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Moral del Evangelio

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GASPAR MORA
EL PROYECTO MORAL DEL EVANGELIO
El proyecto moral del Evangelio, Iglesia Viva, 13 (1978) 67-81
INTRODUCCIÓN
Un tema con dificultades
La referencia al "proyecto" o a la "moral" evangélica parece oponerse a la, idea muy
extendida de que "el Evangelio es un mensaje de salvación y no una doctrina moral ni
menos un proyecto político". En realidad tales reticencias derivan de creer que la moral
es una cuestión marginal o secundaria en el conjunto del Evangelio. Pero una lectura en
profundidad pone de relieve el valor constitutivo que el Evangelio otorga a la dimensión
moral, si se evitan ciertas concepciones previas de lo "moral" que se pretenden luego
encontrar en el Evangelio.
Por otro lado la crisis generalizada de lo cristiano hace más indispensable y también
más difícil encontrar el núcleo definitorio del Evangelio, paso necesario para recuperar
la libertad frente a todo lo demás.
Se precisará un gran rigor crítico en la aproximación al Evangelio, a la figura de Jesús y
a la Iglesia para eliminar las adherencias que, para muchos, desautorizan
indiscriminadamente todo lo cristiano. Además el utillaje y las categorías en que nos
movemos no son excesivamente aptas para el reencuentro con el Evangelio y el espíritu
de Jesús. Pienso, por ejemplo, en la ambigua contraposición humano-cristiano,
reforzada por las mismas fórmulas que intentan superarla; en la atribución automática al
cristianismo de lo antievangélico que hay en la Iglesia o en la recuperación considerada
pacíficamente como a-cristiana de muchos valores evangélicos; en la identificación acrítica entre moral evangélica y vida práctica de los cristianos o en la falsa solución del
pluralismo a base de una comprensión neoreligiosa de la Iglesia, apocada y
automarginada.
Alcance y aproximación a la cuestión
La dimensión moral del Evangelio no puede construirse sobre un análisis aislado, que
podría dar lugar incluso a una imagen antievangélica. Hay que estudiarlos a la luz del
mensaje y del proyecto de Jesús, que como marco unitario, les da su razón de ser y su
auténtico sentido.
Ese planteamiento supone cuestiones que ahora me limito a enumerar. Ante todo que
los Sinópticos no son yuxtaposición de expresiones éticas, no siempre fácilmente
conciliables a primera vista, sino que formulan un proyecto moral unit ario y coherente.
Supone también que esa concepción ética fundamental es de Jesús y no de Pablo o de
Mateo.
Pretendo, pues, estudiar el proyecto moral del Jesús de los Sinópticos, es decir, del
Cristo de la fe, pues son los Sinópticos los que ofrecen un proyecto unitario en lo
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fundamental. No es mi tema probar su coherencia con el del Jesús histórico; trabajo
suponiendo que lo es.
El "amor" evangélico, núcleo de este proyecto moral cristiano, nos plantea infinidad de
preguntas esenciales; desde el sentido de una expresión tan manoseada, hasta el alcance
más o menos universal de las palabras de Jesús y su ineficacia política, el papel de la
Iglesia que pretende monopolizar un llamamiento tan humano, el lugar de la ética
evangélica frente a otros proyectos morales, o la última razón de la opción moral de
Jesús. Aunque no trataré de todas estas cuestiones, las tendré en cuenta al exponer el
núcleo del proyecto moral cristiano.
Pienso que toda esta serie de preguntas se reducen a tres. La primera sobre el
fundamento en que estriba el proyecto ético de Jesús y su libertad absoluta frente,
incluso, a las leyes atribuidas a Dios. En segundo lugar el contenido: cómo concibe
Jesús la vida humana, sin olvidar que un falso cristianismo nos dificulta la limpia
comprensión del Evangelio. Finalmente el sentido y alcance, de su mensaje: ¿qué
pretende Jesús?, ¿habla a todos o a unos pocos? y ¿es posible una vida humana al
margen de su palabra?
