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OceanofPDF.com Cuentos Montessori para las buenas noches Spanish Edition - Marta Prada

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A mi hijo. Gracias por todas las noches que pasamos juntos leyendo cuentos.
La felicidad está en instantes tan sencillos como esos y tú formas los míos día tras día.
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Nota aclaratoria
Usaré la palabra «padres» para englobar a los miembros de la familia
acompañante del niño, independientemente del género y número de
personas que la integren. De la misma forma, me referiré al «niño» de
forma genérica, como lo hacía la doctora Montessori en su obra,
englobando a niños y niñas.
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Capítulo 1. Despedir el día en conexión
Durante algún tiempo me frustré porque cuando le preguntaba a mi hijo
cómo le había ido el día en la escuela no me contaba nada. Sin embargo, mi
frustración desapareció cuando comprendí que no era una decisión
consciente. Contar implica haber procesado todo lo vivido y eso lleva su
tiempo.
Finalmente dejé de preguntarle: «¿Qué tal la escuela?». Los niños viven
el momento presente y centran su atención en él. Salirse de ahí es como irse
de una fiesta cuando han sacado el pastel: no les gusta.
El reencuentro con los niños, después de la escuela o el trabajo, es un
momento clave de reconexión, de cambio, de cobijo.
El niño ha pasado unas horas separado de sus figuras de apego, ha vivido
diferentes situaciones y emociones. Necesita que entremos en su momento
y lo hagamos nuestro, necesita sentirse acompañado de nuevo. En el
reencuentro no está la necesidad del niño de contar, sino la nuestra de saber.
Si te reencontrases en el aeropuerto con un ser querido después de cinco
años sin verle, no pensarías en preguntarle qué ha estado haciendo. ¿Qué
haríamos seguramente? Abrazarle, sonreír, besar, hacer cualquier
comentario en tono de broma que nos ayudase a romper el hielo… Es
posible que, unas horas más tarde, ya comenzaseis a contaros cosas después
de esa conexión inicial.
Justo antes de dormirse, cuando el niño se nota sereno, tranquilo, en
calma, cuando ha pasado tiempo con nosotros y se ha sentido acompañado,
es cuando van fluyendo todas las historietas de ese día o de días pasados.
Por eso, el final del día tiene una trascendencia vital: es momento de
sentir acompañamiento, de conectar con un cuento con el que los niños
puedan empatizar, de sonreírnos, de sentirnos cerca con un masaje, una
canción o una pequeña charla.
El sueño tiene un peso muy importante en el desarrollo cognitivo y
fisiológico. Ayuda a afianzar e integrar aprendizajes, a organizar
percepciones y a consolidar recuerdos, además de esa necesaria función de
recarga de cuerpo y mente. El momento justo de antes de ir a dormir influye
en la calidad del sueño y en los pensamientos y emociones que registra el
cerebro inmediatamente antes de entrar en este modo de «desconexión y
procesamiento de información».
¿Dónde queda eso cuando los niños se duermen sin acompañamiento o
simplemente viendo la tele o jugando con la tableta?
He escrito este libro para ayudar a las familias a encontrar ese momento
al final del día. Con pequeños textos para acompañar a padres y madres, y
cuentos para que los niños saquen, reflexionen, paren, valoren, se
empoderen antes de irse a dormir y procesen lo vivido en el subconsciente.
Hayamos tenido el día que hayamos tenido, irnos a dormir con un abrazo,
una mirada y un mensaje de aliento nos ayuda a verlo todo desde un prisma
más sereno y positivo. Reflexionar sobre todo lo bonito que tenemos dentro
y fuera nos ayuda a apreciarlo aún con más fuerza al día siguiente. Por eso,
los cuentos están cargados de amor por la naturaleza, de mensajes que
invitan a los niños a seguir su ritmo, a valorar lo cotidiano, a apreciar el
mundo en todos sus aspectos y a ser ellos mismos. Todo desde el prisma de
respeto, confianza en el ser humano y amor de la filosofía Montessori.
Hagamos un hueco en nuestro tiempo para encontrar ese momento. No
podemos dormirnos también con prisas. Muchas familias se frustran porque
sus hijos no quieren acostarse, y a veces lo que ocurre simplemente es que
les falta ese momento para expresarse, compartir emociones vividas y
conectar con sus figuras de apego. Inconscientemente buscan aquello que
les falta saltando encima de la cama, correteando por el pasillo, pidiendo un
vaso de agua cuando acaban de beber... Los niños nos hablan todo el tiempo
con sus acciones, solo hay que observarlos para aprender a escuchar sus
mensajes.
Ese tiempo previo al sueño es un momento de recarga también para
nosotros como padres. A lo largo del día no siempre actuamos como el
padre o la madre que queremos ser, a veces nos equivocamos. Disponer de
un momento al final del día en el que simplemente tengamos que
preocuparnos por disfrutar de la mutua compañía mientras nos hacemos un
masajito, leemos un cuento o charlamos nos ayuda a conectar con nuestra
mejor versión, a perdonarnos y a querernos.
Ojalá todos los niños se fuesen a dormir con la sensación de que son
amados y acompañados incondicionalmente, de que hay muchas pequeñas
cosas bonitas que apreciar en el mundo que los rodea, aunque hayan tenido
un día de tormenta. Cuanto más gris haya sido el día, más necesitamos ver
el arcoíris para no perder las ganas de seguir mirando hacia arriba.
Hoy se acurrucan a nuestro lado, buscan nuestros abrazos, tocan nuestra
oreja o nuestro pelo y entrelazan sus pequeñas manitas con las nuestras.
Hoy nos hacen sonreír antes de dormir con sus ocurrencias y su forma de
entender el mundo. Es uno de esos momentos tan mágicos como efímeros
que te regalan los niños. Sé que estás cansado o cansada, es el final del día
y has hecho muchas cosas, muchísimas. Por eso te mereces parar y
simplemente disfrutar de ser padre o madre, a su lado, mientras los ojitos se
van cerrando con esa sensación tan necesaria e increíble de sentir el amor,
la compañía y la conexión.
¡Felices sueños!
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En mis ojos
La noche ya ha llegado. Nila no tiene nada de sueño;
ni siquiera se ha dado cuenta de que ya ha oscurecido.
Mueve sus brazos de acá para allá como una bailarina,
salta como una trapecista y canta como una cantante de
ópera.
—¡La, la, laaa, lará, la, la, la, laaa! ¡Hoy no quiero
dormir! —dice mientras sale de la habitación bailoteando.
—Nila,
¿adónde vas? —le pregunta su mamá mientras
sale en su busca.
—¡Ya sé! —dice Nila—. Iré... ¡a la cocina! —Al llegar se
da cuenta de que ya ha cenado—. Ahora no hay nada que
hacer aquí, ya no tengo hambre.
—¡Nilaaa! ¿Estás ahí? —Su mamá la busca en el salón,
pero Nila no aparece.
—¡Ya sé! Iré... ¡al baño! Pero... ya me he duchado, he
hecho pipí, me he lavado los dientes... Tampoco hay nada
que hacer aquí.
—¡Nilaaa!
¿Estás ahí?
—Su
cocina, pero Nila no aparece.
—¡Ya sé! Iré... ¡al salón!
mamá la busca en la
—Nila
está muy convencida.
Pero, al llegar, no hay nada divertido que le apetezca
hacer allí. Los ojos le empiezan a pesar y su cuerpo ya no
tiene tanta energía... —Volveré a la habitación. ¿Mami?
¡Mamiii!
Cuando escucha su llamada, la mamá de Nila acude a
la habitación de nuevo.
—¡Nila, estás aquí! ¡Qué alegría haberte encontrado!
Ambas se sientan juntas sobre la cama.
—¿De
qué color son mis ojos? —le pregunta su mamá—.
Si te acercas a ellos muy despacio y los miras con mucha
atención, verás algo sorprendente: quizá es lo que estabas
buscando por toda la casa.
Nila, expectante, se acerca muy lentamente a los ojos de
su mamá y encuentra algo que jamás imaginó.
—¡Soy yo! ¡Puedo verme en tus ojos!
—¿Sabes,
Nila? Si yo miro tus ojitos, también me puedo
ver en ellos. Eso solo ocurre cuando miras muy cerca a las
personas, despacio, con amor y atención. En ese instante,
esas dos personas que se están mirando se sienten más
cerca y todo es mucho más sencillo entre ellas.
—¡Vaaaya!
—Ven
conmigo —dice su mamá mientras la toma de la
mano—. Vamos a mirar por la ventana. ¿Ves el cielo
oscuro? Eso significa que ha llegado el momento de
descansar. ¿Puedes ver alguna estrella? Aunque hoy no
veas ninguna, si cierras los ojos y respiras profundamente
muy muy despacio seguro que podrás visualizar un cielo
lleno de estrellas hermosas. ¿Probamos juntas?
Nila y su mamá se tumban sobre la cama, cierran los
ojitos y se dan la mano.
—¡Cuando no sepas qué buscar, recuerda que siempre te
puedes encontrar en los ojos de mamá o papá!
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Capítulo 2. Ritmo slow
El peor enemigo de una crianza consciente, sin duda, son las prisas.
¿Cómo dar tiempo al niño en una sociedad que vive a un ritmo tan
vertiginoso? No podemos decidir sobre el ritmo de la sociedad, pero sí
podemos trabajar sobre nuestro propio ritmo. Hay tres bases sobre las que
puedes trabajar para gestionar el tiempo de una forma más consciente como
madre o padre:
1. Prioriza. ¿Has tenido alguna vez la sensación de que la maternidad se
convierte en una carrera de obstáculos? La casa, el trabajo, la pareja, el
ocio, los niños… No te ahogues en la culpa cuando veas que no llegas: no
eres tú, es el ritmo antinatural al que nos movemos. Tú haces mucho,
muchísimo. Enfócate cada día en lo que es esencial. Es cierto que cada vez
sentimos más culpa por no llegar a todo, pero es que cada vez tenemos más
cosas a las que llegar. ¿Te has parado a pensarlo?
2. Toma decisiones. Las que te permitan caminar un poco más despacio y
disfrutar de tu crianza: madruga un poco más, libérate de alguna tarea,
delega, busca momentos para tu propio cuidado, busca momentos de NO
hacer. Se trata de bajar el listón de la exigencia. Empezar un día con prisas
es como salir en una carrera cuando ya ha empezado: el agobio, el estrés y
los pensamientos negativos te hacen responder de una forma más irracional.
¿Qué puedes hacer para comenzar el día más despacio? Si no se te ocurre
nada, quizá puedes hacerte otra pregunta: ¿qué puedes hacer para comenzar
a disfrutar las mañanas con tus hijos?
