Uploaded by Andreina Blanco

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IMPORTANTE
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y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de
fans. Preserva y cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
SINOPSIS
El asesinato nos unió.
Sólo la muerte puede separarnos.
El Atormentador
Calista me pertenece... simplemente no lo sabe.
La primera vez que nos vimos, la deseaba.
La siguiente vez, me obsesioné.
La observé.
La seguí.
Esto solo profundizó mi necesidad de poseerla.
Una vez que sea mía, nunca la dejaré ir.
El objetivo:
Hayden Bennett es un monstruo, dentro y fuera de la corte.
Desafortunadamente, necesito su ayuda.
Lo que se suponía que iba a ser una simple transacción se convierte en
algo más.
Algo intenso.
Siempre está ahí cuando lo necesito,
pero no sé si confiar en él es una buena idea...
CAPÍTULO 1
Hayden
Lo maté.
El senador no ha sido el primero y no será el último. Hay una
satisfacción en esto, pero es fugaz, semejante a una llama rápidamente
extinguida. Muerto y desaparecido.
Como mis víctimas.
La justicia es una amante que pronuncia mi nombre y me abraza para
joderme. Y dejarme despojado. Vacío. Deseando un final que nunca tendré.
La lluvia cae en un ligero, pero constante flujo, aterrizando en todas
las superficies del cementerio.
La hierba.
Las lápidas.
Los rostros de los dolientes.
La lluvia choca con las lágrimas que caen por las mejillas de quienes
contemplan el féretro. El dolor está por todas partes, impregnando la
atmósfera como una densa niebla. Dejo que me cubra, que me envuelva,
que me traiga la paz. Es raro sentir esta serenidad. Los funerales de mis
víctimas son uno de los pocos lugares donde experimento esto, por eso
siempre asisto.
Para completar el ritual...
Poner fin a una vida.
Hacer justicia.
Comenzar de nuevo.
Recorro con la mirada a los asistentes, un mar de negro entre un fondo
verde, una mancha de tinta en un campo esmeralda. Se congregan, se
apiñan para dar y recibir consuelo, algunos lloran en silencio mientras
otros resoplan ruidosamente. Todos están destrozados.
Excepto uno.
La persona que debería estar destrozada se mantiene firme. Pero no
por falta de cariño. No, ella quiere al difunto. Profundamente. Cada una
de sus respiraciones es un desafío, como si la estuvieran estrangulando, y
hace una mueca de dolor cada vez que sus ojos color avellana se posan en
el ataúd de caoba.
Sin mostrar lágrimas.
Todavía no. Pero todas acaban haciéndolo. Otra parte del ritual que
disfruto.
Aunque sigo sin entender por qué la gente llora la maldad. Deberían
estar aliviados porque hay un asesino menos en el mundo. Un hombre
menos que se aprovecha de mujeres y niños inocentes. Sospecho que es
porque no son conscientes de los viles actos que cometieron sus seres
queridos. Si lo supieran, expresarían miedo, no tristeza.
Calista Green es exquisita en su melancolía.
Esta mujer es el ejemplo perfecto de cómo debería ser la hija de un
político. Ropa impoluta y planchada, maquillaje impecable y su largo
cabello oscuro rizado y apiñado en lo alto de la cabeza acentuando la
hermosa inclinación de su cuello. Lo que realmente vende la imagen es el
collar de perlas que lleva, sobre las que de vez en cuando pasa los dedos
para tranquilizarse.
Como único pariente vivo, ella es mi centro de atención. No porque la
mujer sea joven y atractiva, aunque habría que estar muerto para no darse
cuenta. Humor negro de mi parte. Extraño... y divertido.
Independientemente de su belleza, a la Srta. Green la observo con la
respiración contenida, mi pecho sube y baja al ritmo del suyo, mi cuerpo
se inclina hacia delante cada vez que se mueve. Es con ella con quien estoy
conectado en este momento.
Hay poesía, una aguda ironía en quitarle la vida al hombre
responsable de la vitalidad que fluye por sus venas. Hacer latir su corazón.
El sutil parpadeo de su pulso a lo largo de su garganta arrebatando mi
atención una y otra vez.
La mayoría de las mujeres son delicadas, necesitadas de protección.
Pero solo en el sentido físico. Emocionalmente, son más inteligentes, más
en sintonía con los sentimientos que tienden a dominar sus vidas.
Los mismos que he destruido dentro de mí.
Concretamente, los suaves y tiernos: adoración y compasión. Ya sea
cariño por otro, o incluso amor. Sea cual sea el nombre, conducen al
debilitamiento. Lo cual se traduce en dolor y sufrimiento.
Y la aparición de emociones más oscuras.
Estas son en las que me satisfago, las que dictan mis acciones y
alimentan mi ambición. La frustración. La ira. Repugnancia. Incluso deseo,
si es a través de actos egoístas; su gratificación, tanto mental como física.
Estas cosas las comprendo y las controlo, no sea que se apoderen de
mí, como intentan hacer en ocasiones.
No soy un hombre perfecto. Solo lo son mis intenciones.
El pastor pide a todos que inclinen la cabeza en oración y lo hacen.
Excepto yo. Y ella.
La Srta. Green se limita a mirar al frente, sin pestañear, su mirada
centelleante de pensamientos, sus ojos convertidos en miel cristalizada.
Sigo observándola. Escrutándola. Cuanto más lo hago, más aumenta mi
interés.
¿En qué está pensando?
¿Y dónde demonios están sus lágrimas?
La petición a una deidad invisible termina y todos levantan la cabeza.
Una mujer de mediana edad, la antigua encargada de la casa de los Green,
se cubre la cara con ambas manos. Su cuerpo redondo tiembla por la fuerza
de sus sollozos. Reales o fingidos, no estoy seguro.
La Srta. Green no se detiene a cuestionar la autenticidad de las
lágrimas. La joven abraza inmediatamente a la mayor, sus labios carnosos
y rosados susurran palabras de consuelo mientras acaricia al ama de llaves
hasta que la mujer recobra la compostura.
El pastor hace un gesto hacia el ataúd, proponiendo a todos que se
despidan. El primer hombre que se acerca es el chófer de la familia. Coge
su gorra e inclina la cabeza. Su boca se mueve brevemente, claramente un
hombre de pocas palabras, y luego retrocede.
Antes de poder mezclarse con la multitud, la hija del senador se acerca
a él y coge su mano. Le dedica una sonrisa -triste, pero sonrisa, al fin y al
cabo- y le dice algo que hace que los hombros del conductor se enderecen
de orgullo. La interacción entre ellos es familiar, acogedora.
Entrecierro los ojos sin ocultar mi escepticismo. Nadie puede verme a
esta distancia, pero siento deseos de acercarme. Va en contra de mis
normas el aproximarme a los seres queridos de mi víctima, de modo que
no lo hago. Sin embargo, las reglas no sofocan mi deseo. Mi necesidad de
examinar las cosas más a fondo para comprenderlas.
La Srta. Green me deja perplejo.
Es la persona más devastada por la muerte del senador y, sin embargo,
es ella quien ofrece consuelo en lugar de recibirlo. Y no a cualquiera, sino
al personal. Gente que ella no debería reconocer a menos que sea mediante
una tarea para que ellos la lleven a cabo.
He conocido a muchos hombres y mujeres procedentes de la clase alta,
y ninguno de ellos tiene una relación personal con los que están en su
nómina. Creen que están por debajo de ellos. Una división financiera que
existe desde que el dinero y el estatus cobraron importancia en la cultura
humana.
Pero no para la Srta. Green.
Ella trata a cada individuo como una persona valiosa.
Es desconcertante... y refrescante. Si fuera real.
No creo que sea sincera. Un funeral es la excusa perfecta para que una
mujer gane simpatía y atención. Para brillar bajo los focos y ser adorada
simplemente por serlo. Quizá por eso aún no ha llorado.
La Srta. Green está preparando su escenario.
Es algo que comprendo y de lo que he sido testigo en numerosas
ocasiones. Ella no será diferente a las demás. Igual que lleva esas perlas,
llevará egoísmo disfrazado de dolor.
Así que espero.
Mi expectación crece con cada persona que se acerca al ataúd. Se
marchan poco después, pero no sin que la obediente hija los salude, con un
lirio en la mano apretándolo como si fuera un salvavidas. La lluvia cae cada
vez con más fuerza, dispersando a los dolientes como una bandada de
cuervos, y el grupo desaparece rápidamente.
Hasta que queda una persona.
La Srta. Green está de pie, con una expresión estoica grabada en sus
rasgos. Su cabello, mojado por la lluvia, gotea agua sobre su ropa ya
empapada. No se mueve durante un buen rato, a pesar de la tormenta, a
pesar de la falta de público.
Su constante quietud me atrae, me acerca a ella. Me ajusto el cuello del
abrigo para cubrirme el rostro y avanzo poco a poco en su dirección. Para
un transeúnte parezco alguien que visita a un difunto. Cualquier otro día
sería cierto.
He estado de luto.
Una vez.
Mis pasos me acercan lo suficiente para ver cómo tiembla el labio
inferior de la mujer, ahora teñido de azul por el frío. La Srta. Green se rodea
con sus brazos, la flor aún en la mano, y se hunde en el suelo con un
pequeño grito angustiado.
Finalmente, las lágrimas brotan.
Ella inclina la cabeza hacia atrás, su pálida garganta una ofrenda,
haciendo que mis dedos se crispen. Con los ojos cerrados y los labios
entreabiertos, la mujer solloza. No tengo empatía, pero si la tuviera, se me
revolverían las tripas al oír un sonido tan desolador.
Aun así, siento una extraña opresión en mi pecho.
Se intensifica cuanto más llora, cuantas más lágrimas derrama.
No hay público, no hay espectáculo. Solo una hija llorando la pérdida
de su padre. En la intimidad.
La Srta. Green esperó a estar sola para llorar adecuadamente, una
revelación que no vi venir. Su comportamiento es una desviación de la
norma.
La decepción surge junto con la confusión, y mis cejas se fruncen. Por
primera vez, la alegría que me producen los funerales ha desaparecido.
Mi satisfacción se ha frustrado.
Y sustituida por una sensación incómoda que me niego a nombrar.
Algo de lo que no debería ser capaz.
Sin embargo, ahí está.
La Srta. Green es la causante de esto.
Recorro con la mirada a la mujer mientras se pone en pie y se dirige
lentamente hacia el ataúd, con manchas de hierba y barro en la ropa y
piernas. Su imagen perfecta ya no existe. El lirio de su mano derecha
tiembla a causa de los temblores que sacuden su cuerpo, desprendiendo
gotas de lluvia rápidamente reemplazadas por la tormenta. Y sus lágrimas.
Susurra entrecortadamente algo que no logro descifrar y besa los
pétalos de la flor antes de depositarla sobre la superficie de caoba entre las
demás flores. Luego se dirige al vehículo parado junto a la acera. La
observo hasta que sube y desaparece de mi vista.
Entonces me dirijo hacia el ataúd. Miro hacia abajo, entrecierro los ojos
con desdén y frunzo los labios.
―Causaste dolor antes y después de tu muerte. Si pudiera volver a
matarte, lo haría.
Extiendo los dedos sobre el lirio que la Srta. Green sujetaba con tanta
fuerza; imagino la suave textura de su piel. Lo recojo y aprieto los labios
contra el pétalo donde ella lo hizo hace un momento, inhalando
profundamente. La fragancia de la flor llena mis fosas nasales, junto con el
aroma de la mujer que ahora invade mis pensamientos.
Ella es un misterio
Un problema.
Uno que pretendo resolver y del que quiero librarme. Sin importar el
precio. Si no, el precio que pagaré será mi cordura, la poca que me queda.
CAPÍTULO 2
Calista
—¿Cuál es la pregunta que toda mujer quiere que le hagan, al menos
una vez en la vida?
Dejo de limpiar la encimera y miro a Harper como si se hubiera vuelto
loca. Porque probablemente sea así. Todo lo que sale de su boca no deja de
sorprenderme. Y normalmente me deja atónita y en silencio a la vez que
me sonrojo profusamente.
Me armo de valor y adivino, sabiendo que tengo un uno por ciento de
posibilidades de acertar.
—'¿Quieres casarte conmigo?'
Mi compañera de trabajo pone los ojos en blanco.
—Yo también te quiero, pero no. ¿Por qué un hombre no puede
preguntar simplemente, '¿Quieres que vaya y te coma el coño hasta que te
corras en mi cara?'
—Creo que me está dando un ataque —jadeo.
Me sonríe, sus ojos verdosos brillan y su expresión es feroz.
—Lo único que digo es que si un tío me pidiera eso alguna vez, me
casaría con él. Después de sentarme en su cara.
Harper siempre me pilla. No sé ni por qué intento mantener la
compostura, aunque supongo que es por cómo me educaron. No puedes
ser la hija de un senador y no ser consciente de cómo te ve el público.
En todo momento.
Levanto la mano para retirarme un mechón suelto detrás de la oreja,
pero recuerdo que me he hecho una trenza para apartármelo de la cara.
Aún necesitada del alivio mental que supone controlar mi aspecto, bajo el
brazo y deslizo mis dedos por el collar de perlas oculto bajo la camiseta.
Las formas suaves y redondeadas, familiares y uniformes, consiguen que
respire lentamente y mi estado de nerviosismo se disipe.
Harper se gira al oír abrirse la puerta y saluda al cliente como si no
acabara de decirme una barbaridad.
—Hola, señor Bailey. ¿Cómo le va hoy?
El anciano asiente una vez, se acerca al mostrador y apoya sus
arrugadas manos en la superficie. Se queda mirando el menú con la frente
arrugada, pensativo. Como si no pidiera lo mismo todos los días.
—Creo que tomaré la magdalena de arándanos y un café. Negro.
Harper coge una taza y garabatea su nombre en ella.
—Pues claro.
Me acerco al expositor deslizando la puerta de cristal para abrirla. Tras
coger la magdalena más grande con unas pinzas, la introduzco en una
bolsa y la coloco delante de la caja registradora. Después de pulsar unas
teclas, le doy el total al Sr. Bailey. Me entrega los billetes necesarios y los
ordeno en la caja, todos hacia arriba con los números de serie en la misma
dirección.
—Si estas magdalenas no fueran las mejores de la ciudad, te juro que
no volvería por aquí —gruñe el hombre.
No se equivoca. Creo que las magdalenas del Sugar Cube son las
mejores, y son la razón del porqué no me he muerto de hambre. ¿Cómo
voy a hacerlo si mi jefe me deja comer lo que quiera cuando ficho?
—Aquí tiene su cambio —digo—. Que tenga un buen día.
Luego me echo desinfectante de manos en la palma y me lo extiendo
por las manos.
El dinero es repugnante. Y lo digo en todos los sentidos posibles. Eso
no impide que lo necesite.
El Sr. Bailey resopla y recogiendo sus artículos, se dirige al asiento de
la esquina, donde el periódico de hoy está sobre la mesa. Como todos los
días. Se acomoda en la silla y coge el periódico, no sin antes lanzarme una
mirada. Tras un gesto cortante de agradecimiento, su mirada abandona la
mía para absorber la tinta de la página.
—Entonces, ¿dónde estábamos? —pregunta Harper.
Levanto las manos en señal de rendición, con el aroma a limón del
desinfectante haciéndome cosquillas en las fosas nasales.
—No quiero seguir con esa conversación.
—Tienes suerte que haya entrado otra persona —susurra—.
Bienvenido al Sugar Cube —le dice Harper en un volumen normal al recién
llegado—. ¿Qué puedo ofrecerle esta bonita mañana?
La mirada del hombre se centra en mí y le hago señas con un pequeño
gesto de la mano.
—Está aquí por mí —le digo a Harper.
—¿En calidad de qué? —Mira al hombre sin un ápice de vergüenza,
fijándose en su atuendo informal y su expresión vacua—. ¿Negocios o
placer?
—Negocios.
—Podrían ser ambas cosas.
Suelto un suspiro exasperado.
—No, no lo es. Espero que esto no lleve mucho tiempo.
—No te preocupes por eso —me dice, haciendo un gesto
desestimando la pregunta. Todo irá bien hasta la hora punta del brunch.
Me quito el delantal, dando a entender que me tomo un descanso, y
me limpio las manos húmedas en los vaqueros.
—Buenos días, Sr. Calvin. Por aquí, por favor.
El hombre me sigue hasta el conjunto de sillas más alejadas del Sr.
Bailey. Y de Harper. Puede que sea mi mejor amiga -mi única amiga-, pero
los detalles del asesinato de mi padre no son algo que quiera comentar con
nadie. Apenas puedo procesar el crimen por mí misma, y han pasado
cuatro semanas desde que lo enterré, contratando a este investigador
privado.
—¿Ha encontrado algo nuevo? —pregunto, bajando la voz e
inclinándome hacia delante.
El hombre niega con la cabeza.
—Este caso está resultando más difícil de lo que esperaba. Dado que
su padre era un político de alto nivel, sabía que habría mucho que
investigar para descubrir la verdad. Sin embargo, todo ha quedado tan
enterrado que no estoy seguro de poder encontrar al responsable de su
muerte.
Mi corazón se resquebraja y los pedazos fracturados caen, golpeando
mi caja torácica antes de asentarse en mis entrañas.
—Mi padre era la única familia que tenía. Necesito averiguar qué le
ocurrió. Por favor, ayúdeme a llevar a su asesino ante la justicia.
Parpadeo conteniendo las lágrimas mientras el hombre se rasca la
barbilla.
—Srta. Green... —comienza.
—Llámame Calista. —Fuerzo una sonrisa. Mi padre siempre decía
que, para humanizarte ante la gente, tenías que derribar las barreras
sociales y hacerles ver a la persona de carne y hueso que había debajo—.
Llevamos varias semanas trabajando juntos, y agradezco realmente todo el
esfuerzo que has dedicado a esto hasta ahora.
Ese 'esfuerzo' me ha costado hasta el último céntimo que poseo. Puede
que el nombre de mi padre se haya limpiado en los tribunales, pero sus
deudas no. Entre pagar sus honorarios legales y contratar a este hombre
para que investigue su prematuro fallecimiento, estoy a un suspiro de vivir
en la calle.
Irónico, ya que solía ser voluntaria en un centro de acogida para niños.
—Hay una vía de investigación que podría explorar —me dice el
hombre—, pero eso requeriría que contrataras mis servicios durante otro
mes.
Suavizo mis facciones, luchando para que no se note mi pánico.
—¿El pago del mes pasado no fue suficiente para cubrir esto? ¿Sobre
todo teniendo en cuenta que no has descubierto nada nuevo?
—Srta. Green, me pagan en función de mi tiempo, no de unos
resultados sobre los que no tengo ningún control.
—Entiendo. ¿Crees que podría pagarte a final de mes? —Cuando sus
cejas se levantan y su boca se afina, extiendo las manos en señal de
súplica—. Ya he conseguido más horas en este lugar, y también he
solicitado otros trabajos. Solo necesito tiempo para conseguir el dinero. Eso
es todo.
El hombre clava en mí una mirada que hace enderezar mi columna
vertebral.
—Conoces mi política —me dice—. Pago por adelantado. No
negociable.
Su agudo tono me corta como un pedernal, desatando mi ira.
Entrecierro la mirada.
—¿Cómo puedo estar segura que realmente buscas pistas? A lo mejor
solo te llevas mi dinero y no haces absolutamente nada.
Se pone en pie.
—Si cambias de opinión u obtienes los fondos necesarios, tienes mi
información. Adiós, Srta. Green.
Lo miro fijamente, indecisa entre suplicarle ayuda o dejar que se
marche. Al final, me muerdo el labio y permanezco sentada. Sencillamente,
no tengo dinero, y ningún llanto cambiará eso. Sin embargo, la idea de no
avanzar en el esclarecimiento de la muerte de mi padre me produce una
sensación agria en el estómago.
Quienquiera que matara a mi padre me lo arrebató todo. No solo un
padre cariñoso, sino mi seguridad, económica y física. Y también mi futuro.
Harper se sienta en la silla vacía frente a mí, con la mirada nublada de
preocupación.
—Sin duda han sido asuntos de negocios, y no de placer —me dice—.
¿Estás bien?
—¿Sinceramente? No lo sé.
—¿Quieres un cake pop 1? Esos siempre parecen animarte.
Niego con la cabeza.
—Maldita sea —dice ella, soltando un suspiro—. Lo que hayáis
hablado debe ser grave si no quieres un cake pop. ¿Te ha amenazado ese
gilipollas o algo?
Vuelvo a negar con la cabeza.
—No tenía la información que yo quería, y no tengo suficiente dinero
para seguir contratándolo.
—Un investigador privado. Figúrate. Es tan tópico con la gabardina
larga y todo eso. —Su nariz se arruga con desagrado—. Como si eso fuera
a ayudarle a ser mejor detective.
Le dirijo una triste sonrisa.
—Estamos en pleno invierno y fuera hace un frío del demonio. La
mayoría de los tipos que entran aquí las llevan puestas.
—No me hará cambiar de opinión. Es un perdedor. —Se extiende por
encima de la mesa y me agarra la mano—. Olvídate de él.
—De momento tendré que hacerlo.
Si pudiera ignorar también mi sentimiento de culpa.
Un cake pop es una forma de pastel desmigado formando pequeñas esferas o cubos, antes
de aplicarles una capa de glaseado, chocolate u otras decoraciones y adherido a un palito para
sujetarlos como si fuera un chupa chups.
1
CAPÍTULO 3
Hayden
Odio las sorpresas.
Te pillan desprevenido, te obligan a cambiar de planes y dejan espacio
para el error. Por no hablar del caos que puede seguir. En mi línea de
trabajo, tanto personal como profesionalmente, no puedo permitírmelo, y
por eso investigo mucho las cosas.
El senador Green es un buen ejemplo de ello.
Cuando estuve a punto de acabar con su vida, lo sabía todo sobre él,
hasta los nombres de los miembros de su personal. Y, por supuesto, su hija.
La Srta. Green ha ocupado el lugar de su padre como único centro de
atención en mi mente.
No puedo dejar de pensar en ella, recordando y diseccionando su
comportamiento para comprenderlo. Desgraciadamente, aunque sé
mucho sobre ella, no estoy cerca de comprender por qué es diferente.
Ni la razón por la que sus lágrimas me afectaron.
Quiero librarme del problema, de la confusión y la falta de control que
ella crea en mi vida. Excepto que no la mataré porque va en contra de mi
código ético. Sin embargo, invadir su intimidad no.
En el último mes, he descubierto todo lo que hay que saber sobre ella.
Y durante ese tiempo, es como si Calista Green hubiera dejado de existir.
Ha cancelado todas sus cuentas en las redes sociales, se ha dado de baja en
la universidad y su antigua residencia es ahora propiedad del banco. Al no
tener teléfono móvil, su huella digital se ha reducido y continúa
desapareciendo.
El escándalo que rodeó el juicio de su padre, seguido de su asesinato,
la mantendrá siempre en el punto de mira de la opinión pública. Pero no
si es ilocalizable. Afortunadamente, me he preparado para esto.
No puedo permitir que le ocurra nada a la Srta. Green antes de tener
la oportunidad de resolver su misterio.
Por esta razón, intervine para conseguirle un trabajo en el Sugar Cube.
Está a poca distancia de su apartamento, lo que es conveniente para ella.
Pero lo más importante es que está cerca de mi edificio de oficinas. Eso me
permite seguirla al trabajo cada mañana y a su casa por la noche. Por suerte
para mí, la Srta. Green siempre va al trabajo cuando oscurece.
Razón de más para vigilarla.
—Zack, ¿has conseguido ese programa de reconocimiento facial? —le
digo por el móvil.
—Por supuesto, Sr. B. Siempre tengo la mercancía. Ya me conoces.
Reprimo un suspiro y me recuerdo silenciosamente que este hacker es
lo mejor que el dinero puede comprar, no solo por sus habilidades, sino
porque es una de las pocas personas en las que puedo confiar.
—Bien. Espera. —Cambio el teléfono a la configuración de cámara y
hago una foto—. Quiero que me envíen inmediatamente el perfil de este
hombre a mi correo electrónico.
—'Este hombre' ha sido la sorpresa que hoy me ha cabreado
inmediatamente.
—Desde luego, jefe —me dice Zack, con una voz demasiado alegre
para ser las seis de la mañana—. No me llevará mucho tiempo.
—Excelente.
Termino la llamada, mi mirada sigue clavada en el rostro de la Srta.
Green. Como lleva haciéndolo desde hace cinco minutos. Desde que se
sentó con un desconocido en el Sugar Cube. Cambio de postura, dejando
que mi agitación fluya a través de mí como el agua. Si no la alertara, la
observaría desde dentro de la cafetería en lugar de quedarme fuera.
Después de aquel día en el cementerio, me he propuesto conocer a
todas las personas con las que se relaciona, y esta persona me es
desconocida. Es de estatura y complexión medias, su aspecto es olvidadizo,
pero está en la vida de ella.
Por eso lo memorizo.
Aunque no puedo entender lo que están diciendo, puedo leer las
expresiones de la Srta. Green como si fueran palabras escritas en papel con
tinta roja brillante.
Sus hombros caen y el brillo de sus ojos se atenúa mientras el hombre
habla. Le tiembla el labio inferior, como siempre que está afligida e intenta
contener las lágrimas. Lo que sea que esté diciendo la perturba.
Esto aumenta mi intriga.
Me ajusto el abrigo y mantengo mi posición en el exterior, no muy lejos
del ventanal. La ciudad bulle a mi alrededor, su banda sonora está llena de
bocinazos y conversaciones de gente. Solo me concentro en una.
Mi teléfono emite una alerta de correo electrónico y, a regañadientes,
aparto la mirada de la Srta. Green. Tras pulsar unas cuantas teclas, la
pantalla muestra la cara del hombre, y rápidamente escaneo la información
que me ha enviado Zack.
El desconocido es un investigador privado llamado Phillip Calvin.
Debió de contratarlo antes del funeral, o de lo contrario habría sabido de
él.
¿Qué está buscando, Srta. Green?
¿Acaso al asesino de su padre?
¿Me está buscando a mí?
Guardo el teléfono en el bolsillo del abrigo y vuelvo a mirar al hombre.
Calvin se pone en pie, y el rostro de la mujer adopta una expresión afligida,
su piel palidece. Su respuesta solo aviva mi necesidad de información.
Tan pronto como el investigador privado se marcha, salgo tras él, con
los bordes de mi abrigo ondeando debido a mi rápido ritmo. Las preguntas
se agolpan en mi mente, cada una luchando por el dominio mientras se
manifiestan otras nuevas, creando un martilleo en mis sienes. Para cuando
el hombre entra en una calle menos concurrida, estoy vibrando con la
energía no gastada y la necesidad de respuestas.
—Sr. Calvin —grito.
El hombre se da la vuelta, enarcando las cejas.
—¿Le conozco?
Niego con la cabeza.
—No, pero lo sé todo sobre ti. ¿Cuál es tu relación con la Srta. Green?
Calvin entrecierra los ojos.
—No voy a decirte nada. No es así como llevo mi negocio.
—Ahora sí —le digo. Me acerco a él y su mirada se vuelve recelosa—.
Dame toda la información relativa a la hija del senador. Ahora.
El hombre se mofa. Pero el sonido es débil, ligero, prueba evidente que
su confianza comienza a flaquear.
—Aléjate de mí. —Se agarra el abrigo y tira de la tela lo suficiente para
que pueda ver el arma de fuego que lleva en la cadera—. Te lo advierto.
Enarco una ceja.
—¿Lo harás ahora?
Mi mano sale disparada, alimentada por mi creciente ira. Rodeo su
cuello con los dedos, y el resoplido que sale de su boca me llena de
satisfacción. Con la mano libre, le quito el arma de las manos y clavo la
boquilla en su costado, arrancándole un gruñido. Se queda inmóvil, con
los brazos extendidos en señal de rendición.
—Mira como te lo advierto, señor Calvin.
—Unidad flash —se atraganta—, en mi bolsillo izquierdo. Su archivo
está en él.
—No ha sido tan difícil.
Suelto mi agarre sobre su garganta. El hombre aspira grandes
bocanadas de aire, lo que hace que el cañón del arma presione más
profundamente su caja torácica. Recupero el USB y, una vez que lo tengo
en mi poder, bajo el arma, con el agarre aún apretado.
—Cualquier acuerdo que tuvieras con la Srta. Green termina hoy. A
partir de este momento, me hago cargo de la investigación. No te pondrás
en contacto con ella por ningún motivo. Si descubro que has hablado con
ella o concertado algún tipo de reunión, iré a por ti. Y entonces es cuando
las cosas se pondrán interesantes. Asiente si entiendes lo que te digo.
El hombre mueve la cabeza arriba y abajo, con la mirada perdida.
—Muy bien. —Quito rápidamente el cargador del arma y las balas que
queden en la recámara antes de devolvérsela vacía—. Recuerda lo que he
dicho. La Srta. Green está fuera de tu alcance.
Y para cualquier otra persona.
Solo hasta que descubra por qué me afecta de formas que no puedo
comprender.
O explicar.
CAPÍTULO 4
Calista
Harper aprieta mis dedos.
—¿Seguro que no quieres un cake pop? —Cuando vuelvo a negar con
la cabeza, suspira retirando la mano—. Está bien.
La puerta se abre. Por costumbre, dirigimos nuestras miradas en esa
dirección. Y mi día pasa de ser horrible a una completa mierda.
Entrecierro los ojos y Harper los abre enormes.
—¿Quién es? —pregunta, con la voz casi jadeante.
—Otro capullo con gabardina.
El hombre va vestido con un traje de negocios azul marino
perfectamente ajustado a su alta y atlética figura. Su impecable camisa
blanca acentúa sus anchos hombros, y la corbata de seda anudada al cuello
resalta la longitud de su torso. Sobre el traje lleva un abrigo de lana gris
oscuro hasta las rodillas. Actualmente, el abrigo está desabrochado,
dejando entrever el costoso atuendo que lleva debajo y añadiendo un toque
de desenfadada sofisticación.
Nada de la elegancia que lleva es comparable a la belleza de su rostro.
Mira fijamente hacia delante, dejándome ver su mandíbula cuadrada
y bien afeitada y su cabello oscuro, peinado con un decidido desaliño, con
un mechón negro rebelde rozándole la frente. Los labios del hombre son
generosos, formando una boca que fácilmente podría inclinarse hacia una
sonrisa o afinarse con desaprobación. Nunca he presenciado lo primero,
pero he tenido mucha experiencia con lo segundo.
Harper me sonríe, sin apartar la mirada del recién llegado.
—Me lo pido.
—Puedes quedártelo —murmuro.
Ella ya ha desaparecido acercándose a la caja registradora.
—Buenos días, señor. Bienvenido al Sugar Cube. ¿Qué desea?
—Café negro. Grande.
Su voz llena el local como su presencia. Dominante pero suave, como
la seda sobre la piel. Me obligo a mirar por el ventanal a pesar que mi
cuerpo me insta a mirarle.
—¿Y el nombre de su pedido?
El hombre levanta una ceja oscura como si quisiera decirle a Harper
que es ridícula por preguntar, ya que él es el único de la fila. Poco sabe él
que ella tiene la fortaleza de un espartano. En cuanto a audacia, si alguien
puede competir con Gerard Butler, es ella. Me la imagino fácilmente
gritando 'esto es Sugar Cube' en la cara de un cliente.
Mi amiga se limita a esperar, su mirada no es menos desalentadora, su
sonrisa no ha perdido nada de su picardía.
—Bennett —dice, con las sílabas entrecortadas.
Mi compañera le sonríe, el verde de sus ojos cercano a las esmeraldas,
encendido por su pequeña victoria.
—Le tengo, Sr. Bennett. —Saca su rotulador con la floritura de un
showman y garabatea en la taza como si le regalara su autógrafo—. ¿Algo
más?
Sacude la cabeza y un mechón de cabello se mueve contra su frente.
Por el rabillo del ojo, capto los dedos de Harper estirándose. Lo único que
desea es apartar el mechón suelto, quitarle su aspecto de diablo.
Y su indumentaria.
Si estuvieran solos y Bennett estuviera dispuesto a ello, estoy segura
que Harper dejaría que la inclinara sobre la encimera.
La desinfectaría hasta la saciedad.
Aún podría. Juro que sus autoproclamadas 'emanaciones cachondas'
o feromonas -sí, así es como me dijo que lo deletreara- son como el resfriado
común: contagiosas e inconvenientes. Solo de pensarlo ya estoy mirando
mi desinfectante desde el otro lado de la sala.
—Su total son de tres dólares y medio —le dice Harper. Espera a que
pase la tarjeta antes de ir corriendo a por su café.
Con la transacción casi completada, me levanto. La mirada de Bennett
parpadea hacia la mía. Es breve, apenas un segundo, pero me quedo
inmóvil.
La frialdad que irradian sus azulados ojos siempre me ha afectado así,
desde mi primer encuentro con él en la sala del tribunal, hace varios meses,
y en cada ocasión posterior.
Reprimo un escalofrío y levanto la barbilla, centrando mi atención en
el expositor de repostería. Una vez detrás del mostrador, mantengo la
mirada baja, como si mi delantal fuera la clave de mi supervivencia o un
escudo contra la mirada penetrante de Bennett.
Justo cuando toma asiento al otro lado de la sala, se abre la puerta y
entra un numeroso grupo de clientes. Una bendita distracción, cortando la
tensión en el aire. Quienes acuden en la hora punta del brunch no lo hacen
a cuentagotas, lo que nos daría tiempo suficiente para servirles sin incitar
su impaciencia. No, entran en manada como ganado e inmediatamente
abruman el espacio con una larga fila.
—Bienvenidos al Sugar Cube —digo—. ¿Qué les sirvo?
Después de tomar varios pedidos, cada uno más gruñón que el
anterior, ni me molesto en saludar. Incluso mis 'saludos' son menos
sinceros y alegres.
Miro fijamente al cliente actual preguntándole por su pedido y las
palabras se me deshacen en la lengua. El hombre parece un oso pardo con
su cabello despeinado y la mirada salvaje de sus ojos. Su ropa, una camisa
de cuadros y unos vaqueros rotos, está plagada de manchas. Solo eso ya
me hace echarme hacia atrás, como si la suciedad que lleva encima fuera a
saltar por encima del mostrador y mancharme. Bueno, más de lo que ya
estoy.
Miro el desinfectante con anhelo.
Si pensara que puedo echarle un chorrito sin que resulte ofensivo, lo
haría. Aunque no estoy segura que sirviera de algo. Sé que no me ayuda a
sentirme más limpia, por muchas veces que me desinfecte las manos.
—Quiero un panini BLT italiano y un café solo —me dice—. Más vale
que esto tampoco me lleve todo el maldito día.
Su tono áspero combinado con mis nervios ya agotados me hace
estremecer. La sensación de agotamiento es normal, pero la aprensión es
nueva. Harper me entrega su bebida, y me apresuro a poner una funda
sobre la bebida caliente para no quemarme.
Pero se me escapa el fondo de la taza. Mi brusco movimiento hace que
el café se derrame por mis dedos. Me echo hacia atrás con un aullido
cuando el café chisporrotea contra mi piel, y el líquido ardiente se esparce
por todo el mostrador y, también parcialmente, por el cliente.
Harper me mira desde la máquina de café cuando me limpio la mano
en el delantal. La sala no se queda en silencio, pero las conversaciones a mi
alrededor se amortiguan, ahogadas por el retumbar de mi pulso en mis
oídos.
El hombre golpea la caja registradora con la mano y se inclina hacia
delante. Parpadeo hacia él. Con cada movimiento de mis pestañas, los
músculos de mi cuerpo se tensan hasta que me convierto en una espiral de
tensión, lista para saltar.
Aunque nunca había tenido un trabajo antes de la prematura muerte
de mi padre, nunca había ignorado cómo funcionaba la vida fuera de los
terrenos de la mansión. La gente experimenta emociones, tanto altas como
bajas, y me he topado alguna vez con ellas. Sin embargo, este tipo de
comportamiento no es algo a lo que esté acostumbrada.
—¿Qué mierda te pasa? —me grita en la cara.
—Lo siento —le digo, ya olvidadas las pequeñas quemaduras de mis
dedos—. Fue un accidente.
—Me importa una mierda.
Harper frunce el ceño y levanta el pie para acercarse mientras mi labio
inferior tiembla. La ira se revuelve en mis entrañas ante la falta de respeto
de este hombre, pero lo que más me frustra es mi falta de poder. No voy a
decir nada porque no puedo permitirme perder mi única fuente de
ingresos. Pero no es solo eso. Si este altercado pasa de verbal a físico, estaré
en peligro. En realidad, puede que ya esté en peligro.
—Discúlpate. —La voz grave a mi lado es tranquila, pero oscura y
premonitoria, como la de un verdugo—. Ahora.
Todo queda en silencio, excepto los sonidos procedentes de la calle. Es
como si una aspiradora hubiera succionado el aire de la sala. Mi aliento se
detiene en mis pulmones y mi cuerpo tiembla con el esfuerzo de respirar.
Desplazo mi atención de la amenaza que tengo delante a la que está a mi
lado.
El Sr. Bennett.
Está tan cerca que el propio calor de su cuerpo penetra en mi ropa,
calentándome la piel. Mi rubor es instantáneo. Aun así, no puedo apartar
la mirada.
No me mira. Ni una sola vez.
—Si tengo que repetirlo, las cosas se pondrán... desagradables.
El cliente balbucea, con la incredulidad brillando en sus entrecerrados
ojos.
Bennett se quita el abrigo y me lo tiende. Aturdida, con los labios
ligeramente entreabiertos, lo miro fijamente. Su cara no me dice nada. Pero
sus ojos... son glaciales, dos fragmentos de hielo pulidos hasta alcanzar un
brillo letal.
Automáticamente me aferro a la tela de su abrigo, y su olor me llega a
la nariz. Es una combinación de especias y menta, refrescante y limpia. Es
intoxicante.
—¿Qué demonios? —El cliente enfadado cambia de postura y se
inclina más sobre el mostrador—. ¿Quién eres tú?
Bennett baja la mirada hacia su gemelo. Sus largos dedos mueven el
metal a través del pequeño orificio; el diseño es una serpiente argéntea
cuyo ojo es un rubí. Actúa con precisión, pero sin prisas. Me da el gemelo
y luego el otro antes de enrollar lentamente una manga de su camisa de
vestir.
Me quedo de pie, su abrigo colgado de mi brazo y sus joyas en la
palma de mi mano, observando cómo deja al descubierto la piel de sus
antebrazos. Es como si se desnudara. Incluso Harper se queda clavada en
el sitio, con la mirada fija en los hipnotizantes movimientos de Bennett.
Con una manga en su sitio, comienza a trabajar en la otra. Mi corazón
tartamudea en mi pecho, pero no puedo apartar la mirada. En algún lugar,
en lo más recóndito de mi cerebro, está el pensamiento que detesto a este
hombre. Pero ha sido anulado por la mujer que hay en mí.
La hembra que disfruta con la visión de un hombre hermoso y
poderoso.
Supongo que en el fondo todos somos animales, siempre en guerra con
nuestros instintos básicos. Igual que yo lucho contra mi atracción por el
abogado desde que lo vi por primera vez.
—¿Qué vas a hacer? —El cliente se ríe, el sonido lleno de incredulidad
con toques de inquietud—. ¿Golpearme?
—Si es necesario —dice Bennett.
—Ella es simplemente una chica.
—Te equivocas.
Bennett se lleva las manos a los costados, con las mangas recogidas a
la altura de los codos, y ladea la cabeza. Las luces brillando en lo alto lo
cubren de resplandor, pero la oscura promesa de su voz borra cualquier
indicio de ser angelical.
A menos que uno lo compare con Lucifer...
Agarro con más fuerza el abrigo de Bennett, apretándolo contra mi
pecho mientras una oleada de energía me golpea. Se desprende de él
rodando sobre mí como una brisa en invierno, helándome hasta los huesos.
—Lo que quieras, tío —dice el cliente.
Bennett asiente una vez. Sea cual sea la conclusión a la que ha llegado,
doy un paso atrás. Sus ojos brillan con intención justo antes que su mano
salga disparada, agarrando al hombre por el cuello.
—Santa mierda —susurra Harper detrás de mí.
Me haría eco de ese sentimiento si no me faltaran las palabras.
—Qué demonios...
Bennett aprieta con fuerza, cortando las vías respiratorias del cliente,
y sus dedos clavándose en la piel del hombre. Lo tira por encima del
mostrador, manteniéndolo parcialmente suspendido en el aire mientras el
tipo araña su mano.
—Si las próximas palabras que salgan de tu boca no son una disculpa,
perderás la lengua —dice Bennett, con voz uniforme a pesar del aire
violento que lo rodea—. ¿He sido claro?
Trago hondo, dispuesta a obedecer, aunque no me hable. Esto es lo
que me asusta del abogado: mi instinto inmediato de hacer lo que él diga.
Ignoro el impulso, aún demasiado estupefacta para hacer otra cosa que no
sea ver cómo se desarrolla la escena.
El cliente se agita en la garra de Bennett y alguien detrás de ellos
murmura algo sobre llamar a la policía. El rostro del hombre adquiere un
tono enfermizo y sus intentos de liberarse se desvanecen antes que Bennett
afloje su agarre. Pero únicamente lo suficiente para que el hombre aspire
rápidamente, como si lo hiciera a través de una pajita.
Me mira, sus ojos desorbitados y la piel amoratada. Reprimo una
mueca cuando separa sus labios secos y agrietados para hablar.
—Lo siento.
Es ronca, apenas audible, pero una disculpa, en cualquier caso.
Asiento con la cabeza, insegura si lo estoy aceptando o si estoy
pidiendo en silencio a Bennett que lo suelte. Pero no suelta al hombre. En
lugar de eso, Bennett tira de él para acercarlo.
—Si vuelvo a verte aquí, será por última vez.
Aunque la voz de Bennett es un sordo susurro, la amenaza suena alta
y clara. Varias personas jadean y miran hacia la puerta, contemplando su
estancia. El hombre cautivo asiente enérgicamente, tanto como le es posible
con la gran mano de Bennett aun agarrando su garganta. Hasta que los ojos
del cliente no se desorbitan, Bennett no lo suelta por fin.
El hombre retrocede tambaleándose, abriéndose paso entre el grupo
de personas que lo observan. Sus miradas se desvían hacia mí, pero mi
atención se centra en Bennett. Recoge su abrigo y sus gemelos sin decir
palabra. Una vez que se ha apoderado de sus objetos, sale de detrás del
mostrador y se marcha por la puerta, permitiendo que todos lo sigan con
la mirada.
Incluida yo.
Creo que la gente tiene diferentes facetas en su personalidad. Pero
nunca habría imaginado que el Sr. Bennett, el fiscal que intentó encarcelar
a mi padre, sería el mismo hombre que también poseía cierto grado de
caballerosidad.
O que la ejecutaría en mi nombre.
CAPÍTULO 5
Calista
—Santo cielo —susurra Harper. Ocupa el espacio a mi lado, una pobre
sustituta del poder que Bennett dejó a su paso—. ¿Eso acaba de ocurrir?
Asiento con la cabeza, aun incapaz de formar palabras.
—Tenías razón —me dice. Cuando aparto la mirada de la puerta y la
miro, Harper sonríe—. No es más que otro gilipollas con gabardina.
Le hago una mueca, pero ella ya se está apresurando a volver a la
máquina de café para servir un pedido anterior. Necesito tres respiraciones
profundas para encontrar mi voz y otra más para usarla de verdad.
—Bienvenida al Sugar Cube —le digo a la siguiente persona de la
cola—. Dame un segundo para limpiar el desorden. Y, por favor, dime que
no quieres un panini como el otro.
La mujer que tengo delante, una universitaria de mi edad, suelta una
risita. El sonido desenfadado rompe la tensión que pesa sobre mí como un
martillo sobre un espejo. Le sonrío, limpio el mostrador, tramito su pedido
y paso al siguiente cliente como si el incidente con Bennett nunca hubiera
sucedido.
Solo que sí ocurrió.
No puedo dejar de pensar en ello durante el resto de mi turno. ¿Me
reconoció del juicio de mi padre, y eso fue lo que le impulsó a intervenir?
¿O el abogado acudió en mi ayuda porque así es él como persona, un
hombre dispuesto a ayudar a quien lo necesita?
Una parte de mí quiere hablar con Harper sobre ello, escuchar su
perspectiva y ver si coincide conmigo. Sin embargo, estamos muy
ocupadas y no hay tiempo para charlar. Y lo que es más importante, no
estoy preparada para hablar del juicio. Si mi amiga viera las noticias, ya
conocería el escándalo que envuelve a mi padre, pero no los restantes
detalles.
Reproduzco en mi mente una y otra vez los recientes acontecimientos
con Bennett, intentando responder a mis tácitas preguntas, sin conseguirlo.
El único indicio por el que Bennett podía acordarse de mí, era cuando el
cliente dijo que yo era 'una simple chica'.
Te equivocas.
Las palabras del abogado revolotean por mi mente como una caricia a
mi psique. Por mucho que atacara el carácter de mi padre y me hiciera
sentir incómoda ante el tribunal, la voz de Bennett nunca dejó de remover
algo en mi interior. No estoy segura si es el profundo timbre de su voz o la
forma en que habla con tal convicción que no deja lugar a dudas sobre si
está seguro o no de lo que dice.
Entonces, ¿por qué ha insinuado que no soy una simple chica? Él y yo
nunca hemos hablado, salvo cuando subí al estrado durante el juicio.
Fue una experiencia horrible. Al menos para mí.
—Uf —dice Harper, exhalando un fuerte suspiro y agitando las hebras
cobrizas que descansan sobre su frente—. Ese ajetreo fue una locura. Hubo
mucha más gente de lo habitual.
Me doy la vuelta para mirarla y me apoyo en el mostrador,
agarrándome al borde.
—Pensé que la fila se reduciría, pero cada vez era más larga.
—Bueno, ahora no hay nadie. —Me lanza una mirada mordaz—.
Derrama el té antes que llegue Alex.
—No hay nada que decir.
—¿En serio? —Harper cruza los brazos sobre su pecho—. Puede que
engañes a los demás con tu 'actuación de niña buena', pero he trabajado
contigo casi todos los días desde que tienes este trabajo y sé cuándo ocultas
algo.
—El Sr. Bennett es fiscal.
—¿Y?
La miro con el ceño fruncido.
—Y lo conocí cuando mi padre fue a juicio.
—Oh.
—Mi padre nunca mató a su secretaria y fue declarado inocente de
todos los cargos —digo, las palabras saliendo de mí precipitadamente,
tropezando unas con otras en mi prisa por convencer a Harper—. Te lo juro
por todo, era un buen hombre.
—Alguien que cría a una persona buena como tú tiene que serlo —me
dice, suavizando su mirada—. Si dices que era inocente, entonces te creo.
—No es solo mi opinión. El juez lo declaró así.
Harper aprieta los labios. El escepticismo no verbal me pone los
nervios de punta.
—Sé que la gente en la posición de mi padre podría pagar a alguien
para limpiar su nombre —digo—, pero eso no es lo que ocurrió. Lo
prometo.
Ella asiente.
—Ahora mismo no me importa tu padre. Lo único que quiero saber es
por qué el tío más macizo que he visto nunca, un sueño húmedo con traje,
se puso detrás de este mostrador y actuó como si quisiera matar a un cliente
cualquiera por hacerte pasar un mal rato. ¿Puedes explicármelo?
—No puedo. No cuando ni yo lo entiendo.
—Bien. Para que lo sepas, ahora mismo te odio un poco. Puros celos.
Lo admito.
—No lo sientas. Ese abogado dijo las cosas más horribles sobre mi
padre y prácticamente me acosó mientras estaba en el estrado. —Me
estremezco cuando los restos de sus acusaciones resuenan en mi mente—.
—No odio al Sr. Bennett, pero no estoy lejos de hacerlo.
Harper ladea la cabeza.
—¿Fue algo personal o estaba haciendo su trabajo?
Abro la boca, la cierro y vuelvo a intentarlo.
—Me pareció personal.
—No puedo imaginarme un caso judicial que no lo sea. Mira, lo único
que digo es que, después de lo que ha hecho hoy el calentorro de Bennett,
yo no me apresuraría tanto a juzgarlo.
—Hola chicas. —Alex, el gerente y propietario del Sugar Cube, se
acerca a nosotras—. ¿Qué tal hoy?
Harper señala la sala casi vacía.
—Lo mismo de siempre.
Asiento con la cabeza, pero es mentira.
Siento que nada en mi vida volverá a ser lo mismo.
—¿Quieres compartir el trayecto conmigo? —pregunta Harper.
Inhalo el aire del atardecer, dejando que me purifique por dentro y por
fuera.
—No puedo. Vives en dirección contraria, ¿recuerdas?
—No lo he olvidado —me dice, mordiéndose el labio inferior entre sus
dientes—. Es que no me agrada que camines sola por la noche.
—Bueno, tampoco es que pueda dormir en tu dormitorio.
Ella se encoge de hombros.
—Podrías. Mis ligues lo hacen.
—Juro que pasas más tiempo practicando sexo que estudiando arte.
—El cuerpo humano es un lienzo que utilizo en cada oportunidad.
Se me escapa una carcajada.
—Me lo creería si fueras escultora. Vamos. —Le doy un codazo
juguetón—. No me pasará nada.
—¿Nos vemos mañana?
—Por supuesto.
Me sonríe, con una expresión vacilante en su bonita cara. La saludo e
introduzco las manos en los bolsillos, cogiendo el spray de pimienta. Su
tacto en mi mano me infunde valor para afrontar el camino de vuelta a mi
apartamento.
Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas, y yo estoy más
que desesperada.
Levanto la barbilla, cuadro los hombros y aprieto el minúsculo bote
antes de ponerme en marcha. Nueva York es una ciudad que nunca
duerme, ya sea en su parte buena o en su parte mala. Lo seguro o lo
peligroso.
Lo único que me anima es la persistente idea que esto no puede durar
para siempre. Con el tiempo, ganaré lo suficiente para pagar al
investigador privado que encuentre al asesino de mi padre. Una vez hecho
esto, podré olvidarme de todo y comenzar a construir mi vida. O lo que
quede de ella.
He hecho las paces aceptando el que jamás volveré a vivir en el escalón
más alto de la sociedad ni tener acceso a ese tipo de riqueza. De todos
modos, nunca fue tan importante para mí. Lo único que echo de menos de
mi vida anterior es tener una familia. Aunque solo fuera mi padre, algunos
de los niños del refugio y los miembros del personal de mi casa. Era
impropio tener amistad con ellos, pero nunca me importó.
La familia no se define por el número de personas ni por la
construcción social. Se define por el número de latidos del corazón, las risas
compartidas y un amor que va más allá de las fronteras o las restricciones.
Suspiro, el sonido es alto ahora que los ruidos de la ciudad comienzan
a disminuir. Aunque mi conciencia aumenta. Los edificios que se elevan
sobre mí me envuelven en sombras, las luces de la calle son débiles frente
a la magnitud de la oscuridad. El suelo bajo mis zapatillas de tenis cambia
del cemento gris pálido al asfalto agrietado que se encuentra en las zonas
menos cuidadas de la ciudad. Los lugares que ignoraba que existieran
hasta que me vi obligada a vivir en ellos.
Mis instintos se disparan, enviando un rayo de alarma por todo mi
cuerpo. No dejo de caminar, pero necesito todo mi autocontrol para no
echar a correr. Sin embargo, mi corazón no tiene tales reservas. Se acelera,
con una cadencia irregular, reflejando mi miedo, y volviendo a acelerarse,
helándome las venas.
Una presencia invisible traspasa mis defensas. Se me eriza el vello de
la nuca y cierro la mano para no frotarme la zona, para librarme de esa
indeseada sensación. Persiste como los dedos de un espectro,
atenazándome con más fuerza a cada paso que doy.
Me doy la vuelta y mi mirada va de una esquina a otra, buscando en
cada sombra y lugar oscuro de los alrededores.
Ahí es donde se esconden los monstruos. No al aire libre, sino debajo
de la cama y en el armario. Dentro de tu casa y en otros lugares donde eres
más vulnerable.
Donde puedan estar cerca de ti.
Al no encontrar nada ni a nadie, me doy la vuelta, no menos asustada.
En todo caso, identificar la fuente de mi ansiedad la disminuiría y me daría
algo en lo que centrarme. Un objetivo. No es que fuera a pasar a la ofensiva,
pero podría preparar mi defensa.
