J. J. ROUSSEAU: EL GRAN PRECURSOR I. Emilio o el descubrimiento del niño Al igual que tantas obras geniales, el Emilio llegó en el momento adecuado. Los hijos de la aristocracia y la alta burguesía francesa del siglo XVIII carecían de educación familiar. De la nodriza que los amamantaba, los niños pasaban al ayo que los educaba, que no era sino un criado de rango superior. Más tarde, los niños ingresaban en los colegios (en 1710 los jesuitas dirigen seiscientos doce de estos colegios y un buen número de universidades), en los que se les enseñaban cualidades relumbrantes y superficiales que hacían de ellos hombres de mundo más a menos brillantes. Como vimos, la educación que se impartía en estos colegios era, dentro de su clasicismo, puramente formal; enseñaban a hablar bien, no a pensar con profundidad. Para la formación moral utilizaban en amplia medida la emulación, distinguiendo a los alumnos aventajados con pomposos nombres (pretores, decuriones...), así como el espionaje mutuo, perdonando a los que hablaban francés si descubrían a un compañero que no hablase el obligado latín. Precisamente lo que Rousseau (17121778) hace en el Emilio es, según J. J. Lecercle, «tomar sistemáticamente el contrapié de los métodos jesuitas». 1 En este sentido, las ideas centrales del libro de Rousseau son una respuesta a la necesidad de formar un nuevo hombre para una nueva sociedad. Pero Emilio es más que una reacción contra el pasado y una prospectiva de cara al futuro. Es también un punto de convergencia. Rabelais, Montaigne, Locke y otros pensadores humanistas, caracterizados por actitudes liberales en educación, influyen sobre Rousseau y, seguramente, hacen posible su obra. Las teorías pedagógicas no tradicionales son anteriores a Rousseau, y sin duda le influyen, pero él es el primero en escribir sobre la materia una obra de la importancia y profundidad del Emilio. Pero, sobre todo, Rousseau es un gran precursor. Sorprende encontrar entre las páginas del Emilio planteamientos —e incluso maneras de formularlos— que siglo y medio después se encuentran en obras de psicólogos y pedagogos de renombre y que doscientos anos más tarde van a formular corrientes tan poco sospechosas de filo-clasicismo como la de la des-escolarización. Su planteamiento del problema educativo, su forma de entender los procesos de aprendizaje, el modo como encara la relación profesor-alumno, hacen de Rousseau un critico de la educación de actualidad. Si entre todos los demás hubiese que destacar uno de los hallazgos de Rousseau, éste seria el descubrimiento del niño; el descubrimiento de que el niño existe como un ser sustancialmente distinto del adulto y sujeto a sus propias leyes de evolución; el niño no es un animal ni un hombre; es un niño: «la humanidad tiene su lugar en el orden de las cosas; la infancia tiene también el suyo en el orden de la vida humana; es preciso considerar al hombre en el hombre y al niño en el niño»; 2 «cada edad y cada estado de la vida tiene su perfección conveniente, su peculiar madurez». 3 Y no solo es la infancia una etapa, sino que es un conjunto de estados sucesivos que, progresivamente, conducen al hombre. Rousseau supo ver que el desarrollo del niño pasa de edad en edad por estadios sucesivos; el Emilio está dividido en cinco partes que no son sino cinco etapas evolutivas de la infancia; etapas, por la demás, como lo señala Wallon, que son, prácticamente, las que hay se formulan y, con toda probabilidad, las de siempre. Como el mismo Wallon indica en su introducción a la obra, la pedagogía rousseauniana está dominada por el principio de que el niño no es un adulto y, por lo mismo, no debe ser tratado como tal; antes de llegar a adulto, el niño tiene que atravesar unas etapas y cada etapa exige una aproximación, un trato y una labor diferentes. Este es, muy posiblemente, el gran descubrimiento de Rousseau, y tal vez todos los demás sean reducibles a él. Esto supuesto, el problema que plantea Rousseau es el del desconocimiento del niño; si pretendemos educarlo, antes debemos conocer su naturaleza, y si la educación que se proporciona a los niños es tan inadecuada, ella se debe, en gran parte, a la ignorancia de sus características y necesidades. «Desconocemos 1 2 3 J. L. LECERCLE, «Emilio en la Historia», estudio introductorio en ROUSSEAU, J.