Agradecimientos especiales para.... Lizzie Raven Moonwixh Muchas gracias por haberse sumado a este proyecto. Su ayuda fue fundamental para este libro. Gracias chicas ¡Importante! ¡Esta traducción fue hecha sin ánimo de lucro! Ningún miembro de este foro recibe compensación económica por esto. Por lo que te pedimos que no vayas a la página de la autora a comentar que ya has leído esta historia. Si no hay una traducción oficial de la misma. No subas screenshots de este libro. No comentes que existe esta versión en español. Las autoras y sus fans no les gusta ni apoyan esto. Así que por favor no lo hagas. No subas nuestras traducciones ni otras a Wattpad. De esta manera podremos seguir dándote a conocer más historias, que no están en nuestro idioma. Apoya a los foros y blogs siendo discreta. Disfruta de la lectura… Advertencia Esta historia contiene escenas explícitas de agresiones sexuales, físicas, violencia, asesinatos, enfermedades mentales. Tráfico de personas, pedofilia. Es más dark que el primer libro. Si eres sensible a estos temas no leas está historia. Story of the Year- Miracle Sophie Simmons- Black Mirror Klergy- No Rest for the Wicked gavn!- Crazy Bad Omens- The Death of Peace of Mind A.A. Bondy- Skull & Bones Echos- Saints Jacqui Siu- Danger MJ Cole & Freya Ridings- Waking Up Skillet- Monster Zero 9:36- Tragedy Skylar Grey (feat. Eminem)- Kill for You Aaron Camper- Hypnotizing Gavin Haley- Sad Season Glimmer of Blooms- Can’t Get You Out of My Head Ghostly Kisses- Spellbound Echos- Guest Room Red- Let It Burn Por mi ansiedad, Porque esta vez sí que me has puesto a prueba y te he dado una patada en el culo de todos modos. La última entrega del Dueto Cat and Mouse... Diamante La muerte camina a mi lado, Pero la parca no es rival para mí. Estoy atrapada en un mundo lleno de monstruos vestidos de hombres, y de aquellos que no son lo que parecen. No me retendrán para siempre. Ya no reconozco a la persona en la que me he convertido, y lucho por encontrar el camino de vuelta a la bestia que me caza en la noche. Me llaman diamante, Pero solo han creado un ángel de la muerte. Cazador Nací siendo un depredador, Con la crueldad arraigada en mis huesos. Cuando me roban lo que es mío en la noche, Como un diamante escondido en una fortaleza, descubro que ya no puedo contener a la bestia. La sangre pintará el suelo mientras destrozo este mundo para encontrarla. Y traerla de vuelta a donde pertenece. Nadie escapará de mi ira, Especialmente aquellos que me han traicionado. Advertencia: Esta es la segunda y última entrega del Dueto. Debes leer primero Haunting Adeline. El olfato. El primero de mis sentidos en llegar. Desearía que fuera cualquier otra cosa porque al instante me abruma el olor corporal, la colonia de especias y lo que solo puede describirse como el hedor del mal encarnado. Y entonces mi sexto sentido se activa, susurrando notas de advertencia y urgencia. Estoy en peligro. Esas notas se convierten en una canción llena de chillidos y ruidos fuertes, que invade a mi cuerpo de un pánico desgarrador. La adrenalina se dispara, y apenas tengo el suficiente sentido común para permanecer lo más silenciosa posible. Abro lentamente mis ojos resecos y me encuentro con una oscuridad total. Tardo un segundo en darme cuenta de que tengo una venda en la cabeza. Entonces, el dichoso entumecimiento con el que me he despertado se desmorona y pierdo el aliento cuando se filtra el dolor que me consume, envolviendo mi cuerpo en una agonía absoluta. Dios, ¿es esto lo que se siente al estar viva? No puedo estar muerta. Estaría en paz si lo estuviera. Y puede que me haya enamorado de un acosador. Pero que me condenen si no he conseguido un lugar en las puertas del cielo. Me he ganado esa mierda. Me devano los sesos e intento pensar más allá del dolor y recordar qué demonios me ha pasado. Vagamente, recuerdo los mensajes de texto de Daya pidiéndome que vaya. La urgencia que sentí cuando ella no respondía a mis llamadas. Subir a mi auto, los faros, y el pánico, ser sacudida hacia adelante, y luego nada. Y ahora estoy aquí... dondequiera que esté. Pero no en un lugar seguro. Dios, ¿fue Daya la que me mandó el mensaje? ¿También le pasó algo a ella? Esa posibilidad hace que otra ola de pánico me atraviese. Los escenarios se reducen y evolucionan hasta que soy una masa de ansiedad y desesperación. Podría estar en graves problemas. Joder, estoy herida y en graves problemas, y no tengo ni idea de cómo mierda voy a salir de ellos. Mi respiración se intensifica aún más y mi corazón late con tanta fuerza que me duele físicamente al golpear contra mi pecho. Necesito las pocas fuerzas que me quedan para mantenerme en silencio. ¿Dónde mierda estoy? ¿Dónde está Zade? A continuación, se oyen voces apagadas, amortiguadas por el ruido de mis oídos, pero cada vez más fuertes. Esfuerzo mis oídos, tratando de escuchar por encima del latido de mi corazón y el dolor que se hincha en mi cuerpo como un globo de agua. De alguna manera, la agonía también tiene voz, y es jodidamente fuerte. —Z estará buscándola —dice un hombre en voz baja—. Pero estaremos bien una vez que lleguemos a Garrison y dejemos la furgoneta. La llevaremos allí rápidamente. Un recuerdo en particular me golpea la mente, destellos de haber sido expulsada de mi auto y el dolor residual de los cristales y el metal mordiendo mi piel. Esto explica por qué mi espalda está en llamas. Me han secuestrado, obviamente. Esto tuvo que ser obra de La Sociedad. Zade había dicho que me tenían como objetivo, y sé que tenía guardias apostados fuera de la Parsons Manor. Deben haber usado a Daya para sacarme, lo que significa que hay una alta probabilidad de que ella también haya sido secuestrada. Maldición, soy un idiota. Ni siquiera me detuve a pensar que podía ser una trampa cuando Daya no contestaba al teléfono. Estaba tan decidida a llegar hasta ella en caso de que estuviera herida o en problemas que ni siquiera me planteé llamar a Zade. No solo podría haberme salvado a mí, sino también a Daya. Aprieto los ojos mientras un sollozo me sube por la garganta. Una lágrima se desliza por mis pestañas y mi pecho tiembla con el esfuerzo, tratando de no romperme. La culpa es mía. Zade me advirtió en innumerables ocasiones que me iban tras de mí, y en la primera trampa que pusieron, fui directo ella. Eres una idiota, Addie. Una maldita idiota. —¿De verdad crees que podremos esconderla de él? Es el jodido Z, hombre —responde otro hombre, éste con un ligero acento hispano. —Solo estamos dando a La Sociedad lo que pidió. ¿A quién tienes más miedo? ¿A ellos o a Z? Joder, era la maldita Sociedad. Lo sabía, pero escucharlo ser confirmado solo envía una nueva oleada de adrenalina en mi sistema. No sé por qué me han metido en esta mierda, pero tienen que sacarme de su jodida ensalada de depravación; no pertenezco aquí. Pertenezco a una ensalada llena de frutas y verduras. Cosas saludables que no me sacan de la carretera y me esclavizan. El segundo hombre murmura: —Prefiero jodidamente no elegir. Suena como una mano que da una palmada en el hombro o en la espalda de alguien, como para tranquilizarlo. —Lástima que no tengas elección, Rio. No importa. Esta chica de aquí vale millones. Quiero decir, tenemos un maldito diamante aquí. Imagínatelo, la chica del hombre Z, la única, en un escenario de subasta. ¿Sabes cuántos enemigos tiene? La gente estará echando espuma por la boca para hacer de su chica su pequeño juguete. Recibiré mi parte de Max, y La Sociedad te compensará, estoy seguro. Viviremos jodidamente bien —Deja escapar una carcajada de hiena—. ¡Puedo comprar mi propia maldita isla privada después de que el dinero llegue! Una inyección de ira me invade ante las insensibles palabras del hombre, que habla de mí como si fuera una casa en venta. —Tu idea de comodidad debe ser diferente a la mía. Tendremos que escondernos junto a ella. Al menos mientras Z siga vivo —responde el segundo hombre -Rio-. Su nombre me resulta familiar, y creo recordar débilmente que alguien gritó su nombre después de sacarme de la carretera. —No te preocupes, hombre. Tendremos un buen comienzo con el ritual de esta noche, y estoy seguro de que La Sociedad eliminará a Z, de una forma u otra. Nos protegerán. Un bufido burlón es la única respuesta que obtiene el primer hombre. Dios mío, realmente estoy en un gran problema. Lágrimas brotan de las esquinas de mis ojos y, por más que lo intente, no hay forma de evitar que se desborden como ríos más allá de la venda. A duras penas consigo contener el sollozo que aún amenaza con salir, abriéndose paso hasta el interior de mis dientes. Respira profundamente, Addie. ¿Qué te ha enseñado Zade? Tardo varios momentos en ordenar mis pensamientos, pero finalmente, su voz se filtra. Deja evidencia. Apretando los dientes contra el dolor, agarro lentamente unos mechones de mi cabello y tiro de ellos hasta que se liberan. Los agudos pinchazos son intrascendentes comparados con el resto de mi cuerpo. Mantengo mis movimientos mínimos y lentos. Con la venda puesta, no tengo ni idea de si pueden verme bien. Un movimiento fuera del rabillo de su ojo puede alertarlos. Muevo los dedos hasta que las hebras se aflojan y caen. Justo cuando voy a buscar más cabello, chocan con una protuberancia particular y brutal en el camino, y no puedo evitar que se me escape el aullido. La pareja no había estado hablando en ese momento, pero se sintió como si una habitación llena de gente se volviera mortalmente silenciosa en cuestión de segundos. —Bienvenida a la tierra de los vivos, cariño —canturrea uno de los hombres. Es el primer tipo que se ha referido a mí como un diamante. —¿A dónde me llevas? —pregunto, con la voz rasposa y ronca. —A tu nuevo hogar, bueno, hogar temporal —corrige—. Quien pague más te proporcionará tu hogar definitivo —Se ríe como si yo fuera un perro a punto de ser adoptado por una familia cariñosa. —Genial —digo con voz ronca—. Parece que me ha tocado el premio gordo. Uno de ellos se ríe sin humor, pero esta vez suena como Rio. —Agárrate bien a ese humor, nena. Lo vas a necesitar para donde vas. Antes de que pueda abrir la boca para responder, siento un pinchazo en el brazo, seguido de una sensación de ardor que se extiende por mis venas. Aspiro una fuerte bocanada de aire. Y resulta que es el último aliento que tomo antes de que descienda la oscuridad. —Sus signos vitales son inestables y su presión sanguínea está cayendo. Tenemos que ponerle una vía. Me muevo, la voz desconocida se distorsiona bajo el zumbido de mis oídos. La agonía arde en cada centímetro de mi cuerpo, pero me siento como si estuviera bajo el agua, luchando por llegar a la superficie, pero alejándome de ella porque sé que el dolor se intensificará. Estoy envuelta en un manto de fuego, las llamas lamen mis terminaciones nerviosas, y cuanto más cerca estoy de la conciencia, más brillante es la llamarada. Hay un pequeño pinchazo en mi brazo, seguido de voces apagadas que vienen de diferentes direcciones. —Hombro dislocado, traumatismo craneal, laceraciones en todo el cuerpo —La voz del hombre se apaga antes de volver a intervenir, en un grito tan fuerte que sube por mi columna. —Maldita sea, Rio, esto no es un puto hospital donde tengo el equipo que necesito. Podría tener una hemorragia interna ahora mismo, por lo que sé. —Vamos, hombre, estaba bien hace un rato —responde otro, con una nota de preocupación en su tono, el compañero de Rio, creo. —¿Bien? No tengo forma de saber qué tipo de daño recibió. Es evidente que se golpeó la cabeza. Podría tener una hemorragia y potencialmente morir en segundos. ¿Vas a buscarme un escáner CT1? —Cuando se encuentra con el silencio, sigue un murmullo de “me lo imaginaba”. La oscuridad lame el borde de mi conciencia, amenazando con arrastrarme de nuevo. Gimo y, tanteando con los dedos, abro los ojos. Una luz brillante parpadea en ellos, pero apenas me doy cuenta. —Señorita, ¿puede decirme qué le duele? Un hombre mayor sustituye a las luces, su cara cerniéndose sobre mí. Su imagen es borrosa, pero puedo distinguir mechones de cabello gris, un bigote poblado y ojos azul pálido. Separo los labios, pero mi lengua se pega al paladar. Jesús, ¿qué me han inyectado? Sea lo que sea, me está desorientando y mareando. —Sé que te duele mucho ahora, pero necesito que me digas qué te duele. Un escáner de tomografía computarizada (CT) usa tecnología de rayos-X para tomar múltiples vistas transversales del interior del cuerpo. 1 Todo. Todo malditamente duele. —Mi... hombro —balbuceo finalmente—. Mi cabeza. —¿En algún otro lugar? ¿En el pecho o en el estómago? —La espalda —jadeo, recordando una vez más que me han sacado a rastras del auto. Siento la espalda como si la hubieran raspado con un rallador de queso. —¿Eso es todo? —presiona. Asiento con la cabeza, las incesantes preguntas me agotan. También me duelen un millón de otros lugares, pero mi energía está agotada y estoy muy cansada. —Voy a anestesiarte y a curarte, ¿está bien? La claridad aflora a mi alrededor y los rasgos faciales del hombre se agudizan. Junto con otro hombre que está detrás de él, que se mueve sobre sus pies y nos observa. Hora de dormir, princesa. Ojos oscuros sin fondo y una sonrisa perversa: Rio. Fue él quien me sacó del auto. Los flashes de esa conversación se me escapan, pero sé que había algo más. No puedo pensar más allá de los incesantes golpes en mi cráneo. Justo cuando mis ojos empiezan a enfocar, mi visión se vuelve a nublar y mis párpados se vuelven pesados. No puedo luchar contra el profundo impulso de cerrar los ojos. No quiero luchar contra ello. No cuando me aleja del dolor. Addie, cariño, necesito que luches por mí, ¿bien? Necesito que sobrevivas hasta que llegue a ti. —¿Qué tan mal está? La pregunta me hace salir del pozo sin fondo en el que he estado vagando, donde solo vive una ilusión de la voz de Zade. No es real, su voz no está ahí. Pero se siente tan real. Tan tranquilizadora, que lucho por quedarme donde puedo oírla. —¿Qué tan mal crees? La sacaste de la carretera. Junto a la respuesta de enfado hay una oleada de dolor sordo que me recorre todo el cuerpo. Oigo un suspiro y luego el anciano continúa. —Tendrá unas cuantas cicatrices a lo largo de la espalda por los cristales. Tiene suerte de que estuvieran bastante limpios, así que las cicatrices no serán demasiado terribles. —Eso disminuirá su valor —murmura una voz, demasiado baja para discernir quién la ha dicho. —Cierra la boca, te van a pagar a pesar de todo. ¿Qué carajo te importa? —Uh, ¿tal vez porque tu estúpido error está arriesgando mi vida? Jesús, Rio, sabía que estaba golpeada pero no tan mal. Sea lo que sea lo que iba a decir Rio, es cortado por la voz desconocida, la que debe ser el médico. —Tiene treinta puntos de sutura entre las dos laceraciones más grandes porque fue arrastrada por metal afilado y vidrio. No se podía esperar que eso no causara daños permanentes —dice, poniéndose claramente del lado del compañero de Rio. —Maldita sea, Rio. Te das cuenta de que eso puede salir de mi puto bolsillo, ¿verdad? Te pedí ayuda, no que me lo jodieras todo. —¿Cómo mierda esperabas que la sacara, eh? ¿Levantar el auto como si fuera el puto Superman y hacerlo rodar para poder sacarla como un héroe? —Rio escupe. Mi pecho se contrae. La aspereza de su tono se siente como arañar una pizarra. Me he despertado con esa maldita voz demasiadas veces. Y cada vez es un duro recordatorio de que he sido arrastrada a una pesadilla y aún no he encontrado la salida. —Si no hubieras golpeado el auto tan jodidamente fuerte, nada de esto estaría pasando, pedazo de mierda. —Si no hubieras estado tan jodidamente drogado y gritado en mi oído, entonces podrías haber sido el puto conductor como se suponía. —Señores, vamos a tomar un respiro. Está despierta. Su presión sanguínea está aumentando. Se me corta la respiración, pero no me molesto en fingir. Lentamente, abro los ojos y veo a tres hombres rodeándome, mirándome como si fuera una rata de laboratorio en un experimento. Un experimento jodidamente horrible. Mis ojos chocan primero con unos oscuros. Casi negros y sin vida por la falta de calor. Los tatuajes cubren su piel marrón claro, siendo las hojas de laurel a ambos lados de su garganta las que primero llaman mi atención. Lleva una chaqueta de cuero con cremallera, pero la tinta negra se arremolina en sus manos y en cada uno de sus dedos, lo que indica que probablemente esté cubierto de ellos. Tiene unos rasgos angulosos y afilados, unas cejas gruesas y arqueadas, y una cicatriz que atraviesa un lado de su cabello negro muy recortado, completando su aspecto casi salvaje. Sería atractivo si no pareciera que prefiere verme muerta. Mi mirada se desplaza hacia el hombre que está a su lado; tiene un aspecto mugriento y costras en la cara por el aparente consumo de drogas. Lleva el cabello grasiento cubierto por una gorra de béisbol, un sucio jersey de mujer y unos pantalones demasiado grandes. Lo reconozco como el otro hombre que me secuestró. Finalmente, miro al tercer hombre, que supongo que es un médico. Cabello canoso, ojos azules, bigote poblado y arrugas que perturban la expresión suave de su cara. Su mirada es más suave, al igual que el tenor con el que habla. Pero hay algo raro en él. Una vibración profunda y penetrante que no puedo localizar. Aparto la mirada, un frío temblor se instala en lo más profundo de mis huesos. El dolor sordo y punzante es cada vez más agudo, pero aún no es tan potente como cuando me desperté en la furgoneta. Los analgésicos que me han administrado deben estar desapareciendo, y no me importa pedir más. Me duelen todos los músculos tan profundamente que siento como si una cáscara dura se hubiera moldeado alrededor de mis huesos. Estoy increíblemente rígida, y cada movimiento me produce una punzada. Respirando entre los dolores, miro a mi alrededor. Estoy en una habitación blanca y oscura. Esto es... estéril. No está limpio como un hospital, que es donde esperaba estar, pero tampoco estamos en un calabozo. No estoy segura de por qué esperaba eso. Las paredes blancas y sucias, el suelo de hormigón y los armarios plateados se alinean en casi todas las paredes de la habitación. Junto a la cama del hospital hay una gran mesa de metal con un cuenco y varios instrumentos dispuestos sobre un paño ensangrentado. Hay diferentes tipos de máquinas repartidas por la sala. Aunque no reconozco la mayoría de ellas, el aparato que pita junto a mí y que controla mis constantes signos vitales me resulta familiar, así como la vía intravenosa que me llega directamente al brazo. El médico toma un vaso de espuma de poliestireno de la mesa junto a mi cama y me lo entrega. —Bebe despacio —me indica. Temblorosamente, agarro el vaso y le doy un sorbo. El agua fría se siente como verter hielo sobre una quemadura. Un alivio doloroso. Unas mantas blancas y raídas me cubren hasta la cintura y, cuando miro hacia abajo, me doy cuenta de que no llevo más que una bata azul claro. De alguna manera, esa es la peor parte. Pueden ver la evidencia de lo frío que es aquí. Al notar dónde están mis ojos, el médico habla. —Me disculpo por tu ropa. Tuve que cortártela para poder tratarte adecuadamente y evaluar los daños que has sufrido. —Puedes agradecerle a Rio por eso —El hombre gruñón murmura bajo su aliento. Lo suficientemente alto como para que yo lo capte a través del miedo casi constante que se arremolina en mi torrente sanguíneo. —Cierra la boca, Rick —le responde Rio, con un acento cada vez más marcado por la furia—. O yo mismo te mataré, y a diferencia de tu precioso diamante, nadie te echará de menos. Esto... esto es un terror diferente a todo lo que he sentido antes. No es nada como el miedo que Zade invocó en mí, y definitivamente no es una emoción barata que obtengo de las casas embrujadas y las películas de miedo. Esto es lo que se siente cuando estás bien y verdaderamente jodida. El monitor traiciona mi cuerpo, el pitido aumenta hasta que el médico lo mira con preocupación. Apenas recuerdo los acontecimientos posteriores a la salida de mi auto. Sin embargo, sí recuerdo vagamente la cara de Rio que se cernía sobre mí después de arrastrarme fuera del auto, su boca moviéndose, pero sus palabras evadiéndome. Todas menos cuatro. Hora de dormir, princesa. —¿Dónde estoy? —susurro y luego toso, despejando parte de la flema de mi garganta. —En el maldito Ritz-Carlton, princesa. ¿Dónde crees? —Rio suelta, con las facciones aún tensas por la ira. Rick lo mira con una expresión acusadora en su cara llena de costras, pero por lo demás, mantiene la boca cerrada, tomándose claramente en serio la amenaza de Rio. Es obvio que Rio la ha cagado, y hay una parte de mí que espera que lo maten por ello. —Mi nombre es Dr. Garrison —se presenta el hombre canoso, poniéndose deliberadamente delante de Rio. Tragando saliva, guardo silencio. Si el asqueroso espera que le diga mi nombre como si estuviéramos en una maldita entrevista, entonces puede meterse el palo de la intravenosa por el culo. —¿Cómo te sientes? —pregunta, acercándose un paso. Me pongo nerviosa y, antes de que pueda decirle exactamente lo que siento, sigue adelante, pareciendo percibir mi respuesta de sabelotodo—. Imagino que un dolor de cabeza. ¿Alguna náusea? Aprieto los labios. Probablemente sea mejor que haya desviado el interrogatorio. Mi boca solo va a hacer que me maten si la dejo abierta. No voy a salirme con la mía como lo hice con Zade -aunque todavía consideraría que “salirme con la mía” es subjetivo-. Incluso cuando se dio a conocer y me aterrorizó, siempre hubo una extraña sensación de seguridad al presionar sus botones, como si en el fondo supiera que Zade nunca me haría daño de verdad. Algo que solo tiene sentido ahora que ha conseguido colarse en mi vida. El hombre es increíblemente peligroso... para todos menos para mí. Incluso cuando tenía una pistola cargada apuntando en mi dirección y la usaba como algo más que un arma. ¿Pero estos hombres? No solo me harían daño, sino que también me matarían. —Náuseas —digo, con la voz todavía ronca. El Dr. Garrison empieza a juguetear con la vía, sustituyendo la bolsa de fluido vacía por una nueva. Espero que sea morfina. Me bebo el resto del agua de mi vaso, pero no sirve de mucho para contrarrestar la perpetua sequedad de mi garganta. No importa cuántas veces me lama los labios agrietados, nunca hay suficiente humedad. —Tienes una conmoción cerebral bastante fuerte. Lo que significa que tendremos que vigilarte de cerca. Quiero asegurarme de que no recibas más daños —Les lanza una mirada desagradable, y tengo la sensación de que esto es algo que ya han discutido. Mi boca se mueve en piloto automático, abriéndose y preparándose para decirle que no pierda el tiempo: los otros dos hombres se encargarán de que mi cuerpo sufra muchos más daños. Percibiendo mi intención, Rio me dice: —Te reto —Su voz es severa y amenazante, atrayendo mi atención hacia él—. Tu coño seguirá funcionando a pesar de todo, aunque tengas daños cerebrales. Cierro la boca y desvío la mirada hacia el Dr. Garrison. Sus labios se aplanan en una línea blanca, aparentemente sin impresionarse con las crudas palabras de Rio. Mantén la boca cerrada, Addie. Acabamos de repasar esto, idiota. —Has sufrido un gran traumatismo y, a pesar de lo que digan —Le da una mirada desagradable a Rio—, te necesitamos en plena forma. Me necesitan en forma para que valga algo. Pero no discuto, no cuando me beneficia. Sanar significa ganar la energía para huir. Lamiéndome los labios, pregunto: —¿Qué día es? —¿De verdad crees que eso es importante? —Rick ladra—. No puedes hacer preguntas. Lucho por no responder. Mis labios tiemblan con el impulso de impartir palabras desagradables y odiosas para escupirlas. Pero consigo abstenerme. —Es jueves —responde de todos modos el doctor Garrison, ignorando la mirada sucia del hombre desaliñado. Jueves... Ya han pasado cinco días desde el accidente de auto. Zade ya estaría buscándome. Lo más probable es que esté fuera de sí y en un ataque... Jesús, probablemente va a matar a un montón de gente. No, definitivamente lo hará. Y cuando una sonrisa comienza a formarse, sé que ese hombre me ha corrompido bien y verdaderamente. —¿Algo divertido? —pregunta Rick. Aplaco la sonrisa y niego con la cabeza, pero lo único que puedo pensar es que, aunque yo muera, todos ellos también lo harán. Y su final va a ser mucho peor que el mío. A medida que las fantasías se arraigan en todas las formas en que Zade causará estragos, mis párpados comienzan a hacerse pesados, y la fatiga sobrecarga la pequeña ráfaga de adrenalina con la que estaba corriendo. Los tres hombres me observan atentamente, e incluso en mi estado de conmoción cerebral, no necesito que un científico me diga que, lo que sea con lo que me drogó, no es morfina. Mis ojos se posan en Rio, y mis párpados se cierran involuntariamente antes de forzarlos a abrirse. Sus labios se levantan a los lados, con una diversión mordaz que se arremolina en esos pozos oscuros. —Es hora de ir a dormir, princesa. No es muy frecuente que la gente me sorprenda. Espero lo peor de todos, incluso de mí mismo. Especialmente de mí mismo. Pero cuando esa voz se registra a través de la niebla de agonía que nubla mi cabeza, lo único que puedo sentir es asombro y la fría presión del metal en la parte posterior de mi cráneo. —Me alegro de que te hayas dado cuenta, Jason Scott. Ahora veamos esas manos, de lo contrario, esta única bala encontrará su camino en la puta cabeza de ambos. Exactamente el mismo sentimiento se refleja en la cara de Jay cuando sus rasgos se aflojan y los ojos se abren de par en par, su voz saturada de absoluto desconcierto mientras boquea: —¿Tú? —Sí. Yo. Hija… de puta. Mi mente se acelera, repasando cada encuentro con ella y tratando de averiguar cómo diablos se me pasó esto, se me pasó que fuera un lobo con piel de cordero. Hizo su papel jodidamente bien. —Esto realmente hiere mis sentimientos, sabes —digo entre dientes apretados, el músculo de mi mandíbula palpitando. —¿Por qué tengo la sensación de que lo superarás? El grito torturado de un hombre suena en algún lugar a mi izquierda, el humo pesado lo oculta. Una bomba estalla en algún lugar, haciéndome caer en el altar de piedra que utilizaban para sus rituales de sacrificio. No tengo ni idea de los daños que he sufrido, pero si el dolor creciente en todo mi cuerpo es una prueba, necesito ir a un hospital. Y no necesito que un puto adivino me informe que conseguir ayuda no está en mi futuro cercano. La cueva subterránea hecha por el hombre en la que nos encontramos sigue siendo un hervidero de caos, los lamentos de agonía y terror rebotan en las paredes de piedra, empeorando los golpes en mi cráneo. Este infierno es donde La Sociedad sacrifica a los niños. Algún tipo de iniciación para ser acogidos en un club que les proporciona un amplio número de inocentes para violar y asesinar. Los vídeos filtrados aparecieron en la Deep web, el primero de ellos hace nueve meses. Desde entonces, he trabajado día y noche para entrar en este ritual. Y finalmente lo hice. Pero evidentemente, La Sociedad me vio venir y planeó mi llegada. Dan -el hombre que me hizo entrar- había mencionado que habían atrapado al culpable que estaba filtrando los vídeos. Estaba demasiado distraído para darme cuenta de la trampa cuando después apareció otro vídeo en la web. Un vídeo que fue subido intencionadamente, sabiendo que lo vería y encontraría la forma de entrar en el club. Me estaban atrayendo para poder eliminarme. —Me has costado una niña, Z —dice la zorra detrás de mí. —Parece que sabías que era un riesgo —respondo, un poco sin aliento. Me duele incluso respirar, y el dolor aumenta a cada segundo. La niña que nos ofrecieron a mí y a otros tres hombres en el altar fue sacada de aquí, con suerte, antes de la explosión. Confié su seguridad a uno de mis hombres, Michael, y aún no sé nada de él. —Los dos, arriba. Vienen conmigo. —Puede que esté un poco jodido en este momento, pero no esperes que no te mate a la primera oportunidad que tenga —advierto, casi gimiendo cuando mi espalda sufre un espasmo. Joder, más que nada, me gustaría que esta mierda fuera como en las películas, en las que ser reventado por una bomba y proceder a salvar el mundo directamente después era posible. —No vas a hacer eso, Z. ¿Quieres saber por qué? Me quedo helado, con una sensación de hundimiento que ya se está formando en la boca de mi estómago. Es como si la boca de un tiburón se abriera y mi corazón fuera el nadador desprevenido a punto de ser tragado. Más vale que no diga lo que creo que va a decir, o voy a perder la cabeza. Mi voz es mortalmente tranquila cuando digo: —Juro por todo lo que es sagrado que te destruiré si tocaste a mi chica. Su silencio de respuesta lo dice todo, y todo se vuelve negro. Mi visión se apaga y un tsunami de rabia me atraviesa. Aprieto los puños, luchando por recuperar el control de mí mismo. —Zade. La urgencia me hace perder la paciencia y me pide a gritos que me levante y encuentre a mi Ratoncita. Tengo que llegar a ella ahora antes de que la lleven demasiado lejos. —Zade. ¿Quién sabe hasta dónde la han llevado ya? Hasta qué punto la han herido. Mi cuerpo se bloquea al pensar en ello, y por mi cabeza pasan imágenes de lo que podrían estar haciéndole. Si la tocan... —¡Joder, ZADE! Mírame, hombre. La voz de Jay finalmente se registra, pero no puedo verlo. No puedo ver nada. El arma me presiona más fuerte en la cabeza como advertencia. No recuerdo haberme movido, pero ahora estoy de rodillas, con la espalda recta mientras miro al frente. No veo nada más que la visión de destrozar el cuerpo de esta zorra, miembro a miembro, con mis malditos dientes. —Agáchate —ella sisea detrás de mí. —Déjame... joder, él va a hacer una estupidez —Se apresura a decir Jay, con la voz afinada por el pánico. Me duele un lado de la cabeza por un puño que me golpea la sien. Vuelvo a enfocar la vista, apareciendo el rostro del hombre que es mi mano derecha, con sus ojos color avellana a centímetros de distancia. —Cálmate, joder —ladra con los dientes apretados. La vena de su sien palpita y el sudor se derrama por su cara roja. Mi mano rodea el cañón que se clava firmemente en mi cabeza, a segundos de arrancarlo de su agarre. —Suéltala —ordena Jay bruscamente—. Tienes suerte de no tener una maldita bala en la cabeza ahora mismo. No puedes matarla todavía. —Me gustaría ver cómo lo intentas —ella escupe, empujando el arma. Fijando la mandíbula, la suelto y apoyo las manos en las rodillas. Mis músculos vibran con tanta fuerza que parece que mi cuerpo está inmóvil. Pero puedo sentir cada temblor mientras ella continúa—: Puede que te creas poderoso, pero cualquier retazo de poder que tengas es insignificante comparado con el mío. Puedo hacerte desaparecer y nadie sabrá que has existido. Gruño, a punto de demostrar lo equivocada que está, pero mantengo los dientes pegados por el momento. Jay tiene razón. Me está apuntando con un arma en la nuca y puede acabar con mi vida en cuestión de segundos. Una bala es más rápida que yo, y no tengo ninguna duda de que ella cumpliría su amenaza y mataría a Jay después. Cerrando los ojos, inhalo profundamente y me llevo a un lugar aterrador al que rara vez he tenido que ir en mi vida. El entumecimiento se extiende y la tranquilidad sustituye a la rabia al rojo vivo. Mi mente enmudece y, cuando vuelvo a abrir los ojos, la columna de Jay se endereza. Todo lo que ve lo inquieta. Necesito salir de esta situación para encontrar a Addie. Solo entonces, estaré más que feliz de mostrarle a esta perra exactamente de lo que soy capaz. Este mundo arderá, y yo sostendré su cara en el fuego y la veré derretirse en mi ira. —¿La has tomado? —pregunto. Sé que lo hizo, pero necesito escuchar la confirmación de su boca de todos modos. Siento su aliento caliente sobre mi oreja, seguido de su voz suave y burlona. —Lo hice. Me la llevé, y la voy a vender solo a los que tengan los deseos más enfermizos. Y tú no puedes hacer nada al respecto. Una cosa que he llegado a aborrecer desde que formé Z es que tengo una imaginación increíblemente viva. En este campo de trabajo, es una maldición. Cada vez que veo un nuevo vídeo publicado en la Deep web o recibo información sobre una nueva red, los primeros pensamientos que me vienen a la mente son todas las cosas depravadas y enfermas que se hacen a estas mujeres y niños. Mi propia mente me tortura con esas imágenes. Y más tarde, voy a estar plagado de ellas, excepto que será mi chica a la que ellos estén lastimando. ¿Pero ahora? Estoy jodidamente contento por ello. Porque en este mismo momento, estoy disfrutando de todas las formas en que estoy imaginando cómo voy a matar a Claire Seinburg. —Así que —empiezo, gruñendo cuando una punzada especialmente dolorosa se dispara en mi espalda—. Mark nunca fue tu abusador, ¿verdad? Ella titubea. —Oh, lo era. Solo que no sabía lo que significaba para él cada vez que me ponía las manos encima. El idiota nunca se dio cuenta de que yo era la que movía todos los hilos. Era demasiado estúpido. Nos rodea a Jay y a mí, con el arma todavía apuntando a mi cabeza mientras sus labios rojos forman un gruñido. El color que tiñe su boca rivaliza con su cabello. Un rojo tan brillante que se enrosca alrededor de su rostro y sus hombros cubiertos por la túnica. Durante el ritual, ella era la persona misteriosa de la capucha, ofreciéndome un cuchillo que sabía muy bien que nunca usaría en esa niña. En su lugar, se clavó en la garganta de otra persona. —Eso es lo mejor de la especie masculina. Están tan metidos en sus propios culos que nunca piensan que podía ser una mujer la que mandara. Nunca sospecharon de la esposa mansa y maltratada porque todos asumieron que era débil. Resoplo una risa seca. —No es así. No sospeché de la esposa maltratada solo porque no podía imaginar a una víctima victimizando activamente a otras mujeres y niños inocentes. Sonríe con maldad y se dobla por la cintura, dirigiendo sus ojos verdes hacia los míos. —Y no puedo imaginar a un hombre que se juega la vida para salvar a estas víctimas forzando a una mujer inocente a una relación. Me evalúa detenidamente mientras yo la miro fijamente, buscando alguna emoción. Solo le doy una: inclino la cabeza hacia atrás y me río. —¿Me has estado acosando, Claire? —pregunto divertido, encontrando su mirada una vez más. Sus labios se inclinan aún más. —Todos somos hipócritas, Z —dice, ignorando mi burla y enderezándose—. La única diferencia entre tú y yo es que yo elegí aprovecharme de los patéticos hombres de este mundo. Nunca van a dejar de abusar de los que consideran más débiles. Y nunca dejarán de violarlas y matarlas. Así que decidí que si ese es el mundo en el que vamos a vivir, entonces que me condenen si no gano algo con ello. Relajo la cara, solo aprieto los dientes cuando la punzada en la espalda empeora. Joder. Realmente necesito un hospital. Pero necesito más a Addie. —Podrías hacer mucho bien en tu posición —dice Jay, con el disgusto retorciendo sus rasgos—. Tienes un poder inmenso. Y eliges alimentar el patriarcado en lugar de cambiarlo. Ella gruñe, apuntando el arma hacia él y presionándola contra su sien. Jay se pone rígido, pero no se acobarda. Mis músculos se bloquean, el dolor palpitante se desvanece al ver su dedo bailar sobre el gatillo. Si aprieta el gatillo... aplastaré su garganta bajo mi bota antes de que la bala termine de atravesar el cerebro de Jay. —Te equivocas —Me mira—. Digamos que destruiste todos los círculos, Z. Digamos que lograste lo que te habías propuesto. ¿Crees sinceramente, por un segundo, que se quedará así? ¡Ja! En cuanto se asiente el polvo, el mal ya estará reconstruyendo su imperio, esta vez más fuerte y mejor que antes —Nos mira a Jay y a mí como si estuviéramos alucinando. —Nunca te librarás del mal. Nunca. No se equivoca, pero eso no significa que no pueda hacer una gran mella en el pozo negro de las almas podridas y crear un vacío de poder. No me hago ilusiones de poder borrar el tráfico de personas en mi vida por completo. Pero ese nunca fue el puto objetivo. El objetivo es salvar a estas niñas, a estos niños, y darles una segunda oportunidad en la vida al mayor número posible de ellos. Mi plan siempre ha sido desmantelar el turbio control del gobierno sobre el pueblo y su mano en el tráfico de personas. Solo eso marcará una diferencia significativa en el mundo. Será una batalla continua mucho después de que me haya ido. El sol explotará y la tierra se deteriorará antes de que exista un mundo perfecto. Los humanos se suicidarán antes de que eso ocurra. ¿Pero Z? Z no va a ir a ninguna parte, ni siquiera cuando esté enterrado a dos metros bajo tierra. Criaré a una generación para que tome el relevo, y ellos harán lo mismo. Claire mira entonces por encima del hombro y veo que se acerca un hombre con una profunda capucha sobre la cabeza. Solo puedo distinguir su sexo porque tiene la constitución de una torre Eiffel invertida. Hombros anchos y macizos que estiran la túnica, con las costuras a punto de reventar, y que luego se estrechan dramáticamente hacia las piernas de pollo. El imbécil se saltó el día de las piernas tan a menudo que ya no puede verlas porque están muy flacas. —El auto está listo —anuncia, con una voz más profunda que la Fosa de las Marianas. Claire se enfrenta a mí, bajando su arma mientras la del hombre se levanta, y mueve el dedo índice hacia arriba y hacia abajo. —Arriba —dice, su tono es agudo—. Ahora. Exhalando una respiración constante, me obligo a moverme, apretando los dientes por los dolores de mi cuerpo. Gruñendo, me pongo en pie y dirijo mi mirada a la serpiente pelirroja que tengo delante. Es lo suficientemente valiente como para encontrarse con mi mirada de frente sin un ápice de miedo. Estoy seguro de que está acostumbrada a que los hombres la miren por encima del hombro, de forma intimidatoria. Pero Claire nunca se ha enfrentado a un hombre como yo. —¿Qué crees que vas a hacer conmigo? —la desafío, mirándola con condescendencia como lo harías con un niño pequeño que cree que puede ganar un combate de lucha libre contra ti—. Soy mucho para manejar, Claire. Sus labios se inclinan en una sonrisa secreta, despreocupada mientras se acerca, una muestra para demostrarme lo poco temerosa que es. —Patrick te llevará a nuestra sala de interrogatorios. Vamos a hacerte algunas preguntas —Me palmea la mejilla, devolviendo la condescendencia—. Serás útil y nos darás toda la información que necesitamos. Cómo opera tu organización y la tecnología ilegal que utilizas, junto con toda la información que has recogido en tus años como terrorista. Y luego, te haré ver a tu noviecita con su nuevo amo antes de matarte yo misma. Estiro los labios en una sonrisa feroz, enseñando los dientes mientras me inclino y le muestro exactamente por qué debería estar jodidamente asustada. —Será mejor que te asegures de que esas cuerdas están muy apretadas —gruño. Sus ojos se redondean en las esquinas, y una pizca de miedo relampaguea tan rápido como un rayo. La perra puede ser jodidamente fría, pero eso no la hace inmune a mi fuego. —Muéstrame el camino —animo, haciendo un gesto ante mí. Claire me mira de arriba abajo y frunce el ceño ante mi tono de superioridad. Se ha acostumbrado a que la gente se arrodille a sus pies y se incline ante sus órdenes como si fuera metal bajo una antorcha. Todavía tiene que aprender que nunca he sido solo un hombre. Con un resoplido, se da la vuelta y se aleja, haciendo hincapié en mantener la espalda erguida como si quisiera demostrar un punto. Nunca he necesitado adquirir miedo para matar, pero no me importa dar lecciones. Addie puede dar fe de ello. La mirada de Jay se clava en un lado de mi cara, una mirada de pánico que irradia de sus ojos color avellana. No necesita decir las palabras; su expresión lo dice todo. Vamos a morir. No si tengo algo que ver con ello. Tengo demasiado que perder que vale mucho más que mi propia vida. Su compañero de piernas de pollo, Patrick, nos permite pasar antes de ponerse detrás de nosotros. —Intenta no mirarme el culo —digo. Gruñe y me empuja hacia delante con una mano carnosa, con el arma en la otra mano, amenazante. Lentamente, giro la cabeza para mirarlo por encima del hombro, con los ojos desorbitados y una sonrisa que no puedo sentir en mi cara. —Cállate y camina —suelta, pero su voz lo traiciona, tambaleándose en la última palabra. Qué difícil debe ser fingir valentía bajo la mirada de un monstruo atroz con una sonrisa maliciosa. El humo empieza a diluirse. Los cuerpos están esparcidos por la cueva, un océano de sangre que empapa la roca. Siguiendo a Claire, mi pie golpea un brazo cortado, el miembro rueda directamente hacia una cabeza decapitada, el rostro del hombre congelado por el terror. Los aullidos de dolor se van desvaneciendo poco a poco a medida que aumentan las mortalidades, y no puedo evitar maravillarme ante el hecho de que La Sociedad haya sacrificado la vida de su propia gente solo para asegurarse de que yo fuera capturado. Eso lo dice todo. No solo soy una amenaza, sino que soy catastrófico. Claire nos lleva a la puerta por la que desapareció tras entregarme el cuchillo. Por el rápido barrido de la habitación, no había visto a ninguno de mis hombres, pero eso no significa que no estén mezclados y posiblemente muertos. Se me aprieta el pecho, esperando que no sea así. Entienden los riesgos, pero su muerte sería otra responsabilidad que asumir. La seguimos por un pasillo escasamente iluminado, una réplica exacta del que atravesé al entrar en la cueva. Tiras de luces LED se alinean a ambos lados, emitiendo un brillo ominoso contra las paredes y azulejos negros. Este pasillo se inclina hacia arriba ahora que venimos del subsuelo. Se siente como escalar una montaña con la forma en que me duele el cuerpo. Jay camina rígido a mi lado, mirándome periódicamente con miedo y ansiedad. Está claro que nunca ha estado en una situación de peligro como ésta. Siempre está detrás del ordenador, nunca en primera línea. No sé cómo tranquilizarlo. Nunca he sido de los que mienten, y aunque estoy seguro de que nos sacaré con vida, no puedo garantizarlo. En cuestión de minutos, Claire abre la puerta de un empujón y nos lleva a un callejón oscuro, apenas iluminado por la luz de la luna y una farola al final. El sudor que se desliza por los lados de mi cara se enfría al instante con el aire frío de Seattle. Claire no pierde el tiempo y nos conduce hacia una sencilla furgoneta negra que espera en la entrada del camino, con los cristales tintados tan oscuros que no se podría ver a través de ellos ni, aunque se aplastara la cara contra el cristal. Increíblemente ilegal, pero esas matrículas evitarán que los detengan. Solo necesitarían ver el nombre de Claire para mirar hacia otro lado. Cuanto más nos acercamos al vehículo, más se tensa Jay. Me acerco a su oído. —Piensa en Claire como tu hada madrina, y este es el carruaje de calabazas que te llevará a tu princesa. —O príncipe —corrige Jay entre dientes apretados. Está sudando profusamente y sus ojos están dilatados—. Tampoco me importaría. Me encojo de hombros. —Mientras me sigas haciendo tío Z. Se burla, mirándome como si estuviera loco. —¿En serio crees que voy a tener hijos después de ver esta mierda todos los días? Vuelvo a encoger un hombro, frunciendo los labios. —¿Por qué no? El tío Z los mantendrá a salvo. Puedo ser su guardaespaldas personal. Puede que no les guste, pero jodidamente lo haré. Niega con la cabeza, con una pequeña sonrisa en los labios, entendiendo exactamente lo que estoy haciendo. Le estoy dando un futuro. Pintando una imagen de él sobreviviendo y encontrando la felicidad, tanto si decide criar mini gremlins como si no. Cuando bajamos de la acera y nos acercamos a la furgoneta negra, las puertas dobles traseras se abren de par en par. Claire se gira y asiente con la cabeza hacia el oscuro interior, indicando que entremos. Le guiño un ojo y me dirijo a las profundidades de la furgoneta con Jay detrás, su irritado resoplido nos sigue. Si se tratara de cualquier otra persona, le diría que no se enemistara con su secuestrador. De hecho, sabiendo que Addie está en la misma situación exacta ahora mismo, le daría unos azotes en el culo si supiera que está siendo imprudente. Lo más inteligente es mantener la puta boca cerrada y escuchar las órdenes hasta encontrar una salida. Pero poner a Z en la parte trasera de una furgoneta nunca será lo mismo que poner a un civil inocente en ella. Por ahora, puedo confiar en que no matarán a Addie. Ella vale demasiado. Y viendo mi situación expuesta frente a mí, estoy aún más seguro de que Claire no va a ganar esta ronda. Puede que sea inteligente, pero no lo suficiente como para noquearme. Eso podría haberle dado una oportunidad sólida. Me siento en el frío banco de metal, apretando los dientes contra el dolor, y vuelvo a dirigir mi mirada feroz a Claire. Está de pie frente a las puertas, mirándome con una ligera sonrisa. Sus rizos rojos brillan bajo la luz de la farola y, por un momento, parece inocente. Parece una mujer que ha soportado años de abusos en todas sus formas y que solo quiere vivir una vida en paz. Pero el espejismo se rompe y todo lo que veo es una mujer que se convirtió en todo lo que odia. Me dirige una mirada cargada de advertencia y cierra las puertas de golpe, lo que hace que parpadeen las luces LED que rodean el suelo. Jay se acomoda en el banco de enfrente, poniéndose inmediatamente el cinturón de seguridad pegado a la pared de la furgoneta, mientras Patrick se sienta a mi lado. Tan cerca que está prácticamente sentado en mi regazo. Mis ojos se desvían hacia él, con una expresión neutra en mi cara. —No querrás meterte en una pelea de espadas conmigo, Patrick. Te prometo que voy a ganar —exclamo, mirando hacia abajo entre sus piernas. Jay me sisea para que me calle, pero no aparto la mirada de donde siento que se esconden sus ojos dentro de la profunda capucha. —No sabes cuándo mantener la boca cerrada, ¿verdad? —¿Qué dije? —pregunto, fingiendo inocencia—. Pensé que esa era tu intención con la forma en que estás sentado en mi regazo. —Va a ser difícil entrar en una pelea de espadas si no tienes una espada de la que hablar —replica, con un tono de malicia. Arqueo una ceja, sin impresionarme por su amenaza. —Incluso con una motosierra, se necesita tiempo para cortar el tronco de un árbol. Estarás muerto antes de llegar tan lejos. —Sigue hablando —suelta, desafiándome. Sonrío, pero mantengo la boca cerrada. Si Jay no estuviera aquí, continuaría antagonizando con él. Mi objetivo sería que me atacara y, con suerte, me apuntara con un arma. Así, me presentaría la oportunidad perfecta para desarmarlo y matarlo en su lugar. Pero es posible que apunte el arma a Jay, y no voy a arriesgar su vida en lugar de la mía, así que esperaré mi momento por ahora. Patrick va a morir. Y muy pronto. El motor retumba y el metal vibra bajo mi trasero. El vehículo avanza, haciendo que los tres nos balanceemos fuertemente hacia un lado, forzando a Patrick a pegarse más a mí. Nos miramos y, lentamente, se aleja unos centímetros. Eso es lo que jodidamente pensé. Ahora que no tengo a alguien respirándome en la nuca, puedo pensar de verdad. Pero solo hacen falta unos segundos para que mis pensamientos caigan en picada, se desvanezca el espacio amortiguado al que obligué a mi mente y resurja esa rabia oscura. Se llevaron mi Ratoncita. Aprieto los ojos y agacho la cabeza, luchando por recuperar el control de mi temperamento. La frágil capa de resolución que contiene mi ansiedad y mi rabia asesina se está resquebrajando. Mis pensamientos de pánico son demasiado pesados, y al igual que una persona que se encuentra sobre hielo fino, al final se va a romper bajo la presión. Pero no puedo permitirlo. Todavía no. Tengo que centrarme en sacarnos de aquí, y ya es bastante difícil con mi cuerpo gritándome. Existe la opción de atacar y matar a Patrick, pero eso no detendrá el vehículo, especialmente si me oyen intentar escapar. La única alternativa sería disparar el arma hasta dar con el conductor, lo que podría lanzarnos al tráfico y matarnos a todos. O Jay y yo podríamos intentar tirarnos y salir rodando por la parte trasera, pero mi cuerpo está demasiado maltrecho para resistirlo. Exhalando por la nariz, levanto la cabeza y me encuentro con que Jay ya me está mirando, con las cejas fruncidas por la preocupación. Tiene el cabello negro pegado a la frente por el sudor y tiembla como una hoja. Definitivamente, no es apto para la vida de mercenario. Joder, eso es todo. El pánico de Jay y mi agonía han hecho que ambos olvidemos una herramienta muy valiosa. Todavía hay chips Bluetooth en nuestros oídos. Son diminutos y transparentes, un dispositivo ilegal que no se nota a menos que lo busques de verdad. Tan imperceptible, que Claire ni siquiera había pensado en comprobarlo. El dispositivo que llevamos en los oídos se activa mediante un pequeño botón o un comando de voz. Pero eso significa que Jay o yo tenemos que usar la palabra llamada. Dirijo mi mirada a Patrick. —Entonces, ¿voy a obtener mi única llamada cuando lleguemos? Gruñe. —Qué gracioso. Silencio. Joder, probablemente se dañó con la explosión. Eso explica por qué mis hombres no han intentado localizarme ellos mismos. Doy una mirada a Jay, y él asiente con la cabeza, con una gota de sudor cayendo por la punta de la nariz. —Vamos, hombre, mi abuela está enferma. Probablemente se esté preguntando dónde estoy —Vuelvo a encarar a Jay—. ¿No le prometiste a tu hermano que lo llevarías a Chuck E. Cheese esta noche? Jay trabaja para mantener su cara neutral, pero esa es otra razón por la que se mantiene detrás de la pantalla. El chico no puede actuar una mierda. —Sí, eh... probablemente debería llamar a Baron y decirle que no puedo ir. Hazlo un poco más obvio, Jay, querido señor. Baron no es realmente el hermano de Jay, sino otro de mis hombres que podría ayudarnos. Una pequeña sonrisa de satisfacción inclina los labios de Jay, pero la disimula. La llamada debe de haber tenido éxito, lo que significa que Baron estará escuchando y, con suerte, nos rastreará en cuanto se dé cuenta de que algo va mal. Jay continúa después de unos momentos —Probablemente es importante que sepa que estamos siendo rehenes, ¿verdad? Oh, Dios mío. —Preferiría que nunca supiera lo que te pasó y que viviera el resto de su vida preguntándose —replica Patrick, ajeno a la terrible actuación de Jay. Luego, se dirige a mí. —Puedes seguir jugando tus juegos, pero no te reirás pronto. —¿Qué tan pronto? —contesto. No puedo ver su cara, pero puedo sentir la confusión que irradia desde el agujero negro de su capucha. —Mi abuela está esperando. Su puño apretado es mi única advertencia antes de que lo envíe a mi mejilla. Mi cabeza se inclina hacia un lado y el dolor se extiende por todo mi cráneo. El golpe sería tolerable en un día normal, pero teniendo en cuenta que acabo de sufrir una explosión, parece que se ha soltado otra bomba dentro de mi cabeza. Mis instintos se disparan y mis puños se cierran con la necesidad de devolverle el golpe. La bestia de mi pecho se agita y se enfurece, y el precario control se desvanece un poco más. Addie. Es por Addie. A duras penas, consigo contenerme. Tengo que dar tiempo a nuestros hombres para que lleguen hasta nosotros, aunque sé que no tardarán mucho. —Jesús, ¿un hombre no puede llamar a su jodida abuela? Imbécil. Sacude los hombros y se da la vuelta, y yo me escabullo más hacia el banco. Puede pensar que es porque tengo miedo, pero en realidad estoy a dos segundos de acabar con su vida prematuramente. Mientras esperamos, trabajo para relajarme, manteniendo la ira hirviente bajo control. Eso dura diez minutos antes de ser lanzado por segunda vez hoy. Algo pesado choca contra la furgoneta por detrás, haciéndonos volar a Patrick y a mí fuera del banco y contra la pared que separa la parte delantera de la trasera. Jay es sacudido hacia un lado, pero el cinturón de seguridad mantiene anclado al afortunado hijo de puta. Gimo, el dolor se agudiza en varias partes de mi cuerpo mientras ruedo sobre mi espalda e intento respirar. Ya ni siquiera puedo distinguir qué partes me duelen; me duele jodidamente todo. Claire grita desde el asiento delantero, exigiendo al conductor que controle el vehículo. La furgoneta sigue girando de lado a lado, sin que el conductor pueda recuperar el control. Otro golpe y la furgoneta se tambalea hacia un lado y choca contra algo sólido. Patrick choca conmigo, palabras coloridas salen de mi boca mientras nos deslizamos hacia Jay. Mi espalda se golpea contra la pared cuando nos detenemos, con el monstruo aplastado contra mí. Me pitan los oídos por el impacto y tardo varios segundos en enfocar los ojos. Puede que Patrick sea desproporcionado, pero sigue siendo jodidamente pesado. —Jay, dime que es quien creo que es —grito, aprovechando el caos y rodeando el cuello de Patrick con un agarre de acero. Sus manos vuelan hacia mi brazo y me arañan mientras le aplasto poco a poco la tráquea. Él pelea y yo aprieto la mandíbula mientras lucho por mantenerlo quieto. Estoy débil, con un dolor insuperable, y mis músculos se aflojan. —Seguro que sí —jadea, con el sudor cayendo por su pálida cara. —Bien —murmuro antes de agarrar la cabeza de Patrick y girarla hacia un lado, rompiendo su cuello y matándolo al instante—. Eso es por mi abuela, idiota. —Hermano, ninguno de tus abuelos sigue vivo. Claire grita desde la parte delantera que siga conduciendo, pero el motor se detiene. Me quito de encima el cadáver de Patrick de una patada y me pongo de pie, con el sudor cubriendo mi piel. Estoy a dos segundos de desmayarme. Mi cuerpo está empezando a apagarse por el trauma físico, pero no puedo permitirlo todavía. Jay se desata rápidamente y se levanta. —Vamos, nos están esperando —me insta, notando el estado de coacción en el que me encuentro. —Tengo que ocuparme de Claire —digo, pero esa idea desaparece en cuanto abrimos las puertas de la furgoneta. Otros autos ya se han detenido a un lado de la carretera, bajando de sus vehículos para ver cómo estamos. Joder. No puedo matar a una mujer delante de civiles, por muy tentado que esté. Justo cuando Jay y yo nos arrastramos fuera, Claire sale del lado del pasajero, con una mirada salvaje en su rostro. —No te atrevas —sisea entre dientes. El lápiz de labios rojo los mancha, dándole un aspecto salvaje. —¿O qué? Como no tiene respuesta, le doy un guiño solo para que se le contraiga el culo de la ira, y me dirijo hacia la enorme furgoneta de categoría militar que me espera. —Oye, hombre, ¿estás bien? —me pregunta un transeúnte. —Sí, todo bien. Gracias por detenerse —digo por encima del hombro. Los brillantes faros de su auto resaltan la mirada incrédula de su rostro al verme subir a las puertas abiertas. La cara de Michael me saluda y casi suspiro de alivio. Si está vivo, significa que la niña que salvamos del ritual también lo está. Se inclina hacia delante y me ayuda a entrar, suponiendo que nota la agonía pintada en mi cara. Puedo sentir cómo se tensan mis cicatrices, ahora incapaces de ocultar la miseria. Mi cara de póquer se ha roto. Estoy listo para dejar que Jesús tome el volante. En el momento en que me desplomo en el banco, Michael golpea una vez en la pared, y arrancamos. —Tenemos que llevarlo a un hospital —dice Jay, mirándome con preocupación—. Ha estallado una bomba y Zade estaba al alcance de la explosión. —¿Por qué mierda han puesto una bomba? —pregunta Michael. —Mi conjetura es que fue una de las bombas de autodestrucción, implantada específicamente para destruir todas las pruebas y a cualquiera que esté dentro. Suelen estar en lugares con información de alto secreto en caso de ser infiltrados o comprometidos. Gruño. —Tendremos que comprobar quiénes fueron impactados por la explosión y asegurarnos de que ninguno de los nuestros murió. Jay asiente, y vuelvo mi atención a Michael. —¿Sacaste a la niña a salvo? —Sí —confirma—. Con Ruby, y de camino a recibir tratamiento. Asiento con la cabeza, y parte de la presión se me quita de los hombros, pero no lo suficiente. Es como si el Empire State Building estuviera apoyado sobre ellos y solo se hubiera caído un céntimo. Todavía tienen a Addie, y la rabia se agita constantemente bajo la superficie. Voy a quemar todo el maldito mundo hasta encontrarla, y no me importa quién se queme. —¿Sabemos algo sobre quién estuvo involucrado en su secuestro? —pregunto, con la voz tensa por la furia, y apago el vídeo de mi portátil. Acabo de terminar de ver las imágenes de vigilancia del accidente de auto de Addie, captadas por varias cámaras de alumbrado público. Ver cómo la sacan del auto, la dejan inconsciente y la meten en la furgoneta me hace temblar de rabia. Jay ya está trabajando en el seguimiento a través de las cámaras de la calle y de seguridad, pero no parece suficiente. Solo he estado ingresado en el hospital durante unas horas, y estoy a segundos de volver a salir. Afortunadamente, no sufrí ningún daño grave. Toda mi espalda está negra y azul desde que fui impulsado hacia el altar, pero no hubo ninguna hemorragia interna como había temido. Tuve suerte de no romperme la maldita espalda, pero estuve a punto de hacerlo. —Su foto fue publicada en un foro de la Deep web un día antes de que fuera secuestrada. El cartel era anónimo, por supuesto, pero el anuncio decía que si alguien traía a Addie viva, recibiría una recompensa enorme. —¿Cuánto? Pero ni siquiera necesito que me responda. Ya he localizado el anuncio original, que ha sido borrado, pero nada se borra realmente de Internet. Hago clic en el anuncio y aparece la cara de Addie. Unos preciosos ojos de color marrón claro, cabello canela y una ligera capa de pecas que salpica su nariz y sus mejillas. Mi corazón se aprieta al ver su rostro sonriente, la misma foto que se utilizó como autora en la librería y la misma que me atrajo al instante. Sigue teniendo el mismo efecto en mí que entonces. El precio aparece justo debajo, en letras rojas y en negrita. Doce millones de dólares. Es un cambio de bolsillo para los que lo reparten, pero una cantidad increíble para los peces más pequeños del estanque. Una cantidad que alguien tendría que trabajar mucho para gastar en su vida. —Joder —murmuro, pellizcándome el puente de la nariz entre los dedos. Una enorme migraña está floreciendo y la inquietud invade mis sentidos. Quiero arrancarme la piel a arañazos, aunque sea para que Addie me espere al otro lado. Los labios de Jay están tensos. —Sé quién respondió al anuncio y quién fue el responsable de su secuestro. Suelto la mano y dirijo una mirada a mi mano derecha, esperando que lance la proverbial bomba. El miedo me invade, y tengo la sensación de que este podría conseguir matarme. —Max —dice en voz baja. Mis ojos se cierran, y mi control finalmente se rompe, escurriéndose entre mis dedos como la arena en un reloj de arena. Era solo cuestión de tiempo, y el último grano ya ha caído. Una oscuridad negra como la tinta corroe cada célula de mi cuerpo hasta que no queda luz dentro de mí. El rojo consume mi visión y me pongo en movimiento. Mi ordenador portátil sale disparado por la habitación del hospital, y el fuerte impacto que produce contra el equipo y la pared es absorbido por el rugido que sale de mi garganta. Me convulsiono violentamente por la fuerza del lamento desgarrador que se me escapa de los labios, tan largo y doloroso que se reduce a un grito silencioso. Vuelvo a respirar con fuerza y otro grito estruendoso sale de mí mientras agarro la mesita de noche y lo lanzo a continuación. Sin miramientos, el palo de la intravenosa lo sigue, azotando hacia una ventana y casi haciéndola añicos por la fuerza, el pinchazo de la aguja al ser arrancada de mi piel es imperceptible. Mi audición se va después como si estuviera bajo el agua y todo el sonido se diluye. La marea golpea contra mí, atrayéndome a sus garras y enviándome en espiral hacia el negro pozo de la desesperación del fondo. Mis manos agarran más equipos, todos se estrellan contra la baldosa mientras la angustia me desgarra el pecho. Esto es culpa mía. Todo es mi maldita culpa. Justo cuando me pongo en pie, surgen unos gritos apagados y siento que varios pares de manos me agarran el cuerpo a la vez y me empujan hacia abajo. Lucho contra su agarre y sigo rugiendo, pero mi ceguera juega en mi contra. Correas rodean mis muñecas y mi pecho, aprisionándome a la cama del hospital. Pero estoy demasiado lejos. A pesar de las frenéticas manos que intentan sujetarme bajo las ataduras, mis piernas se balancean sobre la cama y me pongo en pie, haciendo fuerza contra el peso que amenaza con volver a hundirme. —¡Jesús, Zade! Mi pecho se agita y mi visión se vuelve irregular, permitiéndome ver solo fragmentos de mi entorno borroso. Cuatro enfermeras asustadas y Jay se agolpan ante mí, con los ojos muy abiertos y los rostros pálidos cuando me encuentro ante ellas con una cama de casi doscientos kilos atada a mi espalda. Soy yo... Ya no soy un hombre, solo una bestia que sucumbe al instinto primario. Soy la aniquilación. —¡Señor, por favor, cálmese! —suplica una de las enfermeras, con sus ojos verdes casi negros de miedo. Jadeo, con el pecho apretado por la falta de oxígeno y la correa que me aprieta el pecho. No puedo, no puedo. Se ha ido por mi culpa. ¿Cómo se supone que voy a vivir con eso? Sacudo la cabeza, mi energía se agota constantemente. Las palabras se me escapan y tropiezo, luchando por enderezarme. —Quítale las correas —exige Jay con brusquedad, apuntando a la que está asegurada alrededor de mi pecho. Espera a que una de las enfermeras me las quite de las manos antes de soltar la hebilla. La cama cae al suelo con un estruendo ensordecedor. Los guardias de seguridad entran a toda prisa en la habitación, derrapando sobre las baldosas desordenadas cuando ven la carnicería absoluta. Jay me echa en cara y me grita: —¡Deja de actuar como un maldito lunático y contrólate! Destrozar un hospital no va a salvarla. Mi visión se aclara y los restos se hacen evidentes. Mierda. Esa potente furia sigue presente, brotando de mis poros, pero consigo mantenerla bajo control. Lo suficiente como para que solo salga vapor. —Qué demonios... —dice un guardia de seguridad, con su joven cara pintada de absoluta incredulidad. —Está bien —dice una enfermera. Es una mujer mayor, con el cabello corto y rubio y unas grandes gafas de montura de alambre que le ocupan la mitad del rostro. Se acerca a mí como lo haría a un cocodrilo con la boca abierta, su mano firme mientras me agarra del brazo y lo levanta. Un pequeño rastro de sangre se filtra por mi brazo desde el lugar donde fue arrancada la vía, procedente de un desgarro en la piel de no más de medio centímetro. —Esa... esa es una herida muy fea, señor. Será mejor que se siente para que pueda curarle antes de que se desplome y muera allí mismo —ordena, con voz severa, mientras me señala la cama torcida. Es solo un rasguño, y ambos lo sabemos, pero me siento de todos modos. La observo mientras agarra una venda de un armario y empieza a secar la sangre. Algunos de los guardias interrogan a Jay y a una de las enfermeras mientras los otros dos salen corriendo de la habitación, rojos y temblando. No consigo sentir ni un ápice de culpa. No cuando hay un agujero negro en mi pecho donde una vez se instaló Addie. —¿Quieres hablar de ello? —pregunta en voz baja, limpiando la sangre con una gasa. —No —murmuro. —Bueno —dice, y me pone una pequeña tirita en el brazo. Tiene dinosaurios y lo único que puedo hacer es mirar. Si no me sintiera tan vacío, me reiría de lo patético que parece. —Puedes decírmelo o decírselo a la policía. Y sé que eres un hombre grande y corpulento -has hecho todo lo posible por demostrar esa parte- y que los agentes de policía probablemente no te asusten, pero prefiero que pases el resto de tu tiempo en este hospital sin estar esposado a una cama. Hago una pausa. —Me levantaré de nuevo y saldré con ella. Me mira, y entonces una risa se desliza por sus labios rosados. —Es justo. ¿Tienes el corazón roto? Levanto una ceja y, aunque tiene que esforzarse para tragar, no cede. Suavizo mi expresión y suspiro. En este momento, agradezco su franqueza. —Podría decirse que sí —Respiro, rodando el brazo para mirar de nuevo la tirita. Son T-Rex verdes, con la boca abierta en un rugido. Imagino que no tenía un aspecto muy diferente hace dos minutos. —Ella fue tomada. Secuestrada. La enfermera jadea, en voz baja y suave, pero parece un grito cuando estoy tan vacío. —Es mi culpa. Yo no... —Me detengo, decidiendo que es mejor no decirle que no maté a un hombre que debería haber matado, hace mucho tiempo—. Necesito recuperarla. Exhala una respiración temblorosa y se endereza. —Me aseguraré de que no se presenten cargos para que puedas salvarla —Señala la tirita—. Tal vez no más lesiones que pongan en peligro la vida, ¿sí? La agracio con una sonrisa tensa y aseguro: —Pagaré por los daños. —Se agradecería —dice. Asiento con la cabeza y vuelvo mi atención al suelo. La baldosa blanca se desdibuja cuando siento que su presencia se va, sustituida por la de Jay. —Sé dónde está —murmura. Lo observo, con una mirada asesina. Aprieta los labios, sabiendo que no me voy a calmar. —Deja que tu cuerpo se cure, hombre. De lo contrario, serás inútil. Lo atraparemos, y encontraremos donde se la llevaron en cuanto ya no estés destrozado. Puede que ahora puedas moverte, pero los próximos días van a ser duros, sobre todo ahora que caminaste con una cama enorme en tu espalda. Tu espalda muy lesionada, debo añadir. —Cuanto más espere, más probable es que desaparezca. Que sufra y que le ocurran cosas inimaginables —argumento con los dientes apretados. El músculo de la mandíbula casi me desgarra la carne de lo fuerte que los aprieto. Se agacha y me pone las manos en los hombros, bajando la barbilla hasta que me mira a los ojos. Lo fulmino con la mirada, queriendo volver a no poder oír ni ver nada. Jay es estúpidamente valiente y no se echa atrás. —Te prometo, hombre, que haré que el equipo la busque. Haré todo lo que esté en mi mano para acercarnos a ella —La intensidad en sus palabras y su mirada está aliviando mi ansiedad tanto como es capaz, que es microscópica. Nunca podré relajarme, no sentir cómo se me retuercen las entrañas y el pánico royéndome el corazón hasta que no quede nada. Sé que mi cuerpo se va a rendir conmigo, pero nada -y quiero decir, nada- me va a impedir encontrarla. Apretando los puños, asiento con la cabeza. No tengo planes de quedarme en este hospital. De quedarme quieto. Pero discutir ahora mismo no va a cambiar nada por el momento. Necesito descansar. Mucho. Porque en cuanto abra los ojos, no los volveré a cerrar hasta que la cabeza de Max esté en mis manos. —No puedes derribar la puerta, así como así, Zade. —Y una mierda que no —ladro, mirando con desprecio a Jay mientras se pinta meticulosamente las uñas de color morado berenjena desde el asiento junto a mi cama de hospital. Es el quinto día y estoy verde de ansiedad y frustración. Hice cinco intentos de fuga en los dos primeros días, pero no dejaban de drogarme hasta el punto de que perdía completamente el tiempo. Dejé de escapar porque prefiero ser semi-útil detrás de un ordenador que estar muerto para el mundo y no hacer nada en absoluto. La única otra razón por la que cedí fue que era físicamente incapaz incluso de apretar las nalgas sin que mi visión se volviera negra de dolor. Puede que no haya sufrido ninguna lesión que ponga en peligro mi vida, pero mi cuerpo está actuando como si lo hubiera hecho. Jay maldice en voz baja cuando se mancha la piel con un punto de esmalte de uñas, sacando la lengua mientras se limpia cuidadosamente la pintura. Mi nuevo ordenador está en mi regazo, la cámara muestra a Max y a los gemelos, Landon y Luke, descansando en su oficina, bebiendo un escocés caro y probablemente riendo por el gran depósito que acaba de llegar a su cuenta bancaria. Doce millones de dólares. El precio por secuestrar a Addie. —Sabes que no lo hizo él mismo —me recuerda Jay, y luego levanta las manos para maravillarse con su trabajo. Suspiro, las venas de mis manos brotan mientras las aprieto con fuerza. —Lo sé —me quejo. Max y los gemelos estaban en un club cuando Addie fue secuestrada. Lo que significa que sabía dónde encontrarla y contrató a hombres para hacer el trabajo. Y eso significa que quienquiera que haya contratado probablemente recibirá una parte de su recompensa. Un trabajo como ese no vendría sin un alto precio, y aunque Max tiene dinero, no tiene tanto. No hasta hoy, al menos. Ahora, estamos esperando que transfiera la suma de dinero a los lacayos a los que se lo prometió. Entonces, podremos seguir el rastro del dinero y confirmar sus identidades basándonos en la información de la cuenta. Si tenemos suerte, Max es tan tonto como parece y no ocultara bien sus huellas. Jay se encargará de esa parte mientras yo me encargo de Max. Podría enviar a otro mercenario para que lo torture y le saque la información, pero este método será mucho más rápido, y me niego a que nadie más lo toque, excepto yo. Solo yo le mostraré a Max cómo se siente el dolor de verdad. Incluso entonces, él solo sentirá una fracción de lo que yo siento sin Addie. Hago girar mi cuello, gimiendo mientras cruje. Cuando vuelvo a mirar hacia abajo, me llega una alerta. Tres millones de dólares acaban de ser transferidos a una cuenta en el extranjero. Tardo dos segundos en encontrar el nombre asociado a ella. Rick Boreman. A través de la cámara, Max deja su teléfono y aplaude, chocando su vaso de whisky con los gemelos. Miro a Jay, poniendo los ojos en blanco mientras sopla suavemente sobre sus uñas húmedas. Con la cantidad de tecleos que hace, va a desconchar la pintura en dos segundos, por eso los colores cambian cada dos días. Se muerde las uñas y el esmalte ayuda a mantener a raya ese hábito, aunque ha sido prácticamente inútil estos últimos cinco días. Por mucho que intente hacerse el interesante, la ausencia de Addie lo tiene paralizado por la ansiedad. Solo la ha visto a través de la pantalla del ordenador, pero no necesita conocerla para saber que no se merece esto, y que si muriera... el mundo moriría con ella. Por ahora, comenzaré con Max. —Puedo salvarte. Algo me sacude, enviando nuevas ondas de dolor que atraviesan mi conciencia. —Despierta, puedo salvarte. La voz penetra en la profunda niebla que se arremolina en mi cerebro. La negrura me rodea, y siento que estoy como flotando en una galaxia sin estrellas, pero un escalofrío helado serpentea por todo mi cuerpo. Me advierte de algo peligroso. Una mano está en mi brazo y me vuelve a empujar con brusquedad. —No queda mucho tiempo. Necesito que te despiertes. Te ayudaré. Una fisura de luz se abre paso en la interminable oscuridad. Me concentro en la luz y, mientras alguien sigue sacudiendo mi cuerpo, la grieta se amplía hasta que una luz cegadora me atraviesa los ojos. Gimo, la claridad empieza a aflorar. El firme agarre de mi brazo se intensifica y la voz que me despierta del sueño se amplifica. Me sacuden una vez más, y el duro movimiento me hace despertar finalmente. Mis ojos se abren de golpe y, por razones que aún desconozco, el corazón se me sale del pecho, golpeando contra mi caja torácica con tanta violencia como la persona que me había estado sacudiendo. Un rostro viejo y arrugado y unos ojos azules apagados se enfocan, a pocos centímetros del mío. Retrocedo, parpadeando con pánico y confusión. —¿Qué está pasando? —Me ahogo. En cuestión de segundos, la realidad se derrumba y me recuerda por qué estoy aquí. Con quién estoy. Tuve un accidente de auto. Me salí de la carretera. Y luego fui secuestrada y llevada a un médico que claramente ejerce ilegalmente. Dr. Garrison. El hombre que está en este momento en mi rostro, mirándome con urgencia. —Voy a ayudarte. Por favor, levántate. El frío helado que penetra en la niebla se agrava cuando su mano se aferra a la mía y tira de mí hacia delante. Grito en respuesta, los dolores de mi cuerpo han empeorado cada vez más. Es como si me clavaran un atizador caliente en cada una de mis terminaciones nerviosas. —Sé que te duele, cariño, pero tenemos que darnos prisa antes de que vuelva Rio. Vuelve a tirar suavemente de mí, y es entonces cuando me doy cuenta de que me han quitado la vía del brazo. Me resisto y, en un esfuerzo por dilatar la situación, pregunto: —¿Cuánto tiempo he estado fuera? —Solo por una noche, cariño. Ahora levántate, por favor. Sin dejarme otra opción, me ayuda a levantarme, apresurándome a avanzar mientras intenta manejarme con cuidado. —¿A dónde vamos? Estoy casi frenética, y la confusión está nublando mis pensamientos. Principalmente, no puedo entender por qué demonios me está ayudando. ¿No está él también en esto? Es entonces cuando me mira, con una sonrisa enloquecida en su cara. —Voy a llevarte a un lugar seguro. Nadie te encontrará, lo prometo. Se me forma una piedra en la garganta y me esfuerzo por tragar mientras mi situación se hace más evidente. Nadie te encontrará nunca. Puede que me salve de Rio y Rick, pero eso no significa que no necesite salvarme de él también. —¿Por qué haces esto? —Respiro, mis ojos rebotan por la habitación, buscando una solución que me saque de este gran problema. Solo hay una salida que puedo ver, y él me lleva directamente hacia ella. Por lo que sé, va a encerrarme en una caja y alimentarme a través de un agujero negro. La imagen me perturba tan profundamente que creo que prefiero arriesgarme con Rio y Rick. —Me hice médico porque me gusta cuidar de la gente. Pero los hospitales nunca me dejaron atender a mis pacientes como yo quería. Se me cae el corazón y me mira con cautela, como un niño pequeño que admite su enamoramiento de la chica más bonita del colegio. Su mano suave y fría se desliza hacia la mía, sosteniéndola como si estuviera a punto de arrodillarse y pedirme que me case con él. —Quiero cuidar de ti, cariño. Te trataré mejor de lo que lo hará esta gente. Te prometo que seré bueno contigo. Mi boca se abre, pero no escapa ningún sonido. ¿Qué mierda espera que le diga a eso? Sí, por favor, llévame a tu espeluznante escondite. Nada me haría más feliz. Quiero que me deje ir a casa. No a los brazos de otro asqueroso que me atrapará por el resto de mi vida. Dando un paso atrás, separo con cuidado mi mano de su agarre. Su expresión se desploma y sus ojos azules pálidos brillan de dolor al ver que mis dedos se desprenden de los suyos. Actúa como si me hubiera pedido matrimonio y yo hubiera rechazado su propuesta. —Yo... no estoy segura de que sea una buena idea. Sabrán que fuiste tú —digo, intentando razonar con él. No quiero rechazarlo de plano. Su estado mental parece desquiciado en el mejor de los casos, y no tengo ni idea de lo que este hombre es realmente capaz. Sacude la cabeza, me toma la mano con bastante rabia y tira de mí. Me muerdo otro grito mientras me explica con impaciencia: —No si nos damos prisa. Tengo un plan; solo necesito que vengas conmigo. Cuando sigue arrastrándome tras él, mis instintos de lucha o huida entran en acción. Al margen del dolor, me quito la mano de encima y me escabullo hacia atrás. —No, no quiero ir contigo —digo. Su cara se transforma en un demonio que gruñe, y esa frialdad que irradia se cristaliza. Este hombre está muerto por dentro. No es más que una tumba helada y decadente. Siento la ráfaga de dolor que me atraviesa la mejilla antes de registrar su movimiento. Mi cabeza se desplaza hacia un lado y el fuego estalla en un lado de mi rostro. Jadeo y abro la boca mientras me agarro la mejilla dolorida y siento que algo húmedo me cubre los dedos. Al apartar la mano, encuentro varias gotas de sangre manchando mi piel. Me ha dado un revés con un puto anillo puesto. Un anillo de boda. Un cóctel de asco y furia se cuaja en la boca de mi estómago, pero mantengo la boca cerrada. La situación es muy precaria, y ya no puedo permitirme el lujo de hacer o decir lo que se me antoje sin sufrir graves consecuencias. Y por mucho que esté tentada de lanzarme contra el viejo chiflado, apenas puedo moverme. Mierda, Addie. Piensa. Respira con dificultad, la furia es evidente en su rostro rubicundo. Es como mirar a los ojos de un cadáver, animado solo por el mal que lleva dentro. —Te trataría como a una reina. No te faltaría de nada —escupe con vehemencia, lanzando una mano al aire con rabia con su última palabra. Asiento con la cabeza. —Está bien —aplaco suavemente—. Pero me estás asustando tanto como ellos. Su columna se endereza y veo cómo la rabia se desprende de su mirada como si acabara de darse cuenta de que está actuando como un maldito lunático. Rápidamente, su cara pasa de la histeria a la comprensión tímida. —Tienes razón, lo siento —dice, dando un paso adelante—. Es que... si voy a sacarte a salvo, tenemos que darnos prisa, y tú no estás cooperando. Me pongo tensa, pero me abstengo de retroceder mientras él me agarra las manos a modo de disculpa. —Siento haberte abofeteado, cariño. Solo estoy tratando de ayudarte. Por favor, ven conmigo. Te prometo que serás feliz conmigo. El pánico y la adrenalina aumentan hasta niveles peligrosos, haciendo que mi corazón golpee dolorosamente contra mi pecho. Es difícil pensar cuando me mira con tanta impaciencia, y todo mi cuerpo parece haber pasado por una jodida picadora de carne. Pero esta podría ser la oportunidad perfecta para escapar si juego bien mis cartas. Tengo que salir con el mínimo ruido posible, para no alertar a los gemelos del terror, lo que me deja dos opciones. Golpear a este payaso en la cabeza y huir o dejar que me lleve y buscar otra salida. En cualquier caso, no me voy a quedar aquí. —De acuerdo —susurro, respirando entre mis pulmones apretados. Cuando ve que me relajo visiblemente, rápidamente hace lo mismo, con la victoria brillando en sus gélidos charcos. Me agarra de nuevo de la mano y me empuja hacia la puerta con una señal de salida roja parpadeante encima. Miro a mi alrededor, temblando por el frío y la oscuridad de la habitación. Todo lo que hay aquí es gris y está diluido, y las lámparas que zumban encima están corroídas por el polvo y los cadáveres de los bichos. No hay nada que dé a este lugar... vida. Jesús, ¿cómo opera aquí? Parece que estamos en una morgue en lugar de una habitación de hospital. Odiaría morir aquí, aunque parece que muchos lo han hecho. Apesta a muerte estéril. Pasamos junto a la mesa repleta de instrumentos, varios de ellos afilados. Si le apuñalo en la yugular, no podrá gritar y estará muerto en pocos minutos. Entonces, podré huir. No tengo ni idea de qué mierda voy a hacer una vez que salga de aquí, pero espero que haya algún lugar donde pueda encontrar ayuda. Con una rápida mirada, compruebo que tiene la vista puesta en el frente, concentrado en su misión de tomarme como propia. Tomo el bisturí de la mesa metálica, pero él me oye llegar y se gira cuando voy a clavarle el cuchillo en el cuello, cortándole la nuca. La sangre me salpica la cara y me doy la vuelta para evitar que me entre en los ojos. Grita con fuerza, se da la vuelta y me da un nuevo revés, haciéndome chocar contra el implacable suelo. Aterrizo torpemente sobre el coxis y grito por el impacto. La agonía me sube por la columna y me deja sin aliento, y él se me echa encima antes de que pueda pensar en qué hacer a continuación, y mucho menos en respirar. —¡Puta! —grita, sus manos rodean mi cuello y golpean bruscamente mi cabeza contra el hormigón. Las estrellas brillan en mis ojos, impidiéndome ver nada durante varios segundos. Siento como si me abrieran la nuca, pero las manos que me constriñen la tráquea me sacan del pozo de la agonía. El pánico se apodera de mí, tan intenso que parece un veneno en mis venas. Le araño las manos, dejando arañazos sangrientos a su paso, pero no lo disuaden. La cara del Dr. Garrison se contorsiona hasta convertirse en pura rabia, sus pupilas se dilatan hasta volverse casi negras y sus dientes están desnudos, todos los dientes amarillos y torcidos a la vista. Me agito y lucho, pero su agarre no disminuye. Y es entonces cuando mi vida pasa ante mis ojos como una vieja película. Mi madre, que me regala una de sus escasas sonrisas cuando digo algo ridículo. Mi padre, recostado en su silla y gritando a los jugadores de fútbol en la televisión: la mayor excitación que ha mostrado en toda su vida. Daya, con la cabeza echada hacia atrás y riéndose a carcajadas de algo que yo decía o hacía, mostrando el pequeño hueco entre sus dientes delanteros. Algo que ella siempre ha odiado y a mí me ha encantado. Y luego Zade. La maldita bola de demolición de un hombre que ha sacado un fuego tan ardiente dentro de mí que me desmorono como ceniza bajo él. Sin embargo, me hizo sentir tan fuerte. Tan valiente. Me hizo sentir muy querida y atesorada. Como un diamante. Aunque, Zade nunca me llamaría algo tan trivial y común como un diamante. Me llamaría la joya más rara de la tierra. Debería haberle dicho que yo... Justo cuando la oscuridad abruma mi visión y solo queda un punto de luz, sus manos se aflojan y algo húmedo y cálido inunda mi cara. Instintivamente, abro la boca, jadeando desesperadamente en busca de oxígeno mientras mis pulmones se expanden. El sabor a cobre invade mi lengua, y aspiro tan profundamente que mis ojos se salen de mi cabeza. Tardo unos instantes en procesar que solo la mitad de la cabeza del Dr. Garrison está suspendida sobre mí, un mero segundo antes de que su cuerpo caiga sobre el mío. Una mezcla de tos y un grito gorjeante luchan por dominar mi garganta. Mis ojos se abren aún más cuando la destrozada cabeza del médico descansa sobre mi hombro, y el charco de carmesí se filtra en mi bata. Casi convulsiono por el ataque de tos que aún se apodera de mi garganta y por el torbellino de emociones que supone estar atrapada bajo un cadáver con la sangre goteando en mi boca. Hay más materia cerebral en mí, que en su cabeza. O lo que queda de ella. —Deja de asustarte, estás bien —Rio aparece por encima de mí, mirándome con fastidio y un matiz de enfado. —Acostúmbrate a ver cadáveres, princesa. Vas a ver muchos donde vas. Agarrando el cuello del Dr. Garrison, lo levanta y lo suspende de nuevo sobre mi rostro. Inmediatamente, estoy empapada de aún más fluidos corporales y materia cerebral. Apenas cierro los ojos en el momento justo, me cubro el rostro mientras Rio se ríe y me quita el cuerpo de encima, arrastrándolo hasta la esquina de la habitación. Finalmente, la presión disminuye y soy capaz de respirar sin toser, pero entonces se me escapa un gemido bajo. Mi cuerpo se acurruca hasta convertirse en una bola apretada, tratando de no pensar en la sangre que tengo en la boca, pero sin pensar en nada más. Me dan arcadas, el estómago se me revuelve de tanto pensarlo. Algo duro me da un fuerte empujón en el hombro, deteniendo mis arcadas. Levanto la cabeza lo suficiente como para ver la bota de Rio y procedo a escupir sobre ella, salpicando de rojo puro el cuero negro. Dos pájaros de un solo tiro: un vete a la mierda y un intento de librar mi boca de la sangre del Dr. Garrison. Sin embargo, a Rio no parece molestarle. —Vas a estar bien. El tipo estaba tratando de secuestrarte. —Igual que tú. Entonces, estás diciendo que te mereces el mismo destino, ¿verdad? —siseo, mi cuerpo empieza a entrar en shock. Tiemblo violentamente, y un entumecimiento me recorre los brazos y las piernas. Mantén la calma, Addie. Respira. Solo respira. Rio se ríe mientras cierro los ojos y me esfuerzo por no asustarme. Su presencia se acerca a mí. Sé que está agachado y se cierne sobre mí. Su cálido aliento me recorre la oreja mientras sigue riéndose. —Tienes una boca inteligente, pero en este mundo, no es tan inteligente. ¿Mi consejo? Hazte la tonta hasta que las únicas palabras que seas capaz de decir sean “sí, señor”. Así durarás mucho más. Una lágrima gotea de mi ojo y siento el comienzo de un sollozo formándose en la base de mi garganta. —¿No es eso lo que querría? ¿No durar mucho? Mejor que sufrir para siempre, ¿no? Suspira con nostalgia. —Tienes razón. Vas a morir aquí de todos modos. Supongo que no es una cuestión de cuánto duras, sino de lo mucho que dolerá cuando se acabe. Me tiembla el labio. Vuelve a suspirar, y la frustración se ha vuelto a filtrar en su tono. —Vamos, levántate. Tenemos que ponernos en marcha —Se levanta y se aleja unos metros, volviendo a mirarme. Esperando que le siga. Aturdida, consigo incorporarme. El dolor empieza a instalarse de nuevo en mis huesos, haciéndose notar una vez más. —¿Puedo al menos ducharme primero? Los ojos de Rio recorren mi cuerpo manchado de carmesí y me sonríe. —Claro, princesa. Puedes ducharte. Pero no puedes mojar esos puntos en la espalda, así que parece que necesitarás mi ayuda. Mierda. Los ojos que se clavaban en mi culo eran más tolerables que estar cubierta de las entrañas de un hombre muerto. Me mantuve de espaldas a él mientras chorros de sangre se desprendían de mi piel. Casi vomité cuando vi que los trozos y fragmentos de hueso se arremolinaban también hacia el desagüe. Me mantuve principalmente fuera del agua y utilicé un trapo fresco y una barra de jabón para limpiarme. Rio me indicó las zonas que debía evitar en la espalda, pero no me tocó, y por eso le di las gracias a la Diablesa de arriba. Lo más difícil fue lavarme y enjuagarme el cabello sin agacharme demasiado y dejarlo ver lo que él llamaba la “máquina de hacer dinero”. Maldito imbécil. La ducha estaba en un pequeño y pintoresco apartamento en un nivel superior del edificio, mucho más agradable que la habitación improvisada del hospital, pero no mejor que un apartamento barato en Nueva York. Supongo que es donde el Dr. Garrison dormía cuando no estaba operando a personas traídas por traficantes de personas. Llevaba un anillo de matrimonio, aunque no vi ninguna prueba que indicara que una mujer viviera allí con él. Dios mío, espero que no esté encadenada en algún lugar. Ahora, estoy de nuevo en el asiento trasero de una furgoneta con un saco oscuro sobre mi cabeza, empapada y temblando en mis ataduras como un viejo motor. El imbécil no mencionó que no había toallas limpias y se divirtió viéndome usar una bata de hospital para secarme. Más aún cuando intenté enrollar una alrededor de mi cabello. No me dejó ponérmelo, alegando que mi cabello es demasiado bonito para enfundarlo en una fea bata azul, pero en realidad, creo que solo disfruta siendo un imbécil. El chasquido de mis dientes al castañear es tragado por la música de rock pesado que sale de los altavoces. Mi grueso cabello sigue empapado y la calefacción está a baja temperatura, lo que no es suficiente para mantenerme caliente. Si no fuera por la falta de contorsión y levitación del cuerpo, parecería que estoy en medio de un exorcismo por lo mucho que estoy temblando. Se siente como si lo estuviera. Todo duele tanto, y con cada temblor, el dolor se intensifica. Nunca he sido tan miserable en mi puta vida. —No te preocupes, diamante. Ya casi hemos llegado a tu nuevo hogar —canturrea Rick, el sonido machacando mis nervios ya desgastados—. Francesca te va a adorar. El tono ominoso de su voz tensa aún más mi cuerpo. Algo en la forma en que lo ha dicho me hace sentir que tengo más que temer de ella que de cualquier hombre que se cruce en mi camino. —¿Quién es ella? Se queda callado un momento, pero no es Rick quien responde. —La persona a la que más quieres impresionar —dice Rio, con voz grave. —¿Por qué? —Porque ella determinará lo miserable que será tu vida hasta que te vendan. Mi cabeza cae y aprieto los ojos. Solo han pasado seis días y ya me siento derrotada. He estado fuera durante un tiempo tan insignificante, y mi espíritu ya se está disolviendo. Respiro profundamente y lo expulso, lento y constante. No me voy a rendir. Sé con cada fibra de mi ser que Zade va a hacer todo lo posible para encontrarme. Pero tampoco voy a sentarme a esperar. Me reuniré con él a mitad de camino si puedo. Así que, si ganar a Francesca es lo que tengo que hacer, entonces lo haré. Siempre he sido estúpidamente valiente, hasta el punto de ser más estúpida que valiente. No voy a dejar de serlo ahora. En algún momento de nuestra vida, todos tenemos miedo de morir. Para algunos, ocurre en el primer momento en que comprendemos plenamente lo que significa la muerte, antes de que surjan la depresión, la ansiedad y otros problemas de salud mental. Para otros, es antes de encontrar algo en lo que creer, ya sea Dios o cualquier otra cosa espiritual. Y hay quienes se tambalean por la vida, aterrorizados por el día en que den su último aliento. Creo que algunos no tienen tanto miedo a la muerte en sí, sino a cómo van a morir. Entonces, ¿cómo voy a morir? ¿Será doloroso? ¿Sufriré? ¿Estaré aterrorizada? Gigi sintió todas esas cosas cuando fue asesinada por un hombre en el que confiaba y al que probablemente quería mucho. Cuando empezó a tener una aventura con su acosador, Ronaldo, no solo destruyó su matrimonio, sino que le quitó la vida. Pero no por su acosador o su marido, como uno esperaría, sino por el mejor amigo de su marido, Frank Seinburg. Durante mucho tiempo, estuve convencida de que tendría un final similar a manos de mi propio acosador. En lugar de eso, me rendí a sus oscuras persecuciones, y me encontré amándolo en su lugar. Me esforcé tanto por huir de él, y ahora todo lo que deseo es correr hacia él. Durante el resto del viaje en el vehículo, me mantuve en silencio. Al menos, verbalmente. Mis dientes castañetearon durante todo el trayecto y, finalmente, uno de los hombres se molestó y subió la temperatura. Pasa un tiempo imperceptible antes de que nos detengamos, y el miedo se instala profundamente en mis entrañas. Endurezco mi columna y espero a que los dos hombres salgan de la furgoneta y las puertas se cierren a la vez. Entonces, la puerta de mi izquierda se abre, invitando a entrar a una brisa helada. Una mano áspera y callosa me rodea el brazo y tira de él. Es como si la Parca me sujetara y me llevara a la muerte. —Ay —grito, a punto de gritar de lo mucho que me duele moverme. Me ignora y ladra: —Vamos. Es la voz de Rick. Su agarre en mi brazo es innecesariamente fuerte mientras me arrastra fuera del vehículo. Como si una mujer que acaba de sufrir un grave accidente de auto y está acribillada por las heridas fuera a dominarlo y a escaparse. Ni siquiera sé dónde mierda estamos. Una ráfaga de viento helado sopla, enviando otra ola de piel de gallina por mi cuerpo. Mis dientes empiezan a castañear de nuevo, el frío se vuelve casi insoportable. Me arrancan el saco negro de la cabeza y me estremezco ante la dura luz. El exterior es lúgubre, pero como no he visto la luz del día en mucho tiempo, mis ojos se han vuelto sensibles. Entrecerrando los ojos, mi mirada salta inmediatamente a la monstruosidad que se eleva ante mí. Rick extiende su brazo hacia la casa colonial de dos pisos, presentándome la casa como si estuviera en un restaurante de cinco estrellas, y retira la tapa de mi bandeja para revelar la mejor comida que jamás tendré. Nunca he estado en un sitio tan elegante, pero por los vídeos que he visto en Internet, parece un montón de porciones de gomaespuma y palitos envueltos en carne. Así que no es favorecedor. La casa no está tan deteriorada como hubiera pensado, pero sigue sin estar en el mejor estado. Enredaderas de musgo suben por los paneles blancos agrietados, recordándome un poco a Parsons Manor. Solo que no es tan... bonito. Está descolorida, con las ventanas entabladas, un porche hundido y... ¿eso es cinta adhesiva? —Parece... acogedora —murmuro. Mirando a mi alrededor, me doy cuenta de que estamos en medio de la nada, rodeados de densos bosques. Parece que han colocado una casa al azar en medio del bosque. Un camino de tierra se abre paso entre una espesura de árboles, y sospecho que es la única forma de entrar o salir. A menos que quiera arriesgarme en la naturaleza. —Vamos, hace mucho frío —ordena Rick, arrastrándome tras él. Rio se adelanta a nosotros, lanzando una mirada indescifrable por encima del hombro antes de llevarme a la casa sacada directamente de Coraje el perro cobarde. Solo que del doble de tamaño. Pero me imagino que la mierda que ocurre en esta casa está llena de horrores mucho peores que los que ese perro púrpura jamás experimentó. La adrenalina y el miedo se arremolinan en mi estómago, y aunque hay un gran peso en mis entrañas, no es la cálida sensación embriagadora a la que estoy acostumbrada. Esto es pavor. Aumenta más cuando Rick me arrastra por la entrada y me empuja hacia delante. Aunque el aire es rancio y mohoso, no se parece a un laboratorio de metanfetamina como había esperado. Esta casa parece sacada directamente del siglo XIX, con abundante carpintería, papel pintado anticuado y extraños rincones que no tienen ningún sentido. Estoy en una enorme sala de estar con sofás de cuero marrón agrietado, alfombras florales raídas y cuadros torcidos en las paredes. El televisor está en un rincón, con Tom y Jerry reproduciéndose a bajo volumen y una telaraña que cuelga sobre él. La suciedad se ha acumulado en las grietas y todas las superficies están cubiertas de polvo. El suelo de madera dura de color marrón oscuro está torcido e irregular y cruje con el más mínimo movimiento de peso. Imagino que, si este lugar estuviera embrujado como Parsons Manor, ningún fantasma podría pasar sin ser detectado. A la izquierda hay una zona de comedor, con parafernalia por todas partes. Latas de cerveza aplastadas, agujas y pipas de crack cubren la mesa, junto con un espejo circular sobre el que hay un pequeño montón de cocaína. Vacilante, me adentro en la casa, el pozo de terror se hace cada vez más grande, como la boca de un tiburón justo antes de devorar a su presa. Es difícil respirar aquí. Huele ligeramente a moho y toda la casa está envuelta en un mal yuyu como un abrigo de lana rasposo. Es espeso, incómodo y sofocante. —Bienvenida a tu nuevo hogar —declara Rio burlonamente. Ha estado mirándome mientras observo la casa y, aunque solo han pasado unos segundos, hace tiempo que me siento incómoda bajo el peso de su mirada. Antes de que pueda decir algo, tres hombres salen de una puerta que está enfrente. Parece que conduce a la cocina, a juzgar por la visión de una nevera desde mi punto de vista. Los hombres, que son muy ruidosos, se ríen a carcajadas, pero en cuanto se dan cuenta de mi presencia, se callan. Sus movimientos son lentos cuando se acercan a la mesa de la cocina, más