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9.1.4 Habilidadesterapeuta

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Habilidades del Terapeuta y Mindfulness
Article in Revista Argentina de Clinica Psicologica · August 2017
DOI: 10.24205/03276716.2017.1014
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2 authors:
Claudio Araya-Véliz
Bárbara Porter Jalife
Universidad Adolfo Ibáñez
University of Concepción
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SEE PROFILE
Revista Argentina de Clínica Psicológica
2017, Vol. XXVI, N°1, 1-9
1
HABILIDADES DEL TERAPEUTA Y MINDFULNESS
Claudio Araya-Véliz* y Bárbara Porter Jalife
Resumen
En la investigación de factores comunes en psicoterapia resalta la importancia que tienen las
variables relacionadas a la persona del terapeuta. La actitud del terapeuta, específicamente su capacidad de generar un clima acogedor, de respeto y aceptación, manifestando calidez, sintonía
emocional y un interés genuino con el consultante, además de su capacidad de autoobservación y
autocuidado, han mostrado ser variables muy relevantes para facilitar el cambio en psicoterapia.
Considerando esta evidencia, resulta desafiante desarrollar programas de formación que permitan
a los terapeutas adquirir y/o desarrollar estas competencias.
A partir de la descripción de la evidencia neurobiológica y psicológica de los efectos de la práctica de mindfulness, se fundamenta y desarrolla la tesis que esta práctica y su inclusión en los programas de formación de habilidades clínicas podría ofrecer una alternativa novedosa, práctica y
efectiva en el entrenamiento de las habilidades terapéuticas claves para facilitar el cambio terapéutico, tales como las de autoobservación y el autocuidado.
Palabras clave: Habilidades terapéuticas, mindfulness, factores comunes, autoobservación, autocuidado.
Abstract
The research about common factors in psychotherapy emphasizes the importance of personal
therapist variables in psychotherapy change, particularly the influence of the therapist's attitude,
his ability to create a comfortable atmosphere of respect and acceptance, expressing warmth, emotional tune and a genuine interest on the client, and his ability of self-observation and self-care.
Considering this evidence, it is challenging to develop training programs that allow therapists to
acquire or develop these skills.
From neurobiological and psychological evidence of the effects of mindfulness practice, the
present article develops the thesis that this practice and its inclusion in some clinical skills training
programs, could provide a new, practical and effective alternative for training key therapeutic skills,
such as self-observation and self-care.
Key word: Therapeutic skills, mindfulness, common factors, self-observation, self-care.
Recibido: 0X-0X-XX | Aceptado: 0X-0X-XX
Introducción
La investigación y evidencias sobre la importancia de los factores comunes en psicoterapia
abren un enorme desafío respecto al modo de entrenar estas habilidades, tanto en terapeutas novatos, como en quienes ya poseen una vasta
experiencia clínica.
Si bien son escasos y preliminares los informes
que describen el efecto de las intervenciones basadas en mindfulness sobre la formación de psicoterapeutas , están abiertas las puertas para establecer
vínculos entre la formación del terapeuta y las prácticas de atención plena, primero a un nivel reflexivo,
para posteriormente incluir esta práctica de un modo
adecuado en el ámbito práctico.
El siguiente artículo busca reflexionar y establecer un puente entre la formación de habilidades
terapéuticas claves y la práctica de mindfulness, a
partir de la evidencia de los efectos neurobiológicos y psicológicos que ha demostrado producir
esta práctica. Se reflexiona sobre el efecto que podría tener esta práctica sobre los factores comunes
asociados al terapeuta, en especial en el desarrollo de habilidades terapéuticas tales como: la empatía, la escucha atenta, la presencia terapéutica,
la auto-observación y el autocuidado.
I. ¿Qué aspectos favorecen el cambio en
psicoterapia? Relevancia de las variables
del terapeuta y la alianza terapéutica.
El interés por los factores inespecíficos en psicoterapia surgió durante los años 50, momento en
el cual comenzó a ponerse en duda la efectividad
* Escuela de Psicología, Universidad Adolfo Ibáñez
E-Mail: xxxxxxxxx.xxxxxxx@xxxxxxx.com
REVISTA ARGENTINA DE CLÍNICA PSICOLÓGICA XXV p.p. 1-9
© 2016 Fundación AIGLÉ.
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de la psicoterapia dados los cuestionamientos realizados por Eysenk (1952). Si bien los estudios indican que en general la psicoterapia funciona, los
esfuerzos para establecer la eficacia de un método
sobre otro han sido problemáticos, en tanto se ha
llegado a determinar una indiferenciación respecto
a la efectividad de los diversos sistemas terapéuticos . Según plantea Krause (2005) la ayuda profesional aparentaba tener una especie de “efecto
homogéneo”. En base a lo anterior, y como lo señalan Germer, Siegel & Fulton (2005) el modelo de
la terapia simplemente no hace una mayor diferencia respecto al resultado de la terapia. Lo anterior
no significa que el modelo específico de tratamiento sea irrelevante, sin embargo, ha puesto
sobre la mesa la realidad de que éste es solo una
de múltiples variables que intervienen en el cambio terapéutico.