-J., Emilio a de la Educación, Fontanella, Barcelona, 1973, página 67. J.-J. ROUSSEAU, op. cit., p. 123. Ídem, p. 167. a la infancia —dice Rousseau— y con las falsas ideas que de ella tenemos, cuanto más avanzamos en su conocimiento más nos desviamos». 4 La critica que hace Rousseau a la educación usual de su época se basa, precisamente, en que al desconocer la naturaleza del niño, va contra ella. La educación, según él, solo sirve para enseñar la falsedad —después profundizaremos en esto—, «para hacer dobles a los hombres», que, aparentando hacer el bien a los demás, no buscan sino su propio provecho. Tal y como se imparte, la educación no sirve a la persona; por el contrario, va contra ella; «no considero institución pública esos establecimientos irrisorios llamados colegios». 5 --- 6 La educación clásica se equivoca en, por la menos, dos cosas. Una de ellas se refiere a los conocimientos del niño. Efectivamente, se le atribuyen al niño los que no posee y se razona o discute con él sobre cosas que no está capacitado para comprender e incluso con razonamientos incomprensibles para el niño; la razón, que es un compuesto de las demás facultades del hombre y que, por la tanto, se desarrolla tardíamente, es utilizada en los colegios para hacer evolucionar esas facultades anteriores a ella; Rousseau la señala con ironía: el objetivo de la educación es hacer racional al hombre y la educación pretende lograr este objetivo por medio de la razón; «eso es empezar por el final y querer hacer del instrumento la obra». 7 La otra gran equivocación de la educación se refiere al significado e intencionalidad del aprendizaje. El adulto se engaña cuando pretende que el niño preste atención a consideraciones para él indiferentes: el interés por el futuro, la felicidad de que disfrutará cuando sea mayor a la estima social de que gozará al ser hombre; nada de esto tiene significado para el niño y como él no es capaz de previsión no le queda otra alternativa que someterse al yugo sin estar seguro de que tantos sufrimientos vayan a tener alguna utilidad. «La edad de la alegría se pasa entre llantos, castigos, amenazas y esclavitud». 8 ¿Qué atención puede prestar el niño a discursos que no comprende, a problemas que no le interesan, a palabras que no entiende? ¿Que motivación puede significar para él pensar en las alegrías del futuro cuando no se le deja respirar en el presente? ¿Qué provecho puede sacar de sus relaciones con unos compañeros con los que tiene que competir y a los que debe espiar? Da la impresión de que los colegios no están hechos para los niños; por lo menos, para la educación: «las lecciones que los escolares aprenden entre si en los patios de los colegios les son cien veces más útiles que todas las que se enseñan en la clase». 9 II. Educación: naturaleza y acción ¿Cuál es, según Rousseau, el problema? El problema es complejo y multiple. Va desde la separación de la educación y la naturaleza hasta la falsa base sobre la que reposa una educación que se basa más en los a priori del adulto que en los intereses del niño, pasando por los métodos inadecuados de enseñanza, por el verbalismo, por la educación libresca, por la falta de respeto a la libertad del niño... Vamos a tratar de desmenuzarlo. En primer lugar, la artificialidad de que se rodea al niño. Desde que nace se le aparta de la naturaleza, que es, según Rousseau, como su hábitat natural. Y no solo se aparta al niño de la naturaleza, sino que se impide a ésta ejercer su influencia sobre él; el adulto obra en lugar de la naturaleza, dificultando sus operaciones, en vez de dejar que sea la naturaleza quien actúe en el niño y sobre él; el adulto se empeña en buscar modelos artificiales, cuando la naturaleza es para et niño el profesor más idóneo y el modelo más adecuado. Y cuanto más se educa a un niño más se le aleja de la naturaleza y, al tiempo, de la sabiduría: «más lejos de la sabiduría está un niño mal instruido que otro que no ha recibido ninguna instrucción». 