INFECTOLO GÍA CLÍNICA PEDIÁTRICA ERRNVPHGLFRVRUJ Napoleón González Saldaña Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Jefe del Departamento de Infectología del Instituto Nacional de Pediatría; Profesor Titular de Posgrado de Infectología Pediátrica de la Universidad Nacional Autónoma de México; Profesor Titular de Infectología del Instituto Politécnico Nacional y de la Escuela Médico-Naval; Profesor Titular de la Universidad Autónoma Metropolitana; Profesor Titular de la Unidad de M edicina Familiar, Universidad Nacional Autónoma de México; Editor en jefe de la revista E nfermedades Infecciosas en P ediatría ; Miembro de la Academia M exicana de Pediatría, de la Sociedad Panamericana de Infectología, de la New York Academy of Sciences y de la American Society of Microbiology; Miembro Fundador y Ex Presidente de la Asociación M exicana de Infectología Pediátrica, de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica y de la W orld Society of Pediatric Infectious Diseases, M iembro de la W orld Association of M edical Editor (WAME) y miembro de ocho asociaciones, consejos y sociedades nacionales e internacionales más. Andrés Noé Torales Torales Pediatra Infectólogo graduado de la Facultad de M edicina, Universidad Veracruzana, y del Instituto Nacional de Pediatría (México); Ex Adscrito al Servicio de Pediatría, Hospital General Regional, Centro Médico Nacional “M .A. Camacho” (IM SS), Puebla; Ex Profesor, C línica de Infectología, Escuela de M edicina, BUAP; Socio Fundador, Ex Presidente y M iembro T itular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica; Socio Fundador, Ex Presidente y T itular de la Asociación pediátrica del Sureste; Socio Numerario del Colegio de Pediatría de Puebla; M iem bro de la American Society of M icrobiology; M iembro del Com ité Editorial de la revista E nfermedades Infecciosas en Pediatría. Demóstenes Gómez Barreto Ex Jefe del Departamento de Infectología y Ex Presidente de la Asociación de Médicos, Hospital Infantil de México “Federico Gómez” (SSA), México D.F.; Ex Profesor Titular de Infectología y Posgrado de Infectología Pediátrica, UN AM ; Investigador Asociado C de los Institutos de Salud, Secretaría de Salud (SSA); Ex Presidente, Asociación M exicana de Infectología y Microbiología; M iem bro de la Academia M exicana de Pediatría, de la W orld Society of Pediatric Infectious Diseases y de la American Society of M icrobiology; Certificado por el Consejo Mexicano de Certificación en Pediatría y por el Consejo mexicano de Infectología; Ex Coordinador General del plan de M edicina General Integral A-36 de la Facultad de M edicina, UN AM; Ex Jefe de Infectología del IM AN; Ex Jefe de la División Pediátrica del Hospital “Juárez” (SSA), México D.F. INFECTOLO GIA CLÍNICA PEDIÁTRICA Octava edición ERRNVPHGLFRVRUJ t y c *> V '/ ir ~ s ¿ 'y M e Graw Hill MEXICO • BOGOTA • BUENOS AIRES • CARACAS • GUATEMALA MADRID • NUEVA YORK • SAN JUAN • SANTIAGO • SAO PAULO AUCKLAND • LONDRES • MILÁN • MONTREAL • NUEVA DELHI SAN FRANCISCO • SIDNEY • SINGAPUR • ST. LOUIS • TORONTO D irec to r e d ito ria l: Ja v ie r de L e ó n F rag a E d ito r sp o n so r: G ab riel A rtu ro R o m e ro H e rn á n d ez C orrección de estilo : M a rice la C astillo V alenzuela, A lfo n so M o n ro y P érez E d ito r de desa rro llo : M an u e l B e m a l P érez C o m p o sició n y fo r m a c ió n : A rtu ro R o ch a H e rn á n d ez NOTA La m edicina es una ciencia en constante desarrollo. C onform e surjan nuevos conocim ientos, se requerirán cam bios de la terapéutica. El (los) autor(es) y los editores se han esforzado para que los cuadros de dosificación m edica­ mentosa sean precisos y acordes con ¡o establecido en la fecha de publicación. Sin embargo, ante los posibles errores hum anos y cam bios en la m edicina, ni los editores ni cualq u ie r otra persona que haya participado en la preparación de la obra garantizan que la inform ación contenida en ella sea precisa o com pleta, tam poco son res­ ponsables de errores u om isiones, ni de los resultados que con dicha inform ación se obtengan. Convendría recurrir a otras fuentes de datos, por ejemplo, y de m anera particular, habrá que consultar la hoja inform ativa que se adju n ­ ta con cada m edicam ento, para tener certeza de que la Inform ación de esta obra es precisa y no se han Introduci­ do cam bios en la dosis recom endada o en las contraindicaciones para su adm inistración. Esto es de particular im portancia con respecto a fárm acos nuevos o de uso no frecuente. Tam bién deberá consultarse a ios laboratorios para recabar inform ación sobre los valores norm ales. INFECTOLOGÍA CLÍNICA PEDIÁTRICA P ro h ib id a la re p ro d u c c ió n total o p a rc ia l de e sta obra, p o r c u alq u ier m ed io , sin a u to riz a ció n e sc rita del editor. Educación D E R E C H O S R E SE R V A D O S © 2011 re sp ec to a la octav a e dición p o r M cG R A W -H IL L IN T E R A M E R IC A N A E D IT O R E S , S. A . de C. V. A su b sid ia ry o f The M c G ra w -H ill C om panies, Inc. P ro lo n g ac ió n P aseo de la R efo rm a 1015, T orre A , P iso 17, C ol. D e sa rro llo S an ta Fe, D e leg a c ió n A lv aro O b reg ó n C. P. 0 1 3 7 6 , M éx ic o , D . F. M iem b ro de la C ám ara N a cio n a l de la In d u stria E d ito ria l M ex ic a n a R eg. N o. 736 ISBN: 978-607-15-0442-5 1234567890 119876543210 Im p reso en M éx ic o P rin ted in M ex ico Im p reso p o r P ro g ra m as E d u c a tiv o s, S.A . de C .V . P rin ted b y P ro g ra m as E d u c a tiv o s, S.A . de C .V . The McGt’QW'Hill Companies Coautores Guillermo Sólomon Santibáñez Profesor Titular de Posgrado en Pediatría de la UNAM; Ex Presidente de la Academia Mexicana de Pediatría; Ex Presidente de la Sociedad Mexicana de Pediatría; Ex titular de Infectología de la Facul­ tad de Medicina de la Universidad Anáhuac. Director General del Instituto Nacional de Pediatría. Patricia Saltigeral Simental Pediatra Infectólogo egresada del Instituto Nacional de Pediatría (México); Médico Adscrita al Departamento de Infectología, Instituto Nacional de Pediatría; Responsable del Area de Infectología Neonatal, Instituto Nacional de Pediatría; Diplomado en Administración de Hospitales UNAM; Miembro de la Academia Mexicana de Pediatría; Vocal del Consejo de Certificación en Pediatría. Ex Presidenta de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica 2003-2004 y Socio de la Socie­ dad Latinoamericana de Infectología Pediátrica; Miembro de la American Academy of Pediatrics; Jefe de Enseñanza e Investigación del Hospital Infantil Privado 1996-2009; Profesora Adjunta de Infectología, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México y Universidad Autónoma Metropolitana. Presidente de la Sociedad Mexicana de Pediatría, Miembro del Comité Editorial de la Revista E nfermedades Infecciosas en Pediatría. Calil Kairalla Farhat Profesor Titular de Pediatría de la Universidad Federal de Sao Paulo; UNIFESP/EPM. Profesor Titular de enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de Marilia-SP. Miembro Titular de Academia Brasileña de Pediatría-Cadeira 19. Fundador y ex Jefe de Disciplina de Infectología Pediátrica de la Universidad Federal de Sao Paulo. UNIFESP/EPM. Colaboradores José Valente Aguilar Zínser Médico Pediatra, Especialidad Terapia Intensiva Pediátrica; Miembro de la Academia Mexicana de Pediatría; Miembro de la Academia Mexicana de Bioética: Facultad de Medici­ na, Universidad La Salle; Director Médico Instituto Nacio­ nal de Pediatría 1999-2001; Subdirector de Medicina Crítica del Instituto Nacional de Pediatría. 1997-1999; Facultad Mexicana de Medicina. Universidad La Salle, Prof. Adjunto al Curso de posgrado especialidad: Medicina del Enfermo Pediátrico en Estado Crítico; Director de Medici­ na Preventiva 2001 a la fecha; Profesor Lic. Nutrición Clí­ nica, Universidad Autónoma Metropolitana. Apoyo m etabólico-n utricion al en el niño con sepsis. El p a p el de la nutrición durante la respuesta m etabólica La sepsis com o m anifestación d el síndrom e de respuesta inflam atoria sistém ica Rubén Alvarez Chacón (q.e.p.d.) f Ex Jefe del Servicio de Parasitología del Instituto Nacional de Pediatría; ex miembro de la Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene; ex Profesor de Asignatura B, por oposición, del Departamento de Microbiología y Parasitolo­ gía, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Parasitosis intestinales; M icosis profundas y oportunistas Carlos Alvarez Lucas Ex Director de Vigilancia Epidemiológica de Enfermedades Transmisibles, Dirección General de Epidemiología (20022003) Secretaría de Salud (SSa), México. Sarampión Azarell Anzures Gutiérrez Pediatra Infectóloga Egresada del Instituto Nacional de Pediatría, Certificada por el Consejo Mexicano de Pediatría, socio Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica, Socio Activo de la Sociedad Mexicana de Pedia­ tría, Miembro de la Asociación Mexicana para el Estudio de las Infecciones Nosocomiales, responsable del Area de Infectología Pediátrica, adscrita al Servicio de Pediatría del Hos­ pital General Regional de León, Gto., vocal del Comité de vi Infecciones Nosocomiales del Hospital General Regional de León, Gto., Profesor honorífico de la Facultad de Medicina de León, Universidad de Guanajuato. Tétanos Luis Marcelo Aranha Carilargo Profesor del Departamento de Parasitología de la Universi­ dad de Sao Paulo en Rondonia, Campus de Monte Negro, Rondonia, Brasil. Paludismo (malaria) José Luis Arredondo García Infectólogo Pediatra, investigador en Ciencias Médicas, jefe de la Unidad de Apoyo a la Investigación Clínica del Institu­ to Nacional de Pediatría, Coordinador de la Entidad Acadé­ mica, Instituto Nacional de Pediatría, Programa de Maestría y Doctorado en Ciencias Médicas, UNAM Resistencia bacteriana en M éxico y Latinoam érica Sonia Arza Fernández Pediatra Infectólogo; Secretaría de Salud de Paraguay. Profe­ sor de Infectología de la Universidad de Paraguay. Parotiditis Francesc Asensi Botet Ex Jefe de la Sección de Patología Infecciosa del Hospital Infantil Universitario La Fe de Valencia, España. Profesor Asociado de Pediatría de la Universidad de Valencia, España. Leishmaniasis Francisco Javier Ávila Cortés Pediatra infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría, profesor de la cátedra de Microbiología en la Facultad de Medicina “Dr. Ignacio Chávez” de la UMSNH, Ex- presidente de AMIP, Miembro de la SLIPE. Varicela Dante Bacarreza Nogales Médico Adscrito al Servicio de Gastroenterología y Nutri­ ción, Instituto Nacional de Pediatría. Diarrea prolongada Colaboradores Daffne Danae Baldwin Monroy Licenciada en Nutrición. Apoyo m etabólico-n utricion al en el niño con sepsis. El p a p el de la nutrición durante la respuesta m etabólica Paulo Neves Baptista Filho Profesor Adjunto de Enfermedades Infecciosas y parasitarias de la Facultad de Ciencias Médicas/UPE y doctorado en Medicina Tropical, Universidad Federal de Pernambuco. Filariasis linfática de na rsi;ro, jefe ituidé;tría ofe- pital :esor id a , d de ;n la ;n h , 4utri- Amalia Becerra Pediatra Infectólogo. Investigador Nacional A. Jefe de Epi­ demiología y Enfermedades Infecciosas del Hospital Metro­ politano de los Servicios de Salud de Nuevo León. Práctica Privada. Profesora en el TEC de Monterrey. Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Candidiasis disem inada Miguel Betancourt Cravioto Subdirector de Vigilancia Epidemiológica de Enfermedades no Transmisibles, Secretaría de Salud (SS), México. Antrax (carbunco) Cynthia Braga Investigadora del Departamento de Parasitología del Centro de Investigación Aggeu Magalháes FIOCRUZ; Doctorado en Salud Colectiva de la Universidad Federal de Bahia. Filariasis linfática Medicina Interna, Hospital de Clínicas de Asunción, 2003. Entrenamiento en Infectología en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, Instituto de Cancerología, Hospital Central Sur de Pemex, Instituto Nacional de Neurología, Instituto Nacional de Perinatología e Instituto Nacional de Pediatría, de 2005 a 2007. Investiga­ dor en Ciencias Médicas, Clínica de VIH/SIDA, Instituto Nacional de Pediatría, 2008. Infección p o r virus d e la inm uno deficien cia hum ana (VIH) y síndrom e d e inm uno deficien cia adquirida (SIDA) José F. Cadena León Médico Adscrito al Servicio de Gastroenterología y Nutri­ ción, Instituto Nacional de Pediatría. D iarrea prolongada Raúl Caltenco Serrano Fundador del Laboratorio de Virología Especial y Biología Molecular Aplicada, Hospital Infantil de México “Federico Gómez”, Investigador de los Institutos Nacionales de Salud, Médico Adscrito a la Unidad de Terapia Intensiva del Hos­ pital de Pediatría Centro Médico Nacional Siglo XXI, IMSS, Director General del Laboratorio de Biología Molecular Aplicada S.C., Miembro de la Unidad de Control de Infec­ ciones, Hospital Angeles Lomas. Infecciones en receptores d e trasplantes Humberto Cabrales Aguilar Subdirector administrativo de la Escuela Superior de Medi­ cina del IPN y miembro permanente de H. Consejo Con­ sultivo de la E.S.M. Director de Coordinación Sectorial de Hospitales Federales de Referencia de la Secretaría de Salud Federal; Ex Director Regional de los Servicios de Salud Pública en el Distrito Federal; Ex Secretario de Salud del Estado de Chiapas; Ex Director de Servicios de Salud en el Distrito Federal. Infecciones nosocom iales Teresita Campos Rivera Médica Especialista en Bioquímica Clínica. Médica Adscrita al Servicio de Parasitología y Micología, Instituto Nacional de Pediatría. Vocal del Comité de Expediente Clínico, Insti­ tuto Nacional de Pediatría. Vocal del Comité de Estancia Hospitalaria, Instituto Nacional de Pediatría. Vocal del Comité de Farmacia y Terapéutica. Instituto Nacional de Pediatría. Ex Vocal de Comité de Infecciones Nosocomiales. Instituto Nacional de Pediatría. Profesora de Micología Médica, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autó­ noma de México. Médica Adscrita a la UMF 19 del Institu­ to Mexicano del Seguro Social. Ex Jefa del Banco de Sangre del Hospital de Urgencias de la Villa. Instituto de Salud del Distrito Federal. Miembro de la Asociación Médica del Ins­ tituto Nacional de Pediatría. Miembro de la Asociación Mexicana de Patología Clínica. N eumocistosis Parasitosis intestinales Parasitosis extraintestinales M icosis profundas y oportunistas María Lorena Cabrera Ruiz Doctora en Medicina y Cirugía, egresada de la Universidad Nacional de Asunción, Paraguay, 1998. Especialista en Ana Campuzano de Rolón Infectólogo Pediatra; Profesora Titular de Pediatría, Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Asunción Evangelina Briones Lara Infectólogo Pediatra egresado del Instituto Nacional de Pediatría. Coordinador Delegacional de Investigación en Salud, IMSS Coahuila. Miembro titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Infecciones oculares Colaboradores (Paraguay); Jefa del Departamento de Inmuno-Oncohematología, Servido de Pediatría, Hospital de Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Asunción. Infección de vías respiratorias superiores Luis Carbajal Rodríguez Pediatra egresado del Instituto Nacional de Pediatría; Subdi­ rector de Medicina, Instituto Nacional de Pediatría; Ex Jefe del Departamento de Medicina Interna, Instituto Nacional de Pediatría; Profesor de Posgrado de Pediatría Médica y de Medicina Interna Pediátrica (Profesor Titular) UNAM; Pro­ fesor de Pregrado Titular de la Asignatura de Pediatría, Escuela Médico-Naval; Profesor de Pregrado Titular de la Asignatura de Pediatría, Instituto Politécnico Nacional, Aca­ démico de la Academia Mexicana de Pediatría del Consejo Mexicano de Certificación en Pediatría, Presidente de la Asociación Mexicana de Pediatría e Investigador Nacional. Endocarditis bacteriana Artritis reactiva en niños ca; Miembro Titular de la Academia Mexicana de Pediatría; Ex Presidente de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica, Ex Director Médico Laboratorios Pasteur Merieux Connaught México; Ex Director Médico Laboratorios Ipsen Boubart México. M eningoencefalitis viral Vulvovaginitis H epatitis viral Infecciones nosocom iales Ana Ceballos de Landa Jefa del Servicio de Infectología, Hospital de la Santísima Trinidad, Córdoba, Argentina. Infecciones p o r Haemophilus influenzae tipo b Roberto Cervantes Bustamante Gastroenterólogo pediatra. Jefe del servicio de Gastroenterología y Nutrición del Instituto Nacional de Pediatría. D iarrea prolongada Guillermo Cárdenas Martínez Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro del Consejo de Certificación en Pediatría de la American Academy of Pediatrics y de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. D ifteria Patricia Guadalupe Cervantes Powell Médica Pediatra. Generadora y responsable del Sistema de Información en Vacunación y eventos temporalmente aso­ ciados con la vacunación, Secretaría de Salud (SS), México, Diplomado en administración y sistemas de salud. Inm unizaciones en pediatría Laura Carrillo Durán Pediatra Intensivista egresada del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional, IMSS, Ciudad de México; Egre­ sada del Hospital Regional de Especialidades # 25 IMSS, Monterrey, Nuevo León, México. Fiebre Maria Celia Cervi Departamento de Puericultura y Pediatría, Facultad de Medicina de Ribeiráo Preto, Universidad de Sao Paulo Brasil Leishmaniasis cutánea, m ucocutánea y visceral (calazar) Gerardo Casanova Román Maestro en Ciencias Biomédicas. Coordinador de la Clínica de Infecciones de Transmisión Sexual, Instituto Nacional de Perinatología Isidro Espinosa de los Reyes. E nfermedades de transmisión sexual en niñas y adolescentes Enrique Chacón Cruz (q.e.p.d.) | Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Fellow en el Childrens Hospital of the King’s Daughters, Eastern Virginia Medical School, Nor­ folk, Virginia, Estados Unidos. D iarrea relacionada con antim icrobianos José Luis Castañeda Narváez Pediatra Infectólogo, Adscrito al Departamento de Infectologia del Instituto Nacional de Pediatría (México); Vocal del Comité de Infecciones Nosocomiales del Instituto Nacional de Pediatría; Ex Jefe del Laboratorio de Virología del Insti­ tuto Nacional de Pediatría; Profesor Titular de Pediatría por Oposición “A”” y “B” Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia UNAM; Profesor Adjunto de Infectología por oposición Instituto Politécnico Nacional; Miembro Funda­ dor de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátri­ Juana del Carmen Chacón Sánchez Pediatra Infectólogo, egresada del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro Titular de la Asociación Mexi­ cana de Infectología Pediátrica y de la Sociedad Latinoame­ ricana de Infectología Pediátrica. Jefa del Departamento de Enfermedades de Transmisión Sexual y SIDA de la Secreta­ ría de Salud de Michoacán. M eningitis bacteriana Poliom ielitis Colaboradores Carlos E. Cob Sosa (q.e.p.d.) t Médico Pediatra Ex adscrito al Servicio de Parasitología y del departamento de Infectología del Instituto Nacional de Pediatría; Coordinador de la Selección del disponente del Banco de Sangre del Instituto Nacional de Pediatría; Ex pro­ fesor Adjunto de Infectología de la Facultad de Medicina, UNAM; Profesor adjunto de Infectología de la Escuela Superior de Medicina del Instituto Politécnico Nacional; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología Pediá­ trica y de la Asociación Mexicana de Parasitología; Presiden­ te de la Academia de Infectología de la Escuela Superior de Medicina del Instituto Politécnico Nacional. Vulvovaginitis Infecciones p o r virus d el herpes D ifteria Parasitosis intestinales Jesús Armando Coria Guerrero Médico egresado de la Universidad Anáhuac, Huixquilucan, Edo. de México. D iarrea relacionada con antim icrobianos Absceso hepático p iógen o o bacteriano Síndrom e (enferm edad) de Kawasaki P aciente con neutropenia y fieb re José de Jesús Coria Lorenzo Infectólogo Pediatra egresado del Instituto Nacional de Pedia­ tría, México. Adscrito al Departamento de Infectología del Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”, SS, Méxi­ co, D.F. Adjunto al Departamento de Epidemiología del Hos­ pital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”, SS, México, D.F. Ex Secretario del Comité de Infecciones Nosocomiales y comité de SIDA del Instituto Nacional de Pediatría, SS Méxi­ co, D.F. Miembro de la Asociación Mexicana para el estudio de las Infecciones Nosocomiales A.C. Miembro Titular de la Asociación Mexicana de Infectología pediátrica A.C. Miem­ bro de la World Society of Pediatrics Infectious Diseases. Miembro de la Sociedad Latinoamericana de Infectología pediátrica A.C. Miembro de la Asociación Nacional de Médi­ cos con Ejercicio Privado A.C. Miembro de la Asociación Mexicana de Pediatría A.C. Miembro de la Academia Mexica­ na de Pediatría A.C. Miembro de Asociación Mexicana de Vacunología A.C. Professor and Member of the Academy for Infectious Management (AIM). Certificado por el Consejo Mexicano de Certificación en Pediatría. Investigador Asocia­ do “B” de los Institutos de Salud, SS, México. Diarrea relacionada con antim icrobianos Absceso hepático p iógen o (AHP) o bacteriano (AHB) Síndrom e (enferm edad) de Kawasaki P aciente con neutropenia y fieb re Wilfirido Coronell Rodríguez Pediatra, Universidad del Valle; Infectólogo, Universidad Autónoma de México, Hospital Infantil de México; Docen­ te de la Universidad de Cartagena, Colombia. Gastroenteritis E nferm edad diarreica aguda Cacilda da Silva Souza División de Dermatología, Departamento de Clínica Médi­ ca, Facultad de Medicina de Ribeiráo Preto, Universidad de Sáo Paulo Brasil. Leishmaniasis cutánea, m ucocutánea y visceral (calazar) Agustín de Coisa Ranero Maestro en Ciencias en Microbiología e Inmunología Molecu­ lar; Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Médico adscrito al Departamento de Infectología del Instituto Nacional de Pediatría; Coordinador Cientí­ fico del Laboratorio de Biología Molecular para enfermedades Infecciosas. Jefe del Laboratorio de Virología en Investigación; Ex Jefe de Residentes del Instituto Nacional de Pediatría; Miem­ bro Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología y Micro­ biología Clínica; Miembro de la Asociación Mexicana para el Estudio del Inmunocompromiso; Miembro de la Infectious Diseases Society of America; Miembro de la American Society for Microbiology; Profesor Adjunto de Infectología Pediátrica de la Universidad Anáhuac y la Escuela Médico-Naval. M eningitis tuberculosa M ononucleosis infecciosa Linfadenopatía M icosis profundas y oportunistas Alethse de la Torre Rosas Médico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Especialidad en Medicina Interna en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Subespecialidad en Infectología en el Instituto Nacio­ nal de Ciencias Medicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Actualmente médico adscrito a la subdirección de epidemio­ logía hospitalaria del Instituto Nacional de Ciencias Médi­ cas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Influenza estacional Influenza aviar en el ser hum ano Influenza hum ana de origen p orcin o Gutemberg de Meló Rocha Pediatra; Profesor Asociado del Departamento de Parasito­ logía, Microbiología e Inmunología, Facultad de Medicina de Ribeirá Preto, Universidad de Sao Paulo, Brasil. Criptosporidiosis Esquistosomiasis Colaboradores Juan Pedro del Villar Ponce Maestro en Salud Pública, Ex Adscrito al Departamento de Infectología Pediátrica del Hospital de Infectología del Cen­ tro Médico “La Raza”, IMSS; Profesor Adjunto de Infectologia, Escuela Superior de Medicina, IPN; Miembro Fundador de la Asociación Latinoamericana de Infectología Pediátrica y de la Asociación Mexicana de Parasitología; Ex Secretario de Acción Académica de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Infecciones p o r anaerobios Alfonso Delgado Rubio Catedrático de Pediatría y Puericultura, Universidad San Pablo-CUE, Madrid; Director del Departamento de Pedia­ tría, Grupo Hospital de Madrid, Madrid España. F iebre d e origen desconocido M eningitis recurrente Irma Virginia Díaz Jiménez Infectólogo Pediatra egresado Instituto Nacional de Pediatría, Diplomado en Microbiología Clínica, Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, Jefe del laboratorio de Virología, Instituto Nacional de Pediatría. Poliom ielitis Luis Arturo Eguiza Salomón Jefe del Servicio de Coordinación de Pediatría del Hospital Regional “Primero de Octubre”, Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores al Servicio del Esta­ do (ISSSTE); Profesor Titular de Posgrado en Pediatría Médica de la Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Profesor Titular de Infectología, Escuela Superior de Medicina, Instituto Politécnico Nacional. M eningoencefalitis viral Infecciones d e vías urinarias M ononucleosis infecciosa Síndrom e d e G uillain-Barré Inm unizaciones en pediatría Lilia Escamilla Ramírez Infectólogo Pediatra Egresada del Instituto Nacional de Pediatría, Miembro de la Sociedad de Pediatría del Instituto Nacional de Pediatría, Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. M eningitis tuberculosa Alejandro Escobar Mesa Médico Cirujano egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Veracruzana (México); Especializado en Epide­ miología en la Escuela de Salud Pública de México y en Epi­ demiología Intermedia en el College of Public Health, University of South Florida, Estados Unidos; Profesor de Epidemiología y de Microbiología, Facultad de Medicina, Universidad Veracruzana; Subdirector de Epidemiología, Secretaría de Salud de Veracruz. E pidemiología y evolución natural d e la en ferm edad René Farfán Quiroz Pediatra egresado del Hospital Infantil de México “Federico Gómez” SSa. Infectólogo Pediatra egresado del Hospital Infantil de México “Federico Gómez” SSa. Adscrito al servi­ cio de Infectología del Hospital Infantil de México “Federi­ co Gómez” SSa. Adscrito al Hospital del Niño de Tlaxcala. P aciente con neutropenia y fieb re Laura Fernández Silveria Licenciada en Medicina por la Universidad Miguel Hernán­ dez de Elche, Alicante, España. Especialización en Pediatría durante cuatro años en el Hospital Universitario La Fe de Valencia con especial dedicación a la Infectología. Autora de diversos trabajos sobre enfermedades infecciosas infantiles, en especial sobre SIDA pediátrico, leishmaniasis y enfermedad de Chagas, y de capítulos de libros de pediatría publicados tanto en Europa como en América. Participación en diversos trabajos de investigación en patología pediátrica. Miembro de la Sociedad Española de Infectología Pediátrica. Leishmaniasis Jorge Field Cortazarez Pediatra Infectólogo egresado del Hospital Infantil de Méxi­ co “Federico Gómez”, SS. Miembro de la Academia Mexica­ na y Americana de Pediatría. Miembro de la Asociación Mexicana y Latinoamericana de Infectología Pediátrica. Miembro de la Asociación Mexicana de Profesores de Pedia­ tría A.C. Socio Numerario de la Academia Mexicana de Pediatría. Profesor de Infectología de la Escuela de Medicina de la Universidad Xochicalco de Ensenada, B.C. D iarrea relacionada con antim icrobianos Absceso hepático p ió gen o o bacteriano Gonorrea Parotiditis Rafael Franco Cendejas Médico Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Especialidad en Medicina Interna en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubi­ rán”. Subespecialidad en Infectología en el Instituto Nacio­ nal de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Actualmente jefe del laboratorio de Infectología del Centro Nacional de Investigación y Atención a Quemados del Ins­ tituto Nacional de Rehabilitación. Colaboradores Influenza estacional Influenza aviar en el ser hum ano Influenza hum ana d e origen p orcin o Arturo Galindo Fraga Médico Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Especialidad en la medicina interna en el Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Subespecialidad en Infectología en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Maestro y candidato a doctor en Ciencias Médicas por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubi­ rán”. Actualmente médico adscrito al departamento de Infectología del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, Miembro del Sistema Nacio­ nal de Investigadores. Influenza estacional Influenza aviar en e l ser hum ano Influenza hum ana d e origen p orcin o Aldo Gaggero Profesor Asistente del Departamento de Microbiología, Facultad de Medicina, Universidad de Chile. Gastroenteritis virales Gerardo García Camacho Especialista en Bioquímica; Jefe del Laboratorio de Parasito­ logía y Micología, Instituto Nacional de Pediatría (México); Profesor de Microbiología y Parasitología, Departamento de Microbiología y Parasitología, Facultad de Medicina, Uni­ versidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Profesor de Virología y Biosíntesis Industrial, Universidad del Valle de México, México, D.F. M icosis profundas y oportunistas Ricardo Juan García Cavazos Biólogo; Médico Cirujano Partero; Maestro en Ciencias; Especialista en Genética clínica. Infección p o r virus de la inm unodeficiencia hum ana (VIH) y síndrom e de inm u nodeficiencia adquirida (SIDA) Olga L. García Oropeza Intensiva Pediatra. La sepsis com o manifestación d el síndrom e de respuesta inflam atoria sistémica Luis Javier Gavidia López Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro Titular de la Asociación Mexi­ cana de Infectología Pediátrica; Encargado del Servicio de Infectología Pediátrica del Hospital General de México, SS; Maestro del Curso de Pediatría de la UNAM; Maestro de Infectología, Universidad Anáhuac. Infecciones p o r anaerobios César Misael Gómez Altamirano Egresado del Centro Médico Nacional “20 de Noviembre”, ISSSTE; Médico Adscrito al Consejo Nacional de Vacuna­ ción, S.S.; Certificado por el Consejo Mexicano de Pedia­ tría; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología y Microbiología Clínica. Rubeola o sarampión alem án Demóstenes Gómez Barreto Tosferin a Gastroenteritis. E nferm edad diarreica aguda Gonorrea Síndrom e (enferm edad) de Kawasaki Parotiditis Poliom ielitis Rabia Infecciones en receptores de trasplantes P aciente con neutropenia y fieb re Jesús Gómez Barreto Pediatra Infectólogo, Fellow en Enfermedades Infecciosas por la University of Emory, Atlanta (Georgia), Estados Uni­ dos; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. H epatitis viral Napoleón González Saldaña F aringoam igdalitis estreptocócicas y com plicaciones supurativas y no supurativas Infección d e vías respiratorias superiores Infección de vías respiratorias inferiores Tuberculosis F iebre tifoidea M eningitis bacteriana M eningoencefalitis viral M eningitis tuberculosa Sífilis Varicela Infecciones estreptocócicas Infecciones p o r virus d el herpes H epatitis viral M ononucleosis infecciosa Poliom ielitis Rabia Endocarditis bacteriana Colaboradores Nuevas enferm edades infecciosas: en ferm edad d e Lyme, fieb rep u rp ú rica brasileña, ehrlichiosis e infecciones p o r pa rvovirus B19 Síndrom e d e G uillain-Barré Terapéutica antim icrobiana, antim icótica y an tiviral en niños mayores Infecciones nosocom iales Inm unizaciones en pediatría Eduardo Gotuzzo Profesor del Instituto de Medicina Tropical Alexander von Humboldt, Universidad Peruana Cayetano Heredia, Lima, Perú. Cólera: aspectos epidem iológicos y clínicos Víctor Manuel Granja Bermúdez Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro Titular de la Asociación Mexi­ cana de Infectología Pediátrica Leptospirosis Infecciones nosocom iales Jetzamín Gutiérrez Muñoz Médico pediatra infectólogo. Jefa del departamento de cali­ dad en la enseñanza del Instituto Nacional de Perinatología. Rubeola o saram pión alem án Belisario Gutiérrez Ortiz Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro Titular de la Asociación Mexi­ cana de Infectología Pediátrica; Miembro de las Sociedades Mexicanas de Infectología Pediátrica y de Parasitología; Miembro de la Asociación Fronteriza Mexicano-Estadouni­ dense de Salud; Embajador Académico de la American Aca­ demy of Pediatrics; Miembro de la American Society of Microbiology; Miembro de la Academia Mexicana de Pedia­ tría; Presidente de la Asociación Nacional de Médicos en el Ejercicio Privado; Presidente de la Asociación Nacional de Médicos por la Democracia; Adscrito al Instituto Nacional de Pediatría (México); Comisionado, Secretaría General del Sindicato de los Trabajadores al Servicio del Estado. Infección p o r virus d e la inm u nodeficien cia hum ana (VIH) y síndrom e de inm unodeficiencia adquirida (SIDA) Infecciones nosocom iales Blanca María Guzmán Villa Antrax (carbunco) Robert Halliday Neonatología, Hospital de Niños de Westmead, Westmead, NSW, 2145, Australia. Candidiasis disem inada Lorena Hernández Delgado Infectóloga Pediatra. Egresada del Hospital Infantil de Méxi­ co “Federico Gómez”. Jefe del Departamento de Infectología Pediátrica del Hospital General “Dr. Manuel Gea González”. Tutora de Internado de Pregrado de la Universi­ dad Nacional Autónoma de México y Universidad La Salle. Varicela Joselito Hernández Pichardo Médico egresado del Instituto Politécnico Nacional, Infectólogo Pediatra egresado del Instituto Nacional de Pedia­ tría certificado por el Consejo. Ex responsable de los eventos temporalmente asociados a vacunas y de operati­ vos especiales de enfermedades prevenibles por vacunación a nivel nacional en el Centro Nacional Para la Salud de la Infancia y Adolescencia de la SSA, actualmente labora como Infectólogo Pediatra y consejero del comité de Infec­ ciones Nosocomiales en el Hospiral General de Pachuca. Tuvo una estadía de tres meses sobre enfermedades tropica­ les en el Hospital Necker Enfants Malades (sede del Insti­ tuto Pasteur). Fiebre Marte Hernández Porras Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pedia­ tría; Miembro numerario de la Academia Mexicana de Pediatría; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica; Miembro de la American Academy of Pedia­ trics; Miembro de la American Society of Microbiology; Miembro de la sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica; Miembro de Asociación Mexicana de Pediatría; Miembro del consejo Mexicano de Infectología; Miembro del Consejo Mexicano de certificación en Pediatría; Profesor de Infectología de la Escuela Superior de Medicina, Instituto Politécnico Nacional; Profesor de Posgrado de Pediatría e Infectología Pediátrica en el Instituto Nacional de Pediatría; coeditor de la Revista Mexicana de Enfermedades Infeccio­ sas en Pediatría; Asesor de la Comisión Nacional de Vacunas SS. Tuberculosis M eningitis bacteriana M eningitis tuberculosa Escarlatina Nuevas enferm edades infecciosas: en ferm edad de Lyme, fieb re p u rpú rica brasileña, ehrlichiosis e infecciones p o r pa rvovirus B19 Inm unización en e l adolescente Griselda Hernández Tepichín Directora Técnica del Centro Nacional para la Prevención y Control del SIDA (CENSIDA); Investigadora del Sistema Colaboradores de Investigadores de la SS; Miembro Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica; Miembro Fundador de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica; Miembro Activo de la Asociación Mexicana de Infectología y Microbiología Clínica. E ndocarditis bacteriana Terapéutica antim icrobiana, antim icótica y antiviral en niños mayores Ismael Herrera Benavente Pediatra Infectólogo; Jefe del Departamento de Microbiolo­ gía, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de San Luis Potosí (México). M eningoencefalitis viral Infecciones estafilocócicas: estafilococos positivos y negativos a coagulasa M ononucleosis infecciosa Infecciones oculares Patricio Herrera Labarca Pediatra Infectólogo Adscrito al Hospital “Roberto del Río”, Santiago de Chile; Epidemiólogo Clínico; M. en C. en Epi­ demiología por la University of Pennsylvania. Síndrom e (enferm edad) d e Kawasaki Alison J. Howell Departamentos de Enfermedades Infecciosas y Microbiolo­ gía. Departamento de Pediatría, Hospital John Radcliífe, Oxford, 0X 3 9DU, Reino Unido. Candidiasis disem inada María de Jesús Hoy Gutiérrez Subdirectora de Sistemas Especiales, Vigilancia Epidemioló­ gica, Secretaría de Salud, México. Antrax (carbunco) David Isaacs Departamentos de Enfermedades Infecciosas y Microbiolo­ gía. Universidad de Sydney, Sydney, NSW 2006, Australia. Candidiasis disem inada Agustín Isunza Ramírez Jefe del Departamento de Ortopedia, Instituto Nacional de Pediatría (México). Artritis séptica Osteomielitis Rodolfo Norberto Jiménez Juárez Médico Cirujano egresado de la UNAM, Infectólogo Pedia­ tra egresado del Hospital Infantil de México, Certificado del consejo de certificación en Pediatría e Infectología. Médico adscrito al Hospital de Infectología del IMSS, Centro Médi­ co “La Raza”. Gonorrea Parotiditis Maricruz Juárez Escobar Ex Adscrita al Departamento de Infectología del Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”; Pediatra egresada del Instituto Nacional de Pediatría; Certificada por el Con­ sejo Mexicano de Certificación en Pediatría; Certificada por el Consejo Mexicano de Infectología. Paciente con neutropenia y fieb re José Karam Bechara Presidente de la Sociedad de Neumología Pediátrica (SOMENEP), Revisor del Boletín Médico del Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”; Miembro del grupo Coordi­ nador interinstitucional de las reuniones extraordinarias para la elaboración del manual de las normas nacionales para el diagnóstico y tratamiento de la tuberculosis, SS. Infecciones nosocom iales Pablo A. Kuri Morales Facultad de Medicina UNAM, Médico Cirujano y Maestro en Ciencias Sociomédicas con énfasis en epidemiología, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México; Certificado como Especialista en Salud Pública por el Con­ sejo Mexicano de Salud Pública; Presidente de la Sociedad Mexicana de Salud Pública; Secretario Adjunto de la Acade­ mia Nacional de Medicina. Antrax (carbunco) Sandra L. Lizárraga López Médico Pediatra. Especialidad Terapia Intensiva Pediátrica, Adscrito al Departamento de Terapia Intensiva Instituto Nacional de Pediatría, Prof. Adjunto Curso de Posgrado: Medicina del Enfermo Pediátrico en Estado Crítico UNAM 2001 a la fecha, Profesora Lic. Nutrición Clínica Universi­ dad Autónoma Metropolitana. Apoyo m etabólico-nutricional en el niño con sepsis. El p a p el d e la nutrición durante la respuesta m etabólica La sepsis com o m anifestación d el síndrom e de respuesta inflam atoria sistém ica Sarah S. Long Profesor de Pediatría, Facultad de Medicina de la Universi­ dad de Drexel, Jefe. Sección de Enfermedades Infecciosas infantiles del Hospital de St. Christopher. Síndrom e de fieb re p eriód ica prolongada y recurrente Colaboradores Claudia López Enriquez Médico cirujano egresada de la UNAM, Infectóloga Pedia­ tra egresada del Hospital Infantil de México, Miembro del consejo de certificación en Pediatría e Infectología, Jefe del servicio de Infectología Pediatría del Hospital Español de la Ciudad de México, Dr. DGB. Gonorrea í Gerardo T. López Pérez Pediatra Alergólogo e Infectólogo, Adscrito al Servicio de Alergias, Instituto Nacional de Pediatría (México); Profesor de Pediatría, Facultad de Medicina, UNAM; Coeditor de la revista Alergia, Asma e Inmunología Pediátrica; Miembro Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Infección p o r virus d e la inm unodeficiencia hum ana (VIH) y síndrom e d e inm u nodeficien cia adquirida (SIDA) Moisés López Ramos Médico adscrito al Departamento de Ortopedia, Instituto Nacional de Pediatría (México). Artritis séptica O steomielitis Mercedes Macias Parra Médico Adscrito al Departamento de Infectología del Institu­ to Nacional de Pediatría (México); Profesor adjunto de Pos­ grado en la Especialidad de Infectología pediátrica, Instituto Nacional de Pediatría, Universidad Autónoma de México; Profesor Adjunto de Pregrado de Pediatría de la Universidad Metropolitana Xochimilco, Miembro Numerario de la Aca­ demia Nacional de Medicina, Miembro Numerario de la Aca­ demia Mexicana de Pediatría, Ex presidente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica. SLIPE. Ex Presidente de la Asociación Mexicana de Infectología Pediá­ trica. Vicepresidente de la Academia Mexicana de Pediatría. M eningitis bacteriana Absceso cerebral Infecciones d e vías urinarias C itom egalovirus Infecciones bacterianas d e piel, tejidos blandos y músculos Tétanos Leire Madariaga Domínguez Médico Especialista en Pediatría, Hospital de Basurto, Bil­ bao, España. Fiebre de origen desconocido M eningitis recurrente Benjamín Madrigal Alonso Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Adscrito al Hospital de Especialidades “Miguel Hidalgo”, Aguascalientes Ags., México; Profesor de Clínica de Pediatría en la Universidad Autónoma de Aguascalientes; Miembro Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Infección p o r virus d e la inm unodeficiencia hum ana (VIH) y síndrom e d e inm u nodeficien cia adquirida (SIDA) Martha Patricia Márquez Aguirre Médico Pediatra. Especialidad Terapia Intensiva Pediátrica, Diplomado en Enseñanza Estratégica de la Medicina. Uni­ versidad Nacional Autónoma de México, Diplomado en Fisiología Respiratoria. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto Nacional de Enfermedades Respirato­ rias, Diplomado en Bioética. Congreso de la Unión. Comi­ sión de Salud en la Cámara de diputados, Miembro numerario Academia Mexicana Pediatría, Miembro nume­ rario Academia Mexicana de Bioética: Facultad Medicina. Universidad La Salle, Jefe Departamento de Terapia Inten­ siva. Instituto Nacional de Pediatría. 1988 al 2000, Profe­ sor Titular Curso de Posgrado: Medicina del Enfermo Pediátrico en Estado Crítico. Universidad Nacional Autó­ noma de México. Instituto Nacional de Pediatría. 1988 a la fecha, Asesor Técnico. Licenciatura Nutrición. Universidad Autónoma Metropolitana. Adscrito al Departamento de Terapia Intensiva del Instituto Nacional de Pediatría, Ex Secretario Académico. Facultad Mexicana de Medicina. Universidad La Salle. 2000-2002, Miembro del Consejo Mexicano de Pediatría, Miembro Fundador del Consejo Mexi­ cano de Terapia Intensiva Pediátrica, Miembro de la Asocia­ ción Mexicana de Terapia Intensiva Pediátrica, Miembro de la Asociación Mexicana de Terapia Intensiva, Miembro de la Asociación Mexicana de Nutrición Enteral y Endove­ nosa. Apoyo m etabólico-n utricion al en e l niño con sepsis. El p a p el d e la nutrición durante la respuesta m etabólica; La sepsis com o m anifestación d e l síndrom e d e respuesta inflam atoria sistém ica Amando Martín Peña Pediatra-Infectólogo; Profesor y Jefe de la Cátedra de Clíni­ ca Pediátrica A , Facultad de Medicina, Universidad Cen­ tral de Venezuela; Jefe del Servicio de Pediatría Médica Infecciosa, Hospital Universitario de Caracas; Coordinador del Comité de Vacunas de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica (SLIPE). Vacunas en inm unodeficiencias e inm unodepresión Ignacio Martínez Barbabosa Profesor Titular de Parasitología, Departamento de Micro­ biología y Parasitología, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Profesor del Colaboradores Departamento de Atención a la Salud, Universidad Autóno­ ma Metropolitana, Plantel Xochimilco. Parasitosis intestinales Parasitosis extraintestinales Infección d e vías respiratorias superiores Nuevas enferm edades infecciosas: en ferm edad d e Lyme, fieb re p u rpú rica brasileña, ehrlichiosis e infecciones p o r p a rv o vi­ rus B19 Lucila Martínez Medina Infectólogo Pediatra. Egresada del Instituto Nacional de Pediatría. Jefa del Depto. de Pediatría del Centenario Hos­ pital Miguel Hidalgo, Aguascalientes. Miembro de la Aca­ demia Mexicana de Pediatría. Presidenta de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Infecciones de vías urinarias Infecciones estreptocócicas César Octavio Mascareñas de los Santos Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría; Maestro de Posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Maestro de Pregrado de la Universidad Panamericana; Miembro Titular de la Asocia­ ción Mexicana de Infectología Pediátrica; Miembro de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica. Inm unizaciones en pediatría José Guadalupe Martínez Núñez Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica, de la Sociedad Mexicana de Parasito­ logía y de la Asociación Fronteriza Mexicano-Estadounidense de Salud; Profesor de la Escuela de Salud Pública de México y de los Cursos de Educación Médica Continua, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). C itom egalovirus Eduardo Mateos García Internista e Infectólogo Adscrito al Servicio de Adultos, Hospital de Infectología, Centro Médico Nacional “La Raza”, Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Teniosis y cisticercosis Erik Martínez Torres Profesor Titular de Pediatría e Investigador de Mérito, Ins­ tituto Pedro Kouri (IPK) de Medicina Tropical, La Habana, Cuba. D engue Raúl Martínez Zúñiga Subespecialista en Infectología, Instituto Nacional de Pedia­ tría (México); Diplomado en Investigación, Organización Panamericana de la Salud, SSa; Maestro en Salud Pública, Instituto Nacional de Salud Pública (México); Especialista en Pediatría, Hospital Central Dr. “Ignacio Morones Prie­ to”, San Luis Potosí (SLP), México; Médico Cirujano y Par­ tero, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Infección p o r virus d e la inm unodeficiencia hum ana (VIH) y síndrom e d e inm unodeficiencia adquirida (SIDA) Infecciones nosocom iales Abiel Mascareñas de los Santos Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Miembro Titular de la Asociación Mexi­ cana de Infectología Pediátrica y del Colegio de Pediatría de Nuevo León; Profesor de Infectología Pediátrica de la Uni­ versidad Autónoma de Nuevo León, del Instituto Tecnológi­ co de Monterrey y de la Universidad de Monterrey; Ex Presidente de la Sociedad Mexicana de Vacunología. Roberto Medina Santillán Director de Posgrado de Médica Sur. Doctor en Ciencias, Sección de Posgrado e Investigación, Escuela Superior de Medicina, Instituto Politécnico Nacional, México, D.F. Teniosis y cisticercosis Greta Miño León Pediatra Infectólogo. Jefe de Servicio de Infectología Pediá­ trica del Hospital del Niño “Dr. Francisco de Ycaza Busta­ mante”, Guayaquil, Ecuador. Presidente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica 2009-2011. Pos­ grado de Pediatría. Instituto Nacional de Pediatría, México, D.F. Posgrado de Infectología Pediátrica, Hospital Infantil de México, México, D.F. Miembro de la Sociedad Europea de Infectología Pediátrica y la Sociedad Americana de Infectología Pediátrica. E nferm edad m en ingocócica Éricka Montijo Barrios Médico Adscrito al Servicio de Gastroenterología y nutri­ ción, Instituto Nacional de Pediatría. D iarrea prolongada María Antonieta Mora Tiscareño Jefa del Servicio de Radiología e Imagenología, Instituto Nacional de Pediatría, México, D.F. Parasitosis intestinales Parasitosis extraintestinales Analíria Moraes Pimentel Profesora Adjunta de Enfermedades Infecciosas y Parasita­ rias, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Per- Colaboradores nambuco, Brasil; Maestra en Medicina Tropical por la Universidad de Pernambuco, Brasil; Presidente del Departa­ mento de Infectología de la Sociedad de Pediatría de Per­ nambuco, Brasil. Filariasis linfática Rosa Morales Ramos Oncóloga Cirujana Adscrita al Centro Médico Nacional “20 de Noviembre”, ISSSTE. Vulvovaginitis Alfredo Morayta Ramírez Egresado del Centro Médico Nacional “20 de Noviembre”, ISSSTE; Jefe del Servicio de Infectología Pediátrica; Certifi­ cación por el Consejo Mexicano de Pediatría; Certificación por el Consejo Mexicano en Pediatría, Sección Neonatología; Certificación por el Consejo Mexicano de Infectología; Miembro Numerario de la Academia Mexicana de Pediatría; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología y Microbiología Clínica; Vicepresidente de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Rubeola o saram pión alem án Sarbelio Moreno Espinosa Médico egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro, especialista en Pediatría y subespecialidad en Infectología Pediátrica en el Instituto Nacional de Pediatría, Maestro y Candidato a Doctor en Ciencias Médicas por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubi­ rán”. Jefe del Departamento de Infectología Pediátrica del Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”. Influenza estacional Influenza aviar en el ser hum ano Influenza hum ana d e origen p orcin o Bento Vidal Moura Negrini Pediatra, Secretaría de la Salud de la Ciudad de Ribeiráo Preto, Brasil. Pediatra, Maestra en Niños y Adolescentes; Asistente Médico en la industria de enfermedades infeccio­ sas pediátricas, Hospital de las Clínicas de la Facultad de Medicina de Ribeiráo Preto, Universidad de Sao Paulo. Departamento Médico de Salud de Ribeiráo Preto, Sao Pau­ lo, Brasil. Criptosporidiosis Margarita Nava Frías Ex Jefe del Departamento de Infectología. Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”. E nferm edad m eningocócica Maritza Angélica Navarrete Contreras Médica Microbióloga Clínica; Miembro de la Asociación Chilena de Microbiología y de la Sociedad Chilena de Infectología; Jefa del Laboratorio de Referencia de la Zona Sur de Chile para el Diagnóstico de Infección por Hantavirus; Ins­ tituto de Microbiología Clínica, Universidad Austral de Chile, Valdivia, Chile. Síndrom e cardiopu lm on a rpor hantavirus Carlos Nesbitt Falomir Médico Pediatra Infectólogo egresado de la UNAM y del Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez” (SSa), México; Maestro en Salud Pública y Medicina Tropical en la Tulane University (Nueva Orleans, Louisiana, Estados Unidos); Ex Presidente de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica; Socio Fundador de la Sociedad Lati­ noamericana de Infectología Pediátrica; Socio Fundador de la Asociación Mexicana de Infectología; Miembro Titular de la Academia Nacional de Medicina; Miembro Titular de la Academia Mexicana de Pediatría; Ex Miembro del Conse­ jo Mexicano de Certificación Pediátrica; Ex Miembro del Consejo Mexicano de Certificación en Infectología; Ex Pre­ sidente de la Federación de Pediatras del Noreste; Ex Presi­ dente del Colegio de Pediatría de Chihuahua; Jefe del Servicio de Infecciones del Hospital Infantil del Estado de Chihuahua desde 1967. Infección d e vías respiratorias inferiores Miguel L. O’Ryan Gallardo Profesor Titular y Director del Programa de Microbiología y Micología, Instituto de Ciencias Biomédicas, Facultad de Medicina, Universidad de Chile G astroenteritis virales Miguel A. O’Ryan Soriano Profesor Asistente del Departamento de Microbiología, Facultad de Medicina, Universidad de Chile Gastroenteritis virales Uciel René Ochoa Pérez Infectólogo Pediatra y del Recién Nacido; Profesor Adjunto del Departamento de Microbiología, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de San Luis Potosí (México). Infecciones estafilocócicas: estafilococos positivos y negativos a coagulasa Infecciones oculares Karla G. Ojeda Diezbarroso Infectólogo Pediatra. Hospital Infantil de México “Dr. Fede­ rico Gómez”. E nferm edad m eningocócica Colaboradores Federico Javier Ortiz Ibarra Infectólogo Pediatra. Presidente de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica, periodo 2006-2008. Delegado por México de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica, periodo 2009- . Subdirector de Investigación Clínica del INPerlER 2007-2009. Jefe del Departamento de Infectología e Inmunología Perinatal del INPerlER de 1993 a 2007. Enfermedades d e transmisión sexual en niñas y adolescentes Francisco Javier Otero Mendoza Infectólogo Pediatra egresado del Instituto Nacional de Pediatría, Médico Adscrito al Departamento de Infectología del Instituto Nacional de Pediatría, Miembro Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica, Profesor Adjunto de Infectología de la Escuela Médico-Naval. Infecciones p o r virus d el herpes Síndrom e de G uillain-Barré Terapéutica antim icrobiana, antim icótica y antiviral en niños mayores María del Carmen Otero Reigada Médico Adjunto de la Sección de Patología Infecciosa del Hospital Infantil Universitario La Fe de Valencia, España. Leishmaniasis Araripe Pacheco Dutra Biomédico, División de Control de Endemias de la Secreta­ ría de Salud del Estado de Sao Paulo, Brasil. Paludismo (malaria) Lourdes Padilla Ruiz Departamento de Microbiología, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de San Luis Potosí (México). Infecciones estafilocócicas: estafilococos positivos y negativos a coagulasa Jorge Mauricio Palau Castaño Médico Pediatra Infectólogo, Instituto Nacional de Pedia­ tría (SSa), México; Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia, Santafé de Bogotá, D.C.; Jefe, Investigación y Docencia, ColSubsidio, Santafé de Bogotá, D.C. Escarlatina Infecciones bacterianas de piel, tejidos blandos y m úsculos Miguel Ángel Peredo López Velarde Ex Director del Hospital de Infectología del Centro Médico “La Raza”, Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Alianza para el uso prudente de antibióticos (APUA), Coor­ dinador del capítulo México. Fiebre tifoidea Luiz Hildebrando Pereira da Silva Profesor Titular Jubilado del Departamento de Parasitología de la Universidad de Sao Paulo y Director Técnico del Cen­ tro de Investigación en Medicina Tropical de Rondonia, Brasil. Paludismo (malaria) José Carlos Pérez Escobedo Pediatra Infectólogo. Ex Presidente Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica, AC. Numerario Titular Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica AC. Certificado Consejo Mexicano de Certificación en Infectología, AC. Certificado Consejo Mexicano de Certificación en Pediatría, AC. Tos ferin a Varicela Tétanos Desamparados Pérez Tamarit Médico adjunto de la Sección de Patología Infecciosa del Hospital Infantil Universitario La Fe de Valencia, España. Leishmaniasis Valeria Prado Jiménez Profesora y Directora, Programa de Microbiología y Micología, ICBM, Facultad de Medicina, Universidad de Chile. Síndrom e urém ico hem olítico Belinda Rafael Aguilar Médico Pediatra. CMN 20 de Noviembre ISSSTE. Miem­ bro de Sociedad de Pediatría del ISSSTE. Rubeola o saram pión alemán Jaime A. Ramírez Mayans Médico Gastroenterólogo Pediatra y Nutriólo[¿o, Profesor Titular del curso de Gastroenterología Pediátrica y Nutriología en el Instituto Nacional de Pediatría, Director Médico del Instituto Nacional de Pediatría. D iarrea prolongada Ma. de Lourdes Patricia Ramírez Sandoval Pediatra e Infectólogo Jefe del servicio de Infectología en el Hospital General 2A Troncoso del IMSS y al Servicio de Urgencias Pediatría del Hospital Regional “Adolfo López Mateos” del ISSSTE. Egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Egresada de Pediatría del Hospital Regional “Adolfo López Mateos”; Egresada de Infectología Pediátrica en el Centro Médico Nacional “20 de Noviembre”, México. Infecciones bacterianas d e piel, tejidos blandos y músculos Colaboradores Jesús Reyna Figueroa Pediatra Infectólogo, Maestro en Ciencias Medicas. Adscrito al Servicio de Pediatría Hospital Central Sur de Alta Espe­ cialidad de Pemex. E nfermedades de transmisión sexual en niñas y adolescentes José N. Reynés Manzur Pediatra egresado del Instituto Nacional de Pediatría, Direc­ tor de Enseñanza del Instituto Nacional de Pediatría, Miem­ bro numerario de la Academia Mexicana de Pediatría, Ex presidente de la Asociación Mexicana de Pediatría. E nfermedades infecciosas transmitidas p o r mascotas Inm unización en el adolescente Vanderley Rodrigues Profesor Asociado; Departamento de Bioquímica e Inmu­ nología; Facultad de Medicina de Ribeiráo Preto de la Uni­ versidad de Sao Paulo. Esquistosomiasis Enrique Rodríguez Barragán Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría (México); Ex Profesor de Infectología y Pediatría, Texas Tech University (El Paso, Texas, Estados Unidos); Ex Presidente, Sociedad de Pediatría de Ciudad Juárez (Chihua­ hua, México); Vocal Estatal, Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica; Ex presidente, Asociación Mexicana de Vacunología. Fiebre Nuevas enferm edades infecciosas: en ferm edad d e Lyme, fieb re purpú rica brasileña, ehrlichiosis e infeccion es p o r parvovirus B19 Flor Irene Rodríguez Meló Egresada del Centro Médico Nacional “20 de Noviembre”, ISSSTE; Médica Adscrita al Servicio de Pediatría del Hospi­ tal Regional, ISSSTE, Mérida, Yucatán; Certificada por el Consejo Mexicano de Pediatría; Miembro de la Asociación Mexicana de Infectología. Rubeola o saram pión alem án Romeo S. Rodríguez Suárez Miembro de la Academia Nacional de Medicina (México); Coordinador del Comité Académico de Pediatría, Facultad de Medicina, UNAM. F aringoam igdalitis estreptocócicas y com plicaciones supurativas y no supurativas Roger Rolón Arámbulo Infectólogo Pediatra; Profesor Titular de Pediatría, Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Asunción (Paraguay); Jefe del Departamento de Infectología del Servi­ cio de Pediatría del Hospital de Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas. Infección d e vías respiratorias superiores Raúl Romero Cabello Infectólogo Pediatra y parasitólogo, Hospital General de México; Profesor investigador, Facultad de Medicina UNAM. Terapia antiparasitaria Adrián Rondán Zárate Médico investigador adscrito al laboratorio de investigación. Facultad Mexicana de Medicina Universidad La Salle. Departamento de Biología Celular. Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México. N eumocistosis Rómulo Erick Rosales Uribe Jefe del Servicio de Infectología Departamento de Infectología, Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”. Asistente de Dirección del Hospital del Niño Morelense, Secretaría de Salud, Morelos. Profesor Titular del Curso de Microbiología y Parasitología, Universidad Anáhuac. Profe­ sor Adjunto del Curso Universitario de Pediatría Médica, Universidad Anáhuac. Absceso hepático p iógen o (AHP) o bacteriano (AHB) Síndrom e (enferm edad) d e Kawasaki Fernando Rueda Franco Coordinador de Neurocirugía, del Instituto Nacional de Pediatría (INP). Profesor Titular de Neurocirugía Pediátrica Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro de la Academia Nacional de Medicina. Miembro de la Academia Mexicana de Cirugía. Presidente Honorario, World Federation of Neurosurgical Societies (WFNS). Absceso cerebral Jesús Ruiz Quinones Médico egresado de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Influenza estacional Influenza aviar en el ser hum ano Influenza hum ana d e origen p orcin o Raúl Óscar Ruvinsky Infectólogo Pediatra, Sociedad Argentina de Pediatría, Pro­ fesor Titular Consultor de Pediatría, Universidad Nacional de Buenos Aires, Ex Jefe División Infectología Pediátrica del Hospital de Infecciosas Javier Muñiz, Ex Jefe Departamento Colaboradores Materno-Infantil Hospital Carlos G. Durand, Médico Con­ sultor en Pediatría e Infectología Hospital Carlos G. Durand, Coordinador Clínico de la Vigilancia de S. p n eu m on ia e en Argentina, integrando el grupo SIREVA de OPS. Infecciones p o r Streptococcus pneumoniae Patricia Saltigeral Simental Fiebre Sífilis Sarampión Escarlatina Infecciones estreptocócicas Infecciones bacterianas de piel, tejidos blandos y m úsculos Infecciones oculares Tétanos Candidiasis disem inada Terapéutica antim icrobiana, an tim icótica y an tiviral en niños mayores Inm unizaciones en pediatría María Elena Santolaya de Pablo Jefe Unidad Infectología, Hospital Luis Calvo Mackenna. Profesor Titular de Pediatría. Directora del Departamento de Pediatría Campus Oriente, Facultad de Medicina. Uni­ versidad de Chile Infecciones en niños som etidos a trasplante Carlos Seas Profesor Asociado de Medicina, Universidad Peruana Caye­ tano Heredia, Jefe de Servicio, Departamento de Enferme­ dades Infecciosas, Tropicales y Dermatológicas. Hospital Nacional Cayetano Heredia, Lima, Perú. Cólera: aspectos epidem iológicos y clínicos Lirio Solano Gutiérrez Infectólogo Pediatra Egresado del Instituto Nacional de Pediatría. Gerente de Investigación y Fármaco-vigilancia de Sanofi-Pasteur, México. Miembro de la Asociación Mexica­ na de Pediatría. Inm unizaciones en pediatría Guillermo Sólomon Santibáñez Antibiosis D iarrea prolongada Luis Ignacio Solórzano Flores Director General para la Descentralización Hospitalaria, Secretaría de Salud (SS), México; Miembro de la American Public Health Association, y de la International Society for Quality Assurance of Medical Care; Miembro de la Asocia­ ción de Administradores de Recursos Financieros del Sector Público, de la Sociedad Mexicana de Garantía de la Calidad de la Atención a la Salud y de la Sociedad Mexicana de Medicina de Urgencias y Desastres; Ex Presidente de la Aso­ ciación Mexicana de Hospitales. Infección p o r virus d e la inm u nodeficien cia hum ana (VIH) y síndrom e de inm u nodeficien cia adquirida (SIDA) Guillermo Soza Contreras Pediatra Infectólogo; Jefe de la Unidad de Enfermedades Infecciosas, Servicio de Pediatría, Hospital Regional de Temuco, IX Región, Chile; Profesor Asociado de Pediatría, Universidad de la Frontera; Miembro de la Sociedad Chile­ na de Infectología y de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica. Síndrom e cardiopu lm on a rpor hantavirus Eduardo Suárez Castaneda Pediatra Infectólogo egresado del Instituto Nacional de Pediatría; Maestro en Administración y Docencia Universi­ taria; Coordinador de Posgrado de la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador; Miembro del Sistema de Investigación Científica de la Universidad de El Salvador; Médico Especialista del Hospital Nacional de Niños Benja­ mín Bloom; Ex Presidente: Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica, Asociación Centroamericana y del Caribe de Infectología, Asociación de Pediatría de El Salva­ dor, Asociación Salvadoreña de Infectología. Leptospirosis Luis M. Suárez Tatá Oftalmólogo egresado del Hospital “Miguel Pérez Carreño”, Adscrito a la Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela. Celulitis infecciosas d e la cara Moravia Suárez Tatá Oftalmóloga egresada del Hospital Universitario de Caracas, Universidad Central de Venezuela; Clínica Oftalmológica Alberto Domínguez, Caracas, Venezuela. Celulitis infecciosas d e la cara Mauro Tada Director General del Centro de Investigaciones en Medicina Tropical de Rondonia, Brasil. Paludismo (m alaria) Juan R. Tatá Cumana (q.e.p.d.) f Pediatra Infectólogo; Docente de Pediatría, Hospital “Miguel Pérez Carreño”, Adscrito a la Universidad Central de Vene­ zuela; Ex Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital “Miguel Pérez Carreño”; Miembro de la American Academy of Pedia- Colaboradores tries; Miembro de la Sociedad Latinoamericana de Infectologia Pediátrica (SLIPE); Miembro de la World Society of Pediatric Infectious Diseases. Celulitis infecciosas de la cara Blanca Luz Tecuatl Herrada Médico Pediatra egresado del Instituto Nacional Pediatría. Actualmente cursando la subespecialidad de Infectología Pediátrica en el Instituto Nacional de Pediatría. Artritis séptica Candidiasis disem inada Andrés Noé Torales Torales Infección de vías respiratorias superiores Infección d e vías respiratorias inferiores Tuberculosis Tosferin a M eningitis bacteriana Sífilis Rubeola o saram pión alem án Infecciones p o r anaerobios Citom egalovirus H epatitis viral Rabia D ifteria Toxoplasmosis Claudia Geovanna Toscano Zúñiga Ayudante de Investigador, Unidad de Apoyo a la Investiga­ ción Clínica, Instituto Nacional de Pediatría. F iebre tifoidea Miguel Wenceslao Tregnaghi Especialista en Infectología Pediátrica: Consejo de Médicos de la Provincia de Córdoba. Director del Centro de Desarro­ llo de Proyectos Avanzados en Pediatría (CEDEPAP) Cór­ doba, Argentina. Consultor en Infectología del Hospital Pediátrico del Niño Jesús, Córdoba, Argentina. Infecciones p o r Haemophilus influenzae de tipo b Jorge Pablo Tregnaghi Especialista en Infectología Pediátrica, Consejo de Médicos de la Provincia de Córdoba, Director del Departamento de Capacitación y Docencia del Centro de Desarrollo de Pro­ yectos Avanzados en Pediatría (CEDEPAP Education), Cór­ doba, Argentina, Director Editorial de Science Report, Magazine Digital de Divulgación en Temas de Salud, CEO de CEDEPAP TV Canal Multimedia de Difusión en Temas Médicos, Miembro del Staff del Servicio de Infectología del Hospital Pediátrico del Niño Jesús, Córdoba, Argentina. Infecciones p o r Haemophilus influenzae d e tipo b Monica Trujillo Honeysberg Fellow en Infectología Pediátrica, Universidad de TexasSouthwestern Medical Center at Dallas, Dallas, Texas, USA; Infectóloga Pediatra, Hospital Pablo Tobón Uribe, Clínica Universitaria Bolivariana, Medellin, Colombia. E nferm edad p o r Helicobacter pylori Hugo Trujillo Sosa Fellow en Infectología Pediátrica, Tulane University, Nueva Orleans, Estados Unidos; Profesor de Pediatría, Universidad de Antioquia y de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellin, Colombia; Pediatra, Hospital “Pablo Tobón Uri­ be”; Pediatra Infectólogo e Investigador, Corporación para Investigaciones Biológicas, Medellin, Colombia; Ex Presi­ dente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediá­ trica; Miembro de Rotary International; Premio, Medalla Paul Harris, de Rotary International, categoría zafiro, por sus servicios a la niñez de Medellin. E nferm edad p o r Helicobacter pylori Patricia Uribe Zúñiga Pediatra Infectóloga egresada del Instituto Nacional de Pediatría (México); Directora de Servicios a la Comunidad, CENSIDA. Sífilis Gilberto Valencia Diez Martínez Miembro del Departamento de Medicina Comunitaria del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, México. Vulvovaginitis Gustavo Varela Fascinetto Fundador del Programa de Trasplante Hepático y Jefe del Departamento de Trasplantes, Hospital Infantil de México “Dr. Federico Gómez”. Investigador de los Institutos Nacio­ nales de Salud, Investigador Nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), Fellow ofTransplant Massachusetts General Hospital, Harvard University and Childrens Hos­ pital of Boston. Infecciones en receptores de trasplantes Mirella Vázquez Rivera M en C, Pediatra Infectóloga egresada del Instituto Nacio­ nal de Pediatría (INP), Jefe del Departamento de pregrado y posgrado de la jefatura de Enseñanza del INP, Profesor de posgrado en Pediatría de la Universidad Nacional Autóno­ ma de México (UNAM). E nfermedades infecciosas transmitidas p o r mascotas Colaboradores Óscar Vázquez Tsuji Médico Especialista en Parasitología Pediátrica. Posgraduado del Instituto Nacional de Pediatría. Docente Investigador Adscrito al Laboratorio de Biología Molecular y Microsco­ pía Electrónica, Facultad Mexicana de Medicina de la Uni­ versidad “La Salle”. México, D.F. Profesor de Parasitología y Micología del Curso de Extensión Universitaria. Facultad Mexicana de Medicina, Universidad “La Salle”. México, D.F. Profesor del Curso de Educación a Distancia Vía Satélite, Facultad Mexicana de Medicina, Universidad “La Salle”. México, D.F. Jefe del Departamento de Parasitología y Micología, Instituto Nacional de Pediatría. Ex Secretario del Comité de Infecciones Nosocomiales del Instituto Nacional de Pediatría. Presidente del Comité de Estancia Hospitalaria del Instituto Nacional de Pediatría. Presidente del Comité de Expediente Clínico del Instituto Nacional de Pediatría. Vicepresidente del Comité de Farmacia y Tera­ péutica del Instituto Nacional de Pediatría. Ex Jefe de Ense­ ñanza e Investigación del Hospital Pediátrico de Iztacalco. Instituto de Salud del Distrito Federal. Ex Jefe del Labora­ torio de Parasitosis Intestinales del Instituto Nacional de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos. S.S. Ex Jefe del Laboratorio de Parasitología y Micología. Instituto Nacio­ nal de Pediatría. Ex Jefe de la Unidad de Investigación C lí­ nica y Biomédica. Instituto de Salud del Distrito Federal. Ex Presidente de la Sociedad Médica del Hospital Pediátri­ co de Iztacalco. Instituto de Salud del Distrito Federal. Ex Secretario y vocal de los Comités de Bioética, Morbimortalidad, Investigación, Infecciones Nosocomiales y Becas del Hospital Pediátrico de Iztacalco. Instituto de Salud del Dis­ trito Federal. Neumocistosis Celulitis infecciosas d e la cara Parasitosis intestinales Parasitosis extraintestinales M icosis profu ndas y oportunistas Rosa Patricia Vidal Vázquez Infectóloga Pediatra egresada del Instituto Nacional de Pediatría. Subdirectora Técnica de la Salud de la Infancia, Centro Nacional para la Salud de la Infancia y la Adolescen­ cia, Secretaría de Salud. Miembro de la Asociación Mexica­ na de Infectología Pediátrica. M eningoencefalitis viral Infecciones de vías urinarias Rabia Endocarditis bacteriana Síndrom e de G uillain-Barré Linfadenopatía Lilian Villanueva Acosta Pediatra de la Universidad de Cartagena, Colombia. Gastroenteritis. E nferm edad diarreica aguda Marco Vinicius da Silva Profesor Asociado, Facultad de Ciencias Médicas de la Uni­ versidad Católica de Sao Paulo, Profesor del Programa de Posgrado en Ciencias, Coordinador para el Control de Enfer­ medades, Secretaría de Salud de Sao Paulo, y Director de la División de Instituto Científico de Enfermedades Infecciosas Emilio Ribas del Ministerio de Salud de Sao Paulo. Uso d e sueros en accidentes con toxinas y anim ales ponzoñosos María Angela Wanderley Rocha Profesora Adjunta y Enfermedades Infecciosas, Parasitarias, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Pernam­ buco, Brasil. Profesora Adjunta y Profesora Invitada de Enfermedades Infecciosas y Parasitarias de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Pernambuco; Maes­ tría en Enfermedades Tropicales de la Universidad Federal de Pernambuco, Jefa del área de Enfermedades Infecciosas y Parasitarias Cruz Infancia Oswaldo Hospital/FCM/UPE. Filariasis linfática Luis Xóchihua Díaz Adscrito de Infectología del Instituto Nacional de Pediatría (México); Médico adscrito al Servicio de Pediatría del Hos­ pital de Ginecoobstetricia, Tlatelolco, IMSS; Médico Ads­ crito al Servicio de Urgencias de Pediatría del Hospital “Adolfo López Mateos”, ISSSTE; Profesor Titular del Depar­ tamento de Microbiología y Parasitología, Facultad de Medicina, UNAM; Presidente del Comité de SIDA, Institu­ to Nacional de Pediatría; Vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Pediatría; Vocal del Consejo Mexicano de Cer­ tificación en Pediatría; Miembro de la Academia Mexicana de Pediatría; Socio Titular de la Asociación Mexicana de Infectología Pediátrica. Infección p o r virus de la inm u nodeficiencia hum ana (VIH) y síndrom e de inm u nodeficien cia adquirida (SIDA) Marco Antonio Yamazaki Nakashimada Pediatra Alergólogo e Inmunólogo Clínico egresado del Ins­ tituto Nacional de Pediatría (México); Adscrito al Servicio de Inmunología Clínica, Instituto Nacional de Pediatría. D efensa contra la infección Patricia Zárate Castañón Médico Pediatra. Especialidad Terapia Intensiva Pediátrica. Jefe Departamento Terapia Intensiva, Instituto Nacional de Pediatría. V Colaboradores Apoyo m etabólico-n utricion al en el niño con sepsis. El p a p el d e la nutrición durante la respuesta m etabólica La sepsis com o m anifestación d el síndrom e d e respuesta inflam atoria sistém ica Flora Zárate Mondragón Médico Adscrito al Servicio de Gastroenterología y Nutri­ ción, Instituto Nacional de Pediatría. D iarrea prolongada Germán Zavala Cerna Especialidad de Medicina Interna Universidad de Monte­ rrey. Especialidad de Cardiología Instituto Nacional de Car­ diología “Dr. Ignacio Chávez”. Brucelosis María Guadalupe Zavala Cerna Dra. en Ciencias Médica e Inmunología e Investigación. Maestra de la materia de Biología Molecular e Inmunología. Escuela de Medicina Universidad del Valle de México. Brucelosis Isidro Germán Zavala Trujillo Jefe de la División de Medicina y del Departamento de Infectología, Hospital “Dr. Ángel Leaño”, Universidad Autónoma de Guadalajara, México. Brucelosis Dedicatorias A mis familiares ausentes, a mis hermanos Elodio, Luis, Magda y María Luisa; a mi esposa Aidy, a mis hijas Francis y Aidy con amor, agradeciendo también el apoyo espiritual y moral que siempre me han dado. N apoleón González Saldaña Con agradecimiento infinito a mi madre y hermanos. Con amor a Beatriz, a mis hijos Carlos, Javier y Andrés y a todos mis amigos. Andrés N oé Torales Torales Con mucho cariño a mi esposa, hijos y nietos, por todo el apoyo que me han dado en mi vida profesional, a mis queridos padres, con el recuerdo de siempre. D emóstenes Gómez Barreto x x iii ! Contenido 1 Z T , P rólogo............................................. .x x ix P r e f a c io ........... .. xxx R econocim ientos. . . . . . . . . . . . . . . . . .xxxi Agr a de ci mi ent os . . . . . . . . . . . . . . . . . .xx x i Encarte entre páginas 6 2 4 y 6 2 5 10. Tos ferina . . . . . . . . . . . . . . . . .................. . . . . 150 Andrés Noé Torales Torales, Demóstenes Gómez Barreto, José Carlos Pérez Escobedo Parte III Infecciones del aparato digestivo 11. Gastroenteritis. Enfermedad Parte I diarreica aguda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Generalidades 1. A n tib io s is . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 Guillermo Sólomon Santibáñez 165 Wilfrido Coronell Rodríguez, Lilian Villanueva, Demóstenes Gómez Barreto 1 2. Gastroenteritis virales . . . . . . . .......... . . . . . . . 190 Miguel A. ORyan-Soriano, Aldo Gaggero, Miguel L. ORyan G. 2. Epidemiología y evolución natural de la enferm edad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Alejandro Escobar Mesa 13. Cólera: aspectos epidemiológicos y clínicos. . . 2 0 0 Carlos Seas, Eduardo Gotuzzo 3. Defensa contra la in fe c c ió n .............. ...................... 2 4 Marco Antonio Yamazaki Nakashimada 14. Diarrea relacionada con antim icrobianos. ■ . . . 209 José de Jesús Coria Lorenzo, Enrique Chacón Cruz, Jesús Armando Coria Guerrero, Jorge Field Cortazarez 4. Apoyo m etabólico-nutricionai en el niño con sepsis. El papel de la nutrición d u ra n te la respuesta m e ta b ó lic a . ' ?5?' 15. Absceso hepático piógeno (AHP) 33 Martha Patricia Márquez Aguirre, José Valente Aguilar Zínser, Patricia Zárate Castañón, Sandra L. Lizárraga López, Daffhe Danae Baldwin Monroy o bacteriano ( AHB) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . José de Jesús Coria Lorenzo, Jesús Armando Coria Guerrero, Rómulo Erick Rosales Uribe, Jorge Field Cortazarez 16. Fiebre tifoidea . . . .......................... . . . . . . . . . . 5. Fiebre................................. * ............... . ......................... 41 Enrique Rodríguez Barragán, Patricia Saltigeral Simental, Laura Carrillo Durán, Joselito Hernández Infecciones del aparato respiratorio 6. Faringoamígdalitis estreptocócicas y complicaciones su purativas y no supurativas. . 51 Romeo S. Rodríguez Suárez, Napoleón González Saldaña 22 9 Miguel Angel Peredo López Velarde, Napoleón González Saldaña, Claudia Geovanna Toscano Zúñiga. 17. Síndrome urémico hemolítico . . . . . . . . . . . . . Parte II 219 242 Valeria Prado Jiménez 18. Diarrea prolongada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250 Jaime A. Ramírez Mayans, Dante Bacarreza Nogales, Roberto Cervantes Bustamante, José F Cadena León, Ericka Montijo Barrios, Guillermo Sólomon Santibañez, Flora Zárate Mondragón 1, Infección de vías respiratorias superiores».......... 64 Andrés Noé Torales Torales, Abiel Mascareñas de los Santos, Napoleón González Saldaña, Roger Rolón Arámbulo, Ana Campuzano de Rolón 8. Infección de vías respiratorias inferiores . . . . . 102 Andrés Noé Torales Torales, Napoleón González Saldaña, Carlos Nesbitt Falomir Parte IV Infecciones del sistema nervioso central 19. M eningitis bacteriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257 Napoleón González Saldaña, Mercedes Macías Parra> Andrés Noé Torales Torales, Marte Hernández Porras, Juana del Carmen Chacón Sánchez 9. Tuberculosis ............................................ 125 Andrés Noé Torales Torales, Napoleón González Saldaña, Marte Hernández Porras 20. Absceso cerebral................................................ . . . 2 75 Mercedes Macías Parra, Fernando Rueda Franco XXV '"■> Contenido 21. Meningoencefalitis v ir a l....................... .. ............. 283 32. Infecciones estafilocócicas: estafilococos positivos y negativos a c o a g u la s a ....................... 443 Napoleón González Saldaña, Luis Arturo Eguiza Salomón, Ismael Herrera Benavente, José Luis Castañeda Narváez, Rosa Patricia Vidal Vázquez Ismael Herrera Benavente, Uciel René Ochoa Pérez, Lourdes Padilla Ruiz 22. M eningitis tuberculosa........................................... 292 Napoleón González Saldaña, Marte Hernández Porras, Agustín de Coisa Ranero, Lilia Escamilla Ramírez 33. Infecciones estreptocócicas. . . . .......................... 471 Lucila Martínez Medina, Napoleón González Saldaña, Patricia Saltigeral Simental 3 4. Infecciones por S treptococcus p n eum oniae . . . 481 Raúl O. Ruvinsky Parte V Infecciones genitourinarias 3 5. Enfermedad m eningocócica.............. . . . . . . . . 4 9 0 23. Infecciones de vías u rin a ria s................................. 309 Luis Arturo Eguiza Salomón, Mercedes Macías Parra, Lucila Martínez Medina, Rosa Patricia Vidal Vázquez Greta Miño, Margarita Nava Frías, Karla Ojeda Diezbarroso 36. Infecciones por Haemophilus infíuenzae tipo b . * 497 Miguel W. Tregnaghi, Ana Ceballos, Pablo Tregnaghi 24. V u lg o vag in itis............................................................ 325 37. Leptospirosis. ................................................. . . . . . 508 Carlos E. Cob Sosa, Rosa Morales Ramos, José Luis Castañeda Narváez, Gilberto Valencia Diez Martínez Eduardo Suárez Castaneda, Víctor M anuel Granja Bermúdez 25. S ífilis ............................... . ................. . . . ................ 3 3 8 Napoleón González Saldaña, Andrés Noé Torales Torales, Patricia Saltigeral Simental, Patricia Uribe Zúñiga 3 8 . Neum ocistosis............................................................514 Oscar Vázquez Tsuji, Teresita Campos Rivera, Adrián Rondán Zárate 39. Enfermedad por H e lico b a cte r p y l o r i. .................. 519 26. G o n o rre a ..................................................................... 357 Demóstenes Gómez Barreto, Rodolfo Norberto Jiménez Juárez, Claudia López Enriquez, Jorge Field Cortazarez Hugo Trujillo Sosa, Monica Trujillo Honeysberg 4 0 . Síndrome cardiopulmonar por hantavirus . . . . 5 2 4 Guillermo Soza Contreras, M aritza Angélica Navarrete Contreras Parte VI Parte V III Enfermedades exantem áticas Infecciones virales 27. Sarampión . ................................................................371 Patricia Saltigeral Simental, Carlos Alvarez Lucas 28 . Rubéola o sarampión a le m á n ................................ 381 Alfredo Morayta Ramírez, Andrés Noé Torales Torales, César Misael Gómez Altamirano, Belinda Rafael Aguilar, Jetzamín Gutiérrez Muñoz, Flor Irene Rodríguez Meló 41. Síndrome (enfermedad) de Kawasaki. . . . . . . . 5 3 5 José de Jesús Coria Lorenzo, Demóstenes Gómez Barreto, Patricio Herrera Labarca, Jesús Armando Coria Guerrero, Rómulo Erick Rosales Uribe 4 2 . Citomegalovirus .......................... .............. .. 29. V a r ic e la ........................................................................3 9 5 José Carlos Pérez Escobedo, Napoleón González Saldaña, Francisco Javier Avila Cortés, Lorena Hernández Delgado 547 Andrés Noé Torales Torales, Mercedes Macías Parra, José Guadalupe Martínez Núñez 4 3 . Dengue. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 559 Eric Martínez Torres 30. E scarlatina.................. . ............ . . . . . . . . . . . . . 421 Jorge Mauricio Palau Castaño, Patricia Saltigeral Simental, Marte Hernández Porras 44. Infecciones por virus del herpes. . . . . . . . . . . . 568 Napoleón González Saldaña, Francisco Javier Otero Mendoza, Carlos E. Cob Sosa 45. Hepatitis v ira l.............................................................. 579 Parte VII Infecciones por microorganism os específicos 31. Infecciones por an aero bio s............. .. Andrés Noé Torales Torales, Juan Pedro del Villar, Luis Javier Gavidia López 429 Andrés Noé Torales Torales, Napoleón González Saldaña, José Luis Castañeda Narváez, Jesús Gómez Barreto 4 6 . M ononucleosis infecciosa . . . ..................... , . . . 603 Napoleón González Saldaña, Agustín de Coisa Ranero, Luis Arturo Eguiza Salomón, Ismael Herrera Benavente Contenido 47 . Parotiditis. ............................... ...................................616 Demóstenes Gómez Barreto, Jorge Field. Cortazarez, Rodolfo Norberto Jiménez Juárez, Sonia Arza Fernández Parte XI Enfermedades diversas 58. Endocarditis bacteriana.................................... .. 48. P olio m ielitis...................................................... 625 Napoleón González Saldaña, Demóstenes Gómez Barreto, Juana del Carmen Chacón Sánchez, Irma Virginia D íaz Jiménez 59. Celulitis infecciosas de la cara. . . . . . . . . . . . . 49. Rabia ..............................................................................632 Napoleón González Saldaña, Andrés Noé Torales Torales, Demóstenes Gómez Barreto, Rosa Patricia Vidal Vázquez 775 Juan R. Tatá Cumana, Moravia Suárez Tatá, Luis M. Suárez Tatá, Oscar Vázquez Tsuji 60. Infecciones o c u la re s .......... ............................. . . . 793 50. Infección por virus de la inmunodeficiencia Uciel René Ochoa Pérez, Ismael Herrera Benavente, Patricia Saltigeral Simental, Evangelina Briones Lara humana (VIH ) y síndrome de inmunodeficiencia adquirida ( SI DA) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 763 Napoleón González Saldaña, Griselda Hernández Tepichín, Luis Carbajal Rodríguez, Rosa Patricia Vidal Vázquez 648 61. La sepsis como manifestación del síndrome Belisario Gutiérrez Ortiz, José Luis Xóchihua Díaz, Ricardo Juan García Cavazos, Raúl Martínez Zúñiga, Luis Ignacio Solórzano Flores, Benjamín Madrigal Alonso, Gerardo T. López Pérez, Lorena Cabrera Ruiz de respuesta inflam atoria sis té m ic a .. . . . . . . . 80 5 51. Influenza estacional ................................................. 6 9 0 Martha P. Márquez Aguirre, Patricia Zárate Castañón, Sandra L. Lizdrraga López, Olga L. García O., José Valente Aguilar Zínser 62. Nuevas enfermedades infecciosas: enfermedad Alethse de la Torre Rosas, Rafael Franco Cendejas, Jesús Ruiz Quiñones, Arturo Galindo Fraga, Sarbelio Moreno Espinosa de Lyme, fiebre purpúrica brasileña, ehrlichiosis e infecciones por parvovirus B 19. . 821 52. Influenza aviar en el h u m a n o .............................. 701 Arturo Galindo Fraga, Rafael Franco Cendejas, Jesús Ruiz Quiñones, Alethse de la Torre Rosas, Sarbelio Moreno Espinosa Abiel Mascareñas de los Santos, Marte Hernández Porras, Enrique Rodríguez Barragán, Napoleón González Saldaña 63. Síndrome de G uillain-B arré. . . . . . . . . . . . . . . 53. Influenza humana de origen porcino . ............. .. 710 Sarbelio Moreno Espinosa, Rafael Franco Cendejas, Jesús Ruiz Quiñones, Alethse de la Torre Rosas, Arturo Galindo Fraga 830 Napoleón González Saldaña, Luis A. Eguiza Salomón, Francisco Javier Otero Mendoza, Rosa Patricia Vidal Vázquez 64. Leishmaniasis cutánea, mucocutánea y visceral (calazar [kala-azar]) .......................... 83 0 Cacilda da Silva Souza, Maria Célia Cervi Parte IX Infecciones osteoarticulares y de piel 54. A rtritis séptica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65. Linfadenopatía ............................... .. 727 Agustín Isunza Ramírez, Moisés López Ramos, Blanca Luz Tecuatl Herrada 55. Osteomielitis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 737 56. Infecciones bacterianas de piel, tejidos blandos 741 883 Maricruz Juárez Escobar, Demóstenes Gómez Barreto, José de Jesús Coria Lorenzo, René Farfán Quiroz, Jesús Armando Coria Guerrero Isidro Germán Zavala Trujillo, María Guadalupe Zavala Cerna, Germán Zavala Cerna 69. D ifteria. ......................................................... .. Parte X Enferm edades de transm isión sexual 907 Andrés Noé Torales Torales, Carlos E. Cob Sosa, Guillermo Cárdenas Martínez 57. Enfermedades de transmisión sexual en niñas Federico Javier Ortiz Ibarra, Gerardo Casanova Román, Jesús Reyna Figueroa 67. Paciente con neutropenia y fiebre . . . . . . . . . . 68 . Brucel osi s. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 9 6 Jorge Mauricio Palau Castaño, Patricia Saltigeral Simental, Mercedes Macías Parra, María de Lourdes Patricia Ramírez Sandoval y ad olescen tes 66. Infecciones en receptores de trasplantes . . . . . 866 Raúl Caltenco Serrano, Gustavo Varela Fascinetto, Demóstenes Gómez Barreto Agustín Isunza Ramírez, Moisés López Ramos y músculos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 855 Agustín de Coisa Ranero, Rosa Patricia Vidal Vázquez 753 70. Tétanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Azarell Anzures Gutiérrez, José Carlos Pérez Escobedo, Patricia Saltigeral Simental, Mercedes Macías Parra 916 Contenido 71. Ántrax (carbunco). 932 Pablo Kuri Morales, Miguel Betancourt Cravioto, María de Jesús Hoy Gutiérrez, Blanca María Guzmdn Villa Laura Fernández Silveria, María del Carmen Otero Reigada, Desamparados Pérez Tamarit, Francesc Asensi Botet 72. Filariasis linfática . . ................................................. 939 María Ángela Wanderley Rocha, Cynthia Braga, Paulo Neves Baptista Filho, Analíria Moraes Pimentel 87. Candidiasis disem inada............. ........................ .. ,1113 Alison J. Howell, David Isaacs, Robert Halliday, Amalia Becerra, Patricia Saltigeral Simental, Blanca L uz Tecuatl Herrada 73. Enfermedades infecciosas transmitidas por m as co tas 86. Leishmaniasis........................................................... .1103 88 . M icosis profundas y oportunistas . . . . . . . . . 949 Mirella Vázquez Rivera, José N. Reynes M anzur 112 2 Óscar Vázquez Tsuji, Teresita Campos Rivera, Agustín de Coisa Ranero, Gerardo García Camacho, Rubén Alvarez Chacón 74. Infecciones en niños sometidos a trasplante , . 957 María Elena Santolaya Parte XIII 75. A rtritis re a c tiv a ......................................................... 963 Luis Carbajal Rodríguez 89. Terapéutica a n tim ic ro b ia n a , antim icótica y antivira! en niños mayores . . . . . . . . . . . . . 76. Síndrome de fiebre periódica prolongada y recurrente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 968 Sarah S. Long 77. Fiebre de origen desconocido . . . . . . . . . . . . . Terapéutica antiinfecciosa 981 Griselda Hernández Tepichín, Napoleón González Saldaña, Patricia Saltigeral Simental, Francisco Javier Otero Mendoza 9 0. Resistencia bacteriana en México y Latinoam érica Alfonso Delgado Rubio, Leire Madariaga Domínguez 1167 ............................... 1175 José Luis Arredondo 78. M eningitis recurrente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 990 91. Terapia an tip a ra s ita ria .............................., . . . . 1187 Leire Madariaga Domínguez, Alfonso Delgado Rubio Raúl Romero Cabello Parte XII Enferm edades parasitarias y m icóticas 79. Parasitosis intestinales . . . . . . . . . . . . . . . . . . Parte X IV Prevención de enferm edades infecciosas 999 92. infecciones nosocom iales.................................... 1199 Oscar Vázquez Tsuji, Ignacio Martínez Barbabosa, Teresita Campos Rivera, María Antonieta Mora Tiscareño, Rubén Alvarez Chacón, Carlos E. Cob Sosa 80. Parasitosis extraintestinales............................... 1032 Oscar Vázquez Tsuji, Ignacio M artínez Barbabosa, Teresita Campos Rivera, María Antonieta Mora Tiscareño 93. Inmunizaciones en pediatría . . . . . . . . . . . . . 81. Teniosis y cisticercosis, . . . .......... ...................... 1052 Roberto Medina Santillán, Eduardo Mateos García 82= Criptosporidiosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Belisario. Gutiérrez Ortiz, Humberto Cabrales Aguilar, Napoleón González Saldaña, Raúl M artínez Zúñiga, José Karam Bechara, José Luis Castañeda Narváez, Víctor Manuel Granja Bermúdez 1216 Patricia Saltigeral Simental, César Octavio Mascareñas de los Santos, Napoleón González Saldaña, Luis Arturo Eguiza Salomón, Patricia Cervantes Powell, Lirio Solano Gutiérrez 1063 9 4, inmunización en el adolescente. . . . . . . . . . . Bento Vidal Moura Negrini, Gutemberg de Meló Rocha 1243 Marte Hernández Porras, José N. Reynés M anzur 83. Paludismo (m a la ria ) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1069 Luis Marcelo Aranha Camargo, Luiz Hildebrando Pereira da Silva, Mauro Tada, Araripe Pacheco Dutra 84. Toxoplasmosis. . . . . . . . . . . . . . . . . . .............1086 Andrés Noé Torales Torales 85. Esquistosomiasis. . . . . . . . . . . . . . . . . , . . . . 1098 Vanderley Rodríguez, Gutemberg de Meló Rocha 9 5, Vacunas en inmunodeficiencias e inmunodepresión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1247 Amando Martín Peña 9 6, Uso de sueros en accidentes con toxinas y animales ponzoñosos . . . . . . . . 1 254 Marco Vinicius da Silva Indice alfabético .................. 1271 Prólogo El estudio y conocimiento de la patología infecciosa preocu­ pa no sólo a los pediatras responsables de las unidades infec­ ciosas en centros hospitalarios, sino también a los pediatras de atención primaria, a médicos generales y familiares y a todo el personal de salud involucrado en la salud infantil. Las enfermedades infecciosas en la población pediátrica representan una proporción importante de la morbilidad y mortalidad infantil, tanto en México como en el resto del mundo. En México, cada año mueren más de 18 mil personas por enfermedades infecciosas, de las cuales 20% son meno­ res de edad. Tan sólo en el año 2007 se registraron cerca de 3 300 muertes por enfermedades infecciosas en niños y ado­ lescentes, lo que representa el 6% de las muertes en estos grupos de edad. Contadas enfermedades infecciosas (neumonías, dia­ rreas, enfermedades transmitidas por vectores y VIH-SIDA) causan la mayoría de las defunciones por enfermedades infecciosas. La mayoría de estas enfermedades no son nue­ vas, han existido a lo largo de la historia, lo que hace pensar que aun con las vacunas, antimicrobianos potentes y progre­ sos científicos, existen factores ambientales y poblacionales que hacen que las enfermedades infecciosas no puedan ser controladas. En los países en desarrollo, la pobreza, los defi­ cientes niveles de educación, los malos hábitos higiénicodietéticos, entre otros, traen consigo amenazas importantes para la salud y esperanza de vida en las comunidades. Frente a esta realidad, aparece un nuevo esfuerzo acadé­ mico: el libro Infectología clínica pediátrica, producto del tra­ bajo de destacados profesores de 14 países; de Estados Unidos, España y de América Latina. El lector encontrará en esta obra organizada en 96 capítulos información científica de calidad y actualizada sobre infecciones genitourinarias, virales, por microorganismos específicos, osteoarticulares de la piel, del aparato respiratorio, del aparato digestivo y del sistema nervioso central; enfermedades exantemáticas, de transmisión sexual, parasitarias y micóticas, enfermedades diversas así como la prevención de enfermedades infecciosas. Asimismo se dedican tres capítulos a la terapéutica antiinfec­ ciosa. Todos estos capítulos están escritos por especialistas reconocidos y fueron coordinados por dos sobresalientes médicos mexicanos, los doctores Napoleón González Saldaña y Demóstenes Gómez Barreto. Con el presente libro se pretende promover la excelen­ cia en el cuidado de los niños y adolescentes con enfermeda­ des infecciosas. De igual manera, pretende fortalecer la educación de los profesionales de la salud en el tratamiento y prevención de las enfermedades infecciosas en el contexto de la realidad de México y el mundo. La edición de este nuevo texto tendrá, sin duda, un impacto en la prestación de servicios pediátricos y en la formación de profesionales del campo. Enhorabuena a todos los autores. Dr. José Narro Robles R ector d e la U niversidad N acional A utónoma d e M éxico x x ix Prefacio La medicina avanza día con día y el campo de la infectología pediátrica no es la excepción en este sentido; así, la aparición de nuevas enfermedades, nuevos agentes etiológicos, nuevos métodos de diagnóstico y tratamientos hacen indispensable una nueva edición de Infectología clínica pediátrica. En esta obra se actualiza la edición previa y se agregan 17 capítulos nuevos, entre ellos antibiosis, influenza estacio­ nal, influenza aviar en el humano e influenza humana de origen porcino, enfermedades de transmisión sexual, enfer­ medades infecciosas transmitidas por mascotas, infecciones en niños sometidos a trasplantes, artritis reactiva en niños, síndrome de fiebre periódica prolongada y recurrente, fiebre de origen desconocido, meningitis recurrentes, infecciones por hongos en neonatos, resistencia bacteriana en México y Latinoamérica, terapia antiparasitaria, vacunas en niños XXX inmunodeprimidos, uso de sueros en accidentes con toxinas y animales ponzoñosos, entre otros, con lo que se completan así 96 capítulos en los que participan destacados infectólogos de 14 países de Europa, Estados Unidos, América Latina y Australia, así como infectólogos pediatras de las más importantes instituciones en México. En este libro se expone con detalle la epidemiología de México y se agrega la expe­ riencia de 39 años en este campo de los capítulos respectivos escritos por los autores. Además de lo anterior, en esta octava edición se han agregado preguntas e información valiosa y actualizada vía Internet a fin de ser consultados por el lector, mismos que le serán de enorme utilidad al estudiante, al médico general, al pediatra y al infectólogo pediatra que desea actualizar sus conocimientos. Reconocimientos Se agradece la colaboración de los doctores Federico Mac Kinney Novel, Germán Camacho Moreno, Víctor Antonio Monroy Colín, Érika Reyna Bautista, Lorena Rodríguez Muñoz, Genny Sánchez Hernández, Mónica Patricia Esco­ bedo Torres, Blanca Luz Tecuatl Herrada, Leticia G. Azcarrunz Camacho, María del Rosario Robledo Lejía y José Alberto Carranco Dueñas del Departamento de Infectología del Instituto Nacional de Pediatría para la lectura final de este texto. Agradecimientos Un especial agradecimiento a la Dirección del Programa de Atención a la Salud de la Infancia y la Adolescencia CeNSLA. A la Dra. Ma. Isabel Solís Manzur, Médico Infectólogo del Hospital Infantil de México, Adscrita al Servicio de Infectología del Hospital “Adolfo López Mateos” del ISSSTE, Asesora de la Dirección de Programa de Atención a la Salud de la Infancia y la Adolescencia CeNSLA por la valiosa infor­ mación de Mortalidad proporcionada para la realización de esta edición. xxxi G e n e r a l id a d e s C apítulo 1 Antibiosis G u illerm o S olo m o n Santibáñez Desde un punto de vista filosófico, las infecciones son vida que habita la vida, pero una vida que lesiona, enferma y que puede matar. Organismos unicelulares que pueden destruir a seres complejos, multicelulares. Son las bacterias, los virus, los hongos, los protozoarios, algunos tan antiguos que con ellos se inició la vida en la Tierra hace 3 600 años y que afec­ tan al H omo sapiens cuando surgió la especie humana, hace 200 000 años. Desde entonces estamos enfermando y muriendo victimados por las infecciones. Han sido los últi­ mos decenios cuando, gracias a los antibacterianos, se han podido curar enfermedades antes letales. La práctica de la antibiosis no es nueva, dado que desde hace más de 2 500 años los chinos ya conocían las propieda­ des terapéuticas de la soya en diversos procesos infecciosos de la piel; además, la medicina tradicional de varios países con­ signa el uso de plantas y lodo en el tratamiento de algunas infecciones, hoy se conocen como antibióticos, esto es, agen­ tes químicos producidos por ciertos microorganismos como bacterias, hongos, actinomicetos, que suprimen el crecimien­ to de otros organismos microscópicos e incluso pueden des­ truirlos. Pero el control científico de sus propiedades benéficas se inició en 1877, cuando Pasteur y Joubert se percataron que el bacilo del ántrax crecía rápido en orina esterilizada, en cam­ bio, su proliferación se detenía cuando alguna de las bacterias presentes en el aire contaminaban la orina, fenómeno que produjeron de manera experimental en animales. A finales del siglo xix, numerosas publicaciones informaron que algunas bacterias, hongos y humus podían destruir a otros, proceso designado por Vuillemin como antibiosis. En 1912, Wiestling denominó a uno de estos humus penicillu m notatum. En efecto, fue en el siglo xix cuando se sentaron las bases que habrían de conducir al descubrimiento de los anti­ microbianos que hoy se emplean de manera cotidiana. Aun cuando el ser humano conocía desde hace varios cientos de años la existencia de enfermedades infectocontagiosas, fue hasta esa centuria cuando se establecieron los fundamentos científicos de la teoría microbiana de la enfermedad. Antes se tenían ideas muy vagas y superficiales al respecto: chinos e indios sabían que la transmisión de algunas infecciones con­ fería inmunidad al organismo afectado. La cuarentena halló su inspiración en relatos bíblicos, en los cuales se prescribe el “ostracismo” del leproso. Tucídides mencionó que durante la peste de Atenas, en el año 430 a. C., los enfermos no hubie­ sen podido recibir asistencia sin la ayuda de los que ya habían padecido el mal. Varro, en el siglo i a. C., había advertido que el fango era peligroso, pues en él “vivían animales peque­ ños, invisibles al ojo, que podían ser llevados por el aire a la boca y de ahí al cuerpo y causar enfermedad”. Más tarde, Girolamo Fracastoro (1483-1553), poeta y médico, cantó al amor en forma peculiar, pues en 1530 escribió un poema latino denominado Syphilis sive morbos gallico, en el que sugiere que esta enfermedad se propagaba por contacto sexual. En un tratado posterior, titulado D e contagione, escri­ to en 1546, expuso con claridad la teoría moderna de la infección y a los gérmenes invisibles los llamó sem inaria (semillero). En verdad sorprende la brillante capacidad de razonamiento de esos pensadores del siglo xvi. Entonces se suponía que la vida podía surgir de una sus­ tancia inanimada; esto es, se aceptaba la generación espontá­ nea. Nociones que se explicaban en vista del agusanamiento y multiplicación de bacterias que sufría la sustancia en pro­ ceso de descomposición. Prevalecía la creencia de que las bac­ terias eran generadas por los cambios químicos de la fermentación y la putrefacción. Aun cuando desde el siglo 3 xvii se había aclarado que los gusanos provenían de huevecillos depositados en la materia por insectos adultos, esta idea fue objeto de especulación y debate hasta el siglo x ix.1 Estas nociones contrarias entre sí enfrentaron a quienes pensaban que la enfermedad infecciosa podía contagiar, con quienes sostenían que el mal se debía a cambios y alteracio­ nes en el medio interno del cuerpo. La controversia llegó a su clímax en el siglo xvm, cuando los grupos opuestos a la teoría del contagio hablaban de la inutilidad de la cuarente­ na; añadían la posibilidad de poner fin a una epidemia como la fiebre amarilla con un cambio de temperatura, y asegura­ ban que con frecuencia la gente que entraba en contacto con dicha fiebre no adquiría la enfermedad, pues se desconocía la función desempeñada por el mosquito en la transmisión de este padecimiento y, por tanto, su desaparición en invierno. Aun quienes aceptaban el principio de la transmisión de la enfermedad de una persona a otra, no veían la conexión entre el contagio y la complicación de las heridas quirúrgi­ cas, como fue el caso de la fiebre puerperal, padecimiento que motivó el estudio de las infecciones.2 En 1843, Oliver Wendell Holmes señaló que la fiebre puerperal surgía porque el mismo obstetra llevaba la infec­ ción a la parturienta al tener contacto con mujeres infecta­ das. Sin embargo, muchos médicos consideraron estos puntos de vista como simples hipótesis no comprobadas. Fue Ignaz Semmelweis (1818-1865), médico de las salas obstétricas del A llgemeines krankenhaus, de Viena, quien definió con claridad la naturaleza contagiosa de esta infec­ ción. Semmelweis advirtió que la mortalidad debida a esta fiebre llegaba a ser de 20% en las salas donde se entrenaba a estudiantes de Medicina y que, en cambio, en las salas donde recibían instrucción las parteras empíricas, la mortalidad no llegaba a 3%. Semmelweis concluyó que eso se debía a que los médicos estudiantes examinaban a las pacientes inmedia­ tamente después de haber estado en la sala de autopsias. Confirmó su sospecha al presenciar la autopsia de un colega y amigo, Kolletschka, quien murió a consecuencia de una herida que se había hecho con el bisturí mientras practicaba la autopsia de una víctima de fiebre puerperal: los órganos de su amigo mostraron los mismos cambios que los de la paciente muerta. A partir de ahí, Semmelweis pidió que los estudiantes se lavaran las manos antes de cada examen, con lo cual consi­ guió, en unos cuantos meses, que la mortalidad causada por la fiebre puerperal descendiera a 1%; cuando comunicó sus resultados a la sociedad médica vienesa (.Allgemeines kranken­ haus), sus colegas rechazaron y menospreciaron su trabajo. Una suerte distinta tuvieron las observaciones de Joseph Lister (1827-1912), pues este médico contaba con dos ven­ tajas: pertenecía a la clase acomodada de su país y ocupaba el cargo de profesor de cirugía de la Universidad de Glasgow. Lister había observado que las fracturas en las que el hueso estaba cubierto por la piel cicatrizaban sin complicación alguna; en cambio, aquellas en las que el tejido óseo quedaba expuesto al exterior se infectaban. También observó la fre­ cuente aparición de infecciones en las heridas por amputa­ ciones, por lo que concluyó que algo en el aire, tal vez el polvo, ocasionaba esas complicaciones. En 1860 tuvo cono­ cimiento sobre las investigaciones que Louis Pasteur (18221895) realizaba en torno a la fermentación y a las bacterias, así como sobre la epidemia que afectaba al gusano de seda; estudios que habían sido patrocinados por los industriales y agricultores de Francia. Lister supuso que diversas enferme­ dades infecciosas se debían a microbios que invaden el orga­ nismo, por lo que decidió emplear ácido carbólico para aplicarlo como antiséptico sobre las heridas. Utilizó este recurso en su afán de acabar con las bacterias antes de que éstas penetraran en el organismo. En 1867 publicó sus estu­ dios en la revista británica Lancet. Al principio, como le sucedió a Semmelweis, sus ideas fueron repudiadas, pero los resultados mostraron la utilidad de la antisepsia, tanto que en 1890 esta técnica ya se empleaba en la mayoría de los quirófanos de Europa central. Al mismo tiempo salió a la luz el trabajo monumental de Louis Pasteur, donde se establecía la teoría microbiana de la enfermedad, y con ella se sentaban las bases científicas para explicar los fundamentos racionales de la sepsia y la antisepsia. Con sus investigaciones, Pasteur provocó una revolución científica, pues modificó los paradigmas epistémicos que hasta entonces prevalecían. La genialidad, pero también su labor tesonera y sistemática, le permitieron ela­ borar las vacunas contra el ántrax y la rabia; con ello demos­ tró el principio de la inmunidad. “La suerte sólo favorece a las mentes preparadas”, escribió. En esos años, Robert Koch (1843-1910), quien había trabajado como cirujano militar en la guerra franco-prusiana (1870-1871), descubrió el origen bacteriano del ántrax (1867) y del bacilo tuberculoso (1882), además de que esta­ bleció las condiciones necesarias para demostrar si un micro­ organismo es el causante de la enfermedad. El impacto de sus investigaciones fue de tal magnitud, que a partir de entonces la medicina modificó sus conceptos sobre la enfer­ medad y el hombre afectado por infecciones. El siglo xix creó el marco epistemológico en el que encontró sus fundamentos la ciencia médica actual. Los investigadores médicos de esa época no sólo desarrollaron la teoría celular y la microbiana de la enfermedad, sino que su influencia en el pensamiento médico fue tan decisiva y dura­ dera que desde entonces se buscaron explicaciones para dife­ rentes enfermedades con el mismo modelo unicausal agente-huésped. Una vez que se descubría dicha relación, se procedía a clasificar las bacterias, así surgieron los trabajos de Capítulo 1 Ferdinand Cohn (1828-1898), Elie Metchnikoff (18451916) y los de Loeffler y Roux, quienes identificaron la pre­ sencia de otro agente patógeno además de las bacterias: el virus. En 1880, Charles Louis Alphonse Laveran (1845-1922) demostró que el microorganismo causal del paludismo era un protozoario, en tanto que Ronald Ross (1857-1932) informó la función que tenía en este padecimiento el insecto vector del paludismo: el mosquito Anopheles. Los descubri­ mientos se sucedieron uno tras otro en forma ininterrumpi­ da. Así nació la microbiología como ciencia. Más tarde, en 1905, Fritz Shaudin dio pruebas de que Treponema pallidu m era el microorganismo causante de la sífilis, la enfermedad francesa a la que 375 años antes un médico poeta de Verona, Girolamo Fracastoro, había dedicado el poema Syphilis sive m orbos gallico (1530). Se requirieron casi 400 años para integrar la teoría microbiana de la enfermedad, expresión del pensamiento médico racional en Occidente que con paciencia sumó y sistematizó las experiencias médicas obte­ nidas a lo largo de los siglos xvi al xix. Por primera vez la Medicina había desarrollado una teoría científica que expli­ caba de forma satisfactoria la etiología e historia natural de las enfermedades infecciosas, la cual en el siglo xx daría lugar al descubrimiento de los antibióticos, con los que el ser humano adquirió el poder de curar estos males en forma sistemática. El razonamiento científico en el que se fundamenta el uso de los antibióticos se originó en el trabajo de Paul Ehrlich (1854-1915), promotor del desarrollo de la hematología y la inmunología. Este médico alemán aducía las ventajas del “pensamiento químico” en Medicina y Biología como fór­ mula para lograr la adecuada comprensión de la enferme­ dad. Desde muy joven investigó la afinidad que poseen las células con ciertos colorantes y, a partir de estos experimen­ tos, demostró las características de los leucocitos teñidos con anilinas e inventó una nueva técnica para la tinción del baci­ lo tuberculoso. Más tarde, al trabajar en colaboración con Amil von Gehring, desarrolló el suero contra la difteria. El reconocimiento de que muchas enfermedades infecciosas, en particular aquellas causadas por protozoarios, no respon­ dían a los procedimientos basados en la respuesta inmunitaria, hizo que Ehrlich buscara sustancias que pudieran matar o inhibir el crecimiento de los microorganismos sin dañar al huésped. Con paciencia comenzó a utilizar drogas arsenicales para combatir Trypanosoma, es decir, los protozoarios que ocasionan una afección del sistema nervioso conocida como enfermedad del sueño. Sus trabajos tuvieron resultados infructuosos, pero en lugar de darse por vencido usó estos compuestos contra Treponema pallidu m , microorganismo causante de la sífilis. Por último, en 1910, y después de 606 intentos, demostró que estas sustancias eran útiles en el tra­ Antibiosis tamiento de la sífilis. Combinación de constancia y pasión, características del investigador científico. Fue como si se hubiera encontrado una “bala mágica” contra este mal y, por primera vez en la historia, la sífilis pudo curarse. La asocia­ ción de este médico con la industria alemana permitió que su medicamento se incorporara con rapidez a la terapéutica médica occidental. Mientras tanto, otros profesionales de la Medicina pro­ seguían sus investigaciones acerca de las propiedades bacte­ ricidas de los humus y hongos. En 1921, Lieske y Gratia demostraron que ciertas especies del p en icilu m disolvían el bacilo del ántrax e impedían el crecimiento del estafilococo. Ocho años más tarde, Alexander Fleming expuso en el B ri­ tish Jou rn a l o f E xperimental P athology sus observaciones sobre la acción antibacteriana de la sustancia a la que llamó peni­ cilina; en ese estudio sugirió que podía cultivarse a fin de inhibir la contaminación por bacterias no deseadas. En otro orden de ideas, la línea de investigación iniciada por Ehrlich condujo a Gerhard Domagk, en 1931, a emplear el pron tosil rubrum , azocolorante que contenía sulfonamida, que atacaba al estreptococo. En 1936 se informaron los beneficios de la sulfonamida en la sepsis puerperal y en la infección meningocócica. La era moderna de la quimioterapia había nacido. En lo que respecta a los antibióticos, en 1941 Howard Florey y Boris Chain realizaron los estudios que permitieron la aplicación clínica de la penicilina. La vinculación de estos investigadores con la industria permitió el uso de este anti­ biótico en todo el mundo. Tres años después, Selman Waksman obtuvo el antibiótico conocido como estreptomicina, que proviene de Streptomyces griseus, con lo cual se dio un paso muy importante: la batalla contra la tuberculosis había sido ganada. La consecuencia práctica de la teoría microbia­ na de la enfermedad condujo al descubrimiento de los anti­ bacterianos, y con ellos se tuvo la posibilidad de curar enfermedades infecciosas hasta entonces fatales. A partir de este momento, la Medicina (basándose en uno de sus más importantes logros) enfatizó su visión reduccionista de la enfermedad, y con ello desatendió, al menos de forma momentánea, las circunstancias sociales que inciden y modi­ fican el proceso salud-enfermedad, como es el caso de la pobreza y su relación con ciertos padecimientos infecciosos, pero a cambio obtuvo una de sus mayores victorias de la historia: el desarrollo de los antibacterianos. La farmacología moderna establece que los antibióticos impiden la reproducción bacteriana al inhibir en su pared celular los procesos de síntesis química; otros, como los aminoglucósidos, cloranfenicol, eritromicina y clindamicina, impiden la síntesis de proteínas en la bacteria. Antibióticos como la polimixina B y colistina se ligan a los fosfolípidos de la membrana celular de la bacteria e interfieren su función, Parte I Generalidades lo que ocasiona su muerte. La rifampicina bloquea la síntesis de ácido ribonucleico (RNA) en la bacteria, y así, diversos antibióticos actúan sobre diferentes funciones vitales de la bacteria. Conforme se conoce más la biología molecular de las bacterias, el genoma bacteriano, se abre la posibilidad de fabricar antibióticos específicos y selectivos para cada bacte­ ria en particular. Sin embargo, a pesar de los notables avances en este cam­ po, debe advertirse que en numerosas ocasiones se hace mal uso de los mismos, tanto que se calcula que más de la mitad de las prescripciones de antibióticos están mal indicados. Un ejemplo es la administración frecuente de estos fármacos en el caso de enfermedades virales como la gripe, que no tienen efectos benéficos en esta enfermedad.3 El abuso de dichos medicamentos ha provocado la aparición de resistencias bac­ terianas a tales sustancias, como ocurre con la tuberculosis resistente. Ahora, diversas investigaciones epidemiológicas estiman que la resistencia de Streptococcus p n eu m on iae a la penicilina y a la estreptomicina será evidente en muy poco tiempo (estiman que para 2010) en hasta 40% de los casos, lo cual restará eficacia a esos antibióticos, por lo que se reco­ mienda de manera enfática no abusar de ellos. Hemos aprendido mucho, pues la historia del combate médico contra las infecciones habla de éxitos y fracasos cimentados sobre una esperanza cifrada en el afán de cuidar, es decir, curar al desvalido, al enfermo de alguna infección; hemos aprendido tanto que en la lucha contra los microor­ ganismos son ellos los que salen perdiendo. Así, hemos cons­ tatado cuán cierta es la afirmación del novelista francés Andrés Gide: “La realidad del mañana está hecha de las uto­ pías de hoy”. Todo ello deja constancia del rostro médico como factor de transformación al servicio de la humanidad.4 Referencias 1. Goodman-Gilman A. Bases farmacológicas de la tera­ péutica. Buenos Aires: Editorial M édica Panamericana, 1995. 2. Ortiz Quesada F, Southby, R. Health Care of Age of Lear­ ning. The George Washington University. Washington, 2000 . 3. Ortiz Quesada F. Historia del pensamiento médico. McG raw-Hill, México, Londres, Nueva York, Sidney, Toronto. 2002. 4. Viesca C . Historia de la M edicina en México. México: UN AM , 2007. C apítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad A lejandro Escobar Mesa Marco conceptual « Definición de salud La definición de salud reconocida por la Organización Mun­ dial de la Salud (OMS) desde su creación: “Salud es el bien­ estar físico, mental y social completo, y no sólo la ausencia de enfermedad o dolencia”, es amplia, profunda y abstracta; ubica a la salud más como un estado ideal, aunque no señala acciones concretas que ayuden a alcanzar ese estado. En los últimos tiempos, el desarrollo de la ecología, la teoría de sistemas y los métodos de las ciencias sociales han llevado a concebir la salud como un proceso que se establece a partir de la interrelación del ser humano con el ambiente. De ahí resulta siempre una condición estructural donde la salud y la enfermedad forman una relación complementaria que se expresa como la capacidad del individuo para cumplir con sus roles o funciones sociales. Tal enfoque ecológico per­ mite establecer que la salud es una consecuencia directa de la conducta del ser humano y en lo que atañe a la sociedad, de las conductas de todos los individuos. Definición de medicina preventiva y salud pública Desde una perspectiva histórica, la prevención, un ideal por excelencia de la Medicina, se ha planteado dos objetivos: la prevención de la enfermedad o sus consecuencias en el indi­ viduo y la familia, y la medicina preventiva de la comuni­ dad, lo que en general se denomina salud pública. Una definición primigenia de lo que se considera medi­ cina preventiva puede encontrarse en el prefacio de la pri­ mera edición de P reventive M edicine a n d H ygiene (M edicina p reven tiva e higiene), de Rosenau, donde dice: “Este libro ha sido escrito en respuesta a la demanda de un tratado que contenga los adelantos logrados en higiene y saneamiento. La obra se ha concebido de tal suerte que incluya aquellos campos de las ciencias médicas y relacionadas que sientan las bases del trabajo de salud pública”. Con un sentido práctico, Hanlon identifica en la medi­ cina preventiva tres campos de actividad: 1. 2. 3. Prevenir por medios biológicos ciertos trastornos evitables, como las enfermedades transmisibles agudas y las ocasionadas por deficiencia orgánica. Evitar algunas de las consecuencias de enfermeda­ des crónicas, de posible prevención o cura, como la sífilis, la tuberculosis, el cáncer y la diabetes. Prevenir o retrasar algunas de las consecuencias de las enfermedades que es imposible prevenir y curar, como muchas de las cardiopatías. Conviene revisar la definición más conocida y aceptada de salud pública, que se atribuye con justicia a Winslow: salud pública es la ciencia y arte de: 1. 2. 