Según Lambert y Ogles el 15% del cambio terapéutico es originado por el modelo y métodos del
terapeuta. Safran y Segal concluyeron que el 45%
del cambio terapéutico se atribuye a factores relacionados a la relación terapéutica. Por su parte Lambert y Ogles dividen los factores comunes de
cambio en cuatro áreas generales, a las que asignan
un porcentaje en función de su contribución a la mejoría de las personas en psicoterapia: (1) Factores
del cliente y eventos extra-terapéuticos con un 40%;
(2) Factores de la relación terapéutica, con un 30%;
(3) Expectativas y efectos placebo, 15% y (4) Factores relacionados con las técnicas y modelos teóricos
con un 15%.
Dados estos indicadores, vale la pena indagar
con mayor profundidad en las variables que tendrían
una alta incidencia en el cambio y que son posibles
de manejar y entrenar por parte del terapeuta.
1. Variables relacionadas al terapeuta
Nos basaremos en la clasificación de variables
asociadas al terapeuta propuesta por Winkler, Cáceres, Fernández y Sanhueza, (1989) que considera
como aspectos relevantes la actitud, la personalidad, las habilidades, el nivel de experiencia y el bienestar emocional que posee el psicoterapeuta, las
que influirían de manera fundamental en la calidad
de la alianza terapéutica.
1.1. Actitud
Plantean que el psicoterapeuta debe tener una
actitud que favorezca un clima terapéutico facilitador del cambio, que ha de incentivar la autoexploración del paciente y ha de estar basada en el
respeto, la aceptación, la comprensión, la calidez y
ayuda. Lo anterior implica realizar esfuerzos deliberados por no criticar, no juzgar ni reaccionar emocionalmente frente a lo que podrían ser
provocaciones del paciente. Esta capacidad de no
reaccionar automáticamente tiene como base la capacidad de autoobservación del terapeuta, en tanto
es fundamental que conozca sus patrones habituales y reconozca cuando surge el impulso de reaccionar automáticamente a partir de ellos. Esta
capacidad es la base para discriminar cuando sus
emociones y reacciones son producto de sus propios conflictos y cuando estarían elicitadas por el
contenido brindado por el paciente.
Por otro lado, Gondra (1984) plantea que la actitud de respeto es fundamental, la cual se relaciona
con las posibilidades que el terapeuta tiene de obtener fuentes de satisfacción y seguridad personal
extra-terapéuticas (Santibáñez, Roman, Chenevard,
Espinoza, Irribarra & Muller, 2008). Lo anterior, estaría estrechamente vinculado con la salud mental
del terapeuta y sus habilidades de autocuidado, las
que, como veremos, son de radical importancia para
el cambio terapéutico.
1.2. Habilidades
Las habilidades terapéuticas se comprenden
como distintas aptitudes que debe tener el terapeuta para dedicarse a la práctica clínica, independientemente de su postura teórica (Ruiz, 1998). Las
habilidades mencionadas por este autor comprenden: (1) El interés genuino por las personas y su
bienestar; (2) el conocimiento de uno mismo o autoconocimiento; (3) el compromiso ético; (4) las actitudes que favorecen la relación terapéutica, como la
calidez, cordialidad, autenticidad, empatía y aceptación positiva incondicional.
Para Brammer (1979) las habilidades necesarias
para el terapeuta comprenden la capacidad para entender, escuchar, guiar, reflejar, confrontar, interpretar, informar y resumir. Así como que los
consultantes en la terapia se sientan “escuchados”
y “comprendidos” (Krause, 2005).
Vale la pena plantear aquí, que para poder realmente escuchar y comprender a otros resulta clave
la capacidad del propio terapeuta de escucharse y
comprenderse el mismo en tanto las reacciones y
asociaciones frente al material que trae el paciente
son información sumamente importante para la
comprensión de la dinámica del consultante.
1.3. Bienestar emocional: Autocuidado y Salud
Mental
Según los terapeutas más conscientes de sus limitaciones personales y de su propia responsabilidad emocional hacia los pacientes pueden ser mas
sensitivos y capaces de responder terapéuticamente ante los problemas de los consultantes. Por
otra parte Santibáñez et al. (2008) plantea que el
ajuste emocional del terapeuta se relaciona directamente con el éxito terapéutico. Un terapeuta perturbado no solo puede impedir el cambio de su
paciente, sino además, puede ser iatrogénico para
éste. Dado lo anterior, la responsabilidad del terapeuta respecto a su propia salud mental y autocuidado es fundamental.
