JEAN PIAGET Profesor de las Universidades de Ginebra y Lausana Director del Bureau International d´Education Codirector del Instituto J. J. Rousseau INTRODUCCIÓN El problema biológico de la inteligencia El NACIMIENTO DE LA INTELIGENCIA EN EL NIÑO - Introducción, apartado I. AL principio de un estadio sobre el nacimiento de la inteligencia, se plantea necesariamente la cuestión de las relaciones entre la razón y la. Organización biológica. Cierto es que esa discusión así entablada nunca conduciría a una conclusión positiva actual; pero, en lugar de sufrir implícitamente la influencia de una de las varias soluciones posibles de este problema, es mejor elegir con toda lucidez para descubrir los postulados de los que se parte en la investigación. La inteligencia verbal o reflexiva se apoya sobre una inteligencia práctica o sensomotriz, que reposa a su vez sobre los hábitos y asociaciones adquiridos para recombinarlos. Estos suponen, por otra parte, el sistema de reflejos, cuya conexión con la estructura anatómica y morfológica del organismo es evidente. Existe, pues, cierta continuidad entre la inteligencia y los procesos puramente biológicos de morfogénesis y de adaptación al medio. ¿Cuál es su significado? En principio, es evidente que ciertos factores hereditarios condicionan el desarrollo intelectual. Mas esto puede considerarse en dos sentidos, tan distintos biológicamente que su confusión, muy posiblemente, ha oscurecido el debate clásico de las ideas innatas e incluso del epistemológico a priori. Los factores hereditarios del primer grupo son de orden estructural y están ligados a la constitución de nuestro sistema nervioso y de nuestros órganos de los sentidos. Por ello, percibimos ciertas radiaciones físicas, pero no todas; percibimos los cuerpos solamente a determinada escala, etc. Ahora bien: estos datos estructurales influyen sobre la construcción de las nociones más fundamentales; p. ej., aunque nuestra intuición del espacio está ciertamente condicionada por ellos, merced al pensamiento, logramos elaborar espacios transintuitivos y puramente deductivos. Estos caracteres del primer tipo, si bien procuran a la inteligencia estructuras útiles, son, pues, esencialmente limitativos, en oposición a los factores del segundo grupo. Nuestras percepciones solo son las que son, entre todas aquellas que cabría concebir. El espacio euclidiano ligado a nuestros órganos no es sino uno de los que se adaptan a la experiencia física. Por el contrario, la actividad deductiva y organizadora de la razón es ilimitada y conduce precisamente, en el domi- 4 Introducción nio del espacio, a generalizaciones que sobrepasan toda intuición. Por lo mismo que esta actividad es hereditaria, lo es en un sentido totalmente distinto; en este segundo tipo, se tratará de una herencia de funcionamiento, y no de la transmisión de tal o cual estructura. Tomándola en este segundo sentido, Poincaré ha podido considerar la noción espacial de grupo como a priori, por estar ligada a la actividad misma de la inteligencia. En cuanto a la herencia de la inteligencia como tal, encontramos de nuevo la misma distinción. Por una parte, una cuestión de estructura: la herencia especial de la especie humana y de sus razas particulares lleva consigo ciertos niveles de inteligencia, superiores al de los monos, etc. Pero, por otra parte, la actividad funcional de la razón (el ipse intellectus que no procede de la experiencia) está ligado, evidentemente, a la herencia general de la propia organización vital; así como el organismo no sería capaz de adaptarse a las variaciones ambientes sí no estuviera ya organizado, tampoco la inteligencia podría aprehender ningún dato exterior sin ciertas funciones de coherencia (cuyo último término es el principio de no contradicción), de establecimiento de relaciones, etc., comunes a toda organización intelectual. Ahora bien: este segundo tipo de realidades psicológicas hereditarias es de capital importancia para el desarrollo de la inteligencia. Si verdaderamente existe un núcleo funcional de la organización intelectual que procede de la organización biológica en lo que esta posee de más general, es evidente que este invariante orientará el conjunto de estructuras sucesivas que la razón va a elaborar en su contacto con la realidad: desempeñará, así, la función que los filósofos han atribuido al a priori, es decir, que impondrá a las estructuras ciertas condiciones necesarias e irreducibles de existencia. Se ha cometido, en ocasiones, el error de considerar el a priori como formado por estructuras ya elaboradas y dadas desde el principio del desarrollo, mientras que si el invariante funcional del pensamiento interviene desde los estadios más primitivos, solo poco a poco se impone a la conciencia merced a la elaboración de estructuras cada vez más adaptadas al funcionamiento. El a priori se presenta, pues, bajo forma de estructuras necesarias al final de la evolución, y no a su comienzo; aun siendo hereditario, el a priori está en los antípodas de lo que se llamaron antaño ideas innatas. En cuanto a las estructuras del primer tipo, recuerdan más las ideas innatas clásicas, y se ha podido remozar el nativismo amparándose en el espacio y en las percepciones bien estructuradas