10 4 5 6 7 8 9 10 Ídem, pp. 93-94. Ídem, p. 99. En realidad Rousseau apunta más allá y vislumbra que el problema no es solo de la educación; «el hombre civilizado nace, vive y muere en la esclavitud: a su nacimiento se le cose en una envoltura; a su muerte se le mete en un ataúd; mientras conserva la figura humana vive encadenado por nuestras instituciones. (Idem., p. 100). Ídem. p. 130. Ídem, p. 121. Idem, p. 146. Idem, p. 138. El término naturaleza designa en Rousseau no solo el medio ambiente, sino la esencia de lo que el niño es, sus características, las bases de su persona. Y de la naturaleza del niño forma parte la acción, que es fuente del conocimiento, esta es otra de las perspectivas nuevas que Rousseau incorpora: la educación del niño empieza al nacer; antes de saber hablar, antes de comprender la que se le dice, el niño está ya educándose —siendo educado— a través de la acción, de la experiencia que es anterior a todas las lecciones que el niño pueda recibir. El niño nace sensible, dice Rousseau, y desde su nacimiento es afectado por los objetos que le. rodean; en la época en que la razón, la memoria y la imaginación aún no han aparecido, el niño presta atención a —y solo a— lo que en un momento determinado afecta a sus sentidos; las sensaciones son los primeros materiales del conocimiento y, por ello, la vida intelectual se elabora sobre una base sensitiva; cómo la ha señalado Wallon a propósito de esta cuestión, el nuño tiene que formar sus primeros conocimientos en el piano de las sensaciones que le ponen en contacto inmediato con las cosas, y no a través de explicaciones que es incapaz de entender. Rousseau lo expresa gráficamente: «como lo que entra en el entendimiento humano viene a través de los sentidos, la primera razón del hombre es una razón sensitiva, y de este modo nuestros primeros maestros en filosofía son nuestros pies, nuestras manos, nuestros ojos». 11 Sustituir todo esto con libros, continua Rousseau, no es aprender a pensar, sino aprender a servirse de la razón de otra persona, aprenden a creer mucho y no saber nada. No son libros ni palabras, precisamente, la que conviene a la sensibilidad del niño. Desde que este comienza a distinguir los objetos, se interesa por todos ellos y es conveniente que los que se le muestren sean la más variados posible, con objeto de estimular las operaciones infantiles; las sensaciones se convierten en ideas y es importante que las primeras sean ricas y abundantes. A lo largo del desarrollo del niño, es necesario basar la enseñanza en la observación y la experimentación; que el niño realice todas las experiencias que estén a su alcance, y la demás que lo halle por inducción; Rousseau prefiere que el niño ignore lo que no puede descubrir por sí mismo antes de que se lo descubran los libros con sus letras («el niño que lee no piensa, no hace más que leer; no se instruye, pues solo aprende palabras». 12), a los maestros con sus palabras (el niño «aprenderá más en una hora de trabajo que con un día de explicaciones». 13). Sorprende la penetración psicológica de que a veces hace gala Rousseau. Según él, el manejo de los objetos ayuda al niño a distinguir él yo del mundo que le rodea; la idea de espacio, lugares y distancia se desarrollan y adquieren gracias al movimiento... Como concluye Wallon, un psicólogo de hoy no tendría nada que objetar a estas y parecidas indicaciones. III. Contra la educación verbalista y libresca DOS aspectos más del problema, que pueden sintetizarse en uno: el primado de los lenguajes adultos —el verbal y el escrito— sobre el infantil —el de las sensaciones, las acciones, los juegos. La educación confiere un especialísimo valor a las palabras; se cree que se ha instruido a los niños cuando se les ha llenado a rebosar la cabeza de palabras cuyo significado desconocen, pero la verdad es que «desde la primera palabra con la cual se contenta el niño, desde la primera cosa que aprende, a través de la palabra de otro, sin que él vea para qué sirve, se ha descarriado su juicio; brillará largo tiempo a los ojos de los necios antes de que repare esa pérdida». 