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2. Variables de la relación y alianza terapéutica
El concepto de alianza terapéutica ha sido utilizado para referirse a la relación existente entre terapeuta y consultante durante el proceso terapéutico
(Hartley, 1985). Según Hovarth & Luborsky (1993),
la alianza terapéutica es una relación de trabajo conjunto, en armonía, entre paciente y terapeuta.
Los aspectos centrales de la alianza terapéutica,
según Santibáñez et al (2008), serían los sentimientos y actitudes de los participantes y su conjugación
en el proceso terapéutico, la que estaría basada en
la confianza y compromiso del consultante y del terapeuta hacia el proceso.
Respecto a la eficiencia del proceso, Opazo
afirma que una buena relación consultante-terapeuta mejora la eficiencia terapéutica y a su vez, una
mayor eficiencia percibida por el consultante, mejora
la relación terapéutica. Este círculo virtuoso sería
uno de los pilares del proceso terapéutico. De esta
manera, se ha llegado a determinar que la variable
más significativa que distingue a los terapeutas que
obtienen buenos resultados de los que no, es la capacidad de formar una buena alianza terapéutica
con los pacientes.
Desde la perspectiva del paciente, el logro de
una buena “sintonía” o ajuste emocional con el terapeuta es fundamental para la mantención en la terapia . Lo anterior se entiende como un sentimiento
de simpatía y confianza hacia el terapeuta. El no lograr este sentimiento, pondría en peligro el proceso
de cambio, llevando frecuentemente a la ruptura de
la relación terapéutica.
Existe cierto acuerdo respecto a que el trabajo
colaborativo entre paciente y terapeuta orientado a
aliviar el sufrimiento del paciente es central (Bordin,
1979). Por otro lado, estudios han demostrado que
los terapeutas que logran alianzas terapéuticas positivas tienden a realizar menos conductas negativas, como culpar, criticar, rechazar, ignorar, o forzar
al paciente a trabajar en base una agenda basada en
técnicas especificas cuando éste se encuentra resistente . Respecto a la relación entre alianza terapéutica y cambio, Orlinsky, Grawe & Parks (1994) luego
de un análisis de 132 investigaciones de proceso,
concluyeron que existe una fuerte relación entre la
calidad de la alianza terapéutica y el resultado de
proceso de la psicoterapia. Por ello, las características del terapeuta que facilitan el logro de la confianza y sintonía con el paciente desde el primer
momento resultan cruciales a la hora de evaluar el
éxito de un proceso terapéutico, para lo cual la capacidad de autoobservación es fundamental.
Por otro lado, Karson & Fox (2010) proponen una
serie de diez habilidades comunes a todos los tipos
de terapia, que serían subyacentes a los factores comunes y que tendrían directa relación con el éxito terapéutico. Dentro de las habilidades que ellos
proponen se menciona la capacidad del terapeuta
de prestar atención y comentar con regularidad lo
que sucede en la interacción entre terapeuta y paciente, considerando los pensamientos, emociones
y reacciones de ambos en la relación. Según estos
autores, esta habilidad, que puede resultar inapropiada, intrusiva o irritante en un contexto social, es
una destreza altamente deseable en el terapeuta, lo
que requiere sensibilidad, honestidad y presencia
emocional y cognitiva. Fernandez-Liria, RodríguezVega, Ortiz-Sanchez, Baldor Tubet & Gonzalez-Juarez
(2010) por su parte entregan pruebas empíricas que
esta habilidad atencional es posible de ser entrenada, en un marco de formación formal.
Por otro lado, la capacidad de responder a las expresiones de rabia y desilusión con curiosidad, en
vez de tomarlas a nivel personal también se menciona como una destreza deseable en el terapeuta.
En relación a esto, podríamos decir que la capacidad
del terapeuta de observar sus reacciones, incluyendo sus pensamientos, emociones y sensaciones,
y no dejarse llevar automáticamente por ellas, es de
suma importancia.
La capacidad de prestar atención a la interacción
con el paciente y al mismo tiempo notar las reacciones personales ante ésta, se menciona como otra
habilidad deseable. Esto se podría relacionar también a la capacidad de prestar atención de manera
estable y sostenida tanto a la información proveniente de la interacción terapéutica, como de nuestras reacciones ante dicha interacción. Lo anterior se
relaciona con otra habilidad mencionada por Karson
& Fox (2010), que apunta a minimizar las distracciones relacionadas a la vida personal del terapeuta.
Según estos autores, la presencia cognitiva y la sintonía emocional del terapeuta requiere la ausencia
de distracciones provenientes de aspectos personales del terapeuta, no relacionados a la relación terapéutica. En base a esto, podríamos decir que el
poder darse cuenta cuando aparecen, y no dejarse
llevar por ellos automáticamente, refocalizando la
atención en el paciente y en la relación, resultaría
fundamental.