I. PUNTO DE PARTIDA DE LA MORAL EVANGELICA
Previamente a las preguntas clásicas sobre el "contenido" y el "sentido" de la moral de
Jesús, hemos de afrontar, a nivel ético, la cuestión central de la fe cristiana: la
comprensión del misterio de Jesús. Sólo ese misterio puede dar razón del modelo de
vida que propone y del sentido de sus exigencias. únicamente ese misterio puede
explicar el carácter central del amor, el concepto de vida humana y las expresiones,
radicales o sencillas, de su moral.
Cualquier otra base de aproximación caerá en ambigüedades a-críticas. Si, como se
acostumbra, se parte como fuente de conocimiento ético de la "palabra de Jesús" o de
sus "hechos", sin preguntarse por la razón de ser de una u otros, la vida moral se sitúa en
un cumplimiento casi literal de unas palabras, imperceptiblemente mitificadas, que no
integra la comprensión personal y la capacidad creativa y dificulta el diálogo con los
"no creyentes" o "ignorantes" de tales palabras.
La razón de ser de la ética y el mensaje cristiano reside en el misterio oscuro, pero
siempre luminoso, de la persona y la vida de Jesús, fuera del cual incluso su misma
palabra se cosifica y adquiere una autonomía que puede llegar a aplastar.
La más profunda originalidad del misterio personal de Jesús no se debe buscar en la
"obediencia al Padre" o en "la libre y amorosa entrega a la muerte", aunque todo ello sea
muy verdadero, sino en su especial relación con el Padre, su único e irrepetible
conocimiento del Padre (Mt 11, 27) que El conoce como Hijo y al que ama y revela (Mc
9, 7). Esa es la razón de ser de Jesús: el conocimiento de Dios como un Padre (Mt 6, 9)
que llama (Mt 22, 1-14), perdona (Mt 18, 21-35; Le 7, 36-50) y ama universal y
gratuitamente (Mt 5, 43-45). Toda la existencia y doctrina de Jesús se resume en la
entrega a Dios Padre como donación personal y libre al Absoluto del Amor, del Perdón
y de la Vida (Fil 2, 5-11; Hb 10, 5-10).
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La imagen del hombre que vive en Dios
Junto a la citada imagen de Dios y en su vivencia conoce Jesús la auténtica vida del
hombre, de la cual se presenta como realización perfecta (Mt 5, 3-12; Jn 19, 5), que
consiste en vivir en y según Dios como Absoluto (Mt 5, 43-45; I Jn 1, 5-7; 2, 3-6). Dios
es la verdadera vida del hombre (Mt 22, 114; Lc 15, 1-32).
Esa vida en Dios como Absoluto comporta la tensión constitutiva de una vida nueva.
Pues, por una parte, significa modelar la vida y la libertad según el Dios vivo, es decir,
según el perdón, la paz, la justicia y el amor, porque ésa es la realidad de Dios (Mt 5,
43-45; 18, 21-35; 25, 31-46; Le 15, 1-32).
Por otro lado ese hombre nuevo vive frente al mundo en una tensión dialéctica entre el
abandono y la comunión. El encuentro con el Absoluto le revela la caducidad de todo,
incluso de la propia vida (Mt 5, 19-21; 13, 4446; Mc 8, 36-37; Lc 12, 13-21), la
mediocridad, la limitación de los hombres y la fuerza corruptora del pecado (Mt 6, 1-8.
27; 7, 1-5; Le 18, 9-14). Nada de lo que existe es su vida verdadera o su felicidad
completa. La actitud sabia del hombre ante el mundo es el abandono, la pérdida, la
"muerte" (Mt 13, 44-46; Mc 8, 34-35). Y sin embargo, vivir en Dios significa también
amarlo todo, poseerlo" todo en su auténtica realidad, limitada, mediocre y pecadora, sin
falsas ilusiones o exigencias (Mt 19, 29; Mc 12, 28-34; Lc 10, 25-37). El Dios vivo es el
único Absoluto que sin exigir el desprecio o el sacrificio de la realidad -ni siquiera en
función de una perfección futura que no llegará nunca (Mt 5, 43-45; Jn 8, 2-11)- permite
encontrarla como es, precisamente a aquel que interiormente la ha perdido. Dios es el
único que permite recuperar las cosas y la propia vida transfigurada y eterna, (Mt 6, 2434) sin absolutizarla.
