apetito de pesadilla y sin ley. Incluso podría argumentar de forma plausible esta afirmación, señalando el alto honor y la esplendorosa riqueza que alcanzaron estos hombres. Sin embargo, es difícil descartar por completo la sospecha de que la verdadera fuerza motivadora de al menos algunos de estos regímenes era una idea perversa y no un apetito insaciable. Libro IX, 580d-fin Resumen Sócrates acaba de darnos una razón de peso para creer que la justicia vale la pena: ha demostrado lo mucho que es feliz el hombre justo que el injusto. Ahora nos proporciona un segundo argumento para la conclusión de que la vida justa es la más agradable. Hay tres tipos de personas en el mundo, dice el argumento: los que aman la verdad, los que aman el honor y los que aman el beneficio. Cada una de estas personas siente el mayor placer en lo que más valora y piensa que la mejor vida es la que implica la mayor parte de este placer. Sin embargo, sólo uno de ellos puede demostrar que tiene razón. Sólo el filósofo está en condiciones de emitir este juicio, porque sólo él ha experimentado realmente los tres placeres. Por lo tanto, debemos creer al filósofo cuando dice que el placer de la búsqueda de la verdad es el mayor placer. Si el filósofo tiene razón, el placer que se obtiene al tener un alma justa (es decir, un alma que tiene como objetivo cumplir los deseos de la razón) es el mejor tipo de placer. Así que, una vez más, vemos que vale la pena ser justo. El siguiente argumento también tiene que ver con los placeres. Sócrates argumenta que el placer del filósofo es el único placer real. Todos los demás placeres son en realidad un alivio del dolor, no un placer positivo. Los otros placeres no son verdaderos placeres porque los otros deseos nunca pueden ser completamente satisfechos. Todo lo que hacemos es saciar esos anhelos temporalmente, aliviando el dolor del querer. El deseo filosófico puede satisfacerse completamente captando la Forma del Bien. Sócrates calcula ahora que un rey vive 729 veces más agradablemente que un tirano. Este cálculo no debe tomarse en serio, sino que pretende subrayar que el hombre justo es mucho más feliz que el injusto. Finalmente, Sócrates presenta dos retratos reformados del hombre justo e injusto para sustituir los falsos retratos esbozados en el Libro II. Nos pide que imaginemos que todo ser humano tiene tres animales en su interior: una bestia de varias cabezas, un león y un humano. Si un hombre se comporta injustamente, nos dice, entonces está alimentando a la bestia y al león, haciéndolos fuertes, y matando de hambre y debilitando al ser humano para que sea arrastrado a donde los otros lo lleven. Tampoco acostumbra a las tres partes entre sí y las deja como enemigas. En la persona justa, el humano es el que tiene más control. Cuida a la bestia como a un animal de granja, alimentando y domesticando las cabezas mansas e impidiendo que crezcan las salvajes. Hace del 41 león su aliado. Las tres partes son amigas entre sí. Sócrates recorre varios vicios, como el libertinaje y la cobardía, y muestra cómo las tres partes se desbocan para causar estos vicios. Sócrates declara que lo mejor para todos es regirse por la razón divina, y aunque lo ideal sería que dicha razón estuviera dentro de uno mismo, el segundo mejor escenario es que la razón se imponga desde fuera. Este es el objetivo de tener leyes. El objetivo de las leyes no es perjudicar a las personas, como afirma Trasímaco, sino ayudarlas. Las leyes imponen la razón a aquellos cuya parte racional no es lo suficientemente fuerte como para gobernar el alma. Análisis: Libro IX, 580d-fin El objetivo declarado de Platón era mostrar que la justicia vale la pena incluso en ausencia de las recompensas que pueda conferir. En el Libro IX argumenta que la justicia vale precisamente por esas ventajas. La vida será más placentera. Si este es su argumento, entonces no cumple sus promesas. En realidad, Platón ya argumentó el valor de la justicia mucho antes, en el libro VII. El verdadero valor de la justicia, en esta lectura, se deriva de la conexión de la justicia con la