atentos a examinarme que a mirar por dónde van. —¿Este es el diamante? —dice uno de los hombres, con los dientes tan negros que parece que los bichos le han infestado la boca. Rick se acerca a la mesa y toma asiento de forma dramática, con orgullo irradiando de su cara. Con una amplia sonrisa, dice: —¡Sabes de sobra que sí! Max ya ha depositado el cheque, así que podemos hacer lo que nos dé la gana, chicos. Sus vítores surgen, y la mirada de Rio es casi asesina. —Malditos idiotas —murmura en voz baja. Luego, más alto, le recuerda—: No, no puedes hacer lo que quieras, estúpido, porque tienes una jodida y gran diana en la cabeza en forma de Z. Rick agita una mano, despreocupado. —No te preocupes, Rio. Nos esconderemos hasta que el imbécil esté muerto, y entonces, podremos hacer lo que queramos. Este día de pago es jodidamente masivo, y no solo eso: también la probaremos. Me encojo ante sus miradas lascivas. Instintivamente, mis brazos se aprietan más a mi alrededor, pero eso solo provoca algunos gruñidos de diversión. —Ay, no seas tímida, pequeña. Te prometo que te haré sentir bien —canturrea uno de ellos, con el cabello negro levantado en varias direcciones por la abundante cantidad de grasa que tiene. Trago saliva y se me hace un nudo en la garganta mientras mi mirada se fija en un charco rojo oscuro sobre la mesa en el que no me había fijado antes. No puedo ni siquiera empezar a imaginar de qué podría ser eso. —¿Qué, princesa, no somos lo suficientemente buenos para ti? —pregunta Rio. Lo miro y noto la sonrisa en su cara. Pero está tenso, su sonrisa es forzada. Ni siquiera lo reconozco; mis ojos vuelven a estar fijos en el charco de sangre. Siguiendo mi línea de visión, Rio se gira para ver lo que estoy mirando. Se ríe a carcajadas cuando lo ve. —¿Quieres apostar por lo que es? —Mi rostro se retuerce de asco mientras le dirijo una mirada fulminante. —Apuesto a que alguna zorra perdió la virginidad ahí mismo —dice Rick, encendiendo un cigarrillo con una sonrisa. Se me eriza el vello y la rabia me sube al pecho. —Estás enfermo —escupo, con la voz aguada y llena de mucho odio. Rick solo se ríe y vuelve a la conversación entre sus amigos. Estoy viendo a uno de ellos inyectarse con una aguja cuando siento que alguien entra en la casa detrás de mí. Me sobresalto y me doy la vuelta para encontrar a otro hombre, y casi pierdo la cabeza. Hay una chica colgada de su hombro. Me quedo con la boca abierta y sus ojos marrones se posan en mí. —¿Tienes algún problema? —ladra. Me estremezco, el pánico aumenta cuando los miembros sin vida de la chica se balancean detrás de él. No tengo ni idea de si está viva o muerta. Esperaría que este hombre no llevara a una jodida chica muerta dentro de la casa, pero, de nuevo, estos imbéciles serían del tipo de hacer algo así. Sacudo la cabeza, sin palabras, mientras se acerca a mí. Apesta a olor corporal, pero eso es de esperar cuando parece que se baña en aceite de motor. Nunca se me ha dado bien controlar mi boca, pero en una casa llena de hombres rabiosos, lo último que quiero hacer es probar mi suerte. Así que me mantengo en silencio mientras él me mira de forma lasciva. —Si mantienes la boca abierta así, no te sorprendas cuando alguien te meta la polla en ella. Mis ojos se abren de par en par y mis dientes se cierran con un chasquido. El hombre se ríe por el chasquido audible. Mi corazón se acelera y doy unos pasos atrás. El miedo bombea por mis venas, asentándose en mi estómago y carcomiendo mis entrañas como un ácido. —Jerry, su habitación está lista. Esta vez con más cadenas —dice uno de los hombres desde la mesa, señalando a la chica. Mis ojos se abren aún más. ¿Se ha escapado o algo así? Tengo muchas preguntas, pero sé que no debo hacerlas. Me alivia saber que no está muerta, al menos. De lo contrario, encadenar un cadáver sería... Me estremezco de pensarlo. El hombre -o Jerry- se sube a la chica al hombro y se marcha sin decir nada más, dirigiendo una última mirada mordaz hacia mí. Me chupo el labio inferior entre los dientes y lo muerdo con fuerza mientras lo veo dirigirse a la cocina. Tiene suerte de que no le ladre como a un perro, ya que estoy tentada de hacerlo. Lo que sea para que el imbécil se lo piense dos veces antes de mirarme así. Pero eso sería una estupidez, y yo no puedo serlo en este lugar. Lo último que veo justo antes de que desaparezca es la cabeza de la chica levantándose. Unos ojos castaños oscuros se encuentran con los míos a través de unos mechones de cabello rubio enmarañados, llenos de fuego y de hielo. Su mirada me deja helado el corazón, pero la espeluznante sonrisa de su rostro es lo que hace que éste se hunda hasta las fosas de mi estómago. Dios, la mirada de su rostro está sacada de una pesadilla. Vuelvo a abrir la boca, pero desaparece antes de que pueda registrar lo que acaba de ocurrir. Estoy asustada por ella y de ella a partes iguales. —No te preocupes. Si te portas bien y haces lo que te digo, te mantendremos consciente de aquí en adelante —dice Río, atrayendo de nuevo mi atención hacia él. No estoy segura de querer estar consciente. Además, estoy a dos segundos de decirle que la chica necesita ser ingresada en el manicomio. Pero no lo digo en voz alta, teniendo en cuenta que estamos en un puto manicomio. Él asiente con la cabeza hacia la dirección en la que Jerry y la chica desaparecieron. —Vamos. Francesca y Rocco deberían volver en unas horas, y ella vendrá a recibirte. Pero hasta entonces, me han ordenado que te enseñe tu nueva habitación. Miro detrás de mí, observando la puerta aún abierta y la brillante furgoneta negra. Mis cejas se fruncen, esperando que esté dañada dado que me sacaron de la carretera. En cambio, esta es nueva, sin un solo rasguño a la vista. Deben haberla cambiado en casa del Dr. Garrison, y eso me revuelve el estómago. Sé lo suficiente sobre rastreo como para que a Zade le haya resultado increíblemente fácil encontrarlos en un vehículo con el guardabarros aplastado. Pero entonces se me forma una sonrisa al recordar que Zade va a venir, y que es más que capaz de encontrarme, tanto si me transportan en un maldito Ferrari como en un Volkswagen de los años ochenta que se tira pedos de contaminación cada vez que le pisan el acelerador. Él me encontrará. Justo en ese momento, un recuerdo me margina, y mi sonrisa cae en una muerte dramática mientras el horror se apodera de mí. Métela en la furgoneta, Rio. Max ya se va a poner furioso porque le hemos jodido la furgoneta... Mis ojos se abren de par en par y, cuando me doy la vuelta, Rio me mira con ojos oscuros, tenso y dispuesto a cargar contra mí. Mi mirada se desvía hacia abajo, observando el arma que lleva en la mano. Probablemente ha supuesto que estaba a punto de salir corriendo. Y no puedo decir que no me lo haya planteado brevemente, pero no soy tan tonta como para pensar que llegaría a más de metro y medio sin que uno de ellos me alcance. O una de sus balas. Estoy herida y apenas puedo mantenerme en pie, y no tengo ni idea de dónde están las llaves. Correr ahora mismo no sería prudente. Y si Zade estuviera aquí, me diría que esperara el momento oportuno. Que no actúe de forma irracional. No puedo dejar que el pánico y la desesperación gobiernen mis decisiones. No si quiero salir viva de esto. Lamiéndome los labios, doy un paso adelante, indicando que no voy a correr. —¿Max te envió? —¿Has oído eso? —Se relaja, despreocupado por mis preguntas, y mueve la cabeza hacia la cocina, indicándome que le siga. Eso me da ganas de llorar. Me aclaro la garganta y digo a la fuerza: —Claro que sí. Me pongo detrás de él y las ganas de llorar aumentan a medida que me adentro en las entrañas de la bestia. Siento como si una cuerda elástica se atara a mi cintura, tirando de mí hacia la salida, y cuanto más camino, más fuerte se vuelve. Me mira por encima del hombro. —Nena, no sé qué has hecho para molestar a ese hombre, pero tiene una venganza contra ti. Estás en toda la Deep web con un gran precio por tu cabeza. Max contrató a Rick para traerte, y como el tipo es un completo idiota, me pidió ayuda. Si no fuera porque él sabía dónde vivías, no habríamos conseguido una ventaja y habríamos tenido que luchar contra la competencia para llegar a ti. Se me seca toda la humedad de la boca. ¿Hay un precio por mi cabeza? ¿Por qué demonios? Supongo que no debería sorprenderme porque... bueno, ¿por qué mierda iba a estar aquí si no? La nueva información me distrae lo suficiente como para observar mi entorno a través de unas gafas borrosas. Me aferro a todos los detalles insignificantes, como los armarios caídos, el ronroneante frigorífico amarillo y el interminable océano de madera marrón y feo papel pintado. Ahora me lleva hacía unos empinados escalones de madera que crujen bajo nuestro peso. —¿Rick trabaja para La Sociedad? Rio me mira por encima del hombro, con el ceño fruncido, aparentemente sorprendido de que los conozca. —No, es amigo de Rocco, que es hermano de Francesca. Trabaja para La Sociedad, y Rocco y sus amigos se benefician. —¿Trabajas para ellos? —Sí, aunque ahora respondo ante Francesca. Me lamo los labios secos y pregunto: —Entonces, ¿quién puso precio a mi cabeza? —No importa quién. Solo el porqué. Ahora date prisa, tengo que orinar, y si no te mueves más rápido, me bajaré la cremallera y te pintaré un cuadro en esa cara tan bonita que tienes. La desagradable amenaza hace efecto y me saca de mi aturdimiento. Le doy una mirada desagradable y acelero el paso, a pesar de que mis músculos gimen en respuesta. De todos modos, es mejor terminar la conversación. Necesito concentrarme en cada detalle de esta casa. Empezando por lo silenciosa que es. Mientras me conduce por un largo pasillo, con varias puertas a ambos lados, me doy cuenta de que no es el tipo de silencio que se deriva del vacío, sino el que se produce cuando alguien contiene la respiración, rezando para que los pasos sigan pasando. Tragando nerviosamente, mis ojos rebotan, tratando de localizar algún detalle evidente, pero el pavor acelerando mis latidos hace que todo se vuelva borroso. ¿Cómo mierda voy a mantener la calma y actuar con inteligencia para poder salir de aquí cuando un millón de alarmas se disparan en mi cabeza, advirtiéndome de que no hay salida? Siempre hay una salida, Ratoncita. Solo tienes que encontrarla. La rabia. No se aprecia lo suficiente. No se estudia lo suficiente. Las capacidades del cuerpo humano ya no se limitan a las leyes de la física. La destrucción absoluta que reside en la punta de mis dedos podría quemar ciudades enteras, reducirlas a cenizas y brasas. Un simple golpe de cerilla, o un movimiento de muñeca, y todo lo que mis ojos puedan ver se consumiría en el mismo fuego negro que arde en mi interior. Por ahora, vuelvo la destrucción hacia mí mismo. Mi reflejo hierve, invadido por una violencia que solo se ve a través de los telescopios. Nuestro universo se forjó en la brutalidad, y ahora el cosmos reside no en uno, sino en dos ojos oscuros que me devuelven la mirada. Tu maldita culpa. Mi puño vuela hacia el espejo y casi lo rompe por completo de un solo golpe. Pequeños fragmentos explotan por el impacto, lloviendo en el lavabo y por el suelo. Imita exactamente lo que siente mi alma. Jodidamente destrozada. Acabo de llegar a casa desde el hospital y ya estoy aumentando la lista de heridas. Pero estoy demasiado perdido para preocuparme. Gruñendo, retrocedo y vuelvo a golpear con el puño el espejo. Una y otra vez, hasta que solo quedan unos pocos trozos torcidos. Enfurecido, giro en busca del fragmento más grande que encuentro y lo arranco del suelo, ignorando los bordes dentados que me cortan la piel. Luego agarro uno más pequeño con una punta afilada antes de enderezarme de nuevo. Extiendo el trozo grande ante mí y lo coloco en el ángulo adecuado para que me sirva de espejo. Con el trozo más pequeño, clavo la punta en mi piel y empiezo a tallar. Voy despacio, mis movimientos son inestables a causa de los temblores que sacuden mi cuerpo. El cristal se resbala al sujetarlo, tanto por la sangre que brota de mis nudillos como por los bordes que me cortan la piel, y tengo que reajustarlo continuamente, creando más cortes. Pero el dolor apenas se registra cuando es tan jodidamente fuerte dentro de mi cabeza. Está nublada de furia, y cada maldito órgano de mi cuerpo se siente como si estuviera en una licuadora. Mi Ratoncita se ha ido. Me la han robado. Y el hombre que está detrás es el mismo que sabía que tenía una venganza contra ella. Y lo dejé vivo. Dejé que siguiera viviendo, consumiéndose en la ira que le causé. Con el pecho agitado, escarbo más fuerte, con el rojo brillante burbujeando en el lugar donde el cristal se clava en mi piel. Cuando termino, dejo caer el fragmento y todo mi cuerpo vibra. Le fallé a Addie. Y nunca me permitiré olvidarlo. No con la rosa ahora tallada sobre mi corazón. Sangre cubre la suela de mis botas, dejando un rastro de huellas escarlata tras de mí mientras me acerco a la casa de Max. Finalmente contrató a unos guardias. De poco sirvieron cuando ahora, sus seis cuerpos están tirados por el suelo. Con agujeros de bala entre los ojos que miran sin ver a las estrellas, se apagaron porque protegieron a la persona equivocada. No me importa lo queridos que eran. Me importa una mierda si tenían familias y si tenían esposas e hijos pequeños en casa, esperando ansiosamente su llegada. Papá se ha ido, niños. Abro la puerta de entrada de una patada, y la plática se corta en diferentes versiones de qué carajo. La casa de Max es casi toda de concepto abierto, bañada en negro y oro con decoración medieval. Es un hombre rico, pero ninguna cantidad de dinero podría protegerlo de mí. A ambos lados, dos grandes escaleras conducen a un balcón que rodea la casa en forma de media luna. El hombre del momento aparece por el balcón, con una mirada salvaje en sus ojos, mientras otros dos guardias se apresuran a ponerse detrás de él. Su cabello rubio y blanco está despeinado, con los mechones de punta, y cuando me ve, su mirada se vuelve feroz, sus ojos se redondean con histeria. Enarco una ceja. —¿Te has frotado un globo en la cabeza? Parpadea, y antes de que ninguno de ellos pueda procesar mi presencia, levanto mi arma y disparo dos balas, una para cada guardia. Demasiado fácil. Al parecer, su dinero ni siquiera podía comprar guardias lo suficientemente buenos como para entretenerme. Si fueran como yo, me habrían matado a tiros antes de que una sílaba pudiera salir de mi boca. Los ojos de Max se abren de par en par cuando sus hombres caen al suelo, la sangre se escurre rápidamente por las barandillas y cae sobre las baldosas inmaculadas de la planta baja. Se da la vuelta para correr, pero mi voz lo detiene en seco. —Ven aquí, Max. Lentamente, vuelve a mirarme, con terror irradiando en sus ojos. Los hombres que se enfrentan a las consecuencias de sus actos tienen un olor especial. Están jodidamente petrificados, pero solo porque saben que van a morir. Y no importa en qué crean, saben muy bien que no hay ninguna posibilidad de que los lleven a esas puertas del cielo. —Lo que creas que yo... —No me insultes más cuestionando mis conocimientos —interrumpo, con mi voz mortalmente calmada—. Lo sabes muy bien, Maximilian. Sus labios se tensan en una línea blanca, pero tiene el suficiente sentido común para darse la vuelta y bajar los escalones, enderezando su chaqueta desarreglada para restablecer su frágil fachada de confianza. Se esfuerza por mantener una expresión tranquila, con los puños apretados y temblorosos, y el sudor cubriéndole la línea del cabello. Se detiene en el último escalón, de pie ante mí con la nariz en el aire. Quiere morir con la cabeza en alto. Qué ingenuo. Se inclinará a mis pies, suplicando perdón y con los labios tan apretados en mis botas que sus dientes dejaran huellas. —¿Dónde está ella? —pregunto, con voz fría y carente de emoción. Me mira fijamente, su garganta se tambalea mientras trabaja para tragar. —No me han dicho la ubicación. —Pero estás en contacto con los hombres que la tienen —respondo. Parpadea y se lame los labios para esperar a encontrar la respuesta adecuada. —Se ha completado. He transferido el porcentaje de Rick y hemos cortado los lazos. Max transfirió el dinero a una cuenta, así que me imagino que solo Rick Boreman recibió una parte, aunque todavía no estoy del todo seguro de por qué. En la cámara de vigilancia del accidente de auto de Addie, había dos hombres, y Rick no fue el que la sacó de su vehículo volcado. Frunzo los labios, las cicatrices de mi cara se arrugan, asiento con la cabeza y camino hacia él lentamente, como un guepardo acechando a su presa. Un hilillo de satisfacción me llega al torrente sanguíneo cuando él se tensa, solidificándose bajo mis ojos. —¿Y me dices que no tienes forma de contactar con ninguno de ellos? Traga saliva y sacude la cabeza. —Rick desconectó su teléfono después de la transferencia. Probablemente para esconderse de ti. Tarareo, arrastrando mis ojos de arriba a abajo por su figura, notando la postura incómoda y la forma en que sus pies están angulados hacia adentro. Está a segundos de orinarse encima. No hay seguridad en sí mismo de estar en un lugar público, sabiendo que el peor de sus pecados fue intimidar a un par de mujeres en un restaurante. Esta vez se ha portado muy mal. —Entonces, ¿por qué lo hiciste, Max? —Mataste a mi padre, así que el trato se canceló —escupe, con furia brillando en sus iris. Me quedo quieto y solo puedo mirarlo mientras proceso sus palabras. Después de matar a Archie Talaverra, le corté las manos y las dejé en la puerta de Addie como recordatorio de que ella es mía y nadie más debe tocarla. Max se enteró y empezó a culparla por la muerte de Archie, así que le hice un trato. Yo no mataría a su padre, y él no tocaría a Addie. Fue necesario secuestrarlo y grabar un video para hacerlo entender, pero mantuvo su palabra. Hasta hace poco. Lo curioso es que nunca maté a su padre. —¿Disculpa? Parpadea, su cara se vuelve gradualmente roja. —Tú matas... —He oído lo que has dicho maldita sea —ladro—. ¿Qué te hizo pensar que fui yo? Su cara se contorsiona. —Porque tú jodidamente dijiste que lo hiciste —brama, dando un paso amenazante hacia mí. Lo hago mejor y me abalanzo sobre su cara, haciéndole retroceder y perder el equilibrio. Lo agarro por el cuello de la camisa y lo acerco de un tirón. —Explícate, Max —gruño—. Porque no he matado a tu padre, joder. Si lo hubiera hecho, los habría matado a los dos. Hicimos un maldito trato y cumplí mi palabra. Sacude la cabeza, respirando fuego. —Me enviaste el vídeo en el que decapitabas a mi padre el viernes. En el video, dijiste, ‘Esto es por Adeline Reilly’. El fuego llena mis venas, cada una de ellas sobresale en mi cuerpo. —¿Era mi voz? —¿Qué? ¡No lo sé, hombre! No tengo una maldita grabación de tu voz para compararla. Era profunda como la tuya, eso es todo lo que sé. Asiento con la cabeza, dejándole ver en mis ojos lo mucho que lo ha jodido. No hace falta ser un genio para averiguar quién mató realmente a su padre. —¿Te has molestado en confirmar si era yo? —Oh, culpa mía, hermano, te llamaré la próxima vez —replica. Sonrío salvajemente. —¿Me estás diciendo que no tienes recursos, Maximiliano? Porque yo sí, y tengo muchos recursos para hacerte sufrir. Si vas a vengarte de un asesinato, será mejor que estés seguro de quién lo hizo realmente maldita sea. Se tambalea, con la boca desencajada al darse cuenta de que ha actuado sin pensar. Vio a su padre morir de forma brutal, decidió quién fue basándose en una sola frase y envió a Addie al matadero. El rojo se filtra en mi visión, y me cuesta todo el control mantenerlo a raya. Para ver con claridad, porque quiero presenciar cada puto segundo de la muerte de Max. —¿Quieres saber quién mató a tu padre, idiota? La misma gente a la que vendiste a Addie. La Sociedad lo mató para que me traicionaras, y luego para que atacaras a Addie. Caíste en su puta trampa e hiciste todo el trabajo sucio por ellos. Sacude la cabeza. —¿Cómo iban a saber lo de nuestro trato y lo que le hiciste a mi padre? —No lo sé, Max, ¿tu padre abrió su jodida gran boca y lo soltó a cualquiera que quisiera escuchar? ¿Lo hiciste tú? Lloriqueando sobre cómo lo secuestré y lo amenacé si tocaban a Addie y a Daya. ¿Me estás diciendo que ninguno de los dos fue por ahí quejándose de ello a cualquiera que tuviera oídos? Sus dientes chasquean, confirmando mi presunción. —No es difícil enterarse de nuestra rivalidad cuando no te callas la boca —siseo. Gruñe mientras lo arrastro hacia la puerta principal, con los pies arrastrándose por la baldosa y las uñas arañando mi mano en señal de pánico. Pienso tomármelo con calma. Conseguir toda la información que pueda antes de enviarlo bajo tierra. —Espera, espera, fue un error. Resolvamos algo, —balbucea mientras lo arrastro por las escaleras del porche hacia mi auto—. ¡La recuperaré! Le lanzo una sonrisa feroz. —No te preocupes, Max, pienso resolver muchas cosas contigo. O más bien, trabajarlas contigo. El bisturí ensangrentado repiquetea contra la bandeja metálica y los gemidos de Max llenan el aire. No le hizo ninguna gracia cuando empecé a poner “Bodies” de Drowning Pool para ahogar sus incesantes gritos. Me reí durante toda la canción, aunque ahora no siento nada más que llamas ardientes en mi pecho vacío. En el pecho de Max hay cables que conducen a una máquina diseñada específicamente para reiniciar el corazón en cuanto se detiene. La construí cuando empecé en este negocio, aunque ya casi no se usa. Al principio, mi rabia hacia los traficantes de sexo no tenía límites. Pero con los años, descubrí que cuanto más rápido mueren, más puedo matar. Ya he matado a Max por asfixia dos veces. En el momento en que su corazón deja de latir, mi máquina lo devuelve a la vida a través de la electricidad, donde procedo a torturarlo lentamente, y luego lo mato de nuevo. Repetidamente. Ni siquiera había empezado a hacer preguntas, demasiado enfadado para hablar. Ahora se ha vuelto loco. Tan cerca de la muerte solo para despertar a mi cara sonriente, una y otra vez. Sin embargo, todavía no siento nada. —Rick Boreman es a quien se transfirió el dinero. ¿Quién era su socio? —R-Rio, —responde—. No sé su apellido. Su discurso es entrecortado por el desgaste que ha sufrido su cuerpo. —¿Cómo los conoces? —No los conozco re... realmente. C-Connor y Rick eran amigos. Sabía que Rick tenía contactos, así que conseguí su número del viejo teléfono de Connor. —¿Y cómo supiste en qué estaba metido Rick? —Connor comentó que los Tala-la-verra posiblemente meterían las manos en el negocio, y mencionó que él tenía conexiones para hacerlo a través de Rick. Nunca terminaron involucrándose, así que nunca se dijo nada más sobre Rick que... que eso. Arqueo una ceja. Que los Talaverra se involucraran en el tráfico de personas habría sido un puto desastre. Especialmente con Archie involucrado y su condición de playboy: habría condenado a un montón de chicas a ese destino. Supongo que hice más bien de lo que pensaba al matarlos a todos. —¿Para quién trabajan Río y Rick? Max sacude la cabeza, su boca se curva en una sonrisa. —Rick no trabaja para nadie. Solo es amigo de la gente adecuada. Sabía dónde vivía tu novia, y él sabía cómo ponerla en las manos adecuadas. Fue mutuamente beneficioso. Parece que se está desvaneciendo, así que le doy unas cuantas bofetadas en las mejillas. Me gruñe, pero mantiene los ojos abiertos. —¿Y Río? Otra sonrisa. —¿Quién más? La Soc... —No seas obtuso, Max —interrumpo, agarrando unas tijeras y arrastrando la punta contra la red de piel entre sus dos dedos. Cuando no se le ocurre una nueva respuesta, extiendo las tijeras y corto la delicada carne. Grita, pero el sonido no es lo suficientemente angustioso. Todavía no. —Quiero los nombres. Las personas de las que dependen directamente y a quién se la llevaron. Se esfuerza por tragar; su cara se retuerce de dolor mientras se esfuerza por responder. —No lo sé, Z. ¡Ya te dije que apenas los conocía! Solo lo que C- Connor nos dijo sobre Rick, que no era nada más que era amigo de un traficante. Cuando vi el anuncio, le pedí ayuda, ¡y eso fue todo! —¿Cómo sabían cómo llevársela? Se lame los labios, sus ojos vuelven a desviarse por el cansancio. —Sabía que su casa estaba rodeada, así que la sacamos. Luke sabe dónde vive Daya, así que... le hizo una visita. Entró, la ató y usó su teléfono para sacar a Addie. Rick y Río esperaron fuera de su entrada y la siguieron. Aun, casi ciego de furia al saber que Daya podría haber sido secuestrada también. Nadie jode a mi chica, y eso incluye a sus amigos y familia. Addie lleva siete días fuera, y en ese tiempo solo he pensado en llegar a Max. Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza que Daya no se haya acercado todavía a buscar a su mejor amiga. Si soy sincero, apenas puedo pensar con claridad con todos los órganos de mi cuerpo agarrotados por la constante agonía de su ausencia. —¿Dónde está Daya? Max se ríe, el sonido húmedo y sin humor. —Lo último que he oído, hermano, es que Luke todavía la tiene. Reviviendo su-su recuerdo favorito con ella probablemente. Joder. Parece que Max va a tener que esperar para morir definitivamente. Tengo que ir a asesinar a su amigo primero y sacar a Daya de ahí. —Hm. —Le corto la piel entre el dedo meñique y el anular. Aprieta los dientes, pero eso no impide que el grito se cuele por las rendijas de sus dientes. —¡Maldita sea! —grita, jadeando por el dolor. Lo mantendré con vida el tiempo suficiente para atrapar a Daya. Luego, volveré y terminaré el trabajo... permanentemente. No tengo más tiempo que perder con él. —¿Quién fue la persona con la que hablaste cuando respondiste al anuncio? —lo presiono. —Eran anónimos. ¿Crees que se presentan cuando contestan al teléfono? —suelta—. Les dije que sabía dónde estaba y quién me ayudaba. Me dijeron que transferirían el dinero cuando Addie estuviera en su poder. Eso es todo. Le agarro la otra mano y le corto la piel entre los dedos índice y corazón, simplemente porque no me gusta su actitud. —¿Sabes cuántos hombres se acostaron en esta misma silla antes que tú? —le pregunto despreocupadamente, mirando su cara destrozada. —N-no —grita, arrastrando la nota en un lamento apenado. —Yo tampoco —me encojo de hombros—. He perdido la cuenta. Pero lo que sí recuerdo es que acabé con todos y cada uno de ellos. Max aprieta los ojos cuando me inclino hacia delante, sin el valor suficiente para enfrentarse a su atormentador. —Pero tú eres el primero que me ha roto a mí primero, Max. Puedo admitirlo. Me rompiste en pedacitos cuando me quitaste a Addie. Por tu culpa, ya no soy un hombre. Enderezo mi columna. —¿Sabes lo que eso significa para ti? Significa que no me queda humanidad. Sin empatía. Sin culpa. Nada. Podría hacer esto todo el puto día, e incluso cuando tu cuerpo se rinda, simplemente te reviviría. Lágrimas brotan de las esquinas de sus ojos, pero no tienen ningún efecto sobre mí. —Lo siento, hombre. Fue un error honesto, —gime—. Solo lo hice por mi ppadre. —¿Solo hiciste que secuestraran a una chica y la vendieran para el tráfico de personas, quieres decir? ¿Solo condenaste a una mujer inocente a la tortura, el trauma y la violación porque tu padre murió? —Mi voz empieza a quebrarse al final, y aprieto la mandíbula, luchando por mantener la poca cordura que me queda. Me estoy desmoronando, las lágrimas se acumulan en mi visión. Sacude la cabeza y balbucea: —No sé qué quieres que te diga. Inhalando y exhalando, recupero lentamente el control. Asiento con la cabeza, aceptando esa respuesta como lo que es. Ambos sabemos que no hay absolutamente nada que pueda decir para expiar lo que ha hecho. —Todo lo que habría hecho falta era un poco de investigación, amigo mío. Incluso si fueras lo suficientemente impulsivo como para amenazarme directamente, eso te habría salvado la vida. Y mi alma. Él lloriquea, sin tener nada que decir. Entonces, agarro la minisierra y la enciendo. Sus ojos casi negros se abren de par en par, dilatados por el terror. Le he cortado bastante la cara, pero me parece que hay un uso mucho mejor para ella. —¿Sabes lo que posiblemente le están haciendo a Addie mientras hablamos? —pregunto, la hebilla de su cinturón repiqueteando bajo el suave zumbido de la hoja. Vuelve a cerrar los ojos mientras le desabrocho los pantalones y se los bajo de un tirón. Arrugo la nariz. Se ha meado encima. —Por favor, hombre, —grita, con un sollozo que le destroza la garganta. Los mocos se le escapan de la nariz a la boca, y todo lo que veo es un hombre que solo lamenta que le hayan pillado. Un hombre que fue demasiado arrogante y demasiado estúpido para pensar que no sufriría las consecuencias de sus actos—. No hagas esto. La caverna en mi pecho se ensancha, devorando lo que quedaba de mi conciencia. Mi alma no tiene cabida dentro de un monstruo. Así que me deshice de ella. —La están violando —le digo, mi voz se profundiza con una furia desenfrenada. Esas imágenes me persiguen. —¿Te imaginas por cuántos hombres? Niega con la cabeza, le tiemblan las piernas mientras le bajo los bóxers de un tirón, contento de llevar guantes de nylon gruesos. —Es lo único en lo que puedo pensar, —me ahogo en un susurro—. Me atormenta la tortura que debe estar sufriendo. El dolor y cómo probablemente quiere morir. Y cómo yo quiero morir. Lo agarro entre las piernas, y no veo más que un pase de diapositivas del tormento de Addie en repetición. Podría cortar mis propios dedos y apenas me daría cuenta. Ellos están lastimándola. Asustándola. Haciéndola llorar. La hoja corta la piel y el músculo, provocando un grito que las películas de terror no pueden imitar. Ese sonido solo puede nacer del tipo de horror que muy pocos humanos experimentan realmente. Suena como música. ¿Es el mismo sonido que hace Addie? Sangre brota, pintándonos a Max y a mí de carmesí. Aspira profundamente, preparándose para soltar otro grito que nadie más oirá jamás, pero entonces se desmaya. Marica. Literalmente. Apago la sierra, enrosco mis dedos en sus dientes inferiores y tiro de ellos hacia abajo, y dejo caer el trozo de piel ahora desprendido por su garganta. Luego trabajo para cauterizar la herida, impidiendo que se desangre mientras me voy. Aún no he terminado con él. No fue difícil rastrear dónde vive Luke. El imbécil publica toda su vida en las redes sociales de todos modos. Excepto por el hecho de que mantiene a una chica como rehén en su casa. Siempre parecen olvidar esos detalles. Se oyen gritos indiscernibles a través de las puertas de su casa. Luego se oye un fuerte estruendo, y sonrío, sabiendo ya que voy a entrar y ver a Daya dándole un infierno a este tipo. Introduzco mi alfiler en el ojo de la cerradura y lo bloqueo, rompiendo la cerradura. Y entonces entro en su casa como si entrara en mi hamburguesería favorita. —¿Por qué siempre tienes que moverte? —Luke grita desde el pasillo. Saco mi arma y empiezo a darle vueltas al silenciador mientras me dirijo camino hacia el bullicio—. ¡Estoy tratando de cuidarte! —Cuando doblo la esquina, me detengo en seco. Daya está atada a una silla, inclinada hacia un lado, con los brazos atrapados incómodamente bajo su peso. Grita a través de la cinta adhesiva que tiene pegada a la boca, y su mirada irradia muerte. Cuando me ve, sus ojos se abren de par en par y empieza a retorcerse ferozmente, como si quisiera hacer notar su presencia. No puedo verla con más claridad cuando la tengo delante. Al notar la reacción de Daya, Luke gira la cabeza y sus propios ojos se abren de golpe antes de agarrar su arma. Le disparo en la parte posterior de la rodilla antes que dé un paso, sin sentir nada mientras cae al suelo con un grito agónico. —Cálmate, Daya —digo, acercándome a ella—. Puedo verte menearte como un gusano en un anzuelo, solo vas a rozar la piel aún más. Ella resopla, esperando impacientemente mientras la levanto a ella y a la silla como si fueran una sola, le desato las cuerdas y la ayudo a levantarse. Me echa una mirada, notando las ojeras y la opacidad de mi mirada, y se envuelve en mí. Parpadeo y me quedo paralizado por un momento antes de rodearla con un brazo. Inmediatamente, rompe a llorar y sus sollozos hacen vibrar mi pecho. Le pongo una mano en la nuca y la aprieto para tranquilizarla. Es lo único que se me ocurre hacer para que sepa que estoy aquí y que está a salvo. Se me hace un nudo en la garganta al tratar de hablar porque, por mucho que me alivie que Daya esté bien, soy incapaz de sentirlo. —Por favor, dime que sabes dónde está —suplica, apretando mi sudadera con capucha. Suspiro, la agarro por los brazos y la alejo suavemente. Su aspecto no es mejor que el mío. Sus ojos verde salvia están inyectados en sangre por el llanto, el cabello negro y liso despeinado, con moretones estropeando su piel morena. —Todavía no —susurro, incapaz de pronunciar las decepcionantes palabras más alto. Sus ojos se cierran en señal de derrota, pero asiente con la cabeza. —La encontraremos. Lo haremos. —¿Qué te ha hecho? —pregunto, devolviendo la conversación al parásito que se arrastra por el suelo hacia su arma. Está apoyada en una mesa de café a tres metros de él. Me doy la vuelta y disparo el arma, haciéndola derrapar por el suelo y debajo de su sofá blanco. Apuesto a que ni un solo culo se ha sentado en esa cosa. —Nada que no le haya dejado hacer antes —murmura. Ladeo la cabeza. —Ambos sabemos que esta vez no fue consensuado. —Ella mira hacia otro lado, pareciendo avergonzada. —Sabes que no pediste nada de esto, ¿verdad? —Le recuerdo, sacudiéndola lo suficiente para enfatizar mi punto. Ella asiente con la cabeza, aunque no parece del todo convencida. —Max está en mi casa. Vamos a ocuparnos de Luke aquí. Incluso puedes liberar algo de ira contenida si quieres. Voy a girarme, pero ella me detiene, con su mano enredada en mi muñeca. —No pierdas tu humanidad todavía, Zade. Addie es fuerte y sobrevivirá a esto. La miro fijamente, y me pregunto si ella puede ver algo dentro de mí que yo no puedo. —Ya se ha ido. Golpeo más fuerte. Joder, tengo que hacerlo más fuerte. Los gemidos que responden me envían una inyección de placer por la columna. Y cada vez que los oigo, solo puedo pensar en Addie. Nunca puedo dejar de pensar en ella, incluso cuando los ruegos siguen a los gritos. Más fuerte. —Por favor. —La súplica es sin aliento. Pero no es suficiente. —Por favor, ¿qué? —Exijo con los dientes apretados, con el sudor goteando por la sien de tanto esfuerzo. Sigue sin ser suficiente. Nunca lo será. No hasta que vuelva a tener a Addie. —Zade —dice Daya—. Por favor. Miro hacia ella, con mi mazo suspendido sobre el enorme clavo alojado en la pierna de Luke. Parece tener un poco de náuseas, pero no puedo encontrar en mí la forma de preocuparme ahora mismo. Llevo unos minutos clavándole el clavo en el antebrazo, y he conseguido que lo atraviese por completo y se incruste en la mesa de madera, pero es un clavo enorme, y aún le queda algo de longitud. Los gemidos de Luke están llenos de agonía, y sus súplicas desesperadas me hacen sentir todo lo bien que soy capaz de sentir. No lo jodidamente suficiente. Quiero que grite tan fuerte hasta que sus gritos cedan y sus cuerdas vocales se rompan por completo. La mano de Daya se apoya en mi brazo, su propia súplica corta el ruido en mi cabeza. —Te ha hecho daño, —digo con rotundidad. Ella asiente. —Lo hizo. Y ahora estoy lista para hacerme cargo. Suelto el mazo, la pesada goma cae dolorosamente sobre su brazo antes de caer con estrépito sobre la mesa. Su grito de respuesta vibra por toda la casa. No. Es. Suficiente. Me seco el sudor de la nariz y me doy la vuelta, con las manos temblando por la necesidad de seguir golpeando el clavo hasta que la cabeza conecte con su carne. Ha pasado más de una hora desde que arrastré a Luke a la mesa del comedor y empecé a llevar a cabo mi tortura. Encontré algunas herramientas en su garaje y decidí hacer un buen uso de ellas ya que él nunca tendrá la oportunidad. Daya se aclara la garganta. —¿Luke? Mantente despierto, amigo. —Oigo el golpeteo de la piel y miro hacia atrás para ver cómo le abofetea la mejilla. Su cabeza se inclina y de su garganta salen más gemidos. —Por favor —susurra él, con la voz ronca. Necesita agotarse. Incluso entonces, no estaré satisfecho. —Sabes, llevo una semana diciéndote lo mismo —dice Daya, con la voz quebrada. Sus ojos se llenan de lágrimas, y eso solo aviva las llamas en mi pecho. Ella y Addie se quieren mucho. Y como Addie es mi familia, eso hace que Daya sea también mi familia. Es mejor que le dé un ejemplo para que los demás sepan que no deben volver a joderlas. No ayuda que haya jugado un papel importante en el secuestro de mi chica. Y eso... eso es simplemente imperdonable. Inconcebible. Luke traga, pero las palabras le fallan durante varios momentos. —No fue algo personal —susurra—. Solo estaba haciendo lo que Max me dijo. —¿Max te dijo que me metieras la polla? —Daya contesta, con su pequeño puño enrollado en una bola apretada. Espero que los use. Solo la detendría para poder asestarle unos cuantos golpes antes de dejarla acabar con su miserable vida. —No, Daya, es que... te he echado mucho de menos. Daya cierra los ojos, una lágrima se escapa entre sus pestañas. No tengo ni idea de si estos dos tuvieron una relación más allá de una noche juntos, ni tampoco es asunto mío. Pero no importa porque lo que Luke le robó a Daya, ella planea recuperarlo. —No te he echado de menos, Luke, lo sabes, ¿verdad? —replica ella, con sus pálidos ojos encendidos. Su boca se abre, pero ella continúa—. Cada vez que pensaba en ti, era por asco. Debería haber sabido que encontrarías la manera de sorprenderme y de resultar mucho peor de lo que pensaba. —Mira, siento el papel que he hecho, pero tienes que entender que Max está loco. —Cuando me acerco más, sin que se refleje un poco de comprensión, se desespera más—. ¡En serio, amigo! Si no hiciera lo que me dijo, ¡haría que me mataran! —¿Te dijo que abusaras de Daya? ¿Que la violaras? Se tambalea, su boca se abre y se cierra mientras busca la respuesta correcta. O más bien, la mentira correcta. Los ojos de Daya se aferran a él mientras me tiende la mano expectante. No aparto la mirada de Luke mientras tomo un cuchillo de la mesa de al lado y se lo doy, sabiendo lo que me pide. Ella no pierde el tiempo. No duda ni un segundo. Agarra el mango negro con un puño apretado, el metal brilla en las luces del comedor mientras lo eleva por encima de él y lo hunde en su garganta. El metal afilado atraviesa la carne y el hueso, silenciando sus súplicas. Los ojos de Luke se abren en discos redondos, mirando a su parca con incredulidad. Siempre es incredulidad. Como si no lo vieran venir. O tal vez, simplemente no pueden aceptar el hecho de que realmente están muriendo. Los hombres así, que han vivido su vida de forma tan egoísta y sin tener en cuenta la de los demás, son siempre los más desesperados por vivir eternamente. Pero nunca entendieron que eso es lo que los hace tan malditamente débiles. Es la gente que no tiene consideración por su propia vida, la gente como yo. Somos los más mortíferos. ¿Qué me impide llevarme a la gente conmigo cuando muera? Nada. Ni una maldita cosa. —¿Traes productos a mi casa con este aspecto? —sisea una mujer, atrayendo mi mirada. Estoy de espaldas a un sucio espejo de cuerpo entero, con la cabeza inclinada sobre el hombro y la camisa levantada mientras observo los puntos de mi espalda. Unos enormes moretones motean mi piel, volviéndola de un color feo. Aclaro la garganta, dejo caer mi camisa desmesurada y sucia y me giro para encontrarme con su mirada de frente. Frente a mí hay una mujer hermosa, con el rostro embadurnado de maquillaje y la piel empapada de perfume de cítricos. Un vestido ajustado se ciñe a sus curvas y unos tacones de tiras le dan una altura amazónica. Su atuendo no es adecuado para este tiempo, pero parece que podría atravesar una ventisca descalza sin pestañear. Solo parece tener treinta y tantos años, y aunque es hermosa, parece cansada y desgastada. Caminar junto al diablo te hace eso. Esta debe ser Francesca. Y ahora mismo, me está mirando, lanzando dagas desde sus ojos marrones. Mierda. Aquí vamos. Rio se mueve incómodo, pero no responde a su indignada pregunta. Y esa pequeña acción me dice mucho. Si no tienes una razón válida para tu error, mantén la boca cerrada. Incluso si la tienes, mantén la boca cerrada. Sus ojos se estrechan y recorren mi cuerpo mientras camina hacia mí, examinándome. Determinando cuánto dinero podría hacerle ganar, probablemente. Agradezco que Rio haya encontrado ropa de la habitación de otra chica y que ya no lleve la bata del hospital. Imagino que su reacción sería mucho peor de lo que es ahora. Se pone delante de mí y su fuerte perfume me hace cosquillas en la nariz. Me mantengo en silencio, observando cómo pellizca la camisa blanca y sucia y la levanta. Su mirada se agudiza al ver los feos moretones que colorean mi torso. Están por todas partes, y tengo la desagradable sensación de que va a convertir en su misión encontrar cada uno de ellos. Entonces me rodea, y un agudo jadeo atraviesa el aire cuando ve los dos grandes cortes en mi espalda. —¿Qué le has hecho? —gruñe. Río mantiene la mirada fija en sus botas negras, con motas de sangre seca todavía en ellas. —Accidente de auto —responde brevemente. —Estúpido. Esto va a tardar semanas en curarse. ¿Cuándo le pueden quitar los puntos? Él por fin levanta la vista, sus ojos marrones oscuros se arremolinan con odio, pero con una expresión de disculpa en el rostro. Está fabricado solo por Francesca. No lo lamenta en absoluto. —El Dr. Garrison dijo que de cuatro a seis semanas. Sisea y deja caer la camisa, dando la vuelta para mirarme. —¿Está tomando anticonceptivos? Frunzo el ceño, preguntándome por qué le está preguntando a él y cómo demonios lo sabría Río. —Garrison dijo que tiene el DIU. Lágrimas comienzan a acumularse y me cuesta mantenerlas a raya. Me dan ganas de vomitar que me hayan violado así. No tenía ni idea de que lo había comprobado, lo que significa que lo hizo mientras yo estaba inconsciente. Tararea, complacida por eso, y finalmente se dirige a mí directamente. —¿Sabes quién soy? Me cuesta unos segundos refrenar mis emociones, pero consigo tragarlas lo suficiente como para responderle. —Francesca —digo con seguridad, imprimiendo todo el volumen posible a mi voz. Ella parece el tipo de persona que apreciaría los murmullos. Eso es lo bueno de ser escritora, supongo. He construido y elaborado tantas personalidades imaginarias que no me cuesta mucho descubrir las de la vida real. Aquí, Francesca no tiene paciencia y no tolera la insolencia, la pereza o la debilidad. Desprende fuerza, y eso es lo que espera a cambio. No hay que confundirlo con un desafío, por supuesto. Levanta una ceja cuidada en la frente. —Sí —dice—. Ese es mi nombre. Pero no es lo que te he preguntado. Frunzo el ceño, sin saber qué responder. Antes de que pueda decidirlo, sus largas uñas acrílicas me pellizcan las mejillas. Inhalo bruscamente, las garras se clavan en mi piel mientras ella atrae mi rostro hacia el suyo, con una expresión tranquila pero amenazante. —Soy tu señora. No hablarás, ni actuarás, ni siquiera pensarás sin mi permiso primero, ¿me entiendes? —Sí —susurro, aunque el sonido sale confuso entre mis labios. Me aparta el rostro con fuerza, haciéndome perder el equilibrio y caer de culo. El impacto me hace soltar una bocanada de aire, seguida de un gemido, y cierro los ojos mientras el dolor me recorre la columna. Estos imbéciles no quieren el producto magullado y ensangrentado y, sin embargo, no pueden apartar sus malditas manos de mí. Tiene mucho sentido. No necesito ser una experta en el tráfico de personas para saber que nadie quiere comer una manzana magullada. Quieren manzanas bonitas y brillantes para hincarles el diente y desgarrarlas, trozo a trozo. Francesca olfatea y me mira con desdén. Respiro lentamente y la miro fijamente, esforzándome por evitar que aparezca una pizca de ira en mis ojos. —La obediencia es lo primero que te pido. Personalmente no me gusta administrar drogas para mantener a las chicas obedientes. Me gusta que mis chicas estén lúcidas y en control, ya que eso hace que nuestros compradores tengan una mejor experiencia. Nadie quiere a una puta drogadicta que apenas puede mantener la mirada y empuñar una polla correctamente. Eso significa que si me desobedeces o no haces lo que te ordeno, serás castigada. ¿Entendido? Dejo caer los ojos antes de que ella pueda ver la emoción escupida de ellos como la grasa en una sartén caliente. Tragando la piedra que tengo en la garganta, me ahogo: —Sí, señora. Ella hace un sonido de aversión. —Nunca me llames así. Me recuerda a mi madre —dice, murmurando la última parte. —¿Cómo quiere que me dirija a usted? —pregunto, encontrando el valor para levantar la vista y encontrarme con sus ojos una vez más. Ya sé cómo me gustaría llamar a la maldita zorra. Río se ríe desde la puerta, pero se tranquiliza cuando Francesca le lanza una mirada mordaz por encima del hombro. Dirige su estrecha mirada hacia mí, pareciendo contemplar algo. —Llámame Francesca —responde—. Río te va a implantar un dispositivo de seguimiento y te va a tatuar tu identificación de esclava. Todo el mundo tiene uno, y solo se cubrirá una vez que tengas a tu amo. Mi corazón se encoge y muere en el momento en que menciona un dispositivo de seguimiento. No estoy segura de por qué me sorprende, pero me envía una nueva dosis de pánico al torrente sanguíneo, retorciéndome las tripas dolorosamente. Lágrimas empiezan a arder el fondo de mis ojos, la desesperanza se hace más profunda. —Sí, Francesca —digo a la fuerza, con la espalda encorvada por las emociones que circulan por mi cuerpo, tan potentes que casi me desintegran la columna y me hacen caer al suelo a sus pies. Por muy temporal que sea, parece complacida y se dirige a la puerta, deteniéndose para mirar a Río a los ojos y ordenar: —Mantenla sedada. Dejaremos que se cure durante una semana antes de que tenga que aclimatarse en la casa y comenzar sus clases. Tú la rompiste, tú la arreglas, así que será tu responsabilidad hasta nuevo aviso. Sus labios se tensan, pero asiente. A pesar de que me acaban de decir que me van a etiquetar como ganado, hay una pizca de alivio que circula por todo mi cuerpo. En el momento en que desaparece, cerrando firmemente la puerta tras de sí, me levanto tan rápido como mi cuerpo roto puede soportar y me arrastro hacia la cama, dejándome caer sobre ella. Un ángel y un demonio se posan sobre mis hombros; el más suave me incita a hacerme un ovillo para poder romperme en pedacitos, mientras que el otro me grita que siga luchando, que no me derrumbe como si hubiera perdido toda esperanza. Mantén la calma, Ratoncita. Sobrevivirás a esto. Lo harás. Con la espalda recta, me esfuerzo por contener las lágrimas. Tengo por lo menos una semana antes de ser sumergida en el meollo de lo que realmente significa ser víctima de la trata de personas. Una semana para ignorar las cosas horribles que les hacen a las chicas aquí. Río toma un bolso negro de encima de la cómoda que está a mi lado. Me había fijado en el cuando entré por primera vez en la habitación y, desde entonces, lo he tratado como un bolso lleno de serpientes. Parece que no estaba muy equivocada al pensar así. La mordedura de una pitón no se sentiría diferente a la de una marca permanente. Conteniendo la respiración, lo observo atentamente mientras se acerca a mí, con su peso comprimiendo el borde del colchón abultado. Lentamente, abre la cremallera, el sonido desgarra mis nervios al igual que el bolso. A continuación, saca una pequeña pistola de tatuajes, tinta y lo que parece una pistola de piercing, pero... no. —El rastreador primero —anuncia, sosteniendo el dispositivo de tortura. Saca un diminuto microchip del bolso, lo inserta en la pistola y luego hace girar el dedo, indicándome que me gire. Con aprensión, me alejo de él y me estremezco cuando siento sus dedos rozando mi nuca mientras me recoge el cabello hacia un lado. —Te va a doler —advierte un segundo antes de que un dolor agudo y punzante me atraviese el cuello. Grito, con una mueca de dolor, a dos segundos de darme la vuelta y darle una bofetada. Se me nubla la vista con las lágrimas, pero no sé si es por el dolor o porque tengo un dispositivo de seguimiento dentro de mi cuerpo. Me doy la vuelta y le lanzo una mirada desagradable para disimular que estoy a punto de llorar. Él la ignora, abriendo una nueva aguja y preparándose para el tatuaje. —¿Dónde va este? —En la muñeca. Retrocedo cuando levanta las manos hacia mi brazo, intentando hacer tiempo. —¿Haces esto a menudo? —Sí. Ahora qué tal si haces esto lo menos doloroso posible para ambos y me dejas ver esa bonita manita. Apretando los labios, no me resisto cuando me agarra la muñeca con una suavidad sorprendente y me convence de que apoye el brazo en su muslo vestido de jeans. Las lágrimas se asientan en la cresta de mis párpados cuando el zumbido de la pistola de tatuar vibra contra mi carne, seguido de la mordedura de la aguja. —¿Te has hecho tú mismo los tatuajes? —pregunto, aunque realmente no me importa. Busco cualquier cosa que me distraiga de lo que está haciendo. —No —contesta brevemente. —¿Cuántos tienes? Me mira. —Muchos. —Este es mi primero —susurro—. ¿Alguno de los tuyos significa algo? Otra mirada, esta vez saturada de un poco más de irritación. —Algunos sí —concede. Me quedo callada durante un rato. —Pero ninguno de ellos es una marca, ¿verdad? Esta vez, cuando me mira, la emoción en su mirada es indescifrable. No responde, y lo tomo como una respuesta en sí misma. El tatuaje solo dura unos minutos, aunque estoy segura de que sus líneas son irregulares debido a mis temblores. Cuando termina, cae la primera lágrima y me la quito rápidamente. Si se da cuenta, él no me lo hace saber. Recoge sus herramientas, se endereza y me mira fijamente. No puedo leer la emoción en sus ojos, pero tampoco creo que me importe. —¿Cómo vas a sedarme? —pregunto, hurgando en un hilo suelto de la manta verde militar. Me arden el cuello y la muñeca, y lo único que quiero es desvanecerme. ¿Eso es débil? ¿Se decepcionaría Zade si supiera que estoy deseando caer en un pozo de inconsciencia en lugar de salir de aquí a gatas? Necesitas estar en plena forma, me tranquilizo. Estoy segura de que hay muchas cosas que debería hacer independientemente de mi estado físico. Aprender patrones, escuchar cualquier cosa que pueda ayudarme, pero estoy demasiado jodidamente cansada, y mi cuerpo se está apagando constantemente de todos modos. Se encoge de hombros, con un extraño brillo en sus ojos oscuros. —Pastillas. Pero eso no es lo que debería preocuparte. Rio vuelve a acercarse a mí, sus botas resuenan en el suelo hasta que sus rodillas rozan la sábana blanca. Se inclina por la cintura, sus labios apenas rozan mi mejilla mientras su aliento caliente se abanica contra el lóbulo de mi oreja. —Reza para que los hombres de aquí no vengan por una comida fácil —susurra, provocando un frío glacial. Mi garganta se seca y se obstruye con un cúmulo de emociones. Principalmente asco y rabia, pero también terror. La idea de que los hombres se aprovechen de mi cuerpo mientras estoy inconsciente es repugnante. Mi estómago se retuerce en respuesta, y se necesita todo mi autocontrol para contener las lágrimas calientes en mis ojos. —¿Francesca dejaría que eso sucediera? —Me esfuerzo por decirlo, con la voz ronca y tensa. Se retira un centímetro, observando mi expresión con atención. Miro fijamente al frente, negándome a encontrar su mirada desalmada. —Ella no lo sabría. —Hace una pausa, con una sonrisa despiadada en la comisura de sus labios—. Y tú tampoco. Me aferro con fuerza a mi compostura, mi cuerpo tiembla cuando mi control amenaza con perderse. Otra lágrima se escapa cuando su pulgar me roza el labio inferior, abriéndolo y colocando una pastilla blanca en mi lengua. —Traga —me ordena en voz baja. Lo hago, solo si eso significa que no recordaré nada de esto. —Buena chica —elogia. Vete a la mierda. Luego, me pasa un dedo por la columna ligeramente, dejando escalofríos a su paso. —No te preocupes, princesa, quizás cuide bien de estos puntos cuando vengan a husmear —murmura, ofreciendo una pizca de esperanza a la que me niego a aferrarme. Gruño y lo miro con ojos nublados. —¿Y tú serías mejor? —siseo, desafiando sus principios morales. Son tan oscuros como un cristal esmerilado. Lentamente, endereza su columna y me lanza una sonrisa críptica. —Supongo que nunca lo sabrás, ¿verdad? Se gira y sale de la habitación. En el momento en que la puerta se cierra, se escapan varias lágrimas más. Y una vez que se sueltan, se produce un torrente. Me hago un ovillo y me tapo la boca con una mano en el momento en que se escapa un sollozo. Durante un tiempo indiscernible, me derrumbo, llorando hasta que se me hinchan los ojos y no me queda nada que dar. Y entonces, lentamente, inhalo profundamente hasta que vuelvo a recomponerme. Es un desastre, y algunas partes de mí se han reorganizado, pero ya no estoy en ruinas, y eso es lo mejor que puedo hacer por ahora. Me enjuago los ojos, exhalo una respiración agitada y hago un inventario de mi nueva habitación. La píldora empieza a hacer efecto y, junto con mi fiesta de compasión, es difícil mantenerse despierta, pero no he tenido ni un segundo para asimilarlo sin que alguien me respire en la nuca. Me han asignado una habitación al fondo de la casa, aunque de un tamaño decente. Es escasa, el espacio reducido está ocupado por un espejo, una cama abultada con una almohada desinflada y una manta rasposa, una mesita de noche y una cómoda. Al igual que el resto de la casa, la madera cruje a cada paso, y tengo la sensación de que voy a aprender los puntos exactos que no hacen ruido. El lado positivo es que hay una ventana cerrada con clavos que ofrece una vista perfecta del camino de entrada, lo que me permite ver quién entra y sale, y no tengo que compartir la habitación con nadie. Antes de que apareciera Francesca, Río me había informado de que otras cinco chicas están siendo preparadas para la subasta. El trabajo de Francesca es moldearnos para convertirnos en auténticas esclavas sexuales. Nos enseña cómo actuar, cómo mirar y qué no hacer. Pero lo que realmente hace es enseñarnos a sobrevivir. No le veo el puto sentido a nada de esto. Cuanto más complacientes, obedientes y agradables seamos, menos probabilidades tendremos de sufrir abusos innecesarios, afirma Río. Pero no hay duda de que los compradores tendrán un lado brutal y sádico, ni tampoco hay duda de que estaremos en el extremo receptor, independientemente de lo perfectas que seamos como coños de bolsillo. Quieren que sintamos que no hay escapatoria, así que mejor actuar bien y tomar los días buenos con los malos. Pero eso no es sobrevivir; eso es conformarse. Es aceptar que un día moriremos aquí. No volveremos a ver a nuestra familia ni a nuestros seres queridos. Para no experimentar nunca la libertad, la risa y la independencia durante el resto de nuestras miserables vidas. Para nunca amar y ser amados de verdad. Pero jodidamente no lo aceptaré. Me voy a casa, a la Mansión Parsons. Y con Zade. Un crujido al lado de mi cama me despierta de un profundo sueño en el que he estado sumergida durante lo que parecen años. Me despierto sobresaltada en un sudor frío, desorientada y confusa cuando no hay nada más que negrura y el suave resplandor blanco de la luz de la luna que se asoma por la ventana, las hebras débiles bajo las sombras. Solo se oye un susurro de mi respiración acelerada por encima de los latidos de mi pecho. Tardo varios segundos en recordar dónde estoy. Y en el momento en que lo recuerdo, se me eriza el vello de la nuca. Alguien me está observando. Me incorporo lentamente y mis ojos se adaptan a la oscuridad que me rodea. Giro la cabeza para mirar por la ventana, donde cae una ligera lluvia. Un relámpago baña la vieja habitación con un destello de luz brillante, y aprovecho el breve momento para echar un buen vistazo a mi alrededor. No hay nadie aquí, al menos no que yo pueda ver. Pero siento el peso de unos ojos sobre mí, abrasando un lado de mi rostro como un hierro caliente dejado sobre un vestido de seda. —¿Quién está ahí? —susurro. Las palabras apenas salen, mi garganta está infrautilizada y seca. Cuando nadie responde, miro hacia la mesita de noche y busco las marcas en el lateral de la mesa. Hay seis marcas de recuento, pero con lo oscuro que está el exterior, tiene que ser después de medianoche. Ya estoy en el séptimo día. Antes de dejar que la píldora se apoderara de mí en mi primer día aquí, rayé una línea en la madera barata y blanda para marcar los días, prometiendo llevar la cuenta en cualquier momento que me despertara de mi sueño inducido por drogas. Río siempre está ahí cuando me despierto, listo para acompañarme al baño y meterme sopa y agua en la garganta antes de que me vuelva a desmayar. Me pone la droga en la comida y sé que podría negarme, pero ¿para qué? No voy a salir de aquí sí estoy hambrienta y deshidratada. Y he descubierto que no me importa beber el veneno. Demasiado drogada para importarle, me observó arañar una línea en la madera la segunda noche y, por alguna razón incomprensible, empezó a contarlas por mí cuando le dije que los días se están desdibujando. No habla mucho, ni ha mencionado a ningún hombre que haya intentado aprovecharse de mí. Si lo intentaron, seguro que no lo consiguieron teniendo en cuenta que yo sentiría la evidencia de ello. Dudo que alguno de ellos se molestara con un frasco de lubricante. Así que, ya sea porque no le importa informarme de su buena acción o porque nadie lo ha intentado, no lo sé. Se oye otro suave crujido a mi izquierda. Mis ojos se dirigen a la dirección del sonido, justo en la esquina de mi habitación. —¿Quién eres? —pregunto, aunque las palabras no me salen mejor que la primera vez. Contengo la respiración, esperando una respuesta. Pasan varios segundos, y luego, a duras penas, oigo otro crujido bajo, como si alguien cambiara su peso de un pie a otro. Algo que noté poco después de mi llegada fue que parte del yeso se había desprendido, dejando al descubierto los huesos de madera que había debajo. Hay dos tablones expuestos, con un hueco lo suficientemente grande entre ellos como para que se cuelen todo tipo de bichos. Se me puso la piel de gallina en cuanto me di cuenta, pero se me olvidó rápidamente cuando Rio entró con una sopa humeante en la mano. —¿Qué quieres? —grito. Otro relámpago, tan rápido que apenas tengo tiempo de procesar lo que ven mis ojos. Allí -entre las dos tablas de madera- hay un globo ocular. Amplio y mirándome fijamente. Tan repentinamente como llegó, la luz se apaga y la habitación vuelve a quedar envuelta en sombras. Con una violenta sacudida, caigo de espaldas de la cama y aterrizando dolorosamente sobre el coxis. Apenas siento que el pánico se ha apoderado de mí. Ni siquiera soy capaz de gritar pidiendo ayuda, demasiado perdida en el terror como para hacer otra cosa que patear desesperadamente los pies, moviéndome hacia la pared y alejándome del ojo. Me aferro a ella, con el pecho agitado y el corazón acelerado. La lluvia se hace más fuerte y las gotas golpean la ventana con una ferocidad que rivaliza con el latido de mi corazón. Mis uñas se clavan en la madera cuando otro crujido grave se abre paso entre el latido de mis oídos. Hay alguien ahí dentro. ¿Pueden verme ahora, escondida en la esquina de la habitación? Respiro profundamente y aguanto la respiración, esperando que ocurra algo. Me siento como si tuviera la cabeza metida en una guillotina, atrapada en ese momento de anticipación que detiene el corazón para cuando la hoja caiga. Espero que una figura atraviese los tablones, un demonio aterrador sacado de una película de terror, doblado hacia atrás sobre sus manos y pies y arrastrándose hacia mí a una velocidad antinatural. Algo que me gustaría ver desde detrás de una pantalla, a salvo y sin peligro. Pero en este lugar no estoy nada segura. Otro relámpago, seguido de un fuerte trueno. Me estremezco, esperando ver el ojo que aún me mira entre la madera, pero no hay nada. Un ruido se escapa de mi garganta, algo entre un resoplido y una risa. Me estoy volviendo loca. Tengo que estarlo. Temblorosamente, me pongo en pie, con las rodillas casi crujiendo por los nervios fritos. Es suficiente para distraerme momentáneamente del dolor persistente en mi cuerpo. Soy una idiota. Que alguien se esconda en las paredes es simplemente absurdo. Pero entonces se me escapa la sonrisa con un pensamiento aleccionador. Esa chica de “Satan's Affair” solía observar a la gente desde las paredes de las casas embrujadas antes de matarlas. Pero no puede ser ella. Lo último que supe es que seguía encerrada. No hay nadie en las paredes, Addie. Te estás volviendo loca. Sí. Estoy loca. Decidida a demostrármelo, decido que la única forma de saberlo con certeza es echar un vistazo. Me dirijo de puntillas a ese lugar en la esquina, los fuertes crujidos enfatizan cada paso. Todavía no me he aprendido ninguno de los lugares que no hacen ruido, no he tenido la oportunidad de hacerlo. Sería menos aterrador si pudiera encender la luz, pero es demasiado arriesgado. No estoy dispuesta a atraer su atención y prefiero arriesgarme con el merodeador. Ese es otro pensamiento aleccionador: darme cuenta de que me siento más segura con el monstruo de la pared que con los que dirigen esta casa. Pero si voy a volver a dormir, con drogas o sin ellas, tengo que estar segura de que no hay nadie escondido ahí dentro que me observe mientras duermo. Otro destello y me apresuro a investigar las profundidades detrás de las tablas de madera. No hay nada, al menos no que yo pueda ver. No soy lo suficientemente valiente como para poner el ojo contra las tablas, pero es suficiente para satisfacerme justo antes de volver a sumergirme en la oscuridad. Dando una palmada en mi pecho, exhalo otra carcajada, entrecortada y desigual. Cuando vuelvo a la cama, piso un punto irregular y la madera se mueve bajo mis pies. Me paralizo y miro hacia abajo. Al mover el pie, la madera vuelve a moverse y gime en señal de protesta. Me pica la curiosidad, junto con una chispa de excitación. Me agacho tan rápido como mi cuerpo me lo permite, lo cual es jodidamente lento. Aunque me estoy curando del accidente de auto, me sigue doliendo por la falta de movilidad. Pongo las manos en el tablón y lo deslizo hasta que queda un hueco. Jalo el borde de la madera y siseo cuando mi uña se dobla dolorosamente hacia atrás y casi se me arranca del dedo. La sangre brota, pero la ignoro, decidida a ver si hay algo escondido en la tabla del suelo. Finalmente, encuentro algo y consigo levantarlo lo suficiente como para meter el dedo debajo de él. Con cuidado, saco la madera y miro hacia abajo, hacia un abismo negro. Exhalando un suspiro, meto la mano en el agujero y tanteo, encogiéndome cuando mis dedos rozan los cadáveres de los bichos, y Dios sabe qué más, pero mi asco se transforma en excitación cuando tropiezo con algo sólido. Lo tomo y casi chillo cuando veo que es un diario. De ninguna jodida manera. Me quedo mirándolo. Encontrar el diario de Gigi dentro de una pared en la mansión Parsons fue increíble. Algo que solo ocurre en las películas. ¿Pero encontrar otro diario dentro del suelo? Imposible. Jodidamente imposible. Pero la evidencia está en mis manos. Un cuaderno de cuero barato, ni de lejos tan elegante como el de Gigi. El material se está agrietando y se ha caído por completo en algunas zonas, y sin embargo es la cosa más bonita que he visto nunca. Con los ojos bien abiertos, abro el diario y casi gimo cuando encuentro varias entradas escritas en su interior. Miro alrededor de la habitación, casi como si buscara a alguien más para confirmar que estoy mirando lo que creo. Está demasiado oscuro para ver algo, así que lo vuelvo a meter dentro y vuelvo a colocar la madera, prometiéndome que lo leeré más tarde, cuando pueda ver con claridad. Luego me pongo de pie, demasiado emocionada para quejarme del dolor, y me meto de nuevo en la cama. Mi corazón se acelera, en parte por la euforia de encontrar otro diario y en parte por la incredulidad. ¿Diabla? Si has hecho esto... gracias. Me tumbo, sintiéndome ligeramente reconfortada por tener ahora algo a lo que aferrarme mientras me enfrento a lo que sea que venga por mí. La tormenta que crece en el exterior me adormece y, justo cuando recupero la conciencia, unos pasos crujen desde el interior de la pared y se retiran lentamente. —Tienes un cabello muy bonito —dice una voz suave y caprichosa detrás de mí. Inhalando bruscamente, me doy la vuelta, sobresaltada por la inesperada intrusión. Es ella. La chica que Jerry llevaba al hombro cuando llegué. La chica con fuego y hielo en su mirada, y la misma sonrisa espeluznante que inclina sus labios en este momento. Su larga melena rubia se enrosca alrededor de la cintura y sus profundos ojos marrones me miran fijamente desde la puerta. Está ligeramente encorvada y terriblemente delgada. Estoy frente al espejo de cuerpo entero, intentando hacerme una trenza francesa. Rio me ha despertado bruscamente esta mañana, entrando a toda prisa, lanzándome un de pantalón de chándal y una camiseta, y exigiendo que me prepare antes de dar un portazo al salir. Para qué, me da miedo preguntar. Mis siete días de purgatorio han terminado, y solo pensar en estar despierta me da náuseas. He estado esperando más indicaciones, así que para darme algo que hacer, intento arreglarme el cabello lejos del rostro. —Eh, hola —digo, tratando de recuperar la orientación. Al instante, me pongo nerviosa, tensa bajo su mirada indagadora. Hay algo totalmente desconcertante en su presencia. Se endereza y se adentra en la habitación, situándose varios centímetros por encima de mí. —¿Quieres que te ayude? Mi instinto me dice que no. Tengo muchas ganas de echarla para poder respirar de nuevo. Pero sería más prudente hacer amigos con la chica espeluznante que enemigos. Así que asiento con la cabeza, sin dejar de observarla mientras se acerca a mí. Lleva un largo vestido blanco casi transparente, con las curvas de su cuerpo y sus oscuros pezones a la vista. Mantengo la mirada apartada, tratando de infundirle el respeto que, estoy segura, le falta a los hombres de esta casa. Vacilante, le doy la espalda y la observo detenidamente a través del espejo. Sonríe más ampliamente, mostrando unos dientes torcidos, mientras se acerca a mi cabello. Presiona todo su frente contra mi espalda, y una sensación de malestar se me revuelve en el estómago cuando siento sus pezones rozándome. Frunciendo las cejas, me alejo, sintiéndome muy rara. Ella se ríe, pero no se acerca. En lugar de recogerme el cabello, lo acaricia. Me roza con las yemas de los dedos los mechones de cabello canela, casi pareciendo que se deleita con el tacto. Mi malestar empeora, incluso cuando por fin me recoge todo el cabello. Sin embargo, es amable conmigo, con los ojos clavados en su tarea. —¿Cómo te llamas? —me pregunta, pasándome la mano por el cabello para deshacer los nudos. —Addie —le digo—. ¿Y tú? —¿Cómo has conseguido que tu cabello sea tan suave? —pregunta en lugar de una respuesta. Estrecho mi mirada, no me gusta su evasión. —Realmente no hago mucho con él. Ni calor ni tinte. Canturrea y yo arqueo una ceja. —Tu nombre —insisto. Hace una pausa y me tiende una mano pálida, y tardo un segundo en darme cuenta de que me está pidiendo el soporte de la cola de caballo. Exhalando un suspiro por la nariz, me quito la banda elástica de la muñeca y la dejo caer en su mano. Pasan unos instantes más de silencio y no bajo la mirada, que se clava en su rostro a través del espejo, esperando todavía una respuesta. —Sydney —responde finalmente, con una voz agradable mientras empieza a trenzar. Una parte de mí tiene la sensación de que me ha hecho esperar a propósito, como un movimiento de poder. Nada de lo que hace es exteriormente vengativo o cruel -de hecho, está siendo increíblemente amable mientras me trenza el cabello-, pero esa sensación dispara mi sexto sentido de todos modos. Como cuando alguien se ríe de algo que has dicho, pero sabes que se está riendo de ti y no contigo. —Francesca quiere que nos reunamos con ella en la habitación bonita. No tengo ni puta idea de lo que es la habitación bonita. Así que, cuando Sydney termina de peinarme y me indica que la siga, lo hago sin preguntar. Me lleva por el pasillo, con una fila de chicas caminando frente a nosotras y hacia una habitación que está a unas puertas de la mía. Entramos en lo que parece un salón de belleza, el apodo de Sydney tiene sentido ahora. No dice que la habitación sea bonita, sino que es el lugar al que vamos para ponernos bonitas. En una pared hay un largo perchero, del que cuelga una gran variedad de ropa interior de colores. En el lado opuesto hay tres tocadores cubiertos de maquillaje y pinceles. Hay un par de espejos de cuerpo entero apoyados en otra pared y varios estantes de zapatos con un surtido de tacones alineados en cada fila. Tragando grueso, sigo a las chicas y me coloco con ellas en línea recta frente a la puerta. Supongo que estamos esperando a Francesca. —¿Qué...? —empiezo. —Shh. —Una chica interrumpe mi pregunta, la orden es corta y dura. Sydney se ríe desde mi otro lado, y yo cierro la boca, mirando a la que, o bien está siendo una perra, o acaba de salvarme de salir herida. En cualquier caso, me arriesgo y escucho. Tiene el cabello largo y castaño, las puntas le llegan al culo, y los ojos son de color avellana. Su rostro es pétreo y mira fijamente al frente, pero no la estudio lo suficiente como para descifrar la emoción que se arremolina en sus iris. Está tensa, eso es lo que puedo decir. Y no sé si es por lo que va a pasar cuando llegue Francesca o por otra cosa. O tal vez sea porque ha sido secuestrada y vendida para el tráfico de personas, y no importa lo que ocurra, todo es jodidamente malo. Momentos después, tacones resuenan en la madera mientras Francesca sube las escaleras y se dirige al pasillo hacia nosotras. Supongo que eso es un consuelo en esta casa: siempre sabré dónde está Francesca y si va a venir. Definitivamente no es el puto fantasma Casper con esas monstruosidades en los pies. ¿Cuántas ampollas tuvo que sufrir antes de que sus pies estuvieran lo suficientemente endurecidos como para llevarlos todo el día, todos los días? ¿Veinte? ¿Treinta? Tal vez un número raro como cuarenta y dos. Cuando entra, su mirada encuentra inmediatamente la mía. Desvío la mirada al instante, sin saber si ella consideraría un reto que la mirara fijamente. Pasa junto a mí, con su perfume afrutado mientras nos mira a todas. —Todas tienen un aspecto de mierda —comenta con sorna, y noto el peso de su mirada clavándose especialmente en un lado de mi cabeza. Sí, porque era mi maldita culpa que me hubieran sacado de la carretera y arrastrado fuera de un auto destrozado. Perra. Se detiene frente a una chica con el cabello de fuego, levanta un mechón naranja quemado y mira las puntas abiertas con asco. —Te dije que las recortaras, no me hagas pedírtelo de nuevo o Jerry tendrá otra noche contigo —comenta, dejando caer el mechón y siguiendo adelante. La chica parpadea, un destello de dolor allí y se va, pero Francesca tiene sus ojos de águila enfocados en su próxima víctima. Una chica con el cabello rubio oscuro y marcas de nacimiento salpicadas en el rostro y en el cuello. Francesca la observa atentamente. —Ya hemos hablado de esto, Bethany. Las marcas de nacimiento son una cosa, pero los lunares son inaceptables. —Mis cejas se fruncen, preguntándome cómo se puede tener algún control sobre eso. —Te dijeron que te ocuparas del pelo que brota de estas cosas feas todos los días. ¿Por qué veo pelos? La chica -Bethany- se revuelve incómoda. —Lo siento, Francesca. Cuando tuve la gripe... Una fuerte bofetada corta sus palabras y el sonido resuena en mis oídos. Bethany se sujeta la mejilla enrojecida, con la boca entreabierta por la sorpresa. —¿Todavía tienes la gripe? —gruñe Francesca. Bethany sacude la cabeza lentamente. —No, señora. Anoche me bajó la fiebre. Mis ojos casi se abren, pero me esfuerzo por suavizar mi expresión. Probablemente este sea el primer día en que se sienta algo humana de nuevo. —¡Rocco! —Francesca grita con fuerza, haciendo que las seis nos sobresaltemos. Todas parecemos enderezar la columna a la vez. Río me ha hablado de él, pero aún no he tenido el disgusto de conocerlo. Si la tensión palpable en el aire es algo a tener en cuenta, es alguien a quien temer. Todos lo son, en realidad, pero por primera vez desde que conozco a estas chicas, puedo saborearlo. Todas excepto Sydney, aparentemente. Oculta sus risas detrás de una mano y mira la puerta con regocijo. Le doy una mirada de desagrado, pero no me presta atención. Unos pasos pesados suben por los escalones, y cada golpe hace que aumente la tensión. Cuando entra, todas somos de piedra y Sydney vibra de emoción. Su presencia es pura maldad, y solo sé que cuando este hombre muera, no irá al infierno. Se quedará en la cuarta dimensión, donde seguirá acechando y aterrorizando a los vivos. Rocco es un hombre grande con una barriga aún más grande. El sudor cubre su piel mientras nos escanea a las seis. Definitivamente se parece al hermano de Francesca, ambos con narices ganchudas, piel bronceada y ojos marrones dorados. Aunque parecen parientes, Francesca es hermosa, mientras que Rocco no lo es. La única belleza que ha tocado a este hombre ha sido a manos de una mujer. Unas caricias que le fueron robadas y que tuvieron un alto precio que solo ella pagó. Francesca asiente a Bethany: —No ha estado cuidando los feos bultos de su rostro. Los ojos de Rocco se dirigen a la chica temblorosa y, aunque no me mira a mí, la fuerza de su mirada me hace sentir terror. Bethany intenta mantener el rostro inexpresivo, pero todo su cuerpo tiembla con tanta fuerza que puedo oír cómo se golpean sus huesos. El silencio se apodera de la habitación, así que cuando abre una navaja, el agudo sonido metálico suena como un rayo. Bethany salta, y no soy la única chica que se mueve incómoda. —Por favor, Roc... —No hables —suelta, su voz oxidada me produce escalofríos. No tengo ni idea de lo que va a hacer, pero estoy segura de una cosa: esa voz va a perseguir mis pesadillas durante el resto de mis días. —No vales nada para nosotros si eres fea —le regaña, acercándose a ella y apretándole el rostro con su carnosa palma. Ella gime cuando él le aprieta las mejillas con brusquedad y le mueve la cabeza hacia un lado para que él pueda ver mejor sus lunares. Ella se eriza, pero de alguna manera se obliga a no luchar contra su agarre como un perro rabioso. Apunta la punta de la cuchilla hacia su piel y empieza a cortar lentamente. Jadeo y voy a dar un paso adelante, pero a mi lado, la mano de la chica de cabello castaño sale disparada y se aferra a la mía, apretando con tanta fuerza que resulta doloroso. Y desde mi otro lado, Sydney grita como un hermano mayor que ve cómo el menor se mete en problemas. Me dirijo a ella con la cabeza, con una furia que irradia por todos los poros de mi cuerpo. —¿Qué demonios está mal contigo? —siseo, manteniendo la voz baja. Los ojos oscuros de Sydney se encuentran con los míos y me doy cuenta de que no son muy diferentes de los de Rocco. Muertos y fríos. —Todo —contesta con indiferencia. Bethany grita mientras Rocco sigue tallando su rostro, y no puedo contenerme físicamente. —¿No la estás haciendo más fea? —le digo. Bethany no es en absoluto fea, pero su lógica es al revés. Si un lunar con unos cuantos pelos es un problema tan grande, ¿cómo se soluciona el problema cortándole el rostro? Le están dejando jodidamente cicatrices en el rostro. Rocco se congela y Francesca gira la cabeza hacia mí, con una rabia evidente a través de su maquillaje. Pero hay algo en su expresión que provoca un arrepentimiento instantáneo. No porque esté enfadada conmigo por hablar, no. Porque no podrá salvarme. Sydney se ríe en voz alta a mi lado y se aleja a pasos agigantados. Está claro que no quiere que la asocien con mi mal comportamiento, aunque la forma en que ha actuado es repulsiva. Me muerdo el labio y mis ojos caen junto con mi corazón. Comienza a palpitar violentamente mientras el miedo llena mis venas y la adrenalina circula profundamente por mi cuerpo, haciéndome sentir náuseas. Cierro los ojos con resignación, odiándome por mi falta de autocontrol. Esto no es como enfrentarse a un acosador psicótico. No es enigmático, ni va a bordear la línea entre el dolor y el placer. No hay una emoción enfermiza cuando un hombre repugnante me mira fijamente, probablemente imaginando todas las peores formas en que podría mancillarme o asesinarme. Él no es Zade. Rocco suelta a Bethany, con sangre goteando por su rostro y manchando las yemas de sus dedos. Ella está temblando, con el rostro contorsionado por el dolor, gemidos se escapan de sus labios mientras se tambalea por tener el rostro abierto. —¿Qué has dicho, Diamante? —Rocco grita, con una voz cargada de veneno. Aprieto los labios, odiando que el apodo de Rick empiece a calar. Miles de pensamientos pasan por mi cabeza en cuestión de segundos. Diferentes escenarios sobre cómo puedo salir ilesa de esto. Qué podría decir o hacer para calmar el violento tornado que se me viene encima, aunque solo sea para evitar que mi mundo se derrumbe por completo a mí alrededor. Pero al final, me quedo en blanco. Miro a la chica de cabello castaño que está a mi lado y me mira como si fuera una idiota. Soy una idiota. Pero joder, no podía ver cómo mutilaban a una chica por tener un puto lunar en el rostro y quedarme en silencio. Cuida tu espalda, Ratoncita. Nadie más lo hará. Se me ha secado la boca y temo que mi lengua se arrugue y se desmorone por falta de humedad. Todo se ha desviado hacia mis ojos, pero no me atrevo a dejar caer las lágrimas. Me lamo los labios, humedeciéndolos lo suficiente para poder emitir palabras, por inútiles que sean. —Nada, lo siento —ahogo, manteniendo mi voz pequeña y agradable. La actitud sin duda tendrá repercusiones aún peores, y aunque tengo éxito en ese empeño, no consigo mantener los temblores fuera de mi tono. El miedo. —Chica estúpida —sisea Francesca, con ojos entrecerrados y acalorados. Rocco camina hacia mí, su paso lento y decidido mientras abre y cierra la navaja. Una y otra vez, cada sonido metálico me infunde temor. Se detiene a escasos centímetros de mí, su barriga cervecera rozando mi estómago y su aliento rancio quemándome las fosas nasales. Dios, huele a olor corporal y a queso viejo de una semana que se ha dejado al sol. El poco autocontrol que poseo lo dedico a no encogerme por el olor. —Mírame —susurra. Lo hago, levantando los ojos para encontrarme con su mirada fría y apagada. Mientras nos miramos fijamente, se produce un estruendo punzante en mis oídos. Se forma en lo más profundo de mi mente y va en crescendo hasta que apenas puedo oír un sonido fuera de él. Es una advertencia. Mi propio cuerpo está haciendo sonar una alarma, alertándome de los graves daños que se avecinan. Como la alarma de un tornado, justo antes de que el mortífero tornado destruya vidas. Su gruesa palma me agarra la garganta, sus labios se curvan mientras me levanta a su altura, suspendiéndome en la punta de los pies. Instintivamente, araño su mano, y me aseguro de que, si muero aquí y ahora y Zade encuentra mi cuerpo, sabrá exactamente quién fue el responsable basándose en la piel que hay bajo mis uñas. Rocco no se inmuta, a pesar de lo mucho que mis uñas le muerden la piel. Los bordes de mi visión se oscurecen a medida que mi cuerpo se queda sin oxígeno, vaciándose constantemente de mis pulmones mientras las estrellas brillan en mis ojos. —No la mates. Ella es valiosa —suelta Francesca, aunque su voz suena lejana, como si estuviera atrapada en un vórtice. Gruñendo, me hace girar y me tira al suelo como si fuera un envoltorio de chicle enrollado. Gruño por el impacto y aterrizo torpemente sobre mi muñeca derecha, pero antes de que pueda levantarme, se sube a mí, con su peso asfixiante. Los instintos de supervivencia entran en acción de inmediato y se activa mi lucha o huida, es decir, mi lucha. Me retuerzo debajo de él y giro los codos hacia su cabeza. Pero fallo, un débil intento de noquear a un hombre de más de doscientos kilos que está encima de mí. —¡Suéltame! —grito, moviendo las caderas, desesperada por alejarlo. Tan desesperada que me he vuelto rabiosa. Me arrancaría la carne de los huesos con los dientes si eso significara salir de debajo de él. Haré cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, para escapar. —Rocco —advierte Francesca, cortando el pánico puro que ha consumido mi mente—. Ella necesita curarse. —Necesita aprender su lugar. No tiene por qué doler —argumenta él, sin aliento de tanto forcejear con mi cuerpo para ponerme en sumisión. Él está fallando, pero yo también. Estoy débil y todavía me duele, y él es mucho más fuerte. Va a ganar. —¿Verdad, Diamante? Esto podría ser rápido e indoloro. Una pequeña lección para enseñarte a mantener tu puta boca cerrada. Me golpea el rostro contra el suelo de madera, la suciedad y el polvo moliendo en mi rostro mientras rasga mi pantalón de chándal. La tela se desgarra, el fuerte ruido del desgarro envía otra inyección de horror a mi sistema mientras su excitada respiración se intensifica. —¡No! —grito mientras me desgarra la ropa interior. Me ignora y se desabrocha los jeans; la única respuesta es el sonido de la cremallera al desabrocharse. Me corren ríos de lágrimas por las mejillas al sentir su carne contra mi trasero. Intento retorcerme de nuevo, pero un golpe en la nuca me disuade, y mi mundo estalla. El dolor ha sido un compañero constante esta última semana, pero ahora no se encuentra en ninguna parte. Mi mente se siente como si pudiera correr una milla, pero mi cuerpo físicamente no puede evitar que este hombre me mancille. —¡No le pegues! —Francesca se queja, más preocupada por si le hace daño a la manzana. Pero, ¿cómo va a ser eso cuando voy a estar jodidamente podrida para cuando él termine? De un solo empujón, se entierra dentro de mí, y grito. Fuerte y penetrante, el tono coincide con el estridente zumbido en mi cabeza. —Maldita sea, Rocco, no llevas condón —grita Francesca, y hay un suave susurro en mi cabeza, preguntándose cómo puede soportar ver esto. Simplemente se queda ahí, enfadada porque su hermano no lleva un condón mientras viola a una chica. Gruñe y luego se ríe mientras se impulsa repetidamente dentro de mí. —Se siente malditamente increíble, también. No hay nada que pueda hacer para detenerlo, y la derrota cubre mi piel como si fuera aceite caliente jodidamente quemándome. Intento arrastrarme lejos de él, mis uñas se clavan en la madera y me anclan mientras intento sacarme de debajo de él. Se doblan y se rompen por la presión, desgarrándose de mi piel mientras él me arrastra de nuevo hacia abajo, arañando el suelo. Me penetra una, dos veces más antes de salirse y correrse encima de mí. Su semilla brota por mi espalda y no puedo evitar las arcadas. Gruñe y me golpea con la palma de la mano en el rostro. —¡Rocco! —Un tacón pisa la madera en un arrebato de rabia, las vibraciones viajan hasta mis manos sangrantes. —Maldita perra —murmura él, ignorándola. Vuelvo a tener arcadas, la sensación de su esencia filtrándose en mi carne es nauseabunda. Francesca suspira, se precipita hacia mí y me agarra bruscamente por el brazo. —Levántate —me escupe, poniéndome en pie. Estoy tan enfadada, tan angustiada por lo que acaba de hacer, que reacciono. En cuanto me pongo en pie, giro la cintura y le doy un puñetazo en la nariz. Él aúlla en respuesta, preparándose para cargar contra mí, pero Francesca se interpone entre nosotros y lo bloquea. —¡Quédate quieta! Ya has hecho bastante —gruñe, y me arrastra fuera de la habitación. Sigo desnuda de cintura para abajo, con sangre manchando entre mis los muslos. Mi cuerpo no estaba aceptando lo que él estaba haciendo, por lo que la intrusión fue cruda y extremadamente dolorosa. Ella me empuja a mi habitación y me da una bofetada en el rostro, haciéndome tropezar. La puerta se cierra de golpe, y entonces, —¿Por qué has hecho eso, estúpida, estúpida chica? Vuelve a abofetearme y me pitan los oídos por el dolor. Me agarro la mejilla y continúo luchando para alejarme de ella mientras me apoya contra la pared. Estás magullando la manzana, Francesca. Me agarra con las manos a ambos lados del rostro y sus garras cuidadas se clavan en mis mejillas enrojecidas. Poniendo su rostro en el mío, gruñe por lo bajo: —Mantén la boca cerrada, ¿me oyes? Los hombres de esta casa harán todo lo posible para convertir tu vida en un infierno hasta que hayas pagado. Y de seguro que no los golpeas. Me sacude, —Dime que lo entiendes —susurra, manteniendo la voz baja. —Lo entiendo —grito, con las mejillas calientes y húmedas por las constantes lágrimas. Francesca me suelta con rabia, separándose y lanzando una mirada acalorada por encima del hombro mientras recorre la habitación. Me deslizo por la pared, incapaz de mantenerme en pie mientras los sollozos desgarran mi cuerpo. Un reguero de sangre me sigue hacia abajo y me doy cuenta de que Rocco me ha abierto los puntos de la espalda. Me paso las manos por el cabello y agarro los mechones con fuerza, deseando calmarme. Respira profundo, Addie. Respira profundo. Solo respira. Respira, Ratoncita... Parece que cuando mi vida da un vuelco, siempre tengo un diario que me ofrece una vía de escape. No estoy segura de cómo se las arregló para conseguir un diario, pero encuentro consuelo en las palabras furiosas de Molly. Una joven que fue robada de su vida al igual que yo. Y preparada por Francesca, nada menos. Me quedé con la boca abierta cuando leí que Francesca ha estado haciendo esto durante al menos trece años. ¿A cuántas chicas ha visto violar, torturar y vender a dementes? ¿A cuántas ha hecho daño ella misma? Se me revuelve el estómago y la garganta se me espesa de asco al asimilar las palabras de una chica rota. Estaba llena de vida en un mundo que se empeñaba en quitársela, y con cada nueva página me enamoro más de ella. La siento en cada trazo de la pluma, así que rozo mis dedos temblorosos sobre ellos y me amoldo a sus duras líneas. Ella es todo lo que quiero ser. Cuando llego a la última página, mi corazón se rompe y surgen millones de preguntas. Tan rápido como había encontrado alguna forma de consuelo, ahora me quedo desolada y vacía una vez más. Lágrimas se alinean en los bordes de mis párpados mientras rompo las páginas, frenética y necesitada de más palabras suyas. Pero solo encuentro páginas en blanco. ¿Llegó a salir? ¿Logró volver con Layla y llevársela para encontrar una nueva vida? ¿Una vida mejor? Me agoto con preguntas a las que nunca obtendré respuesta. Al menos no mientras esté atrapada aquí. Derrotada, cierro el diario con un chasquido y consigo reunir la energía suficiente para rodar fuera de la cama y arrastrarme hasta la ranura abierta. Lágrimas calientes se derraman mientras vuelvo a colocar el diario en su escondite. Y cuando vuelvo a sellar el tablón de madera, todo lo que he intentado no pensar vuelve a mí. Casi me caigo al volver a la cama, me hago un ovillo y aprieto los puños, con un dolor insoportable en las uñas rotas. Todo mi cuerpo se estremece por los recuerdos que matan cualquier atisbo de paz que encontré con Molly. Con todo lo que tengo, me aferro con fuerza a los sollozos que me destrozan la garganta en un intento de escapar. No se los permito. No debe de haber pasado más de media hora desde que Francesca salió furiosa de mi habitación y fue a calmar a Rocco, que, por lo que parece, se puso a hacer un escándalo y empezó a destrozar la casa. Inmediatamente me quité la ropa sucia y me puse un par nueva, pero no sirvió para calmarme mientras el caos se desataba fuera de mi habitación. Fue entonces cuando recordé el diario en las tablas del suelo y encontré consuelo en Molly. Durante un tiempo indescriptible, miro fijamente a la pared. Si mis ojos se desvían siquiera hacia el polvoriento suelo de madera, lo único que veo es una imagen de mí misma tumbada en el suelo con Rocco montado sobre mí. Observo la profanación de mi alma, como una experiencia extracorporal. De pie sobre las apariciones, incapaz de impedir que suceda. Desesperadamente, intento concentrar mis pensamientos en cualquier otra cosa -Zade o Daya-, pero el tren se descarrila cada vez, llevándome de vuelta al salón de belleza. No son más que fantasmas que rondan por los pasillos de mi cerebro, y cada vez que me acerco a ellos, solo se desvanecen. Aprieto los ojos, la frustración aumenta. Debería haber escuchado. Sí, eso es lo que debería haber hecho. Dejar que mutilaran a una chica para salvarme. Sacudiendo la cabeza, me golpeo la frente con la palma de la mano. ¿Cómo se supone que voy a vivir con eso? Si alguna vez salgo de aquí, ¿cómo se supone que voy a estar bien sabiendo que me quedé al margen mientras les ocurrían cosas horribles a otras chicas, simplemente para salvarme? Se mantuvieron al margen mientras te violaban. Ellas lo hicieron. ¿Las odio por eso? No lo sé. Más o menos. Hay una porción de negrura que se despliega dentro de mí, y como que también quiero matarlas. —No —susurro. No puedo esperar que todos sean tan sacrificados. No puedo esperar que una chica que está siendo maltratada como yo intente salvar a otra persona. Que intenten hacerlo. Porque ese es el puto problema. No hay que salvarlas. A Bethany todavía le van a cortar ese lunar de la piel. Todas esas chicas de ahí... seguirán siendo violadas y torturadas, no importa cuántas veces intervenga. Todas somos corderos esperando a ser sacrificadas, y hacer que me maten no va a impedir que los lobos se den un festín. Entonces, ¿qué diablos se supone que debo hacer? La voz de Zade susurra en mi mente, y mi corazón se contrae dolorosamente. Elige tus batallas. Sé inteligente. Es más fácil decirlo que hacerlo. Me sobresalto cuando la puerta de mi habitación se abre de golpe unos diez minutos después, y el pomo de la puerta golpea contra una abolladura perfectamente redonda en la pared. Es evidente que esta puerta tiene una larga historia de golpes. Respirando con dificultad, veo a Rio entrar en la habitación, llevando un botiquín de primeros auxilios y pareciendo tan tranquilo como siempre a pesar de haber derribado la puerta de una patada. —¿Ya estás causando despreocupadamente. problemas, princesa? —pregunta Me niego a contestar, apretando los labios y mirándole con los ojos hinchados. Levanta las cejas cuando ve mi rostro, lo que hace que mis mejillas ardan de rabia. Por un momento, parece furioso, aunque no puedo decir con quién. Hace girar el dedo en el aire, indicando que me dé la vuelta. —Tengo que limpiar el desastre que has hecho —me dice, con el rostro suavizado en una expresión ilegible—. Estás manchando de sangre todo. Resoplando, me pongo boca abajo y me tenso cuando siento que sus dedos me rozan la camiseta por la espalda. —No es mi culpa... —Aquí todo es culpa tuya —me interrumpe, con una voz cada vez más grave—. No lo olvides nunca. Revuelve las provisiones, inconveniente para él. suspirando como si esto fuera un gran —Siento mucho interrumpir tu día de tráfico de mujeres —murmuro, sumida en mi furia. Su respuesta es colocar una compresa empapada en alcohol sobre mis puntos rotos. El ardor es sorprendente, y siseo entre dientes, con maldiciones en la punta de la lengua. Maldito imbécil. —Tu boca te va a meter en situaciones peores que esta —me informa—. ¿Qué hace falta para que aprendas la lección? ¿Hacer que maten a una chica? Tragando, me ahogo: —Lo siento. Una carcajada estruendosa sale de su garganta. Vuelvo la cabeza hacia él, enfurecida, mientras sus hombros se agitan con alegría. Sus ojos oscuros centellean con la primera emoción real que he visto hasta ahora. Es casi tan aterrador como cuando está enfadado. —Te estás riendo de mí —digo con incredulidad. —Chica, no es a mí a quien tienes que temer. Prefiero mucho más esa boca tuya. —Acabas de decir... —Hablas sin pensar, y eso es lo que tienes que aprender a controlar —interrumpe, su sonrisa se atenúa, pero sus ojos siguen encendidos de diversión—. Por muy sexy que sea tu fuego, princesa, eso es lo último que quieres en este lugar. Enrosco el labio con disgusto y vuelvo a golpear la cabeza en la cama mientras él sigue limpiando mi espalda. —No me llames sexy —digo bruscamente, solo porque tiene razón y no tengo nada mejor que decir. —¿Z me va a matar por eso? —desafía con aire de indiferencia. Aunque no es así como sonaba cuando me desperté en la furgoneta y escuché a Rick y a él discutir si La Sociedad les ofrecería protección contra la ira de Zade. Me encojo de hombros. —Va a matarte de todas formas, así que supongo que no importa. Se queda callado, y justo cuando estoy convencida de que no va a decir nada en absoluto, le oigo susurrar en voz baja: —Lo sé. Cuando Rio se va, Francesca se acerca a toda velocidad por el pasillo, con sus tacones resonando en el suelo. Su mano rodea el brazo de Río, deteniéndolo en la puerta. —¿Está peor la espalda? Él sacude la cabeza. —No, son superficiales. Ella estará bien —responde, aunque sus últimas palabras parecen tener un doble sentido. Cuando ella se aparta, él lanza un guiño por encima del hombro antes de marcharse, dejándome confundida. Es tan jodidamente caliente y frío. Francesca irrumpe en la habitación, viéndose exhausta con el cabello y los ojos desorbitados. Su vestido está rasgado por el cuello, y me pregunto qué clase de rabieta estaba haciendo Rocco. —Entra en el salón de belleza. Ahora. Sus pasos bruscos la sacan de la habitación. Me levanto de la cama y me froto los ojos secos mientras me apresuro a seguirla. Río me ha cortado las uñas rotas y me las ha limpiado, pero todavía me siento rota. Cada paso es un recordatorio de lo que ocurrió en esa habitación, y el estómago se me revuelve a medida que me acerco. Necesito todas mis fuerzas para concentrarme en la fila de chicas y no en el lugar donde perdí la cabeza. Ninguna de ellas me presta atención. Excepto Sydney. Su labio inferior está ajustado bajo sus dientes delanteros torcidos mientras se muerde una sonrisa. A ella le hace gracia, y decido que a Sydney sí la odio. Ignorando a la perra psicópata, busco a