Uploaded by Octavio Colmenares

El lider pide perdon

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Los tiempos del perdón
Octavio Colmenares G
Marzo 2017
El día de ayer el presidente de México, figuras pública, pidió perdón. Una palabra
que nos es familiar desde niños, pero que la ciencia está estudiando hace sólo un
par de décadas. Pero por este simple hecho se pondrá de moda entre nuestros
políticos del gobierno que se pida perdón a la ciudadanía. ¿De qué o por qué? No
está claro. Veamos las consecuencias.
Serán tiempos de pedir perdón. Partió por el presidente Peña cuando sin
reconocer falta grave, dijo que a los ciudadanos les causo estrés e irritación la
información.
A medida que se conoció los resultados de las investigaciones de HIGA, La
Gaviota, Videgaray y otros asuntos de conflicto de interés, pasando por el
nombramiento del Secretario de Función Publica, hemos y veremos a varios
personajes públicos y políticos haciendo lo mismo.
Quizás en los próximos meses veremos a los poderosos usar esa palabra. La
misma que nos enseñaron a decir desde niños, y de mala gana, cuando
lastimábamos a un hermano, esa que está asociada a las religiones, y que
muchos la usan para disculparse por victimizar a otros.
Pero aunque creemos que conocemos el perdón, la investigación científica sobre
él es reciente. Comenzó en el hemisferio norte en 1989 cuando terminó la Guerra
Fría y los países enemigos tuvieron que aprender a conciliar. En ese momento el
perdón, explica Everett Worthington, sicólogo de la Universidad Virgina
Commonwealth y uno de los principales especialistas en esta materia, se volvió un
tema obligado. Sin embargo, el estudio se aceleró en 1998 cuando la Fundación
Templeton en Estados Unidos, que financia investigaciones en “las grandes
cuestiones de la vida”, comenzó a entregar recursos para indagarlo.
¿Y qué es el perdón? Los más de mil investigadores que lo estudian no se ponen
de acuerdo. En general lo definen como un acto social en donde, más que pedir, el
acto principal es recibir ese perdón, renunciar al derecho de castigar a quien
ofendió y disminuir la ira. Según Worthington, existen dos formas de perdonar. La
primera nace de una decisión, cuando una persona deja de buscar revancha o
evitar a quien lo agravió y lo empieza a tratar de una forma diferente, sin esperar
nada a cambio. La segunda es emocional: se reemplazan los sentimientos
negativos como el rencor, la ira y la ansiedad por la empatía y compasión y el que
está perdonando empieza a sentir sentimientos positivos hacia quien lo ofendió.
En lo que sí hay consenso entre los investigadores es que el perdón es una
habilidad que se puede aprender como cualquier otra y que trae múltiples
beneficios incluso para la salud física, siempre y cuando sea sincero.
El perdonazo
No siempre perdonamos o pedimos perdón sólo por altruismo o para
reconciliarnos. Según un estudio del Grupo de Investigación del Perdón de la
Universidad de Brock en Canadá, nos disculpamos principalmente porque nos
sentimos avergonzados, por el qué dirán, para evitar el castigo, para mantener la
relación que se tiene con el otro, por justicia y en el caso de los creyentes, porque
Dios así lo pide. La sicóloga Kathryn Belicki, que lidera ese centro, explica que
cuando se trata de perdonar hay fundamentalmente nueve razones: el deseo de
preservar la relación, la empatía hacia el infractor, porque el otro se disculpó y
también el factor religioso. Pero hay otras más egoístas como sentirse mejor,
evitar las consecuencias sociales (como ser presionado para perdonar), la
conveniencia y hasta para demostrar superioridad moral.
Pero también influye quién es la persona a la que hay que perdonar y la cultura en
que vivimos.
¿Perdonó usted a La Gaviota? ¿Confía en las disculpas de Luis Videgaray o de
los padres pederastas? ¿Perdono usted a los diputados panistas involucrados en
los moches? ¿Perdono usted al presidente Peña? Los trabajadores han
perdonado a sus líderes por las traiciones que han sido objeto?
Según las investigaciones, nos cuesta más creer y recibir las excusas de los
personajes públicos que las de nuestros cercanos, aun cuando los conocidos nos
hayan herido más. “En las relaciones cercanas hay más que perder, como la
relación en sí. En el plano colectivo no hay un vínculo de pasado con esa figura”,
explica Jorge Manzi, sicólogo social de la Pontificia Universidad Católica de Chile
y quien ha realizado estudios acerca del perdón colectivo en Chile.
La confianza también es un elemento clave al momento de aceptar las disculpas y
México tiene bajas tasas de confianza, lo que les pone la pista pesada a los
arrepentidos: “Esta carencia disminuye el impacto de las disculpas. Puede ser
percibido como manipulación”, agrega Manzi.
A eso se suma que en México la cultura del perdón colectivo, empieza a no ser
tan sencilla por las diferencias económicas y sociales que van en aumento cada
día. En México nunca ha habido mesas de dialogo de sociedades civiles y
gobernantes con temas sobre verdad, justicia, reparación, pero poco de perdón.
Mucho menos de reconciliación.
“En México hay una negación de los temas como Cd. Juárez, Ayotzinapa,
Tlatelolco 68, 10 de Junio, Heavens, Tatlaya” y muchos otros casos de violación
de derechos humanos. Todos, incluyendo el gobierno y sus funcionarios se
sienten víctimas y eso hizo que el perdón no tuviera espacio, porque para que
exista él perdón tiene que haber un convencimiento personal de que se cometió
un acto impropio. Y eso es algo que no existe entre los funcionarios públicos de
este país. Empezando por el presidente.
