5. Los vasallajes del Yo El carácter descriptivo de lo Inconsciente refiere al conjunto de contenidos no conscientes, representaciones que quedan momentáneamente fuera de la conciencia y luego pueden ser recuperadas, es decir un contenido que es consciente y pasa a ser latente (preconsciente); lo preconsciente se relaciona con la memoria: un contenido (representación) puede estar presente en la conciencia, luego desaparecer de ella y reflotar después de un intervalo: lo hace desde el recuerdo y no como una nueva percepción sensorial. El sentido dinámico se refiere a las fuerzas en conflicto que juegan en la imposibilidad que tienen ciertos contenidos de acceder a la consciencia (reprimido): represión y resistencia. Lo reprimido es el modelo de lo inconsciente. El Yo se desarrolla como diferenciación de una parte del Ello por medio del contacto con el mundo externo, y desde el mundo interno, por medio de la percepción de las pulsiones (Ello) dirigiéndose a gobernarlas e inhibirlas. El Ideal del Yo participa intensamente en esta operación: es una formación reactiva contra los procesos pulsionales del Ello. En virtud de sus conexiones con el sistema P, el Yo establece el ordenamiento temporal de los procesos anímicos y los somete al examen de realidad. Mediante procesos de pensamiento, aplaza las descargas motrices y maneja los accesos a la motilidad. A la vez, el Superyó se origina como diferenciación del Yo en tanto heredero del Complejo de Edipo. “Así como el niño estaba compelido a obedecer a sus padres, el Yo se somete al imperativo categórico del Superyó”. Se extiende profundamente en el Ello, por lo que está más distanciado de la consciencia que el Yo. Estos nexos se ven más claros en ciertos hechos clínicos. Hay personas que durante la labor analítica se comportan de forma muy extraña: empeoran cuando se les anima y si uno se muestra contento con los avances de tratamiento. No soportan elogios ni reconocimiento, reaccionando negativamente a los progresos de la cura y aún las soluciones parciales provocan un refuerzo en su padecimiento: a esto Freud le llama Reacción terapéutica negativa (RTN). Algo se opone a la curación en estas personas, que reaccionan en contrario, como si se tratara de un peligro. En ellas prevalece la necesidad de estar enfermas. No hay análisis de esta resistencia que logre revertir la situación, sólo hay inaccesibilidad narcisista, actitud negativa frente al analista y aferramiento a la ganancia de la enfermedad. Se trata de un factor “moral”, de un sentimiento de culpa pero que no es vivido como tal, es inconsciente; se exterioriza como una resistencia a la curación, pero no bastará con trabajarla: la persona deducirá que el método analítico no es el correcto para tratar su padecimiento. Quizás el factor que decide la gravedad de una neurosis es el Ideal del Yo. El sentimiento de culpa normal y consciente (conciencia moral) no ofrece tales dificultades a la interpretación. Es una tensión entre el Yo y su instancia crítica, el Ideal del Yo. Pero hay afecciones en las que el Ideal del Yo muestra una severidad particular y embiste al Yo con una furia cruel e intensa. En estas afecciones el sentimiento de culpa moral es consciente: se trata de la neurosis obsesiva y la melancolía, aunque con divergencias evidentes. En algunas formas de la neurosis obsesiva, el sentimiento de culpa es extremadamente evidente, pero el enfermo lo cuestiona y desautoriza, y le reclama al analista que haga lo mismo. Freud dice que esto no serviría de nada, pues el Superyó está influido por procesos que el Yo desconoce y sabe más de lo inconsciente (ello) que el Yo. El análisis puede descubrir los impulsos reprimidos que constituyen ese sentimiento de culpa. El neurótico obsesivo no llega a suicidarse, pues una regresión a la etapa pre-genital (anal) posibilita que los impulsos de amor se traspongan en hostilidad hacia el objeto, la pulsión de destrucción se dirige al objeto (que no está en el Yo, a diferencia de la melancolía). En la melancolía es aún más evidente cómo la conciencia ha sido arrastrada por el Superyó hacia sí. Es como si el Superyó se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible en el individuo, el componente destructivo se ha depositado en el Superyó y se ha vuelto hacia el Yo. “Lo que gobierna en el Superyó es como un cultivo puro de la pulsión de muerte” y cuando el Yo no logra defenderse (por medio de la manía), puede llevarlo a la muerte real (suicidio). En la melancolía el Yo no hace interposiciones, “se reconoce culpable” y se somete al castigo. El objeto al cual el Superyó dirige su intensidad, es al Yo, que ha sido acogido por identificación con el objeto perdido. (Luego habla de la histeria y el yo histérico –pág. 52- , pero eso no está en la guía). También en la delincuencia encontramos este sentimiento de culpa inconsciente, que se puede pesquisar y ubicar como anterior al hecho delictivo como si aliviara poder enlazar aquel sentimiento de culpa con algo actual y real, y que por lo tanto es motivo y no consecuencia. No se siente culpable por lo que hizo, lo hizo porque se sentía culpable, como necesidad de castigo. La culpa que lleva a delinquir está alimentada por los deseos más prohibidos, el superyó se exterioriza esencialmente como sentimiento de culpa. Deja clara la relación entre el Superyó y el inconsciente. El Yo se enriquece de todas las experiencias de vida que le vienen de afuera, pero el Ello es su otro mundo “externo” al que procura someter. Sustrae libido del Ello y con la ayuda del Superyó, se nutre de las experiencias de la prehistoria almacenadas en el Ello. El contenido del Ello puede penetrar en el Yo por dos caminos: uno directo y el otro a través del Ideal del Yo. Vemos al Yo como una cosa sometida a tres servidumbres: el mundo externo la libido del Ello y la severidad del Superyó. Quiere mediar entre el mundo externo y el Ello, hacer que el Ello responda y obedezca al mundo externo, pero a la vez que el mundo haga justicia al deseo del Ello. Disimula los conflictos del Ello con la realidad y con el Superyó. Con su posición intermedia entre el Ello y la realidad, a menudo se vuelve adulador y mentiroso. El Yo es el genuino almácigo de la angustia, que es reacción ante una situación peligrosa. Freud separa angustia de muerte (conciencia moral), de angustia de objeto (angustia real ante un daño temido del exterior) y de angustia libidinal (neurótica, inadecuada). En la angustia de objeto (real) el Yo desarrolla el reflejo de huida, retirando su investidura de la percepción amenazante (mundo externo). Pero frente a un proceso del ello considerado amenazador (mundo interno) no se puede huir, traduciéndose esa investidura retirada como angustia. La angustia libidinal se da por transformación de la libido insatisfecha tal como en la neurosis de angustia, y en la histeria es producto de la represión. En las neurosis obsesiva, al impedirse el ritual aparece la angustia que se habría contrarrestado con el síntoma. La angustia de muerte, angustia del Yo frente al Superyó, es angustia de la conciencia moral: la amenaza de castración es probablemente el núcleo en torno del cual se depositó la posterior angustia de la conciencia moral. La angustia de muerte se juega entre el Yo y el Superyó y emerge bajo las dos condiciones: como reacción frente a un peligro exterior y como proceso interno (por ejemplo, en la melancolía). En la melancolía el Yo se resigna a sí mismo porque, en vez de amado, se siente odiado y perseguido por el Superyó. Para el Yo, vivir es ser amado. El Ello no tiene medios para dar cuenta de amor u odio, en él conviven y luchan Eros y Tanathos, pulsión de vida y pulsión de muerte. Como si el Ello estuviera bajo el imperio de las pulsiones de muerte y estas tendencias quisieran llamar a reposo a Eros, que es quien perturba la paz.