Podríamos plantear que la capacidad de estar
presente cognitiva y emocionalmente, además de la
capacidad de auto observación serían los cimientos
para el desarrollo de todas las destrezas mencionadas. En síntesis, podemos plantear que existen claras características del terapeuta y de la relación
terapéutica que se correlacionan positivamente con
el cambio terapéutico.
Podríamos decir que las actitudes del terapeuta
como la empatía, respeto, autenticidad, comprensión, calidez, aceptación incondicional, no juicio,
madurez y bienestar psicológico, así como también
habilidades clave como la capacidad de escucha profunda, la tolerancia a la expresión de emociones negativas del paciente, la capacidad para no reaccionar
ante eventuales “provocaciones” del paciente y la
habilidad para facilitar la auto-exploración del consultante serían fundamentales para facilitar el cam-
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bio terapéutico. Por otro lado, la capacidad de estar
presente cognitiva y emocionalmente aparece de
manera reiterada en relación a las habilidades comunes vinculadas a los factores comunes. La capacidad de mantenerse atento a las propias reacciones
frente a la relación y de minimizar las distracciones
relacionadas a contenidos personales del terapeuta
aparecen como fundamentales. Así también, las características anteriormente mencionadas serian fundamentales para la generación un vinculo emocional
positivo entre el paciente y el terapeuta, lo cual es
clave para el logro de una alianza terapéutica favorable al cambio, basada en la sintonía emocional, la
confianza, el compromiso y la colaboración armónica
entre los actores del proceso.
De manera reiterada aparecen las capacidades
de autoobservación y de autocuidado como básicas
para el desarrollo de las demás actitudes y habilidades. Dada su incidencia en el cambio terapéutico, podríamos decir que es un deber ético para
todo psicoterapeuta trabajar conscientemente por
desarrollarlas.
Reconocer la relevancia de la autoobservación y
del autocuidado del terapeuta en el cambio en psicoterapia implica un enorme desafío para la formación de psicoterapeutas. Resalta la necesidad de un
entrenamiento práctico que permita ir desarrollando
la atención en el propio profesional, en sus emociones y cogniciones, que además le permita reconocer
los patrones habituales que podrían estar influyendo
en su capacidad terapéutica.
En consideración de lo anterior, resulta novedoso
indagar los efectos que podría tener un entrenamiento en autoobservación y autocuidado basado
en mindfulness.
II. Mindfulness: Definición y evidencia
que respalda la práctica.
Mindfulness es la actitud y la práctica de volver
la atención al momento presente con una actitud de
aceptación y sin juicio, de acuerdo a Hanh (1976)
Mindfulness es: “mantener viva la consciencia en la
realidad presente”. (p.11). Jon Kabat Zinn pionero
del Mindfulness en el ámbito de la salud señala que
Mindfulness es la capacidad de prestar atención de
manera particular, como propósito en el momento
presente y sin juicios mentales.
En los últimos quince años es considerable la evidencia empírica que respalda la práctica de Mindfulness, a continuación se sintetizan algunos
principales efectos, tanto a nivel neurobiológicos
como psicológicos de la práctica de Mindfulness.
1. Evidencia Neurobiológica:
Hoy en occidente se han realizado significativos
avances en el campo de la investigación en neurociencias. Mediante técnicas como la neuroimagen y
el procesamiento computarizado de señales electro-
encefalográfícas, en los últimos diez años la neurociencia ha ido desarrollándose como disciplina, permitiendo comprender cuál es el correlato
neurofisiológico de experiencias cada vez más sutiles, como la experiencia de estar en un estado de
alerta y atención sostenida y entrenada, como la que
busca desarrollar la práctica de mindfulness.
Siegel (2007) distingue entre procesos neurológicos de arriba-abajo y de abajo-arriba. Los primeros
(arriba-abajo) se refieren a cuando el individuo filtra
la percepción de la realidad, mientras que el proceso
inverso (abajo-arriba) describe el ingreso de información “fresca” desde los órganos sensoriales. Los
procesos de arriba-abajo, si bien poseen un innegable valor adaptativo y de supervivencia, crean predicciones y esclavizan la interpretación de la
experiencia, no permitiendo la novedad e interpretando la realidad en base a patrones ya conocidos.
En cambio, los procesos de abajo-arriba amplían los
matices de la experiencia, ya que se tiene acceso con
más nitidez a la información proveniente de los sentidos. La práctica de mindfulness facilita estos procesos de abajo-arriba, favoreciendo la llegada de
mayor riqueza informativa a instancias prefrontales,
posibilitando de esta manera una mayor flexibilidad
a la hora de dar una respuesta (Siegel, 2007).
Richard Davidson y sus colaboradores estudiaron la actividad cerebral de 25 sujetos experimentales normales que fueron sometidos a un programa
de reducción de estrés basado en mindfulness
(MBSR) durante un periodo de 8 semanas. Lo que el
equipo de Davidson, Kabat-Zinn, Schumacher, Rosenkranz, Muller, Santorelli & Sheridan (2003) encontraron que los meditadores, en comparación con
los no meditadores experimentaron un incremento
en la activación cerebral izquierda en las zonas cerebrales anteriores y medias, un patrón que se asocia a la presencia de una disposición afectiva
positiva.