3. Prevenir la enfermedad. Prolongar la vida. Promover la salud y la eficiencia a través del esfuer­ zo organizado de la comunidad para: a) El saneamiento ambiental. b) El control de enfermedades transmisibles. c) La educación de los individuos para la higiene personal. ■---vrií Parte I Generalidades d ) La organización de los servicios médicos y de enfermería para un diagnóstico y tratamiento tempranos. é) El desarrollo de la maquinaria social que asegure niveles de vida adecuada para todas las personas, en aras del mantenimiento de la salud. Es válido suponer que después de comparadas y reflexio­ nar sobre las consecuencias de aplicar ambas definiciones al ejercicio de la Medicina, no habría objeciones para conside­ rarlas en cierta forma semejantes e “intercambiables”. La prevención en el ejercicio de la medicina general integral » El sistema de atención médica y los niveles de atención a la salud En lo anterior ha quedado implícito que salud y enfermedad son etapas de un mismo proceso que puede representarse por una línea continua limitada en sus dos extremos: por la normalidad absoluta en un lado y la anormalidad máxima en el otro; sobre esa línea existiría un punto donde la norma­ lidad acepta una variación antes de convertirse en anormali­ dad; así pues, la salud y la enfermedad son estados que en algunas circunstancias se confunden. Desde este punto de vista, la muerte es el límite de la anormalidad respecto al estado de salud. La enfermedad, con su alejamiento de la salud y acercamiento a la etapa de muerte, presenta puntos de evolución característicos de cada padecimiento (evolución natural), pero que son variables en cada individuo o paciente (caso de enfermedad). Este hecho, en la práctica, determina necesidades varia­ bles de atención médica de acuerdo con las diferentes etapas de enfermedad. Así, en la población general la mayoría de los individuos están sanos; un pequeño porcentaje están enfermos y corresponden a casos de alteración inicial en la salud a causa de padecimientos comunes no complicados, y sólo una proporción menor representa enfermedades graves, complicadas o padecimientos raros; los primeros son de diagnóstico y tratamiento fácil y de bajo costo; los segundos, de diagnóstico y tratamiento difícil y muy costoso. Los sistemas de atención médica para la comunidad reco­ nocen esta realidad y ofrecen una solución a cada tipo de paciente, de tal forma que equilibran la oportunidad y la can­ tidad de la atención. En la práctica esto se logra a través de un sistema escalonado de atención médica que resuelve los pro­ blemas con la mayor eficiencia, es decir, mediante racionalizar el uso de los recursos a fin de obtener el mejor resultado al menor costo posible. Dentro de este sistema escalonado, el nivel de atención primaria se define como “la atención que en primera instancia se establece y resuelve por el equipo de salud; representa también, idealmente, el único o primer sitio de entrada al sistema de salud”. Conviene aclarar, para evitar confusiones, que aunque el nivel de atención primaria se establece en relación con la enfermedad —por representar el escalón más fundamental en el sistema de salud—, no necesa­ riamente se limita a medidas curativas, sino que, por ser inte­ gral también puede incluir todas las acciones de prevención primaria (promoción de la salud y prevención específica). Los objetivos de la atención primaria son: brindar aten­ ción médica personal y resolver las necesidades globales de salud; para lograrlo, debe ser integral y continua; sin rebasar la capacidad personal del médico (o equivalente) responsa­ ble de esta atención, y debe contar con medios para canalizar casos hacia el nivel secundario; además, para que este nivel pueda coordinar todos los recursos que requiere la atención integral de la enfermedad, es necesario contar con el apoyo de la comunidad brindado en forma organizada. En resumen, la atención primaria de la salud representa, desde el punto de vista ideal: d) el acceso al sistema de salud; b) la atención de primera instancia al caso de enfermedad; c) la acción médica típica del médico general. Para funcionar de modo eficiente debe encargarse a personal competente; funcionar dentro de los límites y restricciones económicas de la comunidad; ser autosuficiente y tener autonomía operati­ va a nivel local, y contar con la capacidad para transferir al nivel secundario a los pacientes que lo ameriten, con la mayor oportunidad posible. Dada la importancia del concepto de atención primaria en la tarea de definir las prioridades en los programas de salud, la OMS convocó a una asamblea internacional sobre atención primaria, que se llevó a cabo en Alma-Ata, antigua URSS, en septiembre de 1978. Del documento, que resume las conclusiones y recomendaciones de dicha reunión, desta­ can los siguientes párrafos, que sirvieron de base a lo que la OMS recomendó como Plan estratégico para alcanzar “salud para todos en el año 2 0 00 ”. Se llama atención primaria de salud a la asistencia sanitaria esencial, basada en métodos y tecnologías prácti­ cos, científicamente fundados y aceptables desde el punto de vista social, puesta al alcance de todos los individuos y fami­ lias de la comunidad mediante una participación plena y a un costo que la comunidad y el país puedan solventar, en todas y cada una de las etapas de su desarrollo, con un espí­ ritu de autorresponsabilidad y autodeterminación. La aten­ ción primaria forma parte integral tanto del sistema nacional de salud, del cual constituye una función central y el núcleo principal, como del desarrollo social y económico global de la comunidad. Representa el primer nivel de contacto de los individuos, la familia y la comunidad, con el sistema nació- Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad nal de salud, llevando la atención lo más cerca posible del lugar donde residen y trabajan las personas. La atención primaria constituye el primer elemento de un proceso permanente de asistencia sanitaria. Atiende a los principales problemas de salud del individuo, la familia y la comunidad y presta los servicios de promoción, prevención, tratamiento y rehabilitación necesarios para resolver esos problemas. Comprende por lo menos las actividades siguientes: edu­ cación sobre los principales problemas de salud y sobre los métodos de prevención y combate correspondientes; promo­ ción del suministro de alimentos y de una nutrición apropiada, un abastecimiento adecuado de agua potable y saneamiento básico; la asistencia materno-infantil, incluida la planificación familiar; inmunización contra las principales enfermedades infecciosas; prevención y lucha contra las enfermedades endé­ micas locales; tratamiento apropiado de las enfermedades comunes y suministro de medicamentos esenciales. El nivel de atención secundaria lo constituyen los ser­ vicios que se ofrecen para resolver problemas que, aunque predominantes en la población general, se presentan con menos frecuencia, cuya atención requiere estudios de labora­ torio o de gabinete de mayor complejidad que los ordina­ rios, y con frecuencia requieren hospitalización del paciente para su estudio o tratamiento; comprende, además, la aten­ ción de las complicaciones graves de la enfermedad común. Desde el punto de vista cuantitativo, las necesidades de atención secundaria son menores que las de la atención de primer contacto, y la solución de sus problemas exige un equipo médico con cierto grado de especialización en medi­ cina interna, cirugía general, ginecoobstetricia y pediatría, así como el apoyo de equipos especializados, servicios de hospitalización y terapia intensiva. En cuanto a la atención secundaria, es preciso conocer también los límites de su capacidad y acción a fin de coordinarse con equipos aún más especializados, así como para regresar a los pacientes al pri­ mer contacto en el momento oportuno. La atención médica de segundo contacto se caracteriza por: a) atender problemas de salud menos frecuentes y espe­ cíficos; tí) proporcionarse apacientes ambulatorios uhospita­ lizados; c) asistir a individuos que casi siempre son remitidos por el primer contacto, a excepción de algunas urgencias; d ) dar atención de tipo intermitente, discontinua; é) emplear tecnología “de rutina” y compleja;/") necesitar personal con capacitación especializada en áreas específicas. A la categoría llamada de atención médica terciaria le corresponde resolver problemas con muy pocas probabilida­ des de ser experimentados por un individuo en el curso de su vida. Estos problemas se refieren a enfermedades poco comu­ nes cuyo diagnóstico requiere recursos de laboratorio y gabi­ nete muy sofisticados, o con padecimientos complicados cuyo tratamiento y rehabilitación requieren equipos huma­ nos muy especializados y tecnología muy compleja. En resumen, la atención médica de tercer contacto se caracteriza por: atender problemas de salud raros y compli­ cados que ameriten hospitalización y cuidados intensivos; asistir a pacientes siempre remitidos por el segundo o el pri­ mer contacto, que reciben tratamiento episódico; emplear tecnología compleja y muy especializada; orientarse princi­ palmente a la limitación del daño (prevención secundaria) y la rehabilitación (prevención terciaria); necesitar personal especializado en un área estrecha y específica. Como es evidente tras analizar los conceptos preponde­ rantes para definir la atención a la salud, la atención pri­ maria y la medicina preventiva en términos operacionales, la conclusión es obvia y simple: no es posible atender las necesidades de salud de los seres humanos estableciendo separaciones inamovibles entre actividades preventivas y actividades curativas, porque ambas se integran en el acto médico cuando éste es de buena calidad; esto es más real y fácil de materializarse en la medicina primaria o de primer contacto. Evolución natural de la enfermedad El concepto de evolución natural de la enfermedad fue introducido por sir MacFarlane Burnet, en 1940, aplicado sólo a las enfermedades infecciosas. Por esos años, el proceso para lograr el control de tales enfermedades apenas estaba comenzando. Hoy en día, en los países desarrollados algunas enfermedades infecciosas casi forman parte del pasado; ello se ha logrado gracias a la aplicación de adelantos notables en muchos campos pero, básicamente, al conocimiento preciso de la historia o evolución natural de cada enfermedad, lo que ha optimizado los resultados de la aplicación de grandes des­ cubrimientos, como vacunas, antimicrobianos e insecticidas, por ejemplo. Más tarde, Leavell y Clark, a partir de esa base conceptual de la evolución natural de las enfermedades infecciosas, llevaron su aplicación a cualquier tipo de enfer­ medad. Dentro de ese esquema general se estructuró luego todo un sistema de prevención que ahora permite visualizar la acción de la Medicina, con un claro sentido de prevención en cualquier etapa de evolución donde se encuentre el paciente. ^ Consideraciones biológicas Las enfermedades siempre han sido parte de la experiencia de la vida diaria de los individuos, las familias y las comuni­ =*í=E-_ Parte I Generalidades dades. En cada momento histórico, hombres e instituciones docentes y asistenciales se han esforzado por atender o con­ trolar los problemas que las enfermedades representan, lo cual primero conlleva la interpretación de la enfermedad de acuerdo con la visión intelectual predominante. Así, en cada época ha existido una teoría de la enfermedad en torno de la cual la sociedad estructura un valor de la salud y establece servicios para darle vigencia. Las ideas en torno a las enfer­ medades y su origen han variado desde culturas donde se adscribían a causas de tipo mágico (p. ej., periodo prehispánico en México), hasta una época en que esa atribución se cambió de causas de origen divino a otras de origen más inmediato. En la medicina desarrollada por Hipócrates adquirieron por primera vez un gran peso específico las cau­ sas generadas en el ambiente. El avance en el conocimiento de las bases microbianas de las infecciones puso de manifies­ to el mecanismo para pasar el agente de la enfermedad de una persona a otra a través del aire, como la difusión de los malos olores, de heridas sépticas o cadáveres (desde los más antiguos tiempos, la putrefacción, sobre todo de cadáveres insepultos, fue considerada como la forma más viable de reproducción de enfermedad). Teoría miasmática. Describir cómo el conocimiento de las infecciones pro­ gresó con el descubrimiento del microscopio y los trabajos de Pasteur y Koch sería largo y corresponde a otra área; cabe, no obstante, mencionar que el conocimiento preciso de los microorganismos patógenos y su interacción con los siste­ mas del huésped ha traído el desarrollo de la inmunología, y con ello ha permitido descubrimientos continuados de aspectos del equilibrio de los fenómenos vitales y definir mejor lo que es la vida y su origen, la enfermedad y su causa, la salud y sus determinantes. El criterio ecológico fundamental para enfocar las cau­ sas de las enfermedades arranca desde el punto en que se reconoce que los fenómenos nunca ocurren por azar, sino que se basan en leyes que aunque en un momento pueden desconocerse, están operando en la Naturaleza; bajo este cri­ terio se interpreta la enfermedad como el resultado de una interrelación entre los agentes de enfermedad, los huéspedes susceptibles y el ambiente total, que incluye los medios físi­ co, biológico y social. La enfermedad, como un fenómeno asociado a la vida y gobernado como tal por leyes fundamentalmente biológicas y sociológicas, se relaciona con la conducta de los hombres, dejada en cada caso a su evolución natural; es decir, sin tra­ tamiento evolucionaría a una forma similar con variaciones conocidas y siempre correlacionadas con variaciones parti­ culares del huésped, del agente o del medio. Este modo de evolucionar de la enfermedad, desde la etapa de salud a la muerte o a la recuperación, pasando por la etapa de la enfer­ medad temprana, moderadamente avanzada, muy avanzada o complicada, es lo que constituye la evolución natural de la enfermedad, como un principio que se aplica a todo tipo de padecimiento, sea de origen infeccioso, neoplásico, dege­ nerativo, metabólico, mental o social.2 *5 Ventajas para el médico y para el paciente Primera. Un requisito para realizar una práctica médica de buena calidad lo constituye el principio que dice que el médico no debe tratar enfermedades sino enfermos; esto sig­ nifica que no ha de tener una idea esquemática y rígida de las enfermedades; por el contrario, debe comprender que cada paciente es diferente aunque padezca la misma enfermedad; esto se hace evidente cuando se estudia al paciente conside­ rando el marco de referencia de la evolución natural de la enfermedad; así, es casi imposible que ocurran dos casos iguales, pues dentro del origen biológico y social, las circuns­ tancias varían casi al infinito. Sólo con el enfoque de la evo­ lución natural de la enfermedad se logrará ese ideal de que “el médico vea al paciente en forma total como un caso úni­ co y no como una enfermedad genérica”. Segunda. Al aceptar que una enfermedad avanza en línea progresiva hasta la muerte o hacia la recuperación (en teoría, nunca es posible la recuperación total, pues siempre queda una limitación orgánica o mental, aunque sea míni­ ma), resalta el hecho de que la medicina, al tener como obje­ tivo modificar esa evolución natural y tratar de normalizar lo antes posible, representa “prevención de la lesión o el daño que correspondería a la etapa siguiente”. Cabe afirmar que el ideal de prevención sólo se alcanza si se actúa con el criterio de la evolución natural de la enfermedad, aplicando en cada caso el tipo de medidas o recursos específicos para prevenir, los cuales pueden representar acciones a nivel del enfermo, de su familia o de la comunidad. • Evolución natural de la sífilis Como paradigma de padecimiento infeccioso, la sífilis ejem­ plifica una evolución natural de enfermedad que permite una excelente apreciación de las múltiples variaciones que ocurren en forma natural, dependientes siempre de factores relacionados con el agente, el huésped o el ambiente. En la figura 2-1 se presenta una descripción que pone de relieve los hechos más trascendentes de esta enfermedad y que pue­ de generalizarse a otras. Las condiciones necesarias para que se presente un caso de la enfermedad están presentes en un grupo humano, el cual siempre existe en un área física que constituye el ecosistema de una comunidad; en esa comuni­ dad existen el agente (treponema) y los huéspedes suscepti­ bles (el ser humano), así como las situaciones que pueden Figura 2-1 Representación esquemática de la evolución natural de la sífilis. Evolución natural de la sífilis r Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad Parte I Generalidades ponerlos en contacto (interrelación), lo que en este caso, dadas las características del agente, tiene que ser casi necesa­ riamente (en condiciones naturales) un contacto directo. Como el agente no puede estar fuera del ser humano, por ser un parásito obligado, la conducta de la persona tiene una participación determinante, porque un principio de la infecto­ logía establece que la vía de entrada de los agentes infeccio­ sos es la misma vía de salida (las mucosas, en el caso de la sífilis). Basta reflexionar sobre los aspectos de la conducta humana para imaginar una lista de acciones que pueden ser útiles para modificar el riesgo de que el agente de la sífilis entre en contacto infectante con la persona. Esto constituye todavía la primera etapa de la evolución natural, llamada etapa prepatogénica o premórbida, y las medidas para pre­ venir en este nivel se denominan medidas de prevención primaria. En el momento en que la interacción agente-huésped conduce a un principio de ruptura del equilibrio del hués­ ped y se establecen alteraciones (al principio sólo bioquími­ cas, metabólicas y con lesiones orgánicas a escala celular o tisular, pero sin expresión clínica evidente), cabe decir que se inicia el periodo patogénico o mórbido, dentro del cual el horizonte clínico se representa de manera esquemática como una línea horizontal que puede moverse hacia arriba o abajo; por debajo de ella está la fase asintomática, que corresponde al estado latente de la enfermedad o a la curación espontánea en el caso de un trastorno que no se manifestó desde el pun­ to de vista clínico y que remitió sin tratamiento. Por arriba del horizonte clínico queda la enfermedad definida clínica­ mente por síntomas o signos, por lo general guarda relación con el daño vinculado con el avance de la enfermedad, en casi todos los casos va evolucionando de tal manera que cuando no lleva a la cronicidad, a la latencia o a la curación, termina en la muerte. En esta representación el concepto de recurrencia está bien claro. En la etapa patogénica o mórbida pueden distinguirse dos periodos; uno corresponde a la enfermedad temprana, en la cual la lesión, es decir, el daño ocasionado por la enfer­ medad, es de escasa significación, de tal manera que el hués­ ped no sufra limitación en sus funciones, y en caso de curación, tendrá una restitución a d integrum . El otro periodo comprende la enfermedad tardía, cuan­ do las lesiones han avanzado a una situación en donde la recuperación de las funciones no podrá llegar a 100% y se requerirán medidas especiales para que el individuo se adap­ te a su nueva situación o compense por algún nuevo meca­ nismo su deficiencia orgánica. En teoría, una vez que la etapa mórbida se establece, el huésped nunca recuperará su integridad, pues permanecerá una alteración de la función en algún sistema del organismo, aunque sea mínima; sin embargo, desde el punto de vista práctico, sólo en etapas muy avanzadas de la enfermedad la incapacidad o la invalidez resultante exige medidas de reha­ bilitación encaminadas a compensar las deficiencias. Las medidas de atención médica correspondientes al periodo temprano de la enfermedad reciben el nombre de preven­ ción secundaria, porque si bien no previenen la que ya está presente, sí impiden el agravamiento de la lesión y la apari­ ción de limitaciones funcionales invalidantes. Las medidas de atención médica aplicadas en el segundo periodo de la etapa mórbida se denominan prevención terciaria, debido a que no previenen la enfermedad ni limitan el daño, pero sí ayudan a rehabilitar al individuo. La evolución natural de la sífilis ilustra un curso natural que permite varias opciones, y ofrece posibilidades de espe­ cular en torno a los factores múltiples del huésped o del agente que llevan a uno u otro resultado final por caminos diferentes; por eso se ha decidido utilizar este esquema ya clásico, que encuentra además el apoyo de uno de los estu­ dios epidemiológicos retrospectivos más completos que hayan existido, en condiciones tan favorables que es poco probable que se repitan en otras enfermedades. Como corolario, el concepto de evolución natural de la enfermedad aclara y fortalece el criterio de una Medicina única e integral; en lo que atañe a la atención individual de los pacientes, no hay diferencias entre la buena medicina y la medicina preventiva. En resumen, desde el punto de vista de su evolución natural, el estudio de las enfermedades es la vía más corta y quizá la única hacia el logro del ideal de que el médico reci­ ba, atienda y cure a enfermos y no enfermedades; también para que contribuya al bienestar de sus semejantes, previ­ niendo la enfermedad o promoviendo la salud, más que res­ taurándola. Niveles de prevención En los diccionarios modernos, prevenir se define en térmi­ nos de “anticiparse, preceder, hacer imposible un daño o perjuicio”. La prevención, que es “la preparación y disposi­ ción que se hace anticipadamente para evitar un riesgo”, requiere estar basada en el conocimiento de la evolución natural de la enfermedad de que se trate, para hacer impro­ bable que ésta experimente un avance ulterior. Por consiguiente, la prevención a cualquier nivel de aplicación durante la evolución natural de toda enfermedad, depende del conocimiento de las múltiples causas relaciona­ das con los factores del agente, del huésped y del ambiente, y de la facilidad con que estas causas puedan ser intercepta­ das o contrarrestadas. La prevención requiere la construc­ ción e interposición de barreras de varios tipos contra la Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad interacción de estos elementos. El grado de éxito en la pre­ vención depende del alcance del conocimiento que se tenga sobre la evolución natural de la enfermedad, de la probabili­ dad de aplicar este conocimiento y de su aplicación real. No es necesario saber todo acerca de la evolución natural para iniciar medidas preventivas, ya que en muchos casos no es posible alcanzar el éxito completo debido a que la informa­ ción actual es escasa. No obstante, la intercepción de cual­ quiera de las causas en cualquier periodo de la prepatogenia o más adelante, puede surtir efecto en el proceso mórbido, en el sentido de prevenir su desarrollo ulterior a lo largo de las líneas de deterioro de la salud del ser humano. El concepto epidemiológico permite la inclusión del tratamiento en el esquema de prevención; puesto que el tra­ tamiento interrumpe el proceso, en ese sentido es preventi­ vo. Este concepto abre también la puerta al ejercicio de la medicina preventiva en un espectro más amplio de activida­ des potenciales, en las cuales las medidas preventivas pueden aplicarse más pronto y a mayor profundidad. La prevención puede realizarse en el periodo prepatogénico, con medidas encaminadas a promover una salud gene­ ral óptima, mediante la protección específica del ser humano contra agentes patógenos o con el establecimiento de barre­ ras contra los agentes del ambiente. Este procedimiento se ha denominado prevención primaria. Cuando el proceso patógeno es diagnosticable en etapas tempranas del periodo patogénico, la prevención secunda­ ria puede realizarse mediante un diagnóstico temprano y un tratamiento pronto y adecuado. Cuando el proceso de pato­ genia ha avanzado, y la enfermedad ya ha superado sus pri­ meras etapas, la prevención secundaria puede realizarse también por medio de un tratamiento adecuado, encamina­ do a prevenir las secuelas y limitar la invalidez. Más adelante, cuando el defecto y la invalidez se han detenido, la preven­ ción terciaria se lleva a cabo por medio de la rehabilita­ ción. Dentro de estas tres fases de la prevención, hay por lo menos cinco niveles distintos en que pueden aplicarse las prácticas preventivas, dependiendo de lo completo del cono­ cimiento de la evolución natural. • Prevención primaria Promoción de la salud. Los procedimientos que se aplican para promover la salud no están dirigidos a un pade­ cimiento o enfermedad particular, sino que sirven al bienes­ tar y la salud en general. Protección específica. Es la prevención misma, enten­ dida en su sentido convencional. Comprende las medidas aplicables a una enfermedad en particular, o a un grupo de ellas, para interceptar sus causas antes que el padecimiento en cuestión afecte la salud de la persona. Se han logrado grandes adelantos en este nivel de aplicación de las medidas preventivas. Las vacunas contra las enfermedades infecciosas constituyen el ejemplo más claro y contundente de medidas de protección específicas. ii Prevención secundaria Diagnóstico temprano y tratamiento oportuno. Los objetivos más evidentes del diagnóstico temprano y trata­ miento oportuno son: a) prevenir la diseminación a otros en el caso de enfermedades infecciosas, b) curar o detener el proceso patógeno para prevenir complicaciones o secuelas y c) prevenir la incapacidad prolongada. Limitación de la incapacidad. Este nivel incluye la prevención o el retraso de las consecuencias de una enferme­ dad avanzada desde el punto de vista clínico. Sólo el recono­ cimiento tardío generado por un conocimiento incompleto del proceso patógeno sirve para separar este nivel de preven­ ción del anterior. El aspecto preventivo en este periodo del desarrollo de la enfermedad se relaciona con el tratamiento del proceso, más o menos avanzado, de la enfermedad. El hecho de que el daño alcance un grado extremo señala el fracaso de la prevención en periodos más tempranos de la evolución natural de la enfermedad. *■ Prevención terciaria Rehabilitación. Consiste en algo más que detener el proceso patógeno; es también la prevención de una invalidez completa luego de la estabilización de los cambios fisiológi­ cos y tisulares. Su objetivo está en devolver al paciente a un lugar donde sea útil a la sociedad, aprovechando al máximo sus capacidades remanentes. En muchos de los padecimien­ tos que afectan al ser humano no existen oportunidades sufi­ cientes para aplicar medidas de protección específicas y de limitación de incapacidades por medio del tratamiento médico, y es necesario depender de la rehabilitación para ayudar a los afectados a vivir y trabajar con la mayor eficacia posible. La rehabilitación tiene componentes físicos, menta­ les y sociales. El concepto de rehabilitación pone los rasgos distinti­ vos de la promoción de la salud y de la prevención dentro de un marco basado en la evolución natural de la enfermedad. La comprensión de este último concepto es el primer paso para atraer a todos aquellos interesados en la salud hacia un punto de partida común para hacer su contribución propia y específica al bienestar y la salud del ser humano. Sus fun­ damentos reposan en una evaluación gradual de la salud, y el concepto de que el alejamiento respecto a ésta en favor de la enfermedad es un proceso que implica la interacción de Parte 1 Generalidades agentes patógenos del ser humano como huésped, así como de las condiciones y características del ambiente. La evolu­ ción de cada padecimiento específico de nuestra especie sigue un proceso más o menos constante que empieza antes de que la persona sea afectada, a lo cual se da el nombre apropiado de evolución natural del padecimiento. Queda claro que quizá falte el conocimiento en varios de los eslabo­ nes de la cadena de causalidad, así como en los efectos que contribuyen a una evolución natural particular; sin embar­ go, la aplicación práctica de medidas preventivas en uno y otros niveles no requiere esperar el conocimiento absoluto de todas las causas y sus efectos. Las figuras 2-2 a 2-4 facilitan el entendimiento del tema; la figura 2-2 incluye la conducta preventiva a seguir tanto en la persona sana como en la enferma; en las figuras 2-3 y 2-4 se muestra la aplicación que se da a los niveles de prevención en la evolución natural de la sífilis. Epidem iología, base de la prevención La epidemiología aporta un marco metodológico funda­ mental para el desarrollo de la medicina preventiva, igual de importante que el modelo para el análisis de la enfermedad denominado evolución natural. Dicho modelo, como se ha visto aquí, da fundamentos para interpretar a la medicina preventiva como un componente inseparable y esencial de la buena atención médica, y una extensión natural hacia la salud pública.1 Si bien, desde un punto de vista histórico, la epidemio­ logía nació vinculada al estudio de las enfermedades que afectaban de forma masiva a la población — lo que las con­ virtió en esos verdaderos azotes denominados epidemias que aun en tiempos recientes constituyen una pavorosa amenaza para la salud y la vida de la población mundial— , ahora se define a la epidemiología como “la rama de la salud pública cuyo propósito es describir y explicar la dinámica de la salud poblacional, identificar los elementos que la componen, y comprender las fuerzas que la gobiernan a fin de intervenir en el curso de su desarrollo natural”. Para cumplir con su cometido, la epidemiología investi­ ga la distribución, la frecuencia y los determinantes de las condiciones de salud en las poblaciones humanas, así como las modalidades y el impacto de las respuestas sociales crea­ das para atenderlas. Según E. Gurney Clark, el acervo de conocimientos reunido en tomo a la evolución natural de cualquier trastorno comprende hechos provenientes de fuentes muy diversas —descriptivos de los factores más importantes del agente, el huésped y el ambiente—, los cuales vienen a integrarse en el origen y desarrollo de la enfermedad. La recolección y presen­ tación ordenadas de estos datos es una función básica de la epidemiología, y la información recogida en tres categorías de factores generales (agente, huésped, ambiente) y su interrelación cuantitativa, constituye la epidemiología descriptiva. Según Clark, los principios de la epidemiología se rela­ cionan con los principios mismos de la ciencia: observación exacta (estricta, vigorosa, precisa), interpretación correcta (libre de error), explicación racional (inteligente, sensata, razonable) y construcción científica (con conocimiento experto y destreza técnica). Se trata pues, del mismo método científico, aplicado de manera indistinta aunque varíe el problema — es decir, el tipo de enfermedad (transmisible, no transmisible, ocupacional, etc.)— y sin distinción del objeto del problema (personas, microorganismos, registros), ni el sitio donde se lleva a cabo el estudio (hospital, consultorio, clínica, fábrica, hogar o comunidad). Es fundamental la información que debe recabarse antes de estar en condiciones de describir la ocurrencia y distribu­ ción de las enfermedades; dicha información es múltiple y variada, y exige del trabajo epidemiológico un carácter multidisciplinario. La epidemiología es una ciencia descriptiva, analítica y constructiva, ya que: a) registra hechos que describen de for­ ma apropiada la presentación y distribución de la enferme­ dad, b) explica las causas de esa misma presentación y distribución y c) logra concentrar un nuevo conocimiento mediante un análisis particular para describir todos los deta­ lles de la evolución natural de las enfermedades. Siguiendo la explicación de Clark, cabe resumir que la epidemiología es descriptiva porque permite narrar la ocu­ rrencia y distribución de la salud, la enfermedad, los trastor­ nos, los defectos, las incapacidades, la muerte y otros problemas. La recolección de los datos es sistemática, clasificatoria y ordenada, y constituye una característica de la cali­ dad y función básica de la epidemiología. La característica analítica se expresa con claridad porque no sólo interesa la parte descriptiva, sino que esta última conduce además a la pregunta permanente de por qué ocu­ rre tal distribución de la enfermedad, lo cual determina un análisis detallado y esencial de todo lo relacionado con los factores del huésped, el agente y el ambiente, a fin de descu­ brir qué influye en la presentación y distribución. Este aná­ lisis es el que lleva al método epidemiológico a la obtención de nuevo conocimiento. Por último, la epidemiología es una ciencia constructiva porque es una disciplina dinámica, experimental, que en ningún caso debe limitarse a la descripción de la enfermedad existente. Al contrario, va más allá hasta completar el cono­ cimiento que se tiene de cierta enfermedad. Obtener ese Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad í¡ T^3 -2 mO ^) _TO_ L C O To .u O >, ¡f c !I ™-ix ro c C c II ^ § t o ! 8 '<v i -S TO-o 5 ^ o 3 TO O) ro TOO -o a. -o ■mT03 i 'O ! ^ (i) ü I: c>>o> u TO 'nT,Q"3cO-C -Q O ai {? £ TO ^ Q. °-rt3 i :2 I u o c TO ]S ^ u O) TO TO U un -Q 3 "O TsO < >T3'>s S<D|x Q. E a. : o o. Evolución natural de cualquier enfermedad en el ser hum ano >) O £) O C U OJ CL TX U3 't> -1TJO0 X := to 3 o u — E un TO_.TO -£Sra > ™E -E .ü TO (D <U 2; O o. u ? is a¿ ■o c 3 •c CDo. Q- < d a. 2 oí o c ■o "O o "oO 5 ^ 8 o c ^ >s <V a ■o Q. >s -O > .Q a» O ■o o CD O o <9 *E uo < a.■<'> to < D a c o *G c a» > T3 isi .3 -Q E 'O Q J u Q. > »_ ■a*-> ^ c .O O) T3 C :o c o S o Cl co £ c Sí O u 5 ■g 3 <D>£ o ^ 00 TO 2 -2 8 O) "O g unlTO:sun D c0oJ u T 3 c 'O u "O E t TO "D c ai o OJ U "O <d T<O s> z. -O 5 2 TO :2 = .o •£ al 2 Its £ ü_ Figura 2-2 ~o ;§ Niveles de aplicación de medidas preventivas en la evolución natural de la enfermedad. (Tomada de Leavell y Clark.) O Parte I r Generalidades O- rtj >v *o TO fT3 ■g Tg §Q J 5s C c rc ^Oi aTO .Q T 5 < T 5 < -a o * t3 O * t3 “O a» £ O c m E 3 0) *o 01 c a o 0» ■o m ■o 0> r5 Oi 2Ü ru Jl i « t o o TO ‘oo QJ 01 E a<0 <0 Q. TO -C £ OJ "O TO fa SU w .y5 C l to TO £ 0O 3 TT3OT Ti TO OJ E £ ■o S’ S CL E S' Do ^o TO< w O Q O Qj -Q K J Q_ I£B E *£! *fuo T C O 01 E tn o* o CD < ca» >s o c ■CaL) < E £ C 'O c o a» > ■o CL) >s ■a 13 <D O ■a ~o ru to -p E o u cu c OJ ra > ’■ 4-» c c>u <D a £ Xl E £ o ru *o o * t3 u C 'O to O 3 *o *o < Q_ LJ CD <N 3 r Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad >s _> “ O O (Z .Ü “O J O) ■*- O "O C Oí .0) Di ¡5 — Q. 'O N -O oo fD O ) — ^ O c ai C H t n OJ 1 V(D C -O E -S r 2 jü ro ; o o ■“ = o : O •+3 O) fD •s(U -O O «c - 0) ro fD £ Q. v0Q- 2£ JO ufO u n Q- ^ . h ^ 7™ 0u0 0ra Q 13 JH ra 8 O J i ^ s-t¡ C fD C fD OJ' .OJ 73 (U 3CT f5 0> PH73 U "D "O .9¿ -n ^ 3 £ "O ¡s -n •2, OJ ■a. raU ajL. a¡ -o a S. 2 00 fD U £ c U 0) QJ "O :§ E aj O) 73 oo oo a "5i u 00 -OI . fD 73 ~c Cl O OJ fc fD 00 D fD 00 O <11 O >s 73 fD '01 fD O OJ Q. ü. Ll_ *O ■* <9 a o ■oo fD o 0) E "o <D£^ "O a £ ai fD fD fD H . a; y ¡i (U g O "O fDfü U S -S l "r"1 m cr C £ •— TO O .o 'fD t -o -2 . o i/i fD E 2 ° aj aj ~ a 73 0) oo ^ 1d Ia; c 00 £ c Ui *o ■* a0> a o ■oo CL E fQ X .y J2 "O a; 2 0) fD c ^ £! -£3 E 2 ra «- "-S VI — Oí .£ o IU O- OuJ O ra -O2 1_ § 5J Q. ^'i O T3 0) 1E g CL <£ ^ro 0- £ sE fD 01 E © O) <2 tn 0) fD 'O 0) c -2 g "ro .2 *G "o -o 5 ' O 3* ai J2 Sa - §o üc 'Í3 fD fDO < E _¡2 «d «. o V -— m F Q Q^ oj OJ 2 w cs 3* C c 0E3 O E fD & o ro 73 0) ._ ■a ^ 73 fD ^ S g .2 c a fD "O O o > o. a) ! «■o E o .£ £ Ti p c fD o c ro Q c 'O o o £ di O "S °o fD o ‘a. .2 0) D OJ 73 fD fD ü. O 73 fD n 'u QJ 2 ro ^ 00 .fD i- ■M O) Q. QJ » "2 1/1 0 0 --- Ui ^ fD "O 11 X •£ 0,1 S OJ "S OJ +J OJ Z , 73 iS fD ^ 73 oo fD — J2 — c E ~ OJ fD 'u — aj fD 7 3 C C E S ” S 9¡ ¡5 .S ' a¡ CL CL > D- o O' •-w l i 73 %* a E c íSr < “ O ':O .O i2/i ,2 o Q O tí w oo O) aOi . "S §1.2 O -Ti ^ ^OJ .o £ 73 01 Niveles de prevención en sífilis. (Tomada de Lea veil y Clark.) 0 )' D C Ti Figura 2-4 . Parte 1 Generalidades nuevo conocimiento es el motivo fundamental de la aplica­ ción del enfoque epidemiológico en la investigación científi­ ca; en esencia constituye la evaluación de la información disponible sobre la materia para descubrir los caminos hacia el conocimiento, lo que llevará a la formulación de hipótesis, después a la recolección de resultados de análisis para probar la hipótesis y alcanzar las conclusiones definitivas y aplica­ ciones prácticas. Es así como la epidemiología proporciona la estrategia para la acción, de la misma manera que la medi­ cina clínica, donde los datos físicos, sociales y de laboratorio se conjuntan en una sola entidad al establecer ciertos hechos con fines de tratamiento. m La medicina clínica y la epidemiología Al afirmar algo tan obvio como que la epidemiología depende de un buen diagnóstico clínico, se reconoce que lo fundamental del conocimiento epidemiológico tiene origen, esencialmente, en el trabajo diario del médico con los pacien­ tes y sus familias. La epidemiología proporciona el análisis y sus resulta­ dos para elegir la estrategia; la medicina clínica y la salud pública aportan los aspectos tácitos o los detalles específicos de cómo la acción se ejecuta en un individuo o en la comu­ nidad. Los intereses de los médicos y los intereses epidemio­ lógicos de ninguna manera se cruzan; cualquier cosa que se descubra del estudio del individuo puede, en un grado con­ siderable, aplicarse al grupo del que éste forma parte y cual­ quier cosa que se descubra en el estudio de grupos puede aplicarse a los individuos que constituyen el grupo. ® Objetivos de la epidemiología Los objetivos de la epidemiología bajo un enfoque actual son: a) Identificar las causas de una enfermedad y los facto­ res de riesgo que incrementen en las personas la posibilidad de enfermar. b) Evaluar la extensión de la enfermedad en la comu­ nidad. c) Estudiar la evolución natural y el pronóstico de la enfermedad. d ) Evaluar las nuevas medidas preventivas y terapéuti­ cas a fin de brindar una adecuada atención de la salud. e) Proporcionar información sobre problemas ambien­ tales a los responsables de definir y regular las polí­ ticas públicas en salud. / ) Planear, administrar y evaluar los servicios de salud. <* Aplicación de la epidemiología a la clínica Es necesario desterrar de una vez por todas la idea errónea que tanto daño ha hecho al ejercicio de la Medicina, consis­ tente en creer que la epidemiología era algo que sólo tenía aplicación en el trabajo del especialista en salud pública y en la medicina burocrática. No hay duda de que la epidemiología es un instrumen­ to poderoso para optimizar el trabajo del médico, ante todo en lo que se refiere a la medicina general o familiar, en la que el clínico atiende en forma integral y continua a grupos de población de cuya atención primaria es responsable. Antes de analizar las múltiples aplicaciones de la epidemiología que se comentan en la siguiente sección, debe facilitarse a cada uno la comprensión de los hechos que autorizan a con­ siderar y usar la epidemiología como un método que, según lo ya comentado en páginas anteriores, no está sino repre­ sentando a la ciencia como unidad, ya que contiene los mis­ mos pasos, salvo diferencias naturales en el material (personas, microorganismos, sustancias químicas, problemas adminis­ trativos), en la amplitud del enfoque según se observe a entes aislados o grupos, y en el sitio (junto a la cama del enfermo, clínicas, consultorios, laboratorios y en campo). Estas consi­ deraciones se ilustran con claridad en la figura 2-5, donde se describe el proceso de la epidemiología aplicada con el desa­ rrollo de pasos que culminan con el objetivo final, que siem­ pre será hacer una medicina preventiva más efectiva. * Aplicaciones específicas de la epidemiología Desde 1955, Morris hablaba de siete usos o aplicaciones específicas de la epidemiología, las cuales se enuncian al principio de la lista siguiente; aunque en el citado libro de Leavell y Clark tal relación se extiende a 13 aplicaciones: 1. Estudiar las variaciones temporales en la ocurrencia y distribución de las enfermedades. 2. Hacer un diagnóstico comunitario de la presencia, naturaleza y distribución de la salud y la enfermedad. 3. Ayudar en la investigación de las causas de salud y enfermedad. 4. Estimar los riesgos y oportunidades individuales. 5. Ayudar a completar la descripción clínica de las enfermedades. 6. Ayudar a clarificar síndromes clínicos. 7. Resolver problemas en la administración de salud. 8. Determinar los detalles, importancia e interaccio­ nes de todos los factores del agente, del huésped y ambientales. Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad Epidemiología Figura 2-5 Representación esquemática de la epidemiología aplicada. (Tomada de Leavell y Clark.) 9. Detectar por medio de la búsqueda masiva, estados preclínicos, subclínicos e incipientes de enfermedad. 10. Estudiar actitudes sociales, conducta social y pro­ blemas de educación para la salud. 11. Mejorar la práctica de la medicina. 12. Determinar necesidades y métodos para el control y la prevención de las enfermedades. 13. Investigar las epidemias para su control presente y su prevención futura. En una revisión más rigurosa quizá sea factible, más que objetar algún uso específico, fundir varios en uno solo; pero lo más importante en este capítulo es analizar cuáles de ellos se relacionan con el ejercicio de la medicina clínica, y corro­ borar que el uso mencionado en el inciso 11 es el que cons­ tituye el campo más relacionado con el trabajo del médico. Esto, que se ha denominado epidemiología clínica y que John R. Paul expone en un libro de ese mismo título, cons­ tituye la información más importante sobre las aplicaciones qv Parte | Generalidades de la epidemiología en la práctica médica. En su obra, el doctor Paul demuestra el error de considerar que la epide­ miología sea una disciplina útil sólo para quienes están dedi­ cados a actividades de salud pública, en escuelas de higiene o salud pública, o en departamentos de salud, puesto que la epidemiología es una ciencia que concierne a las circunstan­ cias en las que una persona o personas se enferman o perma­ necen enfermas; si hay algún intento de alterar esas circunstancias para proteger a los individuos de enfermeda­ des futuras, los médicos necesariamente tienen un lugar en este campo. Paul declara que el médico, como epidemiólogo clínico, debe ir más allá del tratamiento del individuo enfer­ mo hasta la observación del hogar, la familia o el lugar de trabajo donde el individuo enfermó. El propósito es buscar los múltiples elementos que influyen en la enfermedad y descubrir a otros miembros de la familia o personas cercanas que estén real o potencialmente enfermos. Morris agrupa los usos de la epidemiología en siete grandes áreas, que son; 1. 2. 3. 4. 5. Los estudios históricos que nos permiten conocer la evolución de la salud; los cambios en la evolución natural relacionados con la modificación histórica de la población. En el diagnóstico comunitario, o de salud comuni­ taria, que corresponde a un conocimiento más veraz y preciso de la etapa presente en grupos humanos, según el grado de desarrollo, destaca particularmen­ te todo lo referente a la salud y estilo de vida, patro­ nes de reproducción y calidad de vida; tiende a dar respuesta a la pregunta que más interesa al trabaja­ dor de la salud: ¿está mejorando la salud? Para esto se da una gran importancia a la búsqueda de nuevos indicadores para medir la salud. El funcionamiento de los servicios de salud, donde a partir del conocimiento y de las políticas médicas de la definición de los perfiles del personal de salud y de los sistemas de información, se analizan necesi­ dades, demandas, aprovisionamiento y utilización de los servicios. Sobresalen en este campo los estu­ dios para conocer la calidad de la atención médica y sus resultados. Los que corresponden a la forma más amplia son los estudios de evaluación básica para mejorar la atención a la salud. Oportunidades y riesgos individuales; lo que agre­ gan los estudios para conocer las epidemias moder­ nas, los riesgos de cáncery en general, la investigación para evaluar los riesgos. La identificación de síndromes; esto es, acercar el diagnóstico en los estados más tempranos de la enfermedad, mediante el reconocimiento más pre­ ciso de las alteraciones orgánicas, a través de estu­ 6. 7. dios especiales o nuevas técnicas. Tiene mucho que ver con enfermedades mentales, arterioesclerosis e hipertensión. En general, los estudios de asociación de enfermedades y su disociación, sirven para clari­ ficar mejor los problemas de salud y, obviamente, su control y prevención. Ampliación de los cuadros clínicos. Esto tiene una gran relación con el trabajo clínico y es donde el hecho general y familiar puede hacer una gran contri­ bución, sobre todo en lo que se refiere a la evolución natural de las enfermedades clínicas y su control. Finalmente, en el descubrimiento de causas, sobre todo en el mundo desarrollado, las epidemias modernas ofrecen amplias oportunidades a la epi­ demiología. Morris menciona, por ejemplo, los estudios longitudinales en que se explora la presión arterial y las investigaciones para la epidemiología cardiovascular, estudios de etiología múltiple, el amplio campo de las bronquitis y en general, las enfermedades respiratorias, los registros de cáncer, la ecología de los trastornos mentales y otros. Para entender la relación entre la medicina clínica y la epidemiología, conviene analizar lo que dice Morris: “Esto es lo más importante: los clínicos tratan con pacientes y los epidemiólogos con poblaciones, pero al estudiar la evolu­ ción natural de la enfermedad el epidemiólogo debe, como primer paso y hasta el final, hallar a todos los pacientes de la población, dondequiera que la enfermedad ocurra. Para esto suelen requerirse encuestas y es a ello a lo que el epidemiólo­ go dedica la mayor parte de su tiempo”; por ejemplo, no se requirió gran esfuerzo para estimar el número de roturas car­ diacas en la población de Londres, porque en esa localidad cualquier muerte inexplicada siempre se investiga por autop­ sia. Una mera recolección en todos los hospitales y en las oficinas de los médicos legistas ofrece un cuadro numérico útil, aunque estaría sobrestimado por algunos diagnósticos erróneos antes de la muerte. Sin embargo, la situación sería bastante diferente en otros lugares, donde sólo un pequeño porcentaje de muertes repentinas son motivo sistemático de examen de necropsia; ¿cuál sería en este caso la validez de las estadísticas locales? Esto es una verdad innegable, ya que la información estadística proveniente del trabajo de los médi­ cos es poco útil, porque varía según la calidad y cantidad de la atención médica disponible en una u otra región geográfi­ ca y accesible en grado variable para diversos estratos sociales e incluso dentro de un mismo estrato para diferentes grupos laborales. Los ejemplos al respecto podrían ser múltiples, lo cual se debe, por supuesto, a que en la medicina actual el médico en general no alcanza a vislumbrar la importancia que tiene su trabajo para alimentar los propios estudios epidemiológi- Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad eos y los institucionales, los cuales permiten, cuando se lle­ van a cabo, ayudar en su propio trabajo y, con ello, mejorar la calidad de la atención de sus pacientes. Parece imposible no estar de acuerdo con Morris, quien afirma: “deben hacer­ se esfuerzos para entusiasmar al clínico que, con su mente ‘naturalista, abierta incondicionalmente a la búsqueda de nuevas verdades, extienda su interés a la población de la cual proceden sus pacientes”. En cada interrogante específica es sabio preguntar qué representa el paciente dentro de la comunidad y qué tanto sesgo por parte del médico pudiera limitar las injerencias extraídas del caso, si el médico no tiene un conocimiento aproximado de la existencia de ese tipo de proceso selectivo dentro de la comunidad. Un asunto importante y que el médico no debe perder de vista es el hecho de que los enfermos siempre constituyen un mayor número que los que consultan; por ejemplo, muchos individuos con enfermedades manifiestas e incluso avanzadas, con síntomas suficientes, no se quejan: no son pacientes. Son personas que han aprendido a aguantar sus problemas (cefa­ lalgia, reumatismo o trastornos de vías urinarias); puede que tengan miedo, pero en la mayor parte de los casos se sabe muy poco de las causas por las que estas personas no aceptan el papel de pacientes. ¿Por qué algunos enfermos, incluso los más graves, no reciben atención médica de inmediato y no son atendidos con oportunidad? Es un problema complejo, por ejemplo, en lo que se refiere al control del cáncer, en la repetida tragedia del glaucoma o en las cataratas tardías, como problema diario en personas de edad avanzada. « La epidemiología clínica y los conceptos de medicina y sociedad En México, y en general en América Latina, se han obtenido buenos resultados en el control de las enfermedades infec­ ciosas, pero por otra parte, se observan problemas de salud propios de sociedades más desarrolladas; son ejemplo de ello el gran grupo de trastornos que dependen del comporta­ miento humano, como tabaquismo o alcoholismo y las enfermedades infecciosas emergentes. Los estilos de vida presionan a la medicina actual para una mayor aplicación del método epidemiológico dentro del campo clínico. Es muy deseable que el médico, aun quien ejerza cual­ quier especialidad medicoquirúrgica, participe contribuyen­ do de manera deliberada al conocimiento y control de las “epidemias modernas”, pues la medicina en su conjunto requiere más información epidemiológica para analizar el problema del paciente en su verdadera perspectiva biopsicocultural. La epidemiología es rica en la aportación de suge­ rencias para la investigación clínica y de laboratorio, y para que nos obliguemos a que cualquier nuevo descubrimiento, antes de ser puesto en práctica, se pruebe adecuadamente en la experiencia de la población, lo cual es muy difícil que se alcance sin la participación de los médicos clínicos, cuya tarea es ocuparse tanto de los procesos de salud y enferme­ dad como de sus causas. No hay duda de que la epidemiología es una ciencia básica de la medicina comunitaria, y que ésta tiene que interpretarse como un enfoque generalista para la práctica de la medicina; por ello es que se puede afirmar que sólo ejerciendo la medicina con este enfoque epidemiológico podrá el médico responder a esta necesidad de la población a la que sirve. La responsabilidad que el médico institucionalizado tie­ ne hacia el éxito de los servicios en los que él trabaja le exige aplicar los criterios epidemiológicos para contribuir a que el servicio se preste de la manera más eficaz, eficiente y racio­ nal. Un mayor uso de la epidemiología es la respuesta direc­ ta a la necesidad de mejorar la calidad de vida y aligerar la carga de la enfermedad. V igilancia epidem iológica Antes de concluir este capítulo, es conveniente dedicar un espacio a la vigilancia epidemiológica, en particular su pro­ pósito en la prevención y control de enfermedades y de los sistemas actuales de vigilancia que todo profesional de la salud debe conocer. El término vigilancia epidemiológica, aplicado por primera vez por el servicio de salud pública estadounidense, abarcaba el conjunto de acciones relacionadas con la obser­ vación del individuo y las medidas a tomar. Hoy en día, la OMS define la vigilancia epidemiológica como el conjunto de actividades que permiten reunir la información indispensable para conocer en todo momento la conducta o evolución natural de la enfermedad, detectar o prever cualquier cambio que pueda ocurrir por alteraciones en los factores condicionantes, con el fin de recomendar oportunamente, sobre bases firmes, las medidas eficientes que lleven a la prevención y control de la enfermedad. Sus funciones principales son: a) b) c) d) Reunir información actualizada de enfermedades y riesgos. Procesar, analizar e interpretar datos de salud. Hacer recomendaciones derivadas de dicho análi­ sis. Participar en la toma de decisiones para el control o prevención de enfermedades y riesgos. Así, los sistemas de vigilancia epidemiológica conside­ ran, entre otros, registros de mortalidad, informes de morbi- Cuadro 2-1 Enfermedades infecciosas de notificación inmediata Poliomielitis Parálisis flácida aguda Sarampión Enfermedad febril exantemática Difteria Tos ferina Síndrome coqueluchoide Cólera Tétanos Tétanos neonatal Tuberculosis meníngea Meningoencefalitis amebiana primaria Fiebre amarilla Peste Fiebre recurrente Tifo epidémico Tifo endémico o murino Fiebre manchada Meningitis meningocócica influenza Encefalitis equina venezolana Sífilis congénita Dengue hemorrágico Paludismo por Plasm odium falciparum Rabia humana Rubéola congénita Eventos adversos asociados de manera temporal con la vacunación y sustancias biológicas Presencia de brotes o epidemias de cualquier enfermedad SIDA Infección por VIH lidad, notificación de brotes, investigaciones de laboratorio, investigaciones de casos individuales y de campo, encuestas epidemiológicas e incluso, en un concepto más amplio, tam­ bién el estudio de datos demográficos, del ambiente y de los servicios de salud. Actualmente existe en México el Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica, que incluye a todas las institu­ ciones del Sistema Nacional de Salud; tiene como objetivo generar información oportuna y confiable para tomar deci­ siones, medir el impacto de los programas de salud y definir áreas y grupos de riesgo. Una virtud de este sistema consiste en que a través de sistemas automatizados, permite concentrar la información epidemiológica de una manera uniforme y oportuna, lo que facilita el análisis. Algunos de los padecimientos que el sistema permite monitorear, además de todas las causas de mortalidad y mor­ bilidad son, entre otros: • • • • • • • • • Enfermedades prevenibles por vacunación. Padecimientos transmitidos por vectores. Zoonosis. Virus de inmunodeficiencia humana (VIH)/síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Infecciones de transmisión sexual. Influenza. Enfermedades diarreicas. Infecciones respiratorias agudas. Enfermedades emergentes. Por lo anterior, es conveniente que el médico, en el ejer­ cicio institucional o privado, notifique de manera oportuna y veraz los casos de enfermedades infecciosas (cuadro 2-1) y certifique de manera correcta las causas de muerte, pues ello permitirá tener mejor conocimiento de la situación general de salud. En resumen, la vigilancia epidemiológica ha permitido, entre otras cosas, enterarse del surgimiento de padecimien­ tos infecciosos, identificar la resistencia de las bacterias a los antimicrobianos y, sobre todo, lograr el control, la elimina­ ción y la erradicación de varias enfermedades infecciosas. Referencias 1. Gordis L. Epidemiology, 2nd ed. Philadelphia: W B Saunders, 2000. 2. López M S, Garrido LF, Hernández A M . Desarrollo his­ tórico de la epidemiología: su formación como disciplina científica. Salud Pública de México, 2000;2:133-154. Lecturas adicionales Dirección General de Epidemiología. Sistema Nacional de V igi­ lancia Epidemiológica. Dirección General de Epidemiología, M éxico 1999. Hernández AM , Garrido LF, López M S. Diseño de estudios epide­ miológicos. Salud Pública de México, 2000;2:144-154. Capítulo 2 Epidemiología y evolución natural de la enfermedad Leavell HR, Clark EG. Preventive M edicine for the Doctor in his Community, 3rd ed. New York: M cG raw-Hill, 1965. Montesinos LO, Hernández SC. Modelos matemáticos para enfer­ medades infecciosas. Salud Pública de México, 2007;3:218- 226 . Moreno AA, López M S, Corcho BA. Principales medidas en epi­ demiología. Salud Pública de M éxico, 2000;4:337-348. Morris JN . Uses of Epidemiology, 3rd ed. Edinburgo: ChurchillLivingstone, 1975. Rosenau W J. Preventive medicine and hygiene, New York, Apple­ ton, EUA, 1913. Secretaría de Salud. Norma Oficial M exicana 017 para la V igilan­ cia Epidemiológica. SSA, DOF, Octubre 1999. Tapia CR. El M anual de Salud Pública. 2a ed. Intersistemas Edito res. 2006;59-97. Capítul Defensa contra la infección M arco A n to n io Yamazaki Nakashim ada Como se había previsto, desde la publicación de la previa edición de esta obra, el campo relacionado con los aspectos básicos de la inmunología continúa avanzando. En ese sen­ tido se actualizó el capítulo, con la noción de que esta área de la medicina avanza día a día. El estado de enfermedad es el resultado de la interacción entre la patogenicidad de un organismo y los mecanismos de defensa del huésped. En relación con este último, alteraciones genéticas en el hués­ ped como las observadas en el grupo de las enfermedades conocidas como inmunodeficiencias primarias, han permiti­ do delinear la función de las diferentes células inmunitarias y su función en la protección en contra de las enfermedades infecciosas.1 La inmunidad se divide de manera fundamental en dos partes: inmunidad innata e inmunidad específica, que se distinguen entre sí por la velocidad y especificidad de la reac­ ción.2 Dentro de la inmunidad innata se incluyen tradicio­ nalmente las barreras físicas y químicas, el complemento, citocinas, proteínas de fase aguda y ciertas células de acción inmediata, como neutrófilos, macrófagos y células asesinas natas o “asesinas naturales” (n a tu ra lkiller, NK).3,4 La inmunidad innata constituye una primera línea de defensa que se caracteriza por ser rápida, poco específica, carente de memoria y altamente conservada en la Naturale­ za. Por otro lado, la inmunidad adquirida es una caracterís­ tica de los animales evolutivamente superiores, que tarda días a semanas en desarrollarse, tiene memoria, posee gran diversidad, cuyos componentes fundamentales son los linfocitos T y B, así como los anticuerpos.2 La memoria se refie­ re a que, ante una exposición ulterior, se produce una respuesta pronta y vigorosa.2 Respuesta inm unitaria innata Para comenzar esta exposición, considere los mecanismos de barrera, constituidos sobre todo por la piel y las mucosas. M ecanismos de barrera Piel. Constituye el mayor órgano del cuerpo y la princi­ pal barrera física entre el organismo y el ambiente externo. Esta capa protectora posee un pH ácido que tiende a inhibir la proliferación de muchas bacterias productoras de enfer­ medad. La flora residente en la piel produce ácidos orgánicos que son germicidas. Una situación típica en que cobra gran importancia este mecanismo de defensa se refiere a los pacientes quemados, quienes enfrentan un riesgo importan­ te de sufrir infección generalizada (septicemia). Otro ejem­ plo clínico muy claro lo constituyen los pacientes con epidermodisplasia verruciforme, quienes presentan infec­ ción diseminada por papilomavirus con un gran riesgo de desarrollar neoplasias cutáneas y en quienes se ha documen­ tado una alteración genética que condiciona disfunción de los queratinocitos.5 Mucosas. El aparato respiratorio ofrece un buen ejem­ plo de este tipo de barrera. El aire que penetra en estas vías se ve sometido a turbulencia, lo cual permite que la mayor parte de las partículas queden atrapadas por la secreción de moco que cubre a las mucosas en este sitio. Las partículas así atrapadas son conducidas por el flujo de moco hacia la base de la lengua, donde se degluten. Este flujo mucoso es fun­ ción del epitelio ciliar que tapiza las vías respiratorias (cada Capítulo 3 célula tiene alrededor de 200 cilios). Una entidad que refleja la importancia de este mecanismo es el síndrome de cilio inmóvil, también conocido como discinesia ciliar primaria, enfermedad heredada de forma autosómica recesiva con defecto en la movilidad ciliar que condiciona rinosinusitis crónica, otitis de repetición y bronquiectasias.6 Las secrecio­ nes contienen sustancias con actividad bactericida, como la lisozima. Entre otros mecanismos de barrera destacan la expul­ sión mecánica de la orina con un mecanismo de barrido, hipertonicidad medular renal que tiene efecto bactericida, reflejos tusígeno y de estornudo como mecanismos de expul­ sión, las lágrimas y la saliva, que también actúan en forma mecánica y, por último, el pH ácido a nivel gástrico.4,5 m Mecanismos químicos La lisozima es una proteína microbicida omnipresente pro­ ducida por neutróíilos, monocitos y macrófagos además de las células epiteliales. Se encuentra en abundancia en las lágri­ mas, saliva, leche y secreciones de las vías respiratorias. Es una enzima que se encuentra dirigida contra componentes de la pared celular (peptidoglucanos) y tiene gran actividad contra las bacterias grampositivas, pero escasa contra las gramnegativas.7 La lactoferrina es otra proteína bactericida, abundante en los neutrófilos y secreciones epiteliales (de 2 a 4% de las proteínas de las secreciones nasales), inhibe el crecimiento microbiano al secuestrar hierro, esencial para la respiración de los microbios. Existen, además, péptidos con actividad antimicrobiana, como las defensinas y las catelicidinas.7 Entre las células que participan en la respuesta inmunitaria innata ocupan un lugar destacado los neutrófilos, los macrófagos y las células asesinas naturales (NK).5,6 Una característica primordial de la respuesta innata es el recluta­ miento y activación de los neutróíilos hacia el sitio de infec­ ción. Los neutrófilos reclutados fagocitan microorganismos. Este reclutamiento se lleva a cabo por una serie de moléculas que atraen a los leucocitos al sitio de inflamación (inducción de movimiento direccional de leucocitos), denominadas quimiocinas.8 Pero, ¿cómo migran los neutrófilos a los sitios de inflamación si en la circulación viajan a gran velocidad? Esta interrogante se ha respondido en parte gracias al descu­ brimiento de las moléculas de adhesión, las cuales se expre­ san en las células endoteliales y en los leucocitos después de un estímulo por citocinas proinflamatorias (véase más ade­ lante), quimiocinas, complemento o metabolitos microbia­ nos, lo cual posibilita que la célula se “ancle” al endotelio vascular, ruede y sea capaz de migrar al sitio de inflamación. Las principales moléculas de adhesión pertenecen a las fami­ lias de las selectinas, de las integrinas, y a la superfamilia de las inmunoglobulinas. Defensa contra la infección El medio por el que las células se comunican entre sí consiste en moléculas de bajo peso molecular, denominadas citocinas, las cuales envían señales intracelulares al unirse a sus receptores específicos. Dichas citocinas poseen una gran variedad de funciones, algunas de las cuales se comentarán a lo largo del capítulo. Aquí cabe mencionar a los interferones, una clase importante de citocinas, con actividad antiviral. Estos se dividen en interferones de tipo 1 (a y fi), tipo 2 (IFN-y) y tipo 3.9 Los interferones de tipo 1 son producidos por los fibroblastos y monocitos por reacción a la infección, y al unirse a su receptor protegen a las células no infectadas al inducir la producción de moléculas intracelulares que interfieren o inhiben la producción de RNA y DNA viral.4,9 Los interferones de tipo 1 inducen la síntesis de una sintetasa de oligoadenilato, la cual activa una endorribonucleasa que degrada el RNA viral. Además, aumentan la expresión de moléculas del complejo principal de histocompatibilidad (MHC, m ajor histocom patibility complex) de clase I, lo que ocasiona un mayor reconocimiento de las células infectadas por linfocitos-T CD8+ (véase más adelante). El interferón gamma (IFN-y) activa a los macrófagos y neutróíilos y a las células NK, y también aumenta la expresión de moléculas de M HC de clase II por parte de las células presentadoras de antígeno.5 En relación con los interferones tipo III poco se sabe en la actualidad, se cree que sean reguladores de la respuesta antiviral y una forma ancestral de los interferones tipo l . 9 Ahora bien, ¿cómo logra el sistema inmunitario innato discriminar a los patógenos? Los fagocitos poseen receptores denominados receptores de reconocimiento de patrones (PRR, por sus siglas en inglés), con actividad de tipo lectina.10 Estos a su vez reconocen estructuras denominadas patrones moleculares asociadas a microorganismos patóge­ nos (PAMP, por sus siglas en inglés).10 El advenimiento de esta familia de receptores ha dado un nuevo interés a la res­ puesta inmunitaria innata. De estos receptores, los más investigados son los pertenecientes a la familia de los recep­ tores Toll-like (TLR), actualmente se conocen por lo menos 12 diferentes proteínas de membrana.10 Esta familia de receptores deriva su nombre de un receptor denominado Toll, identificado originalmente en la mosca D rosophila que estimula la producción de proteínas antimicrobianas.11 Estos receptores Toll-like, presentes en mamíferos, han demostra­ do reconocer componentes microbianos ausentes en mamí­ feros y conservados en patógenos (cuadro 3-1). Existen también receptores intracelulares que unen regiones de repe­ ticiones ricas en leucina, asociadas a componentes de señali­ zación, conocidos como dominios de oligomerización de unión de nucleótidos (NOD). Estos NOD2 reconocen pep­ tidoglucanos derivados de bacterias grampositivas y gramnegativas. Por último, la unión de TLR o receptores NOD Parte I Cuadro 3-1 Generalidades Ejemplo de patógenos y sus ligandos Patógeno Receptor Toll-like Ligando M ycobacterium tuberculosis TLR2 TLR4 TLR9 Lipoarabinomanano Manósidos Fosfatidilinositol DNA Virus sincitial respiratorio TLR3 TLR4 RNA doble cadena Proteína de envoltura F Candida albicans TLR2 TLR4 TLR9 Fosfolipomanano Manano DNA convergen en la transcripción mediada por NFk-B y la pro­ ducción de citocinas proinflamatorias (IL-1, TNF-y, IL-8, etc.). Es interesante mencionar que de manera reciente se han reportado pacientes con encefalitis por virus del herpes simple tipo 1 aislada con deficiencia en el TLR3, conducien­ do a una respuesta defectuosa por interferon a , (3 y y .12 Células NK. Existe un grupo de células denominadas asesinas naturales (o asesinas natas) las cuales constituyen 5% de los leucocitos y una línea linfoide por sí misma, dis­ tinta de los linfocitos T y B que se comentarán más adelante. Su función principal es la destrucción de células tumorales y de células infectadas por virus.5 Las células NK comparten marcadores con los linfocitos T; sin embargo, una caracterís­ tica es que no expresan receptores de antígeno de linfocito T en su superficie (TCR). Las células NK reconocen células anormales por dos vías; la primera, los receptores de inmunoglobulinas (FcR) —con la consecuente citotoxicidad mediada por anticuerpo— y la segunda, receptores de moléculas del M HC de clase I en su superficie (KIR o recep­ tores inhibidores); por ejemplo, la molécula p58, que se une al HLA-B.10 Si no hay interacción de estos últimos recepto­ res con una célula dada, la célula NK está programada para destruir a la célula blanco; es decir, si no poseen moléculas de M HC de clase I, se les destruye. Este hecho puede ser importante desde el punto de vista fisiológico, ya que varios patógenos, entre ellos el virus del herpes, poseen mecanis­ mos que previenen la expresión normal de las moléculas de M HC de clase 1 de las células infectadas, lo que impide su lisis por los linfocitos T, pero no por las células NK. Las células NK llevan a cabo su función a través de la exocitosis de gránulos lisosómicos, que contienen proteínas formadoras de poros (perforina), y granzimas, que son serinproteasas que entran a través de los poros formados por la perforina y median la apoptosis de la célula, fenómeno que se denomina “golpe letal”. Entre los marcadores de las células NK des­ tacan CD 16 y CD56. La IL-15 es crucial para el desarrollo de las células NK y, a su vez, las células NK son productoras de IFN-y, TN F-a y factores estimulantes de colonias GMCSF.10 La función de las células NK se pone de manifiesto en pacientes con deficiencia selectiva de estas células, quienes presentan infecciones frecuentes y recurrentes por citomegalovirus, virus varicela zoster y virus herpes.13 También el hecho de que el feto en desarrollo presenta inmadurez en el número y función de las células NK podría ser clínicamente relevante en el síndrome TORCH. Complemento. El sistema de complemento comprende un grupo de más de 30 proteínas séricas y de superficie celu­ lar que interactúan para suministrar funciones efectoras de la inmunidad. El sistema debe su nombre a que “complementa” la función lítica de los anticuerpos.14 La activación de este sistema constituye una cascada; es decir, hay etapas de ampli­ ficación del sistema que permiten que una sola molécula con­ duzca a varios miles de moléculas generadas. Existen tres vías descritas, la clásica, la alterna y la de descubrimiento más reciente: la vía de las lectinas. La vía alterna (filogenéticamente más antigua) se activa mediante polisacáridos de hongos y bacterias gramnegativas; la vía clásica se activa por complejos inmunitarios, y la vía de las lectinas mediante proteínas que unen mañosa y otros carbohidratos en microbios, incluyendo virus y hongos.14 La nomenclatura de las proteínas del com­ plemento es un obstáculo para entender al sistema. No obs­ tante, algunos fundamentos facilitan su comprensión. En primer lugar, todos los componentes de la vía clásica se designan con la letra C, seguida de un número; los pro­ ductos del rompimiento se designan con letras, el grande es b y el pequeño, a. En algún momento las tres vías convergen en la activación de C3 y ai final en una vía común con la formación de un poro transmembranal (complejo de ataque de membrana [MAC, m em brane-attacking complex]) con el ensamble o montaje de C5b-9 que produce muerte por lisis osmótica, o por entrada de altas concentraciones de calcio de la célula blanco. Ahora bien, ¿por qué las propias células del huésped no son destruidas por el complemento? La respues­ ta radica en que poseen proteínas reguladoras que inhiben la convertasa de C3, como el factor acelerador de desintegra­ ción (DAF, decay-acceleratin g fa cto r) y el receptor del com­ plemento de tipo 1, CR1, mismas que se encuentran ausentes en los microorganismos.14,15 Antes de la formación del MAC se producen diversas proteínas, como C3b, que tiene acción de opsonina; es decir, hace que un microorga­ nismo sea más “apetitoso” para su fagocitosis. C3a y C5a se denominan anafilotoxinas, que aumentan la permeabilidad vascular, y C5a tiene además actividad quimiotáctica, favo­ reciendo la inflamación. Por último, además de estas funcio­ nes biológicas, el complemento favorece las respuestas inmunitarias humorales, y ayuda a la solubilización y elimi­ nación fagocítica de inmunocomplejos.14 Capítulo 3 Fagocitosis. El proceso de fagocitosis lo efectúan dos tipos de células, los monocitos-macrófagos y los neutrófilos. Este proceso comienza con el reconocimiento por parte de las células fagocíticas. Más tarde hay un reordenamiento de los componentes proteínicos celulares, con polimerización de los filamentos de actina en microfilamentos que se con­ traen y determinan la aparición de seudópodos, que van rodeando a las partículas hasta que las capas proteínicas externas de la membrana celular se fusionan y la partícula queda englobada en el interior de la célula, en lo que se deno­ mina fagosoma. Una vez que el fagosoma se encuentra sus­ pendido en el citoplasma de la célula, se adhiere a la membrana en lisosomas, los cuales descargan su contenido de enzimas (hidrolasas y agentes bactericidas) para formar el organelo denominado fagolisosoma. Si estos mecanismos funcionan en forma adecuada, el paso siguiente es la degra­ dación, en la cual intervienen enzimas como proteasas, fosfatasas y otras. El proceso de fagocitosis conlleva un gran consumo de energía, lo que incluye la “explosión respirato­ ria”, que genera intermediarios reactivos de oxígeno (radical hidroxilo, superóxido y peróxido de hidrógeno) e interme­ diarios reactivos de nitrógeno.16 Los intermediarios reactivos de oxígeno son generados por el complejo NADPH oxidasa, el cual es comprendido por varias subunidades en la mem­ brana plasmática (citocromo b558, subunidad p22 phox y gp91 phox) y proteínas del citoplasma (p40 phox, p47 phox y p67 phox).17 Algunos de estos componentes se ven altera­ dos en el caso de una entidad conocida como enfermedad granulomatosa crónica, en la que hay una susceptibilidad incrementada para presentar infecciones por gérmenes catalasa positivos.17 De esta manera, en el caso del macrófago, los fragmentos pequeños se eliminan en el citoplasma del fago­ cito, luego se procesan y se presentan a los linfocitos. El pro­ ceso de fagocitosis se ve amplificado por el complemento, así como por IgG o IgM. Al mismo tiempo, al activarse los macrófagos, éstos producen diversas citocinas, como la IL-12 (potente inductora de la producción de otras citocinas, como el IFN-y) por parte de los linfocitos T, además de diversas citocinas proinflamatorias; IL-1, IL-6 yT N F -a, productoras de fiebre, desgaste metabólico (caquexia) y aumento de la síntesis hepática de proteínas de fase aguda. La IL-6, además, es un factor de crecimiento de los linfocitos B, y ejemplifica de nuevo la interrelación entre la inmunidad innata y la espe­ cífica. Las proteínas o reactantes de fase aguda son un grupo de proteínas que se elevan cuando existe inflamación.18 Son dos las que revisten particular interés, ya que mimetizan cier­ tas acciones de los anticuerpos. Una de éstas es la proteína C reactiva o, más propiamente, reactiva a C, denominada así porque reaccionaba con el polisacárido C del neumococo. Esta proteína se une a la porción de fosforilcolina de compo­ nentes de la pared celular de bacterias y hongos. La proteína Defensa contra la infección C reactiva actúa como opsonina y puede activar la cascada del complemento. La segunda proteína interesante es la leetina de unión de mañosa (MBL) que, como su nombre indi­ ca, une residuos de mañosa en bacterias, actúa como opsonina y como activadora del complemento; de hecho, guarda gran similitud estructural con el componente C lq del complemento, una vía a la que se da el nombre de vía de las lectinas. Una función importante de los fagocitos es la eliminación de células muertas, que implica el reconocimien­ to de las células apoptóticas (muerte celular programada por digestión del DNA por endonucleasas) a través de la expre­ sión, en su superficie, de moléculas como la fosfatidilserina. * Respuesta inmunitaria específica Con fines didácticos, la respuesta inmunitaria específica (lla­ mada también adaptativa) puede dividirse en respuesta inmunitaria celular y respuesta inmunitaria humoral, aunque existe una estrecha relación entre ambas. Las molé­ culas que son reconocidas por los linfocitos se denominan antígenos, y la pequeña porción del antígeno que reconocen se denomina epítopo. ü Respuesta inmunitaria humoral Los linfocitos B producen las inmunoglobulinas o anticuer­ pos (términos que pueden usarse de manera indistinta). Los anticuerpos tienen la acción de amplificar la respuesta inmu­ nitaria innata. Aunque los anticuerpos son el producto secre­ tado de los linfocitos B, también actúan como receptores de estas células para internalizar el antígeno. Existen cinco clases distintas de inmunoglobulinas que constituyen los anticuer­ pos: IgM, IgG, IgA, IgD e IgE. Todas las inmunoglobulinas tienen una estructura semejante, caracterizada por una uni­ dad mínima; si tienen sólo esta unidad se denominan monoméricas, y si tienen varias, poliméricas. La unidad mínima está constituida por cuatro cadenas polipeptídicas: dos largas a las que se les llama pesadas, y dos cortas, denominadas lige­ ras; estas últimas están unidas entre sí por enlaces disulfuro. Existen cinco cadenas pesadas distintas que caracterizan a cada una de las inmunoglobulinas; estas cadenas se designan con la letra griega correspondiente a la clase de inmunoglobulina: mu ((i), gamma (y), alfa (a), épsilon (e) y delta (8). Las cadenas ligeras se denominan kappa (k) y lambda (X) y pueden unirse de modo indistinto con cualquiera de las cade­ nas pesadas. La unidad mínima de la Ig se divide en varias regiones: en un extremo están las cuatro partes aminoterminales de las cadenas polipeptídicas que tienen la capacidad de unirse al antígeno (Fab). El extremo carboxiterminal se denomina fragmento Fe. Parte I Generalidades La IgM es polimérica, de alto peso molecular, y puede activar el complemento. La IgG es monomérica, y de ella existen cuatro subclases: IgG l, IgG2, IgG3 e IgG4. Las tres primeras se pueden fijar al complemento. Los fagocitos poseen receptores Fe para esta inmunoglobulina, por lo que favorece la fagocitosis; es decir, tiene efecto opsonizante. La IgG posee mayor afinidad por el antígeno que la IgM, ya que la producen los linfocitos B de memoria. Los anticuer­ pos clase IgG participan en la reacción inmunitaria secunda­ ria; en otras palabras, cuando ya hubo más de un contacto previo con el antígeno, los mismos linfocitos B que produ­ cen IgM cambian y producen IgG. Esta última (y no la IgM ni la IgA) es transportada de manera activa a través de la placenta al feto en la fase tardía de la gestación, mediante un receptor de la placenta conocido como FcRn, que desde el punto de vista estructural es similar a las moléculas del M HC de clase I. Estos anticuerpos maternos protegen a los neona­ tos de infecciones contra bacterias extracelulares. La IgG tiene otra virtud: es particularmente eficiente en la neutrali­ zación de toxinas, ya que tiene mayor afinidad que la IgM, mayor vida media y se encuentra presente en los espacios extravasculares, incluso antes de la infección. La IgA que se encuentra en la circulación es distinta de la de las secreciones. La primera es monomérica y la segunda dimérica, resultado de la unión de dos unidades mínimas a las que se une una proteína llamada componente secretor. Esta última es resistente a las condiciones de las secreciones (pH, enzimas y temperatura), por lo que se denomina IgA secretora. La IgA, al igual que la IgG, es un anticuerpo de respuesta secundaria. No favorece la opsonización. La IgE es un anticuerpo monomérico que se produce en el tejido linfático adyacente a los epitelios. Los basófilos cir­ culantes y las células cebadas hísticas poseen receptores para el fragmento Fe de la IgE y cuando dos moléculas cercanas están unidas al antígeno se produce granulación de estas células. La IgD es monomérica y actúa como receptor celular, pero existe en poca cantidad a nivel de la circulación. Sus funciones son todavía enigmáticas. Respuesta inm unitaria celular A fin de que se inicie la respuesta inmunitaria celular prime­ ro debe existir un procesamiento del antígeno y luego su presentación a los linfocitos T. Hay células denominadas presentadoras de antígeno profesionales, representadas por el macrófago, el linfocito B y la célula dendrítica. Estas célu­ las captan el antígeno y lo procesan para iniciar la presenta­ ción y activación de los linfocitos T. Tal presentación se debe hacer por medio de las moléculas del M HC de clase II en forma de péptidos, para reconocimiento por parte del recep­ tor del linfocito T, conocido como T-cell receptor (TCR), además de una glucoproteína de superficie denominada CD4. Es decir, el reconocimiento de moléculas de M HC de clase II se encuentra restringido a los linfocitos T CD4+, llamados también colaboradores o cooperadores. Existen tres tipos principales de moléculas de M HC de clase II; HLA-DP, D Q y DR (HLA-antígeno leucocitario humano), codificados en los cromosomas 6, 17 y 18. Los linfocitos T CD4+, o colaboradores, sintetizan citocinas para estimular el crecimiento y diferenciación del linfocito B además de otra serie de citocinas capaces de activar al macrófago. Las funciones efectoras del linfocito T CD4+ caen en diferentes patrones básicos de expresión de citocinas: T hl, Th2 y recientemente descritos T h l7 (figura 3-1).19 Las citocinas producidas por los linfocitos T CD4+ Thl son el IFN -y y la IL-2, mientras que las producidas por los linfocitos Th2 son la IL-4, IL-5, IL-6, IL-10 e IL-13, principalmente. La IL-4 estimula la producción de IgE e inhibe la de IF N -y y la IL-5 estimula el desarrollo y activación del eosinófilo. Los linfocitos T CD4+ T h l7 expresan preferentemente IL-17 y su proliferación se ve inducida por la IL-23. La IL-17 es proinflamatoria y juega un papel fundamental en la defensa al reclutar neutrófilos y macrófagos a los tejidos infectados, es importante en la defensa contra bacterias extracelulares y hongos. La importancia de estas células se evidencia en el síndrome de hiper-IgE, en el que se ha documentado una disminución o ausencia de los linfocitos T h l7, desempeñan­ do una función en la susceptibilidad de estos pacientes para presentar infecciones por S. aureus o C andida.19,20 Por otro lado, existen otros linfocitos T, denominados linfocitos T citotóxicos o CD8+, los cuales están restringidos a reconocer péptidos unidos al M HC de clase I; estas moléculas se encuentran presentes en todas las células nucleadas. Los tres principales tipos de moléculas de M HC de clase I son HLA-A, B y C, y también son codificadas en el cromosoma. Estos linfocitos T citotóxicos al final lisan a las células que presentan antígenos extraños, como son las células infecta­ das por virus y otros microorganismos intracelulares, de manera similar a lo que se señaló en el caso de las células NK. Ahora bien, es importante puntualizar que en la pre­ sentación de antígeno deben existir otras moléculas, conoci­ das como coestimuladoras, que llevan a cabo una adecuada activación celular. De hecho, si están ausentes, se genera tolerancia. Ejemplos de éstas son la molécula CD28 en el linfocito T y B7.1 (CD80) y B7.2 (CD86) en la célula pre­ sentadora de antígeno. En fecha reciente se han descrito moléculas presentadoras de antígeno distintas del MHC, como es el caso de las moléculas CD 1, ubicadas en las célu­ las presentadoras de antígeno y pueden presentar lípidos de las micobacterias a los linfocitos T.21 Capítulo 3 Figura 3-1 Defensa contra la infección Diferentes linajes Th. «¡ Inmunidad contra bacterias extracelulares En general, las bacterias que causan infecciones extracelula­ res sobreviven en el huésped evitando la fagocitosis. Lo con­ siguen al presentar una superficie que minimiza los efectos de opsonina y lisis por parte de los anticuerpos y el comple­ mento. Las bacterias grampositivas presentan una pared celular más gruesa que las gramnegativas, por lo que retienen mejor la tinción de Gram; dicha pared protege a la bacteria de cambios extremos en el ambiente. Muchas bacterias poseen polisacáridos vinculados a su pared celular, como el ácido lipoteicoico. Dicha pared también contiene varias pro­ teínas que participan en la adherencia, actividad enzimática e interferencia con el depósito de complemento. Por ejem­ plo, Streptococcus pn eu m on ia e posee una proteasa de IgAl y otra de C3, además de una proteína Psp-A, que interfiere con la fijación de complemento.22 Por otro lado, las bacte­ rias gramnegativas tienen una pared celular más delgada que las grampositivas, pero presentan una membrana externa. Esta última es una bicapa asimétrica cuyo componente interno está compuesto de fosfolípido y el externo contiene el lípido A del lipopolisacárido (LPS), además de poseer invasinas, adhesinas y toxinas.23 Otro ejemplo interesante de mencionar es Staphylococcus aureus, que cuenta con múlti­ ples mecanismos que interfieren con la respuesta inflamato­ ria del huésped, como son la producción de catalasa — que inactiva el peróxido de hidrógeno— , la estafiloquinasa —que rompe factores del complemento o la proteína inhibi­ dora del complemento (CHIPS) la cual se une a C5aR y bloquea la quimiotaxis— .24 En la mayor parte de las bacte­ rias gramnegativas, la capa más externa de lipopolisacárido se conecta con un grupo de carbohidratos repetitivos deno­ minados antígeno O. Este antígeno forma un escudo que impide el depósito de complemento. La capa externa puede enmascarar físicamente otros componentes bacterianos, reduciendo el número de epítopos expuestos que podrían ser reconocidos por los anticuerpos o el complemento. Además, los polisacáridos pueden ser genéticamente diversos en una sola especie bacteriana. Una respuesta sistémica consiste en la disminución del hierro, que se logra mediante aumento de la transferrina y almacenamiento de ese metal en los tejidos. Además, la lactoferrina, ya mencionada, la cual es secretada por el neutrófilo, también secuestra hierro, necesario para la vida de las bacterias extracelulares. La importancia de los anticuerpos para el control de estas bacterias se observa en los pacientes con enfermedad de Bruton, o agammaglobulinemia ligada a X en la cual no hay síntesis de anticuerpos por falta en la maduración de linfocitos B.25 Estos pacientes sufren infecciones por bacte­ rias extracelulares que favorecen bronconeumonías de repe­ tición y bronquiectasias si no se administra tratamiento (inmunoglobulina endovenosa). Así, es un hecho que la inmunidad humoral es la principal reacción protectora con­ tra bacterias extracelulares; la IgG opsoniza bacterias y favo­ rece la fagocitosis, la IgA neutraliza las toxinas bacterianas en las secreciones, y las IgG e IgM activan el complemento. Los polisacáridos son menos inmunógenos que los antígenos proteínicos, y los niños no producen suficientes anti­ cuerpos contra polisacáridos hasta los dos años, lo que los hace más susceptibles a este grupo de bacterias. Los anticuer­ pos contra un polisacárido dado con frecuencia provocan --==-rty- parte | Generalidades reacción cruzada con un polisacárido estructuralmente simi­ lar (H. influenzae y Escherichia co li). Los anticuerpos fijado­ res de complemento pueden proteger al huésped mediante bacteriólisis y opsonización. De hecho, en la deficiencia de algún componente del complejo de ataque de membrana (C5b-9 o MAC) o de properdina del complemento, se observa mayor predisposición a sufrir infección por Neisseria m eningitidis,26 m Inmunidad contra bacterias intracelulares Las bacterias intracelulares se encuentran protegidas de ¡a inmunidad humoral por su propia localización. En general, por sí solas, las bacterias intracelulares son poco tóxicas para las células del huésped, y la enfermedad es el resultado de la respuesta inmunitaria, principalmente mediada por los linfo­ citos T. A esta situación se añade que las bacterias intracelula­ res existen en un equilibrio con el sistema inmunitario, lo que da lugar a enfermedad crónica. Para las bacterias intrace­ lulares la entrada a la célula del huésped puede representar su eliminación, pero con mayor frecuencia su supervivencia. De la captación de estas bacterias se encargan los fagocitos profe­ sionales; es decir, los neutrófilos y los macrófagos. Como se comentó, el macrófago produce IL-12, que a su vez activa a la célula NK para producir IF N -y . Esta última citocina activa a su vez al macrófago para destruir a las bacterias fagocitadas. Defectos en esta vía se han observado en un grupo de defec­ tos inmunitarios denominados defectos en el eje IL-12/ IL-23-IFN-y o susceptibilidad mendeliana para enfermedad micobacteriana, el cuadro clínico está caracterizado por infec­ ciones graves y recurrentes por Salmonella y micobacterias, incluyendo el bacilo de Calmette-Guérin.27 La inmunidad protectora comprende a los linfocitos T CD4+, CD8+ y a un grupo de linfocitos especiales denominados y 8. Los linfocitos y 8 siguen siendo un enigma en la inmunología, pero se sabe que se encuentran en el epitelio mucoso, y son particular­ mente reactivos a componentes micobacterianos cuya natu­ raleza es no proteinácea y su componente esencial es el fosfato.28 Hoy en día se considera a los linfocitos y 8 como puente de unión entre el sistema inmunitario innato y el específico con función principal de regulación. La activación crónica del macrófago y del linfocito conduce a la formación del granuloma en un intento de controlar a las bacterias intracelulares. Los granulomas contienen linfocitos T CD4 en el centro y CD 8 en la periferia, lo cual sugiere que los primeros son esenciales para la activación y acumulación de los linfocitos y macrófagos. Además, se encuentra un grupo de células derivadas de los macrófagos, llamadas células epitelioides y células gigantes multinucleadas (células de Langerhans). En los granulomas es característica la fibrosis, con proliferación de fibroblastos. Se considera que los granulo­ mas son producto de una activación tipo Thl de los linfoci­ tos T CD4+. Los granulomas pueden favorecer daño, como ocurre en ¡a lepra tuberculoide, en la que se lesionan los ner­ vios periféricos sensoriales.24 Las bacterias intracelulares también tienen mecanismos de evasión, por ejemplo, producción de destoxicantes de radicales libres de oxígeno, como la dismutasa de superóxido y la catalasa, inhibición de la fusión fagolisosómica por M. tuberculosis, Salm onella typhi y Chlamydia trachom atis o la producción de moléculas alcalinas que neutralizan el pH del fagolisosoma, como es el caso del NH4+ producido por M. tuberculosis,25 * Inmunidad contra virus La respuesta inmunitaria en contra de los virus puede divi­ dirse en innata y específica, con acción en distintos tiempos. Un día después de la infección viral hay inducción de interferones tipo 1 y aumento en los niveles de actividad de las células NK como primera línea de defensa. Muchos virus son potentes inductores de IFN -a e IFN -ji Otras citocinas tienen función antiviral derivadas de las células NK, como el IFN-y y el TN F-a. Los macrófagos pueden tener alguna función en la defensa antiviral pero, por otro lado, pueden contribuir al esparcimiento de los virus al servir como hués­ pedes iniciales en la infección. Los anticuerpos y los linfocitos T, componentes de la inmunidad específica, son los principales sistemas efectores para resolver las infecciones virales. Los anticuerpos recono­ cen los virus libres y pueden neutralizar a las partículas vira­ les, cobrando importancia en las infecciones por virus citopáticos que se liberan al destruirse las células infectadas. Además, pueden destruirse las células infectadas a través de citotoxicidad mediada por complemento o por anticuerpos. Una vacunación satisfactoria guarda relación con la capaci­ dad de los virus (atenuados o muertos) de inducir la respues­ ta de anticuerpos específicos; por otro lado, los linfocitos T son importantes en la vigilancia de células infectadas. Los linfocitos T CD8+ destruyen a las células infectadas, además de producir citocinas antivirales, como IFN-y. Los linfocitos T CD4+ producen también citocinas antivirales y aportan ayuda para el reclutamiento de macrófagos y la producción de anticuerpos. Las estrategias de evasión inmunitaria resultan esencia­ les para la persistencia del virus. A continuación se enume­ ran algunos ejemplos: 1. Expresión restringida de genes virales, con lo cual las células infectadas no son detectadas por el siste­ ma inmunitario. Un ejemplo son los herpesvirus en la infección latente a nivel neuronal.29 Capítulo 3 2. 3. Escape viral del reconocimiento por anticuerpos mediante cambios antigénicos. Un ejemplo clásico es el virus de la influenza, que altera sus dos glucoproteínas de superficie, hemaglutinina y neuraminidasa, aunque no produce una infección persistente. Infección de sitios inmunológicamente privilegia­ dos. El sitio de persistencia por excelencia es el sis­ tema nervioso central. Dos factores favorecen este fenómeno: la presencia de la barrera hematoencefálica y el hecho de que las neuronas son células muy especializadas que casi no expresan moléculas de M HC clase I o II, por lo que no son reconocidas eficazmente por los linfocitos T. « Inmunidad contra parásitos La validez del paradigma Thl/Th2, ya comentado antes, fue evaluada durante estudios con Leishmania major. La respues­ ta Thl cumple una función protectora en relación con la resistencia contra Leishmania major. En el ser humano, Leis­ hmania vive de manera intracelular en la forma de amastigotes, en los compartimientos fagolisosómicos de los macrófagos. La resolución se debe a la activación de los macrófagos por el IFN-y, producido primero por las células NK, pero después por los linfocitos T hl. Las moléculas efectoras finales res­ ponsables del control de Leishmania son los intermediarias reactivas del nitrógeno, generadas por la enzima sintetasa del óxido nítrico, inducible en los macrófagos activados por el IFN-y. Sin embargo, cuanto más se conoce acerca de la rela­ ción de los parásitos con el sistema inmunitario, resulta claro que hay un delicado equilibrio entre la respuesta inm unita­ ria protectora y la dañina; tal es el caso de ciertas parasitosis, como la helmintiasis por Schistosoma mansoni, en la cual el daño hepático se encuentra mediado por una respuesta de tipo Thl, ya que la formación de granulomas contiene a los huevecillos del esquistosoma, pero la fibrosis generada favo­ rece la interrupción del flujo sanguíneo venoso en el hígado con hipertensión porta y cirrosis. Por otro lado, se sabe que la infestación helmíntica es una potente inductora de res­ puesta Th2. Por lo general, los pacientes parasitados mues­ tran eosinofilia y concentraciones altas de IgE. Pero, ¿cuál es la participación del eosinófilo en el control de los parásitos? Por lo visto, el eosinófilo tiene importancia en la destrucción de las etapas larvarias de los parásitos, mas no en las etapas adultas. Esto se lleva a cabo mediante un tipo especial de citotoxicidad celular dependiente de anticuerpos, en el que la IgE se une a la superficie de los helmintos. Después los eosinófilos se unen, a través de sus receptores Fee, de modo que se activan y liberan sus gránulos que destruyen a los parásitos, como la proteína básica del eosinófilo.30 Defensa contra la infección Los pacientes con defectos combinados de linfocitos T y B presentan una gran susceptibilidad para presentar infec­ ción por ciertos protozoarios, como Giardia lam blia y Cryp­ tosporidium pa rvum , denotando su importancia en contra de estos gérmenes.31 « Inmunidad contra hongos Es el campo que menos se conoce. Sin embargo, está claro que los neurrófilos son un componente importante en el control de las infecciones por hongos; es bien conocido el riesgo de micosis en casos de neutropenia secundaria a qui­ mioterapia o radioterapia. Los neutrófilos liberan sustancias fungicidas como los radicales libres de oxígeno y enzimas lisosómicas. La importancia de la función fagocitaria se ve reflejada en los pacientes con enfermedad granulomatosa crónica, en la cual ocurre una explosión respiratoria defec­ tuosa, y conllevan infecciones micóticas, como por Candida o Aspergillus. En ellos es obligatorio el tratamiento profilác­ tico con itraconazol. Los linfocitos también son parte esen­ cial del sistema inmunitario en el control de las infecciones micóticas. En general, la respuesta tipo Thl es protectora. De hecho, los pacientes con defectos en los linfocitos T son especialmente propensos a desarrollar procesos infecciosos micóticos como los pacientes con VIH o inmunodeficiencia combinada severa que cursan con linfopenia importante.31 Referencias 1. Casanova JL, Fieschi C , Zhang SY, Abel L. Revisiting human prim ary immunodeficiencies. J Intern M ed 2008;1-13. 2. Parkin J, Cohen B. An overview of the immune system. Lancet 2001;357:1777-89. 3. Delves PJ, Roitt IM . Advances in im m unology (part 1). N Engl J M ed 2000;343:37-49. 4. Delves PJ, Roitt IM . Advances in im munology (part 2). N Engl J M ed 2000;343:108-117. 5. Ramoz N, Rueda LA, Bouadjar B, M ontoya JA, Cassonet P, Jacob Y, Favre M . M utations in two adjacent novel genes are associated with epidermodysplasia verrucifor­ mis. Nat Genet 2002;32:579-81. 6. Noone PG, Leigh M W , Sannuti A, et al. Primary ciliary dyskinesia: diagnostic and phenotypic features. Am J Respir C rit Care M ed 2004; 169:459. 7. Ganz T. Antim icrobial proteins and peptides in host defense. Semin Respir Infect 2001;16:4-10. 8. Luster A. Chemokines-chemotactic cytokines that media­ te inflammation. New Engl J M ed 1998;338:436-445. 9. Sadler AJ, W illiam s BRG. Interferon-inducible antiviral effectors. Nat Rev Immunol 2008;8:559-568. Parte I Generalidades 10. Fallon PG, Allen RL, Rich T. Primitive toll signaling: bugs, flies, worms and mano. Immunol Today 2001;22:63-5. 11. Trinchieri G, Sher A. Cooperation of Toll-like receptor signals in innate im m une defence. Nat Rev Immunol 2007;7:179-190. 12. Zhang SY, Jouanguy E, Ugolini S. et al. TLR3 deficien­ cy in patients with herpes simplex encephalitis. Science 2007;317:1522-7. 13. Orange JS; Balias ZK. Natural killer cells in human health and disease. C lin Immunol. 2006; 118(1): 1-10. 14. Walport M J. Advances in immunology: complement (part 1). N Engl J Med 2001;344:1058-1066. 15. Walport M J. Advances in immunology: complement (part 2). N Engl J M ed 2 0 0 1 ;3 4 4 :1 140-4. 16. Vidarsson G, van de W inkel JE. Fc receptor and comple­ ment receptor mediated phagocytosis in host defense. Curr O pin Infect Dis 1998;11:271-8. 17. Lekstrom-Himes JA, Gallin JI. Immunodeficiency disea­ ses caused by defects in phagocytes. N Engl J Med 2000;343(23): 1703-14. 18. Gabay C , Kushner I. Mechanisms of disease: acute phase proteins and other systemic responses to inflammation. N Engl J Med 1999;340:448-54. 19. Harrington LE, M angan PR, Weaver CT. Expanding the effector CD 4 T-cell repertoire: the T h l7 lineage. Curr O pin Immunol 2006;18:349-356. 20. Renner ED, Rylaarsdam S, Anover’Sombke S, Rack AL, Reichenbach J et al. Novel signal transducer and activa­ tor of transcription 3 STAT3 mutations, reduced T h l7 cell numbers, and variably defective STAT3 phos­ phorylation in hyper-IgE syndrome. J Allergy C lin Immunol 2008:122;181-7. 21. Braud V M , Allan DS, M cM ichael J. Functions of nonclassical M H C and non-M H C-encoded class I molecu­ les. Curr O pin Immunol 1999;11:100-8. 22. W ani JH , Gilbert JV, Plaut AG, Weiser JN . Identifica­ tion, cloning and sequencing the im m unoglobulin A l protease gene of Streptococcus pneumoniae. Infect Immunol 1996;64:3957-3966. 23. Nahm M H , Apicella MA, Briles DE. Im m unity to extra­ cellular bacteria. En W illiam Paul (ed): Fundamental Immunology, 4th ed. Philadelphia: Lippincott-Raven, 1999;1373-1386. 24. Chavakis T, Preissner KT, Hermann M . The anti-inflamatory activities of Staphylococcus aureus. Trends Immunol 2007;28(40):8-18. 25- Plebani A, Soresina A, Rondelli R et al. Clinical, im m u­ nological, and molecular analysis in a large cohort of patients with X-linked agammaglobulinemia: an Italian m ulticenter study. C lin Immunol 2002;104:221-30. 26. Schneider M C , Exley RM , Ram S, Sim RB, Tang CM . Interactions between Neisseria m eningitidis and the complement system. Trends M icrobiol. 2007 M ay;15(5):233-40. 27. Fortin A, Abel L, Casanova JL, Gros P. Host genetics of mycobacterial diseases in mice and men: forward genetic studies of BCG-osis and tuberculosis. Annu Rev Geno­ mics Hum Genet 2007;8:163-92. 28. Constant P, Davodeau F, Peyrat MA, et al. Stim ulation of human y y T cells by nonpeptidic mycobacterialligands. Science 1994;264:267-270. 29. Kaufmann SHE. Im m unity to intracellular bacteria. En W illiam Paul (ed): Fundamental Immunology, 4th ed. Philadelphia: Lippincott-Raven, 1999; 1335-1372. 30. Meeusen ENT, Balic A. Do eosinophils have a rele in the killing of helm inth parasites? Parasitol Today 2000; 16:95101 . 31. Carneiro-Sampaio M , Coutinho A. Im m unity to micro­ bes: lessons from Prim ary Immunodeficiencies. Infect Immun 2007;75:1545-55. C apítulo Apoyo metabólico nutricional en el niño con sepsis y función de la nutrición durante la respuesta metabólica 4 r M artha Patricia M á rqu e z A g uirre José Valente A g u ila r Zínser Patricia Zárate Castañón Sandra L Lizárraga López Daffne Danae B aldw in M o n ro y Objetivos Los objetivos de este capítulo son • • • Revisar el significado del soporte metabólico nutri­ cio especializado durante la respuesta metabólica a la sepsis. Integrar recomendaciones basadas en evidencias dentro de la aplicación del plan de cuidado nutri­ cional para pacientes con sepsis. Analizar los nutrimentos con potencial participa­ ción a nivel de la función inmunológica. Introducción La sepsis se ha definido como la presencia o sospecha de un foco infeccioso que se acompaña de respuesta inflamatoria sistémica. Representa una condición patológica evolutiva que puede ser reversible, pero requiere del reconocimiento temprano y abordaje agresivo para disminuir la morbimortalidad. Frenar la cascada inflamatoria mejora el pronóstico de los pacientes.1,2 Como se menciona en el artículo correspondiente de este texto, se considera sepsis grave cuando la respuesta infla­ matoria asociada a infección se acompaña también de disfun­ ción orgánica, hipoperfusión tisular o hipotensión arterial. Las diversas patologías que evolucionan a estados críti­ cos incrementan las demandas en los requerimientos nutricionales. Estas condiciones promueven un estado catabólico y, en consecuencia, un equilibrio nitrogenado negativo. El apoyo nutricional de los niños gravemente enfermos ha per­ mitido en las últimas décadas un mejor entendimiento de la respuesta fisiológica y bioquímica nutricional ante situacio­ nes de estrés y trauma. Sin embargo, no se cuenta con sufi­ cientes ensayos clínicos en relación con la nutrición de los niños críticamente enfermos, hay pocas guías basadas en evi­ dencia y la mayor parte de las recomendaciones emanan de la experiencia extraída de adultos hospitalizados en unidades de cuidados intensivos, considerando las diferencias en cuanto a composición corporal, almacenamiento de proteí­ nas y requerimientos energéticos. El soporte nutricio en los pacientes graves aparente­ mente tiene un efecto moderado en la supervivencia, y su función fundamental es reducir la morbilidad y acelerar la recuperación.3 Estados patológicos como la sepsis, sepsis grave, quemaduras y trauma, condicionan cambios en la fisiología a diferentes niveles del organismo, sobre todo en el ámbito metabólico. Por tal motivo, el tratamiento específico de estos pacientes es complejo y debe estar indicado por un equipo multidisciplinario responsable del soporte nutricio especializado.4,5 Respuesta metabólica al estrés Las manifestaciones clínicas de la sepsis y sus diversos esta­ dos evolutivos transcurren por las siguientes fases:6 • • Fase de estrés: conocida también como fase Ebb; su duración es de 12 a 24 h. El objetivo es lograr esta­ bilidad hemodinámica. Fase catabólica o de flujo: con duración de 5 a 10 días y en ocasiones semanas. El objetivo es dar soporte para apoyar los cambios metabólicos. Parte I • * Generalidades Fase de anabolismo o de repleción: puede durar meses. El objetivo es nutrir al paciente favorecien­ do su crecimiento y desarrollo. Consecuencias metabólicas de la sepsis Ante la presencia de un estímulo nocivo, en este caso toxinas provenientes de agentes infecciosos, se estimula al sistema neurohumoral, liberándose así, a nivel del sistema nervioso central (eje hipotálamo-hipofisario), neurotransmisores al sistema endocrino, el cual produce hormonas contrarreguladoras, y al inmunológico cuya activación libera mediadores como el factor de necrosis tumoral, interleucinas, interferón Y, por mencionar algunos. Todos estos mediadores neurohumorales, en conjunto, ejercen una acción sinérgica en el metabolismo de carbohidratos, lípidos y proteínas para así contrarrestar el catabolismo proteínico y evitar la falla nutri­ cia aguda y, en consecuencia, la insuficiencia orgánica múl­ tiple (figura 4-1 ).7 Todos estos cambios darán por resultado hiperglucemia, resistencia a la insulina, lipólisis y aumento en la moviliza­ Figura 4-1 Metabolismo durante la sepsis. ción de proteínas. Las citocinas secretadas por los macrófa­ gos actúan como mediadores proinfiamatorios y, a su vez, serán responsables también de cambios a nivel del metabo­ lismo de sustratos. El factor de necrosis tumoral induce a un estado catabólico por tres vías:8 • • • Aumentando el catabolismo en tejidos específicos. Causando anorexia. Activando el sistema hipotálamo-hipofisario-adrenérgico. La interleucina 1 es el mediador principal para determi­ nar la fase de la respuesta. En bajas concentraciones es bené­ fico, ya que estimula mecanismos de defensa, pero en el paciente en estado crítico produce fiebre, hipotensión y actúa como mediador proinfiamatorio. La interleucina 6 estimula proteínas hepáticas de la fase reactante, como proteína C reactiva, fibronectina y antitrip­ sina. Algunos oligoelementos como el zinc, selenio y hierro disminuyen a medida que aumenta la interleucina .^ 11 a) Modificaciones en el gasto metabólico: hipermetabolismo. ■ B B T '.- Capítulo 4 Apoyo metabólico nutricional en el niño con sepsis y función de la nutrición Las necesidades energéticas del paciente dependen del gasto energético en reposo, la gravedad de la enfermedad, la actividad física y la energía necesaria para el crecimiento. La enfermedad grave altera las demandas energéticas produ­ ciendo un estado catabólico que es proporcional a la grave­ dad de la enfermedad y, por ende, detiene el crecimiento. El hipermetabolismo se caracteriza por el aumento del gasto de energía en reposo, consumo de oxígeno, gasto cardia­ co, producción de bióxido de carbono, aumento en el uso de carbohidratos, proteínas y lípidos, pérdida de N 2 en orina.12 El incremento del gasto energético en reposo se asocia con un cociente respiratorio de 0 . 8 , lo que indica que los sustratos energéticos se emplean de manera combinada. Si esto persiste por un periodo prolongado, el cociente respira­ torio excederá de 1, indicando aumento en la lipogénesis predominantemente a nivel hepático.13,14 b) Aumento del flujo de glucosa a la célula: incremento en la gluconeogénesis. El cerebro en un inicio es dependiente de glucosa y des­ pués se adapta para tener como fuente de energía cuerpos cetónicos. Cuando se presenta una inadecuada oferta energética, la fuente de energía proviene primero de la glucogenólisis y una vez agotada esta reserva, de sustratos gluconeogénicos como son lípidos y proteínas tanto estructurales como visce­ rales. Todo esto con el fin de reciclar glucosa, contrarrestar la pérdida de nitrógeno y, por tanto, el catabolismo. El glucagon estimula la gluconeogénesis, el cortisol aumenta el catabolismo proteínico, y las catecolaminas gene­ ran intolerancia a la glucosa. Aumenta la producción de la glucosa hepática, y a pesar de que la oxidación de glucosa es alta, la fracción de energía es reducida. Hay disminución en la actividad de la piruvato deshidrogenasa y la glucosa es reciclada como lactato; la gluconeogénesis aumenta confor­ me se incrementa la formación de lactato piruvato. La gluco­ sa exógena está menos disponible para disminuir la gluconeogénesis, y la lipólisis y el fj-hidroxibutirato pierden su capacidad de regular la cetogénesis. La hiperglucemia es común en los periodos de estrés metabólico, y es resultado del aumento de la gluconeogéne­ sis y de la resistencia a la insulina .15 c) Cambios en el metabolismo de lípidos: aumento en la lipólisis. La pérdida de nitrógeno se contrarresta mediante la movi­ lización de lípidos y el aumento en la oxidación de las grasas, convirtiéndose éstos en la principal fuente de energía. La lipólisis se encuentra aumentada debido al incre­ mento en el recambio y oxidación de triglicéridos y ácidos grasos. De este modo, se libera glicerol a nivel periférico para su conversión en glucosa, proceso que se lleva a cabo en el hígado. Debido a la deficiente actividad en la lipoproteinlipasa, así como de la carnitina, se afecta la fJ-oxidación de ácidos grasos de cadena larga, limitando ambas la utilización ópti­ ma de lípidos como fuente energética en el paciente con sep­ sis. A nivel sérico se encuentra hipertrigliceridemia y aumento en ácidos grasos libres.16 d) Cambios en el metabolismo de proteínas: incremen­ to en la proteólisis. La lisis de proteínas es un punto central en la respuesta metabólica al estrés. La conversión de ciertos aminoácidos a glucosa y la oxidación de otros en tejidos periféricos permi­ ten la liberación de aminoácidos que actúan como sustrato gluconeogénico a través del nitrógeno producido. Sin embar­ go, estos aminoácidos generados pueden llegar a ser tóxicos si no se lleva a cabo una adecuada y suficiente conversión a urea. El catabolismo proteínico puede llegar a duplicarse, lo cual, aunado a la disminución en la síntesis de proteínas, llevan al individuo a un equilibrio nitrogenado negativo, y la principal consecuencia es la depleción proteínica tanto estructural (masa muscular) como funcional (proteínas plas­ máticas, enzimas y anticuerpos). La pérdida proteínica en el niño puede llegar a ser hasta de 0.3 g/kg/día, que equivale aproximadamente a 1.8 g/kg/ día de proteína.17 Soporte metabólico nutricional como recurso terapéutico Además de la reanimación inicial a base de volumen, la base del tratamiento integral del niño con sepsis consiste en el control del foco infeccioso, el empleo adecuado de antibió­ ticos y el mantenimiento de la estabilidad hemodinámica y respiratoria. En los últimos años se han instalado otras medi­ das de apoyo entre las que sobresale el soporte metabóliconutricio especializado (SMNE) temprano para evitar la falla nutricional aguda y, por tanto, la pronta recuperación del paciente (cuadros 4-1 y 4-2). La desnutrición se ha asociado con aumento en el riesgo de infección, y mayor mortalidad, es por eso que la adminis­ tración temprana de nutrimentos es importante en estos pacientes. Se entiende por “soporte nutricio especializado” (SNE) proporcionar nutrientes por vía oral, enteral o paren­ teral con fines terapéuticos. De acuerdo con las guías de práctica clínica de la A merican Society f o r Parenteral a n d Enteral N utrition (ASPEN) :18 • El SNE se debe administrar a todo paciente que no pueda recibir todos sus requerimientos por vía oral. Nivel de evidencia B. Parte I Generalidades Cuadro 4-1 Diferencia del apoyo o soporte nutricional y metabólico Soporte nutricional Soporte metabólico Orientado a Malnutrición Hipermetabolismo Etiología Ayuno Estrés metabólico Meta Restauración de la función orgánica, én­ fasis en las proteínas viscerales y composi­ ción corporal Preservación estruc­ tural y funcional, sin limitación de sustrato Fuente primordial de energía Glucosa Glucosa-lípidosproteínas Relación de N2:calorías proteínicas >1:150 <1:100 Cuadro 4-2 Cambios metabólicos en ayuno y ayuno más estrés Ayuno Sepsis Proteólisis + Síntesis hepática proteínas + Oxidación de aminoácidos + +++ +++ +++ Ureagénesis + +++ Gluconeogénesis + +++ Gasto energético i t Activación de mediadores i T Acción contrarreguladora hormonal Preservada Pobre +++ + Cetonemia Pérdida de masa corporal Sustrato primario Gradual Rápida Grasas Aminoácidos, glucosa, triglicéridos Cerra F. Hipermetabolism, organ failure and metabolic support. Clinical Review, January vol 101, num 1.1987. Adaptado De Barton R, Cerra FB.The hypermetabolism, m ultiple organ failure syndrome. Chest 1989;96:1153-1160. • • Cuando el SNE es requerido, la nutrición enteral es la vía de elección ideal. Nivel evidencia B. El SNE via parenteral debe emplearse sólo cuando no hay función en el tracto gastrointestinal, acceso o si los pacientes no puedan cubrir sus necesidades por vía oral o enteral. Nivel de evidencia B. Debe iniciarse tan pronto como el paciente se encuentre con estabilidad hemodinámica. Es importante resaltar que durante la fase aguda de la enfermedad no se busca un creci­ miento somático del niño, éste se logra en etapas posteriores una vez que el paciente haya superado la situación de estrés. Durante el periodo crítico del estrés metabólico, es difícil evitar la proteólisis; sin embargo, la síntesis proteínica se puede incrementar cuando los pacientes reciben adecuado aporte calórico-proteínico. Dentro de las indicaciones de nutrición parenteral en el paciente grave se ha establecido que: • • Los pacientes pediátricos que no pueden recibir el total de sus requerimientos nutricionales por vía oral o enteral deben recibir nutrición parenteral. Nivel de evidencia B. La nutrición parenteral debe iniciarse el primer día de vida en los recién nacidos, y dentro de los prime­ ros 5 a 7 días en pacientes pediátricos que cumplan el criterio anterior. Nivel de evidencia C. En el Departamento de Terapia intensiva del Instituto Nacional de Pediatría, durante el periodo 2008-2009, 181 pacientes recibieron nutrición parenteral, de éstos, 96 fue­ ron diagnosticados con sepsis grave y requirieron nutrición parenteral (figura 4-2). El predominio por edad fue a favor de los lactantes (figura 4-3), y la principal indicación de nutrición parenteral en los niños sépticos fue hipoxia-isquemia intestinal secundaria al estado de hipoperfusión (figura 4-4). El SNE tiene como meta disminuir la pérdida de masa magra y apoyar la síntesis de proteínas viscerales. Esto lo lleva a cabo mediante los siguientes pasos: • • • Proporcionar un aporte adecuado de nutrimentos de acuerdo con el comportamiento metabólico del niño con sepsis. Evitar la falla nutricional aguda y las consecuencias de ésta sobre los diferentes órganos y sistemas. Prevenir y tratar las deficiencias de nutrimentos. 53% 47% f I - I Paciente sin sepsis n = 181 Figura 4-2 Paciente séptico Nutrición parenteral total. Capítulo 4 Apoyo metabólico nutricional en el niño con sepsis y función de la nutrición isquemia intestinal fleo posqulrúrglco Colitis neutropénlca Resección intestinal Neutropenia Nissen y gastrosquisis ERGE Pancreatitis Otros Figura 4-3 Distribución por edad de pacientes con sepsis y nutrición parenteral. Figura 4-4 • Distribución de indicación de nutrición parenteral. Evitar complicaciones relacionadas con las técnicas de alimentación. Para el soporte nutricional del paciente con sepsis se ha sugerido el siguiente esquema de aporte de nutrimentos por vía parenteral:19 a) Soporte metabólico: fase inicial. Objetivo: preservar masa magra a base de una fórmula hipocalórica alta en nitrógeno que proporcione menos de 100% del gasto energético en reposo. Aportes proteínicos en rango ligeramente más elevado a sus requerimientos en esta­ do de salud y de acuerdo con la edad. b) Soporte nutricional: se pretende la repleción de la masa magra proporcionando más de 100 % del gasto energé­ tico en reposo, es importante no sobrealimentar al paciente. Se aplica una vez que el individuo superó la fase de estrés y entra a la de anabolismo. c) Soporte metabólico-nutricio dual: consiste en dar estimulación enteral trófica más nutrición parenteral para proporcionar requerimientos calórico-proteínicos. Debe vigilarse de forma muy estrecha la condición del intestino. Entre los beneficios de la nutrición enteral temprana se pueden mencionar: preservar la función inmune de la muco­ sa intestinal, mantener la barrera intestinal, mejorar el flujo sanguíneo a nivel hepático y visceral, atenuar el hipermetabolismo, disminuir el riesgo de infección y costos.20,21 Para el cálculo de energía en el paciente séptico, la calo­ rimetría indirecta es considerada el estándar de oro, ya que permite determinar el gasto energético real del paciente de acuerdo con su momento metabólico. De no contar con el recurso o ante limitantes del mis­ mo, se calcula el gasto de energía a través de las fórmulas de predicción.22 En el paciente séptico con soporte nutricional especializado deben evitarse las siguientes complicaciones: a) b) Fracaso en la progresión en los parámetros ventilatorios en caso de que el paciente se halle con asis­ tencia mecánica ventilatoria. Esto favorecido por depleción de la masa muscular a nivel de músculos respiratorios, en especial el diafragma, lo que favo­ rece la disminución de la elongación del mismo y menor respuesta ventilatoria. La hipoventilación favorece mayor riesgo de infección a nivel pulmo­ nar condicionando neumonía. Hiperglucemia: el aumento en la producción de glu­ cosa en el paciente con sepsis obedece a múltiples mecanismos. Entre las consecuencias bioquímicas de la hiperglucemia se encuentran: alteración en la pro­ ducción de superóxido a partir de neutrófilos, daño en la oxidación de ácidos grasos libres, prolongación de la endotoxemia, alteración en dimetil-arginina y en la ultraestructura de las mitocondrias de los hepatocitos. Desde el punto de vista clínico, la hiperglu­ cemia se manifiesta con deshidratación, desequilibrio electrolítico, coma hiperosmolar, depresión de ia función pulmonar, fagocitosis y quimiotaxis. Existen varios reportes en la literatura relacionados con la asociación hiperglucemia-supervivencia.23 Sobresale el estudio de van der Bergh, quien analizó a 2 713 pacientes hospitalizados en varias unidades de cuidados intensivos y encontró que pacientes adultos con cifras de glu­ cemia mayores de 200 mg/100 mi se asociaban con una tasa de mortalidad más alta, por lo que se establece el control de la hiperglucemia en el paciente crítico.24 El tratamiento de la hiperglucemia consiste en dar un aporte calórico adecuado en la nutrición parenteral, administrar lípidos por vía intrave- Parte I 6% Generalidades 4% • 90% Figura 4-5 I I Normal UBI Hipoalbuminemia H No determinada Hipoalbuminemia en el grupo de pacientes con Distribución de los diferentes tipos de hipoalbuminemia. Figura 4-6 sepsis. nosa, iniciar insulina por una vía extra a la nutrición parenteral y regular la dosis de la misma de acuerdo con las concentracio­ nes de glucosa sérica. Deben suspenderse otras fuentes de aporte de carbohidratos (soluciones intravenosas con glucosa, medicamentos como propofol, etc.). No hay un acuerdo esta­ blecido en relación con la concentración adecuada de glucosa, pero se sugiere mantenerla en 110 mg/100 mi. Estabilidad de electrólitos.25 Entre los desequilibrios que con mayor frecuencia presentan los pacientes con sepsis y nutrición parenteral se encuentran: • • • • Hipopotasemia: tiene como causas etiológicas el desvío del potasio al espacio intracelular por acción de la insulina, las pérdidas excesivas, el uso de diuré­ ticos, de medicamentos como anfotericina, dosis elevadas de glucocorticoides, alcalosis e hipomagnesemia. Clínicamente, se manifiesta como debilidad muscular, parálisis, íleo, rabdomiólisis, insuficiencia respiratoria, onda U en el electrocardiograma y arritmias ventriculares. Hipofosfatemia: se presenta en niños con desnutri­ ción, pacientes en estado crítico, con abuso de dro­ gas, cáncer y en el síndrome de realimentación. Desde el punto de vista clínico, se manifiesta por debilidad muscular, parestesias, crisis convulsivas, cardiomiopatía y disfunción diafragmática .26,27 Hipocalcemia: se manifiesta como espasmos mus­ culares, tetania y arritmias. Actúa como factor inotrópico negativo, favorece la hipotensión arterial y alteraciones en la coagulación. Hipomagnesemia: se presenta como debilidad muscular, calambres, parestesias, tetania, arritmias, hipocalcemia e hipopotasemia. Las figuras 4-5 y 4-6 muestran también la incidencia de hipoalbuminemia en pacientes con sepsis y desnutrición. Vitam inas y minerales Los radicales libres, en especial los de la familia del oxígeno, se producen en el organismo en situaciones fisiológicas; sin embargo, aumentan su producción anormalmente durante periodos de estrés oxidativo, lo cual puede ocasionar peroxidación de lípidos, daño en el DNA y apoptosis celular. En sepsis se incrementan de manera drástica. Las fuentes de estrés oxidativo durante la enfermedad incluyen: activación de células fagocíticas del sistema inmunitario, producción de óxido nítrico por parte del endotelio vascular, salida de la célula de iones de hierro, y cobre y daño vascular causado por la reperfusión isquémica. La complementación con vitaminas antioxidantes, en teoría debería aumentar los valores de antioxidantes séricos, pero el beneficio con esta complementación en pacientes crí­ ticos no ha mostrado resultados consistentes, se requiere mayor investigación al respecto.28 Los aceites de pescado, los de origen vegetal ricos en 0 3 y los antioxidantes (vitaminas C, E, p-carotenos), han mos­ trado un efecto benéfico en pacientes con síndrome de insu­ ficiencia respiratoria aguda .29'31 Por acción de la IL-1 se pueden disminuir las concen­ traciones séricas de hierro, zinc y cobre. Los cambios en el zinc y cobre parecen prevenir contra la acción microbiana, por lo que no debe superarse la dosis recomendada con base en requerimientos. El selenio es un cofactor importante en la función enzimática de la glutatión peroxidasa. Algunos estudios han reportado que la complementación de selenio en pacientes Capítulo 4 Apoyo metabólico nutricional en el niño con sepsis y función de la nutrición con respuesta inflamatoria sistémica en quienes las concen­ traciones de selenio se encontraban bajos, se presentó con menor frecuencia insuficiencia renal, resolución más rápida de la disfunción orgánica y una tendencia a disminuir la tasa de mortalidad en pacientes que recibieron complementación con dicho elemento traza.32 En relación con el zinc, es bien conocida su función en el mejoramiento de la cicatrización de heridas. La deficiencia de zinc favorece la inmunosupresión, y ha sido discutida su acción en la restauración de la respuesta inmune en pacien­ tes con depleción de la misma. Para terminar, se mencionan algunos puntos relevantes relacionados con el término de inmunonutrición. El fenó­ meno conocido como inmunonutrición se refiere al empleo de fórmulas vía enteral o parenteral que han sido suplementadas por combinaciones de glutamina, arginina, Í13, ácido ribonucleico, vitaminas antioxidantes y micronutrientes. En los pacientes con sepsis, las fórmulas inmunomoduladoras no sólo no han mostrado beneficio, sino que se han asociado a efectos de mala evolución, por lo que por el momento no deben emplearse en pacientes con sepsis.33 3. 4. 5. 6. 7. 8. Conclusiones • • • • • • El paso inicial y fundamental en el tratamiento del niño séptico es la reanimación y alcanzar la estabi­ lidad hemodinámica. Una vez estable el paciente, debe iniciarse soporte nutricional especializado, evitando así ayuno pro­ longado y las consecuencias del mismo. Establecer un sistema de soporte metabólico-nutricional dual en el que se favorezca la estimulación trófica intestinal temprana y se proporcione el aporte energético necesario a través de nutrición parenteral, siempre y cuando las condiciones del intestino lo permitan. Cálculo energético idealmente con base en calori­ metría indirecta. Mantener el control de la glucemia. Evitar sobrealimentación. Referencias 9. 10. 11. 12. 13. 14. 1. Bone RC, Balk RA, Cerra FB, Dellinger RP, Fein AM , Knaus WA, Schein RM , Sibbald W J. Definitions for sepsis and organ failure and guidelines for the use of innovative therapies in sepsis. Chest 1992; 101:1644- 15. 1655. 2. Goldstein B, Giroir B, Randolph A. International pedia­ tric sepsis consensus conference: definitions for sepsis 16. f/.- and organ dysfunction in pediatrics. Pediatr Crit Care M ed 2 0 0 5 ;6 (l):2 -8 . Cerra FB, Rios-Benitez M , Blackburn GL, Irwin RS, Jeejeebhoy K, Katz DP, Pingleton SK, Pomposelli J, Rombeau JL, Shronts E, Wolfe RR, Zaloga GP. Applied Nutrition in ICU Patients. Chest 1997;111:769-778. Arenas M H , López RJL. Equipo nutricional. En: N utri­ ción enteral y parenteral. Arenas M H , Anaya PR (edito­ res). McGraw-Hill. México 2007: 556-559. Villazón A, Torres R. Importancia de la nutrición en el apoyo metabólico del paciente grave. En: Nutrición, cirugía y terapia intensiva. Fuentes del Toro (editor). M anual Moderno. México 2004:521-527. M uciño M , Fuentes C, González A. N utrición en sepsis abdominal. En: Nutrición enteral y parenteral. Arenas M H , Anaya PR (editores). M cG raw-Hill. México 2007: 438-454. D udrick S, Fuentes del Toro S. Alteraciones metabólicas y celulares en el síndrome de respuesta inflam atoria sis­ témica. En: N utrición, cirugía y terapia intensiva. Fuen­ tes del Toro (editor). M anual Moderno. México 2004: 551-555. M artindale R, Shikora S, Nishikawa R, Siepler J. The metabolic response to stress and alterations in nutrient metabolism. En: N utritional Considerations in the Intensive Care Unit, Science, Rationale and Practice, Shikora S, M artindale R, Schwaitzberg S (editors). ASPEN 2002:11-19. Dinarello ChA. Proinflammatory and antiinflam m atory cytokines as mediators in the patogénesis of septic shock. Chest 1997;112(6):321S-329S. Rem ick D. Pathophysiology of sepsis. Am J Pathology 2007;170(5): 1435-1444. Aguilar ZJV, Zárate CP, Lizárraga LSL, M árquez AMP. La sepsis como manifestación del síndrome de respuesta inflamatoria. En: Infectología clínica pediátrica. Gonzá­ lez Saldaña (editor). M cG raw-H ill. México 2003:737747. M artindale R, Shikora S, N ishikawa R, Siepler J. The m etabolic response to stress and alterations in nutrient metabolism. In: N utritional Considerations in the Intensive Care U nit, Science, Rationale and Practice. Shikora S, M artindale R, Schwaitzberg S (editors). ASPEN 2002:11-19. The little ICU book of Facuss and formulas. Lippincott W illiam s & W ilkins. Philadelphia 2009:564-566. Shulm an R, Phillips S. Parenteral nutrition in infant and children. J Pediatr Gastroenterol N utr 2003;36(5):587607. Baker AJ, Devane SP. Critical illness: altered nutritional requirements. In: nutrition in the infant. Preedy V, Grimble G (editors). Greenwich M edical M edia LTD. England 2001:221-233. Puntis JW. Parenteral nutrition in infants. In: nutrition in the infant. Preedy V, Grimble G (editors). Greenwich M edical M edia LTD. England 2001:79-92. Parte I Generalidades 17. George ED, Russo TL, Steinhorn DM . N utritional support in critical illnes. In: Pediatric Critical Care M edicine. Slonim AD, M urray M P (eds.). Lippincott W illiam s & W ilkins. Philadelphia 2006:872-877). 18. ASPEN Board of directores guidelines for the use of parenteral and enteral nutrition in adult and pediatric patients. Section V. Administration of specialized nutri­ tion support. J Parenter Enteral Nutr 2002;26(1S):18S21S. 19. Wooley J. Surviving sepsis: effective clinical weapons (S22). The role of nutrition. Durand the metabolic res­ ponse to sepsis. Clinical Nutrition Week 2007. 20. Thureen JP. Early agressive nutrition in neonate. Neore­ view 1999;20(9):45-55. 21. Ben XM . N utritional M anagem ent of new borns infants: practical guidelines. World J Gastroenterol 2008; 14(40):6133-6139. 22. Guidelines on Paediatric Parenteral Nutrition of the European Society of Paediatric Gastroenterology Hepatology and Nutrition (ESPGHAN), and the European Society for C linical Nutrition and Metabolism (ESPEN), Supported by the European Society of Paediatric Research (ESPR). J Pediatr Gastroenterol Nutr 2005; 41(S2):S5-S11. 23. López RGG, M árquez AMP. Impacto de la hiperglucem ia en la m orbilidad y mortalidad de los niños crítica­ mente enfermos, revisión sistemática de la literatura (Tesis para obtener el diploma de especialista en M edici­ na del Enfermo Pediátrico en Estado Crítico), México DF: Instituto Nacional de Pediatría. UNAM 2007. 24. Van der Bergh G, Wounters P, Weekers F. Intensive Insu­ lin therapy in critically ill patients. N Engl J M ed 2001; 345(19):1359-1367. 25. M árquez MP, Lizárraga LS, Muñoz RM , Pérez HV, M ar­ tinez S, Zarate CP. Nutrición parenteral en el recién nacido. N utrición C línica 2003;6(4):366-373. 26. Aubier M , M urciano D, Lecocguic Y, Viires N, Jacquens Y, Squara P, et al. Effect of hypophosphatemia on dia­ phragmatic contractility in patients with acute respira­ tory failure. NEJM 1985;313:420-24. 27. Clark CL. Treatment of hypophosphatemia in patients receiving specialized nutrition support using a graduated dosing scheme. Crit Care M ed 1995;23:1504-1511. 28. Oldam MK, Bowen EP. Oxidative stress in critical care: is an antioxidant supplem entation is beneficial. J Am Diet Assoc 1998;98:1000-1008. 29. Pontes AA, Arago AMA, Albuquerque JD . Effect of enteral feeding with eicosapentaenoic acid, gamma linolenic acid and antioxidants I m echanically ventilated patients with severe sepsis and septic shock. Cri Care M ed 2006;34:2325-2336. 30. Berg DA, Armenti VT, D aly JM . A brief history of im m unonutrition. Contemp Surg 2 0 0 6 ;(suplemento): 4-10. 31. Bistrian BR, M cCowen KC. N utritional and metabolic support in the adult intensive care unit: Key controver­ sias. C rit Car M ed 2006;34:1525-1531. 32. Angstwurm MW, Shottdorf J, Shopohl J, Gaertner R. Selenium replacement in patient with severe systemic inflam m atory response syndrome improves clinical outcome. Crit Care M ed 1999;27:1807-1813. 33. Heyland DK, Dhaliwal R, Drover JEW, Gramlich L, Dodek P and the Canadian Critical Care Clinical Practi­ ce Guidelines Committee Canadian Clinical Practice Guidelines for Nutrition Support in M echanically Venti­ lated. Criticall 111 Adult Patients, JPEN 2003;27:272-55. C apítulo 5 Fiebre Enrique Rodríguez Barragán Patricia Saltigeral Sim ental Laura Carrillo Durán Joselito Hernández Introducción Una proporción aproximada de 15% de las visitas al pedia­ tra son motivadas por episodios agudos de fiebre, y en los primeros dos años de vida los niños presentan un promedio de 4 a 6 de estos episodios. A pesar de que la mayoría de los niños tiene un foco evidente de infección o una infección viral autolimitada, alrededor de 6 a 14% de estos niños ten­ drán fiebre sin foco de infección aparente. En estudios reali­ zados antes de la introducción de las vacunas contra H. influenzae tipo b (Hib) y Streptococcus pn eum on iae, se demos­ tró que cerca de 10% de los niños menores de 36 meses sin foco infeccioso evidente tenían bacteriemia o infección bac­ teriana grave por estos microorganismos. En estudios recien­ tes se reportan tasas más bajas de infección bacteriana ( 1.6 a 1.8 %). Así, siendo la fiebre uno de los principales motivos de consulta médica en la actualidad, reviste especial importan­ cia para el médico conocer sus aspectos principales, como la fisiopatogenia, sus fases de estudio y su tratamiento. La fiebre es un síndrome complejo que se reconoce des­ de la antigüedad y sobre el cual se han efectuado múltiples estudios en un afán por comprender su fisiología y su rela­ ción con diversas entidades patológicas. Mucho se ha avan­ zado en su conocimiento desde el siglo xix, cuando el diseño moderno del termómetro clínico, atribuido a August Wun­ derlich, hizo posible cuantificar las elevaciones de la tempe­ ratura corporal. En el contexto de la infección en pediatría, el estudio de la fiebre debe plantearse en tres formatos, cada uno de los cuales lleva inherentes consideraciones etiológicas, diagnós­ ticas y terapéuticas distintas: a) el niño menor de tres meses; b) el niño de 3 a 36 meses, y c) el niño con fiebre de más de 7 a 10 días de duración (fiebre de origen desconocido [FOD]). Respecto a la fisiopatogenia, hoy en día se comprenden muchos de los aspectos relativos a los mecanismos bioquími­ cos que se encargan de la regulación, inducción y respuesta febril ante múltiples agresiones que recibe el ser humano. Epidem iología El manejo de un niño febril continúa evolucionando. Los aspectos que contribuyen a la confusión en el manejo del niño febril es el cambio en la epidemiología de infecciones bacterianas en niños pequeños. Antes de la introducción de la vacuna contra H. in flu en z a e tipo b, este microorganis­ mo tenía una carga de enfermedad significativa, con una morbilidad y mortalidad importantes en niños pequeños, representó 19% de todos los cultivos positivos en niños con fiebre que acudían a consulta a clínicas pediátricas, pero des­ pués de la introducción de la vacuna contra Hib en 1998; la epidemiología de enfermedad invasiva por H. influenzae cambió drásticamente, y ha sido casi eliminada, con un 94% de disminución en meningitis por este agente. En relación con la disminución de enfermedad invasiva por H. influenzae tipo b, hubo un incremento en el porcen­ taje de enfermedad invasiva causada por Streptococcus p n eu ­ m oniae. El impacto de la enfermedad causada por este microorganismo representó del 83 al 92% de cultivos posi­ tivos, de hemocultivos tomados en niños febriles llevados al Parte I Generalidades servicio de urgencias a mediados de 1990, con prevalencia de bacteriemia oculta del 1.6 al 1.9%. Con la introducción de la vacuna contra neumococo (PCV7), que cubre los siete serotipos más comunes, cambió la frecuencia de los serotipos que causan enfermedad invasiva en niños menores de dos años. La incidencia de la enfermedad invasiva causada por los serotipos que se incluyen en la vacuna y por reacción cruzada con otros serotipos disminuyó de 51.5 a 98.2 casos por 100 000 habitan tes/año en niños menores de un año de edad a 0 casos por 100 000 personas/año cuatro años des­ pués de que la vacuna contra neumococo fue autorizada. En EUA también hubo una reducción de la enfermedad invasi­ va por neumococo en niños menores de dos años de 81.7 a 113.8 casos por 100 000 a 0 casos por 100 000 habitantes/ año, cuatro años después de que la vacuna fue autorizada. Hubo una disminución de enfermedad invasiva por neumo­ coco para todos los serotipos, no sólo para los incluidos en la vacuna PCV7, declinando de 94 y 91% en niños menores de 1 año y de dos años de edad. Fisiopatogenia En especies homeotérmicas, como la humana, la temperatu­ ra corporal representa el equilibrio final entre la producción y la pérdida de calor. Dicho calor se genera a través del cata­ bolismo basal; se sabe que el cuerpo puede disipar calor por radiación, evaporación, convección y conducción. En con­ diciones normales, la mayor pérdida de calor se produce a través de la radiación. El límite superior de la temperatura corporal normal se ubica en 37-7 °C en adultos y en 37.9 °C en niños. La cifra varía según la hora del día, de modo que la temperatura más baja ocurre a las 6 de la mañana y la más alta a las 6 de la tarde. Los niños menores de 90 días suelen tener menos fiebre que los mayores o que los adultos; asimismo, en un niño activo la temperatura central puede elevarse normalmente hasta 38 °C en la última hora de la tarde. El ejercicio físico intenso puede ser causa de temperaturas de hasta 39.4 °C, de modo que un individuo puede presentar fiebre en ausencia de estado patológico. Es de gran importancia definir el concepto de fiebre y destacar sus diferencias respecto a la hipertermia. Hoy se sabe que la fiebre se produce cuando la temperatura corpo­ ral se incrementa por encima del intervalo normal. Es requi­ sito indispensable que el individuo mantenga sus mecanismos de autorregulación en funcionamiento normal (capacidad conservada de termorregulación), la cual se modifica por la presencia de un pirógeno exógeno, el cual activa a su vez un pirógeno endógeno que se encarga de iniciar todos los meca­ nismos implicados en la respuesta febril. En la fiebre, las prostaglandinas y los derivados del ácido araquidónico des­ empeñan una función importante y se encargan de que el centro termorregulador inicie una respuesta. Por último, también cabe mencionar que la fiebre nor­ malmente no rebasa los 41.7 °C. En cuanto al concepto de hipertermia, es válido mencionar que se presenta cuando la termorregulación normal se pierde, de manera que éste es el aspecto que más la distingue de la fiebre. Además, la hiper­ termia no está regulada por las prostaglandinas ni por el áci­ do araquidónico, y se caracteriza por temperaturas que son incompatibles con la vida, como sería una de 46 °C o mayor. A partir de las investigaciones de Dinarello y colabora­ dores, en Boston, ha sido posible comprender mejor los complejos mecanismos de la producción de la fiebre (figura 5-1). Para que se produzca fiebre es indispensable la presencia de un pirógeno exógeno, como puede ser un virus, una bac­ teria, un parásito, un hongo, sustancias tóxicas, medicamen­ tos, polen o cualquier materia que al introducirse en el organismo actúe como cuerpo extraño (antígeno). Con mayor frecuencia, dicho antígeno es captado por un macró­ fago, es decir, una célula presentadora de antígenos pertene­ ciente al grupo de las células fagocíticas. Al recibir al antígeno o pirógeno exógeno, esta célula libera un producto intracelular denominado interleucina 1 (IL-1), que tiene funciones múltiples, en particular la liberación de los media­ dores internos llamados prostaglandinas (los cuales desem­ peñan un papel importante en todos los mecanismos de producción de la fiebre y de la inflamación), y su actividad como mensajero para la activación de los linfocitos T y B, por lo que en la mayor parte de los casos se le atribuye direc­ tamente el inicio de la respuesta celular. Hoy se sabe que la interleucina-1 interactúa también con células del epitelio y del endotelio de algunos sistemas, ante todo los que tienen contacto directo con la entrada de antígenos y en los cuales los macrófagos no cumplen una función importante. Este último dato ha venido a revolucio­ nar antiguos conceptos que no ofrecían una explicación cla­ ra del mecanismo por el que ocurre la fiebre cuando el antígeno no llega a sitios anatómicos de ubicación de macró­ fagos y, sin embargo, aquélla se produce. Además de la interleucina-1, en los mecanismos de pro­ ducción de la fiebre participan también otros elementos, como el interferón (3 (IFN-f}) y el factor de necrosis tumoral alfa (T N F-a). El primero produce cantidades pequeñas de interleucina - 1 como respuesta a un pirógeno exógeno, de modo que tal respuesta ocurre principalmente en presencia de un virus. También el factor de necrosis tumoral, o caquectina, posee esa capacidad de producción de IL-1, además de Capítulo 5 Fiebre Epitelios y endotelios Prostaglandinas (PGE-2) Derivados del ácido araquidónico _______ I_______ Centro termorregulador Corteza cerebral Figura 5-1 Fisiopatogenia de la fiebre a través de agentes patógenos (virus, bacterias, parásitos, hongos), toxinas, medicamentos y polen. (Modificada de Dinarello CA, Cannon JG. New concepts on the pathogenesis of fever. Rev Infect Dis 1988;10:1.) ser inductor de la respuesta tanto celular como humoral a la presencia de antígenos o de porciones aisladas de éstos (p. ej., proteínas de pared, lipopolisacáridos), y dicha respuesta también puede ser inducida por la presencia de células neoplásicas. Por último, cabe mencionar que existe otro ele­ mento intracelular, llamado interleucina-6 (IL-6 ), que tam­ bién se relaciona con la fisiopatogenia de la fiebre, la cual activa en el ciclo de retroalimentación para la producción de interleucina-1. Una vez liberada, la IL-1 puede inducir la liberación de prostaglandinas; las más importantes son las del grupo E, que hoy se consideran los principales factores en llevar el mensaje inductor al centro termorregulador ubicado en el eje hipotálamo-hipófisis. Éste, a su vez, envía el mensaje a las neuronas termorreguladoras de la corteza cerebral para que inicien una doble respuesta periférica, cuyo objetivo princi­ pal es producir fiebre. Esta doble respuesta se caracteriza pri­ mero por su acción a través del centro vasomotor, para iniciar un estímulo simpático y, por tanto, un efecto de tipo vaso­ constrictor periférico, a fin de conservar el calor; este fenó­ meno se expresa y se caracteriza por la piloerección. Al poco tiempo se inicia la segunda respuesta, la cual tiene su efecto en el músculo liso vascular, y establece un efecto vasodilatador, con producción de calor. Esta doble respuesta tiene un ciclo de retroalimentación periférico cortical. Lo anterior es de gran importancia en el tratamiento de la fiebre, ya que permite conocer el sitio específico en el cual se actúa, con el conocimiento previo de la farmacocinética de los antipiréticos y antitérmicos. • Estudio de la fiebre • La prolongación de la fiebre más allá del tiempo conocido o esperado en cualquier entidad patológica obliga a efectuar una investigación amplia, para lo cual se han sugerido diver­ sas técnicas. No obstante, la comprensión apropiada de estos métodos requiere tener presentes algunos conceptos funda­ mentales que se exponen a continuación. • rS Fiebre de origen desconocido (FOD) La definición de este concepto, que en estudios recientes se recomienda llamar fiebre inexplicada sin signos localizados, difiere según se trate de pacientes adultos o niños. En el adulto se considera este diagnóstico cuando la fiebre persiste más de tres semanas y es superior a 38.4 °C en varios regis­ tros, sin que la clínica o exámenes habituales indiquen un diagnóstico específico y, asimismo, cuando el paciente se hospitaliza para estudios por más de siete días. En cuanto al paciente pediátrico, el diagnóstico de fiebre de origen desco­ nocido se considera cuando la fiebre persiste más de una semana, los exámenes sistemáticos resultan negativos para cualquier entidad patológica y la investigación clínica no pone de manifiesto signos o síntomas que orienten hacia alguna enfermedad o trastorno específico, con un tiempo de hospitalización mayor de siete días. El diagnóstico de FOD se establece hasta en 80 a 90% de los casos, mientras que los diagnósticos finales varían entre el paciente adulto y el pediátrico. De acuerdo con las tres series mayores de estudio realizadas acerca de la FOD en adultos (McLung, Pizzo y McCarthy), los diagnósticos fina­ les revelaron un origen infeccioso en 39% de los casos, colagenopatías en 17%, neoplasias en 8 %, diversos en 15% y diagnóstico incierto en 21%. Lo anterior contrasta con las series de pacientes pediátricos analizadas por varios autores (Feigin, Dechovitz y Brewis), en las cuales la infección ocu­ pó 60%, las colagenopatías 6 %, las neoplasias 2 %, causas diversas 10 %, y sin diagnóstico 21 %. Dadas estas diferencias, es importante destacar algunos aspectos fundamentales que caracterizan al trastorno en la edad pediátrica: • La mayoría de niños con FOD no sufren una enfer­ medad rara, sino algún trastorno frecuente con pre­ sentación atípica. • • 8 Las causas principales de FOD son las enfermedades infecciosas y las colagenopatías, no las neoplasias. El niño con FOD tiene mejor pronóstico que el adulto. Es esencial observar continuamente al paciente, y quizá sea necesario repetir la historia clínica y la exploración física. La presencia de fiebre debe documentarse en el hos­ pital. No se debe pasar por alto la posibilidad de que exis­ ta fiebre producida por fármacos. La artritis reumatoide juvenil o el lupus eritematoso sistémico son las enfermedades de la colágena más relacionadas con la fiebre de origen desconocido. Evaluación clínica La clave del diagnóstico está en obtener una historia clínica completa y hacer una exploración física cuidadosa. En la actualidad se acepta que, en el caso del paciente que acude al servicio de urgencias o a un consultorio con el motivo prin­ cipal de la presencia de fiebre, es importante aplicar criterios de valoración de riesgos para poder hacer un pronóstico apropiado. De acuerdo con el informe de Slater y colabora­ dores de la University o f Chicago, es conveniente aplicar en estos casos los parámetros de valoración que se muestran en el cuadro 5-1. La valoración tradicional de niños pequeños ha incluido una investigación agresiva, administración de antibióticos y Criterios para la valoración del riesgo en la fiebre de origen desconocido Cuadro 5-1 Criterios de bajo riesgo Criterios de alto riesgo Producto a término (> 37 semanas de gestación) Prematurez Curso prenatal no complicado Procesos febriles recurrentes Sin uso reciente de antibióti­ cos < 7 días) Trastorno inmunitarío congénito Sin cirugía reciente Enfermedad de células falciformes Sin enfermedad crónica Sin exposición perinatal a antibióticos o hiperbilirrubinemia Sin hospitalización más tiem­ po que la madre (recién nacidos) Asplenia Quimioterapia o algún trastorno maligno Tratamiento reciente con esteroides Infección por VIH De Slater M, Krug SE. Evaluation o f the infant with fever w ith o u t source: an evidence-based approach. Emerg Med Ciin North Am 1999;17:97. Capítulo 5 hosp italizació n . Sin embargo, la hospitalización de niños pequeños puede culminar en yatrogenias, costos y estrés de los padres. Esta conducta ha cambiado, y la recomendación actual es no hospitalizar a los niños mayores de 28 días que lucen bien. Es importante resaltar que, en el caso de niños menores de 90 días con fiebre, la mayor parte de las publica­ ciones pone de relieve la necesidad de efectuar, como parte del protocolo de diagnóstico, una valoración preliminar de sepsis en la que se obtenga: biometría hemática completa con frotis de sangre periférica; examen de orina, urocultivo y cultivo de heces. Aunque es motivo de controversia, la mayor parte de las series revisadas indican mejores resultados cuan­ do se realiza también punción lumbar (para estudio citoquímico, frotis y cultivo de LCR). Una ventaja probable es que estos procedimientos suelen requerir la atención del paciente en el entorno de urgencias o en hospitalización. Deben tenerse presentes los puntos siguientes para no pasar por alto aspectos que a menudo pasan inadvertidos: • • • • • • Investigación de antecedentes de exposición a ani­ males caseros. Interrogatorio específico acerca de viajes recientes o de contacto con individuos que viajan fuera de la región geográfica en cuestión, o sobre la obtención y uso de utensilios provenientes de zonas distantes. Análisis cuidadoso orientado a la posible ingestión de fármacos o sustancias tóxicas, incluyendo fárma­ cos de aplicación tópica, antecedentes de vacuna­ ción reciente o administración de antibióticos en los últimos 14 días. Búsqueda de un fondo genético que pueda relacio­ nar a la fiebre con una enfermedad como la diabe­ tes insípida, la fiebre familiar mediterránea o la disautonomía de aparición familiar. La edad es un aspecto muy importante en la histo­ ria clínica, ya que la fiebre de origen infeccioso tie­ ne causa diferente en menores de 90 días; por ejemplo, la presencia de microorganismos gramnegativos, estreptococos P-hemolíticos del grupo B y Listeria m onocytogenes. No debe olvidarse que en niños mayores de 30 días una posible causa infecciosa de fiebre es Streptococ­ cus pn eum on iae. Aunque al igual que H. influenzae tipo b, ha disminuido su incidencia en los países donde se aplica la vacuna contra este microorganis­ mo. Una temperatura >38 °C definida como fiebre en niños pequeños, es la temperatura considerada como el umbral para iniciar el abordaje o pruebas diagnósticas. Sin embargo, en niños febriles entre 3 y 36 meses de edad (incluso algunos estudios extienden esta edad a 2 años), cuando la tempera­ tura es >39 °C, se debe iniciar un abordaje más • Fiebre completo. Este valor de corte más alto se usa por el incremento en el riesgo de bacteriemia oculta con el incremento de la temperatura. Los agentes virales ocupan un lugar muy impor­ tante en la etiología de los procesos febriles, en todas las etapas de la vida. Respecto a la exploración física, es necesario recordar los puntos básicos siguientes: 8 • • • Presencia o ausencia de diaforesis. Exploración cuidadosa de las conjuntivas. Búsqueda de aumento de sensibilidad en senos paranasales. Exploración cuidadosa de faringe, masas muscula­ res y huesos de la zona perirrectal, así como bús­ queda de adenopatías. Salvo indicación en contra, una vez obtenida la historia clínica y realizada la exploración física se debe interrumpir toda medicación que se esté administrando y efectuar una serie cuidadosa de mediciones de la temperatura, cuyos datos deben registrarse en una hoja especial para curva de tempe­ ratura. Cubiertos los requisitos señalados, podrá iniciarse el estudio de la fiebre, de acuerdo con las fases que a continua­ ción se detallan. Por lo anterior, es de gran utilidad llevar hasta donde sea posible el orden que se sugiere, y recordar que dichas fases pueden adaptarse de acuerdo con las enfermedades que pre­ dominen en la zona. Las fases de estudio son tres: Fase I. En esta etapa se debe solicitar lo siguiente: • • • • • • Biometría hemática completa. Velocidad de sedimentación globular. Examen general de orina. Intradermorreacción a la tuberculina (derivado proteínico purificado, PPD). Cultivos de sangre, orina, heces y secreciones farín­ geas (según el caso). Radiografía del tórax. Fase II. Dentro de esta fase están indicados los estudios siguientes, con especial consideración de las enfermedades específicas de la región y su seroprevalencia: • • • • • Serología: virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), hepatitis (A, B y C), brucelosis, leptospiro­ sis, citomegalovirus, virus de Epstein-Barr, histo­ plasmosis, fiebre tifoidea, toxoplasmosis y amebiasis extraintestinal. Radiografía de senos paranasales. Urografía excretora. Ultrasonografía renal, abdominal o ambas. Gammagrafía hepatosplénica. Parte I • • • Generalidades Perfil reumatoide. Tránsito intestinal y enema opaca de colon. Aspiración de médula ósea. Fase III. Los estudios, en este caso, son los siguientes: • • • • Gammagrafía. Imagen por resonancia magnética (IRM) o tomografía axial (según la zona de sospecha clínica). Biopsia hepática. Laparotomía exploradora. Cuadro 5-2 Protocolo para la atención inicial del paciente febril <90 días de edad Edad en días 28 a 89 29 a 56 0 a 60 Temperatura en °C >37.9 >37.9 >37.9 Observación en urgencias Sí Sí No Glóbulos blancos <20 000 < 15 000 5 a 15 000 Punción lumbar Sí Sí No Antibiótico IM Sí No No Valor predictivo 94.6% 10 0 % 98.9% Tratamiento En la actualidad se acepta que lo más importante en el paciente con fiebre es establecer en el menor tiempo posible la causa eventual, y cuándo un proceso febril es indicador de una enfermedad de alto riesgo (meningitis, neumonías e infección importante de vías urinarias). Por tanto, se han establecido criterios de evaluación rápida en pacientes de alto riesgo, como son los menores de 90 días de edad, y en forma primaria de acuerdo con el protocolo que se presenta en el cuadro 5 -2 . Una vez logrado lo anterior, o que ya existan bases sufi­ cientes para establecer un diagnóstico, será conveniente ini­ ciar el tratamiento correcto, el cual se fundamenta en el conocimiento de la fisiología de la regulación térmica, ya que las medidas por adoptar pueden estar encaminadas hacia un efecto antitérmico o antipirético. El primero persigue el objetivo de liberar calor, y el segundo se destina al bloqueo de señales de mensajeros hacia el centro termorregulador, o al bloqueo directo de dicho centro. * Antitérmicos Medios físicos Los medios físicos son un buen recurso para disipar el calor. El primer paso consiste en retirar toda la ropa, después de lo cual se busca mejorar la ventilación de la habitación, se pro­ mueve la ingestión de agua fresca y, lo más importante, se aplican compresas húmedas tibias o un baño de agua tibia. Lo anterior provoca pérdida de calor según el principio físi­ co de la transmisión de calor de cuerpos de mayor a menor temperatura. Hoy en día ya no se recomiendan otros medios físicos, como el baño con agua helada, la aplicación de ene­ mas frías o el frotamiento con alcohol, porque pueden pro­ vocar una disminución muy rápida de la temperatura y, en consecuencia, una respuesta vasoconstrictora por parte de los receptores periféricos. Esto último puede llevar a un colapso vascular grave o al llamado rebote, en el cual se alcanzan temperaturas más altas que la inicial, por efecto de la respuesta periférica; ésta favorece una mayor estasis san­ guínea, por el efecto vasodilatador destinado a compensar el mecanismo señalado. Son prototipo de estos fármacos los derivados de las pirazolonas, como la dipirona, la cual, por su mecanismo periférico de disipación de calor se debe utilizar con precau­ ción, ya que puede provocar vasodilatación intensa, la cual puede llegar a ser fatal. El efecto resulta más delicado cuando el fármaco se administra por vía intravenosa. En adultos, la dipirona se administra a razón de 25 a 50 mg/kg/día en 3 a 4 dosis. Es importante recordar que este medicamento puede ejercer efectos tóxicos directos en la médula ósea; sin embargo, su incidencia es muy baja. ^ Antipiréticos Este grupo está constituido por medicamentos que interfie­ ren en la síntesis de prostaglandinas o las bloquean una vez sintetizadas, de modo que inhiben el ciclo de la ciclooxigenasa e impiden la formación de endoperóxidos cíclicos a partir del ácido araquidónico. Estos últimos son precursores de las prostaglandinas termogénicas. Una ventaja de los mecanismos anteriores es que dichos fármacos no disminu­ yen la temperatura corporal en ausencia de fiebre. Los antipiréticos se dividen en varios grupos, que se des­ criben en los párrafos siguientes: Aminofenoles (acetaminofén, paracetamol, acetamida y fenacetina). El fármaco de mayor uso de este grupo es el acetaminofén, un medicamento de escasa toxicidad que carece de efectos en la mucosa gástrica y en la coagulación, y en dosis terapéuticas no tiene efectos secundarios. La dosis para adultos varía de 325 a 650 mg en 4 a 6 tomas, y en edades pediátricas, de 10 a 15 mg/kg/dosis, con un máximo de tres dosis por día. r le íel as 10 ial lo Capítulo 5 Salicilatos (ácido acetiisalicílico, salicilatos de sodio y saliciiamida). El ácido acetiisalicílico es el medicamento que más se utiliza entre los fármacos de este grupo, y tiene gran uso en la práctica médica, ya que también actúa como analgé­ sico, como antiinflamatorio y como anticoagulante. Sin embargo, es necesario considerar sus efectos en la mucosa gás­ trica y en la coagulación, porque pueden generar graves pro­ blemas médicos. Las dosis que se recomiendan en adultos son de 325 a 1 000 mg/dosis 4 a 6 veces al día, y en niños de 10 a 20 mg/kg/dosis 3 a 4 veces al día. Estos medicamentos están contraindicados en pacientes menores de un año, por el alto riesgo de aparición del síndrome de Reye e intoxicación. Indometacina. Tiene un mecanismo de acción similar al del ácido acetiisalicílico, pero los efectos tóxicos referidos son aún mayores en dosis terapéuticas, por lo que su uso actual es limitado. Antiinflamatorios no esteroideos (AINE) (naproxén, cetoprofén, ibuprofén, nimesulida y diclofenaco). Estos medicamentos, que se utilizan ampliamente como antiinfla­ matorios, analgésicos y antipiréticos, tienen una larga vida media, lo cual permite utilizarlos por periodos de hasta 12 h. Su eficacia en las tres áreas antes descritas no está en discu­ sión. La única recomendación especial en estos pacientes se refiere a limitar su uso a periodos breves, de 2 a 3 días, por sus efectos nefrotóxicos y gástricos. >0 te la Bibliografía Alpem ER, Alessandrini EA, Bell LM . Occult bacteremia from a pediatric emergency department: current prevalence, tim e to detection, and outcome. Pediatrics 2000;106:505-511. eez ea es □s u- Avner JR . Occult bacteremia: how great the risk? Contemp Pediatr 1997;14:53-65. Avner JR , Baker M D . M anagem ent of fever in infants and chil­ dren. Emerg M ed C lin North Am 2002;20:1. Atkins E. Fever: the old and the new. J Infect Dis 1984;149:393. Atkins E. Fever: new perspectives on an old phenomenon. N Eng J M ed 1983;308:958. Baker M D. Evaluation and management of infants with fever. Pediatr Clin North Am 1999;46:1061. Baraf LJ. M anagem ent of fever without source in infants and chil­ dren. Ann Emerg M ed 2000;36:602. ia el ae y Baraf LJ, Bass JW , Fleisher GR, Klein JO , M cCracken GH, Powell KR, et al. Practice guidelines for the management of infants and children 0 to 36 months of age w ith fever without source. Pediatrics 1993;92:1. Dinarello CA. Interleukin-I. Rev infect Dis 1984;6:51. 