Religión En la cultura occidental cristiana, las fórmulas más divulgadas son dos frases de Jesús en que cita explícitamente la ley judía antigua: «amarás a tu prójimo como a ti mismo [...] todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas»;18 y un pasaje más extenso: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; [...] como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada [...] Sed, pues, misericordiosos.19 Un hadiz islámico dice: «ninguno de vosotros habrá de completar su fe hasta que quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo».20 Racionalismo La filosofía moderna, el racionalismo, considera a la regla de oro como sistema de principios universales de convivencia que todos los hombres pueden compartir. Especialmente Kant, en su Crítica de la Razón Práctica, le otorga renovado vigor en la primera formulación del imperativo categórico: Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal. A través de la poderosa herencia ideológica kantiana, la regla de oro está presente en las tradiciones intelectuales del liberalismo y el iusnaturalismo racionalista, en las obras de Humboldt, Habermas, John Stuart Mill, etc. Charles Darwin también la menciona con entusiasmo y admiración, como culminación y necesaria consecuencia de los instintos sociales humanos. Karl Popper Por su parte, Karl Popper también se apoya en ella para justificar el ámbito de actuación de un Estado mínimo al enunciar, en La sociedad abierta y sus enemigos, su principio del utilitarismo negativo: el Estado no debe imponer afirmativamente determinadas conductas a los hombres, sino que sólo debe impedir que éstos se causen mal los unos a los otros (es decir, que hagan a los otros lo que no querrían para sí mismos). Todo apremio moral tiene sus bases en los apremios del dolor o el sufrimiento, propongo reemplazar, por esta razón, la fórmula utilitarista: "aspiremos a la mayor cantidad de felicidad para el mayor número", o, más sintéticamente: "aumentemos la felicidad", por la fórmula: "la menor cantidad posible de dolor para todos" o, brevemente: "disminuyamos el dolor". Esta fórmula tan simple puede convertirse, creo yo, en uno de los principios fundamentales (por cierto que no el único) de la política pública. El principio "aumentemos la felicidad" parece tender, por el contrario, a producir dictaduras benévolas.