La microguerra civil – una nueva forma de violencia urbana Daniel H. Valsecchi I. Introducción: Hoy es cosa común mencionar el tema y el “hecho” de la violencia materializada en el aumento de la delincuencia. De la mano de “comunicadores sociales” tenemos frente a nosotros un panorama inquietante. Indices, estadísticas, cuantificación de robos, lesiones y asesinatos, nos dan la impresión de que estamos sufriendo un asedio. Los atacantes son ellos, los otros los marginados, grupos de marginados, de inadaptados que conforme a algunas interpretaciones serían producidas por la misma sociedad. Entonces entran en juego conceptos tales como “responsabilidad social”, “condiciones estructurales”, etc. Por otra parte, los factores socioeconómicos son puestos de manifiesto como agentes catalíticos. La disociación entre objetivos propuestos (e impuestos) y las vías aceptadas para la conquista de los mismos es esgrimida por sociólogos y criminólogos como hecho desencadenante. Muchas son las posiciones sustentadas. Sin embargo, es posible encontrar una suerte de denominador común: la existencia de un sistema social funcionando con pautas con orientación marxista (clasista con su correlato: las articulaciones entre base y superestructura) o con modelos de corte total – funcionalista, por ejemplo Talcott Parsons y su teoría del sistema social, la cual podría ser conceptualizada – sintetizando mucho – como una máquina inteligente. Simplificando, estas serían las dos corrientes dominantes. Empero, en ambos casos, se verifica un sistema dotado de coherencia interna. En el caso marxista, las claves interpretativas son la dialéctica como motor de la sociedad y de la lucha de clases como principio activo, además de los elementos especulativos y teleológicos (inclusive metafísicos) las cuales desembocarían en un “fin de la historia” intratemporal. La violencia es la consecuencia de la opresión de las clases dominantes. Existe una relación entre la violencia opresora y la violencia liberadora (la violencia de arriba engendra la violencia de abajo). Para la corriente funcionalista, el adecuado rendimiento de la máquina inteligente se logra por medio de la optimización de la vinculación de los inputs y los outputs. La violencia se visualiza como desajuste con respecto al “sistema”. La expresión “conducta desviada” es el indicador de los comportamientos alejados a lo standarizado, es decir lo que está sometido a pautas. Si, de acuerdo con Parsons, un sistema social para su funcionamiento comporta un sistema culturalmente estructurado y compartido1, las desviaciones son subjetivadas por aquellos que se resistan a la conformidad, desafiando a los controles sociales. Nótese que, en ambas corrientes se mantiene lo expresado, es decir la existencia de una estructura con determinadas pautas y mecanismos de funcionamiento y lo más importante: un mínimo de consenso con respecto al significado de una serie de términos que van desde lo general, un sistema, por ejemplo hasta lo más técnico y particularizable, v.gr. el control social. Dicho de otra forma: existe un conjunto de parámetros más o menos claros, operando como puntos de referencia. Más todavía: puede aseverarse que la disponibilidad de absolutos – inclusive en las versiones marxistas – la violencia, la delincuencia, serán subsumidas en los puntos de referencia consensuados. Así se concreta la posibilidad de una u otra criminología como asimismo una u otra sociología del conflicto. 1 T. Parsons, El Sistema Social, Madrid 1984, pág, 17. Ahora bien, partiendo de la base de que en la Argentina de hoy (1997) existen determinadas formas de violencia, me pregunto si las teorías existentes explican la realidad en forma satisfactoria. No. Las teorías son insuficientes para explicar la situación actual. En función de este discrédito intentaré describir en las páginas siguientes las características de una violencia que se diferencia de las clásicas concepciones. Y a renglón seguido trataré de delinear un esquema de análisis para comprender mejor estos fenómenos. 