3. Enraízate. Busca conectar con tus emociones, con tu energía, con lo
que te mueve. «¿He disfrutado hoy de algún pequeño detalle?» «¿Qué voy a
hacer mañana para tener algo de tiempo para hacerlo?» Busca propósitos
pequeños a corto plazo que te conecten con tu raíz.
Algunos aspectos que te pueden ayudar a tomar más consciencia de tu
ritmo:
·
·
¿Me detengo ante pequeños detalles bonitos a mi alrededor?
Cuando mi hijo tarda más de lo habitual en una tarea… ¿le doy
presencia en silencio esperando a que termine?
·
·
·
¿Tengo algún momento de «no hacer» a lo largo del día?
¿A qué ritmo camino?
¿Saboreo lo que como, masticando conscientemente?
·
Cuando empiezo un nuevo proyecto o tarea, ¿me enfoco en
disfrutarlo o en acabarlo?
Esto es solo una reflexión guiada a la que puedes volver como punto de
consciencia cada vez que sientas que NO llegas a todo.
Cuando vas más despacio dejas de sentir el agobio en el momento que tu
hijo o hija no se quiere poner las zapatillas y puedes sentarte a su lado a
contemplar con gozo su ascenso, puedes sonreír con él cuando llega el logro
y disfrutar de una crianza más compasiva, relajada y feliz en la que los
niños tienen tiempo de SER NIÑOS.
Cada vez es más frecuente ver a niños con jornadas escolares
maratonianas, porque creemos que tienen que aprovechar su potencial en la
infancia para convertirse en personas exitosas: actividades extraescolares,
idiomas, deportes… Lo que hace que una persona con éxito en su vida no
son los conocimientos, sino una personalidad sana e integrada. Los
cimientos de esta se crean en la infancia.
¿Qué necesitan los niños? Padres y madres presentes que no estén
siempre agobiados o cansados, sentirse queridos, tener tiempo para jugar y
reír, para crear, para contribuir y hacer las cosas por sí mismos. Todo esto se
podría resumir en una palabra: tiempo. Cuando hay unos cimientos
emocionales y afectivos sanos, el niño se siente seguro, tiene inquietud por
aprender y explorar e, indirectamente, va adquiriendo esa experiencia y
conocimientos.
Eduquemos despacio y sin prisas. Estamos convirtiendo la educación en
comida rápida: parece saciante y suculenta por fuera, pero por dentro tiene
efectos nocivos para la salud.
Manejamos el tiempo y la energía como si fuesen recursos ilimitados, y
cuando vemos que se están agotando nos frustramos. Hagámonos
conscientes de que son recursos escasos para gestionarlos sin frustración y
acompañar a nuestros hijos más despacio, a su ritmo. ¿El beneficio? Su
felicidad, la nuestra. Serán niños solo unos años. Saboréalos como si fuesen
solo unos segundos.
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La magia del mundo
—Mochila...
¡preparada! Cantimplora... ¡llena! Lupa...
¡en su lugar! Brújula... ¡lista! Nos vamos de excursión.
¿Estás listo? ¡En marcha!
Hoy mi hermana Carlota quiere llegar muy temprano al
embalse. Le gustaría bañarse y hacer un pícnic antes de
que llegue más gente. Camina velozmente de la mano de
mamá y no deja de decirnos que nos demos prisa.
—¡Caaarloootaaa!
¡Esperad! —Papá y yo ya caminamos
más despacio.
—¡Espera, papá! ¿Has visto ese agujero?
—¿Qué será? Podemos buscar alguna pista. ¿Qué ves
alrededor? —pregunta papá.
—Una
huella de conejo. ¡Es una madriguera!
—¡Qué interesante! Chist, parémonos unos segundos, he
oído algo. ¿Lo ves? Hay un conejo ahí arriba, entre
aquellos arbustos.
—¡Vaaaya! Parece taaan suave, nunca había visto
ninguno tan cerca.
—¡Chicos!
Daos prisa, ¡tenemos que llegar pronto al
embalse! —exclama Carlota a lo lejos. Ella y mamá cada
vez caminan más y más rápido.
Papá y yo seguimos caminando despacio. Me fascina ver
cómo se mueve la aguja de la brújula mientras avanzamos
por el sendero.
—¡Para, papi! ¡Un trébol de cuatro hojas! La abuela me
ha dicho que traen buena suerte. ¿Tú has visto alguno?
—Mira esas hormigas, van despacio y llevan juntas un
pequeño trozo de pan. ¡Es tan grande como ellas! ¡Es
asombroso verlas trabajar en equipo!
—¡Vamooosss! ¡Daos prisa! ¡Ya queda poco para llegar!
—grita
Carlota a lo lejos mientras camina velozmente.
—¡Esperad!
Ya vamos —contesta papá.
Papá y yo seguimos caminando juntos a nuestro ritmo.
De pronto, al mirar al cielo veo un intenso color azul y...
—¡Una nube con forma de corazón!
—¡Chicos!
¡Venid rápido! ¡Que ya hemos llegado! —grita
Carlota desde la distancia, ya en el embalse.
De repente, mientras escucho su voz, observo el aleteo de
una gran mariposa monarca que se posa frente a mí.
¡Cuántos colores!
—Si te acercas muy despacio, podrás observar mejor sus
alas —dice papá—. ¡Son tan hermosas las mariposas!
Tras unos minutos más caminando llegamos al embalse.
Allí están Carlota y mamá.
—¡Qué emoción, Carlota! Cuántas cosas interesantes
había en el camino, ¿no crees?
—¿Cosas interesantes?
—Claro,
¿acaso no has visto la madriguera, el conejo, el
trébol de cuatro hojas, las hormigas, la nube con forma de
corazón o la mariposa monarca?
—No, no he visto nada de lo que comentas —dice
Carlota con gesto triste—. He pasado por el mismo lugar
que tú, solo que más rápido y no he visto nada de eso.
—¿Sabes
qué? A la vuelta tendremos otra oportunidad
de caminar juntos más despacio y seguro que entre todos
descubrimos muchísimas más cosas increíbles —dice papá.
Carlota sonríe aliviada mientras lo abraza.
—Ahora que estamos todos juntos... ¿y si nos pegamos
un chapuzón?
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Capítulo 3. Motivación y autoestima
Detrás de un niño motivado y con una autoestima sana hay un adulto que
conoce al niño, confía en él y lo espera.
Los niños no se motivan con halagos, eso son solo golosinas
emocionales. Una autoestima sana se tiene que ir forjando desde dentro
hacia afuera. Es el niño el que, a través de sus percepciones, de sus logros y
de la confianza que percibe en su entorno, va desarrollando ese impulso por
perfeccionarse y ese mensaje interior: «Yo puedo hacerlo».
Es curioso ver cómo a veces se pretende motivar a los niños con
pegatinas, halagos o puntos positivos cuando la mayoría de sus intentos por
hacer cosas se ven frustrados. Y, sin embargo, les pedimos que se vistan
rápido, que coman, que recojan…
Un buen comienzo para que forjen esa autoestima sana en un mundo tan
frenético e hiperexigente como el que nos rodea es pensar en cómo dar la
vuelta a nuestra forma de expresarnos y poner límites. Los niños han de
sentir que lo positivo en ellos tiene un lugar predominante, que sí pueden
hacer muchas cosas solitos y que nosotros estamos ahí para acompañarlos
siempre que nos necesiten.
¿Cómo?
·
Redistribuir y reorganizar el hogar para que el niño pueda contribuir.
Socialmente los niños han estado relegados a un plano inferior. Había
que entretenerlos o distraerlos con juguetes para que nos dejasen
cocinar. ¿Y si el niño pudiese tener el sentimiento de que es uno más
y puede aportar cosas igual de valiosas que los adultos? Simplemente
hay que cambiar el mensaje de: «Vete a jugar mientras hago la cena»
por «Necesito tu colaboración. ¿Preparamos juntos la cena?». Si en
casa realizamos unos pocos cambios básicos en la cocina para poner
al alcance sus cosas y que la encimera esté accesible, el niño se sentirá
integrado, capaz y necesitado: los tres pilares básicos de una
autoestima sana.
·
Respetar sus esfuerzos sin interrumpirles. Confía. Puede hacerlo.
Quizá la mejor herramienta de motivación para los niños sea nuestra
presencia sonriente y silenciosa.
·
Límites en positivo y ejemplo. Como adultos, no toleraríamos que una
persona cercana nos estuviese continuamente prohibiendo actuar: «No
camines así, no te pongas eso, no toques ahí, no saltes, no…». Eso no
solo dañaría nuestra autoestima y la seguridad en nosotros mismos,
sino que crearía una barrera entre nosotros y esa persona. Tenemos
muy afianzada la idea de que poner límites es prohibir. En un mundo
adulto todo son prohibiciones para los niños; en un entorno que piensa
en los niños solo tenemos que anticiparnos, mostrarles cómo,
mostrarles dónde y dar ejemplo. No se trata de reprimir la energía de
los niños, sino de canalizarla de tal forma que puedan tener un
desarrollo integrado.
Un niño que da golpes sobre una mesa no necesita que alguien le diga en
tono de enfado: «Eso no se hace, a la próxima estás castigado». ¿Cómo
podemos ayudarle? Pensemos que los niños expresan con acciones lo que
todavía no son capaces de expresar con palabras:
1. ¿Qué podríamos hacer para que se sienta integrado?
Pídele ayuda, muéstrale lo importante que es su colaboración, prepara
el ambiente.
2. ¿Qué podríamos hacer para que se sienta comprendido?
Valida sus emociones, confirma sus percepciones, sus necesidades.
3. ¿Qué podríamos hacer para canalizar su necesidad de golpear?
Busca cómo ofrecerle trabajo inteligente que canalice sus necesidades
y que le haga sentir útil: «Cuánto te gusta golpear; ven, necesito que
des esos golpes tan potentes aquí para moler estas nueces».
En la filosofía Montessori hablamos de gracia y cortesía. Es una forma
vivencial de que los niños vayan integrando modales desde la experiencia y
la observación de nuestro ejemplo y lecciones en las que se representa con
el niño, por ejemplo, cómo caminar, cómo tocar un objeto o cómo pedir
algo: nosotros lo representamos previamente y después el niño lo practica.
En los ambientes Montessori estos aprendizajes suelen llevarse a cabo en
pequeños grupos. En casa, podemos ponerlos en práctica en familia,
anticipándonos a situaciones comunes, o bien con posterioridad, en otro
momento. Es importante no partir continuamente del error de los niños para
que integren un aprendizaje. El error sirve para adquirir experiencia e ir
integrando aprendizajes naturalmente, pero no debe ser usado por el adulto:
el niño tiene que sentir que es capaz de conseguir lo que se proponga;
remarcar sus errores le llevará a pensar todo lo contrario.
·
Hacerle notar sus esfuerzos, enfocarle en sus logros y apoyarle con
sus errores.