6 )n Dinarello CA, Bernhein HA, Duff GW, et al. Mechanism of fever induced by recombinant human interferon. J C lin Invest 1984;74:906. Fiebre Dinarello CA, Cannon JG . New concepts on fue pathogenesis of fever. Rev Infect Dis 1988;10(1):163. Dinarello CA, et al. Tumor necrosis factor (cachectin) is an endo­ genous pyrogen and induces production of interleukin-I. U Exp M ed 1986; 163:1433. Feigin RD, Cherry JD (eds). Tratado de Enfermedades Infecciosas Pediátricas. México DF: Editorial Interamericana, 1986. Florman AL. Interleukin-I and monitoring of acute infections. Pediatr Infect Dis J 1985:4:450. Goodman GA, Goodman LS, Gilman A. The Pharmacological Basis of Therapeutics, 6th ed. New York: M acM illan Publis­ hing Co, 1980. Le J, Vilcek J. Tumor necrosis factor and interleukin-I: cytokines with m ultiple overlapping biologic activities. Lab Invest 1987;56:234. Lifshitz A, Pérez M uñoz CA, García-Vigil JL. Consideraciones sobre la antipiresis. Rev M ed IM SS 1985;23:353. Luger M J, Ringler DH, Anver M R. Fever and survival. Science 1975; 188:166. Luszczak M . Evaluation and management of infants and young children with fever. Am Fam Phys 2001;64:7. M cCarthy PL. Fever. Pediatr Rev 1998; 19:401. Nelson TE, Flewellen EH. The m alignant hyperthermia syndro­ me. N Engl J M ed 19 83 ;3 0 :4 16. Porter RS, Wenger FG. Diagnosis and treatment of pediatric fever by caretakers. J Emerg M ed 2000; 19:1. Purssell E. Physical treatment of fever. Arch 2000;82:238. Dis Child Slater M , Krug SE. Evaluation of the infant with fever without source: an evidence-based approach. Emerg M ed C lin North Am 1999;17:97. Tiku K, Tiku LM , Liu S, Skosey JL. Normal human neutrophils are an inhibitor of a specific interleukin-I inhibitor. J Immu­ nol 1986;136:3686. Wedgwood RJ, et al. (eds). Patología Infecciosa Pediátrica. Barce­ lona: Doyma, 1984. M ahajan P, Stanley R. Fever in the Toddler-Aged child: Old Con­ cerns Replaced W ith New Ones. C lin Ped Emerg M ed 2008; 9:221-227. Sur D, Bukont E. Evaluating Fever of Unidentifiable Source in Young Children. Am Fam Physician 2007;75:1805-11. Ishimine P. Fever W ithout Source in C hildren 0 to 36 months of Age. Pediatric C lin N Am 2006 ;5 3:16 7 -19 4 . Centers for Disease Control and Prevention (CD C). Invasive pneumococcal disease in children 5 years after conjugate vac­ cine introduction-eight states, 1998-2005. M M W R Morb M ortal W k ly Rep 2008;57:144-8. Herz A M , GreenhowTL, Alcantara J, et al. Changing epidemiolo­ gy of outpatient bacteriemia in 3 to 36 months-old children after the introduction of the heptavalent-conjugated pneu­ mococcal vaccine. Pediatr Infect Dis J 2006;25:293-300. Parte I Generalidades Houseni M , Chamroonrat W, Servaes S, et al. Applications of PET/CT in Pediatric Patients with Fever of Unknown O ri­ gin. PET C lin 2009;3:605-619. Carstairs KL, Tanen DA, Johnson AS, et al. Pneumococcal bacteriem ia in febrile infants presenting to the emergency departm ent before and after the introduction of the heptavalent pneumococcal vaccine. Ann Emerg Med 2007; 49:772-7. Katsogridakis Y, Cieslak K. Empiric Antibiotics for the complex Febrile child : W hen, W hy, and W hat to use. C lini Ped Emerg M ed 2008;9:258-263. Seow V, Chor-M ing A, Lin IY, et al. Com paring different patterns for m anaging children in the ED between emergency and pediatric physicians: impact on patient outcome. Amer J of Emerg M ed 2007;25:1004-1008. I n f e c c io n e s DEL APARATO RESPIRATORIO r i C apítulo Faringoamigdalitis estreptocócicas y complicaciones supurativas y no supurativas 6 “ “ “ Romeo S. Rodríguez Suárez Napoleón González Saldaña Introducción Las razones fundamentales para diagnosticar y tratar de manera adecuada las infecciones estreptocócicas estriban no sólo en la preocupación por sus conocidas complicaciones supurativas, sino también por sus temidas complicaciones de otro tipo, como la fiebre reumática y la glomerulonefritis aguda. En años recientes, la gravedad de las infecciones estreptocócicas se ha puesto de manifiesto por su capacidad invasiva o por provocar insuficiencia orgánica múltiple en los pacientes afectados. Por lo anterior, su diagnóstico y tra­ tamiento oportunos son esenciales para evitar muchas de sus complicaciones. Etiología Los estreptococos hemolíticos, en particular los del grupo A (como Streptococcus pyogenes) son, con mucho, los patógenos más frecuentes del ser humano. Los estreptococos del grupo A producen enfermedad con una sintomatología de lo más variable. Las infecciones primarias se manifiestan a menudo por amigdalitis, faringitis y fiebre escarlatina, pero en ocasio­ nes también por traqueítis, laringitis, traqueobronquitis, bronquitis, neumonía, erisipela y celulitis. Entre las compli­ caciones figuran: linfadenitis cervical, otitis media, sinusitis, mastoiditis, meningitis, empiema, peritonitis y endocarditis. Las infecciones por el grupo A pueden ocasionar fiebre reu­ mática y glomerulonefritis aguda. Algunas meningitis y síndromes respiratorios agudos en el recién nacido se deben al estreptococo del grupo B, así como a algunas infecciones del sistema urogenital en muje­ res. Los microorganismos del grupo D son muy comunes en el ser humano; por lo general se encuentran en los sistemas gastrointestinal y genitourinario, o en la piel. En condicio­ nes específicas, los estreptococos del grupo D pueden causar infecciones sistémicas agudas y subagudas o procesos sépti­ cos circunscritos. Se sabe que con mayor frecuencia causan infecciones de vías urinarias y también endocarditis infec­ ciosa subaguda. Los grupos C, G y F de estreptococos a menudo colonizan la faringe y, esporádicamente, producen enfermedad de vías respiratorias superiores. En un estudio inicial se observó que, de 50 niños con faringoamigdalitis aguda en los que se aisló estreptococo p-hemolítico, 48 cepas pertenecían al grupo A y las otras dos al grupo C, lo que confirma la capacidad de este último gru­ po de producir, en ocasiones, faringoamigdalitis aguda. Nunca debe olvidarse que tanto la fiebre reumática como la glomerulonefritis aguda son producidas por el estreptococo P-hemolítico del grupo A, a partir de una infección faringoamigdalina por este grupo; en el caso de la glomerulonefritis aguda, el origen también puede ser una infección de piel (impétigo). Estudios del autor han deter­ minado más claramente la importancia de grupos que no son el A en la etiología de la faringoamigdalitis.1 El cuadro 6-1 menciona los agentes causales de faringoamigdalitis, sus datos clínicos y su frecuencia. Sin embargo, para fines prácticos, cuando se presenta una faringoamigdalitis bacteriana, se debe pensar en una infección por estreptococo p-hemolítico del grupo A por su mayor frecuencia y las repercusiones que puede haber si no se trata de manera adecuada.2 Parte II Cuadro 6-1 Infecciones del aparato respiratorio Agentes infecciosos de faringoamigdalitis y sus datos clínicos Lesiones clínicas Frecuencia F, Er, Ex, P E F, Er, Ex Er, Ex Er, Ex Er, Ex Er, Ex Er, Ex Er, Er Er, Ex Er, Ex Er Er, Ex Er F, Er Er A C C C C Er, E Er, U Er, Ex, U Er, Ex, U C C B C F, Er, Ex Er, Ex B C F, Er, Ex Er, Ex, U Er F, Er, Ex Er, Ex, U Er Er Er Er Er, P P Er A A A B C C A C C C C C Er, Ex B Toxoplasma gondii Er C Rickettsia Coxiella burnetii Er C Agente I. Bacteria Aeróbica Estreptococos de los grupos A, B, C y G Streptococcus pneumoniae Staphylococcus aureus Neisseria gonorrhoeae Neisseria meningitides Corynebacterium diphtheriae Corynebacterium hemolyticum Arcanobacterium hemolyticum Bordetella pertussis Haemophilus influenzae Haemophilus parainfluenzae Salmonella typhi Francisella tularensis Yersinia pseudotuberculosis Treponema pallidum Mycobacterium sp. Anaeróbica Especie de Peptostreptococcus Especie de Actinomyces Prevotella y Porphyromonas pigmentosas Especie de Bacteroides II. Micoplasma Mycoplasma pneumoniae Mycoplasma hominis III. C C C C C C C C C C Virus y clamidia Adenovirus Enterovirus (polio, Echo, Coxsackie) Parainfluenzae 1-4 Epstein-Barr Herpes hominis Sincicial respiratorio Influenza A y B Citomegalovirus Reovirus Sarampión Rubéola Rinovirus Chlamydia trachomatis IV. V. VI. Hongos Especie de Candida Parásitos Brook I. Diagnosis and Management o f Pharyngotonsillitis. IJ Emerg Med 2008;8:26-34. Lesiones clínicas: F = folicular, Er = eritematosa, Ex = exudativa, U = ulcerativa, P = petequial. Frecuencia: A = más frecuente (más de 66% de los casos), B = menos frecuente (entre 33 a 66% de los casos), C = no común (menos de 33% de los casos). Capítulo 6 Faringoamigdalitis estreptocócicas y complicaciones supurativas y no supurativas Epidemiología En México, históricamente en dos etapas diferentes de tipificación, con 15 años de diferencia, se han producido los cambios siguientes: el tipo de estreptococo que predo­ minó en 1973 fue el M -l/T-1, y lo fue también en 1988. El tipo más común en la fiebre escarlatina y la glomerulonefritis aguda en 1973 fue M-2/T-2. Los casos de fiebre escarlatina y glomerulonefritis en México (1987-1988) pudieran ahora vincularse en parte con la cepa M-l/T-1, aunque se necesita tipificar un mayor número de casos para aseverarlo. La dra. Espinoza recobró de 1991 a 2000, 423 cepas de estreptococo grupo A (i-hemolítico en Durango y la ciudad de México, 282 de orofaringe y 107 de sitios normalmente estériles, encontró 31 tipos emm diferentes que se sobrelapan con los encontrados en EUA.3 Es importante el seguimiento de los tipos de estrepto­ coco a través del tiempo, ya que su importancia no es sólo académica.4 Cuando un niño tiene fiebre escarlatina se sabe que una complicación posible es la glomerulonefritis aguda, ya que suelen ser ocasionadas por el mismo tipo M de estreptococo. Esto obliga a hacer, una vez pasado el epi­ sodio agudo de la escarlatina, un seguimiento más estricto que consista por lo menos en un examen físico completo 2 o 3 semanas después de surgida la infección aguda (escarla­ tina), a lo cual se añade un examen general de orina, aun­ que el paciente parezca asintomático. Asimismo, resulta importante examinar a los hermanos, buscando en la farin­ ge el mismo tipo de estreptococo presente en el caso índice; si ocurrió la complicación de glomerulonefritis aguda, se debe examinar de manera exhaustiva a los hermanos sinto­ máticos, si los hay, y realizar en los asintomáticos por lo menos un examen general de orina, ya que hasta en 20 % de los contactos se descubren alteraciones en el sedimento urinario .5 Patogenia El estreptococo grupo A |3-hemolítico se transmite funda­ mentalmente por vía respiratoria, aunque algunas ocasiones se han reportado brotes por transmisión de alimentos conta­ minados por el estreptococo,6 o en casos menos frecuentes presentación de cuadros de choque tóxico posterior a una cirugía por la presencia del estreptococo en la región anal7 o genital de portadores asintomáticos por vía aérea. La virulencia del estreptococo del grupo A se correlacio­ na con la exposición de los antígenos de superficie de la pro­ teína M y la cápsula del ácido hialurónico .8 Se ha clasificado al estreptococo con base en las proteínas M y T de la pared celular; así se reconocieron alrededor de 90 serotipos, y se clasifican en M I, T I; M l, T2 o M2, T2, etc.; sin embargo, en la actualidad se usa un sistema basado en la secuencia de un nucleótido emm (genotipo) que clasifica la parte terminal de la proteína M, y ahora se han clasificado alrededor de 150 serotipos,8 así, los clasifican como tipo M/ emm; el estreptococo M/emm 1 y el M/emm 3 están parti­ cularmente asociados a enfermedades invasivas en EUA.9 Se pensó que la virulencia dependía del serotipo M, pero se encontró diferente virulencia entre el mismo seroti­ po, y se observó que la máxima virulencia se relacionó con la proteína M y con que el estreptococo esté muy encapsulado.9 Se han observado bajos títulos de anticuerpos contra cepas del estreptococo M I con bacteriemia y en aquellos pacientes que murieron de enfermedades invasivas por estreptococo, lo cual indica ausencia de respuesta inmune; asimismo, se ha sugerido que la ausencia de anticuerpos específicos a un superantígeno es un prerrequisito para tener susceptibilidad por síndrome de choque tóxico por estrepto­ coco causado por cada superantígeno.10 El estreptococo se puede adherir a la mucosa, penetrar a las células y producir faringoamigdalitis o permanecer en la super­ ficie de las células epiteliales y ser un portador; esto depende de múltiples factores; se ha observado que la adherencia del estrep­ tococo a las células faríngeas se relaciona con el ácido lipoteicoico de la cápsula y con la llamada proteína F, más que con la proteína M sola; la proteína F además favorece la internalización del estreptococo dentro de las células epiteliales. La función de la cápsula del estreptococo por fin fue aclarada, se demostró que el ácido hialurónico de la cápsula se une a las proteínas CD44, las cuales están presentes en las células epiteliales y favorece que permanezca extracelularmente antes de que penetre en las células, produce lesión de éstas y alteración de las uniones intercelulares, permitiendo que el estreptococo penetre en ellas.11 El control genético de la virulencia del estreptococo se ha demostrado por la presencia de un sistema regulador de dos componentes que regulan la producción que controla los genes hasA, hasB y hasC que ayuda a explicar la gran variación en la encapsulación y factores que afectan su expre­ sión o represión.8 El sistema consiste en una proteína sensora o regular­ mente positiva integrada a la membrana (CsrS) y una proteí­ na sensora reguladora negativa integrada en el citoplasma CsrR. El gen (SagA) de la estreptolisina S también es regula­ do por el mismo represor.9 La proteína sensora CsrS responde a signos del medio ambiente, así, el contacto con el suero deprime la síntesis del ácido hialurónico, de la estreptolisina S, que más tarde des­ truiría las células y las vacuolas.11 Parte II Infecciones del aparato respiratorio Existe además otro regulador (Mga) que controla la producción de la proteína M, modificado por las condicio­ nes del ambiente.8,12 Se han detectado 11 superantígenos que se pueden cla­ sificar en speA, speC, speG, speH, spel, spej, speK, speL, speM, ssa y smeZ .11 En una reciente investigación en EUA se encontró que cepas invasivas tenían una mayor propor­ ción de ambos superantígenos speA y speC. En un estudio de Roger se descubrió que los tipos em m l, em m l 2 , emm28 predominaron en enfermedades invasivas y emml 1, emm75, emm28 y emm4 fueron los que más se aislaron en la faringitis.11 Diagnóstico El diagnóstico correcto de la faringitis estreptocócica resulta esencial para proporcionar un tratamiento apropiado. Son varios los factores que se deben considerar para llegar a un diagnóstico preciso, en particular: antecedentes epidemioló­ gicos y síntomas y signos clínicos. Edad. Los niños entre 7 y 15 años de edad tienen mayor probabilidad de presentar faringitis estreptocócica que otros, sean menores o mayores de esa edad. Por supuesto que en niños menores de tres años con exudado purulento, excluida la difteria, es más probable que la faringoamigdalitis se deba a un adenovirus que a estreptococo (5-hemolítico del grupo A. Randolph et a l.li describen las características clínicas de la infección estreptocócica según la edad. a) b) c) Lactantes (tres meses a un año): • Irritables pero no agudamente enfermos • Fiebre baja e irregular • Secreción nasal serosa • Narinas excoriadas • Respuesta espectacular a la penicilina Niño preescolar (1 a 4 años): • Fiebre, vómito, dolor abdominal • Habla nasal sin rinorrea mucoide • Mal aliento característico • Secreción mucoide posnasal • Enrojecimiento faríngeo difuso • Dolor al abrir la boca • Ganglios cervicales anteriores dolorosos • Es común la otitis media Niño en edad escolar: • Presentación repentina: fiebre (90%), cefalal­ gia (50%) • Signos locales y sistémicos; disminuyen des­ pués de 24 h • Faringe enrojecida difusa, de moderada a muy enrojecida Cuadro 6-2 Distribución por edad de 50 casos de faringoamigdalitis estreptocócica Edad (años) Número Porcentaje Menos de 3 5 10 3a6 20 40 6a 9 12 24 9a 12 8 16 Más de 12 5 10 • • • • • Lengua roja con papilas agrandadas Paladar blando enrojecido Dolor al deglutir Exudado en amígdalas o faringe (29%) Ganglios linfáticos grandes y dolorosos en la región cervical anterior En un estudio sobre faringoamigdalitis estreptocócica recién realizado por el grupo del autor,5 80% de los niños estudiados tenían entre 3 y 12 años de edad (cuadro 6-2). Los síntomas más frecuentes en esos niños fueron dolor faríngeo (76%), ataque al estado general (72%), disfagia (70%) y dolor abdominal (24%), mientras que los signos más evidentes fueron enrojecimiento faríngeo (86 %), adenopatía cervical dolorosa (50%), fiebre mayor de 38.30 °C (48%), exudado faríngeo (46%), petequias en paladar (16%) y erupción escarlatiniforme (6 %). En ese mismo estudio se concluyó que los pacientes con exudado purulento tenían más probabilidad de presentar elevación de antiestreptolisina O (AELO), proteína C reac­ tiva positiva y fiebre, que aquellos con faringoamigdalitis estreptocócica, pero sin dicha reacción exudativa. De 23 pacientes con exudado purulento, 17 tuvieron fiebre mayor de 38.30 °C (75%), y sólo 7 de 27, sin exudado purulento (25%), presentaron fiebre de esa magnitud. Rara vez se ha reportado hepatitis con pruebas de funcionamiento hepáti­ co alteradas, con ictericia o asociada a escarlatina; sin embar­ go, hay que considerar esta complicación.14 Auxiliares in específicos de laboratorio Las cuentas leucocitarias menores de 12 500 son poco fre­ cuentes en infecciones estreptocócicas. Por ello, cuanto mayor sea la cuenta de glóbulos blancos (dentro de ciertos límites), tanto mayor será la probabilidad de tener un culti­ vo faríngeo positivo respecto a estreptococo (5-hemolítico del grupo A. Como en otras infecciones bacterianas, el por­ centaje de neutrófilos segmentados y en banda aumenta Capítulo 6 Faringoamigdalitis estreptocócicas y complicaciones supurativas y no supurativas durante la fase aguda de la infección, y vuelve a la normali­ dad en la fase de recuperación. Si el médico encuentra cifras entre 10 000 y 12 000 leucocitos, entonces deberá apoyarse más decididamente en los datos clínicos. Proteína C reactiva. Si es positiva en un paciente en quien se contempla la posibilidad de una faringoamigdalitis estreptocócica, entonces es más probable que exista estrepto­ coco en la faringe, y que la presencia del microorganismo esté causando una infección real y no se trate de un simple estado de portador. Muchos autores consideran que hay una infección real, a diferencia de un estado de portador, sólo cuando existe una elevación clara de AELO. se considere alto en un niño, tendrá que ser de 333 U o más en pacientes mayores de cinco años. En general, del 60 al 75 % de los niños con cultivo faríngeo positivo tendrán la AELO alta, pero también 10% de los niños sintomáticos y con cultivo negativo. Por otro lado, desde hace algunos años se han utilizado para el diagnóstico anticuerpos dirigidos contra los produc­ tos extracelulares del estreptococo, en particular: « Pruebas que demuestran infección estreptocócica reciente Estos anticuerpos son más fáciles de medir en el labora­ torio que la antihialuronidasa (AH) o antiestreptocinasa (ASK), además de más reproducibles. De especial interés es la medición de anti-DNAasa B, dado que permanece alta por más tiempo que otros anticuerpos, y puede ser de ayuda diagnóstica en los casos de corea de Sydenham, en los cuales pueden resultar negativos otros anticuerpos, ya que el perio­ do de latencia entre la infección faríngea y la aparición de los primeros síntomas de corea es mayor de tres meses. Los títulos de antiestreptolisina O pueden comenzar a elevarse a partir de la primera semana de la infección faringoamigdalina. Alcanzan su máximo entre la tercera y la quinta semanas de enfermedad, y permanecen elevados 2 a 3 meses, para después comenzar a bajar lentamente hasta negativizarse si no surgen nuevas infecciones. Cultivo faríngeo. Si bien la duda diagnóstica es menor cuando la faringitis incluye los datos clave mencionados, es buena práctica médica obtener muestras para cultivo farín­ geo en todos los casos, independientemente de que haya o no signos o síntomas que se consideren típicos de la enfer­ medad. Por supuesto, hay que considerar el costo de estos estudios, y el hecho de que no en todas las localidades se cuenta con laboratorios para su procesamiento; además, cuando éstos existen, hay que preguntarse qué tan confiables pueden ser los resultados. Datos serológicos que indican infección estreptocó­ cica. El título de antiestreptolisina O excede 250 unidades en 78 a 92% de los casos de infección estreptocócica faringoamigdalina, que terminan con fiebre reumática. Como se señaló en la sección de Diagnóstico, en un trabajo reciente se mostró que este anticuerpo tiene mayor probabilidad de ele­ varse cuando existe exudado purulento que cuando éste no está presente (65% de títulos altos contra 52%).* Al mismo tiempo, se encontró que en los casos con exudado purulento había más fiebre y mayor frecuencia de proteína C reactiva positiva que en los pacientes sin esa reacción exudativa. Éstos son los casos que más tienden a complicarse con fiebre reu­ mática, aunque en situaciones epidémicas con cepas de una virulencia especial (estreptococo M -18), como en la epide­ mia de Utah, esto no es del todo cierto, e incluso pacientes asintomáticos pueden tener esta complicación no supurativa con títulos altos de anticuerpos. Nunca se ha llevado a cabo un estudio de normalidad de títulos de AELO; sin embargo, en la experiencia del autor se ha observado que de esos parámetros los valores alcanzan normalmente 500 y más después de una faringoamigdalitis estreptocócica no complicada. Por esa razón, el grupo del autor ha considerado, junto con otros, que un título de antiestreptolisinas de 250 unidades no debe considerarse elevado en un niño, pero sí en un adulto. Para que un título * • Anti-DPNasa (nucleotidasa de antidifosfopiridina), llamada más recientemente adenindinucleotidasa de antinicotinamida. Anti-DNAasa (antidesoxirribonucleasa B). *• Pruebas rápidas Desde hace más de 20 años han aparecido en el mercado muchas pruebas rápidas para el diagnóstico de la infección faríngea estreptocócica. Algunas de ellas se basan en la extracción del carbohidrato que se hace reaccionar con par­ tículas de látex cubiertas de anticuerpos contra carbohidra­ to. La gran mayoría de las pruebas rápidas disponibles tiene una excelente especificidad IDE > 95%, comparado con el cultivo faríngeo. En fecha más reciente se ha diseñado una prueba rápida que se basa en inmunoanálisis óptico. Diagnóstico diferencial Entre los agentes que se han visto implicados como agentes causales de faringitis no estreptocócica destacan los virus coxsackie de tipo A y el adenovirus. Otros virus que pueden causar faringitis son coxsackie tipo B, los virus ECHO y el de la influenza. Otras causas posibles de faringitis no estrep­ tocócica son M ycoplasma hom inis tipo 1, C orynebacterium diphtheriae, Francisella tularensis y el virus de Epstein-Barr (mononucleosis infecciosa) (cuadro 6-3). Parte II Infecciones del aparato respiratorio Cuadro 6-3 Virus y otros agentes implicados en la faringitis no estreptocócica Coxsackie tipo A Adenovirus Coxsackie tipo B Virus ECHO Virus de la influenza Mycoplasma hominis tipo i Corynebacteríum diphtheriae Francisella tularensis Mononucleosis infecciosa (virus de Epstein-Barr) ¿Cómo sabe el médico si la faringitis es de origen viral? En primer lugar, hay que tener en cuenta la edad. En gene­ ral, en niños menores de tres años la faringitis suele no ser de origen estreptocócico. La faringitis estreptocócica se presen­ ta por lo general en niños de 5 a 17 años de edad. Los ade­ novirus son la causa más constante de faringitis no estreptocócica. Entre las manifestaciones típicas destacan: fiebre, falta de respuesta clínica a la administración de peni­ cilina, exudado abundante sobre las amígdalas, y cultivo negativo respecto a estreptococo del grupo A. A menudo se observa congestión y secreción nasal, tos ligera y áreas esféri­ cas blanquecinas bajo la mucosa de la amígdala. Algunos niños tienen un exudado de aspecto necrótico, indistingui­ ble del que a veces se observa en pacientes con mononucleo­ sis infecciosa. Los tipos 1, 2, 3, 5 y 7 de adenovirus abarcan más de 85% de todas las infecciones causadas por estos agen­ tes (cuadro 6-4 ).15 El virus del herpes simple se debe diferenciar de las faringitis no estreptocócicas. Las manifestaciones clínicas típicas son fiebre, faringe dolorosa, por lo regular con ulce­ raciones circulares blancas en el paladar y fauces anteriores, y ganglios linfáticos agrandados y dolorosos. Es importante que el médico revise con atención, en días posteriores, len- gua, encías y mucosa bucal, en busca de úlceras no presentes en el examen inicial. En algunos pacientes se observa exuda­ do faríngeo o ulceraciones sólo al principio de la enferme­ dad, por lo que el diagnóstico de estomatitis por virus del herpes simple es difícil de llevar a cabo. El virus coxsackie del grupo A se recupera con frecuencia de faringitis ulcerativa. Las manifestaciones clínicas típicas son idénticas a las des­ critas originalmente para la herpangina: vesículas faríngeas pequeñas o úlceras con aureola roja, sin signos de estomati­ tis y observadas por lo común en verano y otoño. Si existe faringitis exudativa en un preescolar pero no hay vesículas ni ulceraciones, lo más probable es que no se trate de una infección por coxsackie del grupo A, pero sí de un adenovi­ rus. Los virus ECHO y coxsackie tipo B causan faringitis leve, por lo general no exudativa, y una enfermedad febril no diferenciada. En los niños, la mononucleosis infecciosa puede vincu­ larse con faringitis exudativa; sin embargo, el médico debe recordar que se trata de una enfermedad sistémica y no limi­ tada a la sola faringe. Por tanto, deben buscarse otros signos y síntomas relacionados con la faringitis, como linfadenopatía, esplenomegalia, alteración de pruebas hepáticas y, por supuesto, linfocitos atípicos (más de 15%).13 El tipo 1 de M ycoplasma hom inis no es causa frecuente de faringitis en niños y, cuando se presenta, produce una faringitis exudativa leve. En un estudio reciente se cultivó M ycoplasma p n eu m o­ niae en 5% de 140 niños con faringitis aguda, pero también en el mismo porcentaje en un grupo de niños asintomáticos. Asimismo, no se detectó en niños de 2 a 12 años de edad con faringitis aguda por Chlamydia trachomatis, agente que se ha implicado como causa de hasta 20 % de las faringitis que ocurren en adultos. De lo anterior cabe concluir que estos microorganismos no representan un problema en la etiología de la faringitis en la niñez. De ahí que la primera consideración que debe hacer el médico cuando atiende uno de estos casos sea la de emprender estudios de detección, y el tratamiento en su caso, de estreptococo ¡3-hemolítico del grupo A. Com plicaciones Datos clave para sospechar de infección por adenovirus Cuadro 6-4 Niño preescolar Fiebre Exudado amigdalino Cultivo negativo respecto a estreptococo del grupo A Falta de respuesta a la penicilina Las complicaciones más importantes consisten en infeccio­ nes graves por estreptococo del grupo A, y el síndrome de choque tóxico (síndrome de choque estreptocócico, síndro­ me parecido al choque tóxico). Asimismo, la reaparición de la fiebre reumática en EUA se ha visto aunada a un incremento de las infecciones estrep­ tocócicas graves que ponen en peligro la vida. Esto ha ocu­ rrido tanto en aquel país como en muchos otros, incluyendo Capítulo G C uadro 6-5 Faringoamigdalitis estreptocócicas y complicaciones supurativas y no supurativas Características del síndrome de choque tóxico Comentario Características Grupo de edad afectado Todas las edades Sexo Sin predilección Puerta de entrada Variable: por lo general piel o tejidos blandos (también aparato respiratorio y vagina) Datos clínicos Fiebre, hipotensión, estado de con­ ciencia alterado, coma, erupción (eritrodermia generalizada con descamación), celulitis circunscrita con vesículas o bulas. Disfunción orgánica múltiple: pulmones (pue­ de requerir asistencia ventilatoria); riñones; hígado; corazón Bacteriemia Presente a menudo Organismo causal Estreptococo del grupo A Serotipo M Variable: tipo M, (en México, M2) Tipo de toxina pirógena A, B, C (?) Tasa de mortalidad 20 a 3 0 % México. Bisno resumió, recientemente, a partir de 10 infor­ mes de la bibliografía, las características clínicas del síndro­ me de choque tóxico (SCT) causado por el estreptococo p-hemolítico del grupo A (cuadro 6-5 ).4 « Síndrome de choque tóxico En 1993, un grupo de trabajo convocado por los Centers f o r Disease C ontrol a n d Prevention (CDC, Centros para el Con­ trol y Prevención de Enfermedades), de EUA, para la defini­ ción de formas graves de infección estreptocócica, estableció las bases para diagnosticar casos de síndrome de choque tóxico (SCT). Esto se llevó a cabo de acuerdo con criterios que se aceptaron y establecieron como válidos por consenso y considerando los datos clínicos descritos en la bibliografía que caracterizan el SCT. La intención de definir estos crite­ rios era poder ubicar a este trastorno en su perspectiva correcta, de tal forma que cuando se llevara a cabo su diag­ nóstico éste fuera lo más certero posible. De esa manera se evita llamar síndrome de choque tóxico a entidades que no correspondan a la definición correcta. La presentación de choque e insuficiencia orgánica múltiple al inicio de la infec­ ción caracteriza al SCT y ayuda a distinguirlo de otros tipos de infecciones estreptocócicas invasivas. Este tema ha sido revisado por el comité sobre enfermedades infecciosas de la American A cademy o f Pediatrics ,15 Criterios de diagnóstico. El criterio fundamental para definir el SCT es el aislamiento del estreptococo del grupo A de un sitio normalmente estéril (sangre, líquido cefalorra­ quídeo [LCR], ganglios, etc.), en un caso que llene los crite­ rios restantes de A (hipotensión) y B, y presente dos o más de los siguientes signos:16 a) Insuficiencia renal (más del doble de lo establecido como normal para la edad). b) Coagulopatía (menos de 100 000 plaquetas/ml o coagulación intravascular diseminada [CID]). c) Afección hepática: concentraciones de TGa, TGP del doble o mayores que los establecidos para la edad. d ) Síndrome de insuficiencia respiratoria del adulto, definida como la presentación aguda de infiltrados pulmonares difusos e hipoxemia, sin que exista insuficiencia cardiaca o signos de pérdida difusa de líquidos a nivel capilar y que se manifiesta por ede­ ma agudo, derrame pleural o peritoneal con hipoal­ buminemia. e) Una erupción eritematosa macular generalizada que puede descarnar. f ) Necrosis de tejidos blandos, incluida la fascitis necrosante, miositis o gangrena. Cuando se dan los criterios anteriores, pero el estreptoco­ co se aísla de un sitio por lo general no estéril (faringe, vagina, esputo o lesión superficial de piel), entonces el diagnóstico de SCT sólo se puede sostener como probable. Los signos difíci­ les de evaluar de manera objetiva (como cambios en el estado mental) o aquellos que pudieran reflejar sólo infección local (eritema faríngeo), no se incluyeron como criterios. En México, Maulén de Vázquez et al.17 informaron de seis niños con faringoamigdalitis y adenitis submaxilar necrosante causada por Streptococcus pyogenes, tal vez relacio­ nados con SCT. Cuatro de estos niños fallecieron. En todos ellos el estudio de necropsia demostró edema cerebral, nefri­ tis intersticial o necrosis tubular y afección de pulmones y corazón. En cinco de los niños se encontró eritrodermia, con signo de Pastia en tres de ellos (sugestivo de escarlatina). Todos presentaron insuficiencia orgánica múltiple, con alte­ raciones de conciencia, estado de choque y miocarditis. En todos los casos se informó en el cultivo faríngeo la presencia de S. pyogenes (el hecho de haber aislado estreptococo de un sitio no estéril convierte al SCT en probable, de acuerdo con los criterios señalados de los CDC). Aunque no se llevó a cabo la tipificación del estreptococo y dado que estos casos ocurrieron en el periodo 1988-1989, cuando se presentó una epidemia de fiebre escarlatina causada por el tipo M-2/ T-2 en la ciudad de México, cabe suponer que el estreptoco­ co causal de esos casos pertenecía al mismo tipo. Parte II Infecciones del aparato respiratorio Esto es importante, ya que cuando se está frente a un caso de fiebre escarlatina, además de que puede ocurrir glo­ merulonefritis aguda, también puede presentarse el síndro­ me de choque tóxico. Echániz-Avilés, en el Hospital Infantil de México Fede­ rico Gómez, ha revisado tres casos de SCT que llenaban los criterios propuestos por los CDC para este síndrome, con aislamiento del estreptococo de órganos normalmente esté­ riles.18 Patogenia del síndrome de choque tóxico. Aún no está bien definida la patogenia del síndrome de choque tóxi­ co (SCT). El estreptococo del grupo A no posee un lipopolisacárido celular (endotoxina); sin embargo, la mayoría de los seres humanos son hipersensibles a epítopos (determi­ nantes antigénicos) de la proteína M, y esta proteína tiene un efecto tóxico potente sobre las membranas de plaquetas y de leucocitos polimorfonucleares. Hace poco se demostró que la proteína M hace las veces de un superantígeno capaz de activar una amplia variedad de linfocitos T. Por otro lado, es probable que muchas de las manifestaciones de choque y de insuficiencia orgánica múltiple estén relacionadas con la acción directa de toxinas elaboradas por el organismo, más que a la bacteriemia misma. Muchos de los pacientes descri­ tos no han tenido bacteriemia demostrable, mientras que sus manifestaciones clínicas son similares a las del síndrome del choque tóxico estafilocócico, enfermedad que se sabe está mediada por una toxina. En este contexto, las exotoxinas pirógenas relacionadas con fiebre escarlatina pueden tener una contribución importante en el desarrollo del síndrome de choque tóxico. Se ha demostrado una homología molecu­ lar entre la exotoxina pirógena del estreptococo y las enterotoxinas B y C del estafilococo. Stevens et a l P estudiaron 10 cepas de estreptococo del grupo A aisladas de pacientes con SCT, y encontraron que ocho de ellos producían exotoxina A. Estos autores postula­ ron que las cepas de estreptococo que producen exotoxina A tienen mayor virulencia; sin embargo, otras exotoxinas como la B y la C se han relacionado con la presentación del SCT posestreptocócico. En este capítulo, en Patogenia, se refiere a los 11 superantígenos que se han detectado. La reaparición de infecciones estreptocócicas del grupo A, acompañadas de gran virulencia, son un hecho y el médico debe estar alerta para reconocer su presentación y proporcionar un trata­ miento oportuno. Síndromes obsesivo compulsivos, tics y Streptococcus pyogenes Un dato reciente de gran importancia es la descripción de anticuerpos antineuronales en pacientes con corea de Syden­ ham. Swedo et al. observaron la presencia de anticuerpos antineuronales en 10 de 11 niños con corea de Sydenham. Estos niños mostraron, además, una disfunción psicológica concomitante, ante todo sintomatología obsesivo compulsi­ va, labilidad emocional incrementada, hiperactividad moto­ ra, irritabilidad, distractibilidad y también comportamientos regresivos. Los síntomas obsesivo compulsivos se observaron en 82% de los niños, y 40% de ellos mostraban criterios diagnósticos de enfermedad obsesivo compulsiva. Se piensa que estos síntomas guardan relación con una disfunción de los fascículos nerviosos que unen la región cerebral frontallímbica y ganglios basales, y que los síntomas motores resul­ tan primordialmente de una disfunción de los ganglios basales (putamen), mientras que las dificultades en la con­ centración, la labilidad emocional y los síntomas obsesivo compulsivos son manifestación de una combinación tanto de disfunción de ganglios basales (núcleo caudado) como de una disfunción cortical.20 Por lo anterior, se ha postulado que algunas anormali­ dades neurológicas de la niñez pueden estar mediadas por la presencia de anticuerpos antineuronales, los cuales se produ­ cirían por reacción a una infección por estreptococo (3-hemolítico del grupo A (EBHGA). Estos anticuerpos ten­ drían reactividad cruzada con células del sistema nervioso central (SNC). Se ha teorizado que la infección por EBHGA en la faringe produce la presentación de antígenos estreptocócicos que estimulan a los linfocitos B circulantes. Estas células activadas cruzan la barrera hematoencefálica, tras la cual se encuentran antígenos similares en las células cerebra­ les, con determinantes antigénicos que muestran reactividad cruzada; estos antígenos neuronales son similares a algunos de la célula estreptocócica que se encuentran en el bloque B de la proteína M del estreptococo. Se ha postulado, además, que niños con síndromes obsesivo compulsivos o tics, inclu­ yendo al síndrome de la Tourette, puedan tener exacerba­ ción repentina o un empeoramiento episódico de los mismos, consecutivo a una infección por EBHGA faríngea o de otra índole; lo anterior se debe al fenómeno autoinmunitario antes mencionado.20 Tratamiento Regímenes de penicilina Inyección única. Una sola inyección de penicilina G benzatínica sigue siendo el patrón de oro para el tratamiento de la faringitis por EBHGA y, por otro lado, disminuye la probabilidad de incumplimiento de las órdenes médicas, que se dificulta seguir cuando se utiliza penicilina de dura­ ción breve. Es bien sabido que el dolor en el sitio inyectado desanima a los médicos a hacer una prescripción más amplia de este preparado; sin embargo, la adición de penicilina pro- Capítulo G Faringoamigdalitis estreptocócicas y complicaciones supurativas y no supurativas caínica a este compuesto ha disminuido en grado importan­ te dicha molestia.2 En México se ha utilizado un preparado de penicilina G benzatínica, combinada con 300 000 unidades de penicilina procaínicay 300 000 unidades de penicilina G potásica para el tratamiento de la faringitis estreptocócica. En un estudio reciente, el grupo del autor halló que al administrar 600 000 unidades de esta combinación a niños menores de seis años, y 1.2 millones del mismo preparado a niños mayores de esa edad, el éxito clínico (definido como la desaparición com­ pleta de signos o síntomas al décimo día del tratamiento y su total ausencia el día 21), fue de 98%, mientras que el éxito bacteriológico (definido como la desaparición del EBHGA al undécimo día del tratamiento y su total ausencia el día 21 ), fue de 88% .4 Las recomendaciones actuales para el tratamiento de la faringoamigdalitis estreptocócica son: 1. 2. 3. 4. Una sola inyección de 600 000 unidades de penici­ lina G benzatínica combinada en niños de seis años o menores. Una inyección de 1 200 000 unidades de penicilina G benzatínica combinada por vía IM en niños mayores de seis años. El tratamiento no debe repetirse cada mes, como es la costumbre de algunos médicos, porque no hay pruebas de que después del tratamiento inicial se ayude más a erradicar el estreptococo cuando días, semanas o meses después se aplican nuevas inyec­ ciones de penicilina de larga duración y sí, en cam­ bio, existe el peligro de que su administración genere una reacción alérgica secundaria. Si el diagnóstico es de fiebre escarlatina, entonces se recomienda repetir por una única ocasión el trata­ miento inicial escogido según la edad, el día décimo posterior a la primera inyección. La razón es que el número de niños en quienes se ha visto fracaso bac­ teriológico al final del décimo día posterior al trata­ miento, es cercano a 30% en la fiebre escarlatina, comparado, como se mencionó antes, con 12% de fracasos bacteriológicos en la faringitis por EBHGA que no se manifiesta como fiebre escarlatina. Las ventajas del tratamiento único con penicilina G benzatínica de larga duración (de preferencia en combina­ ción) se resumen así: 1. 2. El tratamiento termina al momento de realizarse, ya que se trata de una sola aplicación; máxime dos, según la edad. Se facilita el cumplimiento de las instrucciones médicas al llevarse al mínimo el número de inyec­ ciones. 3. 4. 5. Desde el punto de vista de salud pública, facilita la tarea de los médicos en servicio social o que laboran en centros de salud, ya que el propio médico, o la enfermera, pueden aplicar la penicilina al paciente. Los costos se reducen de manera notable. Compá­ rese el costo de 10 inyecciones de penicilina procaínica o 10 días de penicilina oral, con el de una o dos inyecciones de penicilina G benzatínica. La concentración que suele alcanzarse con una inyección intramuscular de penicilina G benzatíni­ ca de 600 000 unidades es de 0.03 a 0.2 unidades por mililitro de plasma durante un lapso de 10 a 14 días, en todos los pacientes. Esas concentraciones son más que óptimas para inhibir la proliferación de EBHGA, que a menudo se logra con concentra­ ciones de apenas 0.005 JJ.g de penicilina por milili­ tro (0.005 |J.g/ml). Las concentraciones máximas promedio que se obtienen una, dos, cuatro y 24 h después de recibir un preparado de penicilina ben­ zatínica que contiene 300 000 unidades de penici­ lina procaínica son muy superiores a cuando se utiliza sólo la forma benzatínica sin procaína. Penicilina oral. Muchas veces el médico prefiere pres­ cribir penicilina por vía oral para el tratamiento de la farin­ gitis por EBHGA, a fin de evitar el dolor de la inyección y el peligro de una reacción alérgica importante; sin embargo, como se dijo antes, estas reacciones son en general leves y raras. Cuando se prescribe una penicilina de este tipo la dosis recomendada es penicilina G oral (200 000 U cuatro veces al día, por 10 días), aunque se ha encontrado que esta peni­ cilina, en una dosis del doble (400 000 U) y dos veces al día, es tan eficaz como la anterior por el mismo periodo. Al duplicar la dosis de 400 000 a 800 000 U dos veces al día no se mejora el porcentaje de éxito. Otra opción consiste en administrar penicilina V oral, 250 mg tres veces al día durante 10 días, o bien, este mismo preparado pero en dosis doble (500 mg) y sólo dos veces al día. Ambas ofrecen la misma tasa de éxito terapéutico, de 85%. Existen otros esquemas terapéuticos que se basan en el peso del paciente. Para individuos alérgicos a la penicilina se recomienda la eritromicina, a razón de: a) estolato: 20 a 40 mg/kg/día divididos en 2 a 4 veces al día, y b) etilsuccinato: 40 mg/kg/día repartidos en 2 a 4 dosis, hasta un máximo de 1 g; en ambos casos durante 10 días. Como se ha expresado en algunas publicaciones, cuanto menor sea el número de tomas o inyecciones, tanto mayor será la proba­ bilidad de cumplimiento de la prescripción. En un estudio de Herrero, con claritromicina la curación clínica fue de 95.2% (120 de 126) pacientes con cepas sensibles y 71.4% (10 de 14) pacientes de cepas resistentes (73<0.01) con un OR de 8 (95% CI 1.38 a 39.76).21 Es importante recordar ;!j:lj|;!inÍH;í;|njf^sSSSjg3s5Hj~5j2;jj8j|!íjgH|jg88gjj|jg|ii!| |j| "^ Parte II Infecciones del aparato respiratorio que hasta la fecha no se ha reconocido resistencia de S. pyogen es a la penicilina .1 Otros estudios sugieren que el tratamiento por 10 días con una dosis única de amoxicilina resulta tan eficaz como los tratamientos con dosis múltiples de penicilina oral. La dosis de amoxicilina diaria fue de 750 mg. * Antibióticos no recomendables por ineficaces o por su alto costo Para erradicar el EBHGA de la faringe no se recomiendan las tetraciclinas, por la consabida resistencia que muestra un alto porcentaje de estos microorganismos a ese grupo de fár­ macos. Tampoco son eficaces el trimetoprim-sulfametoxazol ni las sulfas. El porcentaje de fracasos bacteriológicos con el uso de ampicilina o amoxicilina es ligeramente superior a los de las penicilinas G o V. Se ha afirmado que antibióticos de la familia de las cefalosporinas dan lugar a un menor número de fracasos bacteriológicos que la penicilina. Las diferencias Cuadro 6-6 son pequeñas y los resultados de esos estudios, inconstantes. Sin embargo, recientemente se ha publicado que el cefadroxil (30 mg/kg una vez al día) es más eficaz que la penici­ lina V (250 mg tres veces al día), ambos medicamentos durante 10 días. La erradicación un poco mayor que se obtiene con las cefalosporinas quizá se deba a que estos anti­ bióticos son superiores para erradicar el estado de portador.5 Otros antibióticos, como la azitromicina, cefuroxima, cefpodoxima y ceftibutén, acetil cefuroxima y cefditorén, han mostrado eficacia en tratamientos más breves (de cinco días), aunque a un costo mayor (cuadro 6 - 6).22 Recomendaciones para el tratam iento en individuos portadores Cuando se atiende a personas portadoras es importante tener en cuenta las siguientes recomendaciones: Antibióticos por 10 días de tratamiento2 Dosis Nombre genérico Pediátrica (mg/kg/d) Adulto (mg) Frecuencia Penicilina-V 25 a 50 250 Cada 6 a 18 h Amoxicilina 40 250 Cada 8 h Cefalexina3 25 a 50 250 Cada 6 a 8 h Cefadroxiloe 30 1 000 Cada 12 h Cefaclor3 40 250 Cada 8 h Axetilo-cefuroxima3 30 250 Cada 1 2 h Cefpodoxi ma-proxet¡ 1oa 30 500 Cada 12 h Cefidiniaa'd 7 mg 14 mg 300 600 Cada 12 h Cada 24 h Cefprozil3 30 250 Cada 12 h Cefditorén NA 200 Cada 12 h Azitromicinad 12 250c Cada 24 h Claritromicina 7.5 250 Cada 1 2 h Cefixima 8 400 Cada 24 h Ceftibutén 9 400 Cada 24 h Eritromicina-estolato 40 250 Cada 8-12 h Amoxicilina-clavulanatob 45 875 Cada 12 h Clindamic¡nab 2 a 30 150 Cada 6-8 h a Efectivo también contra BLPB. b Efectivo contra bacterias aeróbicas y anaeróbicas BLPB. c Primera dosis de 50 mg. d Duración de la terapia 5 días. e Por 7 a 10 días. Capítulo 6 Faringoamigdalitis estreptococias y complicaciones supurativas y no supurativas 1. Tratar a los individuos sintomáticos con cultivo faríngeo positivo. 2 . No administrar antibióticos a individuos con sintomatología faríngea cuyo cultivo (obtenido y proce­ sado de manera adecuada) haya resultado negativo, a menos que los datos faríngeos sean clásicos y se demuestre un título de AELO en ascenso. 3 . Si se identifica a un individuo portador de estrepto­ coco del grupo A, no requiere antibioticoterapia. Debe avalarse el estado de portador con un título de AELO inferior a 250 U en dos valoraciones hechas a intervalo de cuatro semanas. 4. Pese a todo, en fecha reciente se han sugerido algu­ nas excepciones para repetir el tratamiento del niño con persistencia del estreptococo después de una antibioticoterapia adecuada o cuando se identifica a un individuo portador. Dichas excepciones se cumplen cuando: d) b) c) d) e) 5. El estreptococo se ha estado extendiendo de un individuo a otro a partir del niño portador. Se ha presentado un brote epidémico de amig­ dalitis estreptocócica en una comunidad cerra­ da o semicerrada (guardería). La familia está muy preocupada porque el niño tiene el estreptococo en la faringe afín después de la terapéutica adecuada, no obstante ya estar asintomático. Existe un caso de fiebre reumática en la familia del caso índice. La persistencia del estreptococo en la faringe se toma como pretexto, y como única indicación, para someter al niño a amigdalectomía. Si al final se tomó la decisión de eliminar el estrepto­ coco de la faringe, se debe recordar que la repetición del tratamiento inicial a base de penicilina, sea por vía oral o intramuscular, no eliminará en la mayor parte de los casos el estado de portador o el estrepto­ coco producto de un fracaso bacteriológico. Para lo anterior, se deben utilizar esquemas especiales, como los que combinan penicilina con rifampicina. Uno consiste en repetir la dosis inicial de penicilina ben­ zatínica combinada según la edad y agregar desde el primer día de la inyección, durante cuatro días, rifampicina a razón de 20 mg/kg/día (máximo, 600 mg) dividida en dos dosis. Otro esquema que se ha utilizado es clindamicina a 20 mg/kg/día dividida en tres dosis por 10 días máximo. 6 . Por último, es necesario destacar que existe una diferencia importante entre el estado de portador sin signos de reacción inmunitaria a la presencia del estreptococo, y el individuo con una infección ver­ dadera (porque presentó elevación de anticuerpos antiestreptocócicos o resultó con fiebre reumática sin antecedentes claros de faringoamigdalitis), pero que permanece asintomático. Por desgracia, a menudo estos últimos casos se descubren sólo por sus complicaciones. Tratamiento del síndrome de choque tóxico La penicilina es el fármaco preferente para el tratamiento de la infección temprana de las infecciones estreptocócicas tan­ to invasivas como no invasivas. Sin embargo, en el SCT algunos autores recomiendan considerar la clindamicina en pacientes con infecciones estreptocócicas invasivas bien esta­ blecidas, dado que este antibiótico detiene la actividad metabólica del estreptococo en forma repentina, y de ese modo impide la producción ulterior de más toxina y dosis adecua­ das de un betalactámico como penicilina o ceftriaxona. No se han establecido recomendaciones para la utiliza­ ción de quimioprofilaxis en contactos de pacientes que han padecido una enfermedad invasiva por EBHGA, ya que no hay datos concluyentes que demuestren su eficacia. Por otro lado, en los últimos tiempos se ha recomendado el uso de gammaglobulina por vía intravenosa como esquema agregado para el tratamiento del SCT por estreptococo. Se debe administrar tan pronto como se reconozca esta compli­ cación y con la anticipación suficiente para evitar que las exotoxinas hayan producido citocinas suficientes para provocar choque e insuficiencia orgánica múltiple. La dosis recomen­ dada varía de 400 mg/kg/día a 2 g/kg/día. En varios estudios se ha demostrado una reducción de la mortalidad de por lo menos 50% sobre las cifras publicadas antes de su uso.23 Prevención Estado actual de la vacuna antiestreptocócica Está claro que la proteína M del estreptococo del grupo A es la que origina una inmunidad específica de tipo. También se sabe que la proteína M, por su estructura helicoidal, es 40% similar a otras proteínas fibrosas con ese tipo de estructura, como la miosina, la tropomiosina y la queratina, que se en­ cuentran en tejidos de mamíferos (además, como ya se men­ cionó, también es similar al aloantígeno D8/17, por tener éste una estructura helicoidal). Por otro lado, en 1986 se estableció que un péptido sin­ tético, que representaba los primeros 35 aminoácidos de la Parte II Infecciones del aparato respiratorio proteína M de tipo 5 (M-5) del estreptococo, es inmunógeno en conejos e induce anticuerpos protectores específicos de tipo (contra el tipo M-5 de estreptococo) sin mostrar reactividad cruzada con tejido miocárdico. La capacidad de identificar con precisión epítopos (determinantes antigénicos inductores de inmunidad) de proteína M protectores y separados de los no protectores, permite no utilizar toda la molécula de proteína M, minimi­ zando así la cantidad total de proteína M inyectada y redu­ ciendo las reacciones potencialmente autoinmunitarias. Los esfuerzos para establecer la biología molecular de la proteína M han allanado el camino para la futura elaboración de una vacuna polivalente antiestreptocócica. En este contexto, es importante señalar que la proteína M sobresale de la célula estreptocócica y que su extremo más alejado del punto de inserción en el estreptococo es el extremo TV-terminal. Esta región posee los epítopos (determinantes antigénicos) res­ ponsables de la especificidad de tipo. Por tanto, si el estreptococo modifica su estructura molecular de este extremo de la proteína M, se tendrá un nuevo tipo de estreptococo. Por otro lado, a medida que los bloques de aminoácidos se aproximan más a la superficie de la célula estreptocócica, se vuelven más homogéneos, de modo que su estructura antigénica es más parecida de un tipo a otro. Resulta importante porque, si se toma uno de estos bloques de aminoácidos y se inmuniza con él, se ten­ drán anticuerpos no sólo contra el tipo M con el cual se inmunizó, sino también contra otros tipos que tengan deter­ minantes antigénicos semejantes. Esto explicaría porqué en la edad adulta prácticamente no se registran nuevas infeccio­ nes estreptocócicas, a pesar de existir más de 150 tipos dife­ rentes, y de que en la niñez sólo se tienen de 4 a 10 infecciones por diferentes tipos de estreptococo. Este reduci­ do número de infecciones estreptocócicas dio lugar a una inmunidad cruzada, que protegió contra otros tipos M de estreptococo. En experimentos llevados a cabo en ratones se demostró que, cuando se les inmunizaba con un bloque de péptidos sintéticos que contenía 20 aminoácidos de una región de la proteína M (bloque C), les otorgaba inmunidad cruzada contra otros tipos. Al utilizarlo en la vacunación, la protec­ ción no se limitaba al tipo M específico contra el cual se les inmunizó, sino que abarcaba tipos diferentes. Esto abre la posibilidad de inmunizar con este segmento de la proteína M , el cual parece no ser específico de un tipo determinado, sino común — en un sentido antigénico— a muchos tipos de estreptococos. Se ha comenzado a estudiar este concepto en monos aplicando en esos animales una vacuna a base de proteína M recombinante. Asimismo, se han ensayado otros tipos de inmunizaciones antiestreptocócicas en animales, utilizando en lugar de la vía subcutánea la intranasal, con la consecuen­ te estimulación de los factores inmunitarios locales (IgA). Se está analizando una vacuna nasal hecha con una región de la proteína M que se repite dentro de otros serotipos (r repeat region; CRR), y se recombina con lactococcus lactis no pató­ geno vivo que produce IgA secretora local, la cual protege contra la adherencia del estreptococo a la mucosa faríngea, además de IgG; en un estudio de Mannam se vacunaron 77 ratones de los cuales murió 1 (1/77) contra 60/118 que murieron del grupo control de los no vacunados, aunque se requieren más estudios al respecto.23 En la actualidad se prueba una vacuna con una proteína recombinante 26 valente que incluye 80 a 90% de los serotipos en EUA, y se ha observado que es segura e inmunogénica. En relación con otras opciones para la utilización de componentes estreptocócicos que pueden proteger contra la infección por ese microorganismo, Zabriskie24 ha realizado un descubrimiento sorprendente: que el carbohidrato C del estreptococo del grupo A produce, cuando se inyecta a ani­ males de experimentación, anticuerpos opsonizantes protec­ tores contra varios tipos de estreptococo. Esa información posibilita el uso de este polisacárido en la protección clínica para los seres humanos. Referencias 1. Rodríguez RS. Infecciones de Vías Respiratorias Supe­ riores en Pediatría, 3a ed. México DF: Editorial Atelier Producciones, 1998;25. 2. Brook I. Diagnosis and M anagem ent of Pharyngotonsillitis. IJ Emerg M ed 2008;8:26-34. 3. Espinoza EL, II Z, Gómez Barreto D, et al. J C lin M icro­ biol 2003;41:373-378. 4. Bisno AL, Gerber M A, G waltney JM , Kaplen E, Schwartz RH. Diagnosis and management of group A streptococcal pharyngitis: a practice guideline. C lin Infect Dis 1997;25:574-83. 5. Rodríguez RS. Infecciones de Vías Respiratorias Supe­ riores en Pediatría, 3a ed. México DF: Editorial Atelier Producciones, 1998;5. 6. Linhart Y, Ziva A, Lewis M , et al. A Food-Borne O ut­ break of Streptococcal Pharyngitis. IMAJ, 2008;10:617620. 7. Nosocomial Group A Streptococcal Infections Associa­ ted with Asymptomatic Health Care W orkers-M aryland and California. M M W R 1999;48:163-166. 8. Stollerman GH, Dale BJ. The importance of the group A streptococcus capsule in the pathogenesis of human infections: a historical perspective. CID 2008;46:10381045. 9. Bisno LA, Brito OM , Collins M C . Molecular basis of group A Streptococcal virulence. Lancet 2003;3:191-199. Capítulo 6 Faringoamigdalitis estreptocócicas y complicaciones supurativas y no supurativas 10. Bisno AL. Primary care: acute pharyngitis. N Engl J Med 2001;344:205-211. 11. Roger S, Commons R, Danchin H M . Strain prevalence, rather than innate virulence potential, is the major factor responsible for an increase in serious groups a strepto­ coccus infections. JID 2007;195:1625-1633. 12. Graham M R, Smoot LM , M igliaccio CA, et al. Virulen­ ce control in group A streptococcus by a two-component gene regulatory system: global expression profiling and in vivo infection modeling. Proc Natl Acad Sci USA 2002;99:13855-13860. 13. Randolph MF, Redys JJ, Hibbard EW. Streptococcal pharyngitis: Correlation of cultures and clinical criteria. Del M ed J 1970;42:29. 14. Elishkewithz K, Shapiro R, A M IR J. Hepatitis in Scarlet fever. 2004;6:569-570. 15. American Academy of Pediatric on Infectious diseases. Severe invasive group A streptococcal infections and rheumatic fever. N Engl J M ed 1191;235:783-793. 16. W orking Group on Severe Streptococcal Infections. Defining the group A streptococcal toxic shock syndro­ me. J Am M ed Assoc 1993;269:390. 17. M aulén de Vázquez I, González-Galnares M , RidauraSánz C , Saucedo-Sánchez A, Osnaya-M artínez H . Farin­ goamigdalitis y adenitis submaxilar necrosante por Streptococcus p yogen es asociado a síndrome de choque tóxico en niños en la ciudad de México. Bol M éd Hosp Infant M éx 1993;50:564. 18. Echániz-Avilés OL. Síndrome de shock tóxico por estreptococo beta-hemolítico del grupo A: revisión de la literatura y reporte de tres casos clínicos. Tesis para obte­ ner el título de pediatra. México DF: Hospital Infantil de México Federico Gómez-UNAM, 1993. 19. Stevens D. Editorial response: rationale for the use of intravenous gam maglobulin in the treatment of strepto­ coccal toxic shock syndrome. C lin Infect Dis 1998;26: 639-41. 20. Swedo SE, Leonard HL. Identification of children with pediatric autoim mune neuropsychiatric disorders asso­ ciated with streptococcal infections by a marker associa­ ted with rheumatic fever. Am J Psychiatry 1997; 154: 110 - 112 . 21. Herrero Je, Rey Cg, Dan R et al. C linical and bacteriolo­ gical implications of macrolide resistance in group A streptococcal pharyngitis. J Antim icrobial Chemother 2003;10:735-736. 22. Bocazzi A, Tonelli P, De Angelis M , et al. Short course therapy w ith ceftibuten versus azithromycin in pediatric streptococcal pharyngitis. Pediatr Infect Dis J 2000;19:963-967. 23. Fischetti VA. Com unicación personal, septiembre, 1993. 24. Zabriskie J. Com unicación personal, enero de 2001. C apítulo Infección de vías respiratorias superiores A ndrés Noé Torales Torales Abiel Maseareñas de los Santos Napoleón González Saldaña Roger Rolón A rá m b u lo Ana C a m puzano de Rolón A. Infección de vías respiratorias superiores De todas las infecciones, las de las vías respiratorias son las más frecuentes, tanto en países desarrollados como en el res­ to del mundo. Son causadas por patógenos muy diversos y de gravedad variable, dependiendo de las condiciones del huésped, el sitio afectado y las complicaciones.1,2 Con fines de estudio y limitándose a las infecciones de las vías superiores, pueden agruparse de la siguiente manera: • • • • • Resfriado común o rinofaringitis aguda. Faringoamigdalitis aguda. Otitis. Sinusitis. Laringotraqueobronquitis. En esta primera parte del presente capítulo se describen el resfriado común y la otitis, y más adelante se estudia la sinusitis y la laringotraqueobronquitis. Etiología Los rinovirus, con más de 100 serotipos, causan del 30 al 50% de los resfriados y hasta 80% en brotes epidémicos.4,5,6 Le siguen los coronavirus,7 adenovirus8y virus parainfluenza,9 sincicial respiratorio,10 enterovirus no polio 11 e influenza A y B (cuadro 7-1 ) .12,13,14 Los rinovirus son virus de RNA que se clasifican como picornavirus. Las infecciones por un serotipo determinado confieren cierta inmunidad específica de tipo, pero protec­ ción mínima contra los demás. Aun así, para la edad adulta se han desarrollado anticuerpos contra un gran número de ellos. El periodo de contagio es variable, pero se correlaciona con la excreción del virus por las secreciones nasofaríngeas. Cuadro 7-1 Agentes causales del resfriado común Virales Rinovirus Resfriado común Coronavirus Andrés N. Torales Torales Generalidades Es una enfermedad aguda, por lo general de origen viral, que se caracteriza por rinorrea, estornudos, irritación nasofarín­ gea, a veces fiebre de bajo o alto grado, autolimitada, con o sin complicaciones, dependiendo del virus o del huésped.1,2,3 Adenovirus Sincicial respiratorio Parainfluenza Coxsackie Echovirus Influenza A y B Picornavirus Bacterianos Otros Estreptococo Mycoplasma pneumoniae (?) r s s )S la lo m al 5,6 l,9 A 10 lo cta ie la is. Capítulo 7 Por lo general, dura entre 7 y 10 días, aunque puede prolon­ garse hasta tres semanas, con un periodo de incubación de 2 a 3 días.412’15'16 Los coronavirus, también virus de RNA, miden de 80 a 160 nm, son esféricos o elípticos y presentan una cubierta liposoluble, con proyecciones en su superficie que por microscopía electrónica se observan con su aspecto caracte­ rístico de corona. Se han identificado cuatro tipos antigénicos (1, 2, 3, 4). El grupo 1 incluye diversos coronavirus animales y los coronavirus 229E relacionados con el res­ friado común, y el NL63 con neumonía, ambos humanos; el grupo 2 comprende CoV bovinos, el VHM de hepatitis en ratones, y el CoV-OC43 humano también causal de resfriados comunes; el tipo 3 relacionado con CoV avia­ rios, y el tipo 4, llamado SARS-CoV relacionado con el síndrome respiratorio agudo severo.17 El periodo de incubación del resfriado por coronavirus es de 2 a 4 días. 7,18 De los adenovirus, cuya nucleoproteína está constituida por DNA, se conocen 51 serotipos divididos en seis especies (A-F). De éstos, el 31, 40 y 41 producen gastroenteritis. Los responsables de infecciones respiratorias suelen transmitirse por secreciones nasofaríngeas, de persona a persona o por contacto con fómites o aerosoles. Los ojos pueden represen­ tar un portal de entrada a través de material oftalmológico infectado, piscinas contaminadas o incluso como parte de brotes de conjuntivitis epidémica, por compartir toallas con­ taminadas e inoculación directa con los dedos. El virus se transmite durante los primeros cuatro días del cuadro agu­ do, pero es común la excreción persistente e intermitente, incluso por meses. El periodo de incubación en el caso de la infección respiratoria es de 2 a 14 días.8,12 Los virus parainfluenza, que pertenecen al grupo de los paramixovirus, contienen RNA en su núcleo. Se conocen cuatro tipos antigénicamente distintos, 1, 2 , 3 y 4, con dos subtipos, 4A y 4B, y aunque provocan rinofaringitis, son agentes causales principales de laringotraqueítis y a veces de neumonía y bronquiolitis. Los virus de parainfluenza se transmiten de persona a persona por contacto directo y por exposición a secreciones nasofaríngeas contaminadas, a tra­ vés de fómites o gotitas de saliva. Su periodo de incubación varía de 2 a 6 días.9,19 El virus sincicial respiratorio, también un paramixovi­ rus de RNA, carece de las glucoproteínas de superficie neuraminidasa y hemaglutinina, y se han identificado dos cepas (grupos A y B). Es la causa más importante de bronquiolitis y neumonía en niños pequeños, sobre todo durante el pri­ mer año de vida, y en general como epidemias en los meses de invierno y comienzo de la primavera. Es frecuente la transmisión entre los contactos domésticos y en guarderías, con excreción vírica de 3 a 8 días, aunque puede ser mayor Infección de vías respiratorias superiores en lactantes, hasta por 3 o 4 semanas. El periodo de incuba­ ción varía de 2 a 8 días.10,20 Los enterovirus no poliomielíticos son un grupo de virus RNA que incluyen 24 coxsackie del grupo A; 6 coxsackie del grupo B, 34 echovirus y 5 enterovirus, causantes de enferme­ dad febril inespecífica, resfriado común, faringitis, herpangina, estomatitis, neumonía y pleurodinia; pero también generan signos cutáneos (exantemas), neurológicos (meningi­ tis aséptica, encefalitis, parálisis), gastrointestinales (vómito, diarrea, dolor abdominal, hepatitis), oculares (conjuntivitis hemorrágica aguda) y cardiacos (miopericarditis) .11,12 El ser humano es el único huésped natural conocido de los enterovirus. Éstos se propagan por la vía fecal oral y res­ piratoria y de madre a hijo durante el periodo perinatal. La incidencia es máxima en niños pequeños, con brotes en verano y otoño en climas templados, y sin preferencia esta­ cional en los trópicos. La excreción y transmisión fecal del virus puede persistir por varias semanas después de la infec­ ción, mientras que la diseminación respiratoria por lo gene­ ral no rebasa una semana. El periodo de incubación es de 3 a 6 días. 11 El virus de la influenza, con tres tipos antigénicos (A, B y C), pertenece al grupo de los ortomixovirus. Los tipos A y B son causa de brotes epidémicos de gripe en todo el mundo (española, asiática, Hong Kong, porcina y en la antigua Unión Soviética), de alta mortalidad y de difícil erradicación por la capacidad de este virus de mutar sus principales antígenos de superficie: hemaglutinina (HA) y neuraminidasa (NA). Los virus influenza tipo A se subclasifican en subtipos de acuerdo con dichos antígenos. Los subtipos recientes han sido los virus H1N1, H1N2, y H3N2 .13,21 En Estados Uni­ dos se reportan cerca de 20 000 muertes por año y hasta más de 40 000 en epidemias recientes. Entre las poblaciones de riesgo de enfermedad grave destacan individuos mayores de 65 y menores de cinco años de edad, particularmente quienes padecen enfermedades cardiorrespiratorias crónicas, inmunodeprimidos y embarazadas.13,22 En niños sanos la frecuencia de infección oscila entre 10 y 40% anual, con la tasa más alta en la edad escolar; de ellos, 1% o más suelen requerir hospitalización .23 Sin embargo, en niños que sufren drepanocitosis, displasia broncopulmonar, asma, fibrosis quística, neoplasias, diabetes o insuficiencia renal crónica y en recién nacidos, se incrementa la frecuencia de hospitalizaciones y muerte por complicaciones de tipo neumonía o bronquitis.2,24 La gripe se transmite de persona a persona por contacto directo a través de aerosoles o mediante objetos recién con­ taminados con secreciones nasofaríngeas. El periodo de incubación suele ser de 1 a 3 días. 13 El estreptococo (3-hemolítico del grupo A, principal­ mente en niños pequeños (1 a 3 años), puede causar un cua- Parte II Infecciones del aparato respiratorio dro de fiebre moderada, a menudo prolongada, y rinorrea seromucoide, con irritabilidad y anorexia, denominado nasofaringitis febril. Difiere del cuadro clásico de farin­ goamigdalitis estreptocócica y debe considerarse en la etiolo­ gía del resfriado común .25 Así también, M ycoplasma pn eu m on ia e puede manifestarse por una simple coriza o faringitis.26 Debe desalentarse el cultivo de material de nasofaringe para aislar otras bacterias respiratorias, como H aemo­ philu s influenzae, Staphylococcus aureus, M oraxella catarrhalis y Streptococcus pn eum on iae, ya que éstas deben considerarse parte de la flora normal de las vías respiratorias superiores, y no suelen ser la causa del cuadro .2 Sin embargo, estas bacte­ rias deben considerarse en niños de edad escolar o mayores cuando cursan con descarga nasal purulenta y el diagnóstico más probable sea sinusitis.27 Epidemiología Se han revisado algunos conceptos epidemiológicos en torno a los diversos agentes causales, pero en términos generales, el resfriado común es más frecuente en edades extremas de la vida, durante los meses de invierno, y al principio de la pri­ mavera, cuando se registran epidemias que abarcan amplias regiones geográficas; y en comunidades que viven en hacinamiento .2,12 Se transmite por gotitas de saliva emitidas por el enfermo al toser, hablar y estornudar.2,21 Aunque existen variaciones atribuibles al virus, de indi­ viduo a individuo y de una familia a otra, las condiciones de hacinamiento, los grandes conglomerados humanos y la convivencia de muchas personas en lugares cerrados, son factores que predisponen al contagio. Los niños que asisten a guarderías tienen de 10 a 12 o más cuadros por año.12 Algunos autores han informado mayor incidencia en pacien­ tes del sexo masculino hasta la adolescencia, relación que se invierte en la edad adulta. Los escolares son quienes suelen introducir el virus en su casa, y el ataque secundario en la familia es del orden del 20 %; sin embargo, el riesgo aumen­ ta hasta 50% si los contactos del caso índice son niños.2,28 La presencia o ausencia de amígdalas no afecta la predis­ posición al resfriado, pero factores ambientales como el esmog, las tolvaneras, el tabaquismo, etc., al alterar los meca­ nismos locales de defensa constituyen importantes factores predisponentes.2 Los títulos máximos de reproducción del inoculo en la mucosa nasal de sujetos infectados experimentalmente se presentan en el tercer día, lo cual coincide con el periodo de sintomatología más intensa y constituye la fase de mayor contagiosidad.2,12 En México, durante el año 2000 las infecciones respira­ torias agudas presentaron una tasa de casi 30 000 casos por 100 000 habitantes, cifra que se ha mantenido prácticamente sin cambios en los últimos años (figura 7-1); por edad, el 35 000 30 000 _rac 25 000 o O 20 000 2 15 000 "15 ¡g h- 10 000 5 000 0 Figura 7-1 Incidencia de infecciones respiratorias agudas en México de 1995 a 2000. grupo más afectado fue el de 1 a 4 años, con tasa de 80 052 casos por 100 000 habitantes, seguido del de menores de un año (figura 7-2). Por lo que respecta a la mortalidad, en ese mismo año se reportaron 2 606 defunciones por esta causa (figura 7-3); el principal grupo afectado fue el de menores de un año, al cual correspondieron 1110 casos (figura 7-4). Respecto a la influenza, en el 2000 se informó una tasa de 0.57 casos por 100 000 habitantes; el grupo de edad más afectado fue el de menores de un año, con una tasa de 1.74 casos por 100 000 niños. La mortalidad por este padeci­ miento durante ese año fue de 142 casos (figuras 7-5 a 7-7). Sin embargo, estas cifras son inferiores a la realidad, ya que, al no ser enfermedad de notificación obligatoria, hay subregistro de los casos. Patogenia y patología Las vías de entrada son la mucosa nasal y conjuntival, los cambios citopatológicos varían de intensidad de acuerdo con el tipo de virus. Existe replicación in situ y la disemina- 180 000 160 000 ¿ 140 000 J= 120 000 g 100 000 o "¡5 80 000 t2 40 000 60 000 20 000 0 <1 1a4 5 a 14 15 a 24 .........I ........ . 25 a 44 45 a 64 Edad Figura 7-2 Incidencia de infecciones respiratorias agudas por grupos de edad en México, 2000. ■ S i ” ’' ' Capítulo 7 Mortalidad por infecciones respiratorias agudas en México de 1995-2000. Figura 7-3 ción casi siempre es por contigüidad. La descarga de virus alcanza su máximo en 2 a 7 días, pero algunos persisten más de dos semanas. El daño se localiza en el epitelio respirato­ rio, incluyendo senos paranasales y trompa de Eustaquio, y en su terminación intervienen anticuerpos locales, inmuni­ dad celular e interferón.12 Cuadro clínico Las manifestaciones clínicas generales incluyen fiebre de gra­ do variable, estornudos, rinorrea, congestión nasal, tos y malestar general variable; sin embargo, la intensidad, dura­ ción y complicaciones dependen del huésped y del virus cau­ sal.12 En el estudio de Pappas et al., de 81 resfriados en niños de edad escolar los signos y síntomas más comunes fueron tos, estornudos, congestión nasal y rinorrea, y los menos fre­ cuentes fiebre de bajo grado y cefalea. El 73% de los niños continuaron sintomáticos 10 días después del inicio .16 Así, rinovirus y coronavirus afectan principalmente a niños pequeños, con infecciones durante todo el año, pero con incidencia máxima a finales de otoño e invierno, con poca o nula afección sistémica. Comienzan con una sensa- Infección de vías respiratorias superiores incidencia de influenza en México de 1995 a 2000. Figura 7-b ción de prurito o ardor faríngeo, escalofríos, cefalalgia, ardor conjuntival y lagrimeo. Se agrega obstrucción nasal, rinorrea mucohialina y tos seca. Cuando presentan fiebre, ésta no es mayor de 38 °C .4,7,16 Entre 24 y 48 h después del inicio, la secreción nasal es espesa y profusa cuando, al inicio es hialina o mucoide, y existe la sensación de plenitud en nasofaringe y cabeza. La tos seca puede ser una molestia importante en los días sub­ secuentes, y la secreción puede tornarse purulenta, sin que necesariamente ocurra complicación bacteriana agregada.16 Los síntomas nasales y laríngeos alcanzan su máxima intensidad al tercer día, mientras que la sintomatología general desaparece pero la cefalea y obstrucción nasal persis­ ten. Por lo común, también se observan alteraciones del gus­ to y del olfato, así como disminución de la agudeza auditiva. Al efectuar examen físico se observa mucosa nasal infla­ mada, enrojecida, a veces con mucosas en faringe y cierto grado de hiperplasia linfoide en retrofaringe, con excreción mucopurulenta retronasal de 3 a 4 días de duración. Puede haber adenopatía cervical leve, algunas personas desarrollan aftas en la mucosa labial. Las conjuntivas y los tímpanos pueden mostrar enrojecimiento moderado. Los casos no 2 - 1.8 - 1.6 - 1.4 1.2 1 - 0.8 - 0.6 - 0.4 ■ 0.2 - 0■ 1a4 5 a 14 15 a 24 25 a 44 45 a 64 >65 <1 Edad (años) Figura 7-4 Mortalidad por infecciones respiratorias agudas por grupos de edad en México, 2000. i 1a4 i t I ....... I" 5 a 14 15 a 24 25 a 44 45 a 64 >65 Edad Incidencia de influenza por grupos de edad en México, 2000. Figura 7-6 Parte II Infecciones del aparato respiratorio séptico, crup o neumonía. Con el paso de los días, y ante todo con influenza tipo B, el paciente puede desarrollar miositis aguda con dolor en las pantorrillas y dificultad para caminar. En algunos pacientes, los virus de influenza tipos A y B se han relacionado con el síndrome de Reye; 13 encefalitis aguda y encefalopatía que en el estudio prospectivo de 11 años de Amin R et al., ocurrió en 5% de los casos.30,31 250 200 w 150 O V <0) u 100 50 0 Figura 7-7 Complicaciones Mortalidad por influenza en México de 1995 a 2000. complicados de resfriado común rara vez duran más de una semana. 4 *160 Los principales síndromes causados por adenovirus incluyen los síntomas antes mencionados, con manifestacio­ nes sistémicas moderadas en niños o adolescentes, pero pue­ den producir neumonía grave en lactantes. La conjuntivitis sola o acompañada de faringitis es un rasgo frecuente, y pue­ de causar gastroenteritis similar a la causada por rotavirus; síndrome coqueluchoide, laringotraqueobronquitis aguda (crup), bronquiolitis y cistitis hemorrágica.8,12 Los virus parainfluenza, aunque producen síntomas de resfriado común y faringitis, son la causa principal de larin­ gotraqueobronquitis, y con menor frecuencia, de bronquio­ litis y neumonía.9,19 El virus sincicial respiratorio (VSR) es la causa más importante de bronquiolitis y neumonía en lac­ tantes y niños pequeños.10 Así, en recién nacidos y prematu­ ros los signos respiratorios pueden ser mínimos, con prevalencia de letargo, irritabilidad y dificultad para la ali­ mentación, que suele acompañarse de accesos de apnea. Las infecciones en niños mayores o adultos suelen manifestarse por resfriados, a veces como bronquitis que exacerban el asma y otras neumopatías crónicas. El riesgo de muerte se incrementa sustancialmente en los niños que además de la infección por virus sincicial respiratorio (VSR) sufren car­ diópatas congénitas complicadas o cianóticas, incluidas las que conllevan hipertensión pulmonar; neumopatías subya­ centes, en particular displasia broncopulmonar; mucovisci­ dosis; prematurez e inmunodeficiencias.10 La gripe causada por el virus de la influenza se caracte­ riza por aparición súbita de fiebre alta, a menudo acompaña­ da de temblores y escalofríos, cefalea, malestar general, mioartralgias difusas y tos seca. Continúa con odinofagia y congestión nasal, y en forma concomitante infección conjuntival, dolor abdominal, náuseas y vómito . 13 Algunos pacientes manifiestan sólo un simple resfriado, o bien, un cuadro febril con apenas síntomas respiratorios. En lactantes la gripe puede producir manifestaciones de tipo Aun cuando el resfriado común cura por sí solo, un pequeño porcentaje de casos puede mostrar extensión de la infección viral, asociado con incremento de colonización nasofarín­ gea, con patógenos bacterianos como especies de Streptococ­ cus p n eu m on ia e, H aemophilus influenzae y Staphylococcus aureus. El VSR y el de la influenza han demostrado interferir con la función ciliar, que aumenta la adherencia tanto de bacterias como de células inflamatorias al epitelio respirato­ rio, propiciando infecciones bacterianas secundarias como sinusitis, otitis media, faringoamigdalitis, adenitis cervical, laringotraqueítis, bronquitis o neumonía.2,13 La sinusitis como complicación se presenta en 0.5%, y la otitis media en 2% de los casos. Los preescolares y escola­ res son más susceptibles a esta última, mientras que los adul­ tos lo son más a la bronquitis, en particular si existe una enfermedad pulmonar previa, como enfisema. En los ancia­ nos es mayor la frecuencia de complicaciones como neumo­ nía, que pueden llevar a la muerte.27 Diagnóstico y diagnóstico diferencial El diagnóstico diferencial de todo caso de rinorrea incluye:25 Procesos inflamatorios: a) De origen infeccioso: 1. Infección viral de vías respiratorias altas 2. Sinusitis bacteriana 3. Nasofaringitis estreptocócica 4. Adenoiditis 5. Sífilis 6 . Tos ferina 7. Difteria b) Alergia Trastornos inmunitarios: a) Deficiencia de IgA b) Deficiencia o disfunción de IgG c) Deficiencia de subclase IgG Anomalías estructurales: a) Síndrome de discinesia ciliar b) Atresia de coanas c) Cuerpo extraño nasal te ei­ rá A :is .1 10 >n icus ir ie 3ÍO ll, a1 . - ía a3- r Capítulo 7 d) e) Pólipos Neoplasias El diagnóstico de infección viral de vías respiratorias altas es fundamentalmente clínico .16 La identificación específica del virus causal incluye diversas pruebas serológicas las cuales detectan tanto anti­ cuerpos como antígenos, cultivo del virus y observación mediante microscopía electrónica, tecnología fuera del al­ cance de la mayor parte de los centros de diagnóstico y poco práctico.4,7' 11,13 Para la confirmación de la influenza dada la premura de iniciar el tratamiento y, por ende, reducir la duración de la enfermedad, excreción viral, uso de antibióticos y hos­ pitalización; se cuenta con determinación de anticuerpos por inmunofluorescencia directaisensibilidad media de 62% y especificidad media de 98%, e inmunofluorescen­ cia indirecta:sensibilidad media de 73.9% y especificidad media de 97%, tomado de 10 estudios comparados con cultivo viral y con resultados de 2 a 4 h .32 Actualmente existen por lo menos seis pruebas rápidas con resultados en 30 min, cinco de ellas por medio de inmunoanálisis detectan antígeno viral y una detecta actividad de neuraminidasa. Directigen Flu A sólo detecta influenza A, Directigen Flu A + B y NOW Flu A y NOW Flu B pueden distinguir ambos. Y tres pruebas: Quick Vue influenza test; FLU OIA y ZstatFlu, detectan influenza sin distinguir si es A o B, con sensibilidad del 72 al 95%, y especificidad del 76 al 84% de 28 estudios.32 Si el paciente, por lo general mayor de un año de edad, continúa con rinorrea mucopurulenta por más de 10 días, y tiene además tos que empeora por las noches, halitosis, voz nasal, secreción retronasal y fiebre de presentación variable, debe confirmarse un diagnóstico de sinusitis mediante estu­ dios radiológicos, tomográficos o aspiración de senos maxi­ lares.25,33,34 En niños menores de tres años debe investigarse nasofaringitis estreptocócica, de curso indolente y duración de semanas hasta un mes, aunada a fiebre de grado bajo, irrita­ bilidad y anorexia, rinorrea purulenta y adenopatía cervical, que se demuestra obteniendo estreptococos del grupo A de nasofaringe o garganta.25,35 Contrasta con la faringoamigda­ litis estreptocócica que se observa en escolares, la cual es de curso agudo, sin rinorrea, la fiebre, odinofagia y adenopatía cervical anterior dolorosa constituyen bases clínicas impor­ tantes del diagnóstico.35 La rinitis alérgica, más común después de los dos años de edad, se sospecha por los antecedentes familiares de aler­ gia, la presencia de estornudos matutinos “en salva”, y la ausencia de síntomas generales y de fiebre, los cuadros repe­ titivos que conllevan rinorrea acuosa profusa, acompañados de prurito nasal (a veces desencadenados por alergenos ya Infección de vías respiratorias superiores conocidos por el familiar o el paciente), eosinofilia en moco nasal y la respuesta favorable a los antihistamínicos. Sin embargo, la rinitis alérgica, ya sea estacional o perenne, pue­ de ocasionar edema de mucosas y obstrucción ostial que pre­ disponen a sinusitis bacteriana y, en consecuencia, a secreción nasal purulenta .25 Niños con ciertos trastornos de inmunodeficiencia y las anormalidades estructurales enumeradas antes, pueden sufrir rinorrea purulenta sobre una base de sinusitis aguda y recu­ rrente. En los casos de cuerpos extraños nasales debe recor­ darse que la secreción nasal suele ser unilateral, fétida y a menudo serosanguinolenta, y requiere observación por el otorrinolaringólogo, ante todo cuando existe confusión entre cuerpo extraño y pólipos, muy raros en niños.25 Tratamiento En la mayor parte de los casos y dado el origen viral del padecimiento, el manejo es sintomático e incluye buena hidratación, reposo, limpieza de las secreciones nasales con lavados, y control de la fiebre con antipiréticos como el para­ cetamol o ácido acetilsalicílico en niños mayores, útiles tam­ bién para disminuir las mioartralgias y la cefalea. Los salicilatos pueden incrementar el riesgo de sufrir síndrome de Reye.4,7' 11,13 El uso de antihistamínicos con un efecto moderado en la congestión nasal es motivo de controversia; resecan e irri­ tan las mucosas y pueden producir sedación, y no son más eficaces que el placebo, pero están indicados en caso de rini­ tis alérgica.12 Los agentes adrenérgicos orales o tópicos (efe­ drina o seudoefedrina), por su acción vasoconstrictora, son eficaces descongestionantes nasales y alivian la obstrucción tubaria; sin embargo, los efectos sistémicos de los preparados orales producen estimulación, hipertensión, palpitaciones e irritabilidad, y el uso prolongado de preparados tópicos, por su efecto de “rebote”, producen rinitis medicamentosa que incrementan la obstrucción nasal.36 Los antitusivos y expectorantes no han demostrado efi­ cacia; sin embargo, en algunos pacientes cuya tos persiste días o semanas, al parecer secundaria a reactividad de la vía aérea inducida por virus, el uso de un broncodilatador puede ser beneficioso.12 No deben emplearse antibióticos como profilácticos, ya que se ha demostrado que no previenen la neumonía bacte­ riana y sólo están indicados en el tratamiento de las compli­ caciones (p. ej., sinusitis, otitis, neumonía, etc.).37,38 La vitamina C y la gammaglobulina parenteral no tie­ nen acción antigripal demostrada, pero la inmunoglobulina, administrada en aerosol nasal dos veces al día por ocho semanas parece ser eficaz en prevenir síntomas de rinitis en 39 Parte II , Infecciones del aparato respiratorio El tratamiento con amantadina y rimantadina, que impiden la replicación del virus de la influenza tipo A por inhibición de la proteína viral M2, disminuye la intensidad de los signos y síntomas de la gripe causada por el virus, si se administra en las primeras 48 h de la enfermedad .40 La dosis para niños de 1 a 9 años (o hasta 40 kg de peso) es de 5 mg/kg/día, durante 2 a 5 días (máxima, 150 mg al día), dividida en dos fracciones; y para niños mayores de 10 años (o de más de 40 kg), 200 mg/día, dividida en 1 o 2 aplicaciones. El uso de estos fármacos, que no está autoriza­ do en lactantes, debe considerarse en niños con enfermedad grave en épocas de exámenes o competencias deportivas, o en pacientes inmunodeprimidos. Sin embargo, no hay que olvidar su nula utilidad contra la influenza tipo B, ni el rápi­ do desarrollo de resistencia viral a estos fármacos.13,40 Recientemente se han aprobado para uso clínico en niños inhibidores de neuraminidasa como zanamivir y oseltamivir, que son activos contra influenza A y B . 13,40,41 El oseltamivir, tanto para tratamiento como quimioprofiláctico se administra en dosis de 2 mg/kg VO, dos veces al día durante cinco días; en niños de 1 a 12 años y en las pri­ meras 48 h parece reducir en grado considerable el tiempo de enfermedad, así como fiebre, tos y coriza, y redujo en 44% la incidencia de otitis media.41,42 El zanamivir está aprobado para niños mayores de siete años para tratamiento y como quimioprofilaxis en mayores de cinco años. Su presentación como polvo inhalatorio se administra dos veces por día, durante cinco días. En un estu­ dio de eficacia en niños de 5 a 12 años, aplicado dentro de 36 h de iniciado el cuadro, disminuyó los síntomas en un día, comparado con placebo.13,32 Prevención Las vacunas desarrolladas y aprobadas hasta ahora contra la gripe por virus de influenza A y B son trivalentes, de virus inactivados con formalina (H1N1, H3N2 y B), ya sea de partículas víricas completas, o bien, subviriones (una de ellas incorpora membranas lipoídicas del virus, y la otra antígeno de superficie purificado) y de aplicación intramuscular. Las vacunas de virus completos se relacionan más con efectos adversos en niños.13 En los niños que no han tenido contacto con virus de influenza se recomienda aplicar dos dosis de la vacuna, con un mes de intervalo; y en quienes ya han tenido esa experien­ cia o ya han sido vacunados antes, basta una sola dosis. La vacuna debe aplicarse cada año debido a la variación anual antigénica de las cepas de virus circulantes, la cual determina que la protección conferida es menor de un año .13 La eficacia de la vacuna para influenza en niños y ado­ lescentes ha sido evaluada en un estudio metaanalítico que demuestra eficacia de 36% para enfermedad sólo clínica­ mente diagnosticada, que incrementa a 67% en casos confir­ mados por laboratorio, y 51 % contra otitis media aguda.43 En fecha reciente se ha desarrollado una vacuna contra cepas A y B de influenza, de virus vivos, trivalente; atenuada y adaptada al frío (CAIV-T). Es de aplicación intranasal, anual, y estimula la producción de anticuerpos IgG, pero también de IgA, tanto sérica como nasal, que permanecen estables por 1 o 2 años. Han demostrado eficacia contra la excreción viral en el 54 al 100% de los sujetos, y del 36 al 100% de protección contra la enfermedad. En forma secun­ daria, reducen cerca de 30% la incidencia de otitis media,44,45 CAIV-T fue bien tolerada y efectiva para prevenir influenza en 72.9% en 3 174 niños de 12 a <36 meses de edad, duran­ te dos estaciones en dos años consecutivos en múltiples sitios de Asia.28 Estudios comparativos entre vacuna viva atenuada con­ tra vacuna inactivada, la primera demostró eficacia relativa­ mente superior en prevenir infecciones recurrentes de influenza.46 Sin embargo, el impacto de la vacunación contra la gri­ pe tiende a ser menos evidente en la población infantil que en la adulta, debido a que en los niños existen otros agentes virales que causan infecciones de vías respiratorias superiores o paragripales.14 Por lo anterior, se recomienda la vacunación anual a niños de 6 meses a 2 años, empezando con dos dosis, y a ma­ yores que presenten uno o más de los factores de riesgo siguientes: • • • • • • • • Asma bronquial u otras neumopatías crónicas. Cardiopatías hemodinámicamente inestables. Enfermedades y tratamientos inmunodepresores. Infección por VIH. Drepanocitosis y otras hemoglobinopatías. Pacientes que requieran salicilatos por un largo tiempo. Niños con diabetes mellitus. Nefropatía y enfermedades metabólicas crónicas. También la amantadina y rimantadina contra influenza A, y el oseltamivir contra influenza A y B, han demostrado actividad quimioprofiláctica en niños de alto riesgo, que no puedan recibir vacuna contra influenza.13,40 Referencias 1. Denison M R. Viral pharyngitis. Semin Pediatr Infect D isJ 1995;6(2):62-68. 2. Gruber W C . The epidemiology of respiratory infections in children. Semin Pediatr Infect D isJ 1995;6(2):49-56. r irÍ3 :ra da al, ro en la al n,45 za rí­ os nt 2l - de riue :es res a la­ go za do no Capítulo 7 3. Ruoff G. Upper respiratory tract infections in family practice. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(8) :573-78. American Academy of Pediatrics. Rhinovirus infections. 4. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007;633. Calvo C, et al. Role of Rhinovirus in hospitalizad infants in Spain. Pediatr Infect Dis J 2007;26(10):904-908. 6 . Kusel M M H et al. Rhinoviruses are the major respira­ tory pathogens in infants. Pediatr Infect Dis J 2006; 25(8):680-686. American Academy of Pediatrics. Coronavirus. En: Pic­ kering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:302-304. American Academy of Pediatrics. Adenovirus infections En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Edi­ torial Médica Panamericana. M adrid 2007:220-222. 9. American Academy of Pediatrics. Infecciones por virus parainfluenza. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial Médica Panamericana. M adrid 2007:583-585. 10. American Academy of Pediatrics. Virus Sincicial Respira­ torio. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial Médica Panamericana. M adrid 2007:799-805. 11 American Academy of Pediatrics. Infecciones por Ente­ rovirus no poliomielíticos. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infec­ ciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panameri­ cana. M adrid 2007:324-326. 12 . Turner RB. The epidemiology, pathogenesis and treatment of the common cold. Semin Pediatr Infect Dis J 1 9 9 5 ;6 (2 ):57 -6 l. 13. American Academy of Pediatrics. Gripe. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfer­ medades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édi­ ca Panamericana. M adrid 2007:406-417. 14 Legg JP et al. Respiratory viral pathogens in infancy. Pediatr. Infect. Dis J 2005; 2 4 (7 ):6 1 1-616. 15. M cM illan JA, W iener L, Higgins AM , et al. Rhinovirus infection associated with serious illness among pediatric patients. Pediatr Infect Dis J 1993; 12(4 ):3 2 1-25. 16. Pappas DE, Hendley JO , Hayden FG, W inther B. Sympton Profile of Common Colds in School-aged Children. Pediatr Infect Dis J 2 00 8 ;2 7(1 ):8 -1 1. 17 Uyeki T M . Influenza diagnosis and treatment. Pediatr Infect Dis J 2003;22(2):164-177. 18. Suzuki A et al. Detection of Coronavirus NL63 in Japane­ se Children. Pediatr Infect Dis J 2005;24(7):645-648. 19. Knott AM , Long CE, Breese Hall C. Para influenza viral infections. Pediatr Infect Dis J 1994;13(4):269-73. 20. Hall BC, Douglas GR. Modes of transmission of respira­ tory syncitial virus. J Pediatr 1981;99:100-06. Infección de vías respiratorias superiores 21. Glezen P, et al. Influenza virus infections in infants. Pediatr Infect Dis J 1997; 16( 11): 1065-68. 22. Neuzil KM, Zhu Y, Griffin M R. Burden of interpande­ mic influenza in children younger than 5 years. J Infect Dis 2002;185:147-152. 23. Schanzer DL et al. Hospitalization attributable to influenza. Pediatr Infect Dis J 2006;25(9):795-800. 24. Gooch W M . Potential infectious disease complications of upper respiratory tract infections. Pediatr Infect Dis J 1998;17(8):S79-82. 25. W ald ER. Purulent nasal discharge. Pediatr Infect Dis J 1991; 10(4):329-33. 26. American Academy of Pediatrics. Infecciones por Myco­ plasma pneumoniae. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:552-555. 27. W ald ER. Sinusitis. Semin Pediatr Infect Dis J 1995; 6(2):79-84. 28. Tam JS et al. Eíficacy and Safety of Live Influenza Vacci­ ne. Pediatr Infect Dis J 2007;26(7):619-628. 29. Bicknell PG. Role of adenotonsillectomy in the manage­ ment of pediatric ear, nose and throat infections. Pediatr Infect Dis J 1 9 9 4 ;1 3(l):57 5 -78 . 30. Amin R, et al. Influenza-associated encephalitis. A pros­ pective 11-year review. Pediatr Infect Dis J 2008; 27(5):390-395. 31. N agaoT et al. Prognostic factors in influenza-associated encephalopathy. Pediatr Infect Dis J 2008;27(5):384389. 32. Uyeki T M . Influenza diagnosis and treatment. Pediatr Infect Dis J 2003;22(2):164-177. 33. Giebink GS. Childhood sinusitis: pathophysiology, diagnosis and treatment. Pediatr Infect Dis J 1994; 13(1):S55-S58. 34. Ueda D, Voto Y. The ten-day mark as a practical diag­ nostic approach for acute paranasal sinusitis in children. Pediatr Infect Dis J 1996; 15 (7) :576-79. 35. American Academy of Pediatrics. Infecciones de Estrep­ tococo del grupo A. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:358-369. 36. Turner RB, Darden PM. Effect of topical adrenergic decongestants on m iddle ear pressure in infants with common colds. Pediatr Infect Dis J 1996;15(7):621-24. 37. Gadomsky AM . A ntibiotic treatment for URI does not prevent pneumonia. Pediatr Infect Dis J 1993; 12(2): 115-20. 38. American Academy of Pediatrics. Uso apropiado de anti­ bióticos para infecciones de vías respiratorias superiores. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:812-814. 39. H eikkinenT, Ruohola A, Ruuskanen O, et al. Intranasally administered im m unoglobulin for fue prevention of Parte II 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. • Infecciones del aparato respiratorio rhinitis in children. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(5): 367-72. Meissner HE. Antiviral drugs for prophylaxis and treatment of influenza. Pediatr Infect Dis J 2001; 2 0 (1 2 ):1 165-67. W hitley R], et al. Oral oseltamivir treatment of influen­ za. Pediatr Infect Dis J 2001 ;20(2): 127-33. Sato M et al. Viral shedding after antiviral therapy for influenza. Pediatr Infect D isJ 2005;24(10):931-932. M anzoli L et al. Meta-Analysis of Influenza Vaccine Effi­ cacy in Healthy Children. Pediatr Infect Dis J 2007; 26(2):97-106 Abramson JS. Intranasal, cold-adapted, live, attenuated influenza vaccine. Pediatr Infect Dis J 1999; 18(12): 1103-4. Belshe RB, Gruber W C . Prevention of otitis m edia in children with live attenuated influenza vaccine given intranasally. Pediatr Infect D isJ 2000;19(5):566-71. Askhenazi S et al. Live attenuated versus inactivated influenza vaccines. Pediatr Infect Dis J 2006;25 (10): 870-879. Teo SSS. Transmission of influenza A in Familys. Pediatr Infect Dis J 2007;26(7):645-647. Otitis media Andrés N. Torales Torales Definiciones Con la intención de precisar lo que se entiende por otitis media y otras expresiones relativas a sus formas diversas, en los párrafos siguientes se definen algunos conceptos. Otitis media. Inflamación del revestimiento mucoperióstico del oído medio que afecta membrana y caja timpá­ nicas, trompa de Eustaquio, antro y celdillas mastoideas. Es de origen infeccioso, suele ser precursora o concomitante de manifestaciones de las vías respiratorias altas, donde los sig­ nos y síntomas más importantes suelen ser fiebre, irritabili­ dad, otalgia, hiperemia, abombamiento o perforación de la membrana timpánica y otorrea seropurulenta.1,2,3 Otitis media aguda. Presencia de líquido purulento en el oído medio, con signos y síntomas menores de tres sema­ nas de evolución, con o sin otorrea y en ciertas ocasiones acompañada de manifestaciones sistémicas.1,2,3 Otitis media con derrame. En el oído medio hay un líquido seroso no purulento, sin síntomas ni signos locales, ni sistémicos de enfermedad.2,3 Otitis crónica. Con signos y síntomas de más de tres meses de duración, con perforación del tímpano y otorrea.2,4 Otitis externa. Trastorno inflamatorio del conducto auditivo externo, a menudo con drenaje purulento difícil de distinguir de la otorrea del oído medio .5,6 Otitis media recurrente. Trastorno que se caracteriza por accesos repetidos de otitis media que alternan con periodos de remisión evidente. Definen el diagnóstico tres o más episodios en menos de seis meses, o cuatro o más en un año.4,7,13 Otitis media persistente. Persistencia de otitis media aguda después de seis días de iniciado el tratamiento, o la recurrencia de signos y síntomas en pocos días después de haber completado por lo menos 10 días de tratamiento anti­ microbiano. Cuando la persistencia es causada por el mismo patógeno se denomina recaída, y reinfección cuando la causa una especie bacteriana diferente.4,13 Propensos a otitis media. Se considera propensos a la otitis media a aquellos niños que sufren seis o más accesos antes de los seis años de edad y, más recientemente, a aque­ llos que desarrollan cuatro o más accesos de otitis media aguda en el primer año de edad, o con ocho meses o más de enfermedad del oído medio, ya sea con síntomas o sólo con derrame en el oído medio, bien sea unilateral o bilateral, continua o intermitente.1,8 Epidemiología La otitis media aguda es la infección bacteriana más común y más severa en niños estadounidenses; en el Círculo Arti­ co y en niños australianos, sobre todo en aborígenes.1,9' 11 En EUA es motivo del 20 al 40% del total de consultas en menores de cinco años, y su incidencia se traduce en 20 millones de episodios anuales, de los cuales 9.3 millones afectan a niños menores de dos años.7,9 La prevalencia de recurrencia se ha incrementado de 18% en 1981 a 30% en 2000 .1,7 Se considera que para el primer año de edad, más del 60 al 75% de esos niños han sufrido por lo menos un episodio, y para los tres años, más del 80%; y por lo menos 40% han padecido tres cuadros.13 En México, por no ser una enfermedad de notificación obligatoria, se desconoce su frecuencia exacta y debe existir un subregistro importante. La incidencia informada en 2000 fue de 649 579 casos, con una tasa de 646.49 por 100 000 habitantes. En una revisión de 4 520 390 niños menores de un año se reportaron 33 536 casos (0.74%) y 119 803 (1.30%) de 9 232 509 preescolares y 194 752 (2.20%) de 8 858 083 escolares.14 La otitis media aguda muestra una extensa variación estacional, pero la mayor incidencia se registra en invierno, junto con la mayor frecuencia de infecciones virales de las vías respiratorias superiores, que predisponen a colonización bacteriana, 12,15' 17 así como en temporada de lluvia .18 Otro predisponente es la edad temprana, con picos entre los 6 y 18 meses, y la probabilidad de recurrencia, cronicidad y bilateralidad se incrementa cuando los cuadros se inician antes de los seis meses a un año de edad .9,19 r ■p ? por s de iios :dia d la de ntimo >la Capítulo 7 Cuadro 7-2 20 nes de en nás un nos ión stir )00 )00 ; de 503 de ión no, las ión 'tro 6y ilaítes Frecuencia Streptococcus pneumoniae 30.9% Enfermedad viral respiratoria, temporada invernal. Haemophilus influenzae 22.2% Colonización nasofaríngea con patógenos del oído. Moraxella catarrhalis (antes Neisseria) 6 .1% Estreptococos del grupo A 1.7 % Bacterias entéricas 0.9% Hacinamiento. Niños de guardería. Hermanos en la casa. Staphylococcus aureus 0.7% Predisposición familiar. Staphylococcus epidermidis 0.4% Género masculino. Pseudomonas aeruginosa 0.2% Alimentados con leche de fórmula. Otros 2 .5% Sin crecimiento 34.3% Nivel socioeconómico bajo. Fumadores pasivos. Uso de chupones. Inmunodeficiencias, incluyendo infectados porVIH y alteraciones anatómicas y fisiológicas (labio y paladar hendidos, etc.). Alergia. íun rtiEn en Bacteria Factores de riesgo de otitis media a la ;sos ue:dia ¡ de ;on ral, Infección de vías respiratorias superiores Al nacer, un niño puede tener cierta predisposición a sufrir otitis media aguda, en relación con el género y el gru­ po étnico y familiar a que pertenezca; así, los nativos estado­ unidenses tienen una probabilidad 15 veces mayor de sufrirla.9 La frecuencia alta de otitis media en niños pequeños sanos también guarda relación con una trompa de Eustaquio más corta, ancha, recta y más horizontal que la de niños mayores o adultos; conlleva a una funcionalidad subóptima de ventilación, protección y drenaje de las secreciones del oído medio a la nasofaringe que, combinada con un sistema inmune aún inmaduro facilita el acceso de microorganismos de la nasofaringe al oído medio .20 En el cuadro 7-2 se enumeran los principales factores de riesgo. Etiología Se han realizado diversos estudios para identificar las causas de otitis media aguda en niños,12,15,17,21,22 y prácticamente desde la mitad del siglo pasado han permanecido los mismos agentes, incluyendo a Streptococcus pn eum on iae, H aemophilus influenzae no tipificable, M oraxella catarrhalis y Streptococcus pyogenes ,23 En 1981, Feigin24 publicó un resumen de ocho estudios donde incluye cultivos obtenidos por timpanocentesis en 2 492 episodios de otitis media en niños de un mes a seis años de edad, donde se obtuvieron las siguientes bacterias: En 1994, Ruuskanen y Heikkinen revisaron 12 estudios de diferentes autores, publicados entre 1973 y 1993, donde se demuestra que Streptococcus pn eu m on ia e ha sido el agente causal cultivado con mayor frecuencia (del 18 al 35%), seguido de H aemophilus influenzae (del 6 al 32%) y, con menor frecuencia, Moraxella catarrhalis (del 0 al 16%).25 En 1997, Blumer señaló cifras de aislamiento de Strep­ tococcus pn eu m on ia e de 38%, H aemophilus influenzae 29%, M oraxella catarrhalis 17% (90% positivos a (3-lactamasa); Streptococcus de los grupos A y B, 4.8%; Staphylococcus aureus, 1.8%; Pseudomonas aeruginosa y Staphylococcus coagulasa-negativos, 1.0 %; sin crecimiento, 8 .4 % .26 Rosenblút et al., en 2001, al evaluar la microbiología del líquido de oído medio de 170 niños chilenos con otitis media aguda, encontraron Streptococcus pn eu m on ia e causal en 37% de los casos, seguido de H aemophilus influenzae en 24%, Streptococcus pyogenes en 13%, Staphylococcus coagulasa-negativo en 3%; virus sincicial respiratorio en 3%; Sta­ ph ylococcu s aureus en 2%; M oraxella catarrhalis en sólo 2 pacientes, y adenovirus, Proteus mirabilis, especie de Strepto­ coccus, Pseudomonas aeruginosa y Chlamydia pn eu m on ia e en un paciente; no hubo crecimiento en 12%. Los resultados fueron sustancialmente similares a los de la población sajo­ na, pero con escaso aislamiento de Moraxella y virus .27 Entre 1999 y 2004, de 952 niños costarricenses con oti­ tis media aguda, los patógenos más aislados fueron: Strepto­ coccus pneum oniae, 252 (49%); H aemophilus influenzae, 190 (37%); Streptococcus pyogenes, 38 (7%) y Moraxella catarrha­ lis, 36 (7 % ).18 En la experiencia de Casey JR, y Picchichero ME, la frecuencia de patógenos en oído medio a partir de la introducción de vacuna neumocócica conjugada 7 valente y amoxicilina en dosis elevadas han producido una significati­ va disminución en S. pn eu m on ia e (p - 0.017) e incremento de H. influenzae no tipificable (p = 0.012) con inversión de frecuencia a favor de este último .28 Parte II Infecciones del aparato respiratorio En los últimos años, tres hechos han impactado la etio­ logía y manejo de este trastorno: a) la participación de los virus respiratorios,15' 17,29,30 b) el incremento de cepas de H aemophilus influenzae y Moraxella catarrhalis productoras de P-lactamasas,7,32’34’35’37 y c) el surgimiento de cepas de Streptococcus pn eu m on ia e resistentes a penicilina .31'36 En relación con el primer punto, es bien sabido que la mayor parte de los cuadros de la otitis media aguda son precedidos de una infección viral de vías respiratorias superiores, y que en el 20 al 30% de ellos no es posible aislar patógenos bacterianos;15' 17,38 que los cuadros de otitis se incrementan durante brotes epidémicos de resfriados y gripe, y que la incidencia de este tipo de otitis es mayor en niños menores de dos años, lo que coincide con la mayor prevalencia de tales infecciones.16,25,29 En nueve estudios realizados de 1982 a 1996 se demostró claramente la presencia de virus o antígenos virales en líquido de oído medio en 19% de 1 024 niños con otitis media aguda; no obstante, la mayor parte estuvo asociado a bacterias y sólo 5% fueron recuperados como simple patógeno. En el mismo artículo, Heikkinen et al. mostraron que de 208 casos con otitis media aguda viral, 81 % fueron causados por cinco tipos de virus, de los cuales el virus sincicial respiratorio (VSR) fue el más frecuente, con 74%, seguido de parainfluenza, 52%; influenza, 42%; ente­ rovirus, 11%, y adenovirus, 4%. Asimismo, en 65% se observó una infección bacteriana combinada, en mayor fre­ cuencia con neumococo.17 En su resumen, de los datos de 708 casos de otitis media aguda registrados entre 1982 y 1998, Chonmaitree observó una causa bacteriana pura en 55%, bacterias y virus en 15%, y sólo virus en 5% de los casos, según se detalla en el cuadro 7-3 . 15 Tipos de virus detectados en líquido del oído medio de 708 pacientes con otitis media aguda (OMA) Cuadro 7-3 Virus Número % Sincicial respiratorio 72 49.0 Parainfluenza (tipos 1 ,2 y 3) 20 13.6 Influenza (A y B) 19 12.9 Enterovirus 10 6.8 Rinovirus 10 6.8 Citomegalovirus 8 5.4 Adenovirus 7 4.8 Herpes simple TOTAL 1 0.7 147 100.0 En 1977 se señaló el primer aislamiento de Moraxella catarrhalis productora de P-lactamasa, una característica que sufrió rápida diseminación, al grado de que hoy en día del 80 al 100 % de las cepas de todo el mundo son productoras de P-lactamasa y, por tanto, resistentes a los antibióticos P-lactámicos. Sin embargo, su frecuencia como causa de OMA oscila entre el 0 y el 15%, rara vez alcanza cifras mayores. 22 ’2S^ \ ) 34 En 1974 se descubrieron cepas de H aemophilus influen­ zae productoras de P-lactamasas,25 pero su diseminación e incremento en la resistencia a antibióticos P-lactámicos es más lenta y las cifras son variables; en Europa oscilan del 2 al 35%.40 En EUA su prevalencia ha variado a través de los años; así, entre 1983 y 1988 estaba entre el 10 y el 15%, para incrementarse a mediados de 1990 a 30%, y después de 1997 a más de 42%; casi todas por cepas de H. influenzae no serotipificables aun desde antes de la vacunación con vacuna conjugada contra Hib .23,32’34’37 La resistencia de Streptococcus pn eu m on ia e había sido señalada desde mediados de 1960 por Kisiak y Hansman ;32 pero cobra importancia cuando a finales de 1970, en Sudáfrica, se observan cepas de neumococo que requieren más de 2 mg/ml de penicilina para inactivarse, a partir de enton­ ces los informes de resistencia se extienden por todo el mundo .33’36 En un estudio de vigilancia epidemiológica rea­ lizado en EUA en 1997, 46% de un total de 25 000 cepas estudiadas resultaron ser cepas de neumococo no suscepti­ bles a penicilina. Múltiples cambios observados en las pro­ teínas fijadoras de penicilina de la bacteria explican el fenómeno.22’33,34,37’41,42 Patogenia La participación de los virus respiratorios es fundamental en la patogenia de la OMA. Estos agentes provocan una casca­ da de fenómenos que al final conducen al desarrollo de la enfermedad.15' 17,38,43 En otras palabras, la infección viral del epitelio respiratorio superior: • produce una reacción inflamatoria o inmunitaria en la nasofaringe del huésped, que • favorece la colonización y adherencia de bacterias a la nasofaringe, lo cual • origina disfunción de la trompa de Eustaquio y pre­ sión negativa del oído medio, además de 9 invasión microbiana del oído medio, con ® subsecuente reacción inflamatoria o inmunitaria del oído medio, que desencadena • las manifestaciones clínicas características de la enfermedad. Los virus interactúan con la bacteria e incrementan la gravedad de la OMA por diversos mecanismos, a saber:15' 17 lia ue leí •as os de •as 71- e es al os '/o, de 10 na io .32 as ri­ el :aas tioel ala [el la 17 r Capítulo 7 1. Producen citocinas y mediadores inflamatorios que provocan un mayor grado de inflamación del oído medio. 2. Alteran la función de los neutrófilos y del epitelio de la trompa de Eustaquio, lo cual ocasiona retraso en la eliminación de la bacteria del oído medio. 3 . Los virus pueden provocar reacciones inmunitarias locales que interfieren con la penetración de anti­ bióticos al oído medio, disminuyendo sus concen­ traciones inhibitorias. La colonización de la nasofaringe inicia casi desde el nacimiento por cepas que constituyen su flora normal (aero­ bios: estreptococo a-hemolítico, como anaerobios: peptostreptococcus), pero también comensales potencialmente patógenos (S. pneum oniae, H. influenzae, M. catarrhalis). La flora normal protege a la nasofaringe contra la colonización por patógenos porque son capaces de producir sustancias antagónicas como bacteriocinas y peróxido de hidrógeno.20 La colonización bacteriana de las vías respiratorias supe­ riores, como primer paso en la patogenia de la otitis media, es un proceso dinámico en el cual interactúan por un lado la mucosa respiratoria, compuesta entre otras cosas por mucinas, que son glucoproteínas de alto peso molecular, unidas a cadenas laterales de carbohidratos que actúan como recepto­ res y, por otro, adhesinas, proteínas de membrana externa de las bacterias, fenómeno bien estudiado en la adherencia de neumococo al epitelio respiratorio.20 También se han identificado adhesinas en H aemophilus influenzae, otras cepas expresan p ili o fim brias, que permiten su adherencia a células mucosas que funcionan como adhesinas.43 La respuesta a la adherencia del neumococo a la mucosa incrementa el aclaramiento mucociliar y producción de moléculas antimicrobianas como lisozimas, lactoferrina, peroxidasas y péptidos, que actúan como mecanismos de defensa no inmunológicos; pero también inducen a una res­ puesta inmune específica con la producción de IgG, IgM e IgA sérica y secretora. No obstante, el neumococo aun así es capaz de colonizar la nasofaringe, y desarrollar enfermedad o diseminarse a la comunidad .20 La persistencia de líquido en el oído medio (otitis media con derrame), fallas clínicas y de erradicación de las bacte­ rias, recurrencias y recaídas, han llevado a hipotetizar que se deben a la presencia de un biofilm, definido como microor­ ganismos organizados o mixtos encubiertos en una matriz polimérica unida a una superficie inerte o viva. El crecimien­ to de un biofilm puede empezar tan pronto como agregados bacterianos independientemente de la especie se unen a una superficie, constituyendo un modo protegido de crecimien­ to. Así antibióticos, anticuerpos y macrófagos son incapaces de eliminar a las bacterias contenidas en un biofilm. Su pre­ sencia puede no ser evidente porque las bacterias de un bio­ Infección de vías respiratorias superiores film son difíciles de cultivar in vitro por su reducida actividad metabólica y tasa de crecimiento; se han evidenciado por estudios de reacción en cadena de la polimerasa y se han detectado en colesteatomas y tubos de ventilación removi­ dos.20,44 Desde el punto de vista histopatológico, existe una fase inicial de tubotimpanitis, seguida de hiperemia, exudación, perforación y mastoiditis.24 Cuadro clínico En la fase de tubotimpanitis de la OMA, los síntomas ini­ ciales coinciden con los del resfriado común, seguidos de sensación de oído ocupado y sordera, lo que motiva el signo clásico de que el niño se jala la oreja. A la exploración con otoscopía neumática, el reflejo luminoso se muestra dismi­ nuido y con escasa movilidad de la membrana timpánica; una audiometría mostrará hipoacusia de tipo conductivo, por lo común en el intervalo de baja frecuencia.24,45 A partir de ese momento, en la fase de hiperemia, se presenta fiebre (>39 °C), malestar general, dolor de oído aunado a sordera de intensidad creciente, con llanto “inexplicable” en niños pequeños. Hay hiperemia marginal de la membrana timpá­ nica que se extiende periféricamente hacia el conducto audi­ tivo externo. El tímpano está opaco, no translúcido, y la movilidad de la membrana timpánica produce dolor. Ense­ guida, en la fase de exudación persisten fiebre alta, náuseas o vómito, con pérdida del apetito, malestar, mialgias, con­ gestión nasal y en ocasiones diarrea, inquietud y, rara vez, meningismo. El dolor es intenso y se intensifica al tragar y puede haber acúfenos (tinnitus), por lo general de carácter pulsátil y sincrónicos con el pulso. Se puede apreciar hipoacusia conductiva a baja y alta frecuencias. La membra­ na timpánica aparece enrojecida, abombada e inmóvil, con pérdida del reflejo de la luz; no se observa la cadena osicular y es inminente la perforación.24 Después, en la fase de supu­ ración, los síntomas anteriores se agravan; la fiebre puede alcanzar 40 °C, la otalgia es pulsátil y los acúfenos se incre­ mentan. El tímpano aparece tenso, combado, abombado, de apariencia lechosa y carente de movilidad, con zonas amari­ llentas de necrosis. El daño conductivo de la audición es mayor y hay dolor sobre la mastoides. Para este momento sobreviene perforación de la membrana timpánica, con dre­ naje de material amarillento, purulento o serosanguinolento, que puede fluir por tiempo variable (una a dos semanas). Cuando el tímpano se rompe, cede el dolor y los síntomas de toxicosis disminuyen o desaparecen.24 De 363 niños estudiados por Aróla, 55% presentaron fiebre; otalgia, 47%; irritabilidad, 56%; dificultad en la ali­ mentación, 50%; inquietud, 64%; rinitis, 90%; y, tos en 78%25 (cuadros 7-4 y 7-5). Parte II Cuadro 7-4 Infecciones del aparato respiratorio Síntomas de 363 niños con OMA Porcentaje Fiebre 55 Dolor ótico 47 Irritabilidad 56 Ingesta escasa 50 Insomnio 64 Rinitis 90 Tos 78 3. 4. 5. 6. Tomado de Ruuskanen O, Heikkinen T. Otitis media: etiology and diagnosis. Pediatr Infect Dis J 1994;13(1):523. Por otra parte, se ha demostrado que los niños con OMA bilateral tienden a ser más jóvenes, con inflamación más severa de la membrana timpánica y del cuadro clínico en general; el microorganismo que más se cultiva es H aemo­ philu s influenzae no tipificable del líquido del oído medio.19,46 La conjuntivitis purulenta puede coexistir con otitis media en el llamado síndrome conjuntivitis-otitis, y com­ parten los mismos patógenos; en el reporte de Bingen E. de 419 pacientes, H aemophilus influenzae fue causal en 371 (89%), Streptococcus pn eu m on ia e en 72 (17%,) y Moraxella catarrhalis en 23 (5 % ).47 El curso clínico de un paciente con OMA puede tener diversos desenlaces después de iniciar la administración de antimicrobianos, a saber:4,45,48 1. 2. Liberación de signos y síntomas y resolución del líquido del oído medio. Liberación de signos y síntomas, pero persistencia Cuadro 7-5 Características de la membrana timpánica en 363 niños con OMA Porcentaje Posición Color La otitis media con derrame (OMD), llamada antes otitis serosa o secretora,1,45 suele ser secuela de la infección ótica, pero también de otros trastornos; por ejemplo, defec­ tos anatómicos como paladar hendido o hipertrofia adenoi­ dea; rinitis alérgica; alteraciones mucociliares como discinesia ciliar primaria, o trastornos inmunitarios que originan obs­ trucción y disfunción tubaria. Sin embargo, suele ser asintomática, con hipoacusia y presencia de líquido seroso, mucinoso o exudativo en la caja timpánica, el cual permane­ ce en el oído medio por semanas o meses después de la infec­ ción aguda hasta en el 30 al 70% de los casos. Está disminuida la motilidad de la membrana timpánica, la cual se observa retraída o convexa y en ocasiones abombada. A veces es posible observar a través de ella un nivel hidroaéreo o burbujas. Los niños mayores describen una sensación de “oído tapado”.2,45 Las características clínicas y del tímpano entre OMA y OMD se comparan en los cuadros 7-6 y 7-7, según datos de Faden.1 En la mayoría de los niños, la OMD se resuelve sin antibióticos en 2 o 3 meses, pero puede estar indicado el tratamiento en personas con hipoacusia conduc­ tiva importante, o bien, en niños pequeños incapaces de comunicar síntomas, que tengan paladar hendido, retraso del habla, desequilibrio, vértigo o acúfenos, accesos recu­ rrentes frecuentes o líquido persistente por más de tres meses, entre otros. 49 Normal 11 Llena o abombada 89 Roja 46 Turbia 52 Características OMA (%) OMD (%) Amarilla 24 Infección de vías respiratorias altas 93 73 Inyectada 57 Nivel líquido 33 Miringitis bulosa de líquido del oído medio por semanas o meses después del tratamiento: otitis media con derrame (OMD). Persistencia o recurrencia de signos y síntomas durante el tratamiento, lo que constituye fracaso de éste. Desarrollo de una complicación supurativa; por ejemplo, mastoiditis aguda. Perforación espontánea de la membrana timpánica, con otorrea purulenta. Liberación sintomática de la infección aguda, pero recurrencia de OMA inmediatamente después del acceso inicial, con o sin líquido del oído medio. O bien, recaída, 3 o 4 semanas después. 6 Tomado de Ruuskanen O, Heikkinen T. Otitis media: etiology and diagnosis. Pediatr Infect Dis J 1994;! 