2. Una aproximación al problema Antes de describir al obejeto (la nueva violencia) debo hacer lo propio con el contexto. Estimo que el marco de la Argentina presente es de naturaleza post-moderna. Dejando de lado, por razones de método y de espacio, la cuestión de la génesis de esta concepción en este caso particular – por ejemplo, una indagación acerca de las concatenaciones entre antecedentes y consecuentes, los dadores de previsibilidad al fenómeno – puedo afirmar que la post-modernidad como contexto cultural es, por una parte, una sumatoria de fragmentos la cual tiene por remate una pérdida de sentido tal como surge de la diagnosis weberiana de la modernidad – en rigor de verdad, el epitafio de la Weltanschauung moderna. Por otra parte, la fragmentación lógicamente oblitera la ordenación espacio temporal (en especial el orden temporal: pasado-presente-futuro) la interrelación entre la fragmentación y la pérdida del sentido origina la disolución de todos los límites, ya sean geopolíticos (centro-periferia), topológicos (entre espacios semánticos), sociales (individuo-grupo), políticos (público-privado), como asimismo éticos (bien-mal). La violencia constituye un caso especial. Entendida desde la perspectiva que se remonta a autores como Hobbes o Rousseau, la violencia puede ser entendida en el ámbito de lo imprevisible, como lo no-social dentro de lo social. De acuerdo con Yves Michaud, la tarea autoimpuesta del pensamiento político clásico fue la de hacer desaparecer la violencia bajo las categorías específicas de lo calculable2. Esto presupone un sistema protegido por controles. El sistema existe merced a un umbral de consenso. Para decirlo de otro modo: que los límites como los que hemos mencionado se mantengan. Entonces, la violencia será desajuste, desvío, síntoma e inclusive enfermedad. Todos estos etiquetamientos remiten a un orden, un más allá compuesto por relaciones, roles, instituciones y pautas. Ahora bien, si lo post-moderno expulsa la parodia a través del pastiche – esto es: la pérdida del referente de saludable normalidad: lingüística, axiológica etc.3 No debe sorprendernos el hecho de que el mismo eclipse se haya producido con respecto al problema de la violencia. El pastiche homologa lo no-social (la enfermedad, el desajuste, el desvío) y lo social (las pautas, los controles) en forma simultánea. Inclusive un comportamiento al estilo de admirar a los grandes delitos y a los grandes criminales por el hecjo de que éstos desafían lo que en principio no puede ser desafiado 4, pierde todo su significado al desdibujarse su coherencia interna. Efectivamente, aquello que no puede ser desafiado – el recinto de normas e imperativos – se confunde con lo otro, con la trangresión misma. Tiene lugar una ὲπoχή, una puesta del mundo, de la totalidad social, entre paréntesis. La totalidad se reduce a lo básico: un conjunto de interacciones dentro de un espacio de experiencia abstracto. Estamos así más cerca de Hobbes y de su contractualismo y de su concepto de guerra civil (Bellum omnium contra omnes) que de Rousseau y contractualismo. Llevada hasta sus últimas consecuencias, esa totalidad sería una variante del Estado de Naturaleza hobbesiano: “puede cada uno matar a quien quiera… todos son iguales… Reina, por consiguiente la 2 3 4 Y. Michaud, Violencia y Política – una reflexión post-marxista acerca del campo social moderno. Buenos Aires 1989, págs. 108-113. F. Jameson, Ensayos sobre el Postmodernismo, Buenos Aires 1991, págs. 36-37. Y. Michaud, Op.cit., págs. 135-136. «democracia». Todos saben que cada uno puede matar a los demás. De ahí que cada uno sea enemigo y contrincante del otro...”5. Lo que antes era, dentro de los contextos clásicos o modernos, era «la» sociedad, «el» sistema, es decir lo que controlaba a lo otro, a lo no-social, dentro de la cosmovisión post-moderna es un campo de batalla, una tierra de nadie, la politización extrema, tal como lo concibió Mannheim: el universo de lo no-reglado6. Entonces debo realizar una nueva lectura de lo cotidiano, debo cartografiar la realidad con otras escalas. Porque esto parece ser un retorno al mundo de los espíritus elementales de la tierra. No es un fin de la historia, tampoco es una nueva génesis. Antes al contario. Es la prolongación de un hiato, una suspensión, donde la inmovilidad es ausencia de cambio. Este campo de batalla es el ámbito de la política. Pero nadie puede efectuar modificaciones. Es un Verdún globalizado, tierra de nadie salpicada por escaramuzas – la objetivación de la inseguridad en el espacio geográfico. Pequeños combates que son circulares en su no-resolución. Así como los mecanismos de adaptación individual pertenecen a la “sociedad” (con todo lo que implica este término) la realización de la política en el orden Vgr. de