Quizá debería comprarme un arma.
Sacudo la cabeza. Apenas tengo dinero suficiente para comprar
comida, y mucho menos un arma que cuesta más de lo que gano en una
semana.
Excepto que... no necesitaré comer si estoy muerta.
Continúo a paso ligero, rezando como cada noche para llegar a mi
apartamento. Para vivir lo suficiente para llevar ante la justicia al asesino
de mi padre. Entonces, por fin estaré en paz.
Hasta que llegue ese día, creo que voy a necesitar otro tipo de
munición.
Algo así como una falda corta y unos tacones altos.
CAPÍTULO 6
Hayden
Para ser una criatura tan diminuta, la Srta. Green camina deprisa, sus
piernas engullen como si pudiera recortar la distancia que la separa de su
hogar.
¿Es porque tiene prisa? ¿O siente que la observo?
La mujer se da la vuelta tan deprisa que su larga trenza se balancea
salvajemente, cayendo sobre su hombro en lugar de apoyarse en la parte
baja de su espalda. Examina la zona, con los ojos color avellana muy
abiertos por el pánico que intenta ocultar desesperadamente. Pero no
puede ocultarme su miedo.
O cualquier otra cosa.
Estudio a la mujer desde la distancia, observando la subida y bajada
de su pecho, la forma en que respira en jadeos cortos y desiguales. Aprieta
los labios, negándose a creer lo que le dicen sus ojos. Aunque no puede ver
a nadie, sabe que hay alguien cerca.
Chica lista.
La Srta. Green da media vuelta y se acerca a T&A. Se entiende que el
nombre del bar debería decir 'tetas y culo' pero el dueño afirma que es 'sed
y aperitivos'. Me lo creería si las empleadas no llevaran faldas lo
suficientemente cortas como para dejar al descubierto las curvas de sus
culos, y una camisa con un escote que deja ver más de lo que cubre.
Entonces, ¿por qué Calista Green, la hija de un ex senador
acostumbrada a llevar perlas y tacones modestos, entra en un
establecimiento tan atrevido?
Ladeo la cabeza, con el ceño fruncido. Solo tardo un segundo en tomar
la decisión de seguirla dentro. Ha despertado mi curiosidad. Una vez más.
El hecho que continúe haciéndolo es cada vez más irritante y
desconcertante.
El interior poco iluminado del bar es sofocante, el aire está cargado de
olor agrio a cerveza rancia y cigarrillos. Las paredes, sucias y de color
barro, están adornadas con viejos carteles de neón promocionando
diversas marcas de licor, la mayoría cuyas letras están quemadas. Una
neblina de humo se cierne sobre el bar, visible en el resplandor fluorescente
de los carteles. El suelo de madera desgastada está lleno de cáscaras de
cacahuete aplastadas, y las mesas y los taburetes parecen mugrientos al
tacto.
Suena música rock en una vieja gramola situada en un rincón, aunque
la mayoría de los clientes están demasiado absortos en su bebida y sus
conversaciones en voz baja como para preocuparse por ello. Detrás de la
barra, un camarero sin afeitar lustra vasos con un trapo, con su delantal
manchado y las estanterías de botellas de licor detrás de él acumulando
polvo.
Inmediatamente encuentro a la Srta. Green, mi mirada se fija en ella,
esperando en la abarrotada barra. Destaca como un cordero entre una
guarida de leones. Pura e indefensa.
El camarero se queda inmóvil al verla. Entonces, un brillo licencioso
ilumina sus oscuros ojos mientras recorre su cuerpo examinándola. Su
expresión es apreciativa, lujuriosa, como esperaba.
Es una mujer hermosa. Tiene un abundante cabello oscuro hasta la
cintura, lo suficientemente largo como para que un hombre pueda
enrollárselo varias veces alrededor de la muñeca. Sus ojos son del color de
la miel, ostentan la dulzura de su interior y te incitan a probarla. Su cuerpo
no es tan curvilíneo como el de la mayoría de las mujeres de aquí, pero sus
tetas tienen el tamaño perfecto para llenar la mano de un hombre.
Mis dedos se curvan, creando un puño al tiempo que mis
pensamientos se ensartan en mi cuerpo, arrancándome una reacción. No
es la primera vez. Otra anomalía que ha trastornado mis patrones de
pensamiento y destrozado la lógica que siempre he empleado al
contemplar cualquier situación.
Pero solo con la Srta. Green.
Y sigo sin saber por qué.
Su mirada recorre el amplio espacio antes de posarse en el camarero.
Él le dice algo, y ella asiente una vez. Y vuelve a hacerlo, pero esta vez con
un poco más de convicción. ¿Intenta convencerlo a él o a sí misma? ¿Sobre
qué exactamente?
La conversación es breve, pero a mí me parece una eternidad de
desconocimiento. En el instante en que se dirige hacia la salida, me acerco
a la barra, con mi necesidad de respuestas como único obstáculo para
seguirla.
La mirada del camarero se posa en mí y sus pupilas se dilatan. Su
inmediata inquietud es una buena señal de quien reconoce en mí a alguien
con quien no se puede joder. Al menos, no sin consecuencias.
—La chica de la trenza —digo, sin molestarme en malgastar palabras.
La Srta. Green está sola, y no pienso dejarla desprotegida más tiempo del
necesario—. ¿Qué quería?
—¿Por qué debería decírtelo?
—Porque quieres vivir.
Se echa hacia atrás, la bebida que tiene en la mano se derrama por los
lados del vaso.
—Mira tío, no quiero problemas.
—Entonces responde a la pregunta.
—Vale, de acuerdo. Me ha preguntado por un trabajo.
Entrecierro los ojos.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que sí. Es joven y guapa, que es lo que queremos por aquí.
—No.
—¿No? —murmura, frunciendo el ceño.
—No, no tendrá trabajo aquí. No, no la contratarás. Si lo haces,
quemaré hasta los cimientos esta puta mierda. Contigo dentro. —Me inclino
sobre la barra, dejando que registre mi propósito—. ¿Entendido?
El hombre asiente, con la papada agitándose por la fuerza de sus
movimientos.
—Ya, lo he entendido. Joder, tío. Tranquilo.
Me dirijo hacia la puerta, mis largas zancadas ya acortan la distancia
que me separa de la Srta. Green. Pasa poco tiempo antes de tenerla de
nuevo en mi punto de mira.
Me invade una sensación de alivio.
Mis labios se afinan ante esto. Tras semanas de estudio, creí que ya la
entendería. Aunque tengo abundante información sobre ella, no es lo
mismo. Quiero, no, necesito comprender por qué esta mujer me atrae hacia
ella como ninguna otra.
Por qué la protejo a toda costa.
Hoy ha sido un buen ejemplo. He amenazado con matar a un hombre
en público, por todos los diablos. A pesar de las conexiones que tengo con
la policía y otras personas que 'manejarían' esta situación, el abogado que
hay en mí no podía creer que actuara tan precipitadamente. Sin embargo,
al hombre que hay en mí, al lado primitivo que mantengo oculto al
mundo... Le importaba una mierda.
Alguien, otro hombre nada menos, amenazó lo que me pertenece.
Al principio, me aseguré que la Srta. Green estuviera a salvo porque
sentía curiosidad por ella. Desde entonces, he hecho más que eso, cosas que
no haría por nadie. Sigo diciéndome que lo hago para que siga viva lo
suficiente para que pueda resolver el rompecabezas que es Calista, que
cada nuevo día me ofrece otra pieza, otra pista de por qué es diferente.
Y por qué realmente me importa una mierda.
Excepto que mi fascinación morbosa se está convirtiendo en algo que
no puedo identificar. Algo que se escapa de mi control. Esto es lo que más
me preocupa.
La Srta. Green sube los escalones de su residencia y sacudo la cabeza
mientras entra. El ruinoso edificio es más que una monstruosidad. Es una
trampa mortal. Cómo se las ha arreglado para volver a este lugar todas las
noches me resulta insondable, sobre todo después de haber crecido en el
lujo en que ella lo hizo.
Vuelvo a recorrer la estructura con la mirada, pero esta vez, un fuego
calienta mis entrañas, quemándome con la necesidad de sacarla de allí.
¿Aceptaría siquiera mi ayuda? Lo dudo, después de las cosas que dije en
el juicio. Aun así, no me arrepiento de nada. Todo lo que dije sobre su padre
era cierto. Y lo llevó a su muerte.
Por mi mano.
La silueta de la Srta. Green aparece en la ventana tras las cortinas
corridas, captando mi atención. Normalmente, me voy una vez que está
dentro y la puerta se cierra tras ella, pero esta noche me demoro, deseando
volver a verla.
¿Qué cojones me pasa?
Mientras me reprendo por mi falta de control, observo cómo la Srta.
Green se quita la ropa. Sus curvas llenan la ventana. Tetas turgentes,
cintura delgada y caderas bien formadas, todo suplicando la caricia de un
hombre. Pero cuando deshace su trenza, respiro entrecortadamente.
Ella es Godiva, una desnuda tentación con el cabello suelto sobre los
hombros, dispuesta a seducir y probar la debilidad de los hombres.
Yo mismo entre ellos.
Maldita sea. Y a mi jodida polla por ponerse dura.
Esta lujuria que todo lo consume es una sorpresa... y odio eso.
Paso el talón de la mano por mi erección. Se sacude en respuesta,
deseando un coño apretado en el que hundirse. Pero eso tendrá que
esperar.
Puede que le dijera al investigador privado que la Srta. Green estaba
fuera de su alcance, pero la regla también se aplica a mí. Involucrarme con
familiares de mis víctimas es una puta estupidez. Por eso nunca lo hago.
Eso no me impide desearla.
—A la mierda —murmuro.
Salgo en dirección contraria, poniendo distancia entre la Srta. Green y
yo antes de cometer una imprudencia. Algo de lo que me arrepienta. Pero
no porque no lo disfrutara.
Al contrario, disfrutaría demasiado.
CAPÍTULO 7
Hayden
De vuelta en mi ático, lejos de la deliciosa Srta. Green, me sirvo una
copa de coñac. El alcohol baja suavemente. A diferencia de mi polla.
Aún está dura de ver a mi objetivo.
Eso hizo que el camino a casa fuera irritante.
Me restriego la mandíbula y exhalo un suspiro como si eso fuera a
aliviarme. No lo consigue. No hay nada igual al dulce coño de una mujer.
Si no me distraigo, acabaré masturbándome con la imagen de la Srta.
Green. La mujer ya ha invadido suficientemente mi mente. No quiero darle
más control sobre mí.
Tras recuperar la unidad flash del bolsillo de mi abrigo, me dirijo a mi
despacho y me siento ante mi escritorio. La pantalla de mi ordenador cobra
vida al pulsar una tecla. Cuando introduzco el USB, la expectación se
desliza por mi piel, haciendo que pique.
La oportunidad de saber más sobre la Srta. Green es una tentación de
la que nunca he podido alejarme.
Agarro el ratón, con los dedos tensos por la excitación, y hago clic en
los archivos de “Calista Green”.
Cada uno de ellos contiene un grupo de notas relativas a distintas
partes de la vida del senador Eric Green. Política, personal, sexual, etc...
todo está ahí. Junto con su juicio, su presunto asesinato y todas las personas
de su vida.
Kristen Hall, su secretaria.
Simplemente leer su nombre hace que la necesidad de violencia se
dispare en mis entrañas. El Senador Green la mató. Las pruebas estaban
ahí, una fruta al alcance de la mano, madura y lista para ser recogida. La
mujer fue encontrada muerta en casa del senador, en su cama, y
embarazada de un hijo jodidamente suyo.
Mi caso era sólido.
Sin embargo, Green fue absuelto.
A pesar de las abrumadoras pruebas, el sistema judicial me falló. Por
lo tanto, me tomé la justicia por mi mano. Kristen Hall merecía ser
vengada.
—Que tengas más paz en el más allá que en esta vida.
Levanto el vaso en señal de homenaje y apuro el contenido antes de
dejarlo sobre el escritorio. El ardor en mi pecho es bienvenido, un
recordatorio que me indica estar vivo y el senador muerto. Al final, yo fui
quien ganó. No gracias a Robert Davis.
Como director de campaña y coartada del senador, se aseguró que
fuera declarado inocente cuando el jurado lo creyó. Sin embargo, Davis
estaba mintiendo. Aquel día lo supe con tanta certeza como mi propio
nombre. Por eso lo visité en privado en mitad de la noche.
Es increíble lo que la gente admite cuando le pones una pistola en la
cabeza.
—Dime lo que quiero saber y no te volaré los putos sesos —digo. Aprieto la
boquilla de la pistola contra la sien del hombre, y este se estremece, sus lágrimas
caen más deprisa, mezclándose con el sudor que se desliza por su cara. Davis
murmura algo ininteligible, y mi boca se afina tras la máscara—. Esto no va a
funcionar si no puedo entenderte.
—Antes de irse, el senador estuvo conmigo aquella noche —dice Davis, con
la voz temblorosa como todo su cuerpo. Los temblores serpentean a lo largo de mis
dedos allí donde lo agarro por el cuello, de espaldas a mí—. Lo juro por la vida de
mi madre.
—¿Y qué me dices de la hija?
—Estuvo con Calista como ella dijo. Su testimonio fue veraz. Estaba
horneando en la cocina del refugio donde trabaja como voluntaria todas las
semanas. Por alguna razón, se sintió mal y se desmayó. Cuando volvió en sí, llamó
a su padre para que la ayudara. Allí estaba en el momento del asesinato de Kristen.
—Davis suelta un sollozo—. Eso es todo lo que sé.
Restriego mi mandíbula y exhalo un suspiro.
—Calista jodida Green.
La visión de ella corre al primer plano de mi mente,
proporcionándome una imagen de la mujer que me persigue cada minuto
de cada día. Estaba preciosa en el estrado, una distracción constante que
no podía dominar, a pesar de mis esfuerzos. Por mucho que odiara
admitirlo, su testimonio como coartada también me jodió.
Sigo desplazándome por el documento, mis ojos absorben las palabras
a un ritmo rápido. La información que tengo delante no es nada con lo que
no me haya topado ya. Mi exhalación es fuerte en la quietud, pero la
decepción grita en mi interior, exigiendo respuestas.
No hay ninguna.
Sin embargo, hay una imagen anidada en el interior del archivo.
Aunque dudo que las preguntas de mi mente puedan satisfacerse con una
simple imagen, hago clic en el icono, incapaz de reprimir mi curiosidad.
El bello rostro de la Srta. Green llena la pantalla. En ella, mira
directamente a la cámara, con expresión derrotada y vulnerable. Sin
embargo, son sus ojos los que hacen que una punzada atraviese mi pecho.
El color avellana de su interior es apagado y atormentado. El ascua que
albergan en su interior no tiene la luz ni el fuego que estoy acostumbrado
a ver. Únicamente está presente una emoción: terror absoluto.
Mi mirada se desplaza por sus rasgos en busca de pistas que expliquen
su expresión afligida. Los hematomas de su garganta erizan el vello de mi
nuca. Manchas azules y moradas se extienden por su delicada piel, tatuajes
temporales de la naturaleza.
Puestos ahí por las manos de un hombre.
Las ideas comienzan a tomar forma. La presión aumenta dentro de mi
cabeza a medida que mis pensamientos se pisotean unos a otros,
intentando dar sentido a lo que esto significa. Los metadatos de la imagen
sitúan la fecha y la hora en la noche del asesinato de la Srta. Hall. La mano
del senador Green, discernible por el anillo de graduación de la Ivy League
que lleva en el dedo anular, era la que sujetaba el cabello de Calista para
que los hematomas pudieran verse en la foto. Aquella noche estaba con su
hija, documentándolo todo. ¿Qué sucedió?
Sin duda, la Srta. Green guarda secretos.
Esto plantea más preguntas: ¿quién es el hijo de puta que la atacó? ¿Y
por qué?
Mi intuición me estuvo molestando durante todo el juicio, dirigiendo
mi atención hacia la Srta. Green una y otra vez. Había pensado que se debía
al jodido detalle de su belleza. Ahora sé que se debe a que hay más en su
historia de lo que contó en el juicio.
Si su coartada era real, entonces maté a un hombre inocente.
—¡Maldita sea!
Cojo el vaso con los dedos temblorosos por la rabia, justo antes de
arrojarlo por la habitación. El agudo sonido del cristal haciéndose añicos y
los fragmentos golpeando el suelo apenas penetran en mi conciencia.
¿Cómo podría hacerlo cuando mi alma se retuerce por la injusticia que he
cometido? Mi código moral es una de las pocas cosas que valoro, y la he
jodido.
Solo puedo culparme a mí mismo.
Tras sacar el móvil del bolsillo, llamo al hacker que tengo en nómina,
quien descuelga al segundo timbrazo.
—Hola, jefe. ¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta Zack.
—Necesito que investigues algo por mí. Calista Green podría haber
sido llevada a un hospital el 24 de junio, y quiero saber por qué y durante
cuánto tiempo.
—Claro. ¿Quieres que vuelva a llamarte?
—Esperaré.
El sonido de los dedos de Zack golpeando el teclado hace que apriete
los dientes. La paciencia es algo que he ejercitado todos los días de mi vida,
pero por alguna razón se me escapa en este momento. Tal vez sea el
presentimiento cerniéndose sobre los bordes de mi psique. O tal vez soy
un maldito paranoico.
Sea cual sea el motivo, mi rabia apenas se contiene.
—¿Nada aún?
—No —dice Zack, que parece distraído—. No te lo vas a creer, pero
no encuentro nada.
—¿No encuentras nada?
Zack suelta un suspiro.
—Lo sé, ¿cierto? O este suceso nunca ocurrió, o alguien cubrió tan bien
sus huellas que tendré que indagar mucho más. Eso me llevará algún
tiempo, suponiendo que pueda encontrarlo.
—Sigue buscando. Si encuentras algo, por insignificante que sea,
llámame inmediatamente.
—Entendido, jefe.
Termino la llamada, con los dedos agarrando el teléfono con tanta
fuerza que el plástico produce un crujido. Tengo la persistente duda que
Zack no encuentre lo que busco. Y si lo encuentra, no sé cuánto tardará.
¿Estoy dispuesto a esperar?
¿O debo romper mi norma e ir directamente a la fuente?
Ya he jodido mi código ético, así que ¿por qué no seguir cayendo en
espiral hacia un pozo de autodesprecio? Suelto una risa mordaz, el sonido
se burla de mí. La ironía de todo esto me hace desear matar a alguien.
En nombre de la venganza.
¿Cómo puedo vengar a la Srta. Green si yo soy la causa de su dolor?
Su rostro aparece en primer plano en mi mente. Excepto que en los
ojos de mi mente, ella es su yo normal, no la mujer maltratada de la foto.
No puedo pensar en esa imagen sin la necesidad de derramar sangre.
Ahora, en mi fantasía, sus ojos color avellana son como un faro luminoso,
la pureza de su alma irradiando hacia el exterior, tan contraria a la
oscuridad que hay en mí. Por fin he reconocido que esta es una de las cosas
que me atraen de ella.
Supongo que los opuestos se atraen. Un principio magnético. Excepto
que debería sentirme repelido por ella, no querer acercarme. Pero debo
hacerlo.
Incluso si eso acaba con ella destrozada.
CAPÍTULO 8
Calista
—Buenos días —le digo a Harper.
Ella asoma la cabeza por detrás del mostrador, con una gran bolsa de
granos de café en los brazos.
—Las mañanas son para los perdedores.
Sonrío.
—Por eso Alex nos asigna los turnos más madrugadores.
—Cierto.
—¿Necesitas ayuda con algo antes que abramos?
Ella niega con la cabeza.
—No, limítate a poner orden. Estaré lista en un momento.
—De acuerdo.
Me acerco a los ganchos del pasillo y agarro mi delantal, atando los
extremos en un lazo. Luego recupero el periódico que he recogido de
camino hacia aquí y lo pongo sobre la mesa para el señor Bailey. Después,
limpio todas las mesas y las encimeras, aunque estoy segura que mi jefe ya
lo hizo antes de irse por la noche. Aun así, no puedo evitarlo. Me gusta que
las cosas estén ordenadas y limpias.
Con los sobres de azúcar, sacarina y azúcar moreno, ordenados en sus
recipientes, los coloco en sus mesas correspondientes. Por último, relleno
mi desinfectante de manos. El aroma a limón me envuelve y sonrío.
—¿Esa felicidad en tu cara se debe a un hombre? —Cuando niego con
la cabeza, Harper se da una palmada en la frente—. No me digas que es
por el desinfectante.
Me encojo de hombros.
—Me gusta cómo huele. Limpio y fresco.
Mi amiga chasquea la lengua con tono amonestador.
—Chica, tenemos que conseguirte un hombre. Espera. —Chasquea los
dedos—. ¿Y ese abogado buenorro de ayer?
—De ninguna manera.
—¿Por qué no?
—Ya te lo dije.
Harper se planta una mano en la cadera.
—No tiene por qué gustarte. Solo tienes que follártelo. —Gime, cierra
los ojos y se lame los labios—. Apuesto a que necesitarías las dos manos
para empuñarlo y a que folla como un luchador de MMA drogado, duro,
rápido y tan, tan bueno.
—No me interesa que me azoten el culo.
Ella estalla en carcajadas.
—En realidad lo has maldecido. Guay. Aunque, en serio, estaría
encima de él si no fuera tuyo.
Mi grito ahogado se oye en la cafetería. Dejo caer la mirada hacia la
caja registradora y reordeno los billetes que hay dentro. Alex nunca los
tiene orientados como deberían.
—El Sr. Bennett no es mío. Sinceramente, lo que pasó ayer fue una
coincidencia. Dudo que volvamos a verlo.
—Es posible. —resopla Harper—. Si tengo razón y aparece por aquí,
entonces tendrás que flirtear con el señor Be-mi-abogado-papi Bennett. Si
tienes razón, entonces tienes que prometerme que saldrás conmigo alguna
vez para que pueda encontrarte un hombre.
Me muerdo el labio, pensativa. Se supone que esta noche voy a
comenzar mi trabajo en T&A, y no tengo ni idea de cuál va a ser mi horario
en el futuro. Lo último que quiero es planear algo con Harper y luego
largarme. O que ella se entere del motivo por el que no puedo salir para
empezar.
—No me gusta ninguna de esas opciones.
Mira el reloj.
—Son casi las 6 de la mañana. Blablabla…Continuará.
Abro la boca para discutir, pero Harper corre hacia la puerta y la abre
para dejar entrar a los madrugadores. Vuelve a colocarse detrás del
mostrador y me guiña un ojo.
—Buenos días, señor Bailey.
El turno comienza como siempre, y me adapto a la jornada laboral
atendiendo a los clientes habituales. Algunas personas odian la rutina,
pero a mí me tranquiliza. Saber qué esperar elimina la ansiedad de lo
desconocido.
—Uf —dice Harper, secándose la frente varias horas después—. El
ajetreo del brunch fue peor que el de ayer. Tendremos que conseguir que
Alex contrate a otra persona para que nos ayude. No quiero que me griten
todos los días solo porque la fila es larga.
—Lo sé. —Agarro el trapo de cocina y limpio la encimera para quitar
un montón de migas—. Al menos no hemos tenido problemas como ayer.
—Cierto. ¿Quieres tomarte ya tu descanso?
Frunzo el ceño y la miro por encima del hombro.
—¿Por qué iba a hacerlo? Aún no es la hora.
—Oh, sí que lo es —me dice con voz cantarina—. ¡Buenas tardes, Sr.
Bennett! Me alegro de volver a verte.
Todo mi cuerpo se queda inmóvil, el shock me paraliza. No esperaba
que volviera, pero ahora que lo ha hecho, necesito recuperar la
compostura. Al menos lo suficiente para no comportarme como una idiota.
—Bienvenido al Sugar Cube —dice Harper, su voz desprende un
hilillo de picardía que me dan ganas de abofetearla—. ¿Qué te sirvo?
Tras tomar aire, levanto lentamente la cabeza, negándome a
acobardarme ante él, solo para descubrir que su mirada ya está clavada en
mí. Todo el aire que he introducido en mis pulmones me abandona
precipitadamente.
—Nada —dice—. No estoy aquí para alimentarme. —El hombre
inclina la cabeza y su mirada se clava en la mía—. Necesito hablar con la
Srta. Green.
—De acuerdo.
—De ninguna manera.
Como ambas le contestamos a la vez, las respuestas son un ruido
desordenado. Me aclaro la garganta y cuadro los hombros.
—No tenemos nada de qué hablar.
Harper desvía la mirada hacia mí, con los labios entreabiertos por la
sorpresa. Pero la ignoro. Bennett tiene toda mi atención. No sé si podría
apartar la mirada, aunque lo intentara.
Ladea la cabeza.
—¿Me estás diciendo que no quieres encontrar al asesino de tu padre?
Puedo sentir cómo se me escapa toda la sangre del rostro, haciendo
que las estrellas aparezcan en mi visión. Cuando me balanceo sobre mis
pies, Harper me abraza por los hombros. Justo cuando Bennett cruza el
mostrador hacia mí.
Mi amiga le lanza una fea mirada y él retira su mano. Entonces me da
unas palmaditas en la mejilla, su mirada empañada y preocupada.
—¿Estás bien, tesoro?
—Estoy bien. —Después de respirar hondo, le dedico una débil
sonrisa y para demostrárselo me alejo de su abrazo solidario—. Dame un
momento para solucionar esto, ¿de acuerdo?
Ella asiente.
—Tómate todo el tiempo que necesites. Y toma... —Harper corre hacia
la vitrina deslizando la puerta de cristal, abriéndola antes de volver a mi
lado—. Toma este cake pop y cómetelo, antes que el azúcar te vuelva a
bajar.
Me encantaría culpar de mi respuesta a algo médico, pero eso está muy
lejos de ser verdad. La auténtica razón de mi atípica muestra de debilidad
se debe al hombre que me mira fijamente desde el otro lado del mostrador.
Aquel a quien esperaba no volver a ver. Acepto el cake pop de Harper,
insegura de poder comer algo mientras el estómago se me revuelve sin
piedad, pero lo intentaré por ella.
—Gracias.
Sin molestarme en quitarme el delantal, salgo de detrás del mostrador
y me acerco a una mesa libre alejada de los demás clientes. Bennett aparece
al otro lado de la pequeña mesa, sus movimientos son pausados y
refinados al sentarse en la silla frente a mí. Este hombre no pertenece a una
cafetería como esta, sentado en una silla de plástico como una persona
corriente. Es demasiado... todo.
Atractivo.
Poderoso.
Intenso.
Pertenece a un gran edificio, a un tribunal o incluso a una mansión,
pero no aquí. Y desde luego no con alguien como yo, impotente y tan pobre
que da vergüenza. Puede que viniéramos del mismo entorno adinerado e
influyente, pero ahora nos separan océanos, dos personas cuyos caminos
nunca deberían cruzarse.
Entonces, ¿por qué está aquí?
Recorro con la mirada sus rasgos, captando cada línea dura y cada
contorno suave de su rostro, iluminado por los rayos de sol, colándose por
las ventanas. Bajo esta luz, parece menos severo, menos amenazador. Solo
que es un truco, una ilusión óptica. Este hombre lleva la oscuridad como
una mujer lleva perfume, dejando un rastro allá donde pasa.
Continuamos mirándonos, y su mirada me atraviesa. Casi como un
contacto físico. Necesito toda mi fortaleza para sostenerle la mirada. Sus
ojos azul claro son como dos picos de hielo gemelos, apuñalándome una y
otra vez, buscando algo en lo más profundo de mí. Algo que no deseo
ofrecer.
El tiempo se vuelve irrelevante cuando nos sentamos así durante
segundos o incluso minutos, cada uno estudiando al otro. Me niego a
dejarme intimidar por él. Claro que me inquieta, puede que incluso me
asuste, pero la rabia que siento por mi padre es suficiente para no huir.
Pero Dios, cómo lo deseo.
Casi me estremezco cuando Bennett apoya las manos en la mesa y
entrelaza sus largos dedos.
—Srta. Green, ¿qué sabes de los... intereses de tu padre?
El sonido de su voz, profundo y sensual, hace que mi corazón
tartamudee en mi pecho. La irritación hace que mis mejillas se calienten.
—¿Por qué me preguntas esto?
—Me encontré con un amigo tuyo recientemente —me dice, su tono
hilvanado de sarcasmo—. ¿El Sr. Calvin, creo?
Al oír el nombre familiar se me hiela la sangre.
—¿Y?
—Y estaba muy dispuesto a desprenderse de cierta información
relativa al asesinato del senador Green.
—¿Por qué iba a hacer eso? —Me masajeo la sien con una mano
mientras con la otra sostengo firmemente el cake pop—. Se suponía que
todo era confidencial.
—Ese hombre es un oportunista —dice Bennett—. Es de dominio
público que participé en el juicio de tu padre, y ese caso fue uno de los
pocos que he perdido en mi carrera. El Sr. Calvin me presentó tu
expediente, con la esperanza de seducirme con las cosas que averiguó.
Funcionó.
Agarro el dulce con tanta fuerza que mis nudillos pierden el color,
volviéndose tan blancos como el postre de vainilla—. Sigo sin entender lo
que intentas decirme.
—Me estoy haciendo cargo de la investigación.
—No. —Mi negación sale como un susurro, una mera bocanada de
aire, pero es todo lo que consigo.
—¿No estabas buscando al asesino de tu padre? —Cuando asiento con
la cabeza, Bennett arquea una ceja del color del ébano—. ¿Me estás
diciendo que no quieres llevar al asesino ante la justicia?
—Sí, pero no contigo. —Las palabras salen de mí antes de poder
detenerlas, impulsadas por mi malestar. Y por algo que no quiero
reconocer—. Lo haré por mi cuenta o no lo haré.
—Srta. Green, no te estaba dando a elegir.
Mis labios se separan soltando un jadeo, entre sorprendida e
indignada. Entorno los ojos y me inclino hacia delante, a pesar que todo mi
cuerpo tiembla.
—Yo tampoco te voy a dar elección. De ninguna manera trabajaré
contigo.
—¿Aún a costa de no saberlo nunca? —pregunta. Cuando asiento con
la cabeza, sus labios se afinan desagradablemente—. ¿Y si te dijera que ya
he avanzado, pero que para seguir adelante necesito tu colaboración?
Niego con la cabeza.
—No me importa. Esta conversación ha terminado.
Su mirada relampaguea incrédula justo antes que su mano salga
disparada y envuelva mi muñeca. El cake pop se agita en mi mano al sentir
el calor de su contacto. Tiro de su mano, pero es como intentar liberarme
de un grillete.
—Suéltame —le digo entre dientes apretados.
—No hasta que me hayas escuchado.
Bennett se inclina hacia delante, atrayéndome hacia él al mismo
tiempo. Todo dentro de mí grita que me aleje, que gane distancia, pero
como un pájaro incapaz de volar, no puedo hacer nada salvo mirarlo
fijamente. Ahora está tan cerca que puedo ver las partículas de hielo de sus
ojos, un azul tan hipnotizante que me pierdo momentáneamente en su
mirada.
—Llámalo curiosidad morbosa, o culpa a mi ego —me dice, con voz
oscura, impregnada de una urgencia inusitada—, pero necesito descubrir
el misterio que te rodea. —Se aclara la garganta—. Es decir, tu familia.
Estoy dispuesto a hacerlo gratuitamente. Solo tienes que responder a unas
preguntas.
Me zafo de su muñeca, incapaz de pensar con sus dedos sobre mi piel.
Entonces meto el cake pop en mi boca para darme un breve respiro, unos
segundos para ordenar mis pensamientos antes de responderle. Hago girar
el palito, y el dulce postre se desliza sobre mi lengua mientras mi azúcar
en sangre se dispara y mi mente da vueltas.
Si dejo que me ayude, tendré que conversar con un hombre que me
desagrada intensamente. Y divulgar información personal. Aunque ya lo
he hecho con el investigador privado, con Bennett es distinto. No puedo
explicar por qué darle acceso a mi vida me inquieta de un modo que va
más allá del mero nerviosismo. La idea me hace sentir vacía y vulnerable,
como si hubiera vendido mi alma al diablo.
Por otra parte, ya no puedo permitirme contratar a Calvin, y que el
abogado trabaje gratis en mi caso es muy atractivo. Además, Bennett tiene
dinero y contactos que el investigador privado no posee. En cualquier caso,
el hombre que tengo delante es mejor opción en conjunto.
Entonces, ¿por qué no me atrevo a aceptar su ayuda?
Porque no le creo.
Me está mintiendo. No sé de qué manera, ni por qué, pero lo hace.
Siempre he confiado en mi intuición, incluso cuando estaba cómoda y
segura en mi antigua vida. Sin embargo, ahora que lucho constantemente
por sobrevivir, confío en mi instinto más que nunca.
Es la razón por la que puedo percibir el peligro en Bennett. El traje caro
y el hermoso rostro están pensados para distraer, para atraer a presas
desprevenidas. Puede que me encuentre en una situación precaria, pero no
puedo dejar que este hombre me destruya por completo.
Y lo haría.
Trago el azúcar que recubre mi lengua preparándome para hablar. La
mirada de Bennett, clavada en mi boca, no vacila. Se me hace un nudo en
la garganta al ver el brillo de sus ojos, azules como la nieve fresca, brillantes
y centelleantes. Saco el dulce, rozando mis labios, dejando tras de sí un
rastro pegajoso.
Él sigue todos mis movimientos con la mirada. Sus fosas nasales se
agitan una vez, y desliza sus manos de la superficie de la mesa para
introducirlas en los bolsillos de su abrigo. Entonces se pone rígido, y todo
su comportamiento se transforma en el de una estatua de mármol, dura y
fría, pero hermosa a la vista.
Una obra maestra.
—¿Cuál es tu respuesta, Srta. Green? —Su tono es áspero, como una
bofetada en la cara—. Mi paciencia ha llegado a su fin.
—No.
Entrecierra los ojos y me muerdo el labio inferior para no cambiar mi
respuesta.
—¿Estás segura? —pregunta.
Asiento con la cabeza y señalo la puerta con el dulce, cuya capa
exterior blanca casi ha desaparecido.
—Gracias por tu tiempo.
Se incorpora para ajustarse el abrigo, juntando los extremos con un
brusco movimiento de la tela.
—Si cambias de opinión, aquí tienes mis datos. —Da un golpe con una
tarjeta de visita sobre la mesa. Las letras y la tinta son como él, audaces,
duras e inmaculadas.
Deslizo la tarjeta en su dirección.
—No cambiaré de opinión.
No se mueve para recoger el objeto, ni aparta la mirada de mí.
Interiormente, me marchito bajo su intensa mirada. El hombre no dice una
palabra, pero es como si me amenazara con su postura y su expresión
facial. Eso solo endurece mi decisión de terminar con él.
Me pongo en pie, ignorando el temblor de mis piernas, y me llevo el
dulce a la boca, indicando que esta conversación ha terminado. De algún
modo -sospecho que tiene que ver con el subidón de azúcar combinado
con la adrenalina- llego hasta la caja sin tropezar ni caerme. Cuando
levanto la vista, Bennett ya no está.
¿Por qué no me siento aliviada?
CAPÍTULO 9
Calista
Aunque han pasado varias horas, aún no soy capaz de dejar atrás mi
conversación con Bennett. Sin embargo, mirando fijamente la puerta que
da acceso al T&A, mi inquietud aumenta, dándome algo en lo que pensar
aparte del exasperante abogado.
Como el detalle de estar a punto de ponerme una ropa tan escasa que
bien podría estar desnuda.
Pero prefiero trabajar en este bar de mala muerte que aceptar la ayuda
de Bennett.
Con esa determinación firmemente arraigada en mi cerebro, tiro de la
manilla de la puerta y entro. Al igual que la primera vez el lugar y sus
clientes me erizan la piel y estoy por dar media vuelta. La música retumba
en los altavoces y las numerosas conversaciones masculinas componen el
resto de la banda sonora del local, junto con el tintineo de los cristales tras
la barra. La iluminación es tenue, lo suficientemente oscura para ocultar la
suciedad.
Y, con suerte, mi repulsión.
Agarrando la correa de la mochila, me acerco a la barra y me apoyo en
el mostrador. El camarero da una doble mirada, pero luego su boca se abre
en una sonrisa libidinosa.
—¿Qué puedo hacer por ti, dulzura?
—Anoche hablé con Jim y me ofreció un trabajo. Estoy aquí para
comenzar mi formación como camarera.
El hombre me recorre con la mirada, frunciendo el ceño.
—No llevas la ropa adecuada. —Cuando golpeo mi mochila, asiente—
. Ve a vestirte y te prepararemos. Los baños están ahí detrás.
Sigo la dirección que me indica, ignorando las miradas de todos los
que me rodean. En el tiempo que tardo en cambiarme de ropa, me doy
ánimos a mí misma, recordando todas las razones que me han llevado a
esto. Al final, no me siento mejor con mi elección, pero estoy dispuesta a
afrontar el reto. El único pensamiento que me consuela es que esto es
temporal. En cuanto tenga suficiente dinero para pagar a Calvin a fin de
reanudar su investigación, dejaré este trabajo.
Al mirarme en el espejo, no me reconozco. La corta falda negra termina
a medio muslo, mostrando mis largas y tonificadas piernas, cortesía de las
muchas horas pasadas de pie en el Sugar Cube. La parte de arriba es una
camiseta negra hasta el ombligo, con un escote que hace algo más que
insinuar mi canalillo. Lo exhibe por completo. Los montículos de mis
pechos se asientan cómodamente en la ajustada camiseta, y la costura de
mi sujetador rosa asoma de vez en cuando, dependiendo de cómo esté de
pie. En lugar de mis zapatillas de tenis hay un par de tacones que me
compró mi prometido, negros con la suela roja como la sangre. Ahora se
burlan de mí, como si supiera que algún día acabaría necesitándolos.
Rompió nuestro compromiso cuando la reputación de mi padre quedó en
ruinas.
Si Adam me hubiera amado de verdad, sería su esposa y no habría
necesidad de estos zapatos.
Después de mirar fijamente mi reflejo hasta asimilar que estoy
haciéndolo realmente, comienzo a despeinarme el cabello. El objetivo de
este atuendo es resultar sexualmente atractiva a los clientes para
mantenerlos contentos y, a cambio, ganar grandes propinas. No soy la
mujer más hermosa que camina sobre la tierra, pero sé que soy atractiva.
Lo suficientemente bella como para no maquillarme más que con rímel y
un poco de brillo de labios.
De todos modos, nadie me mirará a la cara.
Me avergüenzo de pensarlo. Con el cabello cayendo en cascada por mi
espalda y los tacones haciendo clic en el suelo de baldosas, me dirijo de
nuevo al bar. Me envuelven fuertes silbidos y abucheos, y me reafirmo para
no querer huir. Este es el precio que acepté pagar cuando puse un pie aquí,
y ahora no puedo echarme atrás.
El camarero me mira con un brillo apreciativo en los ojos.
—¿Cómo te llamas, dulzura?
—Calista.
—Soy Mack, el subdirector. Ya hablaste ayer con el encargado, así que
ahora no es necesario nada más. Mientras no seas un completo desastre y
pases la noche, conservarás el trabajo.
—¿Pasar la noche? —repito, con la voz casi chillona.
—Ambos sabemos que tu estilo no encaja aquí. Eres demasiado dulce,
cariño.
Tiene razón, pero he llegado demasiado lejos. Además, mi orgullo no
me permite arrastrarme hasta Bennett para pedirle ayuda.
—Demasiado azúcar te sentará mal —le digo.
Mack se ríe y deja un vaso lleno de cerveza junto a varios que ya están
en una bandeja.
—Eso es verdad.
Levanto mi mochila.
—¿Hay algún sitio donde pueda dejar esto?
—Sí, claro. La guardaré detrás de la barra hasta que acabes esta noche.
—Después de coger mis pertenencias, Mack señala la colección de
cerveza—. Vale, de momento, sacaré estos pedidos y tú los entregarás a los
clientes. Cuando memorices los números de las mesas, todo será más fácil.
Más tarde, cogeré a una de las otras chicas y tú la seguirás. ¿Te parece bien?
—Suena bien.
—Genial. Lleva esto a la mesa trece. —Me empuja la bandeja—. Es la
que está en la esquina de la sala.
Asiento con la cabeza, ya sin capacidad para hablar con uniformidad.
En lugar de eso, me concentro en levantar la bandeja y equilibrar el peso
de las bebidas para no tirarme el contenido encima. Es más difícil de lo que
imaginaba, pero solo porque llevo tacones. Veo a una guapa rubia que se
mueve con unos tacones el doble de altos que los míos, y aplaudo
mentalmente su coordinación.
Me dirijo lenta pero segura hacia la mesa designada, ganando un poco
de confianza a cada paso. Me detengo cuando estoy de pie junto a un
cliente que casi me alcanza en altura, aunque está sentado. Me recorre con
la mirada, provocándome una mueca internamente. Me tranquilizo
pensando que con el tiempo me acostumbraré.
La mentira no ayuda.
—Hola, bella dama —me dice, su voz deja entrever un acento
sureño—. ¿Qué tienes para mí?
Me fuerzo a sonreír, con una incómoda sonrisa en la boca, y dejo los
vasos sobre la mesa. Todos los ojos del grupo recorren las curvas de mis
pechos cada vez que me agacho, y aprieto los dientes.
—¿Necesitáis algo más? —pregunto cuando termino.
—No, a menos que te interese ganarte una propina extragrande.
La insinuación sexual no se me escapa. Me esfuerzo por no
sonrojarme, pero es inútil. Los amigos del hombre se ríen, lo que aumenta
mi vergüenza. Uno de ellos le da una palmada en el hombro mientras
sonríe.
—Vamos, Grady, ¿no te das cuenta que la chica está muerta de miedo?
Grady encoge sus enormes hombros, haciendo que su chaqueta de
cuero gima suavemente.
—Estar asustada no es exactamente un no.
Sacudo la cabeza, con la esperanza de no hacerlo demasiado
enfáticamente para que se sienta insultado y me meta en problemas por ser
grosera con un cliente. Los largos mechones de cabello se deslizan por mi
espalda con mis movimientos, y su mirada se fija en ellos.
—Que pases buena noche —le digo rápidamente—. Avísame si
necesitas algo más.
Justo cuando estoy a punto de darme la vuelta, Grady alarga la mano
para agarrarme un mechón de cabello. Me quedo inmóvil, como un animal
salvaje atrapado en una trampa. Mi corazón palpita enloquecido en mi
pecho y mi respiración se hace más tenue, el pánico aumenta a cada
segundo.
Sin darse cuenta, o sin importarle mi malestar, frota los mechones
entre el pulgar y el índice.
—Es más suave de lo que esperaba.
—Por favor, suelta mi...
Mi súplica se queda atascada en la garganta cuando una figura oscura
aparece al lado de Grady, acaparando mi atención al instante. Bennett
parece un espectro, vestido de negro y envuelto en sombras. Más rápido
de lo que puedo procesar, agarra el pulgar de Grady y lo retuerce. El
hombre grita alarmado y dolorido, pero eso no disuade a Bennett.
En todo caso, tira aún más hacia atrás.
Con el cabello libre, me alejo en el mismo momento en que los
hombres de la mesa comienzan a levantarse.
—Permaneced sentados —dice Bennett, su voz amenazadora de forma
audible—. Esto no os concierne. Solo a este hombre, ya que ha tocado
estúpidamente lo que no le pertenece.
—¿De qué demonios estás hablando? —grita Grady.
Bennett mueve la barbilla en mi dirección. Sus ojos brillan en la
penumbra, y las feroces emociones que albergan resplandecen como
diamantes.
—Ella es mía.
CAPÍTULO 10
Calista
La atención de todos se centra en mí.
Sin embargo, la única mirada que siento sobre mi piel es la de Bennett.
Es breve, pero en ese momento, algo cambia dentro de mí, algo cobra vida
ante su aparición. Sus ojos brillan violentamente y su cuerpo está tenso de
furia. Nunca había visto nada tan magnífico, tan feroz y primitivo.
—Discúlpate —le dice Bennett a su cautivo.
El rostro de Grady se tuerce en una mueca, pero lentamente se
transforma en una mueca de desprecio.
—¿Con ella? ¿Una chica cualquiera en un bar? Vamos, tío. No es como
si le hubiera agarrado el culo. Debería esperar un poco de amabilidad en un
lugar como este.
—¿Por qué la gente se niega a hacer lo que se le dice?
Bennett ajusta su agarre sobre la mano de Grady, tirando de ella hacia
atrás hasta que el hombre cae al suelo para mantener el pulgar unido. El
fuerte golpe me sobresalta y doy otro paso atrás, con la cadera chocando
contra el borde de la mesa. Por el rabillo del ojo, veo al camarero
observando los acontecimientos con el ceño fruncido.
Un fuerte chasquido, seguido de un grito de dolor, detiene mi
atención.
Vuelvo a mirar a Grady y me invaden las náuseas. El pulgar cuelga de
su mano, no se lo ha arrancado del todo... pero está cerca. Bennett se cierne
sobre el hombre como un verdugo, su rostro es una máscara completa.
Excepto por el destello de emoción en sus ojos.
Ilumina su mirada con intención antes de clavar el tacón de su zapato
en la mano de Grady. Los gemidos del hombre se intensifican, haciéndome
estremecer, pero Bennett no se detiene. El abogado gira el pie, machacando
la mano del hombre hasta que aparece la primera mancha de color carmesí.
Incluso en la sala escasamente iluminada, el brillo de la tonalidad es
perceptible.
Una advertencia para todos los presentes.
Un presagio para mí.
Bennett se agacha, acerca su rostro al de Grady y susurra:
—Pide disculpas a la Srta. Green por haber puesto tus sucias manos
sobre ella. Luego discúlpate conmigo por tocar lo que es mío.
Las palabras de Grady son un revoltijo, pero lo que sea que diga
apacigua a Bennett. El abogado se acerca a mí con paso decidido hasta que
está lo suficientemente cerca para que pueda oler su fragancia. Se quita el
abrigo mientras ignoro a Grady, quien se retuerce en el suelo, y me fijo en
sus amigos. Miran fijamente a Bennett. Cada uno de ellos tiene cautela en
los ojos, como si les preocupara llamar su atención.
Yo tampoco querría bailar con el diablo.
Sin embargo, está justo a mi lado.
Bennett me pasa el abrigo por los hombros y tira de las solapas para
cubrirme. Desvío la mirada hacia él, incapaz de evitar quedarme
boquiabierta. A diferencia de mí, su expresión está vacía de cualquier
emoción. El calor de su cuerpo aún perdura en el material cuando roza mi
piel. Es la prueba evidente que es humano, aunque me cuesta creerlo.
Se inclina acercando sus labios a mi oído. Su aliento acaricia el lateral
de mi cuello y reprimo un escalofrío.
—Ven conmigo —me dice.
Su contacto enciende mi sangre. No es más que un simple roce de sus
dedos a lo largo de la curva de mi mejilla antes que su mano se pose en la
parte baja de mi espalda, pero hace que el fuego baile por mi piel.
Ignorando la reacción de mi cuerpo, separo los labios para pedirle que
recupere mi mochila, pero inmediatamente los aprieto cuando Bennett
estrecha su mirada hacia mí. Con la sensación de su mano grabándose en
mi memoria, me conduce a través de la sala y me lleva al exterior.
El aire nocturno me azota las piernas y me estremezco, envolviéndome
más con el abrigo. El aroma de Bennett me envuelve. Inhalo, llevando su
esencia a mis pulmones, deseando ese pedacito de él secretamente.
¿Cómo puedo sentirme atraída por un hombre que me desagrada?
Porque es el mismo hombre que me rescató.
No una, sino dos.
—Mi coche está ahí mismo —me dice.
No hay duda de cuál es su vehículo.
El elegante deportivo negro está pegado al suelo, dando la impresión
de un depredador agazapado listo para entrar en acción. Su brillante
carrocería de color obsidiana resplandece bajo las farolas, con una pintura
impecable pulida hasta alcanzar un brillo de espejo. Los cristales tintados
oscuros ocultan el interior, al tiempo que mantienen el aura misteriosa del
vehículo. Los tiradores cromados de las puertas están empotrados en la
carrocería y se abren con solo pulsar un botón.
Lo miro como si nunca hubiera visto un coche. En realidad, nunca he
visto un vehículo así. Al igual que Bennett, es una imagen de estatus,
riqueza y masculinidad. Sin embargo, es distante e intocable, una fantasía
evasiva para la mayoría.
Igual que el hombre que está a mi lado.
Detengo mis pasos y me giro para mirarlo.
—Te agradezco lo que has hecho por mí, pero tengo que volver dentro.
El bello rostro de Bennett se tensa, un músculo se mueve a lo largo de
su mandíbula.
—No, no lo necesitas.
—Sí, lo necesito. Mis cosas siguen dentro, pero lo más importante es
que ese es mi nuevo trabajo.
—Ya no trabajas allí, Srta. Green. Y nunca lo habrías hecho si se
hubieran cumplido mis instrucciones.
—¿Qué? —Frunzo el ceño y lo miro—. No importa.
Sacudo la cabeza, intentando despejarla. Bennett destruye mis
pensamientos, dispersándolos al viento con nada más que una mirada.
Confundiéndome aún más, toma mi mano entre las suyas, enhebrando
nuestros dedos en un apretón seguro. Tiro de nuestras manos unidas para
que me suelte, pero mi intento se ve frustrado cuando aprieta con más
fuerza.
Un suspiro frustrado me abandona resoplando.
—No entiendes cuánto necesito este trabajo.
Bennett me tira hacia él. Choco contra su pecho, mis pies pierden
agarre mientras tropiezo con los tacones. No tarda en rodearme la cintura
con un brazo y mantenerme erguida mientras me acerca. Me agarra por la
barbilla y me hace parpadear mientras me levanta la cabeza, obligándome
a mirarle.
Me quema.
—Me necesitas. No este puto trabajo o cualquier otra cosa—me dice—
. Ahora, entra en el coche antes que te lleve a cuestas.
—Por favor, espera un segundo. Necesito pensar.
—Ya lo he pensado. De hecho, no he pensado en otra cosa.
Me agarra de las caderas, sus dedos se clavan en el material de mi
falda. Justo antes de lanzarme por encima de su hombro. Tras asegurar su
agarre en la parte posterior de mis muslos, camina hacia el coche. Mi
cabello cubre mi rostro, los mechones se mecen al compás de sus pasos,
ocultando mi vergüenza a la gente de la calle.
Bennett se detiene, abre la puerta del coche y me deposita dentro. Me
hundo en el asiento de cuero, con la mandíbula desencajada. Nunca me
han manoseado en toda mi vida, pero por la forma en que me late el
corazón y la sangre recorre mis venas, sospecho que no me opongo a ello
tanto como debería.
Aprovecha mi estupor y se inclina hacia dentro para sujetarme con el
cinturón de seguridad. Su rostro está tan cerca que, si gira la cabeza, me
besará. Me aprieto contra el asiento, mis esfuerzos son inútiles cuando el
propio hombre es una presencia abrumadora, uno que domina mis
sentidos. Su aroma limpio y fresco llena mi nariz, y el calor que desprende
se filtra dentro de mí. Mi cuerpo es dolorosamente consciente de su
proximidad, de la cercanía de sus manos a mi piel. Su aliento roza mi
mejilla mientras sujeta el cinturón de seguridad a través de mi pecho y en
la hebilla.
Me estoy ahogando en él, sin la promesa de un dulce alivio ya sea
mediante una liberación o la muerte.
—No intentes huir —me dice, mirándome fijamente a los ojos—. Veo
que quieres hacerlo, pero no lo hagas.
—¿Por qué?
—Porque siempre te perseguiré.
Se echa hacia atrás y cierra la puerta del coche antes de poder pensar
en una respuesta. No es que haya mucho que decir. Todo en este hombre
me confunde. Especialmente la forma en que mi cuerpo responde a su
toque, a pesar de lo que mi mente me advierte sobre él.
Bennett se desliza en el asiento del conductor, llenando el pequeño
espacio con su potente energía. Mi mirada se queda clavada en él mientras
se abrocha el cinturón, pone en marcha el coche y agarra el volante; sus
dedos se mueven con destreza, pero con una gracia que me eriza la piel.
—Deja de mirarme así.
Desvío mi mirada hacia la suya.
—¿Qué?
—Deja de mirarme como si quisieras tener mis manos sobre tu cuerpo.
—Inhala como para contenerse, sus nudillos se vuelven blancos al agarrar
el volante—. Si te toco, no pararé nunca.