La recuperación de la vida humana
La especial relación de Jesús con Dios le lleva, precisamente, a encontrar la vida
verdaderamente humana en medio de la inhumanidad ambiente. Dirige sobre todo ello
una mirada de tranquila clarividencia sobre el hombre que le hace matizar e incluso
anular la ley atribuida a Dios. Piénsese en la estima humana que significa situar en el
corazón la pureza humana (Mt 5, 27-28; 5, 21-22; Me 7, 14-23); o la percepción de la
pecaminosidad de todo hombre (Mt 7, 1-5; Jn 8, 2-11); o la relatividad de la riqueza (Le
12, 16-21) o el rechazo de la exageración del sábado (Me 2, 23-26) o el carácter
limitado y caduco de la vida superior, sin embargo, a la comida o al vestido (Mt 6, 2434). Otras veces plantea con violencia su concepción de la verdadera vida frente a un
ambiente engañoso y malvado (Me 7-18; Mt 7, 26; 15, 14; Lc 12, 20; 24, 25).
La ética de Jesús no consiste en la imposición de una voluntad divina, ni en la promesa
de un mundo perfecto, sino de la revelación de lo que es y vale el hombre y su vida,
desenmascarando muchas instancias -incluso la tenida por ley de Dios- que pretendían
responder a esa búsqueda y se equivocaban.
Su conocimiento de Dios y de la vida humana en El son los fundamentos de su
autoridad, tan subrayada en los Evangelios (Me 1, 22. 27; 12, 28-34; Mt 5, 20-48; 7,
28).
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La lucha de dos hombres y de dos dioses
El evangelio entero contrapone dos imágenes de hombre. A menudo es un contraste
violento, como en las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12; Le 6, 20-26), en el sermón de la
montaña (Mt 5, 2048), en las discusiones con los fariseos (Me 7,1-23) o con sus mismos
discípulos (Me 8, 31-38). A veces critica Jesús costumbres ancestrales, elementos de la
vida de Israel como pueblo aparte o la misma ley atribuida a Dios (Mt 5, 23-26; 31-42;
8, 11-12; 21, 28-32; Mc 7, 1-23). En esa contraposición Jesús se afirma como el que
sabe lo que es el hombre y la vida auténticamente humana.
En su última raíz el Evangelio expresa la contraposición de dos imágenes de Dios: en el
desierto (Mt 4, 1-11), ante la confesión de Pedro (Mt 16, 1323) o ante la cruz (Mt 27,
39-44). Sólo Jesús conoce al Dios vivo y por eso denuncia el engaño en que se mueve el
mundo (Me 8, 33; Mt 6, 24; 22, 29).
II. CONTENIDO DE LA VIDA HUMANA QUE JESÚS ANUNCIA
Conversión, búsqueda y receptividad
Jesús no quiere fundar un movimiento sobrehumano o esotérico. Quiere mostrar que
Dios Padre es la clave de una vida humana auténtica. Sabe que sus categorías son
rotundamente opuestas a las del mundo. Por eso invita constantemente a buscar lo
esencial, lo único necesario (Lc 10, 38-42), la perla de la vida, (Mt, 13, 34-36);
sospecha de las categorías ambientales (Me 7, 1423; Me 1, 15; 8, 33), escucha (Mt 13,
18-23; Me 4, 9. 23) y busca la luz (Me 4, 1-20), aunque aparentemente sea contraria al
corazón del hombre (Lc 24, 25-26). Para ello no duda en apelar a la reflexión serena (Mt
21, 28-32), al sentido común (Me 2, 23-3, 6; 7, 14-23; Le 13, 10-17; 14, 1-6), a la crítica
(Me 7, 9-13; Le 12, 54-57) y a la decisión madura (Le 14, 28-33).
Jesús interpreta la negativa a aceptar su mensaje como la admisión de lo que
empequeñece y pierde la vida (Me 4, 1-20).