Por su parte, Robert J Spetzer, sacerdote jesuita, dice que no basta con pedir
perdón. La Iglesia Católica siempre ha hecho hincapié en la penitencia, es decir,
que además del arrepentimiento también debe haber un propósito de enmienda.
La clave, dice Spetzer, está en los gestos, en mostrar cambios, algo que, según él,
se ha perdido: antes si en un ministerio se descubría cohecho, el ministro, aún
cuando no era culpable, renunciaba, porque era responsable políticamente. Ahora
eso ya no ocurre. “Si el perdón va a ser barato, es decir, sólo la palabra y quedar
donde mismo, la desconfianza empeorará y aumentará la falta de credibilidad. Al
país no le conviene avanzar hacia allá”, asegura. En la sociedad Mexicana se
necesita reinstalar la capacidad de responder por los propios actos y omisiones. Y
asumir las consecuencias prácticas de ello, sobretodo en nuestros “servidores”
públicos.
Y así como nos cuesta perdonar a las figuras públicas, en la esfera privada somos
más compasivos. Las muestras de perdón tienen niveles medios altos, pero
siempre moderado por distintas razones, como por ejemplo, el tipo de ofensa, las
características de la relación o la personalidad, nos deice Manzi, Explica, por
ejemplo, que la infidelidad, por sobre el engaño y la mentira es lo que más cuesta
perdonar. La personalidad, dice, también influye: los más empáticas y menos
neuróticos y los más seguros de sí mismo tienden a perdonar más fácilmente.
Pero cuando hay un conflicto y no hay disculpas de por medio, tendemos a evitar
a la pareja. Nos cuesta acercarnos o volver a confiar. Eso sí, son muy pocos los
que optan por la venganza.
Lo bueno de perdonar
Un grupo de investigadores de Hope College en Estados Unidos, le pidió a
distintas personas que pensaran en alguien que les había hecho daño: eso los
hizo sudar más y les subió la presión. Worthington explica que como éste, hay
varios estudios similares que muestran que el rencor puede crear trastornos
relacionados con el estrés, problemas cardiovasculares y en el sistema
inmunológico. Además, puede contribuir a la depresión, ansiedad, trastornos
obsesivo compulsivo o de ira y transformarse hasta en un problema de salud
pública. “Perdonar reduce el estrés innecesario que se genera cuando le damos
vuelta una y otra vez a las malas experiencias que no pueden ser cambiadas,
además de impactar positivamente en los sistemas cardiovascular, nervioso y
endocrino”, dice Frederic Luskin. Este investigador creó un sistema para enseñar
a perdonar y ha recorrido el mundo enseñándolo. Hoy dirige el Proyecto del
Perdón de la Universidad de Stanford, y uno de los resultados más conmovedores
fue con madres víctimas de la violencia que por décadas experimentó Irlanda del
Norte. El programa se ofreció durante una semana y tras un seguimiento de seis
meses, las mujeres mostraron un 50 por ciento menos de estrés, un 40 por ciento
menos de depresión y un 23 por ciento menos de ira.
El sicólogo de la Universidad de Wisconsin Madison y uno de los pioneros en el
estudio del perdón, Robert Enright, también diseñó un método, esta vez de 20
pasos, para aprender a perdonar. Lo probó con un grupo de hombres
que estaban heridos porque sus mujeres se habían practicado un aborto. Tras 12
sesiones de 90 minutos, los participantes lograron reducir sus niveles de ansiedad,
ira y dolor. “La terapia del perdón es más eficaz que muchos otros tipos de terapia
cuando el problema que presenta es el tratamiento injusto de los demás”, dice
Enright.
La mitología del perdón
Pero por más beneficios que tenga, nos cuesta perdonar. Según los
investigadores hay una serie de conceptos mal entendidos en torno al perdón que
lo hacen más difícil. Por ejemplo, creer que al perdonar hay que retomar la
relación con la persona que nos hirió como si no hubiera pasado nada. Loren
Toussaint, sicólogo estadounidense que llevó a cabo un proyecto con gente de
Sierra Leona, explica que “perdonar no significa que tenga que ser amigo de quien
me hirió”. Worthington agrega que la reconciliación se trata de restaurar la
confianza en la relación y que eso requiere una conducta de honestidad de a dos.
El perdón, en cambio, es una experiencia individual, es decir, que para hacerlo ni
siquiera es necesario que nos pidan disculpas.
Otro mito es que disculparse es sinónimo de olvidar. Ni el que perdona, ni el que
pide perdón deberían hacerlo, explican los expertos. Perdonar nunca es olvidar,
sino más bien recordar el daño producido al otro, dolerse profundamente y
arrepentirse. Perdonar tampoco es muestra de debilidad. Enright agrega que “el
perdón, como la bondad, es una virtud moral en el que la persona tratada
injustamente ofrece misericordia”. Y otra cosa muy importante es que así como no
debilita a la persona, tampoco debería limitar la búsqueda de justicia y reparación.
Worthington pone su propio caso como ejemplo. En 1996, a finales de año, un
hombre entró a la casa de su madre y la mató con una barra de hierro. Hasta
ahora nadie ha sido condenado por el hecho. “Yo perdoné a la persona que lo
hizo. No se trata de no buscar justicia porque eso debilita la sociedad. La justicia
es algo de la sociedad, mientras que el perdón era algo mío”, dice.
El mito más grande de todos, sin embargo, es que hay cosas imperdonables.
Según los expertos, al menos, todo se puede perdonar, pero también dicen que
este acto tiene sus propios tiempos y ritmos. Así es que no nos correteen y
esperemos las nuevas acciones del presidente Peña,
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