Dejo caer la cabeza y entrelazo los dedos, apoyándolos en mi regazo.
—No sé de qué me hablas.
—Hablo de atracción sexual, Srta. Green.
—Estás equivocado, Sr. Bennett. —Aprieto fuertemente mis manos
hasta hacerlas temblar—. Si te miro de alguna forma concreta es porque
me das miedo.
—El miedo es sano. Evita que te hagas daño. —Hace una pausa, su
mirada lejana, distante—. Pero no te impide que otros te hagan daño.
Pone el coche en marcha y se adentra en la concurrida calle. Desvío la
mirada hacia la ciudad que hay al otro lado de la ventanilla. No puedo
mirarlo cuando le hago la pregunta que me ronda por mi cabeza desde que
lo vi en la cafetería.
—¿Quieres lastimarme?
—A veces.
Su respuesta, inmediata y sincera, me roba el aliento. Me muerdo la
lengua para castigarme, pero también para no decir nada que pueda
provocarlo. Tal vez debería huir, aunque me haya prometido que me
perseguirá.
—¿Por qué? —pregunto, con un susurro apenas audible—. ¿Qué te he
hecho?
—Me has arruinado, Srta. Green.
—Calista. Si vas a decir esas cosas, al menos usa mi nombre. Creo que
estamos más allá de las formalidades después de los acontecimientos que
han tenido lugar esta noche.
—Estoy de acuerdo, Callie.
Le dirijo una mirada furtiva.
—Nadie me ha llamado nunca así.
—Y nadie lo hará jamás.
Ignoro el modo en que mi corazón tartamudea en mi pecho y la forma
en que mi respiración se vuelve superficial. En lugar de eso, me centro en
el hombre que me ha hecho cautiva, tanto física como mentalmente. No ha
habido un solo día en el que no haya pensado en el Sr. Bennett.
Posiblemente ni siquiera una noche.
Invade mis sueños.
Convirtiéndolos en fantasías que nunca admitiré.
—Dame tu dirección —me dice.
Me muerdo el labio inferior con los dientes. Si le enseño dónde vivo,
mi humillación no tendrá límites. No soy simplemente pobre. Vivo en la
escoria de la sociedad, en lugares que alguien como Bennett ni siquiera
puede imaginar. Sé que no lo hacía antes de la prematura muerte de mi
padre.
Por otra parte, si dejo que Bennett vea lo calamitosa que es realmente
mi vida, tal vez se indigne. Y me deje en paz. Porque, al fin y al cabo, eso
es lo que quiero. Nunca le pedí que interfiriera, que causara estragos en
mis pensamientos y despertara mi cuerpo.
—Dame tu dirección, o iremos a la mía —me dice—. En cualquier caso,
te vienes conmigo.
CAPÍTULO 11
Hayden
Calista me da su dirección.
No sé si decepcionarme o no.
Deslizo mi mirada hacia ella. La mujer me enfurece tanto como me
excita. Creo que mi polla nunca ha estado tan dura. Y menos durante tanto
tiempo.
Mi necesidad de alivio sexual solo aumenta con cada momento que
paso cerca de Calista. No, no es cierto. Sigue creciendo incluso cuando no
estoy cerca de ella, porque siempre está en mis pensamientos,
provocándome, tentándome con su belleza.
La deseo más de lo que he deseado a ninguna otra mujer.
Me mentiría a mí mismo si no reconociera que hay algo más que eso.
Mi vida sería ciertamente menos complicada ahora mismo si lo único que
quisiera fuera follármela. Podría hacerlo y seguir adelante.
Pero con Calista, no estoy seguro de poder dejarlo ir nunca. No con el
modo en que mi curiosidad se ha convertido en una obsesión en toda regla.
No solo se ha metido bajo mi piel, sino dentro de mi sangre. Una persona
no puede sobrevivir sin ella, sin esa fuerza vital.
Ella es mía.
Mi razón para sentirme vivo.
Mi razón para sentirme furioso.
Mi razón para sentir cualquier cosa.
En el momento en que entré en T&A tras ella, supe que la noche
acabaría así. Con violencia, en mis manos. Esperaba evitar cualquier
enfrentamiento hablando con el encargado, pero Jim decidió ignorar mis
instrucciones. Fue suficiente con que Zack interviniera el móvil del hombre
para confirmar mis sospechas. No solo envió un mensaje de texto al
subdirector sobre Calista, sino que Jim le contó al tipo que planeaba
follársela.
Firmó su propia sentencia de muerte con ese simple mensaje.
Me ocuparé de él, pero ella es lo primero. Tengo que llevarla a casa y
tras una puerta cerrada. Donde debería haber estado todo el tiempo.
Su seguridad me preocupa, aunque hay veces que quiero lastimarla
por hacer que mi vida sea un caos. Valoro el control, la necesidad de orden
y claridad. Sin embargo, con ella, nada de lo que hago es lógico.
Todas mis acciones están alimentadas por oscuras emociones.
Una furia jamás conocida se hinchó en mi pecho cuando ella entró en
la sala con aquella falda y aquella camisa escotada. Todos los hombres del
lugar la miraron. No eran simples miradas. La miraban con lujuria en los
ojos, deseando follársela.
La furia se transformó en una intensa ira que lo consumió todo cuando
aquel hombre tocó su cabello. Si Calista no hubiera estado presente, junto
con numerosos testigos, podría haberlo matado en ese mismo instante. En
lugar de eso, le jodí la mano. No lo suficiente como para satisfacerme, pero
sí para saciar la sed de sangre que me recorría.
Cuando Calista me miró con miedo en los ojos, supe que había ido
suficientemente lejos. Por ella, no por mí. Si vuelvo a ver a ese hombre, lo
mataré. Sin dudarlo.
Solo de pensar en todo el calvario me hierve la sangre.
Aparco el coche lo más cerca posible de su residencia y me giro en el
asiento mirándola. Tiene la cabeza inclinada, las manos en el regazo, el
cabello sobre los hombros y mi abrigo. Disfruto viéndola con él puesto.
Es una pequeña forma de poseerla.
La primera de muchas.
—¿Vas a cooperar conmigo? —pregunto.
Ella desliza su mirada hacia mí. El color avellana se enciende con su
fuego interior. La mujer es más testaruda de lo que hubiera imaginado. A
veces me resulta exasperante, pero sobre todo deseo doblegarla a mi
voluntad. Su sumisión sería tanto más dulce si se resistiera a mí al
principio.
—Sr. Bennett…
—Hayden —corrijo.
Me mira con recelo antes de humedecerse los labios. Mi polla se agita
en mi pantalón y aprieto los dientes para no agarrarla y follarle la boca.
—Hayden —dice ella, cada sílaba como una caricia a mi polla—. Creo
que lo mejor será que nos separemos —me dice—. Te agradezco lo que has
hecho esta noche, pero yo...
—¿Tú qué?
—No me siento cómoda prolongando nuestra relación. Seguro que lo
entiendes.
Me burlo.
—Seguro que no.
—Hayden, por favor.
Oírla decir mi nombre con esa voz suya tan sensual casi me deshace.
¿Pero escucharla suplicarme mientras pronuncia mi nombre? Jode. Me.
Me dije a mí mismo que controlara la atracción que sentía por ella, que
la reprimiera mientras conseguía la información que necesitaba, tanto
sobre su pasado como la razón por la que me siento atraído por ella. Ahora
creo que fui un tonto. ¿Cómo pude pensar que sería capaz de evitar que mi
lujuria por Calista anulara mi objetivo original?
—Escucha, si respondes a una pregunta, no tendrás que volver a
verme —miento.
Sus arqueadas cejas se fruncen.
—¿De qué se trata?
—Esa foto de tu expediente, en la que apareces magullada. ¿Qué
ocurrió realmente aquella noche?
Mantengo la mirada fija en su rostro, por lo que la sorprendo
palideciendo, volviéndose como la luna que acaba de salir. Los labios de
Calista se separan e inhala profundamente. Eso hace que sus pechos se
eleven, casi desbordando el escote de su camiseta. Aunque roba mi
atención, abre mi apetito, no desvío la mirada de su expresión cabizbaja.
—Hay algo en eso —le digo. Se sobresalta al oír mi voz, sus ojos se
abren más de lo que ya estaban, el color avellana casi desaparece—. Ese
suceso es significativo. Dime por qué.
Agacha la cabeza y lleva una mano temblorosa al botón para soltarse
el cinturón. Le tiemblan tanto los dedos que no lo consigue. Me inclino y
coloco mi mano sobre la suya, deteniendo sus movimientos. Levanta la
cabeza para mirarme, y la emoción de su mirada me estruja el pecho.
Si creía saber qué aspecto tenía el miedo, esto es algo peor. Algo
inquietante.
Estoy a medio segundo de sujetarla y... ¿qué? ¿Consolarla? La idea me
repele, pero también me atrae. Reprimo los impulsos contradictorios.
—Callie, cuéntame qué pasó.
—Yo… yo no puedo. Por favor, déjame ir.
Hay algo en su voz que me apuñala, traspasando mis defensas y
entrando directamente en mi alma. Sangra negro. Una marea negra
manchando todo aquello con lo que entra en contacto. Ella no será
diferente, estará arruinada como yo, pero eso no me detendrá.
—No voy a hacer eso —digo.
Calista debe ver la determinación en mi mirada y oír la férrea voluntad
que hay tras ella, porque se pone rígida.
—Es posible que pienses poder utilizar tu dinero e influencias para
conseguir lo que quieres, pero no puedes comprar mis secretos como
tampoco me los puedes arrancar a la fuerza.
—¿Es eso un desafío?
Recorro su rostro con la mirada, deslizándola por la mejilla, sus
carnosos labios y su esbelto cuello. No se mueve, pero su pulso se acelera,
parpadeando salvajemente bajo su delicada piel. Extiendo mi mano y
arrastro un dedo por el lugar, disfrutando de la cadencia irregular de su
corazón.
—Realmente lo espero.
—Buenas noches, Sr. Bennett.
Calista pulsa el botón para soltarse el cinturón y me aparta el brazo.
Levantando la barbilla, comienza a quitarse mi abrigo.
—Quédatelo —le digo—. No hay necesidad de llamar la atención al
entrar. Ya has hecho suficiente por una noche.
Abre la boca, probablemente para discutir, pero la cierra cuando
enarco una ceja en señal de advertencia. Luego me hace un gesto brusco
con la cabeza y abre la puerta. La observo fijamente mientras se dirige a su
edificio y desaparece en su interior. Luego espero a ver su silueta a través
de la ventana de su habitación.
Salvo que esta noche no es suficiente.
CAPÍTULO 12
Calista
Hayden Bennett es magnífico, dominante y un capullo.
Me planto en medio de mi apartamento dejando que mis
pensamientos se agolpen en mi mente. Todos giran en torno al abogado y
sus acciones. No solo las de esta noche, sino todas, desde el día en que lo
vi por primera vez. ¿Cómo puedo describir a Hayden con meras palabras?
No son más que una combinación de letras y sonidos, incapaces de
transmitir la profundidad y el significado que acompañan a un hombre
como él.
Calculador.
Cruel.
Frío.
Dado su comportamiento y su forma de comportarse, nada de esto me
sorprendió. Ahora le conozco un poco más. Lo suficiente para añadir algo
a mi valoración original.
Seguro de sí mismo.
Caballeroso.
Considerado.
Estas cosas sobre él me han obligado a reevaluar a Hayden. Solo que
estoy más confusa y dividida que nunca. ¿Cómo puede la misma persona
que difamó a mi padre ser el mismo hombre que exige a la gente
mostrarme respeto?
Mi mente se apresura a recuperar imágenes del pasado, cosas que no
me he permitido revivir por miedo a no ser capaz de funcionar. Y necesito
hacerlo si quiero sobrevivir. Esta noche, no puedo mantenerlas a raya.
Como una presa agrietada soportando la presión del agua, me desmorono
y mi cerebro se inunda de inoportunos recuerdos.
El olor a pino de la madera recién pulida invade mis sentidos, y la cabeza me
late con más fuerza por ello. ¿O tal vez se deba a la tensa atmósfera de la sala? Sea
como fuere, no encuentro alivio. Aprieto las manos sobre el regazo hasta que las
uñas se clavan en mi piel. El pinchazo de dolor me inmoviliza.
Pero no es nada comparado con la agonía de mi alma.
Como el resto de los presentes, permanezco sentada en silencio mientras el
abogado de la acusación, un hombre alto de ojos azules y lustroso cabello negro,
rodea a mi padre como un perro, dispuesto a despedazarlo.
Y entonces lo hace. Es verbalmente, pero por la forma en que me estremezco
cada vez, bien podría ser físico.
Mi padre está en el estrado, con la espalda recta y la barbilla erguida. Teniendo
en cuenta que es un hombre luchando por su vida y su reputación, se mantiene
bastante bien, un político hasta la médula. Al igual que mi padre, el abogado no
muestra ninguna emoción, su atractivo rostro es una completa máscara.
Ojalá yo fuera capaz de recomponerme tan eficazmente.
Fracasé estrepitosamente, y culpo de ello enteramente a Bennett. Cuando vi
al abogado por primera vez en el pasillo, no había sido consciente de su identidad.
Todo lo que pude hacer fue mirar fijamente al hombre en una completa bruma de
deseo. No era solo su belleza. Me atrajo la forma en que me miró.
Como si fuera una mujer y no la muñeca de porcelana como había sido tratada
toda mi vida.
Ni siquiera Adam, mi prometido, me había mirado nunca con una lujuria tan
inconfesable. Claro que me había presionado para que me acostara con él, pero no
era lo mismo.
Adam me deseaba.
Bennett me consumiría.
—Senador Green —dice Bennett, su voz tan suave como el satén—, ¿no es
cierto que tenía una aventura con su secretaria, la Srta. Hall?
Mi padre asiente lentamente.
—Sí. La amaba.
Bennett levanta una ceja de ébano.
—Tenemos testigos oculares que le vieron con la Srta. Hall el día de su
muerte. También los oyeron discutir. ¿Es cierto, senador?
Sacudo la cabeza como para responder en nombre de mi padre. En el fondo de
mi corazón sé que es una buena persona. Tanto si se peleó con Kristen como si no,
es imposible que la hubiera matado. Al fin y al cabo, eso es lo único que me importa.
—Estaba con la Srta. Hall —dice el senador—, pero discutíamos estrategias
de campaña para mi próxima elección. La discusión no fue más que una diferencia
de opinión sobre cómo debíamos proceder. Al final, ella estuvo de acuerdo conmigo.
Bennett ladea la cabeza.
—¿Es así realmente? ¿Me está diciendo que no tuvo nada que ver con que
estuviera embarazada de su hijo ilegítimo? ¿Un escándalo que podría llegar a
costarle las elecciones?
—¡Planeaba casarme con ella!
—Entonces, ¿por qué la encontraron asesinada en su dormitorio esa misma
noche, con huellas de manos en el cuello? ¿Con marcas que coincidían con la forma
y el tamaño de sus manos?
El abogado coloca una foto justo delante del senador y toca la imagen, sus
largos dedos dirigiendo la atención de mi padre. Se pone rígido. Y el remordimiento
parpadea en sus ojos.
¿Es porque es culpable o debido a la devastación de todo aquello?
Tengo que creer que mi padre es inocente, o nada tendrá sentido. Pero la idea
que él vaya a la cárcel el resto de su vida...
Mi pecho se agarrota mientras mis pulmones se contraen, diluyendo mis
respiraciones hasta que jadeo. Aparecen estrellas en mi visión, bloqueando
parcialmente la escena que tengo ante mí, y parpadeo rápidamente para despejarla
sin éxito. Cierro los ojos y presiono los puños contra ellos mientras respiro larga y
profundamente para combatir el pánico creciente.
Mi padre es un buen hombre. Todo esto acabará pronto. Bennett sacude mi
confianza con todas las palabritas que pronuncia con ese pico de oro, y aún no he
subido al estrado...
¿Tendré la entereza de revivir aquella noche? Puede que no revele todos los
detalles, pero mi padre me necesita como coartada, y no le fallaré. No puedo.
—Mírala —dice Bennett, su voz como el chasquido de un látigo. Cuando la
piel de mi padre palidece, el abogado continúa—. ¿Ves su mirada? Pasó sus
últimos momentos mirando fijamente a su agresor. ¿Ves cómo sus ojos están sin
vida, pero incluso en la muerte el terror permanece?
Continúa el despiadado interrogatorio del fiscal. Y si no estuviera
perjudicando a mi padre, me parecería algo hermoso. Las palabras de Bennett son
como puñales, empleados con una precisión despiadada, extrayendo sangre con
cada frase. No lo suficiente para matar, pero sí para debilitar y vencer lentamente.
Y luego está su lenguaje corporal. Su contundente energía impregna la habitación
como una niebla, haciéndome difícil ver un resultado favorable.
Su voz atrae mi atención, haciendo que mi pánico disminuya lentamente.
Inspiro una gran bocanada de aire por la nariz y la expulso por la boca para
seguir liberando mi cuerpo de la ansiedad que lo azota desde dentro. Lo último que
necesita mi padre es que tenga un ataque de pánico en mitad de la vista. Aunque
puede que pierda la jodida cabeza si lo declaran culpable.
Sin duda culparía a Bennett por ello.
Desvío la mirada hacia el abogado, sus palabras son un rumor sordo que mi
cerebro se niega a traducir. Mentalmente, me he desconectado y ya no quiero oír
las cosas que está diciendo sobre mi padre. Es una tortura.
Excepto que ver a Bennett es otro tipo de agonía.
Un dulce anhelo que desearía que no existiera.
Camina hasta situarse frente al jurado, su tono es más insistente, más
apasionado de lo que jamás he oído. Despierta algo en mí. Algo que nunca había
experimentado, ni siquiera con mi prometido.
Deseo.
Gimo al recordarlo, tanto frustrada como excitada. Hayden se instaló
definitivamente en mi mente aquel día, y me avergüenza admitir que
nunca se fue. Es más exacto decir que nunca me libré de él.
Incluso cuando mi antipatía por él creció a lo largo del juicio.
¿Pero ahora? No estoy segura si sigo despreciándole o no por sus
transgresiones pasadas. ¿Tiene razón Harper al decir que Bennett solo
hacía su trabajo en la sala del tribunal y que yo he sido demasiado sensible
al respecto? ¿O mi intuición es correcta en lo que respecta a él?
Hayden es un enigma.
Es violento, pero utiliza esa violencia para protegerme. Hasta que
volvió a entrar en mi vida, no me di cuenta que me faltaba esa seguridad.
Claro que la experimenté con mi padre mientras crecía, pero nunca al nivel
de intensidad que mostró Hayden.
¿La atracción sexual aumenta el efecto? ¿O me siento así por el hombre
en sí?
No tengo respuestas. Lo único que sé es que, por alguna razón, este
hombre me hace sentir segura a pesar que no debería. Y sus muestras de
violencia no me escandalizan ni me asustan.
Me seducen.
CAPÍTULO 13
Hayden
Saco el móvil del bolsillo y la pantalla cobra vida, iluminando el
interior de mi coche. Tras unas pulsaciones, aparece el interior del
apartamento de Calista, las cámaras me permiten vigilarla de cerca.
Las instalé el mismo día que me enteré que había contratado a aquel
investigador privado. Mi razonamiento para mis acciones fue achacarlo a
mi necesidad de mantenerla a salvo. En realidad, es la única forma que
tengo de estar cerca de ella sin caer en la tentación de hacer algo más. En
cualquier caso, durante el último mes, mi fortaleza ha comenzado a
resquebrajarse como las piedras de una antigua iglesia.
Excepto que no hay redención que encontrar para los pecados que
deseo cometer.
Atrae mi mirada con sus sencillos movimientos, cada uno de ellos
sensual y tentador. Juro que la mujer podría simplemente pintarse los
labios y yo estaría dispuesto a introducir mi polla entre los suyos, aunque
solo fuera para mancharme la piel con el sonrosado tono. Sacudo la cabeza
ante mis caprichosos pensamientos.
Siempre me pasa lo mismo cuando estoy cerca de Calista.
Se quita los tacones y mi abrigo, y sus pechos casi se salen de la
camiseta. Me deleito con la vista de su delicioso cuerpo en ese atuendo tan
revelador. No me importaría que siempre vistiera así, siempre que fuera
yo el único que lo viera. Va un paso más allá y se quita la ropa hasta
quedarse solo en sujetador y ropa interior.
Es un conjunto a juego de color rosa claro, el color femenino, inocente
y dulce como ella.
Respiro y me llevo el puño a la boca, casi mordiéndome la mano para
no gemir en voz alta. Es mejor de lo que imaginaba. Su cuerpo es un templo
en el que quiero estar y adorar hasta la llegada del éxtasis.
Entonces iré directamente al infierno.
Calista abandona el espacio para entrar en el cuarto de baño. Cambio
de una cámara a otra, sin perderla nunca de vista. Enciende la ducha, y
agarro mi teléfono con más fuerza, sintiendo la expectativa nadando por
mi sangre. Esta viaja directamente a mi polla, hinchándola hasta que la
aprieto lo suficiente como para que duela.
La agonía de eso no es nada comparada con ver a Calista desnuda sin
que yo pueda tocarla.
Se apresura a entrar en la ducha y tira de la cortina, casi como si
sintiera que alguien la está mirando. Pero he visto suficiente.
Es solo cuestión de tiempo que tome su cuerpo. Solo tengo que
asegurarme de haber descubierto sus secretos para entonces. Después,
tendré que alejarme.
Algo que debería haber hecho el día del funeral.
Ya me he puesto en peligro al relacionarme con ella. Ahora estoy
completamente en su radar. Evitar que Calista descubra la verdad sobre el
asesinato de su padre solo será más difícil con el tiempo. Siempre me han
gustado los retos, pero no uno que pueda acabar con consecuencias de las
que no pueda librarme.
Coloco el teléfono en su soporte del salpicadero y conduzco hacia la
calle. Por mucho que quiera estar cerca de Calista mientras está desnuda y
mojada, no tengo mucha fuerza de voluntad. Y si cedo a la lujuria que
siento por ella en este momento, perderé el control.
Sobre mí mismo.
Sobre mis objetivos.
Sobre mi cordura.
Eso no significa que no siga mirándola, esperando con gran
expectación a que me muestre su cuerpo una vez más. Y lo hace. Gimo y
golpeo el volante con la mano, lo bastante fuerte para que palpite mi
palma.
Mi mirada va y viene entre la carretera y la figura de Calista en mi
teléfono. Entonces mis ojos se abren mucho más cuando ella se desliza por
el suelo con una toalla y se la quita para enfundarse mi abrigo. Junto con
esas malditas perlas.
Y nada más.
El color blanco me transporta instantáneamente a aquella vez en la
cafetería en la que Calista se metió aquel dulce en la boca. La forma en que
lo hizo girar me puso la polla tan dura como ahora. Pero cuando se lo sacó
de la boca y quedó una banda blanca... Solo podía pensar en mi semen en
sus bonitos labios, dejando un reguero exactamente igual.
Esta mujer me jode cuando ni siquiera lo intenta.
Suena un claxon detrás de mí. De mala gana, dejo de prestar atención
al vídeo y veo que el semáforo está en verde. Tras poner el coche en
marcha, vuelvo a mirar la imagen de Calista, consiguiendo de algún modo
mantenerme en mi carril.
Apaga todas las luces excepto la lámpara de su mesilla de noche y se
arrastra hasta el colchón, tumbándose boca arriba. Cierra los ojos y desliza
su mano por el pecho hasta posarla entre sus piernas. Sus muslos se abren
y dejo de respirar.
Qué coñito tan bonito.
Es aún más rosa que su ropa interior. Seguro que también es más
dulce.
Me atrae aún más acariciándose el clítoris. Me maldigo por haberme
ido de su casa. Pero esto es exactamente lo que me haría perder de vista
mis objetivos personales. Y aún no puedo ceder ante esta mujer.
Por mucho que me seduzca.
El vecindario a ambos lados de mi coche me resulta familiar a medida
que me acerco a mi residencia, pero apenas me doy cuenta, mi
concentración es inquebrantable mientras Calista se sumerge aún más bajo
las olas del placer.
Arquea la espalda y sus pezones apuntan a la cámara, provocándome.
Sus movimientos se vuelven frenéticos a medida que se acerca al orgasmo,
y mi polla palpita, con el semen goteando de su cabeza. Podría correrme
solo con mirarla.
Y cuando gime mi nombre, casi exploto.
Y casi estrello el coche.
El cabreo de los conductores y los bocinazos atraviesan la neblina de
lujuria que empaña mi mente. Haciendo caso omiso de todo el mundo, giro
en la siguiente calle y bajo a toda velocidad hasta encontrar un sitio donde
aparcar, sin preocuparme de nada excepto de la mujer de mi teléfono.
Observo a Calista y agarro mi polla, furioso por haber dejado que me
excitara tanto que no puedo hacer otra cosa que follarme a mí mismo.
—¡Maldita sea!
Me desabrocho el pantalón liberando mi miembro y envolviéndolo
con la mano. Ya está dura, lista para que me encargue del dolor que Calista
ha puesto dentro de mí. Estoy jodidamente cabreado conmigo mismo, con
esta pérdida de control sobre mi cuerpo cuando se trata de ella. Pero eso
no me impide mirar a Calista o imaginar que es ella mientras empujo con
fuerza contra mi mano. Ella debajo de mí, su cuerpo empujando contra el
mío a cada golpe, sus gemidos de placer llevándome al borde del éxtasis y
la locura.
Por muy enfadado que esté conmigo mismo, no puedo evitar que
Calista comience a tocarse de nuevo. Mi cuerpo se tensa y mi necesidad de
ella se vuelve abrumadora. Casi puedo sentir el calor de su piel contra la
mía, mientras el sudor se acumula en mi frente y el calor invade cada
centímetro de mí.
Mi mano se mueve más deprisa y mi agarre se estrecha, castigándome
mientras pienso en su hermoso rostro y en las curvas de su cuerpo. Casi
me corro dos veces, pero espero a que termine.
A que diga mi nombre.
Lo hace como una buena chica.
Me derramo sobre mi mano, apretando los dientes para no gritar de
placer a pesar de mi profunda frustración. Espero que esto sea suficiente
para satisfacerme. Al menos durante un rato.
Esa mentira es mayor que cualquier otra.
Me tomo unos minutos para serenarme antes de limpiarme la mano y
abrocharme el pantalón, sin que mi alivio sexual influya en la furia
irradiando a través de mí. La que provocó mi locura temporal, impulsada
por mi necesidad de Calista.
Una necesidad que no solo persiste, sino que es más fuerte ahora que
ella gemía mi nombre.
—Me niego a estar solo en mi obsesión —gruño apretando los
dientes—. Sufrirás como yo. No aceptaré nada menos. Entonces, tal vez
podamos aliviar la desesperación mutua mientras te follo hasta que no
quede nada de mí, hasta que me haya perdido en ti por completo y ya no
me reconozca.
Mi ira ondula en mis entrañas, agitándose con una fuerza que me hace
agarrar el volante como si fuera el cuello de Calista. Aunque si lo fuera,
estaría muerta. Respiro hondo y luego otra vez, necesitando algo de calma.
En mi necesidad de ella, me olvido de todo.
Esta pérdida total de control me jode la cabeza.
Así que haré lo mismo con ella.
Salgo a la carretera en dirección a la residencia de Calista. Tras aparcar
calle abajo y fuera de la vista, me dirijo al interior del edificio, con las
ganzúas en la mano. En pocos minutos, estoy dentro de su apartamento.
El interior no está tan mal como el exterior, pero eso no es decir mucho.
Aun así, Calista ha hecho suyo este espacio. De las paredes cuelgan
cuadros, y en cada rincón hay efectos personales, así como una botella de
desinfectante. Extraño pero entrañable.
Todas sus cosas están ordenadas en líneas rectas, lo que no me
sorprende, teniendo en cuenta lo estirada que puede llegar a ser. Su olor,
una combinación de jazmín y algo propio de ella, inunda la habitación.
Respiro hondo y dejo que la fragancia me envuelva.
Luego estoy en su habitación, mirándola mientras duerme. Mi abrigo
sigue sobre su cuerpo, cubriendo parcialmente su perfección.
Probablemente sea lo mejor.
No estoy seguro de poder verla entera y no tocarla.
No pasa más de un segundo antes de pasar mis dedos por su mejilla,
una muestra que no puedo negarme a mí mismo. Tararea en sueños y se
inclina hacia mí.
—¿Sueñas conmigo? —susurro—. Mejor que lo hagas, joder.
Se ha corrido tanto pensando en mí que no se inmuta mientras
continúo acariciando su piel. Es más suave, más flexible de lo que pensaba.
Y no puedo saciarme lo suficiente.
—¿Qué coño me estás haciendo? —le pregunto—. ¿Por qué no puedo
alejarme de ti? ¿O sacarte de mi jodida cabeza?
Paso la mirada por Calista y me obligo a retirar los dedos, mis manos
se crispan para no agarrarla. En lugar de eso, cojo el edredón y lo pongo
sobre su cuerpo dormido. Después de envolverla con la manta para
combatir el frío invernal de la habitación, busco un premio, un pequeño
consuelo por no follármela como quiero.
Calista vendrá a mí.
Aunque requiera un poco de persuasión.
—¿Dónde está esa ropa interior rosa?
Cuando la encuentro, me llevo la tela a la nariz. El aroma de su coño
me la pone dura al instante. Con una maldición, me meto el material rosa
en el bolsillo.
Ahora, el único color en la habitación oscura es el collar de perlas que
lleva al cuello. Se las quito con cuidado y las aprieto en el puño, mis
pensamientos se vuelven más claros cuanto más tiempo contemplo el
collar.
Calista me obligó a masturbarme. Me arrancó el semen del cuerpo con
su nombre en mis labios y sus gemidos en mis oídos.
Rompo el cordón que sujeta las perlas. Selecciono una sola perla y la
coloco en la mesilla de noche, justo donde ella la verá cuando abra los ojos.
Una perla por un poco de semen.
Hasta que le regale un collar de perlas... sobre toda su piel.
Marcándola como mía.
CAPÍTULO 14
Hayden
Parpadeo contra el sol de la tarde colándose por el parabrisas de mi
coche y doy un sorbo a mi café.
Desgraciadamente, este brebaje con cafeína no procedía del Sugar
Cube. Hizo falta todo el autocontrol que me quedaba para no entrar allí.
Evité la cafetería por mi feroz deseo de ver a Calista.
Ella ya me ha jodido la psique más de lo que me gustaría admitir.
Además, he decidido darle tiempo para que vea que necesita mi
ayuda. Es una mujer inteligente y acabará llegando a la misma conclusión,
aunque quizá necesite que yo la convenza un poco más.
En forma de visitas nocturnas.
Escudriño los alrededores, mi vigilancia en alto. Desafortunadamente,
el T&A es un establecimiento destinado al ocio nocturno, lo que me obliga
a celebrar esta reunión con el gerente durante las horas diurnas. Prefiero el
manto de la oscuridad, pero no tengo ningún problema en impartir justicia
cuando el karma lo requiera.
Jim abre la puerta principal. Desde esta distancia puedo distinguir las
arrugas de su camisa y las manchas de sus vaqueros. Este hombre no
aporta nada a la sociedad. No le echará de menos.
Tras esperar varios minutos, salgo del vehículo y me dirijo a la entrada
trasera. Rápidamente fuerzo la cerradura, pues no quiero que me vean
merodeando fuera de este lugar, y giro el pomo. Una vez dentro, vuelvo a
asegurar la cerradura. El local no se parece en nada al de la noche anterior,
ahora vacío de sus degenerados clientes, su música a todo volumen y sus
bulliciosas camareras.
Técnicamente, Calista sería considerada una de ellas, aunque solo
trabajó allí quince minutos. Quizá diez. Habrían sido menos de cinco si mi
juicio no se hubiera prolongado más de lo previsto. Maldito trabajo diurno.
Da igual. Nunca volverá a pisar este lugar. Si todo va según lo
previsto, nadie lo hará.
Me acerco a la barra y cojo un vaso y una botella casi vacía de whisky
barato. No suele ser mi bebida preferida, pero cuando uno rebusca en la
basura, no debería sorprenderse de encontrar basura. Tras verter una
cantidad decente sobre la encimera, lleno el vaso y bebo a sorbos el
contenido, esperando a que mi objetivo salga de la trastienda.
Jim aparece y se detiene en el momento en que sus ojos se posan en
mí. Cuando dirijo mi mirada hacia la suya, palidece.
—Oye, no puedes estar aquí —me dice—. ¿Cómo has entrado?
—Acompáñame. —Levanto mi vaso, ahora medio lleno—. Aunque
tendrás que buscarte otra bebida, ya que me he acabado esta.
Me mira con recelo, incapaz de ocultar su desconfianza, filtrándose en
sus facciones.
—Sí, claro.
Tanteo el vaso con los dedos, recorriendo el borde, sin prisa, con
mesura. Se sirve un trago de vodka y lo golpea contra la encimera antes de
bebérselo. Lo saludo con mi bebida y bebo un largo trago.
—Pregúntame por qué estoy aquí —le digo.
—Vamos, tío. No sé de qué estás hablando.
Chasqueo la lengua a modo de reproche y él se estremece ante el
sonido entrecortado.
—Jim —digo, pronunciando su nombre—. Pregúntame por qué estoy
aquí.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta, con voz ronca. Como si le costara
respirar.
—Ya sabes por qué —le digo—. Ahora dímelo. Quiero oírte decirlo.
—Si lo hago, ¿te irás?
Asiento con la cabeza.
—Tienes mi palabra.
—De acuerdo. —Balbucea, haciendo que su nuez se balancee—.
Bueno, el caso es que en realidad no contraté a la chica. En cuanto te fuiste,
me di cuenta que no tenía archivado ningún número de teléfono para
localizarla, así que no podía ponerme en contacto con ella y decirle que no
se presentara a trabajar. Mack no sabía nada de nuestro... acuerdo —dice,
tropezando con la palabra—. Así que la dejó comenzar su turno. No
debería haber ocurrido.
—Ya veo.
Se encuentra con mi mirada. La esperanza en su interior casi me hace
sonreír.
—Me alegro que lo entiendas —me dice.
—En primer lugar, no era un acuerdo. Eso habría significado que
necesitaba tu cooperación. Cosa que desde luego no necesito. Nuestra
conversación anterior fue un entendimiento entre dos partes con
consecuencias. Sin embargo, dadas tus acciones, creo que piensas que no
eran reales.
Doy un sorbo a mi bebida.
—Incluso con tu intelecto inferior, supuse que serías suficientemente
inteligente para prestar atención a mi advertencia. Ese fue mi error. ¿O
quizá no me expliqué bien?
—No, en absoluto. —Jim extiende las manos, sus hombros se
levantan—. Entendí lo que decías. Es solo que las cosas se mezclaron. Mira
esto.
Se agacha detrás del mostrador. Automáticamente, mi mano empuña
mi pistola, levantándola para que el cañón apunte correctamente. Cuando
reaparece con la mochila de Calista en el brazo, guardo rápidamente el
arma de fuego.
—Toma —me dice Jim, colocando el objeto sobre el mostrador entre
nosotros, con cuidado de evitar el alcohol derramado—. Se dejó esto.
Inclino la cabeza en señal de reconocimiento, pero dejo el objeto
intacto. Si este idiota pensaba que devolviéndome la mochila de Calista
disminuiría mi ira, es más tonto de lo que pensaba. Otro error por mi parte.
Estoy descubriendo que tiendo a cometer muchos errores cuando se
trata de Calista. Ella deforma mi pensamiento hasta que no es más que
instinto, carente de la delicadeza y la previsión que estoy acostumbrado a
emplear.
—¿Estamos bien? —pregunta Jim. Se lame los labios y se sirve otro
chupito, tragándose rápidamente el contenido—. Hablé con el cliente que...
atendiste anoche y accedió a no presentar cargos, así que todo está bien. No
pasa nada.
Inclino la cabeza.
—¿Has terminado de mentirme?
—¿Qué?
—Vamos, Jim. Ambos sabemos que no solo contrataste a la Srta.
Green, sino que también planeaste follártela.
El rubor de su rostro desaparece, a pesar del alcohol que intenta
calentar su piel. Pálido, con los ojos lo suficientemente abiertos para ver
sus pupilas dilatadas, da un paso atrás. Un murmullo de satisfacción me
atraviesa al presenciar su terror. Por eso sigo aquí y por eso no está muerto.
Todavía.
Podría decirse que me gusta jugar con mis víctimas antes de su
muerte. Como el humo hace con el oxígeno, desvío su miedo, dejando que
me dé poder. Algunos incluso me han llamado la Parca. Encaja. Si una
persona me ve así, es porque he venido a quitarle la vida.
—Eso no es cierto —dice—. No tengo más que respeto por las mujeres.
—He leído tus mensajes. Se acabó el juego. Discúlpate.
El hombre frunce el ceño al decidir si decirme o no la verdad. El
resultado es irrelevante. Se la arrancaré, aunque tenga que arrancarle la
piel del cuerpo. Tal vez vea la oscura intención en mis ojos, la que no me
molesto en ocultar. Eso explicaría su inmediata aquiescencia.
—Lo siento, ¿vale? Está tan jodidamente buena que no pude evitarlo.
Mi ira latente hierve, apenas contenida. La necesidad de matar a ese
hijo de puta hace que mis músculos vibren con el deseo de moverme. Hacer
justicia, sí. Pero más que eso, quiero que sufra. Considerablemente.
—¿Me estás diciendo que no te diste cuenta? —pregunta—. Por eso
estás aquí, ¿no? ¿Porque la quieres para ti?
Inclino la cabeza en señal de reconocimiento.
—Sin duda.
Aprieta y afloja los puños, la adrenalina se apodera de él. En la
respuesta de huir o luchar, obviamente es la primera. Lástima para él, yo
destaco en lo segundo.
—Mira, tío, siento todo esto. —Se acerca al mostrador, suplicándome
con la mirada mientras apoya las manos en la superficie plana—. ¿Por qué
no volvéis los dos esta noche y os tomáis unas copas gratis a mi cuenta?
Le doy un sorbo al whisky.
—Entonces, ¿qué me dices?
Mi mirada encuentra la suya sobre el borde de mi vaso. Con un rápido
arco hacia abajo, golpeo el vaso contra el borde de la barra. El líquido
restante salpica contra la madera y gotea sobre el suelo, olvidado
inmediatamente por el agudo ruido del cristal al romperse. Los cristales
caen, esparciéndose por la barra como fragmentos de diamante, dejando
tras de sí un único borde dentado.
Se lo clavo en la mano.
El cristal atraviesa tendones y huesos con la fuerza de mi golpe, y no
se detiene hasta clavarse en la madera por debajo de su mano. La sangre
brota. Su grito de agonía resuena en la habitación, un sonido delicioso.
—¡¿Qué coño?! —grita.
Demuestra aún más su estupidez intentando retirar la mano. Solo para
encontrarla sujeta al mostrador por el cristal. Se derrama más sangre,
cubriéndole los dedos y acumulándose en la superficie de madera.
Me meto la mano en el bolsillo y saco el encendedor. Se queda inmóvil
al oír el sutil chasquido y aparecer una única llama, danzando cuando mi
aliento la agita.
—Te lo advertí —le digo—. Te di la oportunidad de alejarte y no la
aprovechaste. En lugar de eso, pensaste que podías tocar lo que es mío.
Joder lo que es mío. Por eso, no hay diablo en el infierno ni dios en el cielo
que pueda salvarte. Arde, hijo de puta.
Con un movimiento de muñeca, la llama se encuentra con el alcohol
derramado y arrasa la superficie de madera. El fuego lame la barra y la piel
de Jim. El humo llena el aire junto con sus gritos de auxilio. Me lanza
maldiciones intentando desprender el cristal de la madera, que lo mantiene
inmovilizado mientras el fuego se inflama a su alrededor.
Me quedo mirando, permitiéndome unos segundos gratificantes antes
de girar sobre mis talones y marcharme.
Con una sonrisa en la cara.
CAPÍTULO 15
Calista
Tengo un acosador.
Las pruebas son demasiado fuertes para ignorarlas. Por no decir nada
sobre mi intuición. En las últimas semanas, he sentido una presencia
acechante, vigilante.
Al principio lo atribuí a los nervios, o tal vez a una mala alimentación,
pero la ansiedad no te roba un collar. Tampoco coloca perlas en tu mesilla
de noche.
Me he despertado con ocho de ellas en la última semana.
Tras escanear el Sugar Cube para confirmar que no hay clientes cerca
de la caja registradora, miro a Harper. Está limpiando la cafetera con un
trapo. Cuando se encuentra con mi mirada, agarra la boquilla metálica y
desliza su mano arriba y abajo al tiempo que menea las cejas.
—¿Qué? —me dice, fingiendo inocencia—. Una chica tiene que
practicar.
—Si ese es el tamaño con el que trabajas, no tendrás que practicar
mucho tiempo.
Ella chilla.
—¿Dónde ha estado esta Calista toda mi vida? ¿Me atrevo a decir que
he encontrado un lado secreto y pervertido oculto bajo tu apariencia de
mujer educada y correcta?
Sacudo la cabeza con una sonrisa.
—Se me está pegando.
—Tengo ese efecto en la gente.
—Harper, ¿puedo hacerte una pregunta? —Cuando asiente, respiro
preparándome para su respuesta—. Hipotéticamente, si alguien tuviera un
acosador, ¿qué pasos tendría que dar esa persona para apartar a dicho
acosador de su vida? Hipotéticamente.
—Cielos. ¿Muy hija de político? —Su cara pierde todo rastro de
alegría—. En serio, Cal, ¿qué sucede?
Me muerdo el labio, trabajando la tierna piel entre mis dientes.
—No estoy segura.
—Pero algo está pasando, o no me habrías hecho una pregunta tan
disparatada e hipotética. —Se acerca situándose a mi lado y sujeta mi mano,
su mirada enturbiada por la preocupación, escudriña ávidamente la mía—
. Puedes contármelo.
—Creo que alguien ha estado en mi apartamento —susurro, casi
forzando las palabras a salir de mi boca. Oírlas en voz alta les da vida, hace
que esto sea real—. Estoy muy asustada.
—Santas jodidas pelotas. Está bien, quiero saberlo todo sin omitir ni
un solo detalle.
Empiezo a contar que me fui a la cama con el collar de perlas que me
regaló mi padre el día que cumplí dieciséis años y que, cuando me desperté
a la mañana siguiente, solo había una perla en la mesilla. Evidentemente,
faltaba el collar, pero no se habían llevado nada más.
Sin embargo, no le cuento que he recibido más perlas sueltas. En
cambio, le confieso que se intensificó mi sensación de ser observada. Le
digo que me sentía así desde el día del funeral de mi padre, pero que lo
atribuía a la pena y al estrés de encontrarme sin un céntimo.
Harper me deja hablar sin interrumpirme. Incluso hace callar a un
cliente que le pide un cake pop, y a continuación me trae uno, ignorándolo.
Agarro el palo con fuerza, esperando que eso impida que mis manos
tiemblen. No funciona. Temo que nada alivie el miedo y que este siga
creciendo.
—¿No es eso lo que les ocurre a las víctimas de los acosadores? —
pregunto—. ¿No acaban muertas?
Harper me agarra por los hombros.
—En primer lugar, no vamos a dejar que eso te suceda a ti. En segundo
lugar, necesito un momento para pensar. —Tras diez segundos de silencio,
asiente—. Sospechosos. Por ahí es por donde debemos comenzar. Dame
una lista de posibles acosadores. Y listo.
—No tengo la menor idea.
—¿Alguna relación pasada que acabara mal?
Sacudo la cabeza.
—Mi ex prometido canceló el compromiso, así que es poco probable
que quiera reconciliarse conmigo. No he hablado con Adam desde que me
pidió el anillo.
—Uf, eso sí que es frívolo. ¿Y con alguien a quien hayas rechazado?
—No he salido con nadie más.
Sus labios tiran hacia un lado.
—Esto me supera. En caso de duda, pregunta a Google.
Desafortunadamente, ser acosada no está en mi lista de experiencias
personales. Ahora bien, si me preguntas cómo liberarte de unos nudos
Shibari a lo Houdini, entonces soy tu chica.
—¿Desafortunadamente?
Agita su mano desestimando mi pregunta antes de sacar el móvil del
bolsillo del delantal.
—Qué hacer cuando crees que te están acosando —murmura para sí.
Miro por encima de su hombro.
—'Evita todo contacto'. Eso va a ser difícil, ya que no tengo idea quién
es.
—'Mantente alerta y proactivo para protegerte', —lee—. Ya, no jodas.
No me falles ahora, Google—. 'Mantente alerta y toma medidas
preventivas para protegerte'. Cuenta conmigo. —Me mira—. ¿Tienes una
pistola?
Mis ojos se abren enormes.
—¿Tú tienes?
—Aún no.
—Tengo spray de pimienta.
—Coloca también un cuchillo debajo de la almohada —me dice—. ¿Y
un sistema de seguridad?
Exhalo un suspiro, molestando a los mechones de cabello que
descansan sobre mi mejilla.
—Ya sabes cuánto me pagan. No es que pueda permitírmelo, ni
siquiera con las horas extra que trabajo.
—'Informa a personas clave en tu vida', —continúa—. Hecho. Cuando
se lo digamos a Alex, será otro hecho. —Levanta la cabeza clavándome una
dura mirada—. ¿Y el Sr.-Quiero-montarme-tu-polla-Bennett? Fue muy
protector contigo aquella vez.
—¿Y?
—Y puede que esta vez le importe.
Me cruzo de brazos.
—No. No quiero tener nada que ver con él.
—Hay algo que no me estás contando. —Desliza su mirada por mi
rostro mientras lucho contra un rubor—. Mucho de algo.
Ladeo la cabeza, incapaz de mirarla.
—Si te lo cuento, ¿prometes no burlarte de mí por ello?
Me hace un gesto con la mano.
—Te lo juro y espero morir en pleno orgasmo.
A pesar de mis esfuerzos, una sonrisa se dibuja en mis labios. Se
desvanece cuando pienso en Hayden.
—Bueno... puede que consiguiera un trabajo en T&A. Lo suficiente
para pagar mis facturas —digo tendiendo mis manos, suplicante—. Sin
embargo, el Sr. Bennett me hizo renunciar.
—Él hizo ¿qué?
Asiento.
—Me sacó de allí como si fuera una niña rebelde y me dijo que nunca
podría volver. Creo que trabajé allí la friolera de tres segundos antes que
él apareciera.
—Biiiiien.
—No, no estuvo bien. —Le frunzo el ceño—. ¿No me estás oyendo?
—Más o menos. Estoy distraída con pollas ahora mismo.
—Harper... —le digo, advirtiéndola.
Ella pone los ojos en blanco.
—Bien. De todas formas, no importa.
—¿Por qué no?
—Porque T&A quedó calcinado la semana pasada. No es más que
ceniza, así que no parece que sigas teniendo trabajo. Tal y como yo lo veo,
el Sr.-Azótame -más-fuerte-Bennett te hizo un favor.
Aprieto los labios. Aunque quiero admitir que tiene razón, no puedo.
Pero solo porque no quiero estar en deuda con un hombre como Hayden.
Los pagos serían cuantiosos. Quizá incluso devastadores.
—Entonces, volvamos a tu problema con el acosador —me dice—.
¿Has recibido algún mensaje o algo de esta persona?
Niego con la cabeza.
—No tengo móvil, y no he encontrado ningún papel raro por ahí. En
realidad, no se llevaron nada excepto mi collar. El resto de mi apartamento
estaba intacto.
Jadea.
—¿No tienes móvil? ¿Cómo vives? Esto es peor de lo que pensaba. Ni
siquiera puedes llamar al maldito 9-1-1. Es increíble.
Sonrío al cliente que se acerca al mostrador, agradeciendo en silencio
este pequeño respiro. La transacción termina demasiado rápido, y suspiro.
Aunque me alegro de haber confiado en Harper, me ha obligado a darme
cuenta de lo peligrosa que es mi situación. Y no solo eso, es sombría.
Mis hombros se desploman y cualquier resto de esperanza se escapa
de mi cuerpo.
—Necesito dinero. Si tuviera algo, podría mudarme o, como mínimo,
comprar unas cuantas cámaras de seguridad y un teléfono móvil.
—Bueno, no volverás a trabajar en un sitio como T&A. Eso seguro.
—Entonces, ¿qué puedo hacer? Aquí ya hago turnos largos. En
realidad, no tengo tiempo para nada más.
Harper me da un abrazo y me estrecha con fuerza.
—No te preocupes, ya se nos ocurrirá algo.
—Gracias.
El resto de mi turno pasa borroso. Mis pensamientos dan vueltas y
vueltas como un torbellino hasta que siento que me ahogo en la magnitud
de mi problema. Al final, no se me ocurre ni una sola solución que no
implique convertirme en prostituta.
O pedir ayuda a Hayden.
La verdadera pregunta es: ¿quiero enfrentarme al abogado o lidiar con
mi acosador?
Me apresuro hasta donde se encuentra Harper, junto a la máquina de
café.
—Tengo una idea, pero es una locura.
—Me encanta las locuras.
—Puedo conseguir dinero de Hayden.
Ella frunce la frente.
—¿De quién?
—Del Sr. Bennett.
Sus ojos se abren desmesuradamente al tiempo que su tono verde
centellea.
—Vas a ir de Pretty Woman tras su culo.
—No sé qué significa eso.
—¿Has vivido bajo una piedra toda tu vida? Santo cielo. Es la historia
de un hombre rico que se enamora de una prostituta.
Frunzo el ceño.
—En ese caso, no voy a hacer lo que estás pensando, pero tiene que
ver con el abogado. Hay una información que quiere de mí —digo,
eligiendo cuidadosamente mis palabras—. Si puedo ofrecerle venderle eso
por suficiente dinero, entonces podré mudarme de mi apartamento y
comprar un sistema de seguridad que me mantenga a salvo.
Harper asiente lentamente.
—Creo que eso podría funcionar. ¿Vas a decirme cuál es esa
información?
—Es... privada.
—¿Más privada que el tener un acosador?
Asiento con la cabeza.
—Es algo relacionado con mi vida anterior. No me gusta hablar de
ello.
Su mirada se suaviza y su voz se apacigua.
—De acuerdo, tesoro. Si crees que funcionará, adelante. Creía que a
estas alturas ya habría vuelto al Sugar Cube, pero no lo he visto.
—Eso es porque le dije que no quería volver a hablar con él.
—¿Tú qué? —Se lleva una mano al pecho—. Vas a ser mi muerte.
¿Cómo has podido rechazar a un espécimen de hombre tan magnífico? No
he sabido enseñarte. A partir de ahora, dar cera, pulir cera 2. Si dices que no
entiendes esa referencia cinematográfica, gritaré literalmente indignada.
Me pongo las yemas de los dedos en las sienes y hago presión para
aliviar el dolor de cabeza que se me está formando.
—Puedes ser mi sensei.
2
Se refiere a la película Karate Kid.
—Uf —dice, exhalando un suspiro—. Ha estado cerca. Como tu
maestro de kárate, quiero que te pongas en contacto con el señor Mequiero-sentar-en-tu-cara-Bennett. Ahora mismo, joder.
CAPÍTULO 16
Calista
Me sudan las palmas de las manos ante la idea de ver a Hayden, y las
froto contra el delantal. Varias veces. Tras un momento de vacilación,
recupero su tarjeta de visita, la que no tuve valor de tirar. Llevaba
guardada en el bolsillo desde que me la ofreció por primera vez, y le
agradezco a mi yo del pasado no haberme deshecho de ella. ¿Quién me iba
a decir que estaría en condiciones no solo de necesitar su ayuda, sino de
buscarla activamente?
Harper me arrebata la tarjeta de la mano.
H. Bennett. Abogado. 20010 Greystone Blvd. Suite 901.
—Vaya. No puso su nombre de pila. Hablando de límites. —Desvía su
atención hacia mí, con una pícara sonrisa jugueteando en sus labios—. Y
sin embargo, el escurridizo Sr. Bennett te dio su nombre de pila.
No solo me lo dio.
Me ordenó que lo utilizara.
Me encojo de hombros, sintiéndome todo lo contrario a indiferente.
—Ya te lo he dicho, él y yo nos conocíamos por el juicio de mi padre,
pero solo somos conocidos.
Me lanza una mirada dudosa.