la operatio aesthetica, es con respecto a una última finalidad es decir, la autonomía a conquistar. Pero si la sociedad se licúa y la política se reduce a un fenómeno reglado por la gramática de Verdún y la lógica de Darwin – la supervivencia del más apto en el Estado de Naturaleza, entonces todas las taxonomías existentes pierden su fuerza significativa y necesitan una nueva revisión. La política se convierte en el arte del movimiento puro. Tomo un referente europeo. Según Alan Minc, “el poder pertenece al que asegura la supervivencia y[…] la violelncia constituye la forma más natural de relacionarse [...]”7. Dice este autor que en la periferia de las grandes urbes están surgiendo barrios extraterritoriales. Allí los traficantes de drogas posibilitan la supervivencia y los inetgristas la pertenencia8. Esto quiere decir que un subsistema existe en el seno de otro. No hay enfrentamiento directo, sino más bien indiferencia. Por otro lado, empieza a tomar forma lo que Minc entiende como el triunfo de las sociedades grises, zonas de indefinición conceptual y descontrol fáctico. Una regresión a la Ley de la Selva9. Pongo por caso una expresión trivial: casa tomada. La misma sugiere invasión, estado de guerra. Aquí vale lo que dice Minc: que el vocabulario es el primero en dar fe de las nuevas realidades 10. Casas tomadas, asentamientos ilegales, villas miseria: son las fortalezas, verdaderos «agujeros negros» sociales que absorben el conflicto de escala mayor y devuelven sólo epifenómenos desconectados. Por este motivo propongo la expresión microguerra civil. Un conflicto en estado puro, globalizado, que impregna la totalidad social con una duración indefinida y con una intensidad muy baja – no por ello deja de ser sangriento. Conflicto que es una modalidad de lo político porque, en última instancia, lo que subyace y permanece igual a sí mismo es el deseo de supervivencia. Es en efecto de la ruptura de la cadena de significantes y de la imposibilidad para recomponer la misma. Todos son presentes instantáneos. Es el sobrevivir aquí y ahora, siendo los mismos idénticos en su indefinida repetición. Congruentemente con lo expresado, puede decirse que las fronteras se diluyen – otra licuación de conceptos – no para desaparecer sino para impregnar todo el espacio de experiencia. Frontera como lugar lógico-geométrico del conflicto y del desgaste. La totalidad es frontera porque la totalidad es 5 6 7 8 9 10 C. Schmitt, El Leviathan en la Teoría del Estado de Tomás Hobbes, Buenos Aires 1990, págs. 101-103 K. Mannheim, Ideología y Utopía – Introducción a la Sociología del Conocimiento, México 1993, págs. 101-103. A. Minc, La nueva Edad Media – el gran vacío ideológico. Madrid 1994, págs. 107-108. Op.cit. Pág. 109. Ibidem, pág. 86. Ibidem, pág. 88-89 fricción, hipertrofia de un proceso social disyuntivo. Se agotan las referencias claras con respecto al significado de los términos conjunción y disyunción. 3. Las interpretaciones En este particular contexto es posible hablar de un teatro de operaciones archipielágico. En efecto, así como Jünger ve en la arquitectura la intrusión de lo bélico en la ciudad – bancos comerciales convertidos en alcázares blindados11, autores como Enzensberger, interpretan los barrios a los que sólo se puede acceder con pase especial (barrios privados) y que poseen barreras, cámaras electrónicas y guardias armados, como la reconstrucción del Limes romano, destinado a protegerlo del asalto de los bárbaros12. Empero, no debe perderse de vista lo siguiente: la diferencia que existe entre los constructores de la muralla y los «bárbaros» no es ontológica sino meramente crematística. Los primeros pueden pagar la seguridad, los segundos no. En síntesis: Ricos vs. Pobres. Quizás esta sea una de las pocas discriminaciones – si no la única plausible al dia de hoy. El único obstáculo contra la democratización absoluta de la existencia. Los que pueden pagar protección impiden el pleroma de la guerra de todos contra todos. Dentro de nuestro ámbito específico, Norberto Ceresole habla de «seguridad privada», la cual sería más significativa que la seguridad «pública» en lo que concierne a cantidad de efectivos y poder de fuego. Conforme a este autor – politólogo y sociólogo – se estaría desarrollando una verdadera guerra social civil, es decir una guerra de ricos contra pobres13. Empero, Ceresole utiliza categorías que se hallan en franca