fuente de todo valor en el universo, las Formas. Puesto que las Formas son el bien supremo y la justicia implica buscarlas, captarlas e imitarlas, también la justicia es buena y la vida justa merece la pena. Esta es la interpretación que Aristóteles favoreció, y filósofos contemporáneos como Richard Kraut han intentado revivir esta lectura. Kraut explica esta noción de valor en los siguientes términos. Para Platón, lo que hace que una vida humana sea buena, y que un valor humano valga la pena, es su conexión con un bien externo absoluto, siendo este bien externo las Formas. Compara este punto de vista platónico con la cosmovisión cristiana, en la que Dios es el mayor bien y la incorporación de Dios a la vida es lo que da valor a cada vida, y también con las concepciones románticas del siglo XIX, en las que la vida sólo adquiere valor cuando no se separa de la naturaleza y del orden natural. En todos estos casos, el bien humano consiste en la relación con algún bien superior y supremo fuera de nosotros. Si el conocimiento de la forma del bien es lo que hace que la vida justa merezca la pena, ¿acaso alguien que no sea el filósofo vive una vida que merezca la pena? Si las Formas son la fuente de todo valor y sólo los filósofos se relacionan con las Formas, ¿qué podemos decir de todos los demás? ¿No tienen ninguna posibilidad de vivir una buena vida? Platón podría responder a esta pregunta subrayando que cualquier hombre puede llevar su alma hacia las Formas en cierta medida asegurándose de que su alma es ordenada y armoniosa. En otras palabras, siendo justo asegurándose de que la razón gobierna el espíritu y el apetito- un hombre vive una vida que vale la pena, incluso si nunca capta las Formas con su intelecto. Libro X Resumen Sócrates ha completado el argumento principal de La República; ha definido la justicia y ha demostrado que vale la pena. Vuelve a la cuestión pospuesta de la poesía sobre los seres humanos. En un movimiento sorprendente, destierra a los poetas de la ciudad. Tiene tres razones para considerar a los poetas como malsanos y peligrosos. En primer lugar, pretenden saber todo tipo de cosas, pero en realidad no saben nada. Se considera que tienen conocimiento de todo aquello sobre lo que escriben, pero, en realidad, no lo tienen. Las cosas que tratan no se pueden conocer: son 42 imágenes, muy alejadas de lo más real. Al presentar escenas tan alejadas de la verdad los poetas, pervierten las almas, alejándolas de lo más real hacia lo menos. Peor aún, las imágenes que los poetas presentan no imitan la parte buena del alma. La parte racional del alma es tranquila, estable y no es fácil de imitar ni de comprender. Los poetas imitan las peores partes, las inclinaciones que hacen que los personajes sean fácilmente excitables y coloridos. La poesía apela naturalmente a las peores partes de las almas y despierta, alimenta y fortalece estos elementos básicos mientras desvía la energía de la parte racional. La poesía corrompe incluso a las mejores almas. Nos engaña para que simpaticemos con los que se afligen excesivamente, con los que desean indebidamente, con los que se ríen de las cosas bajas. Incluso nos induce a sentir estas emociones bajas de forma vicaria. Pensamos que no hay que avergonzarse de esas emociones, porque las sentimos con respecto a un personaje de ficción y no con respecto a nuestras propias vidas. Pero el placer que sentimos al complacer estas emociones en otras vidas se transfiere a nuestra propia vida. Una vez que estas partes de nosotros mismos han sido alimentadas y fortalecidas de esta manera, florecen en nosotros cuando nos ocupamos de nuestras propias vidas. De repente, nos convertimos en el tipo de personas grotescas que vimos en el escenario o de las que oímos hablar en la poesía épica. A pesar de los claros peligros de la poesía, Sócrates lamenta tener que desterrar a los poetas. Siente profundamente el sacrificio estético, y dice que estaría encantado de permitirles volver a la ciudad si alguien pudiera presentar un argumento en su defensa. Sócrates esboza entonces una breve prueba de