—Ya, conocidos, cuando uno de los dos conoce un profundo secreto
que el otro ambiciona. Uno lo suficientemente grande como para que esté
dispuesto a pagarte cientos de dólares por él. Alimenta con tus mentiras a
otra persona.
—¿De verdad crees que pagará tanto?
—¿Por qué no me lo dices? —Se encoge de hombros—. Tú eres la única
que conoce el valor de la información que le ocultas.
—Necesito pensármelo.
Me agita la tarjeta en la cara.
—Pues no tardes mucho. El tiempo, y los acosadores, no esperan a
nadie.
—Gracias por eso. —Suspiro y agarro la tarjeta de visita, pasando el
pulgar por las letras—. ¿Te importa si hago la llamada rápidamente?
Necesito hacerlo antes de acobardarme.
—Hazlo. Sabes que el Sugar Cube no está tan lleno a estas horas.
Puedo ocuparme de los clientes.
—Gracias.
Agacho la cabeza y me dirijo al teléfono situado en la pared del fondo,
detrás del mostrador. Mis dedos tiemblan marcando el número que figura
en la tarjeta. Harper me da un doble pulgar hacia arriba. Le sonrío, pero
estoy segura que más bien es una mueca.
Al primer timbrazo, contesta una mujer, con voz clara y sin rodeos.
—Oficina del Fiscal del Distrito. ¿En qué puedo ayudarle?
—Um, hola. Me gustaría hablar con el señor Bennett, por favor.
—No atiende llamadas en este momento. ¿Quiere dejar un mensaje y
un número de teléfono?
Me rechinan las muelas. Harper tiene razón; realmente necesito un
móvil. No puedo vivir dentro del Sugar Cube hasta que Hayden me
devuelva la llamada. La idea no deja de ser atractiva. A diferencia de mi
apartamento, la cafetería tiene sistema de seguridad, teléfono y comida.
—No, está bien —digo—. Volveré a llamar cuando esté disponible.
¿Puede decirme cuándo será eso?
La mujer tararea al tiempo que el sonido de su tecleo se escucha a
través del teléfono.
—Depende. ¿Es usted familiar de una víctima?
Lo era.
—No.
—Escuche —dice ella, con voz cortante—, Si llama por motivos
personales, entonces debería probar con su móvil. Si no tiene ese número,
es porque no quiere hablar con usted. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza, aunque ella no puede verme.
—Sí, lo entiendo. Gracias por su tiempo.
—Que tenga un buen día.
La forma en que lo dice suena como si deseara que me atropellara un
coche.
Cuelgo suspirando. Harper corre a mi lado y me mira a la cara.
—¿Qué ha pasado?
—La recepcionista no me dejó hablar con él. Lo hizo parecer como si
yo fuera una ex novia que desea desesperadamente volver con él.
—No puedo ver al Sr.-Fóllame-más-duro-Bennett con una novia.
Probablemente haya lidiado con los ligues de una noche de su vida que
quieren una relación. O está acostumbrada a que mujeres al azar intenten
ligar con él todo el tiempo. Lo comprendo. Me encantaría llamar a su
despacho y ofrecerle una mamada.
—¡Harper!
Ella se encoge de hombros.
—Solo digo la verdad. De todos modos, no te preocupes por esa
llamada. Ha llegado el momento de la fase dos.
—¿Fase dos?
—Sí. Tienes que ir a su despacho.
Sacudo la cabeza enérgicamente.
—Apenas me he armado de valor para llamarlo. ¿Cómo esperas que
me presente en su lugar de trabajo?
—Lo hizo contigo sin problemas, así que ¿por qué no?
—Porque vino a tomar un café. Yo no tendría la misma excusa.
Harper frunce los labios.
—Estás haciendo esto. Es eso o abrazar a tu acosador. ¿Qué va a ser?
—Creo que te odio.
—Claro que me odias. —Me lanza un beso al aire—. Para asegurarme
que no te conviertes en una nenaza y abandonas el plan, voy a cubrir la
parte ampliada de tu turno. Eso debería convencerte de hacerlo.
Levanto las manos.
—No creo que te odie. En realidad, sí lo hago.
—Lo mismo para ti. Ahora vete, antes que se largue por hoy. Alex
llegará pronto para comenzar su turno, así que no estaré sola mucho
tiempo. Vete.
—Bien.
—Puedes agradecérmelo más tarde.
Miro fijamente el edificio, preguntándome cómo demonios voy a
entrar y convencer a Hayden para que me ayude. Suponiendo que su
secretaria me deje hablar con él.
Sorprendentemente, el camino hasta aquí ha sido rápido. Su despacho
está muy cerca del Sugar Cube, lo que explica por qué estuvo allí unas
cuantas veces la semana pasada. Razones que no tenían nada que ver
conmigo, estoy segura.
Respirando hondo, tiro de la puerta de cristal y me adentro en el
edificio. El vestíbulo principal es amplio y abierto, con techos altos y suelos
de mármol. A lo largo de una pared hay un mostrador de recepción
atendido por un puñado de secretarias que dirigen las llamadas y ayudan
a los visitantes. Más allá hay pasillos que conducen a salas de conferencias
y numerosos despachos, entre ellos el de Hayden.
Me dirijo a recepción acercándome a una mujer de cabello negro
azabache y gafas de pasta. Toda su atención se centra en mí. Me recorre
con la mirada de la cabeza a los pies antes de rechazarme.
—¿En qué puedo ayudarla?
—Hola —digo, dibujando una sonrisa en mi rostro—. Me gustaría
hablar con el Sr. Bennett, por favor.
—¿Cómo se llama, por favor?
—Calista... No, Callie.
Sus cejas se levantan.
—¿Tienes apellido, Callie?
—Green.
—Un segundo.
—Gracias.
Me cruzo de brazos, creando una barrera entre esta mujer y yo.
Preferiría abrazar a un cactus que a ella, así de espinosa es.
—Hola, Sr. Bennett —dice por el auricular—. Siento interrumpirle,
pero hay una tal Callie Green que desea verle. —Ella frunce el ceño—. Sí,
señor. No, señor. Comprendo.
Después de colgar el teléfono, la mujer me mira como si fuera un bicho
raro. O un unicornio. Sostengo su mirada, sin saber qué ha provocado este
cambio de actitud en ella. Lo que Hayden expresara durante su
intercambio debió resultar interesante.
Aparece un momento después y todos mis pensamientos sobre la
secretaria se desvanecen. Va vestido con otro carísimo traje, hecho a
medida para que se ajuste bien a cada oleada de músculo en la extensión
de su pecho. Sus zapatos de piel negra están relucientes y una corbata
burdeos le da un toque de color a la camisa blanca.
Hayden se acerca al escritorio de la secretaria y tengo que resistir el
impulso de dar un paso atrás. La energía que desprende está llena de
expectación, incluso de impaciencia. Sería halagador si no me intimidara
tanto.
—Josephine, ella es la Srta. Green —dice, señalándome—. Es una
persona de sumo interés para mí y se le debe mostrar el máximo respeto
en todo momento. Siempre que solicite hablar personalmente conmigo,
contactarás inmediatamente y dejarás en suspenso todos mis demás
planes. No hay nada ni nadie más importante que ella. ¿Entendido?
La mujer mira de mí a Hayden y viceversa. Tres veces. El asombro en
su rostro debe ser el mismo que se encuentra en el mío. ¿Cuándo me he
vuelto tan importante para él?
¿Y por qué?
CAPÍTULO 17
Hayden
Ella está aquí.
Recorro con la mirada cada centímetro de Calista, bebiendo de su
presencia como un hombre muerto de sed. Hace demasiado tiempo que
ella no me ve. Desde que oí su voz. Si pudiera sobrevivir solo con esas
cosas, nunca desearía nada más.
Cuando se trata de esta mujer, estoy jodido.
Más allá que jodido.
Durante la última semana, me he mantenido alejado de ella durante el
día para demostrarme a mí mismo que podía, que ella no tiene control
sobre mí. Pero estuve a punto de fracasar. Si no hubiera sido por las visitas
nocturnas a su apartamento, no habría podido mantenerme alejado de ella.
Incluso entonces, la seguí a la cafetería cuando no debía. Dos veces.
Pero después de la noche en T&A y de verla gemir mi nombre, decidí ceder
a mis deseos.
Tanto carnales como mentales.
Tener a Calista en mi vida y en mi cama me librará de mi obsesión o
me llevará a un punto sin retorno. En cualquier caso, sabré lo que ella es
para mí.
Es una suerte que me haya buscado. No estoy seguro cuánto tiempo
más habría esperado antes de secuestrarla.
Josephine me mira con el ceño fruncido. Como si estuviera loco. Si
supiera los pensamientos que he tenido en relación con Calista, pensaría
que estoy loco de remate.
—Sí, señor —dice Josephine—. Me aseguraré de avisarle
puntualmente cuando la Srta. Green venga a la oficina. —La mujer mira a
Calista, incapaz de ocultar el desconcierto en su mirada—. Srta. Green, le
pido disculpas si he parecido grosera.
Las mejillas de Calista se tiñen de rosa.
—No te preocupes por eso.
Inclino la cabeza.
—Srta. Green, mantengamos nuestra conversación en mi despacho.
Ella asiente, haciendo que los mechones sueltos de su cabello se
deslicen a lo largo de su mandíbula. Mis dedos se crispan con la necesidad
de tocar los sedosos cabellos. De envolverlos con mi puño.
Calista camina a mi lado por el largo pasillo y entra en mi despacho.
Inmediatamente cierro la puerta tras ella. El clic del mecanismo de la
puerta me llena de satisfacción. La tengo a solas, sin miradas indiscretas.
Estando despierta.
Verla dormida en su apartamento no es lo mismo que verla de pie ante
mí, con la cara ruborizada por la reacción de su cuerpo al verme. Pecho
agitado, sus senos tensos contra la tela de su camisa, apretando los muslos
mientras se retuerce bajo mi mirada. Disfruto de cada segundo.
—Siéntate, por favor. —Extiendo una mano hacia la silla de cuero que
hay frente a mi escritorio y me acomodo en la mía al otro lado. Tras apoyar
los antebrazos en la superficie, me inclino hacia delante, incapaz de
reprimir mi impaciencia—. ¿Por qué estás aquí, Callie?
Sus pupilas se contraen al registrar el término cariñoso.
—Sr. Bennett —dice, su voz impregnada de vacilación—, necesito tu
ayud… no. —Sacude la cabeza con una exhalación—. Quiero saber, ¿por
qué interviniste en mi favor en el Sugar Cube y luego de nuevo en el T&A?
Me recorre con la mirada, el color avellana de su interior se agita como
oro fundido. Nunca he sentido la necesidad de ser sincero con nadie si no
me convenía, pero con Callie quiero serlo.
Y lo seré... hasta cierto punto.
Ella no puede conocer la profundidad de mi obsesión hasta que yo la
comprenda primero y lo tenga todo bajo control. Cuando esté seguro que
no huirá de mí. No es que eso me impida perseguirla.
Y retenerla.
—Eso es sencillo. Vi que necesitabas ayuda y te la proporcioné —le
digo.
—Sí, pero T&A no es un lugar que visites normalmente, así que ¿por
qué estabas allí?
Ladeo la cabeza, con una sonrisa jugueteando en mis labios.
—¿Me has estado acosando?
Toda su actitud cambia. Desde la palidez de su piel hasta la expresión
alarmada de su rostro, la mera mención de un acosador, incluso en forma
de broma, es devastadora para Callie.
Se lleva la mano a la garganta y la suelta rápidamente. Un chispazo de
satisfacción enciende mi sangre. Su collar está ahora en mi bolsillo, aunque
no entero. Llevo las perlas conmigo desde aquella primera noche.
Al final las recuperará todas.
Dado el número de veces que me he masturbado por su culpa, será
más pronto que tarde.
—No, no te he estado siguiendo —me dice—. Intento averiguar cómo
es que siempre pareces estar cerca cuando te necesito.
Así es. Por fin te das cuenta que me necesitas. Y solo a mí.
—Coincidencia, seguro. ¿Por qué estás aquí, Callie?
Aunque su mirada sigue siendo dubitativa, agita una mano en señal
de desestimación.
—Necesito saber lo importante que es concluir la investigación del
asesinato de mi padre, señor Bennett.
—Es Hayden. Y la respuesta es mucho.
Más aún desde que Zack dijo que no había constancia alguna de
alguien con su descripción que hubiera sido atendido en un hospital el 24
de junio. Si no supiera con certeza que es el mejor, le habría despedido. El
hacker prometió que seguiría investigando el asunto, probablemente para
apaciguarme desde que perdí los papeles. Pero no puedo esperar.
No cuando la fuente de las respuestas está sentada justo enfrente de
mí.
Calista aprieta los labios. Casi puedo oír los engranajes girando en su
mente.
—Hayden —dice, bajando el volumen de su voz. Casi como si tuviera
miedo de decir mi nombre—. ¿Por qué te importa tanto el caso de mi
padre?
Casi gimo al oír mi nombre en sus labios y en su lengua.
—Ya te lo he dicho. Fue uno de los pocos casos importantes de mi
carrera que perdí. Incluso con el senador absuelto, acabó muerto. Sea cual
sea el motivo, quiero saber por qué. ¿Tú no?
—Obviamente —dice—. Por eso contraté al investigador privado en
primer lugar.
—Entonces estamos de acuerdo.
Su deliciosa boca se frunce.
—No del todo. Estoy dispuesta a ayudarte en la investigación
rellenando los huecos de información que faltan, pero te costará.
—¿En serio? —Me reclino en la silla, luchando contra una sonrisa. A
mi pequeña Calista le han crecido un par de garras. Desvío la mirada hacia
sus uñas perfectamente cuidadas, imaginándomelas clavándose en mi
espalda mientras me la follo—. Esto está muy cerca del soborno, Callie.
—Prefiero pensar en ello como quid-pro-quo.
Una sonrisa se apodera de mi boca antes de poder detenerla. Una que
es a la vez rara y genuina. Esta mujer me seduce de noche y me divierte de
día. Tan única.
Tan mía.
—Favor por favor... —Me doy golpecitos en la barbilla, pensativo,
aunque tomé la decisión de darle lo que quisiera cuando la oí decir mi
nombre por primera vez—. Puedo trabajar con eso. ¿Cuál es tu precio?
Expulsa un soplo de aire y luego dice:
—De acuerdo. Una información por quinientos dólares.
—¿Eso es todo?
Calista hace un gesto adusto antes de suavizar sus facciones.
—Que sean mil dólares.
No tiene la más mínima idea que le daría millones de dólares que
poseo si eso significara llegar a saberlo todo sobre ella. Muy poca gente
conoce la riqueza que amasé tras invertir el dinero que gané con mi carrera
de abogado. La única razón por la que sigo haciendo este trabajo es porque
me proporciona satisfacción al impartir justicia.
No tanto como matar al culpable con mis propias manos. Pero todos
tenemos que hacer sacrificios por un bien mayor.
—Eres dura de pelar, Callie, pero estoy dispuesto a pagar.
—Genial.
El alivio recorre su rostro, aflojando la tirantez que pellizcaba sus
mejillas y las comisuras de sus labios. Me mira y sonríe. Por primera vez.
Me aclaro la garganta, recomponiéndome antes de cruzar el escritorio
y atraerla hacia mí. Para poder inclinarla sobre él. O besarla. Lo cual sería
una primicia para mí.
No beso a las mujeres.
Me gusta lamerles el coño y chuparles las tetas, pero besar a alguien
es algo íntimo. Es una conexión emocional que nunca me ha importado. Ni
he querido fomentarla.
Hasta Calista Green.
—Tengo algunas condiciones que deben cumplirse —le digo.
Ella asiente y el color avellana de sus ojos se nubla suspicazmente.
—No me gusta que me hagan esperar. Por lo tanto, responderás
siempre a mis llamadas telefónicas y a mis mensajes de texto tan pronto
como los recibas.
Ella aparta la mirada, un rubor tiñe su cuello.
—No tengo móvil.
—Eso habrá que rectificarlo inmediatamente. —Cuando abre la boca
para hablar, levanto una mano y ella aprieta los labios—. Haremos esto a
mi manera, Callie. Puede que tengas la información que necesito, pero soy
yo quien controlará todos los aspectos de este acuerdo.
Control... eso es irrisorio. No tengo ninguno cuando se trata de ella.
Pero eso no me impedirá intentar recuperar cierta apariencia autoritaria en
esta situación. Es una ilusión. Igual que mi capacidad para dejarla
tranquila.
—De acuerdo —susurra—. No quiero ser tu caso de caridad.
—Respeto tu orgullo, pero esto no pretende menospreciarte.
Simplemente se trata de asegurarme que obtengo lo que quiero.
Me mira desde debajo de las pestañas.
—¿Qué pasa si no consigues lo que quieres?
—Prefiero no decirlo.
—¿Es un desafío?
Mis labios se crispan ante su agudo ingenio y la forma en que me ha
arrojado descaradamente mis palabras a la cara.
—Tal vez. De todos modos, tendrás un móvil en las próximas
veinticuatro horas. Ahora necesito tus datos bancarios para pagarte.
Tras coger un trozo de papel y un bolígrafo, deslizo los objetos en
dirección a Calista. Luego cojo el teléfono de mi mesa y marco el número
de mi entidad financiera. Mi banquero personal contesta, su voz alegre.
—Hola, Sr. Bennett. ¿Cómo se encuentra?
—Estoy bien, Ronald.
—¿En qué puedo ayudarle hoy, señor?
—Necesito hacer una transferencia. —Miro a Calista quien me acerca
los datos—. La información es la siguiente.
Ronald lo prepara todo por su parte, sus dedos chasquean
suficientemente fuerte en el teclado como para que llegue a mis oídos.
—Todo listo, señor. ¿Cuál es la cantidad que desea transferir?
—Diez mil dólares.
Le habría dado diez veces esa cantidad de buenas a primeras, salvo
que no quiero darle la opción de librarse de mí. Con suficiente dinero,
seguro que se marcharía.
Sale disparada de la silla, casi derribando el mueble.
—¡Hayden!
Al oírla decir mi nombre con tanta pasión, mi polla presiona la costura
de mi pantalón. Además, la idea de oírla gritar mi nombre...
Levanto la mano y ella se cruza de brazos, con una expresión
transformada de asombro a inquietud.
—Siéntate —le digo, mi tono sin dejar lugar a discusiones.
—¿Está todo bien, señor?
—Sí —digo a Ronald al teléfono—. Termina la transacción.
—Todo listo, señor. ¿Puedo hacer algo más por usted?
—No.
—Gracias por su gestión, Sr. Bennett. Que tenga un buen día.
Cuelgo el teléfono.
Calista se inclina hacia delante, colocando sus puños sobre mi
escritorio.
—¿Por qué has hecho eso?
—Ya te lo he dicho. Voy a conseguir lo que quiero, de una forma u
otra. Con ese dinero en tu cuenta, voy por buen camino. Ahora, hablemos
de los acontecimientos del 24 de junio.
CAPÍTULO 18
Calista
Mi corazón late tan furiosamente dentro de mi caja torácica que me
pregunto si estoy a punto de sufrir un ataque de pánico. No sería la primera
vez. Vine aquí para conseguir el dinero suficiente para comprar un
teléfono, y acabé con la seguridad financiera suficiente para los próximos
dos meses.
Ahora, ha llegado el momento de pagar al diablo con información en
la que no deseo pensar, y mucho menos discutir.
—Esa noche estuve en el albergue infantil de Montlake Drive —digo—
. Había un acto benéfico a la mañana siguiente, así que estaba allí
horneando productos para su preparación.
El hombre que tengo frente a mí tiene una excelente cara de póquer.
Las facciones de Hayden permanecen estoicas, con una expresión de leve
interés. Si no fuera por el brillo de sus ojos azules, pensaría que estamos
hablando del tiempo.
No es uno de los momentos más oscuros de mi vida.
—¿Qué ocurrió?
—Me sentí mal y me desmayé.
La mirada de Hayden se estrecha ligeramente, creando líneas en las
comisuras de sus ojos. Ese pequeño cambio es el alcance de su reacción.
Para ser alguien que quiere información, desde luego no muestra su
impaciencia.
O tal vez, la información que tengo no es suficientemente buena. La
idea de devolverle su dinero me da vueltas en la cabeza.
Inclina la cabeza.
—¿Por qué crees que ocurrió eso?
Dejo caer la mirada sobre mi regazo y seco mis sudorosas manos sobre
los vaqueros.
—Me olvidé de comer y me bajó el azúcar. Cuando recobré el
conocimiento, llamé a mi padre.
—¿Habías bebido? ¿Tomaste algo? —pregunta. Su voz contiene una
nota de curiosidad, pero sin ningún juicio. Me infunde ánimos para
continuar.
—No. La única medicación que tomé fue algo para quitarme el dolor
de cabeza. Ya sabes, genérico y de venta libre.
Técnicamente, es cierto. Pero esa no era la medicina original. O al
menos, los efectos no eran los de un simple analgésico.
Fueron mucho peores.
Echo una mirada furtiva a Hayden.
—La mayoría de la gente cree que fue un intento de llamar la atención
de mi padre, pero te juro que no fue así. Incluso cuando Kristen llegó a
nuestras vidas, nunca me hizo sentir excluida. Me habría gustado tenerla
como madrastra, y el bebé nos habría convertido en una familia.
Asiente lentamente.
—Siento tu pérdida, Callie. No solo por tu padre, sino por todo lo que
podría haber sido.
—Gracias.
Su inesperada pero genuina simpatía provoca un pequeño estallido de
calor en mi pecho. ¿Por qué me afectan las palabras de un hombre que
intento activamente que no me agrade? La reacción de mi cuerpo ante él
diría lo contrario: le cae más que bien. Me escudo mentalmente cuando mi
mente comienza a evocar mi imagen tocándome con su nombre en los
labios.
Fue el mejor orgasmo de mi vida.
Juré que solo lo haría esa vez. La primera razón fue que estaba segura
de no volver a ver a Hayden. Desde que descubrió lo pobre que soy, supuse
que se disgustaría y no volveríamos a cruzarnos. Quizá en el Sugar Cube,
pero eso no me sorprendería, dado lo cerca que está su oficina.
La segunda razón por la que me prometí a mí misma que solo
fantasearía con él fue el haberme tratado como a su hermana pequeña.
Estoy convencida que no será más de diez años mayor que yo, pero hasta
ahora no le he visto mirarme con deseo como cuando nos conocimos. Hay
veces que me pregunto si me lo habré inventado todo y habré proyectado
mi atracción en él.
Independientemente de mi confusión respecto a Hayden, me
encuentro dividida entre desearlo y ceder al impulso de huir. Sobre todo,
por esta conversación.
—Dado tu estado físico —me dice—, supongo que tu padre te llevó a
un hospital.
Suelto un suspiro, que no sirve para calmar mi pulso acelerado. Mi
brújula moral no me permite mentir a Hayden, pero me avergüenza
admitir que no estoy por encima de ocultar ciertos detalles. Mentiras por
omisión.
Las más letales. No necesitan ser creíbles.
Solo silenciosas.
—Me examinó un profesional médico —digo.
—Ya veo —dice—. ¿En qué hospital?
—¿Realmente necesitas saberlo? Los detalles son irrelevantes. El
examen no consistió en nada, salvo cuidados rutinarios y mi alta esa misma
noche.
Sus labios se afinan contrariados.
—Quiero saberlo todo sobre ti, Callie. No importa lo insignificante que
creas que es algo, lo más probable es que sea significativo para mí.
—¿Por qué? Se supone que esto tiene que ver con mi padre, no
conmigo.
—Todo está relacionado.
Frunzo el ceño, incapaz de ocultar mi escepticismo. Este hombre está
indagando en todos los aspectos de mi vida, y no creo que todo ello le
ayude a comprender el caso de mi padre. Hay un hambre en los ojos de
Hayden que es más profunda, más feroz de lo que él da a entender.
Desgraciadamente, también lo es mi necesidad de mantener esta
información en secreto.
—Si te doy el nombre del lugar, ¿puedo marcharme con el dinero y tu
promesa de seguir adelante con este tema? —pregunto.
Hayden me observa, permaneciendo perfectamente inmóvil. En esos
segundos, casi me quiebro bajo su intensa mirada. Mi pulso se acelera, la
velocidad es tan rápida que me pongo una mano en el pecho para evitar
que el corazón se me escape de la caja torácica.
Su mirada se clava en mi pecho. Y se detiene. Me recorre como una
caricia fantasmal.
A pesar de la fealdad del tema, mi piel se ruboriza con sus ojos
clavados en mí. ¿Cómo puedo estar excitada y al borde de un ataque de
pánico simultáneamente? Hayden no solo me deja perpleja, sino que
también confunde a mi cuerpo.
—No puedo aceptarlo —me dice—. Necesito saberlo todo.
Si fuera cualquier otro sujeto, no dudaría en contárselo. Sin embargo,
revelar este secreto no solo me hará daño y me obligará a revivir de nuevo
el horrible suceso. Podría desvelar cosas de mi mente que he reprimido.
No puedo arriesgarme.
—No hay nada más que discutir —digo, mis palabras ligeras y etéreas,
luchando por salir.
Hayden estrecha la mirada y me estremezco.
—Háblame de los hematomas —me dice—. Supongo que tu padre
tomó la foto como prueba y luego ocultó los detalles de tu ataque por
motivos políticos, pero eso no me dice lo que quiero saber. —Se inclina
hacia delante y su mirada se estrecha—. ¿Quién te hirió?
La idea que Hayden descubra los sórdidos detalles de aquella noche
incita a mi cuerpo a tomar el control. La adrenalina se dispara,
desencadenando un pánico que me hace sentir el pecho aprisionado, y
cada respiración hace que la presión aumente hasta que jadeo. Aprieto los
ojos y respiro hondo para no hiperventilar, pero es inútil.
—No puedo hacerlo.
—Tengo que saberlo —me dice Hayden, con un tono más enérgico—.
¿Quién te ha puesto las putas manos encima? Quiero un nombre.
Mis ojos se abren de golpe ante la ira sin adulterar de su voz. Por
primera vez en este interrogatorio, Hayden muestra emoción. Y es fuerte.
Su mirada está clavada en la mía, el azul resplandece de malicia y su
cuerpo está tenso con la tensión recubriendo cada músculo.
Me pongo en pie a pesar de temblarme las piernas. La vergüenza
acalora mi piel y mis ojos punzan con lágrimas, parpadeando furiosamente
para evitar que caigan.
—Coge tu dinero y déjame en paz.
—¿A quién intentas proteger? —pregunta. Se levanta y planta las
manos en el escritorio, inclinándose hacia mí—. ¿A tu padre o a ti misma?
Mi necesidad de escapar se apodera de mí y me doy la vuelta,
corriendo hacia la puerta. Soy una idiota por pensar que podría negociar
con alguien como Hayden. Su intención de descubrir los sucesos de mi
pasado es como una enfermedad, y no parará hasta que haya infectado las
partes sanas que hay en mí.
Y empeorado las partes que aún están enfermas.
—Calista, espera.
Su voz y el uso de mi nombre me hacen caminar más deprisa. Agarro
el pomo de la puerta tirando hacia atrás del brazo, justo para sobresaltarme
al escuchar el fuerte sonido que reverbera en mis oídos. Las palmas de las
manos de Hayden golpean contra la puerta, sus manos planas a ambos
lados de mi cabeza. Me paralizo y todo mi cuerpo se agarrota asustado.
Pero también consciente.
Su olor inunda mi nariz.
Su calor se filtra en mi piel.
La sensación de su presión contra mi espalda me hace desear más.
Este hombre es peligroso. Por muchas razones.
Cierro los ojos y apoyo la frente en la madera. El mundo se desvanece
hasta que solo quedamos Hayden y yo. Mi pánico y su presencia.
Mis jadeos suenan con fuerza en mis oídos, y mis pulmones se
esfuerzan por mantener el aire fluyendo a pesar de mi incapacidad para
aspirar mucho oxígeno. Sintiendo a Hayden sujetándome por los hombros,
finalmente aspiro una bocanada de aire muy necesaria. Me despeja la
niebla que nublaba mi visión, y parpadeo al ver al hombre cuando me gira
para quedar frente a él. Mueve los labios, pero sus palabras no llegan a mi
mente. Permanezco inmóvil mientras su voz flota sobre mí como una
melodía, una tonalidad masculina luchando contra la oscuridad que está a
punto de engullirme por completo.
Hayden envuelve mi espalda con un brazo y dobla las piernas para
pasar el otro por detrás de mis rodillas. De un segundo a otro, estoy entre
sus brazos. Lo miro fijamente mientras cruza la estancia hasta su escritorio
y nos acomoda en el sillón, conmigo sobre su regazo. Esta proximidad hace
que mi lucha por respirar sea mucho más difícil.
Acaricia mi mejilla, colocando el pulgar bajo mi mandíbula, alzando
mi cabeza.
—Mírame, Callie.
Dirijo mi mirada hacia la suya. Esos azules son como fragmentos de
hielo, helados ante su preocupación por mí.
—Eso es. Concéntrate en mí —me dice—. Estás a salvo. Nada te hará
daño.
Su voz transmite una confianza que retumba en mi interior. Combate
mi necesidad de esconderme de él. De ocultar las partes sucias y dañadas
de mí.
—Te tengo, Callie. Estás a salvo conmigo. Nunca dejaré que nada te
haga daño. Cualquiera que lo intente sufrirá. Ahora, inspira y expira
lentamente por la boca.
Cuando me pasa el pulgar por la línea de los labios, inhalo. El aliento
pasa por su dedo, entrando en mis pulmones. En mi alma.
El tiempo no tiene sentido alguno a medida que Hayden me
tranquiliza una y otra vez, dirigiendo mi respiración con palabras y suaves
caricias. Nuestro entorno va tomando forma poco a poco y se va
cimentando en mi psique. Pero su despacho no es más que un pensamiento
fugaz comparado con el hombre que me mantiene pegada a su pecho.
Él es lo único que hay en mi mundo en este momento.
Los latidos del corazón de Hayden golpean furiosamente contra mi
oído, un marcado contraste con el tono tranquilo que utiliza para hablarme.
Trago saliva para aliviar la sequedad de mi garganta y lo miro fijamente,
mi visión más clara que hace un momento. Su oscura belleza me devuelve
la mirada como Lucifer antes de caer en desgracia.
—Estás a salvo —me dice Hayden, deslizando el pulgar por mi
mejilla—. Te tengo.
Levanto el brazo para rozar su mandíbula con las yemas de mis dedos,
ignorando el temblor de estos. ¿Es por la inquietud... o por el placer de
tocarlo?
—No tienes que preocuparte por mí, Hayden. Estoy bien.
Me fuerzo a sonreír. Mi rostro vacila cuando él frunce el ceño, pero la
mantengo mientras continúo acariciándole. Mi necesidad de tranquilizarlo
es casi tan fuerte como mi necesidad de tocarlo. Me muerdo el interior de
la mejilla para reprimir un suspiro mientras recorro con los dedos la curva
de su mejilla, la longitud de su mandíbula y el arco de sus cejas. Una, luego
la otra.
Hayden se transforma en hielo, duro e inmóvil frente a mí. Sin
embargo, no me impide explorarlo. Llevo el dedo índice a su barbilla,
siguiendo la pequeña hendidura que hay allí, y luego arrastro la punta del
dedo por su nariz y su labio inferior. Es tan suave como pensaba. Puede
que incluso más.
Con pesar, dejo caer la mano.
Únicamente para que Hayden la atrape con la suya llevándosela a la
boca.
—No te detengas —susurra, sus labios rozando mi piel—. Necesito
más.
CAPÍTULO 19
Hayden
Calista ha despertado algo en mí.
Algo que creía muerto y enterrado.
Fragmentos de mi infancia se alzan como fantasmas de sus tumbas, su
ominosa presencia hiela mi piel. Me concentro en el rostro de Calista
cuando otro intenta ocupar su lugar. El de otra mujer.
La única a la que he amado.
Los rasgos de mi madre toman brevemente el relevo en forma de
cabello rubio y ojos azul claro del mismo tono que los míos. Su voz llega
hasta mis oídos, con palabras llenas de esperanzas y sueños que nunca
llegarán a realizarse. Pero la estrecho entre mis brazos a pesar de todo,
decidido a luchar contra los demonios que asolan su cuerpo. ¿Cómo puede
alguien luchar contra un enemigo que no puede ver?
La drogadicción es el adversario más fuerte al que me he enfrentado.
La depresión.
Los ataques de pánico.
Los delirios de un futuro mejor.
Aprieto los dientes y abrazo a mi madre como si quisiera protegerla
de la batalla interior, sabiendo que el veneno ya está corriendo por su
torrente sanguíneo. Mi atención se estrecha hasta que lo único que puedo
ver es su expresión vidriosa, unos ojos, azul pálido apagados por las
drogas, cada vez más carentes de vida a medida que pasa un segundo. Un
instante de tiempo que nunca recuperaré. Porque, en el fondo, sé cómo
acaba todo esto. Eso no me impide decir lo que ella necesita oír.
—Estás a salvo —le digo, mi pulgar trazando la curva de su mejilla—
. Te tengo.
Un toque de jazmín.
Un toque cálido.
Una voz suave.
La suave caricia a lo largo de mi mandíbula, acompañada de la
pronunciación de mi nombre, me saca de los oscuros recovecos de mi
mente.
—No tienes que preocuparte por mí, Hayden. Estoy bien.
Miro a Calista como si la viera por primera vez. A cambio, ella me
sonríe. Para tranquilizarme.
Para reconfortarme.
Incluso en medio de la ansiedad que asola su mente y su cuerpo, la
única preocupación de esta mujer en este momento soy yo. Frunzo el ceño
ante este acto desinteresado. Me retrotrae a aquel día en el funeral en el
que Calista consoló a todos los demás en lugar de recibir apoyo como
debería.
A pesar de mis agitados pensamientos, sigue explorando mi rostro,
lenta y deliberadamente, como si quisiera memorizarlo. Al mismo tiempo,
el cuerpo de Calista tiembla entre mis brazos. Yo, en cambio, me he
quedado inmóvil, como una estatua viviente.
Hasta que ella roza mis labios.
Algo en eso rompe los vestigios que quedan de mis recuerdos
infantiles. A pesar del afecto que aún siento por mi madre, nunca
confundiré el tacto de Calista con el de otra persona. Cada roce de sus
dedos me marca, el calor de su piel sobre la mía es un fuego más ardiente
y profundo que una supernova.
Calista deja caer la mano, acercándola a su pecho. Mis cejas se fruncen
ante la pérdida. Ansioso por sentir su roce, tomo su mano y la aproximo a
mi boca, rozando sus dedos con mis labios.
Sus temblores se intensifican. ¿Me tiene miedo?
—No te detengas —susurro. Aunque hablo a un volumen bajo, no
disimulo la vehemencia subyacente en mi tono. Estoy desesperado por
Calista. De una forma de la que no me había dado cuenta hasta ahora—.
Necesito más.
Aplasto la palma de su mano contra mi mejilla y cierro brevemente los
ojos, absorbiendo la ternura de esta mujer. Me mira fijamente, con los ojos
muy abiertos, de un color avellana dorado fundido. ¿Qué ve cuando me
mira?
—Estoy aquí —me susurra—. Para lo que necesites.
Calista Green me ha dado permiso para tomar.
De consumir.
De poseer.
¿Cómo puedo resistirme?
No puedo.
CAPÍTULO 20
Calista
Algo está ocurriendo.
Puedo sentir el cambio en Hayden. En nuestra dinámica. Es como un
ser vivo, inspirando y espirando, dando y recibiendo.
Yo sometiéndome y él reclamando.
Su anhelo de conexión no se me escapa. De hecho, provoca una
profunda agitación en mi interior, sacándolo de lo más profundo de mi
alma. Siempre he deseado establecer un vínculo con otra persona, y pensé
que lo tendría con Adam, pero me equivocaba.
¿Puedo tenerlo con Hayden?
Como si estuviera al tanto de mis pensamientos, retrocede. Solo un
poco, pero lo suficiente para ver su mirada y las turbulencias que hay en
ella.
La confusión se enfrenta a la lógica.
El deseo lucha contra el escepticismo.
La vulnerabilidad lucha con la necesidad de conexión.
¿Qué ganará al final?
Presiono mi mano contra su mejilla, anclándome a él antes de desatar
cualquier tormenta que se esté gestando en su interior; una tempestad que
me destrozará. Completamente.
—¿Estás bien? —pregunto. Por muy suave que sea, mi voz es intrusa
durante semejante conflicto emocional.
Hayden frunce el ceño.
—Creo que debería hacerte esa pregunta, ya que fuiste tú quien
experimentó un ataque de pánico.
—¿Cómo lo has sabido?
—Mi madre los sufría.
Cualquier vergüenza que tuviera al verme en un estado tan vulnerable
se evapora como una bocanada de humo. El hedor de todo ello perdura.
Impregna la habitación, me revuelve el estómago y contrae mis músculos.
Todo por culpa de Hayden.
Quizá no tuvo una infancia fácil como yo había supuesto. Me duele el
corazón por él.
—Le ayudaba a superarlos lo mejor que podía —me dice—. Pero no se
puede hacer mucho cuando una persona está bajo los efectos de las drogas.
Paso el pulgar por los ángulos de su mejilla, queriendo reconfortarlo
como sea. Le dije a Hayden que podía tomar de mí lo que necesitara, y lo
dije en serio. Si supiera las cosas que estaría dispuesta a darle...
Todo por este momento íntimo.
Por fin veo a Hayden como un ser humano con defectos y
sentimientos. Me dan ganas de acurrucarme entre sus brazos y no irme
nunca. Por lo que he deducido, ambos hemos perdido a un ser querido y
necesitamos a alguien que nos comprenda.
Y lo entiendo. Profundamente.
Cierra los ojos inclinándose hacia mí.
—Nadie debería tener que padecerlo solo.
—Gracias. —Parpadeo conteniendo las lágrimas cuando se me nubla
la vista—. No suelo tener público durante mis episodios. No tengo público
desde que murió mi padre.
—Lo siento mucho, Callie.
—Hayden. —Lo atraigo hacia mí hasta que nuestras frentes rozan—.
Puedo ver que lo dices de verdad, y si quieres ayudarme, por favor,
encuentra a su asesino.
Se pone rígido bajo las yemas de mis dedos.
—No estoy seguro de poder encontrar la redención para esa persona.
—No busco redención, ni siquiera venganza. Quiero comprensión más
que nada.
—Comprensión. —Su aliento susurra sobre mis labios—. Nunca dejas
de sorprenderme. Después de todo, deberías querer sangre... y, sin
embargo, tu corazón sigue siendo puro.
Me encojo de hombros.
—Aún estoy afligida y enfadada por su muerte. No soy perfecta.
—No estoy de acuerdo.
Su mano se desliza hasta mi nuca, sus dedos masajean mi agitación
mientras me mantiene cautiva. Su tacto me produce estremecimientos, que
se suman al minúsculo temblor que aún recorre mi cuerpo. Ocultando la
forma en que me afecta.
—Puedes confiar en que encontraré al responsable y se lo haré pagar.
—Su mirada se clava en la mía—. Solo dime el nombre del hospital.
Por mucho que quiera darle a Hayden las respuestas que busca, el
precio de saberlo es demasiado alto. Es una deuda que nunca pedí y algo
de lo que no puedo librarme, por mucho que lo intente.
Le sonrío, pero con tristeza y remordimiento.
—No puedo.
CAPÍTULO 21
Calista
—Realmente necesitas un teléfono —dice Harper, con la mano en la
cadera.
—Buenos días a ti también.
Hace un gesto con la mano.
—Es demasiado pronto para bromas.
—¿Pero no para críticas? —Cierro y bloqueo la puerta del Sugar Cube,
reprimiendo sin éxito un bostezo—. Pero tienes razón.
—Sé que la tengo. Basta —me dice tapándose la boca con la mano—.
Esa mierda de bostezo es contagiosa, y acabamos de llegar. ¿Qué tal fue?
Cojo mi delantal atándome los cabos.
—¿Cómo fue el qué?
—Oh, mierda. —Harper me entrecierra los ojos—. Sabes exactamente
de lo que estoy hablando, lo que significa que tienes cosas que contar.
Suéltalo.
—Bien. Cuando llegué a su despacho, la recepcionista se muestra un
poco desafiante, pero entonces aparece Hayden y me invitó a pasar a su
despacho.
Los ojos de Harper se abren desmesuradamente y su mandíbula se
afloja.
—¿Y?
—Y le pregunté si la información valía algo para él. Resultó que sí.
—¿Cuánto?
Me muerdo el labio inferior, insegura sobre cuánto debo revelar. Mi
amiga no ha hecho más que apoyarme, sin embargo, está convencida que
las cosas entre Hayden y yo son más de lo que realmente parecen. Decirle
que me dio miles de dólares solo reforzaría su opinión. ¿Pero decirle que
me abrazó y me calmó como a una niña asustada? Jamás escucharía el final
del asunto.
—El sueldo de unos meses —digo.
Harper suelta un grito. El sonido resuena en la cafetería vacía y sonrío,
sacudiendo la cabeza.
—Esto es lo más enérgico que te he visto nunca.
—Considerando que son casi las seis de la mañana, probablemente
será algo puntual. ¡Dios mío! Esa información debe ser realmente
importante si está dispuesto a pagar tanto. Tenemos que celebrarlo.
Me acerco y dejo el periódico del Sr. Bailey en la mesa que le
corresponde.
—Acabo de recibir el dinero, ¿y ya quieres que me lo gaste?
Cruza los brazos y apoya la barbilla.
—Sí, quiero. Primero, en un móvil.
—Acepto. ¿Y lo segundo? —pregunto, regresando a su lado.
—Una noche de fiesta conmigo.
Sacudo la cabeza. Demasiado enérgicamente, si el dolor en la mirada
de Harper sirve de indicio. El sentimiento de culpa se apodera de mí,
haciéndome sangrar el corazón, y me reprendo interiormente.
—Me encantaría salir contigo, pero este dinero es para ayudarme a
librarme de un acosador. —Me doy una palmada en la frente—. No puedo
creer que haya llegado a este punto de mi vida.
Mi amiga sujeta mis hombros y me sonríe. Pretende ser alentadora,
pero hay una tirantez alrededor de su boca que no puedo descartar.
—Calista, trabajas más duro que nadie que yo conozca. Lo único que
te pido es que disfrutes de la vida en lugar de limitarte a sobrevivirla. ¿De
acuerdo? Además, no cumpliste tu parte de nuestro trato—. El Sr.-te-lachupo-encantada-Bennett vino a verte otra vez, y tú no flirteaste con él, así
que me debes una noche de fiesta.
Agacho la cabeza, evitando su mirada.
—No tengo nada que ponerme.
—Yo tengo un montón. Somos más o menos de la misma talla, así que
haremos que funcione. Di que irás.
—De acuerdo. —La simple aquiescencia hace que mi tensión
disminuya—. Estaría bien disfrutar por una vez.
—Eso es lo que estoy diciendo.
Echo un vistazo al reloj y me fijo en la hora.
—Hora de abrir las puertas.
—Será mejor que comience el día. Así podremos salir esta noche.
—¿Esta noche? —repito, con la voz aguda—. ¿Tan rápido?
Me guiña un ojo.
—Desde luego. Si no te saco ahora, pensarás demasiado y se te
ocurrirán un millón de razones para no ir. Vamos a hacerlo.
Se acerca a la puerta e inserta la llave. Cuando se abre la cerradura,
empuja la puerta de cristal, asomando la cabeza.
—Muy bien, perdedores dependientes de la cafeína, entrad aquí y
tomad vuestra dosis.
Me sitúo detrás de la caja registradora, reordenando los billetes que
hay dentro disimulando mi diversión. A veces me pregunto por qué Alex
no ha despedido a Harper. Es como una pistola cargada capaz de estallar
en cualquier momento. Es lo que la hace excitante y a mí cautelosa.
Mi turno comienza y continúa como siempre. Los clientes tienen prisa,
y yo hago todo lo posible por complacerlos, pero con una sonrisa. El
mundo está lleno de oscuridad, así que ¿por qué no intentar ser la luz en
el día de alguien?
Como de costumbre, mis pensamientos se desvían hacia Hayden
siempre que no estoy registrando algún pedido o charlando con Harper.
Por mucho que repaso lo ocurrido en su despacho, no consigo encontrarle
sentido a todo. Lo único que sé con certeza es que vi un lado de él que no
sabía que existía.
Puede que me tranquilizara de manera inflexible, pero fue tierno. Una
ternura de la que nunca le habría imaginado capaz. Ahora que lo he
experimentado, quiero más.
¿Por qué?
¿Estoy tan cegada por su aspecto que no puedo pensar más allá de la
atracción que siento por él? ¿O se ha tatuado una parte de mí que he
compartido sin querer? Es difícil enfrentarse a la vulnerabilidad, y más aún
exponerla a otra persona.
Hayden también compartió la suya conmigo.
Interiormente, sé que no es normal que hable de su madre. Y menos
teniendo en cuenta sus problemas con las drogas. Y con la adicción. No lo
dijo específicamente, pero hubo muchas cosas que no dijo en voz alta y que
yo capté.
Aun así, volvió a ser un chico cuidando de su madre al comienzo de
mi ataque de pánico. Mi corazón se expandió en mi pecho, haciéndolo
doler en su nombre. Puede que Hayden sea seguro de sí mismo y de
carácter fuerte, pero en el fondo es un ser humano, con experiencias y
emociones humanas.
Como el dolor.
Y necesidad.
—No te detengas —susurra—. Necesito más.
Me agarro al borde del mostrador buscando estabilidad mientras la
orden de Hayden se repite en mi mente, y la desesperación de sus palabras
me caldea por todas partes. Incluso en lugares donde no debería.
La puerta se abre y levanto la cabeza, poniendo una sonrisa en mi
rostro ocultando los pensamientos inapropiados de mi mente. Un
repartidor se acerca con un paquete en las manos. Es una pequeña caja
blanca, de no más de treinta centímetros, sin ningún logotipo que me dé
una idea de lo que hay dentro.
—¿Calista Green?
Frunzo el ceño.
—Soy yo, pero no he pedido nada.
El tipo encoge sus enormes hombros, sin duda adquiridos por su
trabajo físicamente exigente.
—Esto lleva tu nombre, así que es tuyo. Por favor, firma aquí.
Harper se acerca a mí y sus dedos ávidos cogen el paquete.
—Embalaje discreto... ¿Qué será esto? —Lo sacude y me sonríe—. Por
favor, dime que es un consolador.
Tanto el repartidor como yo dirigimos nuestras miradas hacia ella. Él
le sonríe y Harper menea sus cejas. Entretanto, cierro los ojos respirando
hondo para controlar el rubor.
—Aquí tienes —le digo, devolviéndole el bolígrafo—. Gracias.
Harper saluda con la mano.
—Que tengas un buen día, guapetón.
El tipo inclina la cabeza en nuestra dirección.
—Hasta la próxima.
Antes que el hombre atraviese el marco de la puerta, Harper está
abriendo el paquete como un niño en la mañana de Navidad. O un
demonio abriendo la caja de Pandora.
—¡Un móvil! Deja el paquete ya abierto y se vuelve hacia mí—. Joder,
qué rápido.
Sacudo la cabeza, la confusión grabándose en mis facciones.
—Pero no he pedido ninguno. —Tardo un momento en caer en la
cuenta—. Hayden.
—¿Él hizo esto?
—Sí. Dijo que él...
Harper agita la mano delante de mi cara.
—¿Qué te dijo?
—No sé cómo decir esto sin que suene raro.
—Oh, tesoro, me desvivo por lo raro.
Independientemente de la situación en la que me encuentre, mi amiga
nunca deja de hacerme sentir mejor. Mi amor por ella aumenta hasta que
siento que va a salir de mí. La rodeo con mis brazos en una muestra de
afecto poco habitual en mí. Ella no tarda en devolverme el abrazo.
—Gracias —le digo.
—¿Por qué?
—Por todo. Por no juzgarme. Por apoyarme. Por ser una amiga
increíble.
Nos separamos y me sonríe.
—Cuando quieras, cariño. Sé que harías lo mismo por mí. —Harper
hace un movimiento circular con la mano—. Ahora cuéntame la rareza.
Tomo aire y me lanzo.
—Cuando hablé ayer con Hayden, me dijo que quería mi número de
teléfono para tenerme accesible en todo momento, porque no le gusta que
le hagan esperar. Cuando le dije que no tenía teléfono, me dijo que lo
arreglaría inmediatamente.
Señalo la caja.
—Él lo cumplió.
—¿Por qué es tan raro?
—Dijo que tenía que 'contestar a sus llamadas y responder
rápidamente a sus mensajes tan pronto los recibiera' —digo,
entrecomillando mientras pongo los ojos en blanco—. Me siento como si él
fuera mi hermano mayor y yo su hermana pequeña. Como si yo fuera
alguien a quien le molesta tener que cuidar.
Las cejas de Harper se levantan, casi desapareciendo en el nacimiento
de su cabellera.
—Cielo, si la forma en que te mira ese hombre es fraternal, entonces es
que le va el incesto seriamente, porque no hay nada en la forma en que te
contempla que diga 'parentesco'.
Mi boca permanece abierta y me quedo allí, parpadeando una y otra
vez.
—Me estás escuchando —me dice. Mi amiga levanta las manos para
hacer comillas al aire, su postura burlona—. Ese hombre quiere
demostrarte 'amor fraternal' como nadie.
Cojo el móvil como excusa para no mirarla. Nada más encenderlo, el
aparato suena, indicando un mensaje de texto. Reviso rápidamente los
ajustes y compruebo que ya está todo programado.
Incluido el número de Hayden Bennett en los contactos.
Hayden: Tan pronto recibas el móvil, envíame un mensaje de texto
para saber que lo has recibido y que todo funciona correctamente.
Mis dedos comienzan inmediatamente a escribir un mensaje, como si
tuviera la voz de Hayden en la oreja y estuviera a mi lado. Odio cómo mi
cuerpo le obedece antes que mi mente haya tenido la oportunidad de
pensarlo.
Calista: Así es. Gracias por el móvil.
Hayden: No hay de qué. Llévalo siempre encima y contéstame
siempre.
Calista: �
Cuando no responde inmediatamente, suspiro. ¿De verdad creí que la
breve ternura que experimenté por su parte continuaría? Supongo que sí,
ya que la decepción me invade. Pero me equivoqué. En todo caso, está más
distante. Me saca de quicio y el calor florece en mis mejillas.
Calista: El emoji era una broma.
Hayden: Cuando digas algo gracioso, me reiré.
Calista: Dudo que sepas cómo.
Hayden: ¿Has terminado?
Miro fijamente el teléfono. Poner fin a esta conversación es lo único
sensato que puedo hacer. Es eso o mostrar mi culo enemistándome más
con él, lo que no serviría de nada. Aunque sea tentador.
Calista: Me aseguraré de llevar el teléfono conmigo al trabajo.
Hayden: No te separes de él y asegúrate de contestarme.
Frunzo el ceño ante su brusquedad. Por muy agradecida que esté a
Hayden por haber pagado este teléfono y haberme dado dinero, sigue
teniendo un precio. Uno que ojalá no hubiera tenido que pagar.
Calista: �
Hayden: Ese tipo de respuesta está por debajo de tu inteligencia, Srta.
Green.
Calista: �
Hayden: ¿Es un patético intento de flirtear conmigo o me estás
provocando deliberadamente?
Aprieto los dientes y apago el teléfono antes de arrojar el maldito
cacharro al otro lado de la habitación. Tras meterme el aparato en el
bolsillo, exhalo un suspiro, decidida a alejar mis pensamientos de aquel
exasperante hombre.
Alguien se acerca al mostrador y levanto la cabeza, con un saludo en
los labios.
—Bienvenido al...
Las palabras mueren en mi lengua, su sabor algo amargo y rancio
cuando mi cerebro registra a la persona que está al otro lado del mostrador.
La última persona que esperaba ver.
CAPÍTULO 22
Calista
Mi ex prometido.
En mi trabajo.
Llevo unos vaqueros rotos, una camiseta demasiado gastada y el
cabello recogido en una coleta. Está tan lejos de la apariencia arreglada y
elegante a la que estaba acostumbrada. Sin mi collar de perlas, estoy aún
más alejada de mi antiguo yo, pero no puedo esconderme tras mi atuendo
informal.
Sin duda, Adam me reconocerá.