crisis, tales como Estado, Público, Privado, Social. Fundamentándose en Minc, sostiene que la única manera de controlar a una sociedad gris, es por medio de una neomafia privada. En el futuro, pues, se entablarían batallas entre dicha neomafia y los bolsones de resistencia de una sociedad pública14. Más todavía. Nuestro autor imagina un liderazgo de los caudillos del viejo interior argentino que intentarían restaurar forma de liderazgo político para rescatar un espacio nacional del poder15. Las esperanzas de Ceresole no toman en cuenta la difuminación progresiva de todos los límites. Por otra parte, la microguerra civil como lugar lógico del conflicto idéntico a sí mismo en su superposición de significantes inconexos, es en efecto un agujero social en el sentido que ya he explicado – la devolución de epifenómenos desconectados – y también en el sentido omniabarcador que posee. Acaso se esté aproximando el momento en que sea absolutamente imposible la «toma de distancia», que el conjunto de interacciones se tranforme en una única e inamovible forma de ser, que impedirá a los hombres – tomando el ejemplo de Jon Elster16 - es dejar de cumplir sus respectivos papeles en la realización de una bandera viviente (sistema) durante un sempiterno desfile patriótico, donde el que se eleve para mirar el panorama (toma de distancia) no tendrá nada que ver, donde nadie indagará acerca de la orfandad de sentido del hecho de tener que formar una bandera (sistema) que nadie puede ver. La totalidad es frontera (área de frición y desgaste). El mundo urbano es la tierra de nadie. En otras palabras, sociología comteana cristalizada: física social en el más literal de los sentidos. Fuerzas actuando, acciones y reacciones, estímulos y respuestas gobernados por el instinto de supervivencia. No obstante, si para Jünger el Trabajador y el Soldado Desconocido fueron las grandes figuras de nuestro tiempo, las cuales encontrarían la superación en el Emboscado, es decir el individuo 11 E. Jünger, Sobre el Dolor. Barcelona 1995, pág. 47. 12 H.M. Enzensberger. Perspectivas de Guerra Civil, Barcelona 1994, pág. 51. 13 N. Ceresole, Subversión, Contrasubversión y Disolución del Poder – Guerra y Sociedad en la Argentina Contemporánea - un País entrópico en un Mundo Apolar, Buenos Aires 1996, págs. 27-31. 14 Op.cit. Pág 32. 15 Ibidem, pág 32. 16 J. Elster, Tuercas y Tornillos – una introducción a los conceptos básicas de las Ciencias Sociales. Barcelona 1991, págs. 125-126. aislado entregado al aniquilamiento17; puedo forzar los conceptos, tratar de definir a los sujetos del drama de la microguerra civil, no como simples fuerzas sin como anónimos emboscados, hombres que ingresan en el bosque (tierra de nadie) para vivir sin las ataduras del sistema pero aceptando la posibilidad permanente de ser muertos por cualquiera que los encuentre. ¿No es esta una forma de dar el coup de grace a los límites y a los puntos de referencia? Inclusive algunos vislumbran pautas de signo contrario en las escaramuzas de la microgerra civil: “El vandalismo… Ataca a las cosas, los instrumentos a fin de arruinarlos, mancharlos, inutilizarlos… este saqueo a menudo está ritualizado, es una transgresión al mismo tiempo que una infracción, expresa un rechazo confusamente formulado, significa la ruptura de un vínculo social débil y no aceptado; produce una especie de goce, un sacrificio de las cosas, un culto ridículo al desorden”18 ¿Una búsqueda patológica de sentido en un mundo que se ha desmoronado? ¿lo circular o la reificación? Por el momento sólo disgregación: “Poco a poco, en la calle se van acumulando las basuras. En el parque aumenta el número de jeringuillas y de botellas de cerveza destrozadas… los colegios aparecen con el mobiliario destrozado, los patios apestan […] Neumáticos pinchados, teléfonos públicos inutilizados, coches incendiados. Estos actos espontáneos exteriorizan la rabia por todo cuanto todavía está entero, el odio contra todo aquello que aún funciona”19 El mismo Enzesberger ve en ese odio una forma de autoaborrecimiento. La destrucción como autodestrucción y la oscura certeza de no tener nada que ofrecer como alternativa. Otra faceta del desgaste. La pérdida de los referentes, la imposibilidad de organizar la experiencia. La lucha por la supervivencia implica combatir en la primera línea. Ya no se trata de elaborar derechos subjetivos sino de pertrecharse para resistir violentas