«Veo que has usado muchísimos colores en este dibujo.»
«Has dedicado mucho tiempo a ordenar para que todo esté bonito.»
«¡Lo conseguiste!»
«¡Lo has hecho tú solo!»
«¡Lo has logrado!»
«¿Cómo te sientes?»
«Seguro que aprenderás algo importante.»
«Confío en que encontrarás una solución. ¿Qué puedes hacer?»
«Puedes hacerlo de nuevo.»
·
Ambiente emocional sano. Libre de chantajes («Mamá se pone triste
si no acabas tus tareas»), libre de amenazas («Como no te vistas
rápido, no vamos a ir al parque») y libre de premios de cualquier tipo.
No tendríamos que plantearnos cómo motivar a los niños: los niños ya
nacen con esa energía motivadora. Solo tenemos que preguntarnos cómo
conservarla. Si el niño puede seguir su plan natural de desarrollo llegará a la
adultez seguro de sí mismo.
No importa que al cocinar el resultado no sea el esperado. No importa
que se derrame un poquito de agua: es solo agua. No importa que un día se
rompa un vaso: es solo un vaso. Lo importante es que el niño sienta que
puede contribuir, que es uno más, que conectemos, que nos divirtamos
remando en la misma dirección. Cuando los niños sientan que no han
venido a un mundo de adultos, sino que también es un mundo de niños, no
necesitaremos hablar de cómo motivarlos.
Como adultos, nuestra misión es guiar con paciencia y empatía. Si
tuviésemos más presente al niño que llevamos dentro sería más fácil
entender y acompañar al niño que está fuera.
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Tú también puedes cambiar el mundo
Briseida se acuesta cada noche viendo el reflejo de la
luna sobre el mar a través de su ventana, el sonido del
agua la relaja. Cuando sea mayor quiere dedicarse a
investigar los océanos. Su abuela dice que será una gran
bióloga marina.
A Briseida le encanta vivir junto a la playa. ¡Son tan
bonitos sus colores! Cada día observa a los cangrejos en la
arena, se divierte con las olas que vienen y van, y escucha
a las gaviotas graznar.
—¡Vaya! Parece que esta noche habrá una gran
tormenta.
Briseida cierra los ojos y entre el rugir de los truenos y
el vaivén de las olas se queda dormida. A la mañana
siguiente se despierta y respira profundamente. ¿A qué
huele? Briseida sube la persiana apresurada. ¡No puede
ser!
La marea ha llevado a la playa mucha basura. La
arena está cubierta de desperdicios. «¡Oh, no! ¿Y los
animales?» Briseida mira a su alrededor y siente ganas de
llorar.
—¡La playa es tan grande y yo soy tan pequeña! Pero
¿sabes qué? ¡Manos a la obra! ¡Puedo limpiar este trocito
de playa yo sola! Los animales, la playa y el mar me
necesitan. ¡Guantes! ¡Pinzas! ¡Sacos!
Briseida se pasa todo el día recogiendo envases, latas,
plásticos... ¡incluso un zapato! Al mirar a lo lejos ve a
una mujer tomando fotos. «¿Qué fotografiará? ¡La playa
nunca ha estado tan fea y triste!», se pregunta intrigada.
Y de repente suspira:
—¡Estoy agotada!
Al atardecer, Briseida se da cuenta de que después de
un duro día de trabajo, el pequeño trozo de playa que está
frente a su casa ha quedado limpio y bonito de nuevo.
«¡Lo he hecho yo sola! ¡Lo he conseguido! Aunque la
playa es muuuy larga, supongo que mañana podría
limpiar otro trozo», piensa Briseida.
A la mañana siguiente se despierta al escuchar voces.
¿Qué pasa? Levanta rápidamente la persiana y sus ojos se
iluminan. Briseida sonríe.
—¡Abuela, abuela! ¡No te lo vas a creer! ¡La playa está
llena de gente limpiando!
Su abuela está tomando una taza de té mientras lee
sonriente el periódico: «Todos podemos poner nuestro
granito de arena para salvar el planeta, como Briseida»,
dice el titular.
—Una pequeña niña como tú, con sus pequeñas
manitas, en su pequeño trocito de playa, con su gran amor
por el océano, ha sido capaz de hacer que el mundo entero
reflexione y se dé cuenta de que todos tenemos que amar y
cuidar el planeta.
Briseida está tan contenta que sale descalza a la arena
y al tiempo que estira sus brazos exclama:
—¡Yuhuuu! ¡Lo he conseguido!
¿Y tú? ¿Tienes amor dentro de ti? ¿Tienes energía,
seguridad e ilusión? Entonces tú también puedes cambiar
el mundo con pequeñas grandes acciones. ¡Feliz noche!
Quién sabe qué podremos hacer mañana...
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Capítulo 4. El valor de la naturaleza
La naturaleza es para el niño como el sol para el día. Desnaturalizar la
infancia está conduciendo a desnaturalizar el desarrollo: es raro encontrar
en este tiempo un aula sin niños con trastornos de algún tipo: déficit de
atención, hiperactividad, conductas negativas desafiantes…
No estamos ante una generación defectuosa: nuestros niños, igual que los
niños de hace cien años, solo necesitan unos padres presentes, serenos,
alegres y comprensivos, que pasen con ellos tiempo al aire libre y que los
inviten a contribuir en el hogar.
Las prisas, el estrés, las pantallas, la hiperexigencia y la sobreprotección
están provocando que los niños cada vez pasen más tiempo alejados de lo
esencial: sus figuras principales de apego y unos entornos naturales que los
permitan canalizar sus necesidades motrices e intelectuales.
Salir a disfrutar de la naturaleza se ha convertido en algo demasiado
eventual. Los niños tienen demasiado ruido mental; acumular experiencias,
organizar y clasificar percepciones ha pasado a un segundo plano.
El ritmo de la sociedad no tiene muy en cuenta a los niños, pero nosotros
sí podemos integrar pequeños cambios en nuestro día a día que nos ayuden
a encontrar un equilibrio más sano y natural en nuestro hogar:
·
Autocuidado y ocio al aire libre. Dedicar tiempo a cuidarnos es una
prioridad, no un privilegio. Los niños nos necesitan con energía,
necesitan nuestra mejor versión. En la naturaleza todos nos
recargamos: respirar mientras los niños escalan un árbol, leer un libro,
jugar… Cualquier actividad sencilla al aire libre servirá para crear
recuerdos y conexión con los niños. Uno de mis deportes favoritos,
por todo lo que implica, es el senderismo. Los niños pueden empezar
a practicarlo desde muy pequeños, y está lleno de retos y aprendizajes
que podemos adaptar a su desarrollo. Huyamos del ocio sedentario,
huyamos de las pantallas que alimentan el morbo, la vida artificial,
que nos frustran y nos sobreestimulan. ¡Salgamos ahí fuera a vivir
nuestra propia vida!
·
Viajar en contacto con la naturaleza. La llegada de los niños a una
familia no implica renunciar a los viajes. Todo lo contrario. Es una
buena oportunidad para explorar nuevas formas de viajar, más
conectadas con lo natural, más económicas y más adaptadas a sus
necesidades. Por ejemplo, viajar de camping. Allí los niños pueden
sentir los placeres de una vida sencilla, pueden sentir la libertad que
da la naturaleza y la conexión con el mundo. Puede que ir de camping
con niños parezca demasiado «aparatoso» al principio. Es normal que
comiences con el maletero repleto de trastos; sin embargo, con el
tiempo te das cuenta de que puedes prescindir de muchos objetos y
vas simplificando, porque llevar pocas cosas implica tener menos
complicaciones y más tiempo para disfrutar, y eso, en realidad, es lo
único importante.
·
Plantas en el hogar. Algo tan sencillo como una planta puede ser toda
una inyección de autoestima. Cuidar un ser vivo es una tarea muy
motivadora para un niño: regar, limpiar con delicadeza las hojas,
trasplantar… Además, si tenéis espacio exterior, crear un pequeño
huerto les ofrece la posibilidad de ver todo el proceso de producción
de los alimentos desde el inicio. El huerto requiere una gran explosión
de movimiento inteligente y otorga a su vez un gran sentimiento de
logro y satisfacción. Sobre todo, cuando llega el momento de la
recolección.
·
Alimentación más consciente. No solo se trata de qué comemos, sino
del valor que damos a los alimentos: pararse antes de comer, observar
y comentar con los niños los colores y alimentos que hay encima de la
mesa, agradecer a la tierra, al sol, al agua… Mostrarles cómo ofrecer a
otras personas la comida de su plato cuando no quieren más,
mostrarles cómo reciclar la basura orgánica.
·
Predicar con el ejemplo. La mejor forma de mostrar a un niño la
importancia de cuidar de nuestro planeta es nuestro ejemplo. ¿Puedes
reducir desechos y plásticos? ¿Puedes hacer un consumo más
responsable? Puede que hasta ahora no lo hayas hecho, pero nunca es
tarde. Los niños nos recuerdan que nuestra forma de pisar en el
mundo va dejando huella. Tu ejemplo es la semilla de cambio. No
tenemos un planeta B.
·
Los niños necesitan menos juguetes, más naturaleza y más posibilidad
de sentirse útiles y capaces en su hogar. Los mejores juguetes son
gratis y están ahí fuera: piñas, palos, agua, tierra, hojas... Busca
trabajos con propósito de exterior: recoger moras para hacer
mermelada, barrer hojas, hacer arreglos con flores, alimentar a un
animal…
·
Museos, libros, exposiciones sobre el mundo natural. Nuestro planeta
es mágico y apasionante. ¿Por qué nos empeñamos en rodear a los
niños de ficción si ni siquiera conocen aún los secretos maravillosos
que esconde la naturaleza? La magia está entre nosotros: si desde
niños aprenden a buscarla cerca de ellos, cuando crezcan no la
buscarán lejos, sabrán que están rodeados de ella.
·
Un ambiente natural. Cuanto más sencillo, ordenado y adaptado esté
un hogar (a todos los niveles) más posibilidades tendrá el niño de
desarrollarse de una forma sana e integrada.
La naturaleza es nuestro medio. Estar en ella hace que conectar con
nosotros mismos sea más sencillo. ¿Te has dado cuenta? En la naturaleza
las rabietas y los conflictos entre los niños se minimizan, los agobios se ven
más pequeños, nuestro cuerpo recupera fortaleza, la comida se saborea más,
el tiempo pasa más despacio, los niños se mueven, descansan mejor, se
balancean, equilibran su cuerpo y su mente.
Lleva la naturaleza a tu hogar, a tus hábitos, a tu forma de relacionarte y
te sentirás más vivo y más presente: en definitiva, más feliz.
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El valor de la naturaleza
Cuando Nahuel recibió su regalo de cumpleaños se sintió
algo decepcionado. Le parecía que aquel era el regalo más
extraño que había visto nunca.