3(1 ):523. Cuadro 7-6 Otalgia Características clínicas de la OMA y OMD* >75 0 Fiebre 23 <2 Otorrea <3 0 * OMA, otitis media aguda; OMD, otitis media con derrame. tscs .me r Capítulo 7 Cuadro 7-7 Características deí tímpano en OMA y OMD* por ica, ero del O OMD OMA Características ñas i de Color Rojo, amarillo, gris Opaco Consistencia Engrosada Normal Posición Abombada Normal Motilidad Disminuida Disminuida Líquido Purulento Seroso Bilateral (%) 57 49 * OMA, otitis media aguda; OMD, otitis media con derrame. . Complicaciones ites ion :ecloí- ^sia bsto»so, ne:ec\stí ual .A reo de ino '-7, ID ;tar ucde aso ziuxes Con la administración de antibióticos, las complicaciones de OMA son cada vez más esporádicas; aun así, es necesario estar familiarizado con ellas para evitar retraso en el diagnós­ tico y el tratamiento. Las complicaciones se dividen en dos categorías: intratemporales e intracraneales.4,45 Las complicaciones intratemporales más frecuentes son perforación del tímpano, mastoiditis, parálisis facial, petrositis, laberintitis y otitis externa. En una revisión de 100 niños tratados de complica­ ciones de OMA en el Childrens H ospital o f Pittsburgh, entre 1980 y 1995, 72% tuvieron mastoiditis aguda, 22 % paráli­ sis facial, 5% laberintitis aguda y 4% petrositis. En la otitis crónica ocurren absceso subperióstico, osteomielitis y colesteatoma. Las complicaciones intracraneales más comunes de la otitis crónica son: absceso epidural, subdural y cerebral; trombosis del seno lateral, y meningoencefalitis.4,45,50 En la era preantibiótica, la mastoiditis fue la complica­ ción intratemporal más común, con cifras del 5 al 20 %, las cuales descendieron a 2 .8 % en 1948, y con tasas de mortali­ dad que descendieron de 2% a menos de 0.01% entre 1936 y 1976. Sin embargo, en países subdesarrollados persisten tasas altas, dependiendo del país que se trate.4,45 Las bacterias aisladas de pacientes con mastoiditis aguda entre 1980 y 1995 en el Childrens H ospital o f Pittsburgh, según el informe de Bluestone, fueron, de un total de 113: Streptococcus pn eu m on ia e 32.3%; Pseudomonas aeruginosa 29.2%; Streptococcus pyogenes 18.5%; difteroides 13.9%; anaerobios 10 . 8 %, y otros 60%, lo que incluye estafilococos coagulasa-negativos, estreptococos no hemolíticos, H aemo­ philus influenzae, Moraxella catarrhalis, Staphylococcus aureus, Enterobacter cloacae, especies de Neisseria, de E nterococcus y de Citrobacter diversus, en este renglón hubo cifras superiores a 100% debido a flora polimicrobiana en varios cultivos.45 Puede producirse otitis externa o infección del conduc­ to auditivo externo como complicación de una otitis media crónica supurada o bien debido a trauma, solución de conti­ Infección de vías respiratorias superiores nuidad del CAE o secundario a eccema; causando dolor, malestar y disminución de la audición. En estos casos, el conducto auditivo externo se vuelve eritematoso, edematoso y presenta material purulento, incluso placas y costras ama­ rillentas. Los microorganismos implicados son la flora del conducto auditivo externo, como Pseudomonas aeruginosa y Staphylococcus aureus, y en 1% pueden participar hongos. La principal línea de tratamiento son preparaciones tópicas a base de ácido acético al 2 %, o mejor antibióticos tópicos que contengan aminoglucósidos, neomicina/polimixina B o fluoroquinolonas (ofloxacina, ciprofloxacina); solos o com­ binados con corticoesteroides tópicos, con mejores resulta­ dos que con antibióticos orales.5,6 En relación con las complicaciones intracraneales de la otitis media, en un estudio de 3 225 pacientes con mastoi­ ditis llevado a cabo por Kafka en 1935, 20.6% desarrolló complicación intracraneal, de los cuales 76% fallecieron. Con el advenimiento de los antimicrobianos, la incidencia ha descendido a 0.13%, pero cerca de 66 % de los casos guardan relación con otitis media crónica.4 De 37 niños tratados entre 1980 y 1997 de 48 complica­ ciones intracraneales en el estudio de Bluestone (cuadro 7-8), la edad promedio para meningitis fue de dos años y de 6.5 años cuando la complicación fue diferente. De los 20 pacien­ tes con meningitis, en 12 (60%) se obtuvo Haemophilus influenzae, y en 11 (55%) S. pneum oniae. De los 17 niños cuya complicación no fue meníngea, se aislaron neumococos en dos (12%), Staphylococcus negativo a coagulasa en tres (18%), y Pseudomonas aeruginosa y especie de Proteus en uno (6 %); además, se detectaron anaerobios en cuatro (23%), y nueve (24.3%) presentaron complicaciones mixtas.45 Sin embargo, en los países subdesarrollados, las tasas de morbilidad y mortalidad de esas complicaciones siguen sien­ do altas.4 Distribución de 48* complicaciones supurativas intracraneales de otitis media en 37 niños, 1980 a 1997 Cuadro 7-8 Diagnóstico Meningitis Núm. de pacientes 20 Absceso epidural 7 Absceso cerebral 1 Trombosis del seno lateral 9 Hidrocéfalo ótico 9 Trombosis del seno caver­ noso 1 Trombosis de arteria caró­ tida 1 Total 48 * Nueve sujetos (24.3%) tuvieron complicaciones mixtas. Parte II Infecciones del aparato respiratorio La otitis media supurativa crónica (OMSC) es otra complicación de las infecciones recurrentes del oído medio. El paciente presenta otorrea de más de seis semanas de evo­ lución, rara vez con fiebre o dolor. Desde el punto de vista histológico, la enfermedad presenta formación glandular subepitelial, edema, engrasamiento de la mucosa, fibrosis del mucoperiostio e infiltración de células inflamatorias y tejido de granulación o colesteatoma con destrucción ósea. A menudo guardan relación con mastoiditis.4,24 La microbiología de la OMSC difiere de la de OMA, ya que los microorganismos que se aíslan con mayor frecuencia pertenecen a la flora normal del conducto auditivo externo, entre los que destacan Pseudomonas aeruginosa, Staphylococ­ cus aureus y anaerobios.25,51 Los estudios recientes sugieren que la OMSC, aun con colesteatoma, puede tratarse con antimicrobianos específi­ cos, administrados en forma parenteral. Sólo cuando fracasa el tratamiento intensivo y prolongado, estará indicada la cirugía de oído medio y mastoides. Deben diferenciarse tuberculosis, sífilis e histiocitosis X, que también son causa de otorrea crónica.4 Diagnóstico El diagnóstico de OMA es fundamentalmente clínico, se basa en la presencia de signos y síntomas de la enfermedad aguda, y la identificación de líquido en el oído medio mediante otoscopía neumática.1,2,9,45 La observación de la membrana timpánica y evaluación de su color, movilidad y posición, son el patrón ideal en el diagnóstico .2,30 La mem­ brana timpánica normalmente es translúcida, y por lo gene­ ral permite observar a través de ella la cadena osicular. En la OMA, la membrana timpánica puede verse llena, abomba­ da, retraída o incluso normal; de color rojo, inyectada, tur­ bia, opaca o amarillenta; con o sin nivel líquido y con movilidad ligera o claramente dañada o incluso normal.2,25,30 Por ello, es esencial que se incluya una capacitación en otoscopia neumática en los programas de residencia en pediatría y otorrinolaringología. La timpanocentesis es un recurso diagnóstico y tera­ péutico que requiere capacitación y equipo apropiados; está indicada en niños toxiinfectados o en quienes la respuesta al antibiótico no sea satisfactoria; en niños con otitis supurati­ va complicada o inmunodeprimidos, recién nacidos o porta­ dores de agentes patógenos no frecuentes. Puede ser un elemento crucial para identificar el agente causal, su sensibi­ lidad o resistencia a antimicrobianos que permitan un trata­ miento apropiado.22,49,52 Entre las medidas complementarias están la timpanometría, que mide la distensibilidad de la membrana timpá­ nica, la cual puede afectarse por bloqueo de la trompa de Eustaquio y líquido en el oído medio .53,54 La audiometría, que mide la agudeza auditiva y evalúa la pérdida de la con­ ductividad aérea y, más recientemente, la reflectometría acústica, que mejora la detección de líquido en el oído medio, una característica de particular utilidad en la OMD .54,55 Estos estudios y las radiografías del oído medio, hueso temporal y mastoides, así como la tomografía computarizada (TC) e imagen por resonancia magnética (IRM), son importantes en el diagnóstico y tratamiento de la otitis media crónica y las complicaciones tanto de ésta como de la OMA. El cultivo de líquido de oído medio tiene las indicacio­ nes referidas para timpanocentesis, y es de gran valor en el manejo de antibióticos. No es útil la obtención de líquido del conducto auditivo externo, porque por lo general está contaminado .22,53 Tratamiento Debido al origen multifactorial de la otitis media, es impro­ bable que sólo un enfoque terapéutico único pueda prevenir y curar esta enfermedad. Los antibióticos están indicados en el tratamiento de la OMA; pero es necesario aclarar que el abuso de ellos no sólo selecciona flora resistente, sino que daña la flora normal y, por ende, los mecanismos de defensa contra la infección. Por otra parte, existen múltiples informes de cura espontánea de la enfermedad con cifras que van del 14 al 90% con reso­ lución del proceso en los 10 a 14 días posteriores al diagnóstico.56,57,58 Así, muchos autores recomiendan tera­ péutica sintomática (analgésicos) en los primeros tres días, y sólo inician antibióticos en niños menores y mayores de dos años que presentan fiebre y otalgia persistentes, y en aquellos con complicaciones supurativas.7,59 La OMA puede tratarse con un ciclo de 5 a 7 días de antibiótico en niños de dos años o mayores. Los de menor edad, o aquellos con algún trastorno médico primario, anormalidades craneofaciales, otitis media crónica o recurrente o con perforación de la membrana timpánica, deben recibir ciclo de 10 días.10,101 La amoxicilina sigue siendo el fármaco preferente en el tratamiento de la OMA, ya que se estima un fracaso clínico menor de 5%, a causa de H aemophilus influenzae o Moraxelia catarrhalis productores de P-lactamasas, aunque algunos investigadores recomiendan incrementar la dosis de 80 a 90 mg/kg/día.33,34,55,59,60 Los antimicrobianos, en caso de fracasos reales en la oti­ tis media, deben seleccionarse con todo cuidado con base en su conocida actividad contra cepas de H. influenzae y M. catarrhalis productores de P-lactamasa, y también contra S. pn eu m on ia e resistente a penicilina. Expertos7,31,33,35,61,62 ‘ s j, c c c e 3 p e ¡¡ c C( ¿ c e; d c y a c< C tí z, na, un­ iría ido la Lio, rnica de ísta r Capítulo 7 Infección de vías respiratorias superiores IZT.^Pn, C uadro 7-9 í ; t ,W ^ f ® 5L1 Recomendaciones para el manejo de casos de OMA Día 0 Falla el día 3 No Dosis usual o alta de amoxicilina* Dosis alta de amoxicilina-clavulanato, o cefuroxima axetil, o ceftriaxona IM Igual al día 3 Sí Dosis altas de amoxicilina, o amoxicilina-clavulanato, o cefuroxima axetil Ceftriaxona IM, o clindamicina o timpanocentesis Dosis alta de amoxicilinaclavulanato, o cefuroxima axetil, o ceftriaxona IM, o timpano­ centesis Antibióticos el mes previo Falla los días 10a 28 * La dosis alta de amoxicilina es de 80 a 90 mg/kg/día. :ioi el ido ístá >ro:nir e la ólo ly , Por ^de :soal íras .y dos líos de ñor Lor­ ie o ibir i el líco txeguIOa 3ti: en M. itra 1,62 sugieren amoxicilina-clavulanato; cefuroxima axetil (30 mg/ kg/día por cinco días), cefdinir (14 mg/kg/día por cinco días) o ceftriaxona (50 mg/kg/día por tres días)67,68,103 cuan­ do no hay respuesta después de tres días del tratamiento ini­ cial (persistencia de fiebre, otalgia, abombamiento y enrojecimiento de la membrana timpánica u otorrea). Cuan­ do sobreviene fracaso del tratamiento después de 10 días, el médico debe distinguir si se trata de OMA, o bien, sólo de líquido en el oído medio (OMD), que se espera en cerca de 70% de niños adecuadamente tratados y que ya no requeri­ rán antibióticos. La persistencia de líquido en el oído medio debe reconocerse por otoscopía neumática, pero ante la duda, la timpanometría o la reflectometría acústica serán definitorias.59 O bien, cabe recurrir a timpanocentesis en un esfuerzo por identificar el patógeno y la susceptibilidad espe­ cífica.35 Está demostrado que la falla para la erradicación bacteriana temprana, evidenciada por timpanocentesis en los primeros 4 a 6 días del tratamiento, incrementa falla clí­ nica, que en el estudio de Dagan R 63 aumentó del 7.3 al 32.8%; y también en el de Asher E.64 En el cuadro 7-9 se delinean recomendaciones al res­ pecto. El uso de amoxicilina-clavulanato en dosis altas conlleva el riesgo de alta incidencia de diarrea, aunque nuevas fórmu­ las administradas dos veces al día han mostrado similar efi­ cacia y sustancialmente menos diarrea;65,66 en tanto que la ceftriaxona, 50 mg/kg/IM en dosis única (o mejor en serie de tres aplicaciones)67,68 puede ser tan eficaz como la amoxi­ cilina-clavulanato. Sin embargo, se han reportado fallas para erradicar Streptococcus pn eu m on ia e tipo 19 A hasta con cinco dosis.® Otros agentes, como cefproxil pueden ser menos efi­ caces contra neumococos, pero mejores contra H. influenzae y M. catarrhalis, lo mismo ocurre con cefixima, loracarbef y ceftibutén.33,70 El trimetoprim-sulfametoxazol y macrólidos se han considerado tradicionalmente agentes de segunda línea en la OMA. No obstante, hoy en día, los informes de alta resis­ tencia en neumococos y actividad limitada contra H. influen­ zae sugieren que son prácticamente inutilizables.32,34,71,72 Los nuevos macrólidos como claritromicina y azitromicina pueden ser mejor tolerados y diversos estudios avalan su eficacia clínica, pero también fracasos terapéuticos 73,74 (cua­ dro 7-10). En un estudio comparativo de amoxicilina-clavulanato (90/6.4 mg/kg/día en 2 dosis al día, por 10 días) versus azitromicina (10 mg/kg el primer día y después 5 mg/kg/día por cuatro días), las tasas de éxito clínico al final de la terapia fueron de 90.5% contra 80.9% (p < 0 .01 ); y erradicación bacteriológica de 94.2% contra 70.2% (p < 0.001) a favor del esquema amoxicilina-clavulanato.75 Las nuevas quinolonas (grepafloxacina, levofloxacina, trovafloxacina, gatifloxacina), a diferencia de la ciprofloxaci- Cuacíro 7-10 de la OMA Antimicrobianos utilizados en el tratamiento Fármacos Dosis (mg/ kg/día) Dosis/ día Amoxicilina 40 (80 a 90) 3 Amoxicilina-ácido clavulánico 40 + 10 3 Eritromicina-sulfisoxazol 50 + 150 3 Ampicilina-sulbactam 50 + 100 3 Trimetoprim-sulfametoxazol 8 + 40 2 Cefaclor 40 3 Cefuroxima axetil 50 3 Cefixima 8 1 Ceftibutén 9 2 Cefproxil 30 2 Proxetilcefpodoxima 20 2 Loracarbef 30 2 Cefetamet pivoxil 20 2 Cefdinir 14 2 Claritromicina 15 2 Azitromicina (por cinco días) 10 1 Parte II Infecciones del aparato respiratorio na u ofloxacina, sí tienen actividad aumentada contra neu­ mococo y han demostrado utilidad en recurrencias y fallas de tratamiento de OMA .33,76'79 La utilidad de nuevos fár­ macos como los cetólidos, estreptograminas y oxazolodinonas está por dilucidarse, como también antivirales. La resistencia de agentes causales de OMA a los antibió­ ticos se ha convertido en un problema de salud pública glo­ bal. De ahí que en EUA, los Centers f o r Disease C ontrol y la A merican A cademy o f Pediatrics ,7>10’55-59 han publicado cier­ tas recomendaciones importantes en relación con el manejo de otitis media: 1. 2. 3. 4. 5. Debe diferenciarse entre OMA y OMD, ya que los antimicrobianos están indicados en el primer caso, pero no en el segundo, a menos que el líquido en el oído medio persista más de tres meses. El diagnóstico de OMA debe documentarse por la presencia de líquido en el oído medio, y signos y síntomas de la enfermedad, para evitar sobrediagnósticos. La OMA no complicada en niños mayores de dos años puede tratarse con esquemas breves de anti­ biótico de 5 a 7 días. Sin embargo, los niños meno­ res de dos años deben recibir tratamiento durante 10 días. Es de esperar cierta persistencia de líquido en el oído medio después del tratamiento, pero no requiere más antibióticos. La profilaxis con antimicrobianos debe reservarse sólo para el control de otitis media recurrente. Prevención En un esfuerzo por reducir el desarrollo de otitis media, el médico debe favorecer la alimentación al seno materno, evi­ tar el tabaquismo materno e intradomiciliario, evitar chupo­ nes, disminuir en lo posible la estancia prolongada en guarderías y, en general, implementar programas de educa­ ción a los padres y a la comunidad .1’80,102 La prevención de otitis media grave o recurrente incluye diversas acciones, relacionadas con la fisiopatogenia de la enfermedad y que se enumeran en el cuadro 7 - 11 . Inmunoproíilaxis. La producción local y sistémica de anticuerpos mediante vacunas que impidan la colonización viral o bacteriana de las vías respiratorias superiores con el objetivo de impedir otitis media aguda, serosa o recurrente, ha sido hasta la fecha moderada.81,82 Estudios de Heikkinen en Finlandia y de Ozgur SK en Turquía acerca de la eficacia de la vacuna de virus inactivado de influenza, demostra­ ron disminución significativa en la incidencia de OMA .16,83 Sin embargo, un estudio aleatorio y controlado de Hoberman falló en demostrar eficacia de dicha vacuna en niños Cuadro 7-11 Prevención de otitis media recurrente Etapa de la enfermedad Técnicas de prevención 1. Infección de vías respira­ torias superiores •Vacunas virales y bacterianas •Profilaxis antibiótica •Oligosacáridos 2. Inflamación y conges­ tión de mucosa; obs­ trucción de trompa de Eustaquio •Fármacos antiinflamatorios •Descongestionantes •Antihistamínicos 3. Presión negativa y acu­ mulación de líquido en el oído medio •Tubos de timpanostomía •Adenoidectomía 4. Multiplicación de bacte­ rias patógenas en secrecio­ nes de oído medio •Todo lo anterior menores de dos años.84 Por otra parte, Belshe y Gruber,85 utilizando vacuna trivalente de virus vivo atenuado de influenza, adaptada al frío (CAIV-T), de aplicación intranasal y de dosis anual única, por dos años en niños de 15 a 71 meses de edad, mostraron reducción de la otitis media rela­ cionada con influenza de manera muy destacada, y con inmunidad superior, comparada con vacunas inactivadas.1 Vacunas neumocócicas. Estudios efectuados en niños en quienes se aplicaron vacunas de polisacáridos neumocócicos tanto 14 como 23-valentes, mostraron resultados desalen­ tadores para prevenir la OMA ;86 sin embargo, el desarrollo de nuevas vacunas neumocócicas conjugadas (de siete seroti­ pos acopladas con proteína CRMI97), a partir de 1990,55,87 han demostrado eficacia en reducir tanto los episodios de OMA y otitis recurrente en cifras que oscilan entre el 6 y el 50%; como decremento de la tasa de portadores en nasofarin­ ge de S. pn eum on iae que van del 6 al 84%, tanto sensibles como resistentes a penicilina, y en grado considerable en menores de dos años.42,88,89 O Brien KL et al., demuestran eficacia de vacuna conju­ gada neumocócica 7 valente para prevenir OMA en niños navajos y apaches de 0.4% en otitis media diagnosticada clí­ nicamente; de 5.1% para otitis media severa, y de 64% con­ tra el serotipo incluido en la vacuna.90 En el estudio de Block SL comparando niños no vacu­ nados (1992-1998) con vacunados (2000-2003), la propor­ ción de S. pn eu m on ia e decreció del 48 al 31%, en tanto que H. influenzae no tipificable aumentó del 41 al 56%.89,91 Recientemente se hacen esfuerzos para desarrollar vacu­ nas contra H. influenzae no tipificable, principalmente enfo­ cadas a sus antígenos de superficie, incluyendo proteínas externas de membrana (OMP), proteínas de adherencia (adhesinas), o proteínas involucradas en adquirir nutrientes y lipooligosacáridos. La mayoría probadas en el modelo ani­ mal con éxito variable.92 r Capítulo 7 Q u im io p r o f ila x is . La eficacia para prevenir otitis media trraVe y recurrente con antibióticos profilácticos se ha demos­ trado en diversos estudios metaanalíticos y clínicos.10,35,93 Los esquemas más utilizados en niños que presentan tres episodios de OMA en tres meses o cuatro en un año, han sido amoxicilina 20 mg/kg o sulfisoxazol 50 mg/kg, o trimetoprim-sulfametoxazol 14/20 mg/kg, en dosis diarias por la noche, aunque algunos autores sugieren la necesidad de incrementar las dosis.94 Sin embargo, el beneficio es mode­ rado (reducción de apenas 0.11 accesos/paciente/mes; es decir, un episodio por año).41 Dados los peligros del uso prolongado de antibióticos, incluyendo las reacciones alérgi­ cas, la intolerancia a fármacos y una resistencia bacteriana acelerada, la decisión de utilizarlos debe ser individualizada . . . y ju ic io sa . r,85 de na71 :1a- ;on i ños jcien)llo Dti5,87 de 7 el rin­ gles en ijuños clíancuior}ue cuifonas id a ites ini- 35 41 ’ 94 La preocupación por el incremento de resistencia bacte­ riana ha llevado al desarrollo de oligosacáridos que, admi­ nistrados en la forma de aerosol nasal, impiden la unión de agentes patógenos a la mucosa respiratoria. El uso diario del carbohidrato xilitol en forma de goma de mascar ha sido efectivo para prevenir la OMA en algunos estudios; pero ha fallado en otros.95,96 La aplicación de una solución de estreptococo a-hemolítico en aerosol nasal dos veces al día, por 10 días, demostró tener capacidad de inhibir el crecimiento de pató­ genos en niños, dando como resultado una reducción en las tasas de recurrencia de OMA durante tres meses.97 Los descongestionantes, nasales u orales, solos o com­ binados con antihistamínicos, de uso muy extendido, pue­ den ser útiles para paliar síntomas, aunque no se ha demostrado que modifiquen el curso de la enfermedad ni prevengan la OMD .35,98 La administración de corticoesteroides orales combinados con antimicrobianos en la OMD, ha mostrado beneficios a corto plazo que, sin embargo, prác­ ticamente se anulan con la administración prolongada; de hecho, en comparación con placebo, se relacionó más con recaídas. 99 Cirugía. Diversos trabajos han demostrado que la miringotomía y la colocación de tubos de ventilación son eficaces para prevenir otitis media recurrente en pacientes propensos.45,49,100 Paradise y Bluestone demostraron que niños que continuaban con enfermedad del oído medio des­ pués del tratamiento anterior se beneficiaban de la adenoidectomía.8 Sin embargo, la adenoidectomía sola o con amigdalectomía, sin colocación previa de tubos de ventila­ ción, muestra sólo un beneficio moderado. Así, el uso de tubos de ventilación debe considerarse preferente en el manejo de otitis media recurrente, y la adenoidectomía debe reservarse para aquellos pacientes que desarrollan otitis media después de haber colocado tubos, o bien, cuando éstos han sido expulsados.8,35 Infección de vías respiratorias superiores En conclusión, en niños con enfermedad grave y recu­ rrente es necesario adoptar medidas múltiples y progresivas para su prevención:55 1. 2. 3. 4. 5. Educar a los padres para reducir factores de riesgo. Aplicar vacunas. Considerar quimioprofilaxis. Si lo anterior falla, considerar miringotomía y colo­ cación de tubos de ventilación y adenoidectomía. Administración de oligosacáridos y xilitol; está aún en evaluación. Medicina alternativa. El uso sistemático de antibióti­ cos en el tratamiento de OMA se ha venido cuestionando con frecuencia creciente. Muchos artículos señalan sólo un beneficio marginal, con incremento sustancial de resistencia bacteriana y al contrario, cura espontánea con cifras que van del 70 al 90%.30 Jacobs, en un estudio doble ciego controla­ do y aleatorio comparado con placebo acerca de tratamiento homeopático en 75 niños con OMA, señaló resultados importantes a favor de la homeopatía, lo cual justifica estu­ dios en poblaciones mayores.100 Referencias 1. Faden H, D ufíy L, Boeve M . Otitis media: back to basics. Pediatr Infect D isJ 1998; 17( 12): 1105-12. 2. Pelton SI. Otoscopy for the diagnosis of otitis media. Pediatr Infect D isJ 1998;17(6):540-43. 3. Bluestone CD . Definitions, term inology and classifica­ tion. En: Rosenfeld RM , Bluestone CD (eds.). Eviden­ ce- Based Otitis M edia. Ham ilton: BC Decker. 1999; 85-103. 4. Fliss D, Leiberman A, Dagan R. M edical sequelae and complications of acute otitis media. Pediatr Infect Dis j 1994;13(1):S3440. 5. M cCoy SI et al. Antibiotics and Otitis Externa. Pediatr Infect D isJ 2004;23(2): 181-183. 6. Dohar JE. M anagem ent of otitis externa. Pediatr Infect D isJ 2003;22(4):299-305. 7. Pichichero ME. Judicious use of antibiotics in pediatric respiratory infections. Pediatr Infect Dis J 2000; 19(9):909-42. 8. Brook I. B acterial interference in the adenoids of o ti­ tis media prone children. Pediatr Infect D isJ 1999; 18(9): 835-37. 9. D aly KA, Giebink S. C linical epidemiology of otitis media. Pediatr Infect D isJ 2000;19(5):531-36. 10. American Academy of Pediatrics and American Acade­ m y of Family Physicians. Diagnosis and management of acute otitis media. Pediatrics. 2004; 113:1451-146511. Gunasekera H et al. Otitis M edia in Australian C h il­ dren. Pediatr Infect D isJ 2007;26(8):689-692. Parte II Infecciones del aparato respiratorio 12. W right PF, Thompson J, Tollefson S. Acute otitis media: the contributions of viruses, bacteria, genetics, and envi­ ronment. Semin Pediatr Infect Dis J 1995;6(2):85-89. 13. Pichichero ME. Recurrent and persistent otitis media. Pediatr Infect Dis J 2000;19:911-916. 14. Vigilancia epidemiológica. DGE/ S.S.A. 2001. www Conava.gob.mx/varios/ prog 20% infancia % 20. Final. Pdf 15. Chonmaitree T. Viral and bacterial interaction in acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 2000;19(5):524-30. 16. H eikkinen T. Role of viruses in fue pathogenesis of acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 2000;19(5):517-23. 17. Ramilo O. Role of respiratory viruses in acute otitis media: implications for management. Pediatr Infect Dis J 1999; 18(12): 1125-29. 18. Guevara S, Soley C , Arguedas A, Porat N, Dagan R. Seasonal distribution of Otitis m edia Pathogens among Costa Rica children. Pediatr Infect Dis J 2008;27 (1): 12-16. 19. M cCorm ick DP et al. Laterality of Otitis M edia: C lin i­ cal and Microbiologic features. Pediatr Infect Dis J 2007;26(7):583-588. 20. Tonnaer ELGM, et al. Pathogenesis of pneumococcal otitis m edia. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 6 ;2 5 (6 ):5 4 6 552. 21. Bluestone CD, Stephenson JS, M artin LM . Ten-year review of otitis media pathogens. Pediatr Infect Dis J 1992;11:57-11. 22. Pichichero ME. Persistent acute otitis media: 1. Causati­ ve pathogens. Pediatr Infect Dis J 1995;14(3):178-83. 23. Leibovitz E et al. Hemophilus influenza as a pathogen in Otitis media. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 4 ;2 3 (1 2 ):1 1421152. 24. Feigin RD, Spector G. Otitis media. En Feigin RD, Cherry JD (eds): Textbook of Pediatric Infectious Disea­ se. Philadelphia: W B Saunders, 1981;122-136. 25. Ruuskanen O, Heikkinen T. Otitis media: etiology and diagnosis. Pediatr Infect Dis J 1 99 4 ;1 3(l):52 3 -26 . 26. Blumer JL. Pharmacokinetics and pharmacodynamics of new and old antimicrobial agents for acute otitis media. Pediatr Infect D isJ 1998;17(11):1070-75. 27. Rosenblüt A, Santolaya ME, González P, et al. Bacterial and viral etiology of acute otitis media in chilean chil­ dren. Pediatr Infect D isJ 2001;20(5):501-7. 28. Casey JR , Pichichero ME. Changing pathogens causing acute otitis media. 1995- 2003 Pediatr Infect Dis J 2004;23(9):824-828. 29. Glezen P et al. Influenza virus infections in infants. Pediatr Infect D isJ 1999; 18 (6): 541-542. 30. M cCorm ick DP, et al. Otitis media: can clinical findings predict bacterial or viral etiology? Pediatr Infect Dis J 2000;19(3):256-258. 31. Block SL, et al. M icrobiology of acute otitis media recently treated with am inopenicillins. Pediatr Infect Dis J 2001 ;20( 11): 101721. 32. Dagan R. Clinical significance of resistant organism in otitis media. Pediatr Infect D isJ 2000;19(4):378-82. 33. Dowell SF, Butler JC , Giebink S, et al. Acute otitis media-management and surveillance in an era of pneu­ mococcal resistance: recommendations from a CD C W orking Group. Pediatr Infect D isJ 1999; 18(1): 1-9. 34. Jacobs M R. Increasing antibiotic resistance among otitis media pathogens and their susceptibility to oral agents based on pharmacodynamic parameters. Pediatr Infect D isJ 2000;19(5):547-56. 35. Klein JO . C linical implications of antibiotic resistance for m anagement of acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(11): 1084-89. 36. W ald ER, Mason EA, Bradley JS, Kaplan SL, Barson W J. Acute otitis media caused by Streptococcus pneu­ moniae in a children’s hospital between 1994 and 1997. Pediatr Infect D isJ 2 00 1 ;2 0 (l):3 4 -3 9 . 37. Block SL. Causative pathogens, antibiotic resistance and therapeutic considerations in acute otitis media. Pediatr Infect D isJ 1 99 7 ;l6 (4 ):44 9 -56 . 38. Koivunen P, et al. Tim e of development of acute otitis media during an upper respiratory tract infection in chil­ dren. Pediatr Infect Dis J 1999;18(3):303-5. 39. Revai K, Patel J, Grady JJ. Chonm aitree T. Tympanometric findings in young children during upper respiratory tract infections with and without acute otitis media. Pediatr Infect D isJ 2008;27(4):292-295. 40. Leibovitz E. The challenge of recalcitrant acute otitis media. Pathogens, resistance, and treatment strategy. Pediatr infect D isJ 2007;26(10)S4-S7. 41. Klein JO . Protecting the therapeutic advantage of anti­ microbial agents used for otitis media. Pediatr Infect Dis J 1998;17(6):571-75. 42. Pichichero ME, Casey JR . Evolving microbiology and molecular epidemiology of acute otitis media in the pneumococcal conjugate vaccine era. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 7 ;2 6(1 0):S 1 2 -S l6 . 43. M urphy TE. Bacterial otitis media: pathogenetic consi­ derations. Pediatr Infect D isJ 2000;19(5):59-16. 44. Costerton JW , Stewart PS, Greenberg EP. Bacterial bio­ films: A common cause of persistent infections. Science 1999;284:1318-1322. 45. Bluestone CD . C linical course, complication and seque­ lae of acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 2000;19(5):537-46. 46. Leibovitz E et al. Comparison of bilateral and unilateral AO M . Pediatr Infect D isJ 2007;26(7):589-592. 47. Bingen E. Epidemiology of Conjunctivitis-O titis Syn­ drome. Pediatr Infect D isJ 2005;24(8):731-732. 48. Berman S, Roark R. Factors influencing acute otitis media outcome. Pediatr Infect Dis J 1993; 12(1): 20-24. 49. Bluestone CD . Role of surgery for otitis m edia in fue era of resistant bacteria. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(11): 1090-98. 50. Gooch W M . Potential infections disease complications of upper respiratory tract infections. Pediatr Infect Dis J 1998;S79-S82. Capítulo 7 Jtitis neu;d c 9. Jtitis ;ents ifect ance : Dis rson neu997. and diatr ititis chilimeitory ;dia. ititis tegy. anti: Dis and the DisJ )nsibioence queis J teral Synstitis 2(1): e era :il) : :ions Dis J 51. Brook I. M anagem ent of chronic suppurative otitis media: superiority of therapy against anaerobic bacteria. Pediatr Infect Dis J 1994; 13(3): 188-193. 52. Hoberman A, Paradise JL, W ald ER. Tympanocentesis technique revisited. Pediatr Infect D isJ 1997; 16(2):S2526. 53. Blumer JL. Implications of pharmacokinetics in m aking choices for the m anagement of acute otitis media. Pediatr Infect D isJ 1998; 17(6):565-70. 54. Brookhouser FE. Use of tym panom etry in office practice for diagnosis of otitis media. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(6):544-51. 55. Klein JO . M anagem ent of otitis media: 2000 and beyond. Pediatr Infect Dis J 2000; 19(4) :383-87. 56. Dagan R, Leibovitz E, Greenberg D, et al. Outcome of acute otitis m edia and eradication of pathogens. Pediatr Infect D isJ 1998;17(9):776-82. 57. Rosenfeld RM et al. Clinical eficacy of antimicrobial drugs for acute otitis media: metaanalysis of 5400 chil­ dren from thirty-three randomized trials. J Pediatr 1994;124:355-67. 58. Little P et al. Pragmatic randomized controlled trial of two prescribing strategies for childhood acute otitis media. BMJ 2001;322:336-42. 59. Klein JO . Review of consensus reports on management of acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 1999; 18(12): 1152-55. 60. Piglansky L et al. High dose amoxicillin in acute otitis media. Pediatr Infect D isJ 2 0 0 3 ;2 2 (5 ):4 0 5 -4 l2 . 61. Blumer JL. Fundamental basis for rational therapeutics in acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 1999; 18(12): 1130-40. 62. M cCracken GH Jr, Klein JO . Update on drug-resistant Streptococcus pneumoniae and the management of acu­ te otitis media. Pediatr Infect Dis J 1998;17(10):94571. 63. Dagan R et al. Failure to achieve early bacterial eradica­ tion, increases clinical failure rate in acute otitis media in young children. Pediatr Infect Dis J 2008;27(3):200206. 64. Asher E, Dagan R, Greenberg D, et. al. Persistente of pathogens despite clinical improvement in antibiotictreated Acute Otitis m edia is associated with Clinical and bacteriologic relapse. Pediatr Infect Dis J 2008; 27(4):296-301. 65. Hoberman A, et al. A new formulation of amoxicillin/ clavulanate potassium (Augmentin) for treatment of acute otitis m edia in children. Pediatr Infect Dis J 1997;16(5):463-70. 66. Klein JO . Amoxicillin/clavulanate for infections in infants and children: past, present and future. Pediatr Infect D isJ 2003;22(8):S139-S148. 67. Cohen R, et al. One-dosis ceftriaxone therapy for acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 1999; 18 (5) :403-9. 68. Leibovitz E, et al. Ceftriaxone in nonresponsive acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 1 998;17(12):1126-31. Infección de vías respiratorias superiores 69. Anon JB et al. Failure of 5-day ceftriaxone course in otitis M edia. Pediatr Infect Dis J 2006;25(2):181-183. 70. Gooch W M , et al. Comparison of the efficacy, safety and acceptability of cefixime and amoxicillin/clavulanate in acute otitis media. Pediatr Infect D isJ 1997;16(2):S2124. 71. Soley C, Arguedas A, Guevara S. et al. TMP/SM X treatment for Acute Otitis M edia. Pediatr Infect Dis J 2007;26(3):273-274. 72. Leiberman A, et al. Trimetoprim-sulfamethoxazole for otitis media. Pediatr Infect D isJ 2001;20(3):260-64. 73. Reed M , Blumer JL. Azithromycin in pediatrics. Pediatr Infect D isJ 1997;16(11):1069-83. 74. Gordon EM, et al, Arguedas A et al, Arrieta A et al. Azi­ thromycin in the treatment of pediatric upper respira­ tory tract infections. Pediatr Infect Dis J 2004; 23(2):S102-S107, S1 0 8-S1 14; S115-S123. 75. Hoberman A, et al. Amoxicillin/Clavulanate versus Azi­ thromycin in Acute Otitis M edia. Pediatr Infect Dis j 2005;24(6):525-532. 76. Noel GJ. Levofloxacin for Otitis media. Pediatr Infect Dis J 2008;27(6):483-489. 77. Arguedas A et al. Levofloxacin for recurrent and/or per­ sistent acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 2006; 2 5 (12): 1102-1109. 78. Sáez-Llorens X et al. Gatifloxacin versus Amoxicillin/ Clavulanate in recurrent otitis. Pediatr Infect Dis J 2005; 24(4):293-300. 79. Leibovitz E et al. Gatifloxacin treatment of recurrent/ nonresponsive AO M . Pediatr Infect Dis J 2003; 2 2 (1 1):943-949. 80. Anniansson G, Aim B, Andersson B. A prospective cohort study on breast-feeding and otitis media in Swe­ dish infants. Pediatr Infect D isJ 1994; 13 (3): 183-88. 81. Saxén H, V irtanen M . Influenza im munization of health rafe workers. Pediatr Infect Dis J 1999;18(9):779-83. 82. Manzoli L et al. M eta-analysis of influenza vaccine effi­ cacy in healthy children. Pediatr Infect Dis J 2007; 26(2):97-106. 83. Ozgur SK et al. Influenza vaccine efficacy in Otitis media prevention. Pediatr Infect D isJ 2006;25(5):401-404. 84. Hoberman A, et al. Effectiveness of inactivated influenza vaccine in preventing acute otitis m edia in young chil­ dren. JAM A. 2003;290:1608-1616. 85. Belshe RB, Gruber W C . Prevention of otitis m edia in children w ith live attenuated influenza vaccine given intranasally. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 0 ;1 9 (5 ):5 6 6 571. 86. Eskola J, Kilpi T. Potential of bacterial vaccines in fue prevention of acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 2000; 19(5): 572-78. 87. Fireman B et al. Impact of the pneumococcal conjugate vaccine on otitis media. Pediatr Infect Dis J 2003; 22( 1): 10-16. 88. W hitney C. Impact of conjugate pneumococcal vacci­ nes. Pediatr Infect Dis J 2005;24(8):729-730. ■ rParte II Infecciones del aparato respiratorio 89. Pelton SI. Commentary: M odifying acute otitis media. Implications of immunizaton with Pneumococcal con­ jugate vaccine. Pediatr Infect Dis J 2004;23(9):839841. 90. O ’Brien KL et al. Randomized controlled trial efficacy of pneumococcal conjugate vaccine against otitis media among navajo and white mountain apache infants. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 8 ;2 7 (l):7 1 -7 2 . 91. Block SL et al. M icrobiology of AO M after conjugated Pneumococcal vaccine. Pediatr Infect Dis J 2004; 23(9):829-833. 92. Barenkamp SJ. Nontypable Haemophilus influenzae vaccine. Pediatr Infect Dis J 2004;23(5):461-462. 93. Berman S, Nuss R, Roark R, et al. Effectiveness of con­ tinuous vs interm ittent amoxicillin to prevent episodes of otitis media. Pediatr Infect D isJ 1992; 11 (2):63-67. 94. Roark R, Berman S. Amoxicillin prophylaxis for recu­ rrent acute otitis media. Pediatr Infect Dis J 1997; 16 (4 ):3 7 6 -8 1. 95. Uhari M et. al. Xylitol in preventing acute otitis media. Vaccine. 2000;19:S144-S147. 96. H autalahti O et al. Xylitol does not prevent Acute Otitis M edia. Pediatr. Infect D isJ 2007;26(5):423-427. 97. Roos K et al. Effect of recolonization with “interfering” alpha streptococci on recurrences of acute and secretory otitis media in children: Randomised placebo controlled trial. BMJ 2001;322:210-212. 98. Turner RB et al. Effect of topical adrenergic deconges­ tant on m iddle ear pressure in infants with common colds. Pediatr Infect D isJ 1996; 15(7) :6 2 1-62-4. 99. Rosenfeld RM . Evaluating medical treatment of otitis media. Pediatr Infect D isJ 1995;l4 (9 ):73 1 -73 8 . 100. Thompson D, et al. M anagem ent of otitis m edia in a health plan. Pediatr Infect Dis J 1999;18(3):239-44. 101. Cohen R, Levy C, Boucherat M , et al. 5 vs 10 days of antibiotics for acute otitis. Pediatr Infect Dis J 2000;19(5):458-63. 102. Klein JO . Otitis media: a preventable disease? Pediatr Infect Dis J 2001;20(5):473-81. 103. Bowlware KL et al. Pharmacokinetics of high dose Cefnidir in children. Pediatr Infect Dis J 2006;25(3): 208211 . B. S inusitis Roger Rolón Arámbulo Ana Campuzano de Rolón Generalidades Los niños son muy propensos a padecer infecciones de las vías respiratorias superiores, tanto que pueden presentar entre 6 y 10 eventos por año, según vivan en zonas urbanas o rurales. 1 Se sabe que las infecciones hasta en esos cuadros se complican hasta en 5%, con sinusitis. Por tanto, la si­ nusitis constituye un problema común en la práctica pediá­ trica debido a la continuidad que existe entre las mucosas nasal y la sinusal, una continuidad que tiende a favorecer reacciones inflamatorias en respuesta a infecciones virales, o bien, a enfermedades alérgicas. Aunque los datos epidemiológicos son escasos, la inci­ dencia va en ascenso tanto en la consulta externa como en pacientes hospitalizados. Es razonable pensar que la enfer­ medad se torna más común en los meses fríos del año, por la mayor frecuencia de infecciones virales del árbol respiratorio superior. También es más frecuente en zonas geográficas donde se producen grandes cambios de temperatura. La incidencia de sinusitis pediátrica en el decenio de 1990-1999 no fue bien identificada, aunque Ward et al. encontraron que del 4.0 al 7.3% de los niños que acuden a guarderías presentaban sinusitis como complicación de infecciones respiratorias agudas. La sinusitis ha sido conside­ rada más como una enfermedad del adulto, pero afecta a niños de todas las edades; la etapa de mayor frecuencia es de 2 a 10 años y luego durante la adolescencia. Desde el punto de vista clínico, se debe considerar desde etapas muy tem­ pranas de la lactancia .2,3 Un objetivo del presente capítulo es aportar conoci­ mientos eminentemente prácticos para el médico que se des­ empeña en el ámbito de la atención primaria. Reseña embriológica Las cavidades sinusales se forman por evaginación de la mucosa de las fosas nasales, se agrupan a cada lado de la línea media y se comunican con éstas a través de orificios denomi­ nados ostia (en singular, ostium). Los rudimentos de los senos paranasales se observan en la etapa embriogénica temprana, del final del tercero al prin­ cipio del cuarto mes de vida intrauterina. Las células etmoideas aparecen a partir del tercer mes de vida intrauterina. En el recién nacido, su desarrollo es sufi­ ciente como para adquirir individualidad anatómica y clíni­ ca. Se observan radiográficamente como burbujas llenas de aire. Los senos maxilares comienzan a desarrollarse hacia el cuarto mes de vida intrauterina. Se inicia en la región del nicho (receso) frontal, en el meato medio de la cavidad nasal. Al nacimiento aparecen como cavidades reales de forma ovoide; en el lactante puede verse ya mediante tomodensitometría. Los senos frontales se desarrollan entre las dos tablas del hueso frontal. Desde el punto de vista clínico, se les debe considerar a partir de los cuatro años de edad. En radiografía simple es excepcional verlos antes de los 10 años, pero pue- Fic la i de vi c do set añ la ; añ de esf ed Se te, hif evi esc En de lib ca' lis, su la bu m< ets Capítulo 7 Clasificación de la sinusitis según su evolución ' ' Aguda < 3 semanas J k ' Subaguda 3 a 10 semanas J ^ Crónica > 10 semanas J 7-8 Representación esquemática de la clasificación de la sinusitis según su evolución. Figura den identificarse bien mediante tomodensitometría antes de los 5 o 6 años.2,3,4 Los senos esfenoideos se originan en el cuarto mes de vida fetal. Su desarrollo rudimentario se produce antes de los dos primeros años y alcanzan cierto desarrollo después del segundo año de vida, pero son muy pequeños hasta los seis años, aunque el desarrollo total no se logra hasta el final de la adolescencia. En la radiografía ya son visibles hacia los seis años de edad. La neumatización completa se alcanza al final de la pubertad, pero es posible observar auténticas sinusitis esfenoideas, con complicaciones oftalmológicas, desde la edad escolar.2,4~6 i Definición Se llama sinusitis a la inflamación, con infección persisten­ te, de la mucosa de uno o más senos paranasales, en un niño hiperreactivo. Por lo general, se clasifica por su tiempo de evolución en aguda, subaguda y crónica, de acuerdo con el esquema que se muestra en la figura 7-8. « Fisiopatología En condiciones normales, la función de los cilios con el flujo de moco a través de los orificios naturales mantiene los senos libres de agentes patógenos. El moco de los senos y de la cavidad nasal contiene inmunoglobulinas IgA, IgG e IgM, y lisozimas que dificultan la adherencia bacteriana y facilitan su destrucción. Contiene además interferón, el cual inhibe la replicación viral. Los elementos más importantes que inciden en la fun­ ción normal de los senos paranasales son: * * * Permeabilidad de los orificios (ostia). Función del aparato ciliar. Calidad de la secreción. Todos los factores que alteren de una u otra forma el buen funcionamiento de dichos elementos ocasionan enfer­ medad sinusal, cuya evolución natural transcurre por tres etapas: inflamatoria, congestiva catarral y purulenta .5,6,7 Infección de vías respiratorias superiores Para comprender mejor los trastornos sinusales convie­ ne recordar que los cuatro senos paranasales se comunican con la cavidad nasal, de manera que el revestimiento mucoso de todos los senos paranasales se funde y asemeja al que reviste la cavidad nasal. En primer término, se obstruye el orificio del seno y se afecta la ventilación; se absorbe el oxí­ geno, con la subsecuente formación de presión negativa. Esta presión negativa dentro del seno, y la disfunción de la mucosa, permiten que fluya flora nasal contaminada hacia la cavidad de los senos, que es estéril. El inoculo de bacterias en un seno obstruido y lleno de líquido es el inicio de un cua­ dro de sinusitis aguda .6,8 El revestimiento epitelial cilindrico tiene en su superfi­ cie cilios y una capa mucoide que sirven para aglutinar y eliminar microorganismos y cuerpos extraños, que por un movimiento ciliar contra la gravedad son llevados al ostium, y de ahí drenados. El edema de la mucosa y la disfunción de los cilios en las infecciones virales, ocasionan oclusión de los senos paranasales por obstrucción inflamatoria del ostium que conduce a la cavidad nasal, con resorción del aire de los senos y posterior infección bacteriana de la secreción.6 Sin embargo, es interesante acotar aquí que los procesos infecciosos de la mucosa nasosinusal requieren no sólo la agresión bacteriana o viral para presentarse, sino también factores coadyuvantes que permitan de una u otra forma el desarrollo del agente causal, recordando que de todos ellos, el más común es el enfriamiento corporal repentino, por sus efectos adversos inmediatos en la mucosa nasosinusal. Si bien muchos son los procesos que predisponen a la obstrucción del ostium, el factor favorecedor más importante en la génesis de la sinusitis es la infección viral de las vías respiratorias superiores. Asimismo, la alergia nasal es tam­ bién un gran elemento coadyuvante en la instalación y per­ sistencia de procesos infecciosos a nivel de los senos.5,6 Los virus favorecen la proliferación bacteriana, por los siguientes mecanismos: • Incrementan la adherencia bacteriana. Afectan la función mucociliar. ® Aumentan la fracción IgE en sujetos susceptibles. 8 A continuación se enumeran las diversas causas predis­ ponentes que dan lugar a obstrucción de los ostia, disfun­ ción ciliar y alteración de las características del moco: • • Procesos mecánicos que producen alteración del flujo de aire y favorecen la estasis de las secreciones: hipertrofia adenoidea, estenosis y atresia de coanas, desviación del tabique, cuerpos extraños, tumores. Procesos que conllevan déficit inmunitario: síndro­ me de Down, disglobulinemia, inmunodeficiencias adquiridas por leucemia, inmunosupresión por fár­ macos, etcétera. Parte II • • Infecciones del aparato respiratorio Enfermedades congénitas: síndrome de cilios inmó­ viles, síndrome de Kartagener, síndrome de Hurler, fibrosis quística. En un alto porcentaje de niños portadores de fibrosis quística se encuentran póli­ pos nasales. Existen otros factores: natación, resequedad de la mucosa nasal durante el invierno en climas fríos, infecciones dentales y otras causas menos frecuen­ tes. Etiología De acuerdo con la bibliografía internacional, en estudios de lavado del seno maxilar, al igual que en otitis media aguda, los microorganismos predominantes en la sinusitis aguda y subaguda son: • • • • Streptococcus pneum oniae. H aemophilus influenzae. Moraxella catarrhalis. Anaerobios. Estos microorganismos constituyen del 90 al 95% de las cepas aisladas. Con menor frecuencia se citan S. aureus y S. pyogenes y, al parecer, la participación que desempeñan sería más importante en la sinusitis crónica que en la aguda.2,4’5,6’9 En adolescentes, los anaerobios son microorganismos implicados como agente causal.6,8 Figura 7-9 Representación esquemática de los senos frontales. nusitis. En el niño, la sinusitis suele presentarse como com­ plicación de una enfermedad de vías respiratorias altas. La secreción nasal puede ser fluida, blanquecina, espesa o purulenta, y la tos, persistente, irritativa y prolongada, de más de 10 días y preferentemente nocturna; si no conlleva otra manifestación, debe generar la sospecha de sinusitis.2,4,5,7,9 Se sabe que la tos se debe a irritación de la faringe por las secreciones que drenan de los senos etmoideos maxila­ res. Puede haber también vómito por las mismas causas. Cuadro clínico Los trastornos sinusales generan síntomas característicos que dependen de factores como: • ® ® • Gravedad del padecimiento. Edad del paciente. Etapa del proceso sinusal. Seno paranasal afectado. Hasta el segundo decenio de la vida, los senos maxilares y etmoideos son los que tienen verdadera importancia clíni­ ca y los más afectados. Las celdillas etmoidales anteriores son el sitio más común de enfermedad de senos paranasales (figs. 7-9 a 7-11). En los niños pequeños los síntomas predominantes son: congestión nasal, secreción nasal y tos, ante todo cuando los mismos persisten más de 10 días. La mayor parte de las infecciones sin complicaciones de las vías respiratorias supe­ riores duran de 5 a 8 días, o por lo menos mejoran durante ese lapso. En general, es difícil precisar el momento en que una rinitis purulenta no complicada pasa al contexto de una si- Figura 7-10 etmoidales. Representación esquemática de los senos Capítulo 7 Infección de vías respiratorias superiores • Tos persistente o crónica. Cefalalgias recurrentes o persistentes. Halitosis. Dolor facial. Edema palpebral bilateral matinal. Alguna complicación. Se han señalado otros síntomas de menor frecuencia, como cambios de conducta, dolor recurrente de garganta, náuseas o vómito de moco, dolor local en el ojo.4,6,8,11,12 Diagnóstico por imagen Aunque las manifestaciones clínicas expuestas son muy importantes para el diagnóstico de sinusitis, la forma de comprobarlas es a través del diagnóstico por imágenes, que comprende: iles. sa o nás :>tra ? por ila- Figura 7-11 Representación esquemática de los senos maxilares. En los niños mayores y adolescentes pueden presentarse dolores faciales y cefalalgias, además del goteo nasal poste­ rior persistente, que en general se manifiesta por molestia o irritación de garganta. Los niños de ambos grupos de edad también pueden consultar por halitosis, por lo que debe considerarse que en estos casos siempre es necesario descar­ tar en los más pequeños algún cuerpo extraño nasal. Para los autores, con 104 niños antes sanos, de 2 a 15 años, tratados en consulta externa (entre 1995 y 1997) por tos persistente de más de dos semanas, con o sin obstrucción nasal, una proporción de 70.9% (77 niños de ambos sexos) presentó sinusitis aguda. La mayoría (84 pacientes) tenía el antecedente de infección viral del árbol respiratorio superior dentro de las tres semanas precedentes. Algunos de los otros niños eran portadores conocidos de hipertrofia adenoidea.10 • Diagnóstico El diagnóstico de enfermedad sinusal se hace por clínica, estudio bacteriológico y estudio por imágenes.6,12,13,14 Diagnóstico clínico Una anamnesis acuciosa es el componente más importante de la valoración de sinusitis. En general, es difícil establecer el diagnóstico clínico porque los signos y síntomas son inespecíficos, razón por la cual es conveniente descartar una si­ nusitis en niños que se presentan con algunas de las siguientes características: * Congestión y secreción nasal persistente, con obs­ trucción. • • • • • Radiografía simple (Rx). Tomografía axial computarizada (TAC). Imagen por resonancia magnética (IRM). Ecografía. Rinofaringoscopia por fibra óptica (reporte del especialista). La radiografía simple de los senos constituye un auxi­ liar útil para el diagnóstico por la interdependencia anatómi­ ca que existe entre los senos y las estructuras vecinas, aunque son inespecíficas y de menor sensibilidad que la TC. El estu­ dio radiológico aporta datos acerca de: • • • Los senos afectados. Extensión y tipo de afección. Para controlar la evolución y comprobar la respues­ ta al tratamiento instituido. Las imágenes que mejor diagnostican la sinusitis bacte­ riana son la presencia de un nivel hidroaéreo o la opacificación completa de una o ambas cavidades sinusales. El nivel hidroaéreo es poco común en el niño menor de cinco años con sinusitis aguda (figs. 7-12 a 7-19). Como parte de la exploración de los senos pueden lle­ varse a cabo las siguientes cuatro proyecciones: • • • • Proyección de Waters. Proyección de Caldwell. Proyección lateral. Proyección submentoniana. La proyección de Waters permite visualizar el seno maxilar y las estructuras intranasales. La proyección de Caldwell es la mejor forma de obser­ var los senos frontoetmoideos. Parte II Infecciones del aparato respiratorio Sinusitis de los senos maxilares en un niño de cuatro años con antecedentes de síndrome febril importante y otitis media aguda. La radiografía muestra velamiento, con nivel de ambos senos. Figura 7-12 Figura 7-13 Mismo paciente de la figura 7-12, con excelente evolución por el tratamiento. r Capítulo 7 Infección de vías respiratorias superiores Figura 7-14 Sinusitis de los senos maxilares en un niño de cinco años con antecedentes de tos persistente y dolor facial. La radiografía muestra velamiento de ambos senos, con engrosamiento de mucosa del lado izquierdo. Parte II Infecciones del aparato respiratorio Sinusitis de los senos maxilares en un niño de cuatro años con antecedentes de obstrucción nasal y tos persistente. En la radiografía se observa velamiento de ambos senos maxilares. Figura 7-16 m * . Figura 7-17 Imagen correspondiente al mismo paciente de la figura 7-16, con excelente evolución por el tratamiento. Capítulo 7 Infección de vías respiratorias superiores Figura 7-18 Sinusitis del seno maxilar derecho en una niña de tres años con antecedente de tos nocturna y persistente. La radiografía muestra velamiento, con engrosamiento de la mucosa del seno. i* á k ■ Figura 7-19 i* ■ B i. Imagen de la misma paciente de la figura 7-18, que muestra excelente evolución con el tratamiento. Parte II Infecciones del aparato respiratorio La proyección lateral del cráneo para observar el seno esfenoidal es útil para establecer la integridad de la pared posterior de los senos maxilar y frontal. La proyección vertical submentoniana, proyección basal, permite observar bien las celdillas etmoideas posteriores. Tomografía axial computarizada (TAC). La TAC es el estudio de gabinete de elección para el diagnóstico de sinusi­ tis, fundamentalmente de las etmoideas y esfenoideas, debido a su alta capacidad de resolución. Está indicada para: • • • Identificar anormalidades anatómicas. Definir la extensión y magnitud del proceso en pacientes graves e inmunodeprimidos. Diagnosticar complicaciones. El procedimiento, sin embargo, tiene como desventajas la exposición a la radiación y la posible necesidad de aneste­ sia en niños muy pequeños. Imagen por resonancia magnética (IRM). Es un método inocuo para observar los senos, pues no expone a radiaciones al paciente, pero en el estudio de los senos paranasales es menos útil que la TAC, porque no define las estructuras óseas, requiere la colaboración prolongada del paciente y, por tanto, la utilización de anestesia en los meno­ res. Está indicada en los casos siguientes: • • • Pacientes alérgicos; cuando se necesita TAC con­ trastada, que requiere la utilización de yodo. Presencia de complicaciones, y cuando se requieren cortes seriados en otros planos, además de los axia­ les y coronales, que no permite la TAC. Sospecha de sinusitis por hongos, en cuyo caso se presenta una imagen característica, aunque no patognomónica.15 Ecografía. Para algunos autores, constituye un procedi­ miento útil para el diagnóstico de sinusitis maxilar. Sin embargo, es importante acotar que la experiencia acumulada es todavía insuficiente para evaluar su utilidad verdadera. Las ventajas de este procedimiento en relación con la radio­ grafía son el uso de radiación no ionizante y una mejor capacidad para establecer la diferencia entre secreciones retenidas y engrosamiento mucoso. Diagnóstico bacteriológico Frente al diagnóstico de sinusitis, el médico debe intentar la identificación del microorganismo, pero un enfoque realista del problema pone en claro que en la práctica diaria ello resulta imposible, además de innecesario, de modo que el procedimiento de punción de los senos queda reservado a situaciones especiales. El cultivo de la secreción nasal, aunque no sea exactamente igual al de los senos, podría servir de mar­ co de referencia, ya que, según algunos autores, hasta en 90% de los casos se encuentran los mismos microorganismos. De acuerdo con publicaciones internacionales, puede afirmarse que es raro encontrar S. pneum oniae, H. influen­ zae, M. catarrhalis o S. pyogenes en la cavidad nasal de un niño normal, lo cual no ocurre con S. aureus, ya que éste forma parte de la flora nasal normal y está presente en niños sanos y enfermos.5,6,16,1' Son indicaciones precisas para la punción de los senos nasales: • Estudios epidemiológicos. • Inmunodeficiencia actual. ® Deterioro franco del estado general. • Escasa respuesta al tratamiento. • Complicaciones graves. • Infección de origen nosocomial. • Necesidad de instilar antibióticos locales. Tratamiento La mayoría de los niños tratados de manera adecuada evolu­ cionan hacia la curación completa, aunque muchos también terminan por sufrir lesiones irreversibles a causa de las com­ plicaciones.11 El tratamiento es fundamentalmente clínico y se rige por ciertos principios, a saber:6,16’18,19,20 • • • • Tratar la infección. Reducir el edema. Favorecer el drenaje. Corregir los factores coadyuvantes o desencade­ nantes. ® Asegurar la permeabilidad de los ostia. El tratamiento antimicrobiano de la infección tiene como objetivos generales: ® • • • • Lograr una curación rápida. Esterilizar las secreciones sinusales. Evitar la evolución a la cronicidad. Prevenir complicaciones infecciosas orbitarias e intracraneales. Evitar recurrencias y secuelas. El tratamiento preferente en la sinusitis aguda no com­ plicada sigue siendo la amoxicilina, en dosis de 90 mg/kg/ día, distribuida en tres fracciones, durante dos semanas aproximadamente o una semana después de haber desapare­ cido los síntomas que de alguna manera indiquen actividad •/ 21’22 piogena. íar0% r Capítulo 7 El tratamiento de la sinusitis crónica dura más de 3 a 4 semanas, dependiendo de diferentes consideraciones, como son: ede lenun éste ños nos iluién it n - 'ige de- ;ne ¡ e Infección de vías respiratorias superiores hipertrofia de adenoides, porque la hipertrofia adenoidea se relaciona con cronicidad de la enfermedad sinusal.6 En los niños rara vez es necesario realizar el drenaje qui­ rúrgico. Sin embargo, está indicado cuando ocurren: • Edad y condiciones generales del paciente. • • E stado clín ico . T op o grafía y exten sió n del proceso (cu ál o cuáles senos, si el proceso es u n ilate ral o b ilate ral). • Complicaciones y gravedad de las mismas. • E tiología. • Factores predisponentes o desencadenantes (nasa­ les, sistémicos). i • R esp uesta al tratam ie n to previo. Se considera que 40% de los casos de sinusitis ceden espon­ táneamente en 10 días, sin antibióticos. En general, incluso en las situaciones más graves, el pronóstico es excelente si el diagnóstico fue oportuno y correcto (figs. 7-20 a 7-22). Sin embargo, la sinusitis es una enfermedad potencialmente gra­ ve por sus complicaciones.23,24 Un grupo grande de niños cura totalmente, mientras que otros tienen enfermedad recurrente o persistente (fig. 7-23). La evolución y el pronós­ tico dependen definitivamente de factores como: La administración de amoxicilina junto con inhibidores de (3-lactamasa depende de la prevalencia en la comunidad de H. influenzae y M. catarrhalis, productoras de dicha enzima. En sinusitis que no responden de manera adecuada al tratamiento, se citan como otras opciones la cefuroxima axetil, eritromicina-sulfisoxasol, cefixima y nuevos macrólidos. La utilización de los nuevos macrólidos como claritromicina y azitromicina, debe reservarse para niños con intolerancia a P-lactámicos. Si existe una alta sospecha de S. aureus, debe agregarse un antiestafilocócico.6,19,20 Otros tratamientos encaminados a reducir el edema y favorecer la permeabilidad de los ostia y el drenaje de las secreciones son la higiene nasal con solución salina hipertó­ nica, los descongestivos nasales y los corticoesteroides. La utilización de los vasoconstrictores nasales es controvertida debido a la absoluta necesidad de conservar la secreción mucosa fisiológica, tanto como la integridad del epitelio, ya que la función ciliar normal establece como requisito inva­ riable una humedad constante. Esto pone de relieve la importancia de asegurar al paciente una corriente inspiratoria húmeda. Por otro lado, la utilización de vasoconstrictores por vía sistémica dificultaría la adecuada concentración de los antibióticos en la cavidad sinusal.6,7,19,21 Por tanto, este tipo de medicación se limita a 2 o 3 días, y a situaciones de dolor considerable y procesos alérgicos muy importantes. Una opción más útil que la anterior son los corticoeste­ roides como agente terapéutico secundario a antibioticote­ rapia cuando hay signos de espesamiento importante de la mucosa del seno o en caso de pólipos. • • • Complicaciones orbitarias intracraneales. Fracaso de la terapéutica medicamentosa. Trastornos subyacentes, como mucoviscidosis o enfermedad mucociliar. Pronóstico • • • • Diagnóstico rápido y preciso. Tratamiento correcto. Presencia de complicaciones. Estado clínico subyacente. Tratamiento quirúrgico mñas relad Debe considerarse siempre como un principio elemental que en casos de enfermedad sinusal el tratamiento médico debe preceder a cualquier forma de intervención quirúrgica, y que ésta debe ser lo más conservadora posible. En un niño con sinusitis la adenoidectomía está indicada cuando hay Figura 7-20 Sinusitis del seno maxilar derecho en una niña de seis años con antecedente de tos persistente y dolor facial leve. Hay opacificación completa del seno maxilar derecho. Parte II Infecciones del aparato respiratorio ' rsir-k Figura 7-22 Sinusitis de los senos maxilares en una niña de 9 años con antecedente de tos persistente y dolor facial leve. La radiografía muestra velamiento no homogéneo del seno maxilar derecho y engrasamiento de la mucosa del maxilar izquierdo. Figura 7-23 Imagen de la misma paciente de la figura 7-22 que muestra muy buena evolución, Capítulo 7 Infección de vías respiratorias superiores Aunque han disminuido notablemente los antibióticos, las complicaciones más comunes en los niños son: 5. • • • Celulitis orbitaria (aunada a sinusitis en 50 a 85% de los casos). Celulitis periorbitaria. En la sinusitis frontal, además de las complicacio­ nes descritas, puede producirse absceso subperióstico, incluso una osteomielitis del hueso frontal. 6. 7. 8. * Prevención Las medidas preventivas deben encaminarse a: 9. Erradicar los factores predisponentes o desencade­ nantes. Disminuir la frecuencia y magnitud de las infeccio­ nes del árbol respiratorio superior. Tratamiento correcto de la alergia en niños atópicos. Atención médica precoz a las secreciones nasales persistentes. 10. Al finalizar este apartado sobre un interesante problema de patología pediátrica, su contenido podría resumirse en las afirmaciones siguientes: la sinusitis del niño es diferente de la del adulto, y puede presentarse en etapa muy temprana de la vida (aun en el lactante). El diagnóstico es difícil debi­ do a que sus signos y síntomas son inespecíficos, lo que obli­ ga a descartar siempre enfermedades infecciosas sinusales en todo niño con obstrucción nasal o tos persistente, cefalalgias recurrentes, halitosis, dolor facial, edema palpebral bilateral matinal o algunas de las complicaciones ya señaladas. La valoración de la causa es difícil, si bien los microor­ ganismos más frecuentes son los mismos que los de la otitis media aguda: S. pneum oniae, H. influenzae y M. catarrhalis. El tratamiento antimicrobiano debe ser prolongado, no menor de 2 o 3 semanas, y el pronóstico es bueno cuando el diagnóstico es oportuno y la terapéutica la apropiada. 13. • • • • Referencias 1. Benguigui Y. Infecciones respiratorias agudas. En: Meneghello J (ed): Diálogos en Pediatría, 33 ed. Santia­ go de Chile: Ed. M editerráneo, 1990; 11-26. 2. Cherry JD , Dudley JP. Sinusitis. En: Feigin RD, Cherry JD (eds): Pediatric Infectious Diseases, 3rd ed. Philadel­ phia: W B Saunders, 1992;142-148. 3. De Pra M , Uberti E Childhood sinusitis: a description and comments based on a 10-year series of cases. M inerva-Pediatric 1990;42:515-530. 4. Levy PS, M andujano M , M ejia PR, Cadena O. Sinusitis. En: Levy PS, M andujano M (eds): Otorrino-Laringolo- 11. 12. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. gía Pediátrica, 43 ed. México DF: M cGraw-Hill Interamericana, 1999:311-321. W ald ER. Epidemiology, pathophysiology and etiology of sinusitis. Pediatric Infect Dis 1985;4:551-581. Parsons DS. Sinusitis pediátrica. C lin Otorrin N Am 1996; 1:1225. W ald ER. Sinusitis paranasal. En: Oski FA (ed): Pedia­ tría: Principios y Práctica. Buenos Aires: Panamericana, 1993;927-932. Sakakura Y, M agim a Y, Harada T. Nasal mucociliary transport of chronic sinusitis in children. Arch Oto­ laryngol Head Neck Surg 992; 118:1234-1237, W ald ER, M ilm oe Gl, Bowen AD, et al. Acute m axillary sinusitis in children. N Engl J M ed 1981;304:749-754. Campuzano A, Rolón AR. Tos persistente y sinusitis agu­ da en consulta ambulatoria. Acta del III Congreso de Infectología del Cono Sur y XIV Congreso Chileno de Infectología. Valdivia, Chile, 2 a 5 de diciembre de 1997. W illians SR, C arruth JA. O rbital infection secondary to sinusitis in children: diagnosis and management. Clin Otolaryngol 1992;17:550-557. Salman SD. The diagnosis of sinusitis. J M ed Liban 1994;42:1849. Mo JD , Shiao AS, Lin CZ, Chang P. Function endosco­ pic sinusitis surgery in children. C hung Hua 1 Hsuch Tsa Chih Taipei 1992;49:343-347. Bogomil’skii M R , Garashcenko TI. Diagnostic endosco­ py in pediatric rhinology. Vestn Otorinolaringol 1995;3:10-17. Lansford BK, Bower C M , Seibert RW. Invasive fungal sinusitis in the immunocompromised pediatric patient. Ear Nose Throat J 1995;74:566-573. Herr RD. Acute sinusitis: diagnosis and treatment upda­ te. Am Pharm Physician 1992;46:376. Ott NL, O 'Connell EL, Hoffmans AD. Childhood sin­ usitis. M ayo C lin Proc 1991;66:1238-1247. Nishii S, M ajim a Y, Nonoyama T. Effects of frequent antrallavage on chronic sinusitis in children. Nippon Jibiinkoka Gakkai Kaiho 1991;94:1694-1701. Zenk KE, M a H. Pharmacologic treatment of otitis m edia and sinusitis in pediatrics. J Pediatr Health Care 1990;4:297-303. Giebink S. Childhood sinusitis: pathophysiology, diag­ nosis and treatment. Pediatr Infect Dis 1994; 13:S5 5S58. Baroody FM. M edical treatment of sinusitis. J Med Liban 1994;42:190-195. Brook I, Yocum P. Antim icrobial management of chro­ nic sinusitis in children. J Laryngol-Otol 1995; 109:11591162. Juan C M , C hiu C H , Huang YC, Liu TY. Orbital cellu­ litis in children: clinical analysis of 16 cases. Acta Paediatr Sin 1995;36:2868. M agnano M , Ferrero V, M orra B, Bussi M . Orbital and endocranial complications in acute sinusitis in childho­ od. Acta Otorhinolaryngol Ital 1992;12:565-573. Parte II Infecciones del aparato respiratorio Laringotraqueobronquitis aguda {crup) Andrés N. Torales Torales Cuadro 7 - 1 2 Agentes causales de laringotraqueobronquitis Virales Bacterianos (raros) Frecuentes Para influenza de tipos 1 y 3 Haemophilus influenzae B Definición Menos frecuentes Es una infección laringotraqueal que predispone a obstruc­ ción respiratoria de grado variable, se caracteriza por tos (que recuerda el ladrido de un perro o foca), ronquera y estridor inspiratorio. Debe diferenciarse de otros compo­ nentes del síndrome obstructivo laríngeo agudo de diversas causas del cual forma parte.1,2,3 Parainfluenza de tipo 2 influenza de tipo A Sincicial respira­ torio Adenovirus Staphylococcus aureus Staphylococcus pyogenes Moraxella cata­ rrhalis Mycoplasma pneumoniae Raros Rinovirus Enterovirus Herpes simple Epidemiología De Welliver Re. Croup: continuing controversy. Seminars Pediatr Infect Dis 1995;6(2):90. La laringotraqueobronquitis afecta con mayor frecuencia a niños de 6 meses a 3 años de edad, pero alcanza su inciden­ cia máxima de 3 a 5 casos por 100 niños, durante el segundo año,3 y representa cerca de 15% del total de infecciones res­ piratorias en niños.4 Pueden producirse reinfecciones a cual­ quier edad, aunque suelen ser leves; de distribución universal, tienen presentación tanto endémica como epidémica, depen­ diendo del virus, y frecuencia elevada durante los meses fríos del año, comenzando en el otoño.3 Dada su etiología princi­ palmente viral, la enfermedad se transmite de persona a per­ sona por contacto directo o por exposición a secreciones nasofaríngeas contaminadas, a través de fómites o gotitas del paciente al hablar, estornudar o toser.3 El periodo de incuba­ ción es variable, dependiendo del agente; así, para el virus de parainfluenza es de 2 a 6 días, y para el de la influenza, de 1 a 3 días. El contagio dura entre 8 y 9 días, pero puede exten­ derse hasta tres semanas en el caso del primero, y siete días o más en el del segundo.5,6 A partir de la colonización viral de epitelios nasal y faríngeo, los virus se extienden por contigüidad a laringe y tráquea principalmente, y de ahí pueden avanzar a bronquios. En tales sitios se produce eritema y edema, con infiltrado infla­ matorio en lámina propia, submucosa y adventicia. En los cuadros graves la luz traqueal se estrecha y a futuro se obstru­ ye, con exudado fibrinoso y mucoide. El infiltrado incluye histiocitos, linfocitos, células plasmáticas y leucocitos polimorfonucleares. La obstrucción de la vía respiratoria es variable y depende del agente, así como de la duración del proceso. Los pacientes con crup recurrente pueden tener también alergia, y desarrollar asma bronquial a futuro.3,14 Etiología Cuadro clínico Los virus parainfluenza, del grupo de los paramixovirus, se encuentran en sus tipos 1 y 3, y con menor frecuencia el 2 y el 4 (subtipos 4A y 4B), dentro de los agentes causales más frecuentes de laringotraqueobronquitis aguda, con cerca de 65% de los casos,4,5,7 seguidos de los virus de influenza A y B.6,8 En dos estudios los virus parainfluenza se detectaron en 14 y 8% de niños hospitalizados por crup, pero en epide­ mias la proporción puede elevarse por arriba de 60% ;4 con menos frecuencia aparecen el VSR,9 adenovirus,10 rinovirus,11 enterovirus,12 herpes simple y M ycoplasm a p n eu ­ m oniae.13 Las bacterias son raras, y están referidas a epiglotitisy atraqueítis bacteriana. Destacan: H aemophilus influenzae tipo B (era prevacuna), Staphylococcus aureus, estreptococo del grupo A, neumococo y M oraxella catarrhalis1,3 (cuadro El crup suele ser una enfermedad benigna y autolimitada, pero en ocasiones tiene una presentación clínica grave; se señalan tasas de hospitalización del 1.3 al 15%, y de morta­ lidad menor de 1%.3,4 Entre los síntomas principales figuran disfonía, tos traqueal y estridor laríngeo de grado variable, en relación con el agente y la edad del paciente. Puede comenzar con rinorrea, ardor faríngeo y tos leve. La fiebre no es importante, y por lo general no hay afección del estado general, a menos que la causa sea bacteriana. La obstrucción de la vía aérea conduce a taquipnea, taquicardia, retracción supraclavicular y tiraje intercostal de grado variable; si se agrava, aparece inquietud, ansiedad, cianosis con palidez y depresión neurológica por hipoxia e hipercapnia.3 Son útiles las valoraciones de Forbes15 y Taussig16 (cuadros 7-13 y 7-14) para evaluar la gravedad de los síntomas, decidir 7 - 12). Fisiopatogenia y patología r C u a d ro 'os) ect igeo> quea En nflan los stru:luye poliia es i del :ener ,14 tada, e; se ortauran able, uede iebre ;tado xión xión si se lez y itiles 13 y cidir Capítulo 7 7-13 Valoración deTaussig en laringotraqueobronquitis 0 Calificación 7 2 Estridor No Al llanto En reposo Retracción No intercostal Suprasternal y xifoidea Coloración Normal Cianosis Cianosis con Fi02 al 4 0 % Conciencia Normal Excitado Letárgico Soplo vesi­ cular Normal Disminuido leve Disminuido grave manejo domiciliario u hospitalización, uso de medicamen­ tos y pronóstico. Peltola et al.Ademuestran que el cuadro clínico de crup causado por el virus de influenza es sustancialmente más gra­ ve que el causado por parainfluenza. Destacan días de hospi­ talización, fiebre, reingresos por recaídas y uso más frecuente de adrenalina y glucocorticoides en el tratamiento, así como complicaciones con otitis media y neumonía. En la etiología bacteriana se agregan datos de toxiinfección, con fiebre y ataque al estado general, y pueden agregar­ se complicación neumónica e insuficiencia cardiaca. La epiglotitis constituye una urgencia1 (cuadros 7-13 y 7-14). Diagnóstico Es fundamentalmente c l í n i c o .1,7 Las radiografías de cuello (frontal y lateral) pueden mostrar estrechamiento de la columna de aire a nivel laríngeo, 5 a 10 mm por debajo del nivel de la cuerda vocal (signo de la espiga); sin embargo, se ha cuestionado la sensibilidad y especificidad de estos estu­ dios, y en la mayoría de los pacientes no son necesarios y pueden retrasar la atención.1 La inspección de la c a v id a d b u ca l y b u c o f a r in g e permite excluir ciertas entidades que pueden simular epiglotitis, como abscesos retrofaríngeo, periamigdalino y uvulitis. Dicha inspección con la r i n g o s c o p io puede preceder a la in t u b a c ió n e n d o t r a q u e a l en los casos que se requiera, y también servir en la toma de muestras para c u lt iv o si se sos­ pecha etiología bacteriana.3 No están bien definidas las indicaciones de e n d o s c o p ia en pacientes con laringotraqueítis. La mayoría sugiere un manejo conservador, ya que la instrumentación en un tejido subglótico edematoso puede desencadenar la necesidad de intubación; por tanto, se reserva para niños cuya historia clínica sugiere un diagnóstico diferente del crup viral: mayo­ res de tres años, crup recurrente, accesos de crup graves y de frecuencia creciente, historia de intubación en el periodo Infección de vías respiratorias superiores Cuadro 7-14 Valoración de Forbes en laringotraqueobronquitis Estadio 1 Fiebre, disfonía, tos traqueal (perruna); estri­ dor cuando el paciente llora o es molestado Estadio II Estridor laríngeo continuo, retracción costal inferior y tejidos blandos del cuello Estadio III Surgen signos de hipoxia y retención de C 0 2, inquietud, ansiedad, palidez, sudación y taquipnea Estadio IV Cianosis intermitente, cianosis permanente, paro respiratorio neonatal, mínima respuesta al tratamiento o ahogo o vómito que anteceden al comienzo de los síntomas, entre otros.1 En algunos niños se justifica la documentación de la causa viral mediante cultivo o detección del antígeno viral en secreciones nasofaríngeas o estudios serológicos para medir niveles de anticuerpos.4,5,6 Recientemente, la prueba transcripción reversa de reacción en cadena de la polimerasa (RT-PCR) detecta virus respiratorios, incluyendo parain­ fluenza, influenza, VSR, entre otros.7 Diagnóstico diferencial En todo paciente que presente laringotraqueobronquitis deben descartarse por diagnóstico diferencial los trastornos de la siguiente lista:1,3 • • • • • • • Crup espasmódico. Epiglotitis. Traqueítis bacteriana. Absceso periamigdalino. Absceso retrofaríngeo. Uvulitis. Edema angioneurótico. Inflamación laríngea causada por lesión térmica o quemaduras. Obstrucción laríngea por cuerpo extraño. Malformaciones congénitas o neoplasias (estenosis, hemangiomas, pólipos, parálisis de cuerda vocal, etc.). Laringitis diftérica. Laringomalacia. El crup e s p a s m ó d ic o afecta a niños de tres meses a tres años de edad, a veces con antecedente familiar de crup; el cuadro clínico es similar al de crup viral, pero sin fiebre, y a menudo sin síntomas precedentes o mínimos de infección de vías respiratorias superiores. La ronquera y el estridor se inician inesperadamente a media noche, pero en esencia son reversibles a corto plazo, y mejoran con la exposición al aire Parte II Infecciones del aparato respiratorio frío, aunque algunos niños requieren apoyo ventilatorio. El cuadro puede sufrir recurrencias por varias noches. La muco­ sa de la región subglótica está pálida y edematosa, y la etio­ logía no es clara; la causa puede ser espasmo de la glotis, con cierre de las bandas ventriculares y repliegues ariepiglóticos apretados.1,:> La e p i g lo t i t i s , una inflamación del tejido supraglótico de avance rápido y a veces mortal, es otra complicación posi­ ble de laringotraqueobronquitis. Las causas más importantes son H aemophilus influenzae tipo B antes de vacuna para Hib, y rara vez neumococo, Staphylococcus aureus, y estreptococos de los grupos A y B, entre otros.1,17,18 Por lo general, afecta a un niño antes sano, comúnmente entre 2 y 6 años de edad, que de pronto manifiesta fiebre, odinofagia y en pocas horas luce tóxico, con dolor a la deglu­ ción, respiración difícil y estridor inspiratorio de moderado a grave, precedido en menos de 30% de ronquera y tos perru­ na. Presenta babeo casi constante, mientras mantiene el cue­ llo hiperextendido con la intención de mantener abierta la vía respiratoria. De no recibir tratamiento oportuno, sufrirá paro cardiorrespiratorio. La biometría hemática puede mos­ trar leucocitosis, con neutro filia y bandemia.18 La tr a q u e ítis b a c te r ia n a puede complicar el caso de un paciente que comienza con laringotraqueítis; así, el niño que al comienzo parece mejorar de un crup viral, varios días después repetirá la fiebre alta, estado tóxico y empeoramiento de la insuficiencia respiratoria, lo que a menudo obliga a intubación endotraqueal; la mucosa traqueal puede estar ulcerada, parcialmente necrótica y cubierta de exudado purulento. En otras ocasio­ nes, el pródromo viral está ausente y el cuadro es similar al de una epiglotitis aguda, aunque el paciente no babea. El agente causal más frecuente es Staphylococcus aureus, seguido de H. influenzae, y rara vez de Streptococcus pneum oniae, otros estreptococos y Tlf. catarrhalis,3,19 Un cuerpo extraño en la laringe puede presentarse a cualquier edad. En ocasiones hay antecedente de ingestión. Ocurre sin pródromos y es de inicio súbito, sin ronquera, pero con disfagia, y el estridor y la insuficiencia respiratoria son variables. El curso clínico depende del tipo, tamaño y sustancia del cuerpo extraño.3 Puede ocurrir e d e m a a n g i o n e u r ó t i c o , que consiste en inflamación de las vías respiratorias, a veces de labios y cara, de origen alérgico. El inicio es rápido, sin fiebre, y afecta a cualquier edad. Hay disfagia y estridor inspiratorio, por lo general sin ronquera. Sin terapéutica específica el paciente sufre asfixia.3,14 Tratamiento Desde el siglo xix, se han utilizado n e b u l iz a c i o n e s con vapor húmedo frío en el tratamiento del crup. No obstante, no han podido demostrarse los mecanismos que expliquen los posibles beneficios del vapor frío, como seria la humidificación de las secreciones para disminuir su viscosidad y facilitar su eliminación, la estimulación de receptores larín­ geos que retrasan el reflejo de la respiración y mejoran el flujo de aire, y una sensación de bienestar y confianza en el niño, que previene ansiedad e hiperventilación.1,2,3 Aunque esta medida en general es segura, conlleva ciertos riesgos, como mayor broncoespasmo en niños que tienen crup y sibilancias al mismo tiempo e incremento de la ansiedad, llanto y el trabajo respiratorio en pacientes pequeños o intolerantes de la tienda de plástico o mascarilla que requiere su aplica­ ción. De utilizarse, se recomienda nebulización mediante un tubo que los padres sostengan frente a la cara del niño. Pue­ de resultar útil añadir oxígeno en pacientes hipóxicos y con desaturación menor de 90% demostrada mediante oximetría de pulso.1,3 A partir délos trabajos deAdairen 1971 y ulteriores,1,2,3 que demuestran los beneficios de la adrenalina racémica nebulizada (0.05 ml/kg de una solución al 2.25%) en pacien­ tes con laringotraqueítis aguda, los índices de hospitaliza­ ción, mortalidad y traqueostomía han disminuido en grado muy importante. La adrenalina racémica es una mezcla 1:1 de isómeros d y l de adrenalina. El isómero l produce vaso­ constricción de arteriolas precapilares a través de estimula­ ción de receptores adrenérgicos, con lo que disminuye la presión hidrostática capilar, por ende reabsorción de líquido del espacio intersticial y, con ello, reducción o resolución del edema de la mucosa laríngea. Waissman1,2 demostró en 1992 que, u tiliza n d o L -ad ren alin a a razón de 1:1 000 en aerosol, en dosis de 0.5 mi, en comparación con adrenalina racémica, se obtenían los mismos efectos tanto beneficiosos como adversos, sin efectos adicionales en la frecuencia car­ diaca o la presión arterial. Dada la dificultad de obtener adrenalina racémica fuera de EUA, se recomienda el uso de L-adrenalina diluida en solución salina para evitar irritación del epitelio respiratorio por el metabisulfito contenido en su preparación.1,3 Sin embargo, ya sea que se aplique la forma racémica o L-adrenalina, la adrenalina se metaboliza en menos de 2 h, y los pacientes pueden tener recurrencia del cuadro clínico, por lo que se recomienda administrar dexametasona VO o IM en dosis de 0.6 mg/kg, y mantener al paciente en obser­ vación por 3 a 4 h. Puede darse de alta si el niño ya no tiene estridor en reposo, la entrada de aire es normal, tiene buen color y el estado de conciencia es normal.1,2 Después de años de controversias, múltiples pruebas actuales sustentan el uso de c o r t ic o e s t e r o id e s vía oral o parenterales en el tratamiento de laringotraqueítis aguda, tanto en formas graves como leves. Su efecto beneficioso al disminuir el edema de la mucosa laríngea a través de su Capítulo 7 quen nidiad y arínm el en el raque sgos, sibíanto intes >lica:e un Puer con ime- 1,2,3 mica cieniliza;rado i 1:1 /asolulaye la uido Lción Dstró >0 en aliña iosos . cartener ¡o de Lción tn su ica o : h, y nico, rO o bsertiene buen lebas ral o ;uda, iso al le su acción antiinflamatoria, por lo general aparece 2 a 6 h des­ pués de su aplicación.1’2’7 Se han propuesto diversas dosis y vías de administra­ ción. Así, la dexametasona, en dosis de 0.15 mg/kg, parece tan eficaz como 0.3 a 0.6 mg/kg. Sus beneficios, comparada con placebo, han consistido en disminución de la gravedad de los síntomas, reducción de dosis subsecuentes de adrena­ lina, disminución tanto en frecuencia como en días de hos­ pitalización e ingresos a unidad de cuidados intensivos, y de los que requieren intubación.2,3 Recuérdese que los esteroides por tiempo prolongado pueden producir superinfecciones por Candida, exacerbar cuadros de tuberculosis o varicela, o bien, encubrir cuadros subyacentes.1 El uso de corticoesteroides inhalados ha sido señalado por diversos autores (Rusby, Klassen, entre otros), utilizando budesonida en dosis inicial de 2 mg y después 1 mg cada 12 h; muestran beneficios en 2 a 4 h. Sin embargo, Geelhoed y Macdonald, en un estudio comparativo donde se utilizó dexametasona oral en comparación con budesonida nebulizada, no encuentran diferencias en tiempo, pero sí en costo, que fue menor con dexametasona. En un trabajo de Johnson realizado en 1998, se confirmó que la budesonida nebulizada (4 mg) o la dexametasona intramuscular (0.6 mg/kg), administrada a niños en el servicio de urgencias, reduce sín­ tomas y hospitalizaciones en comparación con placebo. Sin embargo, la mejoría fue bastante mayor con dexametasona que con budesonida.1,2 La i n t u b a c i ó n e n d o t r a q u e a l ha reemplazado a la traqueostomía en el control de la obstrucción grave de las vías respiratorias por laringotraqueítis.1,20 La decisión de intubar descansa en criterios clínicos como incremento del estridor, frecuencias respiratoria y cardiaca, retracciones, cianosis, agotamiento, confusión mental o falta de respuesta al trata­ miento con adrenalina y esteroides, lo cual concuerda con las etapas 3 y 4 de Forbes o una calificación superior a 7 u 8 de Taussig (véanse cuadros 7-13 y 7-14). Los niños, particu­ larmente los menores de un año o los que requieren intuba­ ción prolongada, pueden sufrir estenosis subglótica, que puede reducirse si se emplean tubos nasotraqueales o bucotraqueales de 0.5 a 1 mm de diámetro menor que el requerido.1,3,20 El oseltamivir por vía oral puede acortar la duración de los síntomas del crup por virus de la influenza,6 y reducir el desarrollo de otitis media como complicación. En los pacientes con epiglotitis y traqueítis bacteriana, el antibiótico debe cubrir los microorganismos más frecuen­ tes ya referidos.1,3 Pronóstico El pronóstico es bueno en la mayoría de los casos. La bronconeumonía complica menos de 5% de ellos, y la insuficien­ Infección de vías respiratorias superiores cia cardiaca y la mortalidad ocurren en menos de 1%. La necesidad de hospitalización fluctúa entre el 1 y el 15%.3 La frecuencia y gravedad de estas enfermedades dismi­ nuirán en la medida en que las vacunas contra parainfluenza en fases 2 y 3 de influenza se incorporen sistemáticamente a los esquemas nacionales de inmunización; como ya ocurre con vacunas conjugadas contra H aemophilus influenzae B y neumococo.5,6,7,17,21 La figura 7-24 muestra la evolución natural de las infec­ ciones de vías respiratorias superiores. Referencias 1. Kaditis AG, W ald ER. Viral croup: Current diagnosis and treatm ent. Pediatr Infect Dis J 1998;17(9):S27834. 2. Orlicek SL. M anagem ent of acute laryngotracheobronchitis. Pediatr Infect Dis J 1998; 1 7(1 2):! 164-1165. 3. Welliver RE. Croup: continuing controversy. Semin Pediatr Infect D isJ 1995;6(2) :90-954. Peltola V, H eikkinen T, Ruuskanen O. Influenza and parainfluenza croup. Pediatr Infect D isJ 2002;21(1):7677. 5. American Academy of Pediatrics. Infecciones por virus parainfluenza. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:583-585. 6. American Academy of Pediatrics. Gripe. En: Pickering LK, Baker C J, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfer­ medades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édi­ ca Panamericana. M adrid 2007:406-417. 7. Weinberg GA. Parainfluenza virus. Pediatr Infect Dis J 2006;25(5):447-448. 8. Glezen P, et al. Influenza virus infections in infants. Pediatr Infect Dis J 1997; 16(1 1):1065-1068. 9. American Academy of Pediatrics. Virus Sincicial Respi­ ratorio. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:799-805. 10. American Academy of Pediatrics. Adenovirus infections. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:220222. 11. American Academy of Pediatrics. Rhinovirus infections. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007;633. 12. American Academy of Pediatrics. Infecciones por Ente­ rovirus no poliomielíticos. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infec- Figura 7-24 Evolución natural de las infecciones de vías respiratorias superiores. Parte II Infecciones del aparato respiratorio Capítulo 7 13. 14. 15. 16. Figura 7-24 Evolución natural de las infecciones de vías respiratorias superiores. 17. ciosas en pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamerica­ na. M adrid 2007:324-326. American Academy of Pediatrics. Infecciones por M yco­ plasma pneumoniae. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:552-555. Zach M , Erben A. Croup, recurrent croup, allergy, and airways hyperreactivity. Arch Dis Child 1981;56:336-40. Forbes JA. Croup and its management. Br M ed J 1961;1:389-395. Taussig LM , Castro O, Beadry PIT. Treatment of laryngotracheobronchitis (croup). Am J Dis C hild 1975; 130:790-795. Garpenholt O, et al. Epiglottitis in Sweden before and after introduction of vaccination against Haemophilus Infección de vías respiratorias superiores 18. 19. 20. 21. 22. influenzae type b. Pediatr Infect Dis J 1999;18(6):490493. Young N, Finn A, Powell E. Group B epiglottitis. Pediatr Infect D isJ 1996; 15 (1) :95-96. American Academy of Pediatrics. Infecciones de estrep­ tococo del grupo A. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:358-369. Schultz LR, Morrison VW. Short-term intubation in children with acute epiglottitis, South M ed j 19 82 ;7 5 (2 ): 158-164. Karron RA, et al. PIV-3 vaccine is attenuated in young infants. Pediatr Infect D isJ 2003;22(5):394-404. Tam JS, et al. Efficacy and safety of live influenza vacci­ ne. Pediatr Infect D isJ 2007;26(7):619-628. C apítulo 8 G Infección de vías respiratorias inferiores / V F f l! F A ndrés Noé Torales Torales Napoleón González Saldaña Carlos N esbitt Falomir C l\ e A V P Ir R h Generalidades Después de las infecciones de vías respiratorias superiores, las infecciones de las vías respiratorias inferiores (IRA) son la causa más frecuente de enfermedad, tanto en México como en el resto del mundo (cuadro 8-1).1,2 De acuerdo con el sitio anatómico afectado (bronquios, intersticio, parénquima pulmonar o pleura), y también con la gran cantidad de agentes causales posibles, la sintomatolo- Las 10 causas más frecuentes de muerte por enfermedades infecciosas en México, en 2000 Cuadro 8-1 Causa Neumonía y bronconeumonía Número de casos gía es variada y se integran diversos síndromes (bronquitis, bronquiolitis y neumonía) en donde concurren agentes tan­ to virales como bacterianos, pero con manifestaciones clíni­ cas, diagnóstico y tratamiento diferentes (cuadro 8-2).3,4 Para fines didácticos se analizarán por separado bronquiolitis y neumonía. B ro n q u io litis Es una infección aguda de origen viral que suele afectar prin­ cipalmente a niños menores de 18 meses, agrede la pared bronquiolar, con producción de edema e infiltrado inflama­ torio, obstrucción de la vía aérea y enfisema secundario.5 12 239 Diarrea 4 557 Tuberculosis del aparato respiratorio 2 841 Infecciones respiratorias agudas 2 3 10 Hepatitis viral 982 Tifoidea y otras salmonelosis 241 Amebiasis 206 Otras infecciones intesti­ nales 194 Influenza 142 Varicela 128 Tomado de INEGI y Dirección General de Información y Evaluación del Desempeño, SSA, México. • Etiología Diversos virus son los causantes más importantes de bron­ quiolitis. El virus sincitial respiratorio (con más de 50% de los casos), así como virus parainfluenza, influenza, adenovi­ rus y enterovirus son ampliamente reconocidos;3,5'8 sin embargo, también participan otros virus como rinovirus, con cifras de 7.9 a 33.4% en dos reportes o coronavirus, por lo regular causales de resfriado común,9' 11 así como los recién agregados metaneumovirus humano y bocavirus (cua­ dro 8-2).12' 16 Por otra parte, coinfecciones de dos virus en un mismo paciente son comunes, y cuando ello ocurre han demostrado ser un factor de riesgo para bronquiolitis grave.17 Los más asociados son el virus sincitial respiratorio (VSR), rinovirus y bocavirus humano.18 B V V A C V Afi alg me peí po] la r ver infl La laci hac (cél nac ede hay luz, ria, do inte acic r Capítulo 8 C u a d ro 8-2 Infección de vías respiratorias inferiores Clasificación anatómica según el sitio primario de inflamación y el agente causal Agentes causales Bacterianos Vm! Bronquiolitis o neumonía intersticial sincitial respiratorio Parainfluenza Adenovirus influenza Rinovirus Coronavirus Metaneumovirus humano Bocavirus as V ir u s ales aña mir Neumonía o bronconeumonía Virus sincitial respiratorio Parainfluenza Influenza Rinovirus Metaneumovirus humano Bocavirus Virus del sarampión Virus de la varicela Adenovirus Citomegalovirus Virus de Epstein-Barr litis, tanlíni- Otros H. influenzae Estreptococo Mycoplasma pneumoniae Neumococo Estreptococo Estafilococo Pneumocystis carinii H. influenzae Bacilos gramnegativos Anaerobios Toxoplasma gondii Histoplasma capsulatum Coccidioides immitis Mycobacterium tuberculosis Rickettsias ).3 ,4 llitis i >rinired ma5 roní>de ovisin rus, por los ;ua- smo ado más irus Epidemiología Afecta ante todo a niños menores de 18 meses, y aunque algunos virus muestran variaciones estacionales,19 la enfer­ medad predomina en invierno. Se transmite de persona a persona y ocurre con mayor frecuencia en comunidades populares y hacinadas. Se han documentado epidemias cícli­ cas por virus de la influenza.3,5 La incidencia de mortalidad por IRA ha disminuido en la medida en que los pacientes reciben una mejor asistencia ventilatoria e inmunoprofilaxis activa contra virus de la influenza y pasiva contra VSR (fig. 8-1).20,21 La patogénesis de bronquiolitis por VSR no sólo depende del efecto citopático directo del virus, sino también de la res­ puesta inflamatoria del huésped. Ambos factores combinados conducen a la patología y a los síntomas y signos de la enfer­ medad. La respuesta del huésped es compleja e incluye ele­ mentos celulares y solubles como citocinas T cooperadoras, vía neuronal, leucotrienos y quimiocinas (interleucinas).23 Los virus más relacionados con sibilancias y exacerbacio­ nes de crisis de asma son los que con más frecuencia produIncidencia de casos nuevos por IRA en <5 años • Fisiopaíoc ~ '>p La infección se inicia en el epitelio nasofaríngeo, por inocu­ lación directa y replicación viral in situ. El virus se desplaza hacia el árbol respiratorio inferior por extensión directa (célula a célula) o por la aspiración de secreciones contami­ nadas. Se instala en la pared del bronquiolo, donde produce edema e infiltrado inflamatorio, principalmente linfocitario; hay acumulación de secreciones y de moco que obstruyen la luz, deterioran la respiración, sobre todo en la fase espirato­ ria, con atrapamiento de aire e hiperinflación alveolar. Cuan­ do la obstrucción es grave se produce disminución del intercambio hematogaseoso, con hipoxemia, hipercapnia y acidosis respiratoria.5 2000- 2001- 2002- 2003- 2004- 2005- 2006- 20072001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 Temporada Incidencia de mortalidad por IRA 2000-2008.To­ mado del Sistema Nacional de Información en Salud/Cubos de mortalidad/SSA. Figura 8-1 Parte II Infecciones del aparato respiratorio cen bronquiolitis, a saber: VSR, rinovirus y metaneumovirus humano, solos o asociados. Es bien sabido que las infecciones virales provocan hiperactividad de la vía aérea, que pueden conducir a disfunción de la misma mediada por mecanismos inflamatorios neurogénicos e inmunes que pueden ser el ini­ cio y progresión del asma. Alternativamente, estas respuestas pueden ser reactivadas de manera inespecífica durante exposicion a alergi;enos comunes. 24-26 Cuadro 8-3 Manifestaciones clínicas entre bronquiolitis y neumonía en niños menores de 6 meses Manifestaciones clínicas Manifestaciones clínicas La bronquiolitis suele comenzar como una infección de vías aéreas superiores: rinorrea, tos seca, febrícula, mal humor, inquietud e hiporexia, sin gran afección del estado general. Sin embargo, en 24 h o menos el niño empeora y presenta insuficiencia respiratoria, con tiros intercostales, cianosis y postración. A medida que la obstrucción bronquiolar aumenta, aparece anoxemia progresiva, que de no corregirse puede ocasionar que el paciente quede exhausto e incluso muera. Las respiraciones son rápidas y superficiales, difíciles y a menudo resollantes, con una frecuencia > 60 rpm. La retrac­ ción inspiratoria se observa en el hueco supraesternal y en los espacios intercostales. La tos es frecuente, molesta y a menudo paroxística, parecida a la tos ferina. La cianosis aparece o se intensifica durante el llanto o la tos, y se hace continua si la obstrucción es grave. % 57% 90.9% <0.0001 Coriza 60.5% 81.8 % <0.01 Tos 84.5% 89.6% 0.35 Apnea 14 .1 % 3.9% 0.03 Cianosis 32.4% 13 .0 % 0.07 Conjuntivitis 22.5% 19 .5 % 0.13 T o m a d o d e D avies HD. P e d ia tr In fe c t Dis J 1 9 9 6 ;1 5 (4):3 71 -7 5. Los datos físicos a menudo cambiantes, están en rela­ ción con pulmones sobredistendidos, timpanismo a la per­ cusión, diafragmas abatidos y espiración prolongada. Al inicio, los ruidos respiratorios están disminuidos y llama la atención que con tantas manifestaciones respiratorias no se detecten estertores. Más tarde se auscultan estertores bron­ quiales o alveolares, pero sobre todo sibilancias. El dolor pleural es raro y la producción de esputo escasa y mucoide (cuadro 8-3).5,7 '' Complicaciones Consisten básicamente en: 1. 2. 3. * Bronquiolitis (77 casos) Sibilancias v Anatomía patológica Debido a que la bronquiolitis aguda se presenta principal­ mente en los primeros 18 meses de edad, la pequeña luz bronquial y bronquiolar de los niños de esa edad es muy vulnerable a la obstrucción por edema y exudado pegajoso. La obstrucción parcial de aquélla ocasiona atrapamiento de aire en los alveolos, con enfisema y sobredistensión pulmo­ nar subsecuente, lo cual explica en buena medida la sintomatología en esta enfermedad. Por otra parte, cuando la obstrucción del bronquiolo es completa ocurren atelectasias al reabsorberse el aire distal. Esta secuencia de fenómenos puede producir signos físicos cambiantes en forma más o menos rápida. Existe además infiltrado bronquiolar e intersticial y en los tabiques interalveolares, pero debido a que la mayoría de los alveolos está libre, sólo puede haber trasudado. La presencia de membranas hialinas en los alveolos puede ser importante. Las lesiones pueden ser locales o difusas, según el agente causal. El tejido intersticial y las paredes alveolares están engrosados por la presencia de un número variable de células redondas. Hay hipertrofia e hiperplasia de las células epiteliales alveolares.3,5 Neumonía (71 casos) 4. 5. Hipoxemia y acidosis respiratoria o mixta. Insuficiencia cardiaca, aunque el paciente no sufra cardiopatía o enfermedad pulmonar subyacente. Obstrucción, que incrementa los signos de insufi­ ciencia respiratoria. Las infecciones bacterianas agregadas son de muy bajo riesgo; sin embargo, deben sospecharse cuan­ do la fiebre y los signos de insuficiencia respiratoria se prolonguen más de lo común o se agreguen datos radiológicos de condensación pulmonar. Esto ocurre con mayor frecuencia en pacientes intubados, conectados a respiradores mecánicos y en los que no se ejerce un control apropiado de las secreciones.27,28 Viremia, se manifiesta por exantema, hepatitis, nefritis, encefalitis y miocarditis, entre otros signos. La viremia es rara.3,5 F¡ se re L; m q> ai m li< ai m a (f q> d: ni di ei tr Diagnóstico Es fundamentalmente clínico y radiológico. Son de gran ayuda los aspectos epidemiológicos y la edad del paciente. di di di r Capítulo 8 Infección de vías respiratorias inferiores nes pulmonares (atelectasia, colapso pulmonar, infección bacteriana agregada, etc.).6,29 * Diagnóstico diferencial Debe establecerse con neumonía intersticial, laringotraqueo­ bronquitis, cuerpo extraño, malformaciones pulmonares o cardiovasculares, enfermedad por reflujo gastroesofágico, pero principalmente con asma bronquial.5 1001 ,01 , !5 >3 )7 '•>3 ta miento 3 d) relai pera. Al ma la no se brondolor coide b) sufra ite. nsufimuy cuanatoria :guen lonar. [entes icos y de las atitis, gnos. gran iente. Figura 8-2 Datos de neumonitis intersticial. Observe la sobredistensión pulmonar con aumento de densidad en regiones hiliares e infiltrado intersticial. La fórmula blanca de la biometría suele mostrar leucocitosis moderada, con linfocitosis, pero hay múltiples excepciones que vuelven inespecífico el estudio. La telerradiografía del tórax muestra normalidad o aumento de la trama broncovascular, a veces con infiltrado micronodular, más notable parahiliar, pero lo más sobresa­ liente suelen ser campos pulmonares hiperinsuflados, con aumento en los diámetros anteroposterior y lateral, abati­ miento de hemidiafragmas, aumento de los espacios inter­ costales y, a veces, herniación del parénquima pulmonar (fig. 8-2). El diagnóstico etiológico puede establecerse mediante cultivo de los virus causales, o bien, por serología, con bús­ queda en suero de anticuerpos específicos en muestras parea­ das, con técnicas de inmunofluorescencia directa e indirecta e inmunoanálisis ligado a enzimas (ELISA).7,29,30 El diagnóstico de virus respiratorios ha mejorado expo­ nencialmente mediante la detección de la secuencia de áci­ dos nucleicos de especímenes clínicos mediante la reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés) y transcriptasa reversa-PCR.31,32 Las gasometrías seriadas y la oximetría de pulso son de gran utilidad para valorar la oxemia del paciente, así como desequilibrio acidobásico. Los estudios radiológicos seriados de tórax orientan al médico acerca de posibles complicacio­ Las medidas de soporte son esenciales, incluyen reemplazo adecuado de líquidos y nutrición, uso suplementario de 0 2, desde cámaras faciales hasta intubación endotraqueal y ventilación asistida. Otras intervenciones se relacionan con liberación de la obstrucción de la vía aérea, que va desde remo­ ción mecánica de detritus, uso de antiinflamatorios y liberación del broncoespasmo. Los agentes utilizados incluyen corticoesteroides, broncodilatadores y gases como una mezcla de helio con oxígeno (heliox) que reduce la resistencia de la vía aérea, así como surfactante exógeno. El uso de broncodilatadores como teofilina o (3-bloqueadores adrenérgicos como salbutamol y agentes anticolinérgicos solos o combinados con corticoesteroides han sido controversiales, y en muchos trabajos no han demostrado eficacia;35 sin embargo, y sobre todo en casos graves, se han utilizado y documentado reducción significativa de estancia hospitalaria y recaídas.34,35 El surfactante exógeno parece prevenir el deterioro pro­ gresivo de la función pulmonar, lactantes que lo han recibi­ do han experimentado mejoría más rápida de los índices de oxigenación y ventilación, y acorta la estancia en cuidados intensivos. Otras medidas incluyen: a) b) Tratamiento específico de la infección: la ribavirina nebulizada puede resultar útil contra el VSR, sobre todo si se emplea en fase temprana.6,25 Prevención y tratamiento de las complicaciones (desequilibrio acidobásico e insuficiencia cardiaca). T Pronóstico Por lo general, en menos de una semana remiten la mayor parte de los síntomas.37 Sin embargo, como ya se comentó en la patogenia, las infecciones virales y particularmente el VSR pueden provo­ car hiperreactividad y disfunción de la vía aérea, que pueden ser el inicio y progresión del asma bronquial.24'26 Parte II Infecciones del aparato respiratorio f El riesgo de infección bacteriana severa agregada en el paciente con bronquiolitis es mínimo, por lo que no se jus­ tifica el uso empírico de antibióticos ni evaluación para sep­ sis.38 Cuadro 8-4 Contribución de virus respiratorios en la incidencia de neumonía en diversos países País • Prevención Se aplica vacuna contra virus de la influenza tanto trivalente inactivada en niños de 6 a 24 meses de edad como de virus vivos atenuados adaptada al frío, también a partir de los seis meses hasta los 49 años; tiene efectividad comprobada.21,22'39 Se investigan para VSR,40 y ya se ha probado una vacuna de virus vivos atenuados, de aplicación nasal contra el virus parainfluenza tipo 3.41 Desde 1998, el palivizumab, un anti­ cuerpo antiglucoproteína F monoclonal humanizado que neutraliza al VSR y previene su unión a células del epitelio respiratorio, se ha utilizado profilácticamente contra el VSR, demostrando eficacia en poblaciones de alto riesgo (prema­ turos, displasia broncopulmonar, cardiopatías congénitas tanto cianóticas como sin cianosis) con inyecciones mensua­ les, reduciendo hospitalizaciones en 55%, menor consumo de oxígeno complementario y cuidados intensivos, pero de costo elevado. Recientemente se ha desarrollado el motavizumab, un nuevo anticuerpo monoclonal de mayor potencia y probada eficacia.20,42~44 Técnica Número de casos Porcentaje viral Argentina Cultivo, PIF 204 21 Bangladesh Cultivo, PIF 601 21 Brasil Cultivo 17 14 Colombia Cultivo, serología Finlandia 95 37 128 195 47 19 Gambia Cultivo, serología 221 19 Hong Kong PIF 544 18 India Cultivo, PIF 332 49 Kenia Cultivo, PIF 822 40 Malasia Cultivo 92 32 Papúa-N. Guinea Cultivo 62 29 106 44 52 Pakistán Filipinas Cultivo, PIF 312 Uganda Cultivo, serología 276 17 Inglaterra Cultivo, serología 57 35 Tomado de Seminars Ped Infect Dis, 1995; 6(3):121. PIF, prueba por inmunofluorescencia. Neumonía y bronconeumonía ■“ Definición Son variantes de una misma infección del parénquima pul­ monar, son de distribución universal y muy frecuentes, cau­ sadas por agentes patógenos muy diversos cuya expresión clínica varía según el microorganismo, el huésped y sus com­ plicaciones o avance a cronicidad. “ tiología Dependiendo de la edad, condiciones del huésped, variacio­ nes estacionales y geográficas, y otras variables como inmunodeficiencias o enfermedades subyacentes, los agentes causales se distribuyen en las formas que se comentan a con­ tinuación. Neumonía adquirida en la comunidad. Es la forma más frecuente, tiene una incidencia en EUA de 36 a 40 episo­ dios /I 000 niños/año en menores de cinco años, y 11 a 16 episodios en niños de 5 a 14 años.45 Generalmente es de curso agudo, de origen primario, con huésped sin enfermedad sub­ yacente y de transmisión directa de persona a persona. Con pocos cambios de flora si se comparan la era preantibiótica con la era antibiótica, como lo muestra Shann. Entre los virus destacan: VSR,8 influenza A y B,8,29 parainfluenza,46 rinovirus,10 adenovirus, coronavirus,11 metaneumovirus humano,47-49 y bocavirus,14,16 entre otros. Bacterias como Streptococcus pneum oniae, H aemophilus influenzae (particularmente en menores de cinco años), Staphylococcus aureus, Moraxella catarrhalis, M ycoplasma pneum oniae, Streptococcus pyogenes, Klebsiella pn eum on iae y especies de Legione­ lla (cuadros 8-2, 8-4, 8-5, 8-6 y 8-7).32,45,50,51 Neumonía comunitaria atípica de curso más bien afebril; la causan bacterias como Chlamydia pneum oniae, C. trachomatis,52 Ureaplasma urealyticum y especie de Legionella virus como el VSR y citomegalovirus;20 y parásitos como Pneumocystis carinii, y raros como Coccidioides im m itis.54,55 Neumonía complicada con empiema pleural. Sobresalen Staphylococcus aureus, H aemophilus influenzae, S. pn eu m oniae y especie de Klebsiella, como lo demuestra el estudio de González Saldaña et a l, realizado en el Instituto Nacional de Pediatría de México, en una muestra de 172 niños (cuadro 8-8) y en múltiples estudios en otros centros hospitalarios de la ciudad de México (cuadro 8-9) y el extranjero (cuadro 8-10).56 Neumonía nosocomial. Se adquiere por contagio o por recibir terapia invasiva a través de catéteres endovenosos o , 53 sjmj flor£ son dom que tore; Cito gran estre enfe les c enfe tico: men opoi morí tivo; 8-11 sodi Capítulo 8 ?ncia C u a d ro 8-5 Etiología de neumonía en 74 niños hospitalizados en Gambia Patógenos aje infección de vías respiratorias inferiores 7 a 4 años Número de casos Todos 5 a 9 años 74 10 64 48 (75)* 9 (90)* 57 (77)* Streptococcus pneumoniae 39(61) 6(60) 45 (61) Haemophilus influenzae 10(15) 1 (10) 11 (15) Moraxella catarrhalis 4(6) 3(30) 7(9) Staphylococcus aureus 4(6) 0 4(5) Bacterias Otras bacterias 2(3) 58 2(20) 9 4(5) 67 Virus 23 (39) 2(22) 25 (37) Virus sincitial respiratorio (VSR) 8(14) 1 (11) 9(12) Influenza B 3(5) 0 3(4) Parainfluenza 2(3) 0 2(3) Adenovirus 6(10) 1 (10) 7(9) Rinovirus 2(3) 0 2(3) 5(8) 0 5(6) Chlamydia pneumoniae 8(12) 1 (11) 9(12) Mycoplasma pneumoniae 2(3) 1 (11) 3(4) Otros virus Otros agentes Cualquier patógeno 9(100) 51 (79.7) 60 (81.1) Tomado de Forgie IM. Pediatr Infect Dis J 1991;10(1). *Los números entre paréntesis indican porcentaje de c ] 8,29 íetaictenzae KCUS trepioneafeC. \la,53 amo .55 'breneu.ídio onal cuatalaijero por os o simplemente por recibir antimicrobianos que seleccionan flora resistente y oportunistas. Los patógenos más frecuentes son enterobacterias, Staphylococcus aureus, especies de Pseudomonas, de A cinetobacter, de Serraría, etc., en porcentajes que dependen de cada hospital. Neumonía neonatal. Son relevantes los agentes produc­ tores del nemotécnico de TORCH (Toxoplasma, Rubéola, Citomegalovirus, Herpes y otros), así como bacilos entéricos gramnegativos, Staphylococcus aureus, Listeria m onocytogenes y estreptococo p-hemolítico del grupo B, entre otros. Pacientes inmunodeprimidos. En niños que sufren enfermedades subyacentes como SIDA, infecciones rena­ les crónicas, leucemia, enfermedad cardiovascular, asplenia, enfermedad del sistema nervioso central, trastornos gené­ ticos, neoplasias, o desnutrición, entre otras, se ha docu­ mentado infección neumocócica recurrente, y gérmenes oportunistas como Pneumocystis carinii, especies de Pseudomonas, Staphylococcus aureus, bacilos entéricos gramnega­ tivos,37 citomegalovirus y M ycobacterium tuberculosis (cuadros 8-11 y 8-12).58 Neumonías recurrentes. Definida como dos o más epi­ sodios de neumonía en un año, con aclaramiento completo de imágenes radiológicas entre cada evento; ocurre con una frecuencia de 7 a 9% en niños. La mayoría tienen una causa identificable de base como lo señala Eigen H en un reporte Cuadro 8-6 Etiología de neumonía comunitaria en 254* niños, 6 2 % fue viral y en 5 3 % bacteriana Virus No. (%) Bacterias No. (%) Sincitial respira­ torio 73 (29) S. pneumoniae 93 (37) Rinovirus 58 (24) H. influenzae 22 (9) Parainfluenza 25 (10) M. pneumoniae 17 (7) Adenovirus 19(7) M. catarrhalis 10 (4) Influenza A y B 10(4) C. pneumoniae 7 (3) Coronavirus 7(3) 5. pyogenes 3(1) Herpes tipo 6 7(3) C. trachomatis 2(1) Epstein-Barr 1 Varicela zoster 1 *EI patógeno fue detectado en 215 niños (85%). Tomado de Juvén T. Pediatr Infect Dis J 2000;19(4):293-298. Parte II Cuadro 8-7 r Infecciones del aparato respiratorio Bacterias causantes de neumonía en niños bien y mal nutridos Bacteria Cuai Desnutridos con neumonía (159 casos) Bien nutridos con neumonía (119 casos) 11 31 Haemophilus influenzae de tipo B 3 8 Otros Haemophilus influenzae 3 0 S,¡ Especies de Salmonella 4 1 H. Escherichia coli 1 0 Ne Klebsiella pneumoniae 1 0 Es| Especie de Acinetobacter 0 1 Es| Se Streptococcus pneumoniae Especie de Moraxella 1 0 Staphylococcus aureus 1 3 Staphylococcus epidermidis 1 0 Otros estreptococos 2 2 Mycobacterium tuberculosis 4 0 28 42 Total Sa Es Es E. Ot H. Obtenidas por hemocultivo, punción pulmonar o líquido pleural. Tomado de Adegbola RA. Pediatr Infect DisJ 1994;13(11):975. M S. donde 40% tuvo asma, 10% broncoaspiración, y 5% inmunodeficiencias; y Ciftci, en otro reporte señala que 32% sufría de asma, 15% reflujo gastroesofágico, 10% inmunodeficiencias, y 3% síndromes de aspiración.59 Estos últimos con trastornos en el mecanismo de la deglución ya sea por patología del sistema nervioso central, enfermedad neuromuscular o lesión anatómica de orofaringe, como paladar hendido. Niños con fibrosis quística que se asocia a mala absor­ ción intestinal y discinesia ciliar primaria donde sinusitis, bronquiectasis y situs inversus integran el síndrome de Kartagener, son trastornos que también deben considerarse. De los síndromes de inmunodeficiencias se incluyen anormali­ dades en la fagocitosis, como ocurre en la enfermedad granulomatosa crónica; ausencia completa de inmunoglobulina G (enfermedad de Bruton) o subclases de IgG o deficiencias de IgA.60 Los patógenos más involucrados son S. pneum oniae (37%), H aem ophilus influenzae (26%), pero aislamientos de Pseudom onas aeruginosa en fibrosis quística; o especies de Es Sí Es Oí Ar _Sii *To est; Cuadro 8-8 Agentes causales aislados en cultivo de empiema, en 172 niños, por grupo de edad ten Agente causal 1 mes a 2 años 2 a 5 años Mayores de 5 años Total Porcentaje coa Staphylococcus aureus 13(3) 6(1) 3(1)* 27 15.6 prc Haemophilus influenzae 4(3) 4(1) 1 (2) 15 8.7 Neumococos 5(2) 0(2) 1 (1) 11 6.3 Especie de Klebsiella ,1 (2) 1 (2) 0 4 2-3 Serratia marcescens 1 0 0 1 0.6 in f Salmonella grupo B 1 de prc últ cili 0 0 1 0.6 1 0 1 0.6 1 1 3 1.7 Otros cultivos con dos microorganismos 11 6.0 me Más de dos microorganismos 12 7>0 de Sin aislamiento 95 55.0 coi Especie de Proteus Pseudomonas aeruginosa 1 * En los casos señalados entre paréntesis se encontró aunado a otro microorganismo. en] toe Capítulo 8 Cuadro 8-9 Infección de vías respiratorias inferiores Agentes causales aislados en cultivo de empiema, en tres diferentes hospitales de la ciudad de México* ------------- Instituto Nacional de Pediatría 'SOS,) Microorganismo S. aureus Karta:se. De srmaligranuilina G icias de moniae lientos :cies de i taje 0 0 Hospital Infantil de México Núm. % Núm. 27 (15.6) 9 Hospital de Pediatría del CMN Núm. % (7.7) 9 (11.1) 17 (20.9) % H. influenzae 15 (8.7) 23 (19.8) Neumococo 11 (6.3) 16 (13.7) 6 (7.4) Especie de Klebsiella 4 (2.3) - - 10 (12.3) 7 (8.6) - Especie de Pseudomonas - (1.7) 10 (8.6) Serratia marcescens 3 (0.6) - - - Salmonelas del grupo B 1 (0.6) - - - - Especie de Salmonella 1 - - - 4 (4.9) Especie de Proteus - (0.6) - - 3 (3.7) E. coli 1 - - - 7 (8.6) Otros cultivos con dos microorganismos 11 (0.6) - - - - (4.4) - - (2.5) ‘ - - H. influenzae y neumococos - - 5 Mixtos gramnegativos - - 3 5. epidermidis - - - - 6 (7.4) (0.9) - (6.2) Estreptococo 13 hemolítico no A - - 1 Streptococcus pyogenes - - - - 5 Especie de Neisseria - - 1 (0.9) - (4.9) Otros aerobios - - - - 4 Anaerobios - - - - 10 (12.3) Sin aislamiento 95 (55) 47 (40.5) 19 (23.5) ’ Tomado del Segundo Congreso Latinoamericano de Infectología Pediátrica. México, 1986 (inédito). CMN, Centro Médico Nacional, México. estafilococos y Aspergillus son comunes en la enfermedad granulomatosa crónica.59,61 Neumonías subagudas o crónicas. Destacan M ycobac­ terium tuberculosis, micosis profundas, neumonías por broncoaspiración y trastornos en el mecanismo de la deglución producidos por flora bacteriana mixta y anaerobios.50,58 De los agentes bacterianos comunitarios, S. p n eu m on iae produce neumonía hasta en 75% de los casos, pero en los últimos años ha desarrollado resistencia importante a peni­ cilina, que varía desde 9 hasta más del 30%, según distintos informes publicados (cuadros 8-13 y 8-14). Esta situación, de extraordinaria importancia, incide en el tratamiento empírico” de la neumonía.2,62'66 H aemophilus influenzae causa un amplio espectro de enfermedades (conjuntivitis, otitis, sinusitis, celulitis, neu­ monía, meningitis, entre otras) de los seis serotipos provistos de cápsula (a-f); H. influenzae tipo b (Hib) era la causa más común de enfermedad invasiva (meningitis, neumonía) en todo el mundo. A partir de la introducción de la vacuna contra Hib para lactantes desde 1999, la incidencia en EUA decreció en 99% con menos de 1 caso X 100 000 niños por año en menores de cinco años de edad. Sin embargo, desde entonces la frecuencia de infecciones invasivas causadas por cepas no encapsuladas (no tipificables) de H aemophilus influenzae, ha aumentado moderadamente.67 M ycoplasma pn eu m on ia e es causa frecuente de neumo­ nía comunitaria en cifras que van del 7 al 30% en niños de 3 a 15 años de edad. Brotes epidémicos ocurren en sitios cerrados como instituciones, campamentos de verano, etc., pero la infección suele ser endémica, con casos aislados en cualquier época del año.68 Epidemiología Cerca de 2.6 millones de niños menores de cinco años mue­ ren cada año de neumonía, sobre todo en países subdesarro­ llados, y de ellos la mitad de estas muertes se atribuyen sólo Parte II Cuadro 8-10 Infecciones del aparato respiratorio Frecuencia de algunos agentes causales de empiema Núm. de casos De enero de 7964 a junio de 1973 Agente causal De ju lio de 7973 a diciembre de 1982 Total Staphylococcus aureus 43 (34) 23 (23) 66 (29) Streptococcus pneumoniae 27 (22) 22 (22) 49 (22) Haemophilus 15 40 (18) (12) 25 (25) 8 (6) 10 (10) 18 (8) 32 (26) 22 (22) 54 (24) 125 (100) 102 (100) 227 (100) Otras bacterias Estéril Todos los casos Tomado de Freij Bj. Red Inf Dis 1984;3:578. Los números entre paréntesis indican porcentaje de casos. a S. pn eu m on ia e o junto con infecciones respiratorias virales, desnutrición o infección por VIH.69 La figura 8-3 muestra la incidencia acumulada de casos nuevos de neumonía del 2000 al 2008. En México, las IRA (incluyendo influenza y neumo­ nía) se hallan entre las principales causas de mortalidad en la población infantil.1 Ocupan el primer lugar entre las causas de morbilidad y demanda de atención médica entre menores de cinco años (cuadro 8-15, fig. 8-4). Durante el periodo 2007-2008 hubo una tendencia ascendente (fig. 8-1 y 8-4). En la mayoría de los casos, el origen del contagio lo constituyen las secreciones nasales o bucales de personas Proporción de niños con SIDA y neumonía por Pneumocystis carinii Cuadro 8-11 Autor y año Edades Número de casos P. carinii (%) Scottefa/., 1984 3 años 14 29 Shanon y Am­ man, 1985 5 meses (1 a 21 meses) 36 33 Silverman etal., 1985 Media: 36 meses (9 a 72 meses) 14 18 Joshi etal., 1986 7 3 % , 2 años (3 meses a 10 años) 15 47 Rubinstein et Media: 26 meses (4 a 68 meses) 15 53 Byeetal., 1987 Media: 22 meses (2 a 54 meses) 29 50 Rogers etal., 1987 80%, 3 años 307 53 Vernon etal., 1988 Media: 10.4 me­ ses. 9 4% (3 años) 31 42 461 49 al., 1986 TOTAL Tomado de Hughes WT. Pediatr Infect Dis J 1991 ;10(5):391. infectadas que al toser o al hablar diseminan los agentes cau­ sales a partir de gotitas de saliva. Esto ocurre comúnmente en neumonías virales pero también en las ocasionadas por los gérmenes comunitarios antes señalados.69,70 El periodo de contagio varía según el agente y lo opor­ tuno del tratamiento, aunque difícilmente rebasa los siete días, pero en algunos casos se puede prolongar varias sema­ nas, como ocurre con M ycoplasma. En general, las infecciones de vías respiratorias bajas muestran una distribución estacional, de modo que son más frecuentes en los meses de invierno, favorecidas en parte por: a) el agrupamiento creciente de personas en ambientes cerra­ dos, que propicia la transmisión de persona a persona y b) los cambios bruscos de temperatura (en particular el frío) que alteran los mecanismos de defensa del huésped y favore­ cen la colonización viral y bacteriana. Se han reportado brotes epidémicos de neumonía neumocócica en instalaciones militares, casas de cuna, orfanatorios y centros de reclusión para enfermos mentales.3,49 Lo la in la nc ge Ci /isiopatogenia La mayor parte de los agentes causales de neumonía ingresan al organismo por la vía aérea (descendente) y por inhalación directa; otros a partir de broncoaspiración de contenido gás­ trico con bacterias, o por vía linfohematógena de focos a distancia. Un buen número de pacientes que desarrollan neumonía presentan enfermedades subyacentes que alteran la funcionalidad del aparato respiratorio; otros con inmuni­ dad local o sistémica deprimida (enfermedades linfomieloproliferativas, SIDA, receptores de trasplantes, pacientes que reciben terapéutica esteroidea o con inmunosupresores, etcétera).3,49 Hay una diferencia notable en el daño pulmonar que se establece si el patógeno es un virus o se trata de una bacteria, pero independientemente de ello, los efectos perjudiciales de PC Lo To r Capítulo 8 Cuadro 8-12 Infección de vías respiratorias inferiores Resultados bacteriológicos de punción pulmonar en niños que no habían recibido antibióticos 1 Número de m icroorganism os aislados Haemophilus influenzae Núm. de cultivos positivos/total Streptococcus pneumoniae Staphylococ­ cus aureus Otros Total Era preantibiótica 182/233 (78) 77 (28) 32 (12) 67 (27) 102 (37) 278 (100) 48/52 (92) 9 (14) 13 (20) 12 (18) 31 (48) 65 (100) Escobar y otros, Colombia, 1976 15/71 (21) 4 (27) 4 (27) 5 (33) 2 (13) 15 (100) Ferreira y otros, Brasil, 1978 34/60 (60) 13 (34) 25 (66) 0 0 38(100) Rile y otros, Papúa-N. Gui­ nea, 1983 8/18 (44) 1 (13) 7 (88) 0 0 8(100) Rozov y otros, Brasil, 1974 20/37 (54) 3 (15) 15 (75) 1 (5) 1 (5) 20(100) 67/125 (54) 19 (26) 26 (36) 15 (21) 13 (18) 73(100) Abdel-Khañok y otros, Egip­ to, 1938 Gohary Abboud, Egipto, 1933 Era antibiótica :s caumente as por Schuster y otros, Chile, 1966 opor- s siete semabajas n más :e por: cerraa y b) 1 frío) avorei neumato- Shann y otros, Papúa-N. Guinea, 1984 48/71 (68) 41 (45) 27 (29) 1 (1) 23 (25) 92 (100) Silverman y otros, Nigeria, 1977 54/88 (61) 9 (13) 31 (46) 8 (12) 20 (29) 68 (100) 640/1 029 (62) 176 (27) 180 (27) 109 (17) TOTAL 192 (29) 657 (100) Los números entre paréntesis indican porcentajes.Tomado de Shann F. Ped Inf Dis 1986; 5:247. la neumonía caen en dos categorías: a) efecto sistémico de la infección (fiebre, sepsis, choque, etc.), y b) interferencia en la función pulmonar para transportar e intercambiar oxíge­ no (ventilación, perfusión). En una neumonía viral por lo general existe un notable engrosamiento de la membrana que separa el alveolo del capilar, que dificulta el intercambio hematogaseoso, lo que da lugar a manifestaciones de insufi- Cuadro 8-14 Medidas para diagnóstico de neumonía en niños Historia: Cuadro 8-13 Susceptibilidad de S. pneum oniae a penicilina, por tipo de muestra jresan lación o gás­ teos a rollan Iteran xiuninieloss que :sores, que se :teria, des de Muestra Sangre Núm. Suscepti­ bles 42 35 (83) Resistentes 7 (17) LCR 2 Oído 23 16 (70) 7 (30) 9 4 (44) 5 (56) Otros órganos respiratorios 36 27 (75) 9 (25) Ojos 20 14 (70) 6 (30) 4 3 (75) 1 (25) 136 101 (74) 35 (26) Senos paranasales Líquido pleural, s¡novial, peritoneal Total 2 (100) Los números entre paréntesis indican porcentajes. Tomado de Welby P. Pediatr Infect Dis J 1994;13(4):281. 