Estudios señalan también que la práctica de
mindfulness es capaz de provocar la lateralización a
la izquierda de la activación cerebral (Simón, 2007).
También se ha descubierto un efecto beneficioso
a nivel de sistema inmunitario. En el estudio de Davidson et al., (2003), todos los sujetos del estudio
(meditadores y no meditadores) recibieron una vacuna antigripal. Entre la 4ª y la 8ª semana de la administración de esta vacuna, se midieron los niveles
plasmáticos de anticuerpos de los sujetos y se encontró que aunque todos ellos experimentaban incrementos en dichos niveles, los sujetos
pertenecientes al grupo de meditadores tuvieron incrementos significativamente mayores que los sujetos del grupo control. La meditación potenciaba por
tanto la producción de anticuerpos. Estos hallazgos
abren la posibilidad de poder estudiar con mayor detalle la influencia positiva que la práctica de mindfulness podría entregar al sistema inmunitario,
investigando por ejemplo, sobre los efectos en en-
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fermedades autoinmunes, infecciones, procesos tumorales, etc. Por lo anterior se podría decir que la
práctica de mindfulness influye positivamente en la
producción de anticuerpos.
Finalmente, en trabajos desarrollados por Lazar,
Kerr, Wasserman, Gray, Greve, Treadway & Fischl
demostraron la existencia de cambios estructurales
en el cerebro con la práctica de la meditación. Estudió los cerebros de 20 voluntarios occidentales que
poseían una amplia experiencia (unos 9 años de promedio) en Insight Meditation. El resultado más destacado fue que en ciertas zonas del cerebro de los
meditadores existía un grosor mayor de la corteza
cerebral (comparado con los sujetos del grupo control). Las zonas ampliadas fueron la ínsula del hemisferio derecho (asociada a la actividad
interoceptiva y a la consciencia de la respiración) y
la corteza prefrontal (áreas 9 y 10 de Brodmann) que
se asocian claramente a la atención sostenida. Este
trabajo de Hölzel Carmody, Vangel, Congleton, Yerramsetti, Gard & Lazar demostró que la experiencia
de mindfulness, no sólo provoca cambios funcionales transitorios, sino que también deja huellas estructurales en el cerebro. Lo que significa que si la
experiencia es suficientemente prolongada, produce
cambios de rasgos y no meramente de estado.
2. Evidencia psicológica:
A nivel psicológico, la evidencia indica que la
práctica sistemática de mindfulness genera múltiples beneficios, los cuales se manifiestan tanto a
nivel de auto percepción general del individuo como
en el desarrollo de habilidades específicas. A continuación, se presenta un resumen de los principales
aportes a nivel psicológico reportados en relación a
la práctica de mindfulness (Segal, Teasdale & Williams 2002/2006):
- Desarrollo de la habilidad para observar pensamientos, emociones y sensaciones corporales tanto
negativas como positivas, sin dejarse llevar por las
reacciones automáticas que estas gatillan. Esta habilidad abre la posibilidad de ampliar el repertorio
conductual explorando abordajes alternativos a las
situaciones cotidianas y por lo tanto, de relacionarse
con la experiencia de una manera nueva y más sana,
trascendiendo condicionamientos disfuncionales,
permitiendo así romper círculos viciosos que perpetuán el stress.
- Desarrollo de la capacidad de autorregulación
emocional. La autorregulación según y se define
como el proceso mediante el cual los seres humanos
establecemos metas, objetivos y sub-objetivos y
evaluamos el comportamiento propio en función de
los objetivos que nos hemos trazado, en un contexto
de retroalimentación constante. En este sentido,
Marsha Linehan ha definido las características de
una deficiente regulación emocional como: 1) Dificultad para inhibir un comportamiento inapropiado
motivado por una emoción intensa; 2) Dificultad
para organizarse uno mismo para lograr las metas
propuestas; 3) Dificultad para regular la activación
fisiológica gatillada por el estado emocional intenso;
4) Dificultad para centrar la emoción cuando el sujeto se encuentra emocionalmente estimulado. Esto
se relaciona a lo que Ekman (en Góleman, 2003)
llama “periodo refractario”, o lo que Davidson (en
Góleman, 2003) llama “función de recuperación”, es
decir, el tiempo que una persona queda “a merced”
de una emoción muy intensa, regresando luego a un
tono emocional “normal” o basal. Una pobre capacidad de autorregulación emocional, tiene un sinnúmero de repercusiones desfavorables en la vida de
una persona, dificultando entre otras cosas, el establecimiento de relaciones interpersonales maduras
y un sentido estable de sí mismo (Self). La práctica
sistemática de mindfulness ha demostrado tener
una particular efectividad en la mejora de la capacidad de autorregulación emocional, pues disminuye
el periodo refractario o de respuesta ante situaciones de adversidad y aumenta tanto la frecuencia de
las emociones positivas como su expresión (Góleman, 2003).
