IPET 412 Recuperatorio Evaluación Existe un conocido juego, o más bien un “experimento mental”, que propuso el matemático Martin Shubik para mostrar contextos (como el caso del “Dilema del prisionero”) en los que la racionalidad individual se convierte en irracionalidad colectiva. La subasta del dólar Este juego se denomina “la subasta del dólar” y consiste en lo siguiente: una persona cualquiera, el subastador, pone a subasta la cantidad exacta de 1 dólar. El dólar será entregado a aquel comprador que realice la puja más alta, con la peculiaridad de que también el licitante que quede en segundo lugar habrá de abonar al vendedor el importe de su oferta, a pesar de que no obtendrá nada a cambio. Esta última condición es la que torna ciertamente extraña a la “subasta del dólar”. Si no me cree, veámoslo detenidamente: Supongamos que se presentan a la subasta un número indeterminado de licitantes, todos ellos fieros competidores, y todos ellos perfectamente racionales. El primero en pujar, ofrece 1 centavo, con la esperanza de ganar así otros 99. Por supuesto, el siguiente licitante, competitivo él, y racional como el que más, ofrecerá 2 centavos, con el objetivo de “maximizar sus beneficios”. O sea, lo más racional entre lo racional: es mucho mejor ganar 98 centavos, que no ganar nada. Un extraño juego sin fin De hecho, así pensarán el resto de los licitantes de la subasta, que irán incrementando en 1 centavo la puja más alta, con el ánimo de obtener ganancias. Sin embargo, he aquí que, habiendo pujado todos (o algunos de) los licitadores, en un momento dado, uno de ellos ofrece 99 centavos, porque así lo indica la postura más racional. ¿Qué debería hacer, en este caso, el ofertante que pujó por 98 centavos? Si se retira, perderá los 98 centavos, por ser la segunda puja más alta; por tanto, le conviene ofrecer 1 dólar, a cambio del dólar objeto de subasta, de modo que, aunque ya no se obtengan beneficios, no se produzcan pérdidas. De la maximización de beneficios a la minimización de pérdidas Perfecto, pero el juego no ha acabado. ¿Qué debería hacer, si es perfectamente racional, el licitador que ofreció 99 centavos? Si se retira, perderá 99 centavos, por ser la segunda puja más alta. Y, si ofrece 1, 01 dólares, sólo perderá 1 centavo (en caso de ganar la subasta, claro). Por tanto, conviene a este ofertante hacer, en estos momentos, una oferta “a pérdida”, con el objetivo, no ya de maximizar los beneficios, sino de minimizar las pérdidas. De esta forma, todos los participantes en la subasta se ven envueltos en una dinámica de la minimización de las pérdidas, cuando ninguno de ellos puede ganar ya. Y el juego no se acaba hasta que todos los licitadores, menos uno, han perdido todo su dinero. De cualquier modo, el ganador, muy probablemente, termina también arruinado; y el único beneficiado resulta ser el propietario del dólar iniciador de la subasta. Conflictos en escalada La subasta del dólar es un caso típico de “juego en escalada”, es decir, de un entorno en el que, una vez iniciado el juego, ya es imposible abandonarlo sin sufrir pérdidas y, por tanto, para los participantes resulta “más racional” permanecer en él. Una subasta del dólar fueron la Guerra de Corea o la Guerra de Vietnam, o la carrera de armamentos entre Estado Unidos y la URSS (que solo podía terminar con el colapso de uno de los contendientes, o de ambos). En fin, podemos encontrar, en todos los ámbitos de la vida, y no solo en la política, una gran cantidad de “subastas del dólar”, desde las discusiones conyugales a las rivalidades laborales. Cuando uno se juega la vida Cuenta A. Solzhenitsyn, en su obra Archipiélago Gulag, que allá por los años treinta, los años del Terror staliniano, se había celebrado una conferencia provincial del partido comunista en Moscú, con el objetivo de elegir a un nuevo secretario. Como habrán adivinado, el secretario anterior había sido detenido. Como era usual en esos tiempos, la conferencia se clausuró con un homenaje a Stalin. De todos era conocida, por lo demás, la desmesurada afición del líder soviético por estos homenajes. De tal modo que, como tributo, todos los asistentes a la conferencia se pusieron en pie y estallaron en una ovación cerrada. Las salvas de aplausos dedicadas a Stalin resultaban siempre estruendosas y, en esos años, cada vez más prolongadas. Todos comprendían que tenían que exhibir su entusiasmo. Sin embargo, en esta ocasión, cuando ya habían pasado varios minutos, los aplausos no disminuían. Todos sabían que se había infiltrado agentes de la policía secreta NKVD en la conferencia, y nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir. La subasta del dólar sólo acaba con la destrucción Cuenta Solzhenitsyn que, después de cinco o seis minutos de fuertes aplausos, algunos de los camaradas más viejos comenzaron a mostrar evidentes signos de fatiga. El homenaje a Stalin se había convertido en una subasta del dólar: nadie podía abandonar el aplauso sin sufrir fuertes pérdidas. Pasados diez minutos, algunos desfallecían ya sin saber a qué atenerse, mientras esperaban ansiosos que algún desgraciado dejara de aplaudir. Finalmente, alguien cedió al agotamiento: el director de la fábrica de papel de Moscú cesó el aplauso y tomó asiento; a continuación, los demás siguieron su ejemplo, algunos de ellos completamente desmoronados. Al día siguiente, el director de la fábrica fue detenido y condenado a diez años de prisión. Porque las subastas del dólar sólo terminan con la destrucción de todos los contrincantes, menos uno. O con la muerte.