14 Por otro lado, la educación se convierte en manipuladora a través del lenguaje, pues, como el mismo Rousseau la señal, 15 cuando una persona se acostumbra a pronunciar palabras que no comprende, fácilmente se le hace decir lo que interesa que diga. Están, por otro lado, los contenidos que esas palabras transmiten, las cosas que al niño se le hacen aprender. Reyes, fechas, términos heráldicos, geometrías, matemáticas, geografía... y tantas otras cosas que carecen de sentido y utilidad y que esclavizan la infancia, se van imprimiendo en un cerebro cuya plasticidad y flexibilidad estaban destinadas a mejores fines. Además, de nada sirve al niño asimilar estos catálogos de 11 12 13 14 15 Ídem, p. 147. Ídem, p. 171. Ídem. p. 183. Ídem, p. 141. Cf. Ídem. p. 210. signos que carecen para él de sentido; cuando aprenda sobre las cosas, en contacto con ellas, ya aprenderá estos signos, así es que es absurdo enseñárselas y que las aprenda dos veces. Los libros no salen mucho mejor parados. Como «instrumentos de tortura», y «azotes de la infancia», los libros son para Rousseau, aborrecibles. El niño debe, en efecto, saber leer, pero cuando le interese y le sea útil hacerlo; si no, leerá sin saber lo que lee y la lectura, en estos casos, se convierte en un medio más de aprender palabras, en un obstáculo para la verdadera educación. Así pues, el instrumento escolar por antonomasia, el libro, es un instrumento contrario a la educación. La que con todo esto se consigue dista mucho de ser el niño educado que las escuelas pretenden fabricar. A la menor objeción el niño ya no se acuerda de nada; si se le da la vuelta a un razonamiento o a una figura, ya no lo reconoce; su inteligencia y su memoria se quedan casi a nivel de los sentidos; «por armarle con algunos instrumentos vanos de los cuales tal vez no hará usa, le quitáis el instrumento más universal del hombre, que es el discernimiento». 16 El niño, por su parte, prefiere fingir que ha entendido la que se le ha obligado a escuchar y aprender tácticas extrañas para salir adelante. Así se hacen las educaciones brillantes, concluye Rousseau. En toda esta problemática, el maestro tiene un importante papel. No ahonda Rousseau en este problema pero la deja planteado: la educación es algo abstracto que se concreta por la mediatización del maestro y la critica a la educación lleva necesariamente aparejada la critica a sus «portadores»: «la mayor parte de los razonamientos perdidos la son más por culpa de los maestros que de los discípulos». 17 Pero el problema es aún más profundo y toca también la cuestión de las actitudes; cómo, se pregunta Rousseau, puede un niño ser educado correctamente por personas que, ellas mismas, no han sido bien educadas? IV. Una nueva pedagogía y una nueva filosofía de la educación Sin duda alguna, una de las más valiosas intuiciones de Rousseau, y, al tiempo, una de sus ideas más comúnmente recogida por los movimientos de renovación educativa, es la de que toda educación debe partir del interés del que se va a educar. El interés actual, dice Rousseau, es el gran móvil de la pedagogía, el único que lleva lejos y con seguridad. El instinto de crecimiento, privativo de la raza humana, debe ir ligado a los intereses y al esfuerzo, si es que debe desenvolverse con éxito. La educación que no se base en el interés, que ponga a éste lejos del alcance del niño, está, de antemano, condenada al fracaso: es una necedad exigir que se dediquen a cosas que solo de una forma muy vaga les dicen que son para el bien suyo, desconociendo qué clase de bien es ese que les aseguran que les ha de ser provechoso para cuando sean adultos, pero sin que ningún interés tengan por el momento para ese pretendido provecho, el cual no pueden comprender». 18 Toda enseñanza, si se quiere que enseñe realmente algo, debe responder a la curiosidad y a las necesidades del niño, debe ser una respuesta a los problemas que a él se le plantean, debe ser deseada y aceptada con gusto. Si no se montan sobre esta base las cosas, el niño se vera agobiado y aburrido y no pondrá en juego sus posibilidades, pues la atención y el esfuerzo provienen de la afición y el deseo, pero no de la obligación. Esto quiere decir, si es que el niño evoluciona a través de una serie de etapas, que, puesto que cada una de ellas tendrá sus propios intereses, sus propias motivaciones, los contenidos de la educación deben ir variando según éstas cambian. Se ha hablado siempre —y quizá no con toda razón— de que, según Rousseau, la educación debe ser negativa hasta los doce años. Es cierto que Rousseau ha escrito que la pubertad, que es la época en que «se terminan las educaciones ordinarias, es propiamente aquella en que ha de empezar la nuestra». 