0 Niño de guardería Terapia antibiótica reciente (< 1 mes) Inmunizaciones Exposición a enfermedades infecciosas Viajes Epidemiología y manifestaciones clínicas Examen físico Estudios de laboratorio Leucocitos, velocidad de sedimentación globular, proteína C reactiva Procalcitonina Cultivos (bacteria/virus, hongos, BAAR) Serología (inmunofluorescencia directa e indirecta; ELISA) Detección rápida de antígenos PCR Telerradiografía del tórax Tomografía computarizada Pruebas cutáneas: PPD, otros Tomado de Bradley JS. Pediatr Infect DisJ 2002;21(6):592-598. Parte II Infecciones de! aparato respiratorio Cuadro 8-15 Terapia antibiótica definitiva en neumonía comunitaria en niños4-80~82 Bacteria Neumococo Pen-S* Neumococo Pen. NS** 1° elección Penicilina G Ampicilina Ceftriaxona Cefotaxima Levofloxacina*** Alternat. parent. Ceftriaxona Cefotaxima Vancomicina Clindamicina Cefprozil Cefuroxima Clindamicina Amoxicilina Amox/clav Cefdinir S. aureus Dicloxacilina Met. sens. Cefazolina Meropenem Clindamicina Vancomicina Cefalexina Clindamicina 5. aureus Met. resist. Vancomicina Teicoplanina Clindamicina H. influenzae Ampicilina Linezolid Rifampicina Amoxicilina 80-100 mg/kg/dia Hib P Lact. posit. Mycoplasma Ceftriaxona Cefotaxima Cefuroxima Cefprozil Eritromicina IV Azitromicina IV Chlamydia sin ad CU ) Pen Vi K tipificables (3-lact neg me alvt ció Ceftriaxona Amoxicilina Tipo b o no can Fármacos VO Pen Vi K Penicilina G Cefotaxima S. pyogenes r em en Se riai ÜZ£ ba( da< aqi Amox/clav Cefdinir Cefixima ma pu mi Cefuroxima Azitromicina Claritromicina Eritromicina Azitromicina Claritromicina Tetraciciina/doxiciclina > 7 años lid mí do cél co: roj * Penicilino sensibles. ** Penicilino no sensibles. *** Penicilino elevada resistencia. CO: ciencia respiratoria más que a daño sistémico. En la neumo­ nía lobar existe afección homogénea de un lóbulo pulmonar, ante todo a nivel alveolar, casi sin afección de bronquiolos e intersticio, y por ello con pocas manifestaciones respirato­ rias, pero principalmente sistémicas. Por último, en la bronconeumonía, donde la extensión del proceso es mayor, por lo general en diferentes zonas (como parches), y con afec­ ción no sólo alveolar sino bronquiolar y del intersticio y, por ne SU 1 so. rre fifc cit di; bi lai m ex 2000- 2001- 2002- 2003- 2004- 2005- 2006- 20072001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 Temporada Figura 8-3 Incidencia acumulada de casos nuevos por tempo­ rada anual de neumonía en menores de 5 años de edad. México 2000-2001 a 2007-2008.Tomado del Sistema Único de informa­ ción para la Vigilancia Epidemilógica, DGAE/SSA. 2000- 2001- 2002- 2003- 2004- 2005- 2006- 20072001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 Temporada Figura 8-4 incidencia de mortalidad por temporada anual de neumonía en menores de 5 años de edad. México 2000-2001 a 2007-2008.Tomado del Sistema Nacional de Información en Salud/Cubos de mortalidad/SSA. lir es re ce Capítulo 8 tanto, con manifestaciones respiratorias y sistémicas más gravies. Por otra parte, y de acuerdo con el microorganismo, <i menudo ocurre una importante reacción inflamatoria intraalveolar, como es el caso de la neumonía neumocócica, pero sin necrosis del esqueleto pulmonar, y con ello recuperación ad integrum al final del proceso. Lo contrario es una infec­ ción estafilocócica, y ante todo con bacilos gramnegativos, cuya resultante puede ser la formación más frecuente de empiemas y abscesos, y por último, fibrosis que deja secuelas en lafunción.36’71 i 3ron■y por afech por 3708 I de >1 en Anatomía patológica Se analizan los datos histopatológicos de los agentes bacte­ rianos más frecuentes, toda vez que los virales han sido ana­ lizados previamente. En el caso particular de la neumonía neumocócica, las bacterias llegan a la zona inferior de las vías aéreas, y el exu­ dado previo en los alveolos estimula la multiplicación de aquéllos. La infección comienza en forma de proceso infla­ matorio exudativo intraalveolar, que se vuelve lobular, y des­ pués lobar. En 10 a 25% de los enfermos hay ataque multilobular, que se manifiesta por zonas aisladas de conso­ lidación pulmonar. Durante las primeras 12 a 24 h se observa edema infla­ matorio, con gran vasodilatación capilar y abundante exuda­ do de líquido seroso en los alveolos, que contiene algunas células. Dos o tres días después, la zona afectada adquiere color rojo oscuro y endurecimiento especial (hepatización roja). En esta etapa los alveolos están ocupados por exudado coagulado, con gran cantidad de fibrina y glóbulos rojos, con neutrófilos, escasos mononucleares y neumococos. La pleura suprayacente se encuentra despulida y con exudado fibrinoso, aunque rara vez ocurre derrame pleural importante. Sigue la etapa conocida como hepatización gris, que ocu­ rre al cuarto o quinto día, con los alveolos repletos de exudado fibrinoso y abundantes neutrófilos y capilares exangües. Más tarde hay retracción de las mallas de fibrina y fago­ citosis de las bacterias; los neutrófilos y los mononucleares se disuelven con liberación de enzimas lisosómicas que contri­ buyen a la licuefacción y eliminación de exudado intraalveo­ lar. Las partículas no digeribles son fagocitadas por los macrófagos, y el exudado se elimina gradualmente con la expectoración o por resorción hacia la corriente sanguínea o linfática. En el momento de la resolución aparecen anticuerpos específicos en sangre, que sin duda son importantes en la recuperación. Aunque los bronquiolos y bronquios del lóbulo afectado contienen exudado purulento, rara vez muestran inflamación Infección de vías respiratorias inferiores en la pared. Esta falta de lesiones es característica en la neumo­ nía neumocócica. Tampoco se observa necrosis hística.3,49 Streptococcus pyogenes produce neumonía intersticial o lobulillar, rara vez en forma primaria y con mayor frecuencia agregada a otros procesos, como influenza, sarampión, neu­ monías virales y neumopatías crónicas. En ocasiones sigue a otra infección estreptocócica; por ejemplo, amigdalitis y eri­ sipela. Recientemente han aumentado en grado considerable los informes de enfermedad por estreptococo p-hemolítico del grupo B en neonatos, en quienes en forma particular y dentro del contexto general de la enfermedad, las manifesta­ ciones sistémicas y pulmonares (bronconeumonía, necrosis, hemorragia y formación de membranas hialinas intraalveolares) son, con mucho, las más ostensibles.2 La neumonía estreptocócica por lo regular presenta lesiones focales múltiples que se distribuyen en lobulillos o en zonas peribronquiales y en ambos campos pulmonares. Aquí, a diferencia de lo que sucede en la neumonía lobar, hay ataque a bronquios finos, cuya pared muestra infiltrado inflamatorio de neutrófilos, edema submucoso, descama­ ción abundante del epitelio, y a partir de estos lugares difu­ sión del proceso inflamatorio hacia los alveolos vecinos para adquirir la distribución focal. Las diferentes zonas se encuen­ tran en etapas distintas de consolidación y resolución, y no se aprecia la demarcación entre la hepatización roja y gris que se ve en la neumonía neumocócica. La neumonía por S. pyogenes es menos frecuente que la neumonía neumocócica, pero se observan con más frecuencia empiemas (83 vs 31.5%) y fiebre prolongada.71 La neumonía por H. influenzae puede presentarse de cualquier forma, ya sea como consolidación lobar o segmen­ taria (más frecuente), y también como bronconeumonía difusa y neumonitis intersticial. A menudo se relaciona con derrame pleural (hasta en 30 a 50% de los casos), compi­ tiendo con los estafilococos en este aspecto, pero, a diferen­ cia de éstos, es poco frecuente que produzca neumatoceles. Las lesiones no evolucionan pronto, sino que quedan más bien estables. En el caso de especies de Staphylococcus, debido a la pro­ ducción de coagulasa y exotoxina del tipo estafilocinasa (fibrinolisina), así como a una hemolisina a que parece ser idéntica a la exotoxina necrosante hialuronidasa, el proceso inflamatorio que produce es mixto: purulento y destructivo, con formación de abscesos múltiples que van desde algunos milímetros hasta 1 o 2 cm de diámetro, y de destrucción hística rápida, de tal manera que la infección inicial puede evolucionar pronto y pasar por consolidación, formación de abscesos, neumatoceles, empiemas, neumotorax y pioneu/ 49 motorax. K lebsiella pn eu m on ia e (bacilo de Friedlander) es un bacilo gramnegativo móvil; se halla entre la flora normal de Parte II Infecciones del aparato respiratorio la bucofaringe en 1 a 6%, y participa con 0.5 a 5% en la producción de todas las neumonías primarias. La mayor parte de las veces adopta la forma lobar, seme­ jando la neumonía neumocócica, pero aquí sí existe necrosis de la pared alveolar. Se puede generar destrucción del tejido pulmonar, que coexiste con fibrosis pulmonar acentuada, abscesos múltiples y pleura engrosada consecutiva a empiema, el cual no es raro. En general, sea cual fuere su causa desde el punto de vista histopatológico, las neumonías pueden evolucionar de tres maneras: d) b) c) * Curando a d integrum , con recuperación completa de la estructura y función del parénquima pulmo­ nar afectado. Sufriendo complicaciones agudas, con formación de abscesos, empiema, atelectasia o enfisema, rotu­ ra de neumatoceles y producción de neumotorax, entre otras. Con formación de fibrosis pulmonar, por sustitu­ ción de gran parte del exudado inflamatorio por tejido conjuntivo fibroso, lo que resulta en una pér­ dida extensa de la superficie respiratoria. Manifestaciones clínicas Independientemente de los diversos patógenos que pueden causar neumonía, todos comparten en mayor o menor grado las siguientes manifestaciones:49 d) Un síndrome infeccioso que incluye fiebre, anore­ xia, a veces vómito, pérdida de peso y ataque al estado general. b) Síntomas y signos respiratorios, como tos seca y des­ pués productiva, dolor torácico, expectoración, y signos variables de insuficiencia respiratoria, con ale­ teo nasal, tiros supraesternales, intercostales y sub­ costales, retracción xifoidea, disnea, cianosis y estertores broncoalveolares. c) Síndromes clínicos físicos de condensación, rare­ facción, atelectasia, de derrame pleural o mixtos, según el agente y las complicaciones a nivel pleuropulmonar. d) Otros síntomas, ya sea por complicaciones extrapulmonares (insuficiencia cardiaca, íleo paralítico, sepsis, etc.) o por enfermedad subyacente. El algoritmo aprobado por la OMS a partir de 1982, con la intención de mejorar tanto el diagnóstico como el manejo de neumonía en niños de 2 meses a 5 años de edad, incluye tos, taquipnea (más de 50 respiraciones por minuto en niños de 2 a 12 meses y más de 40 para niños de 12 a 60 meses) y radiografía del tórax, ha reducido la tasa de morta­ lidad desde el 25 al 67% (cuadro 8-16). Cuadro 8 -16 Prevalencia de neumonía y enfermedad invasiva neumocócica en niños menores de dos años de diferentes países o ciudades País Argentina (Córdoba) Cuac Tasa x 100 000 niños 206.8 Nei Chile 79.1 Nei Reino Unido 42.1 Ab! Dinamarca 34.9 Líqi Alemania 19.7 España 59.6 Hong Kong 18.8 Tomado deTregnaghi M e ta l. Pneumonia and invasive pneumococcal disease. Pediatr Infect Dis J 2006;25(4):370-372. En México, Palafox et al., encontraron que taquipnea, radiografía del tórax y estertores crepitantes fueron los sig­ nos clínicos que solos o combinados mostraron una sensibi­ lidad mayor de 40% y especificidad del 80 al 84% para diagnosticar neumonía.72 ■ Diagnóstico La anamnesis y el examen físico complementado con estu­ dio radiológico de tórax ofrecen bases para el diagnóstico de neumonía (cuadros 8-17),51 pero la posible diferenciación entre bacterias y virus además de lo anterior, requiere una adecuada interpretación de reactantes de fase aguda como cuenta de leucocitos,73 velocidad de sedimentación globular, proteína C reactiva, y procalcitonina;74,75 pruebas serológicas para detección tanto de anticuerpos como antígenos; cultivos bacterianos y virales de muestras idóneas,4 y más recientemente, amplificación e identificación de ácidos nucleicos tanto de agentes virales como bacterianos median­ te PCR y RT-PCR.30,31’32,68 >Neis '* Ins' intec y se mem corre teria; iobul empi nía e, 1 causa S. prt bacili radio de in del c brinc quirú los ca P Radiológico La telerradiografía del tórax confirma la presencia de imáge­ nes de rarefacción, de condensación pulmonar o pleural (fig. 8-5), u otras que sugieren enfermedad pulmonar infecciosa; sin embargo, ninguna imagen es patognomónica de un agente causal en particular.29 En el capítulo relativo a bronquiolitis se hace hincapié en la correlación clínico-radiológica que orienta a ese diag­ nóstico.5 En un paciente sin fiebre, radiológicamente con o sin infiltrados, debe sospecharse el diagnóstico de neumonía atípica.53,55 igur; asiva r Capítulo 8 Cuadro 8-17 Infección de vías respiratorias inferiores Resultados radiológicos en el pulmón relacionados con el agente causal Resultados S. aureus (%) S. pneum oniae (%) * ** Otros (%) * 9 5 13 14 10 54 0 26 13 5 6 ** * Neumatoceles 42 ■ 14 8 Neumotorax 23 40 Abscesos 11 11 * Líquido circunscrito 5 H. influenzae (%) 0 0 8 20 6 4 ' Nelson JD. Ped Inf Dis 1985; 4:S31 M. '* Instituto Nacional de Pediatría, México. ccal pnea, >s signsibii para estuico de ación e una como bular, □logí­ cenos; r más tcidos :dian- Si por el contrario, el niño presenta fiebre, datos de toxiinfección y un síndrome franco de condensación pulmonar v se confirma radiográficamente imagen de infiltrado seg­ mentario o lobar con broncograma aéreo, el cuadro puede corresponder a neumonía neumocócica, o bien, a otras bac­ terias por lo general de origen comunitario. Si existe infiltrado bilateral en copos o parches, de tipo lobulillar con neumatoceles o bulas enfisematosas con o sin empiema pleural, lo más probable es que se trate de neumo­ nía estafilocócica (figs. 8-6 y 8-7). Pero la presencia de empiema pleural establece diversas causas posibles, además de S. aureus, como son H. influenzae S. pneum oniae y en menor grado especie de Klebsiella y otros bacilos gramnegativos (cuadro 8-15).54,56 Por otra parte, las radiografías y particularmente las tomografías del tórax son de inapreciable valor para establecer localización y extensión del daño, evolución y posibles complicaciones, e incluso brindan información para establecer tratamientos médicoquirúrgicos. La frecuencia con que se realicen dependerá de los cambios clínicos, evolución y complicaciones. Microbiológico Diferenciar neumonía bacteriana de no bacteriana es un reto clínico mayor debido a la dificultad de obtener muestras adecuadas para cultivo y métodos confiables para diferenciar infección de colonización.32 En la neumonía bacteriana no son útiles los exudados faríngeos, ni el esputo. Las muestras obtenidas por broncoscopia pueden estar contaminadas; de ahí que sólo el hemocultivo y el material obtenido por punción pulmonar o biopsia (que por sus limitaciones técnicas se efectúa en casos seleccionados) puedan brindar mejores perspectivas. Cuando existe empiema pleural, la punción con fines terapéuticos también permite el diagnóstico etiológico.56 La presencia de otros focos de infección en el paciente, y por ello muestras más fáciles de obtener para cultivo, tam­ bién orientarán hacia la causa de una neumonía particular­ mente metastásica (cuadro 8-18). Las muestras de exudado nasofaríngeo para cultivo de virus y M ycoplasma son útiles tanto para diagnóstico como para estudios con fines epidemiológicos y de investigación.14,30 Serológico nageil (%■ ciosa; le un tcapié diago sin no nía Figura 8-5 Condensación neumónica lobar inferior derecha. La titulación de anticuerpos y de antígenos bacterianos o virales, tanto en sangre como en orina, han demostrado ser altamente sensibles y específicos, utilizando diversas técni­ cas, como pruebas de fijación de complemento, inmunofluorescencia directa e indirecta, inmunoanálisis enzimático (ELISA), etc., por desgracia fuera del alcance de la mayor parte de los centros nosocomiales en México.30 La PCR actualmente de rápida implementación, ha per­ mitido identificar y documentar no sólo los principales virus respiratorios (VSR, influenza A y B, parainfluenza, rinovirus, enterovirus, adenovirus, coronavirus, metaneumovirus huma­ no, bocavirus),18,32 sino también M ycoplasma pn eum on iae,68 La prueba de látex en orina, que detecta antígenos de la pared o cápsula de neumococo o H aemophilus influenzae, puede ser fácil de realizar y barata. Parte II Infecciones del aparato respiratorio dei o v caí Dos vistas de opacidad del campo pulmonar derecho con desplazamiento de la silueta cardiaca a la izquierda, en rela­ ción con el derrame pleural. Figura 8-6 Otros exámenes de laboratorio La proteína C reactiva sérica en concentraciones que exce­ dan de 40 a 60 mg/L sugiere neumonía bacteriana, versus no bacteriana, como lo sugiere un metaanálisis de ocho estudios en 1 230 niños.74 Figura 8-7 La proteína C reactiva y procalcitonina en cifras superiores a 65 mg/L y de 2 ng/ml, respectivamente, han mostrado buena correlación con etiología bacteriana y particularmente neumocócica.75 Imágenes radiográficas de neumonía estafilocócica, de focos múltiples y neumatoceles. sos La sól Capítulo 8 Cuadro 8 -18 Infección de vías respiratorias inferiores Otros sitios de infección, por especie infectante Núm. de casos S. aureus S. pneumoniae H. influenzae (n = 66)* (n = 49)* (n = 40)* Otitis media 5 (8) 6 (12) 5 (13) Meningitis 1 (2) 2 Osteomielitis y artritis supurativa, infeccio­ nes en piel y tejidos blandos 4 (6) 5 (8) 0 0 Pericarditis 1 (2) 2 Otras infecciones 4 (6) 2 12 (30) (4) 3 1 (8) (3) (4) 3 (8) (4) 0 Los números entre paréntesis indican porcentaje de casos. Tomado de Freij BJ. Ped Inf Dis J 1984;3:578. rela- í cifras .te, han riana y En la neumonía, una cifra anormal leucocitaria no ha demostrado ser de valor predictivo entre etiología bacteriana o viral, es inespecífica en la mayor parte de los casos.73 La prueba de Mantoux con derivado proteínico purifi­ cado (PPD, por sus siglas en inglés) se justifica cuando hay sospecha de neumonía tuberculosa. yen diversas enfermedades que pueden depender de otras estructuras del mediastino, cardiovasculares, de la vía diges­ tiva, diafragmática etc., y de diversa índole (tumoral, quística, cuerpo extraño, malformaciones congénitas, etc.). « Diagnóstico diferencial En términos generales, las complicaciones pueden ser:76 m Complicaciones La sintomatología respiratoria e imágenes radiográficas no sólo provienen de patología infecciosa pulmonar, se inclu­ Cuadro 3-19 a) Lesiones pleuropulmonares: absceso pulmonar, ate­ lectasia, enfisema, neumotorax, neumomediastino, Antimicrobianos empíricos en neumonía comunitaria de acuerdo con la edad la. elección Edad < 3 años: AMBULATORIOS: HOSPITALIZADOS: > 3 años: AMBULATORIOS: HOSPITALIZADOS: Amoxicilina-clavulanato Ceftriaxona o cefotaxima 0 Amoxicilina-clavulanato Ceftriaxona Macrólidos Ceftriaxona/cefotaxima 0 Amoxicilina-clavulanato | y/o macrólidos Alternativas No antibióticos* Amoxicilina** Cefuroxima axetil Cefdinir Macrólidos*** No antibióticos Penicilina/ampicilina**** Cefuroxima axetil Macrólidos Amoxicilina Amoxicilina/clavulanato Cefuroxima axetil/cefdinir Penicilina/ampicilina Cefuroxima axetil * No antibióticos: cuando se sospecha de virus. ** Amoxicilina: generalmente dosis altas (de 80 a 100 mg/kg/día). *** Macrólidos: si se sospecha de C h la m y d ia en < 6 meses y de M y c o p la s m a p n e u m o n ia e en mayores de 3 años. **** Penicilina/ampicilina: en vacunados contra Hib. Ochoa C e ta l. Pediatr Infect Dis J 2001;20(8):751-758.107 Parte II b) c) d) e) Infecciones del aparato respiratorio colapso pulmonar, neumatoceles y derrame pleural, entre otros. Alteraciones hemodinámicas: como insuficiencia cardiaca, que es más frecuente en las formas de bron­ coneumonía y de neumonía intersticial y particular­ mente en enfermos con cardiopatía subyacente, congénita o adquirida. Septicemia. Desequilibrio acidobásico e hipoxia, con acidosis respiratoria o mixta, desequilibrio hidroelectrolítico, secreción inapropiada de hormona antidiurética. Complicaciones tardías o secuelas: fibrosis pulmo­ nar, atelectasias, bronquiectasias, abscesos pulmona­ res, bulas enfisematosas, paquipleuritis, etcétera. 31 Tratamiento En el manejo de la neumonía es importante definir la etiología probable y el grado y severidad de la infección. El antimicrobiano o antimicrobianos deben elegirse de preferencia con base en el patógeno identificado, su sensibi­ lidad y resistencia a los fármacos.4 Sin embargo, dada la difi­ cultad de aislar al agente específico, es necesario cubrir con esquemas “empíricos” las principales bacterias, según la edad y la frecuencia, de acuerdo con el hospital o la comunidad y también según los cambios ocasionados por el uso de vacu­ nas conjugadas contra neumococo y H aem ophilus influenzae g _ 5 i,6 3 ,7 7 ,7 8 p u e c j e n emplearse esquemas de acuerdo con la edad (cuadro 8-19 y 8-20). Para recién nacidos a tres meses de edad: ampicilina + aminoglucósido, o ampicilina + cefalosporina de tercera generación (cefotaxima, ceftazidima o ceftriaxona). El tratamiento “empírico” también puede basarse en las características clínicas, radiográficas y sensibilidad, y resis­ tencia de los patógenos de la neumonía comunitaria: 1. 2. 3. Neumonía intersticial bilateral no tóxica, general­ mente asociada con síntomas de infección viral; no requiere antibióticos. Neumonía bilateral de toxicidad moderada que no requiere hospitalización, considerar terapia empíri­ ca para S. pn eum on iae, S. pyogenes, H. influenzae tipo B en no vacunados, o H. influenzae no tipificable, elegir ampicilina dosis alta (80 a 100 mg/kg/ día), como alternativas: amoxicilina/clavulanato, cefprozil, cefdinir, cefuroxima o ceftriaxona vía IM. En mayores de cinco años sin respuesta al tra­ tamiento considerar M ycoplasma p n eu m on ia e y agregar un macrólido. En neumonía bilateral severa, se debe hospitalizar y considerar S. p n eu m on ia e o S. p yogen es y elegir cefo­ taxima o ceftriaxona. O bien Staphylococcus aureus con neumonía necrotizante y cubrir con dicloxaci- lina, cefazolina o clindamicina. Otra alternativa es la vancomicina en Staphylococcus aureus meticilinoresistente. En mayores de cinco años considerar Mycoplas­ m a p n eu m on iae y agregar un macrólido. 4. En neumonía lobar o segmentaria en niños mode­ radamente enfermos no hospitalizar. Considerar S, pn eum on iae, S. pyogenes y H aemophilus influenzae tipo B en no vacunados. M ycoplasma es menos pro­ bable. Considerar cefuroxima axetil, cefdinir o amoxicilina/ clavulanato. En el niño grave o toxiinfectado, considerar los mismos patógenos e incluir exámenes para Myco­ plasm a y elegir cefotaxima o ceftriaxona y agregar macrólido, de ser necesario. 5. En neumonía con empiema o neumonía necroti­ zante tratar S. pn eum on iae, S. pyogenes y Staphylo­ coccus aureus. También considerar neumonía por aspiración por anaerobios. Además del manejo con cefotaxima o ceftriaxona cubrir con drogas antiestafilocócicas como dicloxacilina, cefazolina, clinda­ micina, y en infección que pone en peligro la vida cubrir contra Staphylococcus aureus meticilinorresistente con vancomicina o teicoplanina o linezolid, así como aerobios y anaerobios con fármacos como imipenem, meropenem, ticarcilina/clavulanato o piperacilina/tazobactam.4,79,80 El levofloxacino ha demostrado ser eficaz y seguro como alternativa en S. pn eu m on ia e de alta resistencia a (3-lactámicos o macrólidos.81 La rápida emergencia de Staphylococcus aureus meticilinorresistente adquirido en la comunidad (CA-MRSA) ha requerido importantes cambios en la elección empírica de antibióticos, se ha reportado que la administración de van­ comicina es controversial por frecuentes fallas clínicas. Se proponen alternativas como teicoplanina o linezolid para niños gravemente enfermos, y clindamicina por vía intrave­ nosa para niños sin apariencia tóxica. Otras combinaciones propuestas incluyen vancomicina y rifampicina o linezolid y daptomícina.82 En el cuadro 8-21 se presentan los principales patóge­ nos respiratorios, y el antibiótico preferente o alternativa recomendada. El manejo de neumonías también incluye apoyos respi­ ratorios (drenaje postural, palmopercusiones, nebulizaciones con cámara cefálica o ventilación asistida, etc.), hídricos y nutricional, y de las complicaciones (toracotomía cerrada o abierta en derrame pleural; digitálicos y diuréticos en insufi­ ciencia cardiaca, etc.). Los antitusivos, enzimas proteolíticas y esteroides no tienen lugar en el tratamiento de infección de vías respiratorias bajas. Capítulo 8 iativa es cicilino- Cuadro 8-20 Aspectos epidemiológicos, clínicos y de laboratorio de la neumonía aguda en lactantes y niños normales, ___inc distintos aqentes causales tycoplas; modederar S. (lueúzae ios prodinir o [erar los i Mycoagregar íecrotiMphylolía por ejo con antiesclindala vida orresisíezolid, s como nato o :>como ámicos leticiliSA) ha rica de le van­ eas. Se d para itraveiciones lezolid Infección de vías respiratorias inferiores Micoplasma Bacterias Virus Cualquiera, ante todo lactantes; la mayoría > 39 °C Agudo; puede seguir a infec­ ción de vías respiratorias superiores Raros En ocasiones: meningitis, otitis, artritis, celulitis, pericarditis Cualquiera La mayoría <39 °C Infección de vías respiratorias superiores que empeora progresivamente Frecuentes, simultáneamente Frecuente: mialgia, exantema, conjuntivitis, laringitis, aftas bucales, diarrea, cistitis Tos Productiva No productiva Dolor en punta de costado Frecuente Raro Estertores circunscritos o au­ sentes. Matidez ocasional a la percusión Disminución del murmullo o soplo tubárico > Signos físicos Estertores ausentes o escasos sin localización anatómica Jadeo en el lactante pequeño Muchas veces estertores unilaterales, pero con frecuencia en más de un lóbulo < Signos físicos < Signos físicos Hiperaereación + infiltrado alveolar por sectores ("en parches”) u opacificación iobar segmentaria Frecuente, rápida Hiperaereación + infiltrado intersticial difuso o perihiliar Relativamente frecuente: puede ser difuso, de rápido avance Raro: casi siempre escaso, no progresivo Infiltrado sectorial alveolointersticial en un lóbulo aislado o en varios con­ tiguos Puede haberlo, puede ser migratorio Raro: casi siempre pequeño, no progresivo Recuento y fórmula leucocitaria La mayoría < 15 000 Predominio de granulocitos La mayoría > 15 000 Proteína C reactiva alta Velocidad de sedimen­ tación >30 mm en la primera hora Casi siempre Casi siempre Rara Casi siempre Datos de anamnesis Edad Temperatura Comienzo Otros enfermos en el domicilio Signos y síntomas asocia­ dos Escolares, adolescentes La mayoría <39 °C Tos que empeora progresi­ vamente Frecuente semanas antes Frecuente: cefalalgia, dolor faríngeo, mialgias, exantema ocasional, conjuntivitis, otitis media, enantema Coqueluchoide, paroxístico, tos productiva a veces Raro Signos físicos Auscultación Afección general Resultados radiográficos Exploración inicial Progresión Derrame pleural Rara Laboratorio La mayoría, normal o menos de 15 000 Predominio de linfocitos Rara Casi siempre Modificado de Long SS.Tratamiento de la neumonía aguda en lactantes y niños. Ciín Ped N A. 1984;30:289. >atógernativa ; respiiciones ricos y rada o insufijlí ticas :ión de Por último, el paciente con neumonía puede requerir hospitalización, principalmente bajo los criterios siguientes: * Niños pequeños. * Insuficiencia respiratoria. * Necesidad de oxígeno. * Aspecto tóxico. * Incapacidad de la familia para cuidar al paciente. * Incapacidad para alimentar, hidratar o medicar. * Ninguna respuesta a antibióticos orales. * Estado de la enfermedad subyacente. * Neumonías recurrentes. Prevención El reto en el manejo de infecciones respiratorias se ha com­ plicado por la emergencia y diseminación de resistencia anti­ microbiana de las principales bacterias causales de neumonía, en particular de S. pn eu m on ia e a P-lactámicos y macrólidos que en los últimos cinco años en EUA ha superado 30% en población infantil.64 Para enfrentarlo, en febrero de 2000 la vacuna conjuga­ da 7 valente neumocócica (PCV7) fue introducida en ese país, y en México a partir de 2007, para aplicación en meno- Parte II Cuadro 8-21 Infecciones del aparato respiratorio Aspectos clínicos que pueden orientar hacia el agente causal de la neumonía Condición clínica Neumonía lobar Bronconeumonía con empiema en lactantes y preescolares Agente(s) implicados con mayor frecuencia Medicamentos que deberían aplicarse al inicio Neumococo H. influenzae Penicilina (dosis ya referida) Bacilos gramnegativos en el frotis de líquido de derrame: ampicilina, 200 mg/kg/día, o cloranfenicol, 100 mg/kg/día divididos en cuatro dosis Estafilococo o neumococo Sin agente causal identificado Cocos grampositivos en el frotis: Dicloxacilina u oxacilina, de 200 mg/kg/día en cuatro dosis Dicloxacilina, más cefuroxima o cloranfenicol Neumonía con empiema en escolares Neumococo Estafilococo Dicloxacilina, u oxacilina en la dosis ya indi­ cada Absceso pulmonar pútrido Estreptococos anaerobios Especie de Fusobacterium Especie de Bacteroides Penicilina y cloranfenicol en la dosis ya indi­ cada Absceso pulmonar no pútrido Estafilococo Dicloxacilina; cefalosporinas (cefazolina: 50 a 75 mg/kg/día en tres dosis, o cefalotina: 80 a 120 mg/kg/día en cuatro dosis) Neumonía intersticial Por lo común viral o por Pneumocystis carinii en inmunodeprimidos Medidas de sostén. No se administran anti­ bióticos, salvo en inmunodeprimidos, en quienes está indicado trimetoprim-sulfametoxazol res de dos años que provee cobertura contra los serotipos 4, 6B, 9V, 14, 18C, 19F y 23F de los 90 existentes. Acom­ pañado en una reducción significativa en cepas aisladas no susceptibles a penicilina y macrólidos, y de colonización nasofaríngea que propicia su transmisión.65,83,84 La enfermedad invasiva por neumococo para serotipos incluidos en vacuna decreció de 93.6 casos/100 000 en 1999, a 41 casos/100 000 en 2003 (p < 0.001),135 que corres­ ponde a 77% de eficacia contra enfermedad invasiva por neumococo, y reducción de 37% específicamente para neu­ monía y 16% en mortalidad (en otros estudios hasta 97.4% en este trastorno).67,86,87,88 La efectividad de PVC7 en menores de cinco años también se ha medido mediante imá­ genes radiográficas en cifras que van del 17.7 al 34%.89 En el estudio de Black SB et al., de acuerdo con el protocolo hubo una reducción de 4.3% en todos los niños vacunados con PCV7 en un primer episodio de neumonía diagnostica­ da clínicamente; de 9.8% cuando el diagnóstico de neumo­ nía fue acompañado de estudio radiográfico del tórax; de 11.9% cuando la neumonía se acompañaba de infiltrados perihiliares, y de 20.5% cuando el infiltrado radiográfico era de tipo lobar.90 Sin embargo, con el tiempo, los serotipos no incluidos en la vacuna se han hecho más prevalentes y más resistentes a antimicrobianos, incluyendo cepas multifármacos-resistentes a partir de 2004-2005, como es el caso del serotipo 19A identificado en cerca de 30% de enfermedad invasiva en niños menores de cinco años en Massachusetts,66,91 y serotipos 15 y 33.92 A partir de la introducción en 1990 de vacuna conjuga­ da para H aemophilus influenzae tipo B, las cifras se han redu­ cido a menos de 1 X 100 000 niños.93 Ahora cobran relativa importancia neumonías por cepas no tipificables de H. influenzae. Se estudian vacunas contra Staphylococcus aureus que contienen polisacáridos tipos 5, 8 y 336, unidas a exotoxina A (no tóxica) de Pseudom onas aeruginosa en trabajos en fase 3; y también inmunoglobulina conteniendo altas concentra­ ciones de anticuerpos opsonizantes contra polisacáridos tipos 5 y 8 en fase 2; como prospectos.94 Aunque la influenza es de elevada morbilidad en niños, con promedio anual de 20%, su manifestación típica es la gripe, pero puede ser causa de crup, bronquiolitis y neumo­ nía. En este rubro es causal entre el 2 y 3% en pacientes externos y del 12 al 20% en niños hospitalizados. Al contra­ rio de los adultos, en niños la enfermedad por neumonía es benigna, y la mortalidad es baja (tasa 0.7%). La prevención con vacuna de virus inactivados o la de virus vivos atenuados (CAIV-T) está autorizada para niños mayores de seis meses. La eficacia de la vacuna inactivada varía entre el 70 al 90%;8,:29,95 pero la CAIV-T parece ser mejor tolerada.22 La figura 8-8 muestra la evolución natural de las infec­ ciones de vías respiratorias inferiores. Capítulo 8 Infección de vías respiratorias inferiores Jo ,o en i en :ol )a : 80 n 3- .jugaredulativa e H. f que oxina i fase :ntraridos liños, es la amoentes ntraíía es la de liños ivada :e ser nfec- Evolución natural de las infecciones de vías respiratorias inferiores. y Figura 8-8 .6,91 Parte II Infecciones del aparato respiratorio Referencias 1. Harris JAS. Bacterial pneumonia in the 1990s. Semin Pediatr Infect D isJ 1 99 5 ;6 (3 ):l42 -4 8. 2. M cCracken G. Etiology and treatment of pneumonia. Pediatr Infect Dis J 2000;19:373-377. 3. Suara RO, Glezen WP. Contribution of respiratory viru­ ses to the worldwide problem of pneumonia in young children. Semin Pediatr Infect D isJ 1995;6(3):121-27. 4. Bradley JS. M anagem ent of community-acquired pedia­ tric pneumonia in an era of increasing antibiotic resis­ tance and conjugate vaccines. Pediatr Infect Dis J 2002;21(6):592-598. 5. Gruber W E. Bronchiolitis: epidemiology, treatment, andprevention. Semin Pediatr Infect DisJ 1995 ;6 (3 ): 12834. 6. Gruber W C , Karzon DT. Influenza: current knowledge and strategies for intervention in children. Semin Pediatr Infect D isJ 19 95 ;6 (3 ): 135-41. 7. American Academy of Pediatrics. Virus Sincicial Respi­ ratorio. En: Pickering LK, Baker C J, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial M édica Panamericana. M adrid 2007:799-805. 8. Lathi E et al. Influenza pneumonia in children. Pediatr Infect D isJ 2006;25(2):160-164. 9. Cheuk DKL et al. Rhinovirus infection in hospitalized children in Hong Kong. A prospective study. Pediatr Infect Dis J 2007;26(11):995-1000. 10. Kusel M M H et al. Rhinovirus are the major respiratory pathogens in infants. Pediatr Infect Dis J 2006; 25(8):680-686. 11. Baker SC. Coronavirus. Pediatr Infect Dis J 2004; 23(11): 1049-1050. 12. Van der Hoegen BG et al. A newly discovered Human pneumovirus isolated from young children with respira­ tory tract disease. Nat M ed 2001;7:719-724. 13. M ejias A, Chávez-Bueno S, Romilo O. Human metap­ neumovirus. Pediatr Infect D isJ 2004;23( 1): 1-7. 14. Regamey N, Kaiser L, Roiha HL, et.al. Viral etiology of acute respiratory infections with cough in infancy. A community-based birth cohort study. Pediatr Infect Dis J 2008;27(2):100-103. 15. Caracciolo S et al. Metapneumovirus infection in young children. Pediatr Infect D isJ 2008;27(5):406-412. 16. Foulongne V et al. Human bocavirus in children. Emerg Infect Dis 2006;12:862-863. 17. Richard N et al. Dual infection in infants with severe bronchiolitis. Pediatr Infect Dis J 2008;27(3):213217. 18. Bonzel L et al. Viral coinfection and respiratory tract infection. Pediatr Infect D isJ 2008;27(7):589-594. 19. Meissner C, De Vincenzo JP. Seasonal and geographic variation in RSV outbreaks across the United States. Pediatr Infect Dis J 2007;26(1 l):Sup l. S27-S28. 20. Impact RSV Study Group. Palivizumab a humanized respiratory syncytial virus monoclonal antibody, reduced hospitalization from RSV infection in high-risk infants. Pediatrics 1998;102:531-537. 21. American Academy of Pediatrics committee on infec­ tious diseases. Recommendations for influenza im muni­ zation of children. Pediatrics 2 0 0 4 ;1 13:1441-1447. 22. Askenazi S et al. Live attenuated vs inactivated influenza vaccines. Pediatr Infect D isJ 2006;870-879. 23. Jafri HS. Treatment of respiratory syncytial virus : anti­ viral therapies. Pediatr Infect Dis J 2003;22(2)Suppl.: S89-S93. 24. Dakhama A et al. Virus-induced airway dysfunction. Pathogenesis and biomechanisms. Pediatr Infect Dis J 2005;24( 11 ):S1 5 9-S169. 25. H eymann PW et al. Role of viral infections, atopy and antiviral im m unity in the etiology of wheezing exacerba­ tions among children and young adults. Pediatr Infect D isJ 2005;24(11):S217-S222. 26. M artínez FD. Respiratory syncytial virus bronchiolitis and the pathogenesis of childhood asthma. Pediatr Infect Dis J 2003;22(2)Supp: S76-S82. 27. Randolph AG et al. Risk of bacterial infection in pre­ viously healthy respiratory syncytial virus-infected young children adm itted to the intensive care unit. Pediatr Infect Dis J 2004;23(11):990-4. 28. Levine DA. Risk of serious bacterial infection in young febrile infants with RSV infection. Pediatrics 2004;113:1728-1734. 29. American Academy of Pediatrics. Gripe. En: Pickering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfer­ medades infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial Médi­ ca Panamericana. M adrid 2007:406-417. 30. Shetty AK et al. Techniques for diagnosis of respiratory virus infections. Pediatr Infect Dis J 2003;22(9):789794. 31. Jennings LC et al. Detection of respiratory viruses by PCR. Pediatr. Infect. Dis. J. 2004;23(11):1003-1007. 32. W eigl JA et al. Epidemiological investigation of nine res­ piratory pathogens in hospitalized children in Germany using m ultiplex reverse transcriptase-polymerase chain reaction. Eur J C lin M icrobiol Infect Dis 2000;19:336343. 33. Garrison M M et al. Systemic corticoesteroids in infant bronchiolitis: A meta-analisys. Pediatrics, 2000; 105:E44. 34. Schuh S et al. Efficacy of oral dexamethasone in outpa­ tients with acute bronchiolitis. J Pediatr 2002; 140:2732. 35. Jartti T et al. Evaluation of the efficacy of prednisolone in early wheezing induced by rhinovirus or respiratory syncitial virus. Pediatr Infect Dis J 2006;25(6):482488. 36. Tibby SM et al. Exogenous surfactant supplementation in infants with respiratory syncytial virus bronchiolitis. Am J Respir C rit Care M ed 2000;162:1251-6. Capítulo 8 anized :duced lfants. infecmuni7. luenza : andiuppl.: iction. D is J yy and cerbaInfect liolitis Infect n preyoung -’ediatr young liatrics kering EnferMédiiratory ):789ses by 307. ne resrmany chain 9:336infant 2000; outpa40:27solone iratory i):482itation iolitis. Infección de vías respiratorias inferiores 37. Hijazi Z, Pacsa A, Eisa S, et al. Respiratory syncitial virus 58. W ilson AJ, Dermody TS. Respiratory infections in infections in children in Kuwait. Pediatr Infect Dis J immunocompromised children. Semin Pediatr Infect 1 99 5;l4(4):322-24. D isJ 1995;6(3):156-165. 38. Bilabsky E et al. Serious bacterial infections bron59. and Panitch HB. Evaluation of recurrent pneumonia. Pediatr chiolitis. Pediatr Infect Dis J 2008;27(3):269-270. Infect D isJ 2005;24(3):265-266. 39. Zangwill KM, Belshe RB. Influenza vaccine in young 60. W inkelstein JA et al. Chronic granulomatous disease. children. Pediatr Infect D isJ 2004;23(3):189-197. M edicine (Baltimore) 2000;79:155-169. 40. Kneyber M CJ, Kimpen JLL. Active immunization against 61. Lodha R et al. Recurrent pneumonia in children. Acta RSV. Pediatr Infect D isJ 2002;21(7):885-692. Pediatr 2002;91:1170-1173. 41. Karron RA et al. PIV-3 vaccine is attenuated in young 62. Bladley JS, Kaplan SL, Klugman K, et al. Infections cau­ infants. Pediatr Infect Dis J 2003;394-404. sed by resistant pneumococci. Pediatr Infect Dis J 42. De Vincenzo J. Passive antibody prophylaxis1995;14(12):1037-41. for RSV. Pediatr Infect Dis J 2 00 8 ;2 7 (l):6 9 -7 0 . 63. M cCracken GH. Emergence of resistant Streptococcus 43. Grimaldi M et al. Palivizumab prophylaxis in premature pneumoniae: a problem in pediatrics. Pediatr Infect Dis with bronchopulmonary dysplasia. Pediatr Infect Dis J J 1995; l4 (5 ):42 4 -28 . 2004;23( 12): 1081-1085. 64. Doern GV et al. Antimicrobial susceptibility among 44. Stevens TP, Hall CB. Controversies in palivizumab use. com munity-acquired respiratory tract pathogens in the Pediatr Infect D isJ 2 0 0 4 ;2 3 (1 1): 1051-1052. USA: data from PROTEKT US 2000-01. J Infect 45. Juvén T et. al. Etiology of community-acquired pneu2004;48:56-65. monia in 254 hospitalized children. Pediatr Infect Dis J 65. Klugman et. al. Antibiotic-resistance pneumococci in 2000;19(4):293-298. pediatric disease. M icrob Drug Resist 1995;113:44346. Noyola DE, Arteaga-Dominguez G. Acute viral respira449. tory infections in Mexico. Pediatr Infect Dis J 2005; 66. Pelton SI. Emergence of m ultidrug resistant pneumo­ 24(12):1049-1052. coccus. Pediatr Infect Dis J 2007;26(6):468-472. 47. W olf DG et al. H M PV vs RSV and influenza A lower 67. Centers for Disease Control and Prevention. Progress respiratory infections. Pediatr Infect Dis J 2006; toward elim ination of Haemophilus influenzae type b 25(4):320-324. invasive disease among infants and children, United Sta­ 48. Kim YK, Lee HJ. Human metapneumovirus infection in tes. 1998-2000. M M W R . 2000;51:234-237. Korean children. Pediatr Infect Dis J 2005;24(12): 68. Kim NH et al. PC R diagnosis of Mycoplasma infection 1111-1112. during outbreaks. Pediatr Infect Dis J 2007;26(10):89749. Stockton J et al. Human metapneumovirus as a cause of 903. community-acquired respiratory illness. Emerg Infect 69. W H O . Pneumococcal vaccines: W H O position paper. Dis 2002;8:897-901. WTdy Epidemiol Rec. 1999;74:177-84. 50. Harris JAS. Bacterial pneumonia in the 1990s. Semin 70. Barbosa-Cesnick C et al. Haemophilus influenzae carria­ Pediatr Infect Dis J 1995;6(3): 142-48. ge and sharing in Day-care centers. Pediatr Infect Dis J 51. McCracken GH. Diagnosis and management2006;25 of pneu(3) :2 19-223. monia in children. Pediatr Infect Dis J 2000;19(9):92471. Al-Kaabi N et al. C linical characteristics of group A 928. streptococcal pneumonia. Pediatr Infect Dis J 2006; 52. Hammerschlag M R. C hlam ydia and Chlamydiales: 25(11): 1008-1012. Beyond Chlam ydia trachomatis. Pediatr. Infect. Dis J 72. Palafox M , et al. Diagnostic value of tachypnoea in 2007;26(7):639-640. pneum onia defined radiologically. Arch Dis C hild 2000; 53. Plouffe JF. Importance of atypical pathogens of commu82:41-45. nity-acquired pneumonia. C lin Infect Dis 2000;31 73. Purcell K, Fergie J. Lack of predictive value of W B C (suppl 2):S35-S39. count for bacterial infection in RSV. Pediatr Infect D isJ 54. Jacobson LM et al. Five-month-old infant with a unila­ 20 0 7 ;2 6 (4 ):3 1 1-315. teral pleural effusion. Pediatr Infect Dis J 2007; 74. Flood RG, Badik J, Aronoff SC; The utility of serum C26(2):189-190. reactive protein in differentiating bacterial from nonbac55. Block S, Hendrick J, et al. Pediatric comm unity-acquiterial pneumonia in children. A meta-analysis of 1230 red pneumonia caused by Mycoplasma and Chlam ydia, children. Pediatr Infect D isJ 2008;27(2):95-99. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(6):4 7 1-77. 75. Prat C et al. Inflammatory markers in lower respiratory 56. Buckingham S et al. Incidence and etiologies of complitract infections. Pediatr Infect Dis J 2003:963-967. cated parapneumonic effusions in children: 1996 to 76. Russell T M . Bacterial pneumonias: m anagement and 2001. Pediatr Infect D isJ 2003;22(6):499-504. complication. Paediatr Respir Rev 2 0 0 0 ;l(l) :l4 - 2 0 . 37. Mankhambo LA et al. Lobar pneumonia caused by Sal77. Ochoa C et al. Assessment of antibiotic prescription for monella typhim urium . Pediatr Infect Dis J 2006; respiratory infections. Pediatr Infect Dis J 2001; 25 (12): 1190-1192. 20(8):751-758. Parte II Infecciones del aparato respiratorio 78. Doem GV. Resistance among problem respiratory patho­ gens in pediatrics. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(5): 420-23. 79. M artínez-Aguilar G. Clindam ycin treatment for M RSA infections. Pediatr Infect D isJ 2003;22(7):593-598. 80. Kaplan SL. Use of Linezolid in children. Pediatr Infect D isJ 2002;21(9):870-872. 81. Bradley JS et al. Levofloxacin for com m unity -acquired pneumonia. Pediatr Infect Dis J 2007;26(10):868878. 82. Fergie J, Purcell K. The treatment of com m unity-acqui­ red m ethicillin-resistant Staphylococcus aureus infec­ tions. Pediatr Infect D isJ 2 00 8 ;2 7 (l):6 7 -6 8 . 83. W hitney CG et al. Decline in invasive pneumococcal disease after the introduction of protein-polysaccharide conjugate vaccine. N Engl J M ed 2003:348:17371746. 84. H addy RI et al. Pneumococccal disease after PCV vacci­ nation. Pediatr Infect D isJ 2005;24(4):320-323. 85. Farrel DJ et al. Antibiotic resistance in pneumococci after vaccine introduction. Pediatr Infect Dis J 2007; 26(2):123-128. 86. Cutts F et al. Efficacy o f nine-valent pneumococcal con­ jugate vaccine against pneum onia and invasive pneu­ mococcal disease in the Gambia. Randomized, double-blind, placebo-controlled trial. Lancet 2005 ;3 6 5 : 1139-1146. 87. Kaplan SL et al. Decreace of invasive pneumococcal infec­ tions in children among 8 Children's Hospitals in the 88. 89. 90. 91. 92. 93. 94. 95. U.S. after the introduction of the 7-valent pneumococcal conjugate vaccine. Pediatrics 2004; 113:443-449. Black S et al. Efficacy, safety and im m unogenicity of heptavalent pneumococcal conjugate vaccine in chil­ dren. Pediatr Infect D isJ 2000;19:187-195. Hansen J et al. Standardized radiograph reading to assess PCV7 efficacy. Pediatr Infect Dis J 2006;25(9):779781. Black SB et al. Impact of pneum ococcal conjugate vac­ cine on pneumonia. Pediatr Infect D isJ 2002;21 (9) :8 10815. Messina AF et al. Impact of the pneumococcal conjugate vaccine on serotype distribution and antimicrobial resis­ tance of invasive S. pneumoniae isolates in Dallas TX, Children from 1999 throug 2005. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 7 ;2 6 (6 ):4 6 l-4 6 7 . González BE et al. Infections caused by Pneumococcal serogroups 15 and 33. Pediatr Infect Dis J 2006; 25(4):301-305. Claesson BA et al. Haemophilus antibody persistence 9 year after vaccination. Pediatr Infect Dis J 2005; 24(5):463-464. Shinefield H R, Black S. Immunization against S. aureus. Pediatr Infect D isJ 2006;167-168. Harper SA et al. Prevention and control of influenza: Recommendations of the Advisory Comm ittee on im m unization practice (ACIP). M M W R Recomm Rep. 2004;53:1-40. occal r C apítulo ty of chilissess 779vac810igate resisTX, Dis J Tuberculosis 9 Andrés Noé Torales Torales Napoleón González Saldaña Marte Hernández Porras occal !006; ice 9 !005; Definición enza: ; on Rep. La tuberculosis es una enfermedad infectocontagiosa, por lo general de curso subagudo o crónico, que afecta diversos órganos o tejidos, con predominio pulmonar, y es causada por M ycobacterium tuberculosis, variedad hom inis o bovis, y M ycobacterias no tuberculosis.1'2 Historia Hechos relevantes son, desde luego, su reconocimiento como entidad clínica por Schónlein y Laenec en 1830; la extensa descripción de la tuberculosis primaria por Antón Ghon (1866-1936); la identificación del bacilo tuberculoso por Roberto Koch en 1882, y el estudio de la enfermedad en niños por Escherich, quien en 1898 hizo el primer diagnós­ tico radiológico de la enfermedad. Después, entre 1907 y 1910, von Pirquet, Mantoux, Mandel y Moro desarrollaron la prueba de la tuberculina y, más tarde escandinavos como Wallgren, Ustvedt, Holm y Hyge, explicaron la evolución natural, la prevención y la quimioterapia también en niños, mientras que Brailey, Hardy, Lincoln, Hsu y Ferrebee hicie­ ron lo propio en EUA.3 Epidemiología La tuberculosis (TB) fue identificada como urgencia global en 1993 y es la segunda causa de muerte producida por un solo agente patógeno. En el mundo, unos 40 millones de personas se infectan todos los años con M ycobacterium tuber­ culosis (Mtb) y cada infección tiene un riesgo de 5 a 10% de progresar a enfermedad; en un año ocurren más de 8 millo- nes de casos nuevos de TB activa. En 2007 hubo 9.27 millo­ nes de casos incidentes de TB en todo el mundo y la mayor parte se registró en Asia (55%) y Africa (31%);5,6,7 en las regiones del Mediterráneo oriental, Europa y América las cifras correspondientes fueron de 6, 5 y 3%.8 En 2007 hubo 1.3 millones de muertes entre los casos incidentes de TB VIH-negativos (20 por 100 000) y 456 000 entre los VIH-positivos,10 así como 0.5 millones de casos de TB multirresistente (TB-MR).4 América aporta a la carga global de TB un 3.6% del total de casos, en 2006 en todas sus formas los países de América informaron 235 816 casos.9 Los 12 países priorizados notificaron más de 80% de los casos deTB y la mitad del total de casos en Brasil y Perú. Haití, Perú y Guyana infor­ maron incidencias por encima de 100 casos por 100 000 habitantes. México se encuentra en el escenario 2, el de los países con incidencia estimada de entre 25 y 50 casos por 100 000 habitantes y cobertura de DOTS mayor de 90%.9 La tasa de incidencia deTB disminuyó hasta el decenio de 1980-1989 y desde entonces permanece estable,10 sin embargo, la TB presenta más de 17 000 casos nuevos y cerca de 2 000 defun­ ciones cada año. Para 2007 se registró una tasa de 15.96 según la revisión de los anuarios de morbilidad del SUIVE con 17 329 casos nuevos (figuras 9-1 y 9-2). La forma más frecuente del total de casos en 2007 fue laTB pulmonar, con una tasa de 13.5 (14 422 casos nuevos). La mortalidad en los casos de TB en todas sus formas ha disminuido, para 2007 se registró una tasa de 1.97 (2 141 muertes) por 100 000 habitantes en comparación con 4.12 por 100 000 habitantes, con 4 037 defunciones en 1998 (figura 9-3). El grupo de edad más vulnerable son los adul­ tos, sobre todo mayores de 65 años (figura 9-4). Parte II Infecciones del aparato respiratorio Año T o ta l <1 1 4 5 -1 4 1 5 -2 4 1995 20882 140 469 1249 3522 1996 20722 147 442 1123 3473 1997 1998 23575 287 911 2372 69 51 339 1057 1999 21514 19802 2000 18434 27 272 278 791 738 2001 2002 18879 66 247 17790 86 2003 2004 17329 36 290 193 16921 10 237 2005 17906 22 2006 16404 2007 17329 2 5 -4 4 4 5 -6 4 65 + 1NG 6889 6905 5592 2926 5708 95 34 6995 3292 13794 11300 2890 5816 7290 3204 129 154 3094 6575 6109 5764 6121 5534 2898 708 2813 3110 6291 5548 2896 692 2796 5985 5147 2781 13 13 637 2762 5927 5003 2741 30 549 2645 5811 4948 2715 6 221 573 2772 6219 5182 2909 8 150 225 529 5683 4896 2586 0 124 219 582 2335 2514 6065 5066 2759 0 3155 100 25 Fuente: Sistema Ú nico de in fo rm a c ió n para la V igilancia E p id e m io ló g ic a , SUIVE, Sistemas Especiales. A n uarios de M o rb ilid a d 1998 a 2007 DGE/SSA. Figura 9-1 Morbilidad por tuberculosis en todas sus formas por grupo de edad de 1995 a 2007. En niños los casos de TB pulmonar en menores de 5 años de edad han disminuido poco de 2000 a 2007 y predo­ mina en el grupo de 1 a 4 años de edad. E tiología El complejo M ycobacterium tuberculosis incluye cuatro espe­ cies: M. tuberculosis, M. bovis, M. africanum (reportado en Africa ecuatorial) y M. m icroti no patógena en humanos. M ycobacterium tuberculosis es el principal agente causal de la enfermedad, y pertenece a la familia Mycobacteriaceae. Aerobio obligado, bacilo intracelular facultativo que, aunque en forma muy lenta, puede crecer tanto dentro como fuera de las células, dependiendo de las condiciones del huésped. Bacilos pleomórficos de 1 a 5 milimicras de largo, delgados y ligeramente curvos, aparecen aislados pero con mayor fre­ cuencia agrupados, no móviles y no formadores de esporas. Los constituyentes de la pared bacteriana parecen establecer Año Tasa de mortalidad Lineal (tasa de mortalidad) Figura 9-3 Tasa de mortalidad de tuberculosis de 1998 a 2007. Tomado de: Cubo de defunciones. Servicios de Información OLAP-DGIS. Tasa por 100 000 habitantes en base a proyección de poblaciones CONAPO. sus propiedades biológicas y patogénicas más importantes; contiene del 20 al 60% de lípidos unidos a proteínas y car­ bohidratos que le confieren alta resistencia a la luz, álcalis y ácidos, y ante todo a la acción bactericida de los anticuerpos. La capacidad de formar complejos micólicos estables con ciertos colorantes: carbol-fucsina, auramina-rodamina (los cuales, una vez teñidos, resisten la decoloración con etanol más HC1) le confieren a la micobacteria coloraciones que permiten su identificación en líquidos, exudados o tejidos del huésped. Así, la tinción de Ziehl-Neelsen o Kinyoun con carbol-fucsina los presenta de color rojo, o bien, verdeamarillentos fluorescentes bajo luz ultravioleta, cuando son teñi­ dos con auramina-rodamina o con fluorocromo.3 12 0 0 0 - 25 000 10 909 10000- 9 233 8 000- 7089 6 000- 4 0001602 2 00057 0( N ( N( N( N( N( N( N( N Año Morbilidad ----------- Lineal Figura 9-2 Casos deTB en todas sus formas de 1995 a 2007. Tomado de: Anuarios de Morbilidad de la Dirección General Adjunta de Epidemiología. < de 1 ^ 131 1-4 288 230 ^ rrrrm 5-14 15-24 25-44 45-64 65 + Edad Figura 9-4 Mortalidad por tuberculosis de 1998 a 2007 por grupo de edad.Tomado de: Cubo de defunciones. Servicios de Información OLAP-DGIS. Capítulo 9 La identificación del microorganismo depende, por tan­ to de sus propiedades tintoriales, pero también de sus caracte­ rísticas morfológicas, bioquímicas y metabólicas. Aunque de crecimiento lento, la temperatura óptima de cultivo de la mavor parte de cepas de cada especie es de 35 a 40 °C, con excepción de M. avium, que crece mejor a 42 °C o M. ulcerans, que lo hace a temperaturas inferiores a 35 °C, y en una gran diversidad de medios, algunos de naturaleza líquida que sólo contienen asparagina, glicerol, citrato de magnesio y fosfatos con añadidos de zinc, agua estéril y albúmina (medio modifi­ cado de Proskauer y Beck) o medios sólidos a base de yema de huevo y glicerina (Lówenstein-Jensen) y sintéticos con glice­ rol, sales de amonio como fuente de nitrógeno, asparagina, glutamatos y mezcla de aminoácidos (Middlebrook 7-H9, Tween-albúmina), entre otros. Cualquiera que sea el medio de cultivo utilizado, el crecimiento en forma de cordones o ser­ pentinas, situados los bacilos individuales a lo largo y en para­ lelo, caracteriza a la mayor parte de las cepas virulentas. M. bovis fue aislado por Roberto Koch en 1882, en vacunos, hasta años más tarde se reconoce como patógeno erfhumanos. La transmisión a niños principalmente de leche de vaca tuberculosa obviamente no pasteurizada cobra importancia a mediados del siglo pasado, siendo esa pobla­ ción la de mayor riesgo de infección comparados con adul­ tos. La forma clínica de presentación más frecuente es la linfadenitis cervical o infección del tracto intestinal o perito­ neo. Las manifestaciones pulmonares son raras, y en la piel se presenta como lupus vulgaris,14,15 Después de los programas de erradicación y pasteuriza­ ción de la leche, la frecuencia de casos disminuyó; sin embar­ go, continúa siendo un reto distinguir M. bovis de M. tuberculosis; así, la prueba de identificación del DNA no los distingue, de tal modo que el médico se debe orientar por los factores de riesgo que favorecen la enfermedad, aspectos epi­ demiológicos y la monorresistencia intrínseca de M. bovis a pirazinamida (casi de 100%).14 Muchos casos de M. bovis ocurren en niños inmunocomprometidos, con infecciones por VIH o en receptores de trasplantes de órganos sólidos.16 Especies diferentes, de naturaleza ubicua que viven en polvo, agua, al Sol, y en plantas (denominadas “atípicas” y mas recientemente “M icobacterias no tuberculosis’), fueron reconocidas como patógenos humanos a partir de 1950, y aunque han sido identificadas en animales domésticos o sal­ vajes, no hay evidencia de transmisión de animal a humano ° j£ persona a persona.17 Hasta la fecha se conocen más de 100 especies, sólo algunas se han relacionado con enfermedad en seres huma­ nos. Sin embargo, con el advenimiento de la epidemia del SIDA y otros pacientes inmunodeprimidos, particularmente con trasplante de órganos y de médula ósea, así como el cre- Cuadro 9-1 Tuberculosis Clasificación de las micobacterias Grupos Género y especie Grupo 1:fotocromógenas M. kansasii M. marinum M. simiae, etc. Grupo II: escotocromógenas M. escrofulaceum M. szulgai M. zenopi M. gordonae Grupo III: no fotocromógenas M. intracellulare M. avium M. malmoense M. haemophilum M. ulcerans M. shimoidei M. triviale Grupo IV: de crecimiento rápido M. fortuitum M. cheloane M. abscessus cimiento poblacional, junto con la mejoría en las técnicas de diagnóstico, las infecciones con estas especies han incremen­ tado en frecuencia.18 Han sido clasificadas por Runyon en cuatro grupos (cuadro 9-1).19 Debido a que muchos de estos microorganismos son resistentes a los antifímicos comunes y a la mayor parte de los antibióticos, la identificación del patógeno específico y la susceptibilidad antimicrobiana son imperativas. Aunque cualquier órgano del cuerpo puede infectarse 'por M icobacte­ rias no tuberculosis, se han podido establecer diversos síndro­ mes clínicos correlacionados con determinado patógeno, como se describe en el cuadro 9-2.2 Patogenia Los focos primarios de infección se localizan básicamente en los pulmones, por inhalación; en el intestino por ingestión; en la piel por contacto directo y otros menos importantes. A partir de los focos primarios, la infección puede diseminarse a cualquier órgano o tejido del cuerpo humano. Sin embar­ go, como el pulmón es la principal fuente de infección y de enfermedad, aquí se toma como ejemplo de lo que ocurre en la fisiopatogenia de este padecimiento. Es importante diferenciar si la infección ocurre en una persona que no ha tenido contacto previo con el bacilo tuberculoso en comparación con otra que sí ha sufrido dicha experiencia. En el primer caso desarrolla lo que se denomina infec­ ción o enfermedad primaria; en el segundo, infección o enfermedad secundaria, de reinfección o de tipo “adulto”.3,5 Parte II Infecciones del aparato respiratorio Cuadro 9-2 Enfermedades causadas por especies de micobacterias no tuberculosas Enfermedad M. no Tb comunes Menos frecuentes Linfadenitis Complejo M. avium (MAC) M. kansasii M. fortuitum M. escrofuiaceum Infección ótica M. abscessus M. fortuitum M. cheíonae infección piel y tejidos blandos M. cheíonae M. ulcerans M. fortuitum M. abscessus M. marinum MAC M. xenopi M. malmoense M. fortuitum M. simiae MAC Infección pulmo­ nar M. kansasii M. abscessus Infección asocia­ da con catéteres M. cheíonae M. fortuitum M. abscessus Infecciones óseas y articulares MAC, M. kansasii M. fortuitum M. cheíonae M. marinum M. abscessus M. ulcerans Diseminada MAC M. kansasii M. genavense M. haemophilum M. cheíonae dad tuberculosa diseminada que podría llevar al paciente a la muerte si no recibe tratamiento.5,20 Sin embargo, en la mayoría de las personas (en 95 al 96%), después de unas pocas semanas la rapidez de multipli­ cación del bacilo disminuye y el proceso de neumonitis se resuelve. Estos mismos cambios ocurren en los tejidos donde el microorganismo se diseminó primero. En general, el pro­ ceso de enfermedad se resuelve de manera espontánea en la mayoría de los pacientes, y la zona de neumonitis se vuelve fibrosa y se calcifica en un pequeño nodulo (nodulo de Ghon), así como a nivel ganglionar parahiliar (fig. 9-5). Al mismo tiempo que ocurren los fenómenos antes des­ critos, aparecen dos importantes manifestaciones inmunitarias que se tornan evidentes después del llamado periodo prealérgico. 1. 2. En la primoinfección, una o varias micobacterias alcan­ zan los alveolos y son fagocitadas muy rápido, sobre todo por macrófagos alveolares. Debido a su resistencia a la des­ trucción (por múltiples factores, entre otros el contenido lipoideo de la pared), los bacilos se multiplican intracelularmente en forma lenta, y con ello la aparición de síntomas o de mecanismos inmunitarios que después se analizarán, pue­ de requerir de 4 a 8 semanas (periodo prealérgico).1,5 Cuando el número de bacilos llega a ser importante, aparece un exudado celular de tipo infamatorio (neumonitis) que ofrece poca resistencia a la multiplicación del micro­ organismo, y su diseminación a partir de vasos linfáticos (linfangitis), afectando los ganglios linfáticos regionales, particularmente hiliares y traqueales (linfadenitis), lo que constituye el complejo de Ranke (neumonitis, linfangitis y linfadenitis).3,5 Casi al mismo tiempo, y a partir del torrente linfático o de los macrófagos alveolares, los microorganis­ mos llegan al torrente sanguíneo y por esta vía (disemina­ ción linfohematógena) alcanzan todos los órganos y tejidos corporales. En una pequeña proporción, el proceso avanza ya sea a nivel pulmonar o a nivel sistémico, y produce una enferme­ Los individuos afectados se hacen positivos a tuberculina; es decir, muestran reacciones de hipersensibilidad tardía a ciertas proteínas de bajo peso molecular o polipéptidos del bacilo tuberculoso (PPD, del inglés protein p u rified derivative). Al parecer, dicha reacción de hipersensibilidad tardía está mediada por linfocitos, que en presencia de tuberculoproteína elaboran una sustancia o sus­ tancias (linfotoxinas) que ahora se sabe son las cau­ santes de las lesiones destructivas observadas en la enfermedad tuberculosa, como son la necrosis y la cavitación. Los macrófagos, en cuyo interior se multiplicaron los bacilos tuberculosos, adquieren ahora la capaci­ dad de inhibir a bacilos a causa de una reacción de defensa a la infección (inmunidad celular). Algunas características de la tuberculosis primaria son: 1. 2. 3. 4. Afecta a personas que nunca antes habían estado expuestas al bacilo tuberculoso (principalmente niños). Ocurre en individuos que no son tuberculino-sensibles, por tanto, PPD negativos es decir, no han desarrollado reacción de hipersensibilidad tardía. Por tanto, la enfermedad primaria básicamente es de tipo exudativo, no destructivo. No hay lesiones abiertas y por lo general no son bacilíferos. La principal forma de diseminación de la infección es la linfohematógena. Las principales formas clínicas de la enfermedad son el complejo de Ranke, neumonía tuberculosa, tuber­ culosis miliar pulmonar, meningoencefalitis tuber­ culosa o tuberculosis miliar sistémica o disem inada. El mayor riesgo de diseminación ocurre en niños menores de dos años de edad, y por lo general en los primeros 3 a 6 meses de la infección primaria.21 Capítulo 9 Tuberculosis lente a i 95 al ultipliíitis se donde el proa en la vuelve ulo de 5). es desíunita'eriodo tuber:rsensid peso •culoso bilidad esencia t o susas caus en la sis y la licaron capaci;ión de Figura 9-5 Secuencia fisiopatológica de la tuberculosis primaria. a son: estado lmente io-sen.10 han tardía, ente es esiones fección lad son , tubertuberninada. 1 niños 1 en los , 21 5. A menudo se autolimita y deja un nodulo calcifica­ do pulmonar, ganglionar, o bien, focos latentes o “inactivos” en diferentes órganos o tejidos, por efecto de la “siembra” a causa de la diseminación antes descrita. Por otra parte, cuando la infección tuberculosa ocurre en una persona previamente expuesta al bacilo tuberculoso, se le denomina infección o enfermedad tuberculosa secun­ daria, de reinfección o del tipo “adulto”. La reinfección puede ser endógena (a partir de un foco o nodulo tuberculo­ so latente) o exógena (por contacto del paciente con nuevos bacilos a partir de una persona enferma bacilífera). Independientemente del origen (endógeno o exógeno), la lesión pulmonar se caracteriza por necrosis, cavitación y tendencia a circunscribirse. La necrosis aparece por efecto de la reacción inflamatoria de hipersensibilidad a la tuberculoproteína, y la localización, por la inmunidad celular adquiri­ da antes. Al principio, el bacilo tuberculoso sólo se multiplica dentro o cerca de la zona necrótica, donde la inmunidad celular se ha reducido o eliminado; sin embargo, la enferme­ dad puede avanzar por extensión directa, o bien, la disemi­ nación a nivel pulmonar puede ocurrir cuando un bronquio se erosiona y en él se vierten los bacilos (diseminación broncógena), y con menor frecuencia diseminación hematógena, cuando se lesiona un vaso.2 Por supuesto, los pacientes desnutridos, con SIDA u otros inmunodeprimidos o que reciben terapia antineoplásica, esteroidea o similar, tienen mayor riesgo de sufrir disemi­ nación de la enfermedad. Debido a que la necrosis y la cavitación son hechos rele­ vantes en la tuberculosis de reinfección, su resolución es más difícil que la enfermedad primaria. A continuación se resu­ men algunas características de la tuberculosis de reinfección. a) b) Ocurre por infección endógena o exógena. Es más frecuente en el adulto. Parte II Infecciones del aparato respiratorio c) Las lesiones tienden a circunscribirse por los meca­ nismos inmunoalérgicos referidos. d ) Las lesiones avanzan por extensión directa o por diseminación broncógena y, con menor frecuencia, por vía hematógena. e) Las formas clínicas que se observan con mayor fre­ cuencia corresponden a tuberculosis pulmonar cavitada, o bien, a formas clínicas ubicadas en cier­ tos órganos o tejidos (renal, óseo, ganglionar, etc.), sin aparente relación con un foco pulmonar acti­ vo. f ) Los pacientes son bacilíferos por tener lesiones pul­ monares abiertas. g ) Las lesiones son difíciles de tratar y rara vez se autolimitan. Patología Para fines prácticos, la patología se puede resumir en los siguientes cuatro puntos: • • • • 6 a 15 meses, al cabo de los cuales es posible observarlo radiológicamente. En un número reducido de casos, el complejo de Ranke no involuciona, sino que avanza, se agranda y afecta zonas cada vez más extensas, tanto pulmonares como ganglionares mediastinales; el material caseoso puede licuarse, lo que faci­ lita su eliminación por bronquios, en cuyo caso el paciente se vuelve contagioso (bacilífero) y se constituye una bronconeumonía caseosa. Si alcanza vasos sanguíneos, se disemina a todo el organismo y produce la forma miliar generalizada, o bien, deja “siembras” en diversos tejidos.5 En tanto que la tuberculosis de reinfección se localiza sobre todo en regiones apicales de los lóbulos superiores, el estudio microscópico de las lesiones iniciales revela una neu­ monitis alveolar, más tarde se constituyen los granulomas característicos y se necrosa la parte central de la lesión. Macroscópicamente es posible distinguir varios tipos de lesiones anatómicas: nodulos, bronconeumonía tubercu­ losa, neumonía caseosa (fig. 9-6) y las cavernas. No es objetivo del presente capítulo analizar en detalle cada una de éstas; sin embargo, puesto que la caverna es la lesión más importante, más frecuente (en adultos) y más característica r de e base ria, rent licui vés i nes puei enci cam afue Lesiones en la primoinfección. Lesiones en la reinfección. Patología de la caverna tuberculosa. Lesiones extrapulmonares. Los cambios histológicos en la tuberculosis de primoin­ fección son poco intensos y autolimitados en su fase inicial. La llegada de los bacilos al parénquima pulmonar produce un proceso inflamatorio leve, primero con infiltrado de leu­ cocitos polimorfonucleares y después con macrófagos que fagocitan a los bacilos y se acumulan en la luz alveolar, pro­ duciendo un pequeño foco de infiltración apenas visible, casi siempre en posición subpleural, que crece por destruc­ ción de los macrófagos centrales que contienen bacilos en su interior y la llegada de nuevos macrófagos provenientes de alveolos cercanos y de la sangre. Al cabo de 1 o 2 semanas, algunos macrófagos se fusionan y constituyen células de Langhans gigantes, mientras que el centro de la lesión sufre necrosis de tipo caseoso; en la periferia, rodeando a las célu­ las gigantes se encuentran células epitelioides. Este tubérculo o folículo de Koster es característico de la tuberculosis, pero no diagnóstico, ya que se observa en otros procesos de tipo granulomatoso. Al diseminarse el bacilo de la lesión nodular y alcanzar los ganglios hiliares constituye lo que se denomina comple­ jo primario de Ranke (neumonitis, linfangitis, linfadeni­ tis), como ya se comentó antes; en la mayor parte de los casos este complejo avanza hacia fibrosis y calcificación pro­ gresiva del material necrótico. Ocurre al mismo tiempo tan­ to en el parénquima pulmonar como en ganglios, y tarda de quic o br el pi pare rotu cave segú Fo El e perú inm culo tube miei extr; F ig u ra 9-6 Corte sagital de pulmones con tuberculosis.Tanto los ganglios peribronquiales como el parénquima del lóbulo inferior derecho se hallan sustituidos por material de necrosis caseosa. (Cortesía del Departamento de Patología del Instituto Nacional de Pediatría.) Es u poct Capítulo 9 ervarlo Ranke i zonas ionares ae faciaciente ^roneosemina ilizada, ocaliza ores, el ía neuulomas i. ¡pos de bercuNo es una de >n más erística de este padecimiento, se estudiará con más detalle. Sirven de base para clasificar a los enfermos de tuberculosis secunda­ ria las complicaciones y los problemas de manejo son dife­ rentes. La caverna es el resultado de la necrosis caseosa y de la licuefacción de los tejidos, seguidas de su eliminación a tra­ vés del árbol bronquial; su sitio más frecuente son las regio­ nes subapicales de los lóbulos superiores, pero también puede observarse en otros lóbulos. Como regla general, se encuentra rodeada de nodulos tuberculosos de diferentes tamaños; su pared es de espesor variable, y de adentro hacia afuera las capas que la forman son: a) Material necrótico caseoso con abundantes baci­ los. b) Infiltrado inflamatorio constituido por macrófagos, células de Langhans gigantes y células epitelioides. c) Tejido de granulación con vasos neoformados, de pared fina, fibroblastos y fibras reticulares, deposi­ tados en disposición concéntrica en torno a la cavi­ dad. d) Tejido fibroso denso, formado casi por completo por fibras de colágeno maduras, con escaso infiltra­ do inflamatorio. e) El parénquima pulmonar que rodea a la caverna muestra colapso alveolar en unos sitios y dilatación con infiltrado inflamatorio inespecífico en otros. La mayor parte de las cavernas tiene uno o más bron­ quios que drenan al exterior, y en ocasiones se observan vasos 0 bronquios que la atraviesan de un extremo a otro. Cuando el proceso necrótico se aproxima a un vaso, puede lesionar su pared, dilatarla y formar un aneurisma, el cual puede sufrir rotura ulterior, con invasión sanguínea del contenido de la caverna y hemoptisis, que puede llegar a ser masiva o fatal según el calibre del vaso. Formas clínicas El espectro clínico de la tuberculosis es muy variado y de­ pende de la edad, órgano u órganos afectados y trastornos mmunitarios y generales del paciente. Se enfatiza en la tuber­ culosis congénita, en los cuadros pulmonar y enteral de la tuberculosis primaria, en la linfadenitis tuberculosa y señala­ mientos generales de tuberculosis de reinfección y formas extrapulmonares. Tanto ulo rosis tituto 1 Tuberculosis congénita Es una forma rara de enfermedad, de la cual se ha informado poco en la bibliografía médica. La infección se establece en Cuadro 9-3 congénita Tuberculosis Síntomas y signos en 58 casos de tuberculosis Número Porcentaje insuficiencia respiratoria 44 76 Hepatomegalia, a veces con esplenomegalia 38 65 Fiebre 33 57 Linfadenopatía 19 33 Ingesta deficiente 18 31 Letargo, irritabilidad 16 30 Distensión abdominal 15 26 9 15 Otorrea 9 15 Eritema 5 9 Fondo de ojo anormal (coriorretinitis o tubércu­ los) 4 7 Ictericia 4 3 Convulsiones, diarrea con sangre y ascitis 3 5 Detención del crecimiento el feto: d) por diseminación hematógena de la madre al pro­ ducto por vía transplacentaria y, de esa manera, presencia del complejo primario en el hígado del neonato, y de ahí, dise­ minación sistémica; b) inhalación o aspiración de líquido amniótico contaminado antes o durante el parto, con infec­ ción inicialmente limitada a los pulmones, y c) ingestión de líquido amniótico contaminado y lesión primaria a nivel enteral o de ganglios mesentéricos.22 A menudo hay una asociación de infección placentaria o del endometrio y, como regla general, la madre sufre tuber­ culosis avanzada; sin embargo, en ocasiones hay pocos sínto­ mas que permitan su detección.23 El producto puede nacer muerto, ser prematuro o bien a término aparentemente sano, con buen peso. Por lo común, las manifestaciones aparecen entre la tercera y cuarta sema­ nas de vida extrauterina. Sus manifestaciones son diversas y dependen de la vía de entrada, e incluso pueden confundirse con el síndrome TORCH por presentar hepatoesplenomegalia, ictericia, neumonía o meningitis tuberculosa (cuadros 9-3 y 9-4).22 El diagnóstico se establece por el antecedente de madre tuberculosa. Por lo general, el derivado proteínico purificado (PPD) se vuelve positivo entre la tercera y quinta semanas de edad, y por estudios radiológicos de tórax, e identificación del bacilo por tinciones y cultivo. Lo más importante es tener presente esta posibilidad.22,23 Parte II Infecciones del aparato respiratorio Cuadro 9-4 Diagnóstico microbiológico en 58 pacientes con tuberculosis congénita Tipo de muestra Números positivos/total Aspirado gástrico* 18/23 Ganglio linfático* 10 /11 Biopsia hepática** 8/9 Aspirado endotraqueal y bronquial 7/7 Oído*** 5/6 Aspirado de médula ósea 4/6 LCR 3/10 Pulmón 2/2 Orina 1/2 Peritoneo, sangre, nasofa­ ríngeo 1/1 Necropsias**** 16 /16 *En un paciente, sólo tinción. ** En cuatro pacientes, sólo tinción. *** En tres pacientes, sólo tinción. ****En nueve pacientes, sólo tinción. Tuberculosis primaria Durante el periodo prealérgico (4 a 8 semanas y hasta 12, según algunos autores), que coincide con el periodo de incu­ bación, el paciente está asintomático, y si hay evolución hacia fibrosis y calcificación del nodulo primario, como es lo usual, el diagnóstico sólo puede establecerse en retrospecti­ va, o bien, por demostración de un nodulo calcificado (de Ghon) en una radiografía del tórax fortuita, o por el PPD positivo sin manifestaciones de enfermedad o, difícilmente, por aislamiento también fortuito del bacilo tuberculoso durante la bacteriemia en muestra de sangre sembrada en medios específicos.3,5,24,25 Si, por lo contrario, la enfermedad avanza, el modo de inicio suele ser insidioso, a veces fiebre como única manifes­ tación, que rara vez excede de 38.5 a 39 °C, de predominio vespertino, que puede asociarse con anorexia, palidez, pérdi­ da de peso, astenia o adinamia y diaforesis nocturna.5,24,25 A menudo el paciente presenta síntomas de una infec­ ción de vías respiratorias superiores, que incluye rinorrea, secreción retronasal, tos seca o húmeda; la evolución de este trastorno a menudo se correlaciona con cuadros de rinobronquitis de repetición, acompañada de exacerbaciones o remisiones.5,24 Es difícil establecer signos de insuficiencia respiratoria, y a la exploración física a veces sólo se detecta afección del estado general. Rara vez existen estertores bronquiales o alveolares, o disminución del murmullo vesicular, indepen­ dientemente de la extensión de la lesión pulmonar compro­ bada por estudios radiológicos.5 En las fases tempranas de la afección bronquial, los niños a menudo presentan tos paroxística, que semeja tos ferina. En el curso tardío de la endobronquitis puede haber ronquera persistente, que simula laringotraqueítis. Las mani­ festaciones pueden persistir meses o años, aun después del tratamiento específico, y entonces deben descartarse bronquiectasias que hayan quedado como secuelas.5,26 Estas alteraciones bronquiales, ya sea por endobronqui­ tis, distorsión, estenosis o compresión extrínseca por gan­ glios mediastínicos, pueden favorecer a las atelectasias segmentarias o lobares, como la ocurrida en el llamado sín­ drome del lóbulo medio, que en un porcentaje importante de casos puede atribuirse a tuberculosis, aunque de ninguna manera es la única causa.5 A veces el cuadro asume la forma de neumonía lobar aguda; la fiebre se incrementa, aparecen signos de insuficiencia respiratoria y hay afección grave del estado general. Mediante la exploración física se integra un síndrome de condensación pulmonar. Si la pleura se encuen­ tra afectada, el cuadro conlleva a un síndrome de derrame pleural. El líquido obtenido por punción es de aspecto cetri­ no, y el examen citoquímico muestra pleocitosis a expensas de mononucleares, así como elevación importante de las proteínas. Es posible aislar el bacilo en cultivo específico y visualizar mediante la tinción de Ziehl-Neelsen o de auramina rodamina.1,5 Cuando la diseminación de bacilos por vía hematógena es importante, hay el riesgo de que se desarrolle lo que se denomina tuberculosis miliar generalizada, como compli­ cación precoz de la infección primaria y durante los prime­ ros seis meses, o bien, seguir a tuberculosis de reinfección. El cuadro clínico incluye incremento de la curva febril, y puede o no haber signos físicos respiratorios importantes, pero en la radiografía del tórax es posible observar un infiltrado macromicronodular bilateral difuso, llamado “cielo estrella­ do”, con nodulos de 4 a 6 mm de diámetro. El paciente presenta también linfadenopatía, hepatomegalia, esplenomegalia y meningitis, entre otros (véase cuadro 9-5); la biometría hemática puede mostrar reacción leucemoide (30 000 a 40 000 leucocitos).2,3,5,20 Tuberculosis de reinfección Es poco frecuente en niños, la tuberculosis de reinfección es la forma más fácil de diagnosticar por sus manifestaciones radiológicas (cavernas) y por la identificación del bacilo tuberculoso en muestras de esputo o aspirado gástrico. La tuberculosis de reinfección produce los mismos sig­ nos y síntomas físicos que la tuberculosis primaria pero, Capítulo 9 ndepen;ompro- 9-5 C u a d ro Cuadro clínico en 94 niños con tuberculosis m iliar Signos y síntomas uial, los neja tos ie haber as manipués del >e bron>ronqui)or ganlectasias ado sínDortante ninguna la forma iparecen ¡rave del tegra un encuenderrame :to cetri:xpensas e de las scífico y auramilatógena 3 que se complis prime;ción. El y puede pero en ifiltrado estrellapaciente esplenoi biome(30 000 :cción es taciones :1 bacilo ico. mos sigia pero, Hepatomegalia Número Porcentaje 77 82 68 72 Fiebre 61 61 Esplenomegalia 51 54 Linfadenopatía 43 46 Pérdida de peso y del apetito 38 40 Tos Tuberculosis nar. El origen de la linfadenitis cervical proviene de la diseminación de M ycobacterium tuberculosis desde un foco primario pulmonar y en menor grado de focos primarios de la boca, amígdalas, orofaringe o tejidos de cabeza y cuello. Otras micobacterias también pueden causar linfadenitis cer­ vical, sobre todo M. bovis, M. avium o M. escrofulaceum . Las manifestaciones clínicas son persistencia de uno o varios ganglios linfáticos por más de cuatro semanas sin respuesta a antibióticos, por lo general mayor de 2 cm, sólido o fluctuante que la mayoría de las veces no se asocia a ningún síntoma, rara vez hay fiebre, tos, sudoraciones nocturnas, fatiga o falla de crecimiento. El PPD puede ser positivo en 50% de los casos, y la radiografía del tórax puede sugerir hallazgos de tuberculosis en 35% de los pacientes (linfade­ nopatía mediastinal, pulmonar o comprimiendo un bronquio). El diagnóstico no es complicado toda vez que los signos clínicos son aparentes y el material obtenido por aspi­ rado con aguja provee excelente recurso para estudios bacte­ riológicos e histopatológicos.32'34 Insuficiencia respiratoria 32 34 Diarrea y vóm ito 31 33 Anemia 29 31 Meningitis 18 19 Debilidad 14 15 Sibilancias 10 11 Convulsiones 7 7 Distensión abdom inal 6 6 Dedos hipocráticos 4 4 Tuberculosis abdominal Dolor precordial y abdom i­ nal 3 3 Ictericia 3 3 Cefalalgia 2 2 Hemoptisis 1 1 Es posible que el principal agente causal sea M ycobacterium bovis, ya que esta infección se adquiere predominantemente por ingestión de bacilos de leche que proviene de vacas tuberculosas.2 El complejo primario se establece en la mucosa del intestino delgado o intestino grueso, y con mayor frecuen­ cia, en los ganglios linfáticos mesentéricos, con afección del peritoneo.35 El curso de la tuberculosis de los ganglios mesentéricos y abdominales es similar a la de los ganglios mediastínicos; crecen y se fusionan entre sí y con el peritoneo, incluso inva­ den la pared intestinal, lo que produce un síndrome oclusivo o suboclusivo por interferencia del tránsito intestinal.35 La afección peritoneal concomitante (al igual que la pleural) produce una peritonitis plástica, a menudo circuns­ crita y en estrecha relación con la afección ganglionar. Esto da por resultado producción de líquido intraperitoneal de aspecto cetrino, a menudo está loculado por la presencia de exudado fibrinoso. El inicio es gradual, insidioso, con fiebre de bajo grado, dolor abdominal, vómito ocasional y síndro­ me suboclusivo. A medida que la enfermedad avanza, el estado general se afecta gravemente y el síndrome ascítico se torna florido, simulando un cuadro de hipertensión porta en el que además de ascitis se palpan masas irregulares por los ganglios crecidos, que a menudo se confunden con pro­ cesos tumo rales (linfomas).35 Se debe realizar paracentesis y obtener líquido perito­ neal para estudio citoquímico y bacteriológico, incluyendo tinción de Gram, de Ziehl-Neelsen o de auramina-rodami- como se señaló, las formas pulmonares tienden a focalizar y limitar su extensión o avanzar por extensión directa; o bien, puede ocurrir reactivación de focos extrapulmonares, sin que ocurran manifestaciones respiratorias.24,27,28 « Tuberculosis extrapulmonar Tanto la tuberculosis primaria como la de reinfección pue­ den constituir formas circunscritas, que toman el nombre del órgano u órganos afectados. En niños, es muy difícil establecer si el foco activo extrapulmonar (tuberculosis meníngea, ósea, renal, etc.) depende de una diseminación linfohematógena desde una primoinfección, o si se trata de focos activados endógenamente de una “siembra” ocurrida antes, o de un foco pulmonar de reinfección actual.24,29'31 Dada la frecuencia de la linfadenopatía tuberculosa y de la tuberculosis abdominal, se analizan aquí con más detalle. Linfadenitis tuberculosa Afecta de manera predominante a ganglios linfáticos cervi­ cales y es la forma más común de tuberculosis extrapulmo­ Parte II Infecciones del aparato respiratorio 3. 4. 5. Figura 9-7 Dos vistas de daño por tuberculosis de columna dorsolumbar (mal de Pott). 6. • Dactilitis de manos y pies • Lesiones osteolíticas (fig. 9-8) Tuberculosis ganglionar superficial: • Cervical • Axilar (figura 9-9; véase también encarte a color) • Inguinal, etc. (fig. 9-10; véase también encarte a color) Tuberculosis de vías respiratorias altas: • Amígdalas y adenoides • Mucosa bucal • Laringe ® Oído medio y mastoides • Ganglios retrofaríngeos, etc. Tuberculosis de la piel: • Cutánea circunscrita • Escrofuloderma • Lupus vulgar • Verruga cutánea • Tuberculides papulonecróticas Tuberculosis ocular: • De la conjuntiva (conjuntivitis flictenular) • Del aparato lagrimal • Del cuerpo ciliar e iris na, y cultivo en medios específicos (Lówenstein-Jensen, etc.); aunque el porcentaje de identificación del agente es bajo.35 Cuando es independiente o concomitante ocurre ente­ ritis tuberculosa, los sitios que con mayor frecuencia resul­ tan afectados se localizan en la mitad inferior del yeyuno, íleon y ciego. El padecimiento puede, al igual que en los casos anteriores, ser producto de una ingestión primaria exó­ gena de bacilos, o bien, de esputo deglutido con bacilos pul­ monares o de una diseminación linfohematógena. Las lesiones ulcerativas superficiales de la mucosa pro­ ducen dolor y un síndrome diarreico que alterna con estre­ ñimiento, el cual tiende a la cronicidad, lo que en muchos casos da lugar a un síndrome de malabsorción intestinal, con la consiguiente pérdida de peso y del estado general del paciente, incluyendo anemia.2 Otras formas de tuberculosis extrapulmonar se listan a continuación y en el capítulo correspondiente se estudia la meningoencefalitis tuberculosa. 1. 2. Infecciones tuberculosas del sistema nervioso central:36 • Meningoencefalitis ® Tuberculomas Infecciones del sistema musculoesquelético: • Espondilitis cervical • Mal de Pott (figura 9-7; véase también encarte a color) • Artritis tuberculosa Figura 9 -8 Lesiones osteolíticas por tuberculosis en cráneo. Capítulo 9 Tuberculosis ncarte a i encarte ular) Figura 9-9 Paciente con tuberculosis generalizada. Observe la adenopatía axilar y las escrófulas. 7. 8. 9. 10. 11. aneo. • De la coroides • De la retina Tuberculosis del corazón y pericardio: • Endomiocarditis tuberculosa • Pericarditis tuberculosa Tuberculosis de glándulas endocrinas y exocrinas: • Glándulas salivales • Glándulas mamarias • Glándulas suprarrenales Tuberculosis genital en el varón: • Epididimitis • Orquitis (fig. 9-11) • Prostatitis Tuberculosis genital en la mujer: • De las trompas, salpingitis tuberculosa e infer­ tilidad • Endometritis Tuberculosis de las vías urinarias: • Renal • Ureteral • Vesical, etcétera Figura 9-10 Tuberculosis ganglionar inguinal. Parte II Infecciones del aparato respiratorio subaguda incluyen tos, pérdida de peso, fiebre, sudoración nocturna, dolores óseos, apatía, fatiga, letargo, malestar y rara vez hemoptisis; en menor proporción, linfadenopatía, hepatoesplenomegalia y esplenomegalia.27,37 Pero debe puntualizarse: a) que la mayoría son asintomáticos, aun con PPD positivo, b) en inmunocompetentes no progresa a enfermedad, c) las manifestaciones clínicas ocurren 3 a 6 meses después de la infección inicial, d) menin­ gitis tuberculosa, puede sobrevenir con infección primaria, e) manifestaciones extrapulmonares, ocurren 12 meses o más después de la infección inicial y hasta en 25% de niños menores de 15 años no tratados, f ) tuberculosis de reinfec­ ción, es rara en niños pequeños, pero puede ocurrir en ado­ lescentes, g) el complejo primario (Ranke) por lo general no es evidente en la radiografía torácica. En particular, el diagnóstico de tuberculosis debe sospe­ charse y estudiarse en caso de:2,27 a) I Figura 9-11 Paciente con tuberculosis testicular. D iagnóstico En ocasiones, el diagnóstico de tuberculosis constituye un reto para el médico; no sin razón se ha llamado a esta enfer­ medad “la gran simuladora”. No existen síntomas ni signos patognomónicos, y en un alto porcentaje de casos los exáme­ nes paraclínicos resultan negativos, incluyendo la observa­ ción y aislamiento de la bacteria, que desde un punto de vista ideal debería ser la que confirmara el diagnóstico. Los puntos siguientes, ya sea por separado o en conjun­ to, pueden constituir pautas razonables para intentar esta­ blecer dichas bases (cuadro 9-11). • • • • • • • Historia clínica sugerente. Estudio epidemiológico. Estudio inmunoalérgico mediante la prueba con PPD. Telerradiografías posteroanterior y lateral del tórax. Estudio bacteriológico. Estudios especiales. Prueba terapéutica. H istoria clínica sugerente La clave para llegar al diagnóstico son los aspectos clíni­ cos. Los síntomas iniciales más comunes y de presentación b) c) d) í) Neumonía o bronconeumonía con tendencia a la cronicidad y que no se resuelve. Tos persistente. Fiebre prolongada o de origen incierto. Hemoptisis. Son factores de riesgo la edad, niveles socioeconómi­ co y nutricional bajos, estado inmunitario o enfer­ medades subyacentes (neoplasias, enfermedades mieloproliferativas, diabetes mellitus, SIDA, emba­ razo, sarampión, etc.), o que reciben inmunosupre­ sores (esteroides, antimetabolitos, alquilantes, etc.). En estos casos el paciente debe evaluarse con especial atención a las manifestaciones clínicas.4,24,26,27 Estudio epidem iológico (Combe) La relación estrecha que existe entre la infección o enferme­ dad tuberculosa y la fuente exógena de bacilos a partir de contacto con enfermos bacilíferos, hace de inapreciable valor el estudio de Combe, por lo común familiar, pero sobre todo de contactos estrechos. Los parámetros por examinar son: a) historia clínica y social en la que se destaquen síntomas sugerentes de tuberculosis; b) antecedentes de inm unización (BCG); c) aplicación de PPD a los contactos sin vacuna o con más de cinco años de aplicación en el momento del estudio; d) estudio radiológico de tórax, y é) búsqueda de M ycobacterium tuberculosis en los sintomáticos (cuadro 9-6).25 En el reporte de Sánchez-Albisua et al., el estudio de contactos identificó adultos caso-fuente en 100 de 149 niños (67.1%) de 1978 a 1987; y en 102 de 175 niños (58.3%) de 1988 a 1997, en ambos casos fue el principal apoyo para el Cua Sil Abre PPD, dia£ PPI Es mi El F que exp: des solu PPI a 0 Twc un : con tads sup. y la caci PPI dist infe bui( mui vaci ración :star y >patía, :sintotentes línicas íenínmaria, :ses o niños :infecí adoral no iospea a la r Capítulo 9 Cuadro 9-6 Cuadro 9-7 Interpretación a resultados positivos del PPD desde lactantes hasta adolescentes Estudio de contactos Síntomas BCG Tuberculina (PPD) Sí Sí (+) Radiografía del tórax y búsqueda BK Radiografía del tórax y búsqueda BK No (-) Evaluar quimioprofilaxia Radiografía del tórax y búsqueda BK Vigilar Sí (+) Radiografía del tórax Evaluar quimioprofilaxia No (-) A las ocho semanas, repetir prueba con PPD y vigilar. Evaluar BCG No Tuberculosis Conducta Abreviaturas: BCG, bacilo de Calmette-Guérin; BK, bacilo de Koch; PPD, derivado proteínico purificado. Induración > 5 mm • Niños en contacto estrecho con individuos con enferme­ dad tuberculosa confirmada o presunta • Niños con BCG en 5 años previos* • Niños con sospecha de enfermedad tuberculosa • Niños con hallazgos en radiografía de tórax o evidencia clínica compatible con enfermedad tuberculosa • Niños que reciben tratamiento inmunosupresor o con enfer­ medad inmunosupresora, incluyendo infección por VIH Induración > 10 mm • Niños con mayor riesgo de enfermedad tuberculosa dise­ minada: • Niños menores de 4 años • Niños con enfermedad de Hodgkin, linfoma, diabetes mellitus, insuficiencia renal crónica o desnutridos • Niños con mayor exposición a enfermedad tuberculosa: • Nacidos o viajeros a países de alta prevalencia • Niños expuestos a adultos con VIH, indigentes, drogadictos, residentes de geriátricos, cárceles o cuarteles Induración > 15 mm • Niños de 4 años o mayores sin factores de riesgo diagnóstico de tuberculosis por encima de resultados de PPD y cultivos, sólo superado por hallazgos radiológicos.38 ciómienfer:dades :mba¡upreetc.). pedal srmetír de valor : todo 3n: a) sugeación ana o o del da de aadro io de niños Yo) de ara el Estudio inm unoalérgico mediante la prueba con PPD El PPD es el método más importante para detectar personas que han estado en contacto con el bacilo tuberculoso. Es la expresión de la hipersensibilidad tardía, y el estímulo antigénico está constituido por PPD del bacilo tuberculoso.39 La potencia del PPD se expresa en términos de unida­ des internacionales; así, una unidad es igual a 0.1 mi de una solución al 1:10 000, de modo que la solución estándar de PPD tiene 2 mg en 1 000 mi, con lo cual la unidad equivale a 0.00002 mg de PPD. Este producto, estabilizado con Tween 80 como diluyente, tiene un periodo de caducidad de un año. La dosis que se recomienda oscila entre 2 y 5 UI; con la primera se detectan hasta 95% de las personas infec­ tadas, y con la segunda, 99%.2,40 Los sitios ideales de aplicación son la cara anterior y superior del antebrazo, estrictamente por vía intradérmica, y la interpretación debe hacerse 48 a 72 h después de la apli­ cación. Para la interpretación de resultados positivos del PPD desde lactantes hasta adolescentes revise el cuadro 9-7. Después de la inmunización con BCG puede ser difícil distinguir entre un PPD positivo por vacuna o secundario a infección por M. tuberculosis. El tamaño de induración atri­ buido a vacuna BCG (por lo general < 5 mm) depende de muchos factores (edad de inmunización, calidad y cepa de la vacuna, número de dosis recibida, estado nutricional e inmunológico del receptor y frecuencia de administración). Conviene sospechar enfermedad tuberculosa en un niño con una prueba positiva, independientemente de los anteceden­ tes de inmunización con BCG, sobre todo si convive con una persona tuberculosa, o hay antecedentes familiares de la enfermedad, es inmigrante de países con alta prevalencia de tuberculosis, y si hay positividad del PPD después de un intervalo mayor de cinco años desde que se aplicó la vacuna. En todos los casos se recomienda una evaluación clínica y radiológica de los niños PPD positivos.41 En la acualidad se pueden realizar dos pruebas inmunológicas que evitan las reacciones falso positivas al PPD por vacuna y por M icobacterias no tuberculosis, y podrían susti­ tuir al PPD en niños vacunados con BCG y con duda diag­ nóstica de infección tuberculosa latente, y también en inmunodeprimidos, incluyendo infectados por VIH donde la sensibilidad al PPD suele ser muy baja o nula.6,7,42 1. 2. QuantiFERON-TB Gold (QFN-G) mide la pro­ ducción de interferón liberado de los leucocitos de sangre total de una persona en respuesta a la esti­ mulación con dos antígenos de M. tuberculosis: antígeno secretado temprano (ESAT-6) y antígeno proteínico filtrado de cultivo (CEP-10), y los resul­ tados son medidos con técnica de ELISA.43'45 Inmunospot ligado a enzimas (ELISPOT). Utiliza células mononucleares de sangre periférica aisladas e incubadas en presencia de los antígenos estimu­ lantes de M. tuberculosis antes referidos. El interfe- Parte II r Infecciones del aparato respiratorio densación parenquimatosa 48 (21%), pleuritis 10 (4%)) enfermedad miliar en 14 (6%).46 Y en el trabajo publicado por Burroughs M, et al. los hallazgos radiográficos en 137 niños con tuberculosis pul­ monar fueron: consolidación 76%, adenopatía mediastinal 40%, ca-vitación 23%, atelectasias 18%, empiema 12%, calcificaciones 8%, infiltrado miliar 5.8%, neumotorax 2.2%, nodulo de Ghon 2.2% .27 Los pacientes que presentan meningoencefalitis tuber­ culosa pueden hasta en 50-75% de los casos, cursar con hallazgos radiográficos de afección neumónica. Además, el estudio radiológico de tórax es de inaprecia­ ble valor en la localización, extensión y avance de las lesio­ nes. Entre los estudios radiográficos especiales están las tomografías, broncografías, radiografías oblicuas y fluoroscopias. Figura 9-12 Tuberculosis miliar. Obsérvese el infiltrado m icronodular difuso. rón liberado se une a anticuerpos específicos produciendo manchas o puntos que luego son con­ tados.42 Radiografías del tó ra x Las radiografías del tórax, junto con el PPD, constituyen los primeros y más importantes métodos auxiliares de diagnós­ tico en todo paciente en quien se sospeche tuberculosis.2 No existen imágenes patognomónicas. Sin embargo, deben considerarse altamente sugestivos los siguientes hallazgos:27,38 • 8 • • • • Detección del complejo primario, incluyendo una zona de neumonitis y adenopatías mediastinales. Imagen miliar, con la presencia de moteado nodu­ lar bilateral y diseminado (fig. 9-12). Cavernas (fig. 9-13). Síndrome del lóbulo medio (fig. 9-14A y B). Calcificaciones que, si bien no representan en el momento enfermedad pulmonar, sí explican el foco inicial de diseminación hacia formas extrapulmonares. Adenopatías mediastinales (fig. 9-15A y B). Los principales hallazgos radiográficos en niños meno­ res de cinco años en el estudio de Marais BJ et al. fueron nodulo de Ghon en 3 (1%), complejo primario en 12 (5%), linfadenopatía comprimiendo la vía aérea en 18 (8%), con­ Estudio b acteriológico La enfermedad tuberculosa se demuestra por la presencia de la bacteria, para lo cual se cuenta con tres métodos: • • • Frotis con tinciones especiales (baciloscopias). Cultivo. Inoculación en animales. Las muestras para estudio incluyen: expectoración (casi imposible de obtener en niños), líquido de aspirado gástrico, esputo provocado por inducción con solución salina hiper­ tónica en aerosol en niños mayores de cinco años, lavado bronquial obtenido por broncoscopia, sangre, orina, líquido cefalorraquídeo, pleural, peritoneal, pericárdico o sinovial.2,3 Las técnicas de tinción más utilizadas para observar bacilos resistentes a ácido y alcohol (BAAR) son las de ZiehlNeelsen y las de material fluorescente (auramina rodamina). La primera ofrece una sensibilidad de 60%, y la segunda parece mejorarla en 10%. Ambas dan resultados falso positi­ vos en un 10 a 15%.47 Los medios de cultivo más utilizados son el de Lówenstein-Jensen y el de Middle Brook, Debido a que M. tubercu­ losis y M. bovis son de lento crecimiento, su detección puede requerir hasta 10 semanas y aun en condiciones de cultivo óptimas se aíslan en menos de 50% de los niños y 75% de lactantes con tuberculosis pulmonar.2,27 El sistema radiométrico BACTEC utiliza sustratos de ácidos grasos marcados con C-14; dado que las micobacterias metabolizan tales ácidos, la liberación de C 0 2 puede medir­ se como marcador del crecimiento bacteriano. Las micobacterias diferentes de tuberculosis pueden distinguirse de M- tuber TEC an tin 1 es un Capítulo 9 Tuberculosis l (4%), t al. los sis pulliastinal a 12%, notórax ; tubersar con ipreciais lesio;tán las fluoros- Figura 9-13 Caverna tuberculosa en la que se observa una zona de fibrosis. í 7 5. 9 0 O :ncia de -s). an (casi ;ástrico, i hiperlavado líquido 3 sino- tuberculosis utilizando un segundo sustrato. El sistema BACTEC proporciona resultados de cultivo y susceptibilidad antimicrobiana en 7 a 10 días.48 La inoculación en animales puede resultar útil, pero no es un estudio que se haga sistemáticamente. Estudios especiales U.N.A.K. CAf'.l Se incluyen: a) Broncoscopia para observación directa de las lesiones, lavado bronquial, punción y biopsia pulmonar.2 ibservar s Ziehlamina). egunda ) positi.ówensubercuí puede cultivo 75% de atos de acterias mediricobac: de M. Figura 9-14 Opacidad basal derecha (A), con pequeñas zonas de mayor densidad en su interior, las cuales se identifican en el resto del parénquim a pulmonar, definiéndose com o infiltrados macronodulares de lesión fim ica. En la proyección lateral (B) se observa que la lesión corresponde al lóbu lo medio. Parte II Infecciones del aparato respiratorio Cuadro 9-8 Correspondencia entre grupos deTimpe-Runyon y pruebas de intradermorreacción Grupos de Timpe-Runyon Prueba cutánea Grupo 1. Fotocromógenos PPD-Y Grupo II. Escotocromógenos PPD-G Grupo III. No cromógenos PPD-B Grupo IV. De crecimiento rápido PPD-F Abreviatura: PPD, derivado proteínico purificado. Pruebas serológicas No ha demostrado utilidad en la práctica por bajos índices de sensibilidad y especificidad. La detección de anticuerpos mediante ELISA es útil en líquido cefalorraquídeo y se des­ cribe al tratar el diagnóstico de meningoencefalitis tubercu­ losa. Técnicas moleculares de amplificación de ácidos nuclei­ cos mediante las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR) han despertado gran interés en la esperanza de detectar e identificar M. tuberculosis tanto en muestras respiratorias (esputo, aspirado gástrico) como en sangre; sin embargo, en niños que no producen esputo los resultados han sido desalentadores, las pruebas en aspirado gástrico y en sangre son de muy baja sensibilidad y sólo mejoran en muestras de esputo BAAR positivo o cuando se aplica el mismo procedimiento tres veces a la misma muestra, y aun así pueden dar resultados falso positivos. Por tanto, los resul­ tados deben individualizarse e interpretarse en conjunto con la clínica y otros exámenes.49,50 Pruebas terapéuticas B Figura 9 -15 Aumento de densidad en regiones parahiliares, correspondiente a masas ganglionares (A), corroborado en la proyección lateral (B). b) c) Biopsia de diferentes tejidos para estudio histológi­ co o cultivo; de ganglios linfáticos, pleura, mesenterio, hígado, médula ósea, y otro.3 Pruebas para detectar micobacterias no tuberculo­ sis mediante intradermorreacciones con derivados proteínicos específicos (cuadro 9-8). Cuando a pesar de haber agotado todos los recursos el cua­ dro clínico sigue siendo compatible y está en peligro la vida del paciente, es válido recurrir a una prueba terapéutica, considerando que será lo último por hacer después de un análisis muy crítico, dado que, como se ve más adelante, los fármacos antituberculosos no son innocuos, además de que el tratamiento puede ser largo y costoso. D iagnóstico d iferencial Debido a que el espectro clínico de la tuberculosis es muy amplio, hay muchas enfermedades que se le parecen, lo que a veces plantea un verdadero reto para el médico. A conti­ nuación sólo se mencionan algunos ejemplos: Capítulo 9 iyon ndices íerpos ;e desnercumcleii polisranza lestras re; sin ltados rico y ■an en lica el y aun resul­ to con :1 cuaa vida •utica, de un te, los le que s muy lo que conti- 1 La tuberculosis congénita, sobre todo la que presenta manifestaciones sistémicas (hepatoesplenomegalia, ictericia, neumonía, afección del sistema nervioso central, etc.), se debe diferenciar del síndrome de TORCH, que incluye toxoplasmosis, rubeola con­ génita, infección por citomegalovirus, herpes simple, sífilis y, por supuesto, septicemia neonatal.22,23 2. Las formas neumónicas que no responden a trata­ mientos convencionales o que evolucionan hacia la cronicidad, con las neumonías producidas por otras bacterias.3,8,20,24 3. Micosis profundas, como coccidioidomicosis, histoplasmosis, candidiasis y otras, con lesiones clí­ nica y radiológicamente similares, incluyendo la forma miliar pulmonar.2,20 4. Endobronquitis tuberculosa, que puede simular una laringotraqueobronquitis de otra causa, y cuan­ do incluye tos en accesos, paroxística, cianosante y emetizante, con tos ferina.2,3,24 5. Tuberculosis ganglionar mediastinal o abdominal, con enfermedades linfoproliferativas y mieloproliferativas, incluyendo al linfoma Hodgkin.30 6. Escrófulas en ganglios cervicales o en otros sitios con actinomicosis y blastomicosis.32,52,53 7. Tuberculosis pulmonar crónica de tipo adulto, con enfermedades profesionales como la silicosis, asbestosis, neumoconiosis y similares. 8. Enfermedades de origen inmunoalérgico, como fibrosis intersticial difusa de etiología diversa (pul­ món del granjero, alergia a la proteína de excre­ mento de paloma, etc.).3 9. Inmunodeficiencias celulares, humorales o mixtas, que pueden manifestarse por cuadros respiratorios repetitivos con tendencia a la cronicidad, así como fibrosis quística, bronquiectasias de etiología diversa y otras. 17 S4 10. Enfermedades sistémicas crónicas de origen inmunitario; lupus eritematoso, artritis reumatoide, sobre todo en las formas de tuberculosis generalizada.2 péutica que procede en cada caso, se definen en los aparta­ dos siguientes. i Etapa de exposición Se refiere a un niño que ha tenido contacto reciente con una persona con tuberculosis pulmonar contagiosa presunta o confirmada, pero con PPD negativo, el examen físico y la radiografía del tórax también son normales.2 Dado que la prueba del PPD suele ser negativa (periodo prealérgico) y puede tardar hasta tres meses en mostrar reac­ tividad, el niño puede o no estar infectado, por tanto, los niños mayores de cinco años inmunocompetentes pueden ser observados y sometidos a nueva prueba de PPD cada tres meses; sin embargo, los menores de cinco años deben recibir quimioprofilaxis con isoniazida, dada la rapidez con que pueden incubar y desarrollar enfermedad pulmonar, del sis­ tema nervioso central o sistémica. La duración del trata­ miento será de tres meses (a condición de que el caso-fuente sea separado o haya recibido control efectivo). Si para ese momento el PPD sigue siendo negativo (PPD < 5 mm), el tratamiento se interrumpe; pero si resulta positivo, debe continuarse quimioprofilaxis por nueve meses.24,41,55 De existir resistencia a la isoniazida del bacilo tubercu­ loso en el contacto, se administra rifampicina como quimio­ profilaxis. La duración del tratamiento será de seis meses siempre que el caso-fuente haya recibido control efectivo. Algunas circunstancias pueden complicar el tratamien­ to en niños expuestos: • • Tratam iento El control de la infección tuberculosa se complica por la heterogeneidad de las diversas especies de micobacterias cau­ sales, manifestaciones clínicas y susceptibilidad a los antifímicos, ante todo con M icobacterias no tuberculosis, donde además de la frecuencia de resistencia a los antifímicos comunes, la cirugía cumple una función muy importante. Tres son las etapas básicas que el médico debe identificar para brindar una atención racional: exposición, infección latente y enfermedad. Estos conceptos y la conducta tera­ Tuberculosis • Presencia de resistencia a isoniazida y rifampicina en el caso-fuente. En esa situación se puede evaluar la relación riesgo:beneficio de no tratar al niño si es inmunocompetente, pero observar estrechamente signos y síntomas. O bien, utilizar quimioprofilaxis de segunda línea y de acuerdo con la susceptibili­ dad a fármacos en el caso-fuente. Puede utilizarse la combinación pirazinamida-etambutol o pirazinamida y una quinolona (levofloxacina u ofloxacina) por 6 a 12 meses.56,57 Si el caso incluye infección por VIH u otras inmu­ nodeficiencias, se debe tratar durante 12 meses, y es necesario conocer la susceptibilidad a los antifími­ cos del caso-fuente.58 Los recién nacidos expuestos a su madre deben ser tratados como cualquier otro niño expuesto. Se jus­ tifica el retiro del seno materno hasta negativización del agente en la madre, para reanudarlo después si tanto la madre como el niño reciben tra­ tamiento apropiado. Se debe añadir piridoxina al esquema del neonato para evitar complicaciones neurológicas por isoniazida.2 Parte II * Infecciones del aparato respiratorio Etapa de infección tuberculosa latente • En esta fase, el niño no presenta manifestaciones clínicas de tuberculosis; la radiografía del tórax es normal, o sólo se observa un granuloma o calcificación en el parénquima pul­ monar o en ganglios linfáticos regionales, pero la prueba de Mantoux (PPD) con 5 UI de tuberculina resulta positiva (cuadro 9-8).3 El manejo contempla:2,41,55 • • • Sensibilidad a isoniazida: 10 mg/kg/diario durante 9 meses. Si no es posible el tratamiento diario, se puede indicar tratamiento directamente observado: 20 a 30 mg/kg/2 veces por semana durante nueve meses. Resistente a isoniazida: dar rifampicina 10 a 20 mg/ kg/día por seis meses, o bajo tratamiento directa­ mente observado: dos veces por semana durante seis meses. Resistente a isoniazida y rifampicina: se debe consi­ derar tratamiento con varios fármacos, entre otros: pirazinamida, fluoroquinolonas y etambutol (de­ pendiendo del aislamiento y sensibilidad del baci­ lo). • • • • ® Etapa de enfermedad Se define como enfermedad en una persona infectada, con síntomas, signos o hallazgos radiográficos evidentes causa­ dos por M. tuberculosis, o M. bovis. El diagnóstico debe demostrarse y la enfermedad puede ser pulmonar, extrapul­ monar o mixta.27,38,55 No es indispensable, ni ciertamente factible en todos los casos, contar con medios para la detección específica de M. tu­ berculosis. Los tratamientos son:2,53,55 • En tuberculosis pulmonar, incluyendo adenopatía hiliar por M. tuberculosis farmacosensible: á) Régimen de seis meses (estándar): isoniazida, rifampicina y pirazinamida diarios por dos meses, seguida de isoniazida y rifampicina dia­ rios por cuatro meses. b) Régimen de seis meses (alternativo): isoniazi­ da, rifampicina, pirazinamida diario por dos meses, seguidas de isoniazida y rifampicina 2 o 3 veces por semana por cuatro meses bajo tra­ tamiento directamente observado. c) Régimen de nueve meses (alternativo): isonia­ zida y rifampicina diario; particularmente para M. bovis farmacosensible. • En meningitis o enfermedad miliar diseminada, tuberculosis ósea y articular (M. tuberculosis farmacosensible) :2 a) Régimen de 12 meses (estándar): isoniazida, rifampicina, pirazinamida y estreptomicina o etionamida, diario por dos meses, seguida de isoniazida y rifampicina diario por 10 meses. b) Alternativo: isoniazida, rifampicina, pirazina­ mida y estreptomicina diario por dos meses, seguida de isoniazida y rifampicina 2 o 3 veces por semana durante 10 meses bajo tratamiento directamente observado. Por lo menos 12 meses de tratamiento sin pirazina­ mida para M. bovis farmacosensible. En otras formas extrapulmonares diferentes de meningitis: igual que en tuberculosis pulmonar. Si es frecuente la resistencia a la estreptomicina, se puede cambiar por kanamicina, amikacina o capreomicina. En infección por VIH:2,58,59 El tratamiento inicial siempre debe incluir cuatro fármacos (rifampicina, isoniazida y pirazina­ mida con etambutol o un aminoglucósido) los pri­ meros dos meses y continuar con rifampicina e isoniazida por 9 a 12 meses. La rifampicina puede sustituirse por rifabutina si el paciente recibe trata­ miento antirretroviral altamente activo. En enfermedad tuberculosa farmacorresistente (fre­ cuencia del 10 al 30%): se debe sospechar a) en niños tratados antes, b) en contactos, sobre todo ni­ ños cuya fuente de contagio sufre enfermedad con farmacorresistencia.2,57 Si son resistentes a la isoniazida, tratar con un régimen de seis meses a base de rifampicina, pirazi­ namida y etambutol. Si son resistentes a múltiples fármacos deben tratarse con un régimen que incluya por lo menos cuatro antifímicos, si son resistentes a isoniazida y rifampicina por lo general se requieren de 12 a 24 meses de tratamiento. No se recomiendan regímenes de 2 o 3 veces por semana, y el tratamiento directamente observa­ do diario es crucial. Otros autores recomiendan individualizar los trata­ mientos con base en estudios de susceptibilidad. Asimismo, se utilizan medicamentos de segunda línea, como etionamida o cicloserina, entre otras opciones. En casos de tuberculosis multirresistente se recomien­ dan regímenes de 3 a 6 medicamentos por 12 a 24 meses, bajo supervisión.2,60 mico tubei ello dexai cioní dual el usi enfei prin. Capítulo 9 nada, culosis Cuadro 9-9 azida, :ina o da de :ses. izináneses, veces liento Fármacos de uso frecuente en el tratamiento de tuberculosis en niños Fármacos Presentación Dosis diaria (mgAg/día) Dosis (mg/kg) (dos por semana) Estreptomicina Am p., 1 g 20 a 40 20 a 40 Etambutol Tab., 400 mg* 15 a 25 50 Isoniazida Tab., 100 mg* 10 a 20 20 a 30 Pirazinamida Tab., 500 mg* 20 a 40 50 Rifampicina Cáp. 300 mg* 10 a 20 10 a 20 300 mg/día (2 por semana) 900 mg Susp., 5 ml/100 mg 2g 600 mg/día (2 por semana) 900 mg * Rifampicina, 150 m g; isoniazida, 75 m g; pirazinam ida, 400 m g (en una sola gragea). Rifampicina, 150 m g; isoniazida, 200 m g (en una sola cápsula) Etambutol, 300 m g; isoniazida, 100 m g (en una sola gragea). * icluir izina>spriina e juede trata: (fred) en io nii con >n un lirazileben aenos ida y a 24 veces ;erva- trataismo, íaminieníeses, Dosis máxima 2.5 g izinass de ar. na, se na o Tuberculosis * En embarazadas con enfermedad tuberculosa no se recomienda pirazinamida porque puede tener efec­ tos teratógenos; en tales circunstancias se inicia con isoniazida, rifampicina y etambutol; este último puede interrumpirse a los dos meses para seguir con las dos primeras opciones por nueve meses. Sólo en casos de resistencia a isoniazida o rifampicina se retira una de ellas y se sigue con etambutol, hasta completar un periodo de 18 meses. Los niños con tuberculosis congénita deben tratar­ se con el mismo régimen que se aplicaría en casos de meningitis o enfermedad diseminada o miliar (cuadros 9-9 y 9-10).2,22 Esteroides. Como coadyuvantes del tratamiento antifímico, los corticoesteroides están indicados en meningitis tuberculosa para reducir la vasculitis y la inflamación y con ello la presión endocraneal alta. El esquema consiste en dexametasona, 0.15 a 0.25 mg/kg/día divididos en tres frac­ ciones, durante 4 a 6 semanas, con dosis de reducción gra­ dual a partir de la segunda semana. Otras indicaciones para el uso de esteroides son:55 * * * * * Enfermedad miliar grave, para disminuir el blo­ queo alveolocapilar.20,61 Enfermedad con derrame pleural o pericárdico.29 Tuberculosis endobronquial grave.2 Tuberculosis ganglionar mediastínica, cuando pro­ duce obstrucción bronquial.32,33 Tuberculosis peritoneal con ascitis y adenopatías con suboclusión u oclusión intestinal.35 Cirugía. Aunque es un recurso más pertinente en la enfermedad del adulto, la cirugía está indicada en pediatría, principalmente cuando hay escrófulas y trayectos fistulosos rebeldes al tratamiento, y puede ser el único recurso en lin­ fadenitis por micobacterias que no son M. tuberculosis,55> 62 s Hospitalización Debe reducirse y prácticamente limitarse a:2 • • • Tuberculosis miliar. Tuberculosis pulmonar con datos de insuficiencia respiratoria. Tuberculosis de columna vertebral con datos de compresión medular. Cuadro 9 -10 Fármacos para tratar la tuberculosis multirresistente en niños Fármacos Presentación Dosis diaria (mg/kg/dia) Dosis máxima Capreomicina Am p., 1 g 15 a 30 (IM) 1g Ciprofloxacina Tab., 250 a 500 mg Feo. ámp., 200 mg (in­ fusión IV) Niños, 15 a 20 (2 dosis) 1.5 g Cicloserina Jar., 10 mg/ml, Cáps. 250 mg 10 a 20 1g Etionamida Tab., 250 mg 15 a 20 (2 a 3 dosis) i g Kanamicina Amp., 75 mg/ 2 mi 500 mg/2 mi 1 g/3 mi 15 a 30 (IM) 1g Ácido paraaminosalicílico Tab., 500 mg 200 a 300 mg (3 a 4 dosis) 10 g Parte II • • Infecciones del aparato respiratorio Meningoencefalitis tuberculosa. Otras formas de tuberculosis complicadas. Una vez resuelta la complicación, el paciente deberá ser dado de alta y tratarse de manera ambulatoria. Prevención La vacuna con bacilo de Calmette-Guérin (BCG) a partir de bacilos vivos atenuados de M. bovis es ampliamente utilizada desde 1921, pero su eficacia aún está en duda. Dos estudios metaanalíticos estiman una eficacia para formas pulmonares desde el 40 al 60%, pero la protección para tuberculosis meníngea, tuberculosis miliar y formas diseminadas en niños se incrementa hasta un 80 a 90%.63,64 Otros reportes muestran que para la tuberculosis menín­ gea y formas diseminadas la vacuna ofrece protección en cifras que van del 64 al 86%, independientemente de la cepa y la vía de administración utilizadas.65,66 Sin embargo, una revisión reciente comparando la vía percutánea con la intradérmica, concluyó que la respuesta inmune es mejor con la vía intradérmica y que protege mejor contra formas diseminadas.66 Enseguida se destacan algunos aspectos importantes: 1. 2. 3. 4. 5. Debido a que la tuberculosis es una enfermedad común en países pobres, la prevención más efectiva es mejorar las condiciones de vivienda, alimenta­ ción e ingresos.67,68 En la correcta aplicación de BCG influyen el tipo y cepa de vacuna, que se debe conservar a temperatu­ ra de 4 °C, y que no debe exponerse a la luz solar porque se inactiva. 40 Se ha descartado la aplicación oral de BCG, con el fin de evitar los casos de neumonía u otitis fímica. Una reacción normal consiste en la aparición de una pápula sobre el sitio del inoculo hacia el quinto día, que da lugar a un nodulo brillante, hiperémico, dos semanas después. En ocasiones, dicho nodulo se abre y da salida a un exudado seroso; la lesión se umbilica, se cubre de costra y alcanza un tamaño máximo de 5 a 8 mm, tiende a involucionar entre la quinta y la sexta semanas. Por último, queda una pequeña cicatriz de 5 a 6 mm entre la octava y la décima semanas.41,66 Las reacciones adversas dependen de una mala téc­ nica de vacunación, de la cepa utilizada y del méto­ do de administración; las reacciones locales son las más frecuentes; se ha informado de cicatrices hiperreactoras, lesiones satélites por autoinoculación, lesiones ulceradas, abscedadas, impetiginizadas o granulomatosas.69 Las reacciones adversas sistémicas por vacuna BCG son raras, e incluyen osteomielitis y enfermedad diseminada, que se estima ocurre a una tasa de 1.35 por millón de dosis administradas, y se asocia a una elevada relación caso-morta­ lidad de 80 a 83%.69,70 La linfadenitis por BCG es frecuente en México, se diagnostica al descubrir un ganglio linfático crecido a nivel axilar, supraclavicular o cervical ipsolateral al sitio de vacu­ nación. Por lo general, no se recomiendan investigaciones invasivas, y aunque la corroboración microbiológica puede ser útil, no es necesaria, excepto en aquellos casos de duda diagnóstica. El manejo es controversia!, ya que la linfadenitis por BCG no supurativa se cura sin secuelas y, por tanto, no requiere antifímicos. Estudios controlados han mostrado que la terapia con eritromicina o fármacos como la isoniazi­ da y rifampicina no reducen el riesgo de supuración ni dis­ minuyen el tiempo de curación. Para la linfadenitis por BCG supurativa, los expertos tampoco recomiendan terapia médica; sin embargo, la aspiración con aguja puede ayudara prevenir supuración y acortar el tiempo de cura. Aunque la escisión quirúrgica puede ser curativa, la necesidad de anes­ tesia general puede hacer indeseable el recurso y se deja para cuando la aspiración con aguja falla, o el ganglio está multiloculado.71 Infecciones causadas por m icobacterias no tuberculosas Se puntualiza en la etiología, su importancia creciente (par­ ticularmente en pacientes infectados con VIH), los princi­ pales síndromes clínicos y su tratamiento (cuadro 9-2).72 Linfadenitis. M. no tuberculosis causan con frecuencia linfadenopatía crónica de localización cervicofacial en niños de 1 a 5 años. Los datos comunes de la escrófula incluyen crecimiento unilateral del ganglio afectado, indoloro, segui­ do por decoloración púrpura café, con la piel brillosa, adel­ gazada y escamosa. Sin tratamiento, la mayoría de estos ganglios supuran y se adhieren a capas superficiales de la piel, resultando en fístulas drenantes y crónicas. A menudo se localizan submandibulares o submentonianas, y en el diagnóstico diferencial se incluyen adenitis piógena, enfer­ medad por rasguño de gato y escrófulas por M. tuberculosis. El diagnóstico de linfadenitis por micobacterias no tubercu­ losas se infiere por la falta de respuesta a terapia antimicro­ biana, la edad, localización del ganglio, PPD negativo o moderado, radiografía del tórax normal, y ausencia de con­ tacto con tuberculoso activo. El diagnóstico definitivo Cuadro 9de tubera C u ltiv o Granule PPD > 1 Combe R adio gi tiva Cuadro Evaluac Tubi prot Tubi Tubi Tubi requiere confirma De 1: años, el (MAC); M. kci7isí, simiae, y En c adultos,! a M. tubi El t complers naje debí graves. C sada por e incluye picina o van desd Infe por otor granulac estándar, ción, peí uso de gi se aísla c nitivo dt mo. El t del mate plazo, a Capítulo 9 ;adas o 3G son linada, le dosis mortaúco, se a nivel e v a c il­ aciones . puede .e duda idenitis nto, no ostrado ¡oniazini distis por terapia yudar a nque la le anes:ja para i multi- sas te (parprinci2).72 cuencia n niños icluyen i, seguia, adelle estos :s de la nenudo y en el , enferreulosis. ubercuimicro¡ativo o de con:finitivo Cuadro 9 -11 Puntuación de Stegen-Toledo para el diagnóstico de tuberculosis en niños51 Puntaje Hallazgos Cultivo positivo 7 o más Granuloma tuberculoso 4 PPD > 10 mm 3 Combe positivo 2 R ad iografía del tórax suges­ 2 tiva Cuadro clínico sugestivo 2 Evaluación: Tuberculosis m uy probable 7 puntos o más Tuberculosis probable 5a6 Tuberculosis en sospecha 3 a4 Tuberculosis im probable 0a2 requiere un cultivo positivo, pero sólo del 30 al 80% son confirmados por cultivo.33,62 De las micobacterias aisladas en niños menores de cinco años, el 65 al 80% corresponden al complejo M. avium (MAC); 10 a 20% a M. escrofulaceum ; con menos frecuencia M. kansasii, y rara vez M. fortu itu m , M. hem ophilum , M. simiae, y sólo 10% M. tuberculosis.53,62 En contraste, en los niños mayores de 12 años y los adultos, 90% de los microorganismos aislados corresponden a M. tuberculosis.53 El tratamiento preferente es la resección quirúrgica completa, con tasas de curación del 90%. La incisión y dre­ naje deben evitarse por el riesgo de fistulizaciones y cicatrices graves. Cuando la resección quirúrgica es imposible o rehu­ sada por la familia, el tratamiento médico puede ser exitoso, e incluye claritromicina o azitromicina, adicionando rifam­ picina o rifabutina o etambutol, por tiempos variables que van desde 4, 6 o 10 meses.32,62,73 Infecciones otológicas. Aunque raras, se caracterizan por otorrea crónica inespecífica, con abundante tejido de granulación que no responde a terapéutica antimicrobiana estándar. Se ha asociado a colocación de tubos de ventila­ ción, perforación persistente de la membrana timpánica, y a uso de gotas óticas que tienen corticoesteroides. Entre otros, se aísla con frecuencia M. abscessus, pero el diagnóstico defi­ nitivo depende del cultivo e identificación del microorganis­ mo. El tratamiento incluye drenaje quirúrgico, eliminación del material extraño y terapéutica antimicrobiana de largo plazo, a menudo por varias semanas, por vía parenteral; Tuberculosis amikacina y cefoxitina o imipenem, seguido de 3 a 6 meses de terapia oral; eritromicina o claritromicina.74 Infecciones de piel y tejidos blandos. En general, ocu­ rren entre 4 y 8 semanas después de cirugía o lesión cruenta; son causadas por micobacterias de crecimiento rápido [M. fortuitu m , M. cheíonae y M. abscessus). Se manifiestan por enrojecimiento e hinchazón alrededor del sitio de lesión y se pueden complicar con abscesos, tenosinovitis, bursitis, artri­ tis y osteomielitis. El tratamiento incluye desbridamiento quirúrgico extenso y antimicrobianos tipo amikacina y cefoxitina parenterales, por 2 a 4 semanas, seguidas de clari­ tromicina, doxiciclina, ciprofloxacina o una sulfonamida, dependiendo de la susceptibilidad por 3 a 6 meses mínimo, pero en infecciones crónicas y profundas (tenosinovitis, artritis u osteomielitis) de 9 a 12 meses.60 La infección de tejidos blandos causada por M. m ari­ num, casi siempre vinculada a actividades acuáticas (“granu­ loma de las albercas”), consiste en nodulos o pápulas no dolorosos que se encostran y evolucionan a un granuloma ulcerado o lesión verrucosa crónica de 3 a 5 semanas de evo­ lución, y que al final puede ocasionar un absceso. La mayo­ ría de las lesiones granulomatosas de la piel curan espontáneamente después de varios meses o incluso años, la terapia con rifampicina y etambutol, o bien doxiciclina, trimetoprim-sulfametoxazol o claritromicina, tiene actividad in vitro. La duración del tratamiento varía de 6 semanas a 6 meses para lesiones superficiales, y de 6 a 18 meses para infecciones profundas. Puede requerirse cirugía en lesiones extensas, en abscesos y en lesiones profundas.75 En casos muy raros, M. ulcerans puede ser causa de lesión necrótica no dolorosa de la piel y tejido subyacente en regiones tropicales. En este caso, se indica desbridamiento quirúrgico, seguido de régimen de estreptomicina y dapsona, con o sin etambutol.2 Infección vinculada a catéteres. Son infecciones muy raras, aun en inmunodeprimidos. Gaviria et a l, en 6 259 receptores de trasplante de médula ósea y en un periodo de 20 años describieron 28 pacientes (0.44%) con infecciones causadas por micobacterias no tuberculosis. El espectro de la enfermedad incluye desde infección en el sitio de salida del catéter hasta bacteriemia o sepsis. El tratamiento incluye eli­ minación del catéter y antibióticos.76 Infecciones pulmonares. Por lo común, son produci­ das por CMA (M. avium y M. intracellulare) y M. kansasii. Las manifestaciones clínicas son indistinguibles de la enfer­ medad pulmonar por M. tuberculosis. El diagnóstico debe incluir aislamiento del agente, y considerarse en pacientes cuyos infiltrados pulmonares no mejoran con tratamiento tradicional. Cuando el agente es CMA, se utilizan múltiples medicamentos por 18 a 24 meses (claritromicina o azitromi­ cina con rifampicina o rifabutina), y la resección quirúrgica Parte II Infecciones del aparato respiratorio Capítulo 9 de ser necesaria en quienes fracasa la farmacoterapia. Pue' Para combatir a M. kansasii se recomienda isoniazida, rifam­ picina y etambutol por 18 meses. La pirazinamida no es efi­ caz contra M. kansasii.2-55 Pacientes con fibrosis quística sufren incremento de enfermedad pulmonar por micobacterias no tuberculosis, con una prevalencia de 6% en menores de 12 años de edad. Las especies más comunes son el complejo M. avium -intrac e llu la re (MAC) (72%) y M. abscessus (16%), como flora única o coinfectando con Staphylococcus aureus o Pseudom o­ nas aeruginosa. Enfermos de fibrosis quística y neumonía que no mejoran con tratamientos comunes, sufren deterioro de la función pulmonar y clínica, deben ser evaluados para micobacterias no tuberculosis mediante colección de esputo expectorado de manera espontánea de tres muestras, o bien muestras de lavado bronquioalveolar para BAAR en frotis y cultivo, incluyendo pruebas de susceptibilidad a antifímicos. Empíricamente, se recomiendan dosis diarias de 3 o 4 fár­ macos, incluyendo claritromicina, rifabutina, etambutol y estreptomicina, que cubren MAC, y para M. abscessus, tera­ pia parenteral con cefoxitina y amikacina más un macrólido vía oral. En ambos, el tratamiento suele durar un año, pero la erradicación en M. abscessus puede ser difícil.54 Infección diseminada. Ocurre ante todo en niños con enfermedades malignas e inmunodeficientes congénitas, en particular en infectados por VIH. La diseminación puede incluir pulmones, hígado, bazo, aparato gastrointestinal, sis­ tema esquelético, piel; los síntomas principales incluyen fie­ bre recurrente, pérdida de peso, sudoración nocturna, dolor abdominal, diarrea, astenia y anemia. El complejo M. avium (MAC) es el causal más frecuente, pero también M. kansasii, M. haem ophilum y M. chelonae han sido cultivados. El trata­ miento incluye múltiples fármacos para pacientes con SIDA y otros individuos inmunodeprimidos, particularmente para infección diseminada por MAC. Se recomiendan claritromi­ cina o azitromicina combinada con etambutol, rifabutina o rifampicina y amikacina o estreptomicina. Por lo general, no administrar rifampicina o rifabutina con inhibidores de proteasa, pero de no haber alternativa se pueden combinar con nelfinavir o indinavir en coinfectados con VIH.2,77 El diagnóstico definitivo de enfermedades por micobacrerias no tuberculosis exige el aislamiento del microorganis­ mo; se recomienda gran cuidado al interpretar cultivos obtenidos de localizaciones no estériles (lavado gástrico, una sola muestra de esputo, o de orina). Es más probable que el aislamiento reiterado de numerosas colonias de una sola especie, y que proceda de sitios normalmente estériles (líqui­ do cefalorraquídeo, líquido pleural, médula ósea, sangre, aspirado de ganglios linfáticos, de oído medio o de biopsia) sea indicativo de enfermedad y no de contaminación.2 Tuberculosis R e f e r e n c ia s 1. González SN, Elizondo M , M acías M . Tuberculosis pul­ monar en el niño. Acta Ped M éx 1982;3:153-156. 2. American Academy of Pediatric. Tuberculosis. En: Pic­ kering LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enfermedades infecciosas en pediatría. 27a ed. Edit. M éd. Panamericana 2007:736-757. 3. Klincoln ME, Sewell ME. Tuberculosis. En: Krugman S, W ard R, Katz SL (eds): Infections diseases of chil­ dren, 6th ed. St Louis (M O ): C V Mosby, 1977;389450. 4. Frenk J, Gómez-Dantés O. La globalización y la nueva salud pública. Salud Pública de México/vol. 49, no. 2, marzo-abril de 2007. 5. Tubercubsis en las Americas. Reporte Regional 2008. Dis­ ponible en: http://new.paho.org/hq/index.php?option= com _content& task= view & id= 1344& Item id= 10506. Villalba-Caloca J. 6. Lalvani A. Diagnosing tuberculosis infection in the 21st century. New tools to tackle and old enemy. Chest 2007;131:1898-1906. 7. Lee JY, et al. Comparison of two commercial interferon-y assays for diagnosing Mycobacterium tuberculosis infec­ tion. Eur Respir J 2006;28:24-30. 8. Stone BA, Schelonka R, Drehner M D , et al. Dissemina­ ted Mycobacterium avium complex in non-human immunodeficiency virus-infected pediatric patients. Pediatr Infect Dis J. 1992;11 (1 1):960-964. 9. http://www.stoptb.org/globalplan/assets/documents/ GlobalPlanFinal.pdf 10. Tuberculosis: un problema de actualidad. Gac M éd Méx 139(5):471-492. 2003. 11. h tt p :/ / w w w .w h o .in t/ t b / p u b lic a tio n s / g lo b a l^ report/2009/key_points/es/index.html 12. Frenk J, Gómez-Dantés O. La globalización y la nueva salud pública. Salud Pública M éx 2007;49(2): 156-64. 13. http://new.paho.org/hq/index.php?option=com__conten t&task=view&id= 1344&Itemid= 10506 14. Collins C H . The bovine tubercle bacillus. Br J Biomed. Sci 2000;57:234-240. 15. Dankner W M , Davis CE. Mycobacterium bovis as a sig­ nificant cause of tuberculosis in children residing along the EUA-Mexico border in the Baja California region. Pediatrics 2000;105:E 79. 16. Chen SF, Gutierrez K. Mycobacterium bovis disease in a renal transplant patient. Pediatr Infect Dis J 2006; 25(6):564-566. 17. Ergin A, Hascelick G. Nontuberculous mycobacteria in patients with underlying diseases: results obtained by using polymerase chain reaction-restriction enzyme analysis between 1997-2002. New M icrobiol 2004; 27:49-53. -Iv i Parte II Infecciones del aparato respiratorio 18. Nicholson O et al. Nontuberculous Mycobacteria and stem cell transplant. Case report and review of the litera­ ture. Pediatr Infect D isJ. 2006;25(3):263-267. 19. Lincoln EM, Gilbert LA. Disease in children due to Mycobacteria other than M ycobacterium tuberculosis. Am Rev Resp Dis 1972;105:683-686. 2 0 . Hussey G, Chisholm T, Kibel M . M illiary tuberculosis in children: a review of 94 cases. Pediatr Infect Dis J 1991; 10(11):832-836. 21. M arais BJ et al. The clinical epidemiology of childhood pulm onary tuberculosis: a critical review of literature from the pre-chemotherapy era. Int J Tuberc Lung Dis. 2004;8:278-285. 22. Abughali N, Van Der Kuip c, Annable W, et al. Conge­ nital tuberculosis. Pediatr Infect Dis J 1994; 13(8):738741. 23. Doudier B, et al. Congenital tuberculosis after in vitro fertilización. Pediatr Infect Dis J 2 00 8 ;2 7(3 ):2 7 7278. 24. Driver RE, Lualien JJ, Good EW, et al. Tuberculosis in children younger than five years old: New York City. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(2): 112-117. 25. SchafFSH, Beyers N, Gie PR, et al. Respiratory tubercu­ losis in childhood: the diagnostic value of clinical featu­ res and special investigations. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(3): 189-194. 26. Adams LV. Childhood tuberculosis in the developing world. Pediatr Ann. 2004;33:685-690. 27. Burroughs M et al. Tuberculosis in culture-positive chil­ dren. Pediatr Infect D isJ. 1999;18(5):440-45. 28. Teeratakulpisarn J, Lumbiganon P, Pairojkul S, et al. Cavitary tuberculosis in a young infant. Pediatr Infect D isJ 1994;13(6):545-546. 29. Hugo-Hamman T C , Scher H, De Moor M . Tuberculo­ us pericarditis in children: a review of 44 cases. Pediatr Infect D isJ 1994; 13(1): 13-18. 30. Kohli V, Kumar L, Kataria S. M ultiple hepatosplenic tuberculous abscess in an eight-year-old boy. Pediatr Infect D isJ 1996; 15 (2): 178-179. 31. Vallejo GJ, O ngT L , Starke RJ. Tuberculous osteomyeli­ tis of the long bones in children. Pediatr Infect Dis J. 1995;14(6):542-546. 32. M cM aster P et al. Ten-year experience with paediatric lym ph node tuberculosis in Port Moresby. J. Trop. Pediatr 2001;47:160-164. 33. Reddy M P et al. Clinico-pathological profile of paedia­ tric lymphadenopathy. Indian J Pediatr 2002;69:10471051. 34. M arais BJ et al. Tuberculous lymphadenitis in children. Pediatr Infect D isJ 2006;25(2):142-146. 35 Albayrak D, Islek I, Gürses N, et al. Tuberculous perito­ nitis secondary to ventriculoperitoneal shunt. Pediatr Infect D isJ 1995; 14(3):2-14. 36 M artins C et al. Cerebral tuberculom a presenting as flexion spasms. Pediatr Infect Dis J 2 00 7 ;2 6(1 ):8 3 - 37. Kam A. et al. Active tuberculosis among adolescents in Toronto, Canada. C linical features and delays in diagno­ sis. Pediatr Infect D isJ 2007;26(4):355-356. 38. Sánchez-Albisua I et al. Twenty years of pulmonary tuberculosis in children. Pediatr Infect Dis J. 2002; 21 (l):4 9 -5 3 . 39. Cheng LT, O ttolini M , Getson P, et al. Poor parent rea­ ding of PPD induration. Pediatr Infect Dis J 1996; 1 5(l):90 -9 2. 40. Ildirim I, Hacimustafaoglu M , Ediz B. Correlation of tuberculin induration with number of bacillus Calmette-Guerin bacines. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(2): 10601063. 41. Sleiman R et al. Interpretation of the tuberculin skin test relative to BCG status. Pediatr Infect Dis J. 2007; 26(2):134-138. 42. Goletti D et al. Selected RD1 peptides for active tuber­ culosis diagnosis: Comparison of gam ma interferon whole-blood enzyme-linked immunosorbent assay and an enzime-linked Immunospot assay. C lin Diagnostic Lab Immunology. 2 0 0 5 ;1 2 (1 1): 1311-1316. 43. Davies PDO Drobniewski F. The use of interferon gam­ ma based blood test for the detection of latent tubercu­ losis infection. Eur Respir J 2006;28:1-3. 44. Richeldi L. An update on the diagnosis of tuberculosis infection. Am J Respir and C rit Care M edicine. 2006; 174:736-742. 45. M M W R . Guidelines for using the Q uantiferon-TB gold test for detecting M ycobacterium tuberculosis infection, United States 2005;54(R R 15):49-55. 46. M arais BJ. Radiographic signs and symptoms in chil­ dren treated for tuberculosis. Pediatr Infect Dis J 2006; 25(3):237-240. 47. Nelson T C , Taber HL. Diagnosis of tuberculosis pericar­ ditis w ith a fluorochrome stain. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(11): 1004-1007. 48. Salfinger M , PfyfFer GE. The new diagnostic mycobacte­ rium laboratory. Eur J C lin M icrobiol Infect Dis 1994;13:961-979. 49. leven M , Goossens H. Relevance of nucleic acid amplifi­ cation techniques for diagnosis of respiratory tract infec­ tions in the clinical laboratory. C lin Microb Review 1997;10(2):242-256. 50. Pierre C. Diagnosis of prim ary Tb in children by ampli­ fication and detection of mycobacterial DNA. Am Rev Respir Dis. 1993;147:420-24. 51. Oberhelman RA et al. Improve recovery of M . tuberculosis from children using the microscopic observation drug sus­ ceptibility method. Pediatrics 2 00 6 ;1 1 8 (l):el0 0 -el0 6 . 52. Challapalli M , Varnado CS, Cunningham GD. Tuber­ culous inguinaly mphadenitis. Pediatr Infect Dis J 1995; l4 (8 ):72 3 -72 4 . 53. Healy C M , Baker CJ. Cervical lym phadenitis. En: Fei­ gin RD, Cherry JD , Demmler GJ, Kaplan SL, eds. Text­ book of Pediatric Infectious Diseases. 5th ed. Philadelphia, PA: SaunrK s; 2004;185-197. 54. ??• 56. 5/ ■ 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65 :nts in iagno- r Capítulo 9 ionary 2002; 11 r6»199*?; 5< 5. lon ° f ilmet1060- 57 . 58. ln test 2007; 59. tuberrfer°n y and nostlc 60. gam' 3ercu" 61. ;ul°sis 2006; g2. ^ gold ctlon> 63. c^ " 2006; 64. :r'car' Dis J 65. nacte: Dis lplifiinfeceview mplii Rev ulosis gsus5. uberDis J : FeiTextIphia, Ravzi S, Saiman L. Nontuberculous Mycobacteria in Cystic Fibrosis. Pediatr Infect Dis J 2007;26(3):263264. Starke RJ, Correa GA. M anagem ent of mycobacterial infections and disease in children. Pediatr Infect Dis J 199 5;l4(6):455-469. Sneag DB et al. Failure of chemoprophylaxis in M D RTb cases. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 7 ;2 6 (1 2 ):1 1421146. Drobac PC et al. Com m unity-based therapy for children with m ultidrug-resistant tuberculosis. Pediatrics 2006; 117:2022-2029. Chintu C, M waba P. Tuberculosis in children with human immunodeficiency virus infection. Int J Tuberc Lung Dis 2005;9:477-484. Elenga N. Tuberculosis incidence in HIV-infected chilj ren in Cote d'Ivoire. Pediatr Infect Dis J 2005;24(12): 1077-1082. Hussey G, Kibel M , Parker N. Ciprofloxacin treatment of m ultiply drug-resistant extrapulmonary tuberculosis in a child. Pediatr Infect D isJ 1992; 11 (5):4 08 -4 11. W illie PJ, Chippindale JA, Cant JA, et al. M illiary tuberculosis and symptomatic hypercalcemia. Pediatr Infect D isJ 1993;12(9):780-782. Loeffler AM . Treatment options for nontuberculous mycobacterial adenitis in children. Pediatr Infect Dis J. 2004;23(10):957-958. Colditz GA et al. The efficacy of bacillus Calmette-Guérin vaccination of newborns and infants in the preven­ tion of tuberculosis: m eta-analysis of the published literature. Pediatrics 1995;96:29-35. Rodríguez LC et al. Protective effect of BCG against tuberculous m eningitis and m iliary tuberculosis: a metaanalysis. In tJ Epidemiol 1993;22:1154-1158. M ahomed H et al. The impact of BCG policy change on Tb incidence. Pediatr Infect Dis J 2006;25(12): 1167117 2 . Tuberculosis 66. Bricks LF. Percutaneous or intraderm al BCG. Vaccine. J. de Pediatr (Rio J), 2004;80:93-98. 67. W H O . Programmes and projects: tuberculosis disponi­ ble en www.who.int/tb/en/ 68. Kimerling EM, Vaughn SE, Dunlap EN. Childhood tuberculosis in Alabama: epidemiology of disease and indicators of program effectiveness, 1983 to 1993. Pediatr Infect D isJ 1995; l4 (8 ):67 8 -68 4 . 69. Deeks SL et al. Adverse events of BCG vaccine in Cana­ da. Pediatr Infect D isJ 2 0 0 5 ;2 4 (6 ):5 3 8 -5 4 l. 70. Talbot EA et al. Disseminated bacilli Calmette-Guérín disease after vaccination: case report and review. Clin Infect Dis 1997;24:1139-1146. 71. K asam biraTS et al. Lymphadenitis in an 18-month-old traveler to Mexico. Pediatr Infect Dis J 2007;26(10): 968, 973-974. 72. Griffith DE. Emergence of nontuberculous mycobacte­ ria. Am J Respir C rit Care M ed 2003;167:810-812. 73. Patel N C et al. M ycobacterium sim iae cervical lym phade­ nitis. Pediatr Infect D isJ 2007;26(4):362-363. 74. Sm ith S, Anders B. Tuberculosis mastoiditis caused by M ycobacterium bovis. Pediatr Infect D isJ 1994; 13(6):538539. 75. Doedens RA et al. M ycobacterium m arinum transmis­ sion. Pediatr Infect D isJ 2 0 0 8 ;2 7 (l):8 1 -8 3 . 76. Gaviria JM et al. Nontuberculous M ycobacterial infec­ tions in hematopoietic stem cell transplant recipients: Characteristics of respiratory and catheter-related infec­ tions. Biol Blood M arrow Transplant 2000;359-360. 77. Gleason M D , Church J, Ross L. A comparative study of transfusion-acquired hum an immunodeficiency virusinfected children with and without disseminated M yco­ bacterium avium complex. Pediatr Infect Dis J 1994; 13(6):484-488. r Capítulo ■ T< Tos ferina A ndrés Noé Torales Torales Dem óstenes Gómez Barreto José Carlos Pérez Escobedo Ci tido d< de un; tóxico ciliost; lar. Es minan mucoc Favors P; cula Sí clinics no api T Introducción La tos ferina, llamada también pertussis, es un padecimiento respiratorio de evolución aguda y altamente contagioso, cau­ sado por bacterias del género Bordetella y en particular B. pertussis,1'3 Se manifiesta principalmente por accesos violen­ tos de tos de tipo espasmódico y paroxistico, sin fiebre, que terminan con la emisión de una especie de silbido inspiratorio llamado “canto de gallo” y vómito.4 Otros microorganismos pueden producir un cuadro similar y se integran en el denominado síndrome coqueluchoide, que tiende a ser de menor intensidad y duración.5 9 La enfermedad fue identificada en 1578 por De Bailleau, quien la denominó “tos quinta o tos quintana . En 1906, Bordet y Gengou aislaron el microorganismo causal,1 inicialmente llamado bacilo de Bordet-Gengou y en la actua­ lidad Bordetella pertussis y donde el género también incluye a B. parapertussis y B. bronchíseptica.