La fe personal
La aceptación personal y vivida del mensaje de Jesús es lo que define al hombre. En la
raíz está la adhesión a la idea de Jesús sobre Dios Padre (Mt 11, 27) y en El la
aceptación de la paz, el perdón, la vida y el amor como valores absolutos. A su luz está
la aceptación de la imagen de vida humana que El vive y anuncia y que se concreta en la
aceptación del sermón de la montaña, del perdón y el amor a todos por encima de todo
(Mt 7, 24-27) y a Jesús como modelo perfecto de la vida en Dios (Le 24, 25-26). Esa
decisión de fe ante el mensaje sobre el hombre y sobre Dios se efectúa en el "corazón"
(Me 7, 6-7; 14-23), como lugar de inalienable y plena libertad sobre sí mismo.
La fe tiene tanto de aceptación del misterio de Dios y del hombre como de iluminada
experiencia personal: es decisión oscura de seguir a Jesús en su vida y muerte ( Jn 6, 6769) y, a la vez, clara experiencia de su Palabra sobre el amor, la muerte y Dios (Me 12,
32-33; Jn 4, 41-42; 7, 45-46).
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La relación con Dios
Hemos visto que la relación positiva o negativa respecto del Dios vivo orienta la vida
ética. El Evangelio subraya el carácter misterioso e incluso conflictivo de esa relación:
es tan importante que puede erigirse en el gran engaño del hombre (Jn 8, 30-47). Quizás
el problema reside en la dificultad de integrar dos elementos fundamentales: la relación
personal con Dios Padre expresada, en la oración y la existencia ética según el Absoluto
del Amor, del Perdón y la Vida. El Evangelio denuncia el peligro de un trágico
autoengaño al hablar con mucha reticencia de la oración, de los sacrificios y de la
pertenencia al grupo de los "servidores profesionales de Dios" (Mt 5, 23-26; 6, 1-18; 7,
21-23; 21, 28-32).
La oración personal y la orientación ética de la existencia están relacionadas
dialécticamente. Cuando hay ruptura, el Evangelio sitúa la relación real con Dios no en
la oración o la confesión explícita de la fe, sino en la orientación de la vida real del
hombre (Mt 21, 28-32; 25, 31-46). El hombre no afirma o niega a Dios con sus
formulaciones teóricas o con los actos religiosos, sino con su vida
Sin duda la relación con Dios constituye un tema difícil para el hombre actual. Por eso
se silencia en la pastoral e incluso en la teología. Sin embargo el silencio, además de no
dar solución, permite que se hable de "relación con Dios" y de "Dios" mismo con
absoluta trivialidad; y sin la sensibilidad evangélica, la superficialidad hace que la
afirmación o la negación de esas realidades sean verdaderos palos en el aire
Es necesario recuperar los elementos en conflicto y detallar el contenido evangélico de
esa misteriosa relación del hombre con Dios; y lo haré con temor y temblor pues sé que
ahí se juega todo.
Elementos constitutivos del hombre que cree en el Dios vivo
En el Evangelio la actitud más globalizante ante Dios se resume en la confianza (Mt 6,
24-34; 26, 36-44); en ella se integra la pasividad de quien se sabe contingente y pecador
ante Aquel que es la vida de los hombres, y la actividad del hombre libre y responsable
que se entrega confiadamente a Dios modelando su yo según el Amor y el Perdón (Me
10, 17-27).
Esa actitud asume matices muy complejos: la asunción consciente de la limitación (Mt
6, 27) y pecaminosidad humana (Mt 18, 21-35; Le 18, 9-14) junto con la aspiración a la
vida y el amor eternos y perfectos (Mt 6, 9-13); la entrañable comunión con todo lo
humano (Jn 8, 2-11), la seguridad del perdón (Lc 8, 36-50); la alegría por lo que el
hombre es (Mt 6, 25-26; Le 9, 17-20; 10, 11-19); la convicción que esa relación no es
cuestión de palabras o actos, sino de una inacabada relación de servicio, amor, perdón y
justicia entre los hombres (Mt 6, 14-15; 7, 21-23).