Su abrigo color carbón y su bufanda color oliva me resultan
dolorosamente familiares. No porque lo eche de menos, sino porque su
presencia me recuerda otra vida, la anterior a la caída en desgracia de mi
familia en muchos aspectos. Mirar a mi ex amenaza con abrir un baúl de
recuerdos llenos de momentos tiernos, silencios amenos y risas.
No solo con él, sino con mi padre.
Se me corta la respiración y me obligo a exhalar, a liberar los restos de
mi pasado. No gano nada lamentándome por lo que he perdido. Aunque
aún me duela el corazón.
La mirada de Adam se fija en mí y la sorpresa se refleja en su atractivo
rostro, pero enseguida queda oculta por una máscara de indiferencia. El
escalofrío de su respuesta me hiere, me abre en canal y deja que mis
inseguridades se desangren. Ahora me cubren y las lágrimas punzan mis
ojos. Empuño mi mano, clavándome las uñas para evitar derrumbarme.
No le daré esa satisfacción.
—Hola, Calista —dice Adam. Su voz es tal como la recuerdo, suave y
convincente, capaz de tranquilizar a alguien al instante. Lástima que esté
insensibilizada a eso. Y a él—. Ha pasado mucho tiempo.
—Sí, así es.
Asiente con la cabeza, sus ojos castaños claros, en lugar de nublados
por la calidez. O arrepentimiento. Nunca entenderé cómo pensé que lo
amaba, cómo miré esos ojos con afecto y pensamientos de un futuro juntos.
No cuando el hombre con el que se suponía que iba a casarme me dejó a
causa de la inculpación de mi padre.
Adam ni siquiera esperó al veredicto final.
—¿Cómo estás? —pregunta.
Quiero escupirle mis problemas, echárselos a los pies, pero me
abstengo. No quiero que sepa el papel que ha desempeñado en mi lucha
por sobrevivir. La que combato a diario.
—Estoy bien. ¿Qué te pongo?
—Un chai latte.
Cojo una taza y el rotulador permanente y escribo allí su pedido.
Después de acercarme y dárselo a Harper, quien me mira como un halcón,
vuelvo a la caja y le doy a Adam el total. Saca un billete de cien dólares.
—Quédate el cambio.
La ira, ardiente y abrasadora, arde en mi pecho y calienta mi rostro.
Lo fulmino con la mirada y le devuelvo el cambio, golpeando los billetes
contra el mostrador. Así como las monedas.
—No necesito tu compasión.
Harper se acerca, situándose a mi lado, levantando la barbilla hacia
Adam.
—¿Quién es este idiota?
Entre la furia y los nervios que me recorren la piel, casi me parto de
risa ante su burdo comportamiento. Debería habérmelo esperado, pero de
algún modo mi amiga siempre me sorprende. Y la quiero por ello.
—Harper, te presento a Adam Thompson, mi ex prometido. Adam,
ella es Harper, mi mejor amiga.
Ella asiente una vez y coge el rotulador para garabatear algo en su
taza. Luego le dedica una acaramelada sonrisita.
—Aquí tienes tu pedido. Espero que te atropelle un autobús al salir.
Mis ojos se agrandan, lo que me permite ver claramente el tachado del
nombre de Adam, así como la nueva palabra añadida. Capullo.
Me rio a carcajadas. El insulto queda registrado, y Adam fulmina a
Harper con la mirada, su fachada se resquebraja lo suficiente para que
veamos su irritación. Ella le lanza un beso y le muestra su dedo medio, lo
que me hace reír aún más. Cuando se me saltan las lágrimas, no son de
tristeza, lo cual es un alivio.
Mi ex se apresura a guardar las apariencias. Recoge su dinero y tira el
café a la basura al salir. Mi diversión continúa, aunque creo que es una
decisión acertada. No me extrañaría que Harper tuviera algunos laxantes
cerca, reservados para 'clientes especiales'.
—No puedo creer que quisieras casarte con ese imbécil —me dice.
Me limpio las lágrimas de los ojos y asiento con la cabeza.
—Es verdad. Pero, en mi defensa, no sabía que era un imbécil
superficial.
—Te perdono.
—Gracias. —Agarro su mano y la aprieto suavemente—. Siento que
debería abrazarte de nuevo.
Me guiña un ojo.
—Solo un abrazo por turno. Debo decir que hoy ha sido una locura.
Probablemente sea bueno que salgamos esta noche. Lo necesitas realmente.
No estoy segura si estoy de acuerdo, pero una cosa es segura: los
hombres que me han atraído apestan. Sin Adam, solo queda Hayden.
Y no estoy segura de poder librarme de él.
CAPÍTULO 23
Calista
Estoy en el infierno.
La música de baile retumba en la discoteca, y cada latido vibra en mi
pecho. Unas luces de neón parpadeantes iluminan la oscuridad, lo
suficiente para revelar el gran espacio abierto donde baila la gente, con sus
cuerpos moviéndose al compás de las canciones a todo volumen a nuestro
alrededor. Una barra se extiende a lo largo de la pared derecha, y los
coloridos paneles LED que hay detrás me permiten distinguir la gran
variedad de botellas y vasos.
El aire es cálido y denso, lleno de aromas de perfume, colonia, sudor
y alcohol. Aprieto las manos cuando mis dedos se crispan, mi cerebro me
grita que coja el desinfectante en miniatura del bolso. Si no hiriera los
sentimientos de Harper, me empaparía en él ahora mismo.
—¿Quieres bailar o beber primero? —pregunta, su voz fuerte en mi
oído.
—Lo que tú quieras.
—¡Bebida!
Me coge de la mano y la sigo, observando la sección VIP del fondo del
club, a la izquierda de la barra. Aunque este espacio exclusivo no tiene
barreras físicas que impidan la entrada al resto de los clientes, hay dos
guardias de seguridad justo fuera de la entrada. Dentro de la zona hay
lujosos sofás y mesas privadas, y personas bien vestidas tomando sus
bebidas mientras contemplan la escena ante ellos. O ignorando al resto.
—¿Cuál es tu bebida preferida? —me pregunta Harper. Me acerca a
su lado, frente a la barra, y me pasa un brazo por el hombro. Su agarre
seguro me hace sentir menos vulnerable ante los innumerables ojos que
podrían estar observándonos.
—Vodka sour de cereza —le digo.
—Vodka sour de cereza para ella. —Me señala y después a sí misma,
guiñándole un ojo al camarero. El rubio alto le devuelve el gesto, y la
sonrisa de Harper se ensancha—. Y yo tomaré un martini de manzana —
dice—. Mejor seguir con el tema afrutado.
Le doy las gracias con la cabeza sin perder de vista al camarero.
Observo cada movimiento suyo, cada movimiento de sus dedos, sin perder
nunca de vista el vaso. Ni siquiera para pestañear.
Porque eso es todo lo que hace falta para que alguien te drogue.
Cuando entrega las bebidas sin ningún signo de juego sucio, me relajo
y bebo un sorbo. El alcohol se desliza en mi estómago, calentándome
inmediatamente por dentro. Harper bebe un gran trago del suyo y me
sonríe.
—¡A la pista de baile con tu culo sexy!
Las luces parpadeantes del techo revelan las facciones de Harper.
Tiene la cara excitada, y el maquillaje ahumado acentúa la forma y el color
de sus ojos verdes. Su melena pelirroja salvaje está recogida en un moño
desordenado en la cabeza, y sus labios están teñidos de rojo, combinando
muy bien con el brillante minivestido dorado, ciñendo a su cuerpo. Es tan
encantadora que resulta difícil mirar a otra parte que no sea a ella.
En contraste con el aspecto brillante y resplandeciente de Harper, mi
atuendo es un sencillo vestido negro ajustado al cuerpo. El escote
pronunciado fue un problema cuando mi amiga me sugirió que me lo
pusiera, pero luego me retó a no ser una nenaza. Así que aquí estoy,
llevando algo que me hace sentir sexy y expuesta a la vez.
Es parecido a lo que siento siempre que estoy cerca de Hayden.
—Vamos, preciosa —me dice Harper, apartándome de mis
pensamientos sobre cierto abogado—. Veamos lo que tienes.
Sacudo la cabeza con una pequeña carcajada.
—No tengo mucha coordinación.
—Seguro que es mentira. Haz lo que yo hago.
Bebida en mano, mi amiga se transforma en una diosa ante mis ojos.
Harper se balancea al ritmo de la música como si cada compás y cada nota
la controlaran. Con los ojos cerrados y los brazos levantados, se mueve con
una gracia sensual que llama la atención, y la gente que nos rodea la
observa con un interés inconfesable. Es hermosa a la vista.
Algunos hombres se acercan a ella, pero se limita a sonreírles
acercándose a mí.
—Vamos, Calista. Hagamos esta mierda.
Me bebo la mitad del contenido de mi vaso, ya que necesito todo el
valor líquido que pueda conseguir. Luego me dejo llevar por la energía de
la multitud y el ritmo de la música. Además de haberle prometido a Harper
que vendría, olvidarme de todo en mi vida por unas horas de paz es la
razón por la que estoy aquí.
Sin padre asesinado.
Ni acosador espeluznante.
Nada de Hayden.
Bailamos varias canciones que van enlazándose una con otra. Me
palpitan los músculos de las piernas y tengo la frente húmeda de sudor
debido al esfuerzo, pero la felicidad que me invade -gracias, vodka- es algo
que no quiero que termine. Si esto es ser joven y despreocupado, le debo a
Harper mi gratitud por persuadirme de ir más allá de mi zona de confort.
Ayuda que siga rechazando parejas de baile masculinas en favor de
quedarse conmigo.
—Esto es increíble —le digo, gritando para que se me oiga por encima
de la música.
Ella asiente.
—Lo sé, ¿verdad? Hagamos un descanso y tomemos otra copa.
—De acuerdo.
Harper me coge de la mano. Una vez llenos nuestros vasos, me
conduce a una pequeña cabina cerca de la sección VIP. Un hombre vestido
con una camisa de aspecto caro y pantalón negro levanta la mano e inclina
su copa en nuestra dirección. Desvío la mirada, sabiendo que no intenta
llamar mi atención.
—Hottie 3, a las nueve en punto —me dice Harper, inclinándose hacia
mí—. Tiene el cabello castaño y una bonita sonrisa, y no deja de mirarte.
—¿El de la sección VIP?
—Ah, así que te has fijado en él. Sí, ese. —Me sonríe.
—Pensé que te miraba a ti. No es que le culpe. Estás guapísima.
—Gracias, pero no te desvíes. Sé que estás colada por el Sr.-Ahógamepapaíto-Bennett, y lo entiendo. Posiblemente sea el tío más caliente que he
visto nunca. Sin embargo —dice ella, alargando la palabra—, no ha hecho
ningún movimiento.
Tiene razón.
Incluso si fuera el tipo de mujer que podría practicar sexo sin dejar que
mis sentimientos se involucraran, no puedo imaginarme a alguien como
Hayden mezclando negocios con placer. Y sin duda estoy en la primera
categoría después de transferir diez mil dólares a mi cuenta. Me pregunto
si estaría interesado en mí si no tuviera las respuestas que busca...
—Disculpad.
Harper y yo giramos la cabeza hacia la voz y nos encontramos con una
camarera de pie frente a nuestra mesa. Su cabello oscuro en punta y su
delineador de ojos negro atraen mi mirada y ella me sonríe.
—El caballero de allí —me dice, señalando al hombre sobre el que
acabamos de hablar—, quiere invitaros a una copa, señoritas.
3
Hottie: en jerga inglesa, bombón, buenorro, caliente, belleza etc…
Tapo la boca de mi vaso con la palma de la mano. Harper frunce las
cejas al ver mi reacción y me encojo interiormente. Algún día le explicaré
mi comportamiento, pero no esta noche.
—Estoy bien.
La camarera desliza su mirada hacia Harper.
—¿Y tú?
Mi amiga me mira y yo me pongo rígida bajo su escrutinio, pero luego
sonríe.
—Estamos bien, pero por favor, dile 'gracias'.
La camarera asiente.
—Que paséis buena noche y avisadme si necesitáis algo. Soy Kat.
En cuanto nos quedamos solas, Harper se mueve en su asiento para
mirarme.
—¿Qué te pasa?
—No quiero deberle nada a nadie ni darle la impresión de estar
interesada.
—Pero sí que estás interesada. —Mi amiga pone los ojos en blanco y
mira brevemente al techo—. Necesitas olvidarte de ese abogado y de tu ex.
Prueba otros sabores. La mayoría de los hombres son estúpidos, pero no
todos son idiotas. Al menos, eso es lo que me digo a mí misma.
Me muerdo el interior de la mejilla, reflexionando sobre sus palabras.
—Podría darle una oportunidad, pero me lo estoy pasando muy bien
contigo. Es la mejor noche de chicas que he tenido nunca. No quiero
arruinarla con un tipo que podría resultar ser un capullo.
—Bien, pero no nos iremos sin su número. ¿De acuerdo?
Una sonrisa pícara se abre paso en mi boca.
—No estoy del todo segura que al Sr. Bennett le hiciera gracia que
utilizara el teléfono que me dio para enrollarme con un tío cualquiera en
un club, pero ¿a quién le importa? No debería habérmelo dado si no quería
que lo utilizara.
—Así es. —Cuando Harper levanta la copa, yo hago lo mismo—. Por
los móviles y las llamadas eróticas —dice.
Pego mi vaso al suyo y doy un largo trago. El vodka me golpea de
nuevo, haciendo que mis venas se sientan como si estuvieran llenas de
azúcar y picardía.
—¿Quieres saber algo? —pregunto.
—¿Qué?
—Antes apagué el teléfono porque estaba enfadada con Hayden por
darme órdenes como a un puto soldado de su ejército. Pero se me olvidó
volver a encenderlo desde que entró Adam y me lanzó a un bucle. Un
jodido y enorme bucle.
Suelto una risita y Harper sonríe mientras sacude la cabeza.
—Te sientes muy bien ahora mismo. Maldiciendo como un marinero
y todo eso. Es agradable verte disfrutar y soltarte. Debería emborracharte
más a menudo.
—No estoy borracha, pero estoy feliz. —Le dedico una gran sonrisa,
como si tuviera algo que demostrar. Pero con Harper no. Ella me acepta tal
como soy—. Y creo que eres la mejor amiga que he tenido nunca.
—Ah, nena, lo mismo digo.
Estoy en el cielo. Esta noche ha resultado mejor de lo que imaginaba
cuando entré. Ahora, lo único que quiero es bailar un poco más y
olvidarme de Hayden todo el tiempo que pueda.
—No mires —me dice Harper—, pero el tipo del VIP viene hacia aquí.
Y se trae a su sexy amigo—. Cuando desvío la mirada hacia la izquierda,
mi amiga me sisea—. ¡Dios, eres tan evidente! Al menos saca el móvil para
que te dé su número.
—De acuerdo.
Me trago los nervios agolpados en la garganta y abro la cremallera del
bolso. Tras encender el aparato, lo miro fijamente para no mirar al tipo
misterioso que se acerca en nuestra dirección. Sigo pensando que está
interesado en Harper, pero sujetar el teléfono me da algo que hacer.
La pantalla cobra vida, iluminando el horror que tiene que estar
envolviendo mi rostro.
Hay dieciocho notificaciones. Trece mensajes sin leer. Cinco llamadas
perdidas.
CAPÍTULO 24
Calista
He vuelto al infierno.
Porque Hayden es el diablo.
Leo sus mensajes, y mi mirada se hace más y más amplia con cada uno
hasta que estoy segura que se me van a salir los ojos de la cabeza.
Hayden: Voy a suponer por tu falta de respuesta que me estás
provocando.
Hayden: Tienes que dejarlo.
Hayden: ¿Aún sin confirmación? Tsk. Tsk. Quizá estabas flirteando
conmigo.
¿Lo hacía? Con el alcohol calentándome la sangre, es difícil recordar
mis intenciones de hoy, pero no puedo negar que no me habría importado
que Hayden me hubiera devuelto el flirteo. Obviamente, eso era
demasiado esperar. Dados sus modales prepotentes, provocarle era mi
principal objetivo cuando apagué el teléfono.
Y vaya si funcionó.
Hayden: En cualquier caso, nuestra relación es estrictamente
profesional y debe seguir siéndolo.
Hayden: Quiero que estés de acuerdo con esto, Srta. Green.
*Llamada perdida de Hayden Bennett.
Hayden: No has contestado a mis mensajes y ahora mi llamada va
directa al buzón de voz...
Hayden: No soy un hombre paciente. No me pongas a prueba.
Hayden: Definitivamente me estás poniendo a prueba.
Hayden: Créeme cuando te digo que no te gustarán los resultados.
Hayden: Callie, ¿estás herida?
*Llamada perdida de Hayden Bennett.
*Llamada perdida de Hayden Bennett.
*Llamada perdida de Hayden Bennett.
Hayden: He recibido confirmación que estás en el trabajo, Srta. Green.
Hayden: Ahora que sé que estás a salvo, mi temperamento está en
alza.
*Llamada perdida de Hayden Bennett.
Hayden: Tu turno en la cafetería ha terminado, así que no tienes
excusas para no devolverme las llamadas o los mensajes. A estas alturas,
una afirmación electrónica no será suficiente para satisfacerme. La recibiré
en persona.
Mis manos comienzan a temblar tanto que casi dejo caer el móvil. Y lo
hago cuando llega otro mensaje de texto. El aparato repiquetea sobre la
mesa y lo cojo, ignorando la mirada de Harper taladrándome el costado de
la cabeza.
Hayden: ¿Disfrutando de la noche, Srta. Green?
Calista: Sip. hblmluego.
—Buenas noches, señoritas.
Levanto la cabeza y cierro la boca tan rápido que mis dientes
chasquean. Bloqueo la pantalla del teléfono y lo meto en el bolso,
dibujando una sonrisa en mi rostro. Los dos hombres de la sección VIP que
están junto a nuestra mesa son más atractivos de cerca que de lejos.
Y eso es decir mucho.
El primero es rabiosamente apuesto, con el cabello castaño
artísticamente despeinado y una sonrisa pícara capaz de llenarme el
estómago de mariposas. Su físico atlético se exhibe en una camisa de cuello
abierto y un pantalón sastre, y la gracia despreocupada con la que se
mueve es un testimonio de sus pasatiempos, a la vez ociosos y placenteros.
Si fuera la primera vez que me encontrara con un hombre así, estaría
impresionada. Sin embargo, me he encontrado con gente como él desde el
día en que supe hablar.
Su acompañante posee una pulcritud y un refinamiento que aluden a
un linaje adinerado y una educación. Lleva el cabello rubio peinado hacia
atrás sobre una frente aristocrática, y sus penetrantes ojos azules observan
la sala como si buscaran una diversión para escapar del aburrimiento. Sus
anchos hombros rellenan una inmaculada camisa de botones, combinada
con un pantalón que cuelga a la perfección de su estrecha cintura,
ciñéndose a sus musculosos muslos. Sin duda, un jugador de tenis.
De nuevo, este tipo de hombre no es nada nuevo para mí. Sobre todo
cuando visitaba un club de campo, como hacía a menudo mi padre.
Conmigo a cuestas.
—Hola —dice Harper.
Saludo con la mano, incapaz aún de formar palabras coherentes. Es
difícil hacerlo mientras escudriño el lugar en busca de cualquier señal de
un trastornado abogado acechando en las sombras. Al no encontrar nada,
desvío mi atención hacia la pareja que me mira con interés no disimulado.
—Soy Darren —dice el rubio—. Y él es Levi.
—Soy Harper y ella es Calista —dice mi amiga.
—Es un placer conoceros finalmente. —Levi hace un gesto hacia la
sección VIP—. Queríamos invitaros a acompañarnos, pero cuando
rechazasteis nuestro regalo, no podía irme sin intentarlo de nuevo—. Me
mira, y su sonrisa se amplía cuando un rubor se abre paso en mis mejillas—
. ¿Podemos unirnos a vosotras?
Harper asiente.
—¡Claro!
Levi ocupa el sitio vacío a mi lado, atrapándome entre su cuerpo y el
de Harper. Cojo mi bebida y vacío el vaso, dándome un momento para
recuperar la compostura.
—¿Quieres otra? —me pregunta Levi, inclinando la cabeza en
dirección a mi vaso vacío—. Estaré encantado de invitarte a lo que quieras.
Me aclaro la garganta.
—Estoy bien, pero gracias.
—¿Te lo estás pasando bien?
—Sí. ¿Y tú?
Levi se inclina más hacia mí. Su fragancia llena mis sentidos y casi
suspiro. Es un aroma limpio con toques de limón que me recuerda a mi
desinfectante de manos. No es exactamente sexy para una chica normal,
pero la limpieza me resulta atractiva.
—Estoy bien ahora que tengo la oportunidad de hablar contigo —me
dice.
—Gracias.
Harper da un trago a su bebida y la utiliza para lanzarme una mirada
mordaz, exasperación y ánimo a partes iguales. No sé cómo decirle que no
soy una sensual mujer fatal. En todo caso, apenas sé ligar y no muy bien.
Evidentemente.
—Entonces, ¿a qué te dedicas? —pregunto.
A mi amiga se le afina la boca y pone los ojos en blanco antes de volver
su atención hacia Darren. Me ha despedido y me ha dejado a mi aire.
Hablando de eso...
Recupero el zumbido del teléfono de mi bolso y encuentro una
notificación en la pantalla.
Hayden: Esta conversación no ha terminado, Srta. Green. ¿Con quién
estás?
Ignorando que se me acelera el pulso y me sudan las manos, Levi me
contesta.
—Tengo una empresa de tecnología. En realidad, es aburrido. Quiero
saber de ti.
—No hay mucho que contar —le digo—. Simplemente soy normal.
—Tu belleza es cualquier cosa menos normal.
—Gracias.
—¿Quieres bailar, Calista? Te he visto bailar antes y tengo que admitir
que no podía dejar de mirarte.
Separo los labios para responder, pero mi móvil vibra en mi regazo.
Otra vez. Mierda.
Hayden: Voy a buscarte.
—Mierda. —Escaneo de nuevo el texto, solo para asegurarme de estar
leyéndolo correctamente. A lo mejor estoy borracha—. Lo siento —le digo
a Levi—. Mi hermano mayor es muy protector. Y muy molesto. No deja de
mandarme mensajes hasta que tiene noticias mías. Dame un segundo.
—Tómate tu tiempo.
Calista: En primer lugar, Sr. Bennett, no debería saber dónde estoy. Y
si lo sabes, tenemos que hablar de los jodidos límites. En segundo lugar,
estoy ocupada, así que esta conversación puede esperar hasta mañana.
Calista: mañana* ups.
Hayden: En primer lugar, el lenguaje. Segundo, los límites no existen
entre nosotros. Tercero, deja de beber.
Calista: *pidiendo otra jodida copa*�
Hayden: Más vale que sea un puto vaso de agua. No quiero que
vomites en mi coche cuando te lleve a casa.
Calista: No voy a ir a ninguna parte, así que déjame en paz. A
diferencia de ti, aquí hay un hombre que está realmente interesado en mí.
Hayden: Si te toca, lo que hice la última vez parecerá una broma en
comparación.
Calista: No voy a responderte más esta noche. Tenga la amabilidad
de irse a la mierda, Sr. Bennett.
Hayden: Definitivamente estoy jodiendo algo, Srta. Green.
Guardo el teléfono en el bolso y me vuelvo para mirar a Levi, rezando
para que no se note la excitación que me recorre. Discutir verbalmente con
Hayden puede que sea lo más ardiente y excitante que he hecho nunca.
Estoy más excitada que en toda mi vida. Todo por sus mensajes.
Jodidamente ridículo.
—¿Has convencido a tu hermano que estás en buenas manos? —Levi
sonríe ampliamente, y las luces de arriba muestran sus dientes
perfectamente rectos—. No me gustaría que se preocupara por ti.
Resoplo.
—No quiero hablar de mi hermano. ¿No has mencionado lo de bailar?
—Absolutamente.
Levi sujeta mi mano para sacarme de la cabina y llevarme a la pista de
baile. Harper y Darren se apresuran a seguirle, pero me olvido
inmediatamente de mi amiga cuando Levi me agarra de las caderas y me
atrae hacia él. Su musculoso pecho y sus duros muslos me presionan la
columna y las piernas, haciéndome demasiado consciente de lo sexual que
puede ser bailar.
Me balanceo al ritmo de la música y Levi está ahí, con su aliento
rozándome el cuello y sus dedos estrechándome con fuerza. Solo que en
mi mente es Hayden. La reacción de mi cuerpo a esa imagen es fuerte. Mis
bragas, ya húmedas por nuestros mensajes, se empapan ante la idea de él
abrazándome así, con su polla rozándome el culo y sus labios recorriendo
mi cuello.
—Estás jodidamente sexy —me dice Levi al oído.
Me giro para mirarle por encima del hombro, aun moviéndome al
compás del bajo retumbante.
—Gracias.
Se aprieta contra mí, sus dedos se clavan en mi vestido para
mantenerme cerca. Para controlarme. Se lo permito, deseando liberarme de
la carga que supone elegir. Desde que comenzó mi nueva vida, no he hecho
otra cosa que tomar decisiones difíciles, pero esta noche dejo que otra
persona me dirija. Hay una cierta liberación en esto que nunca había
apreciado hasta ahora.
Por fugaz e insignificante que sea, voy a empaparme de ella.
Levi me gira para ponerme frente a él, y casi tropiezo. Me sujeta
firmemente, sonriéndome mientras me pasa los brazos por el cuello.
Después, su pecho se pega al mío y su polla se acomoda entre mis muslos.
El baile es definitivamente sexual.
No es que me moleste. Es agradable que te vean y te aprecien como
mujer. Es algo que me gustaría que hiciera Hayden.
—¿Puedo besarte, Calista? —pregunta Levi, su aliento rozando mi
boca.
Lo miro fijamente, clavando la mirada en sus ojos castaños y deseando
que fueran azules. ¿Me ha arruinado Hayden para otros hombres? No
tengo la respuesta a eso, pero en el supuesto que pudiera ser cierto,
necesito superarlo. Y quitarme este extraño control que ejerce sobre mí.
Cuando asiento con la cabeza, dando permiso a Levi, lo hago sin
pensar en Hayden.
Solo para que aparezca justo detrás de Levi, cuando inclina la cabeza
para besarme.
La mirada de Hayden se encuentra con la mía, el azul de su interior ya
no es hielo. Sus ojos son un par de llamas azules, de la temperatura más
caliente, ardiendo con una ira impía que se siente como una ola de calor
barriendo mi ruborizada piel. Me abrasa, convirtiéndome en ceniza
indefensa ante cualquier tipo de fuerza.
Ahora mismo, ese es Hayden.
Pone una mano en el hombro de Levi y lo aparta de mí. Me quedo con
la boca abierta y los brazos caen a los lados mientras veo a Hayden
enfrentarse a Levi como un marido enfurecido. A pesar de no haberme
besado nunca y, desde luego, no habérmelo pedido.
Harper está a mi lado en un instante. Es obvio que controla
plenamente sus facultades mientras yo sigo absorbiendo la violenta
tormenta que se desata frente a mí: Hayden, una tempestad empeñada en
destruir todo lo que encuentra a su paso.
¿Eso me incluye a mí?
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
No tengo la más mínima idea. Y aunque la tuviera, no puedo apartar
la vista de la escena que se desarrolla en la pista de baile. Varias personas
han retrocedido, creando un espacio libre para Hayden y Levi. Un
movimiento inteligente.
—¿Qué coño pasa, tío? —grita Levi.
Hayden no le responde. No, me mira directamente a mí.
—¿Quiere explicárselo, Srta. Green?
Su voz, tranquila y uniforme, se oye fácilmente por encima de la
música alta. O quizá sea solo el efecto que tiene sobre mí. Sacudo la cabeza.
Enérgicamente.
—¿Este es el hermano del que hablabas? —me pregunta Levi—. Ya
veo por qué piensas que es un capullo prepotente.
Hayden arquea una ceja mirándome y me estremezco.
—¿Hermano? —repite. El abogado chasquea la lengua en señal de
advertencia—. Srta. Green, creía que estaba por encima de las mentiras. —
Luego se vuelve hacia Levi—. Si soy su hermano, entonces las cosas que
quiero hacerle van más allá de lo incestuoso.
—Te lo dije. —Harper sisea en mi oído, agarrándome del brazo.
Cuando Hayden se lleva la mano al gemelo derecho, tanto Harper
como yo nos ponemos rígidas.
—Oh, mierda —dice ella.
Repito el sentimiento en voz baja. La última vez que Hayden actuó así,
estaba más que dispuesto a darle una paliza a alguien por acosarme.
¿Importa que yo animara a Levi en esta situación? Si la furia grabada en
las facciones de Hayden sirve de indicio, entonces le importa un bledo.
—Te lo advertí —me dice.
Si te toca, lo que hice la última vez parecerá una broma en comparación.
La advertencia suena fuerte y clara como el golpe de un gong,
reverberando en mi cabeza. Mi miedo, en nombre de Levi y en el mío
propio, me impulsa hacia delante. Me zafo del brazo de Harper y me
precipito hacia Hayden, interponiéndome entre él y Levi.
—Por favor —le digo, tendiéndole las manos—. No lo hagas.
Hayden deja caer el gemelo con forma de serpiente en mi palma
levantada. El rubí del ojo de la serpiente me guiña cuando las luces de
arriba lo iluminan. Cierro la mano en torno al trozo de metal y me acerco
al hombre que tengo delante.
El que está dispuesto a defenderme una vez más.
Lo quiera o no.
—Estás tan hermosa cuando suplicas —me dice Hayden. Alarga la
mano hacia el otro gemelo, y me trago la bola de nervios acumulada en mi
garganta—. Por mucho que me guste presenciar eso, necesito que
entiendas que lo que digo va en serio.
Me entrega el otro gemelo y comienza a subirse la manga. Un pánico
jamás conocido recorre mis brazos y piernas como una corriente eléctrica,
provocándome una sacudida. Con una mano agarrando sus joyas, uso la
otra para agarrar su camisa de vestir. Mis dedos se enroscan en el caro
material y me pongo de puntillas, aún sin llegar a su altura, ni siquiera con
tacones.
Entonces lo beso.
CAPÍTULO 25
Hayden
Ese mismo día...
Calista Green logró atravesar.
Cada barrera.
Cada defensa estratégicamente colocada.
Cada parte de mí que he mantenido oculta.
Me ha visto. Abierto y emocionalmente vulnerable, una zona de
debilidad que detesto, y aun así se ha quedado. No me ridiculizó, ni algo
peor, me compadeció. En lugar de eso, mostró compasión.
Algo de lo que carezco.
Algo de lo que deseo más.
Únicamente de ella.
Aunque es la mujer más hermosa que he conocido, el lado cariñoso y
atento de Calista es lo que me resulta más atractivo. Es lo que me ha atraído
de ella desde el principio, a pesar de haber intentado una y otra vez
descartarla. A pesar de mis esfuerzos, anhelo lo que ella me da con un
hambre, devorándome día a día.
Cada hora.
Cada puto segundo.
Es lo que me impulsó a consolarla en este despacho. Nada menos que
en horas de trabajo. Y ella fue la primera.
Pensé que su ataque de pánico había desencadenado mi respuesta
automática, la que estaba arraigada en mí debido a mi pasado. Pero no fue
así. Quería ayudarla.
Tan perplejo como estaba por mi comportamiento, el placer que recibí
de ello me confundió aún más. No había desagrado. No solo eso, sino que
disfrutaba abrazando y consolando a Calista.
Me tranquilizaba de una forma que nunca había sentido.
Y nunca habría dejado de hacerlo si ella no se hubiera marchado.
Me he vuelto adicto a ella. Lo sé y no voy a seguir negándolo. Pero lo
que no puedo aceptar es mi necesidad de ella. Lo fuerte que es.
Hasta qué punto lo abarca todo.
Ha anulado mi control. Como un vórtice, me atrae hacia ella, dejando
atrás mis objetivos y deseos -incluso mi necesidad de justicia- hasta que no
existe nada excepto ella.
No he matado a nadie desde el día en que enterró a su padre.
Bueno, excepto a Jim. Pero eso fue por Calista, no por mí.
Estos mantienen la ley y el orden, la paz en el caos y el castigo en el
crimen. El sistema judicial no siempre es justo, por eso no siento la
necesidad de actuar en él. Mis motivaciones son mías.
Igual que mi código ético. Éstos mantienen mi cordura, me
proporcionan estabilidad y me dan un propósito. También son una
advertencia, un eco de mi pasado. Los acontecimientos de mi infancia me
hirieron como un cuchillo, cortando la debilidad con cada puñalada de la
hoja y cada gota de sangre derramada.
Aun así, mi necesidad de corregir los errores de la sociedad no me
impulsa, no me enciende como lo hace Calista con una simple mirada. ¿Y
cuando sonríe?
Jode. Me.
Haría cualquier cosa para que me mirara así.
CUALQUIER COSA.
Dejo caer la cabeza y masajeo mis sienes, apretándome el cráneo como
si eso fuera a aliviar mi mente de estos tumultuosos pensamientos.
No sirve de ayuda. Nada lo hace.
Excepto estar con ella.
Incluso sabiendo esto, quiero alejar a Calista. Tengo muchos secretos,
pero he revelado el que más significa. El que más me pesa.
Mi madre, la drogadicta.
Mi razón para hacer justicia.
Mi razón para matar.
Introduzco la mano en el cajón de mi escritorio y recupero el diminuto
objeto que hay dentro, poniéndolo delante de mí. Es redondo y blanco, una
pastilla común y corriente que se supone que sirve para tratar dolores de
cabeza y pequeñas molestias. Excepto que es un depresor con un
compuesto desconocido que provoca un comportamiento similar al de una
droga de 'violación'.
El símbolo que lleva es un estallido de estrellas, que podría haberse
elegido para representar la euforia o el alivio instantáneo. Pero para mí, es
una explosión. Como una bomba, esta pastillita acabó con la vida de mi
madre.
Y no se ha encontrado al responsable.
Cada año, encontrar al fabricante de esta droga es más
desesperanzador. A pesar de todo, no me rendiré porque mi madre merece
ser vengada. Igual que Calista.
Alguien la jodió, y no dejaré de darles caza.
¿Cómo puedo sumergirme por completo en mi obsesión por ella y
hacerla mía sin saber qué recuerdos la atormentan? Supongo que podría
sonsacarle los secretos a Calista, pero eso no me gusta. Prefiero ejecutar
una estrategia bien pensada a utilizar la fuerza bruta. En mi experiencia,
manipular a la gente para que me dé lo que quiero llega más lejos que la
violencia.
Aunque con Calista en mi vida, soy más volátil que nunca.
Otra forma más en la que me ha arruinado.
Un rápido vistazo al reloj de pared de mi despacho hace que la
expectación me invada. Tras guardar la píldora, saco el móvil del bolsillo
y le envío un mensaje antes de colocarlo sobre el escritorio, esperando a
que Calista me responda. El móvil que le compré ya debería haber llegado.
¿Seguirá mis instrucciones?
Hayden: Tan pronto como recibas el móvil, envíame un mensaje para
saber que lo has recibido y que todo funciona correctamente.
Suena el teléfono y lo cojo, con una sonrisa en la cara cuando veo el
nombre de Calista en la pantalla. Qué buena chica.
Calista: Así es. Gracias por el móvil.
Hayden: No hay de qué. Llévalo siempre encima y contéstame
siempre.
Siempre me he enorgullecido de la eficacia con la que me comunico.
Lo explico todo con detalle para que ningún mensaje que envíe pueda
malinterpretarse. No, me aseguro que la gente entienda exactamente lo que
estoy diciendo, para conseguir exactamente lo que quiero.
Calista: �
Mis cejas se fruncen ante su respuesta mientras intento encontrarle
sentido. ¿Es su forma de decirme que estoy siendo prepotente? ¿O está
flirteando conmigo? Me quedo pensativo durante varios minutos, incapaz
de encontrar una respuesta.
Sé con certeza que Calista se siente atraída por mí. Si no, no se habría
corrido pronunciando mi nombre. Sin embargo, quiero saber qué pasó el
24 de junio. Cada puto detalle. El que esta incógnita se interponga entre
ella y yo me cabrea.
Ella se rendirá ante mí.
En todos los sentidos y en todas las cosas.
O la controlaré a través de sus secretos. Cuando los conozca.
Calista: El emoji era una broma.
Hayden: Cuando digas algo gracioso, me reiré.
Calista: Dudo que sepas hacerlo.
No se equivoca. Apenas sonrío, y mucho menos me rio. Aunque lo
hice cuando maté a su padre. Dudo que ella lo aprecie.
La broma es para mí. Era inocente.
Mi humor decae inmediatamente, a pesar de conversar con Calista.
Hayden: ¿Has terminado?
Calista: Me aseguraré de llevar el teléfono conmigo al trabajo.
Hayden: No te separes de él y asegúrate de contestarme.
Calista: �
Hayden: Ese tipo de respuesta está por debajo de tu inteligencia, Srta.
Green.
Calista: �
Si estuviera aquí conmigo, le pondría el culo colorado por eso. Aun
así, me encuentro metiendo la mano en el bolsillo cuando la excitación
sustituye a la ira. Un material suave roza mis dedos y me llevo la ropa
interior rosa a la nariz, inhalando. Mi polla se pone dura.
Siempre se me pone dura cuando me desafía.
Hayden: ¿Es un patético intento de flirtear conmigo o me estás
provocando deliberadamente?
Hayden: Por tu falta de respuesta, voy a suponer que me estás
provocando.
Me desabrocho el pantalón y libero mi polla, agarrándola lo
suficientemente fuerte como para forzar un gruñido de mis labios. El suave
material de su ropa interior sigue anidado en mi mano, y la elevo lo
suficiente para acariciar mi longitud con ella.
Cierro los ojos y la imagino aquí conmigo, de pie ante mí, ruborizada
de vergüenza. Casi puedo sentir el calor de su piel bajo mis manos mientras
le pongo el culo rojo, del mismo tono que su cara. Se retuerce contra mí,
empujando hacia atrás a pesar de su timidez al verse expuesta de esa
manera.
Me muevo ligeramente en el sillón y no puedo evitar gemir
suavemente en la silenciosa estancia mientras aumento el ritmo al que
deslizo sus braguitas por mi polla. Siento cómo me envuelven como la
suave palma de su mano, presionando mi piel con cada pasada. Su
delicado aroma aún se adhiere a la tela, y casi puedo saborear su dulzura
en mi lengua.
Mi respiración se vuelve más agitada y no tardo en sacudirme la polla
con más fuerza, más rápido y más fuerte que nunca. Fantasear con su
presencia intensifica las sensaciones hasta un nivel insoportable.
Gruñendo su nombre, me libero.
Me corro con fuerza contra su ropa interior, imaginando el alivio que
sentiría al estar dentro de su cuerpo. Dentro de su bonito coño que me
atormenta. El calor de su piel contra la mía, mis caderas empujando contra
las suyas mientras la penetro. Una y otra vez. Casi puedo oír sus gemidos
en mi oído cuando me desplomo en la silla, totalmente agotado.
Su ropa interior manchada con mi semen -como quiero que sea su pielvuelve a mi bolsillo, donde debe estar por ahora. Al menos, hasta la
próxima vez.
Ahora le debo otra perla...
Esto es lo que me hace. Me olvido de mí mismo y de todo lo demás,
excepto de ella. Calista es lo único que me hace vulnerable.
Y odio eso.
También la odiaría si no la deseara tanto.
CAPÍTULO 26
Calista
Presente...
No sé qué me llevó a besar a Hayden.
Tal vez pensé distraerle. Tal vez es algo que he querido hacer desde el
día en que le conocí. Sea como sea, Hayden Bennett es mío durante este
breve momento.
Ojalá pudiera prolongarlo más.
Se queda perfectamente inmóvil, la longitud de su cuerpo como
granito contra el mío, frío y duro. Sin embargo, sus labios son cálidos y
suaves. Dejo que se apodere de mí el instinto y continúo deslizando mi
boca sobre la suya, ligera y persuasiva. Le suplico en silencio que me
devuelva el beso. Incluso llego a burlarme de él con pequeños roces de mi
lengua a lo largo del borde de sus labios.
Durante un instante, se queda inmóvil. Entonces, un gemido grave
retumba en el fondo de su garganta, y sus brazos me rodean, aplastándome
contra su pecho. Inmediatamente toma el control del beso.
Y de mí.
Su boca devora la mía, nuestros labios y lenguas chocan en una batalla
por el dominio. Él ya ha ganado, pero esto es una demostración de fuerza.
Y necesidad. Cada respiración, cada caricia, intensifican el anhelo negado
y temerario contra el que he estado luchando.
Profundiza el beso y sus dedos se clavan en mi piel, marcándome
centímetro a centímetro. Segundo a segundo. Sus manos rastrean mis
curvas a través del vestido antes de encontrar la piel desnuda a lo largo de
mi espalda, dejando un camino abrasador a lo largo de la parte posterior
de mis muslos.
Estoy perdida en él.
Las sensaciones me bombardean por todas partes. Mi piel suspira de
placer allí donde me acaricia, y los lugares donde no lo hace gritan por él.
En mi garganta se acumula un gemido, mitad de aliento, mitad de
desesperación. Quiero más.
Quiero todo de él.
La música retumba, el sonoro ritmo es un eco de mi corazón latiendo
desenfrenadamente. Deslizo los dedos por el cabello de Hayden, agarro las
hebras sedosas y me aferro a él antes de perderme por completo.
Arqueándome en su abrazo, me estremece la sensación de su cuerpo duro
presionando el mío, la longitud de su polla palpitando contra mi vientre.
Libero el gemido acumulado en mi lengua, ofreciéndoselo, diciéndole
sin palabras cuánto le necesito; de un modo que no puedo describir y que
ciertamente no comprendo. Él absorbe el sonido, respondiendo con un
gruñido bajo que no hace sino aumentar mi excitación hasta un nivel
malsano.
Debe percibir el territorio peligroso en el que nos encontramos, porque
rompe el beso. Mis manos caen sobre sus hombros y me aferro a él, no solo
aturdida, sino también reacia a soltarme. Sin aliento y desencajadas,
nuestras miradas colisionan, la mía brillante de pasión y la suya oscura de
lujuria. Lo miro fijamente, aun ardiendo allí donde me ha tocado, incapaz
de apagar el fuego recorriendo mi piel, calentándome hasta la combustión.
En ese instante, pasa una eternidad mientras el deseo sigue corriendo
por nuestras venas. Entonces vuelve la cordura, y la mirada de Hayden se
cierra, volviéndose glacial una vez más. Si no fuera porque tiene los labios
enrojecidos por nuestro beso y porque su cabello despunta en algunas
partes debido a que le he agarrado los mechones, nunca sabría que este
hombre acaba de follarme con la boca.
—Estás llena de sorpresas —dice, su voz rebosante de asombro. Y algo
más que no puedo identificar. Algo que hace que mi corazón tartamudee
en mi pecho.
Antes de poder responder, Levi interviene.
—Definitivamente, no es tu hermano.
El sonido de su voz me devuelve de golpe a la realidad. Comienzo a
girarme a mirarlo, solo para que Hayden me agarre con tanta fuerza que
no puedo hacer otra cosa que girar la cabeza. El otro hombre me lanza una
intensa mirada e interiormente hago una mueca crispada.
—Lo siento —susurro.
—Guarda tus disculpas para mí, Srta. Green —dice Hayden—. Ya he
dejado claro que no comparto. —Cuando me giro para mirarlo, su vista
está clavada en Levi—. Es mía.
—Sí, como quieras.
Me pongo rígida ante la réplica de Levi cuando los ojos de Hayden se
entrecierran hasta convertirse en poco más que rendijas.
—Oye. —Agarro la camisa de Hayden apretándola ligeramente y tiro
de ella hasta que su atención se centra en mí—. Dijiste que ibas a llevarme
a casa. Vámonos.
Hayden desvía la mirada de mí a Levi y viceversa, con un músculo
palpitándole a lo largo de la mandíbula. Alargo la mano y paso las yemas
de los dedos por la zona, esperando que un simple toque calme a la bestia
que tengo delante. Esa que me sostiene con ternura. Posesivamente.
—Por favor, Hayden.
Mi súplica es lo que provoca el cambio en su comportamiento. Si creía
conocer el poder de las palabras, el poder de la petición tras ellas es más
fuerte.
—Nos vamos —me dice.
Me giro para localizar a Harper, encontrándola mirándonos con
descarado deleite y diversión.
—Primero tengo que asegurarme que mi amiga esté bien.
—Ella es la razón por la que estás en este aprieto —me dice, con tono
cortante.
—No me importa. —Le entrego el gemelo, con la mirada severa—. No
me iré sin saber que está bien.
Hayden exhala un suspiro. Entonces sus manos se apartan de mí, pero
me rodea la cintura con un brazo y me arrastra a su lado.
—Date prisa.
Sin ninguna esperanza de liberarme de su agarre, le hago señas a
Harper para que se acerque. Dejando atrás a Darren, se acerca a nosotros,
su mirada busca la de Hayden.
—Bennett —saluda ella.
Él inclina la cabeza en señal de reconocimiento.
—Flynn.
—¿Cómo sabes mi apellido? —Ella pone los ojos en blanco—. No
importa. ¿Cuáles son tus intenciones con Calista? Quiero saberlo antes que
la secuestres.
Me masajeo el punto entre las cejas.
—Harper...
—¿Qué? —pregunta ella, con los labios fruncidos—. ¿Crees que voy a
dejar que te vayas con él sin saber lo que trama?
—No te pareció tan preocupante cuando estaba con alguien distinto
de mí —dice Hayden.
—Eso es solo porque Levi y Calista aún no habían llegado a lo de
follarse la boca. Si lo hubieran hecho...
—Estaría muerto —dice Hayden con rotundidad.
—Vale, ya es suficiente. —Le regalo a mi amiga una sonrisa que
comienza a flaquear bajo la mirada de Hayden—. Te agradezco mucho que
cuides de mí —le digo. Cuando se burla, le lanzo una mirada maliciosa—.
Todo está bien, y yo elijo irme con él, pero no quiero que estés sola.
Harper frunce el ceño.
—¿Yo? Estoy bien. Eres tú quien debería estar preocupada... bueno,
por ti. —Su mirada se desvía brevemente hacia Hayden—. No tienes por
qué ir con él si no quieres. Podemos irnos ahora mismo.
Darren, todavía de pie muy cerca de ella, frunce el ceño, pero ella hace
un gesto con la mano negando—. Siempre es 'las chicas antes que los
hombres'. Lo siento, tío.
Como Levi, Darren se escabulle entre la multitud. La gente del club no
se ha atrevido a acercarse, sino que ha vuelto a bailar. Ayuda a disipar
parte de la tensión ahora que los otros hombres se han marchado. Casi
vuelve a ser una noche de chicas.
Tanto como puede con Hayden llenando el espacio con su inquietante
energía.
—Si le haces daño —le dice Harper, tocándose el pecho—, te mataré.
Le hace un gesto seco con la cabeza.
—Entendido.
—Harper, no digas cosas que no sientes —le digo, mientras mi mirada
va de un lado a otro para confirmar que nadie la ha oído.
—Lo ha dicho de veras. —Parpadeo hacia Hayden quien me devuelve
la mirada, con la certeza grabada en sus rasgos—. He visto los ojos de una
asesina, y ella habla muy en serio.
Harper sonríe maníacamente.
—Sí, así es. Recuérdalo, Bennett.
Hayden me conduce por el club con la mano en la cadera,
manteniéndome pegada a su cuerpo todo el tiempo. Cuanto más nos
alejamos, más escasea la multitud, hasta que estamos fuera y
completamente solos. Mi nerviosismo aumenta con cada paso que doy,
como una bola de nieve que finalmente se convierte en una avalancha.
Salvo que seré yo quien quede enterrada viva por culpa de Hayden.
Quizá por eso apoyo el pie en un ángulo incorrecto. El tacón de mi
zapato se rompe, desequilibrándome. No tengo tiempo de gritar pidiendo
ayuda antes de caer rápidamente al suelo. El brazo de Hayden se tensa en
torno a mi cintura y me mantiene en pie aplastándome contra su costado
mientras utiliza la mano libre aferrándose a mi brazo.
—¿Estás bien?
Asiento con la cabeza, aún sin aliento por haber estado a punto de
sufrir un accidente.
—Creo que sí. Se me ha roto el tacón. —Me rio, aunque de forma vacua
y burlona—. Por supuesto tendría que romperse precisamente hoy.
—¿Por qué?
—Mi ex prometido me regaló estos zapatos y hoy lo he visto. Es el
universo que intenta decirme algo.
La boca de Hayden se afina.
—Quítatelos.
Antes que pueda replicar, me coge en brazos y me estrecha con fuerza.
Me agarro a su camisa, el repentino movimiento me acelera el corazón.
Aunque no más que el hombre que me sujeta.
Lo miro fijamente, asombrada de encontrarme abrazada a él. Sus ojos
se clavan en los míos, intensos y penetrantes. Por un momento, los sonidos
de la ciudad que nos rodea se desvanecen, todo mi mundo envuelto en el
hombre que domina mis sentidos.
Me lleva sin esfuerzo por la acera y se detiene delante de un cubo de
basura.
—Quítatelos y tíralos.
—Seguro que se pueden reparar. —Cuando niega con la cabeza, me
muerdo el labio inferior—. Son el único par que tengo. No puedo
deshacerme de ellos.
—Los repondré diez veces. Tira esos zapatos antes que pierda la poca
paciencia que me queda. Si hubiera sabido que otro hombre te los había
comprado, los habría quemado mucho antes.
Estiro el brazo para coger torpemente el zapato, seguido del otro, y los
tiro a la basura. En cuanto lo hago, parte de la tensión que invade el cuerpo
de Hayden se disipa. No lo suficiente para que me relaje por completo,
pero aceptaré cualquier cosa que pueda conseguir. Me resulta difícil
anticiparme a los movimientos correctos con él.
Sobre todo, cuando todo lo que hago parece cabrearle.
Excepto el beso.
Puede que eso sea lo único por lo que no se ha enfadado. Lo cual me
hace preguntarme por qué siempre aparece cuando lo único que hago es
frustrarle. El alcohol en mi organismo me anima a dar voz a la pregunta,
pero mi corazón me ruega que espere. ¿Y si la respuesta me aplasta? Aún
no puedo oír esa respuesta.
No cuando me acuna contra su pecho como si fuera algo precioso para
él.
CAPÍTULO 27
Calista
El deportivo es tal como lo recuerdo, lujoso y elegante.
Espero de verdad no vomitar.
Hayden me acomoda en el asiento del copiloto y me abrocha el
cinturón de seguridad mientras yo lo miro, sin molestarme en ocultarlo.
He renunciado a intentar ocultar la atracción que siento por él. Si no sabe
que le deseo después de ese beso, entonces nada de lo que haga conseguirá
transmitir el mensaje.
Camina hacia el otro lado y llena el asiento del conductor con su
cuerpo, y el interior del vehículo con una oscura energía. Me inunda,
reduciendo el espacio que nos rodea hasta que lo único que puedo ver y
sentir es a él.
Hayden pone el coche en marcha, agarra el volante y se queda inmóvil.
Excepto sus ojos; me encuentran.
—¿Por qué me has besado? —pregunta. Su voz es tranquila pero
exigente. Sin embargo, su necesidad de mi respuesta es sonora—. Quiero
la verdad, Callie.
—Porque quise.
Su mirada se estrecha infinitesimalmente.
—¿Estás segura que no fue para salvar la vida de ese hombre?
—En parte, pero esa no fue mi principal motivación. En todo caso, fue
una excusa. —Inclino la cabeza y jugueteo con el bolso, incapaz de
encontrarme con sus ojos. Siempre han visto a través de mí, obligando a
mis secretos a salir a la superficie, donde son visibles. Pero quiero conocer
los suyos, lo que se esconde tras esas profundidades azules—. ¿Por qué me
devolviste el beso?
—Porque lo deseaba.
Mis labios se crispan con exasperación reprimida.
—No puedes utilizar mi respuesta.
—¿Por qué no si es la verdad?
Mi piel se ruboriza al oír eso, pero también me siento aliviada. Durante
mucho tiempo pensé que había fantaseado con un hombre que no se sentía
atraído por mí. Ahora sé que no es así. Me besó como si quisiera follarme
en plena pista de baile.
Puede que le hubiera dejado.
—Hablando de verdades... ¿por qué estabas aquí, Hayden?
Su mirada se clava en la mía, haciéndome retorcer bajo la intensa
mirada.