^’7^ Etiología Características del agente causal: Bordetella pertussis Se trata de un bacilo pequeño gramnegativo y pleomórfico que mide 0.3 a 0.5 nm de ancho por 1 a 1.5 nm de largo, no móvil y encapsulado. Los humanos son los únicos hospederos.4’10,11 La bacteria no invade células de la submucosa ni el torrente sanguíneo, pero muestra cierto tropismo por células ciliadas del epitelio nasofaríngeo y del árbol tra- queobronquial.10 Para su aislamiento, el medio de cultivo por excelencia es el de Bordet-Gengou o el de Regan Lowe.3,11 B ordetella pertussis produce una variedad de compuestos tanto de la superficie (moléculas de adhesión) directamente relacionados con la adherencia del organismo a células cilia­ das del epitelio respiratorio, como toxinas, que parecen ser la causa de los síntomas de la enfermedad.2,12 Componentes de Bordetella pertussis ^ Moléculas de adhesión Hemaglutinina filamentosa (HAF). Este componente de la pared celular resulta crucial para la unión de la bacteria al epitelio ciliado. Es inmunógena y se correlaciona con pro­ tección en niños vacunados o que ya antes presentaron la infección.12,13,14 Aglutinógenos. Antígenos de superficie relacionados con fimbrias que estimulan la producción de anticuerpos aglutinantes. Se han identificado seis tipos (1 a 6), de los cuales los aglutinógenos 1, 2 y 3 concurren en la mayor par­ te de las cepas. Así los de tipos 1 y 2, o bien 1 y 3, se incor­ poraron en vacunas acelulares, lo que mejoró su eficacia.3,12 Pertactina. Proteína externa de la membrana de la bac­ teria, de 69 kDa, no fimbriada y con propiedades inmunógenas, incorporada a vacunas acelulares.2,12 Factor de colonización traqueal. Probable molécula de adhesión aún no bien caracterizada.11 encue rada i bacter 3',5'efecto intoxi mo re L rial pi comp mos ¿ en la de ac toxin: contii deber tanci; que c unid; c sindi: to de enzir sin p paree que I C a p itu ló lo g Toxinas Citotoxina traqueal (CTT). Es u n d isacárid o tetrap ép tido derivado d el p ep tid o glu can o de B. pertussis y m iem b ro de una gran fam ilia de p éptido s m u ram íd ic o s. In vitro es na )rales irreto ibedo :ultivo Regan uestos mente s ciliaíser la >nente icteria n pro­ ron la inados lerpos de los >r par- incor:ia.3,12 a bacnunó- tóxico p ara células del ep itelio traq u e al, con u n efecto de ciliostasis; in h ib ic ió n de la sín tesis del DNA y m u erte c e lu ­ lar Estudios in vivo su gieren qu e los efectos d e la CTT c u l­ m inan en p arálisis del sistem a de b arrid o (lim p ieza) mucociliar, con e lim in ac ió n de algu n as células ciliad as. Favorece la p ro d u cció n de in te rle u c in a 1 y ó xido n ítric o .2,12 Parece probable que las acciones de esta singular molé­ cula sean la causa de los fenómenos iniciales de la tos ferina clínica; desafortunadamente no es inmunógena, y por tanto no apta para incluirse en componentes de vacuna acelular. Toxina de adenilciclasa (TAC). Es una proteína que se encuentra en la superficie de B. pertussis y puede ser incorpo­ rada a células fagocíticas durante el proceso de ingestión bacteriana y cuya producción incrementa los niveles de 3',5 -monofosfato de adenosina cíclico (cAMP) que tiene el efecto de inhibir la función fagocítica. Se ha sugerido que la intoxicación del sistema inmunitario mediante este mecanis­ mo resulta protectora de la bacteria.2,12 La TAC es inmunógena, pero no se ha obtenido mate­ rial purificado en cantidades suficientes para añadirla como componente de vacunas acelulares desarrolladas en los últi­ mos 20 años. No obstante, probablemente será considerada en la subsiguiente generación de vacunas.15 Toxina p e r tu s s is (TP). Es una exotoxina estructurada de acuerdo con el modelo A-B de toxinas, similar a otras toxinas bacterianas (p. ej., toxina diftérica). La molécula contiene dos compuestos funcionalmente distintos que deben actuar juntos porque separados no son activos. La sus­ tancia A es la subunidad mayor S -l, y la B es un oligómero que contiene tres dímeros (S2 + S4) y (S3 + S4) y una subunidad de enlace S5. Su mecanismo de acción consiste en transferir adenosindifosfato de ribosa a proteínas G, e inhibir el acoplamien­ to de receptores a vías de transducción intracelular, alterando enzimáticamente diversas funciones de ciertos tejidos, pero sin producir daño histológico. Esta ribosilación de ADP parece ser irreversible, y la función permanece alterada hasta que la célula se renueva.12 La respuesta fisiopatógena producida por laTP incluye: * * ilécula * Mayor susceptibilidad a ciertos mediadores quí­ micos y agentes, como histamina, serotonina, endotoxina y frío; y a infecciones virales o bacterianas.11,12 Alteraciones metabólicas, como hiperinsulinemia e hipoglucemia refractaria a adrenalina.11 Leucocitosis-linfocitosis (reacción leucemoide).16 • Tos ferina “Sensibilización” de células cardiacas, con reduc­ ción del débito y de la presión arterial.17 La toxina pertussis es altamente inmunógena y se encuentra presente en todas las vacunas acelulares hasta hoy producidas.3,14,18,19 Se estima que es una de las principales causas de la patogenia y las manifestaciones clínicas de la infección con B. pertussis,12 ** Otras sustancias tóxicas Endotoxina o lipopolisacáridos. Contenida en vacu­ nas celulares o de bacteria completa, puede contribuir a reacciones de tipo inmediato, pero su participación en el proceso de la enfermedad no ha sido dilucidada.12 Toxina termolábil (TTL). No se ha esclarecido su par­ ticipación definitiva en la patogenia de la tos ferina, datos recientes indican un efecto de vasoconstricción en arteriolas del aparato respiratorio que sugieren cierta influencia en el estadio inicial de la enfermedad.12 Etiología del síndrom e coqueluchoide No toda tos paroxística es necesariamente causada por Bordetellapertussis. Existen múltiples informes de pacientes con tos coqueluchoide producida por B. parapertussis?'^’1,8 B. bronchiseptica,5 M ycoplasma p n eu m on iae,3 Chlamydia sp,6 adenovirus, virus sincitial respiratorio, parainfluenza y otros,9 ya solos o asociados (coinfección).4,20 Todos ellos deben con­ siderarse en el diagnóstico diferencial de la tos ferina. A con­ tinuación se describen algunos rasgos distintivos. B ordetella parapertussis, descrita inicialmente por Eldering y Kendrick en 1937, y después por Bradford y Slavin.8 Al igual que B. pertussis, produce diversos factores de viru­ lencia, tanto adhesinas como toxinas (HAF, pertactina, aglutinógenos fimbriados, CTT, TTL), pero aunque produce toxina pertussis no la expresa al parecer por mutación genética.7,8 Bordetella parapertussis muestra también tropismo por células ciliadas del aparato respiratorio, pero a diferencia de B. pertussis, que es un patógeno exclusivo del ser humano, produce neumonía crónica no progresiva en borregos.7,8 Bordetella bronchiseptica es un cocobacilo gramnegativo, pequeño, pleomórfico, que crece con rapidez en condiciones aerobias en medios nutricionales simples y a temperaturas de 35 a 37 °C.5 Es causa poco común de infecciones en seres humanos, y casi de forma exclusiva en personas inmunodeficientes y que tienen contacto frecuente con animales enfer­ mos (cerdos, perros, conejos, etc.). Ocurre en receptores de Parte II Infecciones del aparato respiratorio Cuadro 10-1 Microorganismos relacionados con el síndrome coqueluchoide en 149 pacientes negativos a B. pertussis Adenovirus Núm. % 33 22 12.0 1 2 10 . 0 1 n c §8.0 c a» V. parainfluenza 1,2 y 3 18 12 ■O Mycoplasma pneumoniae 11 7 g V. sincitial respiratorio 10 7 V. Epstein-Barr 4 3 Influenza B 4 3 Influenza A 3 2 Negativos 66 44 trasplantes, incluso de médula ósea, y pacientes con infección por VIH/SIDA, etc.; de manera ocasional en inmunocompetentes. Hasta 1999 sólo se tenían registrados 38 casos en la bibliografía anglosajona.5 Las manifestaciones clínicas más frecuentes en seres humanos son las vinculadas a sinusitis, traqueobronquitis, coqueluche y neumonía. También produ­ ce condiciones extrapulmonares, como bacteriemia, endocar­ ditis, peritonitis y neumonía.5 Chlamydia p n eu m on iae causa un espectro clínico de enfermedad que incluye bronquitis, neumonía y enfermedad que simula influenza, entre otros. Se han registrado brotes epidémicos en guarderías, jardines de niños, escuelas, campos militares y en la comunidad. En Japón entre junio y julio de 1994, Hagiwara et al. informa­ ron un brote de enfermedad similar a tos ferina en 59% de 230 estudiantes con tos intensa con una duración media de 17.4 días en los casos con bronquitis y de 30.4 en los de neu­ monía.6 El síndrome coqueluchoide también se ha relaciona­ do con diversos agentes virales o con M ycoplasma pneum oniae, ya como causa directa o como coinfectantes. Así, en el infor­ me de Wirsing von Kónig,9 de 149 niños con tos de tipo “coqueluche” 83 (55%) mostraron positividad a patógenos diferentes de B ordetella sp (cuadro 10-1). La coinfección de B. pertussis con adenovirus, virus influenza A y sincitial respiratorio, ha sido demostrada en diversas publicaciones.20,21 Epidem iología vu O O. Año I I Menores de 1 ¡ 1 a 4 años I Mayores de 5 años Figura 10-1 Frecuencia anual de casos de tos ferina y su proporción de menores de 5 años. México 1990-2009. De: http:// www.dgepi.salud.gob.mx/anuario/index.htlm En el mundo hay entre 20 y 40 millones de casos anuales, y mueren de 200 000 a 400 000 niños, 90% de ellos en países en desarrollo, sobre todo en menores de 4 meses.22,23 Los cambios en la epidemiología de la enfermedad ocu­ rren a nivel global, los adultos y adolescentes son una impor­ tante fuente de infección para los niños no vacunados o con esquema de inmunización incompleto. La alta incidencia se debe a que la inmunidad inducida por las vacunas tanto de células enteras como acelulares disminuye 6 a 10 años des­ pués, lo que propicia reinfecciones en adultos, que actúan como fuentes de contacto en niños susceptibles. En México y otros países hay un subregistro importante . 24-26 La tasa de incidencia ha mostrado un descenso de ( entre 1990 y 1994, y después algunos repuntes (figura 10-1). La mortalidad ha descendido a casi 0 (figura 10-2). La figura 10-3 muestra egresos y defunciones de neonatos.28'30 El humano es el único huésped conocido de B. pertussis. Se transmite por contacto estrecho y secreciones respirato- 4.0 2,0 0.0 A Figura cionef cubos rías; 1 inmu los ca 100 ( ocurr siva e su lap I made de, 2 aislar La pr total menc 1 dism aumt ido a alza i dos c apart 200; se pr de ÍV t—(N LD C\ LD ’ñJ- ^ ..................t' fO ''» <s0 ^ 1/1 rf\ CO ^1" i/) o o o o o o o o o ^ o t - o ^ ^ p o . oóóóoóooodo La tos ferina aún es una importante causa de morbimortalidad en todo el mundo, la OMS indica que de las muertes en menores de cinco años por enfermedades prevenibles por vacunación, pertussis ocupa el 5o lugar. La incidencia de p e r ­ tussis es 50 veces menor que en la era prevacunal, pero ha ocurrido un incremento gradual en las dos décadas pasadas. 6.0 ¡ i ¡ i i i i i i i—i- i Pal Lnv£)Ncoa>o<—r\iro'3-Lnv£)r'»coa>o<—(N.'ínj ■i ro ^ u loi vo ^ rv^ co ~ COCOCOCOCOO'O^O'O'O'O'^O'O'O'OOOOOOOOO UiO'O'O'O'O'O'O'O'O'O'O'O'O'O'OOOOOOOOO Ense acue Año lia p <— <— <— <— <— <— <— <— <— <— <— «— <— <— <— (■\ic\ic\ir\irMr\ir\ir\|f'< Figura 10-2 Incidencia acumulada de defunciones por tos feri­ na, B. pertussis y agente no especificado en menores de 5 años de edad en México, 1985-2008. De: http://dgis.salud.gob.mx/cubos/ med aero C a p itu ló lo | | Egresos hospitalarios | Defunciones 12.0 %‘ 10.0% ' 8.0 % - 6.0% - vunp 4 .0 % ' 2.0 % ■ 5 años 0.0% ■ Ano l o C Q a\ n ü http:// n——i—i n n i i i i i i i i i i i i co^ O i—rg ro mvo r^.coa^O'—rsiro^invor^oo C O C O C O C O f f i O M J i a i O ' O ' O M ^ ^ ^ O O O O O O O O O n-,C\C^C^C^G^C^C^C^O ^(J\ r- CTv^^OOOOOOOOO <— ^ ^ - r M r M r M ( N ( N ( N ( N ( N í N Figura 10-3 Porcentaje de neonatos entre los egresos y defun­ ciones por tos ferina en México. De: http://dgis.salud.gob.m x/ cubos/ uales, y n países 3 ad ocuimpor>s o con sncia se anto de ios des­ actúan ortante escenso L 1 0 -1 ). a figura o ertussis. ;pirato- rias; la adquieren hasta 90% de contactos domiciliarios no inmunes. Se presenta a cualquier edad, entre 35 a 45% de los casos en menores de 6 meses con tasas de hasta 447 por 100 000 en menores de 3 meses. La mayor contagiosidad ocurre durante la fase catarral y disminuye de forma progre­ siva en las 2 a 3 semanas siguientes del periodo paroxístico, su lapso de incubación va de 1 a 2 semanas. En México desde el 2000 ha habido 1 451 casos confir­ mados de tos ferina, 7 484 casos de síndrome coqueluchoide, 2 666 egresos hospitalarios por tos ferina con o sin aislamiento de B. pertussis y 94 defunciones por tos ferina. La proporción de menores de cinco años es mayor a 90% del total de casos, egresos y defunciones, con predominio en menores de 1 año. La proporción de egresos hospitalarios en lactantes disminuyó de 8.3% en el 2000 a 4.6% en 2003, con un aumento a 9.7% en 2008. La tendencia de casos nuevos ha ido a la baja desde 1990, la de los egresos hospitalarios a la alza desde 2000 y la de defunciones a la baja desde media­ dos de la década de 19 8 0-19 8 9.31,32 Los brotes epidémicos aparecen cada 3 a 4 años, los últimos en 2001-2002 y 2005-2006. Desde la semana epidemiológica 32, en 2009 se presentó un brote de tos ferina en los estados del norte de México. Patogenia y£) N CO O OO o o o rsl (N (N 'Sferi­ nos de ubos/ Enseguida se expone el cuadro fisiopatógeno propuesto de acuerdo con los factores de virulencia conocidos de B ordetettapertussis (adhesinas y toxinas).73 En un primer estadio (fase de infección) la bacteria, mediante inhalación de secreciones respiratorias en gotitas aerosolizadas, se adhiere y coloniza células ciliadas en naso- Tos ferina faringe (factores de adherencia), donde prolifera y se disemi­ na a células ciliadas traqueobronquiales. Durante ese tiempo la producción de citotoxina traqueal (CTT) y otras induce ciliostasis y daño del epitelio respiratorio, lesiones suficientes como para producir coriza y tos del periodo catarral de la enfermedad.11’12,33 A medida que el daño local se incrementa y son atraídas células inflamatorias, el efecto de la TAC al inhibir la fun­ ción fagocítica de los leucocitos protege a la bacteria de ser eliminada y permite la producción de otras toxinas, en par­ ticular la depertussis, que son la causa de las manifestaciones graves de la enfermedad, tanto locales (tos paroxística) como a distancia (fase de enfermedad).2,11,12 De este modo, los síntomas de la fase de infección son relativamente leves, no así los de la fase de enfermedad que, además de graves, no se alteran con la eliminación de la bac­ teria de los sitios de colonización, que por lo común ocurre dentro de las primeras cuatro semanas del proceso.2,14 Tales manifestaciones tampoco disminuyen ni se eliminan con antimicrobianos, sino que persisten hasta que las células afectadas por la toxina son retiradas de los tejidos, lo cual ocurre entre seis y ocho semanas, e incluso en mayor tiempo (hasta más de 20 semanas en algunos casos).3,31 En algunos casos B. pertussis continúa proliferando y el microorganismo alcanza la mucosa ciliada de los alveolos, lo que da lugar a una neumonía por B ordetella sp que conlleva una mortalidad de más de 96% de los casos. La forma de expresión de la toxina y la susceptibilidad del sujeto parecen estar bajo control genético.2 La fisiopatogenia de las reacciones neurológicas en la llamada encefalopatía tosferinosa aún no se ha estudiado ni entendido por completo.2,12 Su presencia no necesariamen­ te se correlaciona con la gravedad de la enfermedad, y el hecho de que ocurra en un número reducido de casos obliga a pensar que pueda estar controlada genéticamente. Ade­ más de la determinación genética, otros factores condicio­ nantes incluyen: • • • • • Acción neurológica directa de la TP. Acción de una neurotoxina, que podría ser el com­ plejo de adenilciclasa termostable.2 Hipoglucemia secundaria a hiperinsulinemia.2,12 Anoxemia y edema cerebral consecutivos a paroxis­ mos de la tos.2 Aparición de infección viral favorecida por la pro­ pia B ordetella.9,20 Patología Existe una variación considerable en los datos histopatológicos a nivel pulmonar, lo cual depende del grado de coloniza- = . Parte II Infecciones del aparato respiratorio ción y de la presencia de infecciones virales o bacterianas como complicación. En las fases iniciales del padecimiento es posible apre­ ciar edema en tráquea, bronquios y bronquiolos. Se presenta hiperplasia linfoide peribronquial y de los ganglios tráqueobronquiales e infiltrado inflamatorio relativamente leve bajo las zonas del exudado, que pueden estar cubiertas de masas de bacterias enredadas entre los cilios y en el contorno de los alveolos (rara vez dentro de ellos) y parálisis de las células epiteliales, lo que produce acumulación de moco. Las células secretorias de moco también pueden estar “sensibilizadas” a la toxina, con aumento en su producción. La inflamación bajo las zonas de colonización también sugiere acción direc­ ta de TP, y aunque el daño es relativo, puede haber necrosis focal. Otros cambios a nivel del parénquima pulmonar deben atribuirse a atelectasias, infección viral o bacteriana agregada.2,11,12 La reacción leucemoide con linfocitosis se atribuye a leucopoiesis a nivel medular o transferencia masiva de dichas células a sangre periférica, que no regresan a los tejidos linfoides; ambas acciones se atribuyen al factor promotor de leucocitos de la TP. Los casos relacionados con encefalopatía muestran con­ gestión, edema, hemorragia de tipo petequial o subaracnoidea y atrofia cortical. Cuadro clínico El cuadro típico de la tos ferina se produce principalmente en pacientes no inmunizados mayores de tres meses y antes de la pubertad. Después de la adolescencia o en menores parcialmente inmunizados el curso clínico es extraordinaria­ mente variable, por lo general leve o atípico.3,11,27,29,34 El curso clínico se divide en tres periodos o fases: • • • Periodo catarral. Periodo paroxístico o de estado. Periodo de convalecencia. Después del periodo de incubación, se inician síntomas de vías respiratorias superiores, con rino­ rrea estornudos, hiperemia conjuntival o lagrimeo, tos leve y febrícula o ausencia de fiebre. El niño se torna irritable y a medida que el trastorno avanza, la tos incrementa en fre­ cuencia e intensidad, a veces seguida de vómito, cianosis o paroxismos. Su duración es variable, por lo general de una a dos semanas. El médico difícilmente sospecha la enferme­ dad y es el periodo de mayor capacidad infecciosa.2,3 Periodo p a r o x ístico o d e e s ta d o . Su d u rac ió n varía de Periodo catarral. dos a cuatro semanas, y o casio n alm en te es m ayo r en casos graves. Durante este periodo son característicos los accesos de tos, que en un lapso de 24 horas pueden ocurrir de 20 a 30. La tos se torna paroxística; puede acompañarse de ciano­ sis o vómito e incluso de periodos de apnea en recién nacidos o lactantes menores. Al final del acceso el paciente presenta el estridor inspiratorio característico denominado “canto de gallo”, sobre todo en niños mayores. Los accesos de tos sue­ len tener lugar con suma facilidad cuando el pequeño llora o se alimenta, o cuando el médico estimula la faringe con el abatelenguas. El paciente presenta facies edematosa y puede desarrollar hemorragias en diversas partes del organismo, particularmente epistaxis. Las crisis son más frecuentes durante la noche y en habitaciones cerradas. La contagiosi­ dad expira después de la segunda a tercera semanas de este periodo.29,34,35 Periodo de convalecencia. Principia en el momento en que disminuyen la frecuencia e intensidad de los accesos de tos (entre la cuarta y sexta semanas del periodo paroxístico) y se extienden con intensidad decreciente durante varias semanas o meses. Los accesos pueden exacerbarse si el paciente padece infecciones de vías respiratorias superiores intercurrentes.11 Los casos de tos ferina en adultos tienden a reconocerse y publicarse con frecuencia creciente;13,31 el curso clínico puede ser similar al de los niños, sin embargo, los atípicos son más frecuentes, se presentan como tos seca “intratable”, diagnosticada erróneamente como bronquitis, de duración media, en donde la ausencia frecuente de linfocitosis (reac­ ción leucemoide) dificulta el diagnóstico.3,11 En un estudio de 173 casos de síndrome coqueluchoide que se atendieron en el Instituto Nacional de Pediatría, 108 (62.4%) fueron menores de seis meses y la tos en accesos paroxísticos ocurrió en 100% de los casos; convulsiones en 24.3%, y crisis de apnea en 16.8%. Los datos se analizan en los cuadros 10-2 y 10-3. Cuadro 10-2 Signos y síntomas al ingreso en 173 casos de tos ferina. Instituto Nacional de Pediatría. México Signos y síntomas Casos Porcentaje 173 100 Vómito 173 100 Fiebre 125 72.2 Hepatomegalia 57 32.9 Convulsiones 42 24.3 Periodos de apnea 29 16.8 Hemorragias 12 6.9 4 2.3 Tos en accesos Tos espasmódica, cianosante, emetizante Esplenomegalia Cuadro Institute 0-2 me 3-5 me 6-8 me 9-11 rr 1-3 añ 4-6 añ 7-9 añ lOañc Tota i Ge de 173 Toront atendic present estrido tos feri ron, ad Er julio di edad p ción rr 180.31 paroxíí cianosi L¡ lar el c Corr La tos todo o De tal datos i pitaliz en me requir des de tes inc en me 1.6%, Otros C a p itu ló lo : 20 a cianoacidos esenta uto de >s sueUora o con el puede íismo, uentes igiosile este tito en sos de ístico) varias si el :riores ocerse :línico ípicos rabie”, ración (reac:hoide i, 108 ccesos íes en alizan 10-3 Grupos de edad en 173 casos de tos ferina. I n s t i t u t o Nacional de Pediatría. México_________________ C u a d ro Edad Casos Porcentaje 0-2 meses 59 34.10 3-5 meses 49 28.33 6-8 meses 21 12.14 9- 1 1 meses 13 7.51 1-3 años 25 14.45 4-6 años 2 1.16 7-9 años 3 1.73 1 0 añoso más 1 0.58 173 100.00 Total Gordon et al. publicaron la sintomatología de tos ferina de 173 pacientes atendidos en el Children’s Hospital, de Toronto.29 Del total, 23% requirió hospitalización y 8% fue atendido en la unidad de cuidados intensivos; 172 (99%) presentaron tos, que en 84% fue paroxística, y 44% tuvo el estridor característico. De 71 niños con el cuadro clásico de tos ferina, 31 (44%) presentaron cianosis y 23 (32%) tuvie­ ron, además de cianosis, periodos de apnea. En el brote epidémico que se registró en Chicago entre julio de 1993 y abril de 1994, publicado por Kenyon eta l. la edad promedio en 218 pacientes fue de ocho meses y la dura­ ción media de la tos de 20 días, con un intervalo de 14 a 180.31 Noventa y cinco por ciento de los niños presentó tos paroxística, 78% tos emetizante, 41% “canto de gallo”, 36% cianosis, 30% periodos de apnea y 2.2% convulsiones. La enfermedad causada por B. parapertussis puede simu­ lar el cuadro típico de la causada por B. pertussis, pero suele ser menos grave y no desarrolla linfocitosis relevante.7 etos Complicaciones 'aje La tos ferina es una enfermedad potencialmente grave, sobre todo cuando ocurre en recién nacidos y lactantes menores.27,36 De tal forma, en el informe de los CDC, de Atlanta, con datos de 1989 a 1991, los menores de seis meses fueron hos­ pitalizados en 70% de los casos, de seis a l l meses en 45%, y en menos de 10% en mayores de cinco años de edad. Muchos requirieron ventilación asistida y atención integral en unida­ des de cuidados intensivos. Las complicaciones más frecuen­ tes incluyeron neumonía en 11.7% de manera global, pero en menores de seis meses aumentó a 16%; convulsiones en 1.6%, y encefalopatía en 0.1%. La mortalidad fue de 0.2%. Otros informes muestran cifras de hasta 22, 3 y 1% para Tos ferina neumonía, convulsiones y encefalopatía, respectivamente, con mortalidad de 1.3%.3 En México, las cifras son mayo­ res, sobre todo las de mortalidad. La tos ferina no complicada suele tener curso sin fiebre. Lo contrario puede ser un indicio de sobreinfección, en gene­ ral por virus o bacterias del ambiente hospitalario.2,9,20,29 La radiografía de tórax muestra infiltrados en regiones parahiliares, a menudo con imágenes de reforzamiento bron­ quial por secreciones “corazón peludo”, que conlleva a atelectasias e hiperinflación compensatoria en otras regiones pulmonares. Sin embargo, el incremento en infiltrados o imágenes francas de condensación pulmonar demuestra la complicación neumónica. Otras complicaciones son neu­ motorax, neumomediastino y bronquiectasias.11,36 Además de convulsiones, el paciente con tos ferina pue­ de sufrir hemorragia subaracnoidea, encefalopatía y atrofia cortical,27 favorecidas por hipoxia-asfixia, pero también por accesos graves de hipoglucemia.27 La dificultad en la alimentación, así como vómito repe­ tido, a veces sin poderlo reprimir, llevan a trastornos electro­ líticos y del equilibrio acidobásico, deshidratación y pérdida de peso; y a causa de incremento de la presión intraabdominal por la tos y el vómito ocurren hernias lumbares, inguina­ les o umbilicales y prolapsos rectales; también epistaxis, hemorragias en tejidos blandos, párpados y conjuntivas. Otras complicaciones son otitis media, lesión del frenillo o lengua, y bradicardia recurrente.2,17,29,34 Diagnóstico El diagnóstico de tos ferina debe apoyarse en tres criterios: a) epidemiológico, b) clínico y c) de laboratorio, este último sustentado en la biometría hemática y en los resultados de las pruebas serológicas y del cultivo (cuadros 10-4 y 10-5).2,3,11 Debido a la dificultad de confirmar el diagnóstico mediante laboratorio, los médicos con frecuencia se basan en los siguientes datos: paciente no vacunado, particular­ mente si estuvo en contacto con un caso confirmado de tos ferina; o presente durante un brote epidémico de la enferme­ dad que sugiere el cuadro clínico ya referido y con una linfo­ citosis relevante (reacción leucemoide). Sin embargo, su sensibilidad y especificidad varían del 40 al 80%, depen­ diendo de si se trata de casos esporádicos o brotes, estadio de la enfermedad y edad del paciente.2,23,37 Cultivo. Es el patrón de oro, con una especificidad de 100%. No obstante, su realización plantea múltiples dificul­ tades: resultados del cultivo de cuatro a 10 días; tasas de aislamiento decrecientes a partir del periodo paroxístico y casi nulo después de la tercera semana de la enfermedad; Parte II Cuadro 10-4 Infecciones del aparato respiratorio Diagnóstico de tos ferina •Epidemiología y cuadro clínico •Biometría hemática •Serología — IFD de secreciones nasofaríngeas — ELISA: Ac, lgG,TP (muestras pareadas) Ac, IgA, HAF •Cultivo •Reacción en cadena de polimerasa (PCR) Abreviaturas: Ac, anticuerpo; ELISA, análisis por ¡nmunoabsorción ligado a enzimas; HAF, hemaglutinina filamentosa; IgA, inmunoglobulina A; IgG, inmunoglobulina G; IFD, inmunofluorescencia directa;TP, toxina pertussis. disminución de la positividad con el uso de antibióticos o vacunación previa y contaminación por otros microorganis­ mos de la nasofaringe.3,11 Para cultivar B ordetella pertussis es necesario obtener moco nasofaríngeo mediante aspiración con torundas de dacrón o alginato cálcico, ya que las de algodón la inactivan, e inocularlo de inmediato en medios especiales, de los cuales dos son los convencionales: el de Bordet-Gengou, que con­ tiene sangre de caballo desfibrinada y cloxacilina; y el de Regan-Lowe, que contiene agar carbón, sangre de caballo desfibrinada y cefalexina; ambos con sensibilidad no mayor de 50%, que se incrementa en brotes epidémicos.3,4 En la actualidad el medio de Moredun, de agar carbón, que contiene ciclohexamida y espectinomicina, es altamente específico de B ordetella parapertussis, pero inhibe el creci­ miento de B. pertussis.8 Serología. Primero se utilizó la titulación de anticuer­ pos neutralizantes en sangre, en muestras pares, mediante el método de inmunodifusión en placas de agar (técnica de Aucherlony), con especificidad hasta de 86% de acuerdo con Aftandelianis et al. Posteriormente se ha empleado la prueba de inmu­ nofluorescencia directa (IFD) de secreciones nasofaríngeas, que tiene baja sensibilidad (61%) y especificidad de 95% debido al uso de reactivos monoclonales, pero requiere per­ sonal experto en su realización.3,37 Cuadro 10-5 Son promisorias las pruebas de inmunoabsorbencia ligada a enzimas (ELISA) que detectan anticuerpos clase IgG contra toxina pertussis (TP) o IgA para hemaglutininj filamentosa (HAF), por su sensibilidad y especificidad cercañas al 100%.4 En general las pruebas serológicas son útiles para estu­ dios epidemiológicos, pero de uso limitado en el reconoci­ miento y manejo de la enfermedad aguda ya que no están disponibles en la mayor parte de los laboratorios.26,33 La amplificación del DNA en secreciones nasofaríngeas, mediante reacción en cadena de polimerasa (PCR), tanto en sujetos previamente vacunados como en los que ya reciben antibióticos, incrementa de forma importante la identifica­ ción de los casos.38,39 Se trata de una prueba rápida, que proporciona resulta­ dos en cinco horas, con especificidad similar al cultivo y reproducible. Sin embargo, su sensibilidad depende de la cantidad de DNA de la muestra, que naturalmente disminu­ ye de forma considerable después de la tercera o cuarta semana de la enfermedad; y puede dar resultados falsos posi­ tivos por contaminación del DNA tanto de vacuna de célu­ las enteras como de vacunas acelulares; tampoco distingue entre B. pertussis y B. parapertussis y puede no estar disponi­ ble comercialmente.4,26,40 Diagnóstico diferencial El diagnóstico diferencial se establece en el inicio del padeci­ miento, con cuadros de influenza y bronquitis. La primera es de instalación súbita y con ataque importante al estado general; en la segunda, la tos no tiene un carácter evolutivo y su duración es mucho menor.2,34 Un cuerpo extraño en laringe o tráquea podría también prestarse a confusión; no obstante es de inicio repentino, carece de cuadro catarral previo y el recuento de leucocitos y linfocitos resulta normal.11 Los linfomas y las infiltraciones leucémicas a ganglios pueden producir tos quintosa, debido a compresión ganglio­ nar; sin embargo, la sintomatología (anemia, hepatospleno- Definición de tos ferina. OMS, 2000 Para vigilancia epidemiológica Definición clínica. Caso diagnosticado por un médico, o persona con tos de al menos 2 semanas y uno de los siguientes síntomas: 1. Paroxismos de tos. 2. Estridor inspiratorio "canto del gallo". 3. Vómito posterior al acceso de tos, sin otra causa aparente. Definición de laboratorio. Aislamiento de B. pertussis o detección del genoma por PCR o serología positiva pareada. Caso clínico: Llena los criterios clínicos pero no se confirma por laboratorio. Caso laboratorio-confirmado: Cumple los criterios clínicos y de laboratorio. '<5 megalií establei largos, w El Chlami pero el de edac La den co de clor estudie grafías segund tico de Trat Ai maco ■ dosis d y dura; es posi do el p del pat e impe Ei miend dos do kg/día lidos p estánd concer efecto; tolerar O toxazo día, er ciña, i (contr bilidac L; geners E tromic sospec cienci: obstar de nei \ cipaln C a p itu ló lo )rbencia os clase lutinina d cercaira estu¡conoci10 están ¡3 ríngeas, :anto en reciben sntificaresultaultivo y le de la isminui cuarta os poside céluistingue iisponi- padeciprimera i estado solutivo ambién >entino, ocitos y ganglios janglioispleno- megalia, púrpura, fiebre de larga evolución, etc.) ayuda a el diagnóstico, aunado a los estudios de huesos largos, biopsia de ganglios, estudio de médula ósea.11 El síndrome de tos ferina con eosinofilia ocasionado por C h la m y d i a t r a c h o m a t is puede simular el de tos ferina clásica, pero el cuadro suele presentarse entre las dos y 12 semanas de edad, y se acompaña de conjuntivitis y otitis secretora.6 La mucoviscidosis y la endobronquitis tuberculosa pue­ den concurrir con tos en accesos y paroxística, la medición de cloruros en sudor en el primer caso y la realización del estudio epidemiológico (Combe), prueba del PPD, radio­ grafías de tórax y estudio bacteriológico apropiados en el segundo, son medios invaluables para establecer el diagnós­ tico de certeza.35 e sta b le c e r Tratamiento Antibioticoterapia. La eritromicina sigue siendo el fár­ maco de elección, en particular en forma de estolato, en dosis de 40 mg/kg/día (máximo 2 g), dividida cada seis horas y durante siete a 14 días; administrada desde la fase catarral, es posible mejorar el cuadro. Sin embargo, una vez estableci­ do el periodo paroxístico, los antibióticos no alteran el curso del padecimiento y su principal utilidad será evitar recidivas e impedir el contagio.3,4,41 En pacientes con intolerancia a la eritromicina se reco­ mienda emplear: claritromicina (15 mg/kg/día, divididos en dos dosis; máximo 1 g por siete días) o azitromicina (10 mg/ kg/día, dosis diaria por cinco días).3,41 Estos nuevos macró­ lidos pueden reemplazar a la eritromicina en el tratamiento estándar de la tos ferina, debido a que obtienen mayores concentraciones en secreciones respiratorias, tienen menos efectos adversos a nivel gastrointestinal y por tanto mejor tolerancia y cumplimiento.4,42 Otros regímenes alternativos son trimetoprim-sulfametoxazol, sobre todo en adolescentes y adultos (8 a 40 mg/kg/ día, en dos dosis durante 14 días).3,41 Ampicilina, clindami­ cina, cloranfenicol, cefotaxima, rifampicina y quinolonas (controversia! en niños) también han demostrado suscepti­ bilidad in vitro,42 Las penicilinas y las cefalosporinas de primera y segunda generaciones no tienen eficacia contra B. pertussis.3 El surgimiento de cepas de B. pertussis resistentes a eri­ tromicina ha sido demostrado en diversos informes y debe sospecharse en pacientes que presentan deterioro e insufi­ ciencia respiratoria progresiva a pesar del tratamiento. No obstante, en tales casos también debe evaluarse la posibilidad de neumonía agregada, tanto viral como bacteriana.43,44 Medidas de sostén. Los pacientes con tos ferina, prin­ cipalmente los menores de seis meses, a menudo sufren Tos ferina complicaciones que incluyen apnea, bradicardia, cianosis, dificultad en la alimentación, convulsiones, encefalopatía, insuficiencia respiratoria intensa, hipertensión pulmonar, choque o neumonía secundaria que requieren hospitaliza­ ción y con frecuencia atención en unidad de cuidados intensivos.3,29 La monitorización continua, el aporte nutri­ cional y de líquidos, mantener la vía aérea libre de secrecio­ nes, apoyo con oxígeno suplementario o ventilación asistida, y antibióticos específicos, pueden hacer la diferencia que permita la supervivencia en los enfermos graves.4 Para reducir los paroxismos de tos se han utilizado corticoides, broncodilatadores nebulizados de tipo estimulante (32-adrenérgicos (albuterol, salbutamol, etc.), con resultados variables. Actualmente el uso de inmunoglobulina antipertussis parece ofrecer alguna alternativa de mejoría.45 En pacientes ambulatorios los accesos de tos pueden con­ trolarse con la administración de benzononatina, a razón de 8 mg/kg/día, dividida en tres a seis aplicaciones por vía oral o rectal. Deben tenerse en cuenta sus efectos secundarios, como dermatitis, congestión nasal, diarrea y sedación.11 Prevención Inmunización activa contra tos ferina, con vacuna antipertussis de células enteras o acelulares la mejor medida para prevenir esta enfermedad.44 Se recomienda vacuna universal a niños menores de sie­ te años, adolescentes de 10 a 18 años y adultos.3,4,46 Actualmente en México se aplica vacuna acelular antipertussis, que viene combinada con toxoide tetánico, difteria, vacuna conjugada contra H aemophilus influenzae tipo B, va­ cuna contra hepatitis B y vacuna contra poliomielitis inactivada (D, Pa, T, HiB, HB, IPV) a los dos, cuatro y seis meses de edad, pero a los cuatro meses sin hepatitis B, que se aplica al recién nacido, y después a los dos y seis meses de edad; similar a EUA y varios países de Europa occidental.47,48 Los refuerzos a los 18 y 24 meses de edad y a los cuatro y seis años incluyen DPaT; aún no se incorpora vacuna ace­ lular pertussis en adolescentes y adultos en la Cartilla Nacio­ nal de Vacunación. Sin embargo existe sólida evidencia que entre lactantes pequeños que padecen tos ferina, los familia­ res son sus transmisores en cifras demostradas del 36 al 83%, lo que torna obligatoria la inmunización con vacuna acelular en adolescentes y adultos.4,22,30 La vacuna de células completas antitos ferina ya no se aplica en México, pero se sigue administrando en muchos países.3,28,44,49 La vacuna acelular pertussis se aplica desde 1992 en EUA y múltiples trabajos de investigación aseguran misma eficacia que la vacuna de células enteras. Contiene toxoide Parte II Infecciones del aparato respiratorio de toxina pertussis, hemaglutinina filamentosa, aglutinógenos (fimbrias 1 y 2) y pertactina.3,50-52 Un estudio comparativo de niños hospitalizados por tos ferina, en donde un grupo provenía cuando en Canadá se usaba vacuna de células enteras y otro del programa de vacu­ na acelular de cinco componentes, mostró reducción de hos­ pitalizaciones en niños de cuatro a 59 meses de edad procedentes del segundo grupo, demostrando eficacia de la vacuna acelular; sin embargo el ingreso al hospital fue más frecuente en niños menores de tres meses, demostrando que la transmisión a susceptibles (niños sin vacuna o con una dosis) continúa siendo de adolescentes o adultos con enfermedad.30,53 Cuando los niños menores de siete años no han recibido el esquema señalado, se recomienda iniciar DPaT en la pri­ mera visita, segunda dosis en un mes, la tercera dos meses después y la cuarta a los ocho meses. Se sugiere una quinta dosis sólo si el niño recibió la cuarta antes de los cuatro años de edad. La eficacia calculada, cuando los niños reciben por lo menos tres dosis de vacuna acelular es de 50 a 90%.3,54-56 La mayoría de las reacciones adversas a la vacuna DPaT consiste en dolor, edema, induración y enrojecimiento en el sitio de la inyección, y somnolencia o inquietud, anorexia, vómitos y fiebre de leve a moderada que aparecen en las horas siguientes a la vacunación; remiten en forma espontánea y sin secuelas, y no contraindican las aplicaciones siguientes. Se ha reportado tumefacción que afecta todo el brazo o el muslo en 2 a 3% después de la cuarta o quinta dosis, y se puede acom­ pañar de eritema, dolor y fiebre; aunque puede afectar la mar­ cha, los cuadros por lo general son autolimitados, se resuelven sin secuelas y no contraindican completar el esquema de vacu­ nación, pero se desconoce la patogenia.3,30 Si bien las reacciones alérgicas graves, incluyendo anafilaxis ocurrían uno o dos casos por 100 000 aplicaciones de DPT; con vacuna acelular se desconoce su incidencia; y los exantemas urticariformes transitorios secundarias a reacción de tipo “enfermedad del suero”, mediadas por complejos antígeno-anticuerpos circulantes observados pocas veces difícilmente se presentan a la siguiente dosis.3 Crisis convulsivas (1:1 750 dosis), estados de colapso o choque (3.5 hasta 291 casos por 100 000 aplicaciones); fie­ bre de 40 °C o mayor (0.3%) y llanto persistente durante tres horas o más (1:100 dosis), atribuidos a DPT, también han resultado menos frecuentes con DPaT en múltiples estudios.3 En un estudio publicado en 1997 Liese et al. reportan de un total de 41 615 dosis de vacuna acelular de dos com­ ponentes (TP y HAF) las siguientes reacciones: convulsiones febriles, 0.2; hipotonía, 0.5; llanto mayor de tres horas, 1.2; somnolencia, 5.5; irritabilidad, 7.9; dolor local, 13.5, y fie­ bre, 27.9 (tasa por 10 000 dosis).14 Se han señalado abscesos estériles y bacterianos (esto$ últimos por contaminación o aplicación no estéril del preparado), pero son poco frecuentes y no contraindican apliq. ción ulterior de la vacuna.3 Se contraindica formalmente la aplicación posterior de vacuna DPaT si se presentara reacción anafiláctica inmediata o bien encefalopatía en los primeros siete días, que se mani­ fiesta por alteraciones importantes de la conciencia o convul­ siones locales o generalizadas, sin recuperación en las 24 horas siguientes.2,3 Se debe tener precaución y evaluar con todo cuidado dosis adicionales en los casos de una sola crisis convulsiva febril, llanto persistente, colapso o estado de cho­ que y temperatura de 40 °C o mayor que se presenten a las 48 horas de la vacunación. Actualmente ya no se consideran contraindicaciones estrictas, porque no se ha demostrado que ocasionen secuelas permanentes. Por otra parte, la decisión de administrar vacuna a niños con trastornos neurológicos subyacentes debe individualizarse y valorar costo-beneficio.3 Siempre que sea factible deberá administrarse el mismo producto de vacuna DPaT para las primeras tres dosis de la serie, sin que sea una contraindicación formal el uso de otros productos equivalentes. Puede administrarse DPaT en forma combinada y simultánea con otras vacunas, sin menoscabo de su eficacia y con ganancia en cumplimiento y cobertura.3,49 Por último, dado que la duración de la inmunidad inducida por la vacuna se limita a un periodo de cinco a 10 años,34,57 y la vacuna acelular puede aplicarse a mayores de siete años sin efectos secundarios importantes, es recomen­ dable aplicar dosis de refuerzo con TdPa (toxoide tetánico, difteria reducida y vacuna acelular pertussis) a adolescentes y adultos,13,30,56,58 incluyendo embarazadas.27 Si se aplica un refuerzo a todos los adolescentes (10 a 19 años de edad), se pueden prevenir de 0.4 a 1.8 millones de casos de tos feri­ na.56 Cabe destacar que la vacuna anti-tos ferina no protege contra B. parapertussis o B. bronchiseptica. " Quimioprofilaxis En niños se recomienda administrar eritromicina, en dosis de 40 mg/kg/día (máximo 2 g/día), dividida en cuatro tomas, durante 14 días, a todos los contactos domiciliarios o estrechos (p. ej„ guarderías), particularmente a no vacunados o parcial­ mente inmunizados.59'61 Los pacientes que no toleren eritro­ micina pueden recibir claritromicina o azitromicina.41,62 En el Reino Unido la quimioprofilaxis está restringida sólo a lactantes menores de 6 meses siempre y cuando el contacto con el caso índice no haya rebasado 21 días.61 La quimioprofilaxis en adultos recomienda los mismos fármacos, aunque sus efectos adversos limitan su cumplí' miento y estudios revelan poco efecto de eritromicina en prevenir la transmisión secundaria.60 C a p itu ló lo Tos ferina >S (estos :1prepai aplica- Evolución tringida lando el s.61 mismos cumplíicina en 10-4 1,62 Figura dosis de >tomas, estrechos parcialn eritro- natural de la tos ferina. erior de mediata ;e maniconvuli las 24 uar con da crisis de cho. a las 48 isideran ado que decisión ológicos íeficio.3 I mismo sis de la de otros n forma scabo de ira.3,49 íunidad ico a 10 pores de :comenetánico, ;centes y plica un dad), se tos feriprotege Parte II Infecciones del aparato respiratorio Referencias 1. Bordet J, Gengou O. Le microbe de la coqueluche. Ann Inst Pasteur 1906;20:731-34. 2. Cattaneo LA, Edwards KM. Bordetella pertussis (whoo­ ping cough). Sem Ped Infect Dis 1995;6(2): 107-117. 3. American Academy of Pediatrics. Tos ferina. En: Picke­ ring LK, Baker CJ, Long SS, M cM illan JA. Red Book: Enf. Infecciosas en Pediatría. 27a ed. Editorial Médica Panamericana; M adrid 2007:698-721. 4. W heeler JG, Simmons AL. Pertussis update. Pediatr Infect Dis J 2005;24(9):829-830. 5. Choy KW, WulfFraat N M , Wolfs TF, et al. Bordetella bronchiseptica infection. Pediatr Infect Dis J 1999; 1 8 (5 ):4 8 1-83. 6 . Hagiwara K, Duchi K, Tashiro N, et 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. al. Pertussis-like illness caused by Chlam ydia pneumoniae. Pediatr Infect D isJ 1999; 18(3):271-75. H eininger V, Stehr K, Schmitt-Grohé S, et al. Clinical characteristics of illness caused by Bordetella parapertus­ sis compared with illness caused by Bordetella pertussis. Pediatr Infect D isJ 1994;13(4):306-09. Hoppe JE. Update on Bordetella parapertussis. Pediatr Infect D isJ 1999; 18 (4):3 75 -8 1. W irsing Von Konig C H , Rott H, Bogaerts H, et al. A serologic study of organism possibly associated with pertussis-like coughing. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(7):645-49. Bejuk D, Begovac J, Bace A, et al. Culture of Bordetella pertussis from three upper respiratory tract specimens. Pediatr Infect D isJ 1995; l4 (l):6 4 -6 5 . Hewlett EL. Bordetella species. En: M andell GL, Ben­ nett JE, Dolin R (eds): Principles and Practice of Infec­ tious Diseases, Sixth ed. Elsevier Churchill Livingstone, 2005; 1756-1762. Pittman M . The concept of pertussis as a toxin-mediated disease. Pediatr Infect D isJ 1984;3(5):467-72. H alperin SA, Sm ith B, Russell M , et al. Acellular pertus­ sis vaccine in adolescents and adults. Pediatr Infect Dis J 2000; 19(4) :276-83. Liesse JG , Meschievitz CK, Harzer E, et al. Efficacy of a two-component acellular pertussis vaccine in infants. Pediatr Infect Dis J 1997;16(11):1038-44. Plotkin SA, Cadoz M . The acellular pertussis vaccine trials: an interpretation. Pediatr Infect Dis J 1997; 16(5):508-17. Holt LB. The pathology and im m unology of Bordetella pertussis infection. J M ed M icrobiol 1972;5:407-10. Vincent JM , et al. Pertussis and recurrent bradycardia. Pediatr Infect D isJ 1991; 10(4) :340-42. Sato Y, Kimura M , Fukumi H. Development of a per­ tussis component vaccine in Japan. Lancet 1984; 12225. Tindberg Y, Blennow M , Granstrom M . A ten-year follow-up after immunization with a two-component acellular pertussis vaccine. Pediatr Infect Dis J 1999; 18 (4 ):3 6 1-65. 20. Moshal KL, Hodinka RL, McGowan KL. Concomitant viral and Bordetella pertussis infections an infants. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(4):353-54. 21. Korppy M , H iltunen J. Pertussis in infants hospitalized for RSV infection. Pediatr Infect Dis J 2007;26(4):316318. 22. Kowalzik F et al. Prospective m ultinational study of per­ tussis infection in hospitalized infants and their house­ hold contacts. Pediatr Infect Dis J 2007;26(3): 238-242. 23. Tan T et al. Epidemiology of pertussis. Pediatr Infect Dis J 2005;24(5):S10-S17. 24. Celentano LP et al. Resurgence of pertussis in Europe. Pediatr Infect D isJ 2005;24:761-765. 25. Cherry JD . The science and fiction of the “resurgence” of pertussis. Pediatrics 2003;112:405-406. 26. Cherry JD . Epidemiology of Pertussis. Pediatr Infect Dis J 2 00 6 ;2 5 (4 ):3 6 l-3 6 2 . 27. Hoppe JE. Neonatal Pertussis. Pediatr Infect Dis J 2000; 19(3) :244-47. 28. Baron S, Njamkepo E, Grimpel E, et al. Epidemiology of pertussis in French hospitals in 1993 and 1994: thirty years after a routine use of vaccination. Pediatr Infect Dis J 1998;17(5):412. 29. Gordon M , Davies HD , Gold R. C linical and microbio­ logic features of children presenting with pertussis to a Canadian pediatric hospital during an eleven-year period. Pediatr Infect D isJ 1994; 13(7) :6 17-22. 30. Wendelboe A M et al. Transmission of Bordetella pertus­ sis to young infants. Pediatr Infect Dis J. 2007;26(4): 293-299. 31. Kenyon TA, Izurieta H, Shulm an ST, et al. Factors con­ tributing to a large Pertussis outbreak. Pediatr Infect Dis J 1996;15(8):655-61. 32. M elker HE et al. The incidence of Bordetella pertussis infections estimated in the population. J Infect Dis. 2005;31:3-6. 33. M atoo S et al. M olecular pathogenesis, epidemiology and clinical manifestations of respiratory infections. Clin Microbiol Rev 2005;18:326-382. 34. Bortolussi R, M iller B, Ledwith M , Halperin S. Clinical course of pertussis in im munized children. Pediatr Infect D isJ 1995; 14(10):870-74. 35. Lee B. Progressive respiratory distress in an infant treated for presumed pertussis. Pediatr Infect Dis J. 2000; 19(5):475, 492-93. 36. Chan L. Cough and respiratory distress in a t w o - m o n t h old infant. Pediatr Infect D isJ 1997; 16 (6 ):6 3 1-32. 37. Long SS, Lischner HW, Deforest A, C lark JL. Serologic evidence of subclinical pertussis in immunized children. Pediatr Infect D isJ 1990; 9(10):700-05. 38. Schahipfer G, Cherry JD , Heininger V, et al. PCR diag­ nosis of Bordetella pertussis infections. Pediatr Infecí D isJ. 1995; 1 4(3):20914. C a p itu ló lo 1999; 39 imitant nfants. 40 italized í):316- 41. of perhouse■;26(3): 42. 43. ect Dis iurope. 44. :nce” of :ect Dis 45. Dis J niology :: thirty rect Dis 46. 47. crobiosis to a en-year 48. pertus';26(4): 49. >rs con­ nect Dis 50. ertussis ct Dis. mo is. Clin Clinical :r Infect treated 2000 ; -month >2. srologic hildren. 51. Edelman K, Nikkari S, Ruuskanen O, et al. PC R during rherapy of Bordetella pertussis infection. Pediatr Infect D isJ 1996;15(l):54-57. Tato KM et al. Bordetella pertussis DNA in acellular vaccine. Pediatr Infect D isJ 2 0 0 8 ;2 7 (l):7 3 -7 4 . W irsing von Kónig C -H . Use of antibiotics in the pre­ vention and treatment of pertussis. Pediatr Infect Dis J. 2005;24(5):S66-S68. Baughman AL Bisgaard KM. Need for equivalence tes­ ting of efficacy of alternative antibiotics for treatment of pertussis. Pediatr Infect Dis J 2003;22:205-207. Lewis K, Saubolle MA, Tenover FC, et al. Erithromycinresistant Bordetella pertussis. Pediatr Infect D isJ 1995; 14(5):388-91. Kerr JR, Matthews RC. Bordetella pertussis infection: Pathogenesis, diagnosis, management and the role of protective immunity. Eur J Clin M icrobiol Infect Dis. 2000;19:77-88. Bruss JB, M alley R, H alperin S, et al. Treatment of seve­ re pertussis: a study of the safety and pharmacology of intravenous pertussis im m unoglobulin. Pediatr Infect D isJ 1999;18(6):505-11. Pichichero M E, Casey JR. Aceliuiar pertussis vaccines for adolescents. Pediatr Infect Dis J 2 00 5 ;2 4(6 ):S 1 17S 126. W irsing von Kónig C-H , et.al. Pertussis Immunization in the global pertussis initiative European region. Pediatr Infect Dis J 2005;24(5)S87-S92. Yeh SH, Ward JI, Partridge S, et al. Pentavalent combi­ nation vaccine in infants. Pediatr Infect Dis J 2001; 20(10):973-80. Greenberg DP. Recent developments in combination vaccines: C linical implications. Pediatr Infect D isJ 2001; 2 0 (1 1):55-523. GranofF DM . New DtaP combination vaccine: point. Pediatr Infect D isJ 1996; 15 (12): 1069-70. Edwards KM, Decker M D . New DtaP combination vaccine: counterpoint. Pediatr Infect Dis J 1996; 15(12): 1070-73. Tos ferina 52. Klein JO (ed). Pertussis syndrome. Report of the Com ­ mittee on Infectious Diseases, 24th ed. Evanston (IL): American Academy of Pediatrics 1997;394-407. 53. Bettinger JA et al. The effect of changing from whole-cell to acellular pertussis vaccine on the epidemiology of hos­ pitalized children w ith pertussis in Canada. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 7 ;2 6 (1 ):3 1-35. 54. Crowcroft NS, Britto J. W hooping cough a continuing problem. Pertussis has re-emerged in countries with height vaccination coverage and low mortality. BMJ 2002;324:1537-1538. 55. H alperin SA, Scheifele D, Barreto L, et al. Comparison of a fifth dose, a five-component acellular or a whole cell pertussis vaccine in children four to six year of age. Pediatr Infect D isJ 1999;18(9):772-79. 56. H ay JW, W ard JI. Economic considerations for pertussis booster vaccination in adolescents. Pediatr Infect Dis J 2005;24(6):S127-S133. 57. Wendwlboe AM et al. Duration of im m unity against pertussis after natural infection or vaccination. Pediatr Infect D isJ 2005;24(5 suppl):S58-S61. 58. Troilfors B, Taranger J, Lagergard T, et al. Immunization of children with pertussis toxoid decreases spread of per­ tussis w ithin the family. Pediatr Infect Dis J 1998; 17(3):196-99. 59. De Selles G, Boulianne N, Duval B. Erythromycin pro­ phylaxis for pertussis. Pediatr Infect Dis J 1995; 14(11):969-75. 60. Dodhia H, M iller E. Review of the evidence for the use of erythromycin in the management of persons exposed to perstussis. Epidemiol Infect 1998;120:143-149. 61. Halperin SA et al. Randomized, placebo-controlled trial of erythromycin estolate chemoprophylaxis for house­ hold contacts of children w ith culture-positive Bordete­ lla pertussis infection. Pediatrics 1999; 104: E42. 62. Lebel M H , M ehra S. Clarithrom ycin vs. erithromycin in Pertussis. Pediatr Infect D isJ 2001 ;20( 12 ):1 149-54. In f e c c io n e s DEL APARATO DIGESTIVO G; Er W ilf Lilia Derr Int La ei pato cios trico viral men' partt vanti parai ción distr mini saluc ses e: men en A De A pe deE una es uj por com biok C apítulo 11 Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda W ilfrido Coronel! Rodríguez Lilian Villanueva Acosta D e m ó ste n e s Gómez Barreto Introducción La enfermedad diarreica aguda (EDA) constituye una de las patologías que se presenta con mayor frecuencia en los servi­ cios de consulta externa, hospitalización y urgencias pediá­ tricos. La etiología sigue siendo principalmente de origen viral y el rotavirus aparece de forma repetida. La EDA aún es causa frecuente de morbimortalidad en menores de cinco años a pesar de los grandes esfuerzos por parte del sector salud, por lo cual se hace importante y rele­ vante su conocimiento por los médicos generales, equipo paramédico, enfermería, pediatras y padres de familia. Se han implementado estrategias de prevención, educa­ ción al personal de salud y padres de familia, así como la distribución de sales de rehidratación oral con el fin de dis­ minuir la tasa de morbimortalidad por EDA. La EDA representa un gasto excesivo para el sector salud, por lo cual la estrategia utilizada en la mayoría de paí­ ses es la vacunación contra rotavirus. Este causa aproximada­ mente 11 600 defunciones en niños menores de cinco años en América Latina y el Caribe. La EDA se define como el aumento en el número de deposiciones o evacuaciones con una frecuencia mayor a tres en 24 h y consistencia líquida acompañada de pérdida varia­ ble de electrólitos con un promedio de duración menor de 14 días.1 Enfermedad gastrointestinal que se manifiesta con un aumento en el número y cantidad de deposiciones al día, cuyo contenido de agua es mayor a lo normal, tornándose de características “aguadas, flojas o líquidas”.2'5 Tipos de diarrea Con fines eminentemente clínicos y prácticos, a pesar de que la diarrea se constituye más como un síndrome y no una enfermedad, se considera posible clasificar la EDA en tres cuadros sindromáticos o sintomáticos: 1. Definición A pesar de los grandes avances en la comprensión de las causas de EDA y en su tratamiento correcto, en la actualidad no hay una definición precisa y universalmente aceptada de lo que es un episodio diarreico. El número de deposiciones hechas por una persona en un día depende de varias circunstancias como son: tipo de alimentación, edad del paciente, momento biológico y patológico, costumbres, clima, etcétera. 2. Diarrea aguda líquida (incluyendo cólera): Comien­ zo abrupto que puede extenderse hasta 14 días. Se presentan evacuaciones líquidas o semilíquidas en número de tres o más con diferente volumen pero con la tendencia de convertirse en diarrea de alto gas­ to y por tanto muy deshidratante. Sin presencia de sangre, todos los agentes causantes de EDA pueden ocasionarla en cualquier momento de su evolución. La principal complicación es la deshidratación en todas sus modalidades y gravedad. Desde 1991, Vibrio cholerae OI es la principal causa de diarrea aguda líquida en niños menores de cinco años y adultos. Disentería: Se caracteriza por la presencia de sangre visible en las heces, acompañadas o no de moco o pus, con compromiso del estado general, estado Parte II! 3. Infecciones del aparato digestivo febril, diferentes grados de toxicidad, en algún momento puede acompañarse de convulsiones y complicarse con el síndrome urémico hemolítico. La shigelosis (disentería bacilar) es la causa más fre­ cuente de disentería en niños; en cambio, en adul­ tos jóvenes es la amebiasis, la cual es eventual en niños pequeños. Diarrea persistente: Actualmente se define como la diarrea que se prolonga por 14 días o más. En el pasado se conocía como crónica, aguda, prolonga­ da, recurrente e intratable. Epidemiología La enfermedad diarreica infecciosa es la segunda causa de morbimortalidad en el mundo. En países en desarrollo es una de las principales causas de enfermedad y muerte, incluso en naciones como EUA se ha estimado una fre­ cuencia de 211 a 375 millones de accesos de diarrea por año, con 1.8 millones de hospitalizaciones y 3 100 muer­ tes. Los grupos más vulnerables son los menores de 5 años (en particular menores de 1 año) y los mayores de 65 años. La OMS informó en 1994, que cada año se presentaban 1 300 millones de accesos de diarrea en niños menores de 5 años en países en desarrollo, con 3 a 4 millones de muer­ tes, que en 50 a 70% se relacionan con deshidratación; as¡ que es una de las principales causas de defunción en esos países 6-8 Hoy día se señala una incidencia de 2.46 accesos pot año entre niños menores de 3 años de edad en EUA, con un pico estacional en invierno, cuando predominan rotavirus y otros virus entéricos. La frecuencia de accesos es aún mayor (5 por niño cada año) para los menores de 3 años de edad que están en guarderías. En varios estudios comparativos se encontró un riesgo relativo 2.2 a 3.5 veces mayor de diarrea en los niños que acuden a guarderías que en los atendidos en el hogar.6,9 Se estima que en el mundo hay 3.1 millones de muer­ tes a causa de diarrea cada año (> 8 400 por día) en países en desarrollo donde, además, la mayoría de niños están des­ nutridos. De esas muertes, 50% corresponden a diarrea acuosa aguda, 35% a diarrea persistente y 15% a disentería. El número de muertes es 1 000 veces mayor que en EUA.5,6,10 Las enfermedades diarreicas en México pasaron del pri­ mer lugar como causa de muerte en los decenios de 19401949 al de 1960-1969, al segundo entre 1970-1979 y 1980-1989, y al séptimo en el de 1990-1999; sin embargo, el grupo menor de 5 años aún es el más afectado.3,7,11 La figura 11-1 muestra la incidencia por enfermedad diarreica en México de 1990 a 2007; mientras que en la figura 11-2 se observí niños c Etio La ED embar‘ en un ! muestr encont parasit: depenc laborat lamien de los socioec Aproxi en esp< monelL etiolog El enferm menor mencic de EL inmun diarrea 1. 2 000 000 1 000 000 - 2. _ I—(NM O «íinvONCOOiO'— iNfO'íinO r-^O 'O 'iJ'O M ^O O O O O O O o C nO nO 'i O'i aiOiOíOiOiOiOOOOOOO o t— t— t— t— < — <— <— <— <— <— rN(N(N(N(N(Nr\i rsi — Morbilidad -+ - Tasa — Tendencia de la tasa Fuente: Sistema Único de Información para la Vigilancia Epidemiológica/DGAE/SSA. Tasa por 100 000 habitantes. Figura 11-1 1990-2007. Incidencia por enfermedad diarreica, México, o o o o o o o o rsirsirsirNrNrNirsirsi l Mortalidad -+ - Tasa — Tendencia de la tasa Fuente: Sistema Nacional de Información en Salud/Cubos de mortalidad/SSA. Tasa por 100 000 habitantes. Mortalidad por enfermedad diarreica aguda en niños de 1 a 4 años, México, 1990-2007. Figura 11 -2 Capítulo 11 ión; así en esos sos por con un ivirus y mayor ie edad tivos se diarrea idos en : mueri países :án des­ diarrea sntería. que en del pri: 19401979 y nbargo, ’,7,11 La iarreica 11-2 se 50 15 10 35 30 15 20 15 10 ) ) ¡a en Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda • • bserva la mortalidad por enfermedad diarreica aguda en niños de 1 a 4 años de 1990 a 2007. 3. Agentes parasitarios. Como causante de enferme­ dad o en estado de portador. • E ntamoeba histolytica • Giardia intestinal (antes lamblia) • Cryptosporidium p a rvu m * • Isospora belli, ciclosporas* 9 B alantidium co li* 4. Agentes micóticos. Raros como causantes de cua­ dros diarreicos, más frecuentes en pacientes inmu­ nocomprometidos. 8 Candida albicans • Candida sp Etiología La EDA puede ser ocasionada por múltiples factores, sin embargo su etiología más frecuente es la infecciosa. Hasta en un 50 a 75% puede ser localizado el agente infeccioso en muestras de materia fecal de pacientes con EDA. Se pueden encontrar diversos agentes causantes: virales, bacterianos, parasitarios, etc., pero la posibilidad de identificarlos depende de los recursos tecnológicos con que cuente el laboratorio encargado de los estudios. La frecuencia de ais­ lamiento es variable y depende de diversos factores dentro de los cuales se encuentran: edad del enfermo, nivel socioeconómico, época del año y la población estudiada.11 Aproximadamente 50% o más de EDA es de origen viral, en especial rotavirus A; 20 a 30% bacteriano, S higella, Sal­ monella, E. coli, V cholerae, C. difficile, etc.; 20 a 30% es de etiología desconocida.12,13 El rotavirus A sigue siendo la causa más común de enfermedad diarreica aguda y deshidratación en niños menores de dos años a nivel mundial. A continuación se mencionan los agentes infecciosos más comunes causantes de EDA, el * señala aquellos encontrados en pacientes inmunocomprometidos, y con ** los agentes causantes de diarrea nosocomial. 1. Agentes virales. • Rotavirus • Coronavirus • Reovirus • Adenovirus entéricos 40, 41 y 42 • Calicivirus (incluye virus Norwalk y relaciona­ dos) • Echo 11, 14, 18 • Coxsackie • Astrovirus • Citomegalovirus • Virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y otros 2. Agentes bacterianos. Dentro de éstos se destacan: • E. coli • Salmonella • Shigella • Staphylococcus aureus (toxinas) • Vibrio cholerae • Bacillus cereus (intoxicación alimenticia)* • Yersinia enterocolitica • C am pylobacter jeju n i • Clostridium difficile** Aeromonas sp y Plesiom onas shigelloides Pseudom onas aeruginosa* Etiopatogenia Existen tres escenarios en donde se puede encontrar el ori­ gen de la diarrea que se correlaciona con los principales agentes etiológicos: 1. 2. 3. Diarrea adquirida en la comunidad: Salmonella, Shigella, Campylobacter, calicivirus, rotavirus. Diarrea nosocomial: Antecedentes de egreso hospita­ lario, hospitalizaciones prolongadas, uso de antibióti­ cos, pacientes que requieren atención domiciliaria, asilos u otros: Clostridium difficile. Diarrea persistente. Falla en el diagnóstico o en el tratamiento inicial; causas parasitarias: Giardia intestinalis, E ntamoeba histolytica, Ciclospora; y en pacientes inmunocomprometidos: Crystosporidium, citomegalovirus, Salmonella no tifoídica.14 Los virus, bacterias y parásitos causantes de cuadros dia­ rreicos pueden hacerlo por varios mecanismos los cuales se describen a continuación. Aqentes virales Dentro de todos los virus capaces de producir cuadros dia­ rreicos, el rotavirus A se ha considerado como la principal causa de EDA, sobre todo en niños lactantes y preescolares. Este agente se observó por vez primera mediante microsco­ pía electrónica en 1973.10,15,16 A nivel mundial causa 111 millones de episodios de gas­ troenteritis, 25 millones de consultas médicas, 2 millones de hospitalizaciones y 352 000 a 592 000 muertes.17,18 Como ya se mencionó, en EUA es responsable cada año de 3 millones de casos de diarrea, 500 000 visitas médicas, 50 000 hospitalizaciones (90% en menores de tres años) y unas 20 a 40 muertes, por lo cual en países desarrollados es Parte 111 Riesgo antes de cumplir 5 años 1:293 Infecciones del aparato digestivo Eventos que ocurren anualmente en < 5 años 440 000-600 000 2 millones 25 millones 111 millones Figura 1 1 -3 rotavirus.17 Prevalencia global estimada de enfermedad por una causa importante de morbilidad y una carga sanitaria significativa, pero la mortalidad resulta excepcional; en cam­ bio en países en vías de desarrollo ocasiona una significativa mortalidad (500 000 muertes al año), origina el 25% de las muertes por diarrea y el 6% de todas las muertes en niños menores de cinco años (figura 11-3).10,19 El rotavirus es miembro de la familia Reoviridae, se compone de un genoma de RNA de doble hebra. El genoma contiene 11 segmentos de RNA los cuales codifican las pro­ teínas específicas del rotavirus. La cápside viral externa cons­ ta de dos proteínas, VP4 y VP7; y la interna está compuesta por cuatro proteínas estructurales virales (VP), VP6, VP1, V P 2y VP3. La clasificación está basada en antígenos compartidos determinados por la proteína VP6, permitiendo clasificar los rotavirus en siete serogrupos denominados de la A a la G; los serogrupos A, B y C son patógenos humanos, siendo A el mayor causante de enfermedad y epidemias clínicamente graves en lactantes en el mundo. Los serotipos están basados en las proteínas VP4 y VP7 únicamente para el serogrupo A. La proteína VP7 determina el serotipo G (por glucoproteína), de los cuales se han identificado 10 en humanos; cuatro causan la mayoría de enfermedades (G1 a G4). Los serotipos predominantes varían cada año y de una región a otra. La proteína VP4 determina el serotipo P (por proteína sensible a proteasa) de los cuales se han identificado 11 tipos en humanos, de ellos tres serotipos son encontrados con mayor frecuencia (PIA, P1B y P2), con sus respectivas variantes antigénicas que corresponden a los siguientes genotipos P [8] o P [4].13,20'27 Las combinaciones más comunes entre G y P son: G l, G3 y G4 con P1A[8], G2 con P1B[4] y G9 con P [8] o [6].25,28,29 Igualmente el virus produce una serie de proteínas no estructurales (NSP) que sólo se producen en las células infectadas (NSP1, NSP2, NSP3, NSP4, NSP5, NSP6), donde NSP4 se ha considerado fundamental dentro de la fisiopatología de la diarrea por su comportamiento como una enterotoxina. El serotipo prevalente a nivel mundial ha sido el G1P[8], Europa y EUA en un 72%, Sudamérica y Africa en un 36%; con frecuencia es vinculado con epidemias anuales, sin embargo de manera periódica ocurren cambios en la preva­ lencia como por ejemplo de G l a G4 en Londres e Israel, o de G l a G2 en Melbourne, Australia, o como lo reportado por García-Lozano et al. en la vigilancia activa de rotavirus en México, donde se observó que el serotipo circulante más frecuente en 2005 fue el G l en un 61.9%, no obstante, en 2006 el serotipo G2 predominó en un 72.9% .10,30 Los fómites desempeñan una importante función den­ tro de la transmisión del rotavirus, ya que puede permanecer por largo tiempo en superficies inanimadas (juguetes, etc.), sobre todo en guarderías. El rotavirus infecta el intestino por vía oral (su principal vía de transmisión). Sin embargo tam­ bién se ha probado su contagio por vía aérea, en vista de esto ni siquiera las prácticas de higiene más apropiadas parecen permitir un control completo de las infecciones por este virus. Esta característica de ser transmitido por diversas for­ mas es lo que lo hace realmente particular, sin predilección de población rica o pobre, países desarrollados o en vías de desarrollo, sin embargo es claro que quien padece mayor mortalidad son estos últimos. Las infecciones por rotavirus a menudo son asintomáticas hasta en un 50% y virtualmente todos los niños están infectados hacia los tres años de edad, como lo informa el doctor Velázquez.23,31 Una vez en el organismo, el rotavirus se replica en el epitelio mucoso del intestino delgado proximal produciendo una rápida destrucción de forma focal del epitelio y vellosida­ des, por lo cual se pierde la capacidad de absorción; asimismo se presentan alteración en el transporte de iones y aumento de los carbohidratos intraluminales conllevando a la salida osmótica de agua y electrólitos hacia la luz intestinal. El fenó­ meno de regeneración (24 a 72 h) del epitelio por células menos diferenciadas provoca una prolongada disfunción de las disacaridasas, lo que explica la intolerancia a la lactosa, y malabsorción la cual puede persistir por dos o más semanas Figura despué el rotav ra por i 11-4 y r Rgura Capítulo 11 Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda :nsible sos en mayor fiantes ipos P ntre G j9 con arie'de t en las NSP5, dentro niento 1P[8], . 36%; :s, sin prevarael, o artado :avirus te más ite, en i denanecer , etc.), 10 por 5 tamle esto irecen ir este as for­ ación rías de mayor )mátiestán :ma el en el :iendo osidanismo nento salida fenó;él ulas ón de :osa, y nanas Figura 11 - 4 Infección de las células vellosas intestinales. después del inicio de la enfermedad. Además se concluye que el rotavirus puede producir un mecanismo de diarrea secreto­ ra por intermedio de la proteína no estructural NSP4 (figuras 11-4 y 11-5).15,16 Estudios epidemiológicos sugieren que la inmunidad natural se adquiere después de una primoinfec­ ción ya sea sintomática o asintomática, y esta protección se incrementa con cada nueva infección, lo cual reduce la grave­ dad de los episodios diarreicos subsecuentes.13,31 Ingestión de virus (bastan 10 000 partículas) NS PA, ¿una ente rotoxina? ’• < Secreción de agua y electrólitos mediada por calcio '1 Pérdida de agua y electrólitos Malabsorción de carbohidratos Diarrea osmótica figura 11 - 5 '' Alteración de actividad de disacaridasas Disminución de absorción de agua y electrólitos Ingestión de virus. Acidosis metabólica Parte III Infecciones del aparato digestivo « Agentes bacterianos Las enterobacterias, como E. coli, especies de Salmonella, Shigella, C am pylobacter jeju n i y Vibrio cholerae OI producen diarrea a través de diversos mecanismos: 1. 2. 3. Liberación de entero toxinas (V cholerae O I, £ coli enterotoxigénica, Shigella d ysen teria ey Shigella flexneri, esta última en especial por la toxina shiga) que estimulan la adenilciclasa aumentando las secrecio­ nes intestinales de agua, cloro, sodio. Enteroinvasión (E. coli enterohemorrágica) con disolución de la mucosa y del borde en cepillo. Proliferación intracelular, previa invasión de la mucosa (Shigella, Cam pylobacter jeju n i) con apari­ ción de sangre en la heces, bacteriemia, sepsis. La infección por C am pylobacter jeju n i biotipo 2 serotipo 0 :4 1 se ha asociado con síndrome de GuillainBarré.13 Estos enteropatógenos tienen la capacidad de vencer los mecanismos defensivos tanto específicos como inespecíficos del tubo digestivo (pH < 4, motilidad intestinal, biota local, etc.) para poner en marcha sus mecanismos patogénicos: adhesión, invasión y proliferación, que les permitan vivir en ambientes adversos. ^ Escherichia coíi Pertenece a las Enterobacteriaceae y es un componente endó­ geno de la microbiota intestinal de los animales de sangre caliente. Es un bacilo gramnegativo anaerobio facultativo que coloniza el sistema gastrointestinal de los lactantes desde las primeras horas de vida. Aunque por lo general es innocua, hay situaciones en las que E. coli puede causar enfermedad: 1) cuando E. coli uropatógena sale del tracto intestinal y entra al tracto urinario, 2) cuando sale del tracto intestinal a través de perforación al abdomen y 3) cuando ciertas cepas patógenas Cuadro 11-1 son transmitidas por la ingestión de alimentos o agua conta­ minados. Con referente a sus factores de virulencia hay cinco cla­ ses de E. coli patógenas, las características clínicas y epide­ miológicas de éstas se resumen en el cuadro 11-1. E s c h e ric h ia c o li enteropatógena (ECEP) Es una de las principales causas de diarrea en niños menores de dos años en países en vías de desarrollo. Escherichia coli es la bacteria gramnegativa anaeróbica facultativa más abun­ dante de la biota intestinal. Las cepas comensales y patogé­ nicas comparten una estructura genómica central conservada en las bacterias patogénicas y en este centro existen islas y pequeños agrupamientos de material genético asociados con incremento de la virulencia. Estos nuevos genes aportan al germen una mayor capacidad de adaptación y la posibilidad de dirigirse hacia otros blancos tisulares, con lo cual se gene­ ran nuevos nichos ecológicos y se facilita la diseminación eficaz a otros huéspedes. Un ejemplo de adquisición de ele­ vada capacidad de adaptación, por transferencia génica hori­ zontal, lo representan los patógenos intestinales extracelulares que evolucionaron para utilizar un sistema de formación de lesiones que involucra adherencia y esfacelamiento (A/E, del inglés attaching a n d effacing), como mecanismo principal de infección y daño tisular, también observado en las cepas de E. coli enterohemorrágica (ECEH) y E. albertii. Las bacte­ rias se adhieren a los enterocitos y permiten la acumulación de la actina del citoesqueleto en la región apical de la célula, hasta formar una estructura de tipo pedestal y causar la eli­ minación de las microvellosidades intestinales.32^34 A pesar de que se conoce de modo detallado el proceso de formación de los pedestales de actina, aún no se ha acla­ rado el mecanismo global de la diarrea que induce ECEP. La diarrea se ha vinculado con: a) la destrucción de las microve­ llosidades del enterocito, b) la salida masiva de iones hacia la luz intestinal y c) la secreción de alguna enterotoxina. 33 Clasificación de Escherichia coli asociada con diarrea Tipo de E. coli Enterohemorrágica Epidemiología Tipo de diarrea Colitis hemorrágica y síndrome hemolítico urémico en todas las edades y púrpura trombocitopénica autoinmune en adultos Con sangre o sin sangre Enteropatogénica Diarrea aguda y crónica endémica en niños Acuosa Enterotoxigénica Diarrea infantil en países en vías de desarro­ llo y diarrea del viajero en todas las edades Acuosa Enteroinvasiva Diarrea con fiebre en todas las edades Con sangre Enteroagregativa Diarrea aguda y crónica en niños Acuosa, ocasionalmente con sangre E cado f roherr pares i entero format sistem depen' huéspf gramn EspA, led pro La Esp de la I través secreta EspD un can ped, p tal vez EspE del hu­ la forn funcio transió y el úr pedest; acerca cubrirr la men un rea i Si La via virulen infectai plantas directa blanco integra por 20 * In Fuente: Adaptado de Dennehy Penelope H. Acute Diarrheal Disease in Children: Epidemiology, Prevention, and Treatment. Infect Dis Clin N Am 2005. d< En céh potenc porte c de la sí aparate Capítulo 11 t contaíco claepide- íenores t coli es ¡ abunpatogéservada islas y ios con >rtan al bilidad e genenación de ele:a horiílulares :ión de JE, del :ipal de :pas de bacteilación célula, r la eli)roceso ia acla:EP. La icroveíacia la 33 E l fenómeno de adherencia y esfacelamiento está codifi­ cado por un conjunto de genes similares a los de E. coli enteo h e m o r r á g ic a , contenidos en una región cromosomal de 25 res de bases denominada LEE (locus de esfacelamiento del e n t e r o c it o , del inglés locus o f enterocyte effacem ent), para la formación del pedestal. El LEE codifica las proteínas de un sistema de secreción tipo III para la translocación contactodependiente de las proteínas de la bacteria en las células del huésped, habitualmente presente en bacterias patogénicas gramnegativas. Las proteínas que han sido identificadas son: EspA, EspB, EspD, EspF, EspG, Map (mitocondria-^oa'd:tedprotein) y el receptor de intimina translocado (Tir/EspE). La EspA forma una estructura filamentosa sobre la superficie de la bacteria que hace contacto con la célula huésped, a través de la cual otros factores codificados por LEE son secretados, incluyendo EspB y EspD. Se cree que EspB y EspD transitan a través de los filamentos de EspA formando un canal, o translocón, en la membrana plasmática del hués­ ped, para liberar factores de virulencia dentro de la célula y tal vez actuar como efector de translocación de ellos mismos. EspF, EspG y Map actúan sobre los procesos de las células del huésped, pero no se les ha observado alguna función en la formación del pedestal de actina. Un conducto de EspA funcional y un translocón espB/D son requeridos para la translocación de Tir, el efector bacterial mejor caracterizado y el único que juega un papel central en la formación del pedestal de actina. La concepción que se tiene actualmente acerca de cómo se forma el pedestal de actina se debe al des­ cubrimiento de que ECEP y ECEH inyectan Tir dentro de la membrana plasmática del huésped, donde funciona como un receptor bacteriano.35,36 Por su parte, ECEP induce la fosforilación de tirosina de la fosfolipasa C, la cual una vez activada interactúa y frag­ menta al fosfatidil inositol 4,5 bifosfato en inositol 1,4,5 trifosfato y diacilglicerol, segundos mensajeros involucrados en la activación de la proteincinasa C que desencadena secre­ ción de iones y fluidos. Anormalidades en el citoesqueleto de la célula hués­ ped. En los primeros momentos de la infección por ECEP (alrededor de 5 min) se forman extensiones similares a filopodia en el lugar de adhesión bacteriana. Uno de los hallaz­ gos más importantes, luego de la infección por estos gérmenes, consiste en la alteración masiva de los microfilamentos de actina, con lo cual se forman las lesiones A/E y se produce la unión estrecha de las bacterias a la membrana de las células intestinales; además, las microvellosidades desapa­ recen en forma localizada. La célula intestinal por debajo de la bacteria se eleva en forma de pedestal. Las estructuras de este tipo, inducidas por ECEP o ECEH, se forman con acti­ na polimerizada, filamentos intermedios y otras proteínas que normalmente integran el citoesqueleto, entre ellas pro­ teínas de adhesión focal. Tir es el único efector tipo III esen­ cial en la formación de lesiones A/E por ECEP e interactúa a través de su dominio A^-terminal con varias proteínas de adhesión (a-actinina, talina, vinculina).36-38 La pro teína Nck, que es un regulador de múltiples seña­ les de transducción intracelular. En estudios recientes se encontró que Tir a nivel de Tir474 se une a Nck in vitro para iniciar la formación de pedestales de actina en las células huésped.39 Esta proteína interactúa con Tir de ECEP pero no coni Tir de ECEH.35 E s c h e ric h ia c o li enterohemorrágica (ECEH) « Sistema filamentoso SSTT La vía dependiente del SSTT se encuentra involucrada en la virulencia de muchas bacterias patógenas gramnegativas que infectan a los seres humanos, los animales, los insectos y las plantas. Los gérmenes la utilizan para translocar de manera directa los factores de virulencia desde la bacteria a la célula blanco en un único paso. El aparato SSTT es una organela que integran varios componentes, codificados aproximadamente por 20 genes, muchos de los cuales están muy conservados. * Integración de la función de las proteínas efectoras 2005. Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda En células infectadas por ECEP se observa un descenso en el potencial de reposo de la membrana, cambios en el trans­ porte de cloro dependiente de bicarbonato y estimulación de la secreción de cloro. Estos fenómenos dependen de un aparato SSTT funcional. Es el tipo de E. coli que causa diarrea con mayor frecuencia en EUA, principalmente la cepa 0157:H 7. Puede ser trans­ mitida por carne poco cocida, contaminada, leche no pasteurizada y una amplia variedad de vehículos contaminados con heces bovinas.40 Existen estudios que indican que el ganado vacuno es el principal reservorio de ECEH, por lo que la colitis hemorrágica por ECEH 0157:H 7 es conside­ rada como una zoonosis,41 pero estas cepas pueden sobrevi­ vir por largos periodos en el ambiente, incluso a pH muy bajo, además de que pueden proliferar en vegetales y otros alimentos y bebidas.32 Karmali et al. hicieron el primer reporte, en 1983, de casos esporádicos de síndrome hemolítico urémico, el cual es definido por la siguiente tríada: falla renal aguda, trombocitopenia y anemia hemolítica microangiopática, se presenta en 2 a 15% de los casos, con alta mortalidad. Las cepas de ECEH infectan con una dosis baja (1 a 102 UFC) y coloni­ zan el intestino por adherencia a las células epiteliales. El grupo de ECEH es muy diverso y hay otros serotipos ade­ Parte III Infecciones del aparato digestivo negativas para LEE se ha encontrado el gen saa en el Mp, pudiendo ser éste uno de los mecanismos que intervienen en la adherencia de estas cepas carentes de intimina.38,41,42 Este mecanismo y su descripción gráfica fueron analizados en el apartado sobre ECEP más del OI 57 que han sido asociados a enfermedades huma­ nas como son: 0 1 8 , 0 2 6 , 0 1 0 3 , OI 11, 0 1 2 8 , 0 1 3 8 .38 «■ Factores de virulencia de E. coli 0 1 57:H7 a) b) c) Producción de toxinas: Las cepas de serotipo O l57:H 7 elaboran dos potentes citotoxinas que destruyen las células vero en cultivos de tejidos, por lo que reciben el nombre de verotoxinas (VT-1 y VT-2). Estas toxinas están relacionadas, biológica y estructuralmente, con la toxina shiga sintetizada por Shigella dysenteriae tipo uno, por lo que se pro­ puso la denominación de toxinas similares a la toxi­ na shiga (Stxl y Stx2).38,41 Estas toxinas son proteínas multiméricas compuestas por dos polipéptidos, un pentámero de adhesión formado por cinco subunidades B y una subunidad A (fracción enzimáticamente activa). Una vez fijada a su recep­ tor a través de la subunidad B, las verotoxinas son internalizadas dentro de las células blanco (endoteliales, epiteliales y hematíes que presentan en su membrana el grupo glucolipídico P l) por un meca­ nismo de endocitosis. La subunidad Ames clivada liberando un fragmento A l cuya actividad catalíti­ ca resulta en un bloqueo irreversible de la síntesis proteica. La secuencia de la toxina Stxl o VT-1 está altamente conservada, mientras que existe varia­ ción en las secuencias de Stx2 o VT-2, resultando en 11 variantes, de las cuales las más frecuentemen­ te reportadas son Stx2c, Stx2d, Stx2e y Stx2f.32,42 Presencia de grandes plásmidos enterohemorrágicos (megaplásmido o Mp): que se encuentran en casi la totalidad de las cepas productoras de colitis hemorrágica y síndrome hemolítico urémico en humanos y codifican para una fimbria de adheren­ cia, una hemolisina (HlyECEH) y una adhesina autoaglutinante (Saa).41,42 Mecanismo especial de adherencia al enterocito: denominado adherencia y esfacelamiento (atta­ ch in g a n d effacing), ya descrito anteriormente, el cual se caracteriza por una íntima adherencia de la bacteria a la célula intestinal, con acumulación de actina del citoesqueleto en la región apical de la célula, produciendo destrucción de las microvellosidades de la misma.8 El fenómeno está codificado por un conjunto de genes similares a los de E. coli enteropatogénica, contenidos en la región cromosomal LEE. Dentro de esta región se encuentra el gen eaeA, cuyo producto es una proteína de mem­ brana externa denominada intimina. En cepas n Escherichia coli enteroagregativa (ECEA) La infección por ECEA puede ser considerada como una verdadera infección emergente. Las cepas de ECEA fueron reconocidas como causa de diarrea en 1987, definidas por­ que no segregan enterotoxinas y por sus patrones agregativos de adherencia a las células en cultivos de células heteroaploides (HEp-2).32,43 La estrategia básica de ECEA parece ser la coloniza­ ción de la mucosa intestinal, probablemente del colon, seguido de secreción de enterotoxinas y citotoxinas. Estu­ dios en especímenes intestinales humanos indican que ECEA induce daño significativo en la mucosa. Existen dos mecanismos: el agregativo, que se forma cuando las bacterias se acumulan a manera de empalizada tanto en la superficie celular como en la del vidrio o plástico de las preparaciones, y un mecanismo llamado difuso, que se produce cuando las bacterias se unen al citoplasma celular.32,41 Los serogrupos que han sido identificados en el grupo ECEA son 0 3 , 0 7 , 0 1 5 , 0 4 4 , 0 7 7 , 0 8 6 , OI 11, 0126 y 0 1 2 7 . Sin embargo, serotipificar a este grupo no es fácil. Debido a su fenotipo agregativo, muchas de estas cepas se autoaglutinan y son a menudo descritas en la literatura como no dpificables.43 La patogénesis de ECEA no es bien comprendida. De hecho, hay evidencia acerca de que varios factores podrían estar involucrados, incluyendo la pérdida de microvellosidades, pérdida de uniones celulares y secreción directa de flui­ dos.32 Estudios recientes han definido algunas características de estas cepas, como es el fenómeno de la autoagregación, las cuales contienen un factor de adherencia (EAF) que está determinado por un plásmido de 55 a 65 megadaltones, que codifica para una fimbria de adherencia llamada el manojo formador de pilus (BFP, del inglés b u n dle-form in gpilus), un lipopolisacárido uniforme y una nueva enterotoxina termoestable (TE) denominada toxina enteroagregativa estable (TEAE). Se han detectado algunas cepas que elaboran una segunda toxina termolábil antigénicamente relacionada con la hemolisina de E. coli, la cual puede causar necrosis de las microvellosidades, acortamiento de las vellosidades intesti­ nales e infiltración mononuclear de la submucosa. La capa­ cidad de las cepas de ECEP o ECEA para sobrevivir largo tiempo en el intestino humano y la producción de una o más dt de las < brió E( un gra estudii maten inmur ECEA pos co • t e ECE1 adultc ción, i entere semej; produ múlti] amba: ellas, contit prese! ra de guiad I de est la enf nantt geno; deno actúa estos K99, anim das e igual 67 y para logia tud. la TI de 1; célul Ello; trarr cons Capítulo 11 más de las toxinas descritas, pudiera explicar la persistencia ¿ e las diarreas por ellas producidas.32,41 Desde que se descu­ brió ECEP o ECEA se ha observado que la leche materna es un gran protector contra la infección por ésta, y recientes estudios continúan confirmando este hallazgo.32,44 La leche materna contiene factores tanto en los lípidos como en las inmunoglobulinas que inhiben la adherencia de ECEP o ECEA, incluyendo en mujeres de áreas endémicas anticuer­ pos contra intimina, BFP, EspA y EspB.32,45 :n saa en :anismos as cepas mo y su ipartado « Escherichia coli imo una ^ fueron das porregativos ¡roaploioloniza1 colon, is. Estu:an que sten dos sacterias jperficie raciones, ando las enterotoxigénica (ECET) . í el grupo 0126 y es fácil, cepas se ra como lida. De podrían ellosida■de flui:erísticas ción, las que esta nes, que manojo ilus), un :ina teri estable irán una ada con ;is de las intestiLa capa/ir largo e una o ¡ ECET es causa de diarrea acuosa tanto en niños como en adultos. Su patogenicidad involucra factores de coloniza­ ción, expresión de adhesinas intestinales y la producción de enterotoxinas, como la termolábil (TL) cuyo mecanismo es semejante a la enterotoxina de Vibrio cholem e, también produce la enterotoxina termoestable (TE) que contiene múltiples residuos de cisterna que le confiere estabilidad; ambas toxinas pueden manifestarse juntas o sólo una de ellas, para causar daño en las células epiteliales. También contiene una fimbria denominada longus de 22 kDa que presenta homología con la región Af-terminal de la estructu­ ra de los pili tipo IV clase b que incluye TCO (pilus corregulado con la toxina colérica) de Vibrio cholerae.4S_4S En algunos experimentos se comprobó que la expresión de este pilus es requerido para la colonización y para generar la enfermedad.32 Se han identificado seis antígenos diferentes determi­ nantes para las fimbrias de ECET (CS1 a CS6). Estos antí­ genos forman combinaciones que se agrupan en familias y se denominan factores de colonización antígenos (CFA). En la actualidad se conocen alrededor de 15 tipos diferentes de estos factores adhesivos. Los más importantes son: K88, K99, 987P y F41 producidos por cepas de ECET de origen animal, y CFA-I, CFA-II, CFA-III y CFA-IV en cepas aisla­ das en humanos. La producción de factores de adherencia, al igual que en las enterotoxinas, está controlada por plásmidos 67 y restringida a ciertos serotipos de ECET.41,49,50 Las cepas de ECET poseen los plásmidos necesarios para producir las enterotoxinas TL. Ambas toxinas son estructuralmente similares y la homo­ logía de sus aminoácidos tiene alrededor del 80% de simili­ tud. Una de sus diferencias radica en que los genes que regulan la TL se encuentran en los plásmidos, mientras que los genes de la TC están en los cromosomas. ECET se adhiere a las células epiteliales de la mucosa intestinal por medio de los pili. Ellos actúan como factor de colonización que permiten con­ trarrestar los movimientos peristálticos intestinales y además constituyen un mecanismo de defensa del huésped.41,51 Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda La TL de ECET estimula la actividad enzimática adenilciclasa en las células epiteliales del intestino delgado y provo­ ca una pérdida considerable de agua y electrólitos. Desde el punto de vista estructural la TL está compuesta por dos subunidades, la subunidad A que posee la actividad enzimá­ tica y está constituida por dos fracciones, A l cuya función es la ribosilación del ADP que provoca un aumento del cAMP (monofosfato de adenosina cíclico) intracelular y A2 la cual participa en la unión de la subunidad A l con la subunidad B y con el proceso de internalización de la subunidad A a la célula intestinal; y la subunidad B, que tiene la propiedad de unir la toxina a un gangliósido GM-1 presente en la superfi­ cie de la célula epitelial intestinal, el cual actúa como su receptor para facilitar la internalización de la subunidad A. En la ST de ECET hay que diferenciar dos tipos de enterotoxinas, ST-1 y ST-2. Ambas difieren en la secuencia de ami­ noácidos y sus características de unión al receptor. La toxina ST-1 se une estrechamente a un receptor intestinal y activa la enzima guanilciclasa en las células de la mucosa intestinal para producir secreción. El mecanismo de acción de la ST-2 es desconocido.41,52 n Escherichia coli enteroinvasiva (ECE1) Las cepas de ECEI son muy similares a las de Shigella, en términos de características clínicas y patogénesis. Las cepas de ECEI tienen un plásmido grande, de 120 a 140 MDa (megadaltones), que guarda cierta homología con el plásmi­ do de virulencia de Shigella, el cual codifica un T3SS que co­ difica para proteínas, como por ejemplo las Ipa y otras que están involucradas en el proceso de patogénesis, y le confiere a la bacteria la capacidad de invasividad en el enterocito, habilidad de escapar de la fagocitosis, lisis de la vacuola, la multiplicación dentro del citoplasma, usurpar la maquinaria de ensamblaje de los filamentos de actina de la célula hués­ ped y diseminación lateral a la célula adyacente.32,41,53 El primer paso es la adherencia de la bacteria a las vellosidades de la mucosa requiriendo de mucinasa y adhesinas, para des­ pués entrar por endocitosis a la célula, y posterior multipli­ cación de éstas dentro de la célula y diseminación a células sanas adyacentes.53 Tanto las cepas de Shigella como las de ECEI son usual­ mente inmóviles, no fermentan la lactosa, y debido a una deleción cromosómica son lisina decarboxilasa negativas.32,54 Las cepas de ECEI se diferencian de las de Shigella principal­ mente por el hecho de que las primeras fermentan glucosa y xilosa. Ambas infecciones, tanto por Shigella como por ECEI, causan diarrea acuosa, la cual progresa a disentería, caracterizada por severos cólicos abdominales, fiebre, tenes­ mo, y con frecuencia pasaje de pequeños volúmenes de heces - Parte III Infecciones del aparato digestivo que contienen moco y sangre. Se estima que la dosis infec­ ciosa de ECEI es aproximadamente 108 bacterias, de manera significativa mayor que la de Shigella,32> 41>53 m Shigella El organismo Shigella es un bacilo gramnegativo, intracelular, anaerobio facultativo, el cual se constituye en el principal agente etiológico de la disentería, y que continúa siendo un importante problema de salud pública. Un estudio retrospectivo publicado en 1999 por Kotloff et al,,55 sugirió una incidencia anual estimada de 164.7 millones y de 1.1 millones de muertes en todo el mundo. En los países en vías de desarrollo hay 163.2 millones de casos anuales y el 69% de éstos son niños menores de cinco años de edad. Los resultados mostraron que la incidencia general de shigelosis tratada fue de 2.1 episodios por cada 1 000 residentes por año de todas las edades y 13.2/1 000/año en niños menores de cinco años de edad (Seidlein et al. 2006). La alta incidencia de Shigella en estos países es atribuida a la escasez de agua potable, malas condiciones de higiene, des­ nutrición y el costo del tratamiento con antibióticos. No existe vacuna protectora contra Shigella disponible.56 Shigella pertenece a la familia Enterobacteriaceae, tribo E scherichieae y género Shigella. Son organismos no móviles y no encapsulados. Este género incluye 47 serotipos, los cuales están subdivididos en cuatro grupos, dependiendo de sus similitudes serológicas, dadas por el antígeno somático O y reacciones de fermentación: A (Shigella dysenteriae), B (Shi­ gella flex neri), C (Shigella boydii), y D (Shigella sonnei). El antisuero comercial está disponible para determinar el grupo y el tipo específico de antigenicidad. Shigella sonnei constitu­ ye entre el 60 y 80% de los casos reportados actualmente en EUA y en otros países industrializados, pero en países en vías de desarrollo el que ha sido aislado con más frecuencia es S. flex n eri?2 El humano es el huésped natural de Shigella. La forma principal de transmisión es fecal-oral. La ingestión de 10 a 200 organismos es suficiente para que ocurra la infec­ Cuadro 1 1 -2 ción, dependiendo de la especie de Shigella,40 El inócul0 requerido para que se desarrolle la infección está especifica, do en el cuadro 11-2.57 Los signos clínicos de shigelosis varían desde una dia­ rrea acuosa leve a grave disentería inflamatoria con frecuente pasaje de volúmenes pequeños de heces con sangre y moco. Algunos pacientes pueden presentar síntomas neurológicos tales como dolor de cabeza grave, letargo, confusión y con­ vulsiones. Las especies de Shigella invaden el epitelio de colon y recto de primates y humanos, causando inflamación aguda de la mucosa característica de la shigelosis, por la entrada de este microorganismo al citoplasma de la célula huésped y diseminación a las demás células. Este comporta­ miento y la subsecuente respuesta inflamatoria del huésped, destruyen el epitelio del colon subyacente generando los sín­ tomas clínicos. Los motivos por los cuales Shigella tiene especificidad por mucosa y recto, aún no son bien compren­ didos. La patogénesis está determinada principalmente por dos loci en un plásmido de virulencia (VP), el locus mxi-spa codifica un sistema de secreción tipo III (SSTT) y el loots ipa codifica los antígenos de invasión.56,58,59 El plásmido también regula genes que están localizados en el cromoso­ ma. Es aceptado que el paso crítico para la creación de la Shigella es la adquisición de formas ancestrales de VP (pINV). En varios análisis filogenéticos se detectaron dos formas de VP (pINV y pINV B) basados en los estudios de tres genes de virulencia (ipgD, mxiA y mxiC) que están loca­ lizados en la región de invasión de VP en por lo menos 25 cepas de Shigella y ECEI. Los autores han establecido que la presencia de varios tipos de cepas Shigella y ECEI y su adqui­ sición de plásmidos de otras formas de plásmidos, indican que la transferencia del plásmido pINV a otras cepas de £ coli ha ocurrido en varias ocasiones.60 En otros estudios ellos secuenciaron los genes ipgD y mxiA de 32 cepas de ECEI y encontraron que todas, excepto dos, tenían la forma pINV A. Los datos apoyan la hipótesis de que la adquisición del VP de una cepa de E. coli ancestral precede la diversificación de todos los grupos de Shigella y ECEI.56,61 Los resultados Respuesta de adultos voluntarios a experimentos con cepas virulentas viables de Shigella Shigella sp S. flexneri (cepa 2467T) Casos clínicos de shigelosis (%) __ Inoculum (organismos) N < 180 72 23 (32) > 5 x 1 03 211 124 (59) S. sonnei (53G) 500 58 26 (45) S. dysenteriae 1 <200 22 6(27) > 2 x 1 03 22 14(64) (A-1 y M -13 1) Fuente: Adaptado de DuPont HL, Levine MM, HornickRB ef a l. Inoculum size in shigellosis and implications for expected mode o f transmission. J infect de Yang cual los de E. co, con dif patogén Shigella cas. El para el ' genos d bacteria Una prc carencis "agujere dales p; De ne que yeyuno colon. 1 ésta del activan tura de bacteri; células cubren esta loe sis de 1 bacteri; basolat general tosis rr maciór El mee do por nod: núcleo CXCL N F -k I eos, ne U una to mo, cc culacie plasmi de nei Shigeh peso r es elal ciones L como Capítulo 11 l inoculo specificauna diafrecuente : y moco. rológicos ín y conutelio de lamación s, por la la célula Dmportahuésped, .o los sinúla tiene :omprenlente por cmxi-spa y el locus plásmido ;romosoión de la ¡ de VP aron dos tudios de ;tán locanenos 25 do que la su adqui, indican bas de £ dios ellos ; ECEI y na pINV ición del ¡ificación multados ; ' ---------------is (%) ------- — >n.J Infect j je Yang et al. apoyan una teoría multiorgánica alterna, en la cUal los diversos VP ancestrales determinaron otros orígenes de E- coli múltiples veces, resultando en especies de Shigella con diferentes genomas pero con similares propiedades patogénicas .56,62 Debido a la adquisición y pérdida de genes, Shigella y ECEI han obtenido las características patogénicas. El plásmido de virulencia además de codificar genes para el SSTT, también codifica para la producción de antígenos de invasión (Ipas), la inducción de endocitosis de la bacteria y lisis vacuolar y la diseminación intra e intercelular, Una propiedad común de las cepas de Shigella y ECEI es su carencia de actividad lisina decarboxilasa. El nuevo concepto “agujero negro” se refiere a genes supresores que son perjudidales para la patogénesis del microorganismo.63 Después de que el microorganismo es ingerido, éste tiene que fijarse inicialmente en el intestino delgado (íleon y yeyuno), se multiplica y la infección va avanzando hacia el colon. Una vez que entra en contacto con la célula huésped, ésta debe adherirse a la célula blanco, los efectores tipos III activan unas vías de señales complejas que alteran la estructura de la membrana y permiten la invasión de Shigella. La bacteria penetra el epitelio en áreas correspondientes a las células M de los folículos asociados al epitelio (FAE), que cubren a los nodulos linfoides de la mucosa del colon. En esta localización subepitelial, Shigella causa extensa apoptosis de los macrófagos. Este proceso permite el escape de la bacteria de los tejidos y la entrada al enterocito por la región basolateral, seguido de diseminación a las células adyacentes, generando una eficiente colonización intracelular. La apoptosis mediada por caspasa-1 puede también iniciar la infla­ mación a través de la liberación de interleucina, como IL-lb. El mecanismo inflamatorio es considerablemente amplificado por la presencia de la bacteria intracelular que activa el N0D1 (proteína 1 domino de oligomerización unida a nucleótido), vía a través de la cual libera peptidoglucano, CXCL8 (receptor de la IL-8) y el factor de transcripción NF-kB. Todo este proceso desencadena procesos hemorrágicos, necrosis y formación de úlceras.63,64 Una vez en el interior del enterocito, Shigella produce una toxina en la lámina propia y una citotoxina. El organis­ mo, como una respuesta inflamatoria, moviliza hacia la circulación sanguínea una serie de elementos como linfocitos, plasmocitos y leucocitos polimorfonucleares con la finalidad de neutralizar al agente agresor. La citotoxina liberada por Shigella (toxina shiga) tiene un origen endocelular, con un peso molecular que oscila entre 68 000 y 76 000 daltones y es elaborada por una proenzima que requiere de modifica­ ciones para obtener su actividad máxima.41,65 La toxina shiga tiene varias acciones, la primera es actuar como una enterotoxina y desencadenar el sistema adenilato- Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda ciclasa, lo que da lugar a una diarrea secretora en sus inicios, con pérdidas elevadas de agua y electrólitos, que pueden pro­ ducir una deshidratación.41,66 Otra de las acciones de la toxi­ na shiga es aquella dependiente de las subunidades que la componen. La subunidad A es clivada generando subunidad A l y A2. La subunidad A l es la que actúa rompiendo el enla­ ce Af-glucosídico en el residuo de adenina 4324 del rRNA 28s inactivando los ribosomas 60S e inhibiendo la síntesis de proteínas, lo cual causa muerte celular. Las subunidades B forman parte de la molécula que ataca a las células de la membrana. Este efecto citolítico de la toxina destruye al ente­ rocito en pocas horas, ocasiona ulceraciones en la mucosa y da lugar a la producción de heces con moco, pus y sangre con polimorfonucleados. Una acción adicional es la de compor­ tarse como una neurotoxina y producir edema y hemorragias como consecuencia del daño ocasionado en el endotelio de los pequeños vasos del sistema nervioso central.41,63 Vibrio cholerae Vibrio cholerae pertenece a la familia Vibrionaceae. La espe­ cie Vibrio incluye bacilos gramnegativos, generalmente cur­ vados de 1.5 a 2 pm de longitud y alrededor de 0.5 mm de anchura, que disponen de un único flagelo polar. La denominación Vibrio procede del médico y naturólogo danés Otto Friedrich Müller, quien observaba micros­ cópicamente vivos movimientos de vibriones en una gota de agua. Al igual que otras bacterias gramnegativas, los vibrio­ nes pueden subdividirse en serovariantes debido a sus antí­ genos O (lipopolisacáridos). Los gérmenes del cólera son casi exclusivamente cepas de la serovariante O l con los subgrupos Ogawa e Inaba. Debido a sus propiedades fisioló­ gicas, se dividen en los biotipos Cholerae y El Tor. Otro ger­ men del cólera que prolifera sobre todo en el subcontinente índico es el serotipo 0139El cólera, que sólo afecta al ser humano, es una enfer­ medad de declaración obligatoria, que produce un padeci­ miento diarreico deshidratante y ocurre en forma de epidemias, endemias y pandemias. En el año 2006 se notifi­ có al Instituto Robert Koch una enfermedad por cólera (V cholerae 0 :1 , biotipo cholerae, serotipo Ogawa); en 2005 no se determinó ningún caso, mientras que en 2004 se habían notificado tres. La OMS recibió más de 130 000 informes de casos de cólera en 2005. A nivel mundial, el mayor núme­ ro de casos se registró en países africanos (sobre todo, Sene­ gal, Congo y Guinea-Bissau). La enfermedad se presenta como epifenómeno de pobreza en personas con un estándar de higiene muy bajo. La principal fuente de infección es el agua potable contaminada por heces.67 Se ha establecido una diversidad sustancial entre las cepas de 0 1 3 9 . El aislamiento de diferentes ribotipos de Parte 111 Infecciones del aparato digestivo 0 1 3 9 en Bangladesh e India ha mostrado una sorprendente diferencia en la proporción de cepas pertenecientes a dife­ rentes ribotipos, así como en la distribución de éstos entre los países vecinos. Al menos seis ribotipos distintos han sido descritos entre las cepas 0 1 3 9 recolectadas en diferentes regiones de India y Bangladesh entre 1992 y 1998. Se han estudiado dos loci genéticos, rrn y ctx, encontrándose que 0 1 3 9 presenta rápidos cambios genéticos, que conducen a la aparición de nuevas variantes, y cambios temporales en los patrones de resistencia a los antimicrobianos, que posible­ mente contribuyen a la selección de diferentes variantes. Los estudios de epidemiología molecular muestran clara eviden­ cia de diversidad clonal entre las cepas 0 1 3 9 aisladas de V cholerae en Calcuta, y continúa la emergencia de nuevos clo­ nes, reflejando cambios en la estructura, organización y loca­ lización de los profagos CTX. La enfermedad causada por 0 1 3 9 es indistinguible de aquella ocasionada por O I.67 El cólera es un prototipo de la enfermedad diarreica secretora. Estudios histológicos convencionales no muestran daño a la mucosa intestinal en esta enfermedad.67 Los serotipos OI y 0 1 3 9 causan enfermedad clínica por producción de una enterotoxina que promueve la secre­ ción de fluidos y electrólitos en el intestino delgado. La dosis infecciosa de la bacteria varía de acuerdo con el vehículo de transmisión; cuando éste es agua se necesitan 103 a 105 de bacterias para causar enfermedad, pero cuando es alimento, la cantidad que se necesita es menor (102 a 104). Las condi­ ciones que reducen la acidez gástrica, tales como el uso de antiácidos o bloqueadores de los receptores de histamina, gastrectomía o gastritis crónicas inducidas por H elicobacter pylori, incrementan el riesgo de adquirir la enfermedad y predisponen al paciente a formas clínicas más severas. Las toxinas producidas por V. cholerae no invaden la pared intes­ tinal y son encontrados pocos neutrófilos en las heces. El periodo de incubación varía de acuerdo con la dosis infec­ ciosa y la acidez gástrica, se presenta entre las primeras 12 a 72 h . 68 Vibrio cholerae coloniza el intestino delgado de huma­ nos adultos y niños e infecta animales mamíferos en experi­ mentación. Los genes que determinan la virulencia, cruciales para la infección, han sido expresados en ratones lactantes. Un gradiente de quimioatracción está presente en el lumen del intestino delgado superior. Utilizando la quimiotaxis, V cholerae tipo salvaje responde a este gradiente de concentra­ ción en el lumen; sin embargo, este quimioatrayente está ausente en el lumen del intestino delgado inferior, permi­ tiendo que V. cholerae tipo salvaje responda a diferentes gra­ dientes que lo dirigen hacia los espacios intervellosos y la superficie epitelial. Vibrio cholerae coloniza tanto intestino delgado superior como inferior, presumiblemente en el lado luminal del gel mucus y las vellosidades. V cholerae que logra establecerse en el mucus puede multiplicarse, evidenciado por la presencia de división de la bacteria en las microfotografías electrónicas del mucus.69 Como se mencionó anteriormente, V cholerae produce una enterotoxina, formada por las subunidades A y B. £] vibrio llega a la superficie del enterocito, se adhiere a ella y produce la toxina colérica. La subunidad A se desprende de la bacteria y se une a un receptor de membrana GM-1 en la superficie del enterocito, mientras que la B se une a la mem­ brana celular. Posteriormente la subunidad A penetra en la membrana celular, se une a un receptor, en la membrana basolateral del enterocito se genera el cAMP intracelular, el cual estimula el canal de cloro en las criptas intestinales, lo que incrementa la secreción de agua y electrólitos e inhibe el co transporte de sodio y cloro en las células de las vellosidades. Como resultado de estas dos acciones en las criptas y en las vellosidades por la toxina colérica, la secreción de líquidos en el lumen intestinal lleva a una diarrea secretora. La toxina colérica puede estimular al intestino delgado por activación secundaria de los metabolitos del ácido araquidónico, y aumentar la producción de prostaglandinas, las cuales acti­ van el sistema nervioso entérico. Este proceso parece estar mediado por la 5-hidroxitriptamina (5-HT) liberada por las células cromafines y la neurotoxina liberada por las células neuroendocrinas. Estos neurotransmisores pueden actuar de manera independiente en las células epiteliales y provocar secreción, o secundariamente, como es el caso de la produc­ ción de prostaglandina-E2, por la estimulación de la 5-HT para provocar secreción de líquidos. De esta manera, produce una diarrea secretora abundante, que produce importantes alteraciones en el equilibrio hidroelectrolítico.70,71 » Giardia ¡ntestinalis Giardia intestinalis (sinónimos: G. duodenalis, G. lamblia) ha sido reconocido como un habitante intestinal desde fina­ les de los años 1600, cuando Van Leeuwenhoek lo descubrió en sus propias heces. Fue a principios de 1900 que el parási­ to recibió el nombre Giardia. Se ha designado de diversas maneras, pero Giardia intestinalis es el nombre de la especie actualmente aceptado por la OMS, aunque existen muchos desacuerdos aún. El género Giardia cae dentro de la catego­ ría de flagelados intestinales de la división Protozoo. Sobre la base de su subunidad menor del RNA ribosomal y la ausen­ cia de muchas organelas, tales como mitocondria y aparato de Golgi típico, es uno de los patógenos descubiertos mas temprano dentro de los eucariotes, y ha sido utilizado como modelo para entender el desarrollo de las células eu cario tas. Sin embargo, hallazgos recientes de genes mitocondriales en el parásito aumentan la posibilidad de que Giardia alguna vez hubiese estado dotada de mitocondrias, pero que estas earactei en biol' estructi Té< aloenzi hsmos ciación utilizad cies en han reespecie Gi de caso lio en person casos r entéric de vid: agua o ciones es difí proces parásit huéspí comúr to ora son in; go caí compl mal, d zoítos proxir tos; k que se fijan a tes de una fi entre un pn nutrit vellos daño borde micrc a niví rias c diarre eriter ¡ célul; estud Capítulo 11 andado :rofoto>roduce y B. El a ella y de de la 1 en la i memra en la mbrana lular, el tales, lo íhibe el sidades. y en las lidos en toxina :ivación nico, y es acti­ ve estar por las células :tuar de rovocar jroduci 5-HT >roduce >rtantes imblia) de finascubrió parásiiiversas especie nuchos categoiobre la . ausenaparato :os más o como ariotas. iales en alguna ie estas características ancestrales se hayan perdido. Avances actu ales en biología molecular y celular han revelado una compleja estructura genética en el género Giardia.72’73 Técnicas bioquímicas y enzimáticas tales como análisis aloenzimático,74 electroforesis en pulsos de gel,73 polimor­ fismos de longitud de fragmentos de restricción,76 secuenciación de DNA y DNA polimórfico amplificado77 han sido utilizados para determinar las variaciones inter e intraespecies en el género Giardia. Estos avances a nivel molecular han revelado considerables variaciones genéticas entre las especies.'3 Giardia intestinalis causa un estimado de 280 millones de casos de infecciones por año. En países en vías de desarro­ llo en Asia, África y Latinoamérica unas 200 millones de personas tienen síntomas de giardiasis, con 500 000 nuevos casos reportados cada año. En EUA es el parásito patógeno entérico diagnosticado con mayor frecuencia. Tiene un ciclo de vida directo que permite su fácil transmisión a través del agua o los alimentos. Los quistes son resistentes a las condi­ ciones adversas ambientales y pueden sobrevivir por meses; es difícil destruirlo por métodos convencionales como el procesamiento del agua. El estado de vida vegetativo del parásito se inicia cuando los quistes son engullidos por el huésped, ya sea a través de la ingestión de agua o, menos común, alimentos contaminados, o directamente de contac­ to oral con heces fecales. La infección se presenta cuando son ingeridos 10 a 25 quistes. El ambiente ácido del estóma­ go causa rotura de los quistes, liberándose los trofozoítos completamente desarrollados en el intestino delgado proxi­ mal, donde ocurre la replicación y el daño tisular. Los trofo­ zoítos de G. intestinalis colonizan el intestino delgado proximal y se adhieren a la superficie apical de los enterocitos; los atacan utilizando discos de succión especializados que se localizan en su superficie ventral, y se piensa que se fijan a ellos ejerciendo presión negativa. Las lectinas o varian­ tes de proteínas de superficie de este patógeno pueden tener una función en el proceso de fijación. Esta estrecha relación entre el parásito y el epitelio del intestino delgado resulta en un proceso fisiopatológico que interfiere con la absorción de nutriente y finalmente con daño al enterocito, atrofia de las vellosidades, hiperplasia de las criptas, hiperpermeabilidad y daño del borde en cepillo. La adhesión de estos protozoos al borde en cepillo bloquea la entrada de agua, electrólitos y micronutrientes, lo que produce un exceso de carbohidratos a nivel del lumen intestinal, que son atacados por las bacte­ rias con producción de ácido láctico, lo cual da lugar a una diarrea acida que se traduce clínicamente por un marcado eritema perianal. Aunque las células inmunes del huésped tales como las células TCD8+, juegan un papel en la disrupción epitelial, estudios in vitro también sugieren que la apoptosis inducida Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda por el patógeno debida a activación del sistema dependiente de caspasa-3, se correlaciona con la pérdida de la función de la barrera epitelial en las que conducen a disrupción en las estrechas uniones intercelulares. El daño a los enterocitos puede también ser facilitado por glucoproteínas excretoras/ secretoras de G. intestinalis y proteasas. La pérdida de la fun­ ción epitelial conduce a malabsorción de electrólitos y redu­ ce la actividad disacaridasa, resultando en la acumulación de fluido en el lumen intestinal, generando una diarrea osmóti­ ca.73 " Entamoeba histolytica (amebiasis) Entamoeba histolytica es un parásito protozoario entérico que infecta a 500 millones de personas por año, causando enfer­ medad en 50 millones y mortalidad de un millón de indivi­ duos. Las manifestaciones clínicas incluyen infección asintomática, diarrea, disentería y abscesos en hígado, pulmo­ nes o cerebro. El por qué sólo el 10% de los individuos desa­ rrollan síntomas mientras que el 90% tienen colonización asintomática, es desconocido aún. Se piensa que el genoma de E. histolytica está formado por 24 Mb, con 14 cromosomas y funciona como tetraploide. Algunas características interesan­ tes incluyen la evidencia de transferencia lateral de genes des­ de bacterias y grandes números de vesículas traficadoras de genes, cinasas transmembranas y enzimas proteolíticas. Una de las particularidades sin precedentes del genoma de E. histo­ lytica es la estructura y organización de los RNA de transfe­ rencia (tRNA), que están establecidos en diferentes formas (500 bp hasta 1 750 bp), de las cuales hay aproximadamente 4 500 en el genoma. La misma organización del tRNA está presente en otras especies de Entamoeba, pero las secuencias repetidas individuales en estas especies son diferentes. Estos datos sugieren que la organización del tRNA proviene de un ancestro común conocido como Entamoeba sp.78 La amebiasis es una enfermedad causada por E. histolyti­ ca, un parásito entérico exclusivamente de humanos con remarcada capacidad de contacto para inducir la muerte celular del hospedero. Los dos mayores síndromes clínicos de la amebiasis son colitis amebiana y abscesos hepáticos. La infección se inicia cuando se consumen alimentos y agua contaminados con quistes. Así el ciclo de vida del parásito no es complejo, con un quiste infeccioso y un trofozoíto invasivo.79 Las lesiones patológicas en el colon incluyen ulceraciones del epitelio intestinal e invasión de la propia lámina basal por causa de los trofozoítos.80 En la patogénesis de la amebiasis se requiere de la colonización del intestino, rotura del sistema de defensa del moco, adherencia y lisis de las células epiteliales. La adherencia, patogénesis y la actividad proteolítica son tres eventos clave en la destrucción del tejido del hospe­ Parte 111 Infecciones del aparato digestivo dero. La adherencia de los trofozoítos de E. histolytica a las células blanco está mediada por varias moléculas, la primera de ellas es una lectina: galactosa/7V-acetil-D-galactosamina (Gal/GalNAc), esta molécula se une a los residuos expuestos de galactosa/7V-acetil-D-galactosamina presentes en las glucoproteínas de las células blanco y está involucrada en la eva­ sión de la lisis por el complemento. La segunda es una molécula llamada adhesina de 112 kDa, que específicamen­ te bloquea la adherencia, tanto a células epiteliales como a eritrocitos humanos. Se ha demostrado que algunas mutantes obtenidas para la virulencia de E. histolytica presentan alteraciones en esta proteína.80'83 Una vez superada la barrera de moco intestinal y elimi­ nado a las células epiteliales del intestino el trofozoíto se enfrenta a la degradación de la matriz extracelular (MEC). La MEC desempeña una función central en el control de la proliferación, migración y diferenciación celular al mediar la adhesión y comunicación celular. Entre los principales com­ ponentes de la MEC se incluyen los estructurales, como colágena, fibronectina y elastina. En células de organismos eucariotes superiores, la unión a proteínas de matriz extracelular está mediada por una familia de receptores en super­ ficie de la membrana llamadas integrinas. En la actualidad es claro que éstas son capaces de traducir señales desde la membrana extracelular hacia el interior de la célula, y que pueden promover cambios en la expresión de genes.84,85 En los últimos años se ha reportado la capacidad del trofozoíto de E. histolytica para degradar colágena humana tipo 1, por medio de la síntesis de gránulos electrodensos que tienen actividad de colagenasa.83,84 Esto sugiere la existencia de homólogos de MMP en los trofozoítos de E. histolytica y que pueden ser los primeros eventos en la patogénesis del parásito para degradar la colágena de la MEC del intestino del hospedero.85 La estabilización de los trofozoítos de E. histolytica está seguida por una marcada elevación de la concentración de calcio intracelular en las células blanco. Activadores proteína cinasa C aumentan la actividad citolítica del parásito. Este también contiene una proteína de 77 aminoácidos con secuencia homologa a la NK-lisina, que funciona como una proteína equivalente en las células T citotóxicas del cerdo. Los trofozoítos de ameba causan alteraciones en la permeabi­ lidad intestinal que son dependientes de su actividad citolíti­ ca. Se cree que las células blanco presentan necrosis y apoptosis, y reciente evidencia sugiere que esa apoptosis pue­ de ser un componente importante de la patogénesis de E. histolytica. Además, este patógeno contiene numerosas enzi­ mas proteolíticas, incluyendo la colagenasa. Kelsall y Radvin demostraron que las cisteína proteinasas son responsables de la degradación de las moléculas de IgA secretoria, una posible forma de evasión. Se ha encontrado que estas proteinasas también degradan las moléculas de IgG y previenen su unión al trofozoíto. De igual forma estas proteinasas han sido asociadas a la activación del complemento por clivaje de C3. La patología intestinal ocurre principalmente en cualquier parte del colon, en particular el ciego, sigmoides y e| recto. La interacción inicial del trofozoíto conlleva a lisis de las células diana, probablemente por acción proteolítica de lectinas. Una vez atravesado el epitelio intestinal, penetra por la capa de la m uscularis m ucosae e instala hábitat en la submucosa, formando una abertura pequeña de entrada con un fondo ancho, que tiene la apariencia histológica de un botón de camisa. La reacción inflamatoria resultante en el tejido intestinal produce nodulos que progresan a úlceras y subsecuente necrosis localizada como resultado de trastor­ nos del riego sanguíneo. La resistencia del parásito al ataque del sistema del complemento hace que pueda sobrevivir en medio de una sobrepoblación infiltrativa de células linfocitarias (células plasmáticas, linfocitos, eosinófilos, etc.).86 Clínica, diagnóstico y tratamiento Una anamnesis y examen físico exhaustivos en un paciente con gastroenteritis aguda son esenciales para una aproxima­ ción diagnóstica inicial y terapéutica adecuadas y costo-efec­ tivas basadas en la evidencia. El enfoque inicial de la evaluación clínica del paciente con gastroenteritis aguda se basa en la determinación de la severidad de la enfermedad, la necesidad de rehidratación y la identificación de las proba­ bles causas, teniendo en cuenta la historia y los hallazgos clínicos.87 Es importante conocer acerca del uso de medica­ mentos recientes, especialmente antibióticos de amplio espectro, para descartar la diarrea relacionada con antibióti­ cos; también si el niño tiene alguna inmunosupresión por presencia de infecciones de tipo recurrente, desnutrición, enfermedades concomitantes como la infección por VIH/ SIDA o del tipo sarampión, entre otras, así como la presen­ cia de enfermedad diarreica en otros individuos cercanos al niño. Ante la posibilidad de que pueda ser una diarrea del viajero, hay que preguntar acerca de viajes fuera del país o a áreas rurales o costeras en donde el consumo de agua o ali­ mentos contaminados puede ser una posibilidad etiológica de la enfermedad; la asistencia a sitios de convivencia mutua como hogares, jardines o guarderías infantiles; la presencia de mascotas dentro de la casa y la manera de preparar los alimentos.88 Se debe preguntar acerca del inicio del cuadro de dia­ rrea, duración, frecuencia, volumen de las heces, carac terís­ ticas de las heces, relación con las comidas. La diarrea que cursa con un alto volumen de agua en las heces (>1 000 mi) sugiere un proceso predominantemente secretor. Los mode­ rados ve ceso osn mi) con deposici tino. La dolor at rrea poi troenter cuatro ) vómito, te, 10 a gastrio importa síntoma Las diar tora) pu diarrea ( hidroele hipovol Vibrio c ca y Aer general, nes de infecció Campyl ritis pre abdomi fétidas ; me de i de peso E. histo semana y hema' mente i los paci An nicos se Exár Debidc autolirr Capítulo 11 u unión ido aso- :C3. :n cualdes y el i lisis de lítica de penetra at en la ada con a de un te en el ilceras y trastorl ataque vivir en nfocita86 ito )aciente roximato-efec1 de la guda se edad, la probaallazgos nedicaamplio ítibióti¡ón por trición, r VIH/ presenranos al rrea del país o a la o aliiológica . mutua resencia arar los de diaacterísrea que )00 mi) mode­ rados volúmenes de heces (500-1 000 mi) sugieren un pro­ ceso osmótico. El pasaje de bajos volúmenes de heces (<500 nJ) con un modesto incremento en la frecuencia de las deposiciones sugieren un disturbio en la motilidad del intes­ tino La diarrea mucosanguinolenta acompañada o no de dolor abdominal indica un proceso inflamatorio.89 La dia­ rrea por rotavirus, agente causal más frecuente de la gas­ troenteritis, se presenta principalmente en niños entre los cuatro y 24 meses de vida, con inicio súbito de fiebre y vómito, seguida de diarrea acuosa (tipo osmótica) abundan­ te 10 a 20 deposiciones por día, puede haber dolor en mesoaastrio por la afectación de intestino delgado, con importante alteración del equilibrio hidroelectrolítico. Los síntomas por lo general persisten durante tres a ocho días. Las diarreas con alto contenido de agua (acuosa, tipo secre­ tora) pueden producir un cuadro aún más severo que el de la diarrea osmótica, con importantes alteraciones del equilibrio hidroelectrolítico y acidobásico, y puede progresar al choque hipovolémico. Pueden ser causadas por bacterias como Vibrio cholerae, E. coli enterotoxigénica, Yersinia enterocolitica y AeromonasP0^2 Cuando el paciente presenta mal estado general, fiebre y diarrea mucosanguinolenta, con deposicio­ nes de volúmenes pequeños y frecuentes, es sugestivo de infección por bacterias como Shigella, E. coli enteroinvasiva, Campylobacter, Salmonella, entre otras.87,91 En la gastroente­ ritis producida por Giardia se puede presentar distensión abdominal, dolor tipo cólico, anorexia; las heces suelen ser féridas y asociadas a flatulencias. La anorexia con el síndro­ me de malabsorción puede conducir a significativa pérdida de peso, falla en el medro y anemia.92 La gastroenteritis por E. histolytica es de inicio gradual (alrededor de una a tres semanas), se caracteriza por dolor abdominal, pujo, tenesmo y hematoquezia, con escaso volumen de las heces, y general­ mente no hay compromiso del estado general; un tercio de los pacientes puede presentar fiebre.93 Antes de tomar la decisión de ordenar estudios paraclínicos se debe tener en cuenta que: • • • La mayoría de los episodios de gastroenteritis agu­ das sanguinolentas resultan de infección por bacte­ rias entéricas invasivas (Shigella, que es el patógeno más frecuentemente aislado). Menos del 3% son causados por E ntamoeba histo­ lytica. Unica forma de determinar la etiología en casos de disentería: coprocultivo.91 Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda lógica usualmente no es necesaria. Las características de la enfermedad, la epidemiología y las condiciones de salud pública ayudan a determinar si es pertinente realizar estudios y qué tipo de ellos.87 Los exámenes diagnósticos deben limi­ tarse a pacientes en quienes los resultados de éstos tienen la probabilidad de influir en el manejo, por ejemplo, aquellos con diarrea inflamatoria, disentería, fiebre alta, deshidratación importante, dolor abdominal significativo, inmunosupresión o diarrea que persiste por más de cinco a siete días.89 ; Lxgtnen de materias fecales El estudio de materias fecales no es adecuado para el diag­ nóstico etiológico de enfermedad invasiva intestinal. La combinación de exámenes aumenta la sensibilidad y valor predictivo negativo. Un estudio descriptivo arrojó como resultado que en la gastroenteritis causada por rotavirus se encontraron leucocitos en 14% y sangre oculta en 36% de los casos; y en gastroenteritis causada por Shigella se hallaron tanto leucocitos como sangre oculta en 70% de los casos.91 Es posible que más de cinco leucocitos por campo de predo­ minio polimorfonuclear oriente a una inflamación del tipo diarrea bacteriana.88 También se pueden hacer valoraciones de las características fisicoquímicas de las evacuaciones, como pH, cuyo valor normal es de 6.0 pero que suele ser ácido en presencia de fermentaciones y de azúcares reducto­ res, por lo que un pH ácido orientará más hacia una posible enfermedad diarreica de origen viral que bacteriano. Las sus­ tancias reductoras con más de dos cruces sugieren intoleran­ cia a la lactosa. La presencia de electrólitos aumentados puede orientarnos hacia una diarrea de tipo secretor.88 ~ Coprocultivo Es el único estudio que proporciona diagnóstico etiológico de la gastroenteritis aguda infecciosa. Algunos autores sugie­ ren ordenarlo en las siguientes situaciones: niños menores de tres años de edad, historia de fiebre, enfermedad sistémica, sepsis, dolor abdominal, tenesmo, diarrea sanguinolenta, exposición de viajeros a agua no tratada, asistencia a jardín de niños, uso reciente de antibacterianos, inmunosupresión, brote comunitario de un patógeno específico.88 Electrólitos séricos Sólo están indicados en casos de: Exámenes paraclínicos • • Debido a que la mayoría de las gastroenteritis agudas son autolimitadas o de etiología viral, la investigación microbio- • Deshidratación severa. Deshidratación moderada cuando en historia clíni­ ca o hallazgos al examen físico sea inconsistente con los episodios de diarrea. Signos y síntomas de desequilibrio electrolítico.91 Parte III Infecciones del aparato digestivo Otras pruebas especializadas En relación con técnicas especializadas para la identificación de las características de virulencia de algunos microorganis­ mos es necesario contar con métodos complejos que no están al alcance de todos los laboratorios clínicos, de manera que con frecuencia algunas cepas virulentas se pueden consi­ derar flora normal. Por ejemplo, para identificar cepas pro­ ductoras de enterotoxinas de E. coli se han utilizado los métodos siguientes: 1. 2. Cepas enterotoxigénicas de E. coli: a. En cultivo de tejidos: • Células suprarrenales • Ovarios de criceto (hámster) b. En íleon de conejo c. En ratones lactantes d. En la piel, mediante pruebas de permeabilidad Cepas enteroinvasivas de E. coli: a. Prueba de Sereny, que consiste en inocular E. coli enteroinvasiva en la córnea del conejo, lo cual da lugar a queratoconjuntivitis b. Cultivo de tejidos de células hepáticas Es necesario considerar que los exámenes de serotipificación de E. coli con los sueros disponibles en el comercio han dejado de resultar útiles para el clínico, en virtud de que cier­ tos serotipos considerados tradicionalmente enteropatógenos han perdido dicha característica y otros no considerados como tales la han adquirido, debido a la regulación de dicha enteropatogenicidad a través de plásmidos. Se han utilizado otros métodos de diagnóstico rápido, entre ellos el análisis de inmunoabsorbencia ligado a enzima (ELISA), para la detección de las toxinas ST y LT de E. coli y han demostrado ser tan buenos como los anteriores y más sencillos de realizar. Otros procedi­ mientos son: reacciones de inmunodifusión y precipitación, aglutinación, nefelometría, inmunofluorescencia, radioinmunoanálisis, ensayos inmunoenzimáticos. Entre los ensayos de biología molecular se encuentran algunas técnicas como: hibridación de DNA (Southern blot), RNA (Northern blot), inmunoelectrotransferencia (o Western blot) y reacciones de amplificación de secuencias genéticas como la PCR (reacción en cadena de la polimerasa). Los CDC {Centers f o r Disease Control a n d Prevention) recomiendan investigar E. coli 0157:H 7 en todos los pacientes con diarrea sanguinolenta o síndrome urémico hemolítico; evaluar además específicamen­ te las muestras de materia fecal en busca de microorganismos buscando un medio de agar McConkey-Sorbitol (SMAC). * Detección de virus La detección de rotavirus se lleva a cabo mediante su demos­ tración en las evacuaciones a través del microscopio electró­ nico, el cual permite la observación de prácticamente todos los virus entéricos implicados. En la actualidad se puedj detectar la presencia de antígenos virales a través de cualquiera de los métodos siguientes: fijación de complemento inmunofluorescencia, contrainmunoelectroforesis, radioinmunoanálisis, así como la técnica de ELISA. En muchas ins­ tituciones se utiliza el método de rotaforesis, que consiste en la destrucción del virus para separar su RNA, colocando la muestra en un gel de acrilamida, y se realiza el “corrimiento” electroforético. Terminada la electroforesis se tiñe con nitra­ to de plata, se revela y se ven los 11 segmentos del RNA de virus. Su sensibilidad y especificidad son similares a los de ELISA.9-15-16 Cuadro 1 Signo o Presión Calidad F. cardí; Turgen Fontam Mucosí Ojos Extrem Diuresi: '*■ Detección de parásitos Se puede efectuar por medio de examen coproparasitológico, para el cual deben tomarse tres muestras de materia fecal, algunos recomiendan seis a nueve muestras en días diferen­ tes; el raspado rectal y el análisis microscópico, que puede resultar útil en la búsqueda de trofozoítos. El diagnóstico de giardiasis se puede hacer a través de los coproparasitoscópicos en fresco y del contenido duodenal mediante cápsula de Beal o por medio de biopsia. El diagnóstico de criptosporidiosis se establece por la demostración de quistes en materia fecal con la tinción modificada de Kinyoun.9,5,16,94 Manejo * Tratamiento de la deshidratación La evaluación del grado de deshidratación en el paciente con gastroenteritis aguda debe basarse en una serie de signos y síntomas clínicos; en el cuadro 11-3 se muestran cada uno de éstos y la correlación de los mismos con el grado de deshidratación.88,91,95 En el cuadro 11 -4 se observa el valor predictivo positivo y negativo, la especificidad y sensibilidad de algunos de estos signos y síntomas. En el manejo de EDA el reemplazo de las pérdidas de líquidos y electrólitos es el elemento central del tratamiento efectivo. En niños con enfermedad diarreica aguda el suero oral es el método de elección para prevenir y tratar la deshidratación. El suero de rehidratación oral (SRO) es el descu­ brimiento más importante del siglo xx, ha disminuido sustancialmente las muertes causadas por el cólera y por otras enfermedades diarreicas en los países en vías de desa­ rrollo. Es importante advertir sobre el uso de sustancias glucosadas producidas para deportistas mas no para el manejo de la enfermedad diarreica aguda, y no reemplazan al SRO, al igual que las gaseosas, gelatinas, agua de panela y otras Sed F u e n te : Ac sustanci; padecim La I de sodic como tr; ge a los dad, fa' electróli por cam Par: sodio d solución 1. Cuadro" vinculad Dismin Llenad Apariei Ausent Respir; Mucos, Ojos hi Pulso r Taquic. Dismin Fuente: A Capítulo 11 ite todos ;e puede de cuaJemento, radioinchas insnsiste en cando la miento” )n nitraRNA de a los de sitoíógiria fecal, diferene puede «tico de toscópipsula de itosporimateria in ;nte con signos y ada uno rado de positivo de estos didas de amiento el suero a deshi:1 descuninuido a y por de desa­ fias glumanejo alSRO, y otras Cuadro Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda 11-3 Evaluación del grado de deshidratación en el paciente con gastroenteritis aguda Leve (3-5%) ~~iiano o síntoma clínico Moderada (6-9%) Grave (>10%) presión sanguínea Normal Normal Normal o disminuida Calidad de pulsos Normal Normal o levemente disminuidos Disminuidos F. cardiaca Normal Aumentada Aumentada o disminuida Turgencia d e piel Normal Disminuida Disminuida Fontanela Normal Hundida Hundida Mucosas Levemente secas Secas Secas Ojos Normales Hundidos Muy hundidos Extrem idades Calientes, llenado capilar normal Llenado capilar demorado Frías, moteadas Diuresis Levemente disminuida < 1 Sed Levemente aumentada Moderadamente aumentada ml/kg/h < 1 ml/kg/h Muy sediento o muy letárgico Fuente: Adaptado de Briceño, Germán. Enfermedad diarreica aguda. Guías de gastrohepatopatía y nutrición pediátrica basadas en la evidencia 2006. sustancias glucosadas que empeoran los cuadros del padecimiento.88,91,92 La función del suero oral es permitir la absorción activa de sodio y glucosa en el intestino delgado. La glucosa actúa como transportador del sodio después de absorberse, se diri­ ge a los espacios intercelulares donde aumenta la osmolaridad, favoreciendo la absorción pasiva de agua y otros electrólitos. Finalmente, todos se reincorporan al plasma, por cambios en la presión hidráulica. Para que se lleve a cabo una adecuada absorción del sodio deben cumplirse las siguientes condiciones en una solución de rehidratación oral: 1. Que sea una solución isotónica (275 a 295 mosm/L). 