Precisamente en un mundo que difícilmente acepta un Dios trascendente y personal se
hace más necesario que nunca recuperar la rica tensión evangélica del hombre ante el
Absoluto de Dios, de la vida, la justicia, el perdón y el amor, como norte de su vida,
para entender el valor sublime de la existencia humana. Tengo por absolutamente
inadecuado prescindir de la "trascendencia" o creer que se trata de un "plus" cristiano no
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necesario para el común de los hombres; pues sólo en referencia a Dios Jesús halla el
hombre auténtico, libre y maduro, consciente de su finitud, pero impulsado sin
desesperaciones a la búsqueda de un Amor y una Paz aquí nunca conseguidas.
La relación con las demás
El amor complexivo, radical, gratuito para con los demás, como plenitud de vida (Le
10, 25-29; 14, 12-14), es una afirmación sin argumentos ni matices casi obsesiva de
Jesús y eso no como táctica, ley, sistema de convivencia u ocasión de premio, sino
como manera de ser. Las más radicales exigencias éticas de Jesús se hacen porque Dios
es Aquel que ama. (Mt 5, 43-45; 18, 21-35).
La vida en Dios impide la perpetua tendencia egocéntrica a afirmarse a costa de los
demás, y de ahí surge un estilo -primer aspecto del amor según el evangelio- abierto que
acepta a los otros tal como son (Mt 25, 31-46; Lc 10, 30-37). Esta afirmación
aparentemente tan sencilla es el resultado de la tensión entre el abandono de los demás y
su recuperación. Amar al hombre como es, supone entender su contingencia y no exigir
de él la seguridad que necesitamos; supone "abandonarlo". Pero a la vez supone
recuperarlo limpiamente como es, sin dominios, abusos, manipulaciones, ni aplazar la
estima para un ho mbre perfecto que no llegará. Sólo quien ha "perdido" a los demás, los
encuentra como son y en ello está la vida verdadera (Mt 19, 29; Me 8, 35).
Amar es una actitud admirada y casi contemplativa ante cada cosa y cada hombre sin
que su pecado o su limitación la destruyan, ya que uno mismo se reconoce también
indigente y halla su seguridad sólo en el Dios vivo. Por una ley sorprendente, la moral
intrahumana de Jesús, que no parte del valor del hombre, sino de Dios, llega a exigir la
acogida del otro en su indigencia (Mt 25, 3-46), su dolor (Lc 10, 30-37), su pecado (Le
8, 2-11) e incluso su misma maldad (Mt 5, 38-42), con una radicalidad probablemente
impensable partiendo de otras bases.
Amar a los demás en su realidad mediocre y pecadora significa ponerse a su servicio segundo aspecto del amor- desde la ayuda en lo material hasta el perdón, la promoción
de su fe, su amor y su desprendimiento personal (Mt 5, 19; 28, 18-20) para conseguir en
todos una vida auténticamente humana. Este es el campo más abundantemente descrito
por el Evangelio, que no detallo por ser el más conocido.
III. SENTIDO Y ALCANCE DEL PROYECTO MORAL DEL EVANGELIO
Ante el proyecto moral de Jesús nos hacemos algunas preguntas decisivas: ¿se dirige a
todos los hombres o sólo a unos pocos selectos?, ¿existen otros proyectos humanos
también respetables?, ¿se trata de un proyecto "heroico" que se superpone a otros
proyectos más "normales"? ¿estamos en presencia de normas o consejos? ¿cuál es la
situación de los que no aceptan ese proyecto, no creen en él o ni siquiera lo conocen?
No podemos responder ahora a todas esas cuestiones pero debemos formular algunas
pistas de respuesta precisamente a partir del mismo evangelio ya que sin ellas toda
nuestra construcción tendría los pies de barro.
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La moral evangélica como revelación
Las exigencias éticas más radicales de los evangelios son ante todo una revelación; la
revelación del hombre auténtico y de la auténtica vida humana; del sentido de las cosas
(Mt 6, 24-34; Le 12, 13-21), de los trágicos errores humanos (Me 8, 33; Mt 23, 1624),
de la importancia del presente (Lc 12, 54-57), del valor de las decisiones de cada
hombre (Le 11, 27-28), de lo que realmente libera o pierde al hombre (Mt 25, 31-46).