—Creo que la verdadera pregunta es, ¿Por qué estabas aquí? ¿Para
provocarme?
Suspiro, sonando frustrada.
—Esto puede resultar chocante, pero no todo en mi vida gira en torno
a ti.
—Me gustaría poder decir lo mismo. —Cierra los ojos brevemente y
deja caer la cabeza contra el reposacabezas—. No tienes ni idea de cuánto.
Separo los labios para pedirle explicaciones por ese comentario
críptico, pero mi tierno corazón se revuelve de miedo. ¿Y si está jugando
conmigo? Apostaría todo el dinero de mi cuenta bancaria -que es mayor
gracias a Hayden- a que nunca se ha ido sin la compañía de una mujer, si
lo desea. También apostaría a que nunca ha tenido una relación seria. No
solo porque Harper hiciera el comentario, sino por el mero hecho de ser un
hombre inalcanzable.
Porque él elige ser así.
No llegaría a decir que lo he atrapado, pero por alguna razón he
captado su atención. Incluso ahora, cuando abre los ojos y me mira, sé que
es mío. El único problema es que no estoy segura por cuánto tiempo...
¿Una noche?
¿Una semana?
¿Cuánto tiempo hace falta para romperle el corazón a alguien?
He perdido mi vida anterior, a mi prometido y a mi padre. No soy
suficientemente fuerte para estar con Hayden, solo para perderle cuando
decida que ha terminado conmigo. No sé mucho de hombres, pero estoy
segura que él no puede darme el compromiso que yo finalmente querría.
Saca el coche a la calle y nuestro silencio nos acompaña por la ciudad.
Miro por la ventanilla, contemplando la belleza de lo que me rodea
mientras me siento continuamente atraída por la belleza del hombre a mi
lado. La única vez que miro furtivamente a Hayden, sus ojos ya están
puestos en mí.
—Este no es el camino a mi apartamento —le digo—. ¿Adónde me
llevas?
—A casa.
—¿Tu casa? —aclaro.
Asiente con la cabeza, sus ojos fijos en la carretera. Esta vez, cuando
me vuelvo para mirar por la ventanilla, es con la cabeza palpitante. Me está
llevando a su residencia, el lugar donde baja la guardia, aunque solo sea
en sueños. Después de vislumbrar esa vulnerabilidad en su despacho
cuando habló de su infancia, quiero volver a ver esa parte de él. Hace que
me parezca humano, en lugar de esa gigantesca fuerza imponente que
podría destruirme en cualquier momento.
La amenaza de destrucción que rodea constantemente a Hayden es
precisamente la razón por la que necesito alejarme de él.
—Aprecio que quieras velar por mí —le digo, sin dejar de mirar por la
ventanilla—. Pero ya no puedes interferir en mi vida.
Se burla.
—No tienes idea del peligro que corres.
Giro mi cabeza hacia él, lanzándole una mirada mordaz.
—Creo que sí la tengo.
—No, no la tienes.
—Entonces dímelo.
Dime las razones por las que debería huir de ti, las razones por las que debería
ocultar mi corazón.
—Quiero poseer algo más que tus secretos, Callie. Quiero poseerte a
ti.
Mis labios se separan jadeando mientras mi corazón rebota dentro de
mi caja torácica, haciendo que mi pecho se estremezca.
—¿Qué significa eso? No puedes poseer a alguien sin más.
—Siento discrepar.
Me pongo rígida en el asiento mientras mi cerebro inunda mi cuerpo
de adrenalina y necesidad de escapar. Puede que Hayden no me haga daño
físicamente, pero es más que capaz de destrozar mi cordura. No he
sobrevivido a todo en mi vida solo para derrumbarme ahora.
Mi pulso palpita bajo mi piel tan fuerte que me preocupa que lo oiga.
Corre.
Corre.
CORRE.
Muerdo el interior de mi mejilla hasta que la sangre se derrama por mi
lengua. El sabor cobrizo me vigoriza, me recuerda que estoy viva y más
que preparada para preservar esa vida. No estoy preparada para abrazar a
mi acosador, pero al menos quienquiera que sea no ha expresado su deseo
de poseerme.
A diferencia del hombre que tengo a mi lado.
Tan pronto como el semáforo se pone en rojo y el vehículo se detiene,
me desabrocho el cinturón de seguridad y abro la puerta de un tirón. El
miedo me catapulta fuera del coche, y corro por la acera transitada con la
voz de Hayden resonando en mis oídos. El sonido de él llamándome por
mi nombre se disipa, pero mi miedo se intensifica a cada paso que doy.
Mis pies golpean contra el pavimento, cubierto al instante de mugre y
suciedad. No me permito pensar en eso ni en lo que hará Hayden si me
pilla. Quizá sea cuestión de cuándo me atrape, pero eso solo me hace correr
más deprisa.
Siempre te perseguiré.
Sus palabras anteriores son una cadencia inquietante en mi mente,
retumbando como un tambor. No oigo nada más que su voz en mi cabeza
y, mire donde mire, veo su cara cubriendo las de gente cualquiera. Sacudo
la cabeza y las visiones de él se aclaran, proporcionándome un breve
momento de lucidez. Con los pulmones ardiendo, giro por una calle vacía
y me oculto en las sombras.
La pared de ladrillo me araña la piel de mi espalda y las plantas de los
pies me palpitan conforme inspiro oxígeno, deseando que mi ritmo
cardíaco disminuya. Es inútil cuando los pensamientos sobre Hayden me
envuelven. Su insensata declaración resuena en mi mente.
¿Por qué quiere poseerme?
Un escalofrío recorre mi cuerpo y tiemblo, haciendo que la abrasiva
pared se clave en mi espalda. ¿Su idea de poseer está totalmente centrada
en el sexo? ¿Piensa poseer mi cuerpo y utilizarlo para su placer?
Mi cuerpo vuelve a temblar, pero esta vez de excitación. El recuerdo
de los besos de Hayden me invade y me rodeo con los brazos como si
quisiera repeler sus efectos. No puedo dejar que me bese, y mucho menos
que me toque. Solo haría falta una vez, un momento en el que estuviera
completamente bajo su control, y nunca me libraría de él.
El chirrido de unos neumáticos cercanos me hace mirar por encima del
hombro, presa del pánico. Se me corta la respiración al vislumbrar un
deportivo negro que podría ser de Hayden.
—No —susurro, mi negación tan débil como mi voz.
Me obligo a moverme, dejando que mi aprensión me impulse hacia
delante. Corro hasta que estoy a punto de desmayarme y doblo la esquina
al final de la manzana, buscando otro callejón donde esconderme. Después
de haber presenciado a Hayden en el tribunal, sé que es implacable en su
persecución. Mis posibilidades de escapar de sus garras son minúsculas
ahora que ha revelado su intención de poseerme.
Pero si quiere poseerme, primero tendrá que atraparme.
Tal vez no pueda escapar a su obsesión, pero voy a intentarlo. No se
lo pondré fácil.
Mis fuerzas comienzan a flaquear y mi incapacidad para respirar me
obliga a detenerme. Me apoyo pesadamente contra la pared de una casa de
empeños, la tienda cerrada y la zona desierta. No estoy familiarizada con
esta parte de la ciudad, pero en cuanto me entre suficiente oxígeno en el
cuerpo, me dirigiré a casa.
Cierro brevemente los ojos y me concentro en introducir aire en los
pulmones, una y otra vez. Mi ritmo cardíaco sigue siendo frenético, pero
no tan errático como antes, y pronto mi respiración se estabiliza. Me alejo
del edificio y doy un paso hacia delante, solo para detenerme
inmediatamente.
Hayden está de pie en la entrada del callejón, con una mirada oscura
y siniestra.
CAPÍTULO 28
Calista
Ya no hay escapatoria para mí.
La idea de liberarme de este hombre es una ilusión.
Solo puedo observar cómo se apoya en la pared con los brazos
cruzados y los labios apretados por la furia.
—¿Qué le he dicho, Srta. Green?
Doy un respingo al oír ese nombre, el que solo utiliza cuando está
enfadado conmigo.
—No voy a jugar a este juego contigo, Hayden. Déjame en paz.
—¿De verdad creías que no iría a por ti?
—La idea se me pasó por la cabeza.
Él levanta una ceja.
—Veo que el alcohol sigue corriendo por tu organismo.
—Estoy segura que tu declaración de poseerme me puso sobria
jodidamente rápido.
—Esa boca, Srta. Green.
—Que te jodan, Sr. Bennett.
El arrepentimiento me invade y me estremezco bajo su mirada. Puede
que siga ebria. Si es así, no me está haciendo ningún favor.
Hayden se aparta de la pared y avanza lentamente hacia mí, acortando
la distancia que nos separa con pasos medidos y decididos. Su mirada
mantiene cautiva la mía, sus ojos azules brillantes y expectantes.
¿Qué va a hacerme?
Presiono la espalda contra la pared como si pudiera desaparecer en
ella, con el corazón latiéndome tan deprisa que me preocupa estar
sufriendo un infarto. Extiende la mano para enjaularme, plantando una a
cada lado de mi cabeza antes de inclinarse hacia mí.
—No haces sino retrasar lo inevitable —me dice, con voz grave.
Mi pecho se agita mientras mi respiración se vuelve entrecortada,
debido a que su cercanía me afecta tan profundamente.
—Tengo que intentarlo.
La comisura de sus labios se levanta en una mueca.
—Admiro tu espíritu, pero deseas esto tanto como yo. Tu cuerpo lo
sabe, aunque tu mente se niegue a aceptarlo. —Se inclina más hacia mí, su
aliento recorre mis labios—. Me perteneces, Callie. Me perteneces desde la
primera vez que te vi. Lo supe entonces y te lo digo ahora: eres mía.
Sacudo la cabeza. O quizá eso ocurre porque estoy temblando tan
violentamente que hace que mi cabeza se mueva. Sea como sea, los ojos de
Hayden se abren enormes, brillando con una emoción que provoca que mis
muslos se contraigan.
Agarra mis muñecas y las sujeta contra la pared por encima de mi
cabeza, inmovilizándome con sus manos. Y su cuerpo, al apretarlo contra
el mío.
—Sigue resistiéndote a mí —me dice, su voz se vuelve gutural—. Eso
solo hace que te desee más.
—¿Y si cedo? ¿Me abandonarás como a todas las demás mujeres?
—No hay escapatoria. Lo sé, lo he intentado. Lo he intentado. —Inhala
profundamente, presionando su cuerpo contra el mío con tanta fuerza que
puedo sentir los latidos de su corazón. Se acelera tanto como el mío, si no
más—. Una vez que aceptes esto que hay entre nosotros, nunca te irás.
Me encojo interiormente mientras la derrota me invade como un
viento frío. Tiene razón. Lo supe cuando hui. Si alguna vez me arriesgo y
exploro esta atracción con Hayden, en el fondo sé que sería mi muerte. Me
perdería en él hasta el punto en que dejaría de existir. Eso es lo que
realmente me asusta.
No Hayden, sino lo que siento por él.
Permanece en silencio, con la mirada clavada en mí, desafiándome a
seguir negándolo todo: esta conexión, este anhelo contra el que tanto me
he esforzado por luchar y que, al mismo tiempo, abrazo cada vez que estoy
con él. Cierro los ojos y busco los hilos que quedan de mi determinación.
Solo para romperlos al sentir los labios de Hayden sobre los míos.
Reclama mi boca en un suave beso. Es completamente opuesto a la
oscura violencia que desprende. Me aturde y me quedo allí, con los ojos
cerrados e inmóvil.
Pero no reacia.
Sus labios se mueven sobre los míos con tanta ternura que me derrito
en él en cuestión de segundos. A pesar de sujetarme las muñecas, utiliza la
otra mano para acariciar mi rostro mientras su lengua se mueve sobre mis
labios, persuadiéndome más que exigiéndome una respuesta.
—Ábrete para mí, Callie. Me muero por volver a probarte. Necesito
saber si eres tan dulce como recuerdo, o si me lo he imaginado todo por
estar tan obsesionado contigo.
Se me agolpa un gemido en la garganta y lo reprimo a la fuerza,
incapaz de rendirme todavía. Aun así, el beso de Hayden despierta mi
cuerpo y me deja sin aliento. Mis inhibiciones se desmoronan con cada
barrido de sus labios sobre los míos.
—Por favor, cariño —susurra, con la voz cargada de deseo.
Las palabras flotan en el aire como un ente vivo, enviando una oleada
de energía eléctrica por mis venas hasta erizarme la piel. Separo los labios
y se me escapa un suave jadeo cuando su súplica me envuelve haciendo
que mi corazón se expanda. Ahora entiendo por qué a Hayden le gusta
oírme suplicar. Hay algo poderoso en ello.
Antes de poder procesar nada más, Hayden aprovecha mi
aquiescencia, chasqueando la punta de mi lengua con la suya. Su tacto
prende un ardiente fuego de deseo amenazando con consumirme. El
mismo infierno que arde dentro de él.
Su polla está dura contra mí, prueba evidente de su excitación, pero
sus movimientos son lentos y deliberados, su mano me agarra por la
cadera como si quisiera mantenerme inmóvil. Reclama el dominio de mi
boca, buscando y saboreando lentamente cada parte de mí hasta que estoy
desesperada por él.
Me agarra con más fuerza, sus dedos se clavan en mi piel, un suave
impulso para que me rinda por completo. Y con cada pasada de su lengua,
siento perder el control, sucumbir voluntariamente a las profundidades del
deseo que despierta en mí. Finalmente cedo al hambre que compartimos y
me rindo al poder embriagador que ejerce sobre mí.
Separo las piernas en señal de invitación, deseando sentir cada
centímetro de él, sentir su longitud contra la parte de mí que ansía.
Engancha mis bragas con el dedo índice y gira el brazo para arrancármelas
del cuerpo. El material cae al suelo, olvidado de inmediato cuando se
inclina hacia mí, llenando el espacio entre mis muslos, con su polla
presionando mi clítoris. Un gemido sale de mis labios, un sonido lascivo y
desesperado.
El sonido es el catalizador que hace que Hayden finalmente me
acaricie.
Rompe el beso mirándome. En respuesta, me inclino hacia sus dedos
y los desliza por mi cadera hasta hundirlos entre mis muslos, acariciando
su suave piel. Ya estoy húmeda, y las yemas de sus dedos se deslizan por
la zona, extendiendo los efectos de mi excitación por todas partes. Cuando
empujo mis caderas hacia su mano, se detiene y me agarra el muslo; la
tensión de sus dedos me demuestra que apenas aguanta.
Quiero que pierda el control. Igual que yo.
—Por favor, cariño —le digo con una voz que no reconozco. Es sensual
y a la vez dolorosa. Por él.
Los labios de Hayden chocan contra los míos con una ferocidad con la
que me roba el aliento. Ya no hay dudas ni vacilaciones. Le devuelvo el
beso con todo lo que tengo, diciéndole que lo deseo con la misma
intensidad, dándole permiso para que me lleve donde quiera.
Y él lo acepta.
Sus dedos encuentran mi clítoris y me acaricia con delicadeza, como
un experto. El placer me penetra de golpe y me ahogo en un suspiro, mis
pestañas se agitan. Me provoca sin piedad hasta que maúllo contra sus
labios, el sonido deslizándose contra su lengua. El gemido se transforma
en jadeo cuando introduce un dedo en mi interior. Me pongo de puntillas
por la presión, pero vuelvo a bajar cuando comienza a acariciarme.
Entonces me agarro a su mano con salvaje abandono.
Me introduce dos dedos y suelta un suspiro, un siseo lleno de
angustia.
—Estás tan jodidamente apretada. Voy a destrozar este bonito coño.
Gimo ante la oscura intención de su voz. Las sensaciones que crea con
sus hábiles dedos son casi excesivas cuando me los introduce, cada vez más
profundamente, hasta que estoy tan llena que empiezo a imaginarme cómo
sería recibir su polla. Eso solo me hace empapar su mano.
Todo mi cuerpo tiembla de anticipación mientras mi orgasmo se
acerca. Utiliza su pulgar para rodear mi clítoris al ritmo de sus dedos,
acercándome cada vez más al borde del éxtasis. Sus labios siguen sobre los
míos mientras su mano me acaricia entre las piernas.
—Vente para mí —me dice contra mi boca, mordiéndome el labio
inferior.
Me convulsiono alrededor de los dedos de Hayden y un sollozo me
abandona. Hago fuerza contra su agarre de las muñecas cuando arqueo la
espalda, pero me mantiene erguida cuando pierdo el control sobre mi
cuerpo. Sigue follándome con la mano, alargando mi orgasmo hasta que
agito la cabeza, incapaz de soportarlo más.
—No puedo.
—Puedes, pero no ahora.
Aunque deja de moverse, mantiene los dedos dentro de mí. Como si
intentara seguir conectado un poquito más a mí. De poseerme un poco
más.
Abro los ojos y lo encuentro contemplándome. Su mirada está
iluminada por el triunfo, pero también por una emoción más suave... algo
peligrosamente cercano al afecto. Libera mis muñecas para rozarme la
mejilla con el dorso de sus dedos, y resisto el impulso de inclinarme hacia
su caricia, de empaparme de esa rara muestra de ternura por su parte.
—Ahora que te he atrapado, pienso quedarme contigo, Callie.
Un escalofrío me recorre ante la posesividad de su voz. En su
juramento.
No puedo evitar sentir una mezcla de excitación e incertidumbre
cuando sus palabras me calan hondo. La intensidad de su mirada y la
sinceridad de su voz no dejan lugar a dudas sobre sus intenciones. El
corazón se me acelera en el pecho y me siento cautivada por la
profundidad de la emoción reflejada en sus ojos. Es oscura y potente, como
él.
Sus dedos continúan su suave exploración a lo largo de mi mejilla,
trazando un camino, encendiendo una estela de calor a su paso. Mientras
sus otros dedos permanecen dentro de mí. Me inclino ligeramente hacia su
contacto con mi rostro, incapaz de reprimir por completo el anhelo que
florece en mi interior. Aun así, lucho contra él.
Hay demasiado en juego. Mi corazón, para empezar.
—No puedes retenerme, Hayden. —Mi protesta suena débil a mis
propios oídos, pero mantengo mi expresión firme—. No pertenezco a
nadie. Ni siquiera a ti.
Su mano abandona mi mejilla al deslizarla por mi cabello,
sujetándome la nuca e inclinando mi cabeza hacia atrás. Incapaz de mirar
a otra parte, mi mirada colisiona con la suya. El azul gélido se encuentra
con el ámbar cálido.
La determinación se une a la rebelión.
—Me perteneces. A mí. —Acerca tanto su rostro al mío que las puntas
de nuestras narices se rozan—. Puedes luchar contra ello todo lo que
quieras, pero ambos sabemos que es inútil. Lo que ocurre entre nosotros es
inevitable, y haré todo lo que esté en mi mano para que lo aceptes.
CAPÍTULO 29
Calista
No habrá más huidas ni escapadas. Al menos, no esta noche.
Hayden se aseguró de ello transportándome hacia y desde el coche,
así como fijando el seguro para niños. Me siento con la cabeza apoyada en
el reposacabezas y los ojos cerrados. Ahora mismo, no soporto mirarle, al
hombre devastadoramente hermoso que irrumpió en mi vida como un
huracán. Ha pulverizado las barreras emocionales que construí cuando
murió mi padre, y mi corazón está en el centro de todo, como un trofeo en
espera de ser reclamado.
O aplastado.
¿Es posible que haya utilizado la palabra 'poseer' porque quiere
mantenerme cerca de una forma que aún no comprende? Conociendo
parte de su infancia, es posible que Hayden no esté familiarizado con cómo
funcionar en una relación sana. Especialmente una que implique
emociones exacerbadas como el deseo, los celos y la incertidumbre.
Puede que yo no tenga mucha experiencia, pero estoy convencida que
estoy más preparada en ese sentido. Aun así, reconozco esto como lo que
es: está desesperado por tenerme.
¿Se trata de una decisión impulsiva de la que se arrepentirá por la
mañana? ¿O es algo que durará más de unas horas? ¿Quizás unas semanas?
A costa de mi cuerpo y mis secretos.
Hayden ha dejado claro que quiere ambas cosas.
El constante tira y afloja, frío-caliente de él me crispa los nervios.
Nunca sé qué versión de sí mismo elegirá mostrarme. ¿El amante tierno?
¿O el hombre violento y sobreprotector que piensa mantenerme a salvo
controlándome?
Aun así, disfruto con sus dos facetas.
Igual que la Tierra necesita el día y la noche, la luz y la oscuridad, yo
también.
Nos acercamos a una torre de gran altura, donde el acero y el cristal
brillan bajo la luna llena. En unos minutos, estamos dentro del elegante
vestíbulo, conmigo en brazos de Hayden. De nuevo.
—Puedo andar —murmuro, sin querer que el hombre de recepción me
oiga. Ya me está mirando con gran interés. ¿Es porque voy descalza y
despeinada? ¿O por algún otro motivo?
—Tienes los pies sangrando, Callie.
Miro a Hayden, empapándome de su perfil mientras se dirige a pasos
acelerados hacia el ascensor.
—¿Lo están?
Asiente, con la mandíbula apretada. La tensión de su cuerpo se
extiende y sus brazos me estrechan con fuerza. Frunzo el ceño, incapaz de
adivinar por qué está irritado conmigo.
—No pretendía manchar nada. Confío en que no esté molesto por algo
de lo que yo ni siquiera era consciente.
Se detiene en medio de la gran sala para mirarme. Casi me encojo ante
la furia grabada en sus facciones.
—¿Crees que estoy enfadado por el interior de mi coche? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—Es la única razón que se me ocurre.
—¿Y qué me dices acerca del mero deseo que tengo porque no
experimentes dolor de ningún tipo, a menos que sea el dolor de mi polla
introduciéndose en tu coño? ¿Qué hay de la idea por la que estás herida
debido a que me tienes tanto maldito miedo que no te das cuenta que
mataría a alguien para mantenerte a salvo? Que le den a mi coche. Quiero
tu sangre en él, en mi polla y en cualquier otro sitio que me marque como
tuyo.
—Jesús. —Mi voz es jadeante, casi inexistente—. Hayden, no.
Su mirada se endurece.
—¿No qué? ¿No decir la verdad? Hay demasiadas mentiras entre
nosotros como para que siga añadiéndolas. Ya he terminado con eso.
Se dirige hacia los ascensores conmigo en brazos, mi boca colgando
abierta y mis pulmones apretándose mientras jadeo por respirar. ¿Cómo
puede un hombre afectarme tan profundamente que no puedo controlar la
respuesta de mi propio cuerpo ante él?
—No me duelen los pies, Hayden —susurro contra el costado de su
cuello. Traga saliva y su nuez se balancea en su garganta. Lo miro
fascinada, absorta en su masculinidad—. No tienes que preocuparte por
mí.
—No sé cómo contenerme.
El corazón me da un vuelco en el pecho. Apoyo la frente en el pliegue
de su cuello y suspiro, necesitando un momento para serenarme antes de
decir algo irrevocable. Algo que tenga que ver con los sentimientos que se
arremolinan en mi interior cobrando fuerza con cada confesión saliendo de
su boca.
Llegamos al ascensor y las puertas se abren con un suave tintineo,
revelando un interior totalmente recubierto de espejos. Mi reflejo se
duplica hasta el infinito, rodeado de infinitas réplicas que me devuelven la
mirada. Hayden entra, y los nervios me recorren la espina dorsal ante la
idea de estar en un espacio cerrado con él. Por encima, las suaves luces
proyectan un resplandor favorecedor, realzando cada reflejo y revelando
la verdad. El efecto es a la vez vertiginoso y confuso, al verme tal como soy
en este momento.
Una mujer que desea todo lo que Hayden me dará.
Bueno o malo.
Placer o dolor.
Alegría o angustia.
No puedo irme sin saber cómo va a acabar esto.
El ático es un estudio de contrastes, reflejo del hombre que lo posee.
En un momento Hayden me consuela en su regazo, y al siguiente está lleno
de rabia, con la violencia que lleva dentro desbordándose a la vista de
todos. Luz y oscuridad, dos entidades distintas que habitan en su interior.
El lugar es similar, lleno de negros crudos compensados por blancos
inmaculados. En el salón hay ventanales que ofrecen una vista del
deslumbrante horizonte de la ciudad, pero en el interior, reina un suave
minimalismo. Un suelo de mármol blanco se extiende a lo largo del
concepto abierto, reflejando los colores brillantes del exterior. Las paredes
se unen a las ventanas con líneas limpias, pintadas de un carbón oscuro, y
el mobiliario es escaso, cada pieza blanca como la nieve colocada en ángulo
frente a una chimenea negra azabache.
Como Hayden, este lugar es perfecto, aunque carente de calidez. Todo
aquello que lo hace acogedor e invitante. Un hogar.
—Esto es precioso —digo, más para mí misma que para él. Dudo
mucho que le preocupe mi opinión, pero estar aquí resucita recuerdos de
mi antigua vida, una llena de lujos. No echo tanto de menos el dinero como
la seguridad que me proporcionaba. Vivir en un lugar como este me
garantiza que nunca perdería un momento de sueño preocupándome por
si alguien entra a robar.
Como un acosador.
Ese pensamiento empaña mi entusiasmo por la opulencia que me
rodea. No solo eso, sino que me produce una preocupación que no había
considerado antes. ¿Estoy poniendo a Hayden en peligro por estar aquí?
Cuando se dirige hacia el interior, le doy un golpecito en el pecho,
resistiéndome al tema. Y su reacción.
—Espera —le digo.
Hayden se detiene y me mira, frunciendo las cejas con disgusto y
confusión—. ¿Qué pasa?
—No creo que sea buena idea que esté aquí.
—¿Porque te da miedo estar aquí conmigo?
Asiento con la cabeza y su cuerpo se endurece contra el mío.
—Pero no de la forma que estás pensando. Tengo miedo por ti.
—¿Por qué?
Me muerdo el labio inferior y lo aprieto entre mis dientes, insegura de
cómo comunicarle mis preocupaciones de un modo que consiga que me
tome en serio. O no demasiado en serio como para que explote. Camino
por una línea muy fina cuando se trata de Hayden. Es como una bomba,
listo para detonar con una sola chispa.
—Detén eso —me dice, con voz aguda. Cuando frunzo el ceño ante él,
suelta un suspiro—. Cuando te haces eso en el labio, solo puedo pensar en
follarte la boca.
—Mierda.
—Esa boca, Srta. Green. ¿Por qué te preocupas por mí? Y no me des
una versión aguada. Quiero la verdad absoluta.
Abro la boca, la cierro y la vuelvo a abrir.
—Creo que tengo un acosador.
CAPÍTULO 30
Calista
Cuando Hayden sigue mirándome fijamente, las palabras salen de mi
boca como un grifo, derramándose por todas partes.
—No tengo idea quién es esta persona ni qué quiere, pero me ha
robado el collar y lleva una semana dejando perlas sueltas en mi mesilla de
noche todos los días. Durante la noche. Podría haber considerado que
había perdido el collar y habría tenido sentido, hasta que apareció una sola
perla. Nunca rompería voluntariamente ese collar. Me lo regaló mi padre
y es una de las pocas cosas que me quedan de él.
Hayden no dice nada. En los segundos que siguen, el silencio se
desliza por mi piel como un enjambre de bichos, inquietándome. Cuando
creo que está a punto de reconocer lo que he dicho, me sorprende
adentrándose más en el ático.
—¿Has oído lo que he dicho? —Cuando asiente, aprieto los dientes,
rezando por tener paciencia—. ¿Y?
—Y me la suda.
Durante un par de segundos, lo miro fijamente. Luego me resisto a que
me sujete.
—Esto no es algo que puedas desechar. Bájame para que podamos
hablar de esto como adultos.
Ignorando mis protestas, se mantiene en movimiento. El único cambio
es que estrecha su agarre sobre mí hasta el punto de obligarme a resollar.
Lo fulmino con la mirada, aunque él no puede verlo. Sin embargo, me
distraigo inmediatamente de mi irritación cuando entra en una gran
alcoba.
El dormitorio principal es un gélido santuario de oscura opulencia, la
estricta decoración continúa de forma dramática. Hay más ventanales que
dan a la ciudad, pero las gruesas cortinas permanecen cerradas
envolviendo la habitación en sombrías penumbras. El punto focal es una
enorme cama con plataforma, un armazón de madera negra con piel
acolchada en gris marengo a juego. Ni una sola arruga perturba la
superficie lisa del edredón y las sábanas, y el entarimado oscuro del suelo
está desnudo, persistiendo la madera de ébano bajo los pies.
En lugar de pintura, una enorme fotografía en blanco y negro domina
la pared opuesta a la cama. Representa a una figura solitaria ante un
edificio en ruinas bajo un ominoso cielo gris. El sujeto mira fijamente a la
cámara, con el rostro oculto por las sombras. Es un retrato de oscuro
anonimato, en el que la única salpicadura de sombrío color refuerza la
lúgubre paleta de la pieza.
Sospecho que es una mujer por la silueta del cuerpo, pero no puedo
estar segura. Aun así, los celos se encienden en mis entrañas y se extienden,
haciendo que se me revuelva el estómago. Por un momento, me olvido de
mi acosador, deseando saber quién demonios es esa persona.
Y si significa algo.
—Es una foto preciosa —digo, sintiéndolo a pesar de mi repentina
inseguridad. Desplazo la mirada hacia el rostro de Hayden, dispuesta a
descifrar cada parpadeo y la forma de sus labios mientras responde a la
pregunta para la que necesito una respuesta—. ¿Es alguien que conoces o
una fotografía al azar que adquiriste?
—La conozco personalmente.
Ay.
—¿La mujer de la foto o el artista?
—La mujer.
Hija de puta.
—¿Quién es? —Intento mantener un tono ligero y desinteresado, pero
cuando Hayden se vuelve para mirarme, me siento expuesta por la forma
en que su mirada me atraviesa.
—La mujer es alguien que cambió mi vida.
—¿Para bien o para mal?
—Ambos —me dice.
La odio. Sea quien sea.
No vuelve a hablar hasta que estamos dentro de su espacioso cuarto
de baño, que parece más un spa que un lugar donde ducharse. Admiro
brevemente el lujo que me rodea, pero mis pensamientos se centran en
Hayden al colocarme en el borde de la encimera, manteniendo las manos
en mi cintura como si temiera que intentara huir de nuevo.
No lo haré. Pero si lo hago, será para robar ese retrato y prenderle
fuego.
Le miro fijamente, deseando estar molesta por haberme manoseado en
lugar de estar celosa por una imagen fija de una mujer que puede o no ser
importante para él. Esa lógica no tiene sentido, no cuando la ha colocado
en la habitación más íntima de su casa.
—Necesito limpiarte los pies para poder evaluar la profundidad de las
laceraciones —me dice—. No te muevas.
Su mirada se suaviza al bajar hacia mis maltrechos y ensangrentados
pies. Mi ira se desvanece, sustituida por una bola de calidez en mi pecho
ante su evidente preocupación por mí. Finalmente retira sus manos de mi
cuerpo y me relajo un momento para respirar correctamente sin que su
contacto me provoque un paro cardíaco.
Hayden abre el lavabo, coge una toallita y jabón y comprueba la
temperatura del agua. Sus largos dedos envuelven mi tobillo y mi cadera
mientras me ayuda a cambiar de postura.
—Esto te va a escocer.
—Estaré bien.
Me introduce el pie en el agua caliente y me muerdo el labio para no
emitir ningún sonido. Dios, cómo duele.
Hayden me mantiene la pierna suspendida, con la mirada fija en la
sangre y la suciedad derramadas por el desagüe. Su rostro se transforma
en un ceño fruncido ante el daño revelado y comienza a bañarme el pie con
una toallita jabonosa, sus atenciones son metódicas pero suaves.
Lo recorro con la mirada, absorbiendo la forma en que cambia de una
planta a otra, con la cabeza inclinada y los ojos concentrados. Con él tan
cerca y sus manos sobre mi piel, esta postura me parece demasiado íntima,
demasiado vulnerable, pero permanezco quieta, sin querer perderme ni un
momento.
Hayden enjuaga y venda los numerosos cortes y abrasiones y, cuando
termina, me libera los pies vendados. Luego se acerca, rodeándome las
caderas con sus largos dedos, e inclinándose sobre mí. El aire que nos
separa está cargado de palabras no pronunciadas cuando su mirada
encuentra la mía.
—¿Mejor? —pregunta.
—Sí.
—¿Vas a dejar de huir, Callie?
Lo miro fijamente, sin saber cómo hemos llegado a este punto, pero
sin poder ni querer negarme. Asiento con la cabeza, aceptando el santuario
que me ofrece su abrazo. Al menos por ahora.
—Bien —me dice—. No tienes que preocuparte por que un acosador
te encuentre aquí. La seguridad es escasa o nula. Estarás a salvo hasta que
me ocupe de ello.
—Gracias. —Dejo caer la mirada hacia sus manos y luego lo miro a los
ojos—. ¿Puedes ayudarme a bajar?
Con la preocupación arremolinándose en su mirada, Hayden me
ayuda a ponerme en pie. Me sujeta con fuerza, estabilizándome durante la
maniobra. El acolchado de mis pies los amortigua lo suficiente para evitar
cualquier molestia importante, y suspiro aliviada.
—Esa boca. —Se estira para rozarme con el pulgar el labio inferior—.
Las cosas que quiero hacerle...
Antes de poder responder, deja caer las manos a los lados.
—¿Necesitas algo? —pregunta.
Esa simple pregunta es como un arma cargada, capaz de derribarme y
hacerme sangrar el corazón. Lo que necesito es distancia emocional de
Hayden antes de enamorarme de él. Cada caricia suave y cada acción
protectora me vinculan a él. Pronto estaré tan envuelta en él que no podré
separarme sin lastimarme.
—Me encantaría un vaso de agua.
Levanta una ceja irónica.
—¿Deshidratada por tu noche de juerga?
—No. Estoy reseca de tanto correr antes.
Su boca se mueve con una reprimida diversión, pero entonces se
apodera de él y me sonríe. Una sonrisa auténtica. Ilumina la habitación y
me ciega a todo excepto a Hayden y a lo devastadoramente apuesto que
es. Pero es más que eso.
Verle feliz, aunque solo sea un segundo, me conmueve
profundamente. Hace algo en mi alma, un lugar al que él no debería tener
acceso.
—¿Puedes andar? —pregunta, desapareciendo de su rostro cierta
alegría ante la mención de mis heridas—. Quizá debería llevarte en brazos
a la cocina.
Su evidente preocupación por mí hace que el corazón se me oprima en
el pecho. Aunque me encanta estar en sus brazos, quiero asegurarle a
Hayden que estoy bien. Odio verle disgustado. Sobre todo, por mi culpa.
—Las vendas me protegen lo suficiente para que apenas note los cortes
—le digo, haciendo un gesto con la mano cuando frunce el ceño—. Ve
delante.
Con una mirada escéptica, me pone la mano en la espalda, la palma
caliente contra mi cuerpo. El aroma familiar de su perfume flota en el aire,
relajante y reconfortante, e inhalo, absorbiéndolo. Como cada vez que he
estado entre sus brazos.
Mis primeros pasos son incómodos al adaptarme al acolchado de los
pies y disimular mi incomodidad ante Hayden, pero una vez que llegamos
a la cocina, confío en que mis heridas sean leves y no me preocupen. Al
menos, no tan graves como las ha estado tratando. Es entrañable. Por la
forma en que me ha atendido, cualquiera diría que he pisado la hoja de un
machete.
Nunca nadie había hecho eso. No de la forma en que lo ha hecho
Hayden.
Se apresura a sacar una botella de agua de la nevera, desenrosca el
tapón y me la ofrece. Se la cojo, con cuidado de no tocarlo. Tener los dedos
de Hayden sobre mi piel me impide pensar con coherencia. O en absoluto.
—Gracias —le digo. Bebo un largo trago y él me observa, haciendo que
una actividad normal se convierta en un reto. Mientras intento no
atragantarme, vacío la botella, sintiendo que merezco una medalla de oro
por haber completado semejante hazaña—. Te agradezco lo que has hecho
esta noche, pero creo que tenemos que tener una conversación sobre los
límites.
Cruza los brazos, haciendo que la tela se tense contra los contornos de
su pecho, lo que me distrae muchísimo.
—¿Ah, sí? —pregunta, con voz peligrosamente suave.
La advertencia subyacente en sus palabras me hace volver a centrar
mis pensamientos.
—Sí. Supongo que me has rastreado a través de mi móvil, y eso no está
bien.
—No veo el problema.
—Es una invasión de la intimidad —digo, levantando las manos—. No
soy tu mascota que ha escapado y necesita que la rescates. —Cuando
levanta una ceja burlona, respiro hondo para aliviar la frustración
desplegada en mis entrañas. Aprieto la botella de agua simulando que es
el cuello de Hayden—. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
—Necesito saber cada segundo de cada día que estás a salvo. —Se
encoge de hombros—. Si eso significa ponerte un chip o rastrear tu móvil,
lo haré.
Me quedo con la boca abierta antes de cerrar la mandíbula.
—¿Te estás oyendo? Suenas como un loco.
—Si estoy loco, es por tu culpa.
Como si me hubiera abofeteado, retrocedo bruscamente.
—¿Por mí?
—Sí, por ti.
Sus brazos caen a los lados y da un paso hacia mí. Retrocedo un paso
en respuesta porque su proximidad me abruma y destruye mis defensas.
Camina hacia mí, atrapándome entre el mostrador y su cuerpo y se cierne
sobre mí con sus ojos azules cubiertos de escarcha.
Reprimo un escalofrío y desvío la mirada, viéndole agarrar el borde
del mostrador a ambos lados de mis caderas. Se inclina hacia mí, apretando
la longitud de su cuerpo contra el mío, y ese delicioso contacto hace que
mi sangre cante.
—¿Qué te he hecho? —pregunto, mirándole el antebrazo y las venas
visibles justo debajo de su piel—. Eres tú quien no me deja en paz.
Al sentir que sus dedos me agarran la barbilla, aprieto los labios. Alza
mi cabeza hasta que nuestros ojos se encuentran. Es casi insoportable
mirarle. No cuando lo hace como si yo fuera su razón de vivir.
—Porque estás en mi sangre, Callie. Bajo mi piel. Por mucho que lo
intente, no puedo extirparte sin matarme en el proceso.
CAPÍTULO 31
Calista
—Hayden —respiro, su nombre se convierte en un jadeo y un suspiro
al mismo tiempo.
—Nunca había sido así para mí. No sé cómo afrontarlo, excepto
asegurándome que estás a salvo y cuidada en todo momento. Eso es lo
único que me impide volverme completamente loco y secuestrarte.
Aunque he pensado en ello. Mucho.
Sus palabras roban el aire de mis pulmones. Respirando hondo,
enrosco los dedos en su camisa, aferrándome con una desesperación que
me asusta tanto como su confesión.
—Esto no es sano. Para ninguno de los dos.
Su mirada sostiene la mía, despojándome del blindaje y la actitud
desafiante y dejando al descubierto a la mujer solitaria que hay bajo el
exterior que muestro al mundo. La que ansía su afecto con una sed que
podría ahogarla. ¿Estoy tan metida en esto como él? Aún no. Únicamente
porque él lo ha aceptado y yo no.
—Puede que no sea sano ni lo que se considera normal. —Suelta mi
barbilla para deslizar la mano por mi cabello, enredando los dedos en las
hebras y manteniéndome inmóvil—. Pero no quiero ser normal si eso
significa que no puedo tenerte.
Un sonido ahogado se escapa de mi garganta cuando sus palabras
perforan lo último de mis defensas. Nadie me ha mirado nunca como lo
hace Hayden. Y, desde luego, nunca han llegado tan lejos como él para
mantenerme a salvo. Ni siquiera mi padre se preocupaba tanto por mí, y
me quería.
Sea lo que sea lo que Hayden siente por mí, puede que sea más fuerte
que el amor.
Pero también es más peligroso.
—Elite Health Care —susurro. Hayden frunce el ceño y cierro los ojos,
incapaz de repetírselo mirándolo—. Elite Health Care es el nombre.
Sin dejar de agarrarme la nuca, utiliza la otra mano para trazar mis
párpados, su tacto es más ligero que el roce del ala de una mariposa.
—Mírame. —Cuando lo hago, la confusión se enfrenta a la
comprensión, recorriendo sus facciones—. La clínica —gruñe—. Allí fue
donde estuviste aquella noche.
Al ver cómo florece la comprensión en su mente, me invade un
sentimiento de vergüenza tan intenso que mi pecho arde. Mis ojos se llenan
de lágrimas y asiento para confirmarlo. Ocultarle esta información no hace
más que retrasar lo inevitable. Igual que mi relación con él.
Al final, Hayden conseguirá lo que quiere de mí, y me siento
impotente para impedirlo.
—¿Por qué me lo dices ahora, después de negármelo durante días? —
pregunta.
Esa es la verdadera pregunta, la que tiene mi mente dando vueltas y
mi corazón bombeando alocadamente. Toda la noche he luchado con la
idea que Hayden solo me persigue porque quiere los detalles de mi pasado,
y que una vez que los tenga, habrá acabado conmigo. Toda esta pasión e
intensidad de su parte se desvanecerá, y yo me quedaré atrás con mis
secretos al descubierto y únicamente mi soledad para consolarme. Al
decirle las cosas que quiere, estoy acelerando el final de lo que sea que haya
entre nosotros.
Porque no puedo imaginarme que me retenga cuando lo sepa todo.
Respiro temblorosamente, deseando que se ralenticen los rápidos
latidos de mi corazón.
—Te lo digo porque estoy cansada de huir de ti, Hayden. Estoy harta
de fingir que esto que hay entre nosotros se desvanecerá de algún modo si
lo evito lo suficiente.
Sus ojos se entrecierran, buscando los míos.
—¿Y saber la verdad hará que huya de ti?
Una risa carente de humor se escapa de mis labios.
—Dudo que haya algo que te haga huir despavorido. Pero para
responder a tu pregunta, creo que es más probable que conocer la verdad
te haga darte cuenta que no soy... —Hago una pausa, eligiendo mis
palabras con cuidado—. No soy lo que realmente quieres. Y eso está bien,
pero preferiría que lo supieras lo antes posible antes que yo...
Me enamore de ti.
Aprieto el labio inferior entre mis dientes para impedirme hablar. Por
Dios, admitirlo habría sido desastroso. Ojalá pudiera culpar al alcohol,
pero dudo que sus efectos sobre mí sean más fuertes que la presencia de
Hayden. Con ambos combinados, es probable que diga alguna estupidez.
—¿Qué he dicho de morderte el labio? coloca el pulgar sobre mi labio
inferior, separándolo suavemente de mis dientes.
—Quiero tener esta conversación contigo, pero me lo estás poniendo
difícil. Ahora lo único que quiero es follarme esta boca tan bonita.
Me pasa el pulgar por la comisura de los labios, y yo los separo
inmediatamente. Invitándolo. Sumerge el dedo dentro y desliza la yema
sobre mi lengua antes de arrastrarla por mis dientes. Su cuerpo tiembla y
cierra los ojos como si luchara por mantener el control de sí mismo. Cuando
vuelve a mirarme, el azul de su mirada se ha oscurecido por el hambre.
—Haces que sienta dolor, Callie. De formas que no sabía que podía
hacerlo.
—Me has hecho lo mismo.
Aprieto las manos contra su pecho, insegura de tener la fortaleza
emocional necesaria para apartar a este hombre. El crudo anhelo grabado
en su hermoso rostro me hace temblar de deseo. Y miedo.
—Creo que es mejor que no nos besemos ni hagamos nada más hasta
que hayas resuelto el asesinato de mi padre y revisado toda la información
que voy a darte. —Una sombra cruza sus facciones, y me apresuro a
explicarme—. Si esto entre nosotros es inevitable, entonces ponerlo en
pausa no tendrá importancia a largo plazo.
—Quizá no, pero eso no significa que quiera padecer mientras tanto
—me dice Hayden. Se separa completamente de mí retrocediendo un paso.
El hambre de sus ojos no desaparece, pero su rostro adopta una expresión
fría—. Estoy de acuerdo, pero tengo condiciones que deben cumplirse.
—¿Cuáles son?
Odio la distancia que nos separa, pero es algo que necesito
desesperadamente si quiero negociar con Hayden. Sin la calidez de su
cuerpo filtrándose en el mío, siento frío y me rodeo la cintura con los
brazos. O tal vez me estoy fortaleciendo para lo que va a decir.
—Primero, te mudarás conmigo. —Cuando balbuceo, levanta una
mano—. Has dicho que tienes un acosador, lo que significa que estás en
peligro. No puedo hacer lo necesario para resolver el asesinato de tu padre
si paso todo el tiempo preocupándome por ti. Si vives aquí, sabré que estás
a salvo.
—¿Estás hablando en serio? ¿Te conozco desde hace cuánto? ¿Un puto
minuto? ¿Y qué pasa con mi trabajo? —Extiendo los brazos, casi
batiéndolos agitada—. Acosador o no, no puedo quedarme aquí todo el día
sin hacer nada.
—Esa boca —dice, su tono impregnado de advertencia—. Si quieres
ensuciarte la boca, conozco muchas formas de hacerlo sin necesidad de
palabras. En cuanto a tu trabajo, te escoltaré al ir y volver del trabajo,
además de asignarte un guardaespaldas personal durante el tiempo que
estemos separados.
—Hayden, esto es una locura. No puedo aceptarlo.
—Puedes y lo harás. —Cuando lo fulmino con la mirada, continúa
como si mi enfado fuera una mera molestia—. En segundo lugar, me darás
tu palabra que me avisarás inmediatamente si alguien te amenaza de
cualquier forma. Ya sea un desconocido cualquiera o tu ex prometido que
se pase por el Sugar Cube. Y por último, cuando encuentre al asesino de tu
padre, te entregarás a mí. Completamente, sin restricciones.
Lo miro boquiabierta. Porque no puedo hacer otra cosa que gritar
frustrada o desmayarme del susto. Me encantaría decir que Hayden solo
está jugando conmigo en algún intento salvaje de llevarme a su cama, pero
su expresión certera dice que esto va más allá de la gratificación sexual.
Hayden Bennett quiere jodidamente poseerme.
Dejo caer mi mirada, incapaz de soportar la intensidad de la suya.
Porque cuando lo miro a los ojos, lo único que veo es la determinación
escrita en sus profundidades. Y su necesidad de mí.
Comienzo a morderme el labio y lo suelto rápidamente al oír el
gruñido procedente de su garganta. Ignorando el destello de lujuria que
atraviesa su mirada, me cruzo de brazos y considero sus condiciones. Por
mucho que me molesten las restricciones, la seguridad que me ofrece, tanto
física como económica, es demasiado tentadora para que la rechace. Si no
tuviera un acosador merodeando por mi apartamento, violando mis
espacios privados, tendría más valor para decirle a Hayden que bese mi
culo. Pero con mi vida en juego, me resisto menos a sus exigencias si me
permiten respirar.
—Si acepto esto —digo—, entonces tienes que prometerme que
respetarás mis decisiones y no intentarás dictarme todo lo que hago o
adónde voy. Necesito ser libre para pasar tiempo con Harper, ir a trabajar
y simplemente vivir mi maldita vida sin tus interferencias. ¿Seguro que
puedes entenderlo?
Me mira fijamente y el calor se eleva a mis mejillas. ¿Cómo puede
deshacerme con una sola mirada? Es desconcertante.
—Me parece bien, siempre que nada de eso implique a otro hombre —
me dice—. A menos que quieras que amenace su vida. Puede que no haya
reclamado tu cuerpo, pero estaré jodido antes de dejar que otro te toque.
Mi jadeo no es más que una bocanada de aire, e insuficiente para saciar
la necesidad de oxígeno de mis pulmones. Dejo caer la mirada y respiro
hondo varias veces, habiendo renunciado a intentar calmar mi agitado
pulso. Si las cosas que dice Hayden me provocan un ataque al corazón, así
es como debo actuar.
Me coloca el dedo índice bajo la barbilla y levanta mi cabeza.
—Cuando se resuelva este caso, no te quedarán excusas ni lugares a
los que huir. Ahora mismo, eres el único obstáculo en mi camino, pero
también eres la única mujer que quiero. A pesar de lo que creas, eso nunca
va a cambiar.
—No te creo, y aunque lo hiciera, ¿qué quieres de mí? ¿Sexo? ¿Una
relación? ¿Amor? —Aparto la barbilla y me burlo—. Dudo que puedas
responder a eso. Sé que no puedo.
Al menos no puedo sin parecer tan trastornada como él. No es que me
casaría con Hayden mañana, aunque me lo pidiera. Lo que quiero es que
estemos juntos con el objetivo final de averiguar lo que significamos el uno
para el otro. Y eso lleva tiempo.
Pero con el tiempo puede llegar el desinterés. ¿He ganado tiempo
suficiente para poner a prueba el enamoramiento de Hayden? ¿Y el mío
propio?
—Sí sé lo que quiero, Callie. A ti. Todo de ti. —Toma mi rostro entre
sus grandes manos, las puntas de sus dedos clavándose en mi cabeza. No
lo suficiente para hacerme daño, pero sí para mantenerme inmovilizada—
. Acepta mis condiciones. No aceptaré un no por respuesta.
—Dame setenta y dos horas.
Asiente lentamente y luego baja la cabeza para apoyarla contra la mía.
—Hasta entonces, pretendo convencerte.
—Hasta entonces, pienso resistirme a ti.
CAPÍTULO 32
Calista
Percibo la reticencia de Hayden a soltarme, pero lo hace y retrocede.
La huella de sus manos sigue ardiendo en mi piel, y sus últimas palabras
resuenan en las inquietas cavidades de mi corazón. Lo miro fijamente,
dividida entre el alivio por el retraso y el pesar por un ajuste de cuentas
que aún no estoy preparada para afrontar.
¿Cómo podría un aplazamiento ser suficientemente largo en
prepararme para un hombre empeñado en apoderarse de mi cuerpo, mis
secretos y mi propia alma?
Este hombre ofrece santuario y consuelo con un suspiro, dominio y
conquista con el siguiente. Seguridad y estabilidad a cambio de una
rendición absoluta bajo sus despiadados términos. Sin embargo, solo
puedo culparme a mí misma.
Sabía dónde me metía desde el momento en que busqué su ayuda.
Esto plantea una pregunta: ¿Estoy realmente disgustada? ¿O estoy
fingiendo estarlo porque no lo estoy y sé que debería estarlo?
—¿Estás lista para acostarte? —me pregunta.
Es una pregunta sencilla, pero no puedo contener el nerviosismo que
se extiende por mi piel. Después de esta larga conversación, estoy segura
que Hayden no intentará acostarse conmigo. Entonces, ¿por qué no me
encuentro tranquila?
—Sí.
Inclina la cabeza.
—Por aquí.
Una vez más coloca su mano en la parte baja de mi espalda y me
conduce por el pasillo. Hacia su habitación. Cuando me detengo, él hace lo
mismo, girándose a mirarme con el desconcierto escrito en su rostro.
—Esa es tu habitación —le digo, a modo de explicación.
—Ya lo sé.
—¿No tienes habitación de invitados?
Asiente con la cabeza.
—Sí tengo, pero no dormirás en ningún sitio si no es conmigo.
—Hayden...
Sus ojos se suavizan al percibir mi evidente angustia.
—Te he dado mi palabra, Callie. Mi único objetivo esta noche es
mantenerte a salvo. Nada más, por mucho que lo desee.
Mi estómago se revuelve ante el hambre que desprende su voz. Puede
que esté luchando contra la atracción que siento por él, pero Hayden está
luchando contra algo más que eso. Está luchando contra sus instintos
primarios. Eso es lo que le lleva a ahondar en los deseos más bajos, los que
buscan satisfacción a cualquier precio.
Presiona su mano contra mi espalda y permito que me conduzca al
interior. Me acerco a la cama y me siento en el lujoso colchón, más que
dispuesta a dormir con el vestido puesto. No es que cubra mucho, pero es
mejor que dormir desnuda. No soy suficientemente valiente para poner a
prueba los límites de Hayden, aunque me haya prometido no tocarme.
Se acerca a una cómoda y saca una camiseta blanca lisa antes de
ofrecérmela.
—Toma. Cámbiate y luego ven a la cama. —Al oír mi vacilación,
exhala, sonando frustrado—. ¿Qué he dicho? En algún momento tendrás
que confiar en mí.