19 Pero no es menos cierto que a los doce anos Emilio había recibido ya una consistente educación —no precisamente racionalista— por parte de Rousseau; no podía ser de otra manera: ya hemos visto que desde su temprana infancia el niño se interesa por los objetos, por algunos fenómenos físicos, etc.; el maestro da respuesta a este interés y, al hacerlo, educa al niño; no es una educación tradicional, alejada de la realidad, verbalista y libresca, pero —y precisamente por eso— es educación. 16 17 18 19 Idem, p. 178. Idem, p. 227. Idem, p. 177. Idem, p. 194. Detrás de todo esto, como es fácil adivinar, se esconde una nueva filosofía de la educación. La educación es, para Rousseau, el procedimiento por el que se da al hombre todo lo que no tiene al nacer y necesita para la vida. La educación proviene de tres instancias: la naturaleza, los hombres y las cosas. La educación de la naturaleza es, según Rousseau, el desarrollo interno de los órganos y facultades congénitas; los hombres, a través de sus enseñanzas, muestran cómo utilizar ese desarrollo; y, por fin, las cosas educan en la medida en que se actúa sobre ellas, en la medida en que hay una experiencia sobre ellas. La educación de los hombres es lo que ahora nos interesa. Vamos a analizar los principales postulados de la nueva actitud sostenida por Rousseau. En primer lugar, la educación debe centrarse más en el niño y menos en el adulto: «tenemos la manía pedantesca de enseñar a los niños lo que por sí mismos aprenderían mucho mejor, y olvidamos la que solo nosotros les podemos enseñar». 20 Sí el gran descubrimiento de la psicología de Rousseau es el niño como ser distinto del hombre, uno de los grandes hallazgos de su «pedagogía» es la consideración de los intereses y la capacidad de aprendizaje del niño como principales pilares de su sistema. Pero para que el engranaje se ponga en funcionamiento, es importantísimo estimular el deseo de aprender. Rousseau critica a la educación usual el buscar métodos cada vez más refinados para educar a los niños mientras olvida sistemáticamente un medio más seguro que ningún otro: inculcar en el niño el deseo de aprender. «No se trata —escribe Rousseau— de enseñarle las ciencias, sino de estimularle a que se aficione a ellas, y proporcionarle métodos para que las aprenda cuando se desarrollen mejor sus aficiones. Este es el principio fundamental de toda educación». 21 Un tercer postulado engloba, de hecho, otros dos: qué debe enseñarse al niño y cuándo debe enseñársele. Respecto a la primero, Rousseau lo expone con gran claridad: «Recordad siempre que el espíritu de mi sistema no es enseñar muchas cosas al niño, sine el de no permitir que se metan en su cerebro otras ideas que las justas y claras». 22 La cantidad de los conocimientos que se dan al niño está referida con su calidad y lo que se gana en apariencia se pierde en profundidad. Tan importante como esto es el memento en que se imparten al niño estos conocimientos. Al niño se le debe dar siempre lo bastante, nunca en demasía, y se le debe dar en el memento apropiado, que es el momento en que lo necesita. La educación tradicional peca de apresuramiento y produce un efecto opuesto al que se propone: «el gran daño de la precipitación es obligar a hablar a los niños antes de que estén en edad de hacerlo (...). Reducid, pues, lo más posible el vocabulario del niño. No le conviene tener más palabras que ideas, no que sepa decir más cosas de las que puede pensar». 23 A causa de esta precipitación los niño hablan más tarde y con más confusión. Quizá los principales aspectos de la concepción pedagógica rousseauniana estén compendiados en esta cita que, de algún modo, resume la que hasta aquí hemos expuesto: «Haced que vuestro alumno dedique atención a los fenómenos de la naturaleza y pronto despertaréis su curiosidad, pero para alimentarla no os deis prisa en satisfacerla. Poned a su alcance las cuestiones y dejad qua las resuelva; que no sepa algo porque se la habéis dicho, sino porque lo haya comprendido él mismo; que invente la ciencia y no que la aprenda». 24 V. Una educación para la libertad Los postulados de la educación intelectual que acabamos de analizar tienen su paralelo y su complemento en los correspondientes a la educación moral —constante que se manifestará en muchas de las teorías renovadoras que analizaremos. En efecto, según, J.