Bethany, y se me hace un nudo en la garganta cuando veo una herida abierta y sangrienta donde estaba su lunar. Se me aprieta el pecho, la confirmación se siente como cuchillos afilados que rozan mis terminaciones nerviosas. Me han violado para nada. Joder, ya lo sabía. Pero aun así me siento como si me hubieran follado de nuevo. Me aclaro la garganta y me pongo más erguida, con el bochorno y la vergüenza quemándome las mejillas. No sé por qué. No es que ser violada sea algo de lo que deba avergonzarme. Quizá porque me siento tan jodidamente estúpida. —Se suponía que hoy íbamos a prepararnos para el Culling, pero tuviste que ir a causar una distracción —me espeta Francesca. Mi corazón se hunde como una piedra en el agua, demasiado preocupada por sus palabras como para sentirme avergonzada. Molly mencionó el Culling en sus entradas de página, pero no entró en detalles sobre lo que era, solo dio a entender que estaba siendo cazada. Me relamo los labios agrietados y pregunto: —¿Qué es el Culling? Francesca sonríe. —Significa cazar animales. Los hombres van a cazar, y tú, querida, eres la presa. Se me aprieta el pecho, pero en el fondo ya sabía esa respuesta. Solo que no quería creerla. Supongo que no debería sorprenderme que realmente cacen a las mujeres como si fuéramos animales a los que se les dispara y se les monta encima de una chimenea. Esto es puramente por deporte. Para reírse y excitarse mientras un montón de chicas corren por sus vidas e intentan evitar ser alcanzadas por una puta bala o algo así. Tengo que luchar para contener las ganas de vomitar. No quiero que me persigan. Y parece que eso es todo lo que ha sido mi vida en los últimos meses. Francesca echa un vistazo a la fila. —El evento tendrá lugar a finales de esta semana, y tengo la visita de un cliente importante: Xavier Delano. Es uno de los mejores compradores del mercado y, si tienes suerte, serás seleccionada para la subasta. Pero solo serás seleccionada si se te considera digna después del Culling. Sus ojos glaciales me encuentran, una expresión aborrecible tuerce sus rasgos. —Excepto tú. Tienes un aspecto repulsivo. Me trago la réplica que tengo en la lengua y asiento con la cabeza en señal de aceptación, como una buena cautiva. De todos modos, no es que quiera que me seleccionen. Supongo que debería alegrarme de estar cubierta de moretones de pies a cabeza. Chasquea la lengua, como si me considerara estúpida. —Todavía se espera que participes en el Culling. Por supuesto que sí. ¿Qué es otra lesión? —Además de Xavier, tenemos otros compradores potenciales que vienen aquí también. Quieres dar la mejor impresión a estos hombres. No toleraré ninguna insolencia, ¿entiendes? —En medio de su discurso, sus ojos se desvían hacia las otras chicas, pero para cuando termina su frase, su mirada se ha fijado de nuevo en mí. Aprieto los labios en una línea dura y asiento una vez. Las otras chicas también agradecen su orden con una inclinación de la barbilla. —Cuanto menos interés tengan en ti, menos probable será que salgas de mi casa. ¿Y sabes lo que eso significa? Significa que no produzco las mejores chicas, y me enfadaré mucho si eso llega a ser así. ¿Cómo no se le han podrido los dientes de las cosas viles que vomita todo el día? Me cuesta un gran esfuerzo mantener la cara en blanco con la agitación que me invade. Se acerca a mí lentamente. —Vamos a plantear algunos escenarios. ¿Qué haces cuando un hombre te pide que te pongas de rodillas para él? —Me arrodillo —respondo, con la voz ronca. —¿Y cuando te dice que le desabroches los pantalones y le saques la polla? —Hago lo que él dice. Asiente con la cabeza, estudiándome detenidamente. —¿Y luego qué? Muerdo su puta polla. Sé cuál es la respuesta obvia. Sin embargo, también sé qué es lo que realmente excita a los hombres controladores. El poder. —Esperar a que me dé permiso. La sorpresa aparece en sus ojos, y odio la reacción que me provoca esa mirada. Lo último que quiero hacer es enorgullecer a un traficante sexual, pero, sinceramente, es precisamente lo que necesito hacer. Simplemente no quiero sentirlo. Durante nuestras clases de formación, Zade me había enseñado mucho sobre la trata de personas y sobre cómo podría escapar de ella, si La Sociedad viniera alguna vez por mí. Haz que confíen en ti. Haz que te vean como un ser humano, no como un objeto que se vende. ¿Importaría si me vieran como una persona? La gente así no tiene ninguna compasión por la humanidad. No cuando ellos mismos apenas son humanos. Ella inhala. —Bien. Y entonces pasa a la siguiente chica, la de los ojos color avellana que me había advertido que mantuviera la boca cerrada. —Jillian, ¿cómo te diriges a ellos? —Sí, señor —responde al instante, con los ojos desenfocados mientras Francesca la mira fijamente. Nuestro captor asiente una vez y se dirige a la chica de cabello naranja brillante. —¿Phoebe? Cuando se dirigen a ti, ¿los6 miras a los ojos? —No —responde ella con seguridad. —¿Por qué? —prueba Francesca. —Porque es una falta de respeto. Malditos. Nos quieren mansas y acobardadas. Tristes, chicas que no deberían tener otros pensamientos, aparte de cómo complacer a su amo. Jodidamente asqueroso, eso es lo que es. Bethany es la siguiente, pero no está tan serena como las otras dos chicas, Jillian y Phoebe. Obviamente fue mutilada después de que me sacaran de la habitación, pero ¿quién puede decir que no le hicieron más cosas? Quizá en medio de su rabieta, Rocco también la violó. Aprieto los puños, pero mantengo los pies pegados al suelo y la columna recta y sin doblar. —Cuando a los hombres no les gusta algo de tu cuerpo, como por ejemplo un lunar peludo, ¿qué haces, Bethany? Le tiembla el labio y puedo ver la batalla en su lenguaje corporal para no derrumbarse. Tarda un momento en recomponerse antes de responder: —Asegurarme de que no hay pelo. Francesca asiente lentamente. —Bien. —Mira la herida donde estaba su lunar—. Espero por Dios que no tengas más de esos en lugares que no puedo ver. Porque si los tienes, y descubro que están descuidados, también te los cortaré. Luego vuelve la vista hacia la última chica de la fila. Es más mansa que las demás, más deslucida. Cabello corto y rizado, gafas con montura metálica y bonitos ojos de ciervo. Mantiene la mirada baja, incluso cuando Francesca se dirige a ella. —Y cuando entras en el Culling, Gloria, ¿cuál es la única regla? Se lame los labios, mirando a Francesca antes de volver a bajarlos rápidamente. —Que no te alcancen —susurra, con una voz aguda y pequeña. Mi frente se frunce. —¿Y qué pasa si lo hacen? Ella traga audiblemente mientras empieza a temblar violentamente. —Sere... sere... —Se detiene, se recompone y se fuerza a decir el resto de la frase. Las palabras se pronuncian tan rápido que casi se funden—. Seremos castigadas. —Bien —dice, y luego se dirige a la puerta, saliendo para agarrar algo justo al lado de la entrada. Mi corazón se desploma cuando vuelve a entrar con una ballesta. —Quiero que salgas de mi casa, Sydney, para que participes, pero si intentas escapar una vez más, te mataré personalmente. Ya no vales la pena la molestia. Sydney jadea, como si fuera la primera vez que oye esto, pero tengo la sensación de que esto ha sido una conversación durante el tiempo que lleva en esta casa. Ella gruñe: —Solo huyo porque quiero quedarme contigo. —Bueno, no puedes —replica ella—. Esto no es un maldito Holiday Inn. Ahora que tengo El Diamante en mi poder, ya no puedo permitir que me avergüences. Serás vendida. —¿Qué tiene que ver ella conmigo? —Sydney argumenta. —Porque es mi chica más preciada, y si se nota que tengo una maldita sanguijuela pegada a mí que es incapaz de ser vendida, ¡podrían considerarme indigna y sacarla de mi casa! La rabia cruza los ojos de la chica desquiciada, y parece que está descendiendo rápidamente a un pozo de histeria. Cuando capta mi mirada, me gruñe, como si fuera mi culpa que Francesca no le permita quedarse. Francesca se recompone, con los ojos entrecerrados por la ira persistente. —Mañana vamos a entrenar —ordena, desviando mi atención de la chica enfurecida. Sus ojos se dirigen a mí de forma acusadora—. Y no me importa lo especial que seas, no toleraré el fracaso. ¿Cómo empiezan las erupciones de los volcanes? Por la presión. Y se está gestando dentro de mí. El magma ardiente está subiendo, espesándose con odio, haciéndose más denso con la sed de sangre. Eventualmente, voy a explotar, y prometo que quemaré toda esta maldita casa conmigo. —Tengo la localización de la furgoneta —dice Jay, girando en su silla. Acabo de entrar en su despacho, tras volver de la casa de Daya. Ha pasado una semana desde que la saqué de las garras de Luke, y desde entonces ha estado ayudando. La puse a cargo de la investigación de Río y Rick mientras Jay se ha centrado en la búsqueda de la furgoneta. Llegamos a un callejón sin salida en Oregón. El vehículo desapareció de las cámaras sin dejar rastro, y desde entonces estoy perdiendo la cabeza. Lleva doce días fuera, y he sentido cada puto segundo. —¿Cómo la encontraste? —Por fin he dado con una imagen de satélite tomada ayer. —Ven conmigo y me cuentas —ordeno, girando y volviendo a salir—. ¿Cuál es la dirección? Me dice la dirección mientras se levanta de la silla, seguido de una maldición, un fuerte golpe y una o dos palabras coloridas. Miro hacia atrás y lo veo luchando por ponerse un segundo zapato, saltando sobre un pie y casi cayendo de cara a la pared. Sacudiendo la cabeza, bajo las escaleras y le dejo que se las arregle para volver a ser un ser humano funcional. Cuando abro la puerta de mi Mustang, Jay ya ha cerrado la puerta principal y se dirige a toda prisa al auto. Vive en una casa modesta con su hermano menor, Cameron, aunque nunca lo sabría si no fuera por los chillidos ocasionales cuando grita a cualquier juego que esté jugando. O a quien sea que esté jugando. Los padres de Jay y Cameron eran drogadictos y se largaron cuando Jay tenía dieciséis años y Cameron siete. Por suerte, Jay es un auténtico genio y se las arregló para mantenerlo en secreto ante el Estado. Ha tenido numerosos trabajos para mantener las facturas pagadas y a su hermano con buena salud. Seis años después, Jay tiene la tutela legal de Cameron y viven generosamente. Cameron no es consciente de lo que hace su hermano para trabajar, y ahora mismo es demasiado joven para que le importe. Creo que está más preocupado por no morir en Call of Duty como para darse cuenta, y Jay está feliz de que siga así. —Tengo que llamar a Michael para que haga de niñero —dice, dejándose caer en el asiento del copiloto con un resoplido. Su teléfono ya está fuera, con el pulgar volando por el teclado. —Amigo, tiene trece años. Jay se detiene para mirarme, con una mirada irónica. —Exacto, lo que significa que va a estar despierto hasta las seis de la mañana con una bolsa de Doritos en una mano y su polla en la otra, llenando mi tarjeta de crédito de porno. —Inclino la cabeza de lado a lado, concediendo—. Además, no me siento cómodo dejándolo solo —termina en voz baja. Mi mirada se desvía hacia él mientras salgo a toda velocidad de su casa. Claire está decidida a hacerme daño, lo que pone en peligro también la vida de mis empleados y sus familias. Me hago muchos enemigos y, por asociación, también mis empleados. Nadie se mete en este trabajo sin saber esto, por lo que la mayoría de ellos optan por no tener esposa e hijos. Obviamente, no todo el mundo puede o quiere aislarse de sus seres queridos, por lo que es esencial ofrecer protección a cualquier persona directamente afectada por la organización. —Lo entiendo. También llamaré a unos cuantos hombres más. No le pasará nada a tu hermano. Jay asiente, sus hombros se relajan un poco. Es lo mismo que le dije a Addie, y le fallé. Saco un cigarrillo del paquete y me lo meto en la boca. No volveré a fallar. —¿Este es el lugar? —pregunto, con voz tensa—. ¿Estás seguro? Estamos en una parte de mierda de la ciudad de Portland, Oregón. La dirección a la que me ha dirigido Jay es un edificio de ladrillo de tres plantas que parece haber sido construido en el siglo XIX y abandonado antes de que cambiara el siglo. El edificio está un poco inclinado, las ventanas están agrietadas y llenas de suciedad, y el interior parece completamente oscuro. —Aquí es —dice Jay en voz baja—. La furgoneta está todavía a la vuelta de la esquina. —Joder —maldigo, apretando brevemente el volante hasta que el cuero gime. —No parece que sigan aquí —digo mordazmente, abriendo de golpe la puerta y saliendo—. Después comprobaremos la furgoneta. Saco mi arma de la parte trasera de mis jeans y me acerco a la puerta con rapidez y sin hacer ruido, manteniendo la vista a mi alrededor en todo momento. —Jay, quédate detrás de mí —le ordeno. Me escucha sin rechistar, y su respiración se intensifica a medida que me acerco a la puerta de cristal. No lleva ningún arma, solo su portátil. Estoy tentado de entregarle una, pero estoy seguro de que haría más daño golpeando a alguien en la cabeza con su ordenador que disparando un arma que no tiene ni idea de cómo usar. Echo un vistazo a través de ella, y se me forma una arruga en el entrecejo al ver el desorden. Parece que antes era una oficina administrativa. Escritorios desordenados llenan el espacio, con objetos aleatorios esparcidos por las superficies; marcos de fotos derribados, bolígrafos y papeles volados. Mis ojos escudriñan la zona lo mejor que pueden, atentos a cualquier movimiento y escuchando cualquier sonido. Cuando no veo ni oigo nada, agarro el picaporte y tiro de la puerta, y me quedo boquiabierto cuando veo que está abierta. Addie no está aquí, pero eso ya lo sabía. Tan bien como sé que aquí ha pasado algo malo. En silencio, entro en el edificio, con Jay pegado a mí. La energía aquí es rancia y pesada, llena de polvo y decadencia. —¿Qué mierda hacían trayéndola aquí? —susurra Jay, recorriendo la habitación. Sacudo la cabeza, incapaz de responder verbalmente cuando el corazón me late en la garganta. Pero eso es exactamente lo que estoy a punto de averiguar. Sin perder más tiempo, me apresuro a recorrer el espacio, revisando algunas habitaciones, solo para encontrarlas vacías. En el fondo hay una escalera con una luz tenue que brilla más allá de los escalones, el único sonido es el silencioso zumbido de la bombilla. Mirando a Jay, me llevo el dedo a los labios antes de subir con cuidado las escaleras. Por el sonido, no parece haber ninguna actividad, pero si las luces están encendidas, no correré ningún riesgo. El zumbido se hace más fuerte a medida que me acerco a la cima, y con él llega un miserable olor que me quema las fosas nasales. Casi me ahogo de lo rancio que es, y oigo a Jay toser detrás de mí. Bueno, mierda. Es un olor que conozco muy bien. Alguien ha muerto aquí arriba, y apostaría con gusto a que el cuerpo se está pudriendo en el mismo lugar donde cayó. El rellano se abre a una zona pequeña y oscura de la que parte un pasillo del que salen rayos de luz que se extienden desde el fondo hacia nosotros. Más adelante parece haber una segunda escalera que lleva al último piso. Me apoyo en la pared y le hago un gesto a Jay para que me siga, luego miro a la vuelta de la esquina y al final del pasillo, y entrecierro los ojos cuando veo una habitación abierta con lo que parece un poste de suero en la esquina. No puedo ver mucho más desde mi punto de vista, pero estoy seguro de que no hay nadie aquí arriba. Al menos, no hay nadie vivo. —Vamos —susurro, dirigiéndome hacia la habitación, apretando los dientes mientras el olor empeora. En cuanto llego a la entrada, me detengo en seco, haciendo que Jay choque contra mi espalda. En el suelo hay un enorme charco de sangre seca, un hombre muerto que yace directamente en el centro. Está hinchado, en pleno proceso de descomposición. —Joder —murmura Jay, mientras ambos miramos fijamente al desconocido, con el asco curvando nuestros rostros. Los cadáveres no me molestan, pero su putrefacción cuaja el estómago más fuerte. Inmediatamente, me doy cuenta de que hay huellas de sangre seca que salen del cadáver y se dirigen a la puerta en la que estamos. Agarro mi teléfono, enciendo la luz y sigo las huellas por el pasillo y hacia la segunda escalera. —Mujer —dice, confirmando mis pensamientos. Me acerco, con cuidado de no pisar la sangre—. ¿Crees que son de Addie? —Lo más probable —murmuro. Las huellas son pequeñas y están descalzas. A menos que hayan tomado otras mujeres junto a Addie, dudo que sean de alguien más. Barro las esquinas de la habitación, localizando varias cámaras que apuntan en diferentes direcciones. —Cámaras —grito, rodeando la sangre y adentrándome en la habitación. Esas confirmarán a qué huellas pertenecen. Mi corazón late con fuerza al ver la guarida de Frankenstein. Hay varias máquinas instaladas, una larga mesa de metal con una gran cantidad de instrumentos y una cama con una manta colocada al azar. —Lleva varios días muerto —observa Jay—. Un disparo en la cabeza. Por la espalda. Le escucho parlotear sobre su muerte mientras escudriño cada centímetro de la habitación. —Sigamos las huellas —murmuro, con el ceño fruncido mientras intento reconstruir lo que ha podido pasar. Siguiéndome de cerca, Jay y yo volvemos a bajar el pasillo y subimos la segunda escalera. El rellano da directamente a un estudio. Toda la pared es de cristal, lo que da a la habitación una luz natural increíble. Una enorme cama está en el centro de la zona a mi izquierda, con una pequeña cocina a la derecha, con platos todavía en el fregadero y atrayendo a las moscas. En la esquina trasera del apartamento hay un tabique de azulejos blancos con una cabina de ducha detrás. Las huellas llegan hasta ella, y en la esquina hay una bata de hospital ensangrentada, seca y arrugada ahora. Me quedo mirando, intentando procesar qué demonios ha pasado. —De alguna manera... estuvo involucrada en la muerte de ese hombre. Y luego parece que vino aquí y se duchó —concluye Jay. Sacudo la cabeza, llegando a la misma conclusión. La furia se filtra en mi visión, tiñéndolo todo de rojo. —O ella o alguien más le disparó por detrás —conjeturo—. Lo más probable es que sea otra persona si ella estaba cubierta de su sangre y luego tuvo que ducharse para quitársela. —¿Crees que estaba delante de él? —pregunta Jay con curiosidad. —O debajo de él —gruño, mis manos empiezan a temblar mientras las imágenes de Addie siendo atacada por el hombre de abajo inundan mi cabeza. Sea lo que sea lo que intentaba hacerle, era lo suficientemente malo como para que un traficante de personas tuviera que intervenir y matarlo por ello. Mi mano sale volando hacia la pared más cercana, atravesándola. Como un robot que funciona mal, la devuelvo y la atravieso por segunda vez. Y una tercera, una cuarta, una quinta, antes de que las manos de Jay rodeen mi brazo y, aprovechando mi impulso, me tiren hacia atrás. Tropiezo y ambos estamos a punto de caer por la fuerza. —Reacciona, amigo —gruñe, con sudor acumulado en la línea de su cabello. Gruño y sacudo bruscamente la cabeza, como un león que se sacude un golpe en la cabeza. Tengo los nudillos rotos y gotas de sangre que caen sobre el suelo de cemento. —Tendremos que limpiar cualquier rastro de tu sangre —murmura. —Podría estar herida —digo, ignorándolo. Estoy listo para volver a bajar y darle una paliza a un muerto. Torturarlo de las peores maneras imaginables, a pesar de que no puede sentir nada. Joder. Tengo tantas ganas de atravesar el velo que separa a los muertos de los vivos, meter la mano, arrebatarle el alma y hacerle desear no haberla tenido nunca. Todos los músculos de mi cuerpo están tensos y desbordan de tensión. —Vamos a encontrarla. —Hackea las cámaras —digo con brusquedad, acercándome a la enorme ventana y mirando hacia la parte trasera del edificio. Jay se sienta en el borde de la cama, la mira brevemente como si estuviera sentado en un pozo negro de ADN, luego abre su portátil y se pone a trabajar. Miro a través de la suciedad y encuentro la furgoneta negra parqueada justo en la salida del estacionamiento, abandonado. Aprieto los puños al ver el guardabarros golpeado y los daños en el lado del conductor del vehículo. Estoy a dos segundos de volver a perder la cabeza y dar un puñetazo a la ventanilla, así que trabajo para relajarme, cerrando los ojos y crujiendo el cuello. Mantén la calma, me digo a mí mismo. Una y otra vez, hasta que recupero el control. He visto cosas jodidas en mi vida, más de las que la mayoría podría soportar, pero el secuestro de Addie es lo peor que he vivido. Ya no hay control. Aunque con ella, en realidad nunca lo hubo. Con gusto verteré gasolina sobre todo lo que se cruce en mi camino y le prenderé fuego, con tal de que me lleve de vuelta a mi Ratoncita. —Zade, no vas a querer ver esto... pero tienes que hacerlo. Cariño, ¿qué te he dicho acerca de arremeter cuando estás enfadado? ¿Por qué ahora los restos de la voz de mi madre me atormentan? La destrucción está al alcance de mi mano, esperando a ser liberada. Sería tan simple como encender un mechero, encendiendo una pequeña llama que llevaría a la aniquilación. —¿Zade? —La voz de Jay se interpone entre los susurros de mi madre, desvaneciéndose como volutas de humo de cigarrillo. Hablando de eso, meto la mano en el bolsillo de la sudadera, saco uno del paquete y lo enciendo. La boca de Jay se abre, preparada para las palabras que honestamente no quiero escuchar ahora. —No me digas que no fume y no me preguntes si estoy bien —interrumpo, con la voz ronca de rabia. Su boca se cierra y asiente con la cabeza, volviendo a mirar el vídeo de Addie luchando por su vida, con fecha de hace siete días. Las cámaras no tienen audio, así que, aunque desconozca el motivo por el que el doctor intentó secuestrarla, no cambia el hecho de que lo intentó. Queda claro por el hecho de que él la empuja rápidamente fuera de la cama, y su resistencia durante todo el camino. Ella le tendió una emboscada con un bisturí de algún tipo, y él la atacó en represalia. Solo para que la parte posterior de su cabeza fuera volada mientras estaba encima de ella. Y aunque eso es increíblemente traumático, esa no es la parte que me hace hervir de rabia. Es el imbécil que mató al doctor, luego la siguió por las escaleras y vio jodidamente como ella se duchaba. Rio. Daya ha hecho su investigación, y aunque había mucho que encontrar sobre Rick Boreman, no hay casi nada sobre Rio, aparte de haber nacido y crecido en Puerto Rico, sus registros escolares, y luego emigrar a los Estados Unidos cuando tenía dieciocho años. A partir de ahí, no pudo encontrar casi nada sobre él. Solo su visado, el apartamento que alquila y dos multas por exceso de velocidad. Yo digo que eso es mentira. —Es un poco raro que este tipo tenga cámaras en su habitación solo de cara a la ducha y a la cama —murmura Jay, más para sí mismo. Estoy demasiado ocupado inhalando un cigarrillo como si me diera vida en lugar de quitármela. Si vuelvo a ver ese vídeo, es probable que saque mi arma y dispare al monitor hasta que no sea más que fragmentos de plástico y metal. Los dedos de Jay vuelan por el teclado tan rápido que me parece ver cómo se desprenden capas de su esmalte de uñas morado. El vídeo de cuando Addie estaba aquí desaparece, y en su lugar hay grabaciones archivadas que se remontan a varios años atrás. Sea quien sea este tipo, lleva décadas ejerciendo ilegalmente. Varias veces al mes, le traen personas lesionadas, personas que parecen no tener nada bueno. Tiro el cigarrillo al suelo y lo aplasto bajo la bota, expulsando el humo mientras observo a Jay pasar por varias grabaciones. Justo cuando levanto la bota para apartar la colilla, me quedo paralizado y aprieto la mandíbula, oyendo incluso ahora la boca inteligente de Addie. Deja de tirar basura. Este lugar será cenizas para cuando termine, pero dije que me detendría, así que lo haré. Recojo la colilla, me la meto en el bolsillo y me obligo a volver a concentrarme en la pantalla. En la pantalla aparecen varios vídeos de mujeres duchándose, y con cada vídeo que pasa aprieto más y más los dientes hasta que todos los huesos de mi cara amenazan con romperse. Todas están vestidas con batas de hospital antes y después de la ducha, y muchas están cubiertas de vendas o tienen yesos. Eran pacientes y, sin saberlo, estaban siendo grabadas para que el médico las viera. La cara de Jay se tensa en un ceño fruncido, con cientos de vídeos en la pantalla. Pero entonces hace una pausa, su vacilación impregna el aire. —¿Qué? —pregunto, escudriñando mis ojos sobre la pantalla para encontrar lo que está viendo. Tarda dos segundos, y mi corazón se detiene—. Pon los vídeos. Jay sacude la cabeza y grazna: —Ya sabes lo que pasa en ellos, Z. No tienes... —Maldita sea, Jay, tengo que verlos. Sabes que tengo que hacerlo. Suspira, asintiendo con una caída de hombros, y pulsa el vídeo. Es igual que los rituales: no estaba allí para salvarlos en ese momento, pero que me condenen si ahora aparto la cara de su dolor. En la pantalla, el médico lleva a su cama a una mujer inconsciente que acaba de llegar de la segunda planta, donde probablemente fue tratada por sus heridas. La tumba, le quita la bata de hospital y luego su propia ropa. Y durante los siguientes minutos, profana su cuerpo inconsciente. El asco se arremolina en mi estómago, creciendo junto a un torbellino de ira y el creciente deseo de resucitarlo para poder matarlo yo mismo. A medida que Jay sigue revisando los vídeos, nos damos cuenta de que esa mujer era una de los cientos de pacientes de los que se aprovechó mientras estaban inconscientes. Pacientes que también eran niños. —Creo que ya hemos visto suficiente. No quiero seguir viendo esta mierda —dice Jay, con la voz tensa y desigual. Apretando los puños, asiento con la cabeza: —Busca quién es este tipo rápidamente. Hace lo que le pido y me doy la vuelta, deseando ya otro cigarrillo. —Dr. Jim Garrison —anuncia quince minutos después—. Anteriormente casado con Wilma Garrison. Murió de un ataque al corazón en 2004. Hay informes de sus dos hijas de un matrimonio anterior que citan que hubo mala praxis, pero él hizo incinerar a Wilma antes de que se pudiera hacer una autopsia, y nunca salió nada de ello. En el año 2000, fue despedido de un hospital por mala praxis, y compró este edificio solo unos meses después. Hubo unas cuantas demandas contra él, pero debió de tener un buen abogado porque se libró de ellas por falta de pruebas. Parece que ha estado operando aquí desde entonces. Parece que fue un maldito enfermo que estaba haciendo algo malo a sus pacientes, fue despedido por ello y creó su propio negocio para llevar a cabo todos sus oscuros deseos. Lo más probable es que haya matado a su esposa, tal vez ella se enteró de lo que estaba haciendo o tal vez simplemente se cansó de ella. —Vuelve a los vídeos cuando traen a los pacientes. Quiero ver si reconozco a alguien. Con gratitud vuelve a la cámara del segundo piso, donde cientos de rostros diferentes traen heridos de distintas edades. La mayoría de las veces son mujeres y niños, pero también hay algunos hombres mezclados. Supongo que son de tiroteos que salieron mal. Se encuentra con un vídeo en el que el médico trata a lo que parece una niña de cinco años con una herida de bala en el muslo. Un hombre descomunal, con el cabello castaño claro recogido en un moño y tatuajes que le suben por los brazos y el cuello, está de pie al pie de la cama, observando el trabajo del médico con una mirada intensa. Jay coloca su dedo sobre una tecla, listo para pasar al siguiente vídeo, pero le pongo una mano en el hombro y lo detengo. —Espera, quiero ver este. En mis entrañas se agita la inexplicable sensación de que necesito ver esto. Me inclino más hacia la pantalla, enfocando al hombre tatuado y a la niña que ha traído. Podría ser un traficante de esta zona, y si a las niñas les disparan, solo puedo imaginar las situaciones en las que los niños están siendo puestos. El médico está frenético mientras trabaja para estabilizar a la niña, le administra lo que supongo que es anestesia y luego realiza rápidamente la cirugía, la sangre se derrama de la pierna de la niña mientras extrae la bala. Parece que el médico está gritando, pero tras un avance rápido, le vemos terminar con la niña y salir de la habitación. Durante todo ese tiempo, el hombre permaneció inmóvil como una estatua, sin apenas moverse. Frunzo el ceño y me concentro en la pantalla mientras el hombre rodea la cama, levanta la mano y aparta suavemente el cabello del rostro de la niña. Todavía está inconsciente por la anestesia, así que es imposible saber qué siente ella hacia él. Apretando mi mandíbula, miro fijamente, tratando de interpretar su ternura. ¿Viene de un hombre que la fetichiza o de alguien que la ha salvado? ¿Y cómo carajo terminó la niña con una bala en la pierna? No estoy del todo seguro de lo que es, pero hay algo en este vídeo que parece... importante. —Envíenme todos estos archivos y luego entremos en las cámaras de seguridad y veamos si podemos ver el vehículo en el que se fueron. Le doy una palmada en la espalda a Jay antes de volver a las mugrientas ventanas, un silencioso agradecimiento. Ha manejado mi actitud como un campeón, e incluso en la agonía de la pena y la furia, todavía puedo reconocer que estoy siendo un imbécil intolerable. —Mierda —murmura Jay, el sonido de sus dedos chasqueando en el teclado es cada vez más fuerte e intenso. Aprieto los dientes, sospechando ya la respuesta antes de que salga de su boca. —No hay cámaras ahí atrás. Tampoco hay cámaras orientadas hacia el estacionamiento desde otros edificios. Lo siento, hombre. No tengo nada. Inclino la cabeza hacia atrás, respirando profundamente por la nariz mientras un fuego oscuro me lame los nervios. Addie se fue de aquí hace solo una semana, pero eso es una cantidad de tiempo asombroso en el mundo del tráfico de personas. —¿Has enviado los archivos? —pregunto. Ni siquiera reconozco mi propia voz. —Sí —confirma Jay. Oigo crujidos mientras recoge sus pertenencias, presintiendo la aniquilación en el horizonte. —Sal de aquí, Jay. —Sí, considérame ido. —¿Y Jay? Hace una pausa. —¿Sí? —Prepara cámaras que apunten hacia estas ventanas. Solo espera hasta después de atravesarlas —ordeno. Duda, pero finalmente acepta y se marcha. Le doy dos minutos para que se vaya. Dos minutos de guerra en mi cabeza, que sale a la superficie y se desangra en el suelo donde me encuentro, igual que el hombre muerto e hinchado de abajo. Mi cuerpo se mueve en piloto automático. Me dirijo a la sala del hospital y rebusco en un armario, recogiendo cortinas, ropa y cualquier otra cosa que sea inflamable, y las esparzo por todo el edificio. A continuación, tomo líquidos a base de alcohol y saturo el suelo con ellos. Los incendios son más comunes en los hospitales de lo que la mayoría cree, y es jodidamente perfecto para la destrucción que pretendo causar. Después, agarro todas las sábanas que encuentro en su estudio y las ato formando una extensa cuerda, y la dejo a un lado. Respirando con dificultad, me dirijo a un pesado armario de su cocina y vacío su contenido. Lo arrastro hasta la enorme ventana, lo apoyo cómodamente contra ella y luego doy un paso atrás. Inhalo profundamente, reúno cada gramo de ira, lo utilizo como combustible y doy una patada con todas mis fuerzas. El armario rompe el cristal y las telas de araña se extienden por toda la ventana. Gruñendo, doy otra patada y, con un fuerte crujido, el armario sale volando. Los diminutos fragmentos me cortan la piel, pero apenas me doy cuenta, al igual que el ensordecedor choque del armario contra el suelo. Ya estoy bajando al segundo piso, donde el médico yace muerto, poniéndome guantes y una máscara de sus provisiones. El olor me apuñala las fosas nasales y los ojos; la N95 no hace nada por filtrar el olor. Poniéndome dos capas de guantes, agarro el cadáver por el cuello de la camisa y lo arrastro hasta su estudio, donde el maldito enfermo solía llevar a los pacientes y violarlos mientras estaban inconscientes. Independientemente de sus actividades extracurriculares, el médico estaba claramente involucrado en el tráfico de personas, lo que significa que esto no solo enviará un mensaje a La Sociedad, sino que también enviará un mensaje a todos los traficantes que hayan tenido la desgracia de pisar este lugar. Sabrán que Z lo sabe. El vómito se arremolina en mi estómago por el penetrante olor, amenazando con subir por mi garganta mientras arrastro el cadáver hasta la ventana. Agarro la última botella de alcohol y vierto todo el contenido sobre él. Conteniendo la respiración, agarro la cuerda hecha con sábanas, ato un extremo alrededor de su torso por debajo de los brazos y el otro extremo al marco de la cama. Entonces, lo arrojo por la maldita ventana. Las patas del marco chillan contra el suelo de cemento mientras se arrastra unos metros antes de sostenerlo con fuerza. Satisfecho, me quito los guantes y la máscara, saco otro cigarrillo y lo enciendo, aspirando profundamente mientras me siento en el borde de la cama. Acerco el mechero a una de las cortinas del suelo, el material estalla en llamas y se extiende rápidamente. Y entonces disfruto de mi cigarrillo mientras mi ira cobra vida ante mis ojos. En mi cerebro hay ruido y silencio a la vez, un ruido blanco que ahoga cualquier pensamiento coherente. Siento todo y nada en absoluto, y nunca he sido más peligroso. Nunca ha sido más letal. Me río y disfruto viendo cómo arde este maldito lugar. Aquí ocurrieron tantas cosas horribles. Tantas víctimas... tantas mujeres y niños fueron traídos para un arreglo temporal, solo para ser llevados a algún lugar y ser destrozados de nuevo. Me levanto lentamente y salgo de la habitación. Mi cuerpo registra físicamente el calor, el sudor se acumula en mi frente y en mi nuca. El humo llena mis pulmones y las llamas chamuscan mi piel. Sin embargo, no puedo sentir nada. Justo al salir del edificio, inhalo aire fresco y me encuentro con un Jay frenético. Toso un par de veces, limpiando mis pulmones lo mejor que puedo antes de dar otra calada a mi cigarrillo. —¿En serio, amigo? ¿Estás fumando mientras se quema un edificio? Literalmente acabas de inhalar una tonelada de mierda del fuego. Ignorándolo, camino hacia la parte trasera, donde el cadáver cuelga de la cuerda. El humo lame los bordes de la ventana, y aunque las sábanas empiezan a arder, las había dejado secas a propósito. Me llevo el cigarrillo a los labios e inhalo una última vez antes de arrojarlo sobre el médico, cuyo cuerpo se enciende al instante. Sonrío, el humo sale de entre mis dientes desnudos. Así está mejor. Un faro para que todos los hijos de puta que se encuentren en mi camino sepan lo que les espera: una bestia que se ha instalado en el fuego. Estas llamas morirán, pero las del infierno son eternas. Te veré allí, maldito. Satisfecho, doy la espalda al infierno que he provocado y me alejo. Le dije a mi Ratoncita que dejaría de tirar basura, pero algo me dice que no le importaría por esta vez. —¿Qué se siente ser un fracaso? —susurra una voz detrás de mí. Me produce un escalofrío instantáneo. Me doy la vuelta, su rostro está a centímetros del mío, lo que me hace retroceder. Mi puño se curva, tentado de enviarlo volando hacia su maldita nariz. Estaba de pie en mi habitación, a punto de desabrochar mis jeans y mirar los daños, cuando ella se acercó sigilosamente por detrás. —¿Qué demonios te pasa? —siseo. Ella se limita a mirarme con ojos oscuros y amplios, con una sonrisa congelada en su jodido y espeluznante rostro. Trago saliva, inquieta y completamente desconcertada. —Creo que la mejor pregunta es qué es lo que no está mal en mí —replica, riéndose. Se balancea sobre las puntas de los pies y sus ojos recorren mi cuerpo devastado. Francesca nos llevó a la parte trasera del bosque, un ensayo para el Culling. Ella y sus hombres utilizaron flechas de plástico para rastrearnos, disparándonos como si fuéramos ciervos huyendo del estómago hambriento de un cazador. El objetivo es que no te den, y el ardor en la parte posterior de mi muslo es un recordatorio constante de lo épicamente que fallé. Estuve muy cerca de lograrlo, pero entonces ocurrió lo de Sydney. Me estaba esperando y sacó el pie justo cuando yo pasaba, las flechas de Francesca estaban pisándome lo talones. Me tiré de bruces a la fría tierra y, para cuando me levanté, una flecha estaba atravesando el aire y perforando la parte posterior de mi muslo. No me ha perforado la piel, pero sé que mañana me despertaré con un feo moratón. Aunque, estoy segura de que se lo tragarán los demás cuando reciba mi castigo. —¿Qué mierda te he hecho? —exclamo, levantando los brazos hacia los lados. Su sonrisa crece, el brillo en sus ojos es una prueba de lo desquiciada que está—. Estamos en la misma situación. ¿Por qué actúas así? —Oí a Francesca hablar de ti poco después de que llegaras. Dijo que eras prometedora y que podrías ser su mejor chica hasta ahora si lograba corregir tu actitud. Entonces ayer, fuiste y te dejaste vencer, y vi su cara. La vi casi intervenir. Y nunca ha hecho eso por mí ni por ninguna de las otras chicas. Pero entonces —Sostiene un dedo en el aire—, entonces, le das un puñetazo a Rocco y le rompes la nariz. Él quiso castigarte por ello, ¿y sabes lo que hizo ella? Ella asumió el castigo por ti en su lugar. Eso definitivamente nunca se ha hecho por ninguna de nosotras. Mis cejas se fruncen, confundida en cuanto a por qué Francesca haría algo así. —Ella te da privilegios que nosotras no tenemos porque piensa que eres especial. Pues adivina qué, Diamante, no creo que seas especial en absoluto. Realmente no importa lo que pienses, ¿verdad, perra? No estoy muy segura de que Francesca mantenga su confianza en mí ahora que he fracasado en el examen de hoy, pero la determinación se me mete en los huesos de todos modos. Si ve potencial en mí -si llega a protegerme-, es muy posible que consiga que me vea como una persona. Nos ven como ganado. Un producto que hay que moldear a la perfección y enviar al mejor postor. Sin embargo, cuanto más me vea como algo más que una etiqueta de precio, más se ablandará conmigo. Eso podría significar bajar la guardia. Dejar escapar información o conseguir privilegios que podrían ayudarme a escapar. Mis pensamientos se aceleran con las posibilidades que eso podría significar para mí. Sé que no estaré exenta del horror que conlleva la trata de personas, pero quizá pueda salvarme de parte de él. Sydney entiende esto, y quizás con razón, no está contenta con ello. Hay un desequilibrio de poder, y las otras chicas podrían empezar a sentir lo mismo. —Todas nos vamos a ir de este lugar —le recuerdo—. Pronto nos enviarán a quien pague más dinero, y ya no importará cómo me trate Francesca. —Sí importa —gruñe—. Quiero quedarme aquí, y ella no me dejará ahora que has aparecido. Ya la has oído. Aprieto la mandíbula. Sydney no quiere ver el brillo del diamante porque eso significa que se espera que ella también lo haga. Y cuando brillamos, eso significa que somos lo suficientemente buenos para ser vendidos. A Francesca le importa una cosa por encima de todo: su reputación. Y solo hay una cosa que Sydney desea más que nada: no ser vendida, por lo que debe actuar tan mal y causar problemas. Sus castigos valen la pena, siempre y cuando Francesca nunca la considere apta para ser subastada. —¿Por qué tienes tantas ganas de quedarte aquí? —Porque es mi casa. No tengo nada fuera de esta casa, y prefiero estar aquí que pegada a un viejo gordo con una polla de gusano. ¡Y tú estás arruinando eso! Parpadeo. Una representación interesante, pero tampoco es del todo errónea. —Aquí también te violan, Sydney —señalo. Se encoge de hombros. —No es tan malo. Es a lo que estoy acostumbrada y me siento cómoda. Otro parpadeo. No entiendo cómo puede uno amoldarse a la vida de ser violada y golpeada, pero ella ha insinuado que no tiene otro lugar a donde ir. Esto me dice que una vida fuera de esta casa para Sydney es sombría. Inexistente. Probablemente llena de noches en las calles y de hombres al azar. Y supongo que estar en una casa con los monstruos que conoces es más seguro que un hombre que pagó dinero y se cree tu dueño. Los hombres tienen la curiosa costumbre de pensar que tienen derecho a las mujeres, especialmente cuando no las respetan. Como si su respeto fuera un factor determinante de cómo merecen ser tratadas las mujeres. Al menos los hombres de esta casa tienen reglas y limitaciones sobre lo que pueden hacernos. Principalmente mutilar o causar daños permanentes. Los hombres de la calle o los que nos compran en una subasta no tienen reglas. —Así que eso es todo —digo—. Vas a seguir aterrorizándome porque quieres engañar al sistema cuando ninguna de nosotras tendrá esa opción. Tal vez eres tú quien se cree especial cuando no lo eres. Suelta una risita aguda que me hace polvo los nervios. Y luego se da la vuelta y se aleja sin decir nada, lanzando una mirada indescifrable por encima del hombro. La persona por la que nos peleamos prefiere vernos enviadas al mejor postor, y ella no solo me hace fallar una prueba, sino que me inflige activamente un trauma. Abuso. Violación. Cosas que ningún ser humano especialmente en nombre de los celos o la mezquindad. debería sufrir, —Me has saboteado, Sydney —le digo, haciendo que se detenga en seco—. No lo olvidaré. De espaldas, gira la cabeza hacia un lado, y su mano sube y baja por el marco de la puerta con ligereza, como si jugara con el pensamiento al igual que sus dedos con la madera. Finalmente, me mira por encima del hombro, con una sonrisa en sus finos labios. —Vas a ser muy divertida, Diamante —Me guiña un ojo y se va, recorriendo el pasillo antes de desaparecer en una habitación al final. La miro fijamente durante todo el camino, y sé muy bien que puede sentir el calor que le quema la espalda. La puta probablemente se está excitando con esto, y el lado vengativo de mí estará encantado de joderla de la peor de las maneras en cualquier oportunidad que tenga. Unas estridentes carcajadas resuenan en el piso de abajo y casi hacen vibrar el suelo bajo mis rodillas. Francesca y Rocco son los únicos que realmente viven aquí, pero a él le gusta invitar a sus amigos violadores todos los días para inyectarse copiosas cantidades de droga en las venas y hacer de las suyas cuando se lo permiten. Aunque, supongo que Rio y Rick han estado prácticamente viviendo aquí ahora que no pueden ser vistos en público. He estado rezando para que Rick me facilite las cosas y se vaya de la casa de todos modos, pero el payaso es demasiado perezoso y está muy drogado ahora que tiene un flujo interminable de drogas. Tiene el dinero para que le entreguen su basura en mano. En cualquier caso, son todos unos malditos detestables, incapaces de mantener la boca cerrada y de no hacer comentarios repugnantes cada vez que estamos cerca de ellos. Maldita sea, lo que daría por follar ese apretado culo. ¿Ves cómo rebota? Imagínate cómo se vería al follarla desde atrás. Jesús, sus tetas son para morirse. No puedo esperar para follarlas. Cada palabra me retuerce más y más el estómago, retorciéndome las entrañas como un trapo mojado hasta que se enrosca en una cuerda anudada. Las palabras de Sydney son lo único que mantiene mis dientes pegados. Francesca tiene muchas esperanzas puestas en mí, y tengo que hacer todo lo que esté en mi mano para mantenerme en esa línea, aunque tenga que romperme las muelas por la fuerza de mantener la boca cerrada. El sueño aún se aferra a mis ojos mientras Francesca se pasea ante nosotros. Ayer fue la práctica del Culling, y me pasé toda la noche esperando nuestro castigo, pero nunca llegó. Así que, cuando irrumpió en mi habitación al amanecer, ni siquiera había cerrado los ojos. —La etiqueta es importante —comienza Francesca, caminando de un lado a otro de la fila, con sus tacones de 15 centímetros igualando el latido de mi corazón. Siempre está dispuesta a desfilar por una pasarela, y me pregunto si pone tanto empeño en que el exterior sea bonito porque su interior es un cementerio de huesos y podredumbre. Debería haber estudiado la posibilidad de convertirse en funeraria con lo bien que se le da vestir a un cadáver. Se detiene ante mí y mantengo la mirada fija en sus pies. La punta de su zapato está un poco rayada. Me pregunto cuánto le molesta eso. —Mírame. Mis ojos encuentran al instante los suyos, sin dudarlo. —Bésame el pie —me ordena, inclinando su zapato con la marca. Una parte de mí se pregunta si ha podido oír mis pensamientos y me está castigando por ello. Sin embargo, decido que probablemente sea la Diablesa de arriba. Ahora le encanta castigarme. Mi reacción inmediata es de puro fuego. Mi boca se esfuerza por juntar saliva, dispuesta a escupir en su zapato, pero consigo contenerme. A duras penas. La vacilación recorre mi espina dorsal, y hace falta fuerza física para doblar mi columna hacia delante y hacer lo que ella dice, colocando mis labios suavemente sobre su sucio zapato. —Ahora lámelo. Mis labios se fruncen, amenazando con formar un gruñido, pero hago lo que me dice y lo lamo rápidamente, con la suciedad y Dios sabe qué más acumulándose en mi lengua. Imagino que sabe exactamente como su alma. Aprieto los ojos, trabajando para recuperar el control sobre los gritos en mi cabeza, antes de levantarme de nuevo, manteniendo la mirada baja. Si la miro, verá la muerte en mis ojos. Como si lo intuyera, se inclina por la cintura y enrosca su dedo bajo mi barbilla, el frío metal de su anillo se filtra en mi piel mientras levanta mi cabeza. —Sé que duele, pero vacila de nuevo y tus dientes besarán el suelo en su lugar. Tragando el vómito, asiento con la cabeza y susurro: —Lo siento. Ella sonríe con elegancia y se endereza, satisfecha. —Cada segundo que dudas es una razón más para castigarte. Sus amos esperarán obediencia. Ustedes serán pequeños zombis sin sentido. Sydney suelta una risita, levanta los brazos y gime como un auténtico zombi. Mis ojos se abren de par en par y ninguna de nosotras puede contener la sorpresa, mirándola como si estuviera loca. Bueno, no es mentira, supongo. La perra está loca. Francesca gruñe, se dirige a ella y le da una bofetada en el rostro, el sonido de la carne golpeando la carne resuena en la habitación. Su cabeza se inclina hacia un lado, y la fuerza le hace volar mechones de cabello por el rostro. Inquietantemente, Sydney mira a Francesca a través de su cabello, y otra risa sale de sus labios. Francesca se dobla por la cintura. —Sigue riendo, Sydney, y yo seguiré dejando que Rocco te estire el culo hasta que me quepa todo el pie. Trago saliva y vuelvo a mirar al suelo. Está jodidamente loca, y no puedo evitar sentir una punzada de compasión. ¿Era Sydney una chica normal antes de ser robada? ¿Vivía una vida normal, tenía un trabajo, amigos y salía los fines de semana a buscar una aventura? ¿Quién era ella antes de morir por dentro? Después de un día entero de entrenamiento agotador sobre cómo servir a nuestros futuros amos, la cena se sirve en nuestras habitaciones. A ninguna de nosotras se nos permite comer juntas, e imagino que es porque no quieren que ninguna hagamos amistad, que unamos las fuerzas y planeemos escapar juntas o alguna mierda. Cuanto más solas nos sentimos, más desesperadas estamos. Nos dan sopa y galletas, una comida escasa pero que, según ella, no engorda. Al parecer, incluso los traficantes de sexo tienen fobia a la grasa y avergüenzan a las mujeres. No importa que no puedan conseguir coños a menos que los roben literalmente. Acabo de terminar de comer cuando suena un chillido de Francesca desde abajo, el sonido enfurecido resuena en toda la casa. Me quedo helada, dejando lentamente el plato de sopa sobre la mesita de noche, cuando unos pasos golpean la madera, aunque no parece que lleve los tacones puestos. Su paso furioso sube las escaleras y recorre el pasillo, mi corazón late más rápido con cada paso en mi dirección. Mi puerta se abre de golpe y ella entra en mi habitación, con el pomo de la puerta haciendo más profundo el cráter en la pared por la fuerza. Me sobresalto y me levanto de la cama, con el corazón acelerado, mientras ella se acerca a mí y pega su rostro al mío. —Lo estabas haciendo muy bien —escupe. Se me abre la boca y niego con la cabeza, sin palabras, mientras la confusión y la adrenalina se enfrentan en mi cerebro. —¿Qué...? —No te hagas la tonta —sisea antes de darme un revés, el fuego me atraviesa la mejilla y se me escapa un grito. Instintivamente, me agarro la mejilla, el shock me deja totalmente paralizada. La miro justo cuando me pone un zapato en frente. O lo que solía ser uno. Son los mismos que llevaba antes, los mismos que me hizo besar y lamer: unos tacones de aguja negros con tacos dorados. Solo que ahora, la punta dorada está agrietada en la base, apenas se sostiene, y profundos rayones marcan cada centímetro. —Tú hiciste esto —acusa—. ¡Tú le hiciste esto a todos mis malditos zapatos! Vuelvo a negar con la cabeza, con los ojos muy abiertos y protestas cayendo de mis labios. —No lo hice, lo juro, Francesca. Yo no... Otra fuerte bofetada en la misma mejilla me corta la verdad. Su pecho bulle de ira. El calor irradia de ella en oleadas, llamaradas solares de furia que me azotan mientras hierve. Lágrimas se acumulan en mis ojos y tiemblo por el esfuerzo de evitar que caigan. No quiero mostrar ni un ápice de debilidad. Ella tomará las lágrimas como culpa. Mi visión se nubla y los insultos se acumulan en mi lengua. Me cuesta varios tragos obligarlos a bajar por la garganta. —Vi la mirada en tus ojos antes, Diamante. No finjas que no estabas planeando mi muerte. Eres una mocosa malcriada y hacer esto —Empuja el zapato a mi rostro—, no te hará ningún favor. —Fran… —¡Cállate! —grita, perdiendo completamente la cabeza. Me agarra del cabello y me tira al suelo, con mi cuero cabelludo en llamas. Grito, pero el sonido se amortigua rápidamente cuando me empuja la cara contra el suelo de madera y empieza a bajarme las mallas. Mis ojos se abren de par en par y el pánico empieza a anular mis sentidos. —¡Espera, espera, Francesca, yo no lo hice! Sin embargo, no está escuchando. —Esta será la última vez que me faltas al respeto. ¿Me entiendes? —grita, consiguiendo finalmente que el material pase por mi culo. Me retuerzo para intentar zafarme de su agarre, pero sus uñas se clavan en mi cadera y me obligan a bajar. Pero no puedo dejar de luchar, no cuando intenta abrirme las piernas. —¡Detente! —grito, con la visión ennegrecida por el pánico y una serie de lágrimas. —Entra aquí —le dice a alguien, pero no veo quién. Solo siento su peso presionando sobre mí, y mi cuerpo empieza a luchar de verdad entonces. —¡Espera, espera, por favor, por favor, yo no lo hice! Yo no lo he hecho —Sollozo, desesperada por alejarme, pero sin poder hacerlo. El peso me oprime la cabeza, impidiéndome ver o moverme, pero puedo sentirlo todo. Oh, Dios, puedo sentirlo todo. El tacón roto de su zapato se introduce dentro de mí, y grito mientras me desgarra. —Por favor, por favor, por favor —grito. Lloro y lloro y lloro, pero ella ya no me escucha. Sus manos desaparecen, junto con el peso de la persona que está encima de mí siendo empujado. Francesca me tira de la cabeza hacia atrás, obligándome a mirar su rostro contorsionado, casi escupiendo de ira. Está de rodillas, con los ojos desorbitados mientras sisea: —No vuelvas a destruir mis cosas o sufrirás algo mucho peor que esto. Juro por Dios que te haré desear la muerte. ¿Me entiendes? Los sollozos me atormentan la garganta, la saliva casi me sale de la boca mientras grito: —Yo no lo hice. Se echa hacia atrás y me vuelve a dar una bofetada en el rostro. Me pitan los oídos mientras sigue golpeándome sin sentido, una y otra vez, hasta que me quedo sin aliento por la embestida de dolor. —¡Maldita perra inútil! —grita. Vuelve a levantarme la cabeza, pero ya no puedo verla a través de los ríos que brotan de mis ojos. Súplicas inentendibles salen de mis labios, pero ni siquiera yo sé ya lo que digo. —¿Sabes lo que pasa cuando te vuelves inútil? Terminas enterrada en una tumba sin nombre en algún lugar donde nadie te encontrará. Finalmente, me suelta, casi golpeando mi cabeza contra la madera. Inmediatamente, mi cuerpo se repliega sobre sí mismo, el objeto extraño sigue alojado dolorosamente en mi interior, pero no tengo fuerzas para sacarlo. Los gemidos me desgarran la garganta, con tanta fuerza que ningún ruido es capaz de colarse, robándome la respiración en el proceso. Francesca sale corriendo de la habitación y me deja temblando violentamente y berreando por la agresión. Una masa vuelve a caer sobre mí, y mi cuerpo se agita inútilmente, los puños vuelan, pero no hacen contacto. —Shhh —susurra la voz. En el momento en que se registra que es la de Sydney, lucho con más fuerza, gritándole que se baje, pero ella es demasiado fuerte para mí en este momento. Está completamente envuelta en mi espalda, sus piernas rodean fuertemente mi cintura y se encierran en mi estómago mientras su mano acaricia mi cabello. —Shh, está bien —susurra—. Estaremos juntas ahora. La poca energía que me quedaba se disipa y lo único que soy capaz de hacer es sollozar. Agarrando mi rostro caliente y enrojecido, me levanta la barbilla. Apenas distingo sus grandes ojos marrones y una suave sonrisa. Casi con reverencia, me acaricia el cabello y baja por mis mejillas, mirándome como si fuera una preciada posesión. —Bienvenida a casa —susurra. —Ellos trafican en el mercado negro —me dice Jay. Miro fijamente las imágenes de la cámara del hombre tatuado del vídeo, el que trajo a una niña con una herida de bala al hospital de mala muerte del Dr. Garrison—. Traficantes de órganos, para ser más específicos. —¿Quiénes son “ellos”? —pregunto, observando atentamente cómo el hombre saca a la niña herida del hospital, la coloca suavemente en el asiento trasero de un Camaro rojo y se marcha a toda velocidad. Si no se preocupó de evitar la única cámara de la fachada del edificio, o si no se dio cuenta de ello, en realidad no importa. Tengo su número de matrícula. Jay levanta una foto. Es del hombre tatuado con otros tres hombres. Por su lenguaje corporal, parecen estar muy cómodos entre ellos. —“Ellos”. Se llaman a sí mismos la Hermandad del Basilisco. Ampliamente conocidos en el mercado negro por comerciar con órganos humanos. Ryker, Daire, Kace y Slade. Nadie sabe sus verdaderos apellidos. Cierro los ojos, conteniendo mi temperamento. Últimamente tengo poco control sobre él. —Antes de que te pongas crecidito y te pongas a matar, Tony el Tigre, se ha dicho que en realidad no son tan malos como los pintan. Le doy una mirada a Jay, pero me ignora. Doy más miedo que Tony el Tigre, y él lo sabe. —¿Por qué dices eso? —Solo algunos comentarios en foros con los que me he topado en la Deep Web —dice encogiéndose de hombros—. No sé qué es, pero tengo la sensación de que esos rumores son ciertos. Ya veremos. —En cualquier caso, tendrían conocimiento de quien entra y sale del tráfico de personas —conjeturo. Jay se encuentra con mi pesada mirada, un acuerdo mutuo que pasa entre nosotros en silencio. Si Addie es intercambiada o subastada, podrían rastrearla, lo que significa que tengo que tener una charla con la Hermandad de los Basiliscos. —Dame un segundo y me pondré en contacto con ellos —digo, enderezándome y haciendo un gesto a Jay para que se aparte. Se queja de que esté es su ordenador, pero no le hago caso. Jay es muy bueno en lo que hace, es increíble incluso. Pero yo soy mejor. Me siento y abro varios programas. El primero es un software de reconocimiento facial. Proporciona una coincidencia en cada una de las cámaras en las que ha aparecido su rostro. Casi me impresiona cuando aparecen muy pocos. La cara de Ryker es la más popular: el mismo hombre grande y de aspecto enfadado que llevó a la niña al médico. A diferencia de las imágenes granuladas del hospital, esta cámara capta una imagen clara de él. Es de aspecto interesante, con rasgos afilados, cabello largo que parece estar siempre recogido, ojos pálidos de color gris verdoso, barba incipiente y un piercing en la nariz. El tipo de cara por el que las mujeres se arrodillarían. Los otros tres, ciertamente, tampoco tienen problemas con los coños, aunque todos son increíblemente diferentes entre sí. Definitivamente no son hermanos de verdad, aunque estoy seguro de que actúan como si lo fueran. —Te llevarás muy bien con ellos —dice Jay por encima de mi hombro—. Todos están en un negocio en el que ser oscuro es clave, y sin embargo cada uno de ustedes destaca como piruletas entre el pan mohoso. Piruletas muy lamibles, además. Sí, lo que sea. No pedí ser atractivo. Lo ignoro y reduzco mi búsqueda al último lugar en el que fueron vistos. Portland, Oregón. Una ciudad enorme y un gran lugar para esconderse. Además, es un lugar privilegiado para la trata de personas. La prostitución es una de las formas más flagrantes y directas de tráfico de personas. La policía dedica más tiempo a detener a las chicas por sus delitos que a intentar salvarlas. ‘Merica2. En el vídeo, parece que están haciendo algún tipo de intercambio. Podrían ser drogas, pero algo como la cocaína o la heroína es un juego de niños cuando se trata de órganos humanos. Llámalo intuición, pero ninguno de ellos da la sensación de ser un drogadicto. Busco en diferentes programas hasta que finalmente doy con una cámara Nest de una casa residencial de hace dos semanas. El Camaro rojo entra en la entrada y los cuatro hombres salen del auto. Una mujer mayor sale por la puerta principal y agita la mano animadamente. La Nest capta el audio, así que cuando llega su voz, está claro que quien es el dueño de esta casa es de la familia o como de la familia. Es ruidosa y bulliciosa cuando los saluda, y los hombres gravitan hacia ella como los niños pequeños lo harían con su abuela. —¡Nunca superaré lo adultos que son! —exclama, abrazando primero a Ryker y luego a los otros tres. —¿Qué tal, Mama T? —dice Daire, sonriendo. Rodea a la mujer con un brazo y le alborota el corto cabello plateado con la otra mano. Ella le regaña Estados Unidos (usado especialmente para enfatizar cualidades consideradas estereotípicamente estadounidenses, como el materialismo o el ferviente patriotismo). 2 como cariñosamente mientras desaparecen dentro de la casa y sus voces se apagan rápidamente. Saliendo del programa, abro un navegador y busco la ruta más rápida para volver a Portland. Parece que voy a pasar mucho tiempo allí. —¿Vas a ir a su casa? Giro la cabeza y veo a Jay de reojo, con una mirada de desaprobación. —¿Dónde más podría ir? —Los vas a hacer enojar. —No voy a hacerle daño —Frunzo el ceño. —¿Crees que eso les importará? Tu presencia será suficientemente amenazante. Giro mi silla por completo, alzando la frente mientras me inclino hacia atrás y cruzo los brazos. —¿Parezco malditamente asustado? Inclina la cabeza hacia atrás y suspira dramáticamente. —Sabemos que eres una perra mala, Zade. Esa no es la cuestión —Estiro la mano y le doy un puñetazo en el muslo en respuesta a que me llame perra mala, ganándome un gemido. —No, la cuestión es que esta es mi opción más rápida. Les daré una muy buena razón para venir a mí, y me aseguraré de que lleguemos a un acuerdo mutuamente beneficioso. No tengo tiempo para aprender los entresijos del tráfico de personas. Es complicadísimo, y mi principal objetivo los últimos años ha sido localizar los círculos una vez que las chicas ya han sido trasladadas. Addie puede ser intercambiada cualquier día si no lo ha sido ya, así que necesito cubrir mis bases. Mientras intento encontrar dónde está retenida, necesito a alguien que entienda el negocio para que esté atento a si la transportan o cuándo lo hacen. Jay suspira, intuyendo que voy a hacer lo que quiero de todos modos. —Bien. Pero no seas un idiota con ella. Muestro una sonrisa. —No te preocupes. Las damas me adoran. —¡Sal de mi casa ahora mismo, imbécil! —grita Teresa, también conocida como Mamá T, señalándome con el dedo—. ¿Crees que puedes entrar en mi casa sin más? ¿Quién te crees que eres? Me inclino hacia atrás en el sofá, moviendo el culo hasta que me siento cómodo. —Un hombre muy desesperado, Teresa Baker —digo, mirando la casa con indiferencia. Tiene un hogar muy acogedor, y todo tiene su lugar. Paredes de color crema con sofás a juego, cuadros de flores granates perfectamente espaciados, muebles de madera a juego, las superficies marrones relucientes como si las hubiera limpiado del polvo hace menos de dos segundos, y una jaula de pájaros blanca colgada en un rincón, con un pequeño Piolín piando. ¿También tiene un Sylvester? Ella se burla: —¿Qué diablos tiene que ver eso conmigo? —Conoces a algunos hombres con los que necesito tener una charla. ¿Te suena Ryker? ¿Slade, Daire o Kace, incluso? Su rostro palidece visiblemente y sus finos labios rojos se entreabren mientras busca una respuesta. Demasiado lento, Mama T. —Llámalos. Tráelos aquí. Eso es todo lo que quiero. Ella resopla con una risa divertida. —Sabes que te van a matar, ¿verdad? —¿Por qué harían eso? Lo estamos pasando muy bien. Me da una mirada, se sienta en su silla y toma el teléfono del auricular. Probablemente sea una de cada quince personas en el mundo que todavía tiene un teléfono fijo. Sus ojos verdes me lanzan cuchillos afilados mientras se lleva el teléfono a la oreja. Le devuelvo una amplia sonrisa, aunque me temo que ha salido un poco salvaje. —Ven aquí, ahora. Trae a tus hermanos —dice después de que alguien conteste, mirándome con irritación. —No, no estoy herida —asegura rápidamente—. Hay un hombre que quiere verlos a los cuatro. Él debe estar de acuerdo porque ella cuelga el teléfono sin decir nada más. Sin dejar de mirarme mal, cuelga el teléfono con un poco de agresividad y se hace un silencio incómodo. Nada en Mama T es típico, ni tampoco es tímida, ya que se encuentra con mi mirada de frente. A pesar de tener más de cincuenta años, tiene tatuajes de caracteres en el cuello, un piercing de Monroe 3, un aro en la nariz y lápiz de labios rojo oscuro. —Mi chica fue secuestrada —le digo, esperando apaciguar algo de su ira. Sinceramente, no tengo ningún interés en hacer daño a una anciana. Odio hacerla sentir incómoda, pero es un medio necesario para conseguir lo que necesito. Prefiero que se sienta relajada en mi presencia, tanto como ella es capaz de hacerlo cuando un hombre de un metro noventa y cinco con cicatrices por todo el cuerpo entra en su casa. Me mira fijamente, esperando que continúe. —Fue secuestrada por gente muy mala y poderosa. Podría estar en cualquier parte del mundo en este momento. Resulta que tus chicos tienen una habilidad refinada en lo que necesito para posiblemente rastrearla. Un piercing Monroe es un piercing facial que se encuentra en la carne suave justo por encima del labio superior, exactamente como la clásica marca de belleza de Marilyn Monroe. 3 Apoya los codos en sus rodillas abiertas y parece que mira más allá de mi carne y dentro de mi alma. Me quedo quieto. Que la gente me vea como soy nunca me ha molestado. —Eres un hombre poderoso y malo. Me encojo de hombros. —Y también, alguien con muy poco tiempo que perder. Tengo un firme control de mi hombría, y puedo admitir cuando necesito ayuda. Levanta sus finas cejas y me da una mirada que sugiere que al menos tienes eso a tu favor. A mí también me gustaría pensar que soy lindo, pero lo dejaré pasar. —¿Qué te hace pensar que mis chicos te ayudarán? ¿Es mi vida tu moneda de cambio? —Por supuesto que no —chillo, como el pájaro que parlotea en la jaula—. Solo un hombre débil haría daño a una mujer inocente para conseguir lo que quiere. Ella levanta una ceja, sin impresionarse. No puedo evitar sonreír ante eso. —Como dijiste, soy un hombre poderoso y malo. Tengo conexiones y capacidades propias. Lo que necesiten, puedo hacerlo, una vez que mi chica esté sana y salva. Asiente con la cabeza, aunque no parece convencida. No me preocupa lo que me pidan. Lo que no sé, lo puedo aprender. Cuando llegue el momento de cobrar, Addie estará a mi lado y tendré todo el tiempo del mundo para conseguirles lo que necesiten. —Bueno, no apruebo tus métodos, pero estuve casada una vez y hubiera matado por tener, aunque sea una fracción del amor que tienes por tu amiga. —Vamos, hay tiempo. Todavía puedes encontrar a tu único. Pone los ojos en blanco. —Soy demasiado mayor para esa mierda. Tengo a mis hijos, y eso es suficiente. Solo la próxima vez, ¿podrías tocar la puerta? Casi me das un maldito ataque al corazón. —Lo siento, Teresa —digo sinceramente, con la mano sobre el corazón. Eso solo me hace ganar otra mirada de soslayo. —Llámame Mamá T. Sonrío, complacido por haber sido aceptado. Se lo dije a Jay: las mujeres me adoran. Si la Hermandad de los Basiliscos no respetara a Teresa, habrían tirado la puerta abajo para llegar a mí. En lugar de eso, se apresuran a entrar, los cuatro casi tropezando entre sí para entrar. Teresa ya está esperando en la puerta, con las manos levantadas en un gesto de calma. —Ahora, cálmense, muchachos. No está aquí para hacerme daño. Slade la agarra por los brazos y la hace girar, suponiendo que quiere comprobar si está herida. Ella se zafa de su agarre y le da un manotazo. —Basta, estoy bien. Puedo cuidar de mí misma. Los ojos de Ryker encuentran inmediatamente los míos, su persecución no se detiene ni un momento. Se precipita hacia mí, pero antes de que pueda dar un paso más, Teresa lo agarra por el brazo. La cabeza de él gira hacia ella en estado de shock, y ella lo mira fijamente. —¿Estás jodidamente sordo, o soy muda ahora? ¿Qué he dicho? No está aquí para hacerme daño, así que cálmate. Ryker se enfrenta de nuevo a mí, con una mezcla de ira y desconcierto en su cara. Doy un mordisco a mi galleta de chocolate y le dedico una sonrisa de oreja a oreja mientras mastico. Estas galletas son jodidamente deliciosas. —¿Quién mierda eres tú? —Ryker ladra mientras los otros tres lo flanquean. Con el pecho hinchado, la barbilla levantada y las manos preparadas para sacar sus armas de fuego. Teresa pone los ojos en blanco y murmura en voz baja, saliendo de detrás de ellos para sentarse en su silla con un resoplido irritado. Los chicos siempre serán chicos. Lentamente, me pongo de pie, limpiando las migas de mis manos en mis jeans. —Z —Es mi única respuesta y el ceño de Ryker se frunce. —Z —repite secamente como si no me creyera. —Eso es lo que he dicho. —¿Como el Z? —aclara Daire. Dos diminutos dérmicos de diamante están perforados por encima de una gruesa ceja negra, brillando cuando la arquea sobre su frente. —Sí —digo. Las presentaciones son tan tediosas cuando muy pocos han visto realmente mi cara. Cualquiera podría decir que soy yo, pero todos fracasarían a la hora de demostrarlo. Slade resopla, poniendo en blanco sus ojos oscuros, que hacen un interesante contraste con las ondas de cabello rubio oscuro que caen sobre ellos. El único que no tiene mucho que decir es Kace, que se aparta y me observa atentamente. Si fuera un hombre menor, me haría sentir incómodo. —Digamos que me importa una mierda que seas Z: ¿por qué estás aquí y en casa de Teresa? —Bueno, para llegar a ustedes, por supuesto. Disculpa mis métodos descorteses, pero el tiempo es esencial —respondo, mostrando una sonrisa. Ryker gruñe en respuesta. Conmovedor. —¿Te suena el Dr. Garrison? Se produce un silencio colectivo durante unos instantes, y entonces Daire se ríe. —Fuiste tú, ¿verdad? El que le prendió fuego a él y a su casa. —Seguro que sí. Encontré por casualidad unas imágenes intrigantes con la cara de Ryker. Lo suficientemente intrigante como para investigarlo, y es como si el mismo Jesús me diera un regalo. Se dice que todos ustedes son muy particulares... comerciantes. Y tengo una necesidad actual de eso. Ryker mira a Teresa, que nos mira con total aburrimiento en el rostro. Percibiendo la necesidad de Ryker de mantener el secreto, hace un gesto de restarle importancia con la mano. —Váyanse. Es mi hora de la siesta. Él mira antes de dirigirse a una mesa auxiliar junto a la silla de Teresa y recoger un recibo arrugado y un bolígrafo. Ella refunfuña cuando él empieza a garabatear en él, pero no lo detiene. Se endereza y me entrega el papel. —Nos has atrapado en medio de algo. Reúnete con nosotros en esta dirección dentro de cuatro horas. No llegues tarde. Ahora vete. Arqueo una ceja cuando veo crema para hemorroides en el recibo, pero rápidamente decido que no es asunto mío lo que está creciendo en el culo de Teresa. —Llegaré temprano —digo—. Adiós, Mamá T. —Buena suerte —me dice. Agito una mano en señal de agradecimiento antes de abrir y cerrar la puerta principal tras de mí. No necesito suerte, solo la ayuda de cuatro hombres, que probablemente van a ser lo suficientemente molestos como para necesitar la crema para las hemorroides después. Qué buena chica, Ratoncita. Abre esa linda boca y pruébame... Te has portado mal, Ratoncita. Te gusta que te castigue, ¿verdad? Podría comerte durante días, y nunca sería suficiente... Joder, cariño, soy tan jodidamente adicto... Me despierto de golpe y, durante un hermoso segundo, creo que estoy de nuevo en Parsons Manor con Zade. Las imágenes de unos ojos desiguales y una sonrisa perversa me obstruyen la cabeza, pero el repentino movimiento me lanza agudas agujas de dolor por todo el cráneo. Los recuerdos se disipan, el profundo tenor de Zade se desvanece mientras el sordo latido que irradia de entre mis piernas se siente como una maldición lanzada por una bruja malvada, una maldición que no me deja olvidar. La brillante luz del sol atraviesa las polvorientas cortinas y casi se siente como una burla. Entrecierro los ojos, la migraña se agrava cuando dirijo mis ojos cansados a la ventana sucia. Hace frío en el exterior, pero no parece que hoy vayamos a sufrir las habituales previsiones de lluvia. El fantasma del cielo es realmente un demonio. ¿Por qué si no haría un día tan espantoso tan brillante y soleado? Hoy es el Culling, y ya parece que la casa se llena de charlas. Para empeorar las cosas, mi cuerpo no se siente tan roto como pensaba. ¿Mi alma? Completamente destrozada. Pero al menos puedo tirarme un pedo sin sentir que me voy a desmayar, ¿no? Incorrecto. Si apenas pudiera moverme, me habría servido de excusa para no participar en el Culling. A pesar de la paliza que recibió mi cuerpo hace tres días por mi castigo por fallar en la prueba de práctica, mis heridas están cicatrizando, así que mentirle sobre mi bienestar físico cuando las otras chicas tendrán que participar igualmente... Me hace sentir como una cobarde. Así que, gracias, Dios, por las pequeñas bendiciones de la vida y por permitirme ver otro día y pasar los gases como es debido. Amén, perra. Phoebe, Bethany y Gloria fueron violadas junto a mí. Jillian agachó la cabeza cuando pasó junto a nosotras, pero Sydney se rio descaradamente en nuestras caras, y lo único que quería hacer era agarrarla del cabello y arrastrarla a ese sucio suelo junto a nosotras. Para empezar, era su culpa que yo estuviera en ese suelo, con hombres desnudos amontonados a mi alrededor, y ya herida por su maniobra con Francesca. Todo lo que podía pensar mientras nos pasaban de hombre en hombre era lo mucho que la odiaba. Odiaba su superioridad y la odiaba por sabotearme. Era lo único que me permitía superar las caricias de dedos sucios y las invasiones violentas de hombres que no eran mi sombra. Después, Rio me subió a la cama, con las piernas físicamente incapaces de sostenerme por el maltrato que sufrió mi cuerpo. Él no podía mirarme. No cuando no hizo nada mientras los hombres me robaban, y luego recogió a esa chica rota y la llevó a la cama, solo porque Francesca se lo exigió. Pero sí me habló. Me habló del chupacabras, un ser mítico que se rumorea que aterroriza a Puerto Rico. Me dijo que, cuando era joven, estaba jugando con su hermanita cuando jura que lo vio. Una grotesca criatura gris con alas, y pasó volando antes de que él pudiera parpadear. No sé por qué me contó esa historia. Tal vez para distraerme, pero supongo que funcionó. Me dio un monstruo que no parecía real en lugar de centrarse en los monstruos que sí lo son. —Levántate —La fuerte bofetada que sigue a las duras palabras me sobresalta, y grito tanto por la sorpresa como por el dolor. Ni siquiera la había oído entrar, a pesar de sus ruidosos tacones. Ya debe haber comprado unos nuevos. Levanto la vista y encuentro a Francesca mirándome, con el ceño fruncido en sus labios rosados. Parece decepcionada conmigo, y odio lo pequeña que me hace sentir. Abro la boca, pero no sale ningún sonido. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Disculparme? Después de que me agrediera con su tacón roto y de que los amigos de Rocco me dieran una paliza, no pudo soportar mirarme durante todo un día. Ayer, por fin, me había abierto paso y logré convencerla de que fue Sydney quien destruyó sus cosas. No se disculpó. Ni siquiera pareció arrepentida. Pero encerró a Sydney en un viejo sótano de la propiedad durante todo el día, y casi me avergüenza admitir lo mucho que me alivió el alma oírla gritar para que la dejaran salir. Ya estoy cambiando, y la antigua Addie está irreconocible. Nunca había querido herir a alguien hasta ahora. Nunca sentí el impulso de agarrar un cuchillo y abrirle la garganta a alguien de oreja a oreja. Estoy vibrando con ello, pero Sydney no es la única en el extremo receptor. Estoy furiosa con todas las personas de esta casa, excepto con las otras chicas inocentes. Especialmente con Francesca, y con todos los hombres que me robaron un pedazo de mi alma esa noche. Un pedazo que ni siquiera creo que Zade pueda recuperar para mí. Siempre faltarán bolsillos donde solía residir mi inocencia. —Prepárate en el salón de belleza. Nuestros invitados llegarán pronto —Sus ojos recorren mi cuerpo con sorna—. Ponte presentable —añade, y las palabras se clavan en mi piel como una aguja, antes de darse la vuelta y salir, con sus tacones resonando en el suelo de madera. Rechinando los dientes, me cuesta un esfuerzo monumental no gritar. De rabia, de dolor y de pura frustración. En lugar de ello, fuerzo mi maltrecho cuerpo a moverse, me deslizo fuera de la abultada cama y me dirijo hacia el salón de belleza. Las voces de los hombres llegan desde abajo y el sonido hace que el corazón se me suba a la garganta. Me esfuerzo por tragar saliva mientras me encuentro con Phoebe en el umbral. En el momento en que nuestras miradas se cruzan, ambas apartamos la vista. Incapaces de conectar por algo que ambas hemos sufrido. Humillación. Vergüenza. Dolor. Todo está en primer plano cuando entramos en la habitación. Bethany y Gloria rebuscan entre la ropa de un perchero que Francesca debe haber dispuesto para nosotras. En lugar de trajes reveladores, ropa de abrigo cuelga de la barra de metal. Supongo que no sería ideal que cinco chicas corrieran por su vida con un tanga metido en el culo y borlas colgando de los pezones en un clima gélido. Jillian está sentada frente a un tocador y se pone corrector con la esperanza de disimular las ojeras que rodean la parte inferior de sus ojos. Mantenemos un breve contacto visual, pero su mirada se desvía inmediatamente. No la he visto desde nuestro castigo; al parecer, ha estado enferma y se ha perdido las últimas lecciones. Un enjambre de abejas furiosas sube por mi garganta y no puedo evitar que la amargura incontrolable se apodere de mi corazón y lo convierta en una marioneta de destrucción masiva. ¿Durmió esa noche? ¿Oyendo a tres chicas gritar de dolor y suplicando que se detuvieran? Suplicando y suplicando y suplicando. Por favor. Por favor, ¡detente! ¡Por favor, te lo ruego! Por favor... por favor... por favor... ¿Se ha cansado de la palabra? ¿Le suena raro ahora? Cuando una palabra se dice tantas veces, ya ni siquiera suena como una palabra. Suena como un galimatías, un sonido compuesto por tonos y sonidos que no tienen ningún significado real. Una construcción que los humanos han creado para comunicar sus deseos y necesidades. Pero, ¿qué mierda importan las palabras cuando nadie las escucha? Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos, con un brillo en su superficie. Y ahí está. Humillación. Vergüenza. Dolor. Salió ilesa, y parece que el sentimiento de culpabilidad del superviviente le ha estado royendo las entrañas durante los últimos días. Me desinflo, reprendiéndome por descargar mi ira en alguien que no se lo merece. Jillian solo está tratando de sobrevivir como el resto de nosotras. Nada de esto es su culpa. Entonces, Sydney entra, toda altiva y poderosa, y mi ira injustificada hacia Jillian se redirige hacia la persona que realmente la merece. Actúa como si no hubiera pasado un día entero gritando en un sótano. Me muerdo la lengua y me dirijo al tocador junto a Jillian, con movimientos mecánicos. Siento los huesos como bisagras oxidadas cuando tomo una esponja rosa brillante y un corrector. Voy a necesitar montones de él para ocultar el malestar, pero me conformo con unas cuantas gotas para empezar. Me tiembla la mano mientras me aplico en el rostro los productos químicos destinados a ocultar mi dolor. Bethany y Phoebe hablan en voz baja en el fondo, susurros llenos de miedo y consuelo. Chicas malas, muy malas. Me planteo escuchar su conversación, pero me distraigo cuando Sydney empieza a arrancarse la ropa hasta quedar desnuda. Jillian y yo tenemos una visión clara de ella a través de nuestros espejos de tocador. Las dos nos detenemos, con las manos suspendidas en el aire mientras miramos a la chica desquiciada que está detrás de nosotras, que ahora está hurgando en la ropa del perchero. Los susurros de Bethany y Phoebe disminuyen, y pronto toda la sala está perturbadoramente embelesada con ella. No puedo evitar observarla mientras tararea, toma una camisa del perchero y la observa como si fuera una chica normal que compra en una boutique de lujo. No le importan en absoluto los ojos que se clavan en su piel. Al forzar mi atención, miro a Jillian. Ahora se está mirando fijamente a sí misma, probablemente tratando de evitar la forma desnuda de Sydney reflejada en el espejo. —¿Tienes algún consejo? —pregunto, con la voz débil y ronca de tanto gritar. La observo de reojo. Se recompone y vuelve a difuminar el corrector, aclarándose la garganta. —Cubre tus huellas —dice en voz baja, con su acento ruso prominente. Tiene una hermosa voz, y los amigos de Rocco también lo creen—. Y corre solo cuando sea necesario. No se trata de lo lejos que puedas llegar; se trata de asegurarte de que nunca te encuentren. Puedes correr durante horas, y siempre los llevarás hasta ti. —No pueden atraparte si no saben dónde estás —murmuro en voz alta. Las palabras salen ásperas y entrecortadas, pero no me molesto en intentar repetirlas—. ¿Y las trampas? —Conté la distancia entre ellas lo mejor que pude. Están a unos treinta pies de distancia, aproximadamente. Son uniformes, así que los cazadores saben cómo evitarlas. Hago rodar mi labio entre los dientes. —Gracias por ayudarme. Ella me mira. —Ni lo menciones. Literalmente, o ambas estaremos en problemas. Después de eso, nos sumimos en el silencio. Ella no ofrece ningún consuelo, pero no es algo que yo quiera de ella. De nadie. Veinticinco minutos después, todas estamos vestidas con jeans y camisas de manga larga. No harán prácticamente nada para protegernos de la intemperie, y mucho menos de las puntas de flecha metálicas que se clavan en nuestros cuerpos a una velocidad vertiginosa. Pero teniendo en cuenta que vamos a correr con adrenalina, es suficiente para mantener nuestros cuerpos calientes. Los tacones de Francesca resuenan al subir los escalones, y mi sistema se inunda de pánico, cualquier control al que me aferraba se escapa. Tan fácilmente, como si mis dedos estuvieran cubiertos de grasa. —¿Están listas, chicas? —Su voz es como un puñetazo en los riñones. La miro a través del espejo, sus ojos nos examinan a cada una de nosotras, chasqueando la lengua cuando nos considera suficientemente presentables. —Vamos. Es hora de comer, y luego repasaremos las lecciones sobre cómo actuar correctamente esta noche. Cuando caiga la noche, comenzará el Culling, y si lo aprueban, deberán mezclarse con nuestros invitados después. Se intercambian miradas de pánico. Incluso la sorpresa aparece en la mirada de Sydney. Bethany levanta una mano temblorosa, pidiendo permiso para hablar. —¿Estás diciendo que tenemos oscuridad? —pregunta vacilante. que hacer el Culling... en la Francesca levanta una ceja. —Eso es lo que he dicho. Entonces, se da la vuelta y sale, con la expectativa de que la sigamos. Lentamente, la seguimos, pero no antes de mirarnos con la misma expresión de pánico. Estamos jodidas. Todas estamos jodidas. En fila india, señoritas. Debemos estar en una fila uniforme para saludar a sus potenciales violadores. Den una buena impresión y puede que sean amables cuando las violen. Las carcajadas y las voces profundas me aprietan la garganta. Es como si mi corazón hiciera un intento de huir, rompiendo su jaula dorada y arañando para salir del cautiverio. Jesús, creo que me voy a desmayar. Mis piernas se tambalean y mi mano se agarra a la barandilla con tanta fuerza que mis nudillos se blanquean. Es lo único que impide que me lance hacia delante. —Contrólate —susurra Jillian con dureza detrás de mí. —Lo dice la chica que no fue castigada por esto hace tres días —respondo. Se calla. Eso fue grosero de mi parte. Pero joder, no hay un manual sobre cómo reconectar mi cerebro para no tener miedo y estar tranquila. Estoy casi hiperventilando cuando llegamos al rellano y nos dirigimos a la sala de estar donde nos esperan los cazadores. Estos hombres no deben estar aquí. Esta casa está destartalada, y no importa lo limpia u ordenada que esté, sigue pareciendo basura. Y hay cinco hombres de pie en medio de ella, con trajes de Armani, relojes Rolex con incrustaciones de diamantes y sumergidos en un sudario de colonia cara que cuesta más que mi auto. Su conversación se apaga cuando se vuelven hacia nosotras, y me doy cuenta de que los diferentes colores de sus ojos se ven igual cuando todos están sin vida. —Francesca —dice uno, pronunciando su nombre con cariño—. Tienes un hermoso lote aquí. El hombre tiene el cabello corto y rubio oscuro, ojos azules y un bronceado profundo que complementa su cuerpo tonificado. Parece que se pasa el día descansando en su yate, probablemente en pareja con una supermodelo en un escaso bikini rojo, que ignora felizmente el gusto de su Papi por cazar mujeres inocentes por deporte. Qué suerte la de ella. Sus ojos se deslizan hacia los míos y se fijan, su sonrisa crece mientras los otros tres hombres gruñen de acuerdo. Se supone que debo parecer mansa y sumisa, pero tardo demasiados segundos en dejar caer mi mirada al brillante suelo de madera. Cortesía de su servidor. Teníamos que hacer que este lugar pareciera presentable, y añadir una capa de aceite aparentemente logra esa hazaña. Sintiendo el ardor de su mirada acariciando mi tierna piel, ahora estoy segura de que he sido demasiado lenta. Una chispa de adrenalina se enciende en mi sangre, empeorando mis náuseas. Sin ninguna duda, sé que hoy será él quién me dé caza. —La del cabello naranja, ¿tiene el coño a juego, o lo ha estropeado tiñéndolo de ese color? —pregunta otro, y tengo que apretar los dientes y morder una respuesta. Phoebe tiembla a mi lado mientras Francesca afirma algo increíblemente personal, con voz uniforme y agradable. Perra asquerosa. —Me gusta esa —afirma. Mi mirada se desvía hacia él, observando sus pobladas cejas negras, sus pequeños ojos y su barriga—. Su cabello se verá hermoso envuelto alrededor de mi puño cuando esté chupando mi polla. Se me hace un nudo en la garganta y me arriesgo a enganchar mi dedo meñique alrededor del suyo y apretarlo brevemente. Estamos lo suficientemente apretadas la una contra la otra como para que la rápida acción pase desapercibida. —Por supuesto, Ben —responde Francesca agradablemente. El hombre, Ben, prácticamente echa espuma por la boca mientras sus fríos ojos se calientan de maldad. Hay algo que tenemos en común en este momento: por la mente de ambos pasan cosas nefastas y malvadas. —Y yo creo que la quiero a ella —interviene el rubio, señalándome con la cabeza. Su mirada abrasadora no ha desaparecido, lo que hace que el sudor me recorra la columna y el vómito me suba a la garganta. —¿Estás seguro, Xavier? —pregunta Francesca—. Ella no es elegible, todavía. Todavía tiene que curarse mucho —Mi corazón toca fondo cuando me doy cuenta de que es el hombre importante del que nos habló: Xavier Delano. Y, por supuesto, se dirige a mí. ¿Dios? ¿Por qué siempre atraigo a los lobos grandes y malos? Se lame los labios, formando una sonrisa torcida. —Nunca he estado más seguro de nada en mi vida. Estoy seguro de que pronto podré probarla. Ya sea esta noche... o en otro momento. Siento que mi rostro se tiñe de color, y cada vez me resulta más difícil evitar vomitar por todos sus zapatos Armani de piel de serpiente. Definitivamente, se mezclaría con el lugar entonces. Los hombres restantes eligen sus objetivos, y pronto, Francesca nos conduce fuera de la puerta y de vuelta hacia el profundo bosque. Los grillos parlotean y el viento cortante hace estragos en nuestras frágiles estaturas. Si no estuviéramos tan tensas, nos doblaríamos como la goma bajo las fuertes ráfagas. Una enorme hoguera arde justo detrás de la casa, con decenas de personas apiñadas a su alrededor, abrigadas y con bebidas en la mano. También hay varios televisores grandes colocados esporádicamente alrededor. Según Francesca, los cazadores llevarán cámaras corporales que proporcionarán entretenimiento y placer visual a los demás invitados. Mi respiración se acelera mientras me enfrento a los interminables árboles, con las sombras parpadeando desde el fuego detrás de nosotros. El olor a miedo emana de las seis mientras nos alineamos, y empiezo a sudar frío. Mis botas se hunden en el barro, succionando mis pies profundamente en la tierra helada. Una parte de mí desearía desesperadamente que fuera alquitrán en su lugar, lo que me daría la suerte de quedarme atrapada aquí. Ya me atormentan los recuerdos de haber corrido por estos bosques y haber estado tan cerca de la victoria, solo para que Sydney apareciera detrás de un árbol, con los labios curvados en una sonrisa maligna y apestando a malevolencia. ¿Y si lo hace de nuevo? Creo que la mataré si lo hace. Arrancaré la flecha de mi cuerpo y la clavaré en ella. Detrás de nosotros, los hombres preparan sus ballestas, el tintineo del metal cuando cargan las flechas en ellas triturando mis nervios. Al arriesgarme a mirar detrás de mí, mis ojos se redondean cuando veo que se colocan cascos sobre sus ojos. Gafas de visión nocturna. Malditos. Todo en este estúpido juego está arreglado. —Muy bien, señoritas —comienza Francesca—. Vamos a repasar las reglas brevemente. Se les dará una ventaja de diez minutos. Deben permanecer dentro de las paredes del laberinto. Si son sorprendidas saliendo de ellos, tendrán una muerte inmediata. Dispararán a matar, no dispararán a mutilar. Al final del laberinto, hay una zona abierta. Si llegas a este lugar, se considera que estás a salvo inmediatamente, y no sufrirás ningún daño. Si todavía estás dentro del laberinto, pero no te han disparado, y se agota la hora asignada, también se te considera a salvo, y no sufrirás ningún daño. ¿Está claro? Ninguna de nosotras habla, y nuestra falta de protesta es respuesta suficiente. —¿Cómo se dice en Los Juegos del Hambre, que las probabilidades estén siempre a tu favor? —interviene un hombre, y suena como Xavier. Una ronda de risas sigue al chiste malo, pero antes de que mi falta de autocontrol pueda meterme en problemas, él grita: —¡Corran! Nos ponemos en marcha, corriendo por el bosque con cuidado, alertas a las trampas. Las cuerdas se tensan entre dos objetos a la altura de los pies y, si tropezamos, quedamos colgadas, fáciles de atrapar. Los muros de ramas se apilan a ambos lados de nosotras, barreras improvisadas para confinarnos en un laberinto. No solo se trata de redirigir nuestra atención hacia la salida en lugar de mantenernos ocultas, sino también de desorientarnos e incitar el pánico. Y, maldita sea, funciona. Me detengo y me precipito detrás de un tronco, con el corazón latiendo rápidamente. Las paredes del laberinto se extienden, dejando un montón de árboles entre ellas. No tiene sentido cubrir mis huellas hasta este momento; es a partir de aquí cuando importa. Me abro paso entre las hojas y las ramas, buscando una rama. Mis dedos ya están rojos y rígidos por el frío, pero apenas lo noto con la adrenalina que recorre mi organismo. En plena noche, se tarda demasiado en encontrar una rama adecuada con hojas, por muy frágiles que sean, y aún más en lograr lo que estoy haciendo. Tras el consejo de Jillian, me devané los sesos buscando todas las formas de cubrir mis huellas sin tener que detenerme constantemente a barrerlas mientras corría. Me decidí a colocar un barredor en mi espalda, usando un cinturón que robé del salón de belleza para mantenerlo en su sitio. Dijo que ganar distancia no es tan importante, pero quiero lograr ambas cosas. Alejarme tanto como pueda y hacerlo sin dejar rastro. Supongo que una cosa buena sale de esto, y es aprender cómo voy a escapar exactamente cuando llegue el momento. Me agarro a la rama con hojas, la coloco en la parte baja de la espalda y utilizo el cinturón de raso para anclarla a mí, atando la tela con varios nudos apretados. Y entonces empiezo a caminar a toda velocidad, girando la cabeza de un lado a otro para evitar besar un árbol y asegurarme de que la rama cumple su función. Está demasiado oscuro para decirlo con seguridad, pero parece que sí, y eso es suficiente para mí. Así que me pongo en marcha, contando mis pasos y levantando la rama con cuidado por encima de la alambrada cuando la alcanzo. Mi paso es rápido pero firme, agarrando con fuerza el cinturón para mayor seguridad con una mano y manteniendo la otra delante de mí, impidiendo que me choque con cualquier cosa que la naturaleza me ofrezca. Me escabullo de un árbol a otro, manteniéndome oculta en todo momento. Varios minutos después, llego a un callejón sin salida y, por el rabillo del ojo, veo un destello de color naranja oscuro a mi izquierda. Phoebe. Por supuesto, ella no sabe cómo cubrir sus huellas mientras corre. Y por muy peligroso que sea estar cerca de ella en este momento, me niego a mantener la boca cerrada y permitir que otra mujer fracase. —¡Phoebe! —llamo, manteniendo la voz lo más baja posible. Derrapa y se vuelve hacia mí, respirando con dificultad. No puedo ver mucho de sus rasgos, pero imagino que su cara coincide con la mía. Pánico y ojos dilatados por el miedo. —Cubre tus huellas. Los estás conduciendo directamente hacia ti —le digo en un susurro-grito, y luego salgo en dirección contraria. No sé si me escuchó, aunque sí sé que podría ser demasiado tarde. Los ha llevado hasta aquí, y para asegurar mi propia supervivencia, necesito alejarme de ella. La rama que se arrastra detrás de mí es ruidosa, así que me obligo a ir más despacio, contando mis treinta pasos y estando atenta a cualquier cable. Casi me falta el aire, deseando que mi ritmo cardíaco se calme. Ya debería haber puesto suficiente distancia entre las dos. Así que, cuando me giro para ver a Phoebe corriendo detrás de mí, me pongo como una puta cabra. —¡¿Qué estás haciendo?! —exclamo, intentando bajar la voz, lo que hace que se rompa por el tono. —Por favor, deja que me quede contigo —suplica, sin rama en las manos para cubrir sus huellas. Ni siquiera se molestó en intentarlo. —¡Qué mierda te pasa, no! Vas a hacer que me maten —digo, con el pecho agitado mientras mis ojos se mueven en busca de cualquier movimiento en la oscuridad. Estoy casi segura de que nuestros diez minutos de ventaja han pasado. Ellos tienen gafas de visión nocturna, nosotras no. Lo que significa que podrían estar en cualquier parte. Su mano pálida me agarra del brazo y me acerca, clavando sus uñas. Ahora que puedo verla con claridad, parece enloquecida. —Por favor, no puedo dejar que me hagan eso otra vez. ¡Déjame ir contigo, por favor! Intento apartar mi mano de ella, pero su agarre se estrecha y se niega a soltarlo. —¡No te voy a dejar ir! Voy a ir contigo. Mierda. Esto es lo que me pasa por no ser como Sydney y ver con gusto el fracaso de los demás. —Está bien, joder. Puedes venir, pero suéltame —siseo, liberando por fin mi brazo de sus desesperadas garras. Tomando una decisión en una fracción de segundo, vuelvo corriendo por donde hemos venido unos seis metros, giro mi rama hacia el frente y empiezo a apartar sus huellas, caminando hacia atrás hasta alcanzarla de nuevo. —Quédate delante de mí, y corre tan rápido como puedas —exijo—. Y no hagas nada para que nos maten. No más de lo que ya has hecho. Ella hace una mueca de dolor por mis duras palabras, pero yo no siento ningún remordimiento. Me molesta que mi amabilidad me haya hecho ganar una flecha en la espalda, y me molesta aún más que no pueda encontrar en mí el modo de dejarla fuera de combate y dejarla atrás. Me beneficiaría, sin embargo, no sería capaz de vivir conmigo misma. Es la razón por la que la llamé en primer lugar. Ella es joven, desesperada, y aterrorizada y yo estoy poniendo un buen espectáculo de parecer que sé lo que estoy haciendo. Por supuesto, ella se va a aferrar a mí. Por suerte, esta vez Phoebe me hace caso y se mantiene delante de mí mientras corremos. Mi rama vuelve a estar detrás de mí, limpiando nuestras huellas. El sudor cubre casi cada centímetro de mi piel, resbalando por mi frente y mi columna, irritando los puntos de mi piel. Nubes salen de mi boca y tengo un momento de pánico insano cuando me pregunto si mi mal aliento dejará un rastro de olor. Nos damos la vuelta varias veces y juro que ya hemos pasado tres veces por el mismo puto árbol. Cada vez estoy más frustrada y cansada, así que me detengo y le pido a Phoebe que busque un árbol grande para esconderse. Encuentro uno a varios metros al suroeste de ella que proporciona una visión clara del espacio entre ambos árboles. Estoy agitada, desesperada por oxígeno y a punto de vomitar. Necesito recuperar el aliento y empiezo a tener la paranoia de que, aunque no puedan ver nuestras huellas, podrán oírnos. —Quédate callada —susurro, aunque a mí me cuesta lograrlo. A mi cuerpo no le importa guardar silencio. Lo único en lo que se concentra es en inhalar con avidez el preciado aire, sin importar el coste. Me concentro en recuperar el aliento y en escuchar cualquier paso. Un búho ulula y una brisa fría pero suave corre por el bosque. Un contraste tan marcado con la situación oscura y peligrosa. Parece que debería sonar la música de Michael Myers de fondo. Un susurro procedente de un matorral cercano casi hace que se me salga el corazón por la garganta, pero entonces sale un conejo y se va corriendo. Justo cuando vuelvo a poner el músculo en su sitio, una voz me llama. —Fiiirecraacker4. Joder. No sé si fue un acierto, o si mi rama no logró ocultar los dos grupos de huellas, pero el perseguidor de Phoebe nos alcanzó. Unos ojos redondos chocan con los míos, y sé que mis iris están dilatados por el miedo tanto como los suyos. —¿Qué hacemos? —dice en silencio, y yo niego con la cabeza, perdida. No sé qué carajo hacemos. No tengo ni idea de dónde está exactamente, pero si, aunque sea un codo sale de detrás de un árbol, lo detectará inmediatamente. 