En relación al stress, podríamos decir que la capacidad de autorregular las emociones se va debilitando debido al desgaste generalizado que se va
produciendo en el organismo a lo largo del tiempo,
por lo que eventos que antes eran inocuos para la
persona, pueden gatillar reacciones emocionales
desmedidas . La práctica del mindfulness podría
aportar en el manejo del stress en tanto permitiría al
individuo responder ante los eventos estresantes de
una manera más ajustada, tanto para él como para
su entorno.
-Disminución de la tendencia a la rumiación de
pensamientos. Se ha demostrado que la rumiación
de pensamientos es una de las causas de recaídas en
depresión (Segal, Teasdale & Williams, 2002/2006).
Esta tendencia, también observada en estados de ansiedad y stress, incrementa los niveles de malestar,
aumentando la vulnerabilidad de la persona a cronificar respuestas disfuncionales ante situaciones cotidianas. Mediante la práctica de la atención plena el
"canal" de la conciencia se entrena para ser "llenado" con datos provenientes del momento presente, lo que ha demostrado tener un efecto positivo
en la disminución de patrones automáticos vinculados a la depresión, ansiedad y stress.
Respecto a la validación empírica, diversos estudios sugieren que las intervenciones basadas en
mindfulness pueden ayudar al tratamiento de distintos desórdenes, por ejemplo: trastornos psicosomáticos, ansiosos y de la conducta alimentaria, entre
otros (Baer, 2003). Esta práctica ayudaría a reducir
las puntuaciones de ansiedad y depresión en personas con trastornos de ansiedad (Kabat Zinn, Massion, Kristeller, Peterson, Fletcher, & Pbert, 1992)
resultados que se han mantenido luego de 3 años
de realizados la intervención . Los tratamientos ba-
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sados en mindfulness han sido eficaces también en
la disminución de la depresión y ansiedad (Ramel,
Goldin, Carmona & McQuaid, 2004), así como en la
disminución del malestar psicológico, aumentando
el grado de bienestar subjetivo en que los pacientes
consideran haber alcanzado sus objetivos terapéuticos (Weiss Nordlie & Siegel, 2005).
En la Tabla Nº1, se presenta una síntesis de las
principales evidencias neurobiológicas y psicológica
de la práctica de Mindfulness.
Tabla 1: Síntesis de la evidencia empírica de beneficios de la práctica de Mindfulness presentada
NEUROBIOLÓGICOS
PSICOLÓGICOS
- Favorece procesos de abajo-arriba.
- Responder en vez de reaccionar.
- Beneficios sistema inmunitario.
- Se facilita la observación señales tempranas.
- Mayor activación hemisferio izquierdo (Incremento emociones
positivas, mayor manejo emociones negativas).
- Alta regulación emocional.
- Escasa rumiación mental.
- Percepción basada en información fresca facilita flexibilidad
en la respuesta.
- Cambio en la morfología del cerebro.
Basado en los efectos comprobados de la práctica de mindfulness revisados, resulta interesante
preguntarse por el impacto que podría tener esta
práctica en el entrenamiento de habilidades terapéuticas como la autoobservación y el autocuidado.
III. Mindfulness en el entrenamiento de
habilidades psicoterapéuticas.
1. Mindfulness y Autoobservación
La habilidad básica para poder observar un objeto es la atención. Si no se presta atención o se hace
de una manera interrumpida y superficial, escasamente se podrá observar y comprender realmente
aquello que se quiere observar. La práctica de mindfulness o atención plena, de acuerdo a Hanh (1976)
tiene como componentes centrales la observación
de lo que ocurre en el momento presente (Samadhi
en sánscrito) y una comprensión profunda (Prajña en
sánscrito). No es una atención en un sentido puramente cognitivo. Se refiere más bien a la puesta en
práctica de una presencia plena en la experiencia, tal
cual esta se despliega en el momento presente,
Francisco Varela la denominó Presencia Plena-Consciencia Abierta.
Esta capacidad de prestar atención de manera
sostenida en el tiempo es relevante en el terapeuta,
no solo para prestar atención a los consultantes,
sino que también para atender a la propia experiencia, que comprende pensamientos, sensaciones y
emociones durante la sesión.