la inmortalidad del alma. Básicamente, la prueba es la siguiente: X sólo puede ser destruido por lo que es malo para X. Lo que es malo para el alma es la injusticia y otros vicios. Pero la injusticia y otros vicios obviamente no destruyen el alma o los tiranos y otras personas así no podrían sobrevivir mucho tiempo. Así que nada puede destruir el alma, y el alma es inmortal. Una vez que Sócrates ha presentado esta prueba, puede exponer su argumento final a favor de la justicia. Este argumento, basado en el mito de Er, apela a las recompensas que recibirán los justos en la otra vida. Según el mito, un guerrero llamado Er muere en una batalla, pero no muere realmente. Es enviado al cielo y se le obliga a observar todo lo que ocurre allí para poder volver a la tierra e informar de lo que ha visto. Observa un sistema escatalógico que premia la virtud, especialmente la sabiduría. Durante 1000 años, las personas son recompensadas en el cielo o castigadas en el infierno por los pecados o las buenas acciones de su vida. Luego se les reúne en un área común y se les hace elegir su próxima vida, ya sea animal o humana. La vida que elijan determinará si son recompensados o castigados en el siguiente ciclo. Sólo los que fueron filósofos en vida, incluido Orfeo, que elige renacer como cisne, captan el truco de cómo elegir las vidas justas. Todos los demás se precipitan entre la felicidad y la miseria en cada ciclo. Análisis En el Libro X, Platón enfrenta por fin la educación basada en la filosofía con la educación tradicional basada en la poesía. Platón ha justificado la filosofía y el filósofo y ahora los muestra en relación con sus rivales -los que actualmente se consideran más sabios y conocedores- los poetas. 43 El mito, al apelar a la recompensa y al castigo, representa un argumento basado en motivaciones que Platón había descartado anteriormente. Glaucón y Adeimanto le habían pedido expresamente que alabara la justicia sin apelar a estos factores. ¿Por qué hace ahora exactamente eso? Allan Bloom sugiere que la inclusión de este mito está relacionada con la distinción entre virtud filosófica y virtud cívica. La virtud filosófica es el tipo de virtud que posee el filósofo, y este tipo de virtud difiere de la virtud del ciudadano normal. Hasta ahora, dice Bloom, Platón sólo ha demostrado que la virtud filosófica es digna en sí misma. No ha demostrado que la virtud cívica sea digna. Dado que Glaucón y Adeimanto y otros muchos no son capaces de tener una virtud filosófica, debe proporcionarles alguna razón para perseguir su propio tipo de virtud. Con el contraste entre la virtud filosófica y la cívica en mente, Platón describe los ciclos de mil años de recompensa y castigo que siguen a las vidas justas e injustas. Sin embargo, en nuestra comprensión de lo que hace que cualquier virtud valga la pena -su conexión con las Formas- Platón ha demostrado suficientemente el valor de ambos tipos de virtud. La virtud filosófica puede ser más valiosa porque no sólo imita las Formas, sino que apunta a ellas y las acompaña, pero la virtud cívica también es valiosa porque implica traer las Formas a tu vida instituyendo el orden y la armonía en tu alma. Sin embargo, Bloom también tiene otra hipótesis plausible de por qué Platón incluyó el mito de Er, y ésta es coherente con nuestra comprensión del valor de la justicia. El mito de Er, explica Bloom, ilustra una vez más la necesidad de la filosofía. Las virtudes cívicas por sí solas no son suficientes. Sólo los filósofos saben elegir la nueva vida correcta, porque sólo ellos entienden el alma y comprenden lo que constituye una vida buena y una mala. Los demás, que carecen de esta comprensión, eligen a veces el bien y a veces el mal. Fluctúan entre vidas buenas y vidas miserables. Dado que cada alma es responsable de elegir su propia vida, cada persona debe asumir la plena responsabilidad de ser justa o injusta. Elegimos voluntariamente ser injustos debido a nuestra ignorancia de lo que hace a un alma justa o injusta. La ignorancia, pues, es el único pecado verdadero, y la filosofía la única cura. 44