¿Qué crees que podría ser?
¿Tal vez un cuento para imaginar historias
fascinantes? Nooo.
¿Tal vez unas botas de agua para saltar en los
charcos? Nooo.
¿Tal vez un detector de metales para buscar monedas y
objetos entre la arena? Nooo.
Era un pequeño saquito de tela que tenía bordadas
unas palabras: EL VALOR DE LA NATURALEZA. Y en su
interior había unas pocas semillas.
—¿Este es mi regalo? —preguntó Nahuel confuso a sus
padres.
—Este regalo te dará grandes momentos —le contestó su
papá a la vez que depositaba con cariño el saquito en sus
manos—. Puedes elegir un lugar donde te apetezca plantar
tus semillas. ¡Seguro que encontrarás un sitio muy
especial!
Nahuel estaba desconcertado. Durante esa noche pensó
entristecido en lo pequeño que era su regalo y en lo que su
padre le había dicho. Decidió que el lugar perfecto para
plantar sus semillas sería el prado que había detrás de la
casa. Allí su abuelo tenía un pequeño huerto y jugaba con
sus primos cuando iban a verle.
A la mañana siguiente, toda la familia le estaba
esperando en el prado.
—¡Qué sorpresa!
Su papá le mostró cómo plantar las semillas y Nahuel
cavó un poco la tierra con el rastrillo y las depositó en
ella. Después todos cantaron y jugaron juntos aquella tarde.
¡Nahuel lo pasó en grande con sus primos!
Los días fueron pasando. Nahuel regaba la tierra, pero
nada nuevo había en ella.
—Han pasado muchos días, pero todo sigue igual, las
semillas no han germinado.
A pesar de todo, Nahuel se sentía contento porque le
encantaba ir al prado con su familia, regar, recoger las
hojas secas, hacer pícnics, trepar a los árboles y escalar las
rocas.
Un día, de visita al prado, cuando ya todos pensaban
que nada crecería allí, vieron algo verde, diminuto y
fascinante: ¡era el primer brote! ¡Algo estaba creciendo!
Nahuel daba saltos de alegría.
A partir de ese momento, cada vez que Nahuel y sus
padres iban al prado, descubrían que la planta estaba
más y más alta, más y más verde. Hasta que un día
Nahuel se encontró la gran sorpresa...
—¡Papá, mamá! ¡Tenéis que ver esto!
Un pequeño fruto se asomaba entre las hojas.
—¡Es una fresa! —gritó Nahuel emocionado.
—Si
esperamos algún tiempo, podrás ver muchas más —
le contestó su papá—. Es necesario que las fresas estén bien
rojas para poder recogerlas.
Pasaron muchos días hasta que la planta se pudo ver
llena de suculentas fresas rojas.
—Ahora
que por fin podemos recoger las fresas, ¿qué
crees que podríamos hacer con ellas? —le preguntó su
mamá.
—¡Tengo una idea genial! —exclamó Nahuel—. ¿Y si
organizamos una gran merienda?
—¡Claro! Puedes invitar a todos tus amigos al prado.
Nahuel y sus padres recogieron una cesta de fresas
maduras. Esa tarde Nahuel estuvo muy entretenido en casa
lavando y preparando las fresas.
Al día siguiente, Nahuel y sus amigos se reunieron en el
prado.
—¡Hay fresas para todos!
Lo pasaron en grande aquella tarde. Las fresas fueron
todo un éxito.
Ahora Nahuel lo veía claro, un regalo tan pequeño
como aquel saquito de semillas le había proporcionado
algunos de los momentos más grandiosos y divertidos.
La naturaleza es un pequeño gran regalo: cuídala y
ella cuidará también de ti.
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Capítulo 5. Los abuelos
Los abuelos se han convertido en el pilar fundamental de muchas familias
para conciliar la vida laboral con la vida familiar. Debido a nuestras
circunstancias profesionales, a veces, los abuelos tienen que pasar varias
horas al día a cargo de sus nietos.
Ellos tienen otras vivencias, otra experiencia de vida y también, en
muchas ocasiones, otra forma de acompañar a los niños. ¿Cómo vivimos
nosotros esto como padres o madres? Creo que hay varias cuestiones sobre
las que reflexionar:
1) Los abuelos están asumiendo un papel que no les corresponde y lo
están haciendo por AMOR. Hay una palabra que ha de estar siempre
en nuestra mente a la hora de visualizar el tiempo que pasan con
nuestros hijos: «gracias».
2) No puedo controlar ni cambiar a las personas que tengo a mi
alrededor. Los reproches, el mal humor, las críticas, las órdenes o las
correcciones solo generan tensión en nosotros y en ellos. No podemos
pedir a los abuelos que pongan límites desde el respeto, que no
premien, que no sienten al niño frente a la tele toda la tarde… porque
esa no es ni tan siquiera su misión, sino la nuestra.
3) Que ellos lo hagan de forma distinta no quiere decir que tú tengas que
cambiar tu forma de acompañar y educar. Pisa con paso firme y
seguro: si tú crees en tu forma de criar, los niños también lo harán. El
entorno opina, el entorno comenta, pero si tú tienes unas raíces fuertes
sabrás relativizar y tener un diálogo sano y compasivo con las
personas que tienen otro camino y otra mochila.
4) Da ejemplo y redirige cuando lo creas oportuno. Por ejemplo, si cada
día los abuelos ven que los niños, en tu presencia, comen sólidos y
disfrutan haciéndolo, poco a poco irán confiando más en ello; si cada
día ven que cuando hablas a los niños con serenidad y respeto ellos
responden mejor, poco a poco irán tomando nota de algunas
pinceladas. Si no las toman, tómate la situación con el mayor humor y
amor posible. Redirige a los niños cuando lo creas oportuno sin
corregir a los adultos.
Pongamos un ejemplo:
Si veo que un niño está tirando agua al suelo y la abuela le amenaza con
castigarle si no deja de hacerlo puedo acercarme al niño y decir: «¡Vaya! A
…. le encanta el agua, a mí también me gusta mucho. Ahora buscaremos
algo para que puedas usarla, pero antes vamos a observar el suelo. ¿Qué
podríamos hacer? Ven conmigo (mientras le tomo de la mano), vamos a
buscar una fregona».
Acompaño al niño, muestro con ejemplo y amor, más tarde puedo
invitarle a lavar algo con agua. No es necesario hacer alusión a nada más,
queda la experiencia en el niño y en el adulto. Vívelo con amor hacia
ambos.
5) En el mundo no todas las personas se relacionan con nosotros como
esperamos. Eso no significa que sean malas personas ni que nos
quieran menos. Si alguien te aporta y te suma, quédate con lo bueno,
con lo positivo de esa persona. Yo me fijo en la alegría que siente mi
hijo cuando se encuentra con sus abuelos, las diferentes vivencias que
se aportan y los recuerdos que construyen juntos. Los abuelos
expanden el amor de los niños. Me fijo en los abuelos y los veo
sonreír, veo que vuelven a ilusionarse y se tiran al suelo para jugar
con sus nietos. Veo que vuelven a ser un poquito niños de nuevo.
Sé que puedes estar pensando: «Ya, pero los abuelos de mi hijo pasan
muchas horas al día con él. Y así es muy difícil».
Los niños necesitan tiempo de calidad con sus principales figuras de
apego, sí, pero no es menos importante la cantidad. No podemos
autoengañarnos pensando que es suficiente con que pasen una hora de
calidad al día con nosotros. Necesitan nuestra presencia, nuestra
inspiración, nuestra guía.
Vivimos en una sociedad extremadamente consumista. Tanto que el ideal
de felicidad se asocia fuertemente al consumo: extraescolares, cantidades
ingentes de ropa y juguetes, varios coches, dispositivos electrónicos,
vacaciones caras… Necesidades ficticias sin las que nos han hecho creer
que no podemos vivir bien.
No te culpes, es la burbuja en la que estamos inmersos. Tú haces mucho,
muchísimo, incluso mucho más de lo que es saludable, lo haces lo mejor
que puedes y estás en el camino de la conciencia. Eso no es reprochable,
sino admirable. La conciliación está totalmente maquillada hoy en día: no
conciliamos, solo decidimos a qué renunciamos.
Solo párate, reflexiona con objetividad sobre tus necesidades materiales
reales y prioriza.
Tienes dos opciones:
1) Tomar una decisión para que tus hijos pasen más tiempo contigo.
2) Aceptar el tiempo que tus hijos pasan con otros y comunicarte más y
mejor sobre cuestiones de educación en tono distendido y empático.
Los abuelos ya criaron, ya educaron, ya trabajaron. Su misión no es
volver a empezar. Si lo hacen, deberíamos sentir enorme gratitud hacia
ellos.
Los abuelos aportan sabiduría, diversión, cariño, sonrisas, historias,
juegos. El amor se expande en los niños, los lazos con el mundo se vuelven
más fuertes gracias a los abuelos.
Disfruta de ellos y de esa bonita relación con sus nietos sin presión, sin
juicios y sin prisas todo lo que puedas. No hay nada que sea más
importante.
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Lo que me gusta de ti
¿Qué crees que pasa cuando das mucho amor a las
personas que te rodean? ¿Se acabará?
Probemos juntos. ¿Quieres darme un abracito? ¿Se te ha
acabado el amor? Nooo.
Probemos a dar más amor aún. ¿Quieres darme un
besito? ¿Se te ha acabado el amor? Nooo.
Podemos dar más amor todavía. ¿Quieres expresarme tu
amor con palabras? ¿Se te ha acabado el amor? Nooo.
Presta atención, alguien te quiere contar una historia
muy interesante sobre el amor:
Me llamo Sergio y tengo dos mamás, un hermano, dos
abuelos, una abuela, un tío, una tía, una prima, siete
amigos, dos perros y muchas personas nuevas que voy
encontrando cada día.
¿Habrá amor suficiente para todos? Mi abuelo Doroteo
me acompaña cada día a la escuela y dice que a él
nunca se le ha acabado el amor y eso que... ¡ya tiene
muchos años! Más que los que sumamos tú y yo juntos,
multiplicados por dos. De hecho, dice que desde que nací
tiene más amor que nunca. ¿Será posible?
Mi abuelo es diferente a todas las demás personas que
amo y eso me encanta:
˜ A veces se olvida la merienda en casa y me invita
a tortitas en la cafetería que hay junto al parque.
¡Eso solo lo hace mi abuelo!
˜ Además no tiene móvil, ni tan siquiera televisor.
Prefiere jugar a las cartas y al dominó. ¡Es un
experto jugador!
˜ Él camina despacio, aunque lleguemos tarde al cole.