del gestaltismo. Pero, a diferencia de los invariantes de orden funcional, estas estructuras no son necesarias desde el punto de vista de la razón; solo son datos internos, limitados y limitativos, que la experiencia exterior y, sobre todo, la actividad intelectual sobrepasarán sin cesar. Si en un sentido son innatas, nada tienen de a priori, en el sentido epistemológico del término. Empecemos por analizar los invariantes funcionales y, más adelante (pág. 12), discutiremos el problema que plantea la existencia de las estructuras hereditarias especiales (las del primer tipo). , El problema biológico de la inteligencia 1. LOS INVARIANTES FUNCIONALES DE LA INTELIGENCIA Y LA ORGANIZACIÓN BIOLÓGICA La inteligencia es una adaptación. Para entender sus relaciones con la vida en general, hay que precisar las relaciones que existen entre el organismo y el medio ambiente. En efecto, la vida es una creación continua de formas cada vez más complejas y un equilibrio progresivo entre estas formas y el medio. Decir que la inteligencia es un caso particular de la adaptación biológica es, pues, suponer que esencialmente es una organización y que su función consiste en estructurar el universo como el organismo estructura el medio inmediato. Para describir el mecanismo funcional del pensamiento en verdaderos términos biológicos, bastará con separar los invariantes comunes a todas las estructuraciones que la vida es capaz de realizar. Lo que se ha de expresar en función de la adaptación no son los fines particulares que persigue la inteligencia práctica en sus comienzos (fines que se extenderán hasta abrazar todo el saber), sino la relación fundamental propia del conocimiento mismo: la relación del pensamiento y de las cosas. El organismo se adapta construyendo materialmente formas nuevas para insertarlas en las del universo, mientras que la inteligencia prolonga esta creación construyendo mentalmente estructuras susceptibles de adaptarse a las del medio. En cierto modo, al principio de la evolución mental, la adaptación intelectual es, pues, más restringida que la biológica; pero, al prolongar esta, la primera la desborda infinitamente; si, desde el punto de vista biológico, la inteligencia es un caso particular de la actividad orgánica y las cosas percibidas o conocidas son una parte limitada del medio al cual tiende a adaptarse el organismo, se opera después una inversión de estas relaciones. Pero esto no excluye la búsqueda de invariantes funcionales. En efecto, en el desarrollo mental existen elementos variables y otros invariantes. De aquí proceden los equívocos del lenguaje psicológico, algunos de los cuales conducen a la atribución de caracteres superiores a los estadios inferiores, y otros a la pulverización de los estadios y de las operaciones. Así, pues, conviene evitar a la vez el preformismo de la psicología intelectualista y la hipótesis de las heterogeneidades mentales. La solución de esta dificultad se halla precisamente en la distinción entre las estructuras variables y las funciones invariantes. Así como las grandes funciones del ser viviente son idénticas en todos los organismos, pero corresponden a órganos muy diferentes de un grupo a otro, se asiste, entre el niño y el adulto, a una construcción continua de estructuras variadas, aunque las grandes funciones del pensamiento permanezcan constantes. Ahora bien: estos funcionamientos invariantes están dentro de los límites de las dos funciones biológicas más generales: la organización y la adaptación. Comencemos por esta última, pues, aun reconociendo que todo es adaptación en el desarrollo intelectual, no cabe sino deplorar la vaguedad de este concepto. Ciertos biólogos definen simplemente la adaptación como la conservación y la supervivencia, es decir, el equilibrio entre el organismo y el medio. Pero la noción pierde, en tal caso, todo interés, pues se confunde con la de la misma Introducción El problema biológico de la inteligencia vida. Existen grados en la supervivencia y la adaptación implica el más y el menos. Hay, pues, que distinguir la adaptación-estado y la adaptación-proceso. En el estado, no hay nada claro; al seguir el proceso, las cosas se desembrollan: existe adaptación cuando el organismo se transforma en función del medio y esta variación origina un incremento de los cambios entre el medio y el organismo favorables a la conservación de este. Tratemos de precisarlo desde un punto de vista formal. El organismo es un ciclo de procesos físico-químicos y cinéticos, los cuales, en relación constante con el medio, se engendran unos a otros. Sean a, b, c, etc., los elementos de esta totalidad organizada y x, y, z, etc., los elementos correspondientes del medio ambiente. El esquema de la organización es el siguiente: lidad exterior a formas debidas a la actividad del sujeto. Cualesquiera que sean las diferencias de naturaleza que separan la vida orgánica (la cual elabora materialmente las formas y asimila a ellas las sustancias y energías del medio ambiente), la inteligencia práctica o sensomotriz (que organiza actos y asimila al esquematismo de éstos comportamientos motores las diversas situaciones ofrecidas por el medio) y la inteligencia reflexiva o gnóstica (que se contenta con pensar las formas