Jesús de ninguna manera presenta sus exigencias como nacidas de una voluntad
poderosa y arbitraria, sino como interpretación exacta de la realidad frente a ideas,
costumbres, leyes, misiones históricas, roles sociales o dioses falsos, productos todos
del egoísmo e indignos del hombre. Sólo a la luz de esa revelación se puede entender la
ética cristiana como una norma.
El hábito de imaginar que hay algo común "humano" sobre lo que se levanta como un
"plus" la ética evangélica, nos hace difícil a los cristianos entender eso.
A partir de esa orientación fundamental es obvio que la ética evangélica no es la de un
grupo, sino que tiene un alcance universal, porque corresponde a la verdad auténtica de
todo hombre. Es una ética exclusiva porque es la única forma plenamente humana de
vivir. Y es asimismo salvífica porque sólo ella permite encontrar la libertad y vivir en
Dios.
En conclusión, el Evangelio presenta su proyecto ético en toda su radicalidad, como la
moral auténticamente humana y como respuesta adecuada a la pregunta por la felicidad
y la verdadera vida que formula todo hombre. Cuando hayamos construido unos
hombres y un mundo modelado según el Evangelio, entonces seremos realmente
hombres; no habremos hecho sino lo que teníamos que hacer (Le 17, 7-10).
La relación de la moral evangélica con otros proyectos morales
Procederemos por pasos al tratar de ese tema, uno de los motivos del presente trabajo.
1. El evangelio como proyecto totalizante y único
El Evangelio de Jesús es un intento de comprensión globalizante de toda vida humana
(Mt 6, 22-23; 22, 34-40), porque sabe que el hombre entero se juega en su yo libre. Eso
ha llevado a entender erróneamente al cristianismo como un espíritu abstracto o general
que puede vivirse de muchas maneras. Pero el Evangelio, al dibujar un modo de vivir el
hombre, intenta formular un proyecto pleno y completo sobre todo lo humano: vida,
alegría, amistad, sexo, trabajo, diálogo, progreso, pecado, muerte. El hombre humaniza
todo lo que toca y cualquier decisión cae en la influencia de la imagen de hombre y de
vida humana que Jesús describe.
2. Una única alternativa a la ética evangélica
El proyecto evangélico por ser global y único no tiene otra alternativa que su contrario.
Y el Evangelio repite hasta la saciedad que sólo hay dos caminos: amor-odio; perdón-
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rencor; engaño- luz; servicio-egoísmo. No hay otra respuesta a la llamada de Dios que el
si o el no.
3. Evangelio y antievangelio en cada proyecto humano
El Evangelio presenta un proyecto de vida enfrentado al opuesto; son dos espíritus que
luchan. Y ni uno ni otro están realizados plenamente en parte alguna. Ni el proyecto
cristiano es el realizado por la iglesia o los cristianos, ni el no-cristiano es el real de los
no creyentes. Los dos espíritus viven en cada grupo, civilización, iglesia, u hombre
concreto. Por eso Jesús lucha contra la idea infantil, pero tan grata al hombre, de
encontrar el valor humano en su grupo, raza, clase o culto. En el seno de cada vida y
cada comunidad tiene lugar la tensión entre el sí y el no descrita en los evangelios.
4. El estatuto de la Iglesia
La iglesia no es el lugar exclusivo de la realización perfecta del proyecto evangélico. La
Iglesia es la comunidad de los que creen que toda vida humana es limpia ante Dios y
han aceptado el proyecto de Jesús, porque creen que es el camino de realización plena
de todo hombre y de toda colectividad. Y en el intento de vivir según el amor de Dios
amando a la realidad, se saben al lado de los que, entre las ambigüedades humanas,
viven según el mismo Espíritu y trabajan para que sea la luz que ilumine la tiniebla de
un mundo tan mediocre.
Extractó: JOSE M.ª ROCAFIGUERA
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