La furia de los diésel Estamos atrapados: es un combustible nocivo pero carecemos de una alternativa para sustituirlo rápida y masivamente Fue una campaña de publicidad de gran impacto a finales de los años noventa. Y ciertamente premonitoria a la luz de los acontecimientos posteriores. Se trataba de una serie de anuncios en la que se jugaba con dos ideas: dioses y diésel. En uno de ellos dos actores vestidos con toga preguntaban a una diosa: “¿Cómo van las cosas por el Olimpo?”. “Eso, eso, ¿qué dice el oráculo?”, inquiría el otro. Y ella afirmaba solemnemente: “Dice que vais a desatar la furia de los diésel”. A lo que estos respondían ilusionados: “En eso estamos. ¿La desatamos?”. Concluía el anuncio con un motor diésel del que salían rayos y truenos y el lema que hizo famosa a la campaña: “Diésel gustazo”. Veinte años después de aquella campaña, las autoridades de algunas grandes ciudades, como París, Madrid o Ciudad de México, anuncian que prohibirán la circulación de aquellos coches por sus calles. Sí, la furia del diésel se ha desatado sobre los terrícolas. Fueron inducidos, con la promesa de mejores consumos de combustible, a comprar vehículos que ahora sabemos que son enormemente contaminantes y, por ello, no aptos para el tráfico urbano. Cuando se supo la verdad sobre las emisiones de estos motores, los Gobiernos, deseosos de no dañar a un sector que genera millones de empleos, decidieron conceder a la industria automovilística generosos plazos para producir motores más limpios. Las consecuencias de dicha laxitud están a la vista de todos: la industria no solo agradeció la confianza de Gobiernos y consumidores falseando durante décadas los valores de emisiones contaminantes reales de dichos vehículos sino que demoró crucialmente la inversión en investigación y desarrollo de automóviles eléctricos aptos para el tráfico urbano. El resultado es que estamos atrapados en el diésel: sabemos que es nocivo pero carecemos de una alternativa que permita sustituirlo tan rápida y masivamente como necesitamos. ¿Por qué se quejan los Ayuntamientos pero no los Gobiernos? Porque estos no se atreven a castigar al diésel para uso urbano con impuestos disuasorios o con requisitos tecnológicos que amenacen las ventas ni, por la misma razón, a incentivar fiscalmente el coche eléctrico. Jugar a Dios sale caro.