Según comenta, sus piernas ya no están tan ágiles
como antes, sin embargo, desde que va más lento,
dice que puede fijarse en muchos más detalles. ¡Me
encanta caminar junto a él por la calle!
˜ Mi abuelo sabe cientos de historias fascinantes que
ocurrieron hace muchos años. ¡Tiene muchas cosas
interesantes que contarme!
¿Quieres saber algo que es realmente sorprendente? Mi
abuelo Doroteo tiene un aparato especial en la oreja para
escucharme mucho mejor: se llama audífono. A veces, él
también habla alto para escucharse mejor, e imitamos al
unísono sonidos de animales. ¡Me divierto mucho con mi
abuelo! Es el único que sabe imitar a periquitos, morsas y
delfines. ¿Tú sabes imitar a un delfín?
Mi abuelo dice que como todas las personas son únicas
y diferentes, cada una despierta una nueva parte de amor
en ti y este se va haciendo más y más grande.
Si lo piensas con detenimiento, todas las personas que
nos rodean, como mi abuelo, tienen cosas bonitas que
aportarnos.
¿Qué es lo que te gusta a ti de tus abuelos?
Cierra los ojitos y respira profundamente. ¿Lo notas? Es
el amor que se hace en ti cada vez más grande. Mañana
será un nuevo día para disfrutar y expresar a nuestros
abuelos lo que nos gusta de ellos. ¡Feliz noche!
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Capítulo 6. Nuestras emociones
De poco sirve enfocarnos en cómo gestionar las emociones de los niños si
no somos capaces de gestionar de forma sana nuestras propias emociones.
Los niños están absorbiendo continuamente su entorno para poder adaptarse
a él, lo integran simplemente viviendo. Por eso, precisamente, el mejor
acompañamiento comienza por poner el foco en nosotros, que somos una
pieza clave de su entorno, y trabajar nuestro diálogo mental y nuestras
respuestas. Este es el esquema que seguimos a la hora de actuar ante las
circunstancias que nos rodean:
vivencia → emoción → pensamiento → decisión → respuesta
No se trata de maquillar nuestras vivencias o negar nuestras emociones.
Se trata de verlas, aceptarlas y trabajar sobre lo que nos decimos a nosotros
mismos: eso es lo que nos impulsa a decidir y responder de forma racional
o irracional.
«Es intolerable que me «monte este número en el supermercado, todo el
mundo me está mirando, «pensarán que soy» una madre nefasta, no sé
poner límites a mi hijo.» → Puedo transformar mi pensamiento en → «No
me gusta que ocurran estas cosas en un lugar público, pero yo también me
siento así a veces. Le amo, le entiendo y puedo acompañarle.»
Algunas personas hablan de emociones positivas y emociones negativas.
Personalmente, creo que todas las emociones son positivas: lo negativo es
que nos absorban y nos bloqueen. El miedo, la tristeza, la rabia, la
frustración o la ira a veces se adueñan de nuestros pensamientos racionales.
Pero sentir es sano, sentir es estar vivo y así lo han de integrar los niños.
El ambiente del niño es la principal herramienta de gestión de
emociones
No hay mejor lugar que la propia vida para aprender a gestionar
emociones, no hay mejor recurso que las personas y no hay momento más
oportuno que las vivencias. Los cuentos, las imágenes y los materiales
sobre gestión de emociones que hoy en día están tan de moda servirán de
poco si el niño no tiene un ambiente a su alrededor que le permita un
desarrollo sano e integrado, que forje una autoestima sana y una
personalidad segura. Los niños necesitan fundamentalmente vivencias y
experiencia. Cada adversidad, cada conflicto y cada logro es una
oportunidad maravillosa para aprender.
Las personalidades inseguras, llenas de miedos, de frustración y de ira
comienzan a gestarse poco a poco en la infancia. Un niño que carece de
oportunidades para hacer las cosas por sí mismo, un niño lleno de
prohibiciones y reprimendas, un niño que no puede seguir su plan natural de
desarrollo, va a tener problemas para desarrollar la gestión de sus
emociones de forma sana en la edad adulta. Cuerpo y mente tienen que
poder desarrollarse de forma paralela e integrada.
Cuando los niños carecen de ese entorno favorable se va gestando una
personalidad cuyas bases son el miedo, la ira, la frustración, la tristeza, la
timidez, la soberbia…
¿Qué es lo que tenemos que trabajar como adultos para
acompañar a los niños de una forma sana en sus emociones?
Proponerte un cambio psíquico y esperar a que suceda es igual que
proponerte adelgazar y esperar conseguirlo sin cambiar tus hábitos de
alimentación y deporte. Ha de ser un trabajo activo, consciente y diario, y
tenemos que abrirnos a ese cambio.
¿Cómo puedes empezar?
Hay dos aspectos básicos sobre los que podemos empezar a trabajar: el
control de la ira y la humildad.
Respecto a la ira, toma perspectiva sobre las situaciones que te hacen
perder los nervios. ¿Cuál es tu diálogo mental en ese momento? Piensa
racionalmente en la situación: ¿es realmente tan grave? ¿Cómo puedo
ayudar al niño a comprender? ¿Qué modelo le puedo proporcionar? Acepta
a tu hijo tal y como es, con sus rabietas, con su forma de sentir y percibir.
Visualiza tu respuesta la próxima vez que suceda una situación similar. A
algunas personas les cuesta concentrarse a la hora de hacer estos ejercicios.
Si ese es tu caso, tal vez escribirlo pueda ayudarte.
Por lo que respecta a la humildad, a veces tenemos la sensación de que
explotar es la manera de que los niños nos hagan caso y vean que lo que
han hecho es grave, pero esto tiene un gran coste emocional tanto para
nosotros —desgaste, pérdida de energía, sentimiento de culpabilidad,
tristeza— como para ellos —pérdida de autoestima, ira, rabia acumulada,
barreras para confiar en nosotros.
Si somos lo suficientemente humildes como para ponernos a la altura de
los niños sin creernos superiores a ellos, podremos conectar mejor con sus
emociones y con sus necesidades y vivir una maternidad o paternidad más
serena y feliz.
Los niños necesitan a su lado adultos inspiradores, perseverantes y
conectados, que sepan que los aprendizajes se integran con el tiempo y la
experiencia. Las plantas no se hacen robustas y enormes de un día para otro.
La conexión entre las necesidades y las emociones
Hemos de saber que existe una conexión entre necesidad y emoción,
tanto en los adultos como en los niños. Los adultos somos más capaces de
identificar y cubrir nuestras necesidades, aunque a veces nos creamos
necesidades ficticias que nos frustran, nos hacen explotar y nos atemorizan.
Por ejemplo, cuando pensamos: «Necesito que mi hijo se comporte
correctamente en todo momento para sentirme bien como madre o como
padre».
Otras veces no somos capaces de gestionar nuestras emociones porque no
tenemos cubiertas nuestras necesidades de descanso o alimentación
adecuadamente: de ahí la importancia de cuidarnos para cuidar.
¿Y los niños? Todos sabemos que un niño con hambre y sueño es lo más
parecido a un volcán a punto de erupcionar. Sin embargo, poco nos paramos
a pensar en cómo afecta a su gestión de emociones la imposibilidad de
cubrir su necesidad de pertenencia, de movimiento inteligente o de
autorrealización.
Solo podemos acompañar las emociones desde la empatía, el amor y la
honestidad, en conexión con nosotros mismos y con el niño: con ese niño,
en ese momento. Lo que funciona hoy, mañana deja de hacerlo; lo que
funciona con un niño, con otro puede que no funcione. Solo sirve estar
presente, en conexión con nuestras necesidades básicas y con nuestro
cerebro racional.
Fluye con tus circunstancias, sean como sean. No necesitamos que todo
sea favorable para sentirnos alegres. Mírate en el espejo y di en voz alta tus
logros. ¿Los ves? Agradece. ¿Cuántas cosas encuentras para agradecer? Si
te cuesta, hazlo cada día. Hasta que seas capaz de verlo con total nitidez.
Todas las emociones tienen cabida, todas. El final del día es un buen
momento para parar, es el momento en el que todo encuentra reposo.
Podemos abrir un cuento con nuestros hijos, tener una charla distendida o
darles un masaje y que todo vuelva a conectarse. Siente ese instante.
Sentidlo juntos.
Nosotros crecemos con los niños, ellos nos guían, nos iluminan. Estamos
vivos y tener el privilegio de vivir ya es maravilloso.
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Es este momento
Este es el gran secreto de las emociones: todas y cada
una de las personas de este planeta se emocionan. Todas y
cada una de las personas de la historia se han
emocionado.
¡Pero las emociones no se ven! Solo se sienten, por eso, a
veces, cuando no las reconocemos, vienen y van sin control.
Cuando Mario se ha despertado hoy, hablaba muy
deprisa, correteaba por todas partes y canturreaba.
—¿Estás muy contento con la visita de los abuelos?
Podemos cantar juntos una canción —dijo su mamá.
«Me siento feliz, me siento contento.»
«Gracias a la tierra, gracias al mar, es lo que siento.»
«Río y sonrío, aquí y ahora, no hay nada más.»
«Es este momento.»
Pero cuando Mario iba al baño a hacer pipí, tropezó
con uno de sus zapatos. Su cuerpo se puso rígido y se
acaloró. La alegría que tenía hacía unos instantes se había
esfumado. ¡Menudo enfado!
—Entiendo que te sientas así, yo a veces también me
enfado. ¿Qué podríamos hacer para que todos podamos
pasar por aquí sin peligro de tropezar? —le preguntó su
mamá.
—Llevar el zapato al zapatero
enfurruñado.
—contestó
Mario
—Te
acompañaré e iremos juntos a vestirnos. ¡Hoy
vienen los abuelos!
Cuando Mario ya estaba vestido, sonó el teléfono. ¡Los
abuelos llegarían más tarde!
—¿Más tarde? —dijo Mario—. Nooo, quiero que vengan
ya.
El cuerpo de Mario se estremeció, sus ojos se
humedecieron y un nudo apretaba su garganta. Mario se
sentía triste, ya no quedaba en él ni una pizquita de
enfado.
—¿Puedo darte un abrazo? —le preguntó su papá—.
Podemos hacer algo divertido mientras les esperamos: ¿qué
te parece si les preparamos unas galletas? Seguro que les
encantarán.
Mario y su papá prepararon todos los ingredientes. A
Mario le parecía muy divertido mezclarlos y meter las
manos en la masa.
Pero cuando su papá encendió la batidora, de pronto,
un ruido escandaloso asustó a Mario, que sintió ganas de
salir corriendo.
—¡Qué miedo! —Su papá apagó la batidora.
—¿Te
sientes asustado? Lo comprendo, es un sonido
fuerte, a veces nos pueden asustar esos sonidos. Si te
acercas poquito a poco verás que la batidora necesita ese
ruido para hacer su trabajo. Tú puedes ayudarme a batir
si quieres.