2. 3. Concentración de glucosa de 2 a 3%. La estequiometría de sodio:glucosa debe ser 2:1 Glucosa: 74 a 11 meq/L Sodio: 30 a 90 meq/L La primera composición de suero de rehidratación oral establecida por la OMS fue la mostrada en el cuadro 11-5.96 Debido a que empezaron a presentarse muchos casos de hipernatremia con este tipo de soluciones, la OMS y la UNICEF en 2006 sugieren una solución de rehidratación oral con menor osmolaridad (245 meq/L) y menor conteni­ do de sodio (75 meq/L), mostrada en el cuadro 11-6.96 Otra composición de suero oral es la recomendada por la ESPGHAN (Sociedad Europea de Gastroenterología, Cuadro 11 -4 Valor predictivo positivo (VPP) y negativo (VPN), la especificidad (E) y sensibilidad (S) de algunos signos y síntomas vinculados con la deshidratación en el paciente con gastroenteritis aguda VPP VPN 5 (1C95%) E (1C 95%) Disminución elasticidad piel Signo o síntoma clínico 0.57 0.93 0.35 (0.25-0.49) 0.97 (0.92-0.99) Llenado capilar >2 s 0.57 0.94 0.48 (0.35-0.61) 0.96 (0.90-0.99) Apariencia clínica 0.42 0.95 0.59 (0.46-0.71) 0.91 (0.84-0.95) Ausencia lágrimas 0.40 0.96 0.67 (0.53-0.78) 0.89 (0.82-0.94) Respiración anormal 0.37 0.94 0.43 (0.30-0.56) 0.86 (0.78-0.91) Mucosas húmedas 0.29 0.99 0.80 (0.67-0.89) 0.78 (0.70-0.85) Ojos hundidos 0.29 0.95 0.60 (0.47-0.72) 0.84 (0.76-0.90) Pulso radial anormal 0.25 0.93 0.43 (0.30-0.56) 0.86 (0.78-0.91) Taquicardia 0.20 0.93 0.46 (0.32-0.61) 0.79 (0.72-0.87) Disminución gasto urinario 0.17 0.97 0.85 (0.73-0.93) 0.53 (0.44-0.62) Fuente: Adaptado de Shaw KN, Spandorfer PR. Emergency care for children: growing plains. Washington.The National academics press 2006:233-238. Parte III Cuadro 11 -5 Infecciones del aparato digestivo Líquidos y electrólitos en pediatría Cuadro 1 1 -6 Solución de rehidratación oral sugerida por la OMS y la UNICEF en 2006 Composición de la solución de SRO recomendada por la OMS Ingredientes Cloruro de sodio Citrato trisódico o Bicarbonato de calcio Cloruro de potasio Glucosa (anhidra) Composición Sodio Potasio Cloro Citrato o Bicarbonato Glucosa g/LdeH 20 3.5 2.9 2.5 1.5 20.0 mmol/L de H20 90 20 80 10 30 111 Total 3 11 con citrato 311 con bicarbonato Fuente: Líquidos y electrólitos en pediatría. Fisiología, fisiopatología, aproximación clínica. Maya, Luis Carlos. Universidad Nacional. Hospital de la Misericordia. Hepatología y Nutrición), una solución con 60 meq/L de sodio y 74 a 111 meq/L de glucosa.91 Existen otras composiciones de suero de rehidratación oral más hipoosmolares, como la del suero oral 45 que con­ tiene 45 meq/L de sodio. La deshidratación se ha dividido en tres tipos según sea la concentración de sodio sérico: 1. 2. 3. Deshidratación isonatrémica, en la cual la concen­ tración de sodio sérico es normal (135 a 145 meq/L) por lo que la composición de los líquidos corpora­ les permanece isotónica, sin cambios significativos en la osmolaridad del líquido extracelular a pesar de las pérdidas. Como no hay gradiente osmolar entre el líquido extracelular y el intracelular, el déficit de volumen es por completo del líquido extracelular. Deshidratación hiponatrémica, en donde la con­ centración de sodio sérico es menor de 135 meq/L. Hay proporcionalmente mayor pérdida de sodio comparada con la de líquidos. Se crea un gradiente osmolar al disminuir la osmolaridad del líquido extracelular, haciendo que su volumen disminuya a expensas del aumento del volumen del intracelular. Esa disminución es mucho mayor de la que se espe­ raría con las pérdidas presentadas. Deshidratación hipernatrémica. Cuando el sodio excede los 150 meq/L. En ésta el líquido extracelu­ lar se contrae y se hace hipertónico. Para crear un equilibrio osmótico se saca el líquido del espacio intracelular al extracelular, esta expansión del volu­ men del líquido extracelular puede dar lugar a una desestimación del grado de deshidratación. Componentes Solución recomendada por la OMS y la UNICEF (2006) con osmolaridad reduci­ da (meq o mmol/L) Glucosa 75 Sodio 75 Cloro 65 Potasio 20 10 Citrato Osmolaridad 245 Fuente: OMS-UNICEF 2007. De acuerdo con la severidad, la deshidratación se clasi­ fica de la siguiente manera: • • • • Sin deshidratación: Continuar con dieta habitual y SRO 10 ml/kg por cada evacuación líquida. Deshidratación leve (3 a 5%): SRO 50 ml/kg más el reemplazo de las pérdidas actuales en un periodo de 4 h (10 ml/kg por cada evacuación líquida). Deshidratación moderada (6 a 9%): SRO 100 mi/ kg más el reemplazo de las pérdidas actuales en un periodo de 4 h. Deshidratación severa (más del 10%): Iniciar con bolo de lactato de Ringer y continuar con líquidos parenterales de mantenimiento con dextrosa y elec­ trólitos.91 El déficit de líquidos es proporcional al estado de hidratación, por tanto, dependiendo del grado de deshidratación se definirá el manejo de reposición de los mismos. La AIEPI (Estrategia de Atención Integrada a las Enferme­ dades Prevalentes de la Infancia) ofrece una guía fácil y práctica para el manejo de líquidos en la deshidratación (cuadro 11-7). 1. Plan A. Tratar en el hogar al niño con diarrea. Ense­ ñar a la madre las cuatro reglas de tratamiento en casa: • Dar más líquidos (todo lo que el niño acepte); dar el seno materno con mayor frecuencia y durante más tiempo cada vez; si el niño se ali­ menta exclusivamente de leche materna dar sólo suero oral además de ésta; si el niño ya recibe alimentación complementaria continuar los alimentos que viene recibiendo, evitar aquellos con alto contenido de azúcar. Es necesario administrar suero oral en casa cuando el niño estuvo deshidratado y recibió trata­ miento con plan B o C; el niño no podrá volver al servicio de salud si la diarrea empeora. r Capítulo 11 C uad ro 11-7 Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda Estrategia de atención integrada a las enfermedades prevalentes de la infancia ____ ____ Edad < 4 meses 4 -11 meses Syla zduti- Peso < 6 kg 6-9 kg 10 12 kg Cantidad 200-400 mi 400-700 mi 700-900 mi 900-1 400 mi 1-2 años 2-4 años Fuente' AIEPI, Estrategia de atención integrada a las enfermedades prevalentes de la infancia. 2005. Enseñar a la madre a preparar y administrar el SRO. Se debe mostrar a la madre la cantidad de líquidos que debe dar al niño en casa, además de los que le da habitualmente: • se clasibitual y /kg más periodo da). 100 mi/ :s en un :iar con líquidos a y elece hidraratación ,nfermepráctica ) 11-7). a. Enseento en acepte); íencia y o se alirna dar niño ya intinuar , evitar en casa ió tratasolver al • • • Deshidratación leve (5%): 50 cc/kg en 4 h. Deshidratación moderada (5 a 10%): 100 c d kg en 4 h.91 • • • Dar con frecuencia pequeños sorbos del líqui­ do con una taza. Si el niño vomita, esperar 10 min y después continuar pero más lentamente. Continuar dando el pecho siempre que el niño lo desee. Cuatro horas después, revalorar al niño y clasi­ ficar la deshidratación, verificar la diuresis, seleccionar el plan apropiado para continuar el tratamiento, si para este momento no ha corre­ gido la hidratación iniciar plan C, comenzar a alimentar al niño en el servicio de salud cuan­ Choque. Deshidratación mayor del 10%. Falla en la terapia de rehidratación oral.91 Existen diferentes tipos de soluciones (cuadro 11-8): Es importante mostrar a la madre cómo se administra la solución de suero oral: • Plan C. La ESPGHAN propone las siguientes indica­ ciones para uso de líquidos parenterales: 8 • • Continuar alimentándolo. Cuándo regresar al puesto de salud. Medidas preventivas. Plan B. Tratar al niño con deshidratación con suero oral. Determinar la cantidad de suero oral que deberá administrarse durante las primeras 4 h, se puede consultar el cuadro 11-9 o calcularla multi­ plicando 75 ml/kg de peso.97 Una forma práctica de administrar el plan B puede ser la sugerida por la ESPGHAN: • • 3. Menor de dos años: 50 a 100 mi después de cada deposición acuosa (1/4 o 1/2 taza). Mayor de dos años: 100 a 200 mi después de cada deposición acuosa (1/2 a 1 taza). Indicaciones a la madre: administración fre­ cuente de pequeños sorbos de líquido con una taza; si el niño vomita, esperar 10 min y después conti­ nuar dando líquido pero más lentamente; seguir administrando líquido hasta que la diarrea mejore. • • • do la deshidratación esté corregida; si tolera vía oral y se mantiene hidratado explicar a la madre las cuatro reglas del tratamiento en casa, como se exponen en el plan A.97 • Solución isotónica: Es aquella que tiene la misma concentración de solutos que otra solución. Por ejemplo, si dos líquidos en igual concentración se encuentran en compartimientos adyacentes separa­ dos por una membrana semipermeable, se dice que están balanceadas, porque el líquido de cada com­ partimiento permanece en su lugar, no hay ganan­ cia o pérdida de líquidos. La solución salina se considera isotónica ya que la concentración de sodio casi iguala la contenida en la sangre. Solución hipotónica: Es aquella que tiene una con­ centración de solutos menor que otra solución. Por ejemplo, una solución contiene menor cantidad de sodio que otra. La primera solución es hipotónica con respecto a la segunda. Como resultado de esto saldrá líquido de la primera solución (hipotónica) a la segunda, hasta que las dos tengan igual concen­ tración. Las mezclas de solución salina al 0.45% se consideran hipotónicas porque la concentración de sodio es menor que la existente en el plasma. Solución hipertónica: Es la que tiene mayor con­ centración de solutos que otra solución. Cuando una primera solución contiene mayor cantidad de sodio que una segunda, se dice que la primera es hipertónica comparada con la segunda. Como resultado de lo anterior, pasará líquido de la segun­ da solución a la primera (hipertónica) hasta que las dos tengan igual concentración. Otra vez el orga­ nismo trata de mantener el estado de equilibrio. Por ejemplo, una mezcla de solución salina al 3% se Parte III Cuadro 11-8 Infecciones del aparato digestivo Líquidos y electrólitos en pediatría Contenido de algunas soluciones IV ¿Cuál es su composición? Sodio (meq/L) Cloruro (meq/L) SSN 0.9% 154 154 SS 0.45% 77 77 SS 3 % 513 513 77 77 130 109 Solución Glucosa (g/L) D 5%AD 5 D 10%A D 10 D5%SS 0.45% 5 Lactato de Ringer Potasio (meq/L) Calcio (meq/L) Lactato (meq/L) 4 3 28 ' Fuente: Líquidos y electrólitos en pediatría. Fisiología, fisiopatología, aproximación clínica. Maya, Luis Carlos. Universidad Nacional. Hospital de la Misericordia. considera hipertónica porque la concentración de sodio en la solución es mayor que la del plasma.96 Hay dos tipos de soluciones: cristaloides y coloides. Cristaloides: son soluciones con pequeñas moléculas que fluyen fácilmente desde el torrente sanguíneo a los teji­ dos. Pueden ser isotónicos, hipotónicos o hipertónicos. Dentro de los isotónicos tenemos la solución salina al 0.9% y el lactato de Ringer. La dextrosa en agua destilada al 5% es isotónica (tiene de 275 a 295 mmol/L), pero como la dex­ trosa es metabolizada rápidamente en el plasma, quedando sólo agua, se comporta como una solución hipotónica. Coloides: la albúmina al 5 y al 20%, el plasma, los dextranos y la poligelatina (Gelifúndol) son ejemplo de estas solu­ ciones. El uso de éstos sobre los cristaloides es controversial. El efecto de los coloides puede permanecer por varios días, si los capilares son normales. Durante su administración debe vigi­ larse estrictamente la aparición de signos de hipervolemia." En caso de deshidratación de 15% con choque se proce­ derá a reponer volumen intravascular, con lactato de Ringer o solución salina al 0.9%. Se puede hacer de varias formas: • Administración de lactato de Ringer o solución salina 10 a 20 cc/kg en 30 min y revalorar estado de hidratación. Repetir hasta tres bolos. Cuadro 1 1 -9 ® Lactato de Ringer o solución salina 100 cc/kg dis­ tribuidos de la siguiente manera: 50% en la pri­ mera hora — 25% en la segunda — 25% en la tercera. En cuanto a la administración de los líquidos de mante­ nimiento existen varios métodos para calcular las cantidades requeridas. El más utilizado es el método de Hollyday-Segar, que también permite calcular los requerimientos calóricos (cuadro 11-9). También pueden calcularse por metro cuadrado de superficie corporal utilizadas sólo en mayores de 10 kg: 1 500 - 2 000 cc/m2 SC/día SC = (peso X 4) + 7/peso + 90 También hay tablas que de acuerdo con la edad y el peso muestran las necesidades basales de líquidos. La terapia de mantenimiento tiene como objetivo la administración del agua y los electrólitos que se pierden bajo condiciones normales (líquidos de mantenimiento) más el reemplazo del déficit estimado. Dependiendo del tipo de diarrea será la concentración de sodio administrada: Deshidratación isonatriémica: 75 meq/L = 37.5 meq en 500 cc = 18.75 cc Natrol. Método para calcular líquidos basales por Hollyday-Segar Peso Líquidos Electrólitos 0-10 kg 100 cc/kg/día Sodio: 2-3 meq/día 10-20 kg 1 000 cc/día + 50 cc/kg Potasio 1-2 meq/día > 20 kg 1 500 cc/día + 20 cc/kg Cloro 2-3 meq/kg/día Fuente: adaptado de Líquidos y electrólitos en pediatría. Fisiología, fisiopatología, aproximación clínica. Maya, Luis Carlos. Universidad Nacional. Hospital de la Misericordia. S gener; de soc según diend consic L ral m: tendrí como L dos b í ción i salina, otro 5 E: que de ¿El SL el vol Dos m cocido rehidr: las prii otra ca Se to feca coléric; ¿Está El uso go de miendí cada 1 ml/h. S tinal e i da ñas líquido puede c que sea ¿Debe en niñ La ESP Capítulo 11 Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda Rápida introducción de alimentación una vez el niño se hidrate. Alimentos ricos en carbohidratos complejos (arroz, trigo, papas, cereales, pan, carnes magras, yogur, vegetales y frutas). Evitar alimentos grasosos o con alto contenido de azúcares simples (té, jugos azucarados y bebidas gaseosas). 8,91 50 meq/L = 25 meq en 500 cc = 12.5 cc Natrol. D e s h id ra ta c ió n hiponatriémica: 90 meq/L = 45 meq en 500 cc = 22.5 cc Natrol. D e s h id ra ta c ió n h ip e rn a t rié m ic a : tato q/L) :/kg disn la priYo en la Se calculan los líquidos de mantenimiento y por lo ireneral se reponen con DAD 5% más la cantidad requerida de sodio de acuerdo con el tipo de deshidratación y potasio sedín los requerimientos diarios mencionados, pero depen­ diendo de los niveles séricos de éste se harán las respectivas consideraciones. La deshidratación más frecuente es la isonatriémica, de tal manera que si no se cuenta con métodos paraclínicos, tendrían que utilizarse soluciones con 75 meq/L de sodio, como la mencionada anteriormente. Una vez calculada la pérdida a ésta se agregan los líqui­ dos basales del paciente, y posteriormente se resta la reposi­ ción inicial que se hizo con lactato de Ringer o solución salina. Debe administrarse el 50% en las primeras 8 h y el otro 50% en las siguientes 16. En el manejo de la diarrea existen otras consideraciones que deben tenerse en cuenta. 2 mante- ntidades ly-Segar, calóricos rado de kg: y el peso jetivo la den bajo ) más el tipo de ¿El suero oral a base de cereales reduce el volumen y duración de la diarrea? Dos metaanálisis mostraron que el suero oral a base de arroz cocido (50 a 80 g) en lugar de glucosa como tratamiento de rehidratación en pacientes con cólera redujo el gasto fecal en las primeras 24 h en 67 ml/kg. En pacientes con EDA por otra causa lo redujo en 4 ml/kg. Se considera que es más efectivo en la reducción del gas­ to fecal en pacientes con cólera, pero no en la diarrea no colérica.91'98 ¿Está recomendado el uso de antieméticos? El uso de antieméticos no está recomendado por el alto ries­ go de efectos colaterales. Para manejar el vómito se reco­ mienda administrar volúmenes pequeños de suero oral, 5 mi cada 1 a 2 min, consiguiendo administrar hasta 150 a 300 ml/h. Si esto falla, se procederá a dejar en reposo gastrointes­ tinal e iniciar hidratación intravenosa. Se podría utilizar son­ da nasogástrica para administración de volúmenes de líquidos, pero su uso es controversial ya que la solución no puede darse rápidamente y se necesita tiempo adicional para que sea absorbida por el intestino.91,96 ¿Debe continuarse la dieta sin restricciones en niños con gastroenteritis aguda? La ESPGHAN recomienda: ¿Los alimentos libres de lactosa disminuyen el gasto fecal? Durante la EDA la dieta normal sin restricción de lactosa puede ser iniciada una vez hidratado el paciente. No se ha demostrado beneficio de la restricción de la lactosa en la enfermedad diarreica aguda.91 ¿Es útil el uso de probióticos en gastroenteritis aguda? Son ingredientes alimentarios microbianos vivos que son benéficos para la salud. Existen varios tipos, los bacterianos que son los lactobacilos y las bifidobacterias, y los fúngicos u hongos de los cuales se destaca Saccharom yces boulardii,88 Se han atribuido a los probióticos efectos inmunomoduladores como: • • • Aumento de la IgA sistémica. Disminución de la translocación de bacterias. Cambios favorables en la producción de citocinas y aumento en la fagocitosis. Sin embargo aún no hay evidencia suficiente para reco­ mendarlos en niños con gastroenteritis.91 ¿Es útil el uso del zinc en gastroenteritis aguda? Los metaanálisis acerca de la utilización del zinc oral durante 14 días a razón de 10 mg en niños menores de seis meses y 20 mg en niños mayores confirman que previene y mejora los episodios de enfermedad diarreica aguda y enfermedad diarreica persistente.88 El uso de suero oral más zinc fue eva­ luado en 1 219 niños de seis a 35 meses hospitalizados por diarrea aguda en una zona urbana de la India. El número de evacuaciones fue menor en los que se combinó el zinc que en los que sólo se trataron con el suero oral (RR 0.83 a 95% IC 0.71 a 0.96). Comparado con los grupos control no hubo efecto significativo con la duración de la diarrea.99 La tendencia en la actualidad es utilizar el zinc de modo concomitante con el suero oral, sin alterar el uso de éste, para prevenir que la diarrea se prolongue y como tratamien­ to en la disminución de las hospitalizaciones y mejoría del Parte III Infecciones del aparato digestivo gasto fecal, evitando el uso de otros medicamentos. Se reco­ mienda que para la preparación del zinc debe ser indepen­ diente del suero oral y no mezclado, preferiblemente en los alimentos utilizados dentro de la dieta absorbente del niño con diarrea, en caso de no estar aún ablactado en agua.88 se han reportado cepas de E. coli y K lebsiella de la comuni­ dad como productoras de p-lactamasas de espectro extendido, lo que les confiere hidrolizar a la mayoría de los antibióticos que se usan comúnmente. 10 . 11. ¿Cuándo están recomendados los antibióticos en gastroenteritis? Cuando la causa de la diarrea es una bacteria específica los antibióticos pueden resultar de utilidad, tal es el caso de la shigelosis, el cólera, la diarrea del viajero, la amebiasis y la giar­ diasis. En enfermedades en que los antibióticos pueden salvar la vida, como en la colitis seudomembranosa causada por Clostridium difficile. En el tratamiento de la diarrea por Shi­ gella (diferente de S. dysenteriae de tipo 1) la cual, si bien por lo general cura por sí sola (48 a 72 h) en pacientes bien nutridos, puede ser fatal en niños desnutridos. En diarrea causada por Salm onella no tifoídica los anti­ bióticos no están indicados ya que no se abrevia la duración de la enfermedad.9,92 Aun cuando su beneficio no ha sido comprobado, en las situaciones siguientes se recomienda el tratamiento antimi­ crobiano de la gastroenteritis por Salmonella-. • Pacientes con bacteriemia o riesgo de enfermedad invasora: — Recién nacidos. — Lactantes menores de tres meses de edad. — Pacientes con enfermedad linfoproliferativa o neoplasia maligna. — Personas con enfermedad cardiovascular. — Individuos con enfermedad ósea o articular, incluyendo prótesis o cuerpos extraños. — Enfermedad falciforme u otro tipo de hemoglobinopatías. — Paciente con trasplante y en tratamiento inmunosupresor. — Personas con VIH/SIDA. Los antibióticos no deben utilizarse en portadores de Salm onella no typhi ni en gastroenteritis moderada ya que en ocasiones provocan bacteriemia en el portador intestinal, prolongan la excreción de Salmonella o aumentan la resis­ tencia bacteriana. Se debe hacer un uso adecuado y apropiado de los anti­ bióticos ya que la mayoría de los cuadros diarreicos son de origen viral. Tener siempre presente en el momento de utili­ zar antibióticos en cuadros enterales su biodisponibilidad, saber qué germen probablemente está implicado en el proce­ so infeccioso y conocer su mecanismo de resistencia, ya que • Prevención Dentro de las múltiples medidas de prevención primaria para el control de los cuadros diarreicos, por ejemplo medi­ das de higiene (depósito adecuado de excretas, lavado de manos, etc.), la más importante en estos momentos es la protección específica por medio de la vacunación, en espe­ cial para rotavirus. Las dos vacunas existentes han mostrado una cobertura adecuada para el serotipo de rotavirus más frecuente, el G1P8, traduciéndose esto en un alto porcentaje de protección para formas graves de gastroenteritis. La vacu­ na de rotavirus existe en muchos programas ampliados de inmunizaciones (PAI) de un considerable número de países. Otro aspecto importante con la vacunación masiva de rotavirus es establecer programas de vigilancia en vacunas para así poder constituir probables fenómenos de reemplazo de serotipos. 13. 14. 15. 16. 17. 18. Referencias 19. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Chacón EP, Morales de León J. Enfermedad Diarreica en Niños. Pediatría Práctica. 2a ed. 1998;34:285-298. Correa AL. Gastroenteritis. Fundamentos básicos de medicina, microbiología de las infecciones humanas. 2007;73:821-25. O M S, OPS, UNICEF, Secretaría Distrital de salud de Santafé de Bogotá. M anual del paciente con diarrea. Santafé de Bogotá, 1997. Echeverri, Sierra. Guías académicas del servicio de lac­ tantes. Universidad Nacional de Colombia, Santafé de Bogotá, 1990. Rosenfeldt V, Vesikari T, Pang X, et al. Viral etiology and incidence of acute gastroenteritis in young children attending day care centers. Pediatr Infect Dis J 2005;24: 962-965. Fondo de las Naciones Unidas para la infancia UNICEF, Estado m undial de la Infancia 2008, objetivo desarrollo del milenio 4 (1990-2015). Sakai Y, Nakata S, Honm a S, Tatsumi M , et al. Clinical severity of Norwalk virus and Sapporo virus gastroente­ ritis in children in Hokkaido, Japan. Pediatr Infect DisJ 2001;20:849-53. Bern C, Unicomb L, Gentsch JR , et al. Rotavirus dia­ rrhea in Bangladeshi children: correlation of disease severity w ith serotypes. J C lin M icrobiol 1992;30: 3234-38. 20 . 21. 22. 23. 24. 25. 26. 28. 29. Capítulo 11 amunixtendi- 9 American Academy of Pediatrics. En: Pickering LK (ed): de los 10 11 rim a ría 12. ) m e d i­ ado de )s es la n espe- 13. ostrado us más 14. 'centaje ,a vacu- idos de 15. países, le rotaas para 16. lazo de 17. 18. ■reica en )8. ;icos de amanas. 19. 20. 21. ;alud de diarrea. 22. de lacitafé de 23. ogy and :hildren 005;24: NICEF, ;sarrollo Clinical troente:ct Dis J rus diadisease 992;30: 24. 25. 26. 27. 28. 29. 2000 Red Book: Report of the committee on infectious disease, 25th ed. Urbina J et al. Infect Developing Countries 2008;2(2): 99-105. Coria JL, Villalpando SC, Gómez BD, Treviño AM . Aspectos microbiológicos y epidemiológicos para el uso racional de antibióticos en niños con gastroenteritis bac­ teriana aguda. Rev Mex Ped 2001 ;68 (5) :2 0 0-2 15 Torregrosa LF, Santos JP, Rodríguez RS, Velásquez LJ, García JA, Alpache CA. Eds. Enfermedades diarreicas en el niño. México. Ediciones médicas del hospital infantil de México “Federico Gómez”. 1996;32-39. Mota FH. Hidratacion oral y diarreas. México DF. McGrawHill Interamericana, 2000. Boletín de Práctica M édica Efectiva. Instituto Nacional de Salud Pública y la Secretaría de Salud. Morelos, M éxi­ co. Abril de 2006. Gómez DB, González NS, Saltigeral PS, Pérez JE, Brio­ nes EL. Gastroenteritis. Infecciones del aparato digesti­ vo. Infectología Clínica Pediátrica. 6 a ed. México DF: 1997;175-212. LeBaron CW, Lew J, Glass RI, et al. Annual rotavirus epidemic patterns in North America. J Am M ed Assoc 1990;264:983-988. Parashar et al. Emerg Infect Dis 2003;9(5):565-572. Urbina D, Arzuza O, Young G, et al. Rotavirus tipo A y otros patógenos entéricos en muestras de niños con dia­ rrea aguda en Colombia. Int M icrobiol 2003;6:27-32. ACIP. M M W R 1 9 9 ;4 8 :l-2 0 . Noel JA, Beards GM, Cubitt W D . Epidemiologycal sur­ vey of human rotavirus serotypes. J C lin M icrobiol 1991;29:2213-9. Urasawa S, Urasawa T, Taniguchi K, et al. Survey of human rotavirus serotypes in different locals in Japan by ELISA with monoclonal antibodies. J Infect Dis 1989:160:44-51. Padilla LN, Arias CF, Lopez S, et al. Diversity of rotavi­ rus serotypes in Mexican infants with gastroenteritis. J Clin Microbiol 1990;28:1114-9. Kim KH, Yang JM , Joo SI, et al. Importance of rotavirus and adenovirus types 40 and 41 in acute gastroenteritis in Korean children. J Clin Microbiol 1990;28:2279-84. W ilhelm i I, Roman E, Sanchez-Fauquier A. C lin M icro­ biol Infect 2003;9:247-262. Santos N, H oshino Y. Rev M ed Virol 2005; 15: 29-56. Kapikian AZ, Hoshino Y, Chanock R M , et al. Fields Virology. 4 a ed. Philadelphia, Pa: Lippincott W illiam s and W ilkins; 2001:1787-1825. Fischer TK, Gentsch Jr. Rev M ed Virol 2004; 14:7182. Hoshino Y, Kapikian AZ. J Health Popul Nutr. 2000; 18:5-14. Gentsch Jr, Woods PA, Ramachandran M , et al. J Infect Dis 1996;174(suppl l):30 -3 6 . Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda 30. García-Lozano H, et al. V igilancia activa de las cepas de rotavirus en México. 2000-2006. 31. Velazquez FR, M atson D O , C alva JJ, et al. Rotavirus infection in infants as protection against subsequent infections. N Engl J of M edicin 1 996:335:1022 1028. 32. Donnenberg M ichael S. Enterobacteriaceae. M andell, Bennett, & Dolin: Principles and practice of infectious diseases, 6th ed. 2005:2567-2581. 33. Vidal Jorge E, Cañizales Román Adrián. Patogénesis molecular, epidemiología y diagnóstico de Escherichia coli enteropatógena. Salud Pública de México, ISSN 2007;49(5):376-386. 34. Garmendia J, Frankel G y Crepin VF. Enteropathogenic and Enterohemorrhagic Escherichia coli Infections: Translocation, Translocation, Translocation. Infection and Im m unity 2005;73(5):2573-2585. 35. Campellone Kenneth G, Leong John M . Tails of two Tirs: actin pedestal formation by enterophatogenic E. coli and Enterohemorragic E. coli 0 1 5 7 :H 7 . Current opinion in M icrobiology 2003;6:82-90. 36. Rocha Garcia Carmen. Mecanismos de patogenicidad e interacción parásito-hospedero 2004:34-38. 37. M cDaniel, T.K: Jarvis, K.G.; Donnenberg, M . S.; Kaper, J. B. A genetic locus of enteroyte affacement conserved among diverse enterobacterial pathogens. Proc. Natl. Acad. Sci., USA. 1995;92:1664-1668. 38. M aite M uniesa, Jofre Juan. Occurrence of Escherichia coli 0 1 5 7 :H 7 and Other Enterohemorrhagic Escheri­ chia coli in the Environment. Environ. Sci. Technol. 2006;40:7141-7149. 39. Gruenheid S, D eVinney R, Bladt F. Enteropathogenic E. coli Tir binds N ck to initiate actin pedestal formation in host cells. Nature Cell Biology 2001;3(9):856-9. 40. Dennehy Penelope H. Acute Diarrheal Disease in C hil­ dren: Epidemiology, Prevention, and Treatment. Infect Dis C lin N Am 2005;19:585-602. 41. Riverón Raúl. Fisiopatología de la diarrea aguda. Rev Cubana Pediatr. 1999;71(2):86-15. 42. Rivero M ariana A., Padola Nora L. Escherichia coli enterohemorrágica y sindrome urémico hemolítico en Argen­ tina. M EDICINA (Buenos Aires) 2004;64:352-356. 43. Ali Tara, Weintraub Andrej, W idm alm Góran. Structu­ ral studies of the O -antigenic polysaccharides from the enteroaggregative Escherichia coli strain 87/D2 and international type strains from E. coli 0 1 2 8 . Carbo­ hydrate Research 2008;343:695-702. 44. Blake PA, Ramos S, M acdonald KL, et al: Pathogenspecific risk factors and protective factors for acute d ia­ rrheal disease in urban Brazilian infants. J Infect Dis 1993;167:627-632. 45. Loureiro I, Frankel G, Adu-Bobie J, et al: Human colos­ trum contains IgA antibodies reactive to enteropathoge­ nic Escherichia coli virulence-associated proteins: Intimin, BfpA, EspA, and EspB. J Pediatr Gastroenterol Nutr 1998;27:166-171. Parte III Infecciones del aparato digestivo 46. Girón, J. A., M M Levine y J B Koper. “Longus: a long pilus ultrastructure produced by human enterotoxigenic Escherichia coli”, Molec Microbiol. 1994;12:71-82. 47. Gómez-Duarte, O G, A Ruiz-Tagle, D C Gómez, G I Vibound, G Jarvis, J B Koper y J A Girón, “Identifi­ cation of IngA, the structural gene of longus type iv pilus of enterotoxigenic Escherichia coli”. M icrobiology 1999; 145:1809-1816. 48. Chávez B, Edith, M artínez G. Laura. Identificación de cepas de Escherichia coli enterotoxigénicas en diferentes ambientes. Enf Inf Microbiol 2007;27(3):70-74. 49. Prado V, O ’Ryan M L. Acute gastroenteritis in Latin America. Infec Dis C lin North Am 1994;8(1):77-106. 50. Knutton S, M cConnell M M , Rowe B, McNeish A. Adhesion and ultrastructural properties of hum an ente­ rotoxigenic Escherichia coli producing CFA/III and CFA/IV. Infect Immunol 1989;57:3364-71. 51. Organización Panamericana de la Salud. Patogenia de la diarrea infecciosa. En: M anual de tratamiento de la dia­ rrea. Washington DC, 1987:70-93. 52. Chu SHW , W alker WA. Bacterial toxin interaction w ith the developing intestine. Gastroenterology 1993;104:916-25. 53. Rodriguez Guadalupe. Principales características y diag­ nóstico de los grupos patógenos de Escherichia coli. Salud Pública M éx 2002;44(5). 54. M aurelli AT, Fernandez RE, Bloch CA, et al: “Black holes” and bacterial pathogenicity: A large genomic dele­ tion that enhances the virulence of Shigella spp and enteroinvasive Escherichia coli. Proc Natl Acad Sci U S A 1998;95:3943-3948. 55. Kotloff, K.L., W inickoff, J.P., Ivanoff, B., Clemens, J.D ., Swerdlow, D.L., Sansonetti, P.J., Adak, G.K., Levine, M .M . Global burden of Shigella infections: implications for vaccine development and implem entation of control strategies. Bull W orld H ealth Organ 1999;77:651666 . 56. Junping Peng, Jian Yang, Qi Jin. The molecular evolutio­ nary history of Shigella spp and enteroinvasive infection. Genetics and Evolution 2009;9:147-152. 57. DuPont HL, Levine M M , H ornick RB, et al. Inoculum size in shigellosis and implications for expected mode of transm ission.J Infect Dis 1989; 159:1126. 58. Hueck, C .J. Type III protein secretion systems in bacte­ rial pathogens of animals and plants. M icrobiol. Mol. Biol. Rev. 1998;62:379-433. 59. M enard R, Sansonetti PJ, Parsot C. Nonpolar mutage­ nesis of the ipa genes defines IpaB, IpaC, and IpaD as effectors of Shigella flexneri entry into epithelial cells. J Bacteriol 1993;175:5899-5906. 60. Lan R, Lumb B, Ryan D, Reeves PR. M olecular evolu­ tion of large virulence plasmid in Shigella clones and enteroinvasive Escherichia coli. Infect Immun 2001;69:6303-6309. 61. Escobar-Paramo P, Giudicelli C , Parsot C, Denamur E. The evolutionary history of Shigella and enteroinvasive 62. 63. 64. 65. 66 . 67. 68 . 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. Escherichia coli revised. J M ol Evol 2003;57:14o. ? 148. ? Yang J, N ie H , Chen L, Z hang X, Yang F, Xu X, Zhu ■ Y, Yu J, Jin Q. R evisiting the m olecular evolutional history of Shigella spp. J. M ol. Evol. 2007;64:7i_ 79. Torres Alfredo G. Current aspects of Shigella pathogenesis. Revista Latinoam ericana de M icrobiología 2004;4(¡ (3-4):89-97. Philippe J. Sansonetti. Steps of Shigella spp. transloca­ tion of the intestinal epithelium and development of the infectious process leading to bacillary dysentery. Nature Reviews Immunology 2004;4:953-964. Chauliac, M . Water requirements: physiology and pathology. In: Diarrhoeal Diseases. Children in the Tro­ pics, Centre International des Enfants, Paris, 1985;158:11-19. Riverón Corteguera RL. Shigellosis. En: M ota F, ed. M anejo efectivo de diarreas agudas en niños y cólera. México DF: 1993:180-218. Servicios Editoriales Icaria. M . John Albert, G. Balakrish Nair. Vibrio cholerae 0 1 3 9 Bengal— 10 years on. Reviews in M edical Micro­ biology 2005;16:135-143. Seas Carlos, Gotuzzo Eduardo. Vibrio cholerae. Mandell, Bennett, & Dolin: Principles and practice of infectious diseases, 6 th ed. 2005:2536-2542. Butler M . Susan, C am illi Andrew. Going against the grain: chemotaxis and infection in Vibrio cholerae. Nature Reviews M icrobiology 2 0 0 5 ;3 :6 1 1-620. Nguyen TD , Shaffer N. Cholera. En: Rustgi VK, ed. Gastrointestinal infections in the tropics. Basel: Kanger, 1990:186-205. Udall JN Jr. Secretory diarrhea in children. Pediat Clin North Am 1996;43(2):333-53. H ill David R. Giardia lam blia. M andell, Bennett, & Dolin: Principles and practice of infectious diseases, 6th ed. 2005:3198-3203. Andersen M arnie D, Neumann Norman F. Giardia intestinalis: new insights on an old pathogen. Reviews in M edical M icrobiology 2007;18:35-42. M onis PT, Andrews RH, Mayrhofer G, Ey PL. Genetic diversity within the morphological species Giardia intes­ tinalis and its relationship to host origin. Infect Genet Evol 2003;3:29-38. Sarafis K, Isaac-Renton J. Pulsed-field gel electrophoresis as a method of biotyping of Giardia duodenalis. Am J Trop M ed Hyg 1993; 48:134-144. Read C M , M onis PT, Thompson RC. Discrimination of all genotypes of Giardia duodenalis at the glutamate dehydrogenase locus using PCR-RFLP. Infect Genet Evol 2004;4:125-130. Sedinova J, Flegr J, Ey PL, Kulda J. Use of random amplified polymorphic DNA (RAPD) analysis for the identification of Giardia intestinalis subtypes and phylo­ genetic tree construction. J Eukaryot M icrobiol 2003; 50:198-203. "8 79 80. 81. 82. 83. 84. 85. 86- Capítulo 11 78 33;57:140- Xu X, Zhu olutionary )07;64:71- 79 . pathogeneía 2004;46 80. translocanent of the ery. Nature 81. ology and in the Troits, París, 82. [ota F, ed. lS y cólera, ales Icaria. 0 cholerae ¡cal Micro- 83. 84. Mandell, : infectious igainst the erae. Natu- 85. 7i VK, ed. el: Kanger, 86. ’ediat Clin íennett, & iseases, 6th F. Giardia Reviews in 1 Genetic ardía intefeet Genet :rophoresis talis. Am J lination of glutamate ■ect Genet ,f random sis for the indphyl0' biol 2003: s New insights into Entamoeba histolytica pathogenesis. Current O pinion in Infectious Diseases, 2 0 0 8 ;2 1:489494 Eduardo Pérez, M aría de Lourdes Muñoz and Arturo Ortega A. Entamoeba histolytica: involvement of p p l2 5 fak in collagen-induced signal transduction. Experimen­ tal parasitology, 1996;82:164-178. Jam esJ McCoy, BarbaraJ M ann and W illiam A Petri. Jr. Adherence and cytotoxicity of Entamoeba histolytica or How Lectins Let Parasites stick Around, Infection and Immunity 1994:3045-3050. Jorge Cruz-Vera, L. Clara. Collagen-induced STAT family members activation in Entamoeba histolytica tro­ phozoites. FEMS M icrobiology Letters 2003:11301: 1-7. Gilchrist SA, M ann BJ, Petri WA, Jr. Control of ferredoxin an Gal/GalNAc lectin gene expresión in Entamoeba histolytica by a cisacting DNAsequence. Infect Immun 1998;66:2383-6. Espinoza-Castellano M and Martinez-Palomo A. Patho­ genesis of intestinal. Amibiasis. C lin M icrobiology Rev 2000;13:320-331. Carolina Martinez-Lopez, Esther Orozco. The EhADH112 recombinant polypeptide inhibits cell des­ truction and liver abscess formation by Entamoeba histo­ lytica trophozoites. Cellular M icrobiology 2004;6(4), 367-376. Eduardo Pérez, M aría de Lourdes M uñoz, Arturo Ortega A. Entamoeba histolytica: collagen-induced AP-1 DNA binding activity (FEMS) M icrobiology Letters 1998; 159, (2): 187-192 Radvin Jonathan I, Stauffer W illiam M . Entamoeba his­ tolytica. M andell, Bennett, & Dolin: Principles and practice of infectious diseases, 6 th ed. 2005:3097-3107. Gastroenteritis. Enfermedad diarreica aguda 87. Nathan M Thielman, Guerrant Richard L. Acute Infec­ tious Diarrhea. N Engl J M ed 2004;350:38-47. 88 . Velasco Benitez, Carlos Alberto. M anejo en urgencias de la enfermedad diarreica aguda. Actualizaciones en Gastroenterología, Hepatología y N utrición Pediátrica 2007. 89. Thillainayagam Andrew V. Diarrhoea. The M edicine Publishing Com pany Ltd 2003. 90. Riverón Raúl. Fisiopatología de la diarrea aguda. Rev Cubana Pediatr. 1999:71 (2):8 6 -15. 91. Briceño Germán. Enfermedad diarreica aguda. Guías de gastrohepatopatía y nutrición pediátrica basadas en la evidencia 2006:373-394. 92. Dennehy Penelope H. Acute Diarrheal Disease in C hil­ dren: Epidemiology, Prevention, and Treatment. Infect Dis C lin N Am 2005;19:585-602. 93. Ravdin Jonathan I., Stauffer W illliam M . Entamoeba his­ tolytica (Amebiasis). M andell, Bennett, & Dolin: Princi­ ples and practice of infectious diseases, 6th ed. 2005. 94. Pickering LK, Snyder ID. Gastroenteritis. En: Behrman RE, Kliegman RM , Jenson HB: Tratado de Pediatría de Nelson, 16a ed, vol I. México DF: M cGraw-Hill Interamericana, 2001;cap 176:839-842. 95. Shaw KN, Spandorfer PR. Emergency care for children: growing plains. Washington. The National Academics Press 2006:233-238. 96. M aya, Luis Carlos. Líquidos y electrólitos en pediatría. Fisiología, fisiopatología, aproximación clínica. Univer­ sidad Nacional. Hospital de la M isericordia. 97. AIEPI (Estrategia de atención integrada a las enfermeda­ des prevalen tes de la infancia) 2005. 98. Cochrane Database Syst Rev 2000;C D ;001264. 99. J of Pediatr Gastroenterol of Nutr. 46(2)2008. C apítulo Cuadro 1 Rotav Gastroenteritis virales Adem liguel A. O'Ryan-Soriano A ldo Gaggero M iguel L. O'Ryan G. Astro' Calici' de tip A b re v ia t familia 12 - 1). Introducción Hacia fines de la primera década del tercer milenio, la gas­ troenteritis se mantiene como una de las primeras causas de morbimortalidad, en particular en los países en vías de desa­ rrollo. Un niño <11 meses que vive en un país en desarrollo tendrá cerca de cuatro episodios diarreicos por año y un niño de uno a cuatro años presentará alrededor de dos. A nivel mundial se estiman aproximadamente 1.4 billones de episodios de diarreas por año en niños < 5 años, de los cuales 124 millones requieren de visita clínica y 9 millones de hos­ pitalización. Sin embargo, las notables diferencias en las condiciones socioeconómicas, higiénicas y culturales que se observan entre las distintas regiones de nuestro continente determinan que este riesgo de contraer enfermedad no sea igual. A manera de ejemplo en algunas zonas con mayor desarrollo se producirán entre uno y tres episodios por niño al año, mientras que en regiones que carecen de infraestruc­ tura básica de agua potable y alcantarillado pueden ocurrir hasta siete episodios. La mortalidad por diarrea ha disminuido de forma importante a lo largo de las últimas décadas, ante todo gra­ cias al adecuado manejo de la deshidratación. No obstante, se estima que cada año mueren todavía alrededor de 2 millo­ nes de niños a causa de esta afección. Estos datos evidencian que la gastroenteritis aguda per­ siste como un problema importante en los países en vías de desarrollo donde las condiciones de higiene ambiental y sanitaria son deficientes, sin embargo, los niños de países industrializados no están ajenos a desarrollar episodios de diarrea aguda, aunque con una menor incidencia y mortali­ dad. La mayoría de los episodios en países industrializados son asociados a virus. Esto último sugiere que una mejor calidad de las condiciones sanitarias y de higiene ambiental puede disminuir en forma importante la morbimortalidad asociada con patógenos entéricos pero no eliminarla. El mayor impacto se verá en la disminución de patógenos para­ sitarios y bacterianos con menor huella en la disminución de la gastroenteritis viral. En 1930 se reconoció a los virus como posible causa de gastroenteritis aguda cuando se demostró que un agente microscópico filtrable causaba diarrea en conejos. En 1950 se logró cultivar, directamente de materia fecal, virus que causaban fiebre y diarrea, a los cuales se les llamó enterovi­ rus. Si bien se logró asociar varias entidades clínicas a esta familia de virus, en particular los exantemas febriles, no se encontró una relación clara entre los enterovirus y la gas­ troenteritis aguda. El advenimiento de la microscopía elec­ trónica, en 1960, y su aplicación al estudio de heces obtenidas de individuos con diarrea aguda, le dio un gran impulso al estudio etiológico de las gastroenteritis. El uso de esta técnica, junto con el desarrollo de líneas celulares mas adecuadas para la replicación de virus entéricos y el desarro­ llo de técnicas de inmunodiagnóstico permitieron descubrir diferentes virus que presentaban un fuerte vínculo con la diarrea aguda. Estos virus, denominados en conjunto virus entéricos (diferente de los enterovirus), han aumentado durante los últimos 30 años aunque en forma limitada, en la medida en que en diferentes regiones del mundo se han esta­ blecido asociaciones epidemiológicas relevantes entre estos agentes y la aparición de gastroenteritis aguda.1 Gracias al desarrollo de técnicas de amplificación génica e in m u n o a n a lisis (RT-PCR, ELA) se ha facilitado la detección de los virus que causan gastroenteritis aguda y es posible destacar cuatro mente naviru su asoc clasific dios qt tes cau es de e vos vir niños i más re « R Los ro cuandí la biop da sevt siete gi tan a l: la cauí menor han vi en Chi diarrea D en paí; tente c virus c hospit; rrea pe de 0.3 mayor expues Capítulo 12 C adro 12-1 Gastroenteritis virales virus entéricos más prevalentes en el año 2000 :Ü |gg .1 Virus Causa más frecuente de diarrea aguda intensa en la niñez: entre 10 y 5 0 % de hospitalizaciones por diarrea aguda en menores de dos años 70 a 90 mm de diámetro; único virus de DNA que posee proyecciones similares a antenas Sólo incluye algunos serotipos, fundamentalmente los tipos 40 y 41; guarda relación con 2 a 1 0 % de las diarreas agudas en niños Astrovirus 20 a 30 mm de diámetro, con aspecto de estrella de cinco puntas a la ME Se relaciona con 8 a 1 0 % de las diarreas agudas en niños; afecta también a los ancianos (Norwalk y de tipo Norwalk) 25 a 30 mm de diámetro, sin caracte­ rística definida a la ME Es causa frecuente de brotes de diarrea aguda en adultos. Alta seroprevalencia en niños, pero apenas comienza a compren­ derse el espectro de enfermedad en ellos ________________ Adenovirus en té ric o n-S oriano ) Gaggero O 'R yan G, Característica epidemiológica 70 a 75 mm de diámetro, con aparien­ cia de rueda de carreta a ia ME Rotavirus rales Característica morfológica Calicivirus Abreviatura: ME, microscopía electrónica. : una mejor ; e ambiental ; limortalitiad minarla. 0 igenos paraninución de | S | * ble causa de f ; un agente :os. En 1950 | d, virus que nóenterovi- ¡ ínicas a esta . briles, no se rus y la g35' Dscopia elecio de heces dio un gr*0 tis. El us° ^ :elulares m*5 ■ yeldesarroon descubrir iculo con Ia injunto vi*115 aumentad mitada,enla [ 3 se han es»' | :s entre esto* | i.1 Gracias al J inmunoaflá' | n d e lo s ^ j ;stacar cuatt° I familias de virus que tienen relación clara con ella (cuadro 12-1). Si bien se han descrito otros virus como ocasional­ mente relacionados con diarrea aguda (coronavirus, picornavirus, parvovirus, torovirus, picobirnavirus, bocavirus), su asociación ha sido más bien anecdótica, de modo que su clasificación como virus entéricos dependerá de nuevos estu­ dios que confirmen o descarten su participación como agen­ tes causales relevantes de diarrea aguda.1 Del mismo modo, es de esperar que en las próximas décadas se descubran nue­ vos virus que se relacionen con la gastroenteritis aguda en niños o adultos. El cuadro 12-1 describe las características más relevantes de cada uno de estos cuatro virus entéricos. i Rotavirus Los rotavirus humanos fueron descubiertos en el año 1973, cuando se visualizaron mediante microscopía electrónica en la biopsia intestinal de un niño australiano con diarrea agu­ da severa. A partir de ensayos serológicos se han identificado siete grupos de rotavirus (de A a G), de los cuales tres infec­ tan al ser humano (A, B y C ). Los rotavirus del grupo A son la causa más frecuente de diarrea aguda intensa en niños menores de dos años de edad. Los rotavirus del grupo B se han vinculado con brotes epidémicos de diarrea ocurridos en China, y los del grupo C se han relacionado con brotes de diarrea en adultos en Asia, Europa y América Latina.1 Diferentes estudios en países industrializados, así como en países en vías de desarrollo, demuestran en forma consis­ tente que en niños menores de cinco años de edad los rotavirus del grupo A causan aproximadamente el 40% de las hospitalizaciones por diarrea aguda.2 La incidencia de dia­ rrea por rotavirus en niños menores de 18 meses de edad es de 0.3 a 0.8 episodios/niño al año, lo cual indica que la mayoría de niños al llegar a los tres años de edad ya se han expuesto a este virus. Se ha estimado que por esta infección mueren en el mundo cerca de 600 000 niños cada año.3 En algunos países, como EUA, Venezuela y México la circula­ ción de rotavirus es notablemente estacional, de modo que se concentra en los meses más fríos y prácticamente desapa­ rece en el verano. Sin embargo, en otros lugares, como Brasil y Chile, se detecta circulación del virus todo el año, sin una predisposición estacional determinada. No existen explica­ ciones claras para este comportamiento epidemiológico.33 El rotavirus es un virus icosaédrico, carente de manto lipídico, de 70 nm de diámetro y que pertenece a la familia Reoviridae. La cápside viral tiene tres capas; una doble cápside (externa e interna) y un núcleo que contiene el genoma, formado por 11 segmentos de RNA de doble hebra, cada uno de los cuales codifica una proteína estructural o no estructural. VP6 corresponde a la proteína más abundante en la partícula viral y se ubica en la cápside interna; las técnicas de ELISA empleadas para diagnóstico contienen anticuerpos dirigidos contra VP6. La cápside externa está formada por las proteínas VP7 y VP4, que participan en la absorción y pe­ netración del virus a la célula intestinal.1 La proteína predo­ minante es VP7 y corresponde a una glucoproteína de 34 kDa, que participa en la absorción del virus a la célula, mien­ tras que VP4 es una proteína de 87 kDa, proteasa sensible responsable de inducir cambios necesarios en la membrana celular para la penetración del virus al citoplasma. Ambas proteínas determinan el serotipo y forman la base de la clasi­ ficación binaria de rotavirus (tipos “G” por el término gluco­ proteína que corresponde a la proteína VP7 y tipos P por el término proteasa-sensible propio de la proteína VP4).1 La caracterización antigénica del virus, mediante estudios de neutralización y el uso de anticuerpos monoclonales, ha permitido avanzar en el conocimiento de la inmunidad vincu­ lada a esta infección, en el desarrollo de técnicas inmunológicas de detección y tipificación antigénica del virus, en la caracterización de su epidemiología molecular, y en el desarro- Parte 111 Infecciones del aparato digestivo lio de vacunas universalmente eficaces.1 Gracias a ello hoy se sabe que VP7 y VP4 son antígenos relevantes que despiertan en el hospedero una respuesta inmunitaria humoral neutrali­ zante y protectora. Estos anticuerpos neutralizantes serían, ai parecer, responsables en forma importante de la baja frecuen­ cia de reinfecciones sintomáticas observadas para este virus. Gran parte de la investigación acerca de los rotavirus se ha centrado, en los últimos 25 años, en definir cuántos tipos antigénicos de virus existen, en establecer si la respuesta inmunitaria que induce un tipo antigénico permite protec­ ción cruzada contra un tipo antigénico distinto (fenómeno denominado protección heterotípica), y en caracterizar el patrón de circulación de los diferentes tipos antigénicos.33 Las proteínas VP7 y VP4 están codificadas por genes distintos, los que pueden segregar de manera independiente y dar origen a reordenantes que posean neutralización heteróloga para ambos antígenos. Para VP7 se han descrito 14 tipos G, de los cuales se sabe 10 infectan al ser humano, y para VP4 se sugiere la existencia de por lo menos 20 tipos P diferentes, nueve de ellos se han identificado en humanos. A manera de resumen, cabe señalar que se conocen cin­ co patrones antigénicos en humanos, que representan la mayor parte de los virus circulantes en el mundo (tipos P[8] G l, P[8]G3, P[8]G4, P[8]G9 y P[4]G2), los cuales repre­ sentan combinaciones de cinco tipos VP7 (tipos G) y dos tipos VP4 (tipos P). La circulación de estos diferentes tipos antigénicos varía de una región a otra, y dentro de una mis­ ma zona en diferentes periodos. Estudios en animales y en seres humanos, incluyendo evaluaciones de diferentes vacu­ nas potenciales, sugirieron en la década de 1990, que la res­ puesta inmunitaria que despierta una infección por un tipo antigénico ofrecería una protección más eficiente contra una nueva exposición al mismo tipo antigénico (protección fun­ damentalmente homotípica) que a la exposición por un tipo distinto. Es por ello que el primer candidato de vacuna más extensamente evaluado fuese “multivalente” y contuviera antígenos de los cuatro tipos VP7 más comunes.11,34 Esta vacuna fue retirada del mercado por su asociación con inva­ ginación intestinal 4 Los esfuerzos continuaron sin embargo y se logró avanzar con dos nuevos candidatos de vacuna que concluyeron en forma exitosa hasta la etapa de licénciamien­ to y uso universal. La estrategia de desarrollo de vacunas anti-rotavirus se describe al final del capítulo. «t Calicivirus humanos (norovirus y sapovirus) Los calicivirus fueron los primeros virus entéricos descritos en el año 1972 mediante el uso de inmunomicroscopia elec­ trónica. En este año, Kapikian et al. observaron partículas virales en evacuaciones de voluntarios que ingirieron un pre­ parado obtenido de materia fecal de individuos afectada por un brote de diarrea aguda que ocurrió en la ciudad de Norwalk, Ohio, en 1968. A esta partícula viral la nombra­ ron inicialmente virus tipo-Norwalk. En la actualidad los virus pertenecientes a este género reciben la denominación de “norovirus”, siendo el más prevalente de los virus de la familia Caliciviridae que infectan a seres humanos. Luego del descubrimiento del norovirus se observó, al microscopio electrónico, en diferentes localidades del mundo, una amplia variedad de virus de tamaño y de aspecto similar, relaciona­ dos con gastroenteritis aguda, a los que en muchos casos se dio el nombre de la ciudad o localidad donde fueron descu­ biertos. Entre ellos destaca sapovirus (denominado anterior­ mente virus Sapporo) que fue detectado el año 1982 en un brote en niños que residían en Sapporo, Japón. Los dos géneros, norovirus y sapovirus, se agrupan dentro de la denominación “calicivirus humanos (HuCV)” para diferen­ ciarlos de los que infectan exclusivamente a animales. La imposibilidad de propagar estos virus en cultivos celulares limitó el desarrollo de técnicas inmunoenzimáticas para estudios epidemiológicos. A su vez, la detección de HuCV en las heces es difícil por la breve duración de la excreción y la baja concentración del microorganismo. La clonación y secuenciación del genoma del norovirus por Jiang et al. en 1990, permitió su clasificación en la familia Caliciviridae y el desarrollo de métodos de reacción en cade­ na de la polimerasa vinculado a transcripción reversa (RTPCR) para la detección de virus en heces, y nuevas técnicas de ELISA para la detección de antígeno y anticuerpo usando proteínas recombinantes, logrando aumentar la sensibilidad y especificidad de la detección viral. Los HuCV constituyen un grupo de virus de RNA de hebra simple de 7.5 kb, icosaédricos, desnudos, de 27 nm de diámetro, morfológicamente indistinguibles pero que se diferencian genética y antigénicamente entre sí. El genoma del norovirus presenta tres marcos de lectura abierta (ORF, del inglés open reading fram es), ORF1 codifica una proteína no-estructural, la RNA polimerasa-RNA dependiente, ORF2 y ORF3 codifican la proteína de cápside mayor VP1 y la proteína de cápside menor VP2, respectivamente. Con base en análisis filogenéticos de regiones de la cápside (ORF2) se han definido a cinco genogrupos, Gl a GV, afec­ tando al ser humano los grupos Gl, G il y GIV, siendo Gil el más prevalente.12,13,14,15 Sapovirus posee un genoma con dos marcos de lectura abierta. ORF1 codifica proteínas noestructurales y una proteína de cápside mayor (VP1). ORF2 codifica una proteína estructural menor.16,17 Norovirus infecta tanto a niños como adultos en dife­ rentes regiones del mundo. Este virus es la principal causa de brotes de diarrea aguda no bacteriana, especialmente asociados al consumo de agua y alimentos contaminados, sobre todo n las mu sentidc ción ca dad en aguda campo en ciuc N< so met marón (aquell co en r radas e clínica: das, y i lio.20 I causa c 5 años estudie nos de estudie norovi Sa palmei jardine en un dad.21 Eí rrollo mente indust demos 80 % c adulta contra indivic más b; otros £ hepati ción p infecc y dur; con la bilidai tan gr « Los a; pia ele Capítulo 12 afectados :iudad de nombrailidad los minación irus de la 3s. Luego croscopío na amplía relacioná­ is casos se on descu' anterior>82 en un . Los dos tro de la a diferenles. i cultivos izimáticas acción de ión de la íismo. La virus por la familia i en caderersa (RT.s técnicas )o usando nsibilidad : RNA de 27 nm de 0 que se 1 genoma rta (ORF, i proteína tendiente, ayor VP1 :nte. Con a cápside GV, afecendo Gil joma con teínas no1). ORF2 s en difei causa de ite asocía­ los, sobre crudos, encontrándose hasta en un 66% de i •• 1 18 1C) i— ' las muestras de deposiciones en algunas senes/0’ 7 hn este tido difiere de los otros virus entéricos, que causan infec­ ción casi exclusivamente en niños, logrando cierta inmuni­ dad en la edad adulta. Se han reportado brotes de diarrea uda atribuibles a este virus en colegios, universidades, campos de esparcimiento, restaurantes, cruceros de placer y en ciudades con fuentes de agua potable contaminadas. Norovirus no sólo causa brotes de diarrea, en un exten­ so metaanálisis realizado recientemente por Patel et al. esti­ maron que se asocia al 12% de las gastroenteritis severas (aquellas que requieren hospitalización) de carácter endémi­ co en menores de cinco años y un 12% de las leves o mode­ radas en todas las edades. Este virus causa 900 000 visitas clínicas y 64 000 hospitalizaciones en naciones desarrolla­ das, y más de 200 000 muertes en países en vías de desarro­ llo.20 Este metaanálisis sugiere que norovirus es la segunda causa de diarrea de origen viral luego de rotavirus en niños < 5 años. Esta observación se ve corroborada por un reciente estudio de seguimiento de una cohorte de 190 niños chile­ nos desde el nacimiento hasta los 18 meses de edad. En este estudio, el 20% de los episodios de diarrea aguda se asoció a norovirus (O’Ryan eta l., enviado a publicar). Sapovirus causa episodios de diarrea esporádicos princi­ palmente en niños, y brotes de gastroenteritis en hospitales, jardines infantiles y colegios. Este virus se ha reportado hasta en un 5.1% de episodios en hospitales y 3.4% en la comuni­ dad.21 Estudios serológicos indican que en los países en desa­ rrollo la infección ocurre a edades más tempranas probable­ mente por una mayor exposición en comparación con países industrializados. En Chile, un estudio seroepidemiológico demostró que entre los cuatro y cinco años de edad cerca de 80% de los niños han sido expuestos al virus; en la edad adulta, más de 90% de los individuos poseen anticuerpos contra el norovirus. La seroprevalencia resultó mayor en individuos pertenecientes a los estratos socioeconómicos más bajos; una observación similar a lo descrito en el caso de otros agentes de diseminación fecal-oral, como el virus de la hepatitis A. En relación con la expresión clínica de la infec­ ción por norovirus, la evidencia sugiere que, en conjunto, la infección resultante es menos severa en cuanto a la magnitud y duración de la fiebre, vómito y diarrea, en comparación con la causada por rotavirus,20,22 lo que no descarta la posi­ bilidad de que ocurran episodios de infección por norovirus tan graves como los observados para rotavirus.23 A m a ris c o s 1 Astrovirus Los astrovirus se identificaron en 1975 mediante microsco­ pía electrónica aplicada al estudio de heces de niños con dia­ Gastroenteritis virales rrea. Se observaron partículas que asemejaban una estrella de cinco puntas recibiendo por ello el nombre de astrovirus. Usando esta misma técnica se identificó a estos virus como causa de episodios esporádicos y también de brotes de dia­ rrea en niños y adultos. Debido a que la microscopia electrónica presenta limi­ taciones para el diagnóstico del virus, la importancia clínica y epidemiológica de este agente se conoció sólo parcialmen­ te. La posterior clonación y secuenciación del virus ha lleva­ do a clasificarlo en una nueva familia, Astroviridae, e hizo posible la creación de métodos basados en la detección del genoma viral, como sondas moleculares y reacción en cade­ na de la polimerasa. Los astrovirus corresponden a virus icosaédricos desnu­ dos, de 28 nm de diámetro, cuyo genoma es una hebra sim­ ple de RNA de 6.8 a 7.6 kb de diámetro que consiste en tres marcos de lectura abierta (ORF), secuenciales. ORF la y ORF Ib localizados en el extremo terminal 5' del genoma, codifican para proteínas virales no estructurales, correspon­ diendo a una proteasa y a una RNA-polimerasa, RNA-dependiente respectivamente. ORF2, localizado en el extremo 3 ' terminal del genoma codifica para una proteína precurso­ ra de la cápside. El análisis de nucleótidos del ORF2 permi­ tió tipificar los astrovirus en ocho genotipos (HAstV-1 a HAstV-8) siendo el HAstV-l el más prevalente.24 Los episodios de gastroenteritis por astrovirus afectan predominantemente a niños, pero también se han visto bro­ tes esporádicos en ancianos. Se han registrado brotes en colegios, salas de hospital y hogares de ancianos.25,26 Los estudios desarrollados usando técnicas inmunoenzimáticas sugieren que astrovirus es un agente relativamente común de gastroenteritis, más frecuente de lo que se había observado utilizando microscopia electrónica, con frecuencias que varían entre el 2.1 al 13.9% de los episodios de enfermedad diarreica en niños.24"31 Estudios realizados en América Latina señalan que este virus causa entre 5 y 10% de los casos de enfermedad dia­ rreica aguda en niños. Una investigación demostró que entre 10 y 12% de niños chilenos que consultaron por diarrea aguda no enterocólica en cinco hospitales de Santiago, pre­ sentaban astrovirus en heces. En un estudio ulterior realiza­ do también en Santiago, en el que se analizaron muestras de heces de niños provenientes de hospitales, servicios de urgen­ cias y consultorios, se encontró una proporción de 4.5 a 8.6% de infección por astrovirus.10 Este virus es poco frecuente en adultos, más de 80% tiene anticuerpos contra astrovirus, lo que sugiere que al lle­ gar a la edad adulta la mayoría de las personas serán inmunes a la infección. Al parecer, las infecciones por astrovirus también tien­ den a ser menos graves que las asociadas a rotavirus.32 Parte 111 Infecciones del aparato digestivo ^ Adenovirus entéricos Los adenovirus son virus de 65 a 80 nm de diámetro, que presentan una simetría icosaédrica de cuyos vértices emer­ gen prolongaciones proteicas llamadas fimbrias. Estas últi­ mas tienen una participación importante en los procesos replicativos y patogénicos de este microorganismo. Se trata de un virus sin manto cuyo genoma está constituido por una doble hebra de DNA de 33 a 45 kb (kilobases). Se han aisla­ do 51 serotipos de adenovirus humanos, y de ellos muchos pueden ser eliminados por las heces, a menudo por periodos prolongados, sin vincularse a diarrea.5,6 Estos virus se agru­ pan en seis subgéneros diferentes (designados por letras de la A a la F) pudiendo causar gastroenteritis, patología respira­ toria, conjuntivitis, cistitis hemorrágica y exantemas.7 Los adenovirus que predominantemente causan diarrea son el 40 y el 41. Estos dos serotipos pertenecen al subgrupo F, muestran reacción cruzada en ensayos de neutralización, presentan diferentes perfiles de restricción enzimática y se denominan adenovirus entéricos. También el adenovirus de tipo 31, perteneciente al subgrupo A, se ha visto vinculado a cuadros de diarrea en niños.5'7 Los adenovirus entéricos causan entre 5 y 15% de las diarreas agudas, y son más frecuentes en niños que en adul­ tos. Son causa endémica de diarrea, aunque también se han vinculado a brotes en orfanatorios y hospitales. Las infeccio­ nes por adenovirus entéricos parecen ser más prevalentes en verano en algunos lugares, aunque pudieran causar infeccio­ nes en cualquier época del año. ^ Mecanismos patogénicos de los virus entéricos El conocimiento de los mecanismos patogénicos a nivel de la mucosa intestinal de los virus entéricos se ha obtenido fun­ damentalmente a través de estudios realizados en animales de experimentación, y en un escaso número de muestras de biopsia obtenidas de niños con infección grave. Por tanto, persisten muchas interrogantes sobre el mecanismo patogé­ nico real de uno u otro virus. Cuando ocurre la infección, los virus entéricos invaden a los enterocitos maduros que se encuentran a nivel de la vellosidad del intestino delgado. El resultado será la muerte y el desprendimiento de las células infectadas, lo cual ocasiona alteración estructural y funcio­ nal transitoria de la vellosidad intestinal. Durante la etapa de recuperación las células menos diferenciadas, ubicadas en las bases de las criptas, se reproducirán para ocupar la zona dañada. Con el transcurso de los días, estas células reconsti­ tuirán la función absorbente, la cual es propia de la célula apical. La diarrea resulta de la alteración estructural vellositaria, que conlleva una menor superficie de absorción, alte­ ración de la integridad epitelial, así como disminución c contenido de disacaridasas de la superficie, lo cual favores* f: la diarrea osmótica. Entre los mecanismos patogénicos destaca la secreción de agua y minerales a través de las células menos diferencia- ' das que recubren la vellosidad dañada durante la fase <Je • recuperación. Una observación reciente sugiere que la glucoproteína no estructural NSP4 de rotavirus puede inducú diarrea en ratones y correspondería a la primera enterotoxina viral descrita. La toxina no causa daño morfológico, altérala absorción de glucosa y produce secreción moderada de cloro y agua, mediada por calcio. No está claro aún cuál es el rol de esta “toxina viral” en la diarrea aguda resultante.8,9 Cuadro clínico El periodo de incubación promedio de los virus entéricos es de tres días, aunque en el caso de los norovirus puede ser de uno, y en el de los adenovirus entéricos se ha descrito una incubación que puede perdurar hasta 10 días. Todos los virus entéricos pueden causar un espectro de enfermedad que va desde la infección asintomática, en la que sólo se detecta excreción viral en evacuaciones en ausencia de sínto­ mas identificables (observación frecuente en los recién naci­ dos, en quienes la infección por rotavirus suele ser asintomática), hasta una gastroenteritis aguda intensa que requiere hospitalización y que puede causar la muerte, en particular en lactantes que no reciben atención oportuna. La gastroenteritis aguda causada por virus entéricos podrá presentar uno o más de los signos y síntomas siguien­ tes: vómito, que puede ser frecuente e intenso y en ocasiones preceder a la aparición de la diarrea; fiebre, que puede ser mayor de 39 °C; dolor abdominal, cólico, malestar general y síntomas de tipo gripal. La diarrea puede ser leve, con escasos accesos de evacuaciones semilíquidas, o grave, con múltiples ac­ cesos de diarrea líquida explosiva. No es característica en las diarreas por virus entéricos la presencia de sangre o pus en las evacuaciones; el dato de estos elementos debe hacer pen­ sar en otros agentes, en particular bacterias invasoras, y su presencia en un examen rápido positivo para rotavirus debe hacer sospechar en un falso positivo o en una coinfección por más de un agente. Si la diarrea es intensa, el paciente puede llegar a la deshidratación, el riesgo más importante de esta afección. La duración promedio de la diarrea es de tres días, pero puede extenderse hasta nueve (la infección por norovirus suele durar tres días; por rotavirus y astrovirus cuatro a cinco, y por adenovirus entérico hasta 10). Se han relacionado otros síntomas y cuadros clínicos a los virus entéricos, ante todo a los rotavirus, aunque la rela­ ción resulta poco clara en general. Los rotavirus se han vin­ culado o trastorno! giris asépt te, entre rotavirus génica ev dad ent: jnvaginac Je una as ral, aunqi rus entéri tampoco La ii que se m sustancia astroviru: daño inte caridasa c diarreico experienc rreicos. En \ no prese longada ( observac: que las i: contraíd; te de la i número mente d' presión : Cuadro 1 Cultivo Microsc Electrol Reaccic polime Inmuru técnica Inmum Capítulo 12 ción del favorece ecreción ferenciafase de la glucoinducir rotoxina altera la de cloro es el rol i,9 éricos es ie ser de rito una ados los ;rmedad : sólo se ie síntoién naciuele ser :nsa que íerte, en rtuna. entéricos siguien>casiones uede ser general y n escasos tiples acca en las a pus en icer penras, y su rus debe :ción por te puede : de esta tres días, r norovicuatro a iínicos a e la relahan vin­ culado con síntomas de vías respiratorias altas y con trastornos como invaginación intestinal, encefalitis, menin­ gitis aséptica, muerte súbita infantil y enterocolitis necrosante entre otros.1 Si bien se ha establecido la presencia de rotavirus en estas enfermedades, no existe una relación pato­ génica evidente con ninguna de ellas. La reciente reciproci­ dad entre la vacuna anti-rotavirus simio-humana e invaginación intestinal ha dado más fuerza a la posibilidad de una asociación real de esta patología con infección natu­ ral, aunque esto no se ha demostrado todavía. Los adenovi­ rus entéricos se han vinculado a enfermedad celiaca, lo cual tampoco ha sido sustentado con certeza. La intolerancia transitoria a los hidratos de carbono, que se manifiesta por evacuaciones ácidas con presencia de sustancias reductoras, ocurre en infecciones por rotavirus y astrovirus. Es posible que en diarreas más graves, con mayor daño intestinal, la lenta recuperación de la actividad de disacaridasa de la superficie origine una prolongación del cuadro diarreico, en especial en lactantes desnutridos, en quienes la experiencia indica una mayor gravedad de los cuadros dia­ rreicos. En personas inmunodeprimidas, la gastroenteritis viral no presenta una evolución particularmente intensa o pro­ longada como ocurre con otros patógenos intestinales. Estas observaciones, junto con experiencias en animales, sugieren que las infecciones intestinales por virus entéricos, una vez contraídas, curan por sí solas y dependen fundamentalmen­ te de la interacción equilibrada entre la replicación viral y el número de células intestinales susceptibles, independiente­ mente de mecanismos inmunitarios locales. La inmunosupresión sí parece favorecer la posibilidad de diseminación Cuadro 12-2 Gastroenteritis virales viral hacia órganos como hígado y bazo, así como una mayor probabilidad de reinfecciones intestinales. Diagnóstico Los diversos métodos disponibles para diagnosticar las infec­ ciones por virus entéricos varían en sensibilidad, especifici­ dad, disponibilidad, costo y facilidad operacional. Pueden clasificarse en: técnicas de cultivo celular, microscopia elec­ trónica, técnicas genéticas y técnicas inmunológicas (cuadro 12 - 2 ). El cultivo celular y la microscopia electrónica se restrin­ gen fundamentalmente a laboratorios de investigación, por­ que son técnicas laboriosas que requieren un equipo sofisticado, de alto costo. Las técnicas de cultivo celular tie­ nen, además, limitaciones porque varios de los virus entéri­ cos son difíciles de propagar y para otros, como calicivirus, no existen células que posibiliten su propagación rutinaria in vitro. La microscopia electrónica tiene una sensibilidad intermedia y se requieren 106 a 107 partículas virales por gramo de deposición para su detección; este hecho limita su aplicación a la localización de virus que no se excretan en alta concentración en las heces, como son los rotavirus. La electroforesis fue el recurso diagnóstico preferente para la detección de rotavirus durante muchos años. Se basa en observar el patrón de migración de los segmentos genómicos del RNA de rotavirus en geles de poliacrilamida. Esta técnica ha sido útil en estudios epidemiológicos porque per­ mite detectar diferentes electrofenotipos circulantes en la comunidad. Debido a que los ELISA comerciales sólo detec- Técnicas para el diagnóstico de infección gastrointestinal de origen viral Técnica Ventajas Desventajas Cultivo celular Permite evaluar infectividad y realizar estu­ dios de neutralización Escasa disponibilidad, laborioso, excluye al virus Norwalk Microscopia electrónica Permite la caracterización morfológica de los virus Escasa disponibilidad, laborioso, alto costo, sensi­ bilidad intermedia Electroforesis Bajo costo, relativamente sencillo de realizar Aplicable sólo a rotavirus y adenovirus entéricos. Para adenovirus el resultado tarda varios días; sensibilidad baja Reacción en cadena de la polimerasa Alta sensibilidad Escasa disponibilidad, alto costo en la actualidad y laborioso; el resultado tarda algunos días; su alta sensibilidad puede dificultar interpretación clínica de resultados Inmunoanálisis, ELISA y técnicas de aglutinación Resultado en minutos, costo intermedio; disponible comercialmente para rotavirus, adenovirus entéricos y astrovirus Sensibilidad, especificidad intermedia; variable entre los distintos estuches Inmunofluorescencia Ninguna en particular Alto costo, laborioso; el resultado tarda varios días; sensibilidad intermedia Parte III Infecciones del aparato digestivo tan rotavirus del grupo A, este método permite identificar rotavirus pertenecientes a los otros grupos (B a F). También se ha aplicado a estudios epidemiológicos en adenovirus, en cuyo caso se requiere, primeramente, fragmentar el genoma mediante el uso de enzimas de restricción, para luego proce­ der a la electroforesis. En este caso, uno de los problemas es su baja sensibilidad, y se requieren entre 109 y 1010 partícu­ las para obtener bandas visibles, después de la digestión enzimática. En laboratorios con experiencia en esta técnica es posible procesar entre 10 y 20 muestras en forma simultá­ nea, y obtener resultados en un lapso de 24 a 48 h. La reacción en cadena de la polimerasa (PCR) se ha aplicado al estudio de los diferentes virus entéricos, en parti­ cular rotavirus, y actualmente también calicivirus, adenovi­ rus y astrovirus. La técnica destaca por su alta sensibilidad, y por gramo de deposición requiere solamente de 10 para dar un resultado positivo. Se debe ser cauteloso en la interpretación de los resultados positivos en deposiciones utilizando esta técnica de tan alta sensibilidad, ya que posi­ bilita que el agente detectado en evacuaciones no sea necesa­ riamente la causa de enfermedad. Ha demostrado ser muy útil para la tipificación genética de todos los virus entéricos. La diversidad genética de los calicivirus humanos ha llevado a plantear la necesidad del uso de partidores “regionales” para detectar virus en diferentes zonas. Los inmunoanálisis predominan en el diagnóstico virológico de las gastroenteritis agudas en el laboratorio clínico. Existe una gran variedad de estuches comerciales para detec­ tar rotavirus, astrovirus, adenovirus entéricos y recientemen­ te HuCV. Estos estuches permiten detectar entre 104 y 106 partículas virales, y se basan en la detección de complejos antígeno-anticuerpo usando anticuerpos marcados con enzi­ mas (lo que se llama inmunoanálisis enzimático o ELISA) o con partículas de látex que se aglutinan al producirse la unión antígeno-anticuerpo. La sensibilidad entre los dife­ rentes estuches comerciales puede variar entre 70 y 95% y, si no son de alta especificidad, es de esperar que algunos resul­ tados positivos correspondan a positivos falsos.35 Es por ello que el clínico debe evaluar cada examen positivo con cautela y dentro del contexto clínico-epidemiológico. La técnica de inmunofluorescencia requiere equipo de alto costo y perso­ nal capacitado, por lo que su uso se ha restringido a labora­ torios de investigación. Tratamiento y prevención El objetivo fundamental del tratamiento de la diarrea aguda, aun antes de conocer el agente causal, es evitar la deshidrata­ ción. Es por ello que los esfuerzos deben concentrarse en reponer las pérdidas de agua y electrólitos que ocurren por vía intestinal y no en la administración de antimicrobial^ Las fórmulas comerciales para rehidratación oral son ej general apropiadas y contienen electrólitos en un nivel q^ evitará la hiper o hiponatremia (30 a 90 meq/L de sodio) Dado que la pérdida de sodio en las gastroenteritis virales no es tan grave como en otras infecciones entéricas como el cólera, se recomienda usar soluciones que lleven aproxima, damente 60 meq/L de sodio. La base del éxito de esta terapéutica está en aplicar las fórmulas en volúmenes pequeños y repetidos, de tal manea que el lactante tolere la fórmula sin vomitar. Si el niño pre­ senta evacuaciones muy frecuentes y vómitos repetidos, pue. de ser necesario administrar la fórmula en pequeñas í cucharadas cada 5 a 10 min. La necesidad de hospitalizara los lactantes se ha reducido notablemente en muchos países, gracias a la adecuada utilización masiva de la hidratación oral. Sin embargo, en diversos lugares del mundo aún existe dificultad para la atención médica temprana lo cual, junto con un bajo nivel de alfabetismo, deriva en que muchos niños presenten un estado de deshidratación moderada o grave al momento de consultar, por lo que requerirán trata­ miento con hidratación intravenosa. En estos casos se reque­ rirá hospitalización y administrar suero fisiológico o hidrosalino, dependiendo del estado hemodinámico y de la concentración iónica sérica. El control dietético del niño con gastroenteritis viral debe concentrarse en limitar alimentos en un periodo lo más breve posible, y sólo ocasionalmente se requerirá ingerir fór­ mulas lácteas sin lactosa, lo cual se recomienda sólo cuando una diarrea por rotavirus o astrovirus se prolonga más de cuatro o cinco días y las evacuaciones demuestren presencia de sustancias reductoras. La leche materna no debe suspen­ derse ni limitarse en aquellos lactantes con gastroenteritis aguda viral. Las medidas preventivas son importantes para limitar el surgimiento de brotes de gastroenteritis viral y la disemina­ ción del virus en ambientes cerrados y hacinados. Los rotavirus se diseminan tan profusamente en centros cerrados que ha llevado a postular un mecanismo respirato­ rio de transmisión, aunque no ha sido confirmado. Medidas básicas de higiene ambiental, la conservación de las superfi­ cies limpias, libres de materia fecal, con promoción del lava­ do frecuente de manos, principalmente en los preparadores de alimentos, deben reiterarse en toda institución, sobre todo si en ellas hay niños. El consumo de alimentos crudos es un factor de riesgo importante, en particular en lo que respecta a los calicivirus, por lo que no se recomienda consu­ mir verduras y frutas crudas que crecen a ras de suelo, j tampoco mariscos sin cocinar. Los alimentos adecuadam en­ te cocidos reducen en grado considerable el riesgo de enfer­ mar. El agua contaminada con calicivirus también ha sido causa d< hervir e sistemas Los ¿n paíse ambien control sólo poi parte d vacan aí m Vi Las est sido fu una sol te) obo do más incluye recomí La Wyeth en el rr de efic fue api Acadei la vacu intestii a la vac D el mui ciacioi adelar El des cuada intesti 60 00 L recorr fil d e , rus, E cinco demo meses hospi I vivo : La ce ne B: ate n i es qu Capítulo 12 1 crobian0s 'al son en lnivel quj de sodio), ¡virales n0 s como el aproxirnaaplicar las tal manera niño p i­ tidos, puepequefias ¡pitalizar a hos países, idratación aún existe ;ual, junto e muchos oderada o irán tratas se requealógico o ico y de la eritis viral )do lo más ngerir fórlo cuando ?a más de presencia De suspenroenterítis i limitar el diseminaen centros respirarai. Medidas as superfin del lava¡paradores ón, sobre ros crudos en lo que ida consue suelo, }' uadameni de enfer:n ha sido A p brotes de diarrea aguda, por lo que se recomienda C«lUS2 . j hervir el agua que se va a consumir cuando no proviene de istemas de agua potable de calidad certificada. Los virus entéricos son causa importante de enfermedad n países desarrollados, donde las medidas básicas de higiene ambiental son adecuadas. Esta observación sugiere que el -ontrol de la enfermedad en América Latina no sucederá sólo por el saneamiento ambiental, tan necesario en la mayor parte de los países del continente, sino en la aplicación de vacunas. « Vacunas anti-rotavirus36' 43 Las estrategias de desarrollo de vacunas anti-rotavirus han sido fundamentalmente dos; la primera basada en el uso de una sola cepa de rotavirus (denominada vacuna monovalen­ te) obtenida de animales o humanos, y la segunda emplean­ do más de una cepa de rotavirus (vacuna multivalente) que incluye varios virus de diferentes serotipos producto de recombinaciones entre virus animales y humanos. La vacuna multivalente recombinante simio-humana de Wyeth Lederle fue la primera vacuna anti-rotavirus licenciada en el mundo, en el año 1998, luego de mostrar un buen perfil de eficacia y seguridad en los estudios fases I a III. La vacuna fue aprobada para su uso en EUA en 1998 y apoyada por la Academia Americana de Pediatría. Luego de 18 meses de uso la vacuna fue retirada por su rara asociación con invaginación intestinal. La estimación del riesgo de invaginación atribuible a la vacuna Rotashield® fue de 1:10 000 vacunados. Dos compañías en conjunto con investigadores de todo el mundo, apoyados por organismos internacionales y aso­ ciaciones no gubernamentales se abocaron a la tarea de seguir adelante con el desarrollo de nuevas vacunas anti-rotavirus. El desafío era mayúsculo porque se deberían demostrar ade­ cuada eficacia,seguridad y su no asociación con invaginación intestinal. Ello requeriría de estudios de campo con al menos 60 000 niños enrolados. La vacuna Rotateq® de MSD, una vacuna pentavalente recombinante humana-bovina ha demostrado un buen per­ fil de seguridad y de eficacia contra diarrea severa por rotavi­ rus. El estudio de fases III realizado en Europa, EUA y en cinco países de Latinoamérica con más de 70 000 niños demostró que tres dosis de vacuna a los dos, cuatro y seis meses de edad confieren una eficacia contra diarrea severa y hospitalización por rotavirus mayor a 90%. La vacuna Rotarix® es una vacuna obtenida de un virus vivo atenuado desarrollada en el Gamble Institute, de EUA. La cepa de serotipo G1P8 fue adquirida por GlaxoSmithKli­ ne Biologicals que la sometió a nuevos procedimientos de atenuación. El concepto fundamental detrás de esta vacuna es que dos dosis administradas a los dos y cuatro meses de Gastroenteritis virales edad proveerán protección contra rotavirus naturales de tipo G l, G3, G4 y G9 y posiblemente G2. Los estudios de fases I a III desarrollados en Canadá, Europa, Asia, Africa y Latino­ américa con más de 70 000 infantes enrolados permitieron concluir que la vacuna confiere protección superior a 80% en Latinoamérica y a 90% en Europa contra diarrea moderada a severa y hospitalización causada por rotavirus. La vacuna protege contra los cinco serotipos prevalentes a la fecha. Ambas vacunas son de baja reactogenicidad y pueden coadministrarse con el conjunto de otras vacunas rutinarias para la edad; demostraron en forma concluyente que no se asocian a invaginación intestinal. Ninguna de las dos casas farmacéuticas puede procla­ mar que su vacuna es superior a la otra ya sea en magnitud de protección o en cobertura de serotipos, ello requeriría de un estudio simultáneo de ambas vacunas en una misma población, estudio que no se ha realizado. El uso progresivo de ambas vacunas a nivel mundial está comenzando a impactar favorablemente en una disminu­ ción de incidencia de infección severa por rotavirus. El desa­ rrollo de estas vacunas es considerado uno de los logros más significativos en beneficio de los niños del mundo de las últi­ mas décadas. De demostrarse eficacias semejantes en los paí­ ses más pobres del mundo en donde se acumulan los casos de muertes por esta infección, se pueden esperar reducciones sustantivas de mortalidad si se logran implementar progra­ mas de vacunación sustentables en el tiempo. Referencias 1. Matson DO, O ’Ryan M L, Jiang X et al. Rotavirus, ente­ ric adenoviruses, caliciviruses, astroviruses, and other viruses causing gastroenteritis. In C linical Virology M anual, 3rd Edition. S Spector, RL Hodinka, SA Young, Editors. W ashington D C; ASM Press, 2000, pp. 270294. 2. Centers for Disease Control and Prevention. Rotavirus Surveillance-Worldwide, 2001-2008. M M W R. 2008;57:12551257. 3. Parashar UD , H umm elman E, Bresee J. Global Illness and Deaths Caused by Rotavirus Disease in Children. Emerg Infect Dis. 2003;9(5):565-72. 4. Centers for Disease Control. Intussusception among recipients of rotavirus vaccine: United States, 19981999. M M W R 1999;48:577-581. 5. Pereira E, Faria N, Fialho AM e t al. Adenoviruses asso­ ciated with acute gastroenteritis in hospitalized and com m unity children up to 5 years old in Rio de Janeiro and Salvador, Brazil. J M ed M icrobiol 2007;56:313-19. 6 . Jones M , Harrach B, Ganac RD et al. New adenovirus species found in a patient presenting with gastroenteri­ tis. J Virol 2 0 0 7 ;8 1 (ll):5 9 7 8 -8 4 . Parte III Infecciones del aparato digestivo 7. Horwitz M S. Adenovirus im m unoregulatory genes and their cellular targets. Virology 2001 Jan 5;2 7 9 :1-8. 8. Ball JM , et al. Age-dependent diarrhea induced by a rotaviral nonstructural glycoprotein. Science, 1996;272:101. 9. W ard RL et al. Attenuation of a human rotavirus vaccine candidate did not correlate with mutations in the NSP4 protein gene. J Virol 1997;71:62-67. 10. Gaggero A, O ’Ryan M , Noel J et al. Prevalence of astro­ virus infection among Chilean children with acute gas­ troenteritis. J C lin M icrobiol 1998;36:3691-3693. 11. Joensuu J, Koskennemi E, Pang X et al. Randomized placebo-controlled trial of rhesus-human reassortant rotavirus vaccine for prevention of severe rotavirus gas­ troenteritis. Lancet 19 9 7 ;3 5 0 :1205. 12. Zheng DP, Ando T, Fankhauser RL et al. Norovirus clas­ sification and proposed strain nomenclature. Virology 2006;346:312-23. 13. Bull RA, Hansman GS, Clancy LE et al. Norovirus recombination in ORF1/ORF2 overlap. Emerg Infect Dis 2005;11:1079-85. 14. Vinjé J, H am idjaja R, Sobsey M . Development and application of a capsid VP1 (region D) based reverse transcription PCR assay for genotyping of genogroup I and II noroviruses. J Virol Methods 2 0 0 4 ;1 16:109-17. 15. W u FT, Oka T, Katayama K et al. Genetic diversity of noroviruses in Taiwan between November 2004 and M arch 2005. Arch Virol 2006; 151:1319-27. 16. Gallimore C , Iturriza-Gomara M , Lewis D etal. Charac­ terization of Sapoviruses Collected in the United King­ dom From 1989 to 2004. J M ed Virol 2006;78:673-82. 17. Ishida S, Yoshizumi S, M iyoshi M et al. Characterization o f sapoviruses detected in Hokkaido, Japan. Jpn J Infect Dis 2008;61(6):504-6. 18. Dominguez A, Torner N, Ruiz L et al. Aetiology and epidemiology of viral gastroenteritis outbreaks in C ata­ lonia (Spain) in 2004-2005. J C lin Virol. 2008;43 (1): 12631. 19. Ferreira M SR , Xavier MP, Fumian T M et al. Acute gas­ troenteritis cases associated with noroviruses infection in the state of Rio de Janeiro. J M ed Virol 2008;80:33844. 20. Patel M , W iddowson M A, Glass R et al. Systematic Lite­ rature Review of Role of Noroviruses in Sporadic Gas­ troenteritis. Emerg Infect Dis 2008;14(8):1224-31. 21. M onica B, Ramani S, Banerjee I et al. H uman caliciviruses in symptomatic and asymptomatic infections in chil­ dren in Vellore, South India. J M ed Virol 2007;79:544-51. 22. Sakai Y, Nakata S, Honma S et al. C linical severity of Norwalk virus and Sapporo virus gastroenteritis in chil­ dren in Hokkaido, Japan. Pediatr Infect Dis J 2001;20(9):849-53. 23. Nakagomi T, Correia JB, Nakagomi O et al. Norovirus infection among children with acute gastroenteritis in Recife, Brazil: disease severity is comparable to rotavirus gastroenteritis. Arch Virol 2008;153:957-60. 24. Gabbay YB, Leite JP, Oliveira DS et al. M olecular epi¿e miology of astrovirus type 1 in Belem, Brazil, as an ageit of infantile gastroenteritis, over a period of 18 (1982—2000): Identification of two possible new linea ges. Virus Res 2007;129(2):166-74. 25. Silva AMV, Leite EG, Assis RM S et al. An outbreak of gastroenteritis associated with astrovirus serotype 1 in a day care center, in Rio de Janeiro, Brazil. Mem In^ Oswaldo Cruz 2001;96:1069-73. 26. Gabbay YB, Chamone CB, Nakam ura LS et al. Charac­ terization of an astrovirus genotype 2 strain causing an extensive outbreak of gastroenteritis among Maxakali Indians, Southeast Brazil. J C lin Virol 2006;37:287-92 27. Papaventsis D, Dove W, Cunliffen et al. Human astrovi­ rus gastroenteritis in children, Madagascar, 2004-2005, Emerg Infect Dis 2008;14(5):844-6. 28. Nguyen TA, Hoang L, Pham LD et al. Identification of hum an astrovirus infections among children with acute gastroenteritis in the southern part of Vietnam during 2005-2006. J M ed Virol 2008;80:298-305. 29. Togo RA, Tavares A M , Sucasas PS et al. Astrovirus infec­ tion in children living in the Central West region of Bra­ zil. M em Inst Oswaldo Cruz 2007;102(2):209-13. 30. Victoria M , Carvalho FA, Heinemann M B. Genotypes and molecular epidemiology of hum an astroviruses in hospitalized children with acute gastroenteritis in Rio de Janeiro, Brazil. J Med Virol 2007;79:939-44. 31. Soares C, Albuquerque M C , Goncalves A et al. Astrovi­ rus detection in sporadic cases of diarrhea among hospi­ talized and non-hospitalized children in Rio de Janeiro, Brazil, from 1998 to 2004. J M ed Virol 2008;80:11317. 32. Dennehy PH, Nelson SM , Spangenberger S et al. A prospective case-control study of the role of astrovirus in acute diarrhea among hospitalized young children. ] Infect Dis 2001;184:10-15. 33. O ’Ryan M L, M am ani N, Avendaño LF et al. Tipos anti­ génicos de rotavirus circulantes en Santiago, Chile. Rev M ed C hile 1995;123:549-559. 34. Pérez-Schael et al. Efficacy of the rhesus rotavirus-based quadrivalent vaccine in infants and young children in Venezuela. N E nglJ M ed 1997 ;3 37 :1 181. 35. Rivera M , Vial P, Potin M et a l Evaluación de cuatro métodos para detección de rotavirus en deposiciones en niños chilenos. Rev C hil Pediatr 1995;66:150-155. 36. Ruiz-Palacios GM et al. Safety and efficacy of an atte­ nuated vaccine against severe rotavirus gastroenteritis. N E n glJ M ed 2 0 0 6 ;3 5 4 :1 1. 37. Vesikari T et al. Safety and efficacy of a pentavalent human-bovine (W C3) reassortant rotavirus vaccine. N E nglJ Med 2006;354:23. 38. Linhares A C et al. Efficacy and safety of an oral live atte­ nuated human rotavirus vaccine against rotavirus gas­ troenteritis during the first 2 years of life in Latin American infants: a randomized, double-blind, placebocontrolled phase III study. Lancet 2 0 0 8 ;5 :1181. Capítulo 12 llar epides an agent 18 years iew linea. ltbreak of ?Pe 1 in a vlem Inst I. Characausing an Maxakali 7:287-92. .n astrovi104-2005. ication of rith acute m during rus infecjn of Bra-13. ienotypes viruses in in Rio de Astroving hospie Janeiro, 3;80:113- et al. A rovirus in íildren. J ipos antiIhile. Rev rus-based ildren in ie cuatro ciones en 155. r an atteteritis. N ntavalent Lccine. N live atteirus gasin Latin placebo- 39 O ’Ryan M . Rotarix (RIX4414): an oral human rotavirus vaccine. Expert Rev Vaccines 2007;6:11. 40 O ’Ryan M , Matson DO. New rotavirus vaccines: renewed optimism. J Pediatr, 2006; 149:448. 41 Matson DO. The pentavalent rotavirus vaccine, RotaTeq. Semin Pediatr Infect Dis 2006;17:195. Gastroenteritis virales 42. Dennehy PH. Rotavirus vaccines: an overview. Clin Microbiol Rev 2 0 0 8 ;2 1 :198. 43. Centers for Disease Control and Prevention (CD C). Delayed onset and dim inished m agnitude of rotavirus activity-U nited States, November 2007-M ay 2008. M M W R M orb M ortal W kly Rep 2008;57:697. C apítulo 1 Cólera: aspectos epidemiológicos y clínicos Carlos Seas Eduardo Gotuzzo Introducción El cólera es, sin duda, la más temida de las enfermedades diarreicas en toda la historia de la humanidad; muy pocos padecimientos pueden influir tan negativamente la econo­ mía de una nación o de un continente como sucede cada vez que una epidemia de cólera es documentada. Por otra parte, pocas enfermedades infecciosas son tan bien conocidas en términos de su epidemiología, fisiopatología y tratamiento; no obstante, el cólera está aún asociado con alta mortalidad en países en desarrollo. Considerada algún tiempo por los expertos una enfermedad predecible en términos de su epi­ demiología, en los últimos cinco años se comprueba que esa afirmación era incorrecta. La aparición del cólera en Latinoamérica a principios de 1991; el surgimiento de cepas resistentes a los antimicrobia­ nos comunes en Africa y Asia; la epidemia de cólera produ­ cida por V cholerae OI multirresistente en Zaire, en 1994, con la mayor mortalidad nunca antes descrita; y la aparición de un nuevo agente, V cholerae 0 1 3 9 , en India y Bangladesh, en octubre de 1993, son ejemplos de la naturaleza cambian­ te de esta ancestral enfermedad. En este capítulo se presenta información epidemiológica sobre las recientes epidemias de cólera, así como hallazgos clí­ nicos y recomendaciones terapéuticas referentes al tratamiento en niños. Al final se ofrece una breve discusión sobre vacunas orales y su utilidad potencial en el control del padecimiento. Epidem iología Desde 1817 se reconocen siete pandemias de cólera. Las seis primeras tienen varias características en común: todas se ori­ ginaron en India y Bangladesh, fueron producidas muy pro­ bablemente por Vibrio cholerae OI biotipo Clásico, y la relación de pacientes sintomáticos a asintomáticos fue cerca­ na a uno. La séptima pandemia difiere de las seis anteriores en su origen; por primera vez ocurrió fuera del subcontinente indio; esta vez el lugar fue Indonesia, donde quedó confi­ nada por algunos años, antes de diseminarse al resto de Asia, fue producida por V. cholerae OI biotipo El Tor, y es la pan­ demia mejor registrada y estudiada, así como la más larga que la historia reseña. A fines de enero de 1991 y a lo largo de tres ciudades en la costa del Pacífico, en Perú, se inició la extensión de la séptima pandemia América, luego de una ausencia de casi un siglo. Vibrio cholerae OI biotipo El Tor, serotipo Inaba, fue aislado de muestras de pacientes con diarrea aguda en Chancay, a 40 km al norte de Lima, por el Instituto Nacional de Salud, y confirmado después en los Centers o f Disease C ontrol (CDC), de Atlanta. La diseminación posterior al interior de Perú, así como a países vecinos, no tiene prece­ dentes. Aproximadamente una semana después de iniciada la epidemia en Perú todos los departamentos costeros habían informado de casos al Ministerio de Salud, y dos meses des­ pués la enfermedad se había reconocido en los 25 departa­ mentos que conforman el país. Además, los países vecinos de Sudamérica y Centroamérica resultaron afectados a una fre­ cuencia cercana de uno por mes; con la excepción de Uruguay, todos habían informado casos a la Oficina Sanitaria Panamericana (OSP) para fines de 1993. Perú fue, definiti­ vamente, el país más afectado por la epidemia. Del total de 322 562 casos reportados a la OSP para el primer año, Peru había informado el 82%, y hasta septiembre de 1994 había descrito un total de 625 259, que representó 60% del total Je casos durante nía de P< baja de i pandem como 1 demia e: con un ¡ observai Las ¿poca di He dur; Latinoa: firmar I cransmi; ce a cra\ princips sin herv las mar (contan análisis fue un comar a factores dio con ción de de alia agua dí cransmi primen el nivel drenaje Tambit mia, el ofrecen en pers do en falta dt de ries| La nación rias deí de gruj tienen medad hidria gástric altera < genos, explic; dratac Capítulo 13 tos eos >s Seas DtUZZO uy pro:o, y la e cercateriores ntinenó confi­ de Asia, la panás larga [ades en n de la de casi >Inaba, ;uda en íacional Disease erior al ; preceiniciada ; habían ses des­ aparta­ dnos de jna fre­ gón de anitaria lefinititotal de lo, Perú 4 había leí total de casos informados en Latinoamérica. El total de decesos durante ese periodo fue de 9 642, de los cuales 46% prove­ nía de Perú, pero la tasa de mortalidad por cólera fue la más baja de todo el continente y la más baja durante la séptima andemia: 0.7%. Se informó de tasas de incidencia tan altas como 1 436.55 por 100 000 habitantes, al inicio de la epi­ demia en Perú, para disminuir a cifras de 69 durante 1995, con un patrón estacional evidente; la mayoría de los casos se observaron durante los meses cálidos del año. Las rutas de transmisión de cólera se conocen desde la época de John Snow, y han sido estudiadas con mucho deta­ lle durante la séptima pandemia, pero la extensión a Latinoam érica ofreció una excelente oportunidad para con­ firmar hallazgos previos, así como para mostrar nuevos. La transmisión vía alimentos contaminados, pero especialmen­ te a través de contaminación de las fuentes de agua son los principales medios de diseminación del cólera. Ingerir agua sin hervir, beber líquidos en puestos ambulantes e introducir las manos sucias en recipientes donde se almacena agua (contaminándola) fueron factores de riesgo identificados por análisis multivariado en esos estudios. Beber agua hervida fue un factor protector significativo. Del mismo modo, tomar agua no hervida e ingerir alimentos no cocidos fueron factores de riesgo para adquirir cólera, en niños, en un estu­ dio conducido al inicio de la epidemia en Perú. La introduc­ ción de cólera a Guatemala, en 1993, a través del consumo de alimentos contaminados y no por contaminación del agua de la red pública es un ejemplo de patrones locales de transmisión que tienen implicaciones para el control. En los primeros estudios de tipo caso-control, en Perú, se enfatiza el nivel socioeconómico bajo y la ausencia de agua potable y drenaje como los factores de riesgo más importantes. También se reconoció como un factor, al inicio de la epide­ mia, el comer fuera de casa, especialmente alimentos que ofrecen vendedores en la vía pública. En el estudio realizado en personas mayores de 65 años se detectó que haber comi­ do en la calle en los últimos tres días, vivir hacinados y la falta de lavado de manos antes de comer fueron los factores de riesgo significativos para contraer el cólera. Las circunstancias responsables de la explosiva disemi­ nación de cólera en Latinoamérica son: condiciones sanita­ rias deficientes en muchos países de la región, alta prevalencia de grupo sanguíneo O (individuos con este grupo sanguíneo tienen riesgo mayor de presentar formas graves de la enfer­ medad) y la elevada presencia de gastritis crónica e hipoclorhidria asociada a H elicobacter pylori. La disminución del pH gástrico como resultado de la infección crónica por H. pylori altera el principal mecanismo de defensa contra enteropatógenos. Sin embargo, las bajas tasas de mortalidad pueden exPlicarse por la promoción masiva de uso de sales de rehi­ dratación oral, suministro adecuado de líquidos endoveno­ Cólera: aspectos epidemiológicos y clínicos sos aun en zonas remotas del país y especial dedicación de médicos y enfermeras. Los adultos fueron los más afectados durante el primer año de la epidemia, con una relación de 10:1 con la población pediátrica; para otras diarreas la cifra es a la inversa. Asimismo los ancianos, un grupo inusualmente afectado por la diarrea aguda, durante la epidemia inicial fueron los más perjudicados, con una tasa alta de incidencia. La mortalidad infantil en nues­ tro hospital fue 0 y en adultos jóvenes fue de 0.1%; la mayor cantidad de decesos se observó en pacientes mayores de 70 años, que llegaban con insuficiencia renal aguda establecida. Del mismo modo, un hallazgo importante fue la variación en mortalidad que se encontró en Perú según zonas geográficas y acceso a atención adecuada. Zonas ribereñas del Amazonas, como pueblos andinos de Cajamarca, tuvieron una mortalidad inicial de 10 a 12%, mientras que la población de ciudades del interior tuvo una mortalidad global entre 3 y 4%. Lima fue la ciudad que mostró menos de 0.8% debido al uso masivo de sales de rehidratación oral así como al suministro apropiado de terapia endovenosa en centros hospitalarios. Los resultados observados en Latinoamérica contrastan notablemente con los señalados en 1994, durante la epide­ mia de cólera en Zaire. La tasa de mortalidad por cólera, para el periodo 1991 a 1994 en Latinoamérica, fue de 0.9%, mientras que la tasa de letalidad global en Zaire durante julio de 1994 fue de 19.5 a 31.2 por 10 000 habitantes. Hay comparaciones con pacientes y con población en general; 88% de las muertes se debió a diarrea aguda y 57% de ellas a cólera. Factores asociados con mortalidad en ambas epide­ mias fueron similares: vivir lejos de los lugares de atención médica, desconocimiento sobre la epidemia y las medidas básicas para su tratamiento y no usar sales de rehidratación oral antes de acudir al médico. La epidemiología en Latinoamérica tuvo características diferentes, debido a los criterios utilizados para definir cólera en cada país. En Perú se notificó más de 60% de casos de cólera de la epidemia porque utilizó por cuatro años el diag­ nóstico de enfermedad diarreica aguda como sinónimo de cólera. Este criterio fue adecuado en 1991, donde significó más de 92% de enfermedad diarreica aguda. En 1993, en un estudio en un distrito pobre de Lima, representó sólo alrede­ dor de 50%, y para 1995 menos de 5%. En otros países se utilizó el criterio de enfermedad diarreica aguda grave como cólera, lo que definió sólo una parte de ellos; y en Chile, Argentina y México se consideró sólo el diagnóstico bacte­ riológico. Este último tiene un sesgo negativo pues en áreas rurales y en la mayoría de los casos, los médicos tratantes no solicitan coprocultivo. Esta variabilidad impidió tener un patrón estándar en estos países. Una característica en Latinoamérica es que países con mares fríos y además con buen nivel de saneamiento como Parte III Infecciones del aparato digestivo 400 Cuadro Heces Adt Niñ Soluci Lac Dh; Sali Poli Baja c 1 1984 1986 1988 1990 1992 Asia Figura 13-1 1994 1996 África 1998 2000 I I 2002 I T 2004 2006 América Distribución del cólera por continentes desde 1984 hasta 2006. Clásicc mayor Tor se casos i: U: Ogawí Chile, Argentina y Uruguay tuvieron pocos casos de cólera; aquéllos con mares cálidos, poco desarrollo económico y defi­ ciente saneamiento ambiental han tenido un alto índice de esta enfermedad especialmente en áreas rurales o pobres de las grandes ciudades. Asimismo ha afectado poblaciones costeñas en Ecuador, Colombia, Guatemala, Panamá, etc., o zonas del Amazonas, tanto de Brasil como Colombia y Venezuela. Existe evidencia bibliográfica de que en México en 1833 el cólera afectó de manera notable las ciudades de Coahuila y México. En 1850 se informó de más de 200 000 muertes durante esa epidemia y anecdóticamente se afirma una mor­ talidad de 75%. Más de 100 años después reapareció tam­ bién en México, habiéndose notificado el primer caso en junio de 1991 (en San Miguel Totolmaloya). Al igual que en otros países, afectó tanto a personas adultas como a niños, quienes representan más de 10% de los casos de cólera; la mortalidad fue mínima en estos casos. El cólera está restringido en la actualidad al continente africano; 37 países reportaron cólera en 2007, cinco concen­ traron el 76% de los casos. La figura 13-1 muestra la evolu­ ción del cólera por continentes desde 1984 hasta 2006. Etiología y patogenia El cólera es producido por Vibrio cholerae OI y de manera reciente por el serogrupo 0 1 3 9 , el único serogrupo no-Ol capaz de producir epidemias con potencial pandémico. Vibrio cholerae, que pertenece a la familia Vibrionaceae, es un bacilo gramnegativo, curvo y flagelado, semejante a una “coma” (,) si se observa al examen directo; su movimiento errático y veloz es una característica típica, especialmente al microscopio de campo oscuro. Hasta 1992 se reconocía que sólo el serogrupo OI era responsable de producir la enfermedad clínica. Los otros serogrupos, 0 2 al 0 1 3 8 , se han asociado a pequeños brotes de enfermedad diarreica, pero no se han relacionado con grandes epidemias y no se ha documentado la producción de la toxina del cólera en cantidades suficientes para producir la enfermedad clínica. Todos estos conceptos cambiaron radi­ calmente cuando en octubre de 1992, a lo largo de la bahía de Bengala, en India y Bangladesh, se descubrió por primera vez en la historia un serogrupo nuevo, V cholerae 0139, o cepa Bengala, capaz de producir una gran epidemia que en pocos meses se diseminó a varios países de Asia. Los expertos se preguntan si la octava pandemia de cólera tiene lugar des­ de esa fecha. Estudios de biología molecular han permitido determi­ nar que este nuevo serogrupo de V cholerae es más próximo al biotipo El Tor que a vibrios no OI y que es diferente de las cepas que motivaron la séptima pandemia, así como focos pequeños en EUA y Australia. Vibrio cholerae OI se clasifica en serotipos y biotipos. Se reconocen tres serotipos: Inaba, Ogawa e Hikojima. Las diferencias entre ellos, más allá de reacciones de serotipifica' ción, no tienen importancia; se reconocen dos biotipos> un dat rencia Aj similar coleráj unidac tora d< compc presen estimi: na cid ción d y secrí es péri bicarb produ La co: con cc en su cido a toxina Shiga, funcic inócu. ducir ha sic como inócu Capítulo 13 C uadro 13-1 Cólera: aspectos epidemiológicos y clínicos C o n cen tració n d e e le c tró lito s en las heces d e p a cien tes con cólera y d e las soluciones usadas para su tra ta m ie n to Concentración de electrólitos y glucosa (mmol/L) Na+ c i- K+ hco ~3 Glucosa Adultos 130 100 20 44 Niños 100 90 33 30 130 109 4 28* 0 Heces de cólera Soluciones intravenosas Lactato Ringer Dhaka 133 98 13 48 0 Salina normal 154 154 0 0 0 Perú 90 80 20 30 111 Baja osmolaridad, OMS 75 65 20 10+ 75 Polielectrolítíca, laceae, es ; nte a una mmiento Jmente al 10 01 era ' Los otros ios brotes nado con ucción de reducir la iron radie la bahía r primera O139,o ¡a que en s expertos lugar desdetermi; próximo :erente de >mo focos otipos. Se ¡ima. Las rotipificabiotipos, : Clásico y El Tor. El biotipo Clásico está asociado a una mayor proporción de casos sintomáticos, mientras que El Tor se caracteriza por producir una mayor proporción de casos inaparentes. Un hallazgo notable fue el cambio de serotipo Inaba a Ogawa al final del segundo año de la epidemia, y aunque fue un dato bacteriológico interesante no propició ninguna dife­ rencia clínica o epidemiológica. Ambos, V. cholerae OI y 0 1 3 9 , producen cantidades similares de una enterotoxina llamada toxina del cólera o colerágeno, que es de naturaleza proteínica y tiene dos sub­ unidades: la subunidad A, responsable de la actividad secre­ tora de la toxina; y la subunidad B, que tiene a su vez cinco componentes y permite la fijación a un receptor gangliósido, presente en las células del intestino delgado. La subunidad A estimula la producción de cAMP (monofosfato de adenosina cíclico), que resulta en dos efectos: bloqueo en la absor­ ción de sodio y cloro en las células de la vellosidad intestinal y secreción de cloro en las células de las criptas; el resultado es pérdida importante de electrólitos, como sodio, cloro y bicarbonato, así como potasio, en la luz intestinal, lo que produce la deshidratación isotónica característica del cólera. La concentración de electrólitos en las heces de pacientes con cólera y en las soluciones usadas con mayor frecuencia en su terapia se presentan en el cuadro 13-1. Se han recono­ cido al menos otras dos toxinas además del colerágeno: la toxina de zona occludens y una citotoxina similar a la toxina Shiga, las cuales no están presentes en todas las cepas, y su función en la patogenia no es tan clara. Se requiere un gran ■noculo, aproximadamente un millón de bacterias, para pro­ ducir la enfermedad en voluntarios, cuando el pH gástrico ha sido neutralizado por alimentos o por hipoclorhidria, como ocurre en la gastritis crónica por H. pylori, donde el móculo puede ser de sólo 100 bacterias. M anifestaciones clínicas El signo característico del cólera es la deshidratación isotóni­ ca que produce pérdida importante de electrólitos en la luz intestinal. Después de un periodo de incubación, que varía de pocas horas a días, los pacientes presentan diarrea líquida que en los casos más característicos toma el aspecto de agua de lavado de arroz. La deshidratación que se genera varía de leve a severa según la pérdida de líquido corporal. La deshi­ dratación leve constituye un signo difícil de distinguir de otras enfermedades endémicas que producen diarrea, pero difícilmente otra enfermedad diarreica produce el dramático cuadro clínico que acompaña a la deshidratación grave. Algunos signos clínicos que se presentan son voz apaga­ da (ronca), pérdida de la elasticidad de la piel (que se mani­ fiesta como retracción lenta del pliegue abdominal y el aspecto arrugado de los dedos de la mano que asemejan los de lavandera), ojos hundidos y mucosas secas. En niños des­ nutridos la precisión de los signos que dependen de la elasti­ cidad de la piel se pierde. El indicador más fidedigno del estado de hidratación es la intensidad del pulso; pacientes con deshidratación severa presentan un pulso filiforme muy difícil de palpar. La presión arterial no es el mejor paráme­ tro, y en condiciones epidémicas donde no es posible obte­ ner este valor por la gran demanda de atención de pacientes, como ocurrió en Perú y Bangladesh en 1991 y 1992, la toma del pulso representa el mejor indicador del estado de hidra­ tación. La fiebre es un dato poco frecuente. Síntomas carac­ terísticos de deshidratación aguda son gran avidez por líquidos, somnolencia y calambres en extremidades. Hallazgos clínicos en niños durante el inicio de la epide­ mia de cólera en Perú, que estuvieron asociados con el diag­ nóstico microbiológico, fueron: evacuaciones líquidas, aspecto como agua de arroz; calambres musculares y deshi- Parte III Infecciones del aparato digestivo Cuadro 13 -2 Hallazgos clínicos según el grado de deshidratación Hallazgo Deshidratación moderada Deshidratación grave Pérdida de peso corporal 5 -9 % > 10 % Estado mental Alerta, inquieto Somnoliento, comatoso Frecuencia Normal, rápido Muy rápido Intensidad Normal o débil No palpable Normales, profundas Profundas y rápidas Presión arterial sistólica Normal o baja Choque descompensado Elasticidad de piel Se retrae lento Se retrae muy lento Ojos Normales, hundidos Muy hundidos Voz Normal, ronca No audible Volumen urinario Normal Anuria Pulso radial Respiraciones dratación severa. La fiebre se asoció de forma exclusiva a dia­ rrea por agentes diferentes a V cholerae, los pacientes con cólera fueron hospitalizados con mayor frecuencia que aque­ llos en los que se aisló otro agente. Lo primero que debe hacerse es reconocer el estado de hidratación en el momento en que ingrese el enfermo. En el cuadro 13-2 se presentan los hallazgos clínicos según el gra­ do de deshidratación. En niños, obtener el peso al ingreso es primordial para evaluar cómo evoluciona el estado de hidra­ tación. Los cambios en el peso correlacionan mejor con el estado de hidratación que cualquier parámetro bioquímico, como gravedad específica plasmática o proteínas totales. Alteraciones electrolíticas y ácido-base son comunes en pacientes con deshidratación intensa. Hipopotasemia, hiponatremia y acidosis metabólica secundaria a pérdida de bicarbonato son características de cólera grave. El cólera en niños presenta algunas diferencias respecto del cuadro mani­ festado en adultos. Fiebre, alteración del estado de concien­ cia y convulsiones son hallazgos más comunes en niños, al igual que en adultos la hipopotasemia y la hipoglucemia. En Bangladesh se observó hipoglucemia en sólo 0.5% de las admisiones por diarrea, pero la tasa de mortalidad en estos pacientes fue de 15% contra sólo 1% en enfermos con glucemia normal; la mortalidad directamente atribuida a hipoglucemia ocurrió en 25% de los casos. La presencia de desnutrición se ha asociado al desarrollo de formas graves de la enfermedad y a mayor mortalidad, por lo que introducir adecuada nutrición desde el inicio del tratamiento es impe­ rativo. Una de las complicaciones más serias es insuficiencia renal en tanto que la hiperazoemia es un hallazgo común en pacientes con presentación grave de la enfermedad; la mayo­ ría de las veces la elevación en los valores de urea y creatinina revierte cuando el paciente es rehidratado completamente y presenta diuresis espontánea. Este aumento en los compues­ tos nitrogenados se llama hiperazoemia prerrenal; no obs­ tante, los individuos que no son rehidratados de forma adecuada pueden presentar insuficiencia renal aguda. La tasa de insuficiencia renal aguda en el hospital Cayetano Heredia, durante el primer año de la epidemia en Perú, fue de 4.73 casos por 1 000 pacientes, donde todos los grupos de edad fueron afectados con un franco predominio de formas no oligúricas. Se observaron índices de mortalidad por insufi­ ciencia renal de 18%, los factores de riesgo asociados fueron edad avanzada, formas oligúricas, adquisición de infecciones nosocomiales y compromiso cardiorrespiratorio. Tratamiento Puesto que la deshidratación es el signo característico del cólera, el tratamiento está encaminado a reponer las pérdi­ das de líquidos y electrólitos por las heces; tiene dos fases: de rehidratación y de mantenimiento. La primera fase tiene como objetivo reponer rápidamente las pérdidas ocurridas antes de acudir al centro de salud, para luego pasar a la de mantenimiento en la que se restablecen las pérdidas que ocurren durante la terapia, a menudo utilizando sólo sales de rehidratación oral. Pacientes con deshidratación grave, aquellos con defi­ ciente tolerancia oral y especialmente los que presenten evi­ dencia de escasa perfusión tisular y choque o alteración en el estado de conciencia se deben hospitalizar y vigilar estrecha­ mente. La vía endovenosa es necesaria en todo enfermo que sufra las complicaciones antes mencionadas. La rápida expansión del volumen intravascular es necesaria para recu­ perar al p están disp En es servicio d< universita rrea agud menor mi laboran. I bolo, con tirse si no to a la s concentra ción oral de glucos infusión i Utilizand este hosp: con desh: mente h Individúe la ingesta a la veloc Lafa el pacient del tratar variable y ner el esi reponer v ingesta ac gunta cu usados er de la epic (no se pe del tiemf pital) sir paciente rancia or y de 300 hora y oí hidrataci paciente (0.65 po La ( dratació recomer ducidos dos inti diarrea ; mática c A & tamient Capítulo 13 letamente v is compuesial; no obs5 de forma uda. La tasa no Heredia, fue de 4.73 )os de edad formas no por insufl­ ados fueron infecciones :erístico del :r las pérdilos fases: de i fase tiene is ocurridas asar a la de írdidas que jólo sales de )S con defiasenten eviración en el ar estrechanfermo que La rápida i para recu­ lar al paciente del estado de choque. Varias soluciones ^tán disponibles para tal efecto (cuadro 13-2). En este capítulo los autores incluyen la experiencia en el servicio de pediatría del hospital Cayetano Heredia, hospital universitario que recibió el mayor número de casos de dia­ rrea aguda y cólera durante la epidemia en Perú, con la menor mortalidad durante la misma, lugar en donde ambos laboran. Usar solución salina (cloruro de sodio al 0.9%) en bolo, con un volumen de 20 a 60 ml/kg, el cual puede repe­ tirse si no se obtiene respuesta, para luego pasar de inmedia­ to a la solución polielectrolítica que contiene la misma concentración de electrólitos que la solución de rehidratación oral (SRO) promovida por la OMS, así como la misma de <ducosa para prevenir hipoglucemia, a una velocidad de infusión de 25 ml/kg/h durante las siguientes cuatro horas. Utilizando este esquema, la mortalidad por diarrea severa en este hospital fue de 3.2 por 1 000 casos atendidos. Pacientes con deshidratación leve y moderada que toleran adecuada­ mente la vía oral pueden ser rehidratados con SRO. Individuos con deshidratación moderada y poca tolerancia a la ingesta de líquidos deben recibir solución polielectrolítica a la velocidad de 25 ml/kg/h en las siguientes cuatro horas. La fase de mantenimiento debe iniciarse tan pronto como el paciente se recupere de la rehidratación inicial. En esta fase del tratamiento el uso de SRO es imperativo, el volumen es variable y depende del flujo de diarrea. La finalidad es mante­ ner el estado de hidratación. Para tal efecto se recomienda reponer volumen a volumen las pérdidas con SRO y alentar la ingesta adicional a d libitum. Con frecuencia el médico se pre­ gunta cuándo debe darse de alta a un paciente; los criterios usados en este hospital, en el momento de máxima intensidad de la epidemia, permitieron no sólo hacer el sistema eficiente (no se permitió que un paciente ocupara una cama más allá del tiempo necesario, en detrimento de otro que acuda al hos­ pital) sino además garantizar al máximo el no retorno del paciente por deshidratación. Los criterios usados fueron: tole­ rancia oral adecuada (mayor de 1 L en una hora para adultos y de 300 a 500 mi para niños), diarrea menor de 400 mi por hora y orina mayor o igual a 0.5 ml/kg/h. Con el esquema de hidratación presentado el promedio de hospitalización por paciente fue menor de 24 horas y la mortalidad fue mínima (0.65 por 1 000 casos) al igual que la readmisión. La OMS promueve desde 2002 el uso de sales de rehi­ dratación oral con baja osmolaridad (250 mosm/L). La recomendación se basa en un metaanálisis de estudios con­ ducidos en niños que demuestra menor necesidad de líqui­ dos intravenosos para hidratación y menor volumen de diarrea y vómitos. No se ha detectado hiponatremia sinto­ mática de manera frecuente en niños. A continuación se presenta una guía práctica para el tra­ tamiento del cólera: Cólera: aspectos epidemiológicos y clínicos Evalúe el grado de deshidratación al ingreso. Rehidrate al paciente en dos fases a) Fase de rehidratación: dura 2 a 4 horas. b) Fase de mantenimiento: dura hasta que la dia­ rrea desaparece. Anote los egresos e ingresos en una cartilla prede­ 3. terminada y revise la información de manera perió­ dica. 4. Use la vía intravenosa sólo ante d) pacientes con deshidratación intensa. b) Pacientes con deshidratación moderada que no toleran la vía oral. c) Pacientes con alto flujo de diarrea durante la fase de mantenimiento. 5. Use SRO casi exclusivamente durante la fase de mantenimiento. 6. Dé de alta a los pacientes si las siguientes condicio­ nes son satisfechas: d) Tolerancia oral > 400 a 1 000 ml/h. b) Volumen urinario > 0.5 ml/kg/h. c) Volumen de heces < 400 ml/h. 1. 2. El tratamiento con antimicrobianos no reemplaza a la hidratación adecuada; no obstante, cuando se usa un anti­ microbiano apropiado se obtiene una reducción en el volu­ men de diarrea cercana a la mitad, acortando el periodo de hospitalización, la necesidad de líquidos para rehidratación y la excreción de vibrios al ambiente. Actualmente la elec­ ción del antimicrobiano ideal se complica por la aparición de cepas resistentes a los de uso común; se tiene informe de cepas resistentes en Asia y África, así como en Latinoamérica de forma reciente. La tetraciclina por tres días es el antimi­ crobiano de elección; no obstante su uso en menores de siete años no se recomienda debido a que el antibiótico se deposita en los huesos en desarrollo y altera su estructura; cotrimoxazol o eritromicina por tres días son buenas alter­ nativas. Se ha comprobado que con una dosis única de doxiciclina (300 mg) se obtienen resultados clínicos simila­ res que con dosis mayores, y la OMS la recomienda en luga­ res donde la aceptación de tratamientos más prolongados sea un problema potencial. Las recomendaciones sobre el uso de antimicrobianos se presentan en el cuadro 13-3. La experiencia adquirida durante los últimos años en Peru y Bangladesh, apoya el uso de quinolonas, especialmente ciprofloxacina, para el tratamiento del colera grave en adul­ tos, con excelentes resultados. Su aplicación en niños es aún controversial y no aprobada. Recientemente, azitromicina ha emergido como una alternativa de tratamiento; dosis únicas en niños (20 mg/kg) con cólera grave han mostrado similares resultados que tres días con eritromicina. Por otro lado, la adición de zinc (300 mg/día) a un régimen de eri- Parte III Cuadro 13-3 Infecciones del aparato digestivo esto sin tercera 2 Antimicrobianos para el tratamiento del cólera ció. El n Dosis Antibiótico Adultos Niños Tetracíclina 500 mg, 4 veces al día por 3 días 50 mg/kg, 4 veces al día por 3 días Doxiciclina 300 mg, dosis única No ha sido evaluada Furazolidona 100 mg, 4 veces al día por 3 días 5 mg/kg por día en 4 dosis por 3 días o 7 mg/kg como dosis única Cotrimoxazol 160 mg de trimetoprim/800 mg de sulfametoxazol 2 veces al día por 3 días 8 mg de trimetoprim/40 mg de sulfametoxazol/kg en 2 dosis por 3 días Norfloxacina 400 mg, 2 veces al día por 3 días No recomendada Ciprofloxacina 1 g, dosis única 20 mg/kg dosis única i lm de Pueden 1. 250 mg al día por 3 días Azitromicina 1 g, dosis única tromicina en niños produjo reducción en la duración de diarrea y en el volumen de deposiciones (12 y 11%, respec­ tivamente) comparado con el placebo en Bangladesh. La posibilidad de contener la diseminación del cólera con anti­ microbianos resultó atractiva en estudios iniciales en la década de 1960. Estudios posteriores, donde se emplearon las quinolonas, desalentaron su utilización masiva en virtud de problemas como desarrollo de resistencia, falsa sensación de seguridad entre los que los reciben y potencial desarrollo de efectos adversos serios. Prevención Disponer de agua potable y adecuado sistema de elimina­ ción de excretas es la piedra angular en el control del cólera. Se ha observado en países donde la enfermedad es endémica, que acondicionar con agua adecuada para el consumo huma­ no reduce la transmisión del cólera y otras enfermedades diarreicas. Control sanitario sobre la preparación de alimen­ tos de expendio ambulatorio, práctica muy común en todos los países en desarrollo, es también un componente primor­ dial en la prevención. La dificultad en llevar estas medidas simples a la práctica ha hecho que se mire hacia la produc­ ción de vacunas como una solución alternativa. La vacuna ideal contra el cólera debe: a) administrarse por vía oral, pues la experiencia con vacunas parenterales es lo suficientemente mala para desalentar esta última vía; b) administrarse en dosis única, a fin de que produzca respues­ ta inmune rápidamente, y c) ser bien tolerada. Esta vacuna no existe por el momento, pero se ha conseguido una aproxi­ mación a la vacuna ideal con dos tipos de vacuna oral: WC-BSR, que utiliza vibrios muertos, por calor o formali- 20 mg/kg dosis única na, y subunidad B, y la de dosis única CVD 103 HgR, que usa vibrios atenuados por ingeniería genética. La vacuna que utiliza vibrio muerto con subunidad B ha sido ensayada en Matlab, Bangladesh y se cuenta con información suficiente de seguimiento a tres años, que per­ mite hacer los siguientes comentarios: a) dos dosis de la vacuna confieren protección similar que tres dosis; b) la va­ cuna es bien tolerada y no induce diarrea entre los vacuna­ dos; c) los anticuerpos vibriocidas altos correlacionan significativamente con protección, en vez de títulos altos de anticuerpos contra la toxina B; d) la protección global de 70% se consigue al cabo de tres años, pero la conferida a niños es cercana a 25%; ¿) previene de manera importante el desarro­ llo de formas severas de cólera, y f ) ofrece mayor protección contra el biotipo Clásico que contra El Tor. Las ventajas de esta vacuna son su excelente seguridad y tolerancia, la posi­ bilidad de ser producida en países en desarrollo a un bajo costo y su fácil transporte, sin necesidad de cadena de frío. Desventajas como pobre protección a largo plazo en especial en niños, población particularmente susceptible en zonas endémicas, necesidad de varias dosis y baja protección con­ tra el biotipo El Tor predominante en la mayoría de áreas endémicas de cólera son las más relevantes. Esta vacuna ha sido ensayada en condiciones extremas, en campos de refu­ giados en Africa, mostrando alta protección en corto tiem­ po, con el beneficio adicional de proteger a personas no vacunadas (inmunidad de rebaño). En época más reciente, una vacuna bivalente que contiene dos serogrupos OI y 0 1 3 9 ha sido producida en Vietnam y ensayada en India con buenos resultados. Las vacunas orales que utilizan vibrios vivos atenuados representan teóricamente el mejor avance en vacunas orales contra el cólera. La experiencia en el campo no comprueba 3. 4. Bibli Ce Uf a Fu G, Capítulo 13 •n pmbareo. en Indonesia con esto sin cm j;, Un ensayo j , la vacuna r \ de c tercera generación CVD 103 HgR no mostro ningún benefi­ cio El manufacturador ha dejado de producir esta vacuna. ■ impactos positivos de la epidemia del cólera Pueden resumirse en lo siguiente: 1 :ias 5R, que íidad B ita con [ue per­ is de la ?) la varacunaicionan altos de de 70% liños es iesarroitección tajas de la posiun bajo de frío, especial n zonas ón con­ de áreas cuna ha de refa­ lo tiemjnas no •eciente, is OI y ;n India enuados is orales nprueba Reconocer que la mortalidad se pudo reducir con una muy activa relación entre los sectores de salud v la comunidad organizada, que permitió usar rápi­ damente métodos simples y sencillos como las sales de rehidratación oral. 2. Tanto la comunidad como los políticos han enten­ dido mejor la importante necesidad de mejorar el saneamiento ambiental con agua y desagüe a las zonas pobres, con objeto de reducir enfermedades como diarrea aguda incluyendo cólera, tifoidea, hepatitis entérica, parásitos intestinales, etcétera. 3. Las campañas masivas dirigidas al uso de sales de rehidratación oral, en cada caso de diarrea, permi­ tió reducir la mortalidad infantil por esta causa. En Perú, donde es la primera causa de muerte en niños, se ha calculado que 7 000 decesos (cifra estimada) no se produjeron en 1991 gracias a esta acción. 4. Las acciones para desalentar el consumo de alimen­ tos preparados sin higiene en colegios no redujeron el cólera, pues éste se transmitió con velocidad por el agua. Sin embargo, lo que se redujo en 90%, tanto en Chile como en Perú, fue la tifoidea en 1991 y 1992. Bibliografía Bennish, M L, Azad A K, Rahman O, Phillips R E. H ypogly­ cemia during diarrhea prevalence, pathophysiology, and outcome. N Engl J M ed 1990;322:1357. Centers for Disease Control, Cholera-Perú, M M W R , 40:108, 1991. Update: Vibrio cholerae OI-Western hemisphere, 1991-1994 and V. cholerae 0139-A sia, 1994, M M W R , 44:215, 1995. Cholera W orking Group, Large epidemic of cholera-like disease in Bangladesh caused by Vibtio cholerae 0 1 3 9 synonym Bengal, Lancet 1993; 342:387 Fukuda J M , Yi A, Chaparro L, Campos M , Chea E. Clinical characteristics and risk factors for Vibrio cholerae infec­ tion in children J Pediatr. 