4 Petardo. Le dice así por el color de su cabello. ¿Cuenta si me dan con la flecha de otra persona? Estoy segura de que me castigarán, aunque no sea el objetivo. —Fiiiiirecrackeeer —Vuelve a gritar Ben. Me arriesgo a echar un vistazo al tronco del árbol y veo que una sombra se mueve a unos seis metros detrás de nosotros. Joder. Demasiado cerca. Si nos quedamos calladas, puede que tengamos suerte y se aleje en otra dirección. Podría pensar que hemos ido por un camino diferente y permitirnos poner distancia entre nosotros. Pero en este momento, el más mínimo sonido, y él podría acentuar en nosotras. No es seguro para ninguna de nosotras ni siquiera respirar. No es que pueda respirar, de todos modos. Phoebe se cubre la nariz y la boca con la mano y aprieta los ojos, las lágrimas se agrupan en sus pestañas y brillan a la luz de la luna. Si no lo está ya, va a empezar a tener un ataque de pánico. Y, según mi experiencia, rara vez son silenciosos. Me llevo un dedo tembloroso a los labios y se me escapa una lágrima. Mi visión se nubla al enfrentarme a la posibilidad muy real de que me alcancen con una flecha, y de que luego me violen brutalmente por ello. Otra vez. Pero no puede aguantar, y un pequeño gemido se le escapa de la mano. Mi corazón se detiene y, casi a cámara lenta, oigo varios pasos en nuestra dirección. —¿Has sido tú, firecracker? —dice en un tono bajo, como si nos susurrara al oído. Mierda, Addie, piensa. ¿Qué haría Zade? Sería un maldito héroe; eso es lo que haría. Zade no está interesado en salvarse a sí mismo, solo a los demás. Entonces, ¿qué querría que hiciera? Salvarme a mí misma. Él querría que me salvara. Pero el Culling no fue diseñado para que la presa se aleje con seguridad. Antes de que pueda decidirme, los ojos de Phoebe se abren de par en par en forma de discos redondos, y parece que se aleja, su cuerpo empieza a emerger desde el otro lado. Lentamente, levanta una mano temblorosa y señala detrás de mí. Mi corazón se desploma y, por un momento, me quedo paralizada. Mi cerebro vuelve a dividirse en dos, una mitad con pánico porque ella ya no está oculta, y la otra mitad congelada de terror porque hay jodidamente alguien detrás de mí. Sé sin ninguna duda que es Xavier. Me ha encontrado. Las hojas crujen y una rama se rompe a mi derecha. Mi cabeza gira en esa dirección y apenas veo el brillo de una ballesta resplandeciendo bajo los rayos de la luna. Y entonces el tiempo se acelera, abofeteándome en la cara mientras dos flechas se dirigen hacia nosotras a la vez. Una desde Ben, y la otra desde detrás de mí. El aire silba y mi cuerpo se mueve por puro instinto, agachándose y desviándose hacia el árbol que está a mi izquierda. La flecha vuela entre mi árbol y el que estoy apuntando, y un golpe me detiene en mi camino. Apenas unos centímetros separan la punta de la flecha, ahora clavada en la corteza, de mi rostro. Mis ojos se abren de par en par y grito. Miro hacia arriba y me doy cuenta de que el primer disparo hacia Phoebe también ha fallado. No volveremos a tener tanta suerte. Y solo tenemos unos diecisiete segundos para escapar. ...tres, cuatro, cinco... —¡Phoebe, corre! Los dos nos movemos, la tierra y las hojas se levantan bajo nuestras botas mientras arrancamos, nuestras piernas bombeando y rasgando a través del follaje. —¡Salta! —grito, mi mente se esfuerza por seguir el ritmo de nuestros pasos. A duras penas, levanto la rama que tengo pegada y los dos saltamos por encima del cable trampa, estando increíblemente cerca de engancharlo. Nuestros fuertes pasos se mueven por el suelo del bosque. Ya no hay que esconderse. Solo hay escapar de una punta de flecha plateada. Los caminos que tomamos son estratégicos solo en el sentido de perderlos, en lugar de tratar de encontrar la salida. Despejamos unas cuantas trampas más y, tras varios minutos, oigo las pisadas de Phoebe que se detienen de repente. Patino y me giro para verla doblada por la cintura, jadeando tan fuerte que casi se ahoga. Su rostro es tan brillante como su cabello, y sus ojos parecen cruzarse. —No puedo seguir corriendo —Se ahoga, y luego tiene una arcada—. No puedo. —¡No, no, tú puedes hacerlo! Vamos, Phoebe, tú puedes. Vuelve a negar con la cabeza y no puedo evitar dar un paso atrás cuando veo que una sombra se lanza hacia un lado a unos diez metros de distancia. Un grito se desgarra en mi garganta cuando la flecha sale volando, atravesando a Phoebe directamente en la parte posterior del hombro. Cae de bruces y lanza un gemido de agonía. Gimiendo, consigue levantarse y pasar a mi lado. Confundida, la persigo y vuelvo a detenerme cuando pasa por encima del cable trampa, se desploma en el suelo y se agarra a la cuerda. —¡Addie, vete maldita sea! —grita, con la voz quebrada por la fuerza. Mi rostro se contorsiona y las lágrimas se derraman sobre mis párpados, tanto por la negación como por la culpa. Pero una flecha que atraviesa el tiempo y el espacio me hace lanzarme hacia delante, y otra flecha se acerca a escasos centímetros de mi cabeza. Mis manos se aferran al frío suelo para impulsarme hacia delante, y casi vuelvo a caer de bruces en mi afán por volver a ponerme en pie. Corre, Ratoncita. Vienen por ti. Llego a unos cuatro metros antes de que un fuerte crujido resuene en el frágil viento. Jadeando, giro la cabeza a tiempo para ver cómo una cuerda se rompe alrededor del tobillo de Ben, haciéndolo volar por los aires. La ballesta se le cae de las manos y cae al suelo junto a Phoebe. Se me cae la boca, una risa sorprendida tintinea mientras los gritos de furia de Ben llenan el aire, moviéndose como un gusano en un anzuelo mientras se balancea desde arriba. Incluso a cientos de metros de distancia, se oyen los gritos de asombro e indignación de la casa. Phoebe debió esperar a que Ben se acercara a ella y entonces soltó el cable justo cuando estaba en el punto de mira. —¡Déjame bajar ahora mismo! —Ben grita, y aunque las sombras ocultan su cara, sé que es de color rojo cereza—. Te mataré por esto. Y lo hará. Lo sé. Phoebe también lo sabe. Nuestros ojos se encuentran por un momento, y luego su mirada baja lentamente hacia la ballesta. —Phoebe... —le advierto. —De todos modos, estoy muerta —dice con aspereza, agarrando la ballesta que tiene en las manos, y dando tumbos para recargarla. Miro a mi alrededor, nerviosa, y me escondo detrás de un árbol, temiendo que otra flecha se dirija hacia mí. Necesito correr, como hace diez segundos, pero no puedo apartarme. —No lo hagas, pequeña —dice Xavier desde las profundidades de los árboles. Me erizo, luchando contra la necesidad de correr y permanecer al lado de Phoebe. Ninguna de las dos puede verlo, pero su atención parece centrada en la chica que carga un arma peligrosa con el deseo de matar en la punta de los dedos. —¡Ayuda! ¡Ayúdenme, carajo! —grita Ben, retorciéndose ferozmente, pero sin conseguir nada. Está suspendido sobre un ángel mortal, y su flecha no tendrá piedad con los malvados. —¡Maldita sea, Xavier, atrápala! ATRÁPALA… Ella los ignora a ambos, apunta y, justo cuando aprieta el gatillo, otra flecha surca el aire y se clava en su otro hombro. Grita, el grito hace eco, pero su propia flecha impacta de lleno, incrustándose directamente en la parte superior del cráneo de Ben y matándolo al instante, el resto de su frase silenciada por una punta de flecha de metal. Tapándome la boca, veo cómo la sangre cae como una cascada directamente sobre ella, pero está demasiado ocupada riendo maníacamente para darse cuenta. Una vez más, se encuentra con mi amplia mirada. Se me ocurren muchas palabras, pero ninguna es suficiente. Se me pone la piel de gallina y lo único que quiero hacer es decirle lo orgullosa que estoy. Lo jodidamente admirable y valiente que es. Ambas sabemos que no va a sobrevivir la noche, pero ha sido su elección. —Vete —dice. Con una última mirada, me voy, esperando que pueda ver en mis ojos todo lo que no pude decir. —Puedes correr, pequeña. Pero no puedes escapar de mí —grita Xavier, su amenaza me sigue mientras corro por el laberinto. La distracción de Phoebe me dio la ventaja que necesitaba para escapar. La determinación se apodera de mí y pateo las piernas con toda la fuerza que puedo. Continúo zigzagueando por el laberinto, conteniendo la respiración cuando otro silbido atraviesa el aire, y una flecha se incrusta en un tronco a solo un metro de distancia. Puede que estos hombres sean hábiles en la caza, pero lo que no saben es que yo he sido cazada por un hombre mucho más temible. Antes fui un ratón, atrapada en una trampa, asustada e indefensa mientras me llevaban entre los dientes de un depredador supremo. Pero yo no soy su Ratoncita, y ellos no son Zade. Y nunca sucumbiré a ellos. Lo perdí. No solo eso, sino que logré salir del laberinto, considerándome a salvo. No te pasará nada. Mentiras, pero lo aceptaré por ahora. Sin embargo, no me detuve allí. Me adentré tanto en el bosque que ahora estoy completamente perdida, ni siquiera un susurro de vida humana. Me recuerda tanto a Parsons Manor, que hace que me duela el pecho. No ayuda que esté respirando con tanta fuerza que me ahogo con el oxígeno con cada inhalación. Estoy a punto de vomitar y de desmayarme, aunque mi cuerpo no puede decidir qué hacer primero. Sintiéndome lo suficientemente segura de que no saben dónde estoy, me arranco la rama de la cintura, me apoyo fuertemente en un árbol y me deslizo hacia abajo, mis piernas incapaces de sostenerme por más tiempo. Mis ojos empiezan a ponerse en blanco, pero lucho contra el impulso porque, a pesar de considerarme segura, eso no existe realmente en este mundo. Xavier podría tropezar conmigo y aprovecharse de que estamos solos. Mis gritos no se oirían, y aunque se oyeran, a nadie le importaría una mierda. Enjuagando el sudor de mis ojos, miro a mi alrededor. Al principio, no veo más que árboles. Pero entonces, a lo lejos, veo un metal que brilla a la luz de la luna. Arrugo el entrecejo y me pica la curiosidad. Me permito otro minuto para recuperar el aliento antes de obligarme a volver a ponerme en pie y trotar hacia el objeto extraño mientras miro periódicamente por encima del hombro para asegurarme de que no hay nadie detrás de mí. A medida que me acerco, el objeto se vuelve identificable, y vuelvo a perder el aliento cuando me doy cuenta de lo que es. Es un tren abandonado. Una enorme hilera de remolques se extiende por la zona boscosa en ambas direcciones, el metal oxidado y corroído por la naturaleza. El corazón me late y la emoción florece. Escapar. Esa es la única palabra que me viene a la mente cuando miro este tren abandonado. Todavía no sé cómo, pero sí sé que podría servirme de refugio cuando finalmente abandone este lugar. Al comprobar una vez más por encima de mi hombro que no hay nadie, me acerco al tren y paso las manos por el frío metal. Tengo muchas ganas de buscar asilo aquí en lugar de volver a esa casa. No tengo ni idea de si conocen la ubicación del tren, pero no será difícil encontrarlo con el dispositivo de seguimiento en mi nuca. Si este tren va a ofrecerme algo, tengo que utilizarlo cuando no puedan rastrearme. Un fuerte cuerno rompe el silencio, haciendo que los bichos se dispersen y se escape un aullido, mi corazón se me sube a la garganta. Respirando con dificultad, miro por encima del hombro y oigo voces que anuncian el final del Culling. Me estarán buscando, y estoy tentada de desenterrar el dispositivo de rastreo con una rama afilada y salir corriendo de todos modos, pero el miedo me tiene asfixiada. Hay demasiados factores en mi contra. Sé inteligente, Ratoncita. Vuelvo a salir en la dirección de la que vine, ahora con la paranoia de que me encuentren cerca del tren y lo descubran si no lo sabían ya. No quiero arriesgarme si no lo saben. Tras varios minutos de trote, vislumbro un cabello negro y una estatura femenina antes de que desaparezca detrás de un árbol. —¡Oye! —grito, esperando que quien sea, conozca el camino de vuelta. La persona emerge del otro extremo del árbol y me doy cuenta de que es Jillian. Mira hacia mí, con los ojos muy abiertos y respirando con dificultad. No parece estar mucho peor que yo, lo cual es sinceramente un alivio. —Lo has conseguido —dice suavemente. Nos encontramos en el centro y sus ojos me miran de arriba abajo, probablemente buscando heridas. —Lo hice —respondo, todavía sin aliento. Hasta el entrenamiento de Zade, nunca había ejercido tanta energía en toda mi vida. —¿Sabes cómo volver? —pregunto. Ella mira a su alrededor. —Creo que sí. Si no, vendrán a buscarnos. Asiento con la cabeza y empezamos a caminar. —¿Has pasado por el Culling antes? —pregunto. Parece tener muchos conocimientos para ser su primera vez. —No, solo se pasa una vez —responde ella. —Excepto si eres Sydney —murmuro, aunque me alivia saber que no tendré que volver a hacerlo. Jillian resopla. —Es cierto. Ahora conoce el laberinto como la palma de su mano. —¿Es ella la que te enseñó a superarlo? Niega con la cabeza. —Cuando llegué, era aún más combativa que tú. Francesca me consideraba demasiado arriesgada para someterme al Culling hasta que pudiera enderezarme, así que había visto a otras chicas pasar por ello primero. Aprendí mucho de ellas —Hace una pausa—. Y también fui testigo de todo lo que ocurrió después. Mira, tienes que prepararte para... Una carcajada profunda interrumpe lo que iba a decir. Jillian y yo nos sobresaltamos y nos giramos hacia el sonido. Xavier sale de detrás de un árbol, y mi pobre corazón, sobrecargado, se acelera una vez más. —Bueno, Diamante, supongo que esta vez me has demostrado que estaba equivocado —Se ríe, sus ojos recorren mi cuerpo de arriba abajo de forma depredadora. Por mucho que les haga cosquillas en su hombría atraparnos durante el Culling, también significa que nos consideran indignas de ser subastadas. Y eso significa que se les permite repartir nuestro castigo solo por esta noche. Así que, aunque escapar de Xavier pueda haberle hecho daño, sigue siendo un logro. Porque ahora puede quedarse conmigo. Tragando nerviosamente, digo: —Supongo que sí. Frunce los labios y asiente con la cabeza, y luego inclina la barbilla en la dirección que debemos tomar. —Estaré encantado de acompañarlas, si no les importa —ofrece, con la voz más grave. Jillian y yo nos miramos, pero al final asentimos con la cabeza. Porque, ¿qué otra cosa se supone que debemos decir? No, vete, tienes piojos. Si fuera tan fácil. Nos dirige fuera del laberinto para que podamos evitar los cables trampa. Tardamos treinta y cinco largos y agotadores minutos en volver a la casa. Treinta y cinco minutos de silencios incómodos, conversaciones rebuscadas y la expectativa de comprarme. Jillian y yo estamos agotadas, ambas tropezamos varias veces por nuestras rodillas temblorosas y nuestros nervios fritos. Cuando llegamos de nuevo a la casa, Francesca está de pie en la línea de árboles, con las manos entrelazadas mientras observa cómo salen los cazadores y las presas. Parece un poco desquiciada, probablemente porque una de sus chicas ha matado a alguien, pero cuando sus ojos encuentran los míos, me examinan rápidamente en busca de heridas. Una sutil sonrisa se dibuja en la comisura de sus rosados labios cuando no encuentra ninguna, y la alegría ilumina sus ojos. Puede que tenga una muerte en sus manos, pero el diamante sigue brillando, supongo. Me alegro de ser útil, perra. Phoebe ya está apoyada en la parte trasera de la casa, con sangre brotando de sus heridas y manchando su culo. Ya le han quitado las flechas y ahora están trabajando para detener la hemorragia. Esto me sorprende tanto como me asusta, teniendo en cuenta que esta noche ha matado a un hombre. Hubiera pensado que nunca saldría viva de esos bosques. Está pálida y parece delirar por el dolor, pero hay una serenidad en su rostro que nunca antes había visto. Me obligó a salvarla y luego me salvó a mí. Lo único que quiero hacer es abrazarla fuerte y decirle que todo va a salir bien. No porque ninguna de nosotras crea que va a sobrevivir, sino porque una vez que se haya ido, estará en un lugar mejor que el actual. Sydney sale corriendo, sin una gota de sangre a la vista. Reconozco que eso me decepciona. Por suerte, Gloria la sigue de cerca, con el orgullo brillando en sus ojos mientras camina hacia mí, esta vez ilesa. Empiezo a sonreír, pero ese pequeño momento de euforia se desvanece rápidamente cuando aparece un hombre grande con Bethany colgada del hombro, con una flecha clavada en la espalda. Mis ojos se abren de par en par, asqueados al ver la flecha clavada profundamente en su columna, empapando de sangre tanto a ella como al hombre que la lleva. Me cuesta un esfuerzo monumental mantener las lágrimas a raya, pero me niego a apartar la cabeza de ella. No se merece que ninguna de nosotras ignore su dolor. Otro hombre recoge a Phoebe, y juntos se la llevan a ella y a Bethany. Me tiembla el labio, lo chupo rápidamente entre los dientes y lo muerdo antes de que Francesca pueda darse cuenta. No sé cómo Zade mantenía la compostura en situaciones como esta. Quizá porque tenía la seguridad de que podía matarlos por ello, y yo... joder, estoy tan indefensa. Intento disolver mi rostro de cualquier emoción, pero no sé si lo consigo cuando estoy viendo cómo se llevan a dos chicas a un destino peor que la muerte. Sydney viene a ponerse a mi lado, chocando a propósito con mi hombro, y Jillian y Gloria me flanquean por el otro lado. Francesca se vuelve hacia nosotras, con una mezcla de orgullo y agotamiento que brilla en su rostro maquillado. —Solo dos, es una noticia maravillosa —dice, llegando incluso a aplaudir como una pequeña nutria marina, aunque es deslucida. Me pregunto si también la van a castigar por lo que hizo Phoebe. Me encantaría ser la que lo hiciera. Tomaría una de esas flechas y la apuñalaría en el ojo con ella. —Como recompensa, ustedes, señoritas, podrán elegir la cena de esta noche. Lo que quieran. ¡Incluso McDonald's! Aunque, esas cosas son horrendas para sus cuerpos, pero solo esta vez debería estar bien. Mi boca se abre, pero la furia ahoga mis palabras con más fuerza que un corsé victoriano. Al final, me alegro de ello, porque de mi boca solo habría salido veneno. ¿Sobrevivimos al Culling y nos dan un maldito McDonald's como recompensa? Es demasiado estúpido para ser real. Sydney me salva y salta emocionada. —¡Mi favorito! —exclama, casi haciéndome estallar el tímpano. Me estremezco ante el tono, aplanando los labios y esforzándome por tragar las venenosas palabras. Estoy temblando. —Suena bien, Francesca. Sus patatas fritas son siempre las mejores —dice Gloria, con la voz tensa. Una mirada y veo que ella y Jillian están tensas, luchando por mantener una expresión agradable. —Maravilloso, vamos a entrar y a asearlas, chicas. Esta noche habrá celebraciones y se espera que se mezclen con los invitados. Den una buena impresión y sean respetuosas, ya que podrían ser compradores potenciales. Gira sobre un pie y se marcha con la expectativa tácita de que la sigamos. Sydney salta tras ella, no sin antes lanzar una mirada demente por encima de su hombro, lo que convierte mi sangre en hielo. Lo que sea que signifique esa mirada, no es bueno. Nada con Sydney es bueno. —Métela más fuerte —me dice Francesca desde detrás de mí. —Eso intento —resoplo, justo cuando ella tira de los cordones por trigésima vez. Me comí el McDonald's. Por supuesto, no se asentó bien porque ¿cuándo ha hecho McDonald's que alguien se sienta mejor después de comerlo? Y ahora, Francesca está empeñada en hacer que vuelva a subir. —Creo que está lo suficientemente apretado —gimoteo. Estoy segura de que oigo el crujido de una costilla como respuesta. Me parece cruel que me obliguen a llevar un corsé con este vestido, pero los hombres que operan en las redes de tráfico de personas son tan estereotipados como los que culpan de las agresiones sexuales a la ropa de las chicas. Se veneran las cinturas diminutas, pero probablemente no tanto como no tener un reflejo nauseoso cuando te meten una polla por la garganta. Francesca me hace el nudo y me ayuda a ponerme el vestido por encima de la cabeza, el mismo que todas tenemos que llevar. Un vestido negro y sedoso que acentúa mis curvas, mis ahora exageradas curvas. La tela termina justo debajo de mis nalgas. Podría pasar una mariposa revoloteando y mi vestido se levantaría como si fuera alérgico a la criatura alada. Si se me escapa un pedo, se acabó. Francesca pasa sus manos por mis mechones canela, observándome a través del espejo. Estamos en el salón de belleza, las otras chicas se maquillan, ya han pasado por la misma tortura. —Tienes que hacer algo con este cabello. Es bonito, pero oculta ese cuello tan elegante que tienes. Tampoco tapes tus pecas cuando te maquilles. Acentúan tus inusuales ojos. Me obligo a sonreír, asustada de que, si hago algo más, mi barriga atraviese el corsé. —Puedo pensar en algo con mi cabello, recogerlo con horquillas tal vez —digo complacida. —Puedo hacerlo —me dice Sydney desde atrás. Mi sonrisa cae, junto con mi corazón. No quiero que la zorra se acerque ni un kilómetro a mis alrededores porque sé muy bien que va a hacer algo. Justo cuando abro la boca para protestar, Francesca se vuelve hacia ella y le dice secamente: —Bien, pero si le haces algo en el cabello, me encargaré personalmente de que pierdas la mano. La sonrisa de Sydney no hace más que crecer: —Por supuesto, nunca lo haría. Francesca se burla como si no le creyera, pero se aleja de todos modos. Si no le cree... entonces ¿por qué se va? Fijando la mandíbula, entrecierro los ojos y observo cuidadosamente cómo Sydney se acerca a mí por detrás. Se encuentra con mi mirada a través del espejo, sus fríos ojos se agitan con una emoción indescifrable. Una sonrisa reservada eleva sus labios rojos mientras empieza a revolver mi cabello. Levanto mis hombros hasta mis orejas y la tensión entre nosotras aumenta. —¿Cuánto tiempo llevas en esta casa? —pregunto tras unos instantes de silencio. Sus hábiles dedos empiezan a separar mechones en un lado de mi cabeza y luego comienza a hacer una trenza francesa en una pequeña sección. —Cuatro años —responde ella. Levanto una ceja. —¿Has evitado las subastas tanto tiempo? Sonríe. —He trabajado duro para ser demasiado inestable para ser vendida pero demasiado valiosa para ser asesinada. Soy buena en lo que hago —Termina con un guiño. Trago saliva, sin saber muy bien cómo responder a eso. Me mira disimuladamente: —Pero Rio me ha tratado muy bien últimamente. Ahora viene a mi habitación todas las noches. Dice que mi coño es el más apretado que ha tenido. Arqueo una ceja. Rio se ha negado a tocarnos durante las clases, y nunca le he visto mostrar ningún interés por lo demás. No me sorprende que se folle a una de las chicas si es consensuado, pero sí que ella piense que me importa una mierda. —Si eso te hace feliz, entonces bien por ti —digo finalmente con voz monótona. Hace una pausa. —¿No te importa? —¿Por qué habría de importarme? —Le gustas. Pongo los ojos en blanco, molesta por sus tonterías de colegiala. Actúa como si fuéramos dos chicas preparándose para el baile, chismeando sobre los chicos. Hace la clásica actuación de chica mala. Finge ser simpática, pero todas sus dulces palabras van acompañadas de salados insultos. Qué pena por ella, no me interesa jugar a este juego. —Tienes un hombre en casa, ¿verdad? ¿Se llama Z? —me pregunta, observando mi reacción. Me tira del cabello con especial fuerza y yo siseo en respuesta. —Suave —le digo. Ella solo sonríe, esperando una respuesta a su pregunta. —¿Por qué te importa? —pregunto, y mi enfado aumenta cuando me pasa las manos por el resto del cabello con brusquedad, deshaciendo los nudos. —Un sexy puertorriqueño está interesado en ti y no te importa —Se encoge de hombros—. Y supongo que tengo curiosidad por el hombre que te hace tan valiosa. ¿Te está buscando? A Rio no le gusto, no obstante, ignoro ese detalle. —¿No tenemos todos alguien que nos busca? Se encoge de hombros. —No —dice simplemente, y casi siento una pizca de simpatía—. ¿De verdad crees que va a ser capaz de salvarte? Aprieto los labios, debatiendo sobre si responder o no. Si digo algo incriminatorio, lo utilizará inmediatamente en mi contra. Retorcerá mis palabras y le dirá a Francesca que estoy tratando de escapar o algo así. —Creo que todos nuestros seres queridos al menos lo intentarían. Eso es lo que hace la gente cuando te quiere. Espero que te duela. Me recoge el cabello y empieza a hacerme una coleta en el centro de la cabeza. —¿Crees que él también me salvaría? —pregunta en voz baja. Mantiene los ojos bajos, dejándome sin su expresión. Coño manipulador. —Creo que salvaría a todas —digo. Y luego la mataría él mismo. Finalmente, me mira, con un brillo en los ojos que hace que mis músculos se tensen. —Si lo hace, estaré encantada de chuparle la polla por ello. Que me folle por el culo también, si realmente quiere. Entrecierro los ojos y aprieto los dientes con tanta fuerza que estoy a punto de romperme las muelas. —Él nunca te tocaría —digo—. Ni dejaría que lo tocaras. Una sonrisa alegre se extiende por su rostro, y me abofeteo internamente por haberle dado la reacción que quería. —Creo que lo haría una vez que vea lo mucho mejor que soy que tú. Llevo demasiado tiempo aquí como para no saber cómo hacer que un hombre se corra en cinco segundos. Me peina con un peinado desordenado que probablemente consideraría hermoso si supiera que ser cualquier cosa menos fea va a atraer la atención equivocada esta noche. En el momento en que suelta las manos, me levanto con calma y me giro para mirarla. Y entonces tomo una página del manual de Zade de ser un psicópata, la agarro por el cuello, la azoto y la golpeo contra el tocador. Los frascos de perfume y las brochas de maquillaje caen al suelo y oigo un grito ahogado de una de las chicas que están detrás de mí. La sorpresa ensancha sus ojos oscuros cuando me pongo frente a frente con ella. —Sigue presionando mis botones, Sydney. Si me percibiste como débil, entonces vas a recibir un puto golpe de realidad. He aguantado tu mierda todo este tiempo porque comprendo que mamá y papá no te quieran, ni tampoco Francesca. Pero no me dejaré intimidar por ti y seguiré callando. Se enfada conmigo y su verdadero rostro aparece detrás de esa frágil máscara de porcelana. La habitación está bien iluminada, pero a medida que su ira se amplifica, parece como si sacara las sombras de las esquinas de las paredes y las cubriera con su rostro. Su barbilla está hundida mientras me mira, pero no me da ni un poco miedo. Ya me he enfrentado a cosas mucho peores que ella. Todo lo que hace es reavivar esa emoción que me falta desde hace tanto tiempo. Mi adrenalina se dispara, y esto... esto podría excitarme. —Eres una peste, Sydney. —Y tú vas a morir —murmura. Me río en su cara. —Entonces te llevaré abajo conmigo, perra. La empujo más adentro del tocador, empujándola y haciendo que se caigan algunas cosas más. Cuando le doy la espalda, haciéndole saber deliberadamente que no le tengo miedo, me encuentro a Gloria mirándome con los ojos muy abiertos bajo sus grandes gafas mientras Jillian se viste en un rincón, ocupándose de sus propios asuntos. He dado dos pasos antes de que los ruidosos pasos de Francesca suban los escalones y entre en nuestra habitación con una sonrisa en la cara. Sydney aprovecha la oportunidad, creando un falso ataque de tos en el momento en que oye llegar a Francesca. Y cuando ve a Sydney despatarrada contra el tocador, tosiendo mientras se agarra el cuello de forma dramática, ya sé lo que va a hacer. —¿Qué ha pasado? —Francesca ladra. Sydney me señala. —¡Me estranguló! Me empujó contra el tocador y me estranguló. Los ojos de Francesca se dirigen a mí, y me encuentro con su mirada de frente, asegurándome de mantener mi rostro neutral. No voy a entrar en una pelea en la que ella empezó y presentarme emocionalmente inestable como ella. Sus ojos marrones me evalúan de cerca, pero la adrenalina se ha apoderado de mi torrente sanguíneo, y todo lo que puedo sentir es... euforia. El calor ha calentado cada centímetro de mi cuerpo, hundiéndose en mi estómago. Si Zade estuviera aquí... Me obligo a quitarme esos pensamientos de la cabeza antes de que me arrastren. Si dejara que eso ocurriera, estaría follando el aire, y no solo sería jodidamente embarazoso, sino que además estoy en el peor lugar del mundo para ponerme cachonda. Tras una pausa embarazosa, Francesca se encuentra con la mirada de Sydney. —Probablemente te lo mereces. Ahogo la sonrisa antes de que pueda surgir, pero joder, es difícil cuando ella jadea con fuerza en respuesta. —Ve a tu habitación hasta que te llame —ordena con dureza. Sydney se apresura a pasar por delante de mí, pero noto su intención a una milla de distancia. Me aparto de su camino antes de que pueda chocar conmigo, lo que solo sirve para enfurecerla más. Su cabeza se gira y la mirada que me da es de puro odio antes de desaparecer. Me aclaro la garganta y bajo la cabeza. Espero que Francesca lo vea como una sumisión y no como un último esfuerzo para contener lo contenta que estoy. Siento sus ojos clavados en mí, y se me forma una gota de sudor en la línea del cabello. Conocedoras de la situación, Gloria y Jillian se alinean a mi lado para distraerla. —Esta noche, se trata de divertirse, pero asegúrense de presentarse como damas. No actúen como putas, pero sean dóciles y obedientes. Todas tienen permitido un trago esta noche. No toleraré que ninguna de ustedes haga el ridículo borracha —Hace una pausa—. Háganme sentir orgullosa esta noche, chicas. La Hermandad del Basilisco vive en un banco de un suburbio de Portland. Obviamente, fue abandonado, aunque el letrero en el exterior del edificio sigue en pie, con el antiguo nombre en letras azules y en negrita. Toda la pared frontal ha sido sustituida por pizarra negra, suponemos que porque antes era de cristal cuando era un negocio. Lo más interesante es que lo convirtieron en un mini rascacielos. Sé muy bien que este banco no tenía este aspecto cuando estaba activo, y seguro que no tenía al menos cinco pisos encima. Abro la puerta y aspiro el cigarrillo por última vez antes de dejarlo en el suelo junto a mi bota. Deja de tirar basura. Sí, cariño. Agarro la colilla y la tiro en una pequeña bolsa de basura que cuelga en mi auto, el saco reciclable lleno ya de filtros naranjas. Salgo de mi Mustang, cierro la puerta de golpe y me acerco lentamente al edificio. El estacionamiento está vacío, así que supongo que sus autos están escondidos en algún garaje. Varias cámaras me observan mientras me acerco a la puerta principal. Al levantar la vista, miro directamente a la lente que cuelga sobre la entrada y, segundos después, la puerta hace clic. Dos de los cuatro hermanos me esperan al otro lado. Ryker y Kace, el primero con los brazos cruzados y el ceño fruncido, y el segundo con las manos metidas en los bolsillos delanteros y una expresión estoica. Los dos me miran de cerca, así que levanto las manos. —Te juro que no estoy aquí para robarte. Honor de explorador —digo con una sonrisa. —Ya estarías muerto si así fuera. Dejo caer las manos, la sonrisa en mi cara crece. Decido que voy a pulsar sus botones de uno en uno en lugar de todos a la vez, y me quedo callado. Estamos en lo que solía ser la sala principal; el puesto de cajero ahora está cerrado por completo. Ahora, son cuatro paredes, con una iluminación tenue, suelo de madera gris brillante y paredes de color azul marino intenso. Un único sofá de cuero negro está apoyado contra la pared a mi izquierda, e imagino que aquí es donde se examina a todos los invitados no deseados o no confiables antes de permitirles entrar en su casa. —Tienes dos minutos para explicar qué demonios quieres —dice Ryker. —Bueno, joder, sin presión, ¿no? —Amplío mi postura y cruzo los brazos, aparentando tranquilidad—. Resumiendo, mi chica fue secuestrada por La Sociedad. Vendida para el tráfico de personas. —¿Eres Z y no puedes encontrarla? —Kace desafía. Mantengo la cara inexpresiva cuando me encuentro con su mirada. Sus ojos azules son fríos como el hielo y no se inmutan, sin preocuparse por cuestionar mis habilidades. —Soy capaz de muchas cosas, Kace —digo en voz baja, liberando un poco de la oscuridad que ha estado supurando dentro de mi cuerpo—. Incluyendo encontrar exactamente dónde se encuentra tu hermana gemela. En Claremont Drive, ¿verdad? Sus gemelas, Kacey y Karla, ya están creciendo mucho. Once años, ¿tengo razón? Gruñe y da un paso hacia mí, con el primer signo de emoción brillando en sus ojos. La mano de Ryker se levanta y se posa en su pecho, impidiéndole avanzar. Sigo adelante antes de que cualquier amenaza pueda salir de sus bocas. No me interesa la familia de Kace. —Su nombre es Adeline Reilly. La llevaron a casa del Dr. Garrison para que la tratara por las heridas de un accidente de auto que ellos mismos provocaron. El doctor tenía la manía de llevarse a sus pacientes a su habitación y hacer de las suyas, excepto con Addie, que intentó secuestrarla. Fue asesinado por uno de sus secuestradores, Rio Sánchez, y cuando se fueron, apagaron toda la red. Lo último que soy es incapaz, pero también soy consciente de que cuanta más gente tenga buscándola, más rápido la encontraré. » Soy un hombre paciente, pero no cuando se trata de recuperar a mi chica. Se quedan callados durante unos instantes, sus cerebros trabajando. —¿Para qué nos necesitas? —Ryker pregunta finalmente. —Comercias con órganos humanos —respondo—. ¿No es así? Ryker inclina la cabeza hacia un lado, contemplando mi pregunta. —Si sabes eso, ¿por qué querrías que la gente que está en el mercado por personas como tu novia te ayude? Me encojo de hombros despreocupadamente. —No van a hacerle daño, y estoy dispuesto a mirar hacia otro lado mientras tanto. Si descubro que están matando a la gente para sacar provecho de sus órganos, entonces se acabaron las apuestas. Aunque, tengo la fuerte sensación de que los rumores eran ciertos, y no es el caso. Kace sacude la cabeza como si no pudiera creer lo que está escuchando. —Tienes amplios conocimientos sobre el funcionamiento interno del tráfico de personas. Estoy seguro de que sabes exactamente cómo localizar el producto si se está subastando o comerciando con él —continúo. —¿Qué hay para nosotros? Ensancho los brazos y vuelvo a tener la sonrisa comemierda en la cara. Estoy vacío por dentro; solo ruido blanco ocupa mi lugar, pero me he acostumbrado a organizar mi cara en expresiones con la misma facilidad con la que puedo limpiar mi cara de ellas. —Soy un hombre de muchos talentos. Escribiré un pagaré en un trozo de papel, y puedes guardarlo en tu bolsillo para cuando lo necesites. Un ingreso único. No se puede reutilizar. Como un cupón. Kace entrecierra los ojos y me mira como si fuera un hermanito que le suplica jugar con él y sus amigos. —¿Qué te hace pensar que nos servirías de algo? —pregunta secamente. Mi ego... me duele. —Han pasado cosas más locas —replico, bajando los brazos. Otra pausa cargada, y me aseguro de encontrar la mirada de ambos, sin que me molesten lo más mínimo sus tácticas de intimidación. Ryker mueve la cabeza hacia la puerta, refunfuñando: —Sígueme. Kace mira fijamente a su hermano, comunicando algo con sus ojos que no me importa interpretar. La conversación silenciosa entre ellos dura tres segundos antes de que Kace ceda y siga a Ryker sin discutir. Pero no antes de lanzar una mirada sospechosa por encima del hombro. ¿Quién te hizo daño, hermano? Tampoco me interesa averiguarlo. Hay un escáner de huellas dactilares integrado en la manilla de la puerta, y la máquina emite un chirrido cuando se reconoce la huella de Ryker. Los sigo a través de la puerta y mis cejas se levantan en mi frente. He entrado en el sueño húmedo de un soltero. La sala es gigantesca y completamente abierta, con un techo que se eleva al menos 30 metros. Toda la zona está bañada en marrones y negros y formada por solo cuatro paredes. Una escalera en el extremo derecho conduce a un balcón que rodea completamente el edificio y que alberga decenas de puertas y un ascensor negro en la parte posterior izquierda. Los cuatro pisos superiores también tienen sus propios balcones flotantes, y me pregunto para qué mierda necesitan todo este espacio. Tacha eso: no me importa. Oh, pero eso podría importarme. Una enorme cámara acorazada está delante, con la puerta pintada de negro. Me pica la curiosidad, preguntándome qué hay más allá. Silbo, impresionado y tal vez incluso un poco celoso de su apariencia. —Los órganos humanos se pagan bien, ¿no? —musito. —Cállate —dice Kace, dirigiéndose a uno de los sofás de cuero negro donde un Daire sin camisa descansa despreocupadamente, con las piernas abiertas. Doy un respingo cuando veo una cadena enrollada en su mano, que lleva directamente a un collar atado a la garganta de una chica, que está arrodillada a sus pies. Solo una banda negra cubre sus tetas, el resto de su cuerpo está totalmente expuesto. Tiene la cabeza inclinada y las manos apoyadas en sus pálidos muslos. Una cortina de cabello negro oculta su rostro, y no puedo decir si es intencional o no. Creo que Addie me arrancaría las bolas antes de arrodillarse a mis pies. Por suerte para ella, yo me arrodillaría con gusto a los suyos. Y de paso le besaría los dedos de los pies. Eventualmente, mi boca se metería entre sus piernas, pero no creo que le importe esa parte. Daire me sonríe, los piercings que tiene sobre la frente brillan por el crepitar de las llamas de la chimenea que tiene al lado. No parece molestarse lo más mínimo por mi presencia, aunque eso no borra la chispa de desafío en sus ojos. Slade se sienta en el lado opuesto, su cabeza rubia oscura se gira para mirarme por encima del sofá. Qué hostilidad. —He aceptado ayudarlo —anuncia Ryker, tomando asiento junto a Daire. Ni siquiera mira a la chica, y supongo que ya está acostumbrado a los hábitos sexuales de Daire. —¿Sí? ¿Qué está haciendo por nosotros? —pregunta Slade, su pregunta dirigida a su hermano, pero sus ojos oscuros permanecen pegados a mí. —Oh —digo, levantando un dedo para que esperen un momento. Me retuerzo hasta encontrar un papel y un bolígrafo en una mesa auxiliar, escribo en él las letras I, O, U5 y se lo doy. Mira el papel con desconcierto y vuelve a dirigir su mirada hacia mí. —En primer lugar, no escribas en la mierda de la gente. En segundo lugar, estás bromeando, ¿verdad? No te necesitamos. Sonrío. ¿Le pone nervioso que yo también encuentre crema para las hemorroides en sus recibos? Debería saber que no necesito un trozo de papel para saber en qué se gasta el dinero Slade. —Puedes actuar como si mis habilidades no beneficiaran el negocio que ustedes cuatro están llevando a cabo, pero eso no te llevará muy lejos. Arruga el papel y lo arroja al fuego, y yo no puedo evitar reírme en respuesta. Sus actitudes no me molestan: es lo que se espera cuando un extraño irrumpe en sus vidas planteando exigencias. Pero me van a ayudar, quieran o no. —Tendrás que informarme de la fuente de esos rumores —interrumpe Ryker—. Lo último que queremos es que se corra la voz. —Te indicaré los foros en los que están publicados. Puedes manejarlo desde allí, ¿sí? Ryker asiente. —Son peligrosos. —Porque son verdaderos —termino, comprendiendo ya las ramificaciones que eso puede tener. Tienen un proceso, y se basa en su reputación. 5 IOU: pagaré. —¿Confías en él? —pregunta Slade, levantando una ceja. Ryker se encoge de hombros, despreocupado. —Hay uno de él, y cuatro de nosotros. El labio superior se me estira sobre los dientes, igual de despreocupado. Me acomodo en el sofá junto a Slade, ganándome una mirada que ignoro obedientemente. No es difícil cuando es como un chihuahua que te gruñe. —Entonces, si no son malos, ¿cómo demonios trafican con órganos... educadamente? —Nos encargamos del proceso de extracción de los órganos antes de venderlos. Si ya han fallecido, compramos el cuerpo por un precio elevado, extraemos los órganos valiosos y desechamos el resto. Luego vendemos los órganos en el mercado. Si están vivos, los enviamos a casa. Hace una pausa, esperando una reacción que no va a recibir. Me quedo callado y, tras otro momento, continúa. —Daire es quien mejor entiende el sistema del tráfico. Localiza el producto y hace un seguimiento de lo que entra y sale del mercado —me informa Ryker. Curiosamente, eso me sorprende. Daire me guiña un ojo, con la comisura de los labios todavía curvada. —Slade es nuestro negociador y contable. Establece los tratos, negocia los precios y maneja el dinero. Kace extrae y conserva los órganos. Y yo dirijo los tratos una vez que se han acordado los términos. Nuestra prioridad es interceptar a los humanos que son sacrificados por sus órganos y llevarlos de vuelta a casa. —¿Pero vendes los órganos de la gente? —aclaro. —Absolutamente, pero a quien vendemos proporciona un servicio a las familias que lo necesitan desesperadamente. Personas que han estado en listas de espera para trasplantes o que no pueden permitírselo con nuestro actual sistema sanitario. No importa si es clandestino, siguen siendo para gente buena que lo merece. El mercado negro está lleno de maldad, pero no todos lo somos. Solo es necesario que lo aparentemos. —Si solo extraes órganos de los muertos, ¿dices que solo vendes huesos y piel? No parece un negocio rentable. Ryker y Slade se miran, intercambiando una breve conversación entre ellos. Arqueo una ceja, esperando su decisión. Slade se vuelve hacia mí. —Kace solía ser funerario. No es médico, por eso acudimos al doctor Garrison para las heridas graves, pero aparte de sus conocimientos de mortuorio, sabe muy bien cómo dormir a alguien sin dolor. —Para siempre —digo, completando lo que no ha dicho. —Sí. Miro entre Ryker y Slade, entrecerrando los ojos mientras me doy cuenta de lo que están tratando de decir exactamente. Daire está acariciando el cabello de la chica, ajena a nuestra conversación. —Ayudan a los suicidios. La mirada de Slade se vuelve grave. —Consensuadamente. Son personas que tienen una baja calidad de vida. Ya sean enfermos terminales, viejos y cansados, o que sufren otras enfermedades mentales. Sea cual sea el motivo, es su elección y aceptan donar sus órganos. Kace los duerme profundamente, les extrae los órganos y luego fallecen. Completamente indoloro. Asiento lentamente con la cabeza, dándole vueltas a esa información. La gente a menudo solo se preocupa por la vida cuando está dentro del estómago de una mujer, pero deja de preocuparse una vez que esa vida ha nacido. Me pregunto si la gente elige este camino porque no puede obtener la ayuda que necesita. Frunzo los labios y digo: —Oregón es un estado que aprobó la Ley de Muerte Digna. —Las personas que acuden a nosotros no son de los estados que han aprobado esa ley. Para poder optar a la muerte asistida por un médico, hay que demostrar la residencia —explica Slade. —Y el dinero que se obtiene por sus órganos, ¿a dónde va a parar? —Depende de sus deseos. A veces piden que se destine a la familia, y lo respetamos. Pero en la mayoría de los casos, ya sea porque no están en buenas relaciones con su familia o porque no tienen ninguna, no les importa lo que hagamos con él, siempre que sirva para ayudar a alguien. Ryker interviene: —Es un ingreso estable, y pasan con dignidad cuando de otro modo no podrían hacerlo. También nos permite mantener el secreto. Por mucho que queramos ser como el gran Z malo e ir por ahí matando a todos los malvados, son ellos los que entregan a las víctimas directamente en nuestras manos para que podamos salvarlas. Ladeo la cabeza. —La niña que fue disparada. ¿Cómo sucedió eso? Sombras caen sobre los ojos de Ryker, oscureciéndolos a un verde musgo. —Así es como uno de los comerciantes nos la trajo. No dijo cómo sucedió, solo que ahora era inútil y que podíamos vender sus órganos ya que iba a morir, de todos modos. En este rincón del mundo, hasta los muertos son valiosos. —Si los matas, es una persona menos capaz de robarle la vida a gente inocente. Un niño menos al que disparan y venden por sus órganos. Ryker se inclina hacia delante, apoyando los codos en las rodillas separadas. —Lo hacemos, cuando podemos, y por eso nuestra reputación de imbéciles despiadados y asesinos es importante. Pero si todos los comerciantes del mercado negro fueran asesinados, levantaría sospechas. En el momento en que eso ocurra, estaremos fuera. No tenemos una organización mundial como ustedes, solo somos cuatro hombres. Esto significa que, si la gente nos descubre, son miles de vidas que no salvamos. Sabes tan bien como yo que son parásitos y se reproducen como conejos. Matar a unos pocos ni siquiera hace mella en el pozo negro de los malditos enfermos. Salvamos más vidas de esta manera, pero eso no significa que no tengamos nuestra parte de sangre en nuestras manos. Asiento con la cabeza, frunciendo los labios. —Me parece justo —concedo—. Menos mal que ahora tienes una organización de masas a tu disposición. Tal vez puedas guardar el próximo papel de pagaré, ¿sí? Incluso puedes venderlo en eBay después; esos son valiosos. Slade aprieta los labios y mira hacia otro lado. —Vete a la mierda, sabelotodo. Si no fuera por el collar que me rodea el cuello, me plantearía robar una de las navajas de los invitados y salir por la puerta trasera, para poder desaparecer en la quietud de la noche. Me arrancaría el dispositivo de rastreo de mi cuello, y me largaría, sin importarme si no llevo nada que me proteja del clima. Prefiero morir sola en medio del bosque que a manos de un traficante sexual. Y Francesca lo sabe. Ella es consciente que todas nosotras nos arriesgaríamos a eso. De ahí que unos sencillos collares de metal negro con un colgante de rubí en el centro estén vistiendo nuestras gargantas. Algo que dejó muy claro que alberga otro dispositivo de rastreo, uno que no se puede quitar sin una llave. La casa está sumida en la distracción y el glamour. Tantos hombres, vestidos de gala, con cientos de miles de dólares goteando de sus muñecas llenas de diamantes. Tantas oportunidades para escabullirse sin que nadie se dé cuenta mientras algunas miradas estén viendo hacia otro lado. Nunca he entendido por qué los más enfermos de la humanidad se esfuerzan por parecer los más guapos. Puedes echarle brillo a una serpiente, pero la perra seguirá mordiendo. —Estás preciosa —me susurra al oído una voz grave desde mi espalda. Me sobresalto y me encuentro con Xavier, que tiene una sonrisa de satisfacción en el rostro. Francesca nos ordenó mezclarnos entre los hombres, así que he estado instalada en la sala de estar. Incluso con toda la limpieza que hicimos, la casa sigue apestando a desesperación. Demasiado horror se ha incrustado en las grietas, y ninguna cantidad de limpia pisos liberará este lugar de él. Me obligo a sonreír, me alejo de él unos centímetros y bajo la mirada. El calor me recorre todo el cuerpo, pero no del tipo que se siente bien. Es como cuando tienes un malestar estomacal y estás atrapada en un auto: un sudor frío que da asco. —Gracias —digo, relajando la voz. Su mirada es intensa mientras lentamente recorre mis curvas, tomándose su tiempo. Naturalmente, me dan ganas de darle una patada en las bolas y salir corriendo. Sin embargo, solo puedo quedarme ahí y aceptarlo. Recta y firme, negándome a doblegarme como él quiere. Es el único desafío que puedo mostrar, aparte de agarrar la copa de champán que tiene en la mano y rompérsela en la cara. Relájate, Ratoncita. Él no me ha atrapado esta noche, así que no puede castigarme. Sin embargo, tengo la terrible sensación que Francesca permitiría de muy buena manera que este hombre me toque, a pesar de todo. Lo que significa que tengo que portarme bien. —Hoy has estado increíble, a pesar de la pequeña distracción que ha causado esa chica infame —dice agradablemente. Me doy cuenta que intenta insertar calidez a su presencia, pero se siente como meter la mano en una chimenea que no se ha usado en siglos. —Aunque debo admitir que el Culling siempre me contraproducente —continúa—. Aunque sea algo divertido. ha parecido Aclaro mi garganta suavemente, y preguntó: —¿Puedo preguntar por qué? Sonríe como si viera a través de la delgada fachada. —Te enseña a huir de nosotros. Ha sido una tradición durante siglos, pero si me lo preguntas, prefiero que mis mujeres sean incapaces de escapar. Asiento lentamente con la cabeza —Eso tiene sentido —admito. Porque en realidad, lo tiene. El Culling está diseñado para probar nuestra resistencia. Así que lo entiendo. Si estamos demasiado débiles y rotas, seremos como muñecas sin vida, lo que hará que tengan que reemplazarnos constantemente. Está diseñado para rompernos mental y espiritualmente. Inducir el terror y sembrar esa semilla con la ilusión de escapar, solo para ser arrastradas de vuelta de nuevo. Sin embargo, Xavier también tiene razón. Nos enseña a huir. Se acerca un paso más a mí, su perfume con fragancia amaderada me quema las fosas nasales cuando invade mi espacio. Quiero decirle que se vaya a la mierda y no invada mi espacio límite de aproximación, pero no me imagino que eso vaya a salir bien. Por mucho que lo intente, no puedo evitar que mis extremidades se pongan rígidas y que mis hombros se eleven un centímetro. Mis dedos se mueven con la necesidad de cerrarse en un puño, pero me abstengo. —Dime, Adeline, ¿huirías de mí si te hiciera mía? Dios, sí. Correría hasta que mis pies se desgarraran y no quedará nada de ellos más que sus huesos. Incluso si eso pasará, seguiría corriendo. —Claro que no —respondo, manteniendo la voz baja. Se ríe, una mezcla de diversión y condescendencia. Su aliento caliente me recorre un costado del rostro cuando se inclina hacia mí y su barba áspera me roza la oreja. —No serías capaz, aunque quisieras —susurra—. No serías capaz de ponerte en pie. Te temblarían demasiado las piernas de lo fuerte que te follaría. Una mano recorre mi trasero acompañando sus palabras. Cierro los ojos, buscando la fuerza para no temblar bajo su contacto. Para no huir de él y rezarle a la Diabla para que nunca me encuentre. —¿Te parece bien, Diamante? ¿Crees que te acordarás de Z después que termine contigo? Mis ojos se abren de golpe y el rojo nubla mi visión. Esta vez sí tiemblo, pero solo de rabia. ¿Dios? Te necesito ahora mismo. Necesito que me concedas cualquier mierda de vudú que tengas bajo la manga, para que jodidamente no matar a este hombre. Se echa hacia atrás y su fría mirada busca una reacción en mi rostro. Desvío la mirada, incapaz de alejar el fuego de mis ojos, y mantengo firmemente la boca cerrada. ¿Qué mierda espera que diga a eso? Sí, amo pedófilo, me olvidaré de Zade y solo pensaré en ti y en tu pequeña e insignificante polla. Vete a la mierda, imbécil. Gruñe de nuevo divertido y me muerdo el interior de la mejilla hasta que el sabor a cobre invade mi boca. Y entonces muerdo más fuerte. —Respóndeme —dice. —No —susurro, bajando la mirada para ocultar la mentira—. Creo que sería muy difícil pensar en algo más que en ti —Y en las ganas que tengo de matarte. —¿Ah sí? —pregunta, con la voz entrecortada por la emoción. —Sí —digo, justo cuando su mano me agarra bruscamente el culo, empujándome más hacia su amplio pecho. Mis músculos se tensan aún más, siento su longitud clavarse en mi estómago. La repugnancia me revuelve las entrañas y juro que será una forma de justicia si dejo que el vómito le caiga en la cara. Mueve más sus caderas contra mí, y justo cuando estoy llegando a mi punto de ruptura, alguien aclara su garganta en voz alta detrás de mí. Xavier me suelta, y me alejo unos pasos, acomodando inmediatamente mi vestido desaliñado gracias a su manoseo. Cuando me arriesgo a levantar la mirada, encuentro a Rio de pie, a mí lado, con las manos atrás de su espalda y una expresión neutra en el rostro. —Disculpe mi intromisión —dice, inclinando la cabeza un momento—. Tengo que cambiar los vendajes de su espalda antes del evento. También es hora que usted se dirija a la sala roja —informa, con un tono de advertencia, pero amable. Xavier se endereza la chaqueta y me lanza una mirada que me niego a recibir. Me arde el rostro cuando inclina el mentón en señal de asentimiento, antes de marcharse. Vuelvo a mirar a Rio y él asiente con la cabeza hacia la entrada de la cocina, que conduce a un cuarto de baño. Sigo temblando, pero voy detrás suyo, esperando no ser demasiado inestable y caerme con estos tacones. Probablemente Francesca me reabriría los puntos ella misma por un estúpido error como ese. Incluso después de entrar en el baño, nos mantenemos en silencio, él cierra la puerta tras nosotros. Mis hombros se relajan un poco ahora que estamos solos. Me pregunto cuándo empezó Rio a sentirse seguro. Pero admito que estoy agradecida. No es mi aliado ni mucho menos, pero es el menor de mis enemigos en esta maldita casa. —¿Qué mierda es la habitación roja? —pregunto. Río me mira. —Una habitación en la parte trasera de la casa llena de lonas y dispositivos de tortura. Estoy seguro que puedes concluir por qué la han apodado cómo la habitación roja —responde secamente. Trago saliva. —¿Van a... llevar a Phoebe y Bethany de vuelta allí? —pregunto. —Sí. Solo se utiliza para los que no superan el Culling. Mi pecho se contrae y mi estómago se retuerce. Ahora mismo les están haciendo cosas inimaginables y eso me pone asquerosamente enferma. —Date la vuelta —me exige. Entrecierro los ojos, sin apreciar la forma en que me da órdenes y al ver mi rostro, suspira y dice: —Por favor6. Aprieto los labios y me doy la vuelta. —De todas formas, ¿por qué me has salvado? —preguntó en voz baja, asomándome por encima de mi hombro para ver cómo saca el botiquín de debajo del lavamanos y lo coloca en la amarillenta encimera. Estoy segura que eran blancas en su época de esplendor. —¿Qué te hace pensar que te salvé? —replica, mirándome mientras saca vendas y pomada antibiótica—. Vas a tener que levantarte el vestido. Suspiro y hago lo que me pide. Conozco el procedimiento con él, y no es la primera vez que tengo que exponer mi cuerpo para que me cambie las vendas. Me subo el vestido y me entristece lo insensible que me he vuelto a desnudarme ante los hombres. Llevo un tanga, pero es como si no llevara nada con lo pequeña que es. Lentamente, él desata el corsé, y con cada lazo que se deshace, puedo respirar un poco más tranquila. Cuando se desprende de mi torso, inhalo profundamente, el gozo es casi doloroso. Tengo el vientre enrojecido y marcado por lo apretado que Francesca lo ató. —Si sabes que tienes que volver a atarlo —le digo. Gruñe. —Entonces será mejor que seas amable. Puedo apretarlo mucho más fuerte que ella. Un escalofrío recorre mi columna cuando sus dedos me rozan, hurgando en la cinta adhesiva hasta que atrapa el borde y despega las viejas vendas de mi piel. 6 Original en español. —Entonces, ¿vas a actuar como si la necesidad de cambiar mis vendajes es un acto cero intencional? —Algo de valor vuelve a mi ser—. Los cambiaste antes de la fiesta —Que fue hace solo dos horas. —¿Entonces lo harás tú la próxima vez? —responde, con un tono tenso y un poco impaciente. —No —susurro. —Entonces acéptalo como lo que es y cierra la boca. Cierro la boca de golpe. Esta vez, no tengo ningún problema en escuchar sus demandas. A pesar que quiera admitirlo, vio que Xavier se ponía manoseador y se interpuso. Algo que no es propio de un traficante de personas. Prefiero agradecer la intromisión que interrogarlo y que no vuelva a hacerlo. Dios sabe que esa no será la última vez que un hombre se pase de listo. Y al saber eso me pone la piel de gallina. Para empezar, Rio es la razón por la que estoy en esta situación. O al menos una de ellas. Él jugó un papel muy importante, y eso es algo que nunca olvidaré. Pero tampoco puedo borrar las pequeñas muestras de bondad que me mostró cuando pronto se enfrentará al cañón del arma de Zade. No sé si podré perdonarle la vida, pero intentaré que su muerte sea rápida. Me aclaro la garganta y me humedezco los labios secos. —¿Vas a ayudar a Phoebe y Bethany también? Suspira. —No puedo ayudarlas. Gruño. —Entonces, ¿eso es todo? ¿Vas a quedarte sin hacer nada mientras dos chicas inocentes son violadas y torturadas? No responde, y parece que he conseguido tocarle un nervio. —Eso es lo que soy. Nena. Un hombre malo, muy malo y que no siente remordimientos. Mentiroso. Si no sintiera ningún remordimiento, no estaríamos ahora en este baño, limpiando una herida que no lo necesita. —¿Por qué lo haces? —pregunto en un susurro, siseando cuando el alcohol toca un punto sensible—. ¿Es por dinero? Se burla. —Me importa una mierda el dinero. No me lo llevaré cuando muera, así que ¿de qué me sirve? —Entonces, ¿por qué? —insisto. Él suspira, abriendo un nuevo paquete de gasas. —No eres la única que estás sometiendo a gente poderosa —comenta, su tono indica el fin de esta conversación. Pero no le hago caso. —Zade va a matarte, y lo sabes. Entonces, si ya conoces tu destino, ¿por qué continuar? Me pega una tira de cinta con un poco de dureza, ya que se está frustrando con mis preguntas. —Puñeta7. ¿Qué tal si usas esa linda cabecita que tienes y lo descubres? —espeta, con un acento más marcado por la ira—. Si alguien no se queda por su propia vida, ¿qué más podría hacer que se queden? Se me cae el rostro de la vergüenza al darme cuenta. —Están usando a alguien contra ti —digo—. ¿Familia? —Mi hermanita —refunfuña—. Mientras me porte bien, no la venderán. Se me forma un nudo en el estómago. —¿Por qué no te vas con ella y huyes? —Porque no puedo llevármela. Ellos la tienen y no puedo llegar a ella, ¿comprendes? ¿Has terminado de jugar a las veinte preguntas, o debo contarte cómo perdí mi virginidad también? Cierro la boca. Me ha dado más que suficiente. No es justo que siga presionando. 7 Original en español. Rio termina, colocando una gasa fresca sobre mis puntos. —Estos ya casi cicatrizan —dice, dando un paso atrás para tirar la basura y guardar el kit. Luego, se agacha y toma el corsé, lo vuelve a colocar alrededor de mi cintura y lo ata rápidamente, dejándolo bastante más suelto a como Francesca lo dejó. Una vez que termina, me suelto el vestido, arreglándolo mientras un incómodo silencio comprime el aire a nuestro alrededor. —Gracias —digo rápidamente, las palabras me queman la lengua cuándo salen. Me mira. —No me des las gracias todavía, princesa8. Abre la puerta y sale del baño sin decir nada más, dejándome sola. Me late el corazón, no me gusta lo estúpidamente siniestro que ha sonado eso. Entonces, su excusa a Xavier me golpea en la cabeza. Tengo que cambiar sus vendas antes del evento. ¿Qué maldito evento? ¿No tuvimos ya uno? ¿No es esta la fiesta posterior al evento? El pánico sustituye todo mi ser, mientras salgo del baño y vuelvo a la sala de estar, me doy cuenta que el Culling fue solo un evento preliminar. Unos cuantos hombres permanecen en las esquinas de la sala de estar, bebiendo y riendo, con un aspecto totalmente despreocupado por la vida. Y las chicas están reunidas en el centro, con los hombros alzados y la mirada baja. Con la excepción de Sydney, por supuesto. Lleva su rebeldía al descubierto. Se enfrenta directamente a las miradas de todos los espectadores e incluso llega a sonreírles. Me pongo al lado de Jillian y mantengo la voz lo más baja posible mientras pregunto, —¿Qué está pasando? 8 Original en español. Sus ojos parpadean hacia mí y noto lo apagada que está su piel. —La peor parte de toda la noche —me susurra. La ansiedad se mezcla con el miedo, entrando en mi sistema hasta que no soy más que una bola de nervios. ¿Es esto para lo que intentaba decirme que me preparara en el bosque? Justo cuando abro la boca para hacer más preguntas, un fuerte grito llega a mis oídos. Mis dientes chasquean y luego rechinan cuando el sonido aumenta gradualmente. Me late el corazón, y no soy capaz de mover mis manos. Son Phoebe y Bethany, y sea lo que sea que va a pasar, es malo. Muy jodidamente malo. Me pongo nerviosa e inquieta, confundida por lo que está pasando, pero aún desesperada por no saber. Sin embargo, sus gritos se dirigen directamente hacia nosotros, casi dolorosos para los oídos. Dos hombres las arrastran del cabello, completamente desnudas y ensangrentadas hasta hacerlas irreconocibles. Como Ben está muerto, el que lleva a Phoebe tiene el cabello grueso y negro, también barba, parece tan despiadado como sus compañeros. Y el que lleva a Bethany es un hombre delgado, mayor, con labios finos y gafas. Apenas consigo reprimir un grito ahogado, incapaz de sentir algo más que horror y pánico. Jillian y Gloria se mueven incómodas, ambas al borde de las lágrimas. Sydney las observa con frío distanciamiento, incluso cuando las arrojan a nuestros pies. Phoebe y Bethany yacen allí, casi sin vida. El vómito sube aún más por mi garganta, vislumbrando la mutilación que han sufrido. Tengo que apartar la mirada, físicamente incapaz de soportarlo. Les faltan extremidades y piel. Les han cortado y extirpado por completo trozos de su cuerpo. La sangre se acumula bajo ellos y el charco crece hasta que empieza a filtrarse bajo nuestros pies. —¡Son todas suyas, chicas! —anuncia orgulloso el de cabello negro, agitado por el esfuerzo y la emoción. La sangre pinta sus ropas, y aunque los ojos de todos están iluminados por la excitación, estos dos, en particular, parecen estar en un estado de euforia. Probablemente por haber torturado a dos chicas jóvenes. Sus pantalones siguen desabrochados, las camisas igual, el cabello alborotado. El sudor gotea de la punta de la nariz del hombre de cabello negro, mientras que el otro tiene manchas en su camisa blanca. Asumo todos estos detalles con los ojos muy abiertos, mi cerebro tarda en procesar lo que está sucediendo. Francesca entra un momento después, mirando a las chicas con el labio curvado. Luego dirige su mirada hacia nosotras, parece tranquila y serena. Ha visto mucho, ha hecho mucho. ¿Ya nada le perturba? —Gracias, señores, por traerlas aquí —dice Francesca amablemente. Gloria se quiebra primero, volviéndose y tapándose la boca con una mano. Lágrimas brotan de sus ojos mientras se atraganta bajo la palma de la mano. Un fuego se enciende en los ojos de Francesca, quien gira la cabeza hacia la chica tímida. —No te atrevas a vomitar en mi piso, niña. Te arrancaré la lengua de la boca —sisea, con el maquillaje resquebrajado por la tensión de su rostro. Gloria asiente con la cabeza, aunque su rostro está verde. Muy pronto perderá la cabeza. Lo único que puedo hacer es repetirme una y otra vez que no debo vomitar y perder la mía. Francesca se acerca, asegurándose de mantener sus preciosos tacones fuera de la sangre. Nos mira fijamente con una expresión ilegible. —Las llevarán afuera y las sacarán de su miseria. Mis ojos se abren de par en par y Sydney se ríe a mi lado. Me cuesta no extender la mano y darle una bofetada. —¿Qué quieres decir? —La pregunta se me escapa antes de que pueda detenerla, y siento un arrepentimiento instantáneo cuando todas las miradas se vuelven hacia mí. —Significa —gruñe Francesca entre dientes—, que acabarás con su miserable existencia. Y luego cavarás sus tumbas, rogándole a Dios para que no seas la siguiente. Mis pensamientos corren a través de barro. Tardó en procesar sus palabras, incluso cuando Rocco y uno de sus amigos se abren paso entre la multitud de invitados y toman a las chicas en brazos, antes de dirigirse a la puerta. Me quedo con la boca abierta, sin palabras y horrorizada, mientras veo que las otras chicas empiezan a seguirlos lentamente. Esto no es real. Esto no puede ser real. Pero cuando me encuentro con los ojos marrones de Francesca, inexpresivos y apagados, me doy cuenta que no hay forma de escapar de esta pesadilla. —Ve —me dice. Parpadeando, mi cuerpo sigue su orden y se dirige hacia la puerta. Pero no puedo sentirlo. Es una experiencia extracorporal; solo soy capaz de verme a mí misma haciendo los movimientos. Mis pies me llevan por los escalones del porche hasta la parte trasera de la casa, donde la hoguera sigue ardiendo, con las llamas danzando con el aire helado. Los destellos de luz naranja azotan el cielo nocturno y el humo se enrosca en el resplandor anaranjado. Los invitados salen de la casa detrás de mí, su exaltado parloteo se eleva por encima del sonar de los grillos. El aire tiene una vibra de anticipación y regocijo, pero todo esto está mal. Dos chicas morirán esta noche, sin embargo, todo lo que cubre mi lengua es el arrebatamiento de sus gloriosas muertes. Phoebe y Bethany son arrojadas al suelo, sus lamentos aumentan por el impacto. La tensión se alinea con los músculos de mis piernas, haciéndome sentir pesada y haciendo casi imposible alinearme con las otras tres chicas en formación. Estamos de pie ante ellas, con varias emociones que obstruyen el espacio entre nosotras. Resignación y entusiasmo por parte de Jillian y Sydney respectivamente, pero Gloria y yo nos miramos, absolutamente petrificadas por lo que va a ocurrir. Francesca está de pie al otro lado de la hoguera, las profundas sombras y el rojo brillante acentúan sus rasgos. Un demonio resucitado del infierno. —Estas chicas fueron consideradas indignas en el Culling —anuncia Francesca en voz alta. Los hombres se callan, e imagino que es la única vez que se callan y escuchan a una mujer—. Durante siglos, hemos mantenido esta tradición. En nuestro mundo, solo los más fuertes pueden sobrevivir. Solo los que pueden aguantar y perseverar sin importar lo que se les eche encima. Estas chicas que están ante ustedes, ellas son dignas. Y les demostrarán su valía acabando con las que no eran lo suficientemente buenas. Los ojos oscuros de Francesca se vuelven hacia nosotras con expectación, pero lo único que puedo hacer es mirar. Veo a Rocco avanzar hacia nosotras, con grandes piedras en las manos. Sydney agarra la suya rápidamente, casi vibrando de deleite. Me mira encantada. De mala gana, tomo una piedra, sorprendida por lo pesada que es. Jillian y Gloria agarran las suyas, con manos temblorosas que se enroscan sobre la dura piedra. Una lágrima resbala por las mejillas de Gloria. Al darse cuenta, Rocco se inclina, la agarra por las mejillas y le lame las lágrimas; su asquerosa lengua se desliza por todo su rostro. Ella chilla en respuesta, y Rocco se ríe en voz baja. —Muéstrame una lágrima más, pequeña. Estaré feliz de tirarte al lado de ellas. —No me obligues a hacer esto —suplica en voz baja, apenas por encima de un susurro. Todo su cuerpo tiembla entre las palmas de él. —¿Prefieres ser la que lanza la piedra o ser la que está debajo de ella? Elige ahora. Ella aprieta los ojos y asiente con la cabeza, aceptando su destino en silencio. Complacido, Rocco la aparta a la fuerza y se coloca junto a Francesca, con el pecho hinchado y las manos unidas a la espalda. Como si fuera un soldado honrando la muerte de su colega. Un agujero negro se arremolina en mi pecho, devorando todo lo bueno que queda dentro de mí. Miró fijamente a la pareja, el fuego en mis ojos es más feroz y brillante que el destino que tengo en frente. No puedo decidir a quién quiero matar primero. A él, o a su hermana. Se produce un silencio colectivo, la energía es densa y pesada. Ni siquiera suena un grillo, como si la naturaleza también sintiera la tensión. Sydney avanza primero, martillando su brazo y golpeando a Phoebe con la roca en su hombro, directamente sobre una de sus heridas, una carcajada salvaje resuena en el aire. Me estremezco, mi horror aumenta mientras ella la golpea sin sentido. Los gritos de Phoebe llegan a mis oídos apenas unos segundos después y, finalmente, reaccionó por instinto. Empujó a Sydney hacia un lado, ignorando su gemido de indignación cuando aterriza torpemente sobre la mano que sostiene la roca. Por el rabillo del ojo, veo que Jillian y Gloria se arrodillan, levantan las manos y hacen caer la piedra sobre la cabeza de Bethany, intentando darle una muerte rápida. La adrenalina corre por mis venas y mi corazón se acelera. Rápidamente hago rodar a Phoebe hacia su lado, enfocándome en sus extensas heridas. Sydney se pone de rodillas y se abalanza sobre nosotras con una mirada asesina. Gruñendo, le pego con la roca directamente en la cabeza, ignorando el agudo grito de Francesca cuando la roca la golpea con fuerza, dejando a la perra loca inconsciente. Vuelvo mi atención a Phoebe, la recojo cuidadosamente entre mis brazos, acunando su cabeza en la unión de mi hombro y acurrucándome sobre ella. —No dejaré que sufras —le susurro al oído, desesperada y apresurada. Una lágrima caliente se libera, quemando un camino por mi mejilla—. Me salvaste, Phoebe. Fuiste tan malditamente fuerte y valiente, siempre serás mi héroe. ¿Me escuchas? —Yo... p-puedo oírte —Se ahoga con sollozos que le sacuden el pecho. Inhalando profundamente, me abalanzo sobre una rama en la hoguera, sin apenas sentir las llamas rozando mi carne. Rocco se precipita hacia mí, pero es demasiado tarde. Le clava la punta afilada de la rama en la yugular. Phoebe convulsiona debajo de mí, la sangre brota de su cuello a borbotones. Me aferro a ella con fuerza, pero no puedo decir lo mismo de mi destrozada alma. Un sollozo brota de mi garganta y presiono mi frente contra la suya, sin sentir apenas la sangre que empapa mi piel. Lágrimas de dolor y rabia recorren mis mejillas, lo único que puedo hacer es abrazarla más fuerte, meciéndonos de un lado a otro mientras ella muere en mis brazos. —Duerme, Phoebe —susurro contra ella, con la voz quebrada—. Ve a dormir ahora. Casi tan rápido como empezó, se queda quieta. Pero no puedo dejarla ir. Lloró sobre su cuerpo sin vida, luchando entre el alivio sobre que ya no sufrirá y la desesperación porque haya tenido que morir. La hija de alguien ha muerto hoy. Y todo lo que puedo esperar es que quien la amaba, me perdone por ser quien se la quitó. Dos meses después Hago girar el lápiz labial rojo hasta que queda completamente expuesto. Con cuidado, lo aplico en el arco de mi labio superior, con cautela de no salirme de las líneas. Luego, pasó a mi labio inferior antes de juntarlos y esparcirlo. Miro fijamente mi reflejo y apenas reconozco a la persona que me devuelve la mirada. Unas ojeras marcan la parte inferior de mis ojos, y me recuerdo que debo ponerme más corrector antes de reunirme con Xavier esta noche. Solo le gusta ver lo agotada que estoy después de follar conmigo. Todavía no me han puesto en subasta. Francesca dice que estoy casi lista y que cuando llegue el momento, Xavier se asegurará de ser el mejor postor. Es extraoficialmente oficial que él será mi amo. Debido a esto, Francesca le ha permitido visitarme una vez a la semana durante el último mes. Esta noche será la cuarta que pasaremos juntos. Después, me haré un ovillo mientras Rio me limpia. A Xavier le gusta hacerme sangrar, y ahora que ya estoy prácticamente lista, se le permite marcarme. Dentro de lo razonable, dice Francesca, pero sinceramente, ¿qué hay de razonable en todo esto? Levanto el lápiz de labios y me pregunto si es el color de mi sangre lo que le excita a Xavier o la sensación de su cuchillo traspasando esa débil barrera de piel. Dejó caer la mano y me encuentro con mis ojos color caramelo en el espejo. ¿Cuándo fue la última vez que sonreí de verdad? La última noche que estuve con Zade, creo. ¿Hace cuánto tiempo fue eso? Creo que ya estamos en Enero, y la última vez que lo vi fue poco después de Satan's Affair. He perdido mis primeras vacaciones con él. Acción de Gracias y Navidad, y quizás su cumpleaños, aunque ni siquiera sé cuándo es. Mi beso de Año Nuevo fue la polla de Xavier en mi garganta, y si antes no tenía ganas de suicidarme, entonces. Ahora sí. ¿Qué había dicho Zade para hacerme sonreír? dijo algo ridículo, pero ya no recuerdo qué era. Solo sé que se rio cuando me esforcé por responder. Y recuerdo que mis labios traidores se inclinaron hacia arriba, por mucho que intentara no hacerlo. Ojalá nunca hubiera reprimido mis sonrisas con él. Porque ahora ya no sé si soy capaz de hacerlo. Los músculos de mi rostro se tensan mientras fuerzo las comisuras de mi boca hacia arriba, estirándola mucho y mostrando todos mis dientes. A pesar que lo intento, no hace que mis ojos muertos brillen. Es antinatural. E incómodo. Aterrador. Relajo mi rostro, contemplando cómo puedo volver a sonreír. —Vamos, Addie —susurro—. Sabes cómo hacerlo. Levanto el lápiz de labios y lo colocó en la comisura de mi labio y dibujó a lo largo de mi mejilla, curvándolo hacia los ojos. Luego el otro lado, hasta que una gran sonrisa roja se pinta en mi rostro. El Joker tuvo la idea correcta, decido. Sintiéndome ligeramente mejor, tapó el tubo y lo dejó rodar por el suelo. Unos pasos pesados recorren el pasillo y se dirigen a mi habitación. Mi corazón se acelera y me pregunto si Francesca me dejará conservar mi sonrisa. Solo por una noche. Pero en el momento en que se acerca a mí y ve lo que he hecho, sus ojos se abren de par en par. Su mano sale volando y me golpea en una mejilla, haciéndome caer. —¿Qué te pasa? —sisea. Me quito los mechones de cabello del rostro y miró su expresión llena de indignación. —Lo siento, Francesca —digo en voz baja—. Solo quería sonreír. Ella resopla. —Tienes que mantener la calma. No necesito otra maldita Sydney en mis manos. Estás a pocas semanas de ser vendida, Diamante. No te atrevas a arruinar esto. Frunzo el ceño y niego con la cabeza, disculpándome de nuevo. Se ve gracioso con mi rostro pintado en forma de sonrisa. —Límpiate esa mierda y prepárate. Xavier estará aquí en diez minutos —Que mal por mí. No sonreiré esta noche. Un profundo y estremecedor aliento me recorre el rostro, su excitación aumenta mientras el agudo mordisco del metal se clava en mi estómago. Todavía no me ha cortado la piel, aunque mis receptores de dolor me gritan que lo ha hecho. —Quiero verte cubierta de rojo, Diamante —susurra Xavier desde encima de mí, con su dura longitud preparada justo en mi entrada. Estoy cubierta de rojo. Me ha hecho tantos cortes alrededor del cuerpo que las sábanas blancas ahora son escarlatas. Nunca es suficiente para él. Un gemido se escapa de mis labios cuando siento que está dentro de mí, y mi reflejo nauseoso amenaza con que mi bilis caiga sobre él. No tengo nada en el estómago. Francesca no me permite comer mucho los días que me visita, dice que no quiere que me hinche. —Te gusta sentirme, ¿verdad, nena? Cierro los ojos y asiento con la cabeza, aunque es lo más alejado de la realidad. Invade mi cuerpo como lo haría un parásito, un inquilino inoportuno que se alimenta de mi fuerza vital para alimentar la suya. La afilada punta de su cuchillo corta finalmente mi piel y su hoja se desliza por mi estómago, haciendo que un agudo grito salga de mí. La sangre brota de la herida, y él mueve sus caderas más rápido en respuesta. —Mierda, qué hermoso —gime sin aliento. Una lágrima se desliza por mi mejilla, y rezo para que esté demasiado distraído como para darse cuenta. Él solo me corta más profundamente cuando me ve llorar. Quiere que me retuerza bajo el metal punzante y que me excite por el dolor como a él. Quiere que lo disfrute, y cuando ve que no lo hago, se enfada. Dice que tengo que acostumbrarme, que tengo que adaptarme. Pero no sé cómo alguien puede acostumbrarse a que lo abran como a un maldito cerdo. Otro grito sale de mis labios cuando encuentra un nuevo lugar y empieza a aplicar presión lentamente, como si me diera tiempo para acostumbrarme. Preferiría que terminara con esto de una vez, pero creo que él lo sabe. Empuja con más fuerza, haciendo que su cuchillo se deslice y me corte profundamente. Aprieto los ojos e inhalo con fuerza. Xavier se estremece mientras mi alma se rompe. No creo que Xavier planee retenerme por mucho tiempo. ¿Cómo podría hacerlo si al final me desangrare? —Una vez que te lleve a casa conmigo —jadea—, me voy a beber esa jodida sangre. Comeré con ella a cualquier hora del día. Hace una semana Rubíes y esmeraldas gotean del cuerpo de la mujer, sujetas alrededor de sus curvas con finas cadenas de metal. Aparte de las joyas, está completamente desnuda, abierta a la mirada denigrante de los hombres. —La puja es de doscientos mil dólares —anuncia la voz de la mujer a través del altavoz integrado en mi silla de cuero. Su voz suena tan vacía como el aspecto de la mujer que da vueltas en el escenario. Estas subastas son lujosas. La zona de pujas es una enorme rueda giratoria formada por quince cubículos de cristal que rodean un pequeño escenario en el centro, lo que proporciona a cada pujador privacidad mientras luchan por las mujeres robadas. El cristal está fuertemente tintado, lo que permite a los pujadores ver el escenario con claridad, al tiempo que nos mantiene ocultos de los que miran hacia dentro. Jay y yo hemos comprobado que el tinte de los cristales es ajustable y puede permitir a cada postor una visión clara de los demás. Pienso utilizar esa función más adelante. Inhalando mi cigarrillo, el humo se despliega en el reducido espacio mientras aprieto el botón, haciendo mi oferta. —Puja de doscientos cincuenta mil dólares —canturrea la mujer justo después de que yo pulse el botón. Alguien más puja y, antes de que el orador pueda terminar, vuelvo a pulsar el botón, lo que hace que anuncie que la puja es de trescientos mil dólares. Será la quinta chica que compro esta noche. También es la quinta chica que ha sido subastada. Todas las chicas se irán conmigo. El pago se transfiere de mi cuenta con cada venta confirmada, pero todos estarán muertos al final de la noche, y Jay me lo habrá transferido de nuevo. No es que me cueste, pero mi dinero nunca llenará los bolsillos de la Sociedad. Mi dedo pulsa el botón tres veces más antes de conseguir la venta confirmada. Vuelvo a aspirar, un zumbido bajo que vibra bajo mi piel cuando otra chica es empujada al escenario. Se tambalea, pero consigue aferrarse a los tacones de 10 centímetros antes de caer de bruces. Es una chica tímida con grandes ojos de ciervo y lentes que le cubren la mitad del rostro. Los demás se pelean por ella solo porque parece joven e infantil. Al igual que las cinco anteriores, va ataviada con finas joyas que cuestan más de lo que estos hombres están dispuestos a pagar por el cuerpo que tienen debajo. Clic. —La oferta inicial es de cincuenta mil dólares. —Tres chicas más después de esta —me dice Jay, con su voz suave en mi oído. No hablo. Estas habitaciones tienen micrófonos, y quiero que sus muertes sean una sorpresa. Click. —No creo que Addie esté aquí. Ya lo sabía, pero Jay -el dulce Jay- esperaba lo mejor. No estoy aquí porque pensara que Addie iba a corretear por este escenario donde puedo comprarla y alejarla de todo este mal. Nunca va a ser subastada. Claire nunca se arriesgaría, no conmigo observando. Es muy consciente de que tengo los medios para localizar a las víctimas del tráfico de personas, así que no tiene sentido vender a Addie en un negocio que conozco muy bien, solo para que yo la rescate. Se va a manejar de manera diferente, de eso estoy seguro. Han pasado más de dos meses desde que Addie se fue. Cada día que pasa, las ojeras se hacen más profundas y me enfado más. He perdido la cabeza. Mi paciencia. Mi fuerza. Todo. Lo único que titila en mi cuerpo es la pura voluntad y la desesperación. Dondequiera que esté retenida, está fuera de la red, y no ha sido trasladada, muy probablemente porque saben que la encontraría si lo hiciera. Cuando las chicas están fijas en un lugar no revelado, es casi imposible encontrarlas en el tráfico de personas. Si no se manejan a través de los canales apropiados donde son transportadas o vendidas, entonces no hay nada que rastrear. Ni siquiera ha sido llevada a la ciudad. Ninguna cámara en todo este puto planeta ha visto el rostro de Addie desde que salió del hospital. Tampoco han visto a Rio o a Rick, dos de las tres personas que podrían llevarme hasta ella. Supongo que sus secuestradores están dondequiera que esté Addie, pero Claire... sabe cómo moverse bajo el radar. Las pocas veces que he podido localizarla, un ejército la rodea, y para infiltrarse hay que planificar, lo que es imposible de hacer cuando vuelve a desaparecer. Ella es una pista falsa, que se mueve de una manera diseñada para distraerme. Tengo toda la intención de acabar con Claire, pero utilizarla para llegar a Addie solo servirá para hacerme perder tiempo y recursos. Y eso... eso no va a funcionar. Por eso estoy aquí esta noche, con la intención de destruir otra faceta del gobierno en la sombra. Más importante, espero que una de estas chicas haya visto a Addie. Jay ha identificado a cada una de las chicas que se subastan esta noche, y varias de ellas son nativas de Oregón. Lo que significa que, si Addie sigue en este estado, una de ellas podría haber venido de la misma casa que ella. Clic. —La oferta final es de cuatrocientos cincuenta mil dólares. Vendida. También compro las tres siguientes chicas y, aunque no puedo oír ni ver la indignación de los demás postores, me doy cuenta de la guerra de ofertas cada vez más competitiva a medida que se vende cada chica. Al final todos se retiran, probablemente con la intención de comprar una chica de otra subasta. Momentos después de que la última chica baje del escenario, se oye un suave golpe en la puerta. —Jay, cierra todas las puertas del edificio y asegura las salidas. Nadie sale excepto yo —le digo rápidamente antes de gritar más fuerte—: Entra. —Entendido —responde Jay, justo cuando Lee Morrison entra en la sala. Aunque no es el propietario de esta casa de subastas, mantiene esta máquina bien engrasada en funcionamiento. Su trabajo consiste en acompañar a los pujadores a sus habitaciones, asegurarse de que su alojamiento sea satisfactorio y supervisar a las mujeres que entran y salen, asegurándose de que la subasta se desarrolle sin problemas. —Cierra la puerta, por favor —le digo, dándole la espalda. Segundos después, oigo cómo se cierra. —Señor, ¿a dónde quiere que llevemos sus ganancias? —Lee pregunta, su voz respetuosa, pero tímida. Se siente incómodo. Bien. —Mis ganancias —repito—. Sabes que son seres humanos, ¿verdad? Igual que tú. Lee se aclara la garganta. —Me disculpo, señor. ¿Adónde quiere que llevemos a sus chicas? —Hay una limusina detenida en la entrada trasera. Asegúrate de que ninguna de ellas esté herida de aquí hasta allá. —Sí, señor —dice. —Diles ahora —exijo en voz baja—. En tu radio. Díselo ahora. Tartamudea, sorprendido por mi extraña petición, pero al final hace lo que le digo. Pide por radio que mis ganancias sean transportadas a la limusina sin daño alguno y, una vez que recibe la confirmación, vuelve a aclararse la garganta. —¿Eso es todo, señor? —En ese sentido, sí. Asumiendo que he terminado con él por completo, oigo sus pies girar sobre la fina alfombra negra y su mano sacude el pomo de la puerta cuando lo agarra. —Antes de que te vayas —afirmo, deteniéndolo en su camino—. ¿Has comprado alguna vez alguna chica para ti? Lee tartamudea. —Bueno, aquí no, no. —¿Pero en otro lugar? Después de un rato, dice: —Sí, por supuesto. Tarareo sin comprometerme, aunque su respuesta hace que mi cuerpo se contraiga de rabia. —Señor, ¿puedo preguntar por qué...? —su pregunta se interrumpe cuando me pongo de pie y me giro hacia él. No sé si son mis cicatrices o la mirada de fría rabia asesina que hay en mis ojos, pero algo en mi cara hace que sus palabras se desvanezcan y sus ojos se abran de par en par. A ciegas, su mano se extiende detrás de él, buscando desesperadamente el pomo de la puerta mientras me acerco a él. Tan rápido como un látigo, mis manos lo agarran por la garganta, cortando su grito. Lo elevo a mi altura mientras él patalea y araña para que lo suelte, y miro fijamente sus ojos dilatados. Todo lo que veo es mi propio reflejo monstruoso. Le había dicho que esas chicas eran seres humanos, pero nunca dije que yo lo fuera. Tirando de mi labio superior sobre mis dientes, le gruño. —¿A cuántas mujeres has arrojado a ese escenario, solo para ser llevadas a una vida de miseria y sufrimiento? ¿A cuántas has tomado para ti y les has hecho cosas abominables? Su cara se pone morada y su boca se agita como la de un pez, pero de su garganta constreñida no sale ningún sonido. Solo aprieto más, deleitándome con la forma en que sus venas brotan de su frente. Me pregunto si puedo hacerlas estallar. —Vamos, Lee, sé que tienes esposa e hijos. ¿Cómo te enfrentas a ellos cada noche, sabiendo que has condenado a gente como ellos a un destino enfermizo? Justo antes de que pierda el conocimiento, lo suelto. Aspira una enorme bocanada de aire mientras lo obligo a sentarse en la silla que he estado ocupando durante las dos últimas horas. Comprando mujeres que me presentó con orgullo a mí y a otros catorce hombres. Le doy un puñetazo en la cara que casi lo deja inconsciente. Me da tiempo a agarrar el bolso negro que había traído conmigo, lleno de cuerda y cinta adhesiva. Por supuesto, los dos porteros, Beavis y Butt-Head, comprobaron mi bolso antes de permitirme entrar en el edificio, pero se limitaron a sonreír, suponiendo que los artículos eran para las chicas que pensaba comprar. Yo había sonreído porque son idiotas, y porque iban a morir. Rápidamente, saco el rollo de cinta adhesiva y le ato las manos y los pies. Me suplica sin cesar y, cuando no lo consigue, se revuelve como un gusano en un anzuelo, pero no puedo imaginar qué cree que conseguirá con eso. A continuación, saco mi lata de líquido para encendedores y le echo un chorro por todo el cuerpo. Sus ojos se abren de par en par y se esfuerza más, intentando atravesar la cinta como si fuera el Increíble Hulk. —¿Jay? Hazlos pasar —ordeno. —En ello. Dejando que Lee se esfuerce un poco, salgo y encuentro a varios de mis hombres entrando en el edificio, entablando un tiroteo y derribando a la seguridad en cuestión de minutos. Nadie sale vivo de esta subasta. Mientras ellos se ocupan de los empleados y los guardias, yo me abro paso meticulosamente hacia cada cubículo. Jay me desbloquea cada puerta de una en una, y yo entro, incapacito al asqueroso violador que hay dentro y luego lo ato como a Lee. Para cuando me abro paso a través de los quince cubículos, una capa de sudor cubre mi piel. La mayoría son viejos, pero hay algunos más jóvenes que se resisten. Una lucha muy patética, pero una lucha, al fin y al cabo. Girando el cuello, libero parte de la tensión de mis hombros. —¿Todas las chicas a salvo en la limusina? —Sí, y todos los demás están muertos —informa Jay. —Que Michael prepare la cámara en el escenario —ordeno, mientras saco un cigarrillo y lo enciendo. Sigo en el decimoquinto cubículo, que está, por supuesto, al otro lado de Lee. El hombre atado en la silla de cuero se retuerce, suplicando que lo libere. Me pregunto cuántos niños o mujeres le habrán pedido lo mismo. Michael se pasea por el escenario con un trípode y una cámara en la mano. Mientras lo prepara, le pregunto a Jay: —¿Has descubierto cómo hacer transparente el cristal? —Obviamente —dice con sorna. —Veámoslo entonces, genio. Segundos después, las paredes de cristal se aclaran gradualmente hasta que los quince cubículos son transparentes, y estoy rodeado de hombres atados en sillas de cuero, luchando como locos por liberarse y fracasando. Jay silba. —Maldición, amigo. Parece que los quince hombres se quedan paralizados, confundidos y petrificados al ver a otros catorce en la misma situación que ellos. Incluso Michael se detiene en el escenario, observando la escena que lo rodea con una sonrisa en la cara. Finalmente, veo que todas sus cabezas se vuelven hacia mí. —¿Ves esto? —le pregunto al hombre que está a mi lado—. Qué emocionante. Tienes que mostrarles su destino. —Ave María, llena de gracia. El Señor está contigo. Arqueo una ceja y espero pacientemente mientras reza por una salvación que nunca recibirá. —Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. —¿Crees que te has salvado? —pregunto. —Sí —dice con convicción. Sonrío. —Faltan nueve avemarías. Quiero oírte decirlas incluso mientras te quemas. Comienza a sacudir la cabeza enérgicamente, reiniciando sus oraciones mientras las lágrimas caen por sus mejillas. —Ave María, llena de gracia. El Señor está contigo... Inhalo por última vez y arrojo mi cigarrillo encendido sobre el hombre que reza. Al igual que los demás, está cubierto de líquido para encendedores y estalla al instante en llamas. Su oración se convierte en gritos, y me decepciona que no haya podido ni siquiera llegar a su segundo Ave María antes de sucumbir a la agonía. Es un hombre temeroso de Dios, pero confío en que el diablo se ocupará de él. Dejando que el maldito enfermo se queme, me dirijo a la puerta de al lado donde está Lee. —¿Me echas de menos? —pregunto, sacando mi caja de cerillas y encendiendo una. —¡Por favor, por favor, haré cualquier cosa! ¡Por favor, no lo hagas! —¿Cualquier cosa? —¡Sí! ¡Lo que quieras! Me inclino por la cintura y le clavo una mirada diabólica. —¿Sabes lo que quiero, Lee? Quiero que sientas el mismo dolor que yo siento cada día. Quiero que malditamente sufras. ¿Puedes hacer eso por mí? Protesta en voz alta, pero no es rival para los gemidos de agonía que brotan de su garganta cuando le lanzo la cerilla y su cuerpo queda envuelto en llamas en cuestión de segundos. Una vez más, me dirijo a cada una de las habitaciones y prendo fuego a cada una de ellas. Justo cuando el último cuerpo se incendia, le hago una señal a Michael para que empiece a grabar a través del cristal. Pulsa el play y la cámara empieza a girar lentamente sobre el trípode, mientras Michael y yo salimos del edificio. La cámara girará en círculos, transmitiendo a quince hombres quemándose vivos en la deep web. Allí para el placer visual de todos los traficantes y pendejos pedófilos. Y allí para el placer visual de Claire también. La perra también va a arder. Recuerda mis malditas palabras. —Tengo que admitir, señoritas, que he estado en una limusina llena de mujeres antes, y esto... no es como sucedió —anuncia Michael en voz alta. Ruby lo regaña mientras yo le doy un golpe en la cabeza, lo que arranca un bufido de la chica sentada a mi lado. Michael y yo compartimos el viaje con las ocho chicas que fueron subastadas esta noche. Por suerte, tuve la previsión de llevar una tonelada de ropa extra. Mientras yo estaba ocupado prendiendo fuego a un grupo de pedófilos, Ruby estaba en la limusina con las chicas, asegurándoles que estaban a salvo y que se iban a casa. Aun así, como hombres, mi presencia y la de Michael les causan un poco de incomodidad; las pobres chicas desconfían de nuestras intenciones. Ciertamente no ayuda que Michael actúe como un idiota. —En realidad aprecio el humor —dice la chica que está a mi lado con un fuerte acento ruso—. Me hace sentir menos rota cuando la gente no me trata como si fuera de cristal. —¿Ves? —murmura Michael indignado, todavía frotándose la nuca. —Es justo —concedo—. Aun así, se lo merecía. —¿Los has matado? —ella pregunta, mirándome. Es una chica linda, con el cabello largo y castaño y unos ojos color avellana que me recuerdan a los de Jay. La recuerdo de pie en el escenario mientras yo pujaba, con la barbilla alta y la postura erguida. No es de las que se acobardan, eso está claro. Arqueo una ceja. —¿Te refieres a la gente que pujo por ti? —¿Aparte de ti? Sí. —Lo hice —confirmo. Hace una pausa y mira hacia otro lado. —Bien. Yo también desvío la mirada, aliviándola de mi mirada indagadora. —¿Alguien más que quieras que mate? Ella resopla. —Se me ocurren unos cuantos. —¿Qué tal si hacemos un intercambio, entonces? Mataré a quien quieras si me dices si has visto a alguien para mí. Siento su mirada una vez más, así que la encuentro. —Muéstrame —susurra. Saco mi teléfono y abro la foto de autor de Addie. Mi pecho se aprieta dolorosamente y giro la pantalla hacia la chica rusa. —Su nombre es... —Addie —murmura, y mi corazón se detiene. —¿La conoces? —Ella estaba en la casa conmigo. Todavía está allí, por lo que sé. —¿Dónde? —exclamo, incapaz de cuidar mi tono. —No lo sé —responde ella, con la voz endurecida—. ¿Estamos en Oregón? —Sí. Estamos en Jacksonville. —Entonces está cerca. Me vendaron los ojos en el camino de ida y vuelta, así que no tengo ni idea de dónde está, pero conté los minutos, y no estuvimos en el vehículo más de una hora. Todo lo que puedo decirte es que la dueña se llama Francesca, dirige el lugar con su hermano, y está en algún lugar en medio del bosque. Respiro profundamente y me encuentro brevemente con la amplia mirada de Michael. Oír que Addie podría estar solo a una hora de distancia hace que mi corazón se acelere. Mi paciencia y mi disciplina se van por la ventana. Me pican los dedos para buscar en los pueblos cercanos e ir casa por casa, pateando sus puertas hasta jodidamente encontrarla. Parte de la razón por la que vine aquí esta noche fue con la esperanza de que alguien la hubiera visto. Pero, a decir verdad, no pensé que tendría esta suerte. —¿Cómo te llamas? —pregunto, con la voz tensa. —Jillian. —Puedes decirme... joder, está ella... —Está viva —interrumpe Jillian, entendiendo mi necesidad de preguntar cómo está, pero sabiendo que la respuesta obviamente es que no está bien— . Ha tenido un mal rato con una de las chicas de la casa: Sydney. Se pelean entre ellas y eso hace que las castiguen mucho. Los temblores bajos irradian por mis gradualmente a medida que Jillian avanza. extremidades, aumentando —Y ya tiene un comprador, lo último que he oído. Ha estado visitándola. Aprieto tanto la