—Lo sé, y lo hago hasta cierto punto. Pero pedirme que me desnude
delante de ti y que comparta tu cama es sobrepasar los límites de esa
confianza. —Me cruzo de brazos, la angustia dando paso a la irritación ante
él—. Una habitación de invitados y una camiseta parecen perfectamente
adecuadas para garantizar mi seguridad esta noche.
—No tienes por qué cambiarte delante de mí. —Levanta la barbilla en
dirección al cuarto de baño—. Cámbiate allí, pero dormirás en mi cama.
Levantando la barbilla, cojo la camiseta que me ofrece y me dirijo al
cuarto de baño, donde me cambio y me lavo para ir a la cama. Cuando
salgo, Hayden ya ha apagado las luces y está acostado sobre las sábanas
cruzando las manos detrás de su cabeza. Lo recorro con la mirada,
observando su relajada postura, contradiciendo la tensión que recorre su
cuerpo.
Se incorpora cuando me acerco al lado vacío de la cama y retira la
manta en señal de invitación. Respiro hondo y me deslizo bajo ellas, con
movimientos entrecortados debido a mi inseguridad. Se acomoda de
nuevo contra las almohadas y permanecemos en un tenso silencio durante
unos instantes.
Hasta que Hayden suelta un sonido exasperado y se gira para
mirarme.
—Por el amor de Dios, relájate. No voy a matarte.
—Hay cosas peores que la muerte. De hecho, a veces matar es un acto
de misericordia.
—¿Crees eso?
Asiento con la cabeza.
—Depende de la situación, pero sí, lo creo.
—Siempre he visto la muerte como una solución.
—También puede serlo.
Me estudia. Siento su mirada recorrer mi perfil, bajar por mi garganta
y atravesar mi pecho. Es una caricia espectral que aún enciende mi sangre.
Giro la cabeza para encontrarme con su mirada.
Caigo instantáneamente bajo su hechizo.
—¿Hayden?
—¿Sí?
—Ya perdí a mi padre a manos de la muerte —susurro, incapaz de
hablar a un volumen normal con las lágrimas arañándome la garganta—.
Por favor, no dejes que te lleve a ti también. No quiero que este acosador
te haga daño.
Hayden me mira fijamente, sus ojos se dilatan, permitiéndome ver la
emoción arremolinándose en su interior. Pulsa como un ser vivo,
haciéndose más fuerte hasta que el azul se convierte en todo lo que puedo
ver.
Con un rápido movimiento, cambia de posición, eliminando la
distancia que nos separa. Flotando sobre mí, con las caderas pegadas a las
mías y las manos apretadas a ambos lados de mi cabeza, me mira fijamente
con cruda intensidad. El aire se espesa con una mezcla de deseo y
vulnerabilidad, como si el peso de nuestra conexión pendiera de un hilo.
Entonces levanta una mano y captura mi rostro, pasándome el pulgar por
el labio inferior.
—Nunca —me dice, el sonido gutural y profundo, como convocado
desde lo más hondo de su alma—. ¿Me oyes, Callie? Nunca te abandonaré.
Ni en esta vida ni en la que venga después. Eres mía. Y reduciré este
mundo a putas cenizas antes de dejar que nada te separe de mí. O a mí de
ti.
Su apasionada declaración me destroza de la mejor manera posible.
Aprieto el material de su camiseta y tiro de él hacia mí, amoldando mi
boca a la suya. Separo los labios, abriéndolos ansiosamente para darle la
bienvenida, invitándole a tomar lo que le pertenece. Él gime en el beso,
haciéndome apretar los muslos, mi cuerpo anhelando su contacto.
El calor y la sensación de él tendido sobre mí me calan hasta los
huesos, dejando una huella en mi ADN y en mi corazón. Hunde su lengua
en mi boca con un hambre feroz que ahuyenta lentamente los hilos de
incertidumbre y miedo, sustituyéndolos por deseo y anhelo.
Cuando gimo en su boca, separa la suya de la mía y se retira dejando
que su mirada recorra los lugares que quiero que exploren sus manos. Tras
la minuciosa inspección, sus ojos encuentran los míos y niega con la cabeza.
—Creí que habías dicho nada de besos.
Me encojo de hombros.
—Dije que no podías besarme, pero eso no significa que no pueda
hacer lo que quiera.
—Eso es injusto, pero nunca te lo negaré. —Machaca su polla contra
mí, haciendo que mi respiración se entrecorte—. Te daría cualquier cosa si
eso significara que puedo conservarte.
—Mantenerme significa sobrevivir a ti.
Sus cejas se fruncen.
—Explícate.
—Si me entrego a ti...
—Cuando —interviene.
Le lanzo una mirada intensa, pero carente de verdadera calidez.
—Si me entrego a ti, me romperás en pedazos tan pequeños que no
seré capaz de unirme ni recomponerme.
—Fusionaré tus pedazos rotos con los míos. Juntos, estaremos
completos, Callie.
Los ojos de Hayden arden, el azul entre las llamas más ardientes
mientras me contempla, su promesa flotando en la atmósfera. Tiemblo ante
la belleza salvaje grabada en su rostro. Habla de un anhelo tan agudo que
lo deja a él en carne viva y a mí en peligro. No de romperme el corazón,
sino de robármelo por completo.
Este hombre podría meter la mano en mi caja torácica, reclamar mi
corazón y dejarme vacía donde antes latía para él. Un eco en mi pecho que
durará el resto de mi vida. Prefiero ser parte de él, que estar separada y
vacía.
Sus pupilas se contraen ante la aceptación que seguramente habrá en
mi rostro, reflejo directo de mis pensamientos. Agacha la cabeza,
reclamando mis labios en un beso, y jadeo contra su boca, apretando con
fuerza el agarre de su camisa, como anclaje, mientras el mundo amenaza
con desaparecer. Siempre lo hace cuando estoy con él.
Gime y desliza una mano por detrás de mi cuello, inclinando mi
cabeza y profundizando el beso. Bebe de mí, me devora, mientras su
lengua acaricia y chasquea, encendiendo llamas danzando a lo largo de mis
sentidos. Solo cuando mis pulmones arden en busca de aire, levanta la
cabeza. Nuestras respiraciones entrecortadas se mezclan, nuestros pechos
se agitan.
—Duerme ahora —me dice.
—¿Y tú?
Aprieta los ojos como si le doliera.
—Tengo que dejarte sola ahora mismo, o romperé la promesa que te
hice.
—¿Volverás?
Levanta los párpados y me mira con tanta ternura que casi suspiro.
—Siempre volveré a ti, Callie.
CAPÍTULO 33
Hayden
Necesito un jodido milagro.
Vivir con Callie bajo mi techo y en mi cama sin tocarla va a requerir
ayuda sobrenatural.
Me dirijo hacia mi despacho con la sensación de su cuerpo en mis
manos. Un hambre como nunca he conocido guerrea con mi cordura,
intentando llevarme al límite, ceder a las emociones más oscuras.
Las que harán que Callie huya de mí. De nuevo.
Veo mi despacho y entro cerrando la puerta tras de mí. No quiero que
Callie me vea mientras recupero la compostura. Para eso puede que tenga
que masturbarme.
Para no follármela a ella.
Me acomodo en el asiento de cuero y me agarro al borde del escritorio
para serenarme. Ahora que sé el nombre de la clínica que Callie visitó
aquella noche, voy a descubrir sus secretos. Nada de lo que averigüe sobre
ella cambiará mi forma de verla.
Puede que Calista Green tenga los defectos que poseen todos los
humanos, pero para mí es perfecta.
Cojo el móvil y marco el número de Zack. Contesta al primer timbrazo,
aliviando parte de la tensión de mi cuerpo. Habría sido malo para él
hacerme esperar esta noche, no cuando el conocimiento que he estado
buscando está por fin a mi alcance.
—Hola, capo —saluda—. ¿Qué puedo hacer por ti a estas horas tan
tardías?
—Necesito que peines todos los expedientes que aparecen el 24 de
junio en una clínica privada llamada Elite Health Care. El de Calista es uno
de ellos.
—¿Quieres que te devuelva la llamada o quieres esperar mientras
busco? No tardaré mucho ahora que me has dado la ubicación exacta.
—Esperaré.
El sonido de sus dedos golpeando las teclas es el único que penetra en
mi mente. A menos que cuentes el aire que entra y sale de mis pulmones a
través de mi respiración entrecortada.
El misterio sin resolver del pasado de Callie me persiguió desde el
momento en que quise poseerla. He perdido el sueño de tanto pensar en lo
que le ocurrió. Fuera lo que fuese, tuvo que ser angustioso si desencadenó
un ataque de pánico.
—Green es una mujer de unos veintipocos años —Zack murmura para
sí—. ¿Cuánto crees que pesa y cuál es su estatura? —Después de
responderle, continúa—. Quienquiera que trabajara con este archivo no fue
muy inteligente —dice Zack—. Dudo que sea un varón de cuarenta años
de la misma estatura y peso que entró en el lugar con la huella de una mano
en el cuello.
—¿Estás seguro que es su expediente? —Cuando Zack guarda
silencio, me aclaro la garganta. Normalmente eso es suficiente para
incitarle, pero esta vez no—. ¿Zack?
—Sr. Bennett, esto no le va a gustar.
Aprieto los dientes ante el uso formal que hace de mi nombre. Si antes
no me sentía aprensivo, seguro que ahora sí.
—Solo dime.
—Estoy bastante seguro que este es su expediente médico —responde
despacio—. Y dice que tenía altos niveles de GHB en el organismo.
—¿Estás seguro? —Porque si Zack confirma lo que acabo de oír, voy a
asesinar a alguien, joder. Después de torturarles al máximo—. Tu respuesta
pone en peligro la vida de alguien, para que quede claro.
Zack suelta un suspiro.
—Estoy seguro al noventa y nueve por ciento que a Calista Green le
dieron una gran dosis de la droga de la violación en una cita.
—Envíame el expediente —digo, cada palabra entrecortadamente.
—Enviado. ¿Y Sr. Bennett? Lo siento.
Zack termina la llamada. No es propio de él colgarme, pero ha debido
percibir mi horror desbordante. Mi teléfono emite una notificación y abro
rápidamente el archivo adjunto. Necesito ver con mis propios ojos las cosas
que mi mente quiere negar.
El historial médico, una mera composición de caracteres negros sobre
fondo blanco, me mira fijamente, jodiendo mi cordura. Mi corazón late con
una cadencia irregular, anunciando el terror y algo más oscuro a medida
que, página a página, su pasado se despliega ante mí. Calista drogada,
magullada y tirada en el suelo de la cocina...
¿Fue agredida sexualmente?
La sangre drena de mi rostro ante la trayectoria de mis pensamientos,
haciendo que la bilis ascienda por mi garganta. Me la trago y respiro
hondo, obligándome a continuar. Cuando termino de leer todo el
expediente, estoy empapado en sudor respirando con dificultad y rapidez.
Hasta casi doblarme por la intensidad de un dolor ajeno.
Callie, una mujer cuyo único deseo en la vida es ayudar a los demás,
ha sido brutalmente violada. Las posibilidades reales a que no haya sido
violada son demasiado minúsculas para ofrecer consuelo.
Me invade una rabia sin precedentes tiñendo de rojo mi visión. Me
agarro al borde del escritorio, con todos los músculos tensos por el impulso
de cometer actos violentos. Con un gruñido, me levanto de mi asiento y
estrello la silla contra la pared. Folios de papel sueltos revolotean en el aire
como hojas a la deriva en el viento, y las patas del escritorio chirrían contra
el suelo cuando lo empujo a un lado, haciendo que ardan mis brazos por el
esfuerzo.
Pero no es suficiente. No cuando la furia que llevo dentro es una
presión aumentando a cada segundo, buscando una salida que solo la
destrucción podrá satisfacer.
Me doy la vuelta y agarro la silla para lanzarla por los aires. El mueble
golpea la chimenea con estrépito, el impacto crea grietas en el mármol.
Agarro los libros más cercanos de sus estantes y los arrojo contra la pared.
Aterrizan con un ruido sordo apenas perceptible mientras cojo otro. Y otro
más.
Los destrozos continúan hasta que la habitación refleja el caos que
reina en mi interior. Con el pecho agitado y el sudor acumulándose a lo
largo de mi columna, permanezco de pie en medio de la ruina, con la
mirada perdida en busca de algo más que destruir. Un suave golpe en la
puerta es seguido por la voz de Calista. La voz de un ángel, mientras que
yo soy el demonio personificado en este momento.
—¿Hayden? ¿Te encuentras bien?
CAPÍTULO 34
Hayden
Me apoyo contra la pared y me pellizco el puente de la nariz, luchando
por calmar mi respiración lo suficiente como para responder a Calista
mientras busco una respuesta que no delate las profundidades de la rabia
de las que aún no he salido. Mi respuesta tardía solo consigue que ella abra
la puerta.
Entra y su mirada encuentra inmediatamente la mía. Sus ojos color
avellana brillan inseguros y su labio inferior tiembla de inquietud, pero
aun así se dirige hacia mí.
—No —le digo levantando una mano, con la palma hacia ella.
Calista da un respingo y se detiene bruscamente. La expresión dolida
de su rostro hace que una punzada atraviese mi pecho. ¿Y si supiera la
mierda que quería hacerle a quien le hiciera daño?
Si fuera inteligente, correría más rápido y más lejos que antes.
Tras cruzar las manos por delante, Calista retuerce los dedos en la tela
de mi camiseta, incapaz de contener su nerviosismo.
—Ya lo sabes.
Asiento con la cabeza, sin confiar en mí mismo para hablar. Aún se me
revuelven las tripas y tengo los puños tan apretados a los lados que los
brazos me tiemblan por la tensión. Si pudiera tocarla sin ser un peligro para
ella, lo haría. Pero ahora mismo, no estoy... estable.
Calista inclina la cabeza y su cabello se desliza a los lados de su rostro,
una cortina de seda acariciando sus pálidas mejillas.
—Sabía que me mirarías de otra manera. —Su susurro, lleno de dolor
y decepción, es fuerte en medio del silencio. Me sobresalto ante el
abatimiento de su voz, ya que nunca lo había oído con anterioridad.
Cuando levanta la cabeza, su mirada se ha endurecido hasta
convertirse en ámbar cristalizado, fracturado por la agonía. Tras girar
sobre sus talones, sale del despacho, deteniéndose brevemente para
mirarme por encima del hombro.
—Esperaba que siguieras queriéndome una vez que lo supieras, pero
me equivoqué.
Desaparece de mi vista antes de liberarme del trance en el que me ha
sumido con su confesión. Salgo tras ella, mis zancadas devoran la distancia
que nos separa. Ella acelera el paso cuando llego, lo que hace que mi sangre
se acelere aún más.
La alcanzo en el pasillo y la agarro del brazo, haciéndola girar para
que me mire. Luego invado su espacio, sin querer que nada se interponga
entre nosotros, y aprieto su columna contra la pared. Ella parpadea, sus
ojos brillan con lágrimas no derramadas, destripándome donde estoy.
—Todavía te deseo —le digo—. Tan jodidamente fuerte.
—Entonces por qué... —Mira en dirección a mi despacho, su mensaje
es claro.
—Me enfurece que te haya pasado esto. Y porque no puedo hacer una
maldita mierda para mitigar tu dolor.
Se queda paralizada, con los ojos desorbitados por mi tono. Maldigo
en voz baja y me obligo a aflojar el agarre de su brazo, aunque no la suelto.
Necesito el contacto con ella, la seguridad de tenerla aquí conmigo.
—Necesito que me cuentes todo lo que recuerdes, para que pueda
encontrar a quien te hizo esto —le digo.
—¿Y luego qué? —Ella aprieta sus manos temblorosas en mi camisa,
sus ojos arden de emoción—. ¿Qué vas a hacer?
—Les haré sufrir de un modo que nadie ha sufrido jamás. Antes de
cargármelos.
Ella sacude la cabeza.
—Por favor, no hagas eso.
—¿Por qué? —grito la pregunta, incapaz de comprender por qué no
quiere vengarse. Es algo que he buscado toda mi vida desde la muerte de
mi madre, y no puedo imaginar a nadie más renunciando a la satisfacción
que supone destruir a la persona que te ha robado algo.
Mis pensamientos vuelven a encender la furia que hay dentro de mí y
que ansía liberarse. Mi pecho se tensa hasta que apenas puedo respirar
mientras la tensión recorre cada centímetro de mi cuerpo. La suelto del
brazo para golpear la pared con el puño. Ella grita asustada mientras yo
abrazo el dolor que atraviesa mis nudillos.
Cuando retiro la mano de la pared para examinar la herida, Calista
jadea.
—¡Estás sangrando!
Antes de poder volver a golpear la pared, se acerca a mí. Con el ceño
fruncido, me coge suavemente la mano, y su contacto tiene un efecto
inmediato. La ternura actúa como un bálsamo, aliviando la llamarada de
mis emociones más oscuras, las que amenazan con quemarme vivo
mientras me atormentan.
Es desconcertante que esta mujer pueda domar la violencia que hay
en mí con el mero roce de su piel contra la mía o con una palabra amable.
Calista tira de mi mano, instándome a seguirla hasta el cuarto de baño.
Me apoyo en la encimera mientras ella recoge el material médico que
utilicé antes en sus pies. Sin vacilar, me limpia y venda la mano.
La observo.
Cómo me acaricia con los dedos.
Su mirada recorre mi rostro.
El modo en que su cuerpo gravita hacia el mío.
Cada contacto con ella apaga el calor de mi rabia hasta que algo más
se agita en mi interior, despertando ante su proximidad. Deseo. ¿Cómo ha
podido pensar que no la desearía? Me resulta inconcebible.
Y la razón por la que nunca la dejaré marchar.
Incluso ahora, después de presenciar la destrucción y violencia que
desencadené, su rostro no tiene rastros de juicio. Aprehensión, sí, aunque
eso tardará tiempo en borrarse. A pesar de ello, su único pensamiento es
aliviar y consolar, como si mi sufrimiento fuera el suyo propio.
Esto me humilla.
Cuando termina de vendarme la mano, me mira, sus ojos
ensombrecidos de preocupación.
—¿Quieres hablar de ello?
Niego con la cabeza.
—Solo empeoraría las cosas. La idea que alguien te haya lastimado...
Nunca me había sentido tan fuera de control.
Calista baja la mirada, soltándome. Tomo su rostro entre mis manos,
deseando que me mire una vez más. Lo hace y eso me da fuerzas para
decirle la verdad.
—Tienes que saber que no cambiaré de opinión sobre vengarme —le
digo—. Te lo mereces y yo lo necesito. ¿Entiendes lo que te digo?
Ella asiente lentamente.
—Bien. —Junto las frentes, empapándome de su presencia. Me baña
como una niebla fresca, apagando las brasas que aún calientan mi furia. Al
menos por esta noche—. Cuando se trata de tu bienestar, no hay límites en
lo que haría para mantenerte a salvo.
—Lo sé —me dice, su aliento un susurro rozando mi boca—. No me
he sentido segura desde que murió mi padre. Gracias por protegerme. Solo
espero que no...
—Dime, Callie.
—No quiero que te hagan daño. No podría soportar que te pasara algo
por mi culpa o por mi pasado.
—Todo irá bien.
La atraigo entre mis brazos y acerco su cabeza a mi pecho,
necesitándola cerca, su cuerpo pegado al mío. Oírla admitir que se
preocupa por mí solo hace que la desee aún más. Pero no es solo eso.
Me hace desear su afecto.
Quizá incluso su amor.
No estoy seguro de saber cómo fomentar o alimentar este sentimiento,
pero si me da más de ella, las partes a las que nadie más tiene acceso... Voy
a perseguirlo hasta conseguir lo que quiero. Como un trofeo, exhibiré su
amor para que todos lo vean sabiendo que es mío.
—Vamos a llevarte a la cama —le digo a los mechones de su cabello—
. Necesitas dormir.
Enrosca los dedos en mi camisa.
—¿Te quedas conmigo?
—Por supuesto.
Doy un paso atrás, cojo su mano y la conduzco al dormitorio. El
espacio es oscuro y silencioso, prestándose a la intimidad. No solo de tipo
sexual, sino también emocional. En este momento, quiero estar cerca de
Calista de todas las formas posibles, aunque eso requiera que me muestre
vulnerable de una forma que me resulta incómoda.
Haría cualquier cosa por ser lo que ella necesite que sea.
Se sube a la cama y se vuelve para mirarme, su mirada llena de
invitación. Y anhelante. Si existe la posibilidad que ella pueda sentir por
mí lo mismo que yo por ella, moriré satisfecho.
Calista acaricia el edredón con expresión tímida.
—¿Vienes?
Asiento con la cabeza antes de desnudarme hasta los bóxers. Su
mirada se ensancha con cada prenda que cae al suelo. El brillo apreciativo
que enciende el color avellana de sus ojos me la pone dura al instante.
Cuando se fija en la longitud de mi polla, hace que la cabrona se sacuda y
libere precum.
Antes de perder el control, por segunda vez en una hora, me subo a la
cama. Su mirada nunca vacila. Permanece en mí como una sombra, lo que
hace aún más difícil no follármela.
—Ven aquí —le digo, mi voz ronca a causa de la frustración sexual
punzante.
Calista se desliza y presiona su cuerpo contra mi costado. Casi suspiro
de lo mucho que me gusta sentirla. En lugar de eso, envuelvo su espalda
con el brazo y coloco la mano en su cadera, firmemente agarrada.
Permanecemos tumbados en silencio y, con cada minuto que pasa, mi
cuerpo se relaja, los músculos se desenrollan lentamente. Y después
moldeándose a ella. Calista se adapta perfectamente como si estuviera
hecha para mí. Hay una rectitud que se asienta a lo largo de mi cuerpo,
permitiéndome estar en paz de una manera inusual.
Los funerales son uno de los pocos lugares en los que experimento
serenidad, pero eso ha cambiado.
Calista no solo me tranquiliza, sino que me hace sentir como en casa.
CAPÍTULO 35
Calista
Voy a la deriva en ese nebuloso lugar entre el sueño y la vigilia,
rodeada por la calidez de la cama de Hayden y su reconfortante presencia
a mi lado. Su brazo descansa ligeramente sobre mi cintura, su tacto
posesivo incluso en reposo. Un susurro en la oscuridad me saca del sueño
mientras su voz flota sobre mí, agitando mis sentidos.
Y hurgando en mi corazón.
—Has sido un misterio para mí desde el momento en que te vi por
primera vez. Me he pasado semanas intentando comprender por qué eres
diferente a los demás y por qué me importas cuando nadie más me importa
una mierda.
La admisión de Hayden es baja, destinada a ser escuchada solo por mí.
Permanezco quieta, manteniendo la respiración uniforme mientras él
continúa. No quiero hacer nada que le impida contarme las cosas que hay
dentro de su mente, las cosas que estoy desesperada por saber.
—Nunca había sentido esta pérdida de control, esta necesidad de
alguien que todo lo consume. —Su mano se flexiona contra mi cadera, una
sensación de urgencia en las yemas de sus dedos—. No puedo dejarte
marchar ahora que estás aquí. Si lo hiciera, sería como extirparme los
pulmones. No sobreviviría, joder.
Su poética confesión me oprime el pecho y mi corazón se agita como
si quisiera escapar y volar hacia él. Su necesidad coincide con la mía, la
conexión entre nosotros se niega a cortarse, por mucho que luche contra
ella. Pero rendirse significa abrazar la oscuridad que hay en él.
Una oscuridad que podría eclipsar mi luz.
Respiro entrecortadamente cuando sus labios rozan mi frente en un
beso lleno de ternura a pesar de ser increíblemente suave y breve.
—Sé que crees que solo deseo poseerte —susurra contra mi cabello—,
pero quiero protegerte. Vengarte. Y lo haré, aunque me lleve el resto de mi
vida. No me detendré hasta que mis manos hayan hecho justicia.
Su brazo se estrecha a mi alrededor y mi cuerpo se estremece ante
nuestra proximidad, el anhelo vuelve a cobrar vida. Lo único que deseo es
abrir los ojos y encontrarme con su ferviente mirada, saborear la sinceridad
de su beso. Pero permanezco inmóvil, con el pulso acelerado al compás del
suyo. De momento, no estoy preparada para aceptar la verdad, aunque me
la haya dicho en la oscuridad, en un susurro.
Su confesión me deja sumida en una confusión, dividida entre el
miedo y el deseo. Lo único que sé con certeza es que dejarle es imposible.
No porque él me obligue a quedarme.
Sino porque no quiero irme.
A la mañana siguiente me despierto en un lugar nuevo, desorientada
y sola.
Tardo varios parpadeos en conseguir que mis ojos den sentido a lo que
me rodea, y en el momento en que mi cerebro establece la conexión de estar
en la cama de Hayden, todo lo de la noche anterior me bombardea. La
mente me da vueltas y permanezco inmóvil, incapaz de incorporarme
todavía.
Descubrió mi oscuro secreto.
Destruyó su despacho.
Me retuvo toda la noche.
Barro la habitación con la mirada, sabiendo ya que no está aquí porque
no siento su energía cerca. Es una entidad viva, un campo de fuerza que
me rodea. Y ahora me protege.
Tras recomponerme, me deslizo desde la cama y mi mirada se posa en
la ropa pulcramente doblada que hay sobre la mesilla. Junto a ella hay una
nota manuscrita de Hayden.
Ojalá hubiera podido estar aquí para ver tu aspecto con el sol de la mañana
besando tu rostro, pero tenía un juicio que no podía ignorar. Esta ropa es la primera
muestra de tu nuevo vestuario. Si son satisfactorias, seguiré llenando el armario.
Si no, me ocuparé de los cambios esta noche. En cuanto al día de hoy, quiero que te
quedes en casa y descanses. Ya he avisado a tu jefe del Sugar Cube que te tomarás
el día libre. Por último, envíame un mensaje de texto cuando termines de leer esto.
~Hayden.
Frunzo el ceño al leer la nota y me irrito, con las mejillas encendidas.
Aunque no me importa que tome la iniciativa de proporcionarme ropa —
teniendo en cuenta que mis únicas opciones son su camiseta o mi vestido
de anoche—, me gustaría que no insistiera en comprarme un armario
entero. Una dura lección que aprendí con la muerte de mi padre es que no
puedes depender de un hombre para que te lo proporcione todo en la vida.
Porque si de repente se van, estás jodida.
La idea de no volver a ver a Hayden suaviza mi agitación, y me vuelvo
para examinar las prendas que ha elegido, necesitada de una distracción.
Consiste en una falda negra y una blusa de seda color ciruela, junto con un
abrigo de lana gris marengo para protegerme del frío. Cada prenda es
elegante y está hecha de un material lujoso que será el cielo contra mi piel.
Además, los delicados frunces y los pliegues estratégicamente colocados
añaden un toque femenino. Y, por si no fueran suficientes, las botas negras
de ante completan el conjunto.
Después de sujetar las distintas prendas contra mi cuerpo, estoy
convencida que me sentarán bien. A pesar de lo molesta que me sentí al
principio, tengo que admitir que Hayden tiene un gusto excelente. Este
conjunto me recuerda a mi vida pasada, en la que tenía un vestidor lleno
de ropa similar a esta, tanto en precio como en calidad. También tuve un
prometido que nunca estuvo cerca de hacerme sentir las cosas que siente
Hayden.
Quizá no todos los cambios sean malos.
Cojo el bolso y saco el móvil, sorprendida por que no se haya quedado
sin batería. Supongo que no, ya que Hayden es la única persona, además
de Harper que contactó conmigo ayer, y dejó de hacerlo nada más entrar
en el club.
Calista: Buenos días. Gracias por la ropa. Son muy bonitas.
Hayden: Buenos días, Callie. De nada. ¿Has dormido bien?
Su respuesta es inmediata. Es tan rápida que me pregunto si tenía el
móvil fuera y estaba esperando mi mensaje. Sonrío para mi misma,
disfrutando de esta faceta suya tan atenta y cariñosa.
Calista: Sí, ¿y tú?
Hayden: Ha sido el mejor sueño de mi vida.
Calista: Me alegro.
Me muerdo el labio, insegura sobre qué decir a continuación. ¿Debería
decirle que de ninguna manera voy a quedarme sentada en su ático todo
el día sin hacer nada? Hay varios mensajes de texto sin leer de Harper que
tengo que atender, y preferiría hacerlo en persona. Quizá ella pueda
ayudarme a dar sentido a la locura que está ocurriendo en mi vida ahora
mismo. Si no, al menos me dará la oportunidad de desahogarme.
Hayden: Descansa hoy.
Calista: Lol. Acabo de despertarme. Definitivamente no tengo sueño.
Hayden: Aun así, no salgas de casa. Te veré esta noche.
Vuelvo a fruncir el ceño y miro el teléfono. Si Hayden piensa contratar
a un guardaespaldas privado, no veo por qué no puedo visitar a Harper.
Si tiene algún problema con ello, quizá deba añadirlo a nuestro acuerdo
pendiente. Sé que es muy probable que ceda a sus exigencias, pero quiero
aferrarme a mis ilusiones un poco más.
Al menos durante las próximas sesenta y tres horas.
Quizá lo que realmente me molesta no es la prepotencia de Hayden,
sino mi deseo de caer en los viejos hábitos y dejar que cuide de mí. Estaría
muy bien depender de otra persona y dejar de luchar sola, pero es
demasiado arriesgado. Aceptaré el dinero, los regalos y la protección que
Hayden me ofrece, aunque recordando que lo más probable es que sea
temporal.
Mi teléfono suena y miro hacia abajo.
Hayden: ¿Hay algún problema con mi último mensaje?
Calista: No. Te veré esta noche.
Deslizo el dedo por la pantalla y procedo a escanear los mensajes de
Harper. Cada uno es más escandaloso que el anterior, y cuando termino
estoy más que decidida a ir a verla al trabajo.
Harper: ¿Has sobrevivido a la noche? ¿Tienes el hooha destrozado?
Seguro que lo que te hizo el abogado entra dentro de la categoría de 'castigo
cruel e inusual'. Estoy súper celosa.
Harper: En serio, por favor, dime que estás bien. Estoy segura que sí,
ya que el Sr.-Voy-a-joder-a-Levi estaba decidido a tenerte para él solo.
Harper: No te preocupes por Levi. Les hice felices a él y a su amigo
Darren al final de la noche. Vamos a intercambiar historias de sexo cuando
te vea en el trabajo.
Harper: Nota para mí: nunca te vayas de fiesta la noche antes de un
turno a las 5 de la mañana. Tengo pinta de haber dormido tres horas y
tomado seis cafés expresos. Puede que haya comenzado o no a alucinar con
pollas flotando por la cafetería.
Hay un tipo en la cafetería utilizando una máquina de escribir. Una
máquina de escribir antigua de verdad, de las que hacen mucho ruido.
Seguro que es un viajero en el tiempo. ¿Debería ofrecerle comprarle un
iPad o algo?
Harper: Chica, este día se está alargando sin ti. Rescátame antes de
roerme mi propio brazo y utilizarlo para darle una paliza a un cliente.
Harper: Te juro que si vuelvo a oír la frase 'deberías sonreír más', voy
a comenzar a tirar cosas. Solo te aviso que el tarro de las propinas se va a
vaciar porque lo necesitaré para pagar la fianza.
Calista: Me paso a verte.
Harper: GRACIAS. JODER.
Puede que sonría o no hasta llegar al Sugar Cube.
CAPÍTULO 36
Calista
—¡Perra!
Todo el mundo en el Sugar Cube, incluidos mi jefe Alex y yo, se vuelve
para mirar fijamente a Harper. Sé que no soy la única persona con la boca
abierta.
—¿Qué? —Se revuelve el cabello por encima del hombro—. Estaba
preocupada por mi bestie boo 4, ¿vale?
Saludo con la mano a mi compañera de trabajo y me acerco al
mostrador, con la cara ardiendo de vergüenza.
—Hola, Harper. Hola, Alex. Siento no haber venido a trabajar hoy. Me
he dormido sin querer.
Me hace un gesto con la mano.
—Cuando tu novio me llamó esta mañana para decirme que estabas
agotada y necesitabas un día para descansar, me alegré de oírlo. Hoy es el
4 Bestie boo: en jerga, mi mejor amiga.
primer turno que has pedido libre y, francamente, ya era hora. —Levanta
una ceja—. Lo que también me hace preguntarme por qué estás aquí.
—Necesito hablar con Harper. No te preocupes, no interferiré.
Antes que Alex pueda responder, mi mejor amiga me hace señas.
—Vamos, Calista. Vuelve aquí antes que me muera de curiosidad.
Me abro paso hasta detrás del mostrador, me pongo el delantal,
haciendo que Alex frunza el ceño y me sitúo junto a Harper, al lado de la
máquina de café.
—¿Por qué no me enseñas a hacer un par de cosas mientras charlamos
entre cliente y cliente?
—Trato. Así que... —dice, alargando la palabra—. ¿Qué acabó
pasando anoche con tu novio?
Su énfasis en la palabra me hace estremecerme.
—No es eso.
—Entonces, ¿cómo es?
—Bueno, para empezar, Hayden y yo no somos oficiales. Al menos,
no que yo sepa.
A menos que cuentes que quiere matar a alguien por mi culpa.
Harper recorre mi cuerpo con la mirada.
—Bueno, algo es oficial. Sé que ese conjunto no ha salido de ti.
—Tienes razón. Hayden lo eligió para mí.
—Maldita sea. ¿Hay algo que ese hombre no pueda hacer? Seguro que
es increíble en la cama. —Suspira, agitando las pestañas—. Voy a necesitar
detalles. Pulgadas, grosor, etc...
—¡Harper! Al menos baja la maldita voz.
Me sonríe.
—Me preguntaba si Calista la calentorra se había ido ahora que el
alcohol está fuera de tu organismo. Me alegro de volver a verla.
—Lo digo en serio —digo entre dientes—. Me iré si no intentas
mantener esto en privado.
—Bien. —Baja la voz hasta convertirla en un susurro.
—Háblame del sexo.
Inspiro una bocanada de aire, sabiendo que no va a aceptar fácilmente
mi respuesta.
—No tuvimos sexo.
—Es un crimen contra la humanidad. Vale, quizá no lo hicisteis todo,
pero ¿hicisteis algo?
Mi mente evoca imágenes de Hayden y la sensación de sus manos en
mi piel... sus dedos dentro de mí. Al instante, mi sexo se aprieta, deseando
la plenitud. Mi respiración se entrecorta y vuelvo a ruborizarme.
—¡Lo sabía! Cuando frunzo el ceño ante la fuerte respuesta de Harper,
ella vuelve a bajar la voz a un susurro—. ¡Lo sabía! ¿Qué hizo exactamente?
—¿Mucha perversión?
—Un montón de perversión. ¿Por qué te sorprende esto?
Me acerco, no quiero que nadie oiga lo que voy a decir.
—Me metió el dedo y me corrí tan fuerte que casi me desmayo.
—Oh, mierda.
Asiento con la cabeza.
—Pero eso fue todo lo que pasó. Te lo juro.
—¿Por qué no hizo más?
Porque Hayden se enteró que me habían drogado y posiblemente violado, y
perdió la maldita cabeza.
—Porque no quiso aprovecharse de mí mientras estaba borracha —
digo.
—Un abogado con moral. Eso es sexy de una forma de la que no me
había dado cuenta hasta ahora.
—Y, bueno, háblame de ti.
Harper se lanza a su historia, en la que hay mucho sexo y cosas que ni
siquiera me había planteado o sabía que eran posibles. Al final me sonrojo
furiosamente y casi corro a la cocina para meter la cabeza en el congelador.
No tengo que hacerlo porque mi amiga se apiada de mí y cambia de tema.
—Aunque las dos nos lo pasamos muy bien anoche, hay algo que te
pesa —me dice—. Lo veo en tu cara. ¿Te ha vuelto a molestar el acosador?
—Cuando niego con la cabeza, ella frunce los labios—. ¿Entonces qué?
—Hayden quiere que me vaya a vivir con él.
Me reclino y espero el espectáculo de fuegos artificiales que es Harper
Flynn.
—Interesante —dice despacio.
—¿Eso es todo? Alguien a quien apenas conozco me pide que me vaya
a vivir con él, ¿y eso es todo lo que tienes que decir?
—Dame un minuto. Estoy pensando.
Aliso el material de mi blusa, necesito una salida para la furiosa
energía que me recorre.
—Dijo que era para protegerme de mi acosador, lo cual está muy bien,
pero apenas conozco a Hayden.
—Lo conoces desde hace más tiempo del que crees.
Cuando frunzo el ceño, me guiña un ojo y se acerca a Alex para
entregarle un capuchino recién hecho. Para cuando vuelve a mi lado, me
estoy dando golpecitos con los dedos en el muslo impaciente.
—Me dijiste que era abogado cuando entró aquí por primera vez —
explica—. ¿Cómo ibas a saberlo si no lo conocías? No hemos hablado de
las cosas que pasaron con tu padre, y me parece bien, pero tengo la
sensación que tú y el señor dedo-como-un-Dios Bennett tuvisteis un
encontronazo en algún momento. Si no, no actuaría como lo hace contigo.
Puede que no sea motivo suficiente para irte a vivir con él, pero tener un
acosador lo cambia todo. El diablo te conoce.
Se me arruga la frente con la agitación de mis pensamientos.
—Creo que necesito un cake pop.
Harper coge uno de la vitrina y me lo pone en las manos.
—Toma, parece que lo necesitas. El azúcar ayuda al cerebro, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. Mi mente se remonta al día en que Hayden
entró por primera vez en la cafetería, regresando como un extraño familiar
desde las sombras de mi pasado. Lo conocía, pero entonces me trataba de
forma muy diferente. Sobre todo, cuando testificaba ante el tribunal.
Eso no impidió que me sintiera atraída por él.
Y no impidió que quisiera protegerme.
Es un monstruo y un salvador, todo en uno.
Se me eriza la piel al recordar su amenaza: Les haré sufrir como nadie ha
sufrido jamás. Antes de matarlos, joder. No me cabe duda que hablaba en
serio. Hasta un punto que no quiero aclarar. Utilizará sus manos para
ejecutar la venganza.
Y utilizará esas mismas manos para extraer placer de mí.
Mis muslos se contraen al recordar su toque, la forma en que sus dedos
susurraban sobre mi piel.
—Tienes razón —murmuro, mis palabras más para mí que para
Harper—. Hay... algo entre nosotros que no consigo entender. Él también
lo ha reconocido y me ha dicho que lo nuestro es inevitable.
—Vaya, eso es jodidamente romántico. —Ladea la cabeza—. O
psicótico. Elige tú.
Una sonrisa renuente se abre paso en mi boca. Solo para desaparecer
ante mi siguiente pensamiento.
—Es cierto, pero es intenso. Es una de las razones que me hacen dudar
cuando se trata de él.
Trago saliva y miro a Harper, quien me observa con una mezcla entre
curiosidad y preocupación. No puedo contárselo todo, pero es lo
suficientemente lista como para leer entre líneas.
—Así que es auténtico chico malo, no un imbécil haciéndose el duro,
¿eh? —Cuando asiento con la cabeza, arquea una ceja—. Y no precisamente
un tipo corriente. Interesante.
Gruño.
—Sé cómo suena. Pero cuando estoy con él es el único que me hace
sentir segura.
—Considerando que tienes un acosador, eso no es exactamente algo
malo.
—Lo sé. —Vuelvo a gemir, esta vez más fuerte, y me cubro la cara con
las manos—. Siento que haga lo que haga, será un error.
—Mírame. —Cuando dejo caer los brazos a los lados, clava en mí una
mirada. Es cariñosa pero severa y me pongo un poco más recta—. Eres una
de las mujeres más fuertes y trabajadoras que conozco —me dice—. Si estar
con Hayden te pareciera mal, ya estarías fuera. Pero sigues aquí y lo hablas
conmigo, ¿verdad?
Sus palabras resuenan con una verdad inesperada, aflojando los nudos
tensos a lo largo de mis hombros. Tiene razón. No me quedaría si
realmente pensara que Hayden me lastimaría. Incluso cuando le provoqué
anoche, siempre mantuvo el control de sus actos y de su temperamento. La
única vez que no lo hizo fue porque estaba enfurecido por mí. No contra
mí.
—Nadie puede quitarte tu fuerza —me dice—. Ni siquiera el Sr. Altooscuro-y-peligroso-gran-polla Bennett. Pero si se pasa de la raya, tengo un
bate con su nombre. Y no es un bate cualquiera, sino un 'Lucille'.
Parpadeo.
—¿Un qué?
—Una referencia a la serie Zombie. No te preocupes por eso. Solo digo
que lo voy a joder mucho. Decidas lo que decidas, por favor, ten cuidado.
—Creo que me quedaré con él y me lo tomaré día a día. En el peor de
los casos, puedo dormir en el suelo de tu dormitorio, ¿no?
Harper se ríe.
—¡Síp!
La rodeo con los brazos y la estrecho con fuerza, más que agradecida
por su apoyo. Y perspectiva. Aunque mi conexión con Hayden es intensa
y complicada, voy con los ojos abiertos ante los riesgos. Su carácter
protector es seductor y renunciar a parte de mi independencia no será fácil,
pero en definitiva, tengo un acosador.
Hayden es la persona perfecta para ocuparse de eso.
CAPÍTULO 37
Hayden
Calista no está donde debería estar.
Miro mi teléfono y observo su posición en el mapa que aparece en mi
pantalla. El Sugar Cube. Por supuesto. Después de todo lo que pasó
anoche, tiene sentido que corriera a ver a su amiga. No sé exactamente
cuánto va a revelar a su compañera de trabajo, pero no me preocupa.
No permitiré que nada ni nadie se interponga entre Calista y yo.
Ni siquiera ella misma.
Irónicamente, ella es la que pone el mayor obstáculo. Aunque anoche
se le cayeron algunas barreras. O no me habría dicho el nombre de la clínica
privada.
Cada vez que pienso en ello, casi vuelvo a perder la cabeza.
Echo un vistazo a la mesa de la defensa, observando las arrugas y las
líneas de tensión en el rostro de la abogada. No le gusta perder un caso -a
nadie en nuestra profesión le gusta-, pero odia perder contra mí. Quizá no
debería haberla follado y descartado.
La abogada defensora se cruza con mi mirada y se me queda mirando.
No me molesto en responder. En lugar de eso, la despido desviando mi
atención hacia los expedientes y las notas extendidas ante mí. El asesino
que está siendo juzgado va a estar fuera mucho tiempo.
Lástima.
Me habría gustado matar a este por haber dañado a su mujer.
A pesar de la atención al detalle y la concentración que requiere este
trabajo, mi mente divaga. Siempre hacia Calista. Ella llena mis
pensamientos, una obsesión de la que soy incapaz de librarme.
Ahora me está poniendo a prueba al ir en contra de mis instrucciones
y abandonar mi casa. Estoy seguro de ello. ¿Se está preguntando si la
perseguiré o no? Frunzo el ceño. Después de pillarla anoche en el callejón,
debería saberlo.
Me siento en la silla, resistiendo el impulso de levantarme y
marcharme. De reclamar a mi pajarito que ha volado del nido. El juez
retumba, pero ignoro su voz nasal. En su lugar, los sonidos que llenan mi
cabeza son los suaves gemidos de Calista mientras se deshacía con mis
dedos dentro de su suave coñito. Sentí un dulce tormento al saber que
algún día sería mía por completo mientras le proporcionaba un placer que
abrumaba su cuerpo y su mente.
Mi polla se pone rígida al recordarlo.
Recupero mi teléfono y le escribo un rápido mensaje.
Hayden: Solo de pensar en ti se me pone dura la polla. Eso llamará la
atención del juez de una forma que no ayudará a mi caso.
Calista: Si fuera una mujer, discutiría ese punto.
Casi sonrío como un idiota. Por alguna razón, disfruto con la
fogosidad de Calista. Comenzó como una pequeña llama, pero con el
tiempo se ha convertido en un infierno. No puedo evitar avivar la llama.
Hayden: No es mujer, pero en el jurado hay algunas mujeres.
Calista: Ahí lo tienes. ¿Lo ves? Te estoy ayudando.
Hayden: Estoy a punto de dar mi alegato final ante un jurado que no
me dará un veredicto sobre nada excepto mi polla. Que es culpable cuando
se trata de ti.
Calista: Si esta es tu versión del flirteo, necesitaré que desde ahora sea
para adultos.
Hayden: Di que sí a mudarte conmigo y dejaré de hacerlo.
Calista: Mi respuesta sigue siendo indecisa, y no lo harás.
Hayden: Probablemente sea cierto. No dejes el Sugar Cube. Te
recogeré cuando acabe aquí.
Calista: Sip.
Apago el teléfono y lo dejo a un lado. Siempre me da respuestas cortas
cuando no tiene intención de obedecerme. Sucedió anoche y de nuevo esta
mañana. Tendría que ser estúpido para pensar que este último mensaje
suyo es algo más que un sutil 'que te den'.
El problema es que quiero follármela.
Pero aún no puedo. No hasta que ella esté preparada. Con todo lo que
le pasó el 24 de junio, no seré otro hombre que se convierta en su peor
pesadilla.
La rabia surge caliente y despiadada al pensar en su traumática
experiencia, y aprieto los puños bajo la mesa. Quienquiera que esté
implicado no escapará a los planes que tengo para él. Cuando acabe, no
quedará ni una parte de ellos que sea identificable.
Que comience la caza.
Pero no solo les perseguiré a ellos. Voy a agotar a Calista hasta que
acepte mi protección. Sin embargo, es necesario un toque más suave con
ella. Adoraré su cuerpo y le daré el mundo hasta que se entregue a mí.
Y su corazón.
Ese es el premio final.
Habrá que ganárselo poco a poco. Paso a paso. Un muro cada vez. Al
final, caerán y ella será mía. No solo mi amante, sino mi salvación.
Mi única oportunidad de redención.
Ya que no he podido vengar a mi madre.
CAPÍTULO 38
Calista
Los mensajes de Hayden van a provocarme un infarto.
O un orgasmo.
No estoy segura.
Su lado sexy y coqueto es... ardiente. Eso es todo.
—Tienes la cara muy roja, chica. —Harper extiende su mano—.
Déjame ver los mensajes.
—Prométeme que no te burlarás de mí por ellos.
—Hago una cruz en mi corazón y espero echar un polvo.
Le doy el teléfono y veo cómo sus ojos verdes se abren de par en par.
Antes que estalle en carcajadas.
—Santo cielito, chica. Ya veo por qué te arde la cara. —Me mira con el
ceño fruncido—. Este hombre sí que tiene facilidad de palabra.
Mi suspiro es largo y sonoro.
—No volveré a enseñarte mensajes suyos.
—No, no hagas eso. Necesito esta mierda sexy en mi vida. Es oro.
—Harper, te juro...
Nunca me dejará olvidar estos mensajes. Y conociendo a Hayden, esto
es solo el principio. El flirteo, las bromas y la intensidad son emocionantes
y aterradores a la vez. Una parte de mí se pregunta si estoy sobrepasada.
La otra parte quiere más.
Harper ríe a carcajadas, su sonrisa creciendo por momentos.
—Ojalá yo formara parte de ese jurado.
—Bueno, pero en serio, ¿no te parece que su actitud mandona es un
poco exagerada?
Su rostro pierde todo rastro de diversión. Asiente lentamente.
—Definitivamente es mucho, pero él es muy... decidido cuando se
trata de ti.
—Cierto.
—Oye —me dice, apretándome el hombro—. No pienses demasiado
en esto. Sé que es complicado, pero a este hombre le gustas. Y te mereces a
alguien que sepa lo que quiere y esté dispuesto a esperar. Si no fuera así,
os habríais acostado anoche. Un ejemplo: es un caballero. Más o menos.
Me sonríe.
—No todas las relaciones están destinadas a durar, así que no te lo
tomes tan en serio. Ahora bien, ¿tu acosador? Tómate esa mierda en serio,
y si necesitas que Hayden te ayude, no veo el problema. Dos pájaros, una
polla.
Mis labios se crispan.
—No se dice así.
—A veces simplemente congenias con alguien de un modo que te
incendia el alma, y eso está bien. Todo irá bien siempre que hagas caso a
tus instintos y te asegures de obtener también lo que necesitas.
La puerta de la cafetería se abre y me doy la vuelta, sintiendo un
cambio en el ambiente. Hayden entra con la mirada clavada en mí.
Chisporrotea con la intensidad de sus pensamientos.
El corazón me salta a la garganta cuando se acerca al mostrador.
—Hola —le digo, intentando sonar despreocupada, mientras ignoro
mi pulso acelerado—. ¿Qué te trae por aquí?
—Tú. —Se cruza de brazos—. ¿Estás lista para irte?
Asiento con la cabeza.
—Dame un segundo para decirle adiós a Alex.
Después de correr a la cocina y despedirme de mi jefe, vuelvo al frente
y sonrío a Harper.
—¿Nos vemos por la mañana?
—Por supuesto, justo al despuntar el alba. —Se vuelve hacia Hayden
y estrecha la mirada—. Cuida bien de nuestra chica o iré a por ti.
Hayden frunce una ceja.
—¿Dos amenazas de muerte en menos de veinticuatro horas, Srta.
Flynn? Eso es un récord para mí.
—Estoy a punto de hacer que sean tres, si no me prometes que te
tomarás las cosas a su ritmo. —Planta una mano en su cadera mientras
utiliza la otra para señalarse la cara—. Ojos de asesina, ¿recuerdas?
—Por supuesto —dice Hayden. Tienes mi palabra que cuidaré muy
bien de Calista.
A Harper se le dibuja una sonrisa en la cara.
—Okie dokie. Avísame si necesitas dinero para la fianza o una
coartada. Que paséis buena noche.
Una sonrisa secreta curva sus labios.
—Lo haremos.
Miro a Hayden sentado en el asiento del conductor, observando su
expresión concentrada.
—¿Adónde me llevas?
—He reservado para ir a LeBoudoir esta noche.
—Es uno de los restaurantes más bonitos de la ciudad. He oído que
tiene una cocina francesa increíble, pero la lista de espera es de más de seis
meses. —Hago una pausa—. No me digas que has hecho esta reserva para
otra persona y resulta que la estoy sustituyendo.
—No he vuelto a mirar a otra mujer desde que te conocí.
Mis cejas se alzan.
—Lo dices solo por decir.
—Nunca digo cosas que no pienso, Callie.
—¿Así que no intentas persuadirme?
—No he dicho eso. Sin embargo, también quiero que tengas lo mejor
de todo.
Me muerdo el labio. Hasta que suelta un suspiro y su mirada se
oscurece.
—Si vuelves a hacer eso, pararé el coche para que pueda probarlo.
—Lo siento —murmuro.
El resto del trayecto es largo y corto a la vez, con la sensual amenaza
de Hayden cerniéndose sobre mí. Sin embargo, una vez que llegamos a
nuestro destino, me siento más tranquila. Es difícil no caer en la tentación
con este hombre, pero estar en un lugar público me curará de eso.
Le Boudoir es todo lo que imaginaba y más.
Paneles de madera oscura revisten las paredes, iluminadas por el
resplandor dorado de las arañas de cristal situadas sobre cada mesa. Los
empleados, vestidos con impecables trajes negros, se deslizan entre las
mesas hablando en voz baja para preservar el apacible ambiente. El lugar
es elegante, con toques de intimidad en los rincones más oscuros de la sala,
sus mesas llenas de parejas que proporcionan un constante murmullo de
conversaciones.
—Es tan hermoso —susurro, sin querer interrumpir la comida de
nadie.
—Sí, lo es.
Me giro para mirarle con una sonrisa en la cara, solo para encontrarme
con que ya me está mirando.
—Por aquí —me dice.
Hayden me pone la mano en la parte baja de la espalda, con las yemas
de los dedos sujetándome firmemente. El gesto protector hace que zarcillos
de calidez se disparen por todo mi cuerpo. Me conduce a una sección del
fondo, reservada obviamente a comensales muy especiales con grandes
cuentas bancarias. Quiero protestar por la extravagancia, pero cuando me
mira como si yo fuera su razón para respirar...
No puedo negarle nada a este hombre.
Me acerca la silla y me siento, inmediatamente nerviosa por tenerlo
enfrente. No podré esconderme de su escrutinio.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto.
—Quería ir a un sitio donde pudiéramos disfrutar de una cena
tranquila con las mínimas interrupciones.
—¿Entonces todo esto no es una estratagema para convencerme que
me vaya a vivir contigo?
Levanta su vaso de agua.
—Nunca he dicho eso.