acometidas. En una ambientación, como la estoy describiendo, la noción de derecho subjetivo (tengo derecho...) se desdibuja. El aniquilamiento de toda norma y de toda seguridad hace lo propio con los derechos. “Sólo puede triunfar quien es apto para sobrevivir. El resto, criaturas apocadas en su perplejidad, en su falta de sincronización con la nueva cosmovisión – en la post-modernidad lo que hagan o dejen de hacer tiene poco o ningún significado”20. Vanas ilusiones. El caso argentino se destaca. La discronía con respecto al mundo histórico lo único que consiguió fue retrasar la hora del derrumbe. En 1941 Pitirim Sorokin prefiguraba las notas distintivas de la crisis que recién cobraba formas definibles: la dicotomía entre el antropocentrismo y la disociación entre teoría y práctica (the Culture of man’s glorification and degradation), la ruptura de la unidad y el consiguiente perecimiento de los “grandes relatos” (chaotic syncretism) y el fallido intento de superación de dicha ruptura por medio de la precedencia del gigantismo sobre la calidad de las producciones de una cultura herida de muerte (the Culture of quantitative colossalism)21. Por el contrario, en la Argentina y durante mucho tiempo, apuntalábamos los metarelatos a la fuerza. Inclusive en épocas políticas revulsivas – el período 1960-1982, la lucha era la imposición de escalas de valores y estilos de vida (expresiones que en 1987 suenan arcaicas y hasta 17 E. Jünger, La Emboscadura, Barcelona 1993, pág. 59. 18 G. Balandier, El Desorden. La Teoría del Caos y las Ciencias Sociales – Elogio de la fecundidad del movimiento. Barcelona 1993, pág. 192. 19 H.M. Enzesberger, Op.cit., pág. 47. 20 J. Lyotard, La condición post-moderna, Buenos Aires 1991, pág. 36-37. 21 P. Sorokin, The Crisis of our Age, Oxford 1992, págs. 196-208. extravagantes). Estos conflictos permitían la distinción precisa. Era la modernidad en acción, la prepotencia de querer organizar el todo social. También era «el» Estado, que en esa época aún ejercía “… esa peculiarmente sagrada y erótica, cuasi fascinación combinada con disgusto”22. Era el Estado con E mayúscula, el referente de los referentes, la organización de las organizaciones. Era el tiempo del Estado-Fetiche, es decir el Estado capaz de convencer y justificar el destino de sus súbditos… y de sus víctimas. El Estado-Fetiche, armado con un fantasmagórico arsenal de imaginería supletoria: escudo, bandera, himno, cenotafio. El Estado Fetiche, succionador de su propia representación imaginaria, gigante que absorbía en sí lo que representaba. Dutante los años 1960-1982 había lucha, coflicto, violencia, pero con reglas más o menos definidas. Existían objetivos a conquistar. Existía lo teleológico. Si el paradigma de lo establecido – encarnado en el Estado Fetiche – poseía una escala de valores, una Weltanschauung impuesta a rajatablas como la única opción ofertada a una inquieta clientela política23. ¿Qué es lo que ha quedado hoy después de este largo y sangriento derrotero? En primer lugar, una disociación. Además de la descripción que he ensayado sobre lo post-moderno en acción, puedo decir que, por un lado, el Estado permanece a título desecho, elemento relictual percibido históricamente. Por otro lado, y al mismo tiempo, la muerte de este Estado: el desmoronamiento del Estado-Fetiche y el consecuente descubrimiento de la realidad emergente – una arista de lo postmoderno en acción, es decir “un conjunto de individuos humanos conectados a una compleja red de relaciones”24. En segundo lugar, un desencanto. En efecto, el derrumbe puso a los hombres frente a sí mismos. La valía de dichos hombres calificarían las reacciones como emboscados o meros sujetos interactivos. ¿Qué combates se pueden esperar en estas circunstancias? Aparentemente estaría obturada la vía para la repetición de conflictos similares a los del pasado. Esto es así porque es evidente la impotencia para legitimar discursos. Y esta impotencia se ha generalizado: “Ya no queda el menor vestigio de la aureola heroica de los guerrilleros, partisanos y rebeldes. Antaño pertrechados con un bagaje ideológico y respaldados por aliados extranjeros, hoy la guerrilla y la antiguerrilla han acabado independizándose. Lo que queda es el populacho armado. Todos estos autoproclamados ejércitos, movimientos y frentes populares de liberación han degenerado en bandas merodeadoras que apenas se diferencian de sus