mandíbula que el músculo casi estalla por la presión. —¿Su nombre? —pregunto con los dientes apretados. Se queda callada, aparentemente luchando por recordar. Entonces, una voz tímida responde a la pregunta por ella. —Xavier Delano —dice. Jillian y yo nos volvemos hacia la chica de cabello castaño corto y gafas redondas. —Ese es su nombre —reafirma ella—. Yo también estaba en la casa con Addie. —Gracias... —Gloria —me dice cuando me quedo sin palabras. —Gracias, Gloria. ¿También necesitas que mate a algún imbécil? Ella sonríe y niega con la cabeza. —Tengo suficiente sangre en mis manos. Es curioso, yo pienso lo contrario. Nunca tendré suficiente en las mías. Presente —Mierda —murmura Rio después de que Francesca se va, sus movimientos se aceleran. Mis cejas se hunden y mi corazón se acelera por su evidente preocupación. —¿Claire? ¿Quién es Claire? Me mira, y veo que se cierra visiblemente, como si tirara de una cuerda y las persianas se cerraran sobre sus ojos. Sea quien sea Claire, hay que temerle. Ignorándome, Rio termina de vendarme y luego me agarra del brazo y me obliga a ponerme en posición vertical. Se dirige a mi cómoda y abre los cajones, arrojándome prendas al azar. —¿Qué… Rio, qué mierda te pasa? —estallo cuando una camisa me golpea directamente en el rostro. —Claire es la que te ha puesto la diana en la cabeza —dice, manteniendo la voz una octava por encima de un susurro. Luego, se acerca a mí y me ayuda a ponerme la ropa como si fuera una niña pequeña, pero estoy demasiado atolondrada para detenerlo. Mi corazón late con fuerza, el pánico circula por todo mi organismo. No tengo ni idea de quién mierda es esta mujer, pero está claro que tiene algún tipo de conexión con Zade. Esa es la única razón por la que una mujer al azar pondría una diana en mi cabeza, ¿verdad? Sin embargo, juro que he conocido a una Claire antes... pero mi cerebro está demasiado confuso para recordar dónde y cómo era. O su importancia para mí o para Zade. Me agarra por los hombros, con su expresión severa. —Ten mucho cuidado con esa boca tuya, princesa. De hecho, mantenla cerrada. Aprieto los labios y asiento con la cabeza. Últimamente, estoy demasiado cansada -demasiado débil- para luchar. Entré en esta casa con mi fuego encendido y, en dos meses, los dedos proverbiales han pellizcado la llama, dejando solo un rastro de humo detrás. Todo lo que necesito es una chispa, y tal vez... tal vez se pueda reavivar. Mi estómago se retuerce de ansiedad mientras sigo a Rio por el pasillo. Un dolor sordo palpita entre mis muslos, recordándome a cada paso lo que estoy intentando olvidar desesperadamente. Algo que Xavier pretende explícitamente. También es un recordatorio de que quizá Zade ya no me quiera, algo que ya he asumido. Nunca pensé que querría perder su obsesión... pero ¿cómo no iba a hacerlo? Ahora estoy sucia. Rio camina delante de mí sin una mirada en mi dirección, lo que hace que se me forme un nudo en el estómago. Hay una fortaleza helada a su alrededor, tan sólida como la tensión de sus hombros. Es como si se distanciara de mí porque están a punto de enviarme a la guerra y no va a volver a verme. Algunos días todavía lo odio por lo que me ha hecho, pero tampoco me voy a mentir y decir que no hemos creado un vínculo. Ha sido una muleta emocional para mí estos dos últimos meses, y ya he empezado a entenderlo. Si está actuando así, es por una razón. Y eso me pone jodidamente nerviosa. Bajo las escaleras, mientras las voces se elevan desde el salón. Rocco está en la cocina, bebiendo un vaso de agua y mirándome con sus pequeños ojos brillantes. Agacho la cabeza, viendo cómo mis pies descalzos recorren el piso sucio. Lo acabo de limpiar hace dos días, pero Rocco y sus amigos se comportan como si hubiera cristales en el suelo e insisten en llevar sus botas llenas de barro por la casa. Mis ojos se centran en un conjunto perfecto de huellas que se adentran en la sala de estar y que conducen directamente a dos pares de tacones. La nueva visita también tiene barro en los zapatos. Qué jodidamente grosera. Hay un carraspeo suave, y finalmente levanto la mirada. Inmediatamente, me arrepiento. La sorpresa de saber a quién estoy mirando casi me hace caer sobre las sucias huellas. Claire... Definitivamente la he conocido antes. Es la esposa de Mark. El senador que había intentado secuestrarme antes, y al que Zade asesinó con saña la noche de Satan's Affair. Recuerdo haberla conocido la noche en que Mark nos invitó a un acto benéfico en su casa. Era frágil, apagada y parecía muy agradable. ¿Por qué puso una diana en mi cabeza? ¿Por venganza por su marido? Tiene que ser eso. Zade asesinó a Mark, así que ahora se desquita con él haciendo que me secuestren y vendan. Pero Jesús, ¿por qué hay que enfadarse? El hombre obviamente abusó de ella. —Hola, Adeline —saluda Claire, sonriendo detrás de su labial rojo. Su aspecto es muy diferente al de la primera vez que la conocí. No por su aspecto: sigue teniendo el cabello rojo brillante perfectamente rizado alrededor del rostro y un aspecto hermoso, aunque envejecido. Es porque parece... feliz. Como si estuviera prosperando. No parece molesta o angustiada por la muerte de su marido. Estoy desorientada por la sorpresa y la confusión, así que tardo un momento en decir: —Hola, Claire. Junta sus manos enguantadas de negro y da un paso hacia mí. —Sé que probablemente estás muy confundida, querida —comienza—. Y siento mucho que te hayan metido en medio de todo esto —Hace un gesto con la mano, indicando que “todo esto” es la casa en la que estoy cautiva. No finjamos que no me habrían secuestrado de todos modos. Pero me callo, sin saber exactamente cómo debo responder a eso. Agitar una mano y decir Oh, tonterías, todo está bien. Estoy teniendo el mejor momento de mi vida. —Es muy desafortunado que te hayas involucrado con alguien como Z. Llegó y destrozó tu vida como un toro en una tienda de porcelana, ¿no? Sí. Sí, lo hizo. —Supongo que sí —admito. —Me ha causado muchos problemas últimamente. Más recientemente, asesinando gratuitamente a varios compradores importantes en una casa de subastas, y luego robando a las chicas. Mi corazón cae en mi estómago, haciendo que las mariposas de mi interior se dispersen. Lágrimas arden detrás de mis ojos, pero las fuerzo a bajar. Oír hablar de Zade y de los estragos que está causando es... Dios, es casi reconfortante. En cierto modo, las personas que formaban parte de mi vida antes que me secuestraran han empezado a sentirse como fantasmas en lugar de personas reales y vivas. Zade, Daya, mi madre... ninguno de ellos se siente ya absoluto. Pero que Claire me cuente los problemas que está causando Zade hace que vuelva a sentirse real. Y no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba eso. —¿Se llevó a Jillian y a Gloria? —pregunto, con la voz rasposa por las lágrimas no derramadas. Mi pecho se abre de par en par con innumerables emociones, y en primer lugar está el alivio. —Eso hizo. Y no voy a permitir que eso ocurra contigo. Ha habido un cambio de planes, así que pensé en aprovechar esta oportunidad para ver el precioso diamante en carne y hueso una vez más antes que seas entregada. Sea cual sea la suerte que tengan Jillian y Gloria, no es la tuya. Se me seca la garganta. —¿No estoy siendo subastada? —Por supuesto que no, querida. Nunca lo ibas a ser. ¿Lo sabía Francesca? Desde que llegué, me ha dicho que me subastarían, pero no parece sorprendida por la noticia. Cuando me quedo mirando fijamente a Claire, continúa: —Un hombre muy inteligente y con muchos recursos se ha unido a ti. Lo que significa que tendrá la capacidad de encontrarte en cuanto pongas un pie fuera de esta propiedad. Ese conocimiento hace que mi corazón suba de nivel, arremolinándose con una ráfaga de emoción. Obviamente, Zade sabe cómo encontrar a la gente. Supongo que solo ha tardado tanto porque llevo más de dos meses encerrada en una casa en medio de la nada. Encontrar una pista sobre mí es probablemente casi imposible, pero en cuanto me saquen de aquí, ya no tendrán esa ventaja. —Francesca me ha informado que un comprador de muy alto nivel ha puesto sus ojos en ti. Así que, para mantenerte oculta, realizaremos una venta directa. Se me abre la boca y, sinceramente, no sé cómo sentirme. Una venta directa les dará muchas oportunidades de ocultarme, pero nunca he tenido intención de ocultarme. Con el corazón palpitando, asiento con la cabeza. —De acuerdo —digo. Sonríe con condescendencia, como si yo fuera una niña que acepta ir a la cama cuando, de todos modos, nunca tuve elección. Supongo que no estaría mal. —Xavier ya ha pagado por ti y te recogerá en tres días. Francesca seguirá preparándote para tu nueva vida, proporcionándote todos los conocimientos necesarios para que tú y Xavier vivan felices juntos. Ah. Claire es tan psicótica como Mark. Tal vez ella es un subproducto del abuso de Mark, tal vez no. En cualquier caso, no es mejor que su marido. Su dolor no justifica infligir dolor a otros. No así. —Francesca y yo repasaremos los detalles. No hay nada de lo que debas preocuparte. Solo quería darte la buena noticia yo misma —continúa, con sus ojos brillando de placer. Son como las estrellas cuando mueren. Sin vida, pero con una luz que asegura que todo lo que se encuentre en su camino también morirá. Tenía la esperanza de que al ser subastada podría salir corriendo, o asegurarme de que mi rostro fuera visto por una cámara, como mínimo. Tal vez robar un teléfono y enviar un mensaje de texto, cualquier cosa para dar a Zade una ubicación. Esas opciones no serán tan fáciles ahora, pero aún no son imposibles. Me lamo los labios secos y agrietados y me encuentro con las dos estrellas muertas de su cráneo. —¿Puedo preguntar una cosa? —pregunto en voz baja. Sus labios rojos se aplastan, pero asiente con la cabeza. —¿Puedo preguntar por qué? Francesca sisea, pero Claire levanta una mano para silenciarla. Solo eso es satisfactorio de ver. Da unos pasos hacia mí. —Cuando alguien tan hermosa como tú llama nuestra atención, es difícil apartar la mirada. Normalmente, prefiero plantar a alguien en tu vida. Un novio, si quieres. Alguien de quien te enamorarías y en quien confiarías. Ellos te habrían manejado, y tú habrías podido tener algún tipo de libertad, al mismo tiempo que habrías aportado dinero. Sin embargo, primero conseguiste la atención de otra persona, y de repente, te volviste mucho más valiosa. Mis cejas se fruncen, y es difícil de tragar. No es difícil concluir que Claire es como Mark. Alguien que encuentra mujeres y niños y los lleva a la Sociedad. Pero la forma en que habla... —Este comercio, este mundo, me pertenece. Soy la dueña de todo —dice Claire—. Yo soy la Sociedad, querida. Yo y mis dos socios. Mark creía que era el hombre de nuestro matrimonio, pero nunca supo que yo era la que movía los hilos todo el tiempo. Zade me hizo un favor al deshacerse de esa escoria, a pesar de lo divertido que fue colgar a mi marido por las bolas. No estoy enfadada porque tu novio haya matado a mi marido. Estoy enfadada porque intenta arruinar lo que me ha costado construir. Las tristes y pequeñas vidas que todos ustedes viven son mi imperio. Que me condenen si Z intenta quitármelo —Escupe su nombre como si fuera un bicho que se le hubiera metido en la boca, con la ira y el asco torciendo sus facciones. Todo lo que puedo hacer es mirarla con total incredulidad. Confundida por el hecho de que Claire sea la mayor titiritera. El presidente -mierda, todos los líderes mundiales- son guppies comparados con ella. Aprovechando que me he quedado sin palabras, se dirige a Francesca. —Vamos a charlar, Franny. Tenemos algunas cosas que discutir. Francesca sonríe amablemente a Claire. —¡Por supuesto! —Se gira hacia mí, y su sonrisa disminuye lo suficiente como para decir—: Vuelve a tu habitación y no salgas hasta la cena —Y luego vuelve a sonreír a Claire. Le debe doler el rostro de tanto ejercicio que está haciendo. Asiento con la cabeza, giro sobre mis talones y me apresuro a subir las escaleras. Rio está en la puerta de la cocina, con las manos en la espalda. Mantenemos un breve contacto visual, pero no puedo descifrar la emoción que se refleja en sus ojos oscuros. Se queda atrás, pero me alegro de ello. Estar confinada en mi habitación es exactamente lo que necesito ahora para poder planear adecuadamente mi huida. Xavier tenía razón en una cosa: el Culling es un arma de doble filo. Me enseñó a correr, y eso es precisamente lo que pienso hacer. Un aliento caliente me abanica el rostro, perturbando el profundo sueño en el que he caído. Me retuerzo y siento que unos mechones de cabello me hacen cosquillas en la nariz. Tardo varios segundos en salir del extraño sueño que estaba teniendo. La realidad se impone, así como una sensación de animosidad y peligro, y tardo otros segundos en darme cuenta de que alguien me está respirando en el rostro. Inmediatamente, mis instintos se ponen en alerta roja, la adrenalina y el miedo inundan mi sistema. Lentamente, abro los ojos y me ahogo en un grito de sorpresa, mis ojos se redondean en discos cuando veo a Sydney de pie sobre mí, su rostro a escasos centímetros del mío. Tiene los ojos muy abiertos, con un brillo psicótico, y me mira con una sonrisa enloquecida. Respira con dificultad y cada vez que exhala emite pequeños sonidos de excitación. Me presiono más contra en la cama, con el corazón desgarrándose en el pecho mientras lucho por encontrar la respiración. —¿Qué demonios, Sydney? —jadeo, intentando bajar la voz, pero sin conseguirlo. Estoy a unos segundos de soltar mi vejiga por toda la cama, mi horror aumenta cuando se sube encima de mí, sus mechones rubios me rozan el rostro y me tapan la visión. Mi cuerpo se mueve por instinto, doy una patada en la cama, intentando ganar tracción y deslizarme hacia arriba, pero sus manos me rodean la garganta, sujetándome. Todavía no me corta el suministro de aire, pero me asusto de todos modos, todos esos movimientos que aprendí de Zade me evaden. —Sé lo que vas a hacer —susurra. Casi no escucho lo que dice, con el corazón latiendo con fuerza en mis oídos. —Vas a intentar escapar, y yo se lo voy a decir —dice, riéndose maníacamente cuando me agito contra ella—. Y espero que te maten por ello. Sus manos empiezan a tensarse aún más y, por fin, mi entrenamiento entra en acción. Levanto el brazo entre los suyos y retuerzo mi cuerpo con todas mis fuerzas, haciéndola volar por el lado de la cama. El impacto es fuerte, y ambas nos quedamos paralizadas, esperando escuchar si alguien se ha despertado. Francesca se queda en el piso de abajo, en el lado opuesto de la casa, pero eso no significa que no se nos escuche. Además, siempre hay dos o tres hombres haciendo guardia fuera de la casa, para asegurarse que ninguna de nosotras intente huir. Los ojos de Sydney se entrecierran y sé que está a punto de atacar de nuevo. Tengo las piernas enredadas en las mantas, así que reacciono primero, liberando las piernas y lanzándome hacia el extremo de la cama. Se abalanza sobre mí, rodeando mi tobillo con una mano e intentando arrastrarme hacia atrás. Le doy una fuerte patada, y su agarre se afloja lo suficiente como para que me libere y me escurra del otro lado de la cama. Lentamente, se pone de pie, con la barbilla baja mientras me mira con pura maldad mientras nos enfrentamos a ambos lados de la cama. —¿Cuál es tu maldito problema? —susurro-grito. —Sé lo que has planeado, y no voy a dejar que ocurra. Me cuesta mucho esfuerzo evitar que mis ojos se abran de par en par y que la mirada de asombro desaparezca de mi rostro. —No tengo nada planeado —Niego con vehemencia. Me ignora. —No puedes ser tratada mejor que el resto de nosotras y luego escapar de tu destino —gruñe. —¿Tratada mejor? —repito con una risa desconcertada—. ¡Me has metido en problemas desde que llegué! —Y sin embargo te quiere más a ti —me responde con un siseo. Sacudo la cabeza, absolutamente asombrada de que crea eso. Francesca me ve como un signo de dólar, uno importante. No quiere a nadie más que a sí misma. —Quizá te querría si no te comportaras como una puta psicópata —le digo, cada vez más enfadada. Empieza a rodear la cama hacia mí y me doy cuenta tarde de que estoy acorralada. —Voy a contarle a Francesca tus planes —dice, ignorando mi comentario. —¿Qué planes? —pregunto, haciéndome la tonta y esperando que no sepa nada. Durante los últimos dos meses, he estado ideando diferentes maneras de escapar una vez que me saquen de aquí, y después de que Claire me sorprendiera anoche, se me ocurrieron algunas ideas que podrían funcionar ahora que ya no me subastan. Pero Sydney está a punto de arruinarlas. Señala mi piso y mi rostro se cae de horror. Vuelvo a mirar hacia ella con sorpresa. —¿Cómo lo has sabido? Se encoge de hombros, con una sonrisa alegre en los labios. Poco a poco, me doy cuenta de lo enfermiza que es la situación. Ella era la persona que estaba dentro de la pared, observándome mientras dormía esa noche. Debió esconderse cuando la vi, y luego volvió a observarme cuando encontré el diario. Jesús, ¿cuánto tiempo lleva leyéndolo? ¿Y cuántas veces me ha visto dormir? —¿Cómo te metiste detrás de la pared? Se encoge de hombros, con una sonrisa de oreja a oreja. —Hay muchas cosas que no sabes de esta casa, Diamante. Conozco los secretos de todo el mundo, incluidos los de Francesca. ¿Por qué crees que me ha permitido quedarme tanto tiempo? —¿Qué secretos? —Como si fuera a decírtelo —se burla. No tengo ni idea de lo que podría tener sobre Francesca, pero no me importa. Lo que sí sé es que una de nosotras no saldrá viva de esta habitación esta noche. Si Francesca descubre que estoy planeando escapar y cómo, harán todo lo posible para asegurarse de que nunca me escape. Eso no va a suceder, maldita sea. Tendrán que encerrarme en un submarino en medio del maldito océano para mantenerme alejada de Zade. Me sitúo en un rincón de la habitación, mientras ella se queda en el borde de mi cama, posiblemente intuyendo la conclusión a la que he llegado. Ya sea porque nota la determinación que debe estar grabada en mi expresión, o el hecho de que no estoy saltando sobre la cama para escapar. El tiempo se ralentiza durante unos segundos, ambas estamos quietas. Y entonces entramos en acción simultáneamente. Ella se lanza por mí mientras yo me abalanzo hacia mi mesita de noche. He guardado un par de bolígrafos en el cajón por si me quedaba sin tinta, y ahora son lo único que puede salvarme la vida. No de Sydney, sino de Xavier. Me agarra del cabello justo cuando abro el cajón y localizo uno de ellos, mis dedos se enroscan alrededor de él mientras ella me balancea hacia la pared. Me estrello contra ella dolorosamente, y el dorso de mi puño se balancea sin miramientos para desprenderla de mi cabello. Sus dientes se hunden en mi hombro, apretando con toda su fuerza. Un grito agudo se me escapa de los labios. Contengo el grito que amenaza con salir de mi garganta, sintiendo la sangre que brota de sus dientes. Cegada por el dolor, alzo la mano y apuño el bolígrafo en cualquier parte que pueda alcanzar, sintiendo cómo el bolígrafo se hunde en la carne y los tendones. Me suelta con un aullido estrangulado, pero antes de que pueda alejarse, la agarro y nos hago caer al suelo, sin importarme si nos atrapan. Que se joda esta perra. Rodamos durante unos segundos, luchando por el control. Me las arreglo para agarrarla y girar sobre ella, usando una mano para apartar sus garras y la otra para clavarle el bolígrafo en el cuello. Mi mano resbala, la pluma resbaladiza por su sangre mientras la clavo en la carne. Sus uñas me arañan el rostro, dejando rastros punzantes, pero se desvanecen en el fondo mientras sigo apuñalándola a ciegas, consiguiendo sujetar el resbaladizo bolígrafo solo por pura determinación. Una y otra vez, la apuñalo, el cansancio me cala rápidamente los huesos, pero la adrenalina pura y el pánico me hacen continuar. Finalmente, se queda sin fuerzas y la sangre se acumula a nuestro alrededor. Jadeo con fuerza, empapada de sangre y delirando por la adrenalina. Mi cuerpo entra en estado de shock y mis cinco sentidos están bloqueados, sin que nada penetre más allá de la capa de adormecimiento. Me limito a contemplar su cuerpo, ahora plagado de agujeros. Mira fijamente al techo sin ver nada, y me parece que sus ojos no son diferentes a los de cuando estaba viva. Mi puerta se abre con un chirrido y Rio entra corriendo. Se para en seco cuando ve a Sydney en el suelo y a mí a horcajadas sobre ella, pintada de carmesí. Está... caliente. Creo que siento calor. —Joder, princesa. ¿Qué has hecho? Apenas le oigo, solo interpreto sus palabras por el movimiento de sus labios. La señalo y digo con voz ronca: —La he matado. Entra silenciosamente y cierra la puerta, no sin antes asomarse para ver si viene alguien más. El suave chasquido es inaudible para el huracán que se desata en mis oídos. Da pasos ligeros mientras se acerca al otro lado de la cama para ver mejor. Sus labios forman un círculo y debe silbar, pero tampoco lo oigo. Todo lo que puedo hacer es mirar. —Ven aquí —dice, haciéndome un gesto para que me acerque a él. Parpadeando, me pongo de pie con las rodillas temblorosas y consigo dar un solo paso antes de resbalar con la sangre, y apenas me agarro a la cama. La mano de Rio me agarra por el brazo y tira de mí para alejarme del charco. Me agarra el rostro con las palmas de las manos, sus ojos oscuros buscan en los míos. Y entonces me da una bofetada lo suficientemente fuerte como para golpear mi cabeza hacia un lado. El ruido blanco se convierte en un timbre agudo, y entonces todos mis sentidos vuelven a entrar en acción. Oigo, veo, siento, saboreo y huelo todo. Cobre. Eso es lo primero que notan mis sentidos. Y entonces Rio vuelve a agarrarme el rostro, obligándome a concentrarme de nuevo en él. —Mírame, mama9 ¿Qué mierda vas a hacer ahora, eh? Abro la boca, sin saber qué decir. Finalmente, solo digo: —Escapar. Sacude la cabeza, deja caer las manos y se aleja. Me mira fijamente, pero, como de costumbre, no puedo descifrar la emoción que se agita en sus iris. —No debería haber dicho eso —susurro, dándome cuenta de que no me va a dejar. Joder. La situación me atrapa de golpe y entro en modo de pánico. Maté a Sydney porque iba a desvelar mi plan de fuga, y ahora voy a estar encerrada en un submarino en algún lugar, obligada a vivir mi vida junto a los peces. Con Rio atrapándome en el acto, cualquier oportunidad de escapar se fue a la mierda y ahora nunca voy a salir de aquí. Rio no va a dejarme ir. No hay una jodida manera. Su hermana está en juego. —Mierda —murmuro, despreocupándome de mis manos ensangrentadas y deslizándolas por mi cabello, tirando con fuerza mientras intento asimilar que me han atrapado antes de haber puesto un pie fuera de la maldita casa—. No puedo vivir con los peces, Rio. No me gustan los tiburones. Las cejas de Rio se hunden. —¿De qué mierda estás hablando? —Mierda, mierda, mierda. Mierda... Murmurando algo en español en voz baja, me agarra de los brazos y me acerca. —Por mucho que agradezca la lección de vocabulario, voy a necesitar que te calles de una vez —interrumpe—. Mírame. 9 Original en español. Lo hago, pero mis pensamientos están en otra parte. —Tienes que decirme cómo demonios piensas escapar. Tus dos opciones son hectáreas de bosque en las que te perderás y probablemente morirás o recorrer un camino en el que te pueden encontrar fácilmente. Suelto las manos y las aprieto en un puño en un intento de reducir el temblor. El puto volcán ha entrado en erupción, y todavía estoy vibrando por las réplicas. —Hay un tren abandonado en algún lugar por ahí. Lo encontré la noche del Culling. Iba a seguirlo —le digo. En el fondo de mi cerebro, mi lado lógico me grita que deje de contarle mis planes por si me traiciona. Pero el lado más grande de mí quiere confiar en Rio. Por esta maldita vez, solo por esta vez. —¿Y los guardias de fuera? —pregunta, con la voz baja. Sacudo la cabeza y una lágrima se libera. —No lo sé —grito—. No... no hay manera... —Cállate, estúpida10 —vuelve a ordenar, manteniendo la voz baja—. Voy a bajar y me encargaré de los guardias. Dejaré la puerta principal sin cerrar. Lo que decidas hacer, y donde quiera que vayas, es tu decisión. Se me hace un nudo en la frente y tardo varios segundos en ordenar mis pensamientos dispersos en una sola dirección. —Rio, no puedes —protesto—. No puedes arriesgar la vida de tu hermana por mí. El músculo de su mandíbula palpita y sus ojos oscuros se clavan en los míos. No tengo ni idea de qué demonios está pensando. Traga saliva. —Ya se me ocurrirá algo con ella. Creo que sé dónde está. Entonces, tengo una idea. —Hagamos un trato —me apresuro a decir—. Si me ayudas a salir de aquí, Z salvará a tu hermana. Dime su nombre y dónde está, y él la sacará. 10 Original en español. Su boca se abre y se cierra, y por primera vez, he dejado a Rio sin palabras. —Tienes un trato. —Espera, mi dispositivo de rastreo. No puedo irme con él dentro. —Date la vuelta —exige, haciendo girar su dedo. Me muerdo el labio y hago lo que me dice, y me estremezco cuando me aparta bruscamente el cabello. —¿Cómo vas...? —Un agudo jadeo corta mi pregunta cuando siento que algo afilado se clava en mi nuca. —Jesús, una maldita advertencia la próxima vez —escupo, encogiéndome cuando la punta de la hoja se clava en mi piel. —Él no está aquí, mama, pero yo sí. Y necesito que dejes de menearte. Resoplo, sintiendo que un líquido caliente se desliza por mi espalda desde la herida y, tras varios dolorosos segundos, el metal sale disparado. Arroja el dispositivo sobre mi cama y se inclina hacia mí, rozando con su aliento en el borde de mi oreja. —Katerina Sánchez, tiene quince años. Creo que está con una grommer11 que se llama Lillian Berez. La última vez que vi una foto de ella fue hace tres meses, y estaba parada frente a un campo de girasoles. Me suelta y se aleja mientras yo me vuelvo hacia él. —Gracias —digo en voz baja—. Me aseguraré de que esté a salvo. Me da una mirada que me dice que encontrará la manera de perseguirme si no lo hago. Quizá venga a Parsons y se una al resto de los fantasmas de mi casa. —Uno de los amigos de Rocco está durmiendo en el sofá. Quédate en silencio, y debería estar bien. Está inconsciente por las drogas. —De acuerdo —asiento, sintiendo una ráfaga de gratitud que no tengo ni puta idea de cómo expresar. Probablemente me abofeteará si lo intento. Rio odia Una persona que gana la confianza de una víctima para cometer un asalto sexual sobre él o ella. También conocida como quien las entrena. 11 cualquier tipo de agradecimiento tanto como la atención. Y tal vez sea más porque se odia a sí mismo. —Dile a tu hombre que me dé ventaja, ¿sí? —dice, retrocediendo. Frunzo el ceño. —Corre rápido. Lentamente, se pasa la lengua por el labio inferior y su mirada me recorre por última vez, como si me memorizara. —Adiós, princesa. —Adiós, Rio —susurro. Y luego se va, sus pasos son silenciosos. No pierdo ni un segundo más. Me apresuro a acercarme a mi cómoda -que resulta estar justo al lado del cuerpo de Sydney- resbalando y deslizándome por la sangre que me cubre los pies. Rebusco en los cajones y me pongo apresuradamente una camisa manga larga y luego una sudadera. Después tomo un par de calcetines, rodeo la cama y empiezo a limpiarme la planta de los pies lo mejor que puedo sobre la fina manta. A continuación, me pongo los calcetines y los zapatos, tomo mi diario del suelo y bajo los escalones sin hacer ruido. El miedo me ha mantenido en mi habitación por la noche. Me ha impedido bajar las escaleras y salir por la puerta principal, sabiendo que iba a haber alguien fuera esperándome. Me ha controlado durante más de dos meses, me ha mantenido obediente, y ahora ya no tengo esa opción. He matado a alguien, y si no me voy, seré la siguiente. No, rezaré por ello, pero sé que no dejarán que la muerte me abrace tan fácilmente. Agarro una bolsa de la compra bajo el fregadero, encogiéndome cada vez que hace ruido. Luego, encuentro unas cuantas botellas de agua en el gabinete y una caja de barritas de cereales. Tendrá que ser suficiente. No puedo permitirme más peso que ese. A continuación, abro un cajón y agarro dos cuchillos grandes para protegerme. Mi plan es llegar a las vías y luego seguirlas para salir de aquí. Con suerte, encontraré refugio en uno de los remolques cuando necesite tomar un descanso. Me imagino que supondrán que he tomado la carretera y centrarán su grupo de búsqueda en esa dirección cuando se den cuenta que no estoy. Me ven como un diamante porque tengo el amor de Zade, pero no recuerdan que eso es lo que me forjó como una piedra tan irrompible. Él me ha enseñado mucho sobre mí misma y sobre quién soy realmente. Pero lo más importante es que me ha enseñado a perseverar. Justo cuando salgo de la cocina, oigo un fuerte ronquido y me detengo, mi corazón se acelera. Los amigos de Rocco suelen pasar la noche cuando están demasiado drogados, e imagino que haría falta una estampida de elefantes para despertarlos. Pero no puedo estar demasiado segura: depende de la cantidad de drogas que corran por sus sistemas. Al asomarme por la entrada, veo a un hombre sucio tumbado en el sofá, con la boca entreabierta. Es Jerry. Es uno de los habituales aquí y también uno de los más vengativos cuando Sydney y yo recibimos castigos. Una pequeña parte de mí está tentada de acercarse y clavarle uno de mis cuchillos en la garganta, pero no me atrevo a hacerlo. A pesar de las ganas que tengo de asesinar a todas las personas de esta casa, no soy una asesina despiadada como Zade. Al menos, no solía serlo. Creo que ya no estoy tan segura. Con el corazón en la garganta, me dirijo lenta y silenciosamente hacia la puerta, saltando cuando uno de sus ronquidos es particularmente fuerte y odioso. Estoy a mitad de camino cuando oigo que mi bolsa de plástico se rompe, y una de las botellas de agua se abre paso, golpeando fuertemente el suelo y rodando varios metros. A duras penas, contengo un grito ahogado, atrapándolo en la punta de la lengua junto a los erráticos latidos de mi corazón. Mis ojos, muy abiertos, se dirigen a Jerry. Sus ronquidos se han interrumpido, pero parece que sigue durmiendo. Una peligrosa cantidad de adrenalina recorre mi torrente sanguíneo, y mi visión se vuelve borrosa por lo fuerte que late mi corazón. Agarro el fondo de la bolsa y me pongo de puntillas hasta la botella de agua, encogiéndome cuando la bolsa se arruga en mi mano. Luego me agacho y agarro la botella de agua, manteniendo mis movimientos lentos. Cerrando los ojos, tardo varios segundos en intentar calmar los latidos de mi corazón. Tengo las manos húmedas y el sudor me recorre la línea del cabello y la parte baja de la espalda. Creo que nunca he estado tan jodidamente aterrorizada, y estoy demasiado consumida por ello como para sentir algún tipo de emoción. Es solo eso... puro terror. Exhalando suavemente, me pongo de nuevo en pie e intento recuperar el fondo de la bolsa, pero antes de que pueda, otra botella de agua se cuela, cayendo una vez más al suelo. Me ahogo y, como si me moviera en la melaza, levanto la cabeza para mirar a Jerry. Sus ojos están muy abiertos y clavados directamente en mí. Durante varios latidos, nos quedamos mirando el uno al otro, suspendidos en el tiempo. —¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta, sentándose y balanceando las piernas sobre el borde del sofá. Apenas puedo oír más allá del pulso, y mi visión se estrecha, a punto de perder el conocimiento por el miedo. Si llama a Rocco o a Francesca, estoy acabada. Rio estará acabado si descubren que está involucrado. Entonces, su hermana será vendida, y yo nunca saldré de aquí... Concéntrate, Ratoncita. Tragando, me enderezo, decidiendo que mantener la boca cerrada por ahora es la mejor opción. No tengo ninguna explicación. —¿Intentas escapar, Diamante? Niego con la cabeza, mis ojos se abren aún más cuando se levanta y empieza a caminar hacia mí. Instintivamente, doy un paso atrás, pateando la botella de agua caída. —Entonces, ¿quieres explicar qué mierda estás haciendo? Una vez más, niego con la cabeza. La única excusa que me viene a la mente es que estaba trayendo bocadillos a los guardias. Lo cual es sinceramente cómico, y lo último que quiero que haga este hombre es que jodidamente se ría. Desde luego, no se iba a quedar callado teniendo en cuenta que siempre ha sido el más ruidoso del grupo. Hace una pausa, escudriñando mi figura, y en el momento en que veo la chispa en sus ojos oscuros, sé exactamente lo que el imbécil ha planeado. Una lenta e insidiosa sonrisa se dibuja en su cara. —Ven aquí —me indica. Lo único que puedo hacer es volver a negar con la cabeza, como un juguete roto que solo puede hacer un truco. Gruñe, extiende la mano y me agarra por el brazo. Me estremezco cuando me empuja hacia él, con los sentidos abrumados por el olor corporal, los cigarrillos rancios y el aliento apestoso. —Haz lo que te digo, Diamante, o haré que Rocco salga y se una a la diversión. ¿Qué prefieres, eh? ¿A mí o a los dos? —escupe con dureza, aunque mantiene el tono bajo. Parece que me quiere solo para él, así que se queda en silencio por ahora. Lágrimas me arden en el fondo de los ojos y asiento rápidamente con la cabeza, con la esperanza de apaciguarlo. Las drogas tienden a exaltarlos, y su temperamento es imprevisible. —Buena chica —canturrea, aflojando su agarre—. Quiero que te des la vuelta, te bajes los pantalones y te toques los dedos de los pies. Quiero follarte por detrás. Mi mente se acelera mientras giro, manteniendo mis movimientos lentos mientras intento averiguar qué demonios voy a hacer. De ninguna manera voy a dejar que este imbécil me viole de nuevo. Me empuja con firmeza: —Date prisa. —Deja que suelte mi bolsa primero —susurro, con la voz temblorosa. Él refunfuña, pero no protesta, así que me agacho, agarro con destreza el cuchillo y lo saco, esperando que mi cuerpo disimule lo que estoy haciendo. —Maldita perra lenta —maldice, impacientándose y tirando de la cintura de mis pantalones, intentando bajármelos. Me enderezo, lo que le permite bajarlos hasta la mitad de mi culo antes de girarme por la cintura y sacar mi cuchillo. La hoja le atraviesa la garganta y sus ojos se abren de par en par, casi silenciosos por la conmoción. Y me pongo en acción, me subo los pantalones, agarro rápidamente la bolsa, las estúpidas botellas de agua, y corro para salir por la puerta, dejando que Jerry se ahogue con su sangre. El musculo de mi pecho late con tanta fuerza que me duele mientras atravieso el porche y bajo los deteriorados escalones, y apenas me detengo cuando veo los dos cadáveres apilados junto a la escalera. Los guardias están degollados. Jadeando, rodeo la casa hacia la parte trasera. Rio no está en ninguna parte, y le ruego a Dios que ya se haya ido. Porque puede ser el único que salga vivo de aquí. —Hijo de puta, te voy a joder —dice Daire desde la silla de su ordenador, con la barbilla inclinada sobre el hombro mientras me mira fijamente. Pongo los ojos en blanco. —Lo dices siempre y nunca lo haces. No me importaría que lo intentara. Estos hombres son asesinos entrenados igual que yo, y una buena pelea a puñetazos a la antigua podría servir para liberar parte de la tensión acumulada en mis músculos. El peso de llevar la frustración, la ira y la ansiedad en mis huesos me está pasando factura. He salido en algunas misiones a derribar círculos en Oregón para aliviar algo de estrés, pero nunca es suficiente. Me alejo y recorro el suelo detrás de él. Su despacho está dentro de la bóveda, pero no se notaría si no fuera por la puerta. Han vaciado la habitación y la han transformado en un sótano. Justo en la entrada circular hay una escalera que te lleva al fondo, que se ha ampliado para pasar por debajo de la planta baja, donde está el área de trabajo de Kace. Al igual que el resto del banco, está bañado en marrones, cremas y negros; todo grita dinero. Así que, por supuesto, su equipamiento es el sueño húmedo de un nerd informático. Su escritorio ocupa toda una pared, llena de monitores y pantallas de televisión colgadas encima. Las luces LED parpadean de colores por la habitación, resaltando los bordes afilados de la cara de Daire mientras busca de nuevo entre sus canales, comprobando si Addie ha sido marcada en algún lugar. —Te ciernes sobre mí. Puedo sentir tu aliento en mi maldita nuca. Exhalo con fuerza, lo que hace que se dé la vuelta y envíe un puño hacia mi polla. Lo esquivo con facilidad, pero se las arregla para sorprenderme y pisar mi pie con el suyo, obligándome a retroceder. Touché. —Te comportas peor que una esposa que mira por encima del hombro de su marido infiel —espeta. —Yo diría que tanto la esposa como yo tenemos razones válidas. Refunfuña algo en voz baja, inclinando la cara más hacia el ordenador mientras revisa la red. Su mascota se arrodilla junto a nosotros, con la cabeza gacha, pero capto el atisbo de una sonrisa en su rostro. —¿Averiguaste de dónde vinieron Jillian y Gloria? —pregunto. Daire sacude la cabeza. —Todavía no. Puedo rastrear fácilmente a las que se mantienen en un centro de detención -como los que tú derribas- porque esos son puntos de control para transportar a las chicas de un punto a otro. Pero muchas de las víctimas son llevadas a groomers antes de ser subastadas, y esas suelen ser casas residenciales y a menudo fuera de la red para proteger a los propietarios. Quien quiera que sea Francesca, es obviamente una groomer y una buena. Tiene todo un mapa de rutas de transporte y puntos de control e insiste en que sabría si Addie se pusiera en venta o fuera transportada. Hay un mínimo de lugares para poner a las chicas en venta en la Dark Web, incluso para aquellos que venden a sus propios hijos para obtener beneficios, y Daire tiene acceso a cada uno de esos canales. También hay toda una red para las subastas, el traslado de las chicas hacia y desde las instalaciones de retención, y otros eventos en los que personas de alto perfil pueden comprar mujeres y niños, a los que Daire también tiene acceso. Pero Addie es demasiado arriesgada para ser sometida a esos procesos estándar. Claire es más inteligente que eso. Así que nos hemos centrado en localizar a esta mujer Francesca, pero no hay ninguna casa en el estado de Oregón que sea de su propiedad. —¿Cuál fue su última ubicación conocida antes de desaparecer? —pregunto. Hemos reducido nuestra búsqueda a los pueblos de los alrededores a una hora de distancia de Jacksonville -donde fue realizada la subasta-, pero a menos que tengan cámaras dentro o fuera de la casa, no tenemos forma de confirmar si Addie está dentro de alguna de ellos. —Antes de ser subastada, Gloria fue vista por última vez subiendo a un vehículo en Grants Pass, y Jillian fue recogida en Portland. Tiene antecedentes por prostitución, así que lo más probable es que haya sido traficada antes por esa vía. —¿Esos autos son callejones sin salida? —Sí —confirma—. Condujo a un lugar sin cámaras y nunca más se le vio desde allí. —Joder —maldigo, empezando a caminar de nuevo. Es el mismo calvario con Xavier Delano. Pudimos rastrear su vuelo a Portland, Oregón, y un auto urbano que lo llevó a las afueras, pero después de eso vuelve a malditamente desaparecer. Han tomado todas las putas precauciones para asegurarse de que no hay ningún rastro que lleve a esa casa. Daire consulta un mapa mientras dice: —Hay cientos de miles de casas en nuestras zonas marcadas como objetivo. Addie tiene que estar en una de ellas, pero acotar dónde está... —Se detiene, sus ojos se entrecierran en concentración mientras murmura—: Interesante. —¿Qué? —Hay un viejo sistema de trenes que solía operar para transportar chicas cerca de Grants Pass. Dice que sigue activo, aunque esta línea de ferrocarril lleva décadas cerrada. Entra en Google Maps y marca las coordenadas de la vía férrea, y luego hace un zoom hasta mostrarnos una vista en 3D de la misma. El tren queda abandonado en la vía férrea, los remolques corroídos por la naturaleza y el óxido. Está en medio del bosque, con nada más que árboles alrededor. Otra década y la mayor parte de la fauna se habrá apoderado por completo. —Es extraño que todavía se considere un canal activo —dice Daire, con el ceño fruncido. —¿Hay casas residenciales cerca? —No hace daño mirar —responde. Me mira—. Ten en cuenta que no hay forma de confirmar legítimamente que tienen chicas dentro a menos que irrumpas en el lugar. ¿Mi consejo? No lo hagas. Arqueo una ceja en respuesta. Pone los ojos en blanco y vuelve a su ordenador, dándose cuenta de que está hablando con una persona que acaba de irrumpir en la casa de Mamá T sin avisar con el fin de llegar a ellos. ¿Qué me impide hacerlo con cualquier otra persona? La respuesta es nada. —Voy a necesitar una larga sesión con mi mascota después de lidiar contigo —murmura. —De nada. Sonríe, pero se concentra en la pantalla mientras navega por el bosque. Durante un largo rato, no encuentra nada. El tiempo suficiente para empezar a hacer un agujero en el suelo detrás de él —He encontrado algo —anuncia Daire unos veinte minutos después, atrayendo de nuevo mi atención hacia él. Me acerco a él y me inclino para ver mejor. Si el bastardo dice que estoy merodeando de nuevo, le robaré su mascota y la dejaré en algún lugar al azar solo para incomodarlo. El imbécil está jodidamente bendecido por tenerme tan cerca. De entre los árboles emerge una enorme casa destartalada. Parece que su mejor momento fue a principios del siglo XX. Aun así, es habitable, grande y definitivamente bien escondida. Mi corazón se acelera y, por primera vez, siento un atisbo de emoción. —¿Dónde se encuentra? —Merlín, Oregón. Solo a unos quince minutos de Grants Pass, más o menos. —Hace una pausa—. Y a una hora de Jacksonville. Para cuando termina su frase, ya casi estoy vibrando de emoción. Cuando se tomó la foto del satélite, solo había una camioneta roja oxidada estacionada fuera de la casa. Tomo mi portátil y busco rápidamente la matrícula para encontrar al propietario. —Rocco Bellucci antecedentes. —murmuro, indagando inmediatamente en sus —Tengo algunos cargos por intoxicación pública, violencia doméstica y agresión. Daire se encoge de hombros. —Cargos bastante estándar para el noventa por ciento de la población masculina. A continuación, compruebo quién es el propietario de la casa, y el nombre de Rocco aparece una vez más. Golpeo con los dedos el portátil, la ansiedad zumba en mis terminaciones nerviosas. Esta casa es sospechosa, pero nada en ella indica que sea una casa de acogida. No está registrado bajo un nombre que reconozca, y no hay ninguna evidencia física de que las chicas estén retenidas aquí. Saco mi teléfono del bolsillo y busco el número de Jillian. Después de prometerme que me ayudaría en lo que pudiera si tenía más preguntas sobre Addie, le pedí a Ruby que le consiguiera un teléfono desechable. Suena durante varios largos segundos antes de que llegue su voz aburrida y acentuada: —¿Sí? Qué persona tan mullida y cálida es. —Antes mencionaste que Francesca tenía un hermano —afirmo. —Sí, es una de las personas que me encantaría que asesinaras —responde ella. —Bueno, ¿cuál es su maldito nombre? —Rocco. No sé su apellido. Mi mundo se inclina sobre su eje. La posibilidad de que acabamos de encontrar a Addie es casi demasiado. —¿Hola? —suena su voz. —¿Estuviste encerrada en una casa colonial de tres pisos? —Nombro algunos atributos más de la propiedad que podrían ser reconocibles, y cuando ella no responde de inmediato, casi parto el teléfono por la mitad. —Esa es —dice finalmente. Joder. —¿Jillian? —¿Sí? —Voy a asesinar a mucha jodida gente por ti. Lo último que oigo es su resoplido antes de colgar el teléfono, y levanto la vista para encontrarme con la mirada de asombro de Daire. —¿La encontramos? —La hemos encontrado, maldita sea, —confirmo, sacando inmediatamente las indicaciones para llegar a la casa. Tardaré unas cuatro horas en llegar a Merlín desde Portland, pero antes tendré que prepararme. No sabré cuánta gente estará en la casa de antemano, así que será necesario tener a Jay en mi oído y a Michael y Ruby conmigo en caso de que haya más chicas retenidas allí. Tendré varios mercenarios más siguiéndome de cerca si necesito refuerzos. —¿Z? —Levanto la vista—. ¿Y si ya no está ahí? Mi ojo se estremece de solo pensarlo. La posibilidad es alta, pero al menos tendré en mis manos a las personas que pueden llevarme directamente a ella. Me encuentro con su mirada, y por un momento, desato la oscuridad. —Entonces mucha gente morirá. —Tengo noticias —dice Jay a través del altavoz del auto. Son las seis de la mañana y todavía está muy oscuro, el sol ni siquiera roza el horizonte. Una densa niebla cubre las carreteras y dificulta la visión. Estoy a cinco minutos de la casa de Francesca y Rocco Belluccis, Daya va en el asiento del copiloto a mi lado, mientras Michael y Ruby conducen detrás de mí. Está a solo unos diez minutos del río Rogue, por lo que hectáreas y hectáreas de bosque nacional rodean la propiedad. Anoche, me las arreglé para hackear algunos de los satélites. Al gobierno le gusta decirle a la gente que los satélites no están interesados en su casa, pero eso no significa que no tomen imágenes intermitentemente. Jay las está hojeando ahora, pero no ha visto a Addie. —¿Qué? —Envié un dron sobre la casa —comienza—. Y toda la propiedad está en una absoluta conmoción. Hay unos treinta hombres buscando en los alrededores de la propiedad. La mitad está en el bosque detrás de la casa, y la otra mitad está recorriendo el camino. Justo cuando termina, dos todoterrenos negros pasan volando junto a mí, y veo a varios hombres a pie más adelante. —Mierda —murmuro, reduciendo la velocidad hasta detenerme justo al lado de un hombre. —Jay, avisa a Michael de lo que está pasando y mantén un dron sobre nosotros. Bajo la ventanilla del pasajero y el tipo se dobla por la cintura, mirándonos a Daya y a mí con impaciencia. —¿Todo bien, señor? —pregunto. —Todo está bien, nada de lo que tenga que preocuparse. —Parece que está ayuda? —presiono. formando un grupo de búsqueda. ¿Necesita —No, solo busco a mi perro. Arqueo una ceja y Daya lo mira. —Debe preocuparse mucho por este perro —comenta. —Sí, la perra no tiene precio —replica—. Ahora sigue avanzando, tienes autos detrás de ti, idiota. Pero ya estoy subiendo la ventanilla y pisando fuerte el acelerador. —¿Oíste eso, Jay? —pregunto, con el pecho apretado. —Sí. ¿Crees que es Addie? Sacudo la cabeza, mis pensamientos van más rápido que mi auto. —Jillian mencionó a otras chicas de la casa, así que podría ser cualquiera de ellas, pero hay una maldita posibilidad. No creo que tengan una búsqueda masiva como esta para una chica normal. —Suena como Addie. Es valiente. Me muerdo el labio, con una gran cantidad de emociones surgiendo en mi pecho: emoción, miedo y orgullo. Tomo la rápida decisión de dirigirme hacia el tren. No tengo ni idea de la dirección que ha tomado, pero sé que es demasiado lista para tomar la carretera. Hay demasiadas posibilidades de que la atrapen y la lleven de vuelta a la casa. Pero existe la posibilidad de que haya encontrado ese tren, y lo esté usando como guía para salir del bosque. O buscando refugio en él. El teléfono de Daya suena por millonésima vez y suspira mientras lo pulsa. —¿Su madre otra vez? —Sí —dice en voz baja—. Ha estado destrozada desde que Addie desapareció, y creo que le ha hablado a todos los policías del estado insultándolos a ellos y sus madres porque aún no la han encontrado. —¿Sabe que podríamos encontrarla hoy? Ella asiente. —Sí, probablemente debería haber esperado, pero nunca había visto a Serena así antes, y supongo que quería darle un poco de esperanza, ¿sabes? Han pasado más de dos meses, y creo que estaba casi convencida de que Addie estaba muerta. Dirijo mi mirada a Daya. —Va a recuperar a su hija hoy. Llámame psicópata, pero mi chica está cerca. Puedo sentirlo. Antes de que Daya pueda responder, la voz de Jay se interpone. —Oh, mierda. —¿Qué? —suelto. —Hace unos dos meses, hay un par de imágenes de satélite de una reunión masiva en la casa. Busqué para ver si había una afluencia de vuelos y reservas de hotel, y seguro que sí. Es decir, docenas y docenas de hombres de alto perfil de todo el mundo volaron y se alojaron en los hoteles de los alrededores. Uno de ellos era Xavier Delano; ha reservado en un hotel a cuarenta y cinco minutos cada semana desde hace un mes. —Tal y como había dicho Jillian, ha estado visitándola a menudo. —Bastardo —murmura Daya. La furia al rojo vivo se acumula en mi pecho, un volcán siempre presente listo para entrar en erupción en cualquier momento. Y lo ha hecho, muchas veces. Ha provocado la muerte de muchos traficantes y el incendio de un par de edificios. Intento concentrarme, porque si no me volveré a quedar ciego de rabia y mi auto se saldrá de la carretera. Llego a un callejón sin salida, mi única opción es girar a la izquierda o a la derecha. —Jay, ¿la línea de ferrocarril está más adelante? —Sí, unos pocos cientos de metros —confirma un momento después. —Vamos a buscar a pie, pero tengo algunos hombres en espera, y quiero que los envíes a la casa por si acaso. No quiero que nadie salga. —Entendido. Giro a la izquierda y conduzco durante unos segundos antes de encontrarme con una ruta de senderismo. Hay un pequeño terreno, así que rápidamente me meto en un puesto de estacionamiento. —Pon tu bluetooth —le digo a Daya, metiendo el mío en la oreja. Michael ha estacionado en el lugar que está a mi lado, y los cuatro salimos de los autos. —¿Es Addie? —Michael pregunta inmediatamente. —No lo sabemos con seguridad, pero creo que sí, y no puede estar lejos. Ruby jadea y se pone una mano sobre el corazón, siempre dispuesta a ser teatral. —¡Oh! Será mejor que nos demos prisa entonces. Probablemente esté muy asustada, pobre chica. —Michael asiente, con una pequeña sonrisa de esperanza en los labios. —Ayúdanos a dirigirnos a la línea de ferrocarril —le digo a Jay después de llamarle por el Bluetooth mientras saco un cigarrillo del paquete. —Esos te matarán —se queja Jay. Miro hacia arriba, observando el dron parado a quince metros por encima de mi cabeza. Levanto la mano y le muestro el dedo del medio. Jay se ríe a través de mi Bluetooth y nos dice hacia dónde dirigirnos. Tardamos unos cinco minutos en encontrar el tren. —¿Qué longitud tiene el tren? —Este es más grande que la mayoría. Se extiende unos tres kilómetros. Tiene como 800 metros a tu derecha, y el resto a tu izquierda. Me dirijo a Michael: —Tú y Ruby vayan a la derecha, y Daya y yo iremos a la izquierda. Él asiente con la cabeza, y se pone en marcha en esa dirección. —Nos vemos pronto, —dice, agitando una mano, y Ruby le sigue rápidamente. —¡Ruby! —llamo—. Tienes un arma, ¿verdad? —Por supuesto que sí —me grita, sin mirar siquiera hacia atrás. Sonriendo en señal de aprobación, me dirijo en la otra dirección, con los huesos temblando de expectación. Esta noche vuelvo a casa con mi Ratoncita. ¿Y después? Vamos a quemar el mundo juntos. La punta del pie se engancha en una roca y tropiezo con ella, consiguiendo enderezarme antes de comer tierra. El frío se ha instalado en lo más profundo de mis huesos, y toda la sensibilidad de mis manos y pies se ha agotado. No sé cuánto tiempo llevo corriendo ahora, pero he contado los remolques que he pasado. Doce. Solo doce. El exterior está muy oscuro y un búho ulula en algún lugar de la distancia, ahogado fácilmente por mi apodo. —¡Diamanteeee! Oigo a los amigos de Rocco llamarme justo cuando llego al tren, y estoy a segundos de agacharme y vomitar, lo que les llevaría directamente a mí. Si no es por el sonido de mis arcadas, sí por el charco de vómito que dejaría atrás. Me llevó un tiempo encontrar el tren de nuevo, al no estar familiarizada con estos bosques. Solo he corrido por ellos dos veces, y las dos veces fue a través de un gran laberinto lleno de trampas. Teniendo en cuenta que no estoy pensando con claridad en este momento, no quise arriesgarme a tropezar con un cable, así que lo rodeé. —¡Diamanteeee! —vuelve a gritar un hombre, y me dan arcadas, la adrenalina es demasiado potente. Sus voces están todavía relativamente lejos, pero no he cubierto ninguna de mis pistas. No he tenido tiempo de hacerlo. No tengo ni idea de si saben cómo seguirlas -probablemente no- pero no importa. Francesca lo hará, ya que me cazó cuando practicamos para el Culling. Estoy en el vigésimo remolque cuando vuelvo a tropezar y, esta vez, soy incapaz de agarrarme. Me caigo hacia delante, aterrizando torpemente sobre las manos y las rodillas, con una agonía que se dispara por el impacto. Mi bolsa sale volando y otra maldita botella de agua cae. Dejo caer la cabeza entre los hombros y me esfuerzo por respirar. Dentro, y fuera. Dentro, joder, no puedo respirar. Mi rostro entumecido se contorsiona y un sollozo se arrastra por mi garganta como una araña. Sigue luchando, cariño. Sigue luchando. Ya no sé cómo hacerlo, Zade. No sé jodidamente cómo. Sacudo la cabeza, inhalando bruscamente, esforzándome por recomponerme. Vuelvo a inhalar y me levanto a la fuerza, con trozos de roca, hojas y palos incrustados en las palmas de las manos. Al quitármelos de encima, recorro con la mirada el remolque que está a mi lado. No parece muy diferente a los demás -blanco, oxidado y corroído-, pero hay una escalera anclada en un lateral. Si me quedo fuera mucho más tiempo, me encontrarán, así que necesito encontrar un lugar donde esconderme y recuperar fuerzas. Todavía estoy en estado de shock, y mi cuerpo está empezando a apagarse por ello y por la adrenalina. Limpiándome los mocos de la nariz, vuelvo a recoger mis escasas pertenencias, las acuno con un brazo y me agarro al frío metal con el otro, y empiezo a subir. —Itsy Bitsy araña subió por la pared —murmuro, fallando un peldaño y resbalando de nuevo. Mi rodilla choca con el metal, enviando ondas de dolor a mi pierna. Con un silbido, termino de subir y trepo hacia el centro del remolque. Una vez que llego a la puerta de la escotilla, giro la palanca y la abro de un tirón, gastando los últimos hilos de mi energía. —Vino la lluvia y se llevó. —Me asomo al interior del remolque y no veo nada más que vida vegetal serpenteando por las grietas. Puede que me esté metiendo en mi tumba, pero prefiero morir aquí. Sí, creo que este es un buen lugar para morir. Me despierto con la sensación de que algo pasa rozando mi pierna. El pánico se apodera de mí y salgo disparada hacia delante, con un agudo grito en la punta de la lengua. Por un momento, estoy convencida que estoy de nuevo en esa casa, a horcajadas sobre Sydney con ese bolígrafo en la mano. El pánico tarda varios instantes en desaparecer y mi entorno vuelve a aparecer en mi visión. Jadeando, miro hacia abajo y observo que mis manos siguen cubiertas de sangre. Me ha empapado la ropa, los brazos y las piernas también. La piel me pica y está irritada, y noto que se está desprendiendo. Aturdida, helada e incómoda, miro el interior del remolque en el que me encuentro. Las enredaderas crecen a través de las grietas, y el lugar está sucio y sofocante, pero por lo demás está vacío. Dejo la escotilla superior abierta y un hilo de luz matutina se filtra, proporcionando suficiente iluminación para ver con claridad. Un gemido retumba en mi garganta, con la espalda dolorida por mi posición rígida. Justo cuando me reajusto, me detengo y me doy cuenta de que una ardilla marrón está sentada a varios metros de distancia, olfateando el suelo y vigilándome de cerca. —Hola, guapo —susurro, con la voz ronca por el sueño. Me río y, con absoluta fascinación, veo cómo se acerca lentamente hasta que está a pocos centímetros de mí. Se aparta cuando intento acariciarlo, así que retrocedo. —¿Cómo te llamas? —susurro, sonriendo cuando salta sobre mi pierna, con sus pequeñas garras clavándose en la tela de mis pantalones de chándal. Durante varios minutos, la curiosa ardilla y yo nos observamos mutuamente y, por primera vez en meses, me siento un poco más ligera. Esta pequeña criatura es tan pequeña e insignificante para la mayoría, y, sin embargo, al verla limpiar su carita se me llenan los ojos de lágrimas. Llevo tanto tiempo rodeada de cadáveres huecos que me sorprende ver algo tan vivo. Resoplo y me limpio los rastros de humedad de mis mejillas, solo para que sean reemplazadas por más. —A mi Nana le encantaba ver a las ardillas desde el ventanal, ¿sabes? —digo en voz alta—. Así que voy a llamarte May. Su cumpleaños fue en mayo, y creo que te amaría. La ardilla da un respingo y se arrastra por mi pierna hacia mi pie. Me río cuando me mordisquea la punta del zapato, tirando ligeramente del material. Jadeo cuando veo por el rabillo del ojo que otra ardilla viene corriendo hacia nosotros. —¡Dios mío, son dos! —chillo, manteniendo la voz baja. May salta de mi pierna y se reúne con su compañera. La pareja se persigue mutuamente, arrancando otra risa de mi pecho. Varias lianas se aferran al lateral del remolque, directamente hacia la escotilla. Con cariño y tristeza a la vez, veo a la pareja trepar por las lianas y sacar sus esponjosos cuerpecitos por la grieta. —Adiós, May —susurro, la soledad apoderándose de mí. En lugar de dejar que hunda sus garras en mí muy profundamente, me obligo a ponerme en pie, con la espalda y las piernas doloridas. No recuerdo mucho después de caer en el remolque, excepto que casi me torcí el tobillo, pero debo haberme dormido poco después. Teniendo en cuenta que la luz que se vislumbra es azul, aún es de madrugada y no pueden haber pasado más de unas horas. No hay duda de que siguen buscándome, y me debato entre la decisión de seguir avanzando o esperar a que desistan de buscar en el bosque. Me aterra llegar al punto en el que ya no tengo la protección del tren abandonado. Después de eso, estaré a la intemperie, con solo dos cuchillos de cocina para mantenerme a salvo. Decidida a seguir adelante, me tomo un momento para engullir una barrita de cereales y beber media botella de agua, decidida a comer y beber con moderación. Quiero tirar estas estúpidas botellas de agua por haber estado a punto de dejarme atrapar, pero no tengo ni idea de cuánto tiempo voy a estar varada, así que las necesito. Cuando me dejé caer por aquí, no había pensado mucho en cómo iba a salir. Y ahora, realmente me arrepiento de esa decisión. Miro a mi alrededor, esperando encontrar algo que me impulse, pero no hay nada aquí. Mierda. ¿Dios? ¿Podemos hacer un trueque o algo así? Si me ayudas a salir de aquí, tienes mi permiso para quitarme diez años de vida. Eso me dejará como cinco años con todo este estrés, y estoy contenta con eso. Ahora que tengo la cabeza más clara, puedo decir con absoluta certeza que, de hecho, no quiero morir aquí. Pero parece que voy a hacerlo. Otra ráfaga de lágrimas me inunda los ojos y se me hace un nudo en la garganta. Justo cuando estoy a punto de empezar a hiperventilar, oigo voces fuera del remolque. Inhalando bruscamente, me paralizo de terror al escuchar a dos personas hablando. No oigo lo que dicen, pero sí el claro ruido de una radio. Oh, mierda, son ellos. Comienza la hiperventilación. Me tapo la boca con una mano, repentinamente paranoica porque pueden oírme respirar a través del grueso acero. Mirando hacia la puerta de la escotilla, mi corazón se desploma cuando oigo una voz apagada que dice: —La escotilla parece abierta. Un terror absoluto me consume, y lo único que se me ocurre hacer es agarrar tranquilamente mis dos cuchillos, empuñando uno en cada mano, y dirigirme hacia la esquina más alejada del remolque, donde convergen la mayoría de las sombras. Obviamente, eso no va a lograr absolutamente nada cuando abran la puerta y miren dentro, pero literalmente no hay nada más que pueda hacer. No hasta que vengan aquí. El sonido de alguien saltando en el lateral del remolque reverbera por todo el metal y a lo largo de mi cuerpo, haciendo que mi corazón vuele a mi garganta. Agarro los cuchillos con fuerza, temblando violentamente mientras oigo al hombre subir al remolque. —¡Oye! —llama una voz con fuerza. El hombre se detiene, y con él mucho más cerca de la puerta, puedo oírle mejor. —¿Quién demonios eres tú? No puedo escuchar cuál es la respuesta de la persona, pero sea cual sea, al tipo no le gusta. —¿Qué carajo acabas de decir, imbécil? No tienes nada que hacer aquí. La otra persona está más cerca ahora, aunque todavía no puedo entender lo que está diciendo. —Me importa una mierda si no es propiedad privada. ¿Quién demonios eres tú para cuestionarme? Confundida y aliviada, oigo que el hombre vuelve a bajar del remolque, suponiendo que se queda con el intruso. Intento escuchar más allá del fuerte latido de mis oídos, pero no puedo distinguir ni una maldita palabra. Sus gritos aumentan, aunque la mayor parte parece provenir del hombre que estuvo a punto de encontrarme. Justo cuando parece que está a punto de llegar a un acuerdo, se hace un silencio mortal durante un tiempo, seguido de un sonido agudo de metal chocando con metal. ¿Una bala? No he oído ningún disparo, pero es muy difícil escuchar más allá de los latidos de mi corazón. Suena como si un hombre dijera: —Bastardo —Aunque no puedo estar segura. Con los ojos muy abiertos, miro fijamente la escotilla, con los nervios a flor de piel, cuando oigo que alguien vuelve a saltar a la escalera del remolque. Oh, no. No, no, no, no. Ha vuelto. Un sollozo me sube a la garganta, amortiguado por mi mano, cuando oigo al hombre acercarse ruidosamente a la escotilla. Si quiere que salga, va a tener que venir a buscarme, y no hay manera de me vaya sin luchar. Preferiría cortarme la garganta antes que volver a esa casa. Volver con Xavier. La escotilla cruje al abrirse y el vómito sube por mi garganta. Estoy a punto de desmayarme, hasta que veo su cara. Mis ojos se abren aún más, el miedo es rápidamente reemplazado por la incredulidad. Un ojo azul tan claro que es casi blanco, con una malvada cicatriz que lo atraviesa. Y un ojo marrón tan oscuro que parece de obsidiana. Todavía puedo ver sus rasgos con claridad, incluso con la capucha negra puesta sobre su cabeza. Y en este momento, un alivio absoluto me está mirando fijamente. —¿Zade? —Joder, cariño, quédate ahí. No te muevas. —¿Está ahí dentro? —grita con urgencia una mujer, cuyos pasos suben ahora también por el remolque. Pero estoy demasiado cegada por el shock como para prestar atención. Un segundo después, Zade se deja caer en el remolque y su peso resuena en el pesado metal. Un gemido brota de mi garganta, casi ahogado por el alivio mientras tropiezo con él, chocando en una maraña de miembros. Inmediatamente me levanta en sus brazos, mis piernas rodean su cintura antes de caer de rodillas, abrazándome con tanta fuerza que apenas puedo respirar. La incredulidad total me tiene asfixiada y los sollozos que brotan de mi garganta sacuden mi cuerpo tan profundamente que los huesos me tiemblan por la fuerza. —Estoy aquí, Ratoncita, estoy aquí —canta—. Joder, qué helada estás. —Se le quiebra la voz y nos mece a los dos, los temblores le recorren mientras lucha por mantener la compostura. Pedazo a pedazo, ambos nos desmoronamos, las astillas caen a nuestro alrededor en una cascada de angustia. Y solo sé que cuando Zade recoja nuestros pedazos dispersos y nos vuelva a coser, estaremos para siempre entrelazados. Me besa suave pero urgentemente en cualquier superficie de mi cuerpo que esté a su alcance. La cabeza, las mejillas, el cuello y los hombros, mientras sus manos vagan sin pensar, calentando mi piel helada, aunque parece más bien que la está adorando. No sé cuánto tiempo nos quedamos allí, pero finalmente, mi llanto se apaga, aunque Zade no deja de abrazarme. —¿Addie? —dice suavemente una voz. Mis ojos se abren de par en par y levanto la cabeza para ver el rostro de Daya asomando por la escotilla. Su suave piel marrón oscura está mojada por las lágrimas y sus ojos verde salvia están inundados. —Oh, Dios mío, Daya —exclamo, una vez más abrumada por la incredulidad. —Vamos a levantarte, cariño —insta Zade—. Hace frío, y el lugar sigue siendo un enjambre de gente que te busca. Respiro, me limpio la nariz y asiento con la cabeza. Me levanta y Daya me agarra de las manos y me ayuda a salir del remolque. Cuando salgo, me abraza inmediatamente; su abrazo es casi tan fuerte como el de Zade. —No vuelvas a dejarme —llora, con la voz temblorosa y tensa. Asiento con la cabeza, a punto de derrumbarme de nuevo. Pero entonces una mujer grita por detrás de nosotros, soltando palabras confusas que suenan mucho a oh Dios mío, la has encontrado, debe estar helada. O algo así. Daya y yo nos separamos para ver cómo una mujer pelirroja y otro hombre que no reconozco se precipitan hacia nosotros. Un momento después, Zade salta, se cuelga de la escotilla y sale con facilidad. —¡La has encontrado! —Vuelve a gritar la mujer. —Jesús, Ruby, no lo anuncies al mundo. Todavía hay gente que la está buscando —dice Zade. Agita una mano, despreocupada. —Los atraparás. Y lo hará. En el suelo hay dos cadáveres, sangrando por lo que parece su pecho. —¿Cómo has...? —Literalmente, dio dos pasos hacia un lado y les disparó a los dos en el pecho con una maldita bala —responde Daya por él, mirándome con una mirada que dice, está jodidamente loco, pero también es algo genial. Al acercarse al tráiler, Ruby aprieta las manos, indicándome que baje hasta ella. —Vamos, querida. Te haré entrar en calor. Me quedo mirándola, con el cerebro sumergido en un charco de gelatina, tardando en procesar lo que está pasando. Después de que Daya me dé un suave empujón, desciendo temblorosamente la escalera, con los pies casi resbalando en los peldaños. La mujer, que debe ser Ruby, me rodea con un brazo en cuanto mis pies tocan el suelo. —Ahora estás a salvo, querida —canturrea, frotando mi bíceps para calentarme mientras me acompaña por el tren abandonado. Miro por encima de mi hombro y veo a Zade unos metros más atrás; sus ojos se centran en mí como si estuviera convencido de que voy a desaparecer si mira hacia otro lado, aunque sea un segundo. Ahora estoy a salvo. Sin embargo, todavía se siente como si estuviera en el infierno. —¿No hay buenas noticias? —pregunto, cruzando los brazos sobre el pecho. Jay aprieta los labios y sacude la cabeza. Francesca y Rocco Bellucci no estaban por ninguna parte cuando mis hombres llegaron a su casa. De hecho, toda la casa estaba vacía, excepto por un hombre muerto en el salón con la garganta abierta, y un par de hombres amontonados fuera de los escalones del porche. Lo que significa que Rio y Rick también huyeron. Sospecho que todos se fueron en el momento en que descubrieron que Addie había desaparecido, huyendo de allí antes de que yo pudiera llegar a ellos. Los gusanos son escurridizos, pero no podrán esconderse de mí por mucho tiempo. —¿Cómo está Addie? —pregunta Jay, con preocupación grabada en las líneas de su cara. Mira por encima de mi hombro como si pudiera verla desde la puerta principal. Es la primera vez que entra en la mansión Parsons, y su lenguaje corporal sugiere que está listo para salir. Dio un paso dentro, y la puerta principal se cerró sola detrás de él. Desde que Addie está en casa, la actividad ha aumentado. Su energía ha sido oscura, y la mansión nunca tuvo calor para empezar. Quería llevarla a mi casa, pero Addie se negó, diciendo que ya había estado encerrada en una prisión durante mucho tiempo y que no quería encontrarse en otra. Así que he colocado un fuerte dispositivo de seguridad alrededor de la propiedad, utilizando tecnología avanzada -e ilegal- para asegurarme de que nada pase sin mi conocimiento. Sea lo que sea lo que Claire tiene bajo la manga, sabe que no hay posibilidad de tocar a Parsons. Después de encontrarla, la llevé directamente a unos viejos amigos míos de confianza, Teddy Angler, y su hijo, Tanner. Teddy es un cirujano jubilado, pero ha estado trabajando para Z desde que creé la organización, acogiendo a cualquier sobreviviente que necesite cuidados. Su hijo es enfermero y suele ayudar a Teddy ahora que se está haciendo mayor. Nos quedamos con él durante una semana para que pudiera tratar las laceraciones de todo su cuerpo, la herida abierta en la nuca y bombearle líquidos. Estaba deshidratada, desnutrida y destrozada por los abusos. Me negué a apartar la vista de lo que le habían hecho, aunque lo único que quería hacer era volver a salir por la puerta y destrozar con mis putos dientes a cualquiera que habitara esa casa. No estoy seguro de que recuerde mucho de su tiempo con Teddy. Estuvo catatónica toda la estancia. Hace un mes que está en casa, y al principio nos acosaban los policías y los medios de comunicación. Las fuerzas del orden pedían su declaración y querían información sobre su secuestro. Y por supuesto, como Addie es una autora popular, tuvo la atención de los medios. No me avergüenzo de haber perdido la cuenta de cuántos paparazzi he amenazado con hacerles daño físico por intentar colarse en la propiedad. Me hubiera encantado hacer un maldito ejemplo de uno de ellos. Colgarlos al final del camino de entrada como un recordatorio amistoso de lo que sucederá si incluso su dedo del pie toca el maldito límite de la propiedad. El caos se ha calmado, pero ha hecho que Addie se encierre aún más en sí misma, y ha estado confinada en su dormitorio y acurrucada bajo sus sábanas de seda negra como si fuera alérgica al aire exterior. Durante las dos primeras semanas después de su rescate, apenas hablaba. Addie a menudo oscilaba entre la desolación total, en la que se quedaba con la mirada perdida y no reaccionaba, al llanto y estár desconsolada. He hecho venir a una terapeuta, la Dra. Maybell, que ha venido a hablar con ella unas cuantas veces para ayudarla a salir, y eso ha ayudado. Verla así me rompe el puto corazón, y lo único que quiero es entregarle los pedazos y darle algo a lo que aferrarse. Pero no se aferra a nada. Ni siquiera me deja acercarme. Si me acerco a un metro de ella, se vuelve loca. Se niega rotundamente a que la toque, y eso me está matando porque es lo único que quiero hacer. Daya y Serena nos han visitado con frecuencia, ya que Addie se siente mucho más cómoda en sus abrazos que en los míos. —Viva —respondo, aunque no estoy del todo seguro de que sea la verdad. Respira, pero no vive—. Y poco a poco va mejorando. Ahora habla y a veces sonríe y se ríe. Tendrá algunos altibajos durante mucho tiempo. Miro las profundas heridas de mis manos, todavía rojas por la noche anterior. Todas las noches se revuelve en la cama, con gritos que salen de su garganta y con el cuerpo agitado. He aprendido a tener cuidado cuando la despierto. Algunas noches se pone en modo de ataque total. Ciega mientras me araña, convencida de que soy uno de los demonios que la persiguen en sus pesadillas. Durante el día, vuelve a ser un fantasma. Aunque eso tampoco parece correcto: los fantasmas de la mansión Parsons son más activos que ella. Y para ser franco, me estoy frustrando. No porque esté perdida en su trauma, sino porque no tengo ni puta idea de cómo sacarla de él. La impotencia es un sentimiento con el que he intimado. No puedo salvar a todas las chicas, pero que me aspen si no puedo salvar a Addie, aunque sea de ella misma. —Lo va a superar, Z —asegura Jay, que parece notar la angustia que oscurece el fondo de mis ojos. —Sé que lo hará. Es la mujer más fuerte que conozco —Estoy de acuerdo. Jay asiente y me entrega un ramo de rosas rojas. —No quiero molestarla ahora, así que dale estas de mi parte, ¿sí? —Por supuesto, gracias, hombre —digo, tomando el ramo de su mano. Hoy tiene las uñas pintadas de color rosa neón, y ya se están pelando. —¿Has comprobado cómo está Katerina? Jay asiente. —Sí, ahora mismo está como Addie. No habla mucho y sus emociones son inestables. Es muy joven y ha pasado por mucho. Una vez que Addie había subido a mi auto, me había dado dos nombres, junto con una petición para salvar a una de ellas de un campo de girasoles. La hermana de Rio, Katerina Sánchez, y su groomer, Lillian Berez. No sé por qué Addie me había pedido que rescatara a la hermana de Rio, solo que era importante para ella que lo hiciera. Katerina es una niña de quince años que fue esclavizada por una mujer malvada. Independientemente de quién sea su hermano -y de las ganas que tengo de matarlo-, ella no es responsable de los pecados de su hermano y necesitaba ser salvada. Tras localizar a Addie y acomodarla, envié a Michael y a otro de mis mercenarios a ocuparse de ella. Si no fuera porque Addie insistió en que Katerina estaba junto a un campo de girasoles, habrían tardado mucho más en encontrarla, pero pudieron localizarla en un par de días y sacarla de allí. A diferencia de Addie, no hicieron grandes esfuerzos para mantenerla oculta. Ahora, está en una de mis casas de seguridad, recibiendo tratamiento para su extenso trauma. —¿Su hermano sigue intentando ocultarse? Jay me mira. —Sabes que lo hace. Todavía está en Arizona. —Cuando asiento con la cabeza, levanta un pulgar sobre su hombro y dice—: Me voy a ir. Hazle saber que estoy pensando en ella. Vuelve a echar un vistazo al salón, recorriendo con la mirada cada rincón como si un espíritu fuera a estar allí mirándole. Siento unos ojos en mi espalda, pero, quienquiera que sea, no se dan a conocer. Jay se gira y cierra suavemente la puerta tras de sí, mientras una corriente de aire frío me roza la nuca. Ignorando al fantasma, subo a ver cómo está mi chica. Su madre se ha marchado hace apenas una hora, y suele echarse siestas después de esas visitas. El primer encuentro con Serena Reilly fue... interesante. Addie nunca le habló de mí, algo que yo esperaba, teniendo en cuenta que su relación se había deteriorado mucho antes de que yo llegara. E independientemente del hecho de que haya encontrado a su hija, sus sentidos arácnidos se han puesto en marcha y está percibiendo lo peligroso que soy. No se equivoca. Abro la puerta y me asomo al interior, donde encuentro a Addie sentada, apoyando su diario en la rodilla mientras garabatea en él como si no pudiera escribir las palabras lo suficientemente rápido. Una inyección de alivio inunda mi sistema. Parece que hoy es un buen día para ella, todo lo bueno que puede ser. No se da cuenta que estoy aquí, así que me apoyo en el marco de la puerta, contento de ver cómo escribe. Las puertas del balcón están abiertas de par en par, dejando entrar el aire fresco. Hace mucho frío aquí, pero no parece que ella lo note. En los últimos días, ha estado escribiendo en ese diario con más frecuencia. No estoy seguro de dónde vino, pero es su salvavidas, y parece estar ayudándola. La Dra. Maybell recomienda escribir un diario y todo eso con las chicas que rescato. Es mejor que embotellar todas esas emociones y dejar que se pudran y las consuman lentamente. Al cabo de unos minutos, toma un tubo de pintalabios, se lo aplica a ciegas en sus carnosos labios y le da un beso al diario. Me mira, cierra el diario con un chasquido, lo deja en la mesita de noche y agarra un pañuelo de papel para limpiarse la mancha carmesí de la boca, y finalmente me mira a los ojos. —Veo que sigues siendo espeluznante —comenta secamente, desmenuzando el pañuelo de papel y arrojándolo a la mesa junto a ella. Sonrío y me acerco lentamente a ella. Se pone visiblemente tensa, así que me siento al final de la cama y le doy espacio. Estoy a favor de empujar los límites de Addie, pero no estoy dispuesto a hacerlo. A pesar de mis métodos poco honorables con ella en el pasado, lo último que quiero hacer es empeorar su trauma. Ya ha pasado por bastante; no necesita que otro hombre egoísta le quite algo que ella no está dispuesta a dar. Cuando esté preparada para aceptarme de nuevo, no puedo prometerle que no la empuje más allá de su zona de confort y que trabaje para despertar una parte de ella que estoy seguro que siente perdida. Pero eso requiere tiempo y confianza. Y soy un hombre muy paciente. —Por siempre y para siempre, cariño —murmuro y le lanzo una sonrisa pícara. Siento que mi corazón explota cuando ella me devuelve una pequeña sonrisa. Ese pequeño gesto se siente como si me entregara todo el maldito mundo en sus pequeñas palmas. —Jay te ha traído rosas —le digo, entregándole el ramo. Su mano rodea los tallos y huele los pétalos. —Eso fue muy dulce de su parte. Probablemente debería haberle conocido... Es tu amigo y nos ayudó a salvar nuestras vidas. Tengo que agradecérselo personalmente —dice, con las cejas fruncidas por la culpa. Le había contado brevemente lo que ocurrió la noche del ritual, cómo Jay se dio cuenta de que la Sociedad me había tendido una trampa y vino a avisarme. Estaba ubicado en una furgoneta a una manzana de distancia por si las cosas salían mal y necesitábamos una huida rápida, pero cuando llegó hasta mí, la bomba ya había estallado. Pero aún no le he dicho quién es la Sociedad, y ella no ha parecido dispuesta a meterse en el asunto. Me encojo de hombros. —Jay no va a ninguna parte, y entiende que aún no estás preparada para la gente. Resopla secamente. —Lo de la gente suena agotador. Y hablando de tareas agotadoras... necesito ducharme —admite, arrugando la nariz. —Sí que apestas —digo, y mi sonrisa se amplía cuando me lanza una mirada fulminante. Con más frecuencia, he visto su antiguo yo asomarse. A veces se trata de un golpe por algo que he dicho, otras veces es una pequeña sonrisa, y luego hay momentos como ahora, en los que parece que quiere darme el uno-dos12 a mis ojos. Me gusta todo eso. —Se supone que debes decir que huelo a flores. —Cariño, hay flores por ahí que huelen como a culo. De seguro, tú hueles como esas flores. Me mira fijamente durante un rato y luego su rostro se resquebraja y una sonrisa de oreja a oreja se extiende por sus labios. Joder. Estoy muy enamorado de ella. —Bien, supongo que no puedo discutir eso de todos modos. —Ella mira la puerta que conduce a su baño personal—. No hay cámaras allí, ¿verdad? Arqueo una ceja, disfrutando de la forma en que sus labios se separan. —No las he sacado. Ella frunce el ceño. —¿Por qué no? Le sostengo la mirada, asegurándome de que vea lo serio que estoy. —No voy a mirarte, Addie. Pero en cuanto me des una razón para hacerlo, lo haré. 12 Una combinación de dos golpes rápidos en rápida sucesión en el boxeo. Su ceño se frunce, captando mi mensaje. —No voy a hacerme daño. —De acuerdo —digo, tomando su palabra—. Cambiaré las sábanas y estarán frescas para cuando termines. Lentamente, se arrastra fuera de la cama, y el estallido de orgullo es incontenible. Estoy levantando la esquina de la sábana de seda cuando se detiene en la puerta que da al baño y me mira por encima del hombro. —¿Oye, Zade? —¿Sí, cariño? —Gracias. —Tu madre vendrá aquí mañana, solo para recordártelo. Solo han pasado unos días desde que Serena nos visitó por última vez, pero se ha esforzado por reconectar con su hija. Algo de lo que me alegro, a pesar de lo agotadora que puede ser. Addie se da la vuelta para mirarme, una vez más convertida en un pequeño burrito en su cama. Por ahora, está decidida a consumirse, pero planeo canalizar su trauma hacia vías mejores y más saludables cuando esté preparada. Sus dulces ojos de color caramelo me miran, con el ceño ligeramente fruncido. Sombras manchan la parte inferior de sus ojos, tan oscuras que algunas de sus pecas se pierden. —¿Tiene que hacerlo? Me encojo de hombros. —No. Di la palabra y cerraré las puertas. Ella baja la mirada, pero no lo suficientemente rápido como para ocultar la culpa. —Fue grosero de mi parte decir eso —admite—. Sigue siendo mi madre. Me acomodo más profundamente junto a ella, apoyándome en la pared de piedra, con cuidado de no tocarla, aunque mi cuerpo tiembla por la necesidad de hacerlo. No nos hemos tocado desde que la encontré en el tren, y cada segundo se siente como una puñalada en el pecho. Estar obsesionado por Adeline Reilly es un sentimiento del que soy un viejo amigo, pero esta es la primera vez que me niego a actuar en consecuencia. —Háblame de ella —digo—. Cuéntame todo sobre ti. Ella levanta una ceja, y sonrío porque es linda. —¿Quieres decir que no lo sabes ya todo sobre mí? —Por supuesto que no, cariño. No las cosas que importan. Puede que sepa en qué instituto te graduaste o dónde fuiste a la universidad antes de dejarla, pero eso no significa que sepa lo feliz que eras. Si estabas sola o triste. O si un chico te acorraló en una biblioteca y te hizo pasar miedo. —Hago una pausa, ese escenario en particular me enfurece—. Si eso sucedió, solo necesito un nombre, eso es todo. Resopla, poniendo los ojos en blanco. Addie se resistió a las conversaciones íntimas antes de ser secuestrada, empeñada en odiarme. Y cuando dejó de odiarme, solo pasamos un par de noches juntos antes de que la secuestraran. Se menea más entre las sábanas y me mira a través de sus gruesas pestañas. El corazón se me contrae dolorosamente y siento un impulso incontrolable de besar cada una de las pecas que salpican sus mejillas y su nariz. —Mi madre me odia —empieza—. O quizás no me odia, pero nunca le he gustado. Creo que es porque nunca me ha entendido. A mi madre le gusta ser correcta y con clase. Participar en concursos de belleza, casarse con un hombre rico y vivir de forma lujosa. Creo que solo quería que tuviera la vida que ella no pudo tener, y cuando hice lo contrario, se resintió por ello. —Al menos acabarás casándote con un hombre rico —comento. Ella me clava una mirada seca. —Ahora nunca podré casarme contigo. El propósito de mi vida es decepcionarla en cada decisión que tome. Arqueo una ceja. —No me subestimes, Addie. Me convertiré en un hombre pobre por ti. Ella sacude la cabeza. —Ni siquiera sé tú apellido. O tu cumpleaños. Sonrío. —Lo siento, no me di cuenta de que esas cosas eran tan importantes. Me mira fijamente, conjurando toda la insolencia de las compañeras de todo el mundo e insertándola en esa única mirada. Solo me hace sonreír más. —¿No estamos teniendo una conversación sincera? Además, sigues amenazándome con el matrimonio. ¿No debería saber tu apellido? —¿Significa esto que vas a tomar en serio mis amenazas y casarte conmigo? Ella suspira, al final terminará yendo felizmente directo a eso. Ella también lo sabe. —Es una pregunta sencilla. El tipo de pregunta que cualquiera haría en la primera cita. O incluso antes de la primera cita por si el hombre acaba siendo un acosador obsesivo que asesina a la gente. Inclino la cabeza hacia atrás y una profunda carcajada brota de mi garganta. —Mi cumpleaños es el 7 de septiembre —le digo. —No me sorprende que seas virgo. La siguiente —me incita con descaro, esperando mi siguiente respuesta. Me muerdo el labio, tentado de darle una palmada en el culo y darle una razón para ser descarada. —Meadows, cariño. Nuestro apellido es Meadows. —El tuyo. No te adelantes. Se espera que supliques. No hay forma de evitar que la sonrisa salvaje agrave mis labios. —Me encanta suplicar. —Como sea, pervertido. Estábamos hablando de mi madre, no del matrimonio. —Me pongo cómodo, de frente a ella y apoyando la cabeza en mi mano. Sus ojos revolotean cuando pongo el dedo bajo su barbilla, exigiendo toda su atención. Retrocede suavemente, pero no dejo que me moleste. Es un comienzo. —Tu madre no te odia, Addie. Se odia a sí misma. Y no está resentida contigo porque no estés viviendo la vida que ella quería para sí misma, está resentida contigo porque estabas viviendo la vida que tú querías, y ella no. —Me mira fijamente, pareciendo contemplar eso. —Lo mejor que puedes hacer es seguir viviendo esa vida, Ratoncita. Seguir siendo una autora exitosa a la que le encantan las películas de terror y las ferias embrujadas. Que ama a su Nana y la mansión gótica que heredó y que se emociona con los fantasmas que caminan por los pasillos. Siempre has sido tú sin arrepentimientos. Arruga la nariz como si estuviera asqueada. —Entonces, ¿también eres sabio y esa mierda? —Se burla, un sonido de aborrecimiento, aunque hay un leve brillo en sus ojos—. Detestable. ¿En qué eres malo? Mi sonrisa se vuelve seductora, disfrutando de la forma en que el rojo tiñe sus mejillas. —Soy muy malo en muchas cosas. Y he oído que la práctica hace la perfección. Gime y me empuja, y me río cuando se da la vuelta, dándome la espalda. Los dos sabemos que a ella también se está riendo, pero aún no está preparada para admitirlo. Eso está bien. No tengo nada más que tiempo. —Tengo una pregunta incómoda —empiezo, y casi inmediatamente me arrepiento de haber dicho algo cuando Zade me sonríe disimuladamente. Probablemente piensa que le voy a pedir que haga algo raro. Esta será la primera vez que planeo salir de la propiedad desde que estoy en casa, y mi ansiedad es alta. Hace poco más de una semana que hablé de mi madre con Zade, y eso me hizo sentir... mejor. Lo suficiente como para levantarme todos los días, ducharme, dar paseos al acantilado, tomar aire fresco, y simplemente... vivir. Creo que he llegado al punto en el que necesito volver a sentirme humana, pero ha habido una preocupación persistente en mi cabeza que me impide sentirlo. —Puedes... ¿Te importaría llevarme a la clínica? Normalmente, conduciría yo misma, pero la idea de volver a ponerme al volante me produce urticaria. Mi auto quedó destrozado en el accidente y, aunque Zade me compró uno nuevo, apenas puedo subirme a él sin sufrir un ataque de ansiedad. Además, le falta la mancha de ketchup en el techo, y echo de menos esa mancha. Todavía no recuerdo de dónde vino, pero estoy bastante segura de que fue de una patata frita que salió volando después de que golpeara demasiado fuerte un bache. Así que, de todos modos, decidí que el hecho de que Zade me llevara causaría más molestias, pero menos pánico. Su cara se relaja y creo que sabe lo que le estoy pidiendo. —Claro, cariño —acepta, señalando con la cabeza hacia la puerta—. Estaré en el auto. Se levanta, luego se detiene y me mira. —Y, por cierto, nada es incómodo entre nosotros. Si necesitas que te arranque un pelo del culo, lo haré. —Se encoge de hombros—: O ya sabes, que te arranque un pelo encarnado en tu vagina. Me quedo con la boca abierta, pero luego entrecierro los ojos y me cruzo de brazos. —¿Cuánta mierda me viste hacer cuando eras un pervertido? Su sonrisa solo se amplía en respuesta antes de salir por la puerta. Juro que lo odio. Pero agradezco que no haga preguntas. ¿Cómo se podría decir, oye, quiero hacerme una prueba de ETS porque he tenido un montón de pollas dentro de mí sin que al menos una persona se sienta incómoda? No suena bien, no importa cómo lo expreses. Siempre le agradeceré a Francesca que obligara a Rocco y a sus amigos a usar preservativos, aparte de la primera vez que Rocco me agredió. Ella dijo que no valdríamos nada si nos contagiaban enfermedades. Pero era inútil de todos modos: ciertamente no usaron condones cuando nos obligaron a hacerles el oral. Creo que eso hizo que Francesca sintiera que estaba siendo responsable. Según Rio, hubo un incidente mucho antes de que yo llegara, en el que uno de los chicos contagió de sífilis a todas las chicas. Desde entonces, Francesca ha sido diligente en cuanto a que se hagan la prueba si quieren participar en nuestras "lecciones", pero no confiaría en que ninguno de ellos mantuviera realmente sus pollas limpias. Xavier también usaba preservativos, pero hubo una ocasión en la que el preservativo se rompió. Me muerdo el labio, la ansiedad se dispara solo de pensar en esa minúscula posibilidad de que me quede embarazada de todos modos, a pesar de que tengo el DIU. Es improbable, pero no imposible. Se me encoge el corazón al imaginar la cara de asco de Zade al descubrir que estoy embarazada de otro hombre. Lo conozco lo suficientemente bien como para confiar en que no me miraría así, pero esa imagen me atormenta de todos modos. No le culparía si lo hiciera. Ese asco es el que siento cada vez que me miro al espejo. Por eso tiendo a evitarlo a toda costa. Me voy a hacer un test de embarazo, y si tuviera esa mala suerte, lo siguiente sería tirarme del edificio. He estado fuera de casa un total de dos horas y cuarenta y siete minutos, y estoy jodidamente agotada. Sigo acribillada por la ansiedad, con náuseas por la posibilidad de que esté tan sucia como me siento. —Parece que necesitas un helado —anuncia Zade, con la palma de la mano apoyada en el volante mientras gira a la izquierda. Es... caliente. Ver a Zade conducir es un juego previo. Y lo que es peor, hoy lleva una chaqueta de cuero sobre la sudadera, y todavía no he podido despegar la lengua del paladar. Parpadeo, la pérdida de sangre me marea un poco. Le pedí a la doctora que me hiciera pruebas de todas las enfermedades de transmisión sexual conocidas, especialmente el herpes, ya que es una de las más temibles y silenciosas, y perdí la cuenta de cuántos tubos de sangre me sacó. Se quedó mirando el código de barras de mi muñeca casi todo el tiempo y, después de que la gasa frenara la hemorragia, me puso una tirita con caras sonrientes en el brazo. Me reí y luego lloré cuando el test de embarazo dio negativo. —¿Helado? —repito tontamente. —¿Te gusta el helado? —Yo... bueno, sí —tartamudeo, mi cerebro tarda en ponerse al día con la aleatoriedad. —¿Cuál es tu sabor favorito? —Chocolate con menta —respondo, observando cómo da otra vuelta. Ahora va en dirección contraria a Parsons, y creo que se dirige a Lick n' Crunch, una tienda familiar que vende los mejores helados cremosos de Seattle. La idea de ir a tomar un helado con Zade es tan normal y mundana que parece lo más emocionante que ha ocurrido desde el pan de molde. Y ver a Zade lamiendo un cono de helado será probablemente tan extraño como caliente. —¿Así que pasta de dientes? Suspiro. —¿Et tu, Brute?13 No es pasta de dientes. No saben nada parecido. Una sonrisa se asoma por un lado de la boca de Zade y sus ojos brillan cuando entra en el estacionamiento. El bastardo solo está tratando de sacarme de quicio. —Es pasta de dientes —reafirma, aunque no estoy segura de que lo crea realmente. Parece demasiado travieso, pero no puedo evitar discutir de todos modos. Me desabrocho el cinturón y giro hacia él, con los ojos entornados. —La menta es un manjar, y tú eres un simplón incapaz de apreciarlo. Se ríe a carcajadas y estaciona el auto. La menta no es definitivamente un manjar -más bien lo contrario, en realidad-, pero me quedo con ella. —¿Estás diciendo que tengo que refinar mi paladar en la comida? —Obviamente —respondo secamente. Se acerca, el cuero gime bajo su peso, y mi respiración se entrecorta, todos mis sentidos invadidos por la intensidad pura que envuelve a este hombre. Su aroma me envuelve y me pongo rígida cuando sus labios apenas rozan mi mandíbula. ¿Tú también, Bruto?» es una frase latina supuestamente pronunciada por Julio César al momento de ser asesinado. Se utiliza para expresar una traición inesperada. 