Ahora el miedo iba desapareciendo. Encendieron el
horno y después de unos cuantos minutos toooda la casa
desprendía un delicioso aroma a galletas recién hechas.
Mario se sentía en calma, satisfecho.
De repente, sonó el timbre.
—¡Los abuelos!
Ya estaban todos. Mario volvió a sentirse exultante de
alegría.
Me siento feliz, me siento contento.
Gracias a la tierra, gracias al mar, es lo que siento.
Río y sonrío, aquí y ahora, no hay nada más.
Es este momento.
Y así, después de la alegría, el enfado, la tristeza, el
miedo y la calma iba pasando el día... ¿Te has fijado
cuántas emociones? Reconocerlas ayudó a Mario a que
todas fuesen útiles en su día. Esa noche, el papá de Mario
le contó un cuento antes de dormir, como yo a ti.
—Mario, hoy ha sido un día lleno de emociones. Todos
nos emocionamos y es necesario para valorar las pequeñas
cosas, encontrar soluciones, actuar con prudencia e ir a
por nuestros objetivos.
Tú también tienes cada día una gran historia llena de
emociones. Todas y cada una de las personas de este
planeta se emocionan. Todas y cada una de las personas
de la historia se han emocionado. ¿Y tú? ¿Cómo te has
sentido hoy?
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Capítulo 7. El valor de la amistad
¿Te has fijado alguna vez en la naturalidad con la que los niños hacen
nuevos amigos? ¿Has notado la facilidad que tienen para hacer borrón y
cuenta nueva sin resentimientos cuando tienen un conflicto? ¿Has
observado la diferencia entre la relación de dos niños en un entorno natural
como el campo y un entorno artificial como una habitación abarrotada de
juguetes?
No necesitamos cultivar el valor de la amistad en los niños porque ya está
presente en ellos. Solo hay que retirar los obstáculos que desnaturalizan la
socialización; excesos materiales, comparaciones, premios…
Cuando los niños ven vulnerado el sentido de justicia o coartadas sus
necesidades por otros niños, surgen la posesividad, los celos y la envidia.
Por tanto, como adultos, nuestra misión es proteger ese sentido de justicia y
mostrar al niño la bondad del mundo, sobre todo en los primeros años
durante los que se están creando las bases emocionales.
Dos ejemplos:
Si cada día el panadero nos regala un trocito de pan y un buen día deja de
hacerlo, ¿qué mensaje transmito? Puedo enfocarme en todo el esfuerzo que
ha hecho esta persona y otras muchas para hacer el pan o bien criticar ese
gesto. Yo puedo contribuir a fomentar el amor hacia la humanidad o el
resentimiento.
Si después de haber estado un rato el niño jugando con un rastrillo en el
jardín, otro se acerca para tratar de arrebatárselo, nuestra misión como
adultos es la de redirigir al segundo, proteger el trabajo del primero,
proteger la concentración y el sentido de justicia con empatía y amor hacia
ambos.
«Cuando él acabe, tú podrás usarlo. Mientras, necesitaría que me
ayudases a quitar las malas hierbas. Puedes ponerte estos guantes. ¿Por
dónde puedes empezar?»
Los amigos enriquecen las experiencias de vida. Para que los niños vivan
la amistad de forma sana tenemos que empezar por modelar:
·
Aunque a todos nos gustaría que siempre nos tratasen bien, eso es una
preferencia, no una necesidad. Por ejemplo, ¿cómo me tomo que un
amigo se olvide de una fecha importante para mí como puede ser mi
cumpleaños? No necesito que mis amigos, los que de verdad me
aportan, me traten como espero en todo momento. Nosotros nos
equivocamos y tenemos que aceptar a nuestros amigos también con
sus errores. A veces las amistades se rompen por cuestiones
insignificantes que nuestros pensamientos hacen muy grandes.
·
No necesito que mis amigos sean o piensen como yo. La diversidad es
lo que hace que la amistad sea aún más enriquecedora. Ellos me
aceptan a mí tal y como soy y yo los acepto a ellos tal y como son.
Las habilidades sociales están íntimamente relacionadas con las
oportunidades de desarrollo y con la gestión de las emociones. El niño vive
la relación con otros niños de manera diferente en función del plano de
desarrollo en el que se encuentre.
De cero a los seis años: es la etapa de la formación de la persona, la etapa
en la que se crea el ser individual. Buscan su independencia física y
biológica. Los niños necesitan sus momentos de recogimiento a través del
trabajo inteligente para que después florezca ese sentido de cohesión social.
«Ya no limpio una mesa solo por ver las gotitas de agua y por sentir el
logro, sino que lo haré también para buscar ese bien común.» Si algo
importante le pasa a otro niño son rápidos en asistir. En esta etapa los niños
tienen una sensibilidad para adquirir buenos modales, que después serán
básicos para relacionarse en armonía con los demás.
De los seis a los doce años: es la etapa de la mente razonadora. Ya se
preocupan por cuestiones éticas y necesitan que, como adultos, los
acompañemos de una forma congruente. Empieza a surgir esa necesidad de
pertenecer también a un grupo de iguales (no necesariamente de la misma
edad. De hecho, agrupar a los niños por edades no contribuye al sentimiento
de cooperación entre ellos, sino a la competencia. No es natural que nos
agrupemos por edades, de hecho, el único entorno en el que esto es así en
nuestra vida es la escuela). Hay una gran necesidad de explorar la
naturaleza y la cultura, de salir a un ambiente más vasto. Les gusta
investigar y poner en marcha proyectos en equipo.
De los doce a los dieciocho años: se forma la personalidad y la
conciencia social. Surge un sentimiento abstracto hacia la humanidad. Es
una etapa de fragilidad y de búsqueda de la propia identidad, los hechos
heroicos tienen una gran incidencia para bien y para mal. Empiezan a surgir
intereses sexuales.
De los dieciocho a los veinticuatro años: se va desarrollando esa
conciencia social. Es una época de equilibrio y generosidad en la que se va
a definir su vocación.
Por tanto, esas habilidades sociales se tienen que ir desarrollando en
sintonía con un ambiente que acompañe las necesidades individuales y
sociales del niño en cada plano de desarrollo de su vida.
Cuando comparamos a los niños, cuando premiamos a unos y castigamos
a otros, cuando actuamos como jueces en los conflictos impidiéndoles que
aprendan a resolverlos por sí mismos de forma pacífica, cuando buscamos
culpables o etiquetamos… esas habilidades sociales dejan de construirse de
forma sana.
No podemos obligar a un niño a hacerse amigo de otro ni a compartir ni a
dar besos o a pedir perdón. El valor de la amistad, de la solidaridad, del
amor o del arrepentimiento florece en los niños de una forma natural
cuando tienen un ambiente inspirador que acompaña su desarrollo
individual y social.
Los valores se integran con la experiencia, no se pueden imponer a través
del miedo o las amenazas, porque entonces estaremos sembrando
precisamente los valores contrarios.
Los niños irán viendo con el tiempo y la experiencia que los amigos
enriquecen. Nosotros podemos acompañarlos para que reciban y valoren
ese regalo.
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Mis amigos
Cuando Elena fue al camping por primera vez el
verano pasado no esperaba hacer descubrimientos tan
sorprendentes.
Al principio, no ver durante unas semanas a sus
amigos de la escuela le hacía sentir un poco triste, pero
nada más llegar comenzó la aventura.
—¡Para
montar una tienda de campaña hay que
trabajar en equipo! ¡Manos a la obra! Yo estiraré la tienda
sobre el suelo. Necesitaré que sujetes las cuerdas. ¿Me
ayudas? —le preguntó su mamá.
A Elena le sorprendió que su hogar para los próximos
días pudiese caber en aquella mochila. Parecía divertido
poder dormir en una pequeña casita de tela. Solo tardaron
unos cuantos minutos en tenerla lista.
Un niño se acercó sonriente.
—¡Bienvenidos! Soy Milo —dijo—. Mi hermana Valeria y
yo hemos preparado para merendar tostadas con
guacamole. ¿Queréis?
—¡Oh, qué ricas! Gracias, Milo. ¿Queréis sentaros con
nosotras? —le preguntó la mamá de Elena. Todos
charlaron animadamente.
Durante los siguientes días, Elena, Milo y Valeria se
convirtieron en grandes amigos. Cada mañana, antes de
desayunar, los tres iban juntos en bicicleta a comprar el
pan.
Valeria mostró a Milo y a Elena en qué lugares del
camping solía haber caracoles. Ella sabía mucho sobre
caracoles y a Elena le fascinaba escucharla.
¿Sabes? En el camping no hay una cocina como la de
casa. Se cocina al aire libre. Según el abuelo de Elena, la
comida en la naturaleza se saborea aún más, sobre todo
cuando la compartes con amigos. Algunos días las dos
familias comían juntas. Todos ayudaban preparando
platos, poniendo la mesa, partiendo fruta, sirviendo la
bebida... La familia de Milo y Valeria era mexicana y
cocinaban muchos platos llamativos que Elena nunca había
probado: quesadillas, tacos, totopos... ¡Todo estaba delicioso!
Elena cree que los amigos abren tu mente y tu corazón
hacia nuevas experiencias, aprendizajes y conocimientos.
Por las tardes, Elena, Milo y Valeria solían bañarse en
un pequeño arroyo que había junto al camping. Se
salpicaban, saltaban desde la orilla, buscaban peces,
cangrejos... Elena le mostró a Milo cómo había aprendido
ella a nadar. Al principio Milo sentía un poco de miedo,
sin embargo, Elena le acompañó todos los días: le ofrecía su
mano, le animaba y le daba algunos consejos sobre cómo
mover su cuerpo. Una de aquellas tardes, mientras jugaban
juntos en el agua, Milo comenzó a nadar.
—¡Lo
estás haciendo solo, Milo! ¡Estás nadando! ¡Lo has
conseguido! —exclamaba Elena, que se sentía tan contenta
que daba saltos de alegría.
Elena está convencida de que sus amigos la llenan y la
hacen sentir más alegre aún.
Al caer la noche, llegaba el momento que más le
gustaba a Elena. Los tres niños iban con sus linternas y sus
neceseres a los lavabos del camping y se cepillaban los
dientes. A Elena le parecía toda una aventura. Después, un
rato antes de irse a dormir, contaban historias tumbados
sobre una esterilla mientras miraban las estrellas. Una
noche, incluso vieron una estrella fugaz.
Los días y las noches de aquel verano fueron pasando.
Las vacaciones en el camping llegaban a su fin. Era el
momento de regresar a casa. ¡Cuántas aventuras habían
vivido Elena, Milo y Valeria! El verano se acababa, pero la
amistad no: los verdaderos amigos lo serán siempre; para
animarse, para apoyarse y compartir.