contrincantes”25 He hecho referencia al Estado y su carácter presente de formación relictual. Asimismo su oponente de los años 1960-1982 – simplificando al máximo: la revolución – existe hoy un detrito remanente. Esto significa que se verificaría la disgregación post-moderna: una cultura de fragmentos. Ahora bien, es posible imaginar la interacción de esos objetos culturales, relictos dentro de un espacio al cual llamaré: inconsciente colectivo (en un sentido diferente al de Mannheim y Jung) concebible como una extrapolación de lo individual a lo social – asumiendo los riesgos y aún la impropiedad, de esta clase de transposiciones. Partiendo de este presupuesto formularé la siguiente hipótesis: Entendiendo lo post-moderno como sumatoria de fragmentos, la microguerra civil que creo ver perfilada y en crecimiento, también es una sumatoria, un compendio de estrategias y tácticas: guerra de fragmentos de fragmentos… Los componentes de dicha sumatoria quizás haya que buscarlos en los huecos más profundos de nuestro inconciente colectivo y también en los residuos de nuestra memoria histórica. Los conflictos sangrientos del período 1960-1982.(esto incluye a la Guerra del Atlántico Sur), tal vez influyan en nuestras conductas y actitudes cotidianas. Siguiendo las 22 M. Taussig, Un Gigante en Convulsiones – el mundo humano como sistema nervioso en emergencia permanente, Barcelona 1995, pág. 144. 23 S. Colás, Postmodernity in Latin America – The Argentine Paradigm, North Carolina, págs. 121-126. 24 M. Taussig, op.cit., pág. 146. 25 H.M. Enzenberger, op.cit. págs. 16-17. ideaciones de Freud26, el relicto cumple el papel de lo «desalojado» que intenta penetrar dentro de nuestra realidad como formación sustitutiva y los fragmentos desconectados de la historia harían las veces de símbolos mnémicos, los cuales nos obligan a comportarnos de una determinada manera, neuróticamente, recordando las dolorosas vivencias del pasado, sin podernos liberar de ellas. Addenda 2019: en el caso de Polonia, el mismo mecanismo: vive en el pasado. Los relictos actuan caóticamente, lo mismo que los fragmentos de la historia, siendo imposible ordenarlos, sistematizarlos. La adición de fragmentos de fragmentos, bien podría rotularse – teniendo en cuenta la perspectiva freudiana – como guerra ecolálica, repetición patológica multiforme de un conflicto (complejo) no resuelto satisfactoriamente. Es aquí donde tal vez arraigue la causa profunda del vertiginoso cambio de una Weltanschauung por otra (en menos de diez años). En síntesis el Estado perdió su E mayúscula. También perdió su enorme fuerza legitimatoria. El estado se privatizó y esto es la antítesis del fetichismo. Por su parte el contrincante – lo insurreccional – perdió consistencia interna a raíz de la devaluación de «su» enemigo. Y del hecho de estar también lo revolucionario sumergido en el mismo ámbito de fragmenmtación. La privacidad implica desregulación. Si la seguridad se desregula, lo mismo el estado y el todo social, la violencia formará parte de ese proceso y la Ley de la Selva será la cúspide de dicho todo. Los comunicadores sociales quienes entre sus más conspícuos agenciamientos poseen el poder de dosificar la microguerra medianta la diseminación calculada de información. A través de frases altisonantes y vacías, por caso “el debate está instalado en la sociedad...”, los comunicadores mienten y se sirven de la mayoría silenciosa ya que ésta, por definición, necesita de alguien que hable por ella. El conflicto dosificado es una de las expresiones de poder de la imagen: imagocracia. El conflicto se percide mediáticamente al mismo que se verifica un incremento exponencial de la crueldad que Jünger diagnostica en la fotografía: la transformación del los procesos vivos en preparados anatómicos27. Por este motivo, he acuñado el término microguerra. Las interaciones gobernadas por la Ley de la Selva, superan con creces la zona de referencia semántica del término “guerra’. Donde todo es blanco, nada es blanco. Donde todo es interacción caótica la nada es caos. 5. Las perspectivas: La pérdida de los sitemas refernciales es el lugar lógico de la post-modernidad como hecho cultural. Una de las consecuencias de dicho evento cultural es la disolución de todo tipo de límite. La violencia sufre un extrañamiento con respecto a la dialéctica social vs. no-social. La nueva violencia se desarrolla como sumatoria de interacciones