-J. Rousseau, «… el más valioso de todos los bienes no es la autoridad, sino la libertad. El hombre verdaderamente libre solamente quiere lo que puede y hace lo que le place. Esta es mi máxima fundamental». 25 De ella se derivan todas las reglas de la educación. Esto implica una gran confianza en la 20 21 22 23 24 25 Ídem, p. 120. Ídem, p. 174. Ídem, p. 173. Ídem, p. 119. Idem, p. 171 Idem, p. 125 naturaleza del niño: si al niño se le deja que haga lo que quiere, acabará por no hacer sino lo que debe; si al niño se le deja ser dueño de su albedrío no solo no se fomentarán sus caprichos, sino que se le prepara para una naturaleza fecunda. El reino de la libertad debe serle, por tanto, preparado y posibilitado al niño, dejando a su naturaleza manifestarse espontáneamente, poniéndole en condiciones de ser siempre dueño de sí mismo y no contrariando su voluntad. Pero esto no es lo que hace la educación tradicional: «le acostumbráis a que siempre se deje guiar; a que no sea otra cosa que una máquina en manos ajenas. Queréis que sea dócil cuando es pequeño, y eso es querer que sea crédulo y embaucado cuando sea mayor»; 26 algo similar hemos visto que sucedía en la educación intelectual: al sustituir la razón por la autoridad, el niño deja de razonar y se convierte en juguete de la opinión de los demás. La educación que se imparte a los niños en lo referido a la moral, es señaladamente dogmática no solo en la forma, sino también en el contenido. El niño no entiende los valores que se le imbuyen, pero, como no tiene otra alternativa, los asimila pasivamente y los arrastra después con la misma irresponsabilidad que se le inculcaron. Por este motivo, Rousseau aconsejaba: «Desechad, pues, todos esos misteriosos dogmas que para nosotros solo son palabras sin ideas, todas esas doctrinas estrafalarias, cuyo vano estudio suple las virtudes de los que a ellas se entregan y sirven para convertirlos más en locos que en hombres buenos». 27 Exactamente lo mismo sucede en lo relativo a la adquisición de principios y hábitos morales. En lugar de llenar hasta arriba la cabeza de los niños con principios vacíos y estériles, de los cuales se burlará cuando más necesarios le sean, se debería esperar el momento en que el niño los necesitase y estuviese capacitado para escucharlos, con lo que se lograría inculcarle unos principios adaptados a su persona y que le servirían para siempre. El niño que aprende los hábitos morales antes de tiempo, continua con ellos toda la vida sin razonarlos ni modificarlos; por el contrario, si un niño los aprende en el memento adecuado y percibe su justificación y sus razones, los seguirá con más juicio, más reflexivamente y, sin duda, de mejor grado. Confianza en la naturaleza del niño y defensa de su libertad caracterizan, pues, la educación moral defendida por Rousseau. La mentira, la falsedad, la hipocresía, el egoísmo, la falta de madurez, etc., son el resultado de la enseñanza tradicional. Así lo expresa el educador de Emilio: «En la educación natural y libre ¿por qué, pues, ha de mentir vuestro hijo? ¿Qué es lo que tiene que ocultaros? (...) De esto se deduce que las mentiras de los niños son la obra de los maestros y que la pretensión de que aprendan a decir la verdad no es otra cosa que enseñarles a mentir». 28 Bibliografía • • • • • CHATEAU, J.: Jean-Jacques Rousseau o la pedagogía de la vocación, en CHATEAU, J. (dir.). Los grandes pedagogos. F. C. E., México, 1974. LECERCLE, J.-L.: Emilio en la Historia, estudio introductorio en ROUSSEAU, J. J., Emilio (textos escogidos). ROUSSEAU, J. J.: Emilio o de la Educación (textos escogidos), Fontanella, Barcelona, 1973. Edición completa, con una amplia introducción, en Bruguera, Barcelona, 1971. SNYDERS, G.: La síntesis rousseauniana, en DEBESSE, M. y MIALARET, G., Historia de la Pedagogía, Oikos-Tau, Barcelona, 1974, tomo II, paginas 40-47. WALLON, H: Prologo a la selección de textos del Emilio de la editorial Fontanella, pp. 7-64. A estas obras puede añadirse cualquier historia de la pedagogía, ya que Rousseau tiene cabida en todas ellas. Nos hemos limitado a señalar aquí las que han sido directamente utilizadas para este apartado. 26 27 28 Idem, p. 178 Idem, p. 256. Ídem., pp. 136-137.