—¡Nos veremos de nuevo el próximo verano! ¡Aquí
estaremos!
En cualquier momento y en cualquier lugar tú también
puedes hacer nuevos amigos, como Elena. Aunque a veces
tengas que separarte de ellos, siempre los llevarás en tu
corazón. Los amigos, como el verano, siempre vuelven a tu
lado.
Mi deseo para ti en este día que también termina es que
disfrutes de ese regalo tan bonito que es la amistad. ¡Te
quiero!
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Capítulo 8. La diversidad
El mundo es posible porque es diverso. Diferentes medios, diferentes
climas, diferentes plantas, diferentes grupos de animales, diferentes tribus,
diferentes hábitats, diferentes culturas, diferentes tradiciones, diferentes
familias y diferentes personas.
Desde nuestros orígenes los seres humanos nos hemos agrupado, creando
con esta unión un sentimiento social que define, a su vez, nuestra
individualidad: este sentimiento social viene determinado por nuestro
ambiente, nuestra forma de ocio, nuestras celebraciones, nuestra
gastronomía, nuestras costumbres y nuestros puntos en común.
¿Qué ocurre cuando no toleramos lo que es diferente? Que nos cerramos
al mundo. Si todos creciésemos con una visión amplia y global del mundo,
todos lo amaríamos naturalmente con sus diferencias.
Por tanto, la diversidad tiene que impregnar también el entorno de
aprendizaje del niño. Es muy interesante que nos abramos al mundo a través
de libros, viajes, imágenes y experiencias de aprendizaje relacionados con
la cultura y la diversidad.
Ya en su propia familia los niños pueden comenzar a tener las primeras
experiencias con lo diverso: algunos tienen un papá y una mamá, otros
tienen solo una mamá o solo un papá, algunos tienen dos papás o dos
mamás, algunos tienen un papá y una mamá que viven en diferentes casas.
Algunos tienen papás o mamás de diferentes nacionalidades o culturas…
Debemos desterrar esa idea de lo que es «normal». Que sea más
«común» en nuestro entorno no quiere decir que sea «lo normal». Pensar así
hace que nuestro vocabulario esté lleno de expresiones que, sin darnos
cuenta, van cerrando la mente de los niños. Ellos lo absorben todo de una
manera indiscriminada e instantánea.
¿Por qué algunos niños, por ejemplo, con TDAH o autismo tienen
dificultades para sentirse integrados en ciertos entornos? La convivencia es
una oportunidad maravillosa para que los niños desarrollen la cooperación
con personas que tienen diferentes capacidades, para que practiquen
habilidades sociales, para que aflore la empatía y la tolerancia. Los niños
suelen normalizar la diversidad más que los adultos. De hecho, es la
intervención del adulto, condicionado por unos esquemas sociales y
culturales, la que crea inconscientemente las diferencias en las relaciones.
¿Qué comentarios escuchan en su hogar los niños? ¿Cómo normalizamos e
integramos nosotros, como adultos, las diferentes realidades en nuestra
vida? Cada niño tiene un ritmo de aprendizaje y unas capacidades distintas,
por eso una educación en la diversidad comienza por una educación que
respete de forma individual a cada niño.
No todos los niños, aunque tengan la misma edad, tienen que colorear
igual y al mismo tiempo, porque algunos no tendrán la habilidad aún de
coger el lapicero y se frustrarán comparándose con sus compañeros. Otros
no tendrán el autocontrol para permanecer sentados y se les etiquetará como
malos o rebeldes, otros no tendrán el más mínimo interés y se hablará con la
familia para que presionen al niño desde el hogar. Esa diferencia natural
que, a priori, es bonita y rica para todos se convierte entonces en algo
negativo, porque educamos como si todos fuésemos iguales y no lo somos
(por suerte).
Las diferentes tradiciones, creencias, formas de vida y celebraciones
también son un punto sobre el que educar a los niños. Que tengan acceso a
conocer, desde su propio interés, diferentes formas de vida a través de
experiencias de aprendizaje en su hogar y en la escuela los ayuda a
comprender la riqueza de lo diverso.
Algunas ideas bonitas para abrir su mirada al mundo son:
1. Colocar en su ambiente y a su altura hermosas imágenes realistas
sobre distintas razas, tradiciones y culturas.
2. Mostrarles su lugar en el mundo de una forma vivencial. Podemos
crear materiales manipulativos caseros que nos ayuden.
3. Trabajar con tarjetas de imágenes realistas sobre monumentos,
tradiciones y gastronomía de diferentes países del mundo.
4. Viajar con ellos.
5. Leer y tener a su alcance libros y cuentos que les muestren diferentes
culturas.
6. Observar los intereses de los niños sobre otras realidades y llevarlas
de forma integral a su entorno: objetos típicos, recetas típicas,
prendas, herramientas…
Cada vez más los niños viven en una burbuja de fantasía y no tienen
acceso a diferentes experiencias culturales, ni tan siquiera son conscientes
en muchos casos de su propia realidad cercana. Los mensajes de lo que
consumen frente a las pantallas ya están cargados de estereotipos y de
violencia.
La falta de movimiento, los sobreestímulos de las pantallas, la
imposibilidad de cubrir sus necesidades psíquicas y físicas y seguir su
ritmo, la falta de tiempo con sus figuras de apego, la falta de contacto con el
mundo natural y los mensajes inconscientes que escuchan en su entorno van
derivando en esa falta de autocontrol, esa inseguridad, esa falta de
autoestima y esa agresividad que es fácil volcar en los que son diferentes.
Cuando en una escuela hay racismo o acoso escolar no tenemos que
señalar y culpabilizar a los niños. Es el fracaso estrepitoso de la educación.
El objetivo de la educación no debería ser la excelencia académica:
reputados cirujanos, cotizados abogados, buenos empresarios, excelentes
arquitectos. De nada servirá llenar a los niños de conocimientos si no les
enseñamos primero a ser personas.
Amar la vida, amar el mundo en el que vivimos y respetarlo con su
riqueza y diversidad deberían ser las tareas básicas de la educación.
Entonces podremos decir que todos nuestros esfuerzos como padres y
madres habrán tenido sentido.
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Juntemos nuestras manos
Juntemos nuestras manos y veamos si son iguales. ¿Qué
ves? ¡Son diferentes!
Ahora vamos a entrelazarlas. ¿Te has fijado? Aunque
son distintas encajan, se necesitan y se aman.
Esta noche no te contaré una historia, ¡sino dos! Ambas
son diferentes y eso es precisamente lo que hace que este
cuento sea muy especial.
Hace años viajé a un país llamado Etiopía, en el
continente africano. ¡No imaginaba que allí podría
encontrar personas tan diferentes a mí!
En el sur de Etiopía conocí a Andinet. Pertenecía a la
tribu de los hamer. Era una pequeña tribu de personas, en
comparación con toda la cantidad de seres humanos que
hay en el planeta. Su piel era diferente a la mía: mucho
más oscura. Vivía en una pequeña cabaña fabricada con
palos, que también era muy diferentes a mi casa. Él, a
diferencia de mí, adornaba su pelo con barro y todo su
cuerpo con pintura, abalorios muy llamativos y unas pocas
telas.
Andinet y yo éramos muy diferentes, sin embargo,
cuando tuve sed aquel día de tanto calor en Etiopía
enseguida me ofreció un té en una calabaza. ¿En una
calabaza? Eso era definitivamente distinto a todo lo que
había probado, nunca había bebido té en una calabaza.
Todos y cada uno de los seres vivos de este planeta
somos diferentes. Andinet parecía muy distinto a mí, pero
no lo era tanto. Aunque nuestras manos eran muy
diferentes también podían entrelazarse, amarse y
necesitarse.
¿Quieres escuchar ahora la segunda historia? Te
advierto que es completamente distinta a la primera.
Esta es la historia de mi amiga Camilla. Ella es morena
como yo y sus manos y las mías ¡parecen iguales! Sin
embargo, aunque no se ve, ella tiene en su interior un
cromosoma más que yo. Tiene lo que se llama síndrome de
Down. ¿Y qué crees que significará eso?
Camilla necesitaba un poco más de ayuda para
aprender algunas cosas, su ritmo era un poco más lento y
le costaba un poco más hablar. Sin embargo, desde que
conozco a Camilla estoy más contenta: ella sonríe mucho
más que nadie, me da muchos abrazos y me expresa su
cariño de muchas maneras.
Camilla no solo es diferente, Camilla es especial porque
cuando junto mis manos con las suyas me hace sentir
especial a mí también.
¿Sabes? Incluso lo que a simple vista parece igual
también es diferente. No hay dos rosas exactamente iguales
ni dos elefantes exactamente iguales, tampoco hay dos
familias exactamente iguales ni tampoco dos personas
exactamente iguales. ¡Todos somos diferentes! Es todo un
alivio, porque eso es lo que hace que el mundo sea tan
bonito. ¡Definitivamente, Andinet y Camilla hacen que el
mundo sea más hermoso!
Cuando creas que alguien es muy diferente a ti, siempre
puedes entrelazar tus manos con las de esa persona y
sentir todo lo nuevo y bonito que te puede aportar.
Entrelacemos nuestras manos diferentes y cerremos
juntos los ojos. ¡Que descanses!
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Capítulo 9. La felicidad en lo pequeño
¿Has oído alguna vez la palabra hygge? Es una filosofía danesa basada en la
capacidad para apreciar los pequeños placeres cotidianos: una taza de té en
un día de lluvia, una sobremesa larga en compañía de personas interesantes,
un atardecer en el campo…
¿Qué capacidad tienes para darte cuenta y apreciar esas pequeñas cosas?
Muchas personas influyentes, con buena posición económica y un gran
círculo familiar y social son infelices porque siempre buscan algo más: un
ascenso, otra casa, un coche nuevo… Sin embargo, hay personas que con
muy poco viven la vida intensamente, con optimismo y una sonrisa. Valoran
lo que les rodea y además se sienten agradecidas a la vida.
De acuerdo, hay circunstancias con las que puede que parezca más fácil
ser feliz, pero no te engañes, es una apariencia. En realidad, aunque algunas
veces parezca un mayor reto, alcanzar la felicidad dependerá de los
mensajes que te envíes a ti mismo sobre lo que necesitas para ser feliz y el
diálogo que crees en tu mente sobre aquello que vives:
·
«No podré soportar que mi pareja me deje».
·
«Si mi pareja me deja podré disfrutar igualmente; viajaré y conoceré
gente nueva».
Es esta segunda actitud la que hace que disfrutes de una forma más plena
y sana de las relaciones, es esa actitud la que hace que vivas con optimismo,
que disfrutes cada pequeño detalle, que trabajes con pasión y entusiasmo. Y
las bases naturales de esa actitud se crean en la infancia.