Si bien, la atención es una capacidad natural, la
capacidad de focalizarla a voluntad y de mantenerla
de manera sostenida solo puede lograrse con entrenamiento (Germer, Siegel & Fulton 2005). En palabras de Germer, Siegel & Fulton (2005): “La práctica
del mindfulness es el antídoto para esta mente que
divaga (…) mindfulness es el ejercicio de traer de
vuelta la mente al presente, hasta cientos de veces,
durante una sesión” (p.59). Es así como el terapeuta
entrenado en mindfulness puede desarrollar su capacidad para “estar presente” independientemente
de la cualidad del momento, sean estas experiencias agradables, desagradables o neutras. El terapeuta entrenado puede prestar atención y observar
sus pensamientos, emociones y sensaciones en el
momento en que éstas surgen, siendo una fuente
valiosísima de información para el proceso de la terapia. Sin una atención entrenada, lo más probable
es que la mente divagará y será capturada una y
otra vez por pensamientos, emociones o sensaciones no necesariamente relacionadas a lo más inmediato y vivo del proceso terapéutico, sino más bien
referentes a los recuerdos y expectativas del terapeuta, “perdiéndose” así mucha información del
momento presente. Es así como la capacidad para
poder atender de manera sostenida es fundamental
para la autoobservación.
La práctica sostenida de mindfulness permite
aprender a observar la emoción que surge en el mismo
momento en que emerge, así como también observar
las atribuciones y tendencias a actuar de manera automática (Germer, Siegel & Fulton 2005). La tolerancia
que brinda la práctica de mindfulness se caracteriza
por la capacidad de relacionarse con la experiencia
presente aun cuando ésta sea desagradable o dolorosa. En este proceso la emoción intensa pierde su capacidad para intimidar (Germer, Siegel & Fulton 2005)
ya que podemos aprender a reconocerla, acogerla y
aceptarla sin resistirnos a ella, y por otro lado, a no dejarnos llevar automáticamente por el impulso que de
ella surge. Lo anterior abre la posibilidad de ser conscientes de lo que nos sucede sin ser “tomados” por la
emoción. Esta es la capacidad que Elizabeth Zetzel
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llamó “tolerancia a los afectos”, o bien, “voluntad para
darle la cara a nuestras emociones”.
La tolerancia a los afectos es tremendamente importante para los terapeutas. Si un terapeuta es incapaz de tolerar sus propios afectos, puede
resultarle tremendamente difícil observar y tolerar
los afectos de sus pacientes. Una baja capacidad
para tolerar afectos negativos puede facilitar que el
terapeuta se distancie de lo que necesita su paciente
al no entrar en ciertos aspectos de su experiencia o
excluir del proceso determinados ámbitos de la vida
frente a los que se siente incómodo o temeroso. De
esta manera, el terapeuta puede cerrar la posibilidad
de brindar un contexto seguro y cuidado para la exploración de emociones intensas y difíciles. La intolerancia a los afectos del terapeuta puede cerrar
prematuramente un proceso exploratorio necesario
y potente, volviendo la terapia un proceso árido y estéril, lo que puede ocurrir sin que este se dé cuenta
(Germer, Siegel & Fulton 2005).
2. Mindfulness y Autocuidado
Uno de los factores mencionados dentro de las
características del terapeuta que favorece el cambio
terapéutico, es su propio bienestar. Es reconocido el
impacto negativo del burnout y del estrés en la vida
cotidiana y en el trabajo. Santibáñez et al. (2008) señala que el ajuste emocional del terapeuta se relaciona directamente con el éxito terapéutico,
afirmando que un terapeuta perturbado no solo
puede impedir el cambio de su paciente, sino que
además puede ser iatrogénico. En este sentido, la
práctica de mindfulness, con sus componentes de regulación emocional y mayor perspectiva de los propios pensamientos y sentimientos podría impactar
positivamente en el autocuidado, y por ende en la
efectividad terapéutica. Basados en la evidencia neurobiológica antes presentada (Davidson et al., 2003;
Baer, 2003; Siegel, 2007; Simón, 2007) el cerebro del
practicante de mindfulness se va moldeando, facilitando una mayor apertura a vivenciar emociones positivas y también a autorregular emociones, sin caer
presos de ellas (Góleman, 2003). Esto permite que el
tono emocional de base de la persona sea más positivo y estable, lo que, sin duda, predispone a establecer encuentros con otros de manera más abierta
y serena. Lo anterior podría plantearse como un aspecto clave para facilitar una alianza terapéutica
fuerte, favorecedora del cambio terapéutico.
La crítica y el enjuiciamiento hacia sí mismo
puede ser una conducta en la cual el terapeuta
puede caer . Desde la práctica de mindfulness se
puede entrenar la habilidad de autoobservación de
este mecanismo. Se puede observar la tendencia a
autocriticarse, reconociéndose como un pensamiento y no como “la realidad”. Según Germer, Siegel & Fulton (2005) Cuando esto ocurre, es posible
atestiguar la auto-critica como un pensamiento más.
El juicio comienza a perder su poder cuando se ob-
serva desde esta perspectiva. Nos identificamos
menos con el mensaje y no nos perdemos en la tentación de creerlo cierto.