—Justo. —Aliso la servilleta sobre mi regazo con dedos temblorosos—
. Hacía tanto tiempo que no estaba en un sitio tan agradable. Tengo que
admitir que me siento fuera de mi elemento.
—Quiero que me escuches con atención —me dice, clavándome una
dura mirada—. Perteneces a cualquier lugar al que te lleve. Sin
excepciones.
Un rubor calienta mis mejillas y cojo mi agua, ocultando parcialmente
mi cara tras el cristal.
—Gracias.
El camarero se detiene junto a nuestra mesa unos segundos después y
aprovecho su grata interrupción para recuperar la compostura. Es fugaz.
Tras tomar nota de nuestros pedidos, el hombre se marcha a buscar nuestro
vino e inmediatamente regresa. Nos los pone delante y se excusa hasta que
la comida esté lista.
El aire entre Hayden y yo adquiere una carga electrizante una vez que
nos quedamos solos.
Me aliso el cabello y trato de ocultar mi inquietud enrollando un rizo
largo en el dedo. Él me observa con una intensidad que hace casi imposible
respirar correctamente. Cojo la copa de vino y bebo un sorbo, esperando
que el alcohol me relaje un poco.
Hayden ladea la cabeza.
—Estás nerviosa. —No es una pregunta.
—Sí.
—¿Por qué?
—¿Por qué un ratón está nervioso cerca de un gato?
Me sonríe, haciendo que el corazón me dé un vuelco en el pecho.
—Prefiero pensar en ti como en un pajarito. Mi pajarito.
—De cualquier forma, tú eres el depredador en este símil. —Me encojo
de hombros—. Solo espero que no pienses meterme en una jaula.
—Es por tu seguridad. Y la de los demás.
—¿De los demás?
Él asiente.
—Si te tocan, yo... Digamos que preferiría que no lo hicieran.
—Esta conversación no me convence para aceptar tus condiciones. —
Tomo otro sorbo de mi vino. Bueno, es casi un trago. Cuando trato con
Hayden, descubro que el valor líquido me ayuda a ser más audaz—. Quizá
deberías llevarme a mi apartamento después de cenar.
—Podría, pero ninguna de tus cosas está allí.
—Qué diablos.
Sus labios se afinan disgustados.
—Esa boca, Calista.
—¿Qué has hecho?
—Tus efectos personales están en mi casa. Los muebles fueron
donados al refugio en el que solías trabajar como voluntaria. Corazones
Esperanzados, ¿verdad? —Cuando asiento con la cabeza, aún humeante,
continúa—. Si decides volver a tu piso, será uno nuevo en un lugar
diferente, y estará completamente amueblado.
Me bebo el contenido de la copa y la dejo sobre la mesa con un ruido
sordo. Inclinándome hacia delante, lo miro fijamente.
—Te agradezco que quieras mantenerme a salvo, pero esta es mi vida,
Hayden. No puedes controlar todos los aspectos de ella.
Su mano sale disparada, agarrando la mía donde descansa sobre la
mesa. Es tan rápido que no tengo tiempo de reaccionar antes que apriete
los dedos y se lleve los nudillos a la boca, sin romper nunca el contacto
visual conmigo. Me da un beso en cada uno de ellos y luego uno final en
la palma de la mano, dejando que sus labios se queden hasta que me
retuerzo en la silla.
—Tu vida es lo único que me importa, y haré lo que haga falta para
preservarla, Callie. Aunque eso signifique cabrearte.
—Pero, ¿qué pasa con el acuerdo?
—Las setenta y dos horas eran una excusa para darte tiempo a
aceptarlo todo. Porque vas a darme lo que quiero. No te dejaré en paz hasta
que sepa que estás protegida.
Trato de apartar la mano, pero él me mantiene agarrada con más
fuerza. Como para calmar mi temperamento, acaricia mis nudillos con el
pulgar. Despacio. Un vaivén hasta que dejo de resistirme.
—Ríndete, pajarito. Deja que me ocupe de ti.
Trago saliva, atrapada por su mirada. La determinación de su voz.
—Dejé que mi padre cuidara de mí y luego me destruyó cuando
murió. ¿No ves lo arriesgado que es esto para mí?
—Te daré seguridad económica, si eso es lo que hace falta para que
digas que sí.
—No quiero ser un caso de caridad —digo entre dientes apretados.
—Así no es como te veo, y lo sabes.
Me suelta cuando llega el camarero con nuestra comida. Cruzo las
manos sobre el regazo e inclino la cabeza, manteniendo la atención en la
deliciosa comida que tengo delante. Mi estómago refunfuña suavemente y
cojo el tenedor para comer, luchando por no apuñalar a Hayden con él por
volverme loca. El que tenga este tipo de pensamientos puede ser
consecuencia directa de ser la mejor amiga de Harper.
Y la quiero por ello.
—Por favor, come, Callie.
Cuando levanto la cabeza, me encuentro a Hayden observándome con
una mirada llena de curiosidad. Comemos en silencio durante unos
instantes, la tensión entre nosotros es palpable.
Sé que tiene buenas intenciones, pero ¿por qué no puede entender lo
mucho que me asusta su propuesta? Tal vez sí lo vea y no le importe, ya
que interfiere en mi seguridad. Sin embargo, la idea de depender
completamente de otra persona y volver a darle poder sobre mi felicidad y
mi seguridad me aterra.
Sin embargo, Hayden ve sus acciones como si me protegiera, su forma
de cuidar de lo que considera que ya es suyo. Yo. Su necesidad de poseer
y controlar todo lo que le rodea me romperá o me dará la libertad en su
abrazo.
Respiro hondo y levanto mi mirada hacia la suya.
—Queremos lo mismo, pero tus métodos necesitan un ajuste si
queremos que esto funcione.
Su ceño se frunce.
—¿En qué sentido?
—Si quieres que esté en tu vida, esto entre nosotros tiene que ser una
asociación, no que tú dictes todos mis movimientos. —Dejo el tenedor y le
sostengo la mirada—. Puedo aceptar tu seguridad financiera, pero solo si
prometes mantenerla en una cuenta separada de la mía. Solo la quiero ahí
como medida de seguridad y nada más. En cuanto a vivir contigo, puedo
aceptar lo del guardaespaldas, pero quiero seguir trabajando. Y, por
último, quiero fijar una fecha final.
—¿Fecha final? —repite, las palabras entrecortadas. Aprieta con
fuerza el tenedor hasta que sus nudillos pierden el color—. ¿Qué quieres
decir?
—No espero que me dejes vivir contigo para siempre, así que
trataremos nuestro acuerdo como un contrato de alquiler. Aceptaré
quedarme un tiempo determinado y, al final, tendré acceso al fondo
fiduciario que has creado para mí. Así me ganaré el dinero y no una
limosna.
Hayden se inclina
infinitesimalmente.
hacia
delante,
su
mirada
se
estrecha
—¿Estás diciendo que quieres que te pague por vivir conmigo? —
Cuando asiento con la cabeza, aprieta la mandíbula—. Eso no te convertiría
en nada mejor que una puta.
Las palabras me golpean como un viento frío, dejándome sin aliento.
Su acusación permanece en el aire, y resisto el impulso de frotarme el frío
de los brazos. La ira de sus ojos parpadea cuando me muerdo el labio,
transformándose rápidamente en lujuria.
Sacudo la cabeza.
—No pretendía insinuar que nuestro acuerdo sea puramente
transaccional ni que me vea como una puta. Se trata más bien de encontrar
una sensación de seguridad que nos garantice a ambos un futuro más allá
de este acuerdo temporal.
—No hay futuro sin ti en él.
—Hayden...
—Eres mi vida. Eso no cambiará.
Retuerzo mis manos en el regazo.
—¿Y si cambia?
—Eres mía en la vida y en la muerte. No hay final cuando se trata de
nosotros.
—No me lo creo.
Se encoge de hombros.
—No tienes por qué. Sé que es verdad. Estás buscando seguridad en
las cosas materiales, así que pide lo que quieras. Dinero, hecho.
Abstinencia, hecho. Al menos durante un tiempo. ¿Un certificado de
matrimonio en el que serías mi esposa y, por tanto, tendrías derecho a
todos mis bienes? Hecho. Me casaría contigo esta noche si eso es lo que
quieres. Lo que hiciera falta para que por fin comprendieras que lo eres
todo para mí.
Miro fijamente a Hayden, aturdida y callada por su apasionada
declaración. ¿Matrimonio y dinero? ¿Solo para demostrarme su devoción
y compromiso conmigo? No sé si sentirme halagada o asustada por la
intensidad de sus sentimientos. Siempre han rozado la obsesión, ardiendo
tan ferozmente que lo consumen todo a su paso. Hay veces en que me ha
preocupado que me destruyeran a mí también, pero ahora me pregunto si
las llamas me mantendrán caliente y ahuyentarán a los depredadores que
me persigan.
Quizá he temido a la persona equivocada. Hayden conoce las manchas
más oscuras de mi alma y aún me desea. Si este mismo hombre movería
cielo y tierra por mí, ¿cómo puede esa devoción ser otra cosa que un regalo?
Busca mi mirada, asimilando la expresión de mi rostro y exhala un
fuerte suspiro. Se pasa los dedos por el cabello, dejándome ver por fin la
incertidumbre que hay bajo su fría apariencia. Este hombre siempre ha
estado seguro de sí mismo y de mí.
No quiero que eso cambie nunca.
—¿En qué estás pensando? —pregunta—. Háblame.
—Sí —le digo en voz baja.
—¿Qué?
—Estoy diciendo que sí.
—¿Al matrimonio? —Cuando niego con la cabeza, se echa hacia
atrás—. ¿Entonces qué?
—Te estoy diciendo que sí a ti, Hayden.
Sus cejas se fruncen.
—¿Y mis condiciones?
—No me importan las proposiciones, ni las setenta y dos horas de
espera, ni el matrimonio. No me importan las cosas físicas o monetarias
que puedas darme, pero si eso es lo que quieres, encontraré la forma de
aceptarlo. Lo he utilizado todo como excusa porque tenía miedo, pero
estoy aplazando lo inevitable. Lo único que quiero eres tú. Entonces, sí.
Se levanta bruscamente y su silla se tambalea antes de aterrizar con un
fuerte golpe. Le miro con los ojos muy abiertos mientras rodea la mesa para
colocarse frente a mí.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Cuando la mujer de tus fantasías más oscuras dice que te desea, no
dejas que nada se interponga en su camino para que cambie de opinión.
CAPÍTULO 39
Calista
El viaje en coche de vuelta a casa de Hayden es electrizante.
La energía chisporrotea a lo largo de mis nervios, encendiendo mi piel
y volviéndola sensible, aunque él todavía no me ha tocado. Si no fuera por
el brillo peligroso de sus ojos, pensaría que no le afecta mi presencia.
Y el que me entregue a él.
Hayden es el perfecto caballero todo el tiempo y eso me vuelve loca.
Me abre la puerta del coche y me acompaña hasta el vestíbulo, todo ello
sin contacto piel con piel. Como de costumbre, coloca su mano en la parte
baja de mi espalda, dirigiéndome a nuestro destino, pero no hay nada más
que eso. Mi nerviosismo aumenta cuanto más nos acercamos a su ático.
Entro en el ascensor con él detrás, y las puertas se cierran, dejándonos
a Hayden y a mí solos. El aire está cargado de expectación, la atracción
entre nosotros es innegable.
Se coloca detrás de mí y puedo sentir el calor emanando de su cuerpo.
Siento mariposas en el estómago cuando se inclina hacia delante, con los
labios junto a mi oído. Su aliento me cosquillea el cuello cuando alarga la
mano para marcar el código que nos da acceso a su planta.
Frunzo el ceño cuando retrocede y se apoya en la pared del fondo,
poniendo entre nosotros toda la distancia que permite el espacio cerrado.
Permanece de pie con las manos en los bolsillos, la mirada ilegible. Salvo
que sus ojos se entrecierran cada vez que me mira.
Giro la cabeza e intento concentrarme en los números que suben
lentamente por el ascensor, pero soy muy consciente de Hayden. Cada
parte de mí anhela girarse y besarlo, ceder a esta tensión que amenaza con
tragarme entera.
El intenso silencio se cierne entre nosotros, cargado de verdades y
deseos no expresados. Me apoyo en la pared, fingiendo indiferencia. Hasta
que susurra mi nombre. El sonido es desesperado y agónico.
Dirijo mi mirada hacia él y mi respiración se entrecorta. Con los puños
apretados, da un paso hacia mí y se detiene, con la incertidumbre grabada
en su mandíbula. Mi corazón tartamudea ante esta inusual indecisión, una
grieta en su impenetrable fachada. Me balanceo hacia él sin pensarlo,
anhelando el calor familiar de su piel sobre la mía. Me mira fijamente,
recorriendo cada centímetro de mi cuerpo como si no pudiera decidir
dónde tocarme.
—A la mierda —me dice, con la respiración entrecortada—. No puedo
esperar más.
Me hace retroceder contra la pared, su boca recorre a fuego mi
garganta mientras sus dedos agarran el dobladillo de mi falda. Entonces
me reclama para besarme. Se vuelve voraz, todo labios y dientes y bordes
suavizados en el espacio entre frenéticos latidos, hasta que tiemblo por la
embestida sensual.
Me aferro a sus hombros cuando desliza sus manos sobre mi piel
enfebrecida, ásperas e impacientes, pero de algún modo reverentes al
redescubrir cada curva. Entonces rompe bruscamente el beso para
arrodillarse ante mí. Y levanta mi falda hasta la cintura.
—Déjame ver ese coñito tan bonito.
Un gruñido retumba en lo más profundo del pecho de Hayden antes
de bajarme las bragas hasta los tobillos de un tirón. Con un hambre feroz,
observa cuando abro las piernas, dándole acceso a mi parte más íntima.
Sus ojos me absorben, como si no tuviera suficiente.
—Será mejor que te corras antes que lleguemos a mi planta —me dice.
Su barba rasposa roza la piel tierna cuando me agarra por detrás de
las piernas y entierra su cara entre mis muslos. Su boca sobre mí es como
un incendio, ardiente e insistente, dejando chispas de placer bajo su
contacto. Su lengua hace círculos y se burla de mí hasta que jadeo, mi
respiración produce pequeñas bocanadas de aire capaces de empañar los
espejos que tengo a ambos lados. Antes de cerrar los ojos, miro mi reflejo.
La cabeza de Hayden está entre mis piernas y yo me aferro a él, con los ojos
encendidos por el placer que me está dando.
Enredo mis dedos en su cabello, meciéndome contra él, ansiosa por
liberarme. Sus dedos se clavan en mi piel, manteniéndome inmóvil y
retorciéndome bajo su hábil lengua y sus labios. El gemido que se me
escapa lo estimula. Me devora hasta que murmuro cosas incoherentes,
cada sonido pura desesperación.
Justo cuando creo que ya no puedo más, me lleva al borde del abismo
con una última estocada de su lengua. Mi cuerpo se estremece
incontrolablemente cuando el éxtasis se apodera de mí. Grito su nombre,
el sonido rebota en las paredes y resuena en el pequeño espacio.
—Esa es mi niña bonita —susurra contra mi carne sensible, su aliento
rozando mi clítoris.
No ceja en su empeño, sigue lamiendo y chupando hasta que mi
orgasmo se ha desvanecido. Se retira lentamente, lamiéndose los labios y
mirándome con una sonrisa burlona. Sus ojos están rebosantes de
satisfacción, con un matiz semejante al aguamarina.
—Sabes incluso mejor de lo que imaginaba —murmura.
Antes de poder responder, se levanta, con la mirada centrada en mi
boca. Lo observo al tiempo que agacha la cabeza y la reclama para un beso.
Me saboreo en su lengua y gimo inmediatamente por el erotismo que me
produce.
Cuando se separa, se eleva un lado de la boca.
—¿Ves lo que quiero decir?
Asiento con la cabeza, todavía excitada por lo que me ha hecho. Mis
piernas están débiles e inestables, pero de algún modo consigo
mantenerme erguida cuando endereza mi falda. Mis ojos se abren de par
en par cuando me quita las bragas de los tobillos y se guarda el material
con un guiño. Luego me coge de la mano y caminamos por el pasillo hacia
la puerta, sin decir una palabra hasta que llegamos y entramos.
Hayden cierra la puerta y se gira para mirarme. Sus ojos brillan con un
anhelo que me abrasa allí donde estoy. Antes que vuelva a respirar, me
inmoviliza contra la pared y sus labios chocan contra los míos. Me derrito
sobre él y le devuelvo el beso con todas mis fuerzas. Semanas de deseo
reprimido se liberan por fin en este momento.
Enreda sus dedos en mi cabello mientras yo me aferro a su espalda,
tirando de él más cerca. Profundiza el beso y rodea mi cintura con el brazo,
levantándome del suelo. Lo rodeo con mis piernas mientras conquista mi
boca con cada movimiento de su lengua y la presión de sus labios sobre los
míos.
Solo cuando mis pulmones sufren un espasmo, rompe el beso. Respiro
mientras arrastra su boca a lo largo de mi mandíbula y por mi cuello,
deteniéndose en el punto sensible justo debajo de mi oreja. Al sentir mi
escalofrío, sonríe contra mi piel, sabiendo el poder que tiene sobre mí. Para
deshacerme por completo.
Y luego reorganizarme. Para ser lo que él necesite.
Mis dedos tiemblan excitados al tantear los botones de su camisa,
deseando sentir su piel desnuda contra la mía. Me ayuda y se desprende
de la camisa, ofreciéndome una vista despejada de su cuerpo. Recorro con
los dedos los contornos de sus músculos esculpidos hasta que gime y
aparta mis manos.
Sujeta mi camisa por el cuello y la rasga por la mitad. Con los ojos muy
abiertos, parpadeo al oír el ruido del material destrozado. Pero me deleito
con su salvajismo, con su desesperación por tenerme.
Por follarme.
Con la blusa y el sujetador desechados en el suelo, acaricia mi pecho y
reclama mis labios una vez más. Suspiro en su boca y él me acaricia,
pellizcándome el pezón, uno y otro. Me deleito con la sensación de su piel
sobre la mía y la solidez de su cuerpo apretándose contra mí. El calor
irradia de él y hay una transferencia de energía y urgencia cuando detiene
el beso para desabrocharse y quitarse el pantalón.
—Voy a destrozar ese bonito coño tuyo —me dice gimiendo.
Miro hacia abajo. Y casi desearía no haberlo hecho. La polla de Hayden
es enorme. Va a hacer algo más que destrozarme. Va a matarme. Pero qué
manera de morir.
Mete la mano entre nuestros cuerpos, acariciándome, y su aliento sisea
entre sus dientes.
—Joder. Estás goteando por mí.
Nuestros ojos se encuentran y me pierdo en su mirada, en cómo arde
con la intensidad de su lujuria por mí. Me ha hecho arder, encendiendo
una fiebre solo saciada por él, el mismo fuego que va a consumirnos a los
dos en un infierno que no dejará más que cenizas.
La punta de su polla gotea precum sobre mi vientre y yo lo atraigo
hacia mí, necesitando la fricción y el calor de su cuerpo. Sus ojos se posan
en mis labios, hinchados por la violencia de nuestros besos, y el azul se
oscurece de deseo.
—Así es como me gusta verte —me dice—. Toda follada por mis
manos y mi boca en tu cuerpo. No me quites los ojos de encima. Quiero ver
tu cara mientras te follo.
Después de levantarme por la cintura, coloca su polla en mi entrada y
empuja sus caderas hacia delante, introduciéndose dentro de mí. La
presión aumenta rápidamente, al igual que mi respiración. Cuando se
vuelve demasiado, cierro los ojos ante la punzada de dolor.
—Ojos en mí —me dice.
Obedezco sin vacilar.
—Duele.
—Mejor. —Sigue llenándome, centímetro a centímetro, hasta que
jadeo y las lágrimas pican mis ojos—. Ya está, cariño —murmura—. Ya casi
está. Joder, eres perfecta. Mejor de lo que imaginaba.
La ternura de su voz se mezcla con la cruda necesidad que desprende
su cuerpo. Con una mano sujeta mi nuca, la otra me agarra con firmeza por
la cadera, manteniéndome en mi sitio hasta que lo he absorbido todo.
Se retira casi por completo antes de volver a penetrarme. Juraría que
es más profundo que antes. Pero el dolor ha desaparecido. Ha sido
sustituido por una deliciosa sensación, encendiendo todas las
terminaciones nerviosas de mi cuerpo.
—Dime que estás bien —me dice—. Porque no puedo parar, cariño.
Esto es lo que me haces.
—Lo quiero más fuerte.
—Joder, qué niña tan buena eres.
Se retira para volver a penetrarme, cada vez más profundamente,
arrancándome un grito ahogado. Su cuerpo experimentado crea un ritmo
castigador, sus caderas chocan contra las mías, me agarra con fuerza por el
cuello.
—No voy a parar hasta que estés arruinada para cualquier otra
persona.
Lo aferro fuertemente mientras él arremete con más fuerza,
golpeándome contra la pared con sus bruscos movimientos. Se vuelven
aún más urgentes e intensos hasta que me está follando sin freno.
Desquiciado y primitivo.
—La forma en que agarras mi polla —me dice—. Es tan jodidamente
bueno.
Lo acepto todo. Todo lo que me da. Y aún quiero más.
De él.
Hayden me aparta de la pared y se dirige al sofá. Nos tumba boca
arriba mientras permanece en mi interior, pero no tarda en volver a
hundirse en mí hasta el fondo. Suspiro cuando entierra su cara en la curva
de mi cuello, respirando mi nombre como una plegaria mientras comienza
a adorarme de nuevo. Me aferro a él, desesperada por mantener vivo este
momento, desesperada por mantener esta conexión entre nosotros. No solo
una conexión física, sino también emocional.
—Eso es, cielo —me dice cuando le clavo las uñas en la piel—.
Utilízame. Toma lo que necesites.
Los dos somos temerarios, ebrios de esta explosiva pasión. La tensión
aumenta en mi interior hasta que fluctúo entre la locura y el éxtasis total.
Me folla sin descanso, llevándome al clímax. Me corro, y sus labios
reclaman los míos, dejándome gritar su nombre en su boca.
—Joder, Callie.
Se retira y empuña su polla, sacudiéndola bruscamente como si le
enfadara la idea de retirarse de mí. Le observo sin pudor. Es belleza
masculina y sexo a la vez, mientras se masturba, su puño trabajando su
miembro con movimientos duros y rápidos. Antes de correrse sobre mi
pecho, el líquido caliente se adhiere a mi piel.
Su pecho y el mío chocan cuando se desploma sobre mí, con nuestros
cuerpos resbaladizos de sudor y semen. Su corazón golpea contra el mío,
conectándome a tierra, recordándome que es humano. Aunque folle como
un Dios.
Toma mi mandíbula con su mano y alza mi mirada hasta encontrarse
con la suya. Lo miro fijamente, expresando en silencio lo que las palabras
no pueden hacer. Me estoy enamorando de él.
Si no lo he hecho ya.
Ahora me besa suavemente, muy despacio. La urgencia se ha
desvanecido, pero la pasión permanece. La intensa atracción va más allá
del sexo. Me da auténtico miedo.
Pero no voy a ir a ninguna parte.
CAPÍTULO 40
Hayden
Calista me pertenece.
Siempre lo ha hecho en mi mente, pero ahora tengo su cuerpo. La he
marcado y reclamado, como indican el semen de su piel y las manchas rojas
que florecen a lo largo de su cuello y pecho. Lo único que aún no poseo es
su corazón. También lo necesito.
Más que nada.
Tiembla debajo de mí, mirándome fijamente, su rostro manchado de
lágrimas. Con el dorso de la mano, retiro la humedad y estudio su
respuesta a mis caricias. Se inclina hacia mí y cierra los ojos, con un suave
suspiro en los labios.
Nadie ha estado ahí para Calista como yo. Es lógico que sea yo quien
la consuele.
—¿Estás bien? —pregunto. Cuando asiente, entrecierro la mirada—.
No me mientas.
—Estoy bien, Hayden. Solo estoy... cansada.
—¿Cansada?
Me sonríe con la intención de tranquilizarme, pero no logra penetrar
en la inquietud que se agolpa en el fondo de mi mente.
—Me has agotado —me dice. A pesar de tener las mejillas sonrojadas
por el esfuerzo, se ruboriza—. Para mí nunca ha sido así.
—Para mí tampoco.
La verdad sale a la luz antes de pensar en retractarme. Cualquier
remordimiento que tuviera por haber expuesto mis pensamientos más
íntimos se evapora ante la calidez que iluminan sus ojos color avellana.
Calista me mira como si fuera su salvador. Supongo que es cierto.
Pero también soy su enemigo, el hombre que mató a su padre.
Cualquier sentimiento que haya desarrollado por mí se marchitaría y
moriría si se enterara de eso. Incluso en aras de la verdad, no puedo
decírselo. Perder a Calista no merece la pena. Nada lo merece.
—Hayden, por favor, no digas cosas si no las sientes. No necesitas
proteger mis sentimientos.
No tiene la menor idea de lo falsa que es esa afirmación.
Levanto una ceja.
—Digo la verdad.
—Pero has estado con tantas mujeres. —Sacude la cabeza, atrayendo
mi mirada hacia las hebras oscuras—. Es difícil creer que el sexo conmigo
sea diferente.
—Todo es diferente contigo.
Para empezar, nunca me obsesioné ni acosé a otras mujeres. Tampoco
tuve que perseguirlas. Pero lo más importante es que nadie más me ha
hecho sentir. Con Calista, estoy comenzando a experimentar todo el
espectro de emociones. Es desconcertante, aunque me siento impotente
para detenerlo.
—Es muy amable por tu parte decirlo —susurra—. Te lo agradezco.
Me burlo.
—No intento ser dulce. Siempre digo en serio lo que digo, si no, para
empezar, no me molestaría en decirlo. Así que créeme cuando te digo que
nunca he conocido a nadie como tú.
Esta mujer me afecta de formas que no podría predecir. Incluso ahora,
me sorprende mi comportamiento y mis pensamientos cuando se trata de
ella. Y odio las sorpresas. Supongo que la presencia de Calista en mi vida
es la única que no me ha molestado. Al principio sí, pero ¿ahora?
No puedo imaginarme vivir sin ella.
—Sinceramente, puedo decir lo mismo de ti —me dice—. Harper cree
que estás loco.
Puede que lo esté.
—¿Tú qué crees?
Contrae la cara de una forma que me resulta entrañable.
—Creo que estás loco, pero si es así, entonces yo también lo estoy
porque me gusta.
Si supieras las cosas que he hecho... y que haré por ti.
—Tu opinión es la única que importa —le digo. Me mira radiante y
vuelve ese dolor familiar que siento en el pecho. Ese que solo se produce
gracias a Calista—. Vamos a llevarte a la cama.
Ella asiente, pero cuando levanto el torso se queda completamente
inmóvil y aprieta los muslos. Una mueca de dolor hace que arrugue el ceño
y dejo de moverme inmediatamente.
—¿Callie?
—Estoy bien.
—Mírame. —Ella desplaza su mirada hacia la mía y la examino,
encontrando malestar y con necesidad de tranquilizarla—. No deberías
estar dolorida mucho tiempo.
—No es que sea virgen, pero...
Pego mi boca a la suya, sofocando las palabras que podrían hacerme
entrar en cólera. Calista cede ante mí, sus labios se separan y su cuerpo se
ablanda bajo el mío. La beso hasta que me rodea el cuello con los brazos,
con cualquier molestia persistente lejos de su mente.
—Si dices el nombre de otro hombre mientras llevas mi semen en la
piel, lo mataré —le digo. Puede que lo haga de todos modos, ya que él tuvo el
privilegio de tu cuerpo antes que yo—. Una cosa es segura, seré la última
persona que te folle.
—Hayden. —Mi nombre es un jadeo. O tal vez un resuello.
—Buena chica. Eso es lo único que quiero oír de ti.
—Oh, Dios mío. —La mirada de Calista rebota entre mi polla y su
coño. Se me pone dura. Entonces su pecho comienza a agitarse con sus
respiraciones entrecortadas, atrayendo mi atención hacia sus hermosas
tetas. Ahora estoy listo para follármela otra vez.
—¿Hemos manchado el sofá? —susurra.
La diversión asciende por mi pecho. Me pilla desprevenido, pero ante
la expresión exasperada del rostro de Calista, no la detengo. Mi risa
resuena en la sala de estar. No recuerdo la última vez que me reí así.
Me da una palmada juguetona en el brazo.
—Hablo en serio, Hayden.
Tardo un minuto en controlarme. Por una vez, Calista me ha hecho
perderme, pero puedo aceptarlo.
—No pasa nada. Te dije que te machacaría. Ahora vamos a limpiarte.
Su expresión de desconcierto se transforma en horror cuando tiro de
ella en brazos, dispuesto a llevarla al baño.
—El sofá —se lamenta suavemente—. Lo he estropeado con nuestro...
sexo.
Vuelvo a reírme, más alto y más largo que antes.
—No se ha estropeado, se ha mejorado.
—Agh, Hayden. Simplemente asqueroso.
—Tendremos que ponernos de acuerdo en que no estamos de acuerdo.
—Necesito desinfectante o tendrás que deshacerte del sofá. Y la foto
de esa mujer —murmura.
Casi me rio por tercera vez. La fotografía de mi habitación es de
Calista. Algún día se lo diré, pero no esta noche.
Después de poner a Calista de pie en la ducha, alejo el rociador de ella
hasta que alcanza la temperatura adecuada. Luego la lavo de pies a cabeza.
Disfruto cada puto segundo.
Se sonroja furiosamente todo el tiempo, pero eso solo aumenta mi
placer. No había cuidado así a una mujer desde mi madre, y me tranquiliza
de un modo que no esperaba. Tal vez porque mi madre estaba drogada
hasta perder la razón cuando yo la cuidaba. Afloran recuerdos
perturbando la serenidad que he encontrado con Calista y me apresuro a
desecharlos, no sin esfuerzo.
—Gracias —me dice Calista, una vez vestida con mi camiseta y
tumbada en mi cama—. No tenías que hacer todo eso.
—Sí, tenía que hacerlo. Cuido de lo que me pertenece.
—Incluida yo.
—Especialmente tú —le digo.
Se burla de mí con el ceño fruncido, pero se deshace en cuanto me subo
a la cama y tiro de ella hacia mí. Una satisfacción como nunca he conocido
me envuelve como una manta, ofreciéndome calidez y paz. Todo gracias a
la mujer que tengo entre mis brazos.
—Duérmete, Callie.
Me despide con un bostezo.
—No hay problema, señor.
—En algún momento tendremos que hablar de tu comportamiento
displicente.
—Sip.
Sonrío.
—¿Crees que no oigo el 'que te den' cuando haces eso?
—Sip.
Me rio y azoto su culo, haciéndola chillar. Le masajeo la piel mientras
con el otro brazo la mantengo en su sitio.
—Creo que disfrutas poniendo a prueba mi paciencia.
—Síp…, así es.
Mi sonrisa se ensancha.
—Duerme ya.
—No puedo cuando mi culo está ardiendo.
—Esa boca, Srta. Green.
Calista levanta la cabeza de mi pecho y me besa, sobresaltándome con
su inusual muestra de afecto. Ahora soy yo el que está hecho polvo. Mi
corazón, dondequiera que esté ese cabrón, sangra por ella.
—Buenas noches, Sr. Bennett.
—Buenas noches, cariño.
CAPÍTULO 41
Calista
—Han pasado tres días —le digo.
Harper me mira con una expresión confusa torciendo los labios.
—¿Tres días desde qué?
Bajo la voz y mi mirada recorre el Sugar Cube antes de responder en
un susurro.
—Desde que Hayden y yo nos acostamos. ¿Por qué no ha intentado
nada?
—No lo sé. —Harper se da golpecitos en la barbilla—. Eso no parece
normal en alguien como él. ¿Quizá está esperando a que se cure tu vagina?
Quiero decir que hurgó en ella como si buscara oro o algo así.
Mi cara se acalora y llevo mis manos a mis mejillas.
—A veces no puedo soportar tu honestidad.
—Pero me quieres por ello.
—Lo hago.
—Si está preocupado por ti, podrías indicarle que ya es hora. —Menea
sus cejas mirándome—. Tengo un montón de ideas que implican, a ti
desnuda, una máquina de fondue y chocolate. O queso.
Arrugo la cara.
—No, gracias, pero puedo entender la esencia del plan.
—No puede ir mal estar desnuda —me dice encogiéndose de
hombros.
—Supongo. Solo necesito tener pelotas para hacerlo.
—Más bien ovarios. Pero yo no me preocuparía, porque las feromonas
que desprendéis vosotros dos podrían empañar un cristal blindado.
¿Cómo va todo lo demás? Aparte del no sexo después del sexo alucinante.
—Planta una mano en su cadera—. Pareces feliz.
—Soy feliz. —Me muerdo el labio, pensativa—. Probablemente sea lo
más feliz que he estado desde el funeral de mi padre.
Harper asiente con una mirada cómplice.
—Una buena polla le hace eso a una chica.
—Es más que eso. Me siento segura. Hayden tardó dos días en
identificar a mi acosador y deshacerse de él. Si eso no es tranquilizador, no
sé qué lo es.
La mirada de Harper se estrecha.
—Eso fue muy rápido. Supongo que con su acceso a ciertos recursos
no sería difícil. Me alegro que ya no estés en peligro.
—Yo también.
—Entonces, ¿a qué viene esa mirada?
—¿Qué mirada?
—Esa. —Me señala la cara con un movimiento circular—. ¿Por qué
había un sonido raro en tu voz hace un momento?
—¿Qué sonido?
—Algo pasa. —Se vuelve para mirar por encima del hombro y levanta
la voz—. Bienvenido al Sugar Cube. Enseguida estoy contigo. —Entonces
me mira, poniendo los ojos en blanco—. Odio que los clientes se
interpongan en nuestra charla de chicas. Espero una respuesta en cuanto
les sirva el pedido.
Me encargo de la operación y, en cuanto le doy el café al cliente,
Harper se me echa encima. Me da un cake pop como si quisiera aplacarme
por el interrogatorio que está a punto de iniciar. Tomo el postre con un
suspiro.
—Está bien, chica —me dice—. Dame los detalles.
—¿Y si Hayden es demasiado bueno para ser verdad? Es apuesto, rico
y me trata como si yo fuera su razón de vivir. Eso tiene que ser una señal
de alarma, ¿no?
Los labios de Harper se mueven hacia un lado.
—El rojo es mi color favorito.
Reprimo una carcajada.
—Habla en serio.
—Lo digo en serio. —Me coge de los hombros y me mira fijamente,
con sus ojos verdes escrutando mi cara—. Mira, has pasado por muchas
cosas en el último año y probablemente eso te tiene en un estado mental de
supervivencia. Nadie puede culparte por ello, pero no debes arruinar la
felicidad que has encontrado solo por tu trauma pasado. Si el Sr.Doblégame-Bennett es auténtico, te arrepentirás de haberlo alejado para
protegerte.
—¿Y si no es bueno para mí?
Tras un rápido apretón, mi amiga me suelta los hombros.
—Si es un pedazo de mierda, lo descubrirás suficientemente pronto y
le dejarás tirado. No seas demasiado cínica hasta que te dé una razón. Te
mereces ser feliz, ¿de acuerdo?
Le sonrío.
—De acuerdo.
Ella desvía la mirada hacia la puerta y no hace nada por reprimir su
sonoro gemido.
—Es la hora de las prisas. Aguantad vuestros traseros 5. ¿Conoces esa
referencia cinematográfica?
—Sí —digo riéndome.
El trabajo familiar calma mi mente, aunque mi cuerpo se mueva en
piloto automático. Por suerte, la fila de clientes avanza rápidamente sin
ningún incidente y el tiempo pasa aún más deprisa. Me acuerdo de Hayden
y me apoyo en el mostrador antes de echarme un chorro de desinfectante
de manos en las palmas. Una vez seco, compruebo mi teléfono. La falta de
mensajes suyos me frunce el ceño.
Calista: Hola.
Hayden: ¿Estás bien?
Calista: Sí. Me preguntaba a qué hora te veré esta noche.
Hayden: El caso en el que estoy trabajando requiere más atención de
la que me gustaría. Llegaré a casa un poco más tarde de lo habitual.
Calista: Ah, de acuerdo. Bueno, buena suerte. Hasta luego.
Hayden: Gracias. A ti también.
Con un suspiro, me guardo el teléfono en el bolsillo del delantal. Quizá
deba seguir el consejo de Harper y decirle a Hayden que me interesa el
sexo. Mi plan no incluirá una máquina de fondue, pero mi amiga tiene la
idea correcta. Como Hayden trabaja hasta tarde, tendré tiempo suficiente
para refrescarme y ponerme algo tentador.
Me acerco a las mesas ahora vacías y las limpio. Un destello de color
llama mi atención y me detengo, levantando la cabeza para mirar por el
ventanal. Una niña pequeña con una chaqueta magenta camina por la acera
con una mujer mayor que me consta es su madre.
—Vuelvo enseguida —llamo a Harper.
Mi compañera me hace un gesto con la cabeza y yo sonrío mientras
salgo corriendo. El guardaespaldas que me han asignado, un hombre calvo
de más de metro ochenta y corpulento como una montaña, se adelanta en
cuanto mis pies tocan la acera. Saludo a Sebastian, quien puede o no formar
5
Icónica frase de Samuel L. Jackson en Jurassic Park.
parte de la mafia rusa y señalo a la niña para indicarle mi intención. Antes
que pueda dudar de mí misma, grito el nombre de la niña.
—¡Erika!
La niña y su madre se giran, con los ojos abiertos por la sorpresa. La
cara de Erika se divide en una sonrisa desdentada al verme y el corazón se
me agita en el pecho. Me arrodillo y extiendo los brazos.
—Srta. Calista. —Erika se aparta de la mano de su madre para lanzarse
sobre mí.
Encuentro la mirada de Sebastian y me hace un rápido gesto con la
cabeza. Ahora que se ha evitado cualquier posible problema, miro a Erika,
dispuesta a no llorar. —¿Cómo estás, preciosa? Me alegro mucho de verte.
Te he echado mucho de menos.
Erika me sonríe.
—Estoy bien. Mamá ha conseguido un nuevo trabajo, así que ahora
tenemos nuestro propio apartamento.
Suelto a la niña y miro a su madre.
—Es maravilloso, Alice. Me alegro mucho por vosotras dos.
—No podríamos haberlo hecho sin su apoyo, Srta. Green —dice
Alice—. Me ayudaste con mi currículum y hablaste con el jefe. Estoy
convencida que hablar bien de mí me consiguió el trabajo. Aunque
echaremos de menos verte en el refugio.
—Te lo agradezco. —Vuelvo a abrazar a Erika, esta vez con más
fuerza—. Yo también echaré de menos verte. He estado ocupada, así que
no he sido voluntaria en el refugio, pero espero poder hacerlo después de
las vacaciones.
La mentira cala mis huesos más rápido que la tarde de invierno. La
sola idea de pisar ese lugar me da ganas de vomitar. Mi estómago
comienza a revolverse y alejo los pensamientos de mi asalto.
—Deberías volver al voluntariado —me dice Alice—. Has marcado
una gran diferencia. No solo en nuestras vidas, sino también en las de otras
familias.
Inclino la cabeza en señal de reconocimiento.
—Gracias.
—Bueno, será mejor que nos vayamos. Ha sido un placer verla, Srta.
Green.
—Por favor, llámame Calista. —Miro a Erika—. Te voy a echar mucho
de menos. No se lo digas a las demás, pero siempre has sido mi favorita.
Me desnudo.
Una vez completado el primer paso, entro en el armario de Hayden,
buscando algo que ponerme como sorpresa para cuando vuelva a casa. Ya
me he vuelto a maquillar y me he pasado un cepillo por el cabello, dejando
las largas trenzas sueltas como a él le gustan. Espero que este plan le
'anime'. Pienso en acostarme con él todo el tiempo y no me lo puedo creer.
Nunca fui así con mi ex. Puede que no fuera virgen cuando conocí a
Hayden, pero definitivamente me ha arruinado para cualquier otro
hombre.
Justo como él quería.
Rebusco entre las distintas prendas de ropa, indecisa entre ponerme
una de sus camisas de vestir, su chaqueta o su gabardina. También podría
elegir algo de mi nuevo vestuario, pero al final dará igual. Si no le interesa
el detalle de estar completamente desnuda por debajo, nada más llamará
su atención.
Mi mirada se posa en su chaqueta de ante favorita, colgada
pulcramente en una percha. Me imagino poniéndomela para él y
disfrutando de su sonrisa de aprobación. Decidida, deslizo los brazos por
las mangas suaves como la mantequilla. El dobladillo roza mis rodillas y
la prenda engulle de inmediato mi menuda figura, perfecta para la
revelación que tengo en mente.
Un suspiro se me escapa cuando deslizo las manos por el cuero flexible
y recorro sin prisa las finas costuras. Mis dedos encuentran extraños bultos
en el fondo del bolsillo derecho y frunzo los labios al descubrirlo.
Introduzco la mano en la abertura y casi vuelvo a sacarla cuando noto la
suave textura de los objetos que hay dentro.
Con el corazón galopando en mi pecho, agarro un puñado de ellos y
extraigo el puño. Lo miro fijamente, observando cómo mis nudillos
comienzan a perder su color y sintiendo los primeros temblores
recorriendo mi antebrazo debido a mi apretado agarre. El miedo me invade
hasta que mi respiración se vuelve más fina y difícil, mi cuerpo reconoce
lo que mi cerebro se niega a aceptar.
Con dolorosa lentitud, desenrosco los dedos, revelando los pequeños
objetos redondos reposando sobre mi mano. Más de media docena de
perlas sueltas descansan en mi mano, y varias más en el bolsillo de
Hayden. Las miro fijamente hasta que los ojos se me secan y me obligan a
parpadear.
Se me hiela la sangre cuando la horrible verdad me golpea como un
rayo. ¿De qué otra forma podría haber conseguido esas perlas si no fue él
quien las cogió? Hayden, el hombre que dice quererme a salvo, es en
realidad el acosador que me aterrorizó durante meses. La repulsión me
recorre cuando me lo imagino robando el collar, rompiéndolo y dejándome
una sola perla para encontrarla.
Las lágrimas me nublan la vista y los sollozos me sacuden el cuerpo
mientras me hundo en el suelo, agarrando las joyas. El hombre al que
amaba, que creía que se preocupaba por mí, violó mi confianza. ¿Y para
qué? ¿Manipulándome para que estuviera con él? Toda esta farsa era
innecesaria.
Habría estado con Hayden porque ya estoy enamorada de él.
Mi corazón bombea con más fuerza con cada latido hasta que me
preocupa que vaya a explotar dentro de mi pecho. Dado el dolor que me
recorre el cuerpo, casi desearía que lo hiciera. Aunque solo fuera para
detener la agonía. Se lo di todo a Hayden y me hizo cuestionar mi cordura
al tiempo que me quitaba la sensación de seguridad.
Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.
Solo desearía entender por qué hizo todo esto cuando podríamos
haber tenido una relación sincera; por qué eligió la obsesión en lugar del
amor.
Respirando hondo, me limpio los ojos bruscamente. La tristeza que se
agita en mi interior se endurece hasta convertirse en una gélida resolución,
un frío muro impenetrable, similar al que creé cuando murió mi padre.
Solo que este está más fortificado. Cuando Hayden llega a casa y cruza esa
puerta, la fantasía sobre él termina. Y el hombre real -el acosador- tiene
mucho por lo que responder.
He invitado a un auténtico monstruo a mi vida. Lo único que me
queda por hacer es enfrentarme a él y esperar salir con la cordura intacta.
Porque mi corazón está definitivamente perdido.
CAPÍTULO 42
Hayden
Golpeo con el puño la mesa del despacho maldiciendo.
Calista es mi única prioridad y, sin embargo, no estoy más cerca de
encontrar al responsable de su agresión. Incluso con acceso a las bases de
datos del gobierno, no encuentro nada que me indique la dirección de un
culpable.
Ante la idea de no hacer justicia en su nombre, un gruñido brota entre
mis dientes apretados. Ya he fallado a mi madre en ese frente. No puedo
hacer lo mismo con Calista. Podría enviarme al abismo y caer en el pozo
de locura agitándose en los recovecos de mi psique.
Recupero del cajón la pastilla que provocó la sobredosis de mi madre
y la pongo ante mí. El símbolo de la estrella en el centro está desgastado
por la cantidad de veces que la he tocado. Por razones que no puedo
explicar, mirarla fijamente me ayuda a centrar mis pensamientos.
Ojalá no fuera un recordatorio tangible de mis defectos: Primero para
proteger a mi madre, luego para vengarla.
Cojo la píldora y la hago rodar entre los dedos, la acción calma la
tumultuosa energía que me recorre. El símbolo y la composición eran las
únicas pistas que tenía tras la muerte de mi madre, pero ninguna
investigación me proporcionó respuestas sobre su procedencia. La policía
lo descartó como otra droga callejera ilícita. No me rendí entonces, y no lo
haré ahora.
No es una opción. No cuando Calista cuenta conmigo. Quizá sea yo
quien necesite esta absolución, esta oportunidad de redención, tanto como
ella necesita un final.
Dejo la píldora y comienzo una nueva búsqueda. El cursor parpadea
acusadoramente mientras paso el ratón sobre el teclado. Tiene que haber
algo que se me escape, un pequeño detalle que permita avanzar en este
caso. Con eso en mente, comienzo por el principio, recordando mi
conversación con Calista.
Mi piel se calienta a medida que aumenta mi ira. El mero pensamiento
de su agresión hace que pase el brazo por la superficie del escritorio,
tirando y esparciendo por el suelo todos los trozos de papel. Con la
superficie vacía, saco un bloc de notas del cajón y lo escribo todo.
Dónde: Albergue Infantil Corazones Esperanzados
Cuándo: 24 de junio
Quién: Calista Green
Qué: La víctima se presentó en el lugar sobre las 16.00
horas, pero la hora de la foto que muestra sus lesiones es de
las 20.30 horas. Para entonces, los hematomas eran visibles
en su piel marfileña y estaba consciente.
Aprieto el bolígrafo hasta que me tiembla el puño. Lo que pudo ocurrir
en esas horas no contadas me revuelve el estómago. Calista dudaba en
hablar de aquella noche y hay veces que desearía no haberla presionado,
pero necesitaba saberlo todo. Y ahora que lo sé, correrá la sangre.
La ley tiene límites. Yo no los tengo.
No cuando se trata de proteger a la mujer que...
Mi respiración se detiene. No sé cómo terminar ese pensamiento. Lo
único que sé con certeza es que Calista es mía. Para siempre.
Vuelvo a mirar el bloc de notas, observando las líneas nítidas y los
trazos gruesos de mi escritura. Se burla de mí, me provoca. Aún queda otra
pregunta por escribir, la que me atormenta: ¿Por qué alguien haría daño a
Calista?
Motivo: ¿Un ataque indirecto a su padre? ¿Lujuria?
¿Inestabilidad mental? ¿Oportunidad?
Con una fuerte exhalación, me echo hacia atrás en la silla y recojo los
papeles del suelo. Tras colocar su historial médico en primer plano, repaso
su contenido. Calista fue agredida físicamente. Eso es indiscutible. Sin
embargo, el examen de agresión sexual no fue concluyente, a pesar de la
droga que había en su organismo.
Frunzo el ceño ante la descripción.
Un depresor con un compuesto desconocido que provoca un comportamiento
similar al de una droga de violación.
El enunciado tira de mi memoria, obligando a mi cerebro a ordenar los
años de información que he almacenado durante mi carrera. Cojo el
informe del forense de Kristen Hall, la secretaria del senador Green. La
redacción de su informe no es idéntica a la de Calista, pero se parece.
Jodidamente parecida.
Mi mirada se desplaza entre las palabras de la página y la píldora que
hay a un lado. De un lado a otro, una y otra vez, mientras mi mente crea
una conexión que aprieta dolorosamente mi pecho.
Es una mera coincidencia.
¿O no lo es?
¿Qué posibilidades hay que la droga que mató a mi madre, y que se
encontró en el torrente sanguíneo de Kristen Hall, sea la misma que se
utilizó para incapacitar a Calista?
Si me fijo en el denominador común de la jodida ecuación -esta droga
con un compuesto misterioso-, todo el escenario resulta mucho más
factible. Tendré que mirar este caso y a sus víctimas como un todo. Las
conexiones están ahí, en las pruebas.
Ahora que las he visto, no puedo dejar de verlas.
Se me retuercen las tripas hasta que aprieto los dientes contra la
incomodidad. Dos de las tres mujeres implicadas en esta situación están
muertas. ¿Significa eso que Calista es la siguiente?
Más vale que quien esté detrás de esto me mate si cree que va a hacerle
daño.
Atravieso la ciudad a toda velocidad, intentando controlar mi pánico
antes que interfiera con mis facultades y estrelle el coche. Mi necesidad de
estar con Calista nunca ha sido más fuerte, mi obsesión por su seguridad
nunca ha sido más urgente.
Nunca me han gustado los dramas, pero podría morirme si no la
alcanzo pronto. Aunque solo sea para asegurarme que está viva.
Mis pensamientos me han atormentado desde que descubrí la
conexión entre los casos y siguen haciéndolo, acercándome a la locura. Tan
cerca que empiezo a preocuparme por haber sobrepasado ya mis límites y
haberme adentrado en un territorio peligroso en el que mis instintos guían
mis actos.
Ahora mismo esos instintos quieren proteger y follar a Calista.
Sacudo la cabeza ante mis pensamientos, pero eso no me impide correr
por el vestíbulo y maldecir mientras espero a que el ascensor llegue a mi
planta. Mi respiración entrecortada se vuelve más agitada cuando llego a
la puerta de mi ático.
En pocos segundos estoy dentro y recorro la sala de estar en dirección
al dormitorio. Hasta que veo a Calista junto a las ventanas, asomada. La
opresión de mi pecho se afloja cuando se vuelve para mirarme por encima
del hombro. La mujer por la que he matado -volvería a hacerlo sin dudarloestá viva.
Y me mira fijamente con los ojos de un animal herido.
Mis pasos vacilan al detenerme bruscamente. La recorro con la mirada,
de la cabeza a los pies, para volver a fijarme en su rostro. Tiene la piel de
la boca tirante y el labio inferior tiembla lo suficiente para que pueda verlo
desde mi posición.
—¿Callie?
Levanta una mano cuando empiezo a caminar hacia ella.
—No lo hagas, Hayden.
—A la mierda.
Me acerco a ella a grandes zancadas y a cada paso su cuerpo se pone
más rígido. Ignorando su extraño comportamiento, miro a Calista y aprieto
los puños para no agarrarla. Ella se mantiene firme con la barbilla
levantada.
—Si te hago una pregunta, ¿prometes no mentirme? —Su voz tiembla
al decirlo. ¿Está aprensiva por mí o por la respuesta que pueda darle? —
Tengo que saber la verdad —me dice susurrando.
Inclino la cabeza en señal de aceptación, no de aquiescencia. Es
suficiente. Calista separa los labios para inhalar profundamente, atrayendo
mi mirada hacia su exuberante boca. Dios, qué ganas tengo de follármela.
Levanta la mano empuñada y despliega lentamente los dedos,
ofreciéndome una visión sin obstáculos de las perlas que reposan en su
mano.
—¿De dónde las has sacado, Hayden?
PRÓXIMO LIBRO
El Protector
Está en peligro.
Solo pensarlo amenaza mi cordura.
Haré cualquier cosa para mantenerla a salvo...
Incluso cosas con las que ella no esté de acuerdo.
Si cree que acosarla fue malo,
Calista se va a llevar una sorpresa.
La prisionera
Hayden está totalmente loco.
Y me encanta.
Lo que no me gustan son sus métodos de protección.
Excepto que cuanto más peligrosas se vuelven las cosas,
más cerca estoy de él.
Y de los secretos que me oculta.
SOBRE LA AUTORA
Una amante de los antihéroes, de las obras profundas que invitan a la
reflexión, con palabras bellamente escritas, de los romances dignos de
suspirar, de las escenas de sexo tan calientes que la hacen sonrojarse y de
las heroínas que la inspiran hasta el punto que Morgan quiere ser como
ellas cuando sea mayor. O quiere darles un puñetazo en la cara y ocupar
su lugar en la cama... erm... brazos del héroe.
Sí, eso es.
CRÉDITOS
Traducción y Diagramación
Diseño
Corrección
La 99
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