1995;126:882. Goma Epidemiology Group, Public health impact or Rwan­ dan refugee crisis: what happened in Goma, Zaire, in July, 1994, Lancet 345:339; 1995. Cólera: aspectos epidemiológicos y clínicos Gotuzzo E, Cieza J, Estremadoyro L, Seas C, Cholera. Les­ sons from the epidem ic in Peru, M ed C lin of North Am 1994;8:183. Tauxe R, Sem inario L, Tapia R, Libel M . The Latin Am eri­ can Epidemic. En: W achsm uth IK, Blake PA, Olsvik O. Vibrio cholerae and Cholera. M olecular to global perspectives, A SM Press W ashington, D C, pág. 321, 1994. Griffith DC, Kelly-Hope LA, M iller MA. Review of reported cholera outbreaks worldwide, 1995-2005. Am J Trop M ed Hyg 2006;75:973-977. Hartley D M , Morris JG , Sm ith D. Hyperinfectivity: a critical element in the ability of V. cholerae to cause epidemics? PLoS M ed 2 0 0 6 ;3 (l):e 7 . Nelson EJ, Chow dhuryA , Harris JB et al. Com plexity of ricewater stool from patients with Vibrio cholerae plays a role in the transmission of infectious diarrhea. Proc Natl Acad Sci USA 2007; 104(48): 19091-19096. Zuckerman JN , Rombo L, Fisch A. The true burden and risk of cholera: implications for prevention and control. Lan­ cet Infect Dis 2007;7:521-530. Emch M , Feldacker C , Islam M S, Ali M . Seasonality of cho­ lera from 1974 to 2005: a review of global patterns. Int J Health Geogr 2008;7:31. Salazar-Lindo E, Seas C , Gutierrez D. The ENSO and chole­ ra in South America: what we can learn about it from the 1991 cholera outbreak. Int J Environ Health 2008;2:3036. León-Barúa R, Recavarren-Arce S, Chinga-Alayo E, et al. H elicobacter p ylori -associated chronic atrophic gastritis involving the gastric body and severe disease by Vibrio cholerae. Trns R Soc Trop M ed Hyg 2006;100(6):567572. Qureshi K, M olbak K, Sandstrom A, et al. Breast m ilk redu­ ces the risk of illness min children of mothers with cho­ lera. Pediatr Infect D isJ 2 0 0 6 ;2 5 (1 2 ):1 163-1166. Hahn S, Kim Y, Garner P. Reduced osmolarity oral rehydra­ tion solution for treating dehydration due to diarrhoea in children: systematic review. BM J 2001;323:81-5. Alam N H, Yunus M , Faruque ASG, eta l. Symptomatic hypo­ natremia during treatment of dehydrating diarrheal disease with reduced osmolarity oral rehydration solu­ tion. JAM A 2006;296(5):567-573. Saha D, Karim M M , Khan WA, Ahmed S, Salam MA, Ben­ nish ML. Single-dose azithromycin for the treatment of cholera in adults, N Eng J M ed 2006;354:2452-2462. Roy SK, Hossain M J, Khatun W, et al. Zinc supplementation in children with cholera in Bangladesh: randomized con­ trolled trial. BMJ 2008;336:266-268. Lopez Al, Clemens JD , Deen J, Jodar L. Cholera vaccines for the developing countries. Hum Vaccin 2008;4:165169. M ahalanabis D, Lopez AL, Sur D, eta l. A randomized, place­ bo-controlled trial of bivalent killed, whole -e ll, oral cholera vaccine in adults and children in a cholera ende­ mic area in Kolkata, India. PLoS ONE 2008;3:e2323. Parte III Infecciones del aparato digestivo Ali M , Emch M , Yunus M , et al. Vaccine protection of Bangladeshi infants and young children against cholera. Pediatr Infect Dis J 2 0 0 8 ;2 7 (l):3 3 -3 7 . Lucas ME, Deen JL, von Seidlein L, et al. Effectivenes of mass cholera vaccination in Beira, M ozambique. N Eng J M ed 2005;352(8):757-767. Longini IM , Nizam A, Ali M , Yunus M , Shenvi N, Cierne^ ‘ JD . Controlling endemic cholera with oral vaccin^ i PLos M ed 2007;4(1 l):e3 3 6 . = Diai con José de Enrique Jesús A Jorge Fi Introi No cabe bilidad ; general i O causas p diendo < virus (oc veces die biano es con cier de diarn No utilizan sideran diarrea < los tratf mentó c tro de ; diarrea, centajes espectrc annm ic cionadc gorías: bien rec ficado, directa infeccic tridiun, ción fa trastori C apítulo 14 :nvi N, Clemen h oral vaccin^ Diarrea relacionada con a n tim ic ro b ia n o s de Jesús Coria Lorenzo Enrique Chacón Cruz J e s ú s A rm ando Coria Guerrero Jorge Field Cortazarez J o s é Introducción No cabe duda de que la diarrea es causa importante de mor­ bilidad y mortalidad en niños, y representa un problema general de salud en todo el mundo. Es bien sabido que las causas principales son infecciosas y que entre ellas, depen­ diendo de la edad y de la época, pueden predominar los virus (octubre a enero) o las bacterias (marzo a agosto). Pocas veces dichos accesos de diarrea requieren control antimicro­ biano específico, por lo que no se emplean a menudo, salvo con ciertas justificaciones, ya que la mayor parte de los casos de diarrea tienden a ser autolimitados.1,2 No obstante, se debe reconocer que los antibióticos se utilizan ampliamente en muchos otros procesos que se con­ sideran infecciosos, y debe tenerse en cuenta también que la diarrea es uno de los efectos secundarios más frecuentes de los tratamientos antimicrobianos. De hecho, todo medica­ mento con actividad antimicrobiana, sea cual fuere su espec­ tro de acción, debe considerarse agente causal posible de diarrea, si bien hay ciertas diferencias en la incidencia y por­ centajes de vinculación a diarrea, que parecen depender del espectro de actividad y propiedades farmacocinéticas de cada antimicrobiano. La mayor parte de los casos de diarrea rela­ cionados con antimicrobianos puede clasificarse en dos cate­ gorías: 1) casos en que ningún agente putativo o mecanismo bien reconocido en lo fisiopatológico está claramente identi­ ficado, y 2) casos en que el evento de diarrea guarda relación directa con un proceso de enterocolitis causada por una infección (que es intrahospitalaria en la mayoría) por Clos­ tridium difficile, la cual llega a ser ocasionalmente una infec­ ción fatal.3,4 En ambas situaciones los antibióticos causan trastornos en el equilibrio natural de las bacterias habituales de la microflora (ecología) intestinal. Cuando un antibiótico se administra para erradicar otro específico, otras bacterias pueden crecer en mayor número, causando un desequilibrio de la ecología intestinal. Con respecto a esta clasificación es importante conocer las características que distinguen a ambas categorías. Por ello se abordarán en primer término aquellos casos de diarrea en que no tiene participación ningún agente patógeno entérico o afín, incluido Clostridium difficile. Se estudiarán más ampliamente y con especial atención los casos en que existe una relación diarrea-antibióticos-infección por Clostridium difficile, ya que resulta esencial que el clínico que atiende a enfermos graves hospitalizados, incluidos los del grupo pediátrico (ante todo aquéllos con deficiencias del estado inmunitario), tenga siempre en mente la presentación clíni­ ca de los trastornos diarreicos, su diagnóstico y las opciones de tratamiento.5 íro ^ y ía intestinal La microflora o microbiota intestinal está formada por más de 400 especies bacterianas, en proporción de 1014 muchas de ellas identificadas y caracterizadas actualmente por medio de biología molecular. Alteraciones cualitativas o cuantitati­ vas de este ecosistema pueden afectar la integridad física o funcional de la barrera mucosa intestinal, así como modifi­ car la función inmunomoduladora de la microbiota. El equilibrio presente en la microbiota intestinal es dinámico y sensible a la influencia de factores ambientales, anatómicos y funcionales, en especial a la toma de antibióticos. Estudios de Small, donde analizó de forma exhaustiva el efecto que inducen cada uno de los grupos de antibióticos sobre la Parte III Infecciones del aparato digestivo microflora intestinal, demostraron que ninguna familia antibiótica está exenta de efectos significativos.6 Una de las principales complicaciones de la terapia con antibióticos (sobre todo por vía oral) es la diarrea, con una tasa del 10 al 25% en pacientes hospitalizados que la reci­ ben, siendo Clostridium difficile el microorganismo aislado con mayor frecuencia (20 a 30% de los afectados y en más del 90% de los enfermos con colitis seudomembranosa). La diarrea por antibióticos se presenta debido a dos mecanismos: 1) modificación de la flora intestinal que pro­ vocan estos fármacos (promoviendo la colonización de un germen) y 2) inducción de ciertos cambios metabólicos (dis­ minución en la absorción de carbohidratos no absorbibles, secreción osmótica de agua, menor producción de ácidos grasos de cadena corta, etc.). El tipo de antibiótico, la dura­ ción de la terapia, la combinación terapéutica y la reite­ ración de tratamientos son los principales factores de riesgo para que surja diarrea. Algunos factores del huésped también pueden favorecer su desarrollo (edad avanzada, enfermeda­ des concomitantes, hospitalización, entre otros). Pero el efecto de los antibióticos no sólo se circunscribe a la flora intestinal en sentido estricto, se ha documentado que la exposición a antibióticos en los primeros años de vida incre­ menta de forma importante el riesgo de desarrollar poste­ riormente atopia y asma. Existe evidencia de que el aumento en la incidencia de enfermedad inflamatoria intestinal en el mundo en las últimas décadas guarda cierta relación con el mayor consumo de antibióticos. Realmente resulta para­ dójico que los mismos agentes microbianos causantes de una infección puedan actuar suprimiendo trastornos autoinmunes y alérgicos. Bach JF, en septiembre del 2002 en el New England, resume la evidencia publicada en defensa de que el principal factor en la creciente prevalencia de las enfermeda­ des inflamatorias intestinales en países industrializados es la reducción en la incidencia de enfermedades infecciosas (mediante el uso de antibióticos) en estos países durante las últimas tres décadas.7 A ntibióticos relacionados con diarrea y colitis no causada por Clostridium difficile No se conoce con precisión la causa de la diarrea relacionada con antibióticos y la colitis no causada por Clostridium diffi­ cile, dado que este tipo de diarrea no se ha estudiado lo sufi­ ciente en términos de evolución natural y características clínicas. Sin embargo, los estudios de incidencia informan que la frecuencia de diarrea como complicación del uso de antibióticos depende mucho del espectro de actividad y pro­ piedades farmacocinéticas del fármaco utilizado. Los ant¡ bióticos que tienen mayor impacto en la flora fecal normal anaerobia son los que se han visto vinculados con mayot frecuencia en la incidencia de diarrea relacionada con antj. bióticos. La definición más común de diarrea se refiere a la pre. sentación de por lo menos tres evacuaciones acuosas o serniformadas durante un mínimo de dos días consecutivos. Sin embargo, la frecuencia y gravedad de esta enigmática forma de diarrea relacionada con antibióticos guardan relación con la dosis utilizada y con la vía de administración, ya que es más frecuente cuando se emplea la vía oral en comparación con la parenteral (a excepción de los que se excretan con la bilis, p. ej., clindamicina, ampicilina, amoxicilina, cefoperazona, ceftriaxona, nafcilina, etc.). La característica distintiva es que por lo general se resuelve a los pocos días de que el antibiótico implicado se retira o se reduce su dosis.8 Por otro lado, en los casos de diarrea relacionada con antibióticos en los que se ignora cuál es el microorganismo causal, las pruebas para detección de toxina B o A, o el cul­ tivo de C. difficile, resultan negativas, siendo éste un resulta­ do por exclusión. En algunos estudios se afirma que lo que predispone a la diarrea es una cierta relación entre el uso de antibióticos y la presencia de agentes patógenos oportunis­ tas. Entre éstos se ha considerado a Clostridium perfringem, Salmonella sp y Candida albicans. Otros factores de riesgo que pueden contribuir a la diarrea relacionada con antibióti­ cos sin ningún agente infeccioso asociado, son: a) alteracio­ nes del metabolismo de carbohidratos y b) alteraciones de ácidos grasos de cadena corta.9 El cuadro que más se ha demostrado desde hace muchos años es el de salmonelosis. La asociación con C. perfrin gen s tipo A se ha documentado en una pequeña proporción de casos, y aunque la implica­ ción de Candida albicans (>105 UFC en heces) como causa de diarrea ha sido controvertida porque a este microorganis­ mo se le considera copatógeno de la flora colónica, hay datos que aprueban esa relación, como es la aparente respuesta al tratamiento con nistatina (principalmente en el paciente anciano). Aun así, en general, el vínculo sigue considerándo­ se poco evidente.10,11 - Características del agente causal Clostridium difficile es una bacteria gramnegativa anaerobia que fue identificada por primera vez en 1935 por Hall y O’Toole durante el estudio de flora intestinal de un recién nacido. Nombraron Bacillus difficilis a ese microorganismo, al que tres años después se le dio el nombre actual. Como otros, Clostridium sp es un microorganismo form ador de esporas. Al principio se consideró de poco interés y fue hasta 1978 cuando varios informes identificaron su vínculo con enterocc otros ele no cepas pr< turas qu pación c Cuando tiplica e clases A células c m Ep Cloítrid, va que c pitalizac le consi detectac pacienti tercio d' ticos. T< Esta ba( sus espe esporas copios, do ant contam La may branosa este age años. E de origi casos se cepciór tando t Bretam ron en tiender dos, ¡o ción c seleccic Es los lact jes de propor zación tríeos ( año de están c Re oculta Capítulo 14 Los anti:al normal on mayor c°n antie a la preas o semi­ vivos. Sin tica forma ación con ya que es nparación tan con la cefoperadistintiva de que el mada con irganismo ., o el culm resultaue lo que el uso de iportunisí r jr in g e m , de riesgo ancibiótialteraciociones de nás se ha nonelosis. ímentado i implicamo causa oorganishay datos spuesta al paciente iderándo- al inaerobia Dr Hall y un recién ganismo, d. Como nador de fue hasta culo con enteroeolitis seudomembranosa. A diferencia de muchos otros clostridios, la producción de esporas por este patógeno no esta relacio n ada con la producción de toxinas. Algunas cepas producen una cápsula delgada y otras producen estruc­ turas que semejan fimbrias, pero no se ha aclarado la particición de ninguna de ellas como determinante de virulencia. Cuando C. difficile hiperprolifera e infecta el colon, se mul­ tiplica en abundancia y es cuando libera sus exotoxinas, de clases A y B; la A causa diarrea y la B es citotóxica para las células del colon.3’5’12’13 « Epidemiología Clostridium difficile es un importante patógeno nosocomial, ya que es la causa más frecuente de diarrea en pacientes hos­ pitalizados bajo tratamiento antimicrobiano prolongado; se le considera implicado en 10 a 30% de tales casos.14 Se ha detectado la presencia de C. difficile en 20 a 25% de los pacientes adultos internados en un hospital general; sólo un tercio desarrolla diarrea y los otros son portadores asintomádcos. Todos ellos forman el reservorio del agente infeccioso. Esta bacteria sobrevive en el ambiente hospitalario mediante sus esporas, las que pueden ser ingeridas. Existe evidencia de esporas viables por meses en baños, pisos, teléfonos, estetos­ copios, etc. Los individuos hospitalizados que están toman­ do antibióticos presentan un alto riesgo debido a la contaminación nosocomial con las esporas de C. difficile.15,16 La mayor parte de los cuadros de enterocolitis seudomem­ branosa y diarrea relacionada con antibióticos atribuibles a este agente patógeno se ha presentado en los mayores de 60 años. En EUA, se estima que ocurren tres millones de casos de origen nosocomial por año, y que sólo cerca de 20 000 casos se presentan en el ámbito ambulatorio.17,18 Hay la per­ cepción general de que el número de casos se está incremen­ tando en el mundo. Por ejemplo, en hospitales de la Gran Bretaña, en 1993, las enfermedades por C. difficile se estima­ ron en 5% y para 1996 aumentaron a 20%. Pero los eventos tienden a ocurrir en contactos o incluso como brotes agu­ dos, lo cual ha dificultado en cierta medida la monitorización de porcentajes de frecuencia, con grupos tanto seleccionados como institucionales.19 Es importante puntualizar que tanto los neonatos como los lactantes menores sanos pueden mostrar altos porcenta­ jes de colonización asintomática (> 50%), pero muy baja proporción de enfermedad clínica. La frecuencia de coloni­ zación asintomática de los demás grupos de pacientes pediá­ tricos disminuye en forma rápida y progresiva después del año de edad. Y en la etapa adulta sólo 3% (15% en Japón) “ tan colonizados y son asintomáticos.18 Reviste considerable interés la naturaleza clínicamente oculta de portadores asintomáticos de C. difficile en heces. Diarrea relacionada con antimicrobianos En muchos pacientes, sobre todo adultos, C. difficile aparece al cultivo como una especie no productora de toxinas; de ahí que la ausencia de infección clínica se atribuya a la naturale­ za no virulenta. Por otra parte, la recuperación de cepas pro­ ductoras de toxinas de pacientes asintomáticos subraya la influencia de cierta predisposición del huésped a esta infec20 Para que ocurra infección clínica por C. difficile, el microorganismo debe haber colonizado el intestino grueso. No obstante, el porcentaje de pacientes que están coloniza­ dos al momento de ingresar al hospital es bajo; esto sucede dentro de la institución a la mayoría. La razón es la presencia de esporas dentro del entorno hospitalario, las cuales son diseminadas tanto por portadores asintomáticos como por aquéllos con enfermedad activa. La resistencia de las esporas de Clostridium a los desinfectantes comunes hace muy difícil su erradicación del ambiente hospitalario. Por otro lado, se ha encontrado C. difficile en las manos del personal de salud, después de que han manejado a un paciente con infección clínica. Por ello es común que la transmisión nosocomial a pacientes no colonizados contribuya al desarrollo de nuevos . 21 A ntibióticos relacionados con diarrea y colitis causada por Clostridium difficile Casi todos los pacientes que manifiestan complicaciones entéricas a causa de C. difficile presentan diarrea y relatan el antecedente de tratamiento reciente con algún agente anti­ microbiano, si bien se han señalado excepciones. Por ejem­ plo, se sabe de casos de colitis seudomembranosa en que no existe el antecedente de uso previo de antibióticos, o bien (aunque es mucho más raro) de casos de diarrea simple rela­ cionada con dicho microorganismo, sin que tampoco haya dicho antecedente. La colitis seudomembranosa con prue­ bas en heces positivas para la toxina de C. difficile se presenta a veces en ausencia de exposición a antibióticos. En estos casos suele estar presente una patología predisponente espe­ cífica (p. ej., cirugía intestinal reciente, uremia, isquemia intestinal, quimioterapia, trasplante de médula ósea). Una característica que se debe considerar en los cuadros clínicos de diarrea relacionada con antibióticos es que ésta puede presentarse en las primeras horas de iniciado el trata­ miento, y la colitis causada por C. difficile ocurre en las pri­ meras dos semanas de iniciado el régimen terapéutico, o incluso tiempo después, hasta seis semanas posterior a la exposición al antibiótico. Por otro lado, la mayoría de los pacientes que muestran complicaciones entéricas relaciona- das con C. difficile presentan diarrea asociada con el uso de antimicrobianos dos semanas antes de que comiencen los síntomas.22 Virtualmente todos los antibióticos pueden causar dia­ rrea o colitis vinculada a C. difficile. Sin embargo, hay medica­ mentos de otro tipo a los que también se ha implicado como causas de este padecimiento, en particular todos los que tie­ nen cierto espectro de actividad antibacteriana; por ejemplo, algunos antineoplásicos (como 5-fluorouracilo y metotrexato), los cuales se caracterizan por modificar la flora fecal. Existe cierta confusión en torno a que algunos antibió­ ticos con excelente actividad contra C. difficile, como ampicilina, vancomicina y metronidazol, pueden inducir trastornos relacionados con este microorganismo, según se ha demostrado. La confusión se refiere a que hay informes (en adultos) de estudios en los que alguno de esos fármacos se ha empleado en monoterapia, y otros en que se han utili­ zado en combinación con otros antibióticos. Sin embargo, en modelos animales (cricetos) se ha demostrado la asocia­ ción entre diarrea y C. difficile cuando esos fármacos se administran por separado. Las publicaciones iniciales, de 1974, señalaban a la clindamicina como principal antibióti­ co relacionado con colitis seudomembranosa (que resulta evidente a la endoscopia). No obstante, esta observación no puede generalizarse en la actualidad, ante todo porque la mayoría de antibióticos son causa potencial de diarrea y coli­ tis vinculadas con C. difficile, además que se ha incrementa­ do el uso de antibióticos diferentes de clindamicina, como son ampicilina, amoxacilina y cefalosporinas (en particular cefuroxima y cefotaxima).8,11 Los informes publicados en la bibliografía extranjera durante el decenio de 1970-1979 habían señalado a clinda­ micina, ampicilina y penicilinas como los antibióticos de implicación más frecuente en la diarrea relacionada con coli­ tis causada por C. difficile. No obstante, en la actualidad las cefalosporinas (principalmente las de tercera generación) son las que se han visto implicadas con mayor frecuencia en la enfermedad relacionada con C. difficile, a diferencia de penicilina V, penicilina G y las penicilinas estables a betalactamasas.23,24 Debe tomarse en consideración que casi todos los anti­ bióticos, cualquiera que sea su espectro de actividad, guardan relación con diarrea y colitis, aunque con menor o mayor frecuencia. El cuadro 14-1 enuméralos medicamentos impli­ cados con diarrea y colitis en relación con C. difficile. Como ya se señaló, aunque es grande la cantidad de antibióticos que pueden causar diarrea y colitis vinculada a C. difficile, no todos los pacientes que están en tratamiento antimicrobiano desarrollan estos cuadros. La razón es que existen ciertos factores de riesgo relacionados (además del uso de antibióticos) que determinan que un sujeto presente Medicamentos implicados con diarrea y colitis relacionadas con C. difficile Cuadro 14 1 Comunes Menos comunes Raros Clindamicina Suifonamidas Quinolonas*** Tetraciclinas Aminoglucósidos** TMP-SMZ Ampicilina Ureidopenicilinas**** Rifampicina Metronidazol Carbapenémicos 5-Fiuorouradlo Amoxacilina Eritromicina y otros macrólidos Fluconazol Cloranfenicol Cefalosporinas* Penicilinas diferentes deaminopenicilinas Metotrexato Doxorrubicina Anfotericina B Ciclofosfamida * Incluye todos los agentes de esta clase, de administración oral o sistémica. ** No está claro aún cómo es que favorecen estas complicaciones, ya que en la mayor parte de los estudios publicados se han utilizado ju n to con otro antibiótico. *** Son anecdóticos los informes respecto a posibles complicaciones, dado el m ínimo impacto que estos fármacos tienen en la flora fecal anaerobia. **** Ticarcilina-ácido clavulánico. o no dichas complicaciones; esos factores se estudiarán más adelante. En diferentes estudios se ha intentado definir qué agentes antimicrobianos son los que con mayor frecuencia se relacionan con diarrea y colitis por C. difficile de adquisición nosocomial; sin embargo, no es un hecho bien establecido. Se sabe que en el paciente adulto, ante todo el anciano, los antibióticos que más se han visto relacionados son: clinda­ micina, ampicilina, cefalosporinas, piperacilina-tazobactam, imipenem y trimetoprim-sulfametoxazol (TMP-SMZ), mientras que en el paciente pediátrico, el mayor número de casos se ha relacionado con ampicilina/amoxacilina, amoxa­ cilina + clavulanato (incluso por vía oral), clindamicina, entromicina y TMP-SMZ. Cabe advertir que, según varios estudios, el uso constante y prolongado de ciertos antibióti­ cos en los hospitales puede contribuir al desarrollo de brotes de diarrea relacionada con C. d ifficile} l’2a’2C,'2% m Patogenia Es un hecho que la presencia de esporas de C. difficile en las heces no necesariamente se relaciona con enfermedad clíni­ ca; ciertos factores del huésped promueven la transición a Ia forma aui tores con difficile, s más impe Desc ra residen defensa c importan de heces, de 30 gen logia mol dos por Clostridiu Hora conf lo que la c uso de ai miento d< Colo ra inadve llegue a c clínica qu natural di como resi los compc no para p ecosistem como nut nización ; flora bact licos que Adhe que la pa bien defir la forma < trico, y si antibiotic las espora noma en difficile se permite 1; citotoxiní Prod lifera den ñas comie arabas to> una citotc para la de cepas no estas toxii La te (similar a Capítulo 14 y colitis aros onas*** '¡ciña ouracilo azol in orai o aciones, ya i utilizado licaciones, a flora fecal .íaran mas efinir qué cuencia se iquisición tablecido. iciano, los n: clindasobactam, ÍP-SMZ), lúmero de a, amoxalicina, eri;ún varios antibiótide brotes id le en las dad clínisición a la forma autónoma del microorganismo. Aunque muchos fac­ tores contribuyen a la patogenia de la enfermedad por C. difficile, sólo se mencionarán a continuación los aspectos más importantes de la patogenia. Descripción de la flora colónica normal. La microfloja residente del intestino constituye un complejo sistema de defensa del que poco se sabe con absoluta certeza. Esta importante biomasa contiene hasta 1014 bacterias por gramo de heces, incluyendo 400 a 500 especies de bacterias de más de 30 géneros. Estudios recientes utilizando técnicas de bio­ logía molecular sugieren que los principales géneros afecta­ dos por acción de los antibióticos serían Bacteroides sp, Clostridium sp y B ifidobacterium sp. Como tal, dicha microflora confiere resistencia a la colonización por C. difficile, por lo que la degeneración de este ecosistema microbiano (con el uso de antibióticos) es un prerrequisito para el estableci­ miento de enfermedad por C. difficile.21’27’29 Colonización. Aun cuando el huésped ingiera de mane­ ra inadvertida el microorganismo (transmisión fecal-oral) y llegue a colonizarse con C. difficile patógeno, la infección clínica quizá no ocurra gracias a los mecanismos de defensa natural del huésped, mismos que integran lo que se conoce como resistencia a la colonización, un mecanismo que media los componentes cuantitativos y cualitativos del colon huma­ no para prevenir la aparición de infección clínica cuando el ecosistema colónico es cambiado por el microorganismo como nuevo residente. El fenómeno de resistencia a la colo­ nización aún no es bien entendido, pero se considera que la flora bacteriana residente puede generar productos metabólicos que supriman la proliferación de C. difficile.30,31 Adhesión bacteriana a las células de la mucosa. Aun­ que la patogenia de la enterocolitis por C. difficile no está bien definida, se ha planteado que cuando éste se ingiere en la forma de esporas, puede sobrevivir como tal al ácido gás­ trico, y si la flora normal del colon ha sido alterada (p. ej., antibióticos de administración tanto oral como sistémica) las esporas pueden comenzar a sufrir transformación autó­ noma en la parte distal del intestino delgado. Clostridium difficile se adhiere a las células de la mucosa intestinal, lo cual permite la proliferación del organismo y la producción de citotoxinas específicas y otros factores de virulencia.2 Producción de toxinas. Si C. difficile se adhiere y prolifera dentro del íleo distal y el colon, la producción de toxi­ nas comienza el proceso de enterocolitis. Se han identificado ambas toxinas, A y B. La toxina A es una enterotoxina y la B una citotoxina. Al parecer, las dos ejercen un efecto sinérgico para la destrucción de las células de la mucosa intestinal. Las cepas no patógenas de C. difficile carecen de producción de estas toxina$,22,32,33 La toxina A causa secreción de líquidos intestinales (similar a la causada por la toxina colérica), daño a la muco­ Diarrea relacionada con antimicrobianos sa e inflamación. Estudios histopatológicos en conejos expuestos a la toxina A, revelaron al principio un infiltrado difuso linfocitario en la lámina propia (lam ina propria), seguido de edema y abultamiento de esta estructura en las porciones apicales de las vellosidades y, pasado un tiempo, citólisis y separación de las porciones basales de las células epiteliales apicales. Ocurre reacción inflamatoria, con infil­ tración de células polimorfonucleares y mononucleares, dentro de la lámina propia. Por tanto, para que se produzca la enfermedad es necesario que se trate de una cepa toxigénica debido a que C. difficile no invade la mucosa colónica.21 • Patología La apariencia microscópica es lo que distingue y caracteriza a la colitis seudomembranosa a la endoscopia. La mucosa colónica se encuentra llena de placas adherentes levantadas, amarillentas. Al principio esas lesiones son pequeñas y fáciles de desprender; la mucosa afectada puede estar inflamada y cubierta de moco, pero a menudo parece normal. Conforme la lesión avanza, las placas seudomembranosas se agrandan y se tornan coalescentes, es factible que estén presentes en la totalidad del colon, aunque son más pronunciadas en el rec­ to sigmoides y rara vez la enfermedad avanza hasta la válvula ileocecal. Las seudomembranas están compuestas de tejido flácido de mucina, neutrófilos, fibrinas y detritus celula­ res. 24 Factores de riesgo Se han considerado como más importantes el uso de anti­ bióticos, la edad del paciente (ante todo adulto mayor de 65 años) y el estado de colonización, que se comentó antes. Hay evidencia de que el uso de antibióticos sistémicos desorgani­ za el mecanismo de resistencia a la colonización, en forma particular el proporcionado por la flora anaerobia normal. Debido a que Lactobacillus sp y otros anaerobios del intesti­ no son muy sensibles a los diferentes antibióticos, la mayoría se relacionan con el desarrollo de enterocolitis por C. diffici­ le. No sólo a estos fármacos se les ha asociado con este pro­ ceso, sino también a los agentes antimicóticos que suelen prescribirse cuando un paciente adquiere una infección intrahospitalaria causada por Candida albicans. Lo mismo puede decirse del empleo de antivirales, cuando se usan jun­ to con antibióticos o existe el antecedente de haberlos usado.33,34 Otro factor que tiene relación con una mayor frecuen­ cia de infección por C. d ifficile es la cirugía en general, pero particularmente la gastrointestinal, sobre todo cuando se utiliza sonda nasogástrica, dado que favorece la ingesta de esporas y el empleo incluso preoperatorio de antibióticos.19 Parte 111 Infecciones del aparato digestivo Los procedimientos de quimioterapia, el uso de inmunosupresores, estancia prolongada en la unidad de cuidados intensivos (UCIN) y los antisecretores ácidos como inhibi­ dores de bomba de protones (éstos eliminan un mecanismo de defensa ya que se sabe que un pH gástrico > 4 hace posi­ ble que sobrevivan tanto formas vegetativas directamente ingeridas desde el ambiente como aquellas que puedan desa­ rrollarse a partir de esporas deglutidas a nivel de estómago) se han considerado factores de riesgo asociados.21,34 El uso de enemas o laxantes, al igual que la presencia de quemadu­ ras graves, uremia y problemas hematooncológicos, conlle­ van un riesgo alto de diarrea vinculada a colitis por C. difficile,24 r% Cuadro clínico Una de las características más notables de C. difficile es que requiere una íntima relación con el uso de antibióticos para tener expresión clínica. Respecto a la diarrea, hay casos oca­ sionales de pacientes que se presentan con megacolon o incluso con perforación colónica. Como se señaló en párra­ fos anteriores, el espectro de la enfermedad abarca desde el estado de portador asintomático hasta su forma más grave de colitis seudomembranosa. El cuadro de diarrea varía en gravedad desde breve o incluso autolimitado, hasta una pér­ dida de heces que semeja un acceso de cólera, con 20 o más evacuaciones acuosas por día. La gravedad de la enfermedad suele depender de la duración de la infección, pero esto tam­ bién refleja un gran inoculo de colonización en un huésped demasiado susceptible, con múltiples factores de riesgo. La enfermedad como tal puede entonces asumir uno de cinco patrones de presentación:8,33 1. Portador asintomático: al faltar síntomas, el signifi­ cado clínico es poco claro; tal vez sea pertinente vigilar a los pacientes que se colonizan asintomáticamente durante su hospitalización y que se dan de alta tiempo después de haber estado internados. 2. Síndrome de colitis, pero no seudomembranosa: síndrome diarreico que se caracteriza por seis eva­ cuaciones acuosas en un lapso de 36 h; tres evacua­ ciones poco formadas en 24 h durante dos días; u ocho evacuaciones no formadas en 48 h. No hay diarrea sanguinolenta, hay dolor abdominal de tipo cólico, anorexia, fiebre de baja intensidad y leucoci­ tosis. 3. Enterocolitis seudomembranosa: síndrome diarrei­ co grave. La presencia de evacuaciones sanguino­ lentas resulta poco común; hay leucocitosis, deshidratación con hipoalbuminemia y trastornos electrolíticos. Se pueden observar leucocitos en heces. A la proctosigmoidoscopia, la presencia de seudomembranas sobre la superficie colónica coi¡, firma el diagnóstico, aunque no es necesaria realizar el diagnóstico de enterocolitis seudorne®. branosa. La presencia de seudomembranas sólo indica la gravedad de la infección o la duración de la enterocolitis. 4. Megacolon tóxico: hay extensión transmural de! proceso inflamatorio, con alteración concurrente de la motilidad normal del colon. Existe distensión abdominal progresiva, y la frecuencia y gravedad de la diarrea disminuyen. El abdomen es muy sensi­ ble, con rebote positivo, presencia de íleo, perfora­ ción, fiebre alta (hiperpirexia) y reacción leucemoide (el paciente muestra un patrón clínico de sepsis), hipoalbuminemia con anasarca. Puede o no haber ascitis. 5. Colitis fulminante: se presenta de manera ocasional y puede vincularse a un solo periodo de diarrea tran­ sitorio o incluso nulo. La infección fulminante se presenta con constipación, distensión abdominal, aumento de la sensibilidad y del dolor abdominal. Diarrea por antibióticos sin Clostridium difficile; colitis hem orrágica asociada con antibióticos Como se ha referido a lo largo del texto la colitis es una complicación relacionada con la utilización de antibióticos muy conocida en el ámbito hospitalario. Por lo general se atribuye al sobrecrecimiento de Clostridium difficile en el colon y a la producción de sus toxinas. La colitis hemorrági­ ca asociada con antibióticos es una variante de colitis por antibióticos, pero en la cual no hay sobrecrecimiento de C. difficile. Esta forma de colitis, descrita por Toffler y colabo­ radores, se observa por lo regular con el tratamiento de peni­ cilinas. Aunque también se ha documentado después de la utilización de quinolonas y cefalosporinas. Contrario a lo que pasa con la diarrea asociada con C. difficile la diarrea hemorrágica asociada con antibióticos se resuelve de manera espontánea una vez que se suspende el tratamiento del anti­ biótico responsable. La causa de la diarrea hemorrágica aso­ ciada con antibióticos no se conoce. Se han sugerido varios mecanismos (isquemia de la mucosa, reacción alérgica e infección por K lebsiella oxytoca). Esta bacteria gramnegativa se ha encontrado en los casos de colitis hemorrágica, per° también se encuentra en las heces de sujetos sanos. Todas 1& cepas de esta bacteria aisladas en pacientes con colitis y Ia mitad de las cepas de los sujetos sanos producen una condi' ción cite los culti no existí trágica ; hemorr; antibiót ella corr diata lo: m Di Debe a zado qu basa en veces, e pueden dad de fecales | de C. a que exi toxigén las que oro es e en cult: y espec tiempo o toxin enzima lidad d examet que de lar al e Estu i E El diat medial evacúa ELISA Actual ello, o 100% resulta inmed que pe del est de tre; 10 % 1 Capítulo 14 nica, consaria para Lidomemanas sólo nación de nural del ncúrrente iistensión avedad de iuy sensi». perforareacción án clínico i. Puede o ocasional irrea traníinante se sdominal, iominal. tis es una itibióticos general se idle en el emorrági:olitis por into de C. y colaboo de peniDués de la rario a lo la diarrea ie manera 3 del and■ágica asoido varios alérgica e mnegativa gica, per0 . Todas las :olitis y Ia ina condi- ¡ón citotóxica que es capaz de inducir la muerte celular en [os cultivos de tejidos epiteliales. A diferencia de C. difficile, no existe ningún modelo animal in vivo para la colitis hemorrágica asociada con antibióticos. Ante un evento de colitis hemorrágica del cual se sospeche que esté vinculado con antibióticos y se identifique a K. oxytoca habrá que pensar en ella como causante del cuadro y suspender de manera inme­ diata los antibióticos que se estén administrando.35 i Diagnóstico Debe considerarse la posibilidad en todo paciente hospitali­ zado que inicie un padecimiento diarreico. El diagnóstico se basa en el cuadro clínico, los exámenes de laboratorio y, a veces, en la endoscopia del colon. Los estudios de rutina pueden mostrar anemia, leucocitosis, elevación de la veloci­ dad de sedimentación y proteína C reactiva. Los leucocitos fecales pueden estar o no presentes. Por otra parte el cultivo de C. difficile es muy difícil y con poco valor predictivo, ya que existen portadores asintomáticos y también cepas no toxigénicas. Las técnicas más útiles para el diagnóstico son las que buscan las toxinas en las deposiciones. El estándar de oro es el ensayo de citotoxicidad de filtrado de deposiciones en cultivos celulares, no obstante que posee alta sensibilidad y especificidad; su costo es elevado y demanda bastante tiempo. El estudio más utilizado es la detección de toxina A o toxina B mediante técnica de inmunoabsorbencia ligado a enzimas (ELISA), más económica y rápida, con una sensibi­ lidad de 65 a 95%, pero que aumenta a 90% si se efectúa el examen en una segunda muestra. Existe un nuevo ELISA que detecta una u otra toxina, y tiene un rendimiento simi­ lar al ensayo de citotoxicidad.3,25 Estudios de laboratorio y gabinete 1 Evaluación de laboratorio El diagnóstico de enterocolitis por C. difficile se logra mejor mediante la detección de la toxina dentro de una muestra de evacuaciones diarreicas. Se utilizan diferentes pruebas de ELISA, empleando anticuerpos monoclonales o policlonales. Actualmente existen en el comercio diversos estuches para ello, con sensibilidad de 65 a 95% y especificidad de 75 a 100%. Si la muestra es de heces formadas pueden obtenerse resultados positivos falsos hasta en 10%. Si no se procesa de inmediato, la muestra deberá almacenarse a 4 °C, estado en que podrá conservarse por 24 h sin que se altere la precisión del estudio. Este tipo de estudios es el preferente. El análisis de tres muestras obtenidas por separado parece mejorar otro 10% la precisión global de la detección de la toxina.8,36 Diarrea relacionada con antimicrobianos Una prueba distinta es la de aglutinación de partículas de látex, para la cual también existen estuches comerciales y que puede realizarse en cualquier laboratorio, además de que brinda los resultados de inmediato. Esta prueba detecta toxi­ na A, pero también otras proteínas producidas por C. diffici­ le, lo cual complica su interpretación.37 La prueba estándar es la de cultivo hístico, el cual sólo detecta toxina B. Sin embargo, todas las cepas de C. difficile que producen toxina A de manera invariable producen tam­ bién la B, así que la detección de esta última debe indicar sin duda la presencia de toxina A. Evaluación radiográfica. La radiografía simple de abdomen, en los casos de colitis y enterocolitis, proporciona datos inespecíficos; sin embargo, tiene un valor importante en los cuadros de megacolon tóxico, en los que muestra una dilatación colónica generalizada, ante todo a nivel cecal. También pone de manifiesto la presencia de niveles hidroaéreos en el intestino delgado. Por otra parte, la tomografía axial computarizada (TAC) de abdomen en los casos de megacolon tóxico muestra engrosamiento de la pared colónica, “impresiones digitales” de mucosa, así como apariencia de acordeón si se emplea medio de contraste. En los pacien­ tes con colitis fulminante la radiografía simple de abdomen también muestra distensión colónica, y si se logra hacer una TAC, ésta ofrece datos similares a los que se observan en el megacolon tóxico.33,38 Evaluación por endoscopia. La observación directa de placas exudativas o seudomembranas sobre la mucosa colónica establece el diagnóstico de colitis seudomembranosa. La lesión patognomónica, la más característica, es una eleva­ ción amarillenta, por lo común de 2 a 10 mm de diámetro, con zonas francas de mucosa normal. Sin embargo, en un cuadro grave las lesiones pueden coalescer para formar pla­ cas. La sigmoidoscopia flexible por sí sola puede no detectar hasta 10% de los casos sin colonoscopia.24,25 in atamiento La terapéutica de la enterocolitis por C. difficile tiene tres modalidades: médico, empleo de probióticos y quirúrgico. El primero consiste en tres estrategias básicas: 1. 2. Retiro de la terapéutica antimicrobiana que ha oca­ sionado los cambios en la microflora colónica del enfermo, o cambio por una medicación antibiótica menos relacionada con enterocolitis. No emplear medicamentos de acción antiperistálti­ ca, ya que la diarrea, como tal, constituye un meca­ nismo propio de defensa del huésped. El uso de antiperistálticos dará lugar a retención del patógeno, con el consecuente empeoramiento de la necrosis (de la mucosa colónica) vinculada a la enterocolitis. Parte III 3. Dar tratamiento antimicrobiano específico contra C. difficile. El régimen más recomendado consiste en vancomicina o metronidazol. Un principio de la terapéutica ha sido el empleo de anti­ bióticos de administración oral para el tratamiento de la enterocolitis. La vancomicina administrada por esta vía se absorbe en cantidad mínima, lo cual produce grandes con­ centraciones dentro de la luz del colon. La absorción proxi­ mal del metronidazol resulta eficiente y su eficacia se relaciona con eliminación de su forma activa dentro de la bilis, y su liberación sistémica en el sitio activo de la infec­ ción dentro de la mucosa del colon. Dentro de la terapéutica antimicrobiana para enterocolitis por C. difficile se sugieren como alternativas, en orden de importancia: teicoplanina, bacitracina y ácido fusídico. El tiempo de tratamiento reco­ mendado es de 10 a 14 días.29,33,39 Los estudios acerca de la dosis y la duración del trata­ miento con este tipo de fármacos se han realizado principal­ mente en adultos. A partir de esas evaluaciones se han obtenido las siguientes dosis recomendadas para adultos: • • • • • Vancomicina: 125 (casos leves) a 500 mg (casos graves) por vía oral cada 6 h. Metronidazol: 250 mg cada 6 h a 500 mg por vía ora! cada 8 h. Acido fusídico: 500 mg por vía oral cada 8 h. Teicoplanina: 400 mg por vía oral cada 12 h. Bacitracina: 25 000 U cada 6 h. Las principales opciones y dosis que pueden sugerirse en ninos son. 3 ’40 • • • • r Infecciones del aparato digestivo Vancomicina: 40 a 50 mg/kg/día cada 6 h. Metronidazol: 20 a 30 mg/kg/día cada 8 h. Teicoplanina: 10 mg/kg por vía oral cada 12 h. Ofre­ ce la ventaja de que el polvo para inyección puede disolverse en té, jugo, agua, etc., ya que es insípido. Acido fusídico: 10 a 15 mg/kg cada 8 h por vía oral, sin pasar de 1 g. En cuanto a la bacitracina, las dosis no se han estudiado adecuadamente en niños. El recurso de la cirugía se reserva para los casos que se muestran refractarios al tratamiento médico, los cuales sue­ len referirse a pacientes con megacolon tóxico o colitis ful­ minante aguda.33,40 En relación con el uso de probióticos, ellos representan una herramienta atractiva debido a que ayudan con la res­ tauración de la flora intestinal normal. Dentro de los pro­ bióticos estudiados se encuentran levaduras no patógenas (Saccharom yces boulardii) y bacterias intestinales (L actobaci­ llus sp). La evidencia sugiere que S. boulardii podría dismi­ nuir la incidencia de diarrea asociada con antibióticos cuando se utiliza junto a antibióticos “problema”, incluso en p; pacientes colonizados por C. difficile. En el tratamiento f un primer episodio de diarrea por C. difficile, la asociación f sistemática de probióticos a metronidazol o vancomicina no i reviste utilidad, debido a que no cambia de modo significa- í tivo la tasa de recidiva, sin embargo, la adición de S. boukrd ii a la terapia antibiótica en pacientes con infección 1 recurrente es capaz de reducir la probabilidad de my reincidencia.21,41 Je enteroc reducir la esporas pa Esto se Ioí ta de norr vención n sobre el u; Refere A! rvas terapias Se ha ensayado el Tolevamer, un polímero aniónico soluble, que actúa mediante ligar toxinas de Clostridium, secuestrar­ las en el lumen intestinal e impedir su unión a receptores colónicos. Las prácticas en modelos animales sugieren supe­ rioridad al metronidazol; se encuentran en curso estudios de eficacia y seguridad en humanos. Existen reportes clínicos y experimentales que avalarían la terapia con inmunoglobuli­ na (IgG) antitoxina A, teniendo como objetivo conseguir de forma pasiva títulos de anticuerpos específicos que permitan la resolución de la infección. Por otra parte, estudios clínicos con vacuna toxoide han mostrado su capacidad para inducir una potente respuesta inmune humoral en voluntarios sanos. Las experiencias iniciales en pacientes con infección recu­ rrente parecen alentadoras, pero se requiere de estudios adi­ cionales para establecer su real eficacia y conseguir su aprobación por la FDA (Food a n d D rug Administratioríi. OPT-80 es un antibiótico macrólido con potente actividad in vitro contra C. difficile y escasa absorción sistémica. Un estudio clínico fase Ilb/III de OPT-80 en pacientes con dia­ rrea asociada con C. difficile se encuentra en curso. Ramoplanina, un antibiótico glucolipopéptido no absorbible, ejerce su actividad bactericida en contra de microorganismos grampositivos inhibiendo la biosíntesis de su pared celular. Su sitio de acción diferente a la vancomicina (bloquea la síntesis de peptidoglucano vía lípido II) podría ser una importante alternativa terapéutica considerando los reportes iniciales de cepas de C. difficile resistentes a vancomicina. Sin embargo, su utilidad y valor terapéutico se conocerá al finalizar y cono­ cer los resultados de estudios fase III.42,43 1. c t r t 2. I c c t 3. I ( s 4. 1 5. I 6. : i 7. 8. 9. 10. 11. i¡ Prevención Al igual que en la mayor parte de los procesos infecciosos de adquisición nosocomial, el lavado de manos cumple una función muy importante. En estos casos de enfermedad por C. difficile, para disminuir la frecuencia de transm isión es importante tanto el lavado de manos como e l empleo de guantes para el manejo de todos los pacientes directamente considerados como contactos. Las estrategias de p r e v e n c ió n 12 . 13. Capítulo 14 J enterocolitis por C, difficile también están encaminadas a ncluso en liento de sociación nicina no significa. educir la diseminación de reservorios como una ruta de las s oras para favorecer la transmisión de paciente a paciente. Esto se logra a través de la instauración y observancia estric­ ta de normas de limpieza y desinfección. Asimismo, la pre­ vención requiere cambios y control en la práctica clínica sobre el uso de antimicrobianos.44^46 S. boularinfección de una Referencias 3 soluble, :cuestrareceptores ren supetudios de clínicos y oglobuliíseguir de permitan >s clínicos ra inducir ios sanos, ión recurdios adiseguir su istration). actividad mica. Un s con diaRamopla:>le, ejerce nos gramelular. Su la síntesis nportante riciales de embargo, ar y cono- cciosos de mple una ledad por misión es mpleo de netamente revendón Diarrea relacionada con antimicrobianos ¡ j j | 1. Coria LJ, Villalpando SC, Gómez BD, Treviño AM. Aspectos microbiológicos y epidemiológicos para el uso racio n al de antibióticos en niños con gastroenteritis bac­ teriana. Rev Mex red 2001 ;68 (5) :200-215. 2. Rivas EM, Ibarra JC. Procesos infecciosos y mortalidad en niños mexicanos. En: Santos JP: Infectología. Temas de Pediatría. México DF: Asociación Mexicana de Pediatría-McGraw-Hill Interamericana, 1996; 1-7. 3. Ferry GD. Antibiotic-associated colitis. En: Feigin RD, Cherry JD (eds): Textbook of Pediatric Infectious Disea­ ses, 4th ed. Philadelphia: WB Saunders, 1998;601-605 4. Ringel AF, Jameson GL, Foster ES. Diarrhea in the inten­ sive care patient. Crit CaTe Clin 1995; 11:465-477. 5. Bartlett JG. Clostridium difficile : history of its roles as an enteric pathogen and the current state of knowledge about the organism. Clin Infect Dis 1994;18(suppl 4):S265-S272. 6. Small JD. Drugs used in hamsters with a review of antibiotic-associated colitis in the laboratory hamsters. En: Van Hoosier GL, Me Pherson CW, eds. Laboratory Hamsters. Orlando: Academic Press. 1987:179-99. 7. Bach JF. Mechanisms of Disease: The effect of infections on susceptibility to autoimmune and allergic disease. N Engl J Med 2002;347(12):911-20. 8. Bartlett JG. Antibiotic-Associated Diarrhea. Clin Infect Dis 1992;15:573-581. 9. Clausen MR, Bonen H, Tvede M, Mortensen PB. Colo­ nic fermentation to short-chain fatty acid is decreased in antibiotic-associated-diarrhea. Gastroenterology 1991; 101:1497-1504. 10. Danna PL, Urban D, Beilin E, Rahall JJ. Role of candida in pathogenesis of antibiotic-associated diarrhoea in elderly in patients. Lancet 1991;337:511-515. 11. Settle CD, Wilcox MH, Fawley WN, Corrado OJ, Hawkey PM. Prospective study of the risk of Clostridium difficile diarrhoea in elderly patients following treatment with cefotaxime or piperacilin/tazobactam. Aliment Pharmacol Ther 1998;12:1217-1223. 12. Gladwin M, Trattler B (eds). Bacillus and Clostridium (spore-forming rods). Clinical Microbiology Made Ridi­ culously Simple, 7th ed. Miami: MedMaster 2000; 42-43. 13. LaMont J. Clostridium difficile diarrhea and colitis. En: AGA postgraduate course: latest advances and clinical 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. challenges in gastrointestinal and liver disease. San Fran­ cisco USA 1996;335-44. Kelly CP, Pothoulaskis C, LaMont JT. Clostridium difficile-c olitis. N Engl J Med 1994;330:257-262. Mylonakis E, Ryan E, Calderwood S. Clostridium difficile-associated diarrhea. A review. Arch Intern Med 2001; 161:525-33. Yassin S, Young-Fadok T, Zein N, Pardi D. Clostridium difficile associated diarrhea and colitis. Mayo Clin Proc 2001;76:725-30. Hirschhom LR, Tmka Y, Onderdonk A, et al. Epidemio­ logy of community-acquired Clostridium difficile- asso­ ciated diarrhea. J Infect Dis 1994;169:127-133. Kelly CP, LaMont JT. Clostridium difficile infection. Annu Rev Med 1998;49:375-390. Wilcox MH, Smyth ET. Incidence and impact of Clos­ tridium difficile infection in the UK, 1993-1996. J Hosp Infect 1998;39:181-187. Ho M, Yang D, Wyle AF, Ellis MM. Increased incidence of Clostridium difficile-associated diarrhea following decreased restriction ofantibiotic use. CID 1996;23 (suppl 1):S102-106. Muñoz CT. Diarrea asociada a antibióticos. Gastr Latinoam 2007; 18(2): 188-192. Barroso LA, Wang SZ, Phelps CJ, et al. Nucleotide sequence of the C. difficile toxin B gene. Nucleic Acid Res 1990;18:4004. Anand A, Bashey B, Mir T, Glatt AE. Epidemiology, clinical manifestations, and outcome of Clostridium difficile- associated diarrhea. Am J Gastroenterol 1994;89(4):519-523Thielman NM. Antibiotic-associated colitis. En: Man­ dell GL, Bennett JE, Dolin R (eds): Principles and Prac­ tice of Infectious Diseases, 5th ed. Philadelphia: Churchill-Livingstone, 2000; 1111-1126. Fekety R. Guidelines for the diagnosis and management of Clostridium difficile-associated diarrhea an colitis. American College of Gastroenterology. Practice Parame­ ter Committee. Am J Gastroenterol 1997;92:739-750. Gordin F, Gibert C, Schmidt ME. Clostridium difficile colitis associated with trimethoprim-sulfamethoxazole given as prophylaxis for Pneumocystis carinii pneumonia. Am J Med 1994;96:94-96. Prospective study of toxigenic Clostridium difficile in children given amoxicillin/clavulanate for otitis media. Pediatr Infect Dis J 1994; 15(6):514-519. Wilcox MH, Cunnifife JG, Trundle C, Redpath G. Financial burden of hospital-acquired Clostridium diffi­ cile infection. J Hosp Infect 1996;34:23-30. Olson MM, Shanholtzer MT, Lee JT Jr, Gerding DN. Ten-years of prospective Clostridium difficile-associated disease surveillance and treatment at the Minneapolis VA Medical Center, 1982-1991. Infect Control Hosp Epidemiol 1994;5:371-381. Borrielo SP. Pathogenesis of Chstridium difficile infection. J Antimicrob Chemother 1998;4l(suppl C):13-19. Parte III Infecciones del aparato digestivo 31. Wilson KH. The microecology of Clostridium difficile. CID 1993;16(suppl 4):S214-S218. 32. Dove CH, Wang SZ, Price SB, et al. Molecular characte­ rization of the Clostridium difficile toxin A gene. Infect Immun 1990;58:480-488. 33. Fry DE. Clostridium difficile infection. En; Moellering RC Jr (ed): Emerging Pathogens: Implications for fue Future. Chicago: Pharmanual, 2000;51-75. 34. Gardilcic MF, Fica AC, Chang MR, Llanos CM y Luzoro AV. Diarrea asociada a Clostridium difficile en un hos­ pital de adultos. Estudio retrospectivo. Rev Chil Infect 2000;17(4):307-312. 35. Hogenauer C, Langner C, Beubler E, et al. Klebsiella oxytoca as a causative organism of antibiotic associated hemorrhagic colitis. N EnglJ Med 2006;355(23):24182426. 36. Brazier JS. The diagnosis of Clostridium difficile-associa­ ted disease. J Antimicrob Chemother 1998;4l (suppl C):29-40. 37. Lyerly DM, Barroso LA, Wilkins TD. Identification of the latex test-reactive protein of Clostridium difficile as glutamate dehydrogenase. J Clin Microbiol 1991 ;29: 2639-2642. 38. Lipsett PA, Samantary DK, Tam ML, et al. Pseudo membranous colitis: a surgical disease? Surgery 1994;116:491-496. 39. Wenisch C, Parschalk B, Hasenhundl M, Hirschl A)^ 1 Graninger W. Comparison of vancomycin, teicoplan^ i metronidazole, and fusidic acid for the treatment (¡{Í Clostridium difficile-associated diarrhea. CID 199^ I 22:813-818. I 40. Morris JB, Zillinger RM Jr, Stellato TA. Role of surge^ 4 in antibiotic-induced pseudomembranous enterocolim ' A m JSurg 1990;160:535-539. J 41. Maroo S, Lamont J. Recurrent clostridium difficile. Gaj. :■ troenterology 2006;130:1311-1316. 42. Cremonini F, Di Caro S, Nista EC, Bartolozzi F, CapelJ G, Gasbarrini G, Gasbarrini A. Meta-analysis: the effecr of probiotic administration on antibiotic-associated dia­ rrhoea. Aliment Pharmacol Ther 2002; 16(8): 1461-7. 43. Rogers B, Leach T. New approaches to Clostridium dijfi. cile colitis therapy. Drug Discov Today 2004; 1:513, 517. 44. Settle CD. Clostridium difficile. Br J Hosp Med 19%56:398-400. 45. Struelens MJ, Maas A, NonhofF C, et al. Control of nosocomial transmission of Clostridium difficile based on sporadic case surveillance. Am J Med 1991;91 (suppl 3B): 1385-1445. 46. Tabachaili S, Jumaa P. Diagnosis and management of Clostridium difficile infection. BMJ 1995;310:13751380. Ab; 0b José de Jesús / Rómul Jorge F Defir El absce localizai so infec hepátici no); mi cia crec: ósea, la moeba I amebia: Un parénqi pus, qu ria. Por Intrc El absc cuya pr rablemi nos, y más pre firmad mejorai que ho absceso (AHB) Más bi< mero d Capítulo rschl AM, :icoplaninj atment 0f ID 1996; of surgery terocolitis. ficile. Gasi F, Capelli : the effect dated dia1461-7. dium diffi)04;1:513- Absceso hepático piógeno (AHP) o bacteriano (AHB) José de Jesús Coria Lorenzo Jesús A rm ando Coria Guerrero Rómulo Ériek Rosales Uribe Jorge Field Cortazarez 4ed 1996; Control of le based on l;91(suppl gement of 310:1375- Definiciones El absceso hepático en general se define como una colección localizada de pus en el hígado, resultante de cualquier proce­ so infeccioso con destrucción del parénquima y el estroma hepáticos, siendo en orden de frecuencia: bacteriano (pióge­ no); mico tico (Candida albicans), que muestra una inciden­ cia creciente paralela al SIDA y a la del trasplante de médula ósea, la quimioterapia y la radioterapia; y amebiano (Enta­ moeba histolytica), este último como complicación rara de la amebiasis intestinal.1 Un absceso hepático piógeno es un foco inflamatorio del parénquima hepático, producido por una acumulación de pus, que puede ser única o múltiple; causado por una bacte­ ria. Por lo que puede denominarse piógeno o bacteriano.2 Introducción El absceso hepático piógeno (AHP) es una entidad clínica cuya presentación y tratamiento han evolucionado conside­ rablemente, a la par de la aparición de nuevos antimicrobia­ nos, y de la disponibilidad de procedimientos incruentos más precisos de imagenología diagnóstica, además de la con­ firmación de que participan bacterias anaerobias, lo que ha mejorado en buena medida el entendimiento y la noción que hoy se tienen respecto a este trastorno. Como tal, el absceso hepático piógeno, o absceso hepático bacteriano (AHB), no constituye una enfermedad específica del hígado. Más bien, es el resultado de la vía final común de un sinnú­ mero de procesos patológicos. En la era previa al descubrimiento de los antibióticos, el absceso representaba la típica secuela de una apendicids que no había sido bien valorada. En esos casos el drenaje quirúr­ gico oportuno era la única esperanza de cura que podía ofre­ cerse.3 La tríada clásica de fiebre, dolor (o sensación de plenitud) en el cuadrante superior derecho e ictericia, era el resultado de una flebitis importante y avanzada que hoy rara vez se observa. No obstante, a pesar de estos importantes cambios, el absceso hepático piógeno sigue siendo una importante entidad clínica, resulta prioritario hacer un rápi­ do reconocimiento clínico y emprender un tratamiento oportuno para obtener resultados favorables. Es imperativo el reconocimiento temprano de todo AHP, de no darle tratamiento será inevitable un desenlace fatal.4 El AHP se encuentra con poca frecuencia en niños, pero cuando ocurre en el grupo pediátrico es más común en inmunodeprimidos.2 Hasta el momento persisten las difi­ cultades para su diagnóstico y tratamiento, por lo que la mortalidad sigue siendo sustancialmente alta. Desde hace dos decenios se ha puesto énfasis en la necesidad de un tra­ tamiento quirúrgico enérgico, aunado a un manejo antim i­ crobiano apropiado, basado al principio en el conocimiento de los microorganismos implicados con mayor frecuencia, con base en la edad y la experiencia epidemiológica.3,4 Historia Las primeras referencias de esta enfermedad se remontan a los tiempos de Hipócrates (400 a.C .), quien ya teorizaba que el pronóstico dependía del tipo de contenido del absceso. Fitz y Dieulafoy propusieron como fuente de llegada bacte­ Parte III Infecciones del aparato digestivo riana de los abscesos la vía abdominal. Más tarde, Ochsner y DeBakey publicaron tratados clásicos acerca de los abscesos con base en una gran experiencia personal y revisiones a nivel m undial.5 Desde la descripción inicial en 1836 por Bright la prevalencia ha sido baja. Ochsner en la era preantibiótica reportaba una incidencia del 0.008% en pacientes hospitalizados. Branum reportaba un 0.013% para 1973, y para pacientes internados en 1990 la incidencia era del 0.022%.6 Brandborg reporta a esta patología como menos del 0.2% de las admisiones hospitalarias en EUA.7 Etiología Debido a los diversos mecanismos que se sabe que partici­ pan en el desarrollo del AHP, la generalización respecto a su microbiología resulta difícil, ante todo porque rara vez se obtiene material de absceso antes de prescribir algún régi­ men de antibióticos. Cabe señalar que ya desde la era preantibiótica la proporción de cultivos estériles era alta, quizá por errores técnicos en la obtención de la muestra o en el proce­ so de cultivo. No obstante, como se mencionó antes, se han logrado importantes adelantos en la elucidación del tipo de agentes patógenos que participan en su etiología.8 En 1972, Sabbaj y colaboradores demostraron la parti­ cipación de microorganismos anaerobios hasta en 45% de los abscesos piógenos, lo que incrementa la lista de patóge­ nos implicados. En ese mismo estudio se señala a los micro­ organismos gramnegativos aerobios como los principales agentes patógenos aislados en el AHP de adultos, en particu­ lar Escherichia coli y K lebsiella pn eu m on ia e (> 10%), además de especies ácA erobacter, Pseudomonas, Proteus, Enterobacter, Citrobacter, M organella y Serratia (1 a 10% ).8 En niños, Dehner y Kissane han informado que hasta 33% de los abs­ cesos piógenos son causados por Staphylococcus aureus , mien­ tras que se han encontrado microorganismos gramnegativos en sólo 32%. En algunas series publicadas, hasta 52% de los cultivos ponen de manifiesto dos o más especies distintas. En una revisión de AHP en 96 niños (sin incluir neonatos), los principales agentes recuperados fueron, en orden de importancia: S. aureus , gramnegativos entéricos y anaero­ bios. En adultos también tienen participación (de 10%) grampositivos aerobios como: S. aureus, E nterococcus sp y una sola vez en una revisión de 25 casos de AHP causad^J por anaerobios.10 Streptococcus m illeri, confundido al princj* 1 pió con alguna especie de Peptostreptococcus, se ha observa^ ¡ tanto en niños como en adultos, y aunque este microorga. í nismo es parte de la flora normal de encías, faringe, vagina y ^ sistema gastrointestinal, su capacidad de causar procesos : supurantes fue señalada por vez primera por Guthof en ; 1956. Sin embargo, no se ha documentado adecuadamentt su capacidad de causar AHP. Otros agentes patógenos, corno Yersinia pseudotuberculosis, Peptostreptococcus sp, Enterobacter sp, estreptococos del grupo B, B acteroides fra gilis y estrepto­ cocos microaerófilos, también son causas posibles de absceso piógeno. Hoy se reconoce que la mayor parte de los abscesos hepáticos son polimicrobianos. No obstante, la frecuencia estimada de esta modalidad varía ampliamente entre las diferentes series que registra la bibliografía. Por ejemplo, en Nueva Orleans, en 1938, se obtuvo una cifra de 17% de cultivos positivos de material de absceso polimicrobiano, mientras que la más alta que se ha informado corresponde a Baltimore, en 1975, con 65% de cultivos (del pus drenado) polimicrobianos positivos, en comparación con cultivos monomicrobianos. La proporción más baja señalada corres­ pondió también a Nueva Orleans, en 1938, con 21%; y la más alta a Austria, en 1994, con 69% de cultivos positivos. La frecuencia de cultivos estériles de material del absceso ha variado desde apenas 5% (Baltimore en 1975) hasta incluso 62% (Nueva Orleans en 1938). La identificación de anaero­ bios en el pus del absceso ha variado en algunas series desde 15 hasta 46% .11 Algunos autores señalan que los abscesos bacterianos solitarios son polimicrobianos con mayor frecuencia que cuando son múltiples. Se ha percibido también la tendencia de los abscesos solitarios a ser de origen incierto (criptógenos), aunque esta asociación es un tanto débil. Los abscesos causados por K pn eu m on ia e a menudo se relacionan con la formación de gas. E nterococcus sp y S. viridans son comunes en abscesos polimicrobianos, a diferencia de S. aureus, el cual se relaciona más con abscesos monomicrobianos.8 De acuerdo con Pigrau y Seeto, los agentes más frecuen­ tes en la etiología del AHB en sus series fueron los mencio­ nados en el cuadro 15-1.12 Streptococcus viridans? En otra serie, dedicada a neonatos, los agentes causales de AHP señalados con mayor frecuencia fueron gramnegati­ vos entéricos. Se ha relacionado a anaerobios, principalmen­ te Fusobacterium necrophorum , en niños con alguna enfermedad subyacente. En pacientes pediátricos con leuce­ mia se han observado patógenos como hongos, en especial Candida albicans. Se encontraron A ctinomyces sp, al parecer Epidem iología Se desconoce la incidencia precisa del absceso hepático piógeno en la edad pediátrica. En el caso del adulto se ubica en 8 a 20 casos por 100 000 ingresos nosocomiales según algu­ nos estudios, o de seis a 10 casos por 100 000, según otros. En un estudio retrospectivo poblacional de 10 años, Hansen Enteroba £co// Klebsiella Otros ba grami Pseudom Estreptoi D e lg ru p Enteroco Otros esi Staphylo Anaerob Bacteroií Fusobac Otros an Candida y colabo 1 000 0 ' AHP rea en necrc neonato mayor p sia, y oti menos d lección ] frecuenc diabetes adultos grupo d mayor [ poblacic sexo, eti en el ab En solitaric cerca di caudadc tiples, e ca, el I derechc que mú Capítulo 15 causados il princibservado icroorgavaginay procesos Jthof en damente os, como ■erobacter estreptoe absceso abscesos ■ecuencia entre las mplo, en 17% de :robiano, sponde a drenado) cultivos la corres11%; y la positivos. Dsceso ha a incluso e anaero•ies desde cterianos ncia que :endencia criptóge; abscesos an con la comunes mreus, el .8 LOS ; frecuen; mencio- ático pío: ubica en gún algU' ;ún otros. ;, Hansen Cuadro 1 5~1 Absceso hepático piógeno (AHP) o bacteriano (AHB) Agentes más frecuentes en la etiología del AHB Pigrau et al. (75 casos) Seeto et al. (12 3 casos) 33 (53%) 63 (51%) £ coli 14 35 Klebsiella spp. 12 28 10 (16 % ) 29 (24%) 6 12 27 (43%) 43 (35%) Del grupo viridans 17 14 Enterococcus spp. 5 15 Otros estreptococos 5 14 Autores Enterobacterias bacilos gramnegativos Otros Pseudomonas aeruginosa Estreptococos 7 12 12 (19%) 30 (24%) 5 18 Fusobacterium spp. 5 7 Otros anaerobios - 5 Candida albicans 3 ? Staphylococcus Anaerobios Bacteroides spp. y colaboradores señalaron una incidencia de 11 casos por 1 000 000 de personas al año. En la única serie grande de AHP realizada en niños se informa una incidencia de 0.38% en necropsias de pacientes menores de 15 años de edad. En neonatos se han registrado poco más de 15 casos, que en su mayor parte pudieron diagnosticarse solamente por necrop­ sia, y otros por clínica; los pacientes más pequeños tuvieron menos de seis días de edad.2,13 Al parecer, existe cierta predi­ lección por el sexo masculino. El AHP se ha visto con cierta frecuencia en personas con anemia de células falciformes, diabetes y enfermedad granulomatosa crónica. En pacientes adultos se ha observado cierta acumulación de casos en el grupo de 50 a 60 años de edad, lo cual se ha atribuido a una mayor prevalencia de enfermedades del árbol biliar en esa población. En el adulto no se ha observado predilección por sexo, etnia o región geográfica, a diferencia de lo que sucede en el absceso hepático amebiano.14 En adultos, 50% de los casos corresponden a absceso solitario, con predilección por el lóbulo hepático derecho en cerca de 75%, del lóbulo izquierdo en 20%, y del lóbulo caudado en 5%. Respecto a la distribución de abscesos múl­ tiples, el patrón es el mismo en general. En la edad pediátri­ ca. el lóbulo que se ha visto más afectado es también el derecho, con una mayor incidencia de abscesos solitarios que múltiples. Esta distribución es reflejo de la masa hepáti­ ca derecha relativamente mayor, a diferencia de los otros lóbulos; por supuesto, además de la influencia evidente del flujo sanguíneo hepático, lo cual se comentará en el aparta­ do siguiente, sobre patogenia.8 Patogenia El AHB comienza a formarse en cualquier momento en que la bacteria logra establecer un foco inflamatorio en el híga­ do, a través de 7 principales vías: 1. 2. Extensión directa de estructuras contiguas (más común en adultos). Consiste en la extensión conti­ gua de un foco infeccioso que puede estar ubicado en órganos adyacentes, como vesícula (colecistitis), el colédoco, páncreas, estómago, duodeno, espacios subfrénicos; o de un foco circunscrito resultante de un evento posquirúrgico de atresia de vías biliares; asimismo, puede desarrollarse como complicación de trasplante de hígado o por extensión de un abs­ ceso subfrénico o perinefrítico consecutivo también a un procedimiento quirúrgico. En estos casos es común encontrar más de un sitio abscedado (absce­ sos múltiples). El mecanismo puede ser también postraumático (lesiones penetrantes o contusas de hígado). En general se presentan en un 25%. Por el sistema porta (vena porta). Es la segunda vía más importante por la cual la bacteria puede alcan­ zar el hígado, debido a que es por ese sistema por donde drena la casi totalidad del contenido visceral abdominal. Este suceso es más común en adultos. En la serie grande de niños mencionada, se encon­ traron sólo dos casos de infección hepática a través de la vena porta. Sin embargo, en los recién nacidos los problemas relacionados con AHP se han visto favorecidos por la presencia de cateterismo um bili­ cal. En neonatos también se ha asociado como fac­ tor de riesgo la onfalitis. Algunos trastornos, como apendicitis, diverticulitis, pancreatitis, peritonitis, absceso del psoas, enteritis regional y colitis ulcera­ tiva, pueden implicar inflamación de la vena porta o bacteriemia, que favorecen la formación del AHP. El 25% son secundarios a un foco séptico intraabdominal o deficientemente tratado (colitis ulcerosa, enfermedad de Crohn [menos frecuentes], sigmoi­ ditis, cánceres sobreinfectados, pancreatitis). Con frecuencia existe trombosis de una aferencia venosa portal en contacto con el foco infeccioso primario que origina una bacteriemia y siembra hepática, suelen ser únicos y el 65% afectan al lóbulo dere­ cho, el 12% al izquierdo y el 23% a ambos. Esta Parte Infecciones del aparato digestivo distribución ha sido atribuida al patrón del flujo sanguíneo mesentérico de la vena porta. 3. Por la arteria hepática (porta). Se consideran hematógenos y cualquier bacteriemia sistémica (p. ej., endocarditis, sepsis) puede diseminarse hacia el hígado a través de la arteria hepática, produciendo la formación de abscesos a partir del foco primario que produjo la bacteriemia, y son la segunda causa de abscesos solitarios, por lo que una característica es que son únicos. Se trata del mecanismo común­ mente implicado en la edad pediátrica, cuando el foco inicial de la bacteriemia puede ser una neumo­ nía, celulitis, artritis u osteomielitis, entre otros trastornos. Sin embargo apenas 10 a 26% de los pacientes con este tipo de abscesos presentan hemocultivos positivos. Se piensa que las bacteriemias anaerobias relacionadas con absceso retrofaríngeo o periamigdalino pueden preceder a un AHB en la edad pediátrica. Como se mencionó, en el recién nacido los eventos de bacteriemia pueden causar absceso hepático piógeno sin signos de afección porta o del árbol biliar. En pacientes fallecidos con diagnóstico de sepsis, la necropsia ha revelado for­ mación de microabscesos. 4. Traumatismo hepático (poco común en niños). Es una forma de extensión directa. Se trata de otra vía que puede permitir la formación de AHB, pre­ sumiblemente a causa de proliferación bacteriana dentro de pequeñas acumulaciones de sangre (hematomas) y bilis resultantes de un traumatismo que puede ser penetrante o contuso. Por otro lado, la penetración del hígado por un catéter de diálisis peritoneal es una forma rara de producir AHP. Los traumatismos focales del hígado o la inflamación del sistema porta, predisponen con mayor frecuen­ cia a abscesos simples. 5. Por el árbol biliar. Se presentan en un 40% asocia­ dos a sobreinfección secundaria a un obstáculo en el drenaje de la bilis que favorece la difusión bacte­ riana intraparenquimatosa afectando ambos lóbu­ los en el 90% de los casos. La colangitis supurativa se ha reconocido últimamente como la principal causa de AHB. Es común encontrar la formación de abscesos múltiples. Como tal, la obstrucción biliar no es causada por formación de cálculos. Los pacientes con enfermedad de Caroli muestran alta frecuencia de formación de AHB. En países en vías de desarrollo, el absceso en niños puede resultar de invasión por Ascaris lum bricoides. 6 . Formación criptogénica. Existe otra forma de pre­ sentación de absceso hepático, de mecanismo toda- 7. vía no comprendido del todo, que se JjjJ denominado absceso criptógeno y se presenta ej ¡ un 20%, es muy frecuente su asociación con m foco primario pero hasta en un 25% no se identifi. ca éste. Lee y Block han propuesto que este tipo 4 abscesos se originan a partir de una invasión bacteriana anaerobia de infartos hepáticos. Los abscesos solitarios son más frecuentes en el lóbulo derecho, Ciertos factores del huésped pueden predisponer j la formación sistemática de AHP de tipo criptóge­ no. Enfermedades como la diabetes mellitus (DM), trastornos cardiopulmonares, cirrosis y procesos malignos, entre otros, son factores que predisponen a formación de AHP. Trastornos como la enferme­ dad granulomatosa crónica, la enfermedad o sín­ drome de Job y aquéllas con defectos de los neutrófilos, además de predisponer a formación de abscesos en cualquier parte del organismo, también se han relacionado con el desarrollo de AHP. Asi­ mismo, la hemocromatosis muestra particular ten­ dencia a favorecer abscesos consecutivos a infección por Yersinia enterocolitica. Vía linfática. Se ha propuesto por algunos autores, no obstante ha sido muy cuestionada.1,2,14,15 Vías de fo rm a ció n del AHP El cuadro 15-2 muestra una serie en EUA donde se puede ver cuál es la vía más importante de presentación.6,15 Un reporte de varias series, el cual se presenta en el cua­ dro 15-3, analizó el foco de origen de 728 abscesos hepáti­ cos, donde al igual que en la serie anterior las vías biliar, portal y criptógeno fueron las más frecuentes. 12,16 Cuadro 1 5-2 Vía más importante de presentación según una serie realizada en EUA Vías Porcentaje Vía biliar 32 Sistema porta 22 Criptogénico 15 Diseminación por ■- i Cuadro 15 Ri Vía biliar Vía p o rta Vía hema Extensión Infección Traumati: penetran C rip tó g e r Total Cuadri Es import; clínicas res ricia y dole sólo 1 de c escalofríos, decaimient semanas, s inespecífici el hipocon algunos pa describe cc En pocos c específicos rrea, dolor basal dereci me pleural 50% de los elevación d 80%. El ai derecho, o ; difíciles de todo cuidac II Diagnc •s* Contigüidad 10 Vía hematógena 9 Traumatismo 6 Quistes/infección 4 Metástasis tumoral 2 - Depende fi condicione: cuente en biliares, o e estudios de común ene Capítulo 15 : se ha :senta en i con un ' identifie tipo de in bacteabscesos derecho, isponer a criptóge■ís (DM), procesos disponen enfermeid o síns de los íación de también lHP. Asi:ular teninfección s autores, 4,15 se puede ,15 :n el cua>s hepátiías biliar, Cuadro 15-3 Foco ° r¡9en d e 728 Absceso hepático piógeno (AHP) o bacteriano (AHB) abscesos h e p ático s ----- ------- Ruta Número de pacientes Porcentaje Vía biliar 292 40.1 Vía portal 117 16.1 53 7.3 Vía h e m atóg ena Extensión directa Infección 42 5.8 Traumatism o 33 4.5 penetrante Criptógeno 191 26.2 Total 728 100 Cuadro clínico Es importante recordar que, en general, las manifestaciones clínicas resultan inespecíficas. La tríada clásica de fiebre, icte­ ricia y dolor en el cuadrante superior derecho está presente en sólo 1 de cada 10 casos. No obstante, la presencia de fiebre, escalofríos, náuseas o vómito, anorexia, pérdida de peso, decaimiento y malestar general, que persisten por varias semanas, son síntomas frecuentes. El dolor abdominal es inespecífico y puede presentarse, en orden de frecuencia, en el hipocondrio derecho, el hipogastrio y el epigastrio. En algunos pacientes se trata de un dolor vago, difuso, que se describe como una simple molestia (distensión) abdominal. En pocos casos está presente la ictericia. Otros datos menos específicos que se han señalado son: sudación nocturna, dia­ rrea, dolor precordial y tos. A la exploración física de la región basal derecha del tórax pueden encontrarse datos como derra­ me pleural, frote pleural, estertores y crepitación hasta en 50% de los pacientes con AHP. Asimismo, puede observarse elevación del hemidiafragma y ocurre hepatomegalia en 40 a 80%. El aumento de la sensibilidad del cuadrante superior derecho, o aun una masa palpable, pueden ser signos sutiles y difíciles de apreciar, a menos que dicha región se examine con todo cuidado y de manera específica.2,8 Diagnóstico Depende fundamentalmente del cuadro clínico y de ciertas condiciones del paciente; por ejemplo, la ictericia es más fre­ cuente en individuos con enfermedad subyacente de vías biliares, o en aquéllos enfermos de gravedad. En realidad los «tudios de laboratorio son de poca utilidad; sin embargo, es comun encontrar anemia normocítica y leucocitosis con neutrofilia. Por otro lado, aunque las pruebas de la función hepática resultan anormales en muchos pacientes, sus eleva­ ciones pocas veces son mayores, pero cuando el absceso es consecuencia de obstrucción del árbol biliar, suelen estar ele­ vadas la fosfatasa alcalina (70 a 90%) y las concentraciones de bilirrubina (50%). En muchos casos las transaminasas sobre todo la AST se encuentran normales o un poco eleva­ das (45%). No obstante, un valor de albúmina de menos de 2 g/dl es un signo de mal pronóstico que se vincula a un incremento de la mortalidad, por lo que representa una prueba importante. Por lo regular albúmina y protrombina se encuentran normales; la velocidad de sedimentación glo­ bular (VSG) y proteína “C ” reactiva están elevadas. En el pasado se medía la concentración de vitam ina BJ2 como indicador de destrucción hepática; sin embargo, con la apa­ rición de estudios de imagen incruentos, esta prueba se ha desechado. En cierta forma, y con base en lo señalado, los estudios de laboratorio pueden sugerir alteraciones hepáti­ cas, pero no son específicos para el diagnóstico de AHP.2 En las principales series de casos registrados de AHP, los hemocultivos resultan positivos en 26 a 50%, e incluso en 60% en casos de presentación de abscesos múltiples, en com­ paración con abscesos solitarios. Se sugiere obtener muestras para hemocultivo, tanto de microorganismos aerobios como anaerobios, dado que con gran frecuencia es el único cultivo que puede hacerse antes de iniciar el tratamiento antimicro­ biano, y en cerca de 7% de los casos representa el único resul­ tado positivo de cultivo con que se puede contar.17 Entre los auxiliares de diagnóstico resulta útil la telerra­ diografía de tórax, que permite encontrar infiltrado pulmo­ nar, zonas de atelectasia, derrame pleural y elevación o fijación del hemidiafragma derecho (fig. 15-1). La ultrasonografía permite detectar anormalidades de apenas 1 cm de diámetro, si lo realiza un experto en ultrasonografía. Este método permite reconocer lesiones redondas, ovoides, elíp­ ticas, lenticulares e irregulares (fig. 15-2). Sin duda, la tomografía computarizada (TC) proporciona la más adecuada información respecto al tamaño, localización y número de abscesos dentro del parénquima hepático. La tomografía axial computarizada (TAC) permite detectar lesiones de 1 cm de diámetro (fig. 15-3). No obstante, las lesiones en dia­ na o blanco de tiro de la candidiasis hepática pueden no ser observadas por TAC cuando el paciente se encuentra neutropénico, e incluso pueden requerirse rastreos repetidos para poder observar en un momento dado dichas lesiones. Abscesos pequeños múltiples pueden aparecer en racimos que indican un patrón sugestivo de coalescencia temprana del absceso. La resonancia magnética (RM) no ofrece mayo­ res ventajas sobre la TAC para detectar o caracterizar absce­ sos hepáticos. La ultrasonografía es una técnica sensible, y ya que es un procedimiento incruento y no expone al paciente Parte 111 Infecciones del aparato digestivo Cuadro 15- Razón var Proceden Presentac Síntomas Fiebre Dolor cua Importante elevación del hemidiafragma derecho e infiltrado micronodular de predominio derecho. Figura 15-1 Hepatom pérdida d a radiación, su empleo es recomendable en la evaluación ini­ cial; al igual que laT C , ha demostrado particular utilidad en la observación y drenaje del absceso, a diferencia de la RM , un recurso que no ofrece beneficio para guiar el drenaje de un absceso.2,18'20 Factores de mal pronóstico Dentro de los factores que se han asociado con una mala evolución e incremento en su morbimortalidad son los siguientes: edad > 60 años, urea > 20 mg/dl, creatinina > 2 mg/dl, bilirrubina total > 2 mg/dl, albúmina < 2.5 g/di y comorbilidad.21 Diarrea Figura 15 -3 Tomografía computarizada simple de hígado donde se visualiza la formación de múltiples abscesos de dife­ rentes formas y tamaños localizados en lóbulo derecho. Figura 15 -2 Se observan lesiones redondas elípticas y ovoides compatibles con abscesos múltiples bacterianos a nivel de lóbulo hepático derecho. Tos Serología Detecciór (AHA) u otros procesos que deben distinguirse no sólo dd ¡ AHP sino también de dicho absceso, a saber: fasciolosis, i quiste hidatídico (equinococosis), leishmaniasis, paludismo, i lesiones por Larva migrans o por Pseudomonas pseudomaüá ; (que origina melioidosis) e incluso procesos neoplásicos. No obstante, dado que la diferencia de frecuencia entre • el absceso hepático amebiano y el piógeno o bacteriano nos , tan evidente en el medio mexicano, el cuadro 15-4 reséñalas características de cada entidad que permitirán distinguir entre una y otra.22,23 D iagnóstico d iferencial Es importante hacer la diferenciación, a partir de su frecuen­ cia, entre AHP y un posible absceso hepático amebiano Ictericia T ratam iento Sin duda, el tratamiento quirúrgico es el principal recurso en el absceso hepático piógeno. A éste debe sumarse un manejo antimicrobiano apropiado (la conjunción de ambos ha sido la estrategia tradicional), el cual debe basarse en el conoci­ miento de los microorganismos implicados con mayor fre­ cuencia, la edad y la experiencia epidemiológica.3,4 Respecto al tratamiento quirúrgico, se ha insistido en que debe ser enérgico: la elección de un drenaje abierto extraseroso 0 transperitoneal, o de un drenaje percutáneo mediante aspira­ ción cerrada, depende de la ubicación y tamaño del absceso o abscesos, así como de la experiencia y preferencia del ciruja­ no. El drenaje percutáneo cerrado de un absceso piógeno en niños parece ser el más apropiado, y es un método especial­ mente indicado cuando se ubica en el lóbulo derecho del hígado.23 También la terapéutica antimicrobiana inicial dd* basarse en tinción de Gram del material purulento, así corno en el cultivo y la susceptibilidad del agente patógeno que logre recuperarse. En niños con AHP, una combinación i®1" Trofozoítc Leucocitc Anemia Aumento Elevación Elevación Albumin; cial útil de penicilina; (cuadro 1; la intravei duración ■ en niños c drenado. ] bióticos ej coterapia de cuatro cefoxitina emplearse empleo dt En el cirugía se drenaje q los expert menos cu ducido p combinac preferentt Capítulo 15 Cuadro 15-4 Absceso hepático piógeno (AHP) o bacteriano (AHB) D iferen cias clínicas, e p id e m io ló g ic a s y d e la b o ra to rio e n tre Características comparativas AHA y AHP Absceso hepático amebiano Absceso hepático piógeno Proporción (%) o frecuencia Proporción (%) o frecuencia 10:1 Razón varó n:m ujer 2:1 a 3:1 procedencia de zonas de alta endemicidad Frecuente Intrascendente Presentación por edad Todas las edades Todas las edades 20 a 50 10 a 30 Fiebre Dolor cuadrante superior derecho 85 a 90 94 84 a 90 30 a 80 H epatom egalia 30 a 50 40 a 80 Pérdida de peso 33 a 50 75 Diarrea 20 a 33 — Ictericia 3a5 <50 Tos 10 a 30 81 Serología positiva para ameba 86 a 97 Negativa 87 Negativa Trofozoítos en heces 10 Negativo Leucocitosis 70 a 80 94 seudomalki Anemia — 75 ilásicos. encia entre :riano no es 4 reseña las distinguir Aumento de fosfatasa alcalina 70 94 Elevación de bilirrubinas 20 69 Elevación deTGO oTGP 20 94 Albúmina sérica baja Normal 56 Síntomas hígado s de dife10 . de más de 4 semanas Detección de no sólo del fasciolosis, paludismo, 1recurso en un manejo bos ha sido . el conocimayor fre1,4 Respecto ie debe ser traseroso o ante aspirael absceso o i del cirujapiógeno en io especialierecho del inicial debe o, así como tógeno que ¡nación ini- Ag en heces cial útil de antibióticos consiste en una penicilina resistente a penicilinasa, más un aminoglucósido; aunque hay opciones (cuadro 15-5). La vía de administración preliminar debe ser la intravenosa (IV). Sin embargo, no se ha establecido la duración y la vía de administración óptimas del antibiótico en niños con un absceso piógeno solitario o único que ha sido drenado. En general, se recomiendan 2 a 4 semanas de anti­ bióticos en administración parenteral, seguidos de antibioticoterapia apropiada por vía oral hasta completar un mínimo de cuatro semanas.2 Penicilina, clindamicina, cloranfenicol, cefoxitina o metronidazol son antibióticos que pueden emplearse cuando el cultivo indica anaerobios; por tanto, su empleo debe guiarse por la susceptibilidad señalada. En el caso de abscesos múltiples, la opción de tratar con C|rugia se torna más difícil, ya que no suele ser factible el drenaje quirúrgico de todos los abscesos. Por consiguiente, los expertos han sugerido una antibioticoterapia de por lo menos cuatro meses. En el caso de un absceso hepático pro­ ducido por hongos, la administración de anfotericina B, combinada con 5-fluorocitocina o sola, es el tratamiento Preferente. Se desconoce la duración óptima de éste, pero se recomienda un esquema prolongado y vigilancia tomográfica, así como biopsias que puedan demostrar que la lesión se ha resuelto. Aunque el tratamiento tradicional del AHP consiste en drenaje más antibiótico, algunos expertos sugieren el uso de antibióticos solos en ciertos pacientes. Así lo hacen Reynolds y colaboradores, quienes hace 20 años se atrevieron a tratar sólo con antibióticos 13 casos de 15 que atendieron. No obstante, para hacer el diagnóstico microbiológico se realizó aspiración percutánea en esa experiencia, así que de alguna manera hubo drenaje por lo menos parcial del absceso. Más recientemente, Seeto y su equipo retomaron esa propuesta y aplicaron con buenos resultados antibioticoterapia sola en 15 casos de una serie de 20; los 5 que no recibieron este tratamiento fallecieron. Sin embargo, mientras no haya indicaciones bien definidas, la terapéutica médica conserva­ dora a base de antibioticoterapia sola debe considerarse úni­ camente en pacientes con absceso hepático bacteriano pequeño y único que, además, parezca no prestarse a drenaje ni por clínica ni por imagenología, o en aquéllos en quienes el drenaje represente un riesgo más que un beneficio.8 Parte 111 Cuadro 15 -5 Infecciones del aparato digestivo Antibióticos recomendados para el tratamiento empírico del AHP Microorganismo Escherichia coli Elección TMP-SMZ o ceftriaxona o cefotaxima Dosis (mg/kg/día) (núm.) 8 a 12(2) 75(1) 150(3) Klebsiella sp Ceftriaxona o cefotaxima o ceftazidima + aminoglucósido** 75(1) 150 (3) 150(3) Proteus sp Ceftriaxona o cefotaxima o ceftazidima + aminoglucósido** 75(1) 150 (3) 150 (3) Enterobacter sp Ceftazidima o meropenem o imipenem + aminoglucósido** Ceftazidima o ceftriaxona o cefotaxima o meropenem o imipenem + aminoglucósido** Ceftazidima o ceftriaxona o cefotaxima o meropenem o imipenem + aminoglucósido** Ceftazidima o ceftriaxona o cefotaxima o meropenem o imipenem + aminoglucósido** Dicloxacilina + aminoglucósido** Penicilina G + gentamicina Penicilina G Metronidazol Penicilina G Penicilina G 150 (3) 60 a 120(3) 60 a 80 (4) Serratia marcescens Yersinia sp Pseudomonas sp Staphylococcus aureus Streptococcus del grupo B Streptococcus milleri Bacteroides fragilis Peptococcus sp Peptostreptococcus sp 150 (3) 75(1) 150 (3) 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 150 (3) 75(1) 150 (3) 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 150 (3) 75(1) 150(3) 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 100 (4) (150 000 Ul) (4) + 5 a 7 (1) (150 000 U I) (4) 30 (2 a 4) (150 000 Ul) (4) (150 000 Ul) (4) Alternativa Cefepima* o meropenem o imipenem + aminoglucósido** Cefepima* o meropenem o imipenem o ciprofloxacina + aminoglucósido** Cefepima* o meropenem o imipenem o aztreonam + aminoglucósido** Cefepima* o ticarcilina/ÁcCI*o ciprofloxacina + aminoglucósido** Cefepima* o ticarcilina/ÁcCI*o meropenem o imipenem o aztreonam + aminoglucósido** Cefepima* o ticarcilina/ÁcCI*o meropenem o imipenem o ciprofloxacina + aminoglucósido** Cefepima* o ticarcilina/Ác Cl* o meropenem o imipenem o ciprofloxacina + aminoglucósido** Vancomicina o teicoplanina Cualquier betalactámico Cualquier betalactámico Clindamicina Clindamicina Clindamicina Dosis (mg/kg/d¡cM (núm.) 1 8 150(3) * 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 150 (3) 60 a 120(3) 60 a 80 (4) 20 a 30 (2) |i J¡ 1 -I 150(3) 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 120 (4) “ Siempre det 150(3) :/íif 300 (4) o 20 a 30 (2) 150(3) 300 (4) o 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 120(4) 150(3) 300(4)o 60 a 120(3) 60 a 80 (4) 20 a 30 (4) J :í ? 5 -v 150(3) 300 (4) o 60 a 120 (3) 60 a 80 (4) 20 a 30 (4) 40 a 60 (4) o 10 en 2 dosis, ¡¡ luego 5 (1) 3 1 • • • • Inl Pe: Ab Hé El mee la rotura de] ce principal también cul como cereb Una ev nemia, absc plicación, < vinculado o con AHP. hepática, ch cia de comp de mortalid AHP invari; Prevent 15 a 40 (3 a 4) 15 a 40 (3 a 4) * 15 a 40 Í3 a 4) _ f Pueden ser empleados como monoterapia. ‘ Se recomienda ver dosis específicas de los diferentes aminoglucósidos disponibles en el mercado. En el cuadro 15-5 se presenta una relación de los anti­ bióticos recomendados para el manejo de AHP, con base en el agente causal. No obstante, hay que tener presente que se trata solamente de una guía y que si bien puede emplearse como tratamiento empírico inicial, la terapéutica definitiva debe decidirse de acuerdo con la sensibilidad informada del agente patógeno que identifique el cultivo.2,8,23,24 Johannsen y colaboradores recomiendan emprender una terapéutica empírica según la vía que se sospeche favo­ Colónica Hasta el mo piado de pre ción de absc de adquisicii cas de utilid reció la formación del AHP. La terapéutica empírica se rese­ ña en el cuadro 15-6.8 Referen Com plicaciones y pronóstico Las complicaciones son variables y relativamente comuneSt Según señalan diversas revisiones de la bibliografía, las ma* frecuentes son: 1■ Me: 199 2. Kap rry 4th Capitulo 15 Cuadro 15-6 Antibióticos empíricos recomendados según la vía de formación Esquema Esquema sustitutivo Ampicilina + gentamicina + metronidazol* o amikacina Meropenem o imipenem + metronidazol* Vancomicina + amikacina + metronidazol* o bien Cefalosporinas de tercera generación + metronidazol1 Meropenem o imipenem + metronidazol* o bien Ticarcilina-ácido clavulánico o piperacilina-tazobactam + metronidazol* o bien Fluoroquinolona + metronidazol* + aminoglucósido Posible vía ti)__ _ (3) >0 (3) 0 (4) Absceso hepático piógeno (AHP) o bacteriano (AHB) Biliar Colónica (3) i 20 (3) 10(4) -0 (2) (3) 20 (3) ¡0 (4) (4) (3) ’4) o :0 ( 2) (3) ’4) o 20 (3) SO(4) (4) (3) ; ¡4) o 20 (3) ¡0(4) ¡0(4) (3) (4)0 20 (3) ¡0(4) ¡0 (4) 0(4)0 ! dosis, >5(1) , 5 ¡erT1pre debe emplearse metronidazol, si no es posible descartar un absceso hepático amebiano. • • • • Inflamación pleural. Peritonitis. Absceso subfrénico o subhepático. Hemobilia. El mecanismo más común entre estas complicaciones es la rotura del absceso hacia la cavidad abdominal, que favore­ ce principalmente cuadros de peritonitis. Se han reconocido también cultivos metastásicos en otros órganos y estructuras, como cerebro, pulmón, peritoneo y pericardio. Una eventual bacteriemia polimicrobiana, hipoalbum i­ nemia, abscesos múltiples o la presencia de cualquier com­ plicación, son factores de mal pronóstico que se han vinculado con un incremento de la mortalidad en pacientes con AHP. Los acontecimientos finales son insuficiencia hepática, choque séptico, hipotensión y muerte. La frecuen­ cia de complicaciones se ha ubicado en 28 a 44% , y la tasa de mortalidad hasta en 80%. La falta de tratamiento del AHP invariablemente culm ina en la muerte.2,24,25 Prevención i (3 a 4) i (3 a 4) i (3 a 4) Hasta el momento no ha podido diseñarse un modelo apro­ piado de prevención o profilaxis que ayude a evitar la forma­ ción de absceso hepático bacteriano según las diferentes vías de adquisición, lo que impide recomendar medidas específi­ ca de utilidad real. ■ica se rese- Referencias ; comunes. ría, las más 1- Mendoza AM. Absceso Hepático. Rev Peruan Radiol 1998;2(3):107. 2. Kaplan LS. Pyogenic liver abscess. En: Feigin DR, Che­ rry DJ (eds): Textbook of Pediatric Infectious Diseases, 4th ed. Philadelphia: WB Saunders, 1998;655-658. 3. Altemeier WA, Schowengerdt CG, Whitely DH. Abs­ cess of the liver: surgical considerations. Arch Surg 1970;101:258-266. 4. Satiani B, Davidson DE. Hepatic abscesses: improve­ ment in mortality with early diagnosis and treatment. Am J Surg 1978;135:647-650. Meyer WC, Kim RD. Pyogenic and amebic hepatic abs­ cesses. En: Townswnd Jr CM, Beauchamp RD, Evers BM, Mattox KL (eds). Sabiston. Textbook of Surgery: the basis of modern surgical practice, 16a ed. Philadel­ phia, WB Saunders, 2001. 6. Garrison RN, Polk J, HC. Liver abscess and subphrenic Abscess. En: Blumgart LH, Fong Y (eds). Surgery of the Liver and Biliary Tract, 2a ed. Longman Group Limited 1994. Brandborg LL, Goldman IS. Bacterial and miscellaneous infection of the liver. En: Zakim D, Boyer TWB (eds). Hepatology: a textbook of liver disease, 2a ed. Philadel­ phia, WB Saunders, 1990:1086. Johannsen EC, Sifri CD, MadofFLE. Pyogenic liver abs­ cesses. Infect Dis Clin North Am 2000;14:3:547-563. 9. Kays DW. Pediatric liver cysts and abscesses. En: Town­ send Jr CM, Beauchamp RD, Evers BM, Mattox KL (eds). Sabiston. Textbook of Surgery: the basis of modern surgical practice. 10 . Miyamoto MI, Fang CF. Progenie liver abscess involving Actinomyces: case report and review. CID 1993; 16:303309. 11. Mischinger H, Hauser H, Rabí H, et al. Pyogenic liver abscess: Studies of therapy and analysis of risk factors. World J Surg 1994; 18:852. 12 . Seeto RK, Rockey DC. Pyogenic liver abscess. Medicine (Baltimore) 1996;75:99-113. 13. Hansen PS, Schonheyder HE. Pyogenic hepatic abscess: a 10-year population-based retrospective study. APMIS 1998;106:396. 14. Cruz-Hernández M. Hepatopatías agudas. En: CruzHernández M (ed): Tratado de Pediatría, 6a ed. Barcelo­ na: EXPAS Publicaciones Médicas, 1988; 1045. Parte Infecciones del aparato digestivo 15. Valsanguiácomo P, Mesa A MS, Ruso L. Abscesos Hepá­ ticos Piógenos. Clínica Quirúrgica “3” Prof. Dr. O. Bal­ boa Universidad de la República Facultad de Medicina Hospital Maciel 2004. 16. Robert JH, Mirescu D, Ambrosetti P, Greenstein AJ, Rohner A. Critical review of the treatment of pyogenic hepatic abscess. Surg Gynecol Obstet 1992; 174: 97-102. 17. Seeto RK, Rockey DE. Pyogenic liver abscess. Changes in etiology, management, and outcome. Medicine 1996;75:99-110. 18. Ralls PW. Focal inflammatory disease of the liver. Radiol Clin North Am 1998;36:377-388. 19. Balci NC, Semelka RC, NooneTC, etal. Pyogenic hepa­ tic abscess MRI findings on T1 and T2-weighted and serial gadolinium enhanced gradient-echo images. J Magn Reson Imaging 1999;9:285. 20. Lodhi, S, Sarwari AR, Muzammil M, Salam A, Smego RA. Features distinguishing amoebic from pyogenic liver 21. 22. 23. 24. 25 abscess: a review of 577 adult cases. Trop Med Int HmIj. 2004;9(6):718-23 Diego M. Absceso Hepático. En: Alvarado, J. Gastroen. terología y Hepatologia. Colombia, Editorial Médiq Celsus. 2006:1177-1184. Petri WA Jr, Singh U. State of the art clinical article diagnosis and management of amebiasis. Clin Infect D¡¡ 1999;29:1117-1125. Reisberg B. Common intestinal parasitic infection. Eo; ShulmanTS, Phair PJ, Sommers MH (eds): The Biolog and Clinical Basis of Infectious Diseases, 4th ed. Phi¿ delphia: WB Saunders, 1992;294-311. Sanford PJ, Gilbert ND, Sande AM. Guía de Tratamien. to Antimicrobiano, 26th ed. USA: Antimicrobial Therapy Inc, 1996;47-50. Pitt HA. Surgical management of hepatic abscesses. World J Surg 1990;14:498-510. Fieb Miguel A Napoleói C laudia ( Introd La fiebre t una enfer: por Salmo convierter tico. El no significa h enfermedé Aunque le va la frecu continúa s La fie dida del g causada es contamin; ticipación moscas, m dad siemp un enferrr Se trs sólo al ser caracterizs estado gei minal, esp La fie puede prc tubo digeí ción intra El di; epidemiol Capítulo 16 Int Health Gastroen- § ial MédiQ f I; Ícal article f| Infect Dij I Fiebre tifoidea 2cti°n. En: f M¡gue¡ Ángel Peredo López Velarde ^P h? í U' Napoleón González Saldaña Claiidia Geovanna Toseano Zúñiga Tratamienbial Theraabscesses. Introducción La fiebre tifoidea, también conocida como fiebre entérica, es una enfermedad sistémica y potencialmente letal causada por Salmonella typhi. Las diversas manifestaciones clínicas convierten a esta enfermedad en un verdadero reto diagnós­ tico. El nombre de S. typhi se deriva del griego, typhos, que significa humo o nubosidad, y se creía que era la causa de la enfermedad y del estadio de obnubilación de los pacientes.1 Aunque los antibióticos han reducido de manera significati­ va la frecuencia de la enfermedad en los países desarrollados, continúa siendo endémica en países en vías de desarrollo.2 La fiebre tifoidea es la más estudiada y mejor compren­ dida del grupo de las fiebres entéricas al cual pertenece. Es causada específicamente por S. typhi. El agua y los alimentos contaminados son las vías de transmisión, además de la par­ ticipación de otros vectores o huéspedes intermedios (p. ej., moscas, mariscos, etcétera). Para que se presente la enferme­ dad siempre es necesaria la relación directa o indirecta con un enfermo agudo o portador asintomático.3,4 Se trata de una enfermedad aguda y febril que afecta sólo al ser humano; éste es el único reservorio conocido. Se caracteriza por fiebre alta persistente, cefalalgia, ataque al estado general, anorexia, mialgias, escalofríos, dolor abdo­ minal, esplenomegalia y leucopenia. La fiebre tifoidea es de curso prolongado e intenso, y puede propiciar complicaciones graves, como sangrado del tubo digestivo, perforación intestinal, miocarditis y coagula­ ción intravascular diseminada, entre otras. El diagnóstico preliminar puede establecerse por datos epidemiológicos, cuadro clínico y parámetros de laborato­ rio, y el diagnóstico definitivo por el aislamiento de S. typhi en mielocultivo, hemocultivo, coprocultivo o cultivo de las lesiones de roseola tifoídica.5 El tratamiento específico consiste en cloranfenicol, aun­ que se ha demostrado resistencia a este fármaco en varios serotipos de S. typhi en porcentajes variables y, ante todo, en brotes epidémicos. Como medicamentos de segunda elec­ ción se puede utilizar am picilina o la combinación trimeto­ prim-sulfametoxazol; existen experiencias interesantes con las cefalosporinas de tercera generación, monobactámicos y fluoroquinolonas. E tiología Salmonella typhi pertenece al género Salmonella, una de las principales divisiones de la familia Enterobacteriaceae. Antes del 1 de julio de 1983 se utilizaba la clasificación que reco­ noce tres especies de Salmonella: typhi, choleraesuis y enteritidis. En la actualidad se dividen en dos grandes grupos: S. typhi y el formado por todas las demás especies de Salm one­ lla.,6Las dos primeras representan un solo serotipo cada una, y la últim a reúne más de 1 700 serotipos diferentes. Salm onella typhi es un bacilo gramnegativo flagelado, no encapsulado, citofílico, no esporulado y aerobio (anaero­ bio facultativo). En medio de agar-sangre crece en colonias grandes, de aspecto brillante y color grisáceo.7 La identifica­ ción presuntiva se basa en pruebas bioquímicas; el microor­ ganismo fermenta la glucosa y produce ácido, y no fermenta lactosa ni sacarosa. La identificación definitiva en el labora­ torio se logra con pruebas serológicas que permitirán detec­ tar los antígenos somáticos O y flagelar H .8,9 Parte III Infecciones del aparato digestivo Epidem iología La enfermedad se encuentra ampliamente distribuida en el planeta. La Organización M undial de la Salud (OMS) esti­ ma la incidencia global anual de la fiebre tifoidea en 17 millones de casos por año, de los cuales aproximadamente 600 000 mueren. Adquiere importancia relevante en regio­ nes que no han logrado contar con condiciones apropiadas de saneamiento ni medidas óptimas de salud pública. Estos parámetros son los que determinan en últim a instancia la predisposición de la población al padecimiento. En México, al igual que en otras partes del mundo en que la enfermedad es endémica, los niños tienen desde pequeños contactos repetidos, de escasa cuantía, con el microorganismo, lo que origina infección pero no enfermedad, un fenómeno que en forma paulatina va induciendo resistencia. En otras partes del mundo en que las medidas de salud pública no favorecen este tipo de contacto repetido con la bacteria, la población puede desarrollar el padecimiento a cualquier edad, por falta de resistencia adquirida. En México, la incidencia estimada de fiebre tifoidea fue de 41.66 casos por 100 000 habitantes en el 2007. El dato es indicativo de la gran importancia de esta enfermedad como problema de salud pública en el país, debido a malas condi­ ciones de saneamiento ambiental, deficiencias en el suminis­ tro de agua potable, falta de drenaje apropiado de las excretas, fecalismo al aire libre, así como educación precaria en el ámbito de hábitos higiénicos y alimentarios. El padecimien­ to presenta mayor incidencia durante los meses de verano, y ocupa el segundo lugar en número de casos en los meses de otoño. No se ha demostrado predisposición por uno u otro sexo. En lo referente a la edad, la frecuencia de fiebre tifoidea es más alta en menores de 20 años y mayores de 70. En cuanto a grupos pediátricos específicos, la frecuencia es mayor en escolares y adolescentes, seguidos de los preescolares, y m uy rara vez en lactantes. La mayor parte de las muer­ tes ocurre entre los menores de 12 años y mayores de 60, así como en los que sufren enfermedades graves crónicas, en particular cáncer, hematopatías y desnutrición grave. Cuan­ do un miembro de un grupo familiar padece fiebre tifoidea, existe una probabilidad de hasta 30% de que por lo menos otro miembro de la familia desarrolle la enfermedad.23,233 La principal fuente de infección por S. typhi son las per­ sonas que padecen la fiebre tifoidea o los portadores asintomáticos. Los primeros excretan grandes cantidades de 5. typhi en heces y orina; además, es posible detectar bacilos viables en vómito y secreciones bronquiales y purulentas. Los portadores crónicos asintomáticos excretan alrededor de 10 o más bacilos por gramo de materia fecal. Los bacilos tifoídicos contaminantes del medio pueden sobrevivir durante semanas en agua, hielo y alimentos. Los alimentos y el agua contaminados directa o indirectamente con excretas humanas constituyen la fuente de infección más común. Cerca de 85% de todos los brotes epidémicos guardan reíación con un vehículo común, que por lo general contamina alimentos o bebidas, y 10% por contacto directo ent^ humanos, ante todo entre niños. Se han identificado fuentes menos comunes, como son: transfusiones de concentrados plaquetarios, o bien, uso de instrumentos de endoscopia fibróptica mal esterilizados. Algunas epidemias se han relacionado con medicamen­ tos o sustancias utilizadas para diagnóstico, en particular las de origen animal: extractos de páncreas, hígado, tiroides glándulas suprarrenales o hipófisis, así como sales biliares, pepsina, gelatina y vitam inas.23,233 La diseminación de persona a persona es ocasional en instituciones médicas; explica 60% de las epidemias en e! personal médico y paramédico, y casi 100% de los brotes epidémicos en los servicios de recién nacidos o guarderías infantiles. Los portadores asintomáticos crónicos de S. typhi son fuente muy importante de infección. El desarrollo del estado de portador asintomático, en el curso de una fiebre tifoidea, resulta de la interrelación de múltiples factores: número de microorganismos que intervienen en el desarrollo inicial de la enfermedad, tipo serológico, presencia de trastornos rena­ les o de vías biliares, así como de la función de los mecanis­ mos de defensa del hospedero. Ese estado se presenta en la mayor parte de los casos, luego de enfermedad activa, pero el número de portadores asintomáticos que se originan luego de infección, sin enfermedad, es también m uy alto.5,26 Las más de las veces es posible recuperar de las heces a S. typhi, con mayor frecuencia 7 a 10 días después del inicio de la enfermedad. En 50% de los casos esto se logra luego de un mes, 20% después de dos meses y 10% luego de tres meses. Se considera portador asintomático al individuo que conti­ núa excretando microorganismos luego de un año de la enfermedad. En el caso de S. typhi, la frecuencia del estado de portador crónico se ha establecido en 3 a 5%. L a incidencia de fiebre tifoidea se ha incrementado en Estados Unidos, principalmente por la mayor frecuencia de viajes internacionales a países en desarrollo; en ese país, el número de casos que se registran por año es de 400, 75% de los cuales se vieron relacionados con viajeros internacionales frecuentes a países en desarrollo incluyendo México. La resistencia antimicrobiana de Salm onella typhi a cloranfenicol fue ampliamente reconocida en el decenio de 19701979, y su multirresistencia mediada por plásmidos emergió durante el decenio de 1990-1999. Estas cepas multirresistentes con frecuencia fueron también resistentes a los antibióti­ cos de primera elección para fiebre tifoidea (ampicilin3’ J 120 - 100 - 80 - i 60’ nS 4020 V - 1985 F ig u ra 1 6 -' M éxico, 19! cloranfeni fluoroquir a ceftriaxo La in< en 17.6 p< nificativo un rotal d decimono trastornos casos de 1 monelosis presentó t typhi resisi En la dente en 1 grupo má 45 .Q 40- £ O O 35 - 30O o 25 *o 20O <0 1 5 v 10 a 50- Figura 1619 9 8 -2 0 0 7 Capítulo 16 70 - alimentos y :on excretas ia.s comúk lardan relacontamina recto entre ado fuentes incentrados endoscopia ). typhi son o del estado )re tifoidea, número de 0 inicial de ornos rena­ os mecanis:senta en la tiva, pero el jinan luego to.5-26 is heces a S. leí inicio de luego de un tres meses. 1que contiafio de la i del estado nentado en ecuencia de ese país, el 00, 75% de ^nacionales Vléxico. La cloranfeni) de 1970los emergió dtirresisten>s antibiótiampicilina, 60 £ (0 -C o 50 o o 2 40 o o — — 30 <0 — •• 20 (Q IA i m *■“ 10 i <1 ledicamenarticular las o, tiroides, les biliares, casional en smias en el : los brotes ' guarderías Fiebre tifoidea 5-9 1-4 ¡ ftf 15-19 25-44 50-59 65 + 10-14 20-24 45-49 60-64 Año Fuente: Dirección General de Epidemiología, SSA Fiaura 16-1 Incidencia de paratifoidea y otras salmonelosis en México, 1985-1994. Código CIE: 002.1 a 002.9 y 003. cloranfenicol, trimetoprim-sulfametoxasol). La resistencia a fluoroquinolonas se ha extendido mientras que la resistencia a ceftriaxona está emergiendo actualmente. La incidencia en México — que para 1960 se calculaba en 17.6 por 100 000 habitantes— tuvo un incremento sig­ nificativo a 41.66 por 100 000 habitantes para el 2007, con un total de 44 076 casos, lo que ubica la enfermedad en el decimonoveno lugar como causa de morbilidad entre los trastornos infecciosos de notificación forzosa con un total de casos de 122 956 incluyendo fiebre paratifoidea y otras sal­ monelosis. Es importante mencionar que durante 1972 se presentó en México una epidemia causada por Salmonella typhi resistente a cloranfenicol (figura 16-1). En la figura 16-2 se aprecia una clara tendencia ascen­ dente en lo que respecta a los últimos años (hasta 2007). El grupo más afectado fue el de 15 a 44 años, y en el ámbito Figura 1 6-3 Incidencia de fiebre tifoidea, por grupos de edad en México, 1998-2007. pediátrico, el de 5 a 14 años, con una tasa de 22.90 por 100 000 habitantes para el grupo de edad de 5 a 9 años y de 39.47 en el de 10 a 14 (figura 16-3). En México, la mortalidad fue de 59 casos para el 2007, lo cual muestra una importante tendencia a la disminución, debido quizá al mejoramiento de los métodos de diagnósti­ co, y al tratamiento apropiado de las formas agudas de la enfermedad (figura 16-4). El grupo de edad con mayor mor­ talidad fue el de los mayores de 65 años, seguido del de los menores de nueve años (figura 16-5). Patogenia El desarrollo de la enfermedad ulterior a la ingestión de S. typhi se encuentra relacionado con el número de microorganismos Año Año Fuente: Dirección General de Epidemiología, SSA Fuente: Dirección General de Epidemiología, SSA ^gura 16-2 1998-2007. Incidencia de fiebre tifoidea en México, Figura 16-4 1998-2007. Mortalidad por fiebre tifoidea en México, Parte III D i n i Infecciones del aparato digestivo (I n □ D n El Año Fuente: Dirección General de Epidemiología, SSA Figura 16-5 Mortalidad por fiebre tifoidea, por grupos de edad en México, 2007. ingeridos y su virulencia, así como con múltiples variables del huésped. Se acepta en general que a mayor dosis de bacterias ingeridas corresponde un porcentaje también mayor de cua­ dros clínicos. Así, la ingesta de 107 microorganismos causa enfermedad en 50% de los individuos, pero la de 109 bacterias la produce en 95%. Se ha demostrado que cuanto mayor es el inoculo, más breve es el periodo de incubación, aunque las manifestaciones clínicas iniciales siguen siendo similares.3,4 En el interior del estómago, el número de microorganis­ mos disminuye en grado importante por la acción bacterici­ da del jugo gástrico. Muchos autores han demostrado que la incidencia de salmonelosis es mayor en individuos que tie­ nen enfermedad gástrica de cualquier tipo, la cual interfiere con la motilidad o producción normal del jugo gástrico. En el intestino, S. typhi sufre un proceso de proliferación que se prolonga 3 o 4 días, lo que en 10% de los casos produce cuadros de diarrea leve y autolimitada. Todavía no se estable­ ce con certeza la parte del intestino donde ocurre la invasión de la pared intestinal; algunos investigadores han señalado d yeyuno, pero otros mencionan íleon terminal, ciego y meras porciones del intestino grueso.3 Una vez invadida la pared intestinal, los microorganij. mos alcanzan los folículos linfáticos intestinales, donde se multiplican en el interior de las células inflamatorias mononucleares, las cuales representan la reacción inflamatoria clá­ sica de la fiebre tifoidea a nivel intestinal; esta reacción es la causa de las alteraciones y del daño de la mucosa intestinal ante todo a nivel de las placas de Peyer. La fagocitosis defi­ ciente de los monocitos, en comparación con los polimorfo, nucleares, facilita el avance de los microorganismos hacia los ganglios linfáticos mesentéricos de drenaje; de ahí pasan al conducto torácico y más tarde a la circulación general, provo­ cando una fase bacteriémica, con invasión a diferentes estruc­ turas, como hígado, bazo, vesícula biliar, huesos, médula ósea, meninges, glándulas suprarrenales, riñones, corazón y pulmones, donde puede provocar la formación de abscesos, con reacción inflamatoria y predominio de polimorfonucleares, contra lo que ocurre en el intestino. La bilis infectada causa una infección intestinal secundaria, que provoca la apa­ rición de altas concentraciones de salmonelas en heces duran­ te la segunda y tercera semanas de enfermedad.13' 15 Patología Los signos histopatológicos más importantes de la fiebre tifoidea corresponden a hiperplasia e hipertrofia de los teji­ dos del sistema reticuloendotelial, más acentuadas en gan­ glios y folículos linfáticos abdominales e intestinales (figs. 16-6 y 16-7). Por lo general, las alteraciones patológicas del Figura 16-6 Fiebre tifoidea. Segmento de íleon terminal con hiperplasia y necrosis de placas de Peyer. (Cortesía del Departamento de Patología del Instituto Nacional de Pediatría, México.) Á Figura 16-7 Nacional de intestino se necrosis, ul< lutivos, per periodos co El bazc do de enferi sa de célu sinusoides ) células origi tifoídico.16 En el h: ralizada que como una hiperplasia ¡ histológico ; das nodulo: difusas de n nes porta. 1 Otros c histológicos giomerulom rios. Los pu frecuencia, ( hronconeun galia y un e infiltració Capítulo 16 Fiebre tifoidea la invasión señalado el :iego y p:¡. croorganis, donde se rias mononattfria cláicción es la i intestinal, :itosis defipolimorfo3S hacia li hí pasan al :ral, provoites estruc3S, médula corazón y e abscesos, )rfonucleas infectada roca la apa:ces duran- Figura 16-7 Fiebre tifoidea. Necrosis e hiperplasia de ganglio mesentérico. (Cortesía del Departamento de Patología del Instituto Nacional de Pediatría, México.) 15 e la fiebre de los tejí­ as en gañ­ íales (figs, lógicas del tam ento intestino se denominan de la siguiente forma: hiperplasia, necrosis, ulceración y cicatrización. Se trata de cambios evo­ lutivos, pero que es posible detener en cualquiera de los periodos con tratamiento antimicrobiano específico. El bazo es otro de los órganos afectados durante el esta­ do de enfermedad; sufre agrandamiento, proliferación inten­ sa de células reticuloendoteliales e hipertrofia de los sinusoides y folículos esplénicos. Las acumulaciones de estas células originan el dato histológico que se denomina nodulo tifoídico.16 En el hígado se produce una reacción inflamatoria gene­ ralizada que causa hepatomegalia, lo cual se ha catalogado como una hepatitis reactiva inespecífica. La hipertrofia e hiperplasia graves de las células de Küpffer producen el dato histológico antes descrito en el bazo, de nodulaciones llam a­ das nodulos tifoídicos. En ocasiones se encuentran zonas difusas de necrosis leve e infiltrado inflamatorio en las regio­ nes porta.17 Otros órganos, como el riñón, pueden presentar signos istológicos considerables, como pielonefritis circunscrita, gKMnerulonefritis o glomerulitis por complejos inmunitanos. Los pulmones por lo general son afectados con menor ^ecuencia, en ellos pueden observarse focos de bronquitis o onconeumonía. El corazón en general presenta cardiomegaJia y un patrón inespecífico de necrosis, degeneración infiltración grasa en el estudio histopatológico. En los músculos se encuentran datos compatibles con degeneración de Zenker.18 Cuadro clínico El periodo de incubación varía en proporción inversa con la magnitud del inoculo; en general, es de 10 a 14 días. Las manifestaciones clínicas varían de manera considerable en intensidad entre un paciente y otro; además, se han estable­ cido diferencias clínicas en términos de gravedad, evolución y complicaciones del cuadro clínico si la enfermedad se pro­ duce por serotipos resistentes o sensibles a los antimicrobia­ nos de uso primario en este padecimiento. El cuadro clínico de la fiebre tifoidea difiere del de los procesos infecciosos producidos por otros microorganismos gramnegativos, puesto que la evolución insidiosa y lenta de sus primeras etapas no es lo común en una sepsis por gramnegativos.19'21 Síntomas Según las diferentes publicaciones, la fiebre se presenta en el 95 al 100% de los casos, y suele ser la primera manifestación del trastorno. En condiciones de evolución natural, a partir de la primera semana la fiebre asume un curso ascendente Parte III Infecciones de! aparato digestivo progresivo y alcanza los 40 °C al final de la primera semana, para conservarse entre 38.7 y 41 °C durante unos 15 días más, hasta que se inicia el descenso en lisis, al final de la tercera semana. Puede concurrir con sudoración profusa y escalofríos. Es importante considerar que la fiebre suele des­ cender entre el cuarto y sexto días después de iniciada la terapéutica antimicrobiana. Se ha reportado diarrea en 30 a 50% de los pacientes, en cuyo caso las evacuaciones son poco numerosas, fétidas y verdosas, aunque también puede haber estreñimiento, el cual se ha registrado entre 3 a 50%; a veces se observan, en un día, evacuaciones acuosas en 3 o 4 ocasiones, para presen­ tar estreñimiento durante 4 a 5 días, y otra vez evacuaciones acuosas fétidas en número reducido; se relaciona con dolor abdominal, el cual se ha registrado en el 13 al 61% , o vómi­ to, en 25 a 68%. Es característica la cefalalgia, la cual se ha referido en cifras que van desde 8 hasta 75% de los pacientes, acompa­ ñada de anorexia y mal estado general y, en ocasiones, de mialgias y artralgias. Se presentan también manifestaciones respiratorias como tos (desde 8 hasta 69%) o dolor en bucofaringe (de 2 a 7 3%), y llega a ocurrir epistaxis. En la primera semana la exploración resulta negativa, con muy pocas excepciones; a veces se presenta dolor mode­ rado en el abdomen, y hasta finales de la primera o segunda semana empiezan a manifestarse los datos clínicos. Entonces el paciente se encuentra en mal estado general y se detecta esplenomegalia en 23 a 68%, así como hepatomegalia en 30 a 40% ; puede haber datos de insuficiencia hepática, con ictericia, sangrados y datos de choque con coagulación intravascular diseminada y otras alteraciones de la coagulación hasta en un 15.9% .22 Se ha registrado un exantema maculopapular hasta en 13% de los casos, por lo general limitado a tórax y abdomen. Se presenta en la segunda semana de evolución y se denomi­ na roseola tifoídica; el cultivo de muestras de estas lesiones permite aislar 5. typhi ,23 Pueden presentarse datos neurológicos, de los cuales los más frecuentes son meningismo, en cerca de 5%, y menin­ gitis (se ha observado líquido cefalorraquídeo [LCR] normal o poco alterado con cultivo positivo respecto a especie de Salmonella), crisis convulsivas, clono (en menos de 1%), confusión mental y alteraciones psiquiátricas en 5 a 10% (estado tifoídico). Se refiere disociación entre pulso y temperatura, aunque este dato se ha observado más bien en adultos; pueden detec­ tarse también signos de miocarditis (que se manifiesta por arritmia, soplos o insuficiencia cardiaca, etc.), la cual debe reconocerse de manera oportuna para un tratamiento eficaz; estas alteraciones comienzan a manifestarse en la segunda semana, ya sea solas o junto con otras complicaciones que^l analizan más adelante. • Caso clínico Escolar de sexo masculino, de 10 años de edad, procedente! del Estado de México. Presenta esquema de inmunizaciones incompleto, sin antecedentes de importancia. Se inició el padecimiento 15 días antes de su ingreso, í con hipertermia no cuantificada de predominio vespertino,; cefalalgia frontal de moderada intensidad, evacuaciones dis-; minuidas de consistencia acuosa, amarillas y fétidas, dolor abdominal difuso de intensidad moderada, ataque al estado general, mialgias y artralgias. A su ingreso se encontró ataque al estado general, abdo­ men blando, depresible, doloroso a la palpación profunda, hepatomegalia 3-4-3 por debajo del borde costal; no había esplenomegalia, y el peristaltismo era normal. La biometría hemática mostró: leucocitos, 7 200; linfocitos, 36; segmen­ tados, 58; bandas, 6 ; reacciones febriles, antígeno H 1:160, antígeno O 1:160; fijación de superficie, 75% ; hemocultivo, negativo, y mielocultivo, Salm onella typhi. Como primera posibilidad se sospechó fiebre tifoidea; se dio tratamiento a base de cloranfenicol, 100 mg/kg/día durante 10 días. Persistió la fiebre hasta cuatro días después de iniciado el tratamiento; luego, el curso fue afebril, con mejoría pau­ latina del estado general. Se dio de alta al paciente sin que se presentara complicación alguna. D iagnóstico El diagnóstico se basa en datos epidemiológicos, clínicos) de laboratorio. Las pruebas más útiles son: biometría hemá­ tica, cultivos y serología. • Biometría hemática Los resultados de este estudio indican lo siguiente: 1. Anemia normocítica. Se presenta a menudo al final de la tercera semana, aun en ausencia de san­ grado. Se puede presentar en 60% de los casos, en la mayor parte de los cuales es moderada. 2. Leucopenia con neutrofilia relativa y eosinop*nia. Alcanza su máxima intensidad en la segunda ,¥ tercera semanas del padecimiento. Se puede pi*sentar en 33.5% de los casos, con valores de 4 OOO a 4 900 en 50%, y de 3 900 en 30%. 3. Trombocitopenia. Se presenta en 57% de los cas® así como también hipofibrinogenemia y elevacio0 d. 5! Es nec Jen result import^1™ miento. A: líricas enti hiponatrer orden.'4 c Cult El diagnós aislamienti la ósea, he varía segúi roma la ni Según obtiene er enfermeda embargo, < La Raza, d mayor po: 90%.5 iMend 1 449 mi 89.6% en 428 hemo El hei te la primt cuarta; el i primera se centaje se cultivo de diagnostic dores repc biopsia de dos comp bacteria e porcentaje hasta 35% « Serc Reacciór Desde 19í ción para que lleva s do para el de baja sei Capítulo 16 aciones de los anticuerpos antifibrinógeno en más de 50% de los pacientes. q>«si £s necesario aclarar que las pruebas de coagulación pue- ¿ ji resultar anormales en 1 6 .5 % ; este fenómeno es más ’m d, proceden!} • munizaciooj i ie su ingrese, io vespertino, cuaciones dbfétidas, dolor * aque al estado f I general, abdoión profunda, >stal; no haba . La biometría ¡, 36; segmen;eno H 1:160, ; hemocultivo, r { | í í I r i íebre tifoidea; 00 mg/kg/dú lés de iniciado 1 mejoría palí­ ente sin quese eos, clínicos j f ametría hemá* i ,ente: a menudo i ísencia de san­ ie los casos, en rada. 'i y eosinop*;n la segundaJ Se puede pu­ dores de 4 OOfl i. '% de los casos, úa y elevación cante durante la segunda y tercera semanas del padeci­ miento Asimismo, pueden presentarse alteraciones electro­ líticas entre 10 y 12% de los casos; las más frecuentes son h'nonatremia, hipopotasemia e hipocloremia, en este i 24 orden. i Cultivos El diagnóstico definitivo de fiebre tifoidea se establece por el aislamiento de 5. typhi, ya sea en muestras de sangre, médu­ la ósea, heces, orina o roseola. La positividad de los cultivos varía según la muestra analizada y la etapa clínica en que se toma la muestra. Según los diferentes autores, la mayor positividad se obtiene en el hemocultivo durante la primera semana de enfermedad, esto sucede hasta en 80% de los pacientes. Sin embargo, en México, el Hospital de Infectología del CM N La Raza, del IMSS, ha establecido que el procedimiento de mayor positividad es el mielocultivo, con cifras de hasta 90%.5 Mendoza y colaboradores reportan datos similares en 1 449 mielocultivos practicados, con una positividad de 89.6% en 1 298 casos, comparado con 63% obtenido en 428 hemocultivos practicados.22 El hemocultivo manifiesta su mayor positividad duran­ te la primera semana (del 70 al 80% ), y la menor durante la cuarta; el coprocultivo comienza a ser positivo al final de la primera semana en 35 a 40% de los casos, y el mayor por­ centaje se registra en la tercera semana: de 50 a 60% . El cultivo de una muestra de roseola es útil para establecer el diagnóstico bacteriológico específico.23 Terminel y colabora­ dores reportaron desarrollo de S. typhi en el cultivo de la biopsia de roseola en 200 pacientes (7 5%) de 266 estudia­ dos comparados con 73 pacientes a quienes se les aisló la bacteria en hemocultivo (42% ).25 El urocultivo muestra porcentajes muy variados de positividad que van desde 2 hasta 35%. • Serología Fiebre tifoidea Un título igual o mayor que 1:160 se estima positivo; sin embargo, los valores deben juzgarse según el periodo de evolución en que se midan, ya que por lo general se elevan entre la segunda y la tercera semanas de la enfermedad; no obstante, en algunos casos permanecen negativos, sobre todo cuando existe perforación intestinal. Por otra parte, también se producen resultados falsos positivos en presencia de cual­ quier proceso inflamatorio importante, y puede haber reac­ ción cruzada con otras cepas de Salmonella no typhi. En un estudio de 2 000 casos de fiebre tifoidea (corro­ borada por aislamiento de S. typh i ) publicado por Barriga y colaboradores, se encontró que los anticuerpos contra el antígeno somático presentaron la mayor elevación en la cuarta semana y en las subsecuentes (52.6 y 60.5% ). Los anticuerpos contra el antígeno flagelar mostraron elevacio­ nes mayores en porcentaje, aunque de características sim ila­ res (73.4 y 75.8% ); sin embargo, otros autores señalan cifras más altas. Fijación de superficie La fijación de superficie de Ruiz Castañeda se considera de mayor sensibilidad y especificidad, con la ventaja de que es una prueba rápida, fácil y económica. Se realiza en una tira de papel filtro, preparada con antígeno somático de Salmo­ nella typhi en forma de mancha teñida, sobre la cual se pone una gota del suero problema y un “control” o testigo negati­ vo, y se suspende en solución salina sin tocar las manchas. Si no ocurre reacción antígeno-anticuerpo (como sucede en el papel testigo), la mancha subirá por capilaridad. La huella del testigo se divide en cuatro partes iguales para compararla con el material de estudio. Si ascienden las cuatro partes, la prueba se considera negativa por la ausencia de anticuerpos; si ascienden 3/4 partes, la fijación será de 25% ; si 2/4 partes, de 50%; si 1/4 parte, de 75% , y si no asciende, la fijación será de 100%. Otras pruebas serológicas útiles, pero más costosas y no disponibles en todos los laboratorios, son: coaglutinación para antígeno O, ELISA para detectar IgG e IgM, e inmunofluorescencia indirecta para detectar antígeno Vi y anti­ cuerpos. La serología es útil sólo para apoyo diagnóstico, pero no lo confirma ni permite hacer un pronóstico general ni prever las complicaciones.26 Reacción de Widal (reacciones febriles) Desde 1986, cuando W idal propuso la prueba de aglutina­ ron para la detección de los antígenos O y H, la reacción j Ue ^eva su nombre ha sido la prueba que más se ha utiliza0 para el diagnóstico de fiebre tifoidea, aunque se considera e haja sensibilidad y especificidad. D iagnóstico diferencial El diagnóstico diferencial de la fiebre tifoidea requiere la consideración de diversos trastornos, en particular datos m uy generales, como son fiebre, dolor abdominal, ataque al Parte III Infecciones del aparato digestivo estado general, sintomatología del aparato respiratorio, tos, cefalalgia, confusión y otros. Los padecimientos más frecuentes con los que debe hacerse diagnóstico diferencial son: • • • Brucelosis. Tuberculosis miliar. Absceso hepático. Hepatitis de diferentes causas. Endocarditis infecciosa. Paludismo. Infecciones de vías respiratorias superiores. Bronquitis aguda. Psicosis. Apendicitis. Colecistitis. Meningitis. Colitis bacilar, amebiana o isquémica. Com plicaciones Las complicaciones pueden clasificarse en varias categorías, según sean consecuencia de: a) bacteriemia, b) lesión del aparato gastrointestinal, c) enfermedad grave y prolongada, d) persistencia del bacilo y su replicación y e) la terapéutica elegida. Se explica cada uno por separado en los párrafos siguientes. a) Por bacteriemia (toxemia): miocarditis, hiperpirexia, daño hepático, daño de médula ósea, coagu­ lación intravascular diseminada. b) Por lesión del aparato gastrointestinal: hemorra­ gia, perforación intestinal. La hemorragia se pre­ senta a partir de la segunda semana, por necrosis de la mucosa, en cerca de 3% de los pacientes; puede ocurrir también perforación intestinal (de 3 a 5% de los casos), que por lo general se manifiesta a unos 15 días de iniciado el padecimiento, en cuyo caso se observa al paciente en un principio en muy mal estado general, con abdomen distendido. Más tarde se produce vientre en “madera”. c) Por enfermedad grave y prolongada: úlceras por decúbito y bronconeumonía. d ) Por persistencia del bacilo y su replicación: recu­ rrencia, infección circunscrita, endocarditis, osteo­ mielitis, artritis y el estado de portador crónico asintomático. Entre 2 y 3% de los pacientes que presentan fiebre tifoidea quedan como portadores asintomáticos, lo cual es más común en mujeres y en personas ancianas. e) Por terapéutica elegida: supresión de la médula ósea, reacciones de hipersensibilidad. La frecuencia de complicaciones en la fiebre tifoy^ i depende de varios factores, entre ellos: tiempo de evolución, i periodo en que se administró el antimicrobiano, tipo de anti- « microbiano utilizado, virulencia del agente y estado inmunitario del paciente. En la epidemia de fiebre tifoidea ocurrid en México en 1972, cuando S. typhi era resistente al cloranfenicol, un estudio realizado en el Instituto Nacional de Pediatría puso de manifiesto un número importante de com­ plicaciones en pacientes con fiebre tifoidea; en 40% se obser­ vó hepatitis con manifestación clínica de síndrome ictérico, hepatomegalia y resultados anormales en pruebas de la función hepática; en la mayoría de los pacientes se realizó biopsia hepática, la cual demostró la presencia de S. typhi en el culti­ vo; asimismo, se encontró miocarditis en 30%, que se mani­ festó clínicamente por alteraciones del ritmo, extrasístole o insuficiencia cardiaca y anormalidades electrocardiografías que requirieron control específico. Se encontró perforación intestinal en 10% de los pacientes, a veces precedida de san­ grado importante del tubo digestivo. También se presentó coagulación intravascular en 20% de los casos. El Hospital de Infectología del Centro Médico La Raza del IMSS fue el que mayor número de casos de fiebre tifoidea atendió durante la epidemia de 1972. En este hospital, en 1676 casos corroborados bacteriológicamente, el mayor número de aislamientos se obtuvo en cultivos de médula ósea, siguiéndole en efectividad los cultivos de sangre y de roseola. La cepa causante de la epidemia resistente al cloranfenicol se caracterizó por una letalidad de hasta 14.5%, la cual estuvo en relación con desequilibrio electrolítico grave, sangrado del tubo digestivo y coagulopatía. Las complicacio­ nes más observadas en estos pacientes fueron, además de las señaladas: hepatitis 7.7% , bronconeumonía 1.7%, miocardi­ tis 1.4% y perforación intestinal 0.9%. Todas las personas ■ mayores de 65 años fallecieron. Un porcentaje relativamente alto de sobrevivientes mantuvieron mielocultivo positivo un año después de haber padecido la fiebre tifoidea.22 Se han señalado alteraciones neurológicas en el 0 al 2% de los casos, con o sin datos de S. typhi en LCR; a veces también hay alteraciones psiquiátricas graves que pueden durar incluso semanas después del cuadro agudo. T ratam iento A n tib ió tico s El tratamiento definitivo para la fiebre tifoidea se basa en 1> susceptibilidad de S. typhi. Hasta que la susceptibilidad no se haya determinado, la selección del antibiótico se consid^ ra empírico. Se han publicado diversas guías terapéuticas respecto. En 2003, las Guías de la O M S recomendaban tratamieni cados com señaló, los la geografi elección di donde la i: « Anfc de í El cloranfe tir de 194: ampicilina virtieron £ finales de i rrollaron c antibióticc Las fl generador tos de prin mejores pe embargo, 1 a extender: riñas es po i Geoi bact Guías recií pediátricos dea no cor de segund; a la ceftria! aztreonam En áre nadas ante, es de 3 .7°/ sub-Sahara te. Por tan Asia, los au de iniciar c los casos m cationes se por vía int nolonas va mundo, pe ■ Med i. ci< demostró 1; Capítulo 16 ■e tifoidea evolución, )o de antj. o inmunj. a ocurrida al cloranicional de :e de como se obsere ictérico, de la funzó biopsia :n el cultie se manirasístole o iiográficas erforación da de san: presentó :o La Raza ■re tifoidea nspital, en el mayor le médula ingre y de : al cloran14.5%, la tico grave, mplicaciomás de las miocardis personas itivamente lositivo un el 0 al 2% R; a veces le pueden basa en la bilidad no ;e considepéuticas al andaban el tamiento con fluoroquinolonas tanto para casos complidos como no complicados de fiebre; sin embargo, como se ¿aló los perfiles de susceptibilidad de S. typhi varían según la o-eografía.27 En opinión de los autores, el antibiótico de elección debe estar basado en datos de susceptibilidad al área donde la infección fue adquirida. « Antecedentes de la resistencia de S. typhi El cloranfenicol fue administrado de manera universal a par­ tir de 1948 y hasta 1970, cuando apareció la resistencia. La ampicilina y el trimetoprim-sulfametoxazol entonces se con­ virtieron en los tratamientos de elección. Sin embargo, a finales de 1980, algunas cepas de S. typhi y S. paratyphi desa­ rrollaron de modo simultáneo multirresistencia a esos tres antibióticos. Las fluoroquinolonas y las cefalosporinas de tercera generación se consideran en la actualidad como tratamien­ tos de primera línea. Al parecer, las fluoroquinolonas tienen mejores porcentajes de curación que las cefalosporinas; sin embargo, la resistencia a las fluoroquinolonas ha empezado a extenderse en algunas áreas y la resistencia a las cefalospo­ rinas es poco frecuente.28 i Geografía de la resistencia bacteriana Guías recientes desarrolladas en el sur de Asia para pacientes pediátricos, recomiendan en el tratamiento de la fiebre tifoi­ dea no complicada al cefixime y azitromicina como agente de segunda línea. En infecciones complicadas recomiendan a la ceftriaxona, mientras que en casos complicados sugieren aztreonam e imipenem.29 En áreas de elevada prevalencia diferentes a las mencio­ nadas antes, la resistencia intermedia a las fluoroquinolonas es de 3.7% en América (P = 0.132), 4.7% [P = 0.144) en sub-Sahara, África, y 10.8% (P= 0.706) en el Medio Orien­ te. Por tanto, en cepas cuyo origen es de fuera del sur de Asia, los autores coinciden con la recomendación de la OMS de iniciar con ciprofloxacina vía oral para el tratamiento de los casos no complicados. En los pacientes con más compli­ caciones se acepta que deben ser tratados con ciprofloxacina por vía intravenosa; sin embargo, la resistencia a fluoroqui­ nolonas va en aumento en esas areas y en otras partes del mundo, por lo que debe vigilarse esta situación, 30-36 1 Medicamentos de elección 1- Cloranfenicol. Desde 1948, cuando Woodward demostró la eficacia del cloranfenicol en el tratamiento de la