La práctica de la auto-aceptación implica entonces volver una y otra vez hacia todo lo que surge en
la conciencia, incluyendo el prestar atención a los
patrones habituales de auto-criticismo, sin enjuiciarnos. En palabras del autor mencionado, “como todo
lo que se practica, la auto-aceptación se vuelve más
fuerte con el tiempo” (p. 62).
La práctica del mindfulness facilitaría el desarrollo de la auto-aceptación y la auto-compasión, ya
que ayudaría a que el terapeuta reconozca sus patrones habituales de auto enjuiciamiento y crítica sin
dejarse llevar por ellos bajo la premisa de que son
“la realidad” y desarrollando una actitud comprensiva hacia su propia experiencia (Araya & Moncada,
2016; Neff 2012). En la medida en que el terapeuta
se sienta más conforme consigo mismo, esta habilidad se trasladará naturalmente a sus pacientes. Germer, Siegel & Fulton (2005) refiriéndose a la
capacidad de auto-aceptación del terapeuta, señalan que esta se extenderá espontáneamente hacia
los propios pacientes, proveyendo, para algunos de
ellos, la primera experiencia de una relación verdaderamente digna de confianza, basada en la aceptación incondicional y el respeto.
Finalmente, Germer, Siegel & Fulton (2005) plantean que la práctica del mindfulness permite al terapeuta darse cuenta de la manera en que construye
su mundo, permitiéndole “soltar” el aferramiento a
dichos constructos. La práctica de Mindfulness permitiría que el terapeuta observe la arbitrariedad de
dicha construcción, por lo que puede reconocerla
como auto-creada, notando la forma en que le lleva
a sesgar la percepción de realidad. El terapeuta tiene
la posibilidad de reconocer que sus pensamientos
no son los hechos, sino simplemente una forma de
percibir la realidad en un determinado momento . Al
aprender a observar el pensamiento discursivo y los
productos cognitivos como eventos y no necesariamente como la realidad. En la medida en que el terapeuta se vuelve más hábil en ver sus propias
maneras de interpretar, puede también mejorar su
capacidad de observar con más claridad las inquietudes y recursos del consultante.
IV. Discusión
En vista de lo revisado, se podrían establecer vínculos entre los efectos de la práctica de mindfulness
y su influencia en la persona del terapeuta. Podría
emerger a partir de ello el perfil de un terapeuta que,
basado en una práctica encarnada en su vida cotidiana y en su trabajo, pueda desarrollar las habilidades de autoobservación y autocuidado, que
tienen un impacto significativo en el cambio terapéutico. En detalle de cómo podría darse esta relación
en la tabla Nº2.
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Tabla 2. Efectos de la práctica de Mindfulness en las habilidades del terapeuta
EFECTOS DE LA PRÁCTICA DE MINDFULNESS
HABILIDADES EN EL TERAPEUTA
- Mejor manejo de emociones difíciles
- Mayor Regulación Emocional.
- Mejora capacidad de empatizar con el consultante
- Aumento escucha atenta
- Disminución rumiación mental.
- Aumento presencia terapéutica
- Aumenta capacidad de promover bienestar en consultante
- Mayor bienestar psicológico.
- Incremento capacidad de ofrecer alternativas ante dificultades.
- Aumenta tolerancia a las emociones difíciles
- Responder en vez de reaccionar
- Mayor tiempo para buscar posibilidades
- Disminución del actuar impulsivo del terapeuta, posible acción del modeling
- Mayor asertividad al momento de actuar por parte del terapeuta.
- Alta observación ante señales tempranas
- Disminuye posibilidad de cometer errores o entrar en momentos difíciles.
- Mayor capacidad de detectar señales de stress antes de llegar al burnout
y realizar acciones de autocuidado oportunamente.
- Aumento capacidad de observar lenguaje corporal del consultante.
- Percepción información fresca (Proceso abajo-arriba)
- Mayor claridad de diagnóstico fenomenológico y relacional, ajustado a la
evidencia del consultante.
- Mayor capacidad de comprender situación presente del consultante y la
relación terapéutica.
Aún cuando no es posible establecer vínculos de
causalidad, sí sería posible establecer cierta relación
positiva entre la práctica de mindfulness y el surgimiento y/o desarrollo de determinadas habilidades y
actitudes en la persona del terapeuta relevantes para
el cambio terapéutico, lo que nos lleva a plantear la
relevancia de este entrenamiento en la formación de
cualquier psicoterapeuta, independientemente de su
marco teórico de base.
Queda aún el desafío de investigar empíricamente los mecanismos de influencia de la práctica
de mindfulness en la persona del terapeuta y en el
proceso terapéutico, de modo tal que se pueda afinar, enriquecer y contrastar las reflexiones planteadas, se vuelve por tanto necesario realizar
investigaciones empíricas que permitan ir develando
el efecto de los programas de entrenamiento de
mindfulness en los psicoterapeutas.
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