La filosofía de Spinoza suele encuadrarse en el determinismo, lo que significa que todo está determinado por causas naturales y todo acontecimiento se puede explicar teniendo en cuenta dichas causas: “[…] nada sucede en la naturaleza que pueda ser atribuido a un vicio suyo [del hombre]” “En la naturaleza no hay nada contingente, sino que, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, todo está determinado a existir y obrar de cierta manera”. Spinoza es un racionalista explicativo, lo que quiere decir que nuestro autor supuso que cualquier cosa que es puede explicarse, que si se da el fenómeno X, hay una razón para que se dé X. Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, la idea tradicional de “libertad” se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones, pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad son palabras, sin idea alguna que les corresponda. No pensemos en algún tipo de predestinación divina. Para nuestro autor, Dios es la Naturaleza (la idea de Todo). No hablamos de un dios personal (no ama, no desea, no castiga ni recompensa). Dios es inmanente al mundo, es la causa de todo y de sí mismo, pero no existe una predestinación, no elige (no puede) un destino para cada ser humano. Las acciones humanas (y cualquier acción) son la expresión de la necesidad que se encuentra en la naturaleza. Las pasiones, que son vistas como potencias (alejadas de su tradicional caracterización negativa), y el cuerpo, que es donde ellas surgen, siguen, como todo, las leyes de la naturaleza. Spinoza intenta comprender la naturaleza del hombre, que es un poder dinámico de afectar y ser afectado. “No reconocemos aquí diferencia alguna entre los hombres y los demás seres de la naturaleza, ni entre los hombres dotados de razón, ni aquellos a quienes verdaderamente les falta, ni entre los fatuos, los locos o los sensatos. Aquel que produce una cosa según las leyes de su naturaleza, lo hace con pleno derecho, puesto que ha obrado según determinaba su naturaleza, y no podía obrar de otro modo. Por esto entre los hombres cuando se les considera viviendo bajo el solo imperio de la naturaleza, aquel que no conoce la razón o que no posee el hábito de la virtud, y vive bajo las únicas leyes de su apetito, tiene tanto derecho como aquel que arregla su vida a las leyes de la razón […] Así, pues el derecho natural de cada hombre no se determina por la sana razón, sino por el grado de su poder y de sus deseos […] No es extraño, pues la naturaleza no se limita en el molde de la razón, que sólo atiende a la utilidad verdadera y a la conservación de los hombres, sino a otras infinitas que abrazan el orden de la naturaleza, en que el hombre es una partícula; por su sola necesidad se determinan todos los individuos, de cierto modo, a existir y a obrar” Que “la naturaleza no se limita a la razón”, es una crítica a los que piensan que la naturaleza se hizo a medida del hombre (aquellos que piensan que Dios hizo las cosas con la sola finalidad de beneficiar a los hombres). Que “el hombre es una partícula” está dirigido contra quienes piensan que el hombre es un “imperio dentro de otro imperio”. Para Spinoza, al igual que cualquier ser de la naturaleza, el hombre no está determinado por su razón, sino por las leyes de su apetito, gracias a las cuales, se conserva en su ser. En este sentido, bueno será aquello que sabemos con certeza que nos es útil, y malo, lo que nos impide poseer algún bien. Según nuestro filósofo, el alma (que no es más que la idea del cuerpo), no dirige al cuerpo como un capitán lo hace con su barco. No se trata de que el aspecto racional humano dirija el aspecto corporal (ambos son dos caras de una misma moneda), y es que “un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por un afecto contrario y más fuerte que el afecto a reprimir”. En este sentido, el entendimiento debe transformarse en una fuerza que sustituya a las pasiones que disminuyen la perfección de lo que somos (las tristezas). Pero se puede preguntar por qué Dios no ha creado a todos los hombres de manera que se gobiernen por la sola guía de la razón. A esto, el propio Spinoza contesta: “porque no le faltó materia para crear todas las cosas, desde el grado supremo de perfección hasta el ínfimo; o, hablando con más propiedad, porque las leyes de la naturaleza fueron tan amplias que bastaban para producir todo cuanto puede ser concebido por un entendimiento infinito, como lo he demostrado en la Proposición 16”. Esta respuesta es fundamental porque traduce la afirmación de que todas las formas de ser deben realizarse con la misma necesidad. En un universo regido por la necesidad, al igual que en las matemáticas, no hay, en efecto, distinción entre lo posible y lo real y, por consiguiente, no hay ni elección ni finalidad. Lo real es lo necesario y, dice Spinoza, “por realidad y perfección entiendo lo mismo”. Es porque Dios existe y porque el alma humana, en tanto que idea, participa de la naturaleza eterna de Dios, que el hombre alcanza la salvación –la libertad– y goza, como Dios, de la perfección absoluta, cuando se ama a sí mismo con la idea de Dios como causa. En efecto, quien dice libertad verdadera dice actividad infinita, ausencia de toda pasividad: en la medida en que las cosas están unidas más estrechamente a Dios tienen más actividad y menos pasividad. Es la pura actividad de nuestro entendimiento lo que constituye la verdadera libertad y el hombre actúa entonces como Dios mismo según la sola necesidad de su naturaleza. La relación del ser humano o del cualquier otro ser particular con Dios puede explicarse con el ejemplo de la esfera y los puntos.