o construirlas interiormente para asimilar a ellas el contenido de la experiencia), unas y otras se adaptan asimilando los objetos al sujeto. Sin duda alguna, la vida mental es también acomodación al medio ambiente. La asimilación jamás puede ser pura, ya que, al incorporar los elementos nuevos a los esquemas anteriores, la inteligencia modifica sin cesar estos últimos para ajustarlos a los nuevos datos. Pero, por el contrario, las cosas no son nunca conocidas en sí mismas, puesto que la acomodación es tan solo posible en función del proceso inverso de asimilación. Veremos, así, cómo la misma noción de objeto está lejos de ser innata y precisa una construcción a la vez asimiladora y acomodadora. En resumen, la adaptación intelectual, como cualquier otra, es un equilibrio progresivo entre un mecanismo asimilador y una acomodación complementaria. La mente solo puede adaptarse a una realidad mediante una acomodación perfecta, es decir, si en esta realidad nada puede modificar los esquemas del sujeto. Por el contrario, no existe adaptación si la nueva realidad impone actitudes motrices o mentales contrarias a las adoptadas al contacto con otros datos anteriores: no hay adaptación si falta coherencia, o sea asimilación. Cierto es que, en el plano motor, la coherencia presenta una estructura muy distinta que en el plano reflexivo o en el orgánico, y que es posible cualquier sistematización. Mas, en cualquier forma y momento, la adaptación solo se completa cuando da lugar a un sistema estable, o sea cuando existe equilibrio entre acomodación y asimilación. Esto nos conduce a la función de organización. Desde el punto de vista biológico, la organización es inseparable de la adaptación; ambos procesos son complementarios de un mecanismo único: el primero constituye el aspecto interno del ciclo, y la adaptación, el externo. Ahora bien: en lo que atañe a la inteligencia, tanto en su forma reflexiva como en la práctica, vuelve a encontrarse este doble fenómeno de la totalidad funcional y de la interdependencia entre la organización y la adaptación. En cuanto a las relaciones entre las partes y el todo, que definen la organización, se sabe que cada operación intelectual está relacionada con todas las demás y que sus propios elementos están regidos por la misma ley. De este modo, cada esquema está coordinado con todos y constituye en sí mismo una totalidad de partes diferenciadas. Todo acto de inteligencia supone un sistema de consecuencias mutuas y de significaciones solidarias. Las relaciones entre esta organización y la adaptación son, por consiguiente, las mismas que en el plano orgánico: cada una de las principales categorías de que hace uso la inteligencia para adaptarse al mundo exterior—el espacio y el tiempo, la causalidad y la sustancia, la clasificación y el número, etc.—corresponde a un aspecto de la realidad, de igual modo que cada uno de los órganos del cuerpo se relaciona con 6 1) A + x 2) b + y 3) c + z b; c; a, etc. Los procesos 1), 2), etc., pueden consistir en reacciones químicas (cuando el organismo ingiere sustancias x que transformará en sustancias b que forman parte de su estructura), en transformaciones físicas cualesquiera, o bien, en particular, en comportamientos sensomotores (cuando un ciclo de movimientos corporales a, combinados con movimientos exteriores x, conduce a un resultado b que forma parte del ciclo de organización). La relación que une los elementos organizados a, b, c, etc., a los del medio x, y, z, etc., es, por consiguiente, una relación de asimilación, es decir, que el funcionamiento del organismo no la destruye, sino que conserva el ciclo de organización y coordina los datos del medio incorporándolos a este ciclo. Supongamos que se produce una variación en el medio que transforma x en x'. O bien el organismo no se adapta, y se origina una ruptura del ciclo, o bien hay una adaptación, lo que significa que el ciclo organizado se modifica cerrándose sobre sí mismo: 1) a + x´ 2) b' + y 3) c + z b; c; a Si llamamos acomodación a este resultado de las presiones ejercidas por el medio (transformación de b en b'), podemos decir que la adaptación es equilibrio entre la asimilación y la acomodación. Pero esta definición puede también aplicarse a la propia inteligencia. Esta es, en efecto, asimilación, ya que incorpora a su campo todo dato de la experiencia. Ya se trate del pensamiento que, merced al juicio, introduce lo nuevo en lo conocido y reduce de esta forma el universo a sus nociones propias, ya de la inteligencia sensomotriz que estructura así mismo las cosas percibidas reduciéndolas a sus esquemas, en cualquier caso la adaptación intelectual lleva consigo un elemento de asimilación, o sea de estructuración por incorporación de la rea- 8 Introducción un carácter especial del medio; pero, además de su adaptación a las cosas, se entrelazan entre sí de tal modo que es imposible aislarlas lógicamente. La "concordancia del pensamiento con las cosas" y la "concordancia del pensamiento consigo mismo" expresan este doble invariante funcional de la adaptación y de la organización. Ahora bien, estos dos aspectos del pensamiento son indisociables: el pensamiento se organiza adaptándose a las cosas y, al organizarse, organiza las estructuras.