04/01/2022 Las armas nucleares no son un problema del ayer, sino que siguen siendo una amenaza presente y creciente António Guterres Nos encontramos en tiempos preocupantes. La crisis climática, las ostensibles desigualdades, los conflictos sangrientos, las transgresiones de los derechos humanos y la devastación individual y económica que ha traído consigo la pandemia de COVID-19 han creado en nuestro mundo más tensiones de las que he visto en toda mi vida. Nos encontramos en tiempos preocupantes. La crisis climática, las ostensibles desigualdades, los conflictos sangrientos, las transgresiones de los derechos humanos y la devastación individual y económica que ha traído consigo la pandemia de COVID-19 han creado en nuestro mundo más tensiones de las que he visto en toda mi vida. Sin embargo, la amenaza existencial que ensombreció la primera mitad de mi vida ya no recibe la atención que debería. Las armas nucleares han desaparecido de los titulares y de los guiones de Hollywood, aunque el peligro que representan es tan grande como siempre y crece año tras año. No hace falta más que un malentendido o un error de cálculo para desencadenar el exterminio nuclear – una espada de Damocles que conllevaría no solo muerte y sufrimiento a una escala horrorosa, sino el final de la vida en la Tierra. Merced a una combinación de buena suerte y buen juicio, nadie ha empleado armas nucleares desde que incineraron Hiroshima y Nagasaki, en 1945. Pero con más de 13.000 armas nucleares en los arsenales de todo el mundo, ¿cuánto nos puede durar la buena suerte? La pandemia de COVID-19 nos ha hecho más conscientes de las consecuencias catastróficas que pueden derivarse de un acontecimiento poco probable. Al terminar la Guerra Fría, los arsenales nucleares se redujeron drásticamente e incluso se eliminaron. Hubo regiones enteras que se declararon libres de armas nucleares. Surgió un sentimiento generalizado y profundo de rechazo a las pruebas nucleares. Como Primer Ministro de mi país, ordené que Portugal votara por primera vez en contra de la reanudación de las pruebas nucleares en el Pacífico. Pero el fin de la Guerra Fría también nos dejó una peligrosa falacia: que la amenaza de una guerra nuclear era cosa del pasado. Nada más lejos de la realidad. Esas armas no son un problema del ayer, sino que siguen siendo una amenaza presente y creciente. Hoy corremos más riesgo de que se empleen armas nucleares que en todo el período transcurrido desde la era de los simulacros y los refugios atómicos de la Guerra Fría. Las relaciones actuales de ciertos países que poseen armas nucleares se definen por la desconfianza y la competencia. El diálogo, en general, brilla por su ausencia. La transparencia se debilita y las armas nucleares van cobrando más y más importancia a medida que las estrategias de seguridad nacional van hallando nuevos contextos en los que cabría utilizarlas. Mientras tanto, los avances tecnológicos y la aparición de nuevos terrenos de competencia en el ciberespacio y en el espacio exterior han puesto de relieve las vulnerabilidades y el riesgo de una escalada nuclear. No tenemos redes ni instrumentos internacionales que puedan abordar estos nuevos acontecimientos. En este orden mundial multipolar, eso significa que las crisis regionales con un trasfondo nuclear podrían atraer a otros países con armas nucleares. El panorama nuclear es como la yesca: un accidente o un error de cálculo pueden hacer que salte la chispa. Nuestra gran esperanza para dar marcha atrás y alejar al mundo del cataclismo nuclear es el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares, más conocido como TNP, que data de los años más duros de la Guerra Fría, en 1970. El TNP es uno de los motivos principales por los que no se han empleado armas nucleares desde 1945: en él se establecen compromisos jurídicamente vinculantes para lograr el desarme nuclear, y esos compromisos incluyen a los cinco grandes países poseedores de armas nucleares. También es un catalizador para el desarme: es la única forma de eliminar esas horrendas armas de una vez para siempre. Los 191 países que han suscrito el TNP, que representan prácticamente al mundo entero, se han comprometido a no adquirir ni desarrollar armas nucleares. El Organismo Internacional de Energía Atómica se encarga de supervisar y hacer cumplir esos compromisos. Dentro de un mes, los países que son miembros del TNP se reunirán en su conferencia ordinaria quinquenal para analizar la evolución del Tratado. Es posible que cualquier otra conferencia de las Naciones Unidas con cualquier otra sigla no llegue a ser noticia, pero el TNP es fundamental para la seguridad y la prosperidad de todos los pueblos de la Tierra. Tenemos que aprovechar la oportunidad que nos brinda la Conferencia de Examen del TNP en enero para revertir esas peligrosas tendencias crecientes y acabar con la sombra que proyectan esas armas inhumanas. La conferencia de examen debe adoptar medidas decisivas en seis frentes: Definir la dirección que debe seguir el desarme nuclear. Acordar nuevas medidas de transparencia y de diálogo para reducir el riesgo de una guerra nuclear. Abordar las crisis nucleares latentes en Oriente Medio y en Asia. Tomar medidas para reforzar los marcos mundiales que sustentan la no proliferación, incluido el OIEA. Promover el empleo pacífico de la tecnología nuclear con fines médicos y otros fines, que es uno de los motivos por los que el TNP se ha granjeado el apoyo de los Estados no poseedores de armas nucleares. Y recordar a los pueblos del mundo, y en particular a la juventud, que eliminar las armas nucleares es la única forma de asegurarnos de que no se llegarán a emplear jamás. Ruego encarecidamente a los Gobiernos que acudan a la Conferencia con un talante solidario, flexible y de diálogo sincero. Lo que suceda en las salas de negociación del NPT en enero nos concierne a todos, porque el empleo de las armas nucleares nos afectaría a todos. La fragilidad de nuestro mundo nunca ha sido tan evidente. Espero que todos los pueblos presionen a los Gobiernos para que se alejen del abismo y construyan un mundo más seguro para todos, un mundo sin armas nucleares.