Envolvemos la infancia en fantasía: princesas encantadas, superhéroes,
mundos de hadas… Los niños sueñan con esos mundos que no existen y se
llenan de estereotipos e imágenes lejanas e irreales sobre lo que es
realmente el éxito y la felicidad.
La infancia es la etapa en la que se crean las bases psíquicas de la
personalidad del niño en función del ambiente que lo rodea: es lo que vive y
lo que absorbe lo que va integrando y definiendo su persona. Si queremos
adultos que valoren lo cotidiano, tenemos que educar en lo cotidiano.
El niño que tiene la oportunidad de pararse a limpiar una mesa solito con
agua y jabón no solo sentirá fascinación por las gotitas de agua que caen y
por la espuma que forma el jabón, sino que experimentará, por primera vez,
la sensación de alegría y felicidad en lo cotidiano, construyéndose a sí
mismo.
Si te paras a pensarlo, la felicidad de un niño es tremendamente sencilla y
cotidiana: limpiar un cristal con agua, ponerse los zapatos, pararse a
descubrir un caracol, un abrazo, un ratito de bromas con sus seres
queridos… Somos nosotros, como adultos, los que nos empeñamos en creer
que necesitan más: regalos, juguetes, montones de ropa…
Es urgente llevar la filosofía hygge a la educación. Los niños necesitan
sus experiencias hygge: pisar la hierba descalzos, corretear entusiasmados
detrás de una mariposa, meter las manos en harina mientras cocinan con su
papá o su mamá, ver cómo cambia de aspecto el metal al abrillantarlo con
un algodón… Esas experiencias son las que, a su vez, crean en él una
autoestima sana, motivación, confianza y la sensación de felicidad.
El adulto tiene el papel decisivo de observar, acompañar en emociones y
poner en conexión al niño con el ambiente que le rodea.
Podríamos decir que el adulto es el elemento clave de inspiración. La
parte activa del triángulo que conecta al niño con el mundo.
Pongamos un ejemplo: si cuando un niño nos viene a hablar sobre el
hormiguero que ha visto le ignoramos o ponemos cara de asco, su
percepción sobre lo asombroso y bello de su descubrimiento se derrumbará.
Además, nosotros contribuimos a crear en el niño algo que es clave en la
educación: el concepto de belleza.
·
·
·
¿El entorno que rodea al niño inspira belleza?
¿Está ordenado?
¿Es sencillo y tiene detalles bonitos como flores, arte o plantas a su
altura?
·
¿Me detengo a apreciar las flores, animales, árboles o un cielo
azulado cuando camino con mi hijo?
·
¿Trato con amabilidad y respeto a las personas que me rodean?
Ese concepto de belleza, que tan inadvertido ha pasado en la educación,
es el sustrato básico para crecer con una filosofía de vida hygge. Valoro la
belleza que me rodea y mis acciones inspiran belleza. ¿Puede haber una
herramienta más sencilla y asequible para transformar el mundo?
Algunas personas se pasan la vida buscando la felicidad fuera; puede que
el primer paso para encontrarla sea comprender que la felicidad está dentro
de cada uno de nosotros.
A veces las circunstancias parecen ir en contra de una manera brutal: una
enfermedad, un despido, un accidente, una separación, una pérdida… Otras
veces parecen ir en contra de una manera sutil: noches sin dormir, estrés,
prisas, rabietas, atascos…
Sea como fuere, lo que mueve tu felicidad no son las circunstancias, sino
tu actitud. Tú tienes el inmenso poder de transmitir belleza, de ser elemento
inspirador de felicidad para tus hijos.
Mira a tu alrededor. ¿Lo ves? Hay tantas cosas bonitas que nos rodean…
Te diré algo, todos los días, pase lo que pase a tu alrededor, puedes
encontrar motivos para ser feliz.
Cada noche, yo encuentro uno. Me acurruco a su lado —«¿Me haces un
huequito?»—, abrimos un cuento, nos miramos, nos reímos, acaricio su
manita mientras sus ojos van haciéndose más pequeños, escucho sus
comentarios ingeniosos, sus anécdotas del día, sus preguntas... En ese
momento
nada
más
importa,
somos
nosotros,
la
conexión,
el
acompañamiento.
Disfruta cada noche de esos pequeños instantes. En realidad, son los más
grandes.
¡Buenas noches!
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Detectives de pequeños instantes
El día de hoy para Martina ha tenido muchos
contratiempos.
—¡Vaya día! —resopla Martina.
Tenía muchas ganas de desayunar fresas, pero al abrir
la nevera vio que ya se habían acabado. Además, se
tropezó de camino al colegio y se hizo una herida en la
rodilla. De vuelta a casa comenzó a llover y Martina llegó
empapada: plof, plof, plof. Caminaba como los pingüinos y
chorreaba agua por tooodas partes... Y, por si fuera poco,
su hermano pequeño tiró todas sus pinturas por el retrete.
¡Sí, sí! ¡Como lo oyes! ¡Por el retrete! ¡Vaya día!
—Hoy me han pasado muchas cosas que no me han
gustado —le dice Martina cabizbaja a su mamá.
—Te
entiendo, a veces ocurren cosas a nuestro alrededor
que no nos gustan y nos hacen sentir frustrados, enfadados
o tristes. Veamos, ¿te ha pasado alguna cosa que sí te
haya gustado hoy?
—No, definitivamente ninguna —contesta Martina
rápidamente.
—¿Sabes,
Martina? Los grandes detectives resuelven los
casos más importantes buscando pequeñas pistas. La pista
más pequeña suele ser la más importante. Así que
tendremos que buscar en tu día alguna pequeña cosa,
como los detectives, alguna muuuy pequeña que sí te haya
gustado. ¿Se te ocurre algo? ¿Algo muuuy pequeño?
—A ver... Voy a pensar. —Martina mira hacia un lado
y hacia otro y de pronto su expresión cambia—: ¡Sí, hay
una pequeña cosa que me ha gustado mucho!
—¿Y cuál ha sido? —pregunta su mamá.
—Me
ha gustado mucho escuchar la música del señor
violinista que tocaba en el parque y me he sentido bien
ayudándole con una moneda. Él me ha sonreído y me ha
dado las gracias y eso también me ha gustado.
—¡Vaya!
Ese pequeño instante parece muy importante —
dice su mamá—. Pensemos alguna pequeña cosa más que
te haya gustado...
—A ver... Voy a pensar. ¡Sí, hay otra pequeña cosa que
me ha gustado mucho hoy! Me ha gustado mucho que mi
hermano me abrazase y me diese besos cuando me he
caído. Sí, eso sí me ha gustado. Me ha hecho sentir bien.
—¡Vaya! Ese pequeño instante también parece muy
importante —dice su mamá—. Seguro que se te puede
ocurrir alguna cosa más...
—¡Claro
que sí! También me ha gustado correr bajo la
lluvia, ha sido emocionante. Me ha gustado ver los árboles
con sus primeras flores, y también que en el parque ya
hubiese margaritas, ¡son tan bonitas! Me ha gustado haber
conseguido ponerme sola la camiseta, ver terminado mi
trabajo de arte en el cole y ayudarte a preparar la
merienda, me ha gustado ordenar los calcetines y me gusta
también mucho que estés aquí conmigo ahora.
—¡Vaya!
Parece que, después de todo, sí hay muchas
pequeñas cosas importantes que te han gustado hoy. ¿Te
has fijado, Martina? Cuando aprendes a buscar lo que te
hace sentir bien, encuentras esas pequeñas cosas por
tooodas partes.
—¡Es cierto, mami! Buscando esas pequeñas cosas, como
los detectives, parece que el día ha sido más bonito. Y lo de
las fresas, la herida, las pinturas y la lluvia...
—Todo eso que te ha ocurrido hoy seguro que te
enseñará algo valioso, y eso es lo realmente importante.
Aprende y busca como los detectives las pequeñas cosas
bonitas. Si lo piensas detenidamente verás como todos los
días hay montones de pequeñas cosas que te hacen sentir
enormemente bien. Cuanto más te fijes en ellas, más las
disfrutarás.
¿Y a ti? ¿Cuántas pequeñas cosas te han gustado hoy?
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Un nuevo libro ilustrado de cuentos Montessori de
Marta Prada, autora del blog Pequefelicidad.
Nuestros pequeños crecen cada día, y es importante
guardar un momento antes de acostarse para parar, conectar
y empatizar con ellos, compartir vivencias y expresar
emociones que necesitan de ese momento de reposo para
salir. El sueño es fundamental en su desarrollo y el
momento justo de antes de ir a dormir influye en su calidad y en los
pensamientos y emociones que quedan en el cerebro justo antes de entrar en
este modo de «desconexión y procesamiento de información».
Este libro se convertirá en la herramienta de papel ideal para encontrar
vuestro momento al final del día para miraros a los ojos, inspirar calma,
naturaleza, valorar lo cotidiano, apreciar el mundo en todos sus aspectos y
alentar a los niños y niñas a ser ellos mismos.
«Siembra en los niños ideas buenas aunque no las entiendan. Los años
se encargarán de descifrarlas en su entendimiento y de hacerlas crecer
en su corazón.»
María Montessori
OceanofPDF.com
Después de tener a su hijo, Marta Prada decidió reorientar su vida y
formarse como guía Montessori de comunidad infantil (dieciocho meses a
tres años) y después como guía AMI de casa de niños (tres a seis años).
Marta está certificada como educadora de familias de disciplina positiva,
está formada como profesora de yoga para niños, asesora de lactancia y
educadora de masaje infantil.
Comenzó a escribir su blog Pequefelicidad en 2015 para compartir su forma
de entender la infancia. Viaja con su familia desde hace años por todo el
país difundiendo con sus talleres presenciales la filosofía Montessori entre
familias y educadores.
«Mi hijo me ha enseñado a pisar consciente de la huella que quiero
dejar en el mundo.»
Marta Prada
OceanofPDF.com
Edición en formato digital: octubre de 2019
© 2019, Marta Prada
© 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2019, Leire Salaberría, por las ilustraciones
Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Manuel Esclapez
Ilustración de portada: Leire Salaberría
Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la
creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre
expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y
por respetar las leyes del copyright al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por
ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE
continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos
Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-17605-15-5
Conversión a formato digital: M.I. Maquetación, S.L.
www.megustaleer.com
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Índice
Cuentos Montessori para las buenas noches
Capítulo 1. Despedir el día en conexión
Capítulo 2. Ritmo slow
Capítulo 3. Motivación y autoestima
Capítulo 4. El valor de la naturaleza
Capítulo 5. Los abuelos
Capítulo 6. Nuestras emociones
Capítulo 7. El valor de la amistad
Capítulo 8. La diversidad
Capítulo 9. La felicidad en lo pequeño
Sobre este libro
Sobre Marta Prada
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