disyuntivas inconexas. La política se reduce a pura psicagogía. La nueva guerra es la microguerra civil. Dicha microguerra es un conflicto en estado puro, siendo el enfrentamiento Ricos vs. Pobres. Se ha llevado a cabo la urbanización de la existencia. La urbanización conlleva la muerte del hombre. Una vía de escape podría ser la actitud del emboscado. La disgregación diluye a los derechos subejetivos y además implica deseos de autodestrucción. Argentina sufrió un profundo proceso de desintegración. La muerte del Estado Fetiche desarticuló las interacciones. El inconciente colectivo de los argentinos proporcionó las bases para la exteriorización de una variedad de conductas violentas no-regladas y a-sociales. La actual legalidad – exclusiva y excluyente – sería la guerra de todos contra todos (La Ley de la Selva). La microguerra civil como nueva forma de violencia urbana – es microguerra por su baja intensidad, civil debido a su omnipresencia y urbana desde el punto de vista existencial (y no meramente topográfico). 26 S. Freud, Obras Completas. T VI. Cinco Conferencias sobre Psicoanálisis, Buenos Aires 1986, págis. 13-17. 27 E. Junger, Sobre el Dolor, Op.cit., pág. 73. En base a estos presupuestos, ¿qué proyección de futuro puede realizarse? A primera vista, un horrible caos. Empero, aunque pueda paracer paradójico, el modelo que he tratado de esquematizar es estable. Efectivamente, los conflictos del presente no buscan – a diferencia de sus homólogos de épocas anteriores – modificar escalas de valores o cambiar un estilo de vida. Antes al contrario. Los combatientes de la microguerra civil no tienen por finalidad destruir las estructuras sino que viven, parasitan en ellas y reconocen su existencia por el sólo hecho de dañarlas. En otros términos, las perturbaciones causadas al sistema lo estabilizan, haciéndolo tender hacia una entropía. Quizás por esta razón, además de la dosificación comunicacional, el nivel de tolerancia social se mantiene dentro de los límites aceptables. Los beligerantes de la microguerra civil, contrariando al principio maoísta, se contentan con lesionar todos los dedos del adversario en lugar de intentar arrancarle por lo menos uno. Por otra parte, entre los actores de este drama, aquellos que pueden pagar seguridad y protección, dentro de las coordenadas delineadas pueden temer a los asaltos, robos, puebladas, saqueos y desmanes varios, pero no a una genuina revolución como las acaecidas en la periclitada modernidad. Una situación extrañamente parecida al período anterior a la Revolución Francesa: “El espíritu revolucionario estaba totalmente ausente de las luchas sociales de esas épocas. Posiblemente, los oprimidos abrigasen una vaga sensación de injusticia y murmurasem mucho sobre ello, pero carecían de programa y de sistema ideal con el que sustituir el régimen existente. Sólo levantamientos, pues, no pasaban de ser explosiones esporádicas sin la inspiración de una idea concreta ni sujección a plan preconcebido alguno. Los poderosos podían temer levantamientos y matanzas, pero no una revolución”28. Más todo cambia después de la Revolución Francesa: “un cambio en la dirección de los acontecimientos. Surgió entonces un programa capaz de sustituir al existente. El resentimiento torpe y salavaje dejó paso al conocimiento de unos derechos y unas esperanzas mesiánicas, y el miedo de un un motín se conviertió en el terror nunca mitigado ya, el levantamiento definitivo. Cada motín, cada revuelta, parecía señal de la proximidad del Juicio Final”29. Los tiempos actuales, a contrario sensu de las revoluciones de la modernidad, parecen tiempos de mitigación del terror. ¿Llegará el día en que los pobres – masas famélicas, nuevos bárbaros – y emboscados, actores de la microguerra civil en proceso de ejecución, conquisten la ‘hermandad revolucionaria”? ¿Volverá a reificarse la política? ¿Se recuperará el sentido? Por el momento, la incertidumbre es la única respuesta…. Ponencia presentada en el IIº Congreso Latinoamericano de Psicología Social y VIIIº Congreso de Psicología Política y Social. Organizado por la Universidad Argentina John F. Kennedy, la Sociedad Argentina de Comunicación Social, la Sociedad Argentina de Psicología y la Sociedad Argentina de Psicología Política Social. Buenos Aires 7 – 10 de mayo de 1997. 28 J.L. Talmon, Mesianismo Político – la etapa romántica, México 1969, pág. 121. 29 Op.cit., págs. 12-13.