13 —Tu coño es un manjar, cariño, y podría comerlo para siempre y no cansarme nunca de tu sabor. ¿Es eso lo suficientemente refinado? Un rubor me sube por el cuello, quemando un camino hacia mis mejillas, mientras mi boca se abre de golpe. Me avergüenza por completo el chillido traicionero que se desprende de mi garganta, que solo hace que mis mejillas se calienten más. Se ríe entre dientes y, en el siguiente parpadeo, sale del auto. Miro a mi alrededor, intentando localizar dónde mi corazón cayó de mi culo. Seguramente esa es la única explicación de por qué me siento tan vacía ahora que se ha ido. O el imbécil se lo llevó con él. Suspiro. Eso es definitivamente lo que pasó. El horario de verano se acerca, liberando al mundo de sus garras depresivas. Hay algo en la puesta de sol antes de las cinco de la tarde que te estropea el día. Todavía hace frío fuera, pero estamos sentados en un banco fuera de Lick n' Crunch, observando a la gente y tiritando de frío mientras me como lentamente el postre. Zade tomó un cono de menta y chocolate, y sonrió más que el maldito gato de Cheshire cuando me quedé mirándolo. —Todo mi mundo gira en torno a ti. Si quieres chocolate con menta, eso es lo que yo también quiero —Había dicho. —¿Sí quiera te gusta? —Me gustas, ¿eso cuenta? —No. Simplemente fue y se sentó, con una mirada de satisfacción mientras lamía la dulce crema. No parece disgustado, y admito que me he pasado la mitad del tiempo intentando averiguar si me está jodiendo o si realmente le gusta el sabor. Todavía no lo he averiguado. Le lanzo una mirada entrecerrada cuando me atrapa mirando y me guiña el ojo, y me doy la vuelta antes de que pueda ver la sonrisa que amenaza con curvar mis labios. La gente está abrigada, va por la calle y entra y sale de las tiendas. Mi atención se centra en una persona que camina por la calle. Tiene rasgos masculinos y lleva un gran vestido morado. Entonces sonrío. Mi madre no veía con buenos ojos a los excéntricos de Seattle, pero yo siempre he admirado su confianza y su capacidad para sentirse cómodos con lo que son. —Espero que sean felices —murmuro. Cuando Zade me mira con curiosidad, asiento con la cabeza hacia el individuo del vestido morado—. Este mundo puede ser muy cruel. Así que espero que sean felices. Zade se queda callado durante un rato. —La felicidad es efímera. Lo único que importa es que vivan su vida como quieran. —¿Tú crees eso? —pregunto, enfrentándome a él—. ¿Que la felicidad es efímera? Se encoge de hombros, se lleva a la boca el último bocado de su helado y mastica mientras contempla algo. —Absolutamente —dice finalmente—. No es algo sólido a lo que puedas aferrarte. Es vapor en el viento, y todo lo que puedes hacer es inhalarlo cuando está cerca y esperar que vuelva a aparecer cuando se vaya. Asiento con la cabeza, teniendo que estar de acuerdo con eso. Temblando, me como lo último que queda de mi helado, la brisa helada me agita el cabello, haciendo que los mechones bailen. Zade los toma y me recoge el cabello hasta dejarlo recto en mi espalda. No puedo evitar ponerme tensa, aunque no le impido lo que está haciendo. Se quita la chaqueta de cuero y me envuelve con ella, atrapando mi cabello suelto bajo el pesado calor. —Gracias —susurro, arrebujándome aún más en la chaqueta, embargada por una emoción que no puedo explicar. Su chaqueta huele a cuero, a especias y a una pizca de humo, y mientras inhalo su reconfortante aroma, lágrimas me queman el fondo de los ojos. Tal vez porque esto es lo mejor que he sentido en mucho tiempo, y eso me da ganas de llorar. Me sonríe suavemente, con sus orbes desiguales brillantes. Ni siquiera la cicatriz que le recorre el ojo blanco puede quitarle lo tranquilo que parece ahora. —De nada, cariño. El corazón me late, y por fin reconozco por qué me siento tan emocional. Volviendo a observar la ciudad, apoyo mi cabeza en su hombro e inhalo profundamente. Esta felicidad puede ser fugaz, pero nunca he estado más segura de que volverá. —¿Puedo llevarte a algún sitio? —pregunta Zade. Acabo de salir del cuarto de baño tras una ducha y me paso un cepillo por el cabello mojado y enmarañado. Me paso las cerdas por un nudo particularmente brutal, sin importarme la forma en que se desgarran los mechones. —Cariño, te estás haciendo daño en el cabello. Deja que te lo cepille. Derrotada, bajo los hombros, me acerco a él y me siento en el suelo entre sus rodillas abiertas. Me quita el cepillo y empieza a pasarlo suavemente por los mechones empapados, desenredando lentamente la mata de mi cabeza. Se siente bien, pero estoy demasiado cansada para apreciarlo. Han pasado otras dos semanas, y es una batalla constante de altibajos. Resulta que uno de los hombres me contagió de clamidia, y eso no hizo más que cimentar esa sensación de suciedad arraigada en lo más profundo de mis huesos. Lloré, le confesé mi diagnóstico a Zade y luego lloré aún más cuando no hizo más que apoyarme. Se ha tratado, pero esa persistente repulsión se mantiene, hundiendo sus garras en lo más profundo de mi membrana. Probablemente haya utilizado todas las palabras del idioma Español para asegurarme que no soy repugnante o que no me ve de otra manera, pero eso no cambió mi forma de verme. Zade tenía razón. La felicidad es efímera, sin embargo, durante las últimas semanas, ha hecho todo lo posible para ayudarme a mantener cualquier apariencia de paz. Al terminar con el cepillo, lo deja en la cama y me recoge el cabello. Casi me ahogo cuando empieza a trenzarlo. —¿Dónde demonios has aprendido a hacer eso? —pregunto. Estoy tentada de retorcerme como un perro persiguiendo su cola, solo para poder presenciar esto. —Ruby me enseñó —responde en voz baja—. Había una chica joven que rescaté hace unos años, y al principio no dejaba que nadie la tocara excepto yo. Le encantaban las trenzas en el cabello, así que aprendí a hacérselas. También se ha vuelto bastante bueno en eso. Me tiembla el labio y me veo obligada a chuparlo entre los dientes para contener un sollozo. Maldito hombre. Justo cuando pienso que no puedo enamorarme de él más de lo que ya lo he hecho, va y hace esta mierda. No se puede negar que va a ser un gran padre algún día, y aunque la idea me asusta, no quiero que nadie más que yo tenga el privilegio de verlo. —Oh —susurro. —Pásame la banda elástica en tu muñeca—dice. Levanto el brazo, me lo quita de la mano y me ata la trenza. —Gracias —murmuro, poniéndome en pie y girándome hacia él. Estoy en una extraña guerra interna en la que quiero arrastrarme sobre su regazo, pero la idea de hacerlo me produce urticaria—. ¿Adónde querías llevarme? —Quiero mostrarte algo, a alguien, también. Pero pensé que tal vez ver esto podría... ayudarte. Mis cejas se fruncen, pero asiento con la cabeza, curiosa por saber qué cree que podría ayudarme. En lo que a mí respecta, soy una causa perdida. Sin esperanza. Impotente. Y todos los sinónimos de esas palabras, también. Durante los cuarenta y cinco minutos que dura el viaje, Zade me cuenta cómo le suspendieron en el instituto y casi no se gradúa. Fue una broma del último curso: lanzó una bomba de purpurina a todo el instituto y tuvieron que pasar el resto del año rodeados de brillos rosas. Un día de estos, voy a tener que hacer que me enseñe fotos de su yo más joven. Dice que siempre ha tenido heterocromía14, y me imagino lo mucho que eso les gustaba a las chicas. Finalmente, llegamos a un enorme portón con varios guardias armados en el exterior. En cuanto ven el auto de Zade, lo dejan pasar sin dudarlo. Bajamos por un largo camino de tierra que lleva a lo que parece ser un mini pueblo. Hay un enorme y largo edificio en el centro con varios más pequeños que lo rodean. También hay un enorme invernadero, que es donde está la mayor parte de la actividad. La gente se arremolina con cestas de frutas y verduras. Un grupo de chicas caminan juntas, riendo y susurrando entre ellas mientras se dirigen a uno de los edificios más pequeños. Todas son niñas o mujeres, según veo. —¿Dónde estamos? —Aquí es donde van los sobrevivientes si no tienen un hogar seguro al que volver. Mi mirada se dirige a él, y luego vuelve rápidamente a mi entorno, asimilando todo con una perspectiva totalmente nueva. —¿De verdad? ¿Cuántos hay aquí? —Ciento treinta y dos sobrevivientes —responde, y el hecho de que sepa el número exacto me hace una mierda extraña al corazón. Mierda que no he consentido. 14 Una anomalía de los ojos en la que los iris son de diferente color. —¿Para cuántas personas tienes espacio? Se encoge de hombros despreocupadamente y aparca frente al más grande de los edificios. —Para cuántas lo necesiten. Soy dueño de cientos de hectáreas, así que, si necesito construir otra residencia, lo hago. Parpadeo. —Realmente eres estúpidamente rico, ¿no? —Claro, pero regresa a mi organización. Con la boca abierta por el asombro, escudriño la zona, sobrecogida por lo... pacífico que parece. —¿Son estas las únicas casas seguras que tienen? —No, están por todo el país. Con el tiempo, Z se va a expandir a otros países, y empezaré a construir allí también, y ofreceré un lugar seguro para las sobrevivientes. —¿Cómo se lo ocultas a Claire? —He hecho todo lo posible para que sea imposible rastrear cualquiera de mis activos. Todo está bajo un alias y no se relaciona conmigo de ninguna manera. También hay una cantidad increíble de seguridad, y es una zona de exclusión aérea. Este es el lugar más seguro en el que alguien podrían estar, me he asegurado de ello. Sacudo la cabeza, sin saber qué decir. Recuerdo que ya había dicho que ofrecía un hogar a los que no lo tenían, pero verlo no hace más que confirmar lo increíble que es Zade. Aparte de sus tendencias psicóticas, está haciendo algo que nadie ha hecho antes. —Vamos, cariño. Hay un par de personas que quiero que conozcas. Frunzo el ceño, insegura de quién puede ser, pero le sigo fuera del auto de todos modos. Mientras caminamos por un sendero, vemos a Ruby dirigiéndose hacia nosotros, con un grupo de niños corriendo detrás de ella, riéndose mientras intentan seguirnos. Cuando nos ve, grita emocionada y acelera sus pasos. —¡Dios mío, Addie, estás preciosa! —me dice en voz alta. Inmediatamente me abraza con fuerza cuando está lo suficientemente cerca y, por un momento, estoy demasiado aturdida para reaccionar. Al final, la rodeo con mis brazos y, por vergüenza, me entran ganas de llorar. Se aleja, canturreando sobre mí un poco más. —¿Vienes para quedarte, dulzura? —Oh no, solo me estaba mostrando el lugar —respondo. —Bueno, tendrás que venir a visitarnos más a menudo. Estos pequeños son buenos para el alma. Sonrío y miro a las tres niñas y al niño que forman un círculo y balbucean entre ellos. Creo que estoy de acuerdo con ella. Son adorables, y entiendo que un lugar como este sea reconfortante. —Creo que lo haré —digo suavemente. Ruby nos deja pasar después, y Zade me dirige al interior del invernadero. Hago una pausa, perdiendo el aliento al asimilarlo todo. La niebla se adhiere al aire, cubriendo la vida vegetal con rocío, mientras que los brillantes estallidos de color rompen el verde interminable. Solo se puede describir como una jungla contenida, sin los animales salvajes. Aunque casi me retracto de esa afirmación cuando dos niños pequeños pasan a toda velocidad junto a mí, riendo a carcajadas con enormes nabos en sus pequeños puños. Una mujer les persigue y les ruega que dejen de correr. Zade me toma de la mano y me lleva hasta donde dos mujeres jóvenes cavan en la tierra, plantando semillas. —Katerina Sánchez —dice Zade en voz baja, y mi corazón se detiene cuando la cabeza de una de las chicas se gira hacia un lado, un rostro familiar que me mira fijamente, aunque femenino y más joven, y un ojo permanentemente cerrado. —Dios mío —susurro, paralizada mientras la chica frunce las cejas, confundida sobre quiénes somos. —¿Sí? —dice ella con cautela. Zade sonríe. —Me llamo Zade. Todavía no he tenido la oportunidad de presentarme, pero... —Se interrumpe bruscamente cuando la chica se quita los guantes y luego procede a casi abordarlo en un abrazo. Aunque sorprendido, se recupera rápidamente y la rodea con sus largos brazos, acariciando suavemente su espalda. —Tú eres el responsable de sacarme de allí —dice ella en su pecho, con las palabras apagadas—. Gracias. Muchas gracias. Él se ríe. —Creo que deberías agradecer a la mujer que está detrás de ti. Ella es la que me dijo que te ayudara. Sin dudarlo, la chica se vuelve hacia mí y me abraza a continuación, apretando más de lo que esperaba. Por más que intento contener las lágrimas, no puedo. Caen y se escapa un gemido mientras la abrazo con fuerza. —¿Fue Rio? —pregunta en voz baja, con la voz quebrada por sus propias lágrimas. —Sí —digo con rudeza. Se aparta lo suficiente como para verme el rostro, y sus ojos marrones oscuros recorren mis rasgos. —¿Cómo lo conociste? Miro a Zade, pero no parece molestarse por la conversación, aunque quiera asesinar a su hermano. —Él-él estaba en la casa en la que yo estaba cuando me secuestraron. —Me aclaro la garganta—. Él me cuidó y me ayudó a salir. Le tiembla el labio. —No es muy buena persona —dice, y me sorprende tanto que me río—. Pero no es una buena persona porque es un gran hermano. Se ha sacrificado mucho por mí. Asiento con la cabeza y me limpio las mejillas, aunque es inútil cuando se me escapan unas cuantas lágrimas más. —No creo que las personas sean blancas o negras, Katerina, pero sí sé que su amor por ti lo es. Ella sonríe y asiente, aceptando eso fácilmente. —Me quitaron el ojo porque intentó escapar de Francesca. Yo tenía diez años, nuestros padres acababan de morir el año anterior y él estaba atrapado con esa mujer malvada. Nunca se lo perdonó, y aunque no le he vuelto a ver, sé que ha hecho todo lo que se le ha pedido para que no me hicieran daño. —¿Y tú? —pregunto—. ¿Te han vuelto a hacer daño? Sacude la cabeza, pero hay una oscuridad que se arremolina en sus ojos. —Lillian no era muy agradable, pero no me hizo más daño. Algo me dice que, aunque ella ya no estaba siendo lastimada, otras chicas sí lo estaban. Estuvo atrapada en esa casa durante al menos cinco años; solo puedo imaginar los horrores que ha presenciado. —Katerina, ¿puedo preguntar por qué necesitaban tanto a Rio? ¿Tanto como para usarte como garantía? Es algo que me he estado preguntando desde que Rio me habló de ella. ¿Por qué irían tan lejos como para retener a su hermana solo para que trabaje para ellos? Podrían encontrar muchos hombres dispuestos a hacer su voluntad, si se les ofrece la cantidad de dinero adecuada. Ella traga. —Creo... creo que él era... el favorito de Francesca. Frunzo el ceño, sin saber muy bien que quiere decir. —Como guardia favorito o... Sacude la cabeza, apretando los labios. —He oído a Lillian decir cosas desagradables sobre ellos. Sobre lo mucho que le gusta a Francesca la forma en que Rio... la atiende. Me quedo con la boca abierta al darme cuenta. —Oh. Entonces, mis ojos se abren de par en par, al caer en la cuenta de otra cosa. —Oh. Francesca se estaba follando a Rio. Pero tengo la sensación de que no era mutuo. Ella lo estaba violando, independientemente de su conformidad, y parece que estaba bastante apegada a él. Mis ojos se desvían hacia Zade, su expresión tensa. Una abrumadora tristeza me invade, enturbiando aún más mis sentimientos hacia Rio. En cierto modo, se convirtió en mi amigo mientras estaba atrapada en esa casa. Y durante más de dos meses, me obligó a hacer cosas en contra de mi voluntad, sin darme cuenta de que Francesca le ordenaba lo mismo. Hay una parte de mí que todavía se aferra a ese odio, pero se está debilitando. Me secuestró. Me echó despiadadamente a los lobos y se mantuvo al margen mientras hombres sin rostro me destrozaban repetidamente. Sin embargo, después recogió los pedazos. Los recogió en sus manos y los llevó a mi habitación, donde los volvió a colocar meticulosamente juntos, por más que estuvieran maltrechos. Quiero odiarlo. Pero no sé si lo hago. —Gracias por decírmelo —digo en voz baja. Le tiembla el labio inferior. —Sé que he perdido un ojo, pero creo que Rio ha perdido mucho más que yo. Espero que esté bien, y a salvo, dondequiera que esté. Parpadeo para contener las lágrimas frescas y asiento con la cabeza. —Yo también. Dejamos que Katerina vuelva a su trabajo de jardinería después de prometerle que volvería a visitarla. Sintiendo mi agitación interior, Zade se calla mientras me lleva a otra parte del santuario. Hay dos chicas cuidando de los corrales de las gallinas, sacando los huevos de debajo de ellos. Jadeo y me detengo cuando una de ellas se gira y puedo ver bien sus rasgos. —Jillian —digo. Se gira al oír su nombre y sus ojos se agrandan. —Dios mío —dice, con un acento más marcado por la sorpresa. Luego, se apresura a dejar la cesta de huevos y se precipita hacia mí. Nos encontramos en el centro, nuestros brazos se envuelven al instante en un abrazo feroz. Debido a los juegos mentales de Francesca, apenas podíamos soportar mirarnos cuando ella y Gloria fueron vendidas. Pero todo eso se desvanece inmediatamente ahora que somos libres. Mi visión se nubla y, cuando nos alejamos, veo que también hay lágrimas en sus ojos. —¿Cómo estás? —Me ahogo, riendo cuando su nariz se arruga. —Todo lo bien que puedo estar, que no es decir mucho —responde. Asiento con la cabeza: —Lo mismo. Se siente como una muerte lenta. Sus labios se tuercen y se encoge de hombros, fingiendo indiferencia. —Yo también siento lo mismo. Sin embargo, he estado viendo a la Dra. Maybell. Y todo esto —Hace girar el dedo, señalando la granja—, también ha ayudado mucho. Estar rodeada de otras personas con experiencias similares y tener algo que me mantenga ocupada evita que caiga en una espiral. Antes estaba en la calle, y una parte de mí no quería ser rescatada porque tendría que volver a eso. Así que esto... esto me ha salvado de verdad. Mira a Zade, claramente incómodo con su admisión, pero solo endereza su columna en lugar de esconderse. Compartir sentimientos es... difícil. —Encantado de ayudar —dice Zade con sencillez, con la cara relajada pero sus orbes brillan con calidez. Es un asesino a sangre fría y, sin embargo, se derrite fácilmente bajo la mirada esperanzada de una sobreviviente. Le impacta a él tanto como a mí, porque cuando estás atrapada y aterrorizada, la esperanza es lo primero que pierdes, y lo más devastador. Por eso, recuperarla... es uno de los mejores regalos que podemos pedir. Me tiembla el labio y no puedo decidir si quiero abrazarla de nuevo o girarme y darle un gran beso en los labios a Zade. Estoy increíblemente feliz por Jillian, y siento que algunas de las grietas de mi alma se reparan un poco más. Encontramos un lugar junto a uno de los corrales y hablamos durante una buena hora mientras Zade ayuda a la otra chica con las gallinas, dejándonos solas. Me cuenta un poco de su vida antes de que se la llevaran, y yo le hablo de la mía. Me hizo prometer que le llevaría un ejemplar firmado de uno de mis libros y, sinceramente, me desgarró el corazón tanto como lo remendó. Echo de menos escribir, pero sé que aún no estoy preparada para ello. Finalmente, dejamos a Jillian con su trabajo mientras Zade me enseña el resto de la pequeña aldea. Hay aulas para los niños, talleres para los mayores y un montón de actividades para que todos tengan algo que hacer. A los adultos también se les enseñan habilidades y oficios que les permitirán conseguir trabajo, además de enseñarles habilidades para la vida y darles las herramientas necesarias para mantenerse. Por supuesto, nadie está obligado a marcharse, pero lo último que quiere hacer Zade es despojar a la gente de su independencia, de modo que quienes quieran salir a conocer el mundo y llevar una vida normal puedan hacerlo. Incluso hay un establo con caballos, que ofrece terapia equina a los sobrevivientes. Y, por supuesto, hay varios terapeutas en el lugar, siendo la Dra. Maybell una de ellos. Mi memoria es un poco irregular desde que llegué a casa, pero nunca olvidé su calidez. Las pocas veces que me visitó, me ayudó más de lo que pensaba. Y pronto pienso volver a verla y con más regularidad. Pasamos horas jugando con los niños y hablando con otros sobrevivientes. Incluso conocí a Sarah, la niña que sigue insistiendo mucho en que Zade sea su papá. Sus ojos eran un cálido y empalagoso desastre cuando me miraron mientras Sarah saltaba sobre él, y por un insano segundo, casi dije que sí en ese mismo momento. Será un gran padre algún día, pero ese día no es hoy. No cuando todavía estoy aprendiendo a recoger mis pedazos sin cortarme. Cuando vuelvo al auto, estoy abrumada por las emociones. Desde ver lo que Zade ha construido y lo jodidamente hermoso que es, hasta ver a Jillian y oír hablar de Rio, soy un maldito desastre. —¿Todavía quieres matarlo? —pregunto, sin molestarme en aclarar. Él sabe de quién estoy hablando. —Sí —admite. —¿Incluso después de conocer a su hermana y saber que también ha sufrido? Guarda silencio por un momento. —El sufrimiento de una persona no justifica el dolor que inflige a otras. —Tienes razón, pero tampoco tuvo elección —argumento. Zade aprieta la mandíbula, sale del puesto de estacionamiento y se dirige al camino de tierra. —Cariño, no hay una buena respuesta para esto. Si quieres que lo perdone, eso nunca sucederá. Es el responsable directo de casi matarte en un accidente de auto, de secuestrarte y de llevarte a un lugar donde te violaron y abusaron repetidamente. ¿Qué quieres que diga? ¿Que él también es una víctima y que todo está perdonado? Cierro la boca de golpe. Al igual que las personas no son blancas o negras, tampoco lo son nuestras emociones hacia ellas. Rio me causó mucho dolor, e independientemente de la persona que llegué a conocer en esa casa, Zade no experimentó eso. No llegó a conocer a Rio como yo, y lo único que verá es al hombre que ayudó a arruinar mi vida. No puedo culparlo por eso. Especialmente cuando creo que yo tampoco sería tan indulgente si los papeles se invirtieran. —Lo siento —digo. Suspira. —No tienes nada que lamentar, Ratoncita. Las puertas se abren de nuevo para nosotros, y él sale a la carretera. —¿Puedes llevarme a un lugar más? —pregunto. —A cualquier lugar —responde. Levanto el brazo y le muestro el código de barras que Rio me ha tatuado en la muñeca. —Quiero hacerme un tatuaje. Sonríe. —¿De mi nombre? Resoplo. —Sigue soñando, amigo. Sangras tan bonito, Diamante. Como si tu cuerpo estuviera destinado a ser cortado por mi cuchillo. Dejo mi mano temblorosa abajo, todavía agarrando el cuchillo hasta que mis nudillos se vuelven blancos. Tal vez no tenga que hacer esta ensalada. Joder, sé que duele mucho, ¿verdad, Diamante? Mira toda esa sangre. Mi color favorito siempre ha sido el rojo, y Dios mío, qué hermosa estás cubierta en él. Una mano me roza el hombro y todos esos recuerdos cobran vida. Xavier está de pie detrás de mí, listo para tomarme otra vez. Y no puedo permitirlo. No sobreviviré a ello. —¡No! —grito, me doy la vuelta y envío el cuchillo volando directamente hacia su cara. ¿Le gusta ver su propia sangre? Le mostraré lo glorioso que se ve en ella, también. Una mano se cierra alrededor de mi muñeca, deteniendo mi avance, pero que se joda. No va a detenerme, no esta vez. —Ratoncita —susurra, y eso confunde mi cerebro. Lo suficiente como para que la cara de Xavier se desvanezca y aparezca la de Zade. Con el corazón acelerado y la vista nublada por las lágrimas, mi mano se abre de golpe y el cuchillo repiquetea con fuerza contra la baldosa. Joder, casi acabo de apuñalar a Zade en la cara. Mis ojos se abren de golpe; lo único que soy capaz de hacer es mirar fijamente, sin saber si Zade es también una aparición. Me estudia detenidamente, cuidadosamente inexpresiva mientras baja mi mano. con la cara —Cuidado, Ratoncita, esa es mi mejor característica. Parpadeando, finalmente digo con dificultad: —No le cuentes nunca esto a mi madre. Las cejas de Zade se fruncen, y su boca se abre y luego se cierra, antes de decidir finalmente: —¿Qué? Extraigo mi muñeca de su agarre, mi sangre se calienta por la adrenalina persistente, y ahora por la vergüenza. —Lo que acaba de pasar fue totalmente dramático, y si alguna vez se entera de que soy como ella, me muero. Parpadea, la diversión se filtra en sus iris de yin-yang. —Te vas a morir, ¿eh? Asiento con la cabeza una vez, bruscamente. —En la miseria absoluta. Su boca se inclina hacia arriba. —No soñaría con ello entonces. Resoplando, asiento una vez más, me enderezo la camisa puramente para que mis manos tengan algo que hacer además de apuñalar a la gente, y luego me giro, abro un cajón y saco otro cuchillo. —Bien. Se queda en silencio durante un rato. —¿Quieres hablar del intento de asesinato que acaba de ocurrir? —En realidad no —respondo, cortando otro trozo de zanahoria. —Pero yo sí. Suspiro, dejando el cuchillo abajo y girando para mirarlo de nuevo. —Zade, creo que prefiero hablar de mi madre intentando convencerme de que los cinturones de castidad eran la última moda cuando tenía catorce años que hablar de intentar apuñalarte. Otra pausa. —Bien, hay mucho que sacar a relucir aquí, y no estoy seguro de por dónde empezar. —Exactamente, ¿puedes creerlo? Le dije que también podría convertir el cinturón de castidad en una valla eléctrica, para no tener que sufrir eso. Arquea una ceja, luchando contra una sonrisa. —Sí, cariño, no es nada dramático. Le doy una mirada divertida. —Estás aquí. ¿Por qué estás aquí? ¿Necesitas algo? —Solo a ti, Ratoncita. Maldita sea. ¿Por qué tiene que decir todas las cosas correctas? Él sabe exactamente lo que está haciendo, también, y lo mucho que disfruto en secreto. Entrecierro los ojos y él continúa, con una leve curva en el labio mientras habla. —Aunque no me asusta la Sociedad, actualmente somos presas fáciles, y necesito manejar algunas cosas con Jay. Y hay algunas cosas que necesito discutir contigo, empezando por quién puso una diana en tu cabeza. —Claire, ¿verdad? —pregunto. La sorpresa aparece en su cara. —¿Cómo lo supiste? —Ella vino a visitarme. Su cara se suaviza en una pizarra en blanco, pero es un espejismo. La ira se arremolina bajo la superficie, burbujeando a través de su tono endurecido. —¿Ella dijo algo? —Más o menos, solo una bofetada con el conocimiento de que ella ha sido el gran hombre detrás de la pantalla todo el tiempo. Ella estaba allí porque sabía que me estabas buscando, y yo iba a ser manejada de manera diferente para asegurarse que no me encontraras. Asiente lentamente. —No voy a apresurarte, pero eventualmente, necesitaré saber si viste algo... —Quiero ayudar —digo. No me da ansiedad como pensaba que lo haría. En cambio, me da una sensación de alivio. Cuando me llevó al santuario hace unos días, algo cambió en mí. Ver a todas esas sobrevivientes mejorando, trabajando en la curación, y verlas envueltas en todo tipo de vapores felices, cambió algo en mi pecho. Me hizo darme cuenta de que eso es lo que realmente necesito. Un objetivo, algo por lo que trabajar y que me haga realmente feliz. Y ahora, sé lo que es. —Add… —No me digas que no soy capaz, o que no estoy preparada. He tenido mucho maldito tiempo para pensar. Y no quiero ser esa víctima insufrible, ¿bien? No quiero dejar que ganen, y lo que es más importante. Quiero, no, necesito ayudar. Se cruza de brazos. —Bien. ¿Cómo te gustaría ayudar? Me encojo de hombros. —Te diré todo lo que sé. Y si sales en misiones, quiero ir. Su ceño se frunce y su mirada me recorre antes de volver a mis ojos. —De acuerdo —asiente de nuevo. Casi sospecho de lo complaciente que es. Esperaba que me encerrara en mi proverbial torre como Rapunzel. Al ver mi rostro, me dice: —Nunca te trataré como si fueras indefensa o incapaz. Siempre he sabido lo fuerte que eres. Así que, si quieres ayudar, bien. Estoy más que feliz de llevarte a lo largo del viaje, cariño, pero eso viene con estipulaciones. —¿Qué estipulaciones? —pregunto, empezando a desconfiar. —Empezamos a entrenar de nuevo. Seguiremos donde lo dejamos, y te enseñaré no solo a defenderte sino también a luchar. Tienes que aprender a usar un arma correctamente, y que Dios me ayude, Adeline, no harás estupideces cuando estemos trabajando en el campo. Mi boca se abre, ofendida por su acusación. —¿Qué te hace pensar que haría algo estúpido? Su ceja salta de nuevo a la frente. —¿Me vas a decir que enfrentarte a tu acosador en mitad de la noche no fue una estupidez? Mis dientes chasquean. Así que, tal vez él tiene un punto allí. —Eres valiente. Increíblemente valiente, y una maldita sobreviviente, y es admirable como la mierda. No tienes idea de lo orgulloso que estoy de ti. Pero también eres impulsiva, y reactiva, y me niego a perderte de nuevo, ¿me oyes? No lo haré. Lo que significa que tienes que escucharme, y no puedes irte a hacer tus cosas porque crees que estás ayudando. Somos un equipo, cariño. ¿Entendido? Me muerdo el labio, reflexionando sobre ello. Si he aprendido algo, es que no estoy a la altura de las circunstancias en lo que respecta a este rincón del mundo. —Entiendo —acepto—. No voy a fingir que soy el lobo feroz... todavía. Su sonrisa en respuesta sugiere que él es el gran lobo feroz, y honestamente, tendría que estar de acuerdo. Pero no lo admitiré. Su cabeza se inflará, y entonces necesitaré clavarle ese cuchillo en la cara solo para explotar su enorme ego. —Apunta a la yugular, no a la oreja, cariño —me instruye Zade con paciencia. De todos modos, me pone de los nervios, y estoy a un pelo de girar el cuchillo hacia él—. Ajusta tus pies... —Me da un suave puntapié en uno de ellos—. Estás desequilibrada y no sostienes el cuchillo correctamente. Desde que empecé a entrenar con Zade hace tres semanas, he mejorado, pero no parece suficiente. Nunca lo es. Ante mí hay un maniquí de gelatina con innumerables marcas de puñaladas, la mayoría de ellas lejos de donde se supone que debo golpear. Un carrete de personas pasa por mi cabeza, imaginando a cada una en lugar del maniquí. Eso ayuda en su mayor parte, pero luego me paralizo al recordar el cuerpo sin vida de Sydney debajo de mí, o la sensación de mi cuchillo cortando la garganta de Jerry. Las garras sumergidas en la culpa me tienen asfixiada, y me estoy frustrando conmigo misma. Con él. No soy como él. No puedo matar a alguien y... superarlo. Me doy la vuelta, lanzándole dagas con los ojos en lugar de con las manos. —No te lamentas por lo que has hecho. Por la cantidad de gente que has matado. ¿Cómo estás bien con eso? —¿Por qué no iba a estarlo? —me desafía, ladeando la cabeza con una sonrisa divertida. Diría que parece un lindo cachorro, pero eso sería una mentira. Parece una bestia despiadada que ha estado encerrada demasiado tiempo y está hambrienta. Por mí, en particular. —No sé, ¿moral? —digo, como si la respuesta fuera obvia. Porque lo es—. ¿Culpa? ¿Remordimiento? —Las mismas personas que quieres matar son los padres fundadores de la moral de la sociedad. Maté lo que esperaban de mí, y luego les corté la garganta para demostrarles que nunca me controlarían. Solo responderán por sus crímenes, y no tengo ningún problema en ser el verdugo. Si no quieres hacer esto, y… Le doy un golpe con la mano en el aire, cortándole el paso. —No hagas eso. No me des una salida. —No es una salida, es una opción. Quiero que hagas lo que puedas manejar, Addie. Si eso significa quedarte en casa, te apoyo. Si eso significa ir a una juerga masiva de asesinatos, estaré a tu lado, cariño. Sigues teniendo pesadillas sobre Sydney y Jerry, y cargando con esa culpa por protegerte. Si no puedes aprender a aceptar eso, ¿cómo aceptarás quitarle la vida a alguien más? Porque créeme cuando te digo que esto no será defensa propia de aquí en adelante. —No sé cómo aceptarlo, Zade. Siento que estoy justificando un asesinato. —¿Así como yo “justificaba” acosarte? —Pone comillas en la palabra porque ambos sabemos que Zade era muy consciente de lo que estaba haciendo y de lo malo que era. —¿Forzar un arma en ese coño y hacer que te corras con ella? ¿O todas las veces que me dijiste que no y lo hice de todos modos? —responde. El rubor de mis mejillas aumenta y mi rostro arde al recordar la estúpida arma—. ¿Sabía que estaba mal? Por supuesto que sí. Pero está claro que eso no me impidió hacerlo. Tienes que descubrir tu moral y lo que te parece bien para vivir. No lo que te han enseñado, sino lo que sientes en tus entrañas. —Así que, ¿acosarme y agredirme está escrito en tu libro de moral? —No —dice, ampliando su sonrisa—. Me obsesioné contigo desde el momento en que te vi. Todas esas emociones oscuras y retorcidas que sentía eran la forma más cruda de lo que soy. Tomé la decisión de mostrártelo en lugar de ocultarlo. Nunca pretendí ser una buena persona, Ratoncita, y eso fue algo con lo que decidí que podía vivir. Al igual que con el asesinato de un grupo de pedófilos y traficantes de personas. —Estoy bastante segura de que la gente que matas se dice a sí misma lo mismo que tú para poder dormir por la noche —comento secamente. —Estoy seguro de que sí —acepta con facilidad, dando un paso hacia mí. Mi respiración se entrecorta, pero me mantengo firme, incluso cuando su voz se vuelve pecaminosa—: Y estoy seguro de que hay muchos que afirman ser buenos y honestos, y que estarían dispuestos a matarme por mis crímenes contra ti. Pero esa es la diferencia. Yo nunca he hecho esas afirmaciones. Un rubor sube por mi rostro, calentando mis mejillas bajo su intensa mirada. —Haces que parezca tan fácil ser... malo. —He tenido mucha práctica. Lo ha hecho, lo que plantea más preguntas. Entorno los labios, mi pulso late erráticamente, reuniendo el valor para hacer la pregunta en la punta de mi lengua. Tengo miedo de lo que pueda pasar cuando lo haga. Ya le expliqué a Zade que me iba a llevar tiempo acostumbrarme a algunas cosas de él. Y ahora que he pasado por lo que he pasado... todos esos viejos sentimientos están resurgiendo. No el odio o el deseo de alejarme, sino aceptar y comprender sus contradicciones y su moral desequilibrada. —Entonces, ¿qué te ha detenido? —Me apresuro a decir. Ladeando la cabeza, espera a que continúe. —De follar conmigo —digo sin rodeos—. No te detuviste antes. ¿Qué te detiene ahora? Se queda en silencio durante unos instantes. —Porque no sería capaz de vivir conmigo mismo —murmura, mirándome fijamente—. Esta vez habría una reacción muy diferente, y tú lo sabes. Cruzo los brazos, sacando una cadera. —¿La habría? —Sí —dice con firmeza—. ¿Crees que, si te inmovilizara en el suelo, lucharías contra mí al principio solo para acabar restregando tu coño en mi cara porque he despertado algo en ti? ¿O crees que lucharías como si tu vida dependiera de ello, solo para acabar mentalmente desmayada por el trauma? Trago, la verdad me sabe a tierra en la lengua. —Nunca me oirás decir que soy un buen hombre. O amable. O incluso honorable. Queda muy poco de eso en mí, y la verdad es que nunca estuvo ahí para empezar. Nací con un alma ennegrecida y buenas intenciones. Y hay una diferencia entre los que son innecesariamente malvados y los que hacen cosas malas esperando que algo bueno salga de ello. Dejaré que tú misma decidas cuál soy. No espera a que le responda, tengo la clara sensación de que quiere que lo piense primero. Da un paso hacia mí y mis músculos se endurecen al instante. Es entonces cuando me doy cuenta de que no necesito pensar en ello en absoluto. El trauma me tiene bien agarrada, pero lo único que quiero es que él me abrace más fuerte. —¿Quieres la respuesta simple también? —pregunta, su voz se hace más profunda, haciendo que mi pulso se acelere—. Es porque te amo, Adeline Reilly. Y sé que tú también me amas. Cuando esté dentro de ti, no pensarás en nada más que en cómo tenerme más profundo. El único miedo que sentirás es que un Dios te envíe al cielo demasiado pronto. Mi corazón derrapa y se detiene contra mi caja torácica, cediendo por completo. Mis rodillas serán las siguientes, y eso sería jodidamente embarazoso. Sonríe, su mirada se vuelve depredadora. —Ese no será el único miedo que te inculcaré. Lentamente, comienza a rodearme mientras yo permanezco congelada. Su calor me presiona la espalda y su aliento me calienta el costado del cuello. Mis instintos de lucha o huida se ponen en marcha, y mi control sobre ellos se desvanece. —Siempre serás una Ratoncita, y yo siempre te cazaré. Esperaré pacientemente hasta que estés lista para que te toque, pero no te equivoques, Adeline, seguirá doliendo cuando lo haga. Un escalofrío me recorre ante sus ominosas palabras, más frío que los fantasmas que rondan esta mansión. Antes, eso podría haberme asustado. Más aún, después de ser perseguida por los más crueles de la humanidad, debería estar cansada de ello. Sin embargo, no siento más que una pequeña emoción y... comodidad. De alguna manera, Zade ha conseguido deformar nuestro juego del gato y el ratón. Ahora, me consuela saber que siempre me encontrará. Y sabiendo esto... a pesar de que aún no estoy preparada para él, me dan ganas de correr. Solo para que pueda atraparme. Con la tensión contaminando el aire, me agarra de la mano, nos hace girar y apunta con el cuchillo al maniquí. —Deja de imaginarte a toda la gente que quieres matar e imagínate a la gente que has matado. Recrea esa noche en tu cabeza. Reprodúcela una y otra vez hasta que apuñalar ese cuchillo en sus cuellos se sienta liberador. Me lleva mucho tiempo apartar mi mente del depredador que está detrás de mí, pero al final lo consigo. En el momento en que esa noche se repite en mi cabeza, quiero acurrucarme sobre mí misma. Recordar cómo hundí ese bolígrafo en el cuerpo de Sydney hasta que la vida se apagó en sus ojos. O cuando le clavé mi cuchillo en el cuello a Jerry y vi cómo se le salían los ojos de la cabeza. Me estaba protegiendo. Sin embargo, todavía llevo sus muertes sobre mis hombros como si fueran inocentes. Durante la siguiente hora, sigo luchando. Me siento cada vez más frustrada conmigo misma y me pongo a pensar por qué me siento culpable, sobre todo por Sydney. ¿Es porque ella también fue una víctima? Se vio obligada a hacer lo mismo que yo, a soportar la brutalidad del tráfico sexual que finalmente la sumió en un brote psicótico. Una y otra vez, le doy vueltas en mi cabeza hasta que hace clic. Sydney puede haber estado trastornada, pero también estaba rota. Merecía mi compasión, pero eso no la excusa de sus acciones. No le daba derecho a herir a otras personas. Y no significa que me equivoqué al acabar con su vida. Aunque, con Jerry, Claire, Xavier y todos los demás que decidieron que yo no era más que un objeto, no merecen nada más de mí que lo que ya han robado. Ni mi compasión, ni mis remordimientos, ni mi culpa. No fue mi decisión ser violada y maltratada, pero sí lo es degollarlos por ello. Cuando llego a la segunda hora, realizar los movimientos con Zade se convierte en algo natural. Deslizar el cuchillo en el cuello del maniquí se siente tal como él dijo que lo haría. Liberador. Otros pueden creer que nunca está bien quitar una vida bajo ninguna circunstancia. Nosotros no somos jueces. En un momento dado, yo también podría haber creído eso. Pero entonces me encontré cara a cara con el verdadero mal. Personas que no son humanas en absoluto, sino cosas viles que seguirán destruyendo este mundo y todo lo bueno que lo habita. Ahora me doy cuenta de que elegir mirar hacia otro lado y dejar que Dios se encargue de ello es una maldita excusa. Es permitir que el mal siga viviendo porque creen que la otra vida es más aterradora. Si da tanto miedo, ¿por qué esperar a enviarlos allí? Ahora, me doy cuenta de que es egoísta. Están demasiado asustados por llegar al cielo como para aprobar el asesinato, incluso si salva la vida de mujeres y niños inocentes. ¿No los hace eso igual de malvados? Condenar a los que son capaces de ser el verdugo no los hace mejores personas. Los hace complacientes. Para cuando pasa la tercera hora, estoy jadeando mucho, el sudor me recorre el rostro y la espalda, y me siento vigorizada. Cuando vuelvo a mirar a Zade, es como si lo viera con otros ojos. Me pregunto si él también me ve de forma diferente, y si será capaz de dejar atrás lo que solía ser y amar a la persona en la que me he convertido. —Adeline, siento que esta casa está poniendo a prueba tu salud mental —anuncia mamá con firmeza, quitando pelusas imaginarias de sus jeans Calvin Klein. No es muy frecuente que la vea con algo que no sea un vestido, una falda o un traje de pantalón. Me siento tan especial. —¿Por qué dices eso? —pregunto, con voz monótona y poco interesada. Me balanceo en la silla de Gigi, contemplando el sombrío paisaje. Hoy hay tormenta y las ventanas están empañadas por la lluvia. Inclino la cabeza y estoy segura de que veo la huella de una mano en la ventana. Aparte de la espeluznante mano, sentarse aquí me trae una sensación de confort y nostalgia. Donde una versión diferente de mí misma miraba por la ventana, mi sombra acechando en la oscuridad y observándome. Donde detestaba cada segundo, pero me enfrentaba al hecho de no saber si lo odiaba porque tenía miedo o si lo odiaba porque lo disfrutaba. —Cielo, ¿te has visto las ojeras? No se pueden pasar por alto. Son muy oscuras. Y nada menos que en tu cumpleaños. Esta es mi madre siendo dulce. Cariñosa. Preocupada. Y francamente, es jodidamente agotador. Se ha esforzado más por... no sé, arreglar las cosas conmigo o algo así, desde que he vuelto a casa. Por supuesto, mi padre no tiene ningún interés en unirse a sus esfuerzos, pero no puedo encontrar en mí que me importe. El secuestro de su hija debe haberle hecho darse cuenta de la situación de nuestra relación y de lo mal que estaba y está. De quién es la culpa, estoy segura de que tendría una respuesta diferente dependiendo de su estado de ánimo. Pero ella lo está intentando. Por lo tanto, es justo que intente no echarla de casa. En mi cumpleaños. Ya estoy agotada, y parece que mis ojeras se notan ahora. Zade me despertó con mi habitación cubierta de rosas y un precioso cuchillo negro con púrpura entretejido en el mango. Cada vez se me da mejor, pero es un trabajo en progreso y su regalo fue un testimonio de su fe en mí. Luego, Daya quiso hacer un brunch, y ahora mamá está aquí y yo estoy lista para una siesta. La gente sigue siendo agotadora. —El corrector de ojeras lo cubrirá. —Quizá deberías volver a quedarte conmigo. Alejarte de ese... pagano —Resoplo, y termina convirtiéndose en una carcajada total. Algo de mi madre llamando a Zade pagano es simplemente... bueno, gracioso. Cierto, pero gracioso. Mi madre se queda boquiabierta como si le hubiera dicho que me voy a rapar la cabeza y a vivir el resto de mi vida en una furgoneta y fumando narguile. No suena tan mal, en realidad. Excepto tal vez la parte de quedarse calva. Me muerdo el labio para aguantar la risa y sonrío mientras ella se enfada más. —No veo por qué es divertido juntarse con un criminal —murmura, dándose la vuelta con una mirada ofendida en su rostro. —¿Y si yo soy la criminal? —pregunto. Ella suspira. —Adeline, si te ha obligado a hacer algo... Pongo los ojos en blanco. —No me ha obligado a hacer nada, madre, tranquila. Y estoy bien. De verdad. Pasé por algo traumático -obviamente- y dormir no siempre me resulta fácil. Se mueve en el sofá de cuero, preparándose para decir algo más, pero la interrumpo. —Y estoy bien aquí. En Parsons Manor. Cierra la boca y frunce el ceño con sus labios pintados de rosa. Suspiro, una puñalada de culpabilidad me golpea en el pecho. —Mamá, aprecio tu preocupación, de verdad. Pero me va a llevar un tiempo reajustarme y volver a la normalidad —Normalidad. Decir la palabra se siente como tragar un puñado de clavos oxidados. Nunca seré normal. Creo que nunca lo fui. Y si alguien puede dar fe de ello, sería mi madre, la mujer que me ha llamado friki la mayor parte de mi vida. Se queda callada por un momento, mirando la baldosa a cuadros y perdida en cualquier huracán que se agite en su cráneo y esté listo para salir por su boca. Siempre me ha parecido que las tormentas pasan por su mente, ya que sus palabras son siempre tan jodidamente destructivas. —¿Por qué no me hablaste de él? —pregunta en voz baja. Levanta la cabeza para mirarme, con sus ojos azules cristalinos llenos de dolor. No puedo decidir si al verla se retuerce más la culpa o si me enfada. —Porque nunca me has hecho sentir lo suficientemente segura como para contarte nada —respondo sin rodeos. Su garganta trabaja, tragando esa píldora amarga. —¿Por qué... por qué necesitabas sentirte segura para hablarme de él, Addie? —pregunta, juntando sus esculpidas cejas—. Quiero decir, si él fuera... normal, no debería haber sido un gran problema. Si fuera alguien que conocieras en una librería, o en uno de tus eventos, o incluso en una tienda de comestibles —Hace una pausa—. ¿Por qué necesitabas sentirte segura? Enrollo mis labios y me giro hacia la ventana. —Addie, ¿te hace daño? Mi cuello casi se rompe de lo rápido que me giro hacia ella. —No —digo con firmeza, aunque no es del todo cierto. ¿Me ha hecho daño? Sí, pero no como está pensando. Nunca me pondría un dedo encima por ira. El tipo de dolor que produce Zade es poco ortodoxo, y aunque siempre ha habido una parte de mí que lo disfruta, sigue doliendo. Sin embargo, se me antoja de todos modos. —¿Entonces por qué? Suspiro, debatiendo sobre cuánto debo decir. ¿Se gana la vida matando gente? Demasiado. ¿Me acosó? Nunca olvidaría eso, no importa lo culpable que se sienta. Así que me conformo con la verdad. La parte que no lo anuncia como un psicópata con un problema de apego. —Él salva a mujeres y niños del tráfico de personas, mamá. Está muy involucrado en ese oscuro rincón del mundo. Aspira con fuerza, su columna se endereza y sus ojos se abren de par en par con la indignación. —¿Es él la razón por la que fuiste secuestrada? —No —digo bruscamente—. Él no es el motivo, y tienes que recordar que él me salvó. No estaría aquí -viva- si no fuera por él. Ella sacude la cabeza confundida y pregunta: —Entonces, ¿por qué fuiste tú? Si está involucrado con la misma gente. Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia que no siento. —Hubo muchos factores, pero ninguno de ellos fue obra suya. Eso es lo único importante. Suspira, un sonido de frustración y aceptación a la vez. —¿Es peligroso? —Sí —admito—. Pero no para mí. Me ama, y no solo eso, me ama por lo que soy. Nunca ha querido cambiarme. Se estremece ante la indirecta, pero se abstiene de defenderse esta vez. —Que te ame no significa que sea bueno para ti —dice con rotundidad. Frunzo los labios, considerándolo por un momento. —¿Qué me conviene entonces, mamá? Tú sabes lo que es mejor, ¿no? ¿Un tipo de verdad que sea abogado o médico? —No seas obtusa —dice ella—. ¿Qué tal alguien como un oficial de policía, que solo lleva un arma porque están... —Protegiendo a la gente —interrumpo—. Porque crees que están protegiendo a la gente. ¿De verdad quieres entrar en ese debate ahora mismo? ¿Y no dirías que Zade está haciendo lo mismo? ¿Rescatando a gente inocente de ser secuestrada y esclavizada? Aprieta los labios, claramente aún en desacuerdo, pero no está dispuesta a seguir discutiendo. Es la primera vez, pero no espero que dure. Esta vez, soy yo quien suspira. Me echo hacia atrás en la silla. —No quiero discutir sobre él contigo porque no va a cambiar nada. Lo conozco mejor de lo que tú nunca lo harás, y si quieres odiarlo, bien. Pero hazlo donde no tenga que oírlo —digo cansada y decidida. Estoy demasiado agotada para seguir peleando con ella. Eso es todo lo que hacemos, y se hizo viejo hace más de una década. —Bien —resopla ella, irritada y arrepentida—. Déjame llevarte a una buena cena por tu cumpleaños, al menos. ¿Podemos hacerlo? Sin hablar de tu novio. La miro fijamente y la opresión de mi pecho se alivia un poco. Sonriendo, asiento con la cabeza. —Eso suena bien. Deja que me arregle. Me pongo de pie y me dirijo a las escaleras cuando me dice: —No olvides el corrector, cielo. Lo necesitas. El sonido de los tacones de Francesca rebota contra el techo, haciendo que mi corazón vuele a mi garganta. Daya mira hacia arriba, inquieta por el sonido, pero acostumbrada a las travesuras de Parsons Manor. A mí, en cambio, me está dando un infarto silencioso. Llevo oyendo esos pasos agudos desde que estoy en casa, y aunque no son realmente los de Francesca, creo que los malvados fantasmas de esta casa saben que persiguen mis pesadillas y disfrutan dándoles vida. Cierro las manos en puños apretados para aplacar el temblor, devanándome los sesos en busca de algo que me distraiga. —Quizá debería hacerme monja —anuncio, lo que hace que Daya se detenga a mitad de camino. Está llenando una copa de vino tinto, y se siente... raro. Como si no debiera estar aquí disfrutando del vino cuando he asesinado a gente y he escapado del tráfico sexual. Estamos sentadas en la isla de mi cocina y no puedo evitar deleitarme con la nostalgia. Estuve fuera dos meses y medio, pero me parecen años. Es extraño, pero también se siente bien. Estar aquí con ella de nuevo, bebiendo como si no hubiera pasado el tiempo. Daya parpadea, desconcertada por mi declaración, y me desliza la copa. —Te quiero, pero no durarías ni un día. —Grosera —murmuro, tomando un sorbo de vino. Me estremezco, el sabor amargo invade mis papilas gustativas. Me gusta el vino dulce, pero es lo que Daya tenía en su nevera. —¿Quieres hacerte monja porque no toleras el tacto en general, o el de un hombre? Me hurgo una uña. —Hombres, lo que está resultando muy difícil con el entrenamiento. Tiene que tocarme, y cada vez que lo hace, me entra el puto pánico, y luego vacilo entre congelarme y ponerme furiosa. Después de que Zade y yo acordáramos acabar juntos con la Sociedad hace un mes, sentí que algo cambiaba dentro de mi pecho. Nació un propósito, y sirve para levantarme de la cama cada mañana y entrenar. Pero no es una solución mágica. Miro a Zade y siento todo lo que sentí después de entregarme a él. El magnetismo, la conexión y el amor. Me ha dado el espacio que tanto necesito, aunque veo que le está matando por dentro. Aunque me siento culpable cada vez que me alejo, también siento alivio. Pero ahora siento otras cosas, cosas que sé que no tienen nada que ver con él, sino con el sexo. Pensar en ello me da ganas de vomitar, y tengo el miedo arraigado de que cada vez que Zade me muestra algo de afecto, eso es lo que va a provocar. Jugó un papel tan importante en nuestra relación antes de que me secuestraran; es difícil entrenar a mi cerebro para que piense que va a ser otra cosa. Zade es un coqueto, y aunque ha hecho muchos comentarios sexuales, no ha hecho ni un solo intento de seducirme. —Y entonces me enfado —continúo, frunciendo el ceño sobre mi Merlot—. Arremeto contra él y le digo cosas horribles, y él jodidamente lo aguanta. —Nena, te va a llevar un tiempo superar tu trauma. Tienes un trastorno de estrés postraumático, como cualquiera. No te apresures. —Creo que sería más fácil si no estuviera enamorada de él —admito, dando vueltas con el dedo alrededor de la copa. Se produce un sonido suave que calma la agitación de mi cabeza. —Todavía siento atracción, ¿sabes? Como cada vez que me toca, quiero disfrutarlo. Pero no puedo. Ni siquiera ha hecho ningún avance. Nada sexual, pero es donde mi cabeza va inmediatamente, y luego estoy de vuelta en esa casa con Xavier. —¿Hablaste con Zade sobre él? Tomo otro trago de Merlot antes de responder: —Sí. Después de acordar trabajar juntos, nos sentamos y le conté todo. Bueno... no todo. No los detalles horripilantes. Pero él conoce los detalles de lo que pasé y me explicó cómo me encontró. Habló de una hermandad y me contó todo sobre Max. Una tristeza cubre sus sabios ojos, y me doy cuenta de que está ansiosa porque empieza a juguetear con el arete de su nariz. —Sí, él... me salvó, también. De Luke. Me acerco y agarro su mano, apretándola con fuerza. Zade me contó lo que pasó con Daya, pero esperaba que ella me lo contara primero. Si hay algo que entiendo es que no quiero revivir ciertas cosas. Todos hemos sufrido de formas muy diferentes, pero el origen de nuestro dolor es el mismo. La Sociedad. Claire. Daya fue el señuelo para sacarme de Parsons Manor y que Rio y Rick pudieran secuestrarme. Por supuesto, Luke fue el que la hizo pasar por un infierno, pero nada de eso habría sucedido si no fuera porque Claire hizo creer a Max que Zade había matado a su padre, y luego puso un blanco en mi cabeza. Una que Max saltó inmediatamente, enfadado y con intención de vengarse. —Lo siento mucho, Daya. Siento mucho que te haya hecho eso —Mi voz se quiebra con la última palabra, un inesperado torrente de lágrimas me nubla la vista. Daya se cubre el rostro, tratando de contener sus propias lágrimas. —Maldita sea, Addie —exclama sin contemplaciones—. No te atrevas a hacerme llorar. Pero es demasiado tarde, un sollozo sale de su garganta al pronunciar la última palabra. Acerco mi silla a ella y la atraigo en un abrazo, al margen de mis propios demonios. Sus brazos rodean mi cintura y ambas nos dejamos llevar. El dolor se derrama por las grietas mientras nos sostenemos la una a la otra, como dos pilares que caen juntos, ambas incapaces de mantenerse en pie sin el apoyo de la otra. Cuando nos separamos, los mocos corren por mi rostro manchado y rojo, y sé que el rímel se desliza por mis mejillas. Ella tiene baba en la mejilla y círculos de maquillaje alrededor de los ojos. Con lo inyectados de sangre que están, junto con su piel morena, sus ojos verdes claros son casi sorprendentes. A pesar de ello, las dos hacemos el ridículo e inmediatamente estallamos en carcajadas, que se desvanecen en otra ronda de lágrimas. Al final, ninguna de las dos puede decir si está riendo o llorando, pero se siente bien de cualquier manera. —Ahora me duele la cabeza —digo con voz ronca, limpiando mis lágrimas ennegrecidas, y entonces agarro un pañuelo de papel y me sueno ruidosamente la nariz. —Bebe más vino, lo hará peor, pero al menos estarás achispada. Me río y bebo un sorbo mientras ella también se suena la nariz. —Por cierto, ¿dónde está Zade? —pregunta. —No lo sé, en realidad. Después de nuestra sesión de entrenamiento, se marchó bastante rápido, diciendo que tenía que ocuparse de algo. No dijo de qué se trataba, y yo estaba demasiado sudada y mentalmente agotada para preocuparme en ese momento. Ambas nos encogemos de hombros. Podría haberse dado cuenta de que nos hemos quedado sin papel higiénico y necesitábamos reponerlo, por lo que sé. Creo que, si fuera algo importante, lo habría dicho. Durante la siguiente hora, Daya y yo nos acabamos la botella de Merlot y me siento agradablemente achispada. También decido que voy a tener mucho cuidado con la bebida a partir de ahora. Me siento demasiado bien y me niego a utilizarlo como apoyo. Prefiero superar mi trauma de forma saludable. Ya sabes, asesinando a Claire con mis propias manos. Estamos en medio de las risas por un estúpido vídeo que alguien ha colgado en las redes sociales cuando la puerta de entrada se abre de golpe y dos voces se lanzan al vacío. Una es de Zade. La otra es de una chica. Ojos sabios y de color caramelo se encuentran una colisión de confusión, como diciendo qué carajo. Con un leve tambaleo, me levanto y me dirijo hacia la puerta principal. Y luego me doy la vuelta, corriendo hacia mi amiga cuando veo a quién ha traído Zade a casa. —Daya, hay una chica loca en la casa. Corre. —¿Qué? —pregunta ella, con un tono de alarma. —¡No me llames loca! —grita la chica desde el frente, y yo hago una mueca. Nunca he tenido el placer de conocerla, y me parecía bien vivir la vida sin ese placer. Con los hombros subidos hasta las orejas, giro lentamente y veo a Zade acercarse a mí, con aspecto agotado y molesto. Detrás de él está la chica asesina que acechaba tras las paredes en Satan's Affair. Sibel. —Cariño, tenemos una invitada. Mirando a la chica, me muevo incómoda, sin saber qué mierda responder. Aclarándome la garganta, me conformo con: —Ya me di cuenta. Sibel nos mira a Daya y a mí con una amplia sonrisa en el rostro. La última vez que la vi, iba vestida de muñeca con un maquillaje que hacía parecer que su rostro de porcelana estaba agrietado. Aunque su cabello castaño chocolate sigue recogido en coletas, su cara está desprovista de maquillaje de muñeca. Sería hermosa si la mirada desquiciada en sus ojos no distrajera tanto. Tiene el mismo aspecto que en la televisión después de que la detuvieran por asesinar a cuatro políticos. Con Zade. Excepto que él nunca fue capturado por esos asesinatos. —Señoritas, esta es Sibby —presenta Zade con cansancio, agitando una mano hacia ella antes de acercarse a mi lado. Me tenso cuando se acerca, dividiendo mi atención entre ver cómo se cierra el espacio entre Zade y yo mientras mantengo un ojo en la chica loca. Los cuatro hombres que asesinó ni siquiera empiezan a arañar la superficie del número de personas que ha matado. Durante cinco años, permaneció en esa feria embrujada y se dedicó a la juerga. A quien ella consideraba malvado, lo mataba de formas muy espantosas. Ya he tenido suficiente experiencia con chicas asesinas, y realmente, no quiero más. Nos saluda animadamente con la mano, con la emoción brillando en sus ojos marrones. Luego se vuelve hacia mi casa, y observa lentamente Parsons Manor. —Guau —dice—. Esto es espeluznante. Es tan perfecto —Su cabeza se vuelve hacia mí, y no me enorgullece el no tan sutil respingo—. Espero que no te importe que mis secuaces y yo nos quedemos un rato —dice. —¿Hay más? —le pregunto a Zade, volviéndome hacia él con las cejas fruncidas. Él suspira. —Hay gente que dice que no son reales, pero lo son —explica Sibel, sin parecer avergonzada por admitir que ve a personas que otros no pueden ver. Zade me mira fijamente, con una sonrisa en la cara. —Sibby está loca —dice. Ella pisa fuerte y le lanza una mirada fulminante. —No estoy loca, Zade. Solo porque tú no puedas ver lo que yo veo, no significa que yo sea la loca. Ladeo la cabeza, completamente desconcertada de cómo está aquí. Lo último que supe es que estaba encerrada en un psiquiátrico a la espera de un juicio. —Se ha escapado —suministra Zade, notando la confusión en mi rostro. —Oh —digo, porque no tengo ni idea de qué más decir. —¿Eso es... bueno? —Daya interviene, sonando totalmente insegura de si eso es realmente bueno. Zade suspira por millonésima vez. —Sibby está en la lista de los más buscados. Se tomó la justicia por su mano —Zade hace una pausa para dirigirle una mirada mordaz—, y se escapó del psiquiátrico. Teniendo en cuenta que ella asumió la culpa por algo que ambos hicimos, sentí que era justo que le diera un lugar para quedarse. Temporalmente. Ella asiente una vez, como si Zade resumiera perfectamente la historia de su vida. —Voy a llevarla a mi casa. No espero que la dejes quedarse aquí... —¡Pero esto es tan espeluznante! —exclama, como si eso fuera una buena razón para quedarse. Y bueno... en cierto modo lo es. —… Así que, la llevaré ahí pronto. Solo quería que la conocieras bien, ya que estoy... —se interrumpe, mirándola—. Atrapado con ella —decide, girándose para mirar en mi dirección—. Definitivamente estoy atrapado con ella. Sibel frunce el ceño y abre la boca para decir algo, pero Daya la interrumpe. —Eh, espera un segundo, ¿se tomó la justicia por su mano cómo? —pregunta, enviando a Sibel una mirada sospechosa. —Maté a mi terapeuta —responde ella, con una sonrisa que cae—. No quería matarla. Olía a pino, así que no era un demonio. La primera y última persona a la que he hecho daño que no lo merecía, lo prometo. Mi boca cae abierta. —Zade —susurro, mi malestar aumenta. Sibel me mira, notando mi creciente miedo. —Por favor, no te asustes de mí. Hueles como las flores más maravillosas. Nunca te haría daño. —No te va a hacer daño, cariño —me tranquiliza Zade. Levanto la vista para encontrar su mirada, unos ojos desiguales llenos de sinceridad. —Habría discutido esto contigo primero, si hubiera tenido alguna idea de que esto iba a suceder —jura—. Estaba reunido con Jay cuando se supo que Sibby había escapado. Resulta que estaba escondida en la zona. Helicópteros y mierda por todas partes. Fui a buscarla y la encontré intentando meterse en una alcantarilla. Fue una decisión de una fracción de segundo. —Está bien —digo, ofreciéndole una sonrisa tensa para hacerle saber que no estoy enfadada. A pesar de que la presencia de Sibel es un poco desconcertante, entiendo por qué Zade ha tomado esa decisión. Ella asumió toda la culpa por lo que ambos hicieron, y nunca lo delató. Eso es algo que muy pocas personas harían, especialmente cuando no te deben nada. Y eso, lo puedo respetar muchísimo. Sibel sostiene en alto un malvado cuchillo rosa. —¡Y recuperó mi cuchillo! La policía lo tenía como arma homicida y Zade lo sacó por mí. —Estaba literalmente perdiendo la cabeza por ello, y no me dio muchas opciones —aclara secamente. Se encoge de hombros, contenta de haber recuperado su cuchillo independientemente de cómo haya sucedido. La miro fijamente y le doy vueltas a una idea en mi cabeza, un poco indecisa, pero decidiendo que sería más fácil para Zade estar solo en un lugar. Se ha mudado prácticamente conmigo, y ha sido extrañamente reconfortante. La parte egoísta de mí no quiere renunciar a eso. —Hay mucho espacio aquí. Sibel puede quedarse. Ella grita con fuerza, se pone de puntillas y aplaude como una niña. Su reacción me hace sentir un poco mejor, solo porque es un poco tierna. —Mis amigos me llaman Sibby —dice, y por la expresión de entusiasmo en su rostro, parece que espera que la considere como tal. —O cazadora de demonios —interrumpe Zade. Ella le da una mirada descarada como respuesta. —Bien, Sibby. Bienvenida... a casa. Sus ojos oscuros vuelven a mirarme, irradiando puro placer. Una amplia sonrisa se apodera de su rostro, reanudando su rebote una vez más, y eso alivia un poco más mi preocupación. —Addie, no tienes que hacer eso. Agito una mano. —Está bien. Ha dicho que no va a hacernos daño, y si confías en ella, eso me basta. Parece que quiere besarme, lo que me pone un poco nerviosa, pero rápidamente suaviza su expresión y me ofrece una sonrisa sencilla y agradecida. —En el momento en que quieras que se vaya, estará fuera. Sin preguntas. Mientras que Sibby no parece muy emocionada al escuchar eso, basándome en la forma en que deja de rebotar y lo mira, Zade claramente no le importa una mierda. Asiento con la cabeza, con lo último de mi tensión desangrándose. —Sibby ya es muy buena en la lucha. En parte porque ella es... —… No estoy loca —ella lo corta, entrecerrando los ojos. Zade le da una mirada, una que dice, sí, bueno, y yo soy Jackie Chan. —En cualquier caso, ella puede luchar. Podría ayudarte con el entrenamiento. Mi corazón se ablanda al escuchar lo que no dice. No puedes soportar mi toque, así que aquí hay alguien que puede darte lo que yo no puedo. —Gracias —susurro. Ahora más que nunca, estoy frustrada conmigo misma. Acepto su oferta porque reconozco que no va a cambiar de la noche a la mañana. Pero me comprometo a esforzarme más, para poder darle a Zade lo que se merece también. Todo de mí. Zade me pone una bolsa de hielo en los hombros y yo gimo por la temperatura gélida y por lo bien que me sienta. El entrenamiento ha hecho mella en mi cuerpo, pero también en el mejor de los sentidos. Estoy más fuerte que nunca, y esa sensación es adictiva. Desde que Sibby llegó hace un par de semanas, solo he mejorado. Es más pequeña y se mueve con una rapidez que ni siquiera Zade posee, y es mucho más imprevisible. Hemos estado sentados alrededor de la isla de mi cocina durante las últimas horas, resolviendo los problemas para sacar a Claire de su escondite. No solo desapareció todo el mundo en la casa de Francesca, sino que ella también lo hizo. Y ahora que Zade me tiene, no hay nada en este mundo que le impida encontrarla. Zade cree que la mejor manera de localizarla es a través de su abogado, Jimmy Lynch. Lleva veintisiete años trabajando para Claire y su difunto marido, lo que le convierte en un amigo de confianza. También le gustan los niños. La semana pasada, Zade pudo hackear su teléfono, observando las copiosas cantidades de pornografía infantil que ha descargado. Así que empezó a poner anuncios en los sitios de pornografía infantil que usa Jimmy, esperando que mordiera el anzuelo. Como era de esperar, lo hizo, tanto en su teléfono como en su portátil, durante tres días. Por supuesto, Zade diseñó el virus, por lo que, sin que Jimmy lo supiera, se liberó en sus dispositivos en cuanto hizo clic en el anuncio. En cuestión de segundos, Zade fue capaz de infiltrarse en su sistema e implementar un software espía en ellos. A partir de ahí, observó las interacciones por correo electrónico entre él y Claire. Aunque podría intentar implementar un virus en el ordenador de Claire a través de un correo electrónico de phishing 15, ella es demasiado inteligente para eso, así que la única otra opción de Zade es manipularla para que ponga un disco en su ordenador, que contendrá el virus. Y la mejor manera de hacerlo es crear una demanda masiva contra ella. Es una práctica común para los abogados transmitir información a través de unidades de disco, especialmente si hay una cantidad masiva de pruebas apiladas en su contra. Por desgracia para Claire, desde que se escondió, despidió a mucho personal que trabajaba en su propiedad. El equipo de limpieza, un par de cocineros y un jardinero. Evidentemente, no tiene planes de volver a su mansión, ni de conservarla. Zade ha pasado la última semana poniéndose en contacto con estos trabajadores, preguntándoles por sus experiencias y, en última instancia, animándolos a demandar a Claire por acoso laboral y por agresión. A cambio, Zade ofreció su protección y dinero. Afortunadamente, todos aceptaron. Porque, honestamente, su falta de seguridad y recursos era lo único que mantenía a algunos de ellos en silencio. Mark agredía sexualmente a muchos de sus empleados y amenazaba con hacerles daño a ellos y a sus familias si hablaban. Y Claire era físicamente abusiva y propensa a ponerse violenta cuando algo no cumplía con sus estándares. Ya han presentado sus demandas, así que mañana pondremos en marcha el segundo paso del plan sustituyendo los discos de Jimmy por los de Zade. Cuando Zade tenga acceso al portátil de Claire, se tomará su tiempo para vigilarla. Mientras tanto, nos centraremos en nuestro otro objetivo. —Francesca y Rocco son unas serpientes asquerosas —nos informa Daya, con ira en su mirada mientras sus dedos vuelan sobre el teclado—. Y Xavier es un marica. Daya nos está ayudando a localizar a mis antiguos captores -y violadoresmientras Jay sigue centrándose en Claire. El phishing es un tipo de ataque de ingeniería social que a menudo se usa para robar datos de usuarios. 15 —La imagen del satélite mostraba una camioneta roja estacionada en el frente de su casa a nombre de Rocco. ¿No se ha visto en ningún sitio? —pregunta Zade, añadiendo cheddar rallado adicional en los macarrones con queso antes de meter la cazuela de nuevo en el horno para que esté crujiente. Verlo haciendo algo tan doméstico es... extraño. Nunca pensé que vería guantes de cocina en un acosador y asesino profesional, pero aquí estamos... Todo lo que necesita es un delantal, y estaría convencida de que he caído en la madriguera del conejo y me he golpeado la cabeza con la raíz de un árbol. Mierda, creo que ya lo he hecho porque ahora todo lo que puedo imaginar es a Zade en nada más que un delantal. Eso... no debería ser tentador, pero lo es. —Encontramos la camioneta abandonada en el norte de California. A partir de ahí, perdimos la pista —responde Daya, salvándome sin saberlo de viajar por ese peligroso camino. Tengo la sensación de que esa fantasía solo se habría vuelto más extraña. —¿No hay cámaras callejeras cerca? —pregunto. —Nop —responde ella, haciendo sonar la P—. No han llegado hasta aquí por suerte. Saben cómo evitar las cámaras. Imagino que el vehículo al que cambiaron también habrá sido abandonado ya. Zade asiente, guardando silencio mientras procesa la información. Desde aquí, puedo ver cómo giran sus engranajes internos. —Ya que podemos suponer que están conduciendo, mira las cámaras de las gasolineras de los alrededores para empezar. Llevará tiempo, pero comprueba a quien consideres sospechoso. Es posible que se queden escondidos en el vehículo y usen un señuelo para echar gasolina y pagar. Pondré a unos cuantos de mis hombres en ello para que te ayuden. Y aunque es probable que paguen solo en efectivo, no está de más comprobar si han utilizado también tarjetas de crédito. —Francesca va a tener que usar el baño en algún momento —digo—. Quiero decir, honestamente no puedo verla en cuclillas en el lado de la carretera o usando un baño portátil. Así que el reconocimiento facial sería valioso. —Sí —asiente Zade, dándome una pequeña sonrisa. Me reprimo del orgullo que quiere florecer en todo mi cuerpo. Mi feminista interior no necesita la aprobación de ningún hombre. —Puedes configurar un bot de reconocimiento facial que te avise si alguna cámara la detecta. Ya sea de restaurantes, tiendas o gasolineras. Pero no podemos confiar en ello, porque, aunque Francesca es la que más aparece en público, también tiene la ventaja de que se disfraza mejor que los hombres. El reconocimiento facial es avanzado, pero no es infalible. Inclino la cabeza de lado a lado en un gesto de “tienes razón”. —Si alguien sabe usar el maquillaje, es ella —reconozco. Tiene mucha práctica en dar vida a los muertos, en su propio rostro y en el de las chicas que tenía cautivas. Las manos de Daya continúan volando, siguiendo las indicaciones de Zade sin vacilar. Sibby tiene la barbilla apoyada en una mano y tamborilea con los dedos sobre la mesa con la otra, claramente aburrida. Le interesa más la acción que la planificación. —Buscaré a Xavier Delano —dice Zade, lanzando una mirada cargada hacia mí—. Deberíamos ser capaces de encontrarlo fácilmente. Tengo el presentimiento de que no es tan inteligente para cubrir sus huellas como los otros. —Eso sería muy egocéntrico de su parte. No es que él no supiera que yo estaba... eh, con Z... o lo que sea —Zade sonríe por mi tropiezo. Pongo los ojos en blanco, con la intención de ignorarlo, pero entonces Daya me traiciona y resopla, dándome una mirada divertida. Imbéciles. Todos ellos. —Cállate —digo con brusquedad—. No sé cómo etiquetarlo. —¿Amigo con derecho? —Daya proporciona, pero eso no suena del todo bien. El ceño fruncido en la frente de Zade me dice que siente lo mismo. —¡Amante! —Sibby interviene alegremente. Mi labio se curva con disgusto. Odio esa etiqueta. —Oh, admirador —dice Daya, chasqueando los dedos como si hubiera dado en el clavo. —Único amor verdadero —suspira Sibby con nostalgia. Mira hacia un lado, pareciendo escuchar algo antes de poner los ojos en blanco—. Bien cinco amores verdaderos. Mis ojos oscilan entre las dos idiotas mientras siguen lanzando palabras que podrían definir mi relación con Zade. —¿Qué tal solo acosador? —interrumpo secamente. —Vamos, cariño, no es así como me llamabas cuando gritabas... —Cállate, o empezaré a gritar los nombres de otros hombres y te prometo que no necesito tu polla cerca de mí para hacerlo. El desafío brilla en sus ojos, indicando que esta conversación está cayendo rápidamente en picada. —¿Realmente quieres causar una extinción masiva por esos nombres? Grítalos, Ratoncita, te reto. Elijas los que elijas, ya no existirá ni un solo hombre con ese maldito nombre. ¿Qué tal si empezamos con Chad? Definitivamente podemos vivir sin los Chad en el mundo. Me quedo con la boca abierta. —Eso es tan... exagerado. Se encoge de hombros y se gira para sacar los macarrones con queso del horno: —No cambia nada. Mis ojos, muy abiertos, se dirigen de nuevo a los de Daya, tan redondeados como los míos. Le dirijo una mirada que dice: “¿Ves con lo que tengo que lidiar?” A lo que ella responde: “Buena suerte, hermana Susie”. Miro a Sibby y la encuentro con la mirada perdida, susurrando a uno de sus secuaces sobre formas poco higiénicas de utilizar las paletas de helados del congelador. Oh, Dios mío. Estoy viviendo con nada más que psicópatas. Ya lo sabía, pero que me jodan. ¿Oye, Dios? ¿Te importaría enviar alguna medicación para corregir tu mal manejo en estas dos almas dementes? Sacudiendo la cabeza, me vuelvo hacia Zade, que ahora está sirviendo los macarrones con queso en platos para nosotras, junto a los filetes que ha cocinado en la parrilla. Algo que me ha sorprendido es que Zade sepa cocinar. —¿Cuánto crees que tardaremos en localizar a Xavier? —Depende de lo accesible que sea. Puede que lo encuentre en una hora, pero si está apostado en una isla remota con un ejército que lo rodea, llevará tiempo llegar hasta él. Ten en cuenta que este hombre es estúpidamente rico y no tiene nada mejor en qué gastar su dinero, así que esto es totalmente posible. Inclino la cabeza con curiosidad. —¿Más rico que tú? —Absolutamente. No tengo interés en cobrar más de lo necesario. El dinero es una ilusión, y una poderosa. Convierte a los hombres en imbéciles sin carácter, sin ninguna consideración por la vida humana excepto la suya. Xavier usará su dinero para protegerse. Sobre todo, porque es una pequeña perra y, bueno... —Me mira con una sonrisa salvaje—. Doy bastante miedo. Sirve la cena y me deja para el final. Se me eriza el vello de la nuca cuando se acerca a mí; mi cuerpo se calienta cuando se acerca. Se cierne sobre mí cuando deja mi plato, el calor que irradia se hunde bajo mi piel. Entonces, se inclina y mi cerebro sufre un cortocircuito. No puedo decidir si quiero abrazar la oscuridad o huir de ella. Un aliento caliente se abalanza sobre mi oreja mientras susurra: —No solo doy miedo, cariño, sino que estoy muy, muy enfadado. Y cuando estoy enfadado, les hago rezar por el infierno. Un escalofrío recorre mi columna y la piel de gallina se extiende por mi cuerpo como la peste negra. Inclino la cabeza hacia él, encontrando su mirada. El corazón me sube a la garganta, creando un pulso errático en mi cuello, y una tensión palpable circula por el espacio entre nosotros. En contra de mi buen juicio, mis ojos se deslizan hacia su boca, aumentando la tensión. Deliberadamente, se pasa la lengua por el labio y, como un imán, mi mirada se fija en ese acto lento y pecaminoso. Para cuando vuelvo a forzar mis ojos hacia los suyos, mi boca está abierta y mis pulmones carecen de oxígeno. —Odio interrumpir este hermoso momento, pero Sibby se está quitando la ropa. La voz de Daya me saca del trance en el que me ha metido Zade y, casi con violencia, mi cabeza se dirige a Sibby. Seguro que está en proceso de quitarse las mallas verde neón. —¡Sibby! —grito exasperada—. ¡Deja de quitarte la ropa, no vamos a tener una maldita orgía! Me pellizco el puente de la nariz y me pregunto cuánto Tylenol hará falta para acabar con un dolor de cabeza inducido por Sibby. Actualmente está en una maldita discusión. Con su maldita persona. —Mortis, te lo dije, la policía me busca por todas partes. No podemos salir a pasear, ni a estar solos, ¡estamos atrapados! Se calla, escuchando lo que le dice su novio imaginario. Un sonido de descontento sale de su garganta. —Yo también echo de menos esas cosas, pero así es como tienen que ser las cosas. Timmy, deja de intentar quitarme la ropa delante de Zade. —Si haces eso, perderé literalmente la cabeza —le digo, dándole una mirada asesina. De todos modos, ya estoy a dos segundos de perder la cabeza. Sus ojos se dirigen a los míos, llenos de inocencia. —¡No es mi culpa! —grita. Señala con el dedo un punto al azar, supuestamente donde cree que está el culpable—. Es de él. Gimiendo, me froto las manos por la cara con brusquedad. Toda la discusión empezó porque Sibby quería ser la que plantara las memorias USB en el despacho de Jimmy Lynch. Simplemente le recordé que no podía ser vista, y la conversación tomó otra dirección. Al parecer, sus secuaces querían ir a un puto sex shop a unas cuadras de la oficina de Jimmy. Dije que no, y aquí estamos. Verla en su elemento, creyendo plenamente que sus secuaces son reales a pesar de que la gente le dice que no lo son, es tan fascinante como triste. Sé que su infancia fue horrible, hasta el punto de que creó personas para que le hicieran compañía y ayudarle atravesar algo increíblemente duro. Una joven que no ha conocido nada fuera de una secta satánica, vagando por una ciudad extraña sin rumbo, completamente sola. Su cerebro se protegía, y nacieron los secuaces. —Hoy hace frío fuera. Podemos abrigarte con ropa de invierno y nadie debería notarlo —razono con ella—. Pero no puedes ir a ningún otro sitio. No hay desvíos. No hay paradas en boxes. Nada. No, a menos que quieras acabar en el psiquiátrico otra vez. Mira a lo lejos. —¿Oyes eso, Mortis? Entonces, no intentes convencerme de que sea mala. Me encerrarán de nuevo y no me verás el resto de tu vida. Debe estar de acuerdo con ella porque se vuelve hacia mí, con una sonrisa de satisfacción en su rostro. —Estamos todos de acuerdo. No te preocupes por mí, Zade. Puedes confiar en mí. —¿Sabes qué? Te creo, Sibby. Su sonrisa de respuesta ilumina todo su rostro. Y me doy cuenta de que Sibby es una chica preciosa. Espero por Dios que encuentre algo real algún día. —Te ves jodidamente ridícula —digo secamente, mirándola con ojo crítico. Me mira como si la hubiera herido personalmente. —¿Por qué? —pregunta ella, dejando caer su mirada hacia su traje. Parece un maldito Cheetos puff, pero en rosa neón brillante. Está envuelta en varias capas de ropa, con una enorme chaqueta acolchada tres tallas más grande, que termina en los tobillos y apenas oculta las botas de lluvia de lunares amarillos. Para rematar, se ha vuelto a maquillar, aunque ha evitado el look de muñeca rota. Supongo que todavía es una herida demasiado cruda. Por suerte, Addie le ha estado enseñando cómo aplicarlo correctamente, y no estaría nada mal si no fuera por la monstruosidad del maldito traje. Dejé que Sibby hiciera algunas compras en línea poco después de su llegada, y resulta que no tiene ni idea de qué talla es ni de cómo vestirse. Solo se ha puesto la ropa que le proporcionaba su padre y los trajes que Satan's Affair tenía en sus casas. Así que se limitó a pedir un montón de cosas al azar en cualquier talla, la mayoría de ellas mal ajustadas. Sibby es pequeña. Su estatura solo llega al metro y medio, y tiene muy poca carne en los huesos. Addie me mira, con el arrepentimiento en la cara de ambos por no haberla vigilado mientras compraba. —Literalmente, todo el mundo se va a fijar en ti. Se supone que debes mezclarte, no destacar como un pulgar dolorido. Sus cejas se fruncen. —¿Dices que parezco el pulgar de alguien? Addie se muerde el labio. —Vamos a intercambiar las chaquetas. Puedes usar la mía, Sibby. Sibby refunfuña, pero al final cambia con ella. Addie se pone la chaqueta acolchada rosa y se sube la cremallera, el abrigo no le queda mejor. La sonrisa que se me dibuja en la cara casi se me borra en cuanto Addie la ve. Me señala con un dedo, el material se agita por el movimiento. —Te voy a patear el trasero. —Es linda, cariño —digo, y sonrío más cuando ella estrecha los ojos, lanzándome una mirada que promete muerte y destrucción. Me encantaría ver cómo lo intenta. Agarro un gorro negro y lo deslizo sobre la cabeza de Sibby y luego le envuelvo el cuello con un pañuelo negro grueso para ayudar a ocultar la mitad inferior de su rostro, sintiéndome como un padre que viste a su hija. A pesar de su condición de buscada, es la menos reconocible, aparte de Daya. Y aunque preferiría a la mejor amiga de Addie en su lugar, Sibby estaba muy emocionada por ser útil. Ha estado encerrada en la mansión durante el último mes, volviéndose aún más loca de lo que ya está. Era vital que la sacáramos de casa antes de que dijera “a la mierda” y se follara abiertamente a sus secuaces imaginarios en la mesa del comedor. Ya estuvo a punto de hacerlo, y Addie y yo quedamos profundamente traumatizados por ese suceso. Le entrego un bluetooth y le enseño a usarlo, suspirando cuando me pregunta si sus secuaces también pueden tener uno. Afirma que se preocuparán si no pueden oír lo que ocurre. —Sabes que no pueden venir todos, ¿verdad? —le recuerdo. Ella tuerce los labios y asiente. —Mortis y Chacal van a venir esta vez. Así que solo necesitan uno. La complazco y le entrego dos más, que ella pasa rápidamente al aire vacío, y los aparatos caen al suelo. Tendré que recogerlos cuando ella no mire. Cuando sonríe, satisfecha, paso a la cámara corporal, la engancho a su abrigo y la ajusto para asegurarme de que está en un buen ángulo. —No toques esto. Necesito ver todo lo que haces. Estaré en tu oído guiándote, así que escucha todo lo que digo —le digo con severidad. Agita una mano y se ríe. —Lo sé. No tienes que preocuparte, Zade. Te prometo que no voy a salir corriendo. —O asesinar a alguien —refunfuña Addie a mi lado. Sibby mira a Addie. —Si hay un demonio cerca, lo dejaré ir. Puedo sacrificar a uno o dos si eso significa acabar con el más grande de todos. Para mí es suficiente. Siempre y cuando ella escuche. Cuando se pone en marcha, Addie se mete en el asiento del copiloto junto a mí y conducimos hasta la oficina de Jimmy, obligados a estacionar un par de manzanas más allá. Sibby tendrá que caminar el resto del camino, y esta es la parte que más me preocupa. Está abrigada y casi no se le reconoce debajo de todo el material, pero Sibby tiene una clara... singularidad. Lo que demuestra al instante cuando salta del asiento trasero, da un portazo y empieza a saltar por la acera como un maldito payaso. Gimo, giro el portátil hacia mí y saco la imagen en directo de su cámara corporal. Addie se inclina hacia mí para ver mejor la pantalla y me envuelve en su dulce aroma a jazmín. Inhalo profundamente, tentado de darle un mordisco solo porque huele divinamente. Pronto. Pronto lo haré. Su rostro se tuerce en una mezcla de diversión y preocupación. Preocupación por la misión o preocupación por el estado mental de Sibby, es difícil de decir. Sin embargo, Addie se ha ablandado con Sibby. Aunque sigue desconfiando de ella -lo cual es lo más inteligente-, creo que ve a Sibby tal y como es. Una chica perdida que busca amor y amistad. Incluso cuando está hablando con sus secuaces o está irracionalmente enfadada porque me he comido el último Pop Tart -Pop Tarts que yo compré, por cierto- es dulce, increíblemente leal y bastante divertida. Todavía no sé qué demonios vamos a hacer con ella, pero lo resolveré cuando nos hayamos encargado de Claire. Sibby sigue saltando por la 5ªth Avenida, con miradas que van desde “veo esta mierda todos los días” hasta “estoy cansada de ver esta mierda todos los días”. No le molesta lo más mínimo la atención negativa. Supongo que está acostumbrada. Finalmente, llega a la manzana en la que está la oficina de Jimmy. En lugar de seguir recto, gira a la derecha y se dirige a una calle lateral para poder llegar a su oficina por la entrada trasera. No hay mucho tráfico peatonal en ese lado, lo que hace menos probable que la atrapen. Cuando llega a la puerta, se detiene, esperando mi señal. Jimmy tiene un gran sistema de alarma para un adolescente revoltoso, pero para mí es como romper una galleta salada. Su sistema de defensa se desmorona bajo mis dedos y, en menos de diez segundos, le doy a Sibby el visto bueno. Se agacha y empieza a forzar la cerradura, haciendo un trabajo rápido, y abriendo la puerta momentos después. El edificio de oficinas no es muy grande, y ya tengo los planos en mi ordenador. —Gira a la izquierda —le digo cuando llega a un callejón sin salida. Ella hace lo que le pido y se dirige a un pasillo corto antes de que se abra a la zona de recepción. El asquerosamente largo escritorio de madera en el centro de la habitación está vacío, con el nombre de Jimmy en la parte delantera. Por si alguien se perdía y no estaba seguro de dónde estaba, supongo. La zona es extravagante. Suelos de baldosas blancas brillantes, paredes grises y plantas colocadas alrededor de la habitación para darle vida. —Pasa por el escritorio. ¿Ves esa puerta con el nombre de Jimmy en la placa? Esa es su oficina. —¿No está su nombre por todo el edificio? —se queja. Addie resopla a mi lado, escuchando la llamada con su propio auricular Bluetooth. Sibby sacude la puerta, pero comprueba que está cerrada con llave y que no hay picaporte. —Dame un segundo —digo, abriendo mi programa para comprobar el sistema de seguridad dentro del edificio. Tiene una cerradura automatizada en su puerta que solo puede abrirse a través de la aplicación de su teléfono. Pongo los ojos en blanco. Estas mierdas son de muy mal gusto y un desperdicio de dinero. Los sistemas de seguridad de lujo como estos parecen avanzados, pero en realidad es increíblemente fácil hackear la aplicación y desbloquear la puerta. Patético, pero me beneficia mucho. —Está abierto —confirmo. Rápidamente, entra en la habitación y cierra la puerta tras ella. —¿Es seguro encender una luz? —pregunta, con la voz ligeramente apagada por la bufanda. —Sí, pero usa la linterna que te di —le digo. Su despacho da a la parte trasera del edificio, pero nunca se puede estar demasiado seguro. En este momento está en una cena con algunos colegas y va a estar brindado con un whisky demasiado caro. Tengo a Daya vigilándolo mientras me aseguro de que Sibby no tenga sorpresas inesperadas. Lo único que hace falta es que un empleado aparezca porque ha olvidado algo. Enciende su linterna, mostrando la ostentosa oficina de Jimmy. —¿En serio tiene su nombre grabado en su propio escritorio? —Addie pregunta a mi lado, con un tono seco. —Tal vez sea un jefe proactivo y tenga recordatorios por todas partes por si a alguien le da un Alzheimer prematuro y se olvida de su nombre. —Creo que sería una bendición si tuviera que trabajar para él. Sibby se adentra en el despacho y observa los diversos archivadores. —¿Dónde guarda los jumpers16? —pregunta. Otro resoplido de Addie. —Unidad de almacenamiento —corrijo, aunque ni siquiera estoy seguro de por qué me molesto. Le he dicho cómo se llaman un millón de veces y sigue actuando como si nunca se lo hubiera dicho. —Podrían estar en su escritorio. Tiene su nombre en él, en caso de que estés confundida sobre dónde está. —No estoy confundida, tonto —ríe Sibby. Addie y yo nos miramos con una sonrisa en la cara. El sarcasmo se le escapa a veces. 16 Juego de palabras. Se refiere a Jumper Drive que significa unidad de almacenamiento. Vemos a Sibby acercarse a su escritorio, la madera de cerezo reluciente, sin una mota de polvo a la vista. Todo tiene su propio lugar encima, ordenado y colocado en líneas rectas. O bien Jimmy o su servicio de limpieza tiene TOC. Tira de la gaveta superior, gimiendo dramáticamente cuando se atasca. —¿Cierra su propio escritorio? —se queja. —Solo abre la cerradura —le digo con calma, rezando para que no haga un berrinche y empiece a apuñalar la silla de cuero del ordenador con el abrecartas. Suspirando, rebusca en el bolsillo de su chaqueta antes de sacar su equipo y ponerse a trabajar, refunfuñando para sí misma todo el tiempo. Tarda quince segundos en desbloquearlo, y estoy tentado de preguntarle si era la gran cosa como ella lo hacía ver. Pero prefiero no arriesgarme a que se enfade. En el último mes se han roto bastantes platos, innecesariamente. No tiene ni idea de cómo regular sus emociones, pero es algo que he estado trabajando con ella. Abre la gaveta, encuentra una cesta de discos y se pone a trabajar sustituyéndolos por los míos mientras mete los suyos en el bolsillo del abrigo. Más tarde, los revisaré en un portátil de repuesto para ver si hay algo de valor. A mi lado, Addie se baja la cremallera de la chaqueta y casi se la arranca, con una capa de sudor en la frente. Me mira y se cruza de brazos. —No te detengas por mí, Ratoncita. —Tengo la sensación de que estás haciendo que haga mucho calor aquí a propósito —refunfuña, acercándose para bajar la calefacción. —Si quisiera quitarte la ropa, lo haría yo mismo. Arquea una ceja. —¿Dices que actualmente no quieres que me la quite? —desafía. Las esquinas de mi boca se curvan, y me aseguro de mantener mi mirada lenta y ardiente mientras la recorro por su cuerpo. Si cree que el auto la está sobrecalentando, le mostraré lo caliente que puedo ponerla con una sola mirada. Se sonroja con fuerza, manchando sus mejillas de rojo mientras se mueve, apretando esos gruesos muslos. Mi polla se endurece dolorosamente en mis jeans, imaginando que me envuelven la cabeza. Le gusta intentar asfixiarme entre ellos, pero yo moriría con gusto entre sus muslos. —Deja de ser inapropiado —suelta, con sus ojos color caramelo muy abiertos. Es tan malditamente hermosa que duele. Especialmente cuando está enfadada. —Imposible —murmuro, pero la dejo en paz por ahora, volviendo mi atención a la pantalla. Sibby vuelve a colocar la cesta de discos en la gaveta, la cierra suavemente y le vuelve a pasar seguro. Después, se dirige a la puerta. —¿Necesitas que te traiga algo más? —pregunta. Antes de que pueda decir nada, ladra—: Chacal, deja de tocar las cosas. Nos vas a meter en problemas. —Sibby, concéntrate —le digo. —Lo siento —murmura, pero no antes de sisear otra demanda a Chacal. En realidad, no se está tocando nada, pero si Sibby cree que es así, podría intentar arreglarlo y entonces sí que estropearía algo. Es vital que Jimmy no se dé cuenta de que alguien ha estado en su despacho, más aún estando tan ordenado. Podría volverse paranoico y renunciar a usar cualquiera de las unidades USB. Borraré completamente las cámaras, pero no se pueden borrar las pruebas físicas tan fácilmente. —Lo hiciste muy bien, Sibby. Sal de la habitación. No toques nada más. —No fui yo quien tocó las cosas... sí, te estoy delatando, Chacal. Tú eres el que actúa como un idiota. Addie reprime una sonrisa y yo decido que, aunque Sibby es un completo dolor en el culo, es buena para Addie. Hace que todos nos sintamos un poco más... normales. Sibby sale del edificio sin problemas, hasta que dobla la esquina y se golpea contra el pecho de alguien. La cámara corporal se desprende, rodando hasta que solo puedo ver la acera. —¿Sibby? —pregunto, mi ritmo cardíaco se acelera. Su rostro está en todo el país. Los medios de comunicación, las redes sociales, etc. Si esta persona la reconoce, estamos jodidos. —Oh, mierda —dice el tipo, con la voz apagada—. ¿Está usted bien, señorita? —Eso sí que duele —gime Sibby—. Aunque hueles como un árbol de bayas, así que lo dejaré pasar. —Oh, no —susurra Addie—. Sibby, no puedes decir cosas así. Se sabe que asocias a tus víctimas con el olor. Sibby se calla, lo que nos permite escuchar claramente la respuesta del hombre. —Qué cosa más rara. —Soy un bicho raro —dice Sibby con una risa forzada. Él debe ayudarla a levantarse por el gruñido y el sonido de los ruidos. —Gracias por ayudarme —dice, con una pizca de nerviosismo en su tono. —Sí, por supuesto. Supongo que debería mirar por dónde voy la próxima vez —responde con facilidad. Parte de la ansiedad que se apodera de mi pecho disminuye hasta que le oigo hablar de nuevo. —Oye, ¿te conozco de alguna parte? —No, soy nueva en la ciudad —dice Sibby. Su voz se endurece. —Mantén la calma —dice Addie en voz baja. —Chica, me resultas muy familiar. ¿No tienes familia por aquí? —Soy de la Costa Este, tonto. Pero me tengo que ir, ¡nos vemos! —No te apresures —le digo. —Todavía me está mirando —informa ella, con la respiración agitada—. Probablemente Mortis lo estaba asustando. La gente no los toma amablemente fuera de las casas embrujadas. No están acostumbrados a su maquillaje y todo eso. —Estoy segura de que Mortis estuvo bien —asegura Addie, mirando fijamente al ordenador, aunque la cámara se quedó atrás. Por suerte, solo tarda unos instantes más en llegar al auto. Abre la puerta y casi se lanza al asiento trasero con un suspiro de alivio. No pierdo tiempo en salir del puesto del estacionamiento. Durante varios minutos de tensión, todo está tranquilo. Pero, como es típico en Seattle, estamos metidos de lleno en el tráfico y alejarnos incluso un par de manzanas me lleva más tiempo del que me gustaría. Justo cuando Addie suelta un suspiro de alivio, convencida de que estamos a salvo, un auto de policía hace sonar sus sirenas un par de manzanas más abajo, seguido de luces intermitentes. —Mierda —murmuro, seguro de que somos el objetivo. Los dos estamos atrapados entre los autos, pero los demás vehículos ya empiezan a desviarse para dejar pasar al policía. Ese hombre la reconoció, maldita sea. Debió llamar a la policía tan pronto como ella se fue. Y para su suerte, un oficial estaba demasiado cerca. —Puede que no sepan en qué auto se ha metido —asegura Addie, aunque su voz delata sus nervios. Justo cuando las palabras salen de su boca, la voz del policía resuena desde el altavoz, nombrando mi marca y modelo y exigiendo que me detenga. —Bueno, tacha eso —dice, con un tono de miedo. La miro y me doy cuenta de que vuelve a apretar los muslos y de que sus pezones se endurecen bajo su camisa de manga larga. El miedo es palpable en su rostro, el sudor se acumula a lo largo de su cabello. Su cuerpo responde al miedo como el metal a la electricidad. Cuando está a merced de las corrientes, cobra vida. Sonrío, pero mantengo la boca cerrada, teniendo en cuenta que Sibby está en el asiento trasero y que un policía está a punto de subir a mi auto y patearme el culo. Necesito concentrarme, y tengo la sensación de que Addie va a poner a prueba mi disciplina. No es la primera vez que participo en una persecución en auto, pero sí es la primera vez que tengo que preocuparme por la vida de otra persona que no sea la mía durante una. —Agárrense, señoritas —digo. El auto de policía se abalanza sobre mí, sin dejar de gritar exigencias por el altavoz. Me tomo un segundo para mirar a ambos lados antes de girar el auto en U y salir a toda velocidad. El auto de policía hace lo mismo rápidamente, casi chocando con el tráfico que se aproxima y esquivando por poco un todoterreno. —Ya apesta —comenta Sibby, completamente volcada mientras observa a nuestro perseguidor desde la ventanilla trasera. —Yo también me metí en una persecución de autos, ¿lo sabías? —Si —digo, apretando los dientes cuando tomo una curva demasiado rápida. Mi Mustang se inclina hacia un lado antes de volver a ponerse en cuatro neumáticos, lo que hace que Addie jadee y clave las uñas en mi asiento de cuero, seguido de un pequeño gemido en su garganta. Esto... esto es realmente el infierno. Si estuviéramos solos, conduciría con una mano y me acercaría a ella con la otra. Estoy tentado de hacerlo de todos modos, pero sé que a Addie no le gustaría que la pequeña cazadora de demonios de atrás lo presenciara. Enderezo el auto y doy otra vuelta por una calle lateral. Pronto, toda la ciudad se inundará de autos de policía, con mi marca, modelo y matrícula emitidos a través de sus radios. Tengo una oportunidad extremadamente pequeña no solo para perderlos sino para volver a casa de Addie antes de que me vean de nuevo. —No salió muy bien —comparte Sibby, sin preocuparse por nuestra situación actual. —El mío tampoco —dice Addie. —Estás a salvo conmigo, Ratoncita —digo, mientras mi atención se centra en un auto de policía que se dirige hacia nosotros por una calle lateral. Mi torrente sanguíneo se ahoga en adrenalina, pero mis músculos están lánguidos y sueltos mientras zigzagueo entre el tráfico y hago giros extraños. En pocos minutos, varios agentes se acercan a mí desde todas las direcciones. Llamo a Jay varias veces, pero no responde. Justo cuando me dispongo a llevar a los policías directamente a su casa, entra en el altavoz. —Me voy a cagar cinco minutos y cuando vuelvo estás en una persecución de autos a gran velocidad —dice con exasperación. —Un hombre chocó con Sibby al salir y la reconoció. Llamó a la policía y aquí estamos. Oigo un aluvión de sirenas en todas direcciones, y el cuero de mi auto gime bajo las uñas de Addie, su pecho agitado. Sus ojos están dilatados por el miedo y ven en todas las direcciones. —Tengo un dron rastreándote ahora —dice—. Te diré a dónde dirigirte. Ella vuelve a moverse, frotando los muslos y emitiendo ruiditos guturales. Maldita sea. —Addie, cariño —digo, mirando hacia ella. —¿Sí? —dice con voz gruesa, con los ojos muy abiertos clavados en la carretera. —Voy a necesitar que dejes de distraerme. Su boca se separa y se encuentra con mi mirada parpadeante, con la mitad de mi atención en la carretera y la otra mitad en mi chica. —No estoy haciendo nada —insiste, aunque sus mejillas sonrojadas y sus pezones duros dicen lo contrario. Sibby asoma la cabeza por los asientos, girando la cabeza de un lado a otro entre nosotros. —Mis secuaces ya están incómodos aquí atrás —dice, mirándonos mal—. Si van a hacer cosas sucias, asegúrense de que todos podamos participar. Addie se cubre su rostro sonrojado. —Dios mío, Sibby. En primer lugar, no vamos a hacer nada. En segundo lugar, aunque lo hiciéramos, no te unirías a nosotros. Sibby parece afligida por esa noticia mientras tomo otra curva cerrada. Jay me dice que gire a la izquierda un segundo más tarde, enviando el auto a un lado de nuevo. —Bueno, eso no es muy agradable —comenta Sibby. —Sibby, no a todo el mundo le gusta tener sexo en grupo como a ti —le digo, incrédulo de que estemos teniendo esta conversación ahora mismo. Su cabeza se dirige a mí, con los ojos marrones muy abiertos. —¿De verdad? ¿Por qué? Es muy divertido. Addie sacude la cabeza. —Tal vez para ti. Zade ya tiene una larga lista de cabezas que arrancar por verme desnuda. —Tienes toda la razón —Asiento distraído, escuchando otra indicación de Jay. Las sirenas empiezan a desvanecerse a medida que gano más y más distancia entre nosotros. Hasta que uno sale corriendo de una calle lateral y casi golpea la parte trasera de mi Mustang. Gruño —Jay. ¿Advertencia la próxima vez? —Mierda, lo siento, mi hermano entró preguntando si podía pedir pizza. Maldita sea, Dios mío. —Zade, realmente deberías considerar dejar que Addie explore. —Oye, ¿cazadora de demonios? —pido—. Voy a necesitar que te calles ahora. Resopla, pero al final se vuelve a sentar en su asiento. Todavía la oigo susurrar: —Es un imbécil posesivo. Me alegro de que les guste compartirme. Addie amortigua una sonrisa mordiéndose el labio, casi distrayéndome lo suficiente como para salir volando hacia una zanja. Ya está. A partir de ahora voy a hacer esta mierda yo solo. Tengo a mi novia retorciéndose a mi lado, y una cachonda en el asiento trasero que está poniendo a prueba mi paciencia. Juro por Dios que, si hace un movimiento con Addie, le daré una patada en el culo. Otro auto de policía sale barriendo a quince metros delante de mí, casi chocando con el tráfico que se aproxima. Se enderezan antes de dirigirse directamente hacia mí. Intentan engañarme haciéndome creer que no van a moverse. Les gusta hacer eso para forzar las manos de la gente. Pero el tonto no se da cuenta de que hay una calle lateral que se acerca, y yo tengo un control jodidamente bueno sobre este auto. —¿Ves la calle? —Sí. —Una vez que bajes por esa carretera, gira a la derecha y dos veces a la izquierda justo después. Deberías perderlos todos después de eso. La mano de Addie se extiende, agarrándose a mi brazo mientras su espalda se presiona más en el asiento como si eso fuera a salvarla. —Zade —gime, con los ojos muy abiertos. —Lo tengo, nena —le aseguro suavemente. Piso los frenos y giro el volante hacia un lado, encajando perfectamente mi Mustang en el pequeño callejón. El auto se tambalea un poco, pero recupero fácilmente el control. Segundos después, el auto de policía se estrella contra el lateral de un edificio, sin conseguir lo que yo acabo de hacer. Sigo las indicaciones de Jay después y doy los giros que me indica. Tal como dijo, los pierdo todos. Espero que los helicópteros lleguen en cualquier momento, así que piso el acelerador. Parsons Manor está a diez minutos, pero llego en tres. Van a buscar mi auto, pero por suerte, puedo meter mi Mustang entre los árboles hasta que sea seguro deshacerse de él. Me detengo bruscamente justo después de la línea de árboles, obligando a Addie y a Sibby a sostenerse antes de salir lanzadas hacia adelante. El silencio desciende, roto periódicamente por la fuerte respiración de Addie. El sol se sumerge bajo la bahía, la luz se ahoga lentamente bajo la superficie. —¿Nos hemos muerto? —chilla. Sibby se inclina de nuevo hacia delante. —Eres una tonta. Si aún respiras, significa que estás viva —Inhala con fuerza—. Y sigues oliendo tan bien como siempre. Los ojos de Addie se desvían hacia ella, con la sorpresa blanqueando el color de su rostro. Si el calor no se desprendiera de ella en oleadas y convirtiera mi polla en granito, me reiría. —Sibby, sal del vehículo, por favor —le digo con severidad. Ella pone los ojos en blanco, pero escucha y saca a sus hombres imaginarios del auto antes de cerrar la puerta. —¿Están a salvo? —Jay pregunta a través del teléfono. —Estamos bien —digo—. Gracias, hombre. Te llamaré pronto. Desconectando la llamada antes de que pueda pronunciar otra palabra, dirijo mi mirada a Addie. Parece endurecerse aún más bajo mi mirada, y mentiría si dijera que eso no me excita. Sin apartar la vista, encuentro la palanca en el lateral de mi asiento y la acciono, permitiéndome deslizarlo hasta atrás. Ella salta, el suave cuero vuelve a gemir bajo sus dedos, mientras su mirada rebota alrededor. Probablemente está determinando lo rápido que puede salir del auto antes de que me abalance sobre ella. La tensión es increíblemente gruesa, y mi polla esta presionada firmemente contra la cremallera de mis jeans. Duele como la mierda, pero le doy la bienvenida al dolor. —Ven aquí —ordeno con brusquedad. —Zade… —su voz ronca se interrumpe, la incertidumbre contamina su decisión. Se debate entre escuchar mis órdenes o salir corriendo. Joder, espero que corra. Dios sabe cuánto me gusta perseguirla. Debe recordarlo porque traga y, con movimientos inseguros, se arrastra hasta mi regazo. Los mechones de su cabello canela caen sobre mis hombros y mi pecho mientras se acomoda y se posa ligeramente sobre mis muslos. Sé que puede sentirme entre sus piernas, como lo demuestra su aguda inhalación. Por ahora, mantengo mis manos para mí. Ella decide tocarme, acercarse a mí, y sé que es solo porque todavía tiene miedo y adrenalina por la persecución en auto. Es la misma combinación que la llevó a luchar contra mí en todo momento mientras ardía y se retorcía bajo mi contacto. En cuanto ese efecto pase, la realidad le golpeará en la cabeza y volverá a acobardarse ante mí. Quiero recordarle lo bien que se siente. Darle algo a lo que agarrarse cuando esté demasiado perdida en su cabeza y no pueda encontrar el camino más allá de los demonios gritándole. Mis dedos atraviesan la cortina de cabello que nos oculta del mundo exterior, los mechones se enredan en mis dedos. Ahora está oscuro y el aire fresco de abril se filtra por las rendijas. El agua se tragó el sol, y me pregunto si ella me dejará devorarla también. Se agarra a ambos lados de mi asiento, clavando una vez más sus uñas, y siento una oleada irracional de celos que no se estén clavando en mí. —Más cerca, Ratoncita —susurro—. Necesito sentir si eres real, y no solo otro fantasma que acecha la Parsons Manor. Una exhalación temblorosa recorre mi mejilla mientras ella relaja su cuerpo en el mío hasta que cada centímetro de ella se amolda a mí. Puedo sentir cada latido de su corazón tamborileando contra mi pecho, sincronizándose con el mío en una balada de anhelo y dolor. Una de sus manos suelta el asiento y se dirige a la consola central en busca de algo. Mis cejas saltan de sorpresa cuando saca un cigarrillo y mi mechero negro. Entonces, me agarra las manos y las coloca en su trasero. —Tienes hasta que este cigarrillo se consuma para tocarme. Sonrío, deleitándome con su ultimátum. Esperará que le apriete las tetas y le pase la mano por el coño, pero se equivoca. No soy un adolescente privado de coño que no conoce la contención como tampoco sabe durar más de treinta segundos. La tocaré en todos los lugares que no se sienta lo suficientemente bueno. El interior de sus muslos y hasta donde se unen con su culo, y su pequeña cintura hasta sus costillas y el contorno de sus tetas. Cuando no le quede más que el sabor a ceniza en la lengua, le mostraré que el arrepentimiento sabe peor. Gira la barbilla hacia la ventana, pero mantiene su mirada clavada en mí mientras se mete el cigarrillo entre los labios y lo enciende, con la llama peligrosamente cerca de mi cara. El resplandor ilumina sus inusuales ojos castaños claros, creando un efecto sorprendente bajo la parpadeante luz naranja. Las sombras bailan por las líneas de su rostro, oscureciendo las pecas de sus mejillas. En ese momento, decido que no puede ser real, y que me he vuelto loco como la pequeña muñeca que solía rondar por el interior de las paredes. Estoy dispuesto a prender fuego a todo el auto, y me conformo con ver cómo arde a nuestro alrededor si eso significa que puedo mirarla bajo el resplandor de las llamas. La llama se apaga y nos sumerge en la oscuridad, y solo la luz de la luna me permite ver sus curvas sombreadas. La cereza se enciende cuando ella aspira y luego exhala suavemente, el humo se arremolina entre nosotros. Mis ojos están clavados en su boca, desesperados por ver esos labios envolviéndome a mí. —¿Soy tangible o vas a dejar que me escurra entre tus dedos como el humo de este cigarrillo? —pregunta con voz ronca. Todas mis terminaciones nerviosas se encienden por lo sensual que suena. En lugar de permitirme responder, tuerce la mano y me mete el cigarrillo entre los labios. El ardor de la nicotina y el mentol se extiende por mi garganta y mi pecho. Lo retira y se inclina hacia delante, rozando sus labios separados con los míos. Mis manos comienzan a moverse, acariciando por sus costillas, haciéndola temblar mientras las hago descender hasta sus caderas, apretando con firmeza antes de deslizarse hacia el interior de sus muslos. Exhalo, el humo pasa de mi boca a la suya antes de salir entre la separación. Ella no me besa, pero permanece suspendida sobre mí permitiendo el más mínimo roce. Luego, se retira de nuevo, aspirando el cigarrillo una vez más. De un lado a otro, lo hace girar entre nosotros, sacando periódicamente la ceniza a través de la ventana entreabierta. Mis manos nunca se detienen, aunque solo pasaron unos instantes antes de que ella empezara a temblar. El aire crepita a nuestro alrededor, y está claro que no necesito prender fuego a este auto cuando nuestra química es como la dinamita y quema todo lo que nos rodea. —Nuestras bocas se están tocando temblorosa—. ¿Eso cuenta como un beso? en el mismo lugar —dice —Tú dime, Ratoncita. Cuando te hago gritar a Dios, ¿eso cuenta como rezar? Su labio inferior se curva bajo sus rectos dientes, y un gruñido se forma en lo más profundo de mi pecho. —Si me enseñas dónde morder, te aseguro que esos dulces labios solo serán el principio. No se digna a responderme de inmediato y vuelve a dar una calada al cigarrillo, luego tira las cenizas. —¿Me harías sangrar? —pregunta, con la voz ronca mientras el humo se arremolina a nuestro alrededor. —Si me lo pides —murmuro—. Aunque preferiría verte cubierta de mi propia sangre. Mi respuesta parece sorprenderla, así que aprovecho y me inclino hacia delante, rozando con mis labios la línea de su mandíbula. Dijo que podía tocarla, pero nunca me limitó a solo con las manos. —Lo que esos hombres te hicieron sentir no es lo que yo te haré sentir, Ratoncita. Ya sea que tu piel esté entre mis dientes, bajo mi cuchillo o bajo mi lengua. Ella se estremece y yo le doy un mordisco en la mandíbula para probar mi punto. —Se ha terminado —dice con voz áspera, apartándose, tirando el cigarrillo por la ventanilla y subiéndola—. No te olvides de recogerlo. La tensión aumenta mientras espero a que abra la puerta y se deslice desde mi regazo. Sintiendo su agitación, deslizo mis labios a lo largo de su mandíbula y hacia su boca hasta que los separan centímetros. —Tienes hasta que el humo se disipe para besarme —murmuro. Solo hay una pausa de un segundo antes de que estrelle sus labios contra los míos. Mis manos se hunden en su cabello y se enroscan con fuerza mientras devoro sus labios. Su sabor es sublime, y la sensación de su lengua deslizándose contra la mía es embriagadora. El mundo podría caerse en pedazos a nuestro alrededor, deshacerse en cenizas como el cigarrillo entre nuestros labios, y yo no me daría cuenta. Jadeos entrecortados y gemidos desesperados se mezclan entre mis dientes, y todo lo que puedo pensar es en todas las formas en que podría hacer que esto durara para siempre. Como si oyera mis pensamientos, se separa, casi chocando contra el volante en su afán por escapar. Tiene el cabello esparcido por el rostro y me mira fijamente con ojos muy abiertos, llenos de pánico. Está muy atada, y esas cuerdas están a punto de romperse. —El humo se ha ido —susurra antes de abrir la puerta y salir corriendo, desapareciendo en un instante. Aprieto los dientes y cierro la mano en un puño apretado, a segundos de enviarlo contra el volante. Gruñendo, casi abro la puerta de una patada, levanto la colilla y la tiro a la bolsa de basura en mi auto, y cierro la puerta de golpe tras de mí. La tensión y la rabia se acumulan en mis músculos, y tronar mi cuello no ayuda a aliviarlas. Solo mi ratón fugitivo lo hará, y en el fondo, en esa parte oscura de mí, espero que esté sufriendo por mi pérdida tanto como yo la de ella. Ladeo la cabeza hacia un lado, mirando al hombre que corre con desconcierto. —¿Por qué corre así? —pregunto, realmente preocupado por si a Rick le gusta clavarse objetos extraños. Tal vez se le atascó uno porque, Jesucristo, ¿quién corre así? —Esa... esa es una buena pregunta —responde Jay a través de mi auricular, sonando tan desconcertado como yo. Está mirando a través del dron que se cierne sobre el tipo que corre torpemente. Hemos estado siguiendo a Rick Boreman desde que huyó de la casa de Francesca. No fue difícil encontrarlo a pesar de sus esfuerzos por mantenerse oculto. Estoy seguro de que le dolió su pequeña y arrugada alma tener millones de dólares y no poder irse a una isla tropical con strippers y mamadas. Supongo que el tipo no tiene el cerebro tan frito por las drogas como para no ser consciente de la enorme diana que tiene en la espalda. Uno de los dos responsables de secuestrar a mi chica, y eso no es algo que vaya a tomar a la ligera. Suspiro, apunto con mi arma y disparo, la bala le da en la parte posterior de la rodilla y lo envía al asfalto con un agudo aullido. —¡Maldito chupapollas! —grita, con la voz quebrada como un niño de doce años. Incluso sonó como un niño que acaba de aprender a maldecir y lo hace cada dos palabras porque intenta ser genial. —¿De verdad quieres llamarme chupapollas cuando eso es lo que has estado haciendo los últimos cuatro años para salir adelante? —replico, arqueando una ceja mientras me acerco a él. Estamos en un callejón húmedo, con la basura desparramada a ambos lados, desbordada de los contenedores. O tal vez hay una familia de mapaches allí tirando la podredumbre indeseable. Me hace preguntarme si se quedarán con el cuerpo de Rick después de muerto. El pavimento está húmedo y frío, y una bombilla anaranjada y zumbante cuelga en la entrada del callejón, ofreciendo la luz suficiente para bendecirme con su cara llena de viruela y el cabello grasiento metido bajo un gorro. —Vete a la mierda —escupe, con sus manos temblorosas sujetando su rodilla ensangrentada. O lo que queda de ella. Se balancea hacia adelante y hacia atrás, gimiendo por la agonía mientras me mira con odio. Incluso Addie tiene más fuerza en sus miradas que eso, y nunca me ha odiado de verdad. No como Rickety Dick17 aquí está a punto de hacerlo. Me agacho y recorro su figura con la mirada, diseccionándolo como si fueran huesos de mierda fosilizados. En el campamento de verano los consejeros nos obligaron a hacer eso un año, y todo lo que pude sentir fue un asco absoluto. Siento lo mismo mientras miro fijamente la triste excusa de un hombre. En ese momento, no pude entender jodidamente cual era el objetivo de ese ejercicio. Ahora, supongo que fue útil porque Rick aquí no es diferente. Un montón de mierda con huesos alojados en algún lugar de su interior, y a diferencia de la primera vez, voy a disfrutar sacándole cada uno de ellos. Uno por uno. —Esa no es la parte de la que deberías avergonzarte. Es la de la polla de quién estás chupando. ¿Te suena Xavier Delano? Gruñe, desviando la mirada y negándose a responder. 17 Juego de palabras con el nombre de Rick que quieren decir pene raquítico. Max le dio tres millones de dólares por secuestrar a Addie. Más de la mitad ya ha desaparecido. Además de su adicción a las drogas, Rick también tiene un problema con las apuestas. A los caballos, específicamente. Y es jodidamente malo en ello, también. Todo el dinero que gana lo mete en el culo del caballo equivocado y al final sale con una mierda. Para compensar su hábito, ha atendido a algunos hombres ricos a lo largo de los años. Xavier es uno de ellos. —¿Sabes quién soy? Suelta lo que se supone que es una risa, pero suena como una tos húmeda. —¿Se supone que debo hacerlo? —dice. —Directo al corazón, mi amigo —respondo, sonriendo. Gruñe. —Déjame adivinar… Z. No me extraña que escondas la cara; eres jodidamente feo. —No me hagas llorar, Rick. Me estoy divirtiendo demasiado —digo con tono de broma. —Esto es por esa estúpida Diamante de mierda, ¿no? Ya mataste a Max, porque espero verlo en el infierno para poder patearle el culo por haberme involucrado en esa mierda —Se ríe de nuevo, como una hiena—. Esa maldita perr... Una ráfaga de furia me golpea en el pecho, y extiendo la mano y lo agarro por la papada, apretando hasta que chilla como el puto cerdo que es. —Termina esa frase y te arrancaré la lengua con mis propias manos y haré que te atragantes con ella. Y no llamaría estúpida a mi chica cuando eres tú el que está tirado en la basura con una bala en la rodilla —digo con mordacidad. Se enfada, pero guarda todos los insultos que tenía preparados para escupir. Diría que se está volviendo más inteligente si no estuviera tratando de llevar disimuladamente la mano hacia el cuchillo que lleva en el bolsillo trasero. El mango sobresale por completo. Algunos piensan que tengo el ojo izquierdo ciego por la decoloración y la cicatriz que lo atraviesa, pero, aunque lo estuviera, una abuela con bifocales podría ver lo que está haciendo. Pacientemente, espero a que crea que tiene una oportunidad. Rodea el mango con los dedos, lo saca del bolsillo y lo empuja hacia mi cara. Le sujeto la muñeca y se la rompo antes de que pueda parpadear, y el cuchillo cae de su mano. Grita, los ojos se abren de par en par por el shock mientras mira su mano inerte e inútil. Le aprieto más la cara, su lucha se renueva. —¿En serio, amigo? ¿Un maldito cuchillo de cocina? —pregunto, recogiendo la patética arma. Es lo que Addie solía llevar cuando intentaba odiarme, y me reía cada vez que lo veía agarrado en su pequeño puño. Addie tiene el poder de cortarme. Este payaso no tiene una puta oportunidad. Gime y se agita en mi agarre, sacudiendo la cabeza bruscamente en un esfuerzo por apartar mi mano de su cara. —¡Déjame ir, maldita sea! —Bueno, mierda, ya que lo has pedido tan amablemente, supongo que lo haré —digo, soltándolo. Sus ojos se abren de par en par por la sorpresa, y entonces se levanta. O al menos lo intenta. Vuelve a caer al instante, pero no se inmuta. La desesperación es más potente que una herida de bala en la rodilla. Si el gobierno pudiera embotellar esa emoción en particular, podría crear un ejército de superhumanos. Es la fuerza motriz que crea habilidades extraordinarias. Levantar un auto para sacar a un niño moribundo atrapado bajo el neumático. Correr con una pierna rota. O más bien, correr con una rótula disparada. Levanto mi arma y le disparo otra bala en la otra rodilla, haciéndolo caer de nuevo al suelo. Veamos si puede correr con las dos rodillas reventadas. Incluso podría entrar en los Récords Guinness. Persona que corre más tiempo sin rodillas. Vuelve a gritar, intenta levantarse repetidamente y fracasa cada vez. Inclino la cabeza hacia atrás y me muero de risa. Una pena, me hubiera gustado ver la foto de Rick en uno de sus libros. —Lo siento, amigo, no pude evitarlo. Realmente quería dispararte de nuevo. Los improperios salen de sus dientes amarillos y astillados mientras rueda por el suelo, gritando a todo pulmón. —¿Quieres cerrar la boca? Alguien podría oírte y entonces me meteré en un lío —le recrimino, y sonrío más cuando otra retahíla de insultos sale de su boca. La verdad es que estamos en una zona de mierda de la ciudad. No puede salir legalmente del país, teniendo en cuenta que el gobierno le suspendió el pasaporte por no haber pagado la manutención de sus hijos, y ya no tiene suficiente dinero para comprar uno falso. Por lo tanto, estaba tratando de esconderse en las zonas rurales a pocas horas de Seattle, pero eso está siendo contraproducente. Probablemente hay varias personas que lo han oído gritar, pero nadie va a ayudarlo. No cuando tienen sus propias actividades criminales y sus narices o venas obstruidas con cualquier droga que pudieran encontrar. Seguro que hay un muerto tirado a un lado de la calle, más arriba, y varias personas lo pisaron y lo mantuvieron en movimiento. Es un vecindario del tipo “no te metas en lo que no te importa”. El lugar perfecto para cometer un homicidio. El clima es agradable, también. —Z, ¿estás jugando con tu comida otra vez? —Jay interviene con exasperación. —¿Qué te hizo pensar eso? —pregunto, poniéndome de pie y caminando hacia donde Rick yace en el suelo. Intenta alejarse arrastrándose poco a poco con los brazos. La desesperación se agota y la resignación se instala. —Vas a arder en el puto infierno conmigo —escupe el triste hombrecillo, con saliva saliendo de su boca—. Solo tienes que esperar. Suspiro con nostalgia, remangando cada una de mis mangas. —Eso espero, Rick. Así podré torturarte allí también. Le doy una patada en el costado del estómago hasta que rueda sobre su espalda, con lo que queda de sus rótulas sangrando profusamente. Está cojo, ahora rezando por la muerte en lugar de intentar escapar de ella. Incluso si sobreviviera, ¿qué clase de vida tendría sin las malditas rodillas? El tipo ya es bajo, no puede permitirse perder más centímetros. Agachándome de nuevo, le levanto la barbilla y presiono el filo del cuchillo en su garganta. No se resiste, solo ve a la Parca por debajo de su cuchillo. —¿Alguna última palabra? —Yo… —Le rajo el cuello, cortando algo más que su respuesta. —En realidad no me importa —digo, sus ojos se abren de par en par por la sorpresa y la boca se abre mientras empieza a ahogarse con su sangre. —Ugh, ¿puedes silenciar tu auricular? Lo oigo gorgotear desde aquí —gime Jay en mi oído. Pongo los ojos en blanco y lo ignoro, y sigo serruchando su garganta. El cuchillo está más gastado que la vida sexual de una abuela, y atravesar el músculo y el hueso lleva mucho más tiempo del que me gustaría. Finalmente, separo su cabeza del cuerpo, con el brazo dolorido por el esfuerzo. Su sangre me cubre como si fuera aceite, y me siento como si acabara de salir del plató de la película Carrie. Después de arrojar la cabeza sobre su pecho, me limpio las manos en los jeans y luego rebusco en el bolsillo de la sudadera y saco un cigarrillo. Me quito la tensión del cuello, enciendo el cigarrillo e inhalo profundamente. El tabaco llena mis pulmones y me tranquiliza al instante. Inhalo la muerte para borrar el impulso de crearla. —Rio reservó un vuelo a Grecia —me informa Jay. Ha estado saltando por todo el país desde que Addie se escapó, y al igual que Rick, lo que hay en su cuenta bancaria no es suficiente para fabricar un nuevo alias, lo que significa que es fácilmente rastreable. Y si yo puedo encontrarlo, también puede hacerlo Claire. Está en tiempo prestado, independientemente de quién llegue a él primero. Personalmente, me gustaría ser el que le clavara el cuchillo en la garganta, pero una Ratoncita en particular me lo impide. No lo ha dicho en voz alta, pero no quiere que Rio muera. Lo que más me jode es que no puedo culparla del todo. Ella formó un vínculo traumático con él, y por mucho que eso me irrite, también me alegro de que tuviera a alguien que la cuidara un poco en esa casa. No niega el hecho de que ella estaba allí por él. Puede que la ayudara a escapar y limpiara sus heridas, pero aun así ayudó a destruirla primero. Solo porque te tomes el tiempo de recoger los pedazos después de destrozar un plato no significa que no sea tu maldita culpa que se haya roto. Por lo tanto, debe morir. Exhalando una espesa columna de humo, saco a continuación un pequeño recipiente de líquido para encendedores de mi bolsillo. —Continúa vigilando si hay otra información que lo rastree, especialmente de Claire. Envía también a uno de mis mercenarios a seguirle la pista. Estoy seguro de que tiene un golpe masivo contra él, y habrá que ocuparse de ellos —ordeno a Jay—. Solo yo seré el que le meta una bala en el cerebro. —Entendido —murmura, y surge el sonido de las teclas haciendo clic, lo que hace que mi ojo se contraiga con irritación. Tan. Jodidamente. Detestable. —Diviértete en tu... aventura. Gruño, el auricular hace clic para indicar que la llamada ha terminado. Entonces, destapo el líquido para encendedores y empapo el cuerpo y la cabeza cortada de Rick con él. Primero doy una calada más, lanzo el cigarrillo sobre su cadáver y retrocedo cuando estalla en llamas. —El viaje al infierno va a ser duro, Rickety Dick. Diviértete en tu aventura. Un mes después —¿Por casualidad Francesca tiene el cabello corto y rubio? —pregunta Daya, irrumpiendo en el salón con su portátil en la mano. —No —respondo, con el sudor goteando en mis ojos. Sibby deja caer su mano, que estaba cerrada en un puño y preparada para clavarse en mi rostro. Me froto los ojos, sintiendo el calor ahora que ya no estoy distraída con la loca gritona que le gusta utilizarme como saco de boxeo. —Bueno, ahora lo hace. Mis ojos se iluminan, olvidando el calor y el cansancio que tengo. —¿La has encontrado? —Tienes la maldita razón, lo hice. Fue un maldito accidente también. La cámara de una vieja cafetería la marcó en un pequeño pueblo de Carolina del Sur hace unas ocho horas. Iba al baño y una camarera chocó con ella. Sus lentes de sol salieron volando, y bam... En el momento en que las palabras salen de la boca de Daya. El puño de Sibby vuela hacia mi estómago. Me doblo, el oxígeno arrancado de mis pulmones mientras el dolor estalla en todo mi abdomen. Mis ojos se desprenden de mi cabeza y solo se me escapa un resoplido. —¿Qué demonios, Sibby? —Daya ladra. —No habíamos terminado de hacer ejercicio —Se encoge de hombros Sibby— . Nunca te engañes pensando que estás a salvo, aunque huelas a flores bonitas. ¿Olvidaste que mato gente? Toso, encorvada, mientras giro la cabeza y miro con desprecio a la malvada bruja. Se ríe y se aleja, satisfecha de haberme enseñado una valiosa lección por hoy. —Voy a matarla —resoplo, me enderezo y la fulmino con la mirada por el pasillo por el que ha desaparecido. Otra tos brota de mi garganta—. Pero después de recuperar el aliento —digo con voz ronca, dejándome caer sobre la baldosa a cuadros por el cansancio. He estado entrenando con ella y con Zade todos los días, todo el día. Entre los dos, estaría feliz de tomar el camino del cobarde y envenenarlos mientras duermen solo para que una chica pueda tener algo de paz y tranquilidad. Sin embargo, no puedo mentir y decir que no me estoy convirtiendo poco a poco en una chica ruda. El último mes ha estado lleno de altibajos. Zade se vio obligado a comprar un nuevo auto, ya que el suyo no solo fue identificado en Satan's Affair cuando Sibby fue capturada, sino que esta vez sirvió de vehículo de huida para ella. Por suerte, Zade nunca pone nada a su nombre, así que todavía no han podido identificarlo. En cualquier caso, conducirlo ya no es seguro, y por un segundo pensé que iba a hacer un monumento a la maldita cosa. Los USB que Sibby le robó a Jimmy no sirvieron para nada, y debido a que la atraparon fuera de su despacho, su paranoia pudo con él y lo destrozó todo. Normalmente, se podría atribuir a la casualidad que ella estuviera fuera de su edificio, pero Claire es muy consciente de la conexión entre Sibby y Zade, teniendo en cuenta que su marido fue una de sus víctimas, lo que significa que Jimmy también lo sabe. De ahí que todos sus dispositivos fueran borrados y descartados, incluidas las unidades de almacenamiento. Sin embargo, Zade lo vio venir y envió a uno de sus mercenarios a la casa de Jimmy para plantar USBs adicionales en su oficina. Ha valido la pena. Hace dos semanas, Zade recibió una alerta de que Claire había conectado uno de sus discos a su portátil. Todos sus anteriores empleados están inmersos en sus juicios contra ella, y se puede decir que el cabello de Jimmy se ha vuelto dos tonos más blanco. No se espera que ganen, pero Zade se ha asegurado de compensarlos por su tiempo y esfuerzo. Todos tienen trabajos estables y protección contra Claire ahora. Desde entonces, hemos dedicado nuestro tiempo a descifrar sus mensajes y a sacar toda la información posible de sus negocios. Hemos podido localizarla en una isla remota al otro lado del mundo. Estamos estudiando la mejor manera de sacarla de allí, pero Zade quiere obtener toda la información posible sobre la Sociedad antes de matarla. Fue desalentador saber que la influencia de Claire es mucho más profunda de lo que habíamos imaginado. Tiene las manos metidas en todo. Organizaciones benéficas, cientos de miles de organizaciones y empresas, bancos, grandes farmacias y la industria médica, el sistema judicial y, por supuesto, todo el maldito gobierno. Se necesitarán años para deshacer todo el daño que ha hecho y borrar su influencia. —Te ayudaré a matarla —dice Daya, sentándose a mi lado y cruzando las piernas—. Pero primero, Francesca. Así que después de que ella y la camarera chocaran, Francesca montó en cólera y abofeteó a la mujer. Llamaron a las autoridades, pero Rocco la saco a la fuerza de la cafetería y se metieron en su Chevy Impala marrón oxidado. Se marcharon y pude seguirles la pista hasta el motel en el que se alojan. —Mierda —exclamo, con los ojos muy abiertos—. Los has jodidamente encontrado. Ella sonríe. —Hora del espectáculo, nena. Estoy muy nerviosa. Me limpio las manos húmedas en los jeans y respiro profundamente para calmar los nervios. Puedes hacerlo, me digo, e inmediatamente vuelvo mi atención a la Diablesa de arriba. ¿Verdad, Dios? Dime que tengo razón. Zade y yo nos subimos a su avión privado a las veinticuatro horas de descubrir dónde se habían escondido Francesca y Rocco. Como tiene mercenarios en todos los estados, hizo que uno de ellos nos preparara un auto en el aeropuerto y, una hora después, estoy ante su puerta. Con un poco de pánico. El motel ante el que estoy parece sacado directamente de Bates Motel. Desgastado y propiedad de un asesino en serie. Los hermanos se han quedado aquí durante las últimas tres noches, y la parte vengativa de mí está encantada con ello. Mi antigua groomer siempre ha vivido en la mugre, pero se paseaba como si gozara de dinero y clase. No quería otra cosa que vivir opulentamente, pero se vio obligada a quedarse en una casa de mierda con su hermano por exigencia de Claire. La ubicación de la casa era perfecta para esconder a las chicas y acoger el Culling, por lo que Claire no le permitió trasladarse a un lugar más agradable, algo de lo que Francesca se quejaba a menudo. Así que, en lugar de eso, invirtió todo su dinero en su guardarropa para dar la ilusión de que estaba prosperando. Y esto... Esto es el fondo del barril cuando se trata de suciedad. Como la perra se merece. —¡Servicio de habitaciones! —grito, golpeando mis nudillos en la puerta roja. Se oyen gritos desde el interior, pero no son más fuertes que el caso de violencia doméstica que hay dos puertas más abajo. Tampoco es más ruidoso que el de la otra pareja de drogadictos, tres puertas más adelante, que emiten fuertes gemidos y gruñidos desde su habitación. —¡Vete! —Francesca llama desde el otro lado, seguido de una bofetada carnosa. —¡Perra estúpida, por eso estamos en esta situación! ¡No puedes mantener tus malditas manos para ti misma! —Oh, eso tiene gracia viniendo de ti —le responde ella—. ¿Qué hay de todas mis chicas, eh? ¿Crees que te dirían que mantuviste tus manos para ti? —Cierra la boca ahora mismo, o te mataré. —¡Hazlo! —grita ella—. De todas formas, lo hemos perdido todo, Rocco. No sabemos nada de Claire desde hace casi un mes, excepto que nos dicen que no podemos salir del maldito país. Nos estamos quedando sin dinero porque no podemos acceder a nuestras tarjetas, estoy cansada de esta estúpida peluca y este motel tiene cucarachas. Mi mano está suspendida en el aire, dispuesta a golpear de nuevo, pero debo admitir que esa pequeña fiesta de lástima me entretiene. —¡Servicio de habitaciones! —Vuelvo a llamar, sonriendo cuando Francesca chilla fuertemente en respuesta. Sibby estaría orgullosa. La señal reveladora de sus tacones pisando fuerte hacia la puerta me borra la sonrisa del rostro. Por un momento, me olvido de respirar mientras me transporto de nuevo a esa casa, temiendo cada paso que golpea el suelo de madera. La puerta se abre de golpe, sacándome de mis pesadillas, solo para que se materialicen ante mí. Está hirviendo, respirando agitadamente como un toro con los ojos muy abiertos clavados en mí. —Hola, Francesca. ¿Me has echado de menos? —pregunto, forzando una amplia sonrisa en mi rostro. Verla me está afectando mucho más de lo que esperaba, pero eso no minimiza la rabia asesina que siento hacia ella. En todo caso, se intensifica más. Rocco viene detrás de ella, moviendo la papada al caminar. Francesca se queda congelada en la puerta, con una mirada de asombro, mientras yo me quedo igualmente paralizada. Respira, Addie. Ya no pueden hacerte daño. —Tienes que estar bromeando —dice Rocco, sacando a Francesca y a mí de la mirada fija en la que nos encontramos. Ella va a cerrar la puerta de un portazo, pero empujo mi hombro contra ella, la madera resonando en el tope de la puerta. Zade tomó dispensadores de EpiPen18 y los llenó de pequeñas dosis de anestesia para mí. Rápidamente, saco uno de ellos del bolsillo delantero y se lo clavo en un lado del cuello antes de que sus uñas tengan la oportunidad de arañarme el rostro. Francesca se deja caer justo cuando Rocco se lanza contra mí como un linebacker19, su cuerpo me aplasta contra la pared y me deja sin aliento. Mi cabeza golpea contra ella, aprendiendo de la manera más dura que las paredes son de hormigón. Veo estrellas en mi visión y lo único que puedo hacer es apartar a ciegas las manos de Rocco hasta que me las quito de encima. Consigo asestar un golpe a la garganta de Rocco -débil como es- y me desvío por debajo de su brazo. Se ahoga y tiene un ataque, lo que me da el tiempo suficiente para volver a orientarme. La última vez que me violó fue también la última vez que me vio indefensa. Un autoinyector de epinefrina o lápiz de epinefrina es un aparato médico en forma similar a un lápiz con una jeringa y aguja hipodérmica. 19 Jugador defensivo en fútbol americano o canadiense que se coloca justo detrás de la línea de golpeo. 18 Gruñendo, se da vuelta, extendiendo el brazo y apuntando a mi rostro. Me agacho y le doy una patada en el estómago, tomándolo por sorpresa. Antes de que pueda recuperarse, le doy otra patada. Esta vez entre sus piernas. Grita, con los ojos desorbitados y volcado por el dolor. Agarro el otro dispensador y se lo clavo en el cuello, y sus gemidos pronto se convierten en silencio. Uno de los vecinos pone el rock and roll a todo volumen y el otro tiene el canal de noticias a todo volumen en el televisor. Por suerte, ninguno de los dos parece dispuesto a vernos. Jadeando, me doy la vuelta y encuentro a Zade apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa de satisfacción en la cara. Una mezcla de calor y orgullo se arremolina en sus ojos de yin-yang, y no puedo evitar sentirme en la cima del maldito mundo. —Buen trabajo, Ratoncita —elogia, su voz profunda y suave como la mantequilla. —¿No querías participar? Sonríe. —Mi chica lo tenía controlado. Se me hincha el pecho. Tener el amor de Zade se siente como un sueño, pero tener su confianza y seguridad se siente como un sueño hecho realidad. —Gracias —murmuro, con una gota de sudor cayendo por mi espalda. Coloco las manos en las caderas y miro al dúo desmayado en el suelo. Parecen pesados. Me quito el polvo de las manos, me dirijo a él y le doy una palmadita en el pecho, diciendo: —Te dejaré que los lleves —Antes de deslizarme junto a él. El gruñido de respuesta de Zade acelera mis pasos, una sonrisa genuina florece en mi rostro. Cuando miro detrás de mí, su cabeza está girada por encima del hombro y me mira fijamente como si tuviera planes para mí más tarde. No va a actuar en consecuencia, pero no voy a mentir y decir que la idea no suena un poco intrigante. Tras comprobar que no hay transeúntes, Zade arrastra rápidamente a Rocco al asiento trasero y a Francesca al maletero. Estarán fuera por un tiempo todavía, pero nos lleva rápidamente de vuelta al aeropuerto de todos modos. Por suerte, no se despiertan hasta la mitad del vuelo de vuelta a casa, y los volvemos a noquear antes de que puedan darnos un dolor de cabeza a cualquiera de nosotros. Es más de medianoche cuando llegamos a la imponente mansión gótica, con las gárgolas situadas a ambos lados del tejado mirándonos fijamente. Imagino que aprobarían lo que estamos haciendo si estuvieran vivos. Esta vez, ayudo a Zade. Él carga a Rocco y yo saco a Francesca del maletero. La dejo caer accidentalmente, lo que hace que Zade se ría mientras levanta a Rocco por los escalones del porche y entra por la puerta principal. Por suerte, Francesca es muy delgada. Estaba obsesionada con su imagen y comía como un conejo. Me agacho, la levanto por los brazos y me la echo al hombro, y luego me dirijo rápidamente a la mansión. El peso que perdí durante mi cautiverio se ha vuelto a llenar de músculos. No solo he vuelto a tener un peso saludable, sino que estoy en mejor forma que nunca. Estoy tonificada en todos los lugares correctos, con músculos en los brazos y las piernas, e incluso mi culo se ha redondeado. La mayoría de los días, todavía me cuesta mirarme al espejo y ver algo bonito como antes. No por mi aspecto, sino por cómo me siento. A mis ojos, mi cuerpo está manchado de huellas de manos sucias, y ninguna cantidad de limpieza me liberará de ellas. Dejo que Francesca caiga al suelo y que su cabeza se estrelle contra el azulejo. El sudor me marca la línea del cabello y me tomo un momento para recuperar el aliento. Francesca y Rocco asumirán que Zade los torturará y matará rápidamente. Pero en eso se equivocan. Tengo planes mucho más grandes en mente. No solo para ellos, sino también para Xavier Delano. Ha estado escondido en su isla privada con un mini ejército rodeándolo, pero Zade ha recibido la noticia de que tiene previsto un viaje a Los Ángeles a finales de mes. La isla no está muy lejos de la costa oeste, y solo serán dos horas de vuelo, pero sigue siendo imposible ocultar un gran avión negro al control del tráfico aéreo. A no ser que quiera arriesgarse a chocar de frente con otro avión y volver a estrellarse en varios pedazos. Eso sería jodidamente vergonzoso. Así que, hasta que tengamos a Xavier, Francesca y Rocco pasarán el rato con los fantasmas en el sótano. Estaba terminado cuando renové Parsons Manor, pero sigue siendo espeluznante. Cuando Sibby ve a nuestros recién llegados, salta con entusiasmo. —Huelen positivamente a podrido —grita, curvando el labio con asco. Señalando a Rocco, dice—: Ese huele a huevos podridos. Y la otra huele a calabaza podrida. Mis ojos y los de Zade se encuentran, con una mirada de “qué demonios” en ambas caras. —¿Calabaza? —dice él en silencio con confusión. Me encojo de hombros, demasiado agotada para que me importe una mierda. He pasado la mayor parte del día viajando y estoy lista para ir a la cama. —Sibby, agarra sus piernas. La bajaremos juntas —le digo. Se da la vuelta y habla con uno de sus secuaces. —Ustedes lavaran su hedor de mí más tarde. —Dios mío —digo, volviendo mi mirada a la de Zade—. Voy a tener que lavar la bañera mañana. Él sacude la cabeza, pareciendo perturbado. —Usa agua bendita. Mucha agua bendita. Odio las malditas turbulencias. Justo cuando empiezo a pintarme los labios de rojo, el avión se estremece y el carmín está ahora en mi maldita mejilla. Resoplando, tomo una toallita de bebé de mi bolsa de mano y lo limpio. Xavier voló a L.A. anoche, así que estamos en el jet privado de Zade y como a mitad de camino. Tenemos información de que esta noche asistirá a un exclusivo club clandestino, así que hay que ir de frente. Estoy ansiosa por volver a ver a Xavier, así que he decidido ocupar mi tiempo arreglándome durante el vuelo en lugar de ahogarme en la ansiedad y sudar el maquillaje. Me hace preguntarme si Xavier se ha sentido alguna vez así. Su arrogancia es un testimonio de lo estúpido que es. Lleva varios meses sin saber nada de Z, y cree que está lo suficientemente seguro como para salir de su escondite un fin de semana. Sinceramente, me parece adecuado. Si pensó que podía comprarme y mantenerme como su esclava sexual personal sin que Zade lo encontrara, seguramente tendría la suficiente confianza para entrar en un club y pensar que volverá a salir por su propia voluntad. El club que frecuenta está orientado a aquellos con deseos oscuros. Según las investigaciones de Zade, todas las mujeres están allí por voluntad propia, lo que nos permitirá centrarnos únicamente en Xavier. Eso es nada menos que una bendición. Sería mucho más difícil para nosotros entrar en un lugar donde se trafica con mujeres o se abusa de ellas, y no derribar todo el edificio. Y honestamente, estaría preocupada por Zade si ese fuera el caso. Ha incendiado el mundo para encontrarme, y no ha parado desde entonces. Localizó a los amigos de Rocco, y a varios de los invitados que asistieron a él Culling y los envió a todos a dos metros bajo tierra. Bueno, técnicamente, son polvo en el viento ahora. Entre el entrenamiento, estar pendiente de mí, la caza de Claire, Xavier, mis captores y cualquiera que haya puesto un pie en esa casa; no sé cómo le queda espacio en la cabeza para pensar. Intentó también acabar con unas cuantas subastas más, pero le puse un límite y le exigí que llevara a sus otros mercenarios para que ocuparan su lugar mientras tanto. No hizo falta mucho para convencerle, lo que solo demostró lo agotado que estaba. Es una máquina, y últimamente he tenido que coaccionarle con sesiones de besuqueo para que se relaje. El muy bastardo ha conseguido hacerme adicta a sus labios desde la persecución en auto, y no puedo ni enfadarme cuando es lo único que parece mantenernos cuerdos a los dos. —Estás preciosa —dice una voz profunda y grave desde mi espalda. Me giro y veo a Zade apoyado en el marco de la puerta de la mini suite, mirándome como si fuera un vaso del mejor whisky y mataría por un solo sorbo. —Gracias —murmuro, pasando las manos nerviosamente por el vestido. Es un vestido de tirantes rojo sangre, corto por debajo de la curva de mi culo en un lado y gradualmente baja, con la seda fluyendo hasta mi tobillo en el otro. Me recuerda al vestido que llevaba cuando me llevó a la finca de Mark el año pasado. Seguro que nunca miraré un vestido rojo y no pensaré en lo que me hizo en ese cine. Especialmente ahora, cuando está merodeando hacia mí con mi cuchillo negro y púrpura y una correa en la mano, acompañado de un brillo diabólico en sus ojos. Llevo unos tacones negros de 15 centímetros y, sin embargo, me siento como una niña pequeña al lado de Zade. Debe medir más de dos metros. —No te olvides de estos. —dice, sosteniendo el cuchillo y la correa de encaje—. No vas a ir sin protección. —Nunca se me pasaría por la cabeza —murmuro, embelesada por él. El corazón se me atasca en la garganta cuando se inclina ante mí. —¿Qué estás haciendo? —murmuro, viendo cómo sus largos dedos se extienden y agarran mi tobillo. Su tacto es eléctrico, mi pierna se estremece al sentir su piel rozando lentamente la mía. Contengo la respiración, mi corazón se acelera cuando su mano desaparece bajo la seda y se desplaza más arriba. —Poniendo la corona a mi reina —canturrea. —¿Qué quieres decir? —susurro distraída, temblando por las corrientes eléctricas que suben por mi pierna. —Una corona simboliza poder. Eso es lo que este cuchillo es para ti. Estoy temblando, y el calor líquido se acumula en mi estómago. Algo a lo que todavía me estoy acostumbrando a sentir de nuevo cada vez que Zade se atreve a tocarme. En el último mes se ha vuelto más atrevido, rozándome cada vez que puede, y aprovechando cualquier excusa para tocarme, sus dedos siempre se demoran más de lo necesario. Por la noche, cuando estoy perdida en una pesadilla, dejo que me abrace un rato, sintiéndome más segura con él que en mi propia piel. A veces, en esos momentos, me da suaves besos a lo largo de la mandíbula, sin presionarme demasiado, pero familiarizándome con la sensación de su afecto. Cada vez más, lo anhelo y lo busco. Y últimamente, he empezado a sentir que no es suficiente. Como si necesitara más. Al sentir mi creciente excitación, gira la cabeza y me da un suave beso en la rodilla, mirándome a través de sus gruesas pestañas negras. Mis dientes atrapan mi labio inferior entre ellos, y sus ojos arden en respuesta. Dejando de lado su ardiente mirada, aparta la tela de mi vestido a un lado, con las dos piernas al descubierto. He decidido prescindir de las bragas con este vestido, la seda es demasiado fina para ocultar las líneas de las bragas. Si levanta la tela un centímetro más, podrá ver entre mis muslos. Sus orificios nasales se ensanchan y siento que mi rostro se acalora y se ruboriza aún más cuando se inclina hacia mí. Puedo olerte. Algo que me dijo hace tanto tiempo, cuando me dijo que corriera y me escondiera en Parsons Manor, prometiendo un castigo si me encontraba. Tengo la sensación de que ahora puede olerme, y lo mucho que mi cuerpo llora por él. —Levanta la pierna, cariño —me ordena con rudeza, con la voz enronquecida por el deseo. Le escucho, observando cómo me rodea el pie con la correa de encaje y la levanta hasta la parte superior del muslo, con los nudillos acercándose peligrosamente a mi centro. —¿Recuerdas cómo se usa esto? —me pregunta, haciendo girar el cuchillo entre sus hábiles dedos. Por mi vida, no puedo entender por qué esa fue una de las cosas más calientes que le he visto hacer. —Ajá. —digo en voz baja. Me cuesta un esfuerzo apartar los ojos del cuchillo que gira para encontrar su mirada. Hay una pizca de desafío en sus ojos desiguales, y siento que me levanto para encontrarme con él—. ¿Sabes tú cómo usarla? Nunca sabré por qué lo instigo, incluso cuando la desconfianza persiste tras la nube de lujuria. La sonrisa que enreda sus labios es perversa y hace que mi cuerpo se ruborice. Me estoy acalorando y apenas me ha tocado. No estoy segura de lo que pretende hacer, pero esa mirada en su cara me dice que va a ser algo nefasto. —No puedes cortarme con ella —le digo con seriedad. Por un momento, veo un destello de rabia en sus ojos, que desaparece antes de que el fuego pueda extenderse. Y sé que conoce el razonamiento que hay detrás de mi petición. Ha habido varias noches en las que he confesado las cosas que me han hecho en esa casa, incluida la manía de Xavier de cortarme mientras me violaba. Por un momento, me da pánico, temiendo que se detenga al recordar que otros hombres han usado mi cuerpo. Tensa, espero el asco. No le culparía si le diera asco, pero me arrancaría el corazón de todos modos. En su lugar, gira el cuchillo hasta que agarra el filo en su mano. Luego desliza el mango contra mi muslo, de forma suave y burlona. El miedo empieza a disiparse, el alivio me cala los huesos. Pero incluso eso se desvanece rápidamente cuando el mango me acaricia el coño, apenas un roce. Ahora, no siento nada más que expectación y esa persistente cautela. Las turbulencias vuelven a sacudir el avión, una representación física de lo que siente mi corazón. —¿Sabías que reclamar algo que te han robado puede ayudarte con el trauma? —pregunta. —Sí —murmuro. —Y si algo te hizo daño antes, darle un nuevo significado puede ayudar —Levanta su mirada, enfocándose intensamente en mí. —¿Quieres que te muestre un nuevo significado para este cuchillo? Dudo, pero luego asiento con la cabeza. Un tipo de miedo diferente se apodera de mi cuerpo: el que siempre me ha atraído. Y lo he echado mucho de menos. —Levántate el vestido —me pide con voz ronca y profunda. Me apresuro a hacer lo que me dice, subiendo la tela lo suficiente como para dejar al descubierto el vértice de mis muslos. Sus fosas nasales se agitan y aprieta brevemente la mandíbula antes de ordenar: —Ahora rodea con tu mano la mía. Frunciendo las cejas, hago lo que me dice y le agarro la mano que tiene enroscada alrededor del filo del cuchillo. —No querría que te cortes esas bonitas manos tuyas. Así que me vas a guiar. Sacudo la cabeza, sintiendo que empiezo a retroceder. —No te tocaré. —promete—. Tú tienes el control, Ratoncito. Solo estoy aquí para proteger tu mano. En lugar de permitir que este cuchillo te cause dolor, úsalo para darte placer. Se me contrae la garganta y siento el fuerte impulso de salir corriendo. Pero esa sensación es la que me mantiene quieta. No quiero que Xavier gane. Que me atormente la vida tan terriblemente como para que un objeto inanimado tenga el poder de controlarme. Asintiendo con la cabeza, guío su mano hacia arriba, mi respiración se entrecorta cuando el mango se desliza por mi abertura. Zade observa mis movimientos con atención, con los dientes apretados y los músculos de la mandíbula palpitando. La sangre empieza a bajar por su muñeca y, por razones que no puedo explicar, le aprieto la mano con más fuerza, provocando más regueros de sangre. Gruñe en el fondo de su pecho, pero no me detiene. Me muerdo el labio, soltando un gemido cuando lo introduzco lentamente en mi interior, con las piernas temblando. Normalmente, no creo que pueda disfrutar follarme con el mango de un cuchillo. Pero usar la mano de Zade para hacerlo añade una capa de placer que no podría encontrar por mi cuenta. Ver su sangre gotear de nuestras manos en lugar de la mía, me produce algo que no puedo explicar. Mi respiración se acelera cuando deslizo el mango dentro de mí hasta la empuñadura, con los dedos de Zade presionados contra mi carne. Un gemido retumba en lo más profundo de su pecho, pero mantiene su promesa, su mano ni siquiera se mueve contra mí. —Dime cómo se siente —dice voz ronca, cautivado por la visión de cómo tiro de nuestras manos hacia abajo solo para volver a subirlas, provocándome una fuerte descarga de placer. —Tan bueno —susurro en un gemido, mis ojos se agitan mientras continúo, encontrando un ritmo que amenaza con hacerme olvidar mi propio nombre. —Ve más despacio —me insta, mientras su mano se flexiona bajo la mía. Me obligo a escuchar, manteniendo el ritmo gradual y prolongando el placer. —Ahora mírate. Mira qué bonita eres cuando te follas a ti misma. Con la boca entreabierta y el pecho agitado, miro hacia abajo, entre mis resbaladizos muslos, y la euforia aumenta con la visión. —¿Ves cómo estás goteando sobre nuestras manos, cariño? Las manos de ambos están cubiertas de su sangre, mi excitación se mezcla y traza caminos a través del carmesí que mancha nuestra piel. Mi estómago se aprieta, un orgasmo se acumula en mi estómago. —Sí —gimo. —¿Sabes lo que yo veo? Puedo ver lo fuerte que tu coño está apretando el cuchillo. —gruñe, con la cara tensa por la necesidad—. Como si estuviera rogando ser llenado. —¿Deseas que sea tu polla en su lugar? —Jadeo, disfrutando de la forma en que sus ojos se encienden. Me encanta que solo pueda soñar con follarme, obligado a ver cómo lo hace el mango de un cuchillo en su lugar. Un torrente de energía fluye por mi cuerpo, y no puedo contener la sonrisa. Sus ojos se dirigen a los míos, con algo peligroso en sus iris. Se me revuelve el estómago y el orgasmo aumenta. Pero no le temo. Le compadezco. —¿Te duele saber que no puedes tocarme? —pregunto, otro gemido que se libera cuando golpeo ese punto dentro de mí—. ¿Corta más profundamente que este cuchillo? —Sí —confiesa, con un tono bajo y oscuro. —No puedes tenerlo —me burlo. Me mira con atención, comprendiendo lo que estoy haciendo y no le gusta. Sin embargo, nunca me desobedecerá, sabiendo que la confianza que he depositado en él se hará añicos. Dar respeto duele mucho cuando tienes las manos atadas. Llevo el cuchillo más profundamente y más rápido, alcanzando ese punto álgido, y decido darle un pequeño gusto, que profundizará su agonía. Todo lo que necesito es un pequeño empujón, pero esta vez no seré yo quien le suplique que me deje correrme. Él será el que me suplique. —¿Quieres lamerme, Zade? —pregunto, con los ojos amenazando con cruzarse—. Estoy tan preparada para correrme. Deja caer su mirada hacia nuestras manos, enseñando los dientes por la contención. —Sí. —Se ahoga. —Di por favor. Un movimiento de su peligrosa mirada y una sonrisa salvaje en sus labios prometen represalias, pero no duda. —Por favor, Ratoncita. —Una lamida —permito—. Haz que cuente. Me echa una última mirada pesada y se inclina hacia delante, y me estremezco cuando siento su aliento caliente abanicar mi núcleo. Y entonces su lengua se desliza contra mi clítoris, lenta y firmemente. Gime a mi alrededor y ya no puedo aguantar más. Me rompo alrededor de él, gritando mientras mi mundo se hace pedazos. Mi mano libre vuela hacia su cabello, buscando algo a lo que aferrarse mientras mis rodillas se doblan. Se levanta rápidamente, me agarra y me sostiene contra él, nuestras manos apretadas contra mi coño mientras aguanto las olas. Presiono mi frente contra su pecho, cerrando los ojos mientras los restos del orgasmo se desvanecen lentamente. Sus dos manos me acarician el rostro antes de deslizarse entre mis mechones, tirando de mi cabeza hacia atrás y empujando su boca contra mi mejilla. —Dámelos —exige tajantemente. Con las réplicas aun atacando mis nervios, le dejo entrar, girando mi boca hacia la suya. Sus labios capturan los míos inmediatamente, y rivaliza con el placer que irradia entre mis muslos. Me besa profundamente, arrancándome un pequeño y ronco gemido antes de apartarse, solo para rozar sus labios con mi oreja. La sorpresa me invade cuando mete la mano en el bolsillo, saca una rosa y la desliza detrás de mi oreja. —Un día, vas a volver a sentirte segura conmigo. —susurra, con una voz peligrosamente suave—. Y cuando llegue ese día, será mejor que reces para que me sienta generoso. En cuanto entro en el club, Supple, siento como si un ente siniestro me alcanzara y envolviera. Una media máscara negra con tachuelas descansa sobre mis ojos, ocultando la mitad superior de mi rostro. Aunque no son obligatorias en este club, son más los asistentes que las llevan, prefiriendo mantener sus identidades en anonimato. Lo que se traduce en mantener su reputación intacta. Un bajo pesado hace vibrar el mármol negro y dorado que se extiende por la planta principal, con dos barras a cada lado y un escenario al frente con asientos a su alrededor. En lugar de los típicos temas de discoteca, suena una música lenta y pesada, y la mujer en el escenario realiza un baile sensual al ritmo de la música. Lleva un conjunto de sujetador y bragas negras con un vestido de malla con incrustaciones de diamantes por encima. Una máscara roja le cubre el rostro, y el cabello oscuro se derrama a su alrededor en forma de ondas. Durante unos instantes, me quedo embelesada. Sus esbeltas curvas ruedan y se mueven al ritmo de la música con una precisión perfecta, atrayendo a los espectadores como polillas a una llama encendida. No se quita la ropa, pero ni siquiera necesita desvestirse para realizar el baile más sexy que jamás he presenciado. —Concéntrate, cariño —susurra Zade desde el Bluetooth en mi oído. Su voz es profunda y llena de grava, y me hace sentir un escalofrío. Seguramente por haberme visto observándola. Ha pirateado las cámaras de todos los rincones de la sala, e incluso a través de las grabaciones granuladas, debe haber visto lo embelesada que estaba. Siento mis mejillas sonrojarse extendiéndose hasta el fondo de mi vientre. Este lugar ya está clavando sus garras en mí, y apenas he pasado por la puerta principal. —Es una buena bailarina —me defiendo, negándome a avergonzarme por apreciar la belleza de otra mujer. —No me di cuenta —responde. Extrañamente, le creo, y algo de eso aumenta el calor que se arremolina en mi vientre. Varias personas se alinean en los taburetes, aunque la sala no está ni mucho menos abarrotada. Veo un asiento vacío en el centro de la barra de la izquierda, así que me dirijo a él. Necesito un trago antes de ir a la planta baja, donde tiene lugar el verdadero desenfreno según Zade. El camarero es un hombre joven que lleva traje y pajarita con un elegante chaleco negro. Lleva el cabello negro brillante peinado hacia atrás y solo un fino bigote le cubre el labio superior. Me recuerda al aspecto que habría tenido Edgar Allan Poe en sus años de juventud. —¿Qué puedo ofrecerle, señorita? —pregunta amablemente, con sus ojos oscuros clavados en los míos. —Un Martini, por favor —respondo. Un par de minutos más tarde me desliza mi bebida y acepta mi dinero con una agradable sonrisa. Por suerte, no intenta entablar una conversación trivial y se centra en su barra y en los demás clientes. Miro sutilmente a mi alrededor mientras bebo mi Martini, el ardor del alcohol deslizándose por mi garganta calma mis nervios. No puedo evitar sentirme observada, aunque supongo que ése es el propósito de este lugar. Por lo visto, el voyeurismo y el exhibicionismo son un hecho aquí. No hay muchos lugares a los que ir para tener privacidad, y la mayoría de los clientes no se molestan en hacerlo. No es exactamente incómodo, sino desconcertante. Me hace preguntarme qué debe sentir la mujer en el escenario, con tantos ojos recorriendo cada una de sus curvas. ¿Se siente bien? ¿O se desentiende del peso de las miradas de la gente y se pierde en la música? Termino mi bebida, dejo la copa y me bajo del taburete antes de caer en la tentación de pedir otra. Por mucho que me guste sucumbir al agradable zumbido que provocan unas cuantas copas, quiero tener todo mi ingenio cuando trate con Xavier. Me preparé para volver a verlo tanto como fui capaz en tan poco tiempo, pero no soy tan ilusa como para creer que no va a desgarrar viejas heridas en cuestión de segundos. Pero soy más fuerte de lo que era, y no volveré a sangrar por él. Una vez baje las escaleras, Zade me seguirá poco después. Aunque confía en que puedo manejarlo, se niega a dejarme sola. No puedo negar que su presencia me da fuerza, y cuando me enfrente a uno de mis maltratadores, tomaré toda la que pueda. Soltando una lenta exhalación, encuentro la cortina que conduce a la planta baja, por donde entran y salen hombres y mujeres. Agachando la cabeza, sigo a una pareja, cuyas manos se recorren por todo el cuerpo a cada paso. El olor a sexo impregna el aire cuando salgo de otra entrada con cortinas. Aquí abajo, un número importante de cuerpos ocupan el espacio; al menos la mitad de ellos está en estado de desnudez. Varias mujeres desnudan sus pechos para que otros los toquen y besen. Unos cuantos hombres tienen las manos metidas en los vestidos o en el interior de los pantalones de otro hombre. Nada está fuera de los límites aquí, y tengo que recordarme que esto es consentido. Esto no es como cuando nos castigaron a mí y a las otras chicas juntas, una habitación llena de cuerpos desnudos, pero varias de nosotras no queríamos. Por un momento, me detengo para asimilarlo todo. Me familiarizo con el sexo que se arrastra por el borde de lo innatamente perverso y que, sin embargo, no aporta más que placer y deseo. Para todos los implicados. La verdad es que me da envidia. Echo de menos la libertad del sexo, y mi comodidad con él. Incluso cuando un hombre peligroso e imponente me obligaba a hacerlo, mi cuerpo seguía pidiendo lo mismo, aunque mi cabeza gritaba lo contrario. Ahora, pensar en ello es como tomar una droga fuerte y drogarse demasiado. Es una sensación angustiosa porque el control es inalcanzable, y se convierte en una batalla constante para convencerte de que no entres en pánico. Obligando a mis hombros a relajarse, miro alrededor de la sala, buscando a alguien que se parezca a Xavier. La mayoría lleva media máscara, dejando la boca al descubierto por... motivos. Con el corazón latiendo con fuerza, me muevo entre los cuerpos, buscándolo, sin encontrar nada. No es hasta quince minutos después que Zade dirige: —Lo encontré. Está al final del pasillo, en las salas de visualización. Veo el pasillo a mi izquierda y trago saliva al ver lo oscuro y poco atractivo que parece. Aguantando la respiración, me deslizo entre los cuerpos que se retuercen, esquivando algunas manos errantes. El corazón me martillea en el pecho cuando entro en el pasillo. Luces rojas de neón se alinean en el techo a ambos lados, iluminando el espacio con el color que representa el libertinaje. En cierto modo me recuerda a una casa embrujada, pero en lugar de gritos de terror, son gritos de placer. —Puedes hacerlo, Addie —me anima Zade, con voz suave. Debe de ser capaz de oír mi agitada respiración. El sudor me cubre la frente y la nuca mientras entro en una habitación que habría creído ver solo en las películas. Hay tres enormes ventanas de cristal en cada pared que me rodean. Detrás de cada ventana hay una habitación, una pareja en varias etapas de sexo. Justo delante, una mujer está a cuatro patas mientras un hombre se coloca detrás de ella y le azota el culo con una vara. La pareja de mi izquierda está practicando sexo oral. El hombre está de pie con la mujer en brazos, boca abajo. Ladeo la cabeza, con un poco de curiosidad por lo difícil que sería hacerlo. A mi derecha, la mujer está encadenada a la cama, retorciéndose mientras un hombre con traje de cuero la azota. Debe haber altavoces en las habitaciones porque sus gemidos son tan fuertes como lo serían si yo estuviera de pie junto a ellos. Varios mirones se sitúan dentro y fuera de las habitaciones, observando a las parejas mientras se tocan sutilmente a sí mismos o a la persona que tienen al lado. Me muevo con aprensión, empezando a sentirme fuera de mi elemento. —Se acerca, cariño —advierte Zade, pero apenas le oigo. Estoy tan hipnotizada por lo que ocurre delante de mí que no me doy cuenta de que la persona se acerca, no hasta que su voz está en mi oído. —¿Cuál te intriga más? Me sobresalto, incapaz de contener el jadeo. El corazón me late en el pecho y el estómago se me revuelve del susto. Reconocería su voz en cualquier lugar. La oigo tan a menudo en mis pesadillas que me temo que nunca la olvidaré. Xavier está de pie a mi lado, con las manos en los bolsillos mientras observa. La mitad de su cara está cubierta por una máscara negra con un diamante plateado pintado sobre un ojo. —Siento mucho haberte asustado —murmura, la sonrisa en su cara indica que no lo lamenta en absoluto. Todavía no me reconoce. Llevo una peluca marrón oscura para ocultar mi identidad, pero imagino que se dará cuenta de quién soy en cuanto me oiga hablar. Mi voz más ronca siempre ha sido fácilmente identificable. La presencia de Xavier es asfixiante, y tardo varios segundos más en apartar la mirada, luchando por volver a calmar mi corazón. Tragando nerviosamente, miro a la pareja de frente, donde el hombre se está follando a la mujer por detrás, con marcas rojas brillantes en el culo y los muslos. Ella tiene las manos esposadas a la espalda mientras el hombre utiliza sus manos atrapadas como ancla. Sus gritos son agudos y afilados de placer y, una vez más, siento una puñalada de envidia. —¿Demasiado tímida? —me incita. Con mis labios manchados de rojo, asiento con la esperanza de que eso le satisfaga. No seas tímida, Diamante, déjame ver lo bien que chupas mi polla. Aprieto los ojos, ladeando el rostro, para que no vea lo mucho que tengo que luchar para recomponerme. —Estoy justo detrás de ti, cariño —susurra Zade. No me giro para mirar, pero lo siento de todos modos. Es una fuerza mucho más fuerte que el hombre que está a mi lado. Al instante, me relajo. Puede que Zade sea Hades, pero nunca se ha sabido que el Dios oscuro se incline por nadie más que por su mujer. Me da una pequeña dosis de poder, suficiente para reavivar mi confianza. Xavier ya no puede hacerme daño. No puede tocarme, cortarme o utilizarme. Es un alma lamentable que se hace pasar por un ser poderoso. Pronto le recordaré que solo es un hombre, y que yo soy la parca forjada bajo sus propias manos. —Puedo ayudarte a relajarte si quieres. —sugiere Xavier desde mi lado, con la voz más grave—. Hay habitaciones privadas a tu izquierda. —De acuerdo —acepto en silencio. Me agarra la mano, el tacto de su piel me produce un frío que recorre todo mi cuerpo. Había olvidado lo muerto que se siente. Me arrastra hacia un doble juego de puertas en la esquina de la habitación. Sutilmente, vuelvo a mirar a Zade y lo encuentro con una máscara completa. Toda negra con puntos geométricos, un ceño dramático y un corte en el ojo. Sus ojos de yin-yang están ocultos, solo hay pozos sin fondo donde deberían estar. Hay que reconocer que tiene un aspecto aterrador. Y mentiría si dijera que eso no me provoca algo abajo en el vientre, hundiéndose entre mis muslos. Me doy la vuelta y me concentro mientras Xavier nos conduce a un pasillo lleno de puertas negras. Hay un silencio sepulcral. —Habitaciones insonorizadas —me dice Xavier, mirándome con una sonrisa siniestra en la cara. Me muerdo el labio, con los nervios a flor de piel, mientras nos hace pasar a una sala privada. Las paredes blancas están teñidas de azul por las luces LED que rodean el techo. En el centro hay una cama negra con esposas en el cabecero y al pie de ella. Y junto a ella hay una cómoda, probablemente llena de diferentes tipos de juguetes. —¿Debería preocuparme que estas habitaciones estén insonorizadas, Xavier? —pregunto, ya no me preocupa que reconozca mi voz. Gira lentamente la cabeza hacia mí, con los ojos azules abiertos por la sorpresa. Incluso bajo la máscara, no puede ocultar su reacción. —Veo que mi Diamante ha vuelto a mí —dice, y sus labios se curvan en una sonrisa. Sus ojos se posan en mi cuerpo, tomándose su tiempo mientras me observa lentamente, deteniéndose en el tatuaje de una rosa en mi antebrazo. —Dios mío, estás fantástica. Debe ser por eso que no te reconocí inmediatamente. —Sus ojos se dirigen a mi cabello—. Y tu cabello es más oscuro. No puedo decir que sea un fan de eso. —En verdad, estoy herida —respondo secamente. La ira cruza sus iris. Esa reacción hace que la sonrisa sea imposible de contener. Asiente con la cabeza, aparentemente para sí mismo. —Sospecho que has vuelto para matarme. Ladeo la cabeza. —¿Crees que podría? —pregunto, aunque no me interesa lo más mínimo su aprobación. Se ríe, inclinando la cabeza hacia atrás y exponiendo su garganta. Un corte en la yugular. Es todo lo que necesito. Pero no quiero matar a Xavier. Esta noche no. Su risa se apaga, y si respirara más fuerte, no habría oído el sutil chasquido que viene de detrás de mí. Me doy la vuelta, mi corazón se desploma cuando tiro de la manilla, descubriendo que ha cerrado la puerta con llave. Lo que significa que está automatizada. —Soy buen amigo del dueño de aquí. —explica Xavier en tono oscuro—. Si queremos un poco más de tiempo con las chicas del que ellas están dispuestas a dar, tenemos... medios para conseguir que se queden un poco más. Vuelvo a mirar a Xavier y observo su mano en el bolsillo. Debe de tener algún tipo de botón para activar las cerraduras. El pulso me martillea, pero fuerzo la barbilla hacia arriba, exudando una confianza que me cuesta sentir. Esto... no era algo que Zade, o yo, conociéramos. Una de las mayores reglas en este club es que no hay cerraduras para ofrecer seguridad y comodidad a las mujeres. Parece que el dueño es un bastardo baboso y sabe cómo ocultarlo. Me hace preguntarme cuántas mujeres han quedado atrapadas en estas habitaciones y cómo se han mantenido en silencio. La reputación de Supple es impecable, lo que significa que sus tácticas de miedo son efectivas. —Cerraste con seguro la puerta —digo en voz alta para que Zade pueda oírme. —¿Qué carajo acabas de decir, cariño? —su voz llega un segundo después, y sé que se dirige a toda prisa hacia mi puerta. Para proteger la intimidad de los que utilizan las habitaciones privadas, no permiten que haya cámaras aquí. Y sorprendentemente, no hay ni siquiera una cámara oculta en la habitación como Zade hubiera pensado. Lo que significa que ahora que estoy encerrada aquí, no podrá ver nada de lo que pase. La adrenalina se apodera de mi sistema y el miedo se acumula en mis entrañas. Puede que sea más fuerte de lo que era, pero eso no significa que el TEPT no me tenga todavía agarrada por el cuello. El trauma no es algo que desaparezca sin más. He ido mejorando, pero es un trabajo en curso, y tengo el mal presentimiento de que Xavier me devolverá a ese lugar oscuro del que tardé semanas en salir. Es el hombre del saco de mis pesadillas. La cara que no puedo sacar de mi cabeza. Las cosas que me hizo pasar fueron mucho peores que cualquiera de las cosas que Rocco y sus amigos me hicieron. Lo que me hizo fue jodidamente personal. No era un cuerpo más que pasaba de un hombre a otro. Era una posesión con la que se tomaba su tiempo. Alargó mi sufrimiento todo lo que pudo, y esos son los momentos que más me persiguen. Le pedí una muerte que nunca me concedería, dándole poder sobre una vida que nunca fue suya. Pero me niego a acobardarme ahora. Me niego a darle ningún control sobre mí nunca más. Esta noche, voy a recuperar ese poder y hacer que desee haberme clavado el cuchillo en la puta garganta. El pomo de la puerta se mueve detrás de mí, atrayendo la atención de Xavier. Aprovecho la oportunidad y le meto el puño directamente en la nariz con un movimiento brusco. Su cabeza se echa hacia atrás, con los ojos desorbitados por la sorpresa. Antes de que pueda recuperarse, me abalanzo sobre él y le doy otro puñetazo en el estómago y luego en la sien. Gruñe, su brazo se levanta y me golpea en un lado de la cabeza, el anillo de oro de su dedo me atraviesa la mejilla. La sangre brota de su nariz mientras me ataca con un gruñido en su cara. Aterrizamos contra la puerta con dureza, dejándome sin aire los pulmones. Entonces me agarra por los bíceps y me lanza con toda su fuerza, con pura rabia en su cara. Salgo volando hacia el suelo, gritando mientras aterrizo torpemente sobre mi hombro, con la sien golpeando el suelo de baldosas. Las estrellas brillan en mi visión, ahogando la voz de Zade, ahora aterrada, en mi oído. Tendrá a Jay trabajando para desbloquear las puertas, y no le llevará mucho tiempo averiguar cómo, pero todo lo que Xavier necesita es un segundo para matarme. A través de mi visión borrosa, veo el puño de Xavier volar hacia mi rostro. Instintivamente, ruedo para apartarme, haciendo que su mano golpee al duro suelo. Grita, sacudiendo la mano para librarse del dolor. Apretando los dientes, doy una patada en la pierna, pero él consigue agarrarme por el tobillo y me arrastra hacia él. Su cara se contorsiona con furia animal. La sangre brota de su nariz rota, filtrándose en las grietas de sus dientes desnudos. Lucho contra él, pateando mi pierna con todas mis fuerzas, consiguiendo soltarme de su mano el tiempo suficiente para clavar mi pie en su cara. Se gira justo a tiempo, mi tacón solo le roza la sien. —Maldita perra —gruñe, agarrando de nuevo mis piernas y subiéndose encima de mí. Me agito violentamente, lo que le ayuda a ponerme boca abajo y a sujetar mis manos a los lados con sus rodillas. Me desgarra el vestido y, por un momento, pierdo el control y caigo en pánico. Un grito sale de mi garganta cuando me levanta el vestido por encima del culo. Por mucho que luche, solo me aprieta más entre sus muslos, y mis esfuerzos son inútiles. El ruido de su hebilla es lo que me saca de mis casillas. Que me aspen si este bastardo vuelve a poner su polla cerca de mí. Jadeando fuertemente, dejo de moverme y recuesto mi rostro sobre la fría baldosa. Se ríe, creyendo que me he rendido como todas las veces anteriores. Solía tumbarme y aguantar, sabiendo que luchar solo lo empeoraría. —Ahí tienes, Diamante. Esa es una buen... Gruñendo, me empujo hacia él, tomándole desprevenido y haciéndole caer hacia delante. Y entonces echo la cabeza hacia atrás, golpeándola directamente contra su nariz. Deja escapar un gemido agónico y su agarre se afloja. Girando, le meto el puño directamente en la tráquea. Sus ojos casi se salen de sus órbitas, sus gritos se agotan mientras lucha por oxígeno. Justo en ese momento, la puerta se abre de golpe, con un sonido atronador. Zade entra a zancadas, la furia en su rostro es tan potente que todos sus rasgos distinguibles se pierden en ella. —Zade, no lo mates —grito, un tipo diferente de pánico brota cuando agarra a Xavier por la parte trasera de su chaqueta y lo levanta como si estuviera sujetando a un maldito gato por el pescuezo. Lo agarra con tanta fuerza que se vuelve a abrir el corte de su mano, y la sangre empieza a recorrer su muñeca. —¡Zade! —grito, corriendo hacia ellos cuando veo que saca su arma de la parte trasera de sus pantalones, con un silenciador ya atornillado. No me oye, así que hago lo único que se me ocurre y agarro el cañón de su arma, girándolo hacia mí. Su cabeza se gira hacia mí, con los ojos muy abiertos con una mezcla de rabia e incredulidad. —No. Lo. Mates. Respirando con dificultad, gruñe y me quita el arma de la mano, metiéndosela de nuevo en los pantalones. Golpea el costado de la cabeza de Xavier, dejándolo inconsciente. A pesar de que ahora es un peso muerto en la mano de Zade, éste sigue sosteniéndolo como si fuera tan ligero como una pluma. Está demasiado ocupado poniéndose en mi cara, enseñando los dientes. —Si vuelves a hacer eso, Ratoncita, te doblaré sobre mi rodilla y usaré ese cañón en tu apretado culito. ¿Me entiendes? Hago una mueca y niego con la cabeza, dándome cuenta ahora de lo cerca que estuvo de dispararme. Aunque fuera por mi culpa, nunca se lo habría perdonado. —Abofetéame, pégame, patéame en las malditas bolas. Pero no te apuntes con mi arma. Vuelvo a asentir con la cabeza, la realidad empieza a alcanzarme ahora que ya no estoy bajo ataque. La voz de Zade se convierte en un susurro lejano y lucho contra la visión de túnel, estrechando lentamente la vista. Mi sistema se está colapsando y lucho por mantener la cordura. Xavier intentó violarme. Estuvo a punto de conseguirlo. Abre las piernas, Diamante. Eres tan rosa. No puedo esperar a ponerlo rojo de sangre. Jay debe decir algo a Zade porque rápidamente deja caer a Xavier, su cabeza golpea la baldosa con un golpe carnoso, y desliza su máscara de nuevo sobre su cara. Un momento después, el personal de seguridad entra en la sala y lo distrae antes de que pueda ver el pánico que siento. Dos hombres con trajes de tres piezas nos apuntan con sus armas. —¡Tiren sus armas! —grita uno de ellos. Zade levanta las manos y las mías también se levantan por instinto. —No hay necesidad de gritar, caballeros. Simplemente estaba salvando a mi chica de ser agredida por este hombre de aquí. Los dos guardias miran a un Xavier inconsciente, pero no parecen dispuestos a soltar sus armas. —¿Es Xavier Delano? —pregunta uno de ellos, tratando de verlo bien. —No —miente Zade. La cara de Xavier sigue cubierta, pero si ha venido aquí con la suficiente frecuencia, podría ser reconocible por su cabello o su estatura. A veces, algo tan simple como sus manos puede identificarse fácilmente si se les conoce lo suficiente. Sé que podría reconocer esas manos a una milla de distancia... Los guardias se adentran en la habitación para intentar ver mejor a Xavier. El corazón me late tan fuerte que me duele el pecho, y la vista se me ennegrece. Estoy en una espiral, y el saber que podría hacer que me disparen no es suficiente para enderezarme. —P-por favor. —susurro—. Estaba intentando hacerme daño. Los guardias se miran entre sí y bajan lentamente sus armas, pareciendo ligeramente preocupados por mis confusas palabras. Al final no importará. Xavier es demasiado importante, y no van a dejarnos ir sin más. —Addie —susurra Zade, y al principio no estoy segura de lo que intenta transmitir, pero luego inclina la barbilla hacia arriba, como si me dijera que siga así. Que los distraiga. Eso es lo que quiere. Aunque por la tensión que recubre sus músculos y la forma en que avanza en mi dirección, está dispuesto a decirles que se jodan y correr hacia mí. Puede ver que me estoy rompiendo, y está atrapado entre consolarme y sacarnos con vida. Agacho la barbilla en señal de reconocimiento. De todos modos, no es difícil cuando estoy a punto de perder la cabeza. Lágrimas se derraman de mis ojos y me tiembla el labio. Suelto un grito, me agarro el cabello con las manos y tiro. —Intentaba violarme —sollozo. —Whoa, whoa, oye, está bien. Lo solucionaremos. Suelto un grito y agito la cabeza, y los guardias se quedan tan sorprendidos por mi arrebato que sueltan las armas. Sus ojos, muy abiertos, se dirigen del uno al otro y mantienen una conversación silenciosa, uno preguntando, ¿qué demonios hacemos, hermano? Y el otro respondiendo, no tengo ni puta idea, se ha vuelto loca. —Eh, eh, relájate, ¿vale? —dice el primer guardia, sus palabras son lo menos tranquilizador que he oído nunca. Luego se dirige a su compañero—. Pide refuerzos. Pero una bala atraviesa el cráneo del segundo guardia antes de que el primero pueda terminar su demanda. En pocos segundos, Zade ha sacado su arma y le ha disparado; el silenciador atornillado en el extremo mantiene su crimen en silencio. Los ojos del primer guardia se abren de par en par, tratando de apuntar, pero a continuación una bala le atraviesa la frente. Su cabeza retrocede y cae al suelo junto a su compañero. Zade no pierde el tiempo. Levanta a Xavier y se lo echa al hombro, me toma de la mano y me lleva detrás de él. —Vamos, nena. Y cuando subamos a nuestro avión, te voy a sostener en mis en mis brazos. No recuerdo si respondo mientras Zade me empuja hacia el final del pasillo. Murmura en voz baja, probablemente ordenando a Jay que haga algo, pero los gritos en mi cabeza ahogan sus palabras. Mi cuerpo se mueve en puro piloto automático. No recuerdo cómo nos sacó de allí. No recuerdo las tres horas de vuelo a casa. No recuerdo nada más que el peso de Xavier encima de mí, el tintineo de su hebilla resonando en mi cabeza. Estoy jodidamente temblando, como una vieja unidad de aire acondicionado en su última etapa. Acabamos de llegar a casa. Zade está en el sótano ocupándose de Xavier, y yo me aferro desesperadamente a mi última pizca de cordura. La inquietud se acumula en mis huesos y me siento como un animal encerrada en mi propia jaula. Con el corazón palpitante, cierro la puerta de mi habitación tras de mí y luego camino por el suelo, pasándome las manos por el cabello y tirando con fuerza, un patético intento de calmar mi ansiedad. No te preocupes, Diamante, haré esto agradable y lento para ti. Quiero que sientas cada centímetro de mí. No, no quiero. Se me acumulan las lágrimas en los ojos y sacudo la cabeza, intentando librarme de esa maldita voz demoníaca. Debo haberme olvidado de cerrar la maldita puerta porque minutos después, Zade irrumpe y la cierra de golpe, con un fuego salvaje en los ojos. —Tenemos que hablar, Adeline. Te he dejado procesarlo durante más de cuatro horas. Necesito que hables conmigo. La histeria me consume, ¿y es que no lo entiende? No quiero escuchar sus malditas palabras, ni quiero darle las mías. Hay demasiadas en mi cabeza, y me estoy ahogando en ellas. Me alejo dando la vuelta y salgo disparada hacia las puertas de mi balcón. No tengo ni idea de lo que voy a hacer una vez que llegue allí -quizá tirarme por la barandilla y acabar con todo-, pero su brazo me rodea por la cintura y me hace volver. En cuanto mis pies tocan el suelo, me zafo de su agarre y me vuelvo hacia él. —Basta. —digo—. Solo déjame en paz, Zade. —¿Cuántas veces vas a huir antes de que aprendas que no puedes escapar de mí? —gruñe, metiéndose en mi espacio personal antes de que pueda respirar. Doy un paso atrás, alejándome de su intensidad. Sin embargo, no me deja alejarme, y vuelve a acercarse a mí hasta que me presiono contra la pared. —Las veces que haga falta para que te des cuenta de que no quiero que me atrapen —gruño, mi propio enfado aumentando. Ni siquiera estoy segura de por qué estoy enfadada, solo de que él esté enfadado. Déjame sentir cada centímetro de este dulce cuerpo, Diamante. Joder, te sientes tan bien. ¿No me siento bien también, nena? —Te estás ahogando, Addie. Deja que te ayude. Entrecierro los ojos, mi boca se afina en una línea recta. —¡Lo he estado haciendo bien! —argumento acaloradamente, poniéndome a la defensiva simplemente porque tiene razón. Me estoy ahogando. Y lo más aterrador es que no siento la necesidad de salir a respirar. —No estás bien. ¿Y sabes qué? Yo tampoco. No estoy nada bien. Su mano tiembla al rozar un mechón de cabello detrás de mi oreja. El hombre que ha soportado tanta fuerza, un pilar de piedra a pesar de los despiadados intentos de derribarlo. Pero el caso es que la piedra aún se desmorona. Todavía se rompe, se astilla y se agrieta. Incluso cuando se mantiene en pie, siempre faltan piezas. Aquí está ante mí, desmoronándose mientras hablamos. —Sueño con todas las formas en que los haré sufrir. —susurra—. Sueño con su sangre en mis manos, entre mis dientes. Mataré a cada uno de ellos por ti, Ratoncita, y me alegraré de ello. Le miro fijamente, me tiembla el labio mientras me obligo a contener las emociones. Al principio, sentí todo mientras estaba atrapada en esa casa. Y luego, no sentí nada. Y ahora, me he quedado con un montón de trozos rotos en mis manos donde se supone que debería estar mi corazón, y no sé cómo repararlo sin cortarme más profundamente. —No te necesito, Zade. No necesito que hagas nada por mí. Me agarra por la nuca y tira de mí. —Ves, eso es lo que no vamos a hacer, Adeline. —gruñe, enseñando los dientes—. No vamos a actuar como si fueras tan fuerte que ya no me necesitas. Porque, ¿quieres saber algo, cariño? Hay muy pocos hombres en este mundo capaces de matarme. Y yo jodidamente te necesito a ti. ¿Me entiendes? —Aprieto los dientes, negándome a responder. —¿Crees que necesitarme de alguna manera te hace débil? —¿No es así? —suelto. —No, cariño, te hace fuerte. —Se inclina, poniendo su cara directamente en la mía—. Puede que sea dueño de cada aliento de tu cuerpo, pero no te equivoques, Adeline, tú también eres dueña del mío. Soy tuyo para que me des órdenes. Para doblarme y romperme. Para moldearme y manipularme. ¿Crees que eso me hace débil? ¿O crees que soy lo suficientemente fuerte como para admitir que, aunque mi cuerpo pueda seguir viviendo físicamente sin ti, nunca recuperaría mi maldita alma? —Su mano se desliza hacia mi cabello y aprieta los mechones con fuerza. —Sin ti, me haría pedazos. Pero contigo, soy indestructible. Respiro con fuerza y aprieto la mandíbula contra las diferentes reacciones que circulan por mi interior. Pero la más destacada -la peor- es hacer todo lo posible para alejar a este hombre de mí. Mi piel se eriza bajo su toque eléctrico. Esas chispas que antes se sentían tan divinas ahora se sienten como púas que atraviesan mi carne. —Cada uno de los hombres que pusieron sus ojos en ti mientras estabas en esa casa morirán lentamente. Ya he matado a muchos... y aún no es suficiente —Me atrae hacia él, y me tenso mientras me envuelve. Muchos hombres han hecho lo mismo. El sudor empapa mi piel cuando toman mi cuerpo, su piel se desliza contra la mía. Deslizándose dentro de mí. Sobre mí. Alrededor de mí. ¿Cómo puede sentirse como en casa, sentirse tan seguro, y a la vez hacerme sentir como si me enterraran viva? Sus labios me acarician el pómulo y el pánico se dispara. Se me corta la respiración y mis pulmones se contraen cuando su otra mano se acerca para tocarme. Tiemblo mientras los recuerdos pasan por mis ojos. Rostros, tantos rostros. Sonriéndome mientras toman de mí. Susurrando sucias palabras de sus malditas bocas podridas. Una chica tan bonita. Te vas a ver tan bien con esos labios rodeando mi polla. Joder, podría correrme con solo tocarte. Estas tetas son perfectas, ¿cuánto pagaste por ellas? No puedo controlarme. Te necesito ahora. No puedo controlarme. No puedo controlar mi... —Déjame ir —susurro. Se queda quieto, con su boca sobre mi mejilla. —Deja... deja de tocarme. Lo oigo tragar saliva. —Eso es como pedirme que me saque mi propio puto corazón. —Si yo puedo vivir sin uno, tú también puedes —digo bruscamente. Es una piedra sólida mientras procesa mis palabras. Y todo lo que quiero hacer es romperlo. Hacer que se desmorone bajo mis puños. Lentamente, se aleja, sus ojos desiguales se fijan en los míos. ¿Qué ve cuando me mira? ¿Ve la ira que se agita bajo la superficie? Es como mirar en la boca de un volcán para ver cómo son sus entrañas. Rojo. Mucho maldito rojo. Así es el interior de todo humano, pero ya no estoy llena de sangre. Solo de fuego. —¿Piensas en ellos cuando te toco? —pregunta, su voz se vuelve dura. Ese fuego se eleva, se acumula en la boca del estómago y asciende por mi pecho como la lava. ¿Quién le dio derecho a tocarme? ¿Quién le da a alguien el maldito derecho a hacerlo? Los temblores aumentan hasta que mis huesos traquetean y mis dientes castañetean. Fuego. Me muevo sin pensarlo, mi mano rodea el arma metida en la cintura de sus jeans y la saco. En cuanto se da cuenta de lo que he hecho, retrocede y levanta las manos en señal de rendición. Le apunto con el arma a la puta cabeza y lo único que quiero es volársela. Todo lo que quiero es ver su cerebro explotar bajo la bala. Porque no estoy mirando la cara del hombre que amo. No lo veo en absoluto. Todo lo que veo es un hombre sin rostro que intenta tomar lo que quiere de mí sin mi permiso. Y quiero que arda por ello. Lágrimas se acumulan en mis ojos, mi visión se nubla. El arma vibra por lo fuerte que tiembla mi mano, pero está lo suficientemente cerca como para que le dé de lleno. No me importa si la bala le da en la cabeza, en la garganta o en el pecho. —Ratoncita —susurra. Aprieto los ojos, forzando el dulce susurro fuera de mi cabeza. No quiero oírlo. No quiero que se mezcle con las demás voces. Son muchas. Joder, qué apretada estás. ¿Segura que te han follado antes? Shh, no llores Diamante, solo te dolerá un segundo. No puedo esperar a oírte gritar. Déjame ver esa sangre, nena. Muéstrame lo fuerte que te destrozo con mi polla. —No eres diferente, ¿verdad? —Ataco, mi voz se quiebra—. Ya me has forzado antes, ¿recuerdas? Me quitaste, me robaste. ¿Qué te hace tan diferente, eh? Mis ojos arden por las lágrimas que brotan. Y en cuestión de segundos, se derraman, corriendo por mis mejillas. —¿Esos recuerdos te mantienen despierta por la noche? —pregunta, con voz suave—. ¿Te atormentan? Muestra los dientes, con su propia ira brillando en sus ojos. —¿Piensas en mi toque como algo más que un maldito regalo de Dios? —¡Ahora sí! —grito, apuntándole con el arma. Respiro con fuerza y un sollozo me sube por la garganta. Asiente lentamente con la cabeza, la ira se atenúa en sus ojos. En el fondo, sé que no es así. Sé que no está enfadado conmigo. Está enfadado porque está indefenso. Sin esperanza. Una maldita causa perdida. Porque nunca seré la misma. Y él lo sabe. Pero lo que no sabe es lo que eso significa para él. Para nosotros. El sollozo se escapa, pero la rabia persiste. Lentamente, se acerca a mí como si se tratara de un animal asustado con dientes feroces. Sus ojos no se apartan de los míos mientras avanza, y estoy tan cerca de volver a caer en ese control paralizante que tiene sobre mí. Y entonces vuelve a estar ante mí, presionando su frente contra el cañón del arma. —¿Esto te hace sentir poderosa? —murmura. Otro sollozo se libera, pero no bajo el arma. —¿Esto te hace sentir viva de nuevo? Frunzo el ceño, pero no me atrevo a responder. No puedo articular lo que me hace sentir, solo sé que me hace sentir algo. —Lo que has olvidado es que el corazón que late dentro de tu pecho no es jodidamente tuyo. —gruñe—. Es mío. Y si mi corazón ha dejado de funcionar, entonces aprieta el gatillo, Ratoncita. Mata el resto de mí. No soy nada si no soy la razón por la que respiras. Me quiebro y cierro los ojos contra el torrente de lágrimas, pero es como poner un trozo de papel sobre una tubería que se rompe. Mi rostro se contorsiona mientras la agonía pura me consume. —No quiero sentir más —Me ahogo, apenas pude pronunciar las palabras antes de que un sollozo desgarrador saliera de mis labios. —Déjame, joder, Addie déjame sostenerte maldita sea —dice, con la voz quebrada. Me arranca el arma de las manos y la arroja sobre la cama, y entonces estoy siendo sostenida en sus brazos, me siento ligera mientras me levanta contra su sólido pecho. Abro la boca y grito. Grito y grito hasta que mi voz se quiebra bajo la presión. Hasta que temo que mi garganta se rompa por la fuerza. Quiero arrastrarme fuera de mi cuerpo tan desesperadamente. Solo para poder escapar de esta sensación. No. Lo que quiero es que el arma vuelva a estar en mi mano para poder utilizarla contra mí. Un último grito sale de mi garganta, este tan lleno de dolor que hace que Zade se arrodille. Y finalmente, el pilar se desmorona. El sonido crudo se reduce, desvaneciéndose en un grito ronco y entrecortado. Aspiro profundamente, llenando mis pulmones de un oxígeno que no quiero, pero estoy demasiado perdida en mi dolor para gritar como quisiera. El agarre de Zade se vuelve doloroso, los temblores sacuden su cuerpo mientras se aferra a mí. Mete su cara en mi cuello y se limita a... escuchar. Escucha cómo se rompe su corazón dentro de mi pecho. Las voces en mi cabeza se amplifican y me araño el cráneo, desesperada por sacarlas. Pero sus manos me detienen, agarrándolas y atrapándolas entre nuestros pechos. —Ya no están aquí. —susurra con dificultad—. Escucha mi voz en su lugar, cariño. Niego con la cabeza, pero él sigue hablando de todos modos. Me habla de la primera vez que me vio y de lo insegura que parecía en una habitación llena de gente. Dice que parecía que estaba atrapada en una caja de cristal y que todos los que estaban fuera me observaban como un animal de zoológico. Luego, habla de la primera vez que me enfrenté a él. Cómo salí corriendo por la puerta gritando como una banshee, con fuego en los ojos y escupiendo veneno por la lengua. Recuerda lo totalmente aturdido que estaba por mi coraje, y lo profundamente que cayó en ese único momento. —He visto a la mujer que apenas soportaba estar en su propia piel, y a la mujer que se siente cómoda en una mansión gótica, en casa con ella misma y con los fantasmas que la persiguen. Amé ambas versiones de ti, y amo lo que eres ahora: alguien lleno de fuerza y vulnerabilidad. Pero, aun así, llevas fuego en tu corazón, y eso nunca cambiará, maldición. Nunca te quitarán eso, Adeline. Sus palabras solo me hacen llorar más fuerte, pero tal como prometió, ahuyenta lentamente las voces. Pasa un tiempo indescriptible hasta que por fin me calmo lo suficiente como para unir una frase. —A veces, no sé si podré tolerar del todo tu tacto —confieso en un susurro roto. —¿Estas bien con eso? —replica— ¿Es así como quieres vivir tu vida? Temiendo el toque de un hombre, de mí. ¿Lo estoy? Una parte de mí quiere replegarse sobre sí misma y no dejar que otro hombre ponga sus manos sobre mí durante el resto de mi vida. No quiero que las imágenes pasen por mi mente cada vez que sienta que su piel se desliza contra la mía. Pero hay otra parte de mí que se enfurece y arremete contra esa idea. La misma parte que me permitió usar su mano y el mango de ese cuchillo como una liberación. No quiero que esos hombres me quiten más de lo que ya tienen. Porque si lo hago, nunca pararán. Seguiré entregando cada pedazo de mí hasta que no quede más que un contorno de tiza. —No sé cómo... estar bien con ello. —¿Ni siquiera con tu propia mano? —me dice. Se aleja y me deja suavemente en el suelo. —Recuperaste el poder con ese cuchillo. Ahora puedes recuperarlo cuando se trata de contacto físico. Déjame mostrarte. Mis cejas se fruncen mientras lo miro fijamente a través de los ojos hinchados con confusión. Su mirada detalla mi rostro, y no necesito un espejo para saber que mi piel está enrojecida y lágrimas secas marcan mis mejillas. Se acerca a mí y agarra una rosa de la mesita de noche, haciendo girar el tallo entre sus dedos. Las espinas le atraviesan la piel y brotan pequeñas gotas de sangre. —No le has cortado las espinas —susurro. —Te he estado protegiendo para que no te hagan daño, pero a veces abrazar el dolor es la única forma de superarlo. Quítate el vestido. —ordena en voz baja. Parpadeo y abro la boca, pero me corta—: Confía en mí, Adeline. No voy a hacer nada que no quieras que haga. Solo le miro fijamente, mi corazón se acelera mientras sus expectativas habladas perduran entre nosotros. Tragando con fuerza, me doy la vuelta y me bajo la cremallera del vestido a ciegas, dejando que la parte superior caiga por mis brazos. Rápidamente, arrastro la tela por mi cuerpo antes de poder pensar en lo que estoy haciendo. Lo que me está obligando a hacer. —Buena chica. —murmura—. Tu sujetador también, Addie. Quítatelo todo. Sacudo la cabeza, los restos de sus voces comienzan a elevarse de nuevo. —No pienses ahora mismo. Solo haz lo que te digo. Me muerdo el labio, me quito el sujetador sin tirantes y lo tiro a un lado. —Buena chica —elogia. Sus ojos permanecen firmemente fijos en los míos. Espero que los baje, pero se resisten. Un Diamante tan bonito, mira... —No pienses, Adeline. Cierro los ojos con fuerza, sacudiendo los pensamientos de mi cabeza. Tengo el pecho demasiado apretado y el pánico empieza a aparecer de nuevo. —Zade... —Shh —dice en voz baja. Se sienta en el suelo, se apoya en el marco de la cama y abre las piernas. Mis músculos se tensan hasta que tiemblo con la necesidad de escapar. —Siéntate aquí —dice con firmeza, dando una palmada en el suelo entre sus piernas. Dudando, tardo unos segundos en reunir el valor para escuchar y arrastrarme hacia él. Miro a cualquier parte menos a su cara. Si lo veo, podría echarme atrás. —Ponte de espaldas a mí. No se puede evitar la mirada de alivio antes de que me gire y me acomode entre sus gruesos muslos. Todavía estoy tensa, pero puedo respirar un poco más tranquila de esta manera. —Voy a inclinarte hacia mí —me advierte. Me muerdo el labio y asiento con la cabeza, dejando que su mano rodee mi cuerpo y me presione el pecho, guiándome para que me incline hacia atrás. Es como intentar doblar una cuchara de metal. Me cuesta, pero al final me apoyo en su pecho. Su calor me empapa la piel, como el sol brillando en tu cara en el primer día cálido de primavera después de un largo y frío invierno. —Eso es, cariño. Relájate. Me cuesta varios tragos antes de que el nudo que se forma en mi garganta se disipe. —Respira —susurra. Lo hago. Al menos lo intento. El oxígeno sale de mí como un motor viejo. Con cada inhalación, parece que estoy respirando productos químicos. Todo arde. Todo está demasiado apretado. —Toma esto —me indica, sosteniendo la rosa en su mano vendada. Pequeños regueros de sangre resbalan por su muñeca, y hay algo que me tranquiliza, igual que cuando se abrió la mano con el cuchillo para darme placer. Ver sangrar a otra persona no me hace sentir tan sola. Tomo la rosa, una espina me pincha inmediatamente la piel, pero apenas la siento. No con toda mi atención puesta en el calor de su cuerpo presionando mi espalda. —¿Puedo tocar tus muslos, cariño? —me pregunta, con un tono tranquilo y profundo. Vuelvo a asentir con la cabeza y sus grandes manos me separan lentamente los muslos. Toda mi atención se concentra en el movimiento, y el terror se vuelve excesivo. Siento un hormigueo en las puntas de los dedos y sé que pronto subirán por mis extremidades hasta que ya no pueda sentirlas. —Relájate. —Me tranquiliza—. Te voy a hacer una pregunta y quiero que la pienses bien, ¿vale? Respiro profundamente y retengo el aire durante unos segundos antes de soltarlo. Y luego asiento con la cabeza, trabajando para calmarme. —¿Qué te hace sentir poderosa, Addie? ¿Fue por tener esa arma en la mano? ¿Sosteniéndola en mi cabeza y sabiendo que podrías quitarme la vida? —Las lágrimas surgen, seguidas de un toque de culpabilidad. —Estoy tan... —No quiero tus disculpas o tu culpa, Adeline. Quiero que me digas la verdad. ¿Qué te hizo sentir el apuntarme con un arma a la cabeza? Apretando los labios, acallo la vergüenza y miro más allá. ¿Qué me hizo sentir? Me hizo sentir... en control. Tenía la vida de otra persona en mis manos, y era mi decisión y solo mía si apretaba el gatillo. Tenía algo valioso. Algo irreversible. Y todo era... mío. —Me hizo sentir poderosa —admito. —¿Y cómo se siente el poder? —pregunta, y su voz se hace más profunda mientras una de sus manos sube hasta mi cuello, evitando mis pechos. Su tacto es sensual, pero... seguro. —Déjame sentirte aquí. Su mano se desliza lentamente por la columna de mi garganta, dándome tiempo para rechazarlo. Cuando no digo nada, me aprieta la parte inferior de la mandíbula, forzando mi barbilla hacia arriba mientras tira de mi cabeza hacia atrás contra su pecho. Mi mirada se fija en el techo blanco mientras la ansiedad recorre mi cuerpo. —Concéntrate, Adeline. ¿Cómo se siente el poder? Suelto otra respiración temblorosa y hablo antes de que pueda pensar demasiado en ello. —Me hace sentir bien. —Bien. —murmura—. Quiero que pienses en esa sensación. En tu mente, apunta con esa arma a quien desees. A mí. A cualquiera de los hombres que te hicieron daño. Lo que te haga sentir bien. Cierro los ojos y la primera persona que me viene a la mente es Xavier. Está arrodillado ante mí, suplicando por su vida. Todavía puedo sentir el pesado metal en mi mano, pero a diferencia de minutos antes, mi mano está perfectamente inmóvil. Ningún temblor violento sacude mi cuerpo mientras sostengo la vida de Xavier en mis manos. Apunto el arma a su cabeza, disfrutando de las súplicas que salen de sus labios. Y aprieto el maldito gatillo. —Ahora siente entre las piernas —susurra Zade, sintiendo cómo mi respiración se ha intensificado por una razón totalmente diferente. Lentamente, mi mano baja y se desliza entre mis piernas. La humedad se acumula en mis dedos, y me sorprende tanto la revelación que me olvido por completo de todo lo demás. Por un momento, disfruto del hecho de que estoy excitada. Mi respiración se entrecorta y la vergüenza se filtra, pero Zade también lo nota. Con mi garganta todavía agarrada en su mano, gira su cabeza hasta que sus labios rozan el lóbulo de mi oreja. Un cálido aliento recorre un lado de mi rostro mientras susurra con aspereza: —¿Sabes lo dura que se me pone la polla cuando pienso en todas las formas en que voy a torturar lentamente a los hombres que te hicieron daño? Abro la boca, pero no sale ningún sonido. Se evaporan en mi lengua cuando Zade hace rodar sus caderas hacia mi espalda, la evidencia de sus palabras se clava en la parte baja de mi columna. Debería repelerme. Pero no lo hace. Y me aferro a esa sensación mientras está ahí. No me importa si está jodido, se siente mucho mejor que la constante agonía. Cierro la boca y asiento con la cabeza, accediendo a los pensamientos mientras la vergüenza retrocede. —Ahora voy a tocar tu mano —susurra. Me sujeta la garganta mientras su mano libre rodea la mía, con la rosa aún cerrada en mi puño. Aprieta con fuerza, obligando a las afiladas espinas a clavarse en mi mano. Inhalo bruscamente, silbando entre los dientes antes de apretarlos contra el dolor. Y entonces guía nuestras manos hacia abajo hasta que los suaves pétalos rozan mi coño. Mis ojos se cierran mientras él desliza los pétalos hacia arriba y hacia abajo, cubriendo la rosa con mi excitación. Siento que la sangre sube a mis mejillas cuando la levanta de nuevo y me presenta la flor chorreante. —Zade... La sangre recorre mi brazo cuando me suelta la garganta para agarrar mi otra mano y llevarla a la rosa, guiando mis dedos por los pétalos. —¿Sientes lo suaves y húmedos que son estos pétalos? —susurra. Me relamo los labios y asiento lentamente con la cabeza—. Esto es lo que siento cada vez que estoy dentro de ti. Joder, te sientes como el cie… —Aférrate a esa sensación de poder, cariño. No la dejes ir. Me vuelvo a tensar; mis músculos se tensan. Estremeciéndome, expulso la voz intrusa y la sustituyo por la imagen de apuntarles a la cabeza con un arma. Con calma, aprieto el gatillo. Me relajo mientras él empuja mis dedos corazón y anular en el centro de la rosa, como lo haría si fuera mi coño. El dolor que recorre mi mano se desvanece cuando un profundo placer toma el control. Por primera vez en mucho tiempo, siento sensualidad y erotismo mientras sigo metiendo y sacando los dedos de la rosa, con los dedos de Zade sobre los míos. Siento que la presión aumenta en mi interior, desesperada por algún tipo de liberación. Diferentes rostros pasan por mi mente como un carrete de película, todos ellos con el mismo final. La presión entre mis piernas crece y crece hasta que estoy segura de que un solo toque de mis dedos me llevaría al límite. —Zade —suplico, aunque no sé qué estoy pidiendo. —Dime qué necesitas —dice, continuando nuestros movimientos con la rosa. —Yo... Tócame. —No dejes de sentir esta rosa —me ordena suavemente. Asiento con la cabeza y se me revuelve el estómago cuando mete la mano entre mis piernas. El suave roce de sus dedos casi me hace cruzar los ojos. Estoy penetrando la rosa dentro y fuera mientras su dedo corazón presiona mi clítoris y empieza a rodear el capullo hinchado. Mi espalda se arquea y no puedo evitar el agudo gemido que se me escapa mientras me recorre el éxtasis. Me obligo a sentir a Zade, a sentir que un hombre me toca. Que me hace sentir bien. Y que estoy disfrutando cada segundo de ello. Y entonces alejo a esos otros hombres de mi mente y pienso solo en el que me envuelve. No me quiero correr con las imágenes de los monstruos depravados que me robaron, aunque les vuele la cabeza. Solo quiero ver al hombre que me lo ha dado todo. Una bestia que ha doblegado mi voluntad para sucumbir a él y que, sin embargo, me ha mostrado el verdadero significado del amor y la devoción. —Zade —gimoteo cuando el orgasmo llega a su punto álgido. Le oigo sisear entre los dientes mientras rodea mi clítoris con más rapidez. Todavía tiene su otra mano alrededor de la mía, con el tallo apretado en mi mano. Flexiona el puño, clavando las afiladas espinas en mi carne. El dolor se mezcla con el placer embriagador y un grito ronco resuena. Los riachuelos de sangre siguen bajando por mi brazo, goteando por el codo hasta llegar a mi estómago. Miro hacia abajo, observando cómo los chorros de rojo se dirigen hacia donde Zade me toca. Mi boca se separa, la euforia aumenta mientras lo observo. Su mano es enorme, con dedos largos y gruesas venas que parecen palpitar mientras me frota el clítoris. Es tan erótico que no puedo aguantar más. Grito cuando por fin me corro, el orgasmo me golpea con tanta fuerza que casi me levanto del suelo por su potencia. Zade gruñe y me acaricia el coño mientras yo cabalgo sobre las olas, mis caderas se muelen contra su mano mientras su nombre llena el aire que nos rodea. Siento que se tensa debajo de mí, pero estoy demasiado perdida para preocuparme. Estoy demasiado desesperada por que esta sensación no termine nunca. Ambos soltamos la rosa al mismo tiempo, y no me detengo a pensar en lo que estoy haciendo cuando vuelvo a agarrar la cara de Zade con las dos manos y dirijo sus labios hacia los míos. Un profundo estruendo vibra en su pecho, y una vez más se apodera de la parte inferior de mi mandíbula, concediéndonos a ambos un mejor ángulo mientras me devora. Su lengua arremete contra la mía, saboreándome hasta que mis labios están magullados y en carne viva, y el orgasmo hace tiempo que se ha desvanecido. Sin embargo, la dicha permanece. Por primera vez en meses, esos hombres malvados no llenaron mis pensamientos. No escuché sus voces. Sus risas y sus bromas crueles. Y mi cuerpo se siente mucho más ligero gracias a ello. Finalmente, él se aleja y lo único que puedo hacer es mirarlo con asombro: la persona responsable de ahuyentar a los monstruos de mi cabeza. Volverán, pero Zade tampoco va a ir a ninguna parte. —Gracias —susurro. Cierra los ojos y roza suavemente sus labios con los míos. —Siempre estarás a salvo conmigo, Ratoncita. Siempre. Sintiéndome vigorizada, me retuerzo en sus brazos y le arranco la chaqueta, los botones vuelan mientras sus ojos acalorados se levantan para encontrarse con los míos, su lengua se desliza lentamente por su labio inferior. Mi mano ensangrentada le mancha la mejilla de rojo, y la visión me hace poner los ojos en blanco. Se ve tan malditamente salvaje, y creo que mis ovarios están explotando. Me va a dejar embarazada solo con esta imagen. —¿Segura que quieres ir allí? —pregunta, con la voz empapada de pecado. —Es lo que quiero —digo en voz baja, aunque temblorosa. Se levanta y la tela se desliza por sus brazos. Luego, le levanto la camisa abotonada hasta dejar al descubierto sus abdominales, junto con los oscuros tatuajes grabados en su carne. Apoyando las manos en su duro estómago, con la sangre manchando su piel, la empujo más arriba, pero él me detiene. —No te presiones demasiado. Esto no se trataba de mí. Cuando va a inclinarse hacia delante, le pongo la mano en el pecho y le empujo hacia atrás con firmeza. Sus ojos desorbitados se redondean en los bordes, sorprendidos. —Déjame intentarlo, Zade. No voy a follarte todavía. Solo quiero tocarte. Nunca había visto a Zade indeciso. No hasta ahora, mientras analiza minuciosamente mi expresión para determinar si debe dejarme tocarlo. Entonces, como un monstruo que desgarra la carne, su bestia toma el control. Me agarra por la mandíbula, acercando mi rostro al suyo. —¿Crees que estás preparada para mí? Veamos hasta dónde estás dispuesta a llegar para complacerme. Me quita de encima, me deja a un lado y se pone de pie, deteniéndose para mirarme con una expresión ilegible. Su rostro se ha convertido en mármol frío. Se da la vuelta y se dirige a una silla negra situada a unos metros de mí. Algunas noches se sienta allí si no puede dormir, esperando y vigilando que surja una pesadilla, siempre observándome. Junto a la silla hay una mesita en la que se encuentra un vaso y una cantimplora de whisky. Se sirve tres dedos y luego se sienta de nuevo en la silla, abriendo las rodillas y con el brazo colgando sobre el costado, el vaso sostenido por las puntas de los dedos. Me mira y da un sorbo a su whisky antes de retomar su posición. —Arrástrate hacia mí —ordena, su voz tan áspera como una roca de lava, pero tan tentadora como el whisky especiado que ha tragado—. Muéstrame lo bonita que te ves suplicando de rodillas por mi polla. Mi estómago se tensa de calor y siento que mis muslos se vuelven más resbaladizos. Tomo la decisión en una fracción de segundo y agarro la rosa, y la coloco entre mis dientes, deleitándome con las pequeñas picaduras de las espinas en mis labios. El cobre florece en mi lengua mientras acato sus órdenes, arrastrándome sobre las manos y las rodillas con su preciosa rosa en la boca, con las caderas y los pechos balanceándose sensualmente. Sus ojos se iluminan y sus fosas nasales se ensanchan. El comportamiento frío se desvanece, y el deseo crudo se filtra por las grietas. Cuando llego a él, me arrodillo y pongo la rosa en mi regazo. —¿Fue lo suficientemente bonito para ti? Se ríe y se termina el whisky, dejando el vaso sobre la mesita. —Eres tan jodidamente hermosa; quiero cortar los ojos de los que tienen el privilegio de mirarte —dice con voz áspera, lamiendo sus labios de forma depredadora. Se incorpora lo suficiente como para quitarse la camisa por encima de la cabeza, desnudándose por completo. Se me hace la boca agua al verlo y siento que se me pone la piel de gallina de lo pecaminosamente delicioso que está. Algo sobre la piel bronceada cubierta de tatuajes oscuros... Jesucristo, gracias, Diabla por inventar un hombre como Zade. Mis ojos se detienen en la cicatriz que atraviesa sus abdominales y decido que quiero ser tan fuerte como Zade. Un hombre que se ha enfrentado a la muerte con una sonrisa en la cara en innumerables ocasiones, solo para darse la vuelta y hacerlo de nuevo. Una y otra vez. Suavemente, deslizo mis dedos por la huella carmesí de su estómago, embriagada por la visión de cómo se retuerce debajo de mí. La tensión se condensa hasta que parece que estoy en una piscina de lava. Mi mandíbula está de nuevo en su mano en cuestión de segundos, su pulgar ensuciándose con las gotas de sangre a lo largo de mis labios. —Quiero ver esta sangre por toda mi polla —murmura—. Quítame el cinturón. Haciendo caso a su orden, el metal suena cuando mis dedos desatan hábilmente la hebilla, y los recuerdos afloran de él rodeando mi cuello con este cinturón mientras me follaba la boca. Quiero volver a hacerlo, pero sé que aún no estoy preparada para ello. Me suelta la mandíbula mientras hago un rápido trabajo con su botón y su cremallera, deleitándome con el sonido de los dientes de metal al abrirse para mí. Su polla se libera antes de que termine de bajarle la cremallera, y esta vez se me seca la boca. De alguna manera, he olvidado lo intimidante que es su tamaño. Lamiéndome los labios, agarro la rosa, separo las rodillas y vuelvo a deslizar los suaves pétalos por mi abertura, empapándolos una vez más de mi excitación. Me observa atentamente mientras me incorporo y arrastro el tallo por su cadera lentamente, con las afiladas espinas mordiéndole la sensible piel. Sisea entre dientes y sus ojos centellean con maldad. Atrapando mi labio ensangrentado entre los dientes, arrastro los pétalos a lo largo de la cresta de su polla, deleitándome con la forma en que su estómago se contrae. Las venas sobresalen de su pene y las sigo hasta la punta con la rosa, cubriéndolo con mi humedad. —Addie —advierte cuando la deslizo hasta sus bolas, haciendo que se ponga tenso. Mis labios se curvan con picardía mientras me inclino hacia delante y le doy un suave beso en la polla, mirándolo fijamente bajo las pestañas con una mirada sensual. Gruñe y su paciencia se resquebraja. Me agarra del cabello y se inclina hacia delante, con sus afiladas palabras retumbando en mi oído: —¿Quieres cambiar de lugar y hacerme rogar de rodillas? He esperado tanto tiempo para sentir tu boca alrededor de mi polla, Ratoncita, y haría cosas terribles por ti si fuera necesario. —Paciencia, cariño —susurro, mi coño palpita cuando él gime. Se vuelve tan maleable a partir de una simple caricia, y una vez más, esa sensación de poder se dispara. Apoyando la palma de mi mano en su pecho, lo empujo hacia atrás, su cuerpo tenso. Manteniendo nuestras miradas fijas, saco la lengua y lamo la punta de su polla, observando cómo sus labios se convierten en un gruñido y sus ojos arden. Nunca parece humano cuando está dentro de mí. Me concentro en él, bloqueando las voces antes de que puedan entrar de verdad, y aferrándome a la visión de Zade derritiéndose como el hielo debajo de mí. Esa visión me da el control que tanto necesito, y me doy cuenta de que es mucho más fácil permanecer en el presente cuando tengo algo que saborear: Zade a mi merced. Lo introduzco más profundamente en mi boca, deslizando mi lengua a lo largo de la cresta y arrancándole una mezcla de gemido y gruñido. Sus dedos se adentran en mi cabello, entrelazando las hebras y sujetándolas con fuerza. Gemidos salen de sus labios, excitándome. Ahueco las mejillas, chupando más profundamente hasta que la punta golpea el fondo de mi garganta. Incluso entonces, no me doy por vencida, conteniendo una arcada hasta que las lágrimas salen de mis ojos. Durante unos instantes, aguanto hasta que no puedo más, dando unas pequeñas arcadas y retrocediendo hasta que se libera, con un rastro de saliva teñida de rojo pegado a mi labio inferior. Tal y como él quería, la sangre de mi boca se extiende por su longitud, y un pensamiento enfermizo pasa por mi mente. Entiendo por qué a Xavier le gustaba tanto. —Sigue chupando —sisea, sacándome de mi mente. Inhalando profundamente, contengo la respiración mientras lo trago una vez más, con lágrimas en los ojos por su enorme tamaño. Su mano me agarra por la nuca para mantenerme quieta mientras mueve sus caderas, con un gruñido que retumba en lo más profundo de su pecho. Mi coño palpita en respuesta y, por vergüenza, casi me dan ganas de llorar. Estaba convencida de que siempre estaría rota, sin poder tocar ni ser tocada. Pero dar placer a Zade no me hace sentir débil e indefensa, como creía. Verle perderse en mi boca me hace sentir como una reina sentada en su trono. Me necesita tanto en este puto momento y sabiendo que puedo arrebatárselo... mis muslos se aprietan para aplacar el dolor que crece entre ellos. Me folla la boca salvajemente, saliva se derrama más allá de mis labios en los que uso mi mano para extenderla arriba y abajo de su longitud, sus dientes rechinando en respuesta. Salgo a tomar aire, con restos de saliva que conectan su polla con mi boca. —Saca esa lengua para mí, cariño. Hago lo que dice sin miramientos, mirándole a través de mis pestañas húmedas. —Qué chica tan malditamente buena —gruñe. Agarra la base de su polla y la golpea contra mi lengua unas cuantas veces, con las cejas fruncidas y la boca abierta. Una bestia y un dios se han unido, formando algo totalmente antinatural. Y me doy cuenta de que nunca debí tener miedo de su toque. Fueron los hombres los que me profanaron, y Zade nunca fue un hombre. Tiro del agarre que tiene en mi cabello, pero él se resiste y aprieta más los mechones. Extiende la otra mano y me pasa el pulgar por la parte inferior de los ojos, manchando mis mejillas con el rímel. Su pecho retumba y su voz es gutural cuando dice: —Te ves como una bonita puta para mí. Un destello de ira se enciende dentro de mí, y él solo sonríe en respuesta. Me acerca la cabeza a él. La punta de su polla me roza los pechos y sus ojos caen, con una chispa encendida en su mirada. Cuando levanta los ojos hacia mí, sé exactamente lo que está pensando. —Nunca fuiste una puta para esos hombres, Ratoncita. ¿Sabes por qué? —¿Por qué? —susurro. —Porque nunca poseyeron ninguna parte de ti. Tomaron lo que no poseían. Eso no te convierte en una puta; te convierte en una sobreviviente. Un brillo de lágrimas me invade los ojos. Las retiro para ocultar la debilidad, pero él me levanta la cabeza, negándose a que me esconda. Una sonrisa diabólica le hace levantar los labios. —Pero tú eres mi puta. Lo eres todo para mí, y te conviertes en mucho más con cada día que pasa. Poseo cada maldita parte de ti, Adeline. Incluso cuando gritaste y lloraste que no me querías, nunca pudiste dejarme ir. Todas esas noches que te quedaste en tu ventana, dejándome observarte. Enfrentándote a mí en lugar de correr e instigarme sabiendo lo que pasaría. Y cuando huías, solo utilizabas tu boca para intentar escapar. Gravitaste hacia mí, al igual que yo hacia ti. Y eso es algo que ningún otro hombre tendrá jamás. Tiene razón. Nunca actué de forma adecuada ante su acoso. No se puede negar lo contradictorio que es agredir y acosar a una mujer cuando intentas salvar a otras de lo mismo. Tampoco se puede negar cómo a pesar de estas cosas, hay una parte retorcida de mí que siempre le ha gustado. Nunca se trató de que mi cuerpo sucumbiera a él, sino también mi alma. Xavier quería de mí lo que solo Zade podía conseguir. Quería que mi cuerpo le revelara una verdad oculta y le mostrara que nuestra conexión era más profunda que piel sobre piel. Y cuando la única verdad que encontró fue que yo nunca lo querría, se enfadó y se desesperó. Esa era una verdad que solo Zade podía descubrir. La atracción de su oscuridad a la mía. Yo huía de ella mientras él me obligaba a ver quién soy realmente. Zade y yo no tenemos sentido para el mundo exterior. Apenas en mi propia mente. Sin embargo, me resulta difícil que me siga importando. Nunca justificaré lo que Zade me ha hecho, pero le perdono. No solo eso, sino que lo acepto. Antes me dijo que quería que me enamorara de sus partes más oscuras, y lo he hecho. Cada jodido pedazo de él. Sintiendo la resolución, vuelve a sacudir mi cabeza. —Escupe en mi polla, cariño. Haz que esté bien mojada para mí. Manteniendo mis ojos clavados en los suyos, saco la lengua, dejando que la saliva se acumule antes de dejarla gotear de la punta y justo en su polla. —Nunca se está demasiado mojado, ¿verdad, Gatito? —digo tímidamente, haciéndome eco de sus palabras de nuestro primer encuentro. Sonríe, un acto que me condena el alma. Levanta la mano y me roza el labio inferior con dureza. —Sigue así, Ratoncita. Esta lengua afilada no es lo único capaz de mojarme. Podría correrme solo de pensar en mi polla cubierta de tu sangre. Me muerdo el labio, una inyección de miedo recorre mi sistema por su tono peligroso. Un escalofrío me recorre la columna, golpeando cada vértebra en el camino. Se siente jodidamente glorioso. Froto mi saliva por su longitud, los ruidos son crudos. Sus ojos se caen, su boca se abre mientras me mira como si rezara para que le desafíe. —Buena chica —dice—. Ahora inclínate hacia delante y pon mi polla entre esas preciosas tetas tuyas. Me muerdo el labio y hago lo que me pide, mirándole seductoramente. Puede que esté escupiendo sus demandas, pero sigue estando a mi merced. Lo demuestra la forma en que inclina la cabeza hacia atrás, el gemido que le recorre la garganta, el balanceo de su nuez de Adán. Sucumbe ante mí como el Titanic ante el océano. Indestructible, insumergible, para todos menos para mí. Soy el mar embravecido que lo conquistó y lo hundió hasta las rodillas, y él fue incapaz de detenerme. Él impulsa sus caderas hacia arriba, y yo lo aprieto más entre mis senos, inclinando la barbilla hacia abajo para dejar caer otro rastro de saliva de mi lengua. La visión de su polla introduciéndose entre ellos hace que mi coño se apriete y la excitación se extienda por mis muslos. Se me escapa un gemido que atrae sus ojos hacia mí. —¿Esto hace que tu coño se moje? —dice entre sus dientes, puntualizándolo con un duro empujón—. Gimiendo como una puta mientras me ves follar tus tetas. ¿Te hace desear que sea tu coño en su lugar? —Sí —confieso, fascinada por su mirada feroz. Mi corazón se acelera, pero confío en Zade. Confío en que sabe hasta dónde empujarme. —Frota tu clítoris, quiero que te corras cuando yo lo haga —ordena, apartando mis manos de mis senos y sustituyéndolas por las suyas, apretándolos con fuerza alrededor de su longitud. Alcanzo mi clítoris con un dedo y me estremezco, apretando las caderas contra mi mano con más fuerza. Mi cabeza empieza a inclinarse hacia atrás, con los ojos en blanco mientras hago círculos más rápido. La mano de Zade me golpea bruscamente el costado del pecho, y yo vuelvo a bajar la cabeza con un grito. —Ojos en mí, Ratoncita. Empuja sus caderas en rápidas y cortas embestidas, y yo solo puedo mirar, embriagada por la visión de un dios deshaciéndose. —Joder, Addie. Estas tetas van a estar cubiertas de mi semen. ¿Estás lista para mí, cariño? Asiento con la cabeza frenéticamente, con la voz atrapada bajo los gemidos que salen de mi boca. Su agarre se convierte en un hematoma, pero apenas se nota cuando mi estómago se aprieta y estoy tan cerca de caer al vacío por segunda vez esta noche. Sus caderas tartamudean y luego grita, maldiciendo mi nombre mientras chorros de su semilla pintan mi piel. Yo estallo en el mismo momento, estremeciéndome violentamente y meciéndome contra mi mano con desenfreno. Cada vez más profundo, caigo en las profundidades de su depravación, y descubro que nunca quiero salir. Tardo unos instantes en enfocar mi visión y en que el éxtasis desaparezca. Estoy sin aliento y sonrojada para cuando bajo. Él se inclina hacia adelante, me agarra por debajo de los brazos y me sube a su regazo. Entonces, extiende el brazo y toma su camisa del suelo y me limpia. Una mirada de satisfacción relaja su rostro, dibujando una pequeña sonrisa. Hasta que miro su pecho y veo algo que no había notado antes. —¿Qué es eso? —pregunto, con la voz entrecortada por la sorpresa. Hace una bola con la camisa y la tira a un lado, y luego fija su mirada en la mía. —Un recordatorio —responde simplemente. Intento tragar, las palabras se me atascan en la garganta como pan seco. —¿Qué has hecho? —gruño. Me arden las yemas de los dedos cuando los rozo por su cicatriz más reciente, como si se hubiera marcado a sí mismo y la piel siguiera ardiendo. Mirándome fijamente hay una rosa macabra marcando la piel directamente sobre su corazón, cortando la vieja cicatriz. Una maldita rosa. Grabó un símbolo de su amor por mí en su pecho. —¿Por qué? Su mirada se clava en mí con tantas emociones diferentes que se arremolinan en sus pozos desiguales. Arrepentimiento. Vergüenza. Culpa. Furia. Todo prevalece mientras me mira fijamente como si fuera un espejismo que se desvanece, y no sabe cómo dejarme ir. —Te dije que no me escondo de mis fracasos. —dice suavemente—. Lo que te pasó a ti fue mi fracaso. Y esto me sirve de recordatorio cada día. Sacudo la cabeza, sin saber qué decir. Abro la boca varias veces, pero no sale nada. —Zade. —finalmente suelto—. No fue tu culpa. —Quizá no directamente, pero eso no me exime de la culpa. Max te vendió por la mala sangre que había entre nosotros y debí matarlo cuando empezó a darte problemas. Ese fue mi primer error, y por eso te secuestraron. Aprieta los puños y el músculo de su mandíbula se estremece contra su piel. En cualquier momento, podría estallar. —Y ése fue mi segundo error. —dice—. Mi protección no fue lo suficientemente buena. No puedo estar siempre a tu lado, ambos lo sabemos, pero fue demasiado fácil para ellos llevarte. No volveré a cometer ese error. Su mano recorre los mechones de mi cabello antes de rozar suavemente mi nuca. —No me importa si necesito incendiar este mundo hasta que no quede nadie más que tú y yo. El mundo arderá a nuestro alrededor, y viviré gustosamente en el caos contigo mientras la única persona que sea un peligro para ti sea yo. Apretando los dientes, clavo mi uña en la rosa. Él sisea, pero no me detiene. —Deja de cargar con la culpa de que otras personas estén jodidas de la cabeza. Tú no pusiste una diana en mi cabeza. No me vendiste en nombre de la venganza y el dinero. Y no me secuestraste y me vendiste al comercio sexual. Lo que hiciste fue encontrarme y salvarme. Le clavo la uña con más fuerza, formándose una media luna sangrienta sobre la rosa. —Me rescataste, y nunca lo olvidaré. Y la única forma de pagarte es salvándome a mí misma. Haciéndome más fuerte y no dejando que lo que me hicieron esos malditos enfermos controle mi vida. Puede que me haya agrietado, pero no me han destrozado. Mi rosa todavía tiene malditas espinas, Zade. ¿Me entiendes? Antes que él pueda responder, me inclino hacia delante y recojo las gotas de sangre en mi lengua. Luego, me lamo lentamente los labios, untando el carmesí alrededor de mi boca como si fuera un lápiz de labios. Sus ojos se concentran en el movimiento, su pecho se agita. —Quería saber a qué sabe cuando alguien más sangra por mí —susurro. Trabaja la mandíbula. —Siempre sangraré por ti. —susurra antes de agarrar mi mandíbula con la mano y conectar sus labios suavemente con los míos, lamiendo su sangre de mis labios. —Sigues siendo mi Ratoncita indefensa, pero solo cuando se trata de mis irresistibles proezas —dice cuando se aparta, agraciándome con una sonrisa de come mierda. Cierro los ojos y una risa brota de mi boca. Una sola lágrima se desliza, las emociones suben por mi garganta. Los vapores de la felicidad han vuelto, y espero por Dios que esta vez se queden un poco más. —Eres un idiota. —No, nena, solo soy el masoquista que no se cansa de tu belleza, incluso cuando sacas sangre. —Mira las pequeñas gotas que brotan de donde clavé mi uña en su piel. Frunzo los labios. —Supongo que entonces soy yo la idiota. —Ring around the rosies, pocket full of posies. —canta Sibby en voz alta, saltando alrededor de los tres cuerpos que se retuercen atados a sus sillas—. Ashes, ashes, we all fall DOWN! —grita, dando una patada al respaldo de la silla de Rocco en la última palabra. Lo grita tan fuerte que hasta yo me sobresalto. Dejo escapar un suspiro de sufrimiento. Lleva todo el maldito día cantando, burlándose de ellos hasta el punto de que Francesca se hizo encima oficialmente. Lo admito, eso fue muy jodidamente divertido. Zade la dejó divertirse y sacar toda la información posible de los tres, después de que ella jurara con el dedo meñique y con la mano en su corazón que desearían morir, pero no los mataría. Como era de esperar, Sibby ha demostrado ser tan hábil con la tortura psicológica como con la física. Hizo que quisieran morir sin siquiera tener que tocarlos. Tengo la sensación de que en parte es por su atroz forma de cantar, pero no voy a decírselo. Durante la última semana, ha estado consiguiendo los nombres de las personas que asisten al Culling cada año -ya sea como espectadores o como participantes-, de los otros traficantes que compraron chicas y, por supuesto, de cualquier información que Francesca y Xavier tengan sobre Claire. —Rio Sánchez. —canta Sibby—. ¿Todavía no me vas a decir dónde está? Francesca pone los ojos en blanco, fingiendo una actitud para ocultar lo asustada que está por una chica que la rodea como un tiburón hambriento. No funciona. Sibby da miedo. —Ya te lo dije, no sé dónde está. Él la ayudó a escapar y luego huyó. Eso es todo lo que sé, y francamente, ¡te lo entregaría con gusto porque yo también lo quiero muerto! —dice, su voz termina en un chillido frustrado. Está sonrojada y jadeando. La ira, el dolor y la frustración están grabados en las duras líneas de su rostro. El viejo maquillaje está agrietado y manchado, envejeciéndola diez años. Ella va a morir con acné en toda la cara y encuentro justicia poética en ello. Entorno los labios, intentando ignorar el agudo dolor que me apuñala en el centro del pecho. Cada vez que pienso en Rio y en lo que pasará cuando Zade acabe poniéndole las manos encima... me dan ganas de llorar. Mis sentimientos hacia él son complicados, y no estoy segura de que vaya a entenderlos de verdad. Más aún ahora que he conocido a su hermana y me he enterado de que la perra malvada que me precede le obligaba a hacer mucho más por ella de lo que yo pensaba inicialmente. Dije que no me sentiría culpable cuando Zade lo encontrara. Pero luego me salvó. Y ahora, no puedo decir que detendré a Zade... pero tampoco puedo decir que no sentiré nada. —¿Lo quieres muerto porque ayudó a escapar al Diamante, o porque te traicionó y puso una grieta en ese corazoncito helado? —pregunto. Sus ojos escupen fuego mientras me fulmina con la mirada. —No era más que un buen follador —se queja. Me inclino por la cintura, entornando los ojos. —¿Tenías que amenazar con matar a su hermana cada vez que querías que te follara? Rocco resopla y Francesca gira la cabeza hacia él, ofendida. Está pálido, sudoroso y aparentemente cansado, pero la malicia en sus ojos es inconfundible. —Dejó de amenazar con eso después de los dos primeros años, y creo que es porque él se cansó de oírlo. —¡Cállate la maldita boca! —grita ella, su rostro se vuelve de un espantoso tono púrpura. No le sienta muy bien a su complexión. —¡No! ¡Estamos en esta puta situación por tu culpa! —Él le grita—. Porque no pudiste controlar a esa estúpida zorrita y te negaste a deshacerte de ella. Y ahora mira. A Francesca le tiembla el labio inferior. —Sydney valía... —¡No valía una mierda! —gruñe él. —¡Valía! —O ella estaba guardando tus secretos —digo secamente. La cabeza de Francesca se gira tan rápido hacia mí que casi se hace un favor y se la rompe. —¿Qué te ha dicho? —exige, con la voz quebrada y los ojos desorbitados. Me encojo de hombros despreocupadamente, sin revelar nada. Sydney no me ha dicho una mierda, pero Francesca no necesita saberlo. —¿Sydney lo sabía? —Rocco pregunta con rabia. Los ojos de Francesca se abren de par en par y se dirige a Rocco con desesperación. —Ella se enteró... y-yo no sé cómo. Pero amenazó con decírselo a Claire si permitía que la subastaran. Ella actuó porque era lo único que la mantenía en la casa y a nuestro secreto a salvo. Mis cejas se fruncen, tratando de descifrar qué sabía exactamente Sydney. —¿Por qué no la mataste? —Rocco gruñe entre dientes apretados. —¡Claire no me lo permitió! Me obligó a ocuparme de ella como castigo por no haber conseguido controlar a Sydney —grita Francesca, casi suplicando a su hermano. Rocco mira hacia otro lado: —¿Fue por eso que dejaste de dejar que la gente se las follara? Ahora sí que estoy confundida. Sibby y yo nos miramos, y ella debe notar mi expresión porque se acerca y se pone en el rostro de Francesca. —Dime qué estabas haciendo. —exige—. No me gusta que me dejen fuera. Francesca gruñe, pero se acobarda rápidamente cuando Sibby levanta el cuchillo rosa hacia su ojo y amenaza: —Te lo cortaré y te lo haré masticar. Qué asco. —Hacíamos dinero por debajo de la mesa. La gente nos pagaba por una noche con una de las chicas. Estábamos haciendo buen dinero, también, pero luego Sydney lo descubrió y lo usó en mi contra. Mis cejas se disparan, sorprendida por su descaro de aprovecharse de las chicas a espaldas de Claire, aunque no lo es en absoluto porque... bueno, se trata de la jodida Francesca y Rocco. Incluso Xavier silba y los mira con una sonrisa ladeada. Está tan agotado como los otros dos. —Qué valiente. Claire te habría asesinado lentamente si se enterara. Rocco se burla. —Deberían habernos ahorrado a todos el puto dolor de cabeza y dejarla que se lo contara. —escupe—. Ya estaba loca por esa maldita secta. ¿Pensabas que Claire iba a creerle de verdad? —Termina su pregunta con una risa condescendiente. Xavier se encoge de hombros en plan de en eso tienes razón mientras Francesca se queda boquiabierta. Ninguno de ellos se fija en la chica congelada que tienen delante, con la columna erguida y el susto pintado en el rostro. —¿Qué secta? —Sibby por fin interviene. La boca de Francesca se abre y se cierra. —No lo sé. —dice de manera despectiva—. Todo lo que sé es que una chica mató al líder, y toda la secta se disolvió después de eso. Vagaron sin rumbo porque no sabían qué hacer con ellos. Mis ojos se abren gradualmente mientras ella habla. No hay manera. —¿Cómo llegó Sydney a Washington? —pregunto. —¿Cómo si no? Era una indigente que fue recogida de las calles por un traficante y enviada a mí para ser preparada. —responde, con un tono venenoso—. Soy una de las mejores en el mundo, y ella era un caso difícil. Estaba trabajando en ella. —Le escupe la última parte a Rocco, dirigiéndole una mirada despectiva. —Sibby, ¿la conocías? Ella vuelve hacia mí, con el ceño fruncido. —¿Qué aspecto tenía? —Cabello rubio, ojos marrones. Dos dientes delanteros estaban torcidos. También tenía una marca de nacimiento en la esquina de la boca. Le cuesta tragar, pero finalmente asiente con la cabeza. —Sí, la conocía. Era mi hermana. Es decir, todos los niños eran mis hermanos. Papá era el único que podía dejar embarazada a alguien... —se detiene, aparentemente aturdida. Eso... en realidad tiene mucho sentido, Sibby y Sydney vienen de la misma secta. Ahora que lo pienso, sus gestos son muy similares. Extraños, espeluznantes, y su madurez atrofiada. Ambas son psicópatas asesinas, pero al menos Sibby tiene un maldito corazón de oro, mientras que el de Sydney era cenizas. Su expresión baja y me mira con toda la seriedad del mundo. —¿Ella intentó matarte? ¿Ella era la que te hacía daño? Apretando los labios, asiento con la cabeza. —Lo siento, Addie. Es mi culpa que haya terminado allí. Frunciendo el ceño, digo: —Sibby, no fue tu culpa. —Lo fue. —insiste—. No tenía dónde ir porque yo maté a papá. Todos se quedaron solos. Ella nunca hubiera... Le agarro la mano y la aprieto con fuerza. —Sibby, no podías saber que algo de eso pasaría. Le hiciste un favor a todo el mundo matando a ese hombre. Era un demonio, ¿recuerdas? Le tiembla el labio, pero asiente. —Sydney también lo era, y probablemente olía a huevo podrido. Me alegro que la hayas matado. Le doy un beso en la mejilla, esperando librarla de cualquier sentimiento de culpa. —Ve arriba. Lo has hecho muy bien, y tenemos todo lo que necesitábamos. Solo tengo una pregunta más que hacer. Sonríe y sube las escaleras, olvidando la tristeza. Dirijo mi mirada a Francesca. —¿Qué pasó con Molly? Sus cejas se fruncen en confusión, así que le aclaro: —Estuvo cautiva en 2008. Escribió en un diario, y yo lo encontré dentro de las tablas del suelo de mi habitación. Yo también empecé a escribir en él. En realidad, es por lo que Sydney iba a matarme. Estaba planeando escapar, y ella lo descubrió leyendo ese diario. Su expresión se agrava, y casi puedo ver los recuerdos que cruzan su mirada. —Ella se escapó. La primera y última chica que se escapó... hasta ti —dice, murmurando la última parte con miseria. Una sonrisa curva mis labios, y el orgullo llena mis venas. Por Molly y por mí. —Gracias. —Dando una palmada, haciendo que los tres se sobresalten, les ofrezco una enorme sonrisa—. Es el momento. Los ojos dorados de Francesca se redondean con confusión y miedo. No hace mucho tiempo, estábamos en zapatos opuestos. Ahogándome en la impotencia y la pena, preguntándome cómo podía estar pasándome esto. Allí estaba ella, mirándome con la misma expresión que ahora llevo yo. No tuvo piedad de mí. Y yo le devolveré ese favor diez veces. Tal vez le importaba, pero no lo suficiente como para salvarme de ella misma. —¿El momento? —repite ella, con la voz quebrada. Mi sonrisa se amplía aún más, sin molestarme en ocultar lo vengativa que me siento. —Para el Culling. —aporto, mi voz bañada en miel y azúcar—. Y tú, querida, eres la presa. El síndrome del impostor es algo a lo que muchos autores se enfrentan de vez en cuando. Cuando logramos algo que nunca creímos posible, cosas que solo habíamos soñado, a menudo son los momentos más difíciles de superar. ¿Me lo merezco? Es similar a lo que Francesca, Xavier y Rocco parecen ahora: mirando la línea de árboles ante la mansión Parsons, sintiéndose como un impostor en su propia vida. En lugar de la incapacidad de aceptar sus logros, son incapaces de aceptar su destino. ¿Soy realmente tan vil, tan malvado, que merezco ser cazado como un maldito animal? Podría responder a eso, pero prefiero mostrarles. Zade y Sibby se sitúan a ambos lados de mí, con una ballesta colgando en sus manos, el frío y brillante metal idéntico al mío. El pesado peso me resulta familiar. He estado practicando para este momento. Los latidos de mi corazón laten en mis oídos, ahogando los incesantes lloriqueos de Francesca. Estamos de pie detrás de ellos, el aire enérgico saturado de anticipación. —Sabes. —digo en voz alta, haciendo que se estremezca—. Me habrías dado una paliza si hubiera llorado. Sacude la cabeza, negándose a responder. Tiene la cabeza inclinada hacia abajo, con una mata de cabello que le cae sobre los hombros y que revela su grave deterioro. La columna le sobresale de la piel, atravesando la camiseta raída que lleva. Xavier y Rocco están a su lado como hombres de piedra, aferrándose a la fachada de que son fuertes y valientes. Qué hombres tan varoniles son. Me gustaría ver si esa ideología se mantiene firme cuando corran por su vida o si morirán en un charco de orina y arrepentimiento. —Ustedes tres tienen más suerte que yo. Aquí no hay laberintos ni trampas para ustedes. Solo la punta afilada de nuestras flechas. —¿Y si no puedes encontrarnos? Entonces nos escapamos, y estás jodida —replica Xavier pomposamente. Debe sentirse muy inteligente en este momento. Sonrío. —No te vas a escapar. Levanta la barbilla, deseoso de demostrar que me equivoco. —Me pusiste varias reglas, pero solo te voy a dar una. No puedes escapar de la entrada. Hay varios guardias armados apostados todo el camino hasta abajo. Si quieres salir, tienes que atravesarlos y encontrar la carretera. Se pone rígido y mi sonrisa crece. Xavier pensó que podía girar a la izquierda, correr seis metros, salir a mi entrada y escapar por ahí. Si iban a ponérmelo difícil, lo menos que puedo hacer es devolver el favor. —¿Cuál crees que es el más sabroso? —pregunta Sibby, rebotando en las puntas de los pies por la emoción y la inquietud. Frunzo el labio con asco, arrugando la nariz. —No seas asquerosa. No somos caníbales. Sibby se burla. —Nunca mancharía mi cuerpo con carne de demonio. No nos los comeremos, pero los buitres sí. —Tiene facilidad de palabra —dice Zade secamente, con un matiz de diversión en su tono. La tiene. —Recuerda, Sibby, no dispares a matar. Encuéntrala y llévala con uno de nosotros cuando esté en el suelo —le recuerdo. Ella refunfuña en respuesta, pero no discute. Quiero experimentar todas sus muertes, así que al igual que en el Culling, los mataremos juntos. —¿Listos? —Les llamo. Los hombros de Francesca tiemblan de sollozos, pero no le hago caso. Xavier y Rocco no responden verbalmente, pero sus cuerpos se tensan. —Corran. —Ordena Zade, y se ríe cuando Francesca arranca e inmediatamente tropieza con sus pies, casi cayendo de cara al suelo de tierra. Sibby suelta una risita, y sus saltos aumentan. Ella cazará a Francesca, Zade irá tras Rocco, y Xavier... es mío. Zade quería ponerlos en fila y probar si podía disparar una flecha a través de sus tres cabezas a la vez, pero yo quería que se tragaran la misma píldora que me hicieron tragar a mí. Quería que sufrieran como yo. Que se atragantaran con la amargura de tener tu vida en manos de otra persona, solo para que la tiren al suelo y la pisotearan. Solo un monstruo puede crear otro monstruo. Y eso es exactamente en lo que me he convertido. Sibby sale tras Francesca, con una canción infantil que resuena en el bosque. Zade da un paso adelante y se detiene para mirarme, con la cicatriz que le atraviesa el ojo blanco y el lado de la boca visible bajo la capucha negra. —Estás absolutamente divina vestida con ropa de lobo, pero no creas que no te la arrancaré del cuerpo en cuanto él esté muerto. Disfruta de tu caza, Ratoncita. No serás el único depredador suelto. El calor se extiende por todo mi vientre, bajando al igual que sus ojos, que me dirigen una última mirada acalorada antes de darse la vuelta y salir detrás de Rocco. Le he contado algunas de las cosas que me ha hecho el encantador hermano de Francesca. Cuando el último aliento abandone su cuerpo, no le quedará ni una gota de sangre dentro de él. Y por primera vez, no me avergüenzo de encontrar placer en la muerte de otro. Me muerdo el labio y me adentro en el bosque. La temperatura desciende mientras me abro paso en silencio, con el follaje crujiendo bajo mis pies. Un fuerte escalofrío recorre todo mi cuerpo, pero mantengo un ritmo rápido pero constante. Xavier confía en que escapará, pero con lo profundo que es este bosque, estamos seguros de que ninguno de ellos encontrará la salida antes de que los alcancemos. El viento que sopla entre las hojas, el piar de los pájaros y los bichos que crujen en la maleza se desvanecen mientras mi atención se centra en lo que sí necesito oír: el chasquido de las ramas, el crujido de las hojas bajo las pisadas y la respiración agitada. Hay una clara impresión de su bota a mi izquierda, así que me giro y sigo sus huellas. Pasan unos quince tensos minutos, y yo alterno entre un trote constante y la caminata. No hay paredes del laberinto que los mantengan confinados en una zona, así que será fácil que se pierdan. Xavier cree que puede encontrar la salida, pero le llevaría horas, y eso sin darse la vuelta. Un repentino y fuerte chillido me sobresalta, enviando a los pájaros a través de las ramas, seguido de un cacareo maligno. Suena como el grito de Francesca, y si no le dieron ya, estuvieron muy cerca de hacerlo. Exhalo temblorosamente, con el corazón acelerado y el sudor acumulándose en la base de mi columna. Otro grito de Francesca, cuyo final se cortó abruptamente, presumiblemente porque Sibby la silenció de alguna manera. En ese único momento, que debía quedar oculto bajo su grito, se oyó el crujido de una rama. Mi cabeza gira en la dirección, a mi izquierda, donde veo el destello de una mano antes de que desaparezca tras el tronco de un árbol. Está a unos diez metros delante de mí. Apretando la mandíbula, alzo mi ballesta y apunto. En el momento en que salga de ese árbol, no importa en qué dirección se dirija, tendré un tiro perfecto. ¿Se siente como una mosca atrapada en la tela de una araña? Atrapado donde está mientras la viuda negra acecha desde lejos. Es estimulante. La sensación embriagadora que palpita entre mis muslos hace que mis mejillas se ruboricen y mis párpados caigan pesados. Mi atención se agudiza hasta que el miedo de Xavier es todo lo que puedo ver, oler y saborear. Qué impotente debe sentirse, sabiendo que su fin se acerca. —¿Cómo se siente? —pregunto, lo suficientemente alto para que me oiga. A lo lejos, suena otro grito, esta vez de Rocco. Pero están tan lejos, que apenas penetra la capa que nos envuelve a él y a mí. No responde, posiblemente aferrándose a la esperanza de que yo no sepa exactamente dónde está. Como si cada una de sus respiraciones no se pudiera sentir a través de los hilos de mi red. —¿Te da miedo? —insisto, dando otro paso silencioso. Una parte de su codo se asoma y sonrío—. ¿Te late el corazón con tanta fuerza que parece que se te va a salir de la garganta? El viento se levanta, azotando mi cabello y creando ramas torcidas de las hebras color canela. Cuando se detiene, inhalo profundamente. —¿Hueles eso, Xavier? Se desplaza, su codo desaparece y unas hojas crujen bajo sus pies. —Huele a muerte. Una quietud se asienta sobre nosotros. Tan espesa que hasta los pájaros se callan. Y entonces él salta del árbol. Mi dedo está a milisegundos de apretar el gatillo cuando gira bruscamente, dirigiéndose en dirección contraria, intentando que dispare la flecha antes de tiempo. Si bien no funcionó en ese sentido, sí me hizo perder el equilibrio y tardé un segundo de más en alcanzarlo antes de que se escabullera detrás de otro árbol. Lanzo la flecha justo en el momento en que él desaparece, un grito de sorpresa me atraviesa los oídos. No me detengo a ver si le he dado. Inmediatamente, tomo una flecha del carcaj20 que llevo a la espalda y empiezo a recargar. Con el corazón acelerado, mantengo las manos firmes mientras él vuelve a salir. No te apresures, Addie. Mantén la calma. En cuanto mi ballesta está recargada, me precipito tras él, encontrando un rastro de sangre salpicado por sus huellas. La desesperación le nubla el juicio y sale cojeando de un árbol hacia otro con un enorme tronco, arrastrando la pierna. Mi flecha sobresale de su pantorrilla, la sangre burbujea de la herida mientras él corre. Apuntando una vez más, inhalo profundamente y exhalo, apretando el gatillo al hacerlo. La flecha atraviesa el aire cálido del verano y se aloja en el centro de su espalda. Con un grito desgarrador cae de bruces. La sangre se me calienta y el corazón me canta por sus gemidos agónicos. Con las uñas clavadas en el suelo de tierra, se arrastra hacia delante, intentando escapar... ¿a dónde? No hay ningún lugar al que pueda ir, excepto al infierno. —¡Que alguien me ayude! —grita a pleno pulmón, con la voz quebrada al final. Bolsa o caja en forma de tubo, generalmente ensanchada en su parte superior, que se empleaba para llevar flechas. 20 —Maldita sea, qué vergüenza —digo, acercándome a él. Le doy una patada en la pierna herida cuando me acerco, sonriendo cuando me maldice, con la sangre manchando su saliva. Agachándome a su lado, ladeo la cabeza, observando su lamentable estado. Su cabello rubio está empapado de sudor, y las gotas de sudor se deslizan por su cara roja. Y esos brillantes ojos azul bebé -los mismos que me vieron llorar y sangrar bajo él- están tan llenos de rabia y dolor, que casi están negros. —Conejo tonto, te dije que no podías escapar de mí. Oigo crujir las hojas a lo lejos junto con lo que parece ser alguien que maldice y lucha, acercándose lentamente mientras Xavier me escupe más maldiciones que enviarían a mi madre a una tumba temprana. Los insultos resbalan por mi espalda, a pesar de lo mucho que intenta herirme. Ya ha hecho lo peor cuando yo era la indefensa e impotente. Ahora, no es nada. Un gruñido profundo suena detrás de mí, desviando mi atención. Zade se acerca a nosotros, arrastrando a un Rocco escupiendo por el cuello, salpicado de sangre de pies a cabeza. Con su capucha negra recogida, la barbilla inclinada hacia abajo y sus ojos yin-yang clavados en mí, pierdo toda función cognitiva. Es un dios oscuro que encarna la destrucción y la muerte, pero nunca me he sentido más enamorada. Rocco no es un hombre pequeño, pero Zade lo arrastra como si no pesara absolutamente nada. Lo deja caer al suelo, ganándose unas cuantas palabras desagradables, que él ignora obedientemente. —¿Puede correr? —Flecha en la espina dorsal —comenta. Se me seca la boca cuando se acerca, incapaz de hacer otra cosa que ver cómo se agacha, me agarra por el cuello y aplasta su boca contra la mía. Milisegundos. Así de insignificante es el momento en que respondo. Me separa los labios con la lengua, saboreándome a fondo y sacando un gemido embarazoso de mi garganta. Se aparta, solo para agarrar mi cabello en su puño y tirar de mi cabeza hacia atrás hasta que no tengo más remedio que mirarle a los ojos. —Un buen hombre lamentaría haber corrompido algo tan puro. —Nunca has sido un buen hombre —susurro, reiterando las palabras exactas que me ha dicho tantas veces. —No. —Acepta—. Pero siempre he sido tuyo. Tragando, abro la boca para responder, pero la mano de Zade me suelta del cuello y se aparta antes de que pueda parpadear. Jadeando, me doy la vuelta y veo a Zade sosteniendo la punta de una flecha a centímetros de mi rostro, con la sangre goteando por su brazo. Xavier se esfuerza por empujar la flecha hacia mí, pero no lo consigue. Me quedo con la boca abierta, tardando en procesar lo que acaba de suceder. Mientras estaba distraída, Xavier se había arrancado la flecha de la pantorrilla y había intentado apuñalarme con ella. Zade lo vio venir, a pesar de que su mirada no se apartó de la mía. —Jodido Jesús. —murmuro—. Tan mala onda, amigo. Si Xavier me hubiera matado antes de que yo lo matara a él, aceptaría con gusto la muerte. Y si Zade intentara resucitarme, me pondría firme y me negaría a volver. ¿Cómo podría mirarme a los ojos después de ese épico fracaso? Zade arranca la flecha de las manos de Xavier, con una furia oscura que emana de él. Su mano no va a ser más que carne y hueso destrozados si esto sigue así. Todavía se está curando del cuchillo, pero no muestra ningún indicio de dolor. Xavier tiene los dientes desnudos por la agonía y la frustración, y veo que está listo para abalanzarse de nuevo. Tomo la flecha que sujeta Zade y, con la punta afilada, la clavo bajo la barbilla de Xavier, obligándole a mirarme. —Mira toda esa sangre —reflexiono, haciéndome eco de sus propias palabras con una sonrisa socarrona. Zade se reajusta y se pone en cuclillas detrás de mí, con las rodillas a ambos lados y presionando mi espalda. Los ojos de Xavier se desvían por encima de mi hombro, con odio arremolinándose en sus ojos. Se me entrecorta la respiración, me estremece sentir la mano de Zade deslizándose por mi vientre, y luego más abajo, con las puntas de sus dedos abriéndose paso por la cintura de mis leggings. Xavier sigue el movimiento, su cara se enrojece cuanto más baja la mano de Zade. —¿Qué estás haciendo? —susurro, aunque la respuesta es obvia. Esto está jodidamente mal, pero mi coño palpita cuando sus dedos rozan mi clítoris. —Cuando la robaste, ¿sabías que en el único que pensaba era en mí? —pregunta, ignorando mi pregunta. Me muerdo el labio, la excitación me inunda entre los muslos mientras él sigue tocándome suavemente. Xavier gruñe, pero no se digna a responderle. —Quiero mostrarte por qué —susurra Zade, con su profunda voz oscura y pecaminosa. Su tacto se vuelve más firme, y se me escapa un gemido bajo. Cierro los ojos, avergonzada por ello, aunque Xavier no puede ver nada más que el contorno de la mano de Zade. —No seas tímida. —murmura Zade en mi oído—. Muéstrale por qué nunca tuvo una oportunidad contra mí. Exhalo una respiración temblorosa, incapaz de contener el gemido sin aliento, mis ojos se abren y vuelven a cerrarse por el placer que se apodera de mi cuerpo. Me frota el clítoris con maestría y pronto mi cabeza cae sobre su hombro. —Zade —gimo, mis muslos empiezan a temblar. —Basta —ladra Xavier, con la voz dolorida por más razones que la flecha que le atraviesa la columna. —¿Estás enfadado porque nunca gimió tu nombre? —desafía Zade. Tiene razón, nunca lo hice, a pesar de lo mucho que Xavier lo intentó. —¿Gritó por Dios? —presiona. —Sí —escupe Xavier, y joder, me derrumbo. Me empujo contra la mano de Zade, haciendo rodar mis caderas sin sentido, el gozo erosionando todo mi ser. —Bien. —dice, con una sonrisa en su voz—. Eso significa que ella estaba clamando por mí. —Oh, Dios mío, Zade —sollozo, el orgasmo creciendo, formando un punto agudo justo donde sus dedos están frotando. —Eso es, cariño. —ronronea—. Muéstrale a quién le rezas realmente. —¡Zade! —grito, rompiéndome en millones de pedazos mientras mi alma se libera, saliendo disparada hacia los cielos. Es entonces cuando me doy cuenta de que no pertenezco a ese lugar, no cuando mi Dios oscuro me arrastra a un mundo de pecado y placer, haciéndome correrme mientras sostengo una flecha en la garganta de mi violador. De todos modos, todos estamos condenados, obligados a vivir fuera de las puertas del cielo. Me parece que me gusta más vivir en la oscuridad junto a mi sombra. Zade desliza su mano desde mis leggings, ahuecando mi coño por encima de la tela mientras aguanto las olas de euforia. Poco a poco, voy bajando, mi visión es irregular mientras la claridad va resurgiendo poco a poco. Jadeando, miro hacia abajo y encuentro a Xavier enfurecido, con los ojos vidriosos mientras me mira. ¿Por qué parece tan traicionado si nunca ha tenido más que mis pesadillas? —Eres una puta —escupe con rabia. Zade se pone de pie, con su presencia amenazante, a segundos de tomar el volante y enviar a Xavier a la otra vida. Vuelvo a colocar la punta de la flecha contra su cuello, y una gota de sangre se forma bajo la punta. —¿Y qué te hace pensar que tu opinión sobre mí significa algo? —pregunto. Antes de que pueda responder, se oye un fuerte chillido, lleno de dolor y frustración. —¡Maldita perra psicópata! —Esa sería Francesca. Con las piernas temblorosas, me pongo en pie y me doy la vuelta para encontrar a Sibby arrastrando el cuerpo agitado de Francesca hacia nosotros, con la cara roja y sudorosa retorcida por el enfado. Zade empieza a dirigirse a ella, pero se detiene y señala a Xavier. —Si te oigo insultarla una vez más, te corto la maldita lengua. Créeme cuando digo que no serías el primero. Mis cejas se juntan. —¿Quién fue el primero? Zade se limita a sonreír, luego corre hacia Sibby y se hace cargo, liberándola del peso de Francesca y llevando a la chillona mujer el resto del camino, con una flecha sobresaliendo de su culo. Todavía estoy un poco colgada con lo de la lengua, pero decido que, de todas formas, no quiero saberlo. La ignorancia es una bendición y todo eso. —¿Dónde están tus secuaces? —grito, elevando la voz por encima de los gritos de Francesca. Por la mirada agria de Sibby, supongo que no se imaginaba que uno de ellos era el que arrastraba a Francesca. —Les dije que se quedaran atrás. Llevan todo el día discutiendo entre ellos y me están volviendo loca. Necesitaba un descanso de esos imbéciles. Zade deja caer a Francesca junto a Rocco, y su grito aumenta cuando cae sobre la flecha. El tallo se rompe, aunque la punta de la flecha sigue clavada en los músculos y los huesos. Entonces, Zade se acerca a Xavier, los ojos del herido se abren de par en par con miedo. —No seas tímido, ven a tumbarte con tus amigos —dice Zade, agarrando a Xavier por la parte delantera de la camisa y arrastrándolo para que se tumbe al otro lado de Rocco. Sus gemidos agónicos, sus maldiciones y sus insultos se mezclan y, por Dios, son molestos. Me acerco a ellos, mirando fijamente al patético trío de violadores. Una parte de mí desearía que Rio estuviera aquí para poder ver morir a Francesca junto a mí. ¿Quién sabe lo mucho que ha sufrido a manos de ella? Al igual que Sydney, su dolor no justifica el que ha infligido a otros, pero sé que no fue menos importante que el mío. —Vergonzoso. —escupo, con la repugnancia espesándose en la boca de mi estómago—. ¿Cuántas chicas estuvieron en tu lugar ahora mientras celebrabas y se excitaban con su tormento? —¡Vete a la mierda! —Francesca grita, con saliva volando de su boca—. ¿Crees que eres mejor que nosotros? Te veré en el puto infierno, y cuando lo haga... —¿Qué vas a hacer? —Interrumpo, riéndome cuando me mira fijamente. Me agacho, poniendo mi rostro sobre el suyo—. ¿Torturarme ahí también? Nunca serás más fuerte que yo, Francesca, ¿y quieres saber por qué? Yo sobreviví a ti, pero tú jodidamente no sobrevivirás a mí. Saco un regalo especial que tenía guardado en el bolsillo y se lo entrego. Un tacón que rompí de uno de sus zapatos. —Ahógate, perra. Abre la boca para maldecir, gritar, hacer lo que sea, y yo aprovecho para meterle el tacón en la garganta, sonriendo cuando se le salen los ojos de la cabeza. Se convulsiona y se ahoga, pero yo ya estoy de pie y me dirijo a Xavier. —Diviértete, Sibby. Sibby sonríe mientras se arrodilla y se arrastra sobre el cuerpo de Francesca. Levantando su cuchillo rosa por encima de su cabeza, lo hunde en el pecho de la mujer que agoniza lentamente. —No, no, no, espera, espera, fue todo ella... —Rocco comienza, pero termina abruptamente cuando Zade le clava el cuchillo directamente en un lado de la boca. Entra por una mejilla y sale por la otra, con la hoja atrapada entre los dientes. Rocco grita, la sangre brota rápidamente de su boca abierta. Sonrío y dirijo mi atención a Xavier. Parece a punto de desmayarse, aunque no sé si es por las heridas o porque es un marica que se enfrenta a las consecuencias de sus propios actos. Probablemente lo último. —Solo... mátame ya —gime—. Te lo rogaré si es necesario. —¿Quieres que te conceda piedad? ¿Eso era de lo que se trataba, cada vez que me cortabas? ¿Tuviste piedad de mí cuando me violaste? ¿Pagaste dinero y trataste de comprarme como si fuera un maldito objeto para poder atormentarme por el resto de mi jodida y miserable vida? Tartamudea, con el sudor cayendo por su cara, cada vez más desesperado y con pánico. Sobre todo, cuando Sibby empieza a quitar miembros y Zade empieza a sacarle los ojos a Rocco. —L-Lo siento mucho... —No quiero tus disculpas, Xavier. Quiero tu sufrimiento. Antes de que pueda abrir la boca y escupir más súplicas inútiles, agarro dos cuchillos extra de mi correa en el muslo y, de una en una, fuerzo cada mano plana y le clavo un cuchillo por completo, clavándola en el suelo. Con los ojos bien abiertos, sus gritos se mezclan con los de Rocco, y ahora eso... es un sonido hermoso. No me molesto en quitarle los pantalones. Simplemente levanto mi cuchillo y se lo clavo en la pelvis, el carmesí mancha al instante sus caquis sucios. Sigo apuñalando hasta que toda la zona de la ingle está destrozada, y estoy jadeando. Ahora sí que está a unos segundos de desmayarse, así que le agarro por el cabello, le obligo a mirar mis ojos y le atravieso la garganta con mi cuchillo. Sus ojos se abren de par en par con incredulidad mientras empieza a ahogarse, con el carmesí manando de la herida y bajando por la parte delantera de su camisa. Me inclino, tan cerca de su cara como es posible, asegurándome de que soy la última cosa que ve. Normalmente, cuando termino de asesinar a alguien, siento que toda la tensión se libera de mi cuerpo. A veces puede ser un afrodisíaco. Es tan raro no estar tenso que cuando mis músculos están sueltos y lánguidos, es jodidamente orgásmico. Otra razón por la que soy adicto a Addie y a todas las formas en que me derrito bajo sus dedos. Pero esta vez, estoy jodidamente molesto. Sibby hizo lo que siempre hace y llevó la mierda demasiado lejos. Decidió que sería divertido jugar al puto frisbee con partes del cuerpo o alguna mierda, así que nos pasamos una hora a solas intentando localizar cada trozo de Francesca para poder enterrarlos. Para cuando recogí sus diez dedos, ya no me importaba una mierda. No ayudó que Sibby decidiera tener una orgía imaginaria justo después, obligándonos a Addie y a mí a irnos hasta que ella terminara. Literalmente. Y, por supuesto, durante las dos horas que duró la excavación y el entierro de los cuerpos, se sintió inclinada a contarme cada sórdido detalle de lo que le hicieron sus secuaces. O más bien, lo que se hizo a sí misma. La dejé hablar y me desconecté en las partes que no me interesaban. Sibby nunca ha tenido amigos de verdad y, a pesar de las ganas que no tengo de oír cómo le han dado por el culo, me niego a dar ejemplo de amistad silenciándola. Suspirando, subo los escalones con cansancio, con movimientos pesados y aletargados. Estoy cubierto de suciedad y sangre, y probablemente de otras cosas que no me importa saber. Cuando entro en el dormitorio de Addie, me encuentro con el vapor que sale de las profundidades de su baño. Echo la cabeza hacia atrás e inmediatamente me invaden imágenes de ella bajo la ducha, con el agua resbalando por sus curvas desnudas. Mi polla se endurece al instante, la tensión en mis músculos los convierte en piedra. Al empujar la puerta suavemente, me sorprende verla de pie frente al espejo del tocador, con los ojos recorriendo su piel desnuda. Tiene el ceño fruncido y mira su reflejo con una mezcla de aversión y curiosidad. Se tensa al oír mi intromisión, pero no aparta la vista de sí misma. Está completamente desnuda, y la visión casi me hace caer de rodillas. Tanto en adoración como en dolor. Dos largas cicatrices irregulares atraviesan su espalda. Verlas me produce una rabia visceral y reaviva mi deseo de matar al hombre que las causó. Recuerdo vívidamente ver al Dr. Garrison suturar esas heridas a través de las imágenes de la cámara. Aprender a aceptar mis propias cicatrices fue un proceso, al que me enfrenté solo. Pero Addie no volverá a enfrentarse a nada sola. Pronto, pasaré mi lengua por cada una de ellas y le mostraré que sigue siendo hermosa con o sin ellas. Las cicatrices solo sirven para recordar lo que hemos sobrevivido, no lo que nos mató. La sangre y la suciedad cubren su pálida piel, desprendiéndose de su cuerpo y cayendo sobre el suelo de roca caliente. Se pasa la mano por el vientre plano, atrayendo mis ojos hacia sus dedos. Lentamente, me acerco hasta que lo que está haciendo se vuelve más claro. Como si tocara la cuerda de una guitarra, sus uñas arañan una pequeña cicatriz blanca. —Esperaba que se desvanecieran. —murmura, manteniendo la voz baja en un intento de ocultar el temblor—. Son más trágicas cuando se trata de otro grabando recuerdos dolorosos en tu piel. Me dirige la mirada. —Las odio. Aprieto los dientes, la furia crece en mi pecho. Me hubiera gustado matar a Xavier yo mismo. Tomarme mi tiempo con él como hice con Max. Pero no era mi venganza. Aunque la satisfacción de hacer que se corriera frente a él es algo que atesoraré. —Cada vez que las miro, pienso en él. —prosigue en un tono silencioso—. No quiero mirar mi cuerpo y ver a nadie más que a mí y a ti. Permanezco en silencio y empujo la capucha y la camiseta por encima de la cabeza de un tirón. Ella ni siquiera me mira, demasiado perdida en los recuerdos que le produjeron esas cicatrices. —¿Todavía te duelen, cariño? —pregunto, desabrochándome el cinturón y los jeans antes de quitármelos también. Para cuando responde, ya me he desnudado por completo. —A veces. —susurra—. A veces arden. Como si el cuchillo nunca dejara de cortar mi piel. Tarareo en respuesta, la ira sigue subiendo en mi pecho. Al igual que el agua que hierve en una olla, burbujeará hasta que todo lo que toque arda conmigo. —A veces. —empieza de nuevo, con la voz ronca—. Me pregunto cómo es posible que aún me quieras. Me encuentro con su mirada a través del espejo cuando me acerco a ella por detrás. Ese regordete labio inferior se abre paso entre sus dientes, y el miedo destella en sus ojos color caramelo. Me recuerda a esos momentos en los que yo era un desconocido, y ella una obsesión que solo conocía de lejos. Tantas veces, esa misma mirada cruzó sus ojos. Cuando veía mis rosas o cuando me paraba frente a su ventana. Más aún cuando se retorcía bajo mis manos, arqueándose ante mi tacto mientras me rogaba que me fuera. Satisface la parte oscura de mi interior reservada solo a la mujer que se encuentra frente al espejo, preguntándose cuán fuerte es realmente. La anhelaba más allá de las buenas intenciones, la moral y el hacer lo correcto. La deseaba tanto que dejé de lado esas cosas para hacerla mía. Y si cree que una mente oscura y las cicatrices que marcan su piel me disuadirían, aún no comprende lo profundamente que la anhelo. Me presiono contra su espalda, el calor de nuestros cuerpos se transfiere el uno al otro. Se siente como un trozo de cielo que nunca tendré el honor de ver, pero siempre he preferido encontrar el paraíso en las profundidades del cuerpo de Addie. Mi mano se desliza por la columna de su garganta, animándola a inclinar la cabeza hacia atrás contra mi hombro, con la boca abierta. —Te he seguido a través de vidas, Adeline. Mi alma te necesita tanto que me he convertido en una sombra, destinado a cazarte por la eternidad. Sus ojos revolotean, y un pequeño gemido se le escapa, casi retorciéndose por la promesa de atormentar su alma. Ella estaba hecha para mí. —Si crees que las cicatrices me van a alejar, entonces no has visto lo cruel que puedo ser —digo con rudeza. Su respiración se entrecorta, y esos orbes acaramelados se redondean, parpadeando con inquietud mientras se centran en mí. Su pulso palpita con fuerza bajo mi mano, y quiero clavarle los malditos dientes para saborear lo mucho que la asusto. Gruño, dejando que la negrura de mi alma se desangre y se derrame sobre su piel, manchando cualquier inocencia que le quede. Esos hombres me la arrebataron, y que me aspen si les permito tener algo más de ella. Con mi mano libre, alejo la suya y trazo la cicatriz que estaba hurgando, ganándome un pequeño jadeo de su garganta. —Estas también serán míos. Les clavaré una cuchilla a todas y las reclamaré como mías. Lo único que verás cuando las mires es a mí —gruño, mientras mi mano se flexiona alrededor de su garganta. —No lo harías —respira, con el desafío brillando en sus iris. Sonrío perversamente, deleitándome al ver cómo se agudiza su miedo. Al mismo tiempo, sus pezones se tensan y su excitación impregna el aire húmedo. —Eso es. —susurro, justo antes de apretar más hasta que su suministro de aire se corta—. Témeme, Ratoncita. No a los malditos enfermos que no tienen derecho sobre ninguna parte de ti. Entonces, mi otro puño sale volando, rompiendo el espejo. Se estremece cuando la agarro y sus uñas se clavan en mi carne mientras saco un trozo de cristal y se lo entrego. Relajando mi agarre, aspira con avidez el oxígeno mientras mantiene los ojos clavados en el trozo de cristal. Está temblando, y hago girar mis caderas hacia su culo respingón, gimiendo cuando solo se estremece más. —Señálame la primera —ordeno. Le estoy dando una opción. Puede que la esté asustando, pero ella sabe cómo librarse de mi agarre. Ella sabe cómo girar el arma hacia mí en su lugar. Ella sabe cómo luchar contra mí. Respirando de forma irregular, se señala con el dedo el estómago. Deliberadamente, muevo mi mano hacia el lugar, observándola de cerca a través del espejo roto. Su mirada está clavada en el cristal, inhalando bruscamente cuando lo presiono sobre su piel, directamente sobre la cicatriz. Hago una pausa, dándole una última oportunidad para que se eche atrás, pero ella dirige sus labios a mi cuello y su aliento caliente recorre mi piel. Así que aprieto el fragmento en su vieja cicatriz, gruñendo cuando abre la boca y clava sus dientes en mi garganta, mordiendo sin freno. Se acabó tan pronto como empezó, y me suelta al instante, con el pecho agitado. No es profundo, solo lo suficiente para sacar sangre. La negrura lame los bordes de mi visión mientras sucumbo a la bestia que llevo dentro. —La siguiente —Apenas reconozco mi propia voz, pero es una en la que ella confía porque se mira en el espejo y señala otra en su cadera. De nuevo, corto mientras ella muerde. Una y otra vez hasta que su parte delantera está cubierta de cortes y ella tiembla. Entonces, la hago girar y la levanto sobre el fregadero, acunándola contra mi pecho mientras corto sobre las cicatrices de su espalda hasta que está manchada de sangre, y mi cuello y mis hombros están llenos de marcas de mordiscos. Los dos respiramos con dificultad, rebosantes de lujuria, agonía y una inquietud que nos pone a los dos al límite. Tiembla bajo mis manos, y sus ojos son como manzanas de caramelo glaseadas, drogada por las endorfinas que recorren su organismo. Dejo caer el cristal y froto cada pulgar sobre una herida, embriagado por el agudo silbido que sale de entre sus dientes. —¿Algo de la forma en que te amo se siente trágico? —pregunto, rozando mis labios por su mandíbula. —Sí. —gime ella—. Pero solo porque un día se terminará. Un gruñido sale de mi garganta y agarro su cabello en mi puño, inclinando su cabeza hacia atrás y obligándola a ver la verdad. —Tú y yo nunca terminaremos, Ratoncita. Incluso cuando estemos a dos metros bajo tierra, y nuestros huesos sean polvo, perseguiré tu alma hasta que le duela liberarse de mí. Y entonces, te abrazaré más fuerte. Su labio tiembla, luchando contra mi agarre en su cabello para apretarse contra mí, sus pezones endurecidos rozando mi pecho. —No quiero librarme nunca de ti, Zade. No en esta vida, ni en todas las que vengan después. Me agarra por ambos lados de la cara y aplasta sus labios sobre los míos, sus uñas raspando la barba incipiente de mis mejillas. Se aferra a mí como si estuviera cayendo, pero no tengo interés en atraparla. Siempre caeré con ella, persiguiéndola incluso en la muerte. Sus piernas se cierran en torno a mis caderas, así que la levanto, con mis manos deslizándose por su piel resbaladiza, y la llevo hasta la bañera de patas. Se aparta apenas un centímetro, sus dientes castañetean y me arrancan una sonrisa. Restriega su coño contra mi cuerpo, resbalando y deslizándose por lo jodidamente empapada que está. Con cuidado, entro en la bañera y nos meto dentro, el carmesí tiñe la porcelana de huellas dactilares manchadas y gotas frescas. Mostrando los dientes, gimo cuando ella se ondula contra mi polla, amenazando con arrancarme la cordura como un monstruo lo hace con un corazón en una película de terror cursi. Antes de perder la cabeza por completo, extiendo la mano y agarro la ducha de mano que descansa junto al grifo. Entonces, abro el grifo de agua caliente a tope, jugando con la temperatura hasta que me resulta cómoda. —Zade —suplica, perdida en el delirio. A Addie solo se le mostró el dolor con un cuchillo, y ahora está experimentando lo cataclísmico que puede ser cuando se hace bien. A partir de ahora, el único cuchillo del que será presa será el mío, y jodidamente me suplicará por eso. Cambio el agua a la ducha de mano, antes de inclinarme hacia atrás y rociarla sobre su cuerpo. Ella sisea, echa la cabeza hacia atrás y sigue moviendo las caderas con movimientos lentos. Sus roncos gemidos llenan el espacio, rebotando en la piedra y la porcelana, y pegándose a mí como cera caliente. La sangre, teñida de rojo, corre por sus curvas antes de arremolinarse en el desagüe. A continuación, me dirijo al agua y me deshago de la sangre y la suciedad de la actividad de hoy. Cuando termino, la encuentro mirándome fijamente, con un calor en los ojos que me deja sin aliento. —Mira tus nuevas cicatrices. —Le exijo con dureza. Tarda unos instantes en apartar su mirada de la mía y bajarla a su cuerpo. Las heridas siguen sangrando, el agua caliente no permite que la sangre coagule—. ¿Qué ves? Deslizando una mano por la misma cicatriz de su estómago, ella exhala temblorosamente. —Tú. Me inclino hacia adelante, enroscando mi dedo bajo su barbilla y levantando sus ojos hacia los míos. —Algún día, Ratoncita, no podrás ver nada más. Seré el único villano de tu historia, y el único que tiene el poder de hacerte gritar. En el momento en que la última palabra sale de mi lengua, giro el cabezal de la ducha hacia su coño, el potente chorro directamente sobre su clítoris. Se sobresalta y un jadeo se transforma rápidamente en un grito. Sus manos se agarran a ambos lados de la bañera y, una vez más, su cabeza cae hacia atrás. Pero esta vez, grita, tal como dije que lo haría. —Eso es, cariño. Eres tan jodidamente hermosa cuando gritas por mí —digo apretando los dientes mientras ella se agita incontroladamente contra mí. Me inclino hacia ella y le rodeo la cintura con un brazo, el placer crece en la base de mi columna demasiado rápido. La separo de mí unos centímetros, pero apenas lo nota. —Dios mío, Zade —grita. Atrapo su pezón en mi boca, pasando la lengua por el pico antes de morderlo. Sus gemidos se hacen más agudos y sus uñas se clavan en mis hombros. La sangre sigue brotando de sus heridas, pintando su cuerpo de rojo. Un ángel de la muerte es lo que es, arrodillada sobre mí con sangre en sus manos que nunca se lavará. Es la perfección absoluta, y nunca me cansaré de demostrarle lo mucho que la adoro. —Voy a... —Alejo la ducha de mano, y esta vez, cuando grita, es de frustración. Sus uñas me muerden la piel, creando furiosas lunas crecientes. Aprieto los dientes y el dolor se transforma en un intenso placer. —¿Cómo consigues lo que quieres, Adeline? —Chasqueo—. Reza a Dios, y solo entonces dejaré que te corras sobre mi polla. —Por favor, Zade, por favor —suplica desesperadamente. Sin aliento. Niego con la cabeza, negando. —Por favor, ¿qué, cariño? No puedo responder a tus plegarias si no sé cuáles son. —Deja que me corra —susurra—. Por favor, déjame correrme. —Qué buena chica —murmuro, moviendo el spray de nuevo a su clítoris. Pone los ojos en blanco y, en unos instantes, se derrumba contra mí, se muele contra mi polla y explota sobre mí mientras sigo azotando su clítoris con el spray. Canta mi nombre como si fuera un Ave María y la única forma de ser perdonada. Me aparta la mano cuando es demasiado, aliviándose del agua. Me inclino hacia delante y doy un golpecito a la palanca, de modo que vuelve a cambiar al grifo. Dejo caer la ducha de mano y me vuelvo a sentar, sin molestarme en tapar el desagüe. Sigue jadeando, las réplicas la atraviesan y hacen que se mueva sobre mí como un robot que no funciona. Su coño está a escasos centímetros de mi polla, y estoy casi ciego por la necesidad de hundirme tan profundamente dentro de ella, que saldría por el otro extremo. Podría hacerlo con tanta jodida facilidad, sobre todo mientras se recupera. El impulso de hacer daño. Dañar y causar dolor, doblar y romper... siempre va a estar ahí. Siempre querré destrozar a Addie para mi propio disfrute enfermizo, pero eso no anula mi necesidad de protegerla. De atesorarla y aferrarme a ella como si fuera la rosa de plástico que me regaló mi madre. Estoy tan jodidamente enamorado de ella, y aunque mi amor es brutal y despiadado, también es nutritivo. Elegir cuándo ser amable y cuándo dejarlo ir siempre será una jodida batalla cuesta arriba. Y este es uno de esos momentos en los que necesito domar a la bestia. Tanto que hace que mi polla quiera caerse del dolor. Addie vuelve los ojos hacia mí, mirándome casi con timidez bajo sus gruesas pestañas. Las puntas de su cabello húmedo están pegadas a su cuerpo mojado, moldeándose alrededor de sus redondas tetas y sobre sus costillas. Las gotas de agua se deslizan lentamente por cada parte de ella, y no puedo decidir cuál lamer primero. Joder. Realmente, no quiero ser amable en este momento. Quiero avergonzar al diablo. —Date la vuelta —le digo, con la voz tensa y ronca. Ella niega con la cabeza lentamente y se coloca sobre la cresta de mi polla, forzándola a apoyarse en mi estómago. Entonces, empieza a deslizarse por mi polla, envolviéndome en su húmedo calor. Un gruñido sale de mi garganta y mis caderas se levantan como una amenaza. —No me pongas a prueba, Adeline. —No me vas a follar —dice, y sus labios rosados se curvan en una sonrisa. —No estés tan segura de eso. Puedo hacer muchas cosas, pero resistirme a tu dulce coñito no es una de ellas. —Sabes que no te perdonaría —dice, con un brillo malvado en los ojos. Gruñendo, la agarro por el cuello y la acerco. —Tu odio siempre ha sabido a gloria, Ratoncita. Si tengo que pasar el resto de mi vida de rodillas, usaré mi boca para algo más que para suplicar tu perdón. —Sonrío siniestramente, y su respiración se entrecorta—. Para cuando termine, estarás arrodillada a mi lado. Mueve la cabeza, negándose a retroceder. La jovencita mueve sus caderas, deslizando su coño hasta la punta y luego hasta la base de nuevo, haciendo que mis bolas se contraigan. Sus ojos revolotean mientras frota su clítoris contra mí, sin importarle cómo precariamente su vida pende de un cuchillo. —Quédate así —susurra, repitiendo el movimiento una y otra vez hasta que estoy a punto de partirle el cuello como un maldito palillo. Mis terminaciones nerviosas se encienden y mi cuerpo se adormece de placer. No soy más consciente de la fuerza con la que aprieto su cuello que de la vida fuera de la chica que se está moliendo contra mí. Moriré si ella se detiene, pero hay muchas posibilidades de que ella muera antes de que yo pueda correrme. Me cuesta mucho mantener mis caderas quietas. Su manita me rodea la muñeca y entonces noto que todas las venas de mi cuerpo sobresalen de la piel. Con fuerza, me empuja los hombros hacia atrás hasta que me golpeo contra el fondo de la bañera de porcelana, arrancando mi mano de su garganta. Aspira profundamente, pero no deja de moverse contra mí. Mis manos se dirigen a sus redondas caderas, y no hay nada que me impida sacudirla aún más contra mí, apoderándome de su molienda y marcando mi propio ritmo. El placer se acumula en la base de mi columna y siento que todos los músculos de mi cuerpo se tensan a medida que me acerco a la liberación. Es cuando me pierdo en el placer que me domina fácilmente. Ella se levanta sobre sus rodillas, lejos de mi polla palpitante, justo cuando me estaba preparando para explotar. Al instante, me invade una frustración que nunca he sentido en mi vida. —Te juro por Dios, Adeline, que si no te sientas ahora mismo... —Me tapa la boca con la mano, y bien podría haberme metido un pararrayos por el culo. —Shh, cariño —susurra, con una leve sonrisa curvando sus labios. Que ella se joda. Ella gana. Y lo sabe, y se mueve para rodear con su mano la base de mi polla y apuntarla hacia arriba. Todas las palabras mueren en mi lengua, olvidadas por completo mientras ella baja suavemente hasta que la punta se acerca a su entrada. Su voz tiembla cuando dice: —Yo tengo el control, Zade. No tú. Yo. Suelta la mano y sus ojos se clavan en mí, un fuego tan ardiente que parecen charcos de whisky líquido. Jodidamente mi favorito. Aprieto los dientes, los frágiles huesos de mis encías amenazan con desmoronarse mientras ella baja más hasta que su apretado calor consume la punta de mi polla. El lateral de mi puño se estrella contra la bañera, casi desquiciado por lo increíble que se siente. —Joder, Addie... Inclinándose hacia delante, coloca ambas manos en mis caderas, presionando con firmeza. Sus brazos juntan sus pechos, y si no estuviera tan cerca de entrar en erupción, los tendría entre mis dientes. —No te muevas —suspira ella, sin aliento y ronca de deseo. Puedo sentir las llamas saliendo de mis ojos mientras la miro fijamente. Soy de acero endurecido y podría destrozar diamantes a través de mi polla, pero mi control siempre ha sido inexistente con ella. Esta es la peor tortura que un hombre puede soportar, sin embargo, la sufriré con gusto si eso significa tener, aunque sea un centímetro de ella envuelto en mí. —No dejes que el control se te escape de los dedos porque si lo haces, seré responsable de cada uno de mis actos. Te follaré tan profundamente que llorarás para que pare, y no lo haré, Adeline. Tendrás que matarme antes de que eso ocurra, y moriré sin una pizca de remordimiento. Siempre dicen que los ojos son las ventanas del alma, y joder si no es verdad porque puedo ver el miedo invadiendo su cuerpo. Sin embargo, le sigue gustando tanto como cuando yo era solo una sombra en la noche. Su coño se aprieta, y siento su excitación filtrándose por mi longitud, sacando un gruñido profundo y gutural de mi pecho. El agua caliente se acumula a medio nivel de mis muslos, chapoteando cuando ella se reajusta para equilibrarse mejor. Siseo cuando ella gira sus caderas, sus uñas mordiendo mis costados. —Más fuerte. —ladro. Necesito que el dolor me conecte con la tierra. Lo necesito para mantenerme cuerdo. Si no siento nada más que ella, me perderé por completo—. Clava las uñas más fuerte. Ella escucha y yo me estremezco por los agudos pinchazos. Es lo justo para evitar que me derrame dentro de ella. Aunque levemente, mueve el culo, sus movimientos son escasos y apenas permite que su coño se trague más de un centímetro de mí. Sin embargo, me hace poner los ojos en blanco. Una de sus manos se mueve para rodear la base de mi polla, pero la detengo. Si me toca, estoy acabado. Rodeo la base con el dedo y el pulgar para estabilizarla, y luego uso la otra mano para frotar su clítoris en círculos apretados. Ella no está tomando lo suficiente de mí para excitarse. Incluso así, necesita estimulación la mayor parte del tiempo. Un gemido largo y desigual me recorre el pecho. —Joder, necesito sentir este coño. Necesito sentirlo envuelto todo a mi alrededor. Cada parte de ti es mía, Ratoncita, y nunca volverás a sentirte completa sin mí dentro de ti. —Esto es... esto es lo máximo que puedo hacer ahora, Zade. No puedo hacer más —dice, casi suplicando que lo entienda. —Toma todo lo que puedas soportar, cariño. Dame todo tu dolor. Vuelve a ponerme la mano en la cadera junto a la otra y vuelve a clavarme las uñas. Gimo entre dientes apretados, la felicidad me nubla la vista. Todavía queda mucho de mí, pero no la obligaré a tomar más. —Lo estás haciendo muy bien, nena. Y te ves tan jodidamente hermosa. No puedo esperar a ver cómo te verás cuando me tomes por completo —Sus dientes castañetean de nuevo, un gemido se escapa. —Tan jodidamente orgulloso de ti —murmuro, embriagado por la visión de su dulce coño suspendido sobre mí, incluso cuando permite tan poco de mí dentro de ella. —Zade —suplica, con la voz ronca. —He echado de menos verte empapar mi polla —digo con voz ronca, mordiéndome el labio para contener otro gemido. Se estremece al oír mis palabras, y los riachuelos de su excitación bajan hasta los dedos que rodean mi polla. Le rodeo el clítoris más deprisa, provocándole un estremecimiento que le hace temblar los huesos. —He echado de menos lo fuerte que se aprieta tu coño a mi alrededor. Cómo te amoldas tan fácilmente a mi alrededor. Ella asiente con la cabeza, perdida en el placer como yo. Sus ojos se cierran mientras su ritmo se vuelve entrecortado y se concentra en rechazar mi mano. —No es suficiente, ¿verdad? —susurro, observando cómo se fruncen sus cejas. Se muerde el labio, e incluso con los ojos cerrados, sé que está luchando consigo misma. Luchando contra el instinto de sentarse completamente. Ella quiere hacerlo. Joder, puedo ver lo mucho que quiere. Sin embargo, se resiste. —Necesitas más de mí, pero no te lo permites. Así que tendrás que conformarte con que mi semen te llene. Su boca se separa y un ronco gemido sale de su lengua y me recorre la columna. La siento al borde del abismo, desesperada por lanzarse. —Tienes cinco segundos, Adeline, o te follaré de todos modos. Esa chispa de miedo es suficiente para lanzarla al precipicio. Se rompe, sus muslos se estremecen y sus ojos se cierran. Un grito ronco resuena en todo el baño, pero no sabría decir a quién pertenece. Rápidamente la sigo por el borde, un rayo recorre mi espina dorsal y me roba todo el sentido. Me aprieta con tanta fuerza que casi impide que los hilos de semen se desborden de mi polla. Si esto es lo que se siente en el cielo, solo lamento no haber hecho nada para merecerlo. Pasa un tiempo imposible antes de que ambos nos desplomemos, sin aliento y cargados de corrientes eléctricas. Su mejilla se apoya en mi pecho, con los mechones de cabello mojados cayendo sobre mi piel como si fueran chocolate, y sé que puede sentir los latidos de mi corazón rebotando entre sus dientes. Mis dedos se introducen en su enmarañada cabellera y la rodeo con el otro brazo. Durante varios minutos, nos quedamos así, recuperando el aliento y volviéndonos a perder con cada contacto. Finalmente, la convenzo de que se dé la vuelta. Se abraza a las rodillas mientras exprimo champú en mis manos y le lavo meticulosamente el cabello, calmando cualquier tensión persistente en sus músculos. Le hablo de la primera persona que maté, y ella me habla de la suya. Una chica llamada Phoebe, que ayudó a salvar la vida de Addie, solo para verse obligada a tomar la suya a cambio. Llora mientras habla de la chica de cabello naranja encendido, y del miedo que llevaba en sus huesos, excepto cuando realmente importaba. Al final, encarnó las llamas que colgaban de sus hombros. Enjuago el jabón, sus lágrimas siguen la espuma por el desagüe mientras ella se lamenta, con la cabeza inclinada por el dolor. Luego, la saco de la bañera y la dejo en la encimera, sujetando su boca abierta mientras le cepillo los dientes. Le doy un beso para quitarle todas las lágrimas y le recuerdo que siempre llevará a Phoebe con ella, y que esas llamas ahora también son suyas. —La desaparición de Xavier fue noticia nacional —me dice Daya por teléfono. —¿Tienen alguna idea de quién lo hizo? —pregunto, masajeando el músculo de mi hombro. Me duele todo el cuerpo por la sesión de entrenamiento con Sibby, y estoy a punto de derrumbarme en el suelo y quedarme ahí para siempre. Sería un buen abono, y de mi caja torácica podrían crecer rosas mientras vuelvo a ser uno con la tierra. Zade probablemente me llamaría dramática por pensar eso. —Todo lo que tienen para seguir es el altercado en Supple. Por supuesto, sus rostros estaban ocultos, lo que ayuda. —También llevaba peluca —digo. —No podrán identificarte. Al menos, el público no lo hará, pero estoy segura de que Claire sabrá que fueron ustedes dos. —Pero no pueden probarlo. —No lo necesitan. Ella controla todo el gobierno y todas las abejas trabajadoras que lo dirigen. Incluyendo a la policía, a los federales... a todos ellos. Me muerdo el labio, hurgando más en el musculo dolorido de mi hombro. —Entonces qué, ¿crees que el rostro de Zade va a terminar en las noticias de la noche? Se queda callada por un momento. —O la tuya. Mi corazón se desploma, latiendo fuertemente en la boca del estómago. Que Claire me atribuya el asesinato sería realmente conveniente. Destruiría absolutamente cualquier reputación que tenga como autor, pero eso no sería lo peor. Podrían presentar cargos, fabricar pruebas en mi contra y condenarme. Y no iría a la cárcel, sino que volvería a las manos de Claire. Jódeme. —Zade no va a dejar que te pase nada, Addie —asegura Daya—. No entres en pánico. Lo resolveremos, y estoy segura de que esto es algo que él habría planeado. Aunque no puede verme, asiento. Eso no ayuda a calmar mi corazón acelerado. —Tal vez no debería haber... —Addie, no seas de las que solo lamentan que te hayan atrapado. Lamenta porque no te sienta bien en el alma, si es que realmente te sientes así. Si soy sincera, no siento nada por acabar con la vida de Luke, así que supongo que ambas estamos en la lista de mierda de Dios o lo que sea. Sin embargo, lo que estamos haciendo con Claire... Es enorme. Más grande que tú o yo. Y va a salvar un montón de vidas. Vuelvo a asentir, apretando los ojos con fuerza. —Lo sé, tienes razón. No me arrepiento de lo que hice. —Suelto un fuerte suspiro—. Es que no sé qué va a pasar, y tengo miedo. —Vamos a estar bien. Recuerda a quién tienes de tu lado. En el momento oportuno, siento un toque que me aparta la mano del hombro antes de sustituirla por la suya, clavando el pulgar en ese nudo persistente. Mi mano cae, y una mezcla de dolor y placer brota de donde sus hábiles dedos trabajan mis músculos. —Lo recuerdo —murmuro, reteniendo un gemido en la garganta cuando toca un punto especialmente doloroso—. Gracias, Daya. Te llamaré más tarde, ¿está bien? En cuanto colgamos, suelto un gemido. Pensé que, si Daya lo oía, podría molestarla. Su otra mano se une al asalto, arrancando más sonidos de placer. Duele tan jodidamente bien. —¿Daya ha dado la noticia? —pregunta en voz baja con un timbre profundo. —Sí —respondo con la voz quebrada. —Nada... —Me va a pasar, lo sé —interrumpo—. Pero a veces las cosas no salen según lo previsto. Me indica que me dé la vuelta y me giro con un suspiro cansado. Su cicatriz se arruga por su sonrisa divertida, al notar la mirada descarada en mi rostro. —Entonces vas a querer sintonizar las noticias a las ocho. Mis cejas se unen, y una mueca curva mis labios hacia abajo. —¿Qué has hecho? —Todavía no lo he hecho, pero voy a hacerlo. —Me da un toque en la nariz, y yo balbuceo en respuesta, apartando su mano de un manotazo. Su sonrisa crece, apoderándose de su rostro lleno de cicatrices e iluminando sus ojos de yin-yang. Jesús, su sonrisa es jodidamente peligrosa. Me detiene el corazón con facilidad. —A las ocho, Ratoncita. Herirás mis sentimientos si te lo pierdes. —¡No puedes sentarte ahí, Addie! Estarás sentada justo en el regazo de Baine. Y él es muy huesudo, así que no estará muy cómodo. Mi culo sale disparado en el aire, suspendido sobre mi sofá de cuero, cuando ella me detiene. —Uhm, de acuerdo —suspiro, un poco cansada de evitar mis malditos muebles porque los amigos imaginarios de Sibby están sentados sobre ellos. ¿No pueden ponerse de pie? No es que sus piernas invisibles se vayan a cansar. Me enderezo y Sibby suelta un fuerte jadeo que me hace dar un respingo y casi se me cae el vino. —¿Qué? —pregunto alarmada, buscando en el sofá una araña o algo así. A mí no me asustan, pero Sibby tiende a transformarse en una niña aún más pequeña cuando salen bichos. —Lo siento mucho, Addie. Baine te ha agarrado el culo. ¡Baine, no hagas eso! Zade te va a matar, ¿sabes? Se le hacen nudos en las bolas cuando la tocan. —¿Nudos en las bolas? —murmuro, confundida y totalmente agotada. Levanto un pulgar por encima de mi hombro torpemente cuando ella sigue reprendiendo a Baine. —Voy a ponerme aquí —murmuro, un poco molesta. Enciendo la televisión y pongo el canal 8. Vuelven a hablar de Xavier y enseguida empiezo a sudar, esperando que mi imagen aparezca como persona de interés. Creo que, si lo fuera, la policía ya habría llamado a la puerta, pero mi ansiedad se apodera de mí de todos modos. Tomando un gran trago de vino, miro la hora en mi teléfono y observo que son las 7:59. Si conozco a Zade, sea lo que sea lo que vaya a hacer, será puntual. Las ocho en punto, justo a tiempo. Bebo otro sorbo y pongo los ojos en blanco cuando la mano de Sibby se desliza por su muslo, levantando su vestido negro de lunares, y luego procede a golpear su propia mano, gritando a Mortis por intentar ligar con ella delante de mí. Está mejorando a la hora de mantener las actividades sexuales para sí misma. Mi corazón tropieza consigo mismo cuando la imagen de la reportera en la televisión empieza a saltar y luego se convierte en estática antes de interrumpirse. Doy un grito ahogado cuando la imagen de un hombre sustituye a la reportera, con la capucha negra puesta sobre la cabeza y el rostro cubierto por una máscara negra familiar con el ceño fruncido y una cicatriz en el ojo. No puede ser. Lentamente, me pongo en pie, con la boca abierta mientras me acerco al televisor. —Saludos, compatriotas —comienza Zade, mis cejas saltan al escuchar lo anormalmente grave que es su voz. La alteró—. Ante la desaparición del magnate del petróleo, Xavier Delano, este es un mensaje para las fuerzas policiales, todos los funcionarios del gobierno y, como siempre, el pueblo de este país. Zade cruza sus manos enguantadas de negro, pareciendo ponerse cómodo. —Xavier Delano compraba mujeres jóvenes como esclavas sexuales a traficantes de personas, y luego las asesinaba cuando se aburría. He publicado todas las pruebas de esto en Internet. En la foto de arriba hay varias mujeres que compró, torturó, violó y mató. Recuerden sus nombres. Yo lo hago. En honor a todas las mujeres que perdieron sus vidas por este hombre, tomé el asunto en mis manos. Xavier Delano no está desaparecido. Está muerto. Zade se inclina hacia adelante y ladea la cabeza. Una inquietante pulsación a través de las ondas de radio que emite la pantalla. El peligro crudo irradia por todos mis huesos cuando miro los pozos sin fondo donde se esconden sus ojos. Me estremezco, deleitándome con la sensación. —No es el primero en sufrir las consecuencias de sus actos, y no será el último. Soy Z, y estoy observando. Nadie está a salvo. Especialmente aquellos que me han traicionado. El vídeo desaparece y se muestra el rostro pálido y desencajado de la reportera. Un fuerte crujido me saca del efecto hipnótico en el que me había perdido. Dirijo la cabeza hacia Sibby y la veo metiéndose un puñado de palomitas en la boca. Debe de sentir mi mirada porque se detiene a medio masticar, con las mejillas hinchadas, y me mira con ojos muy inocentes. —¿Qué? —Se ha hecho responsable de todo —digo, aturdida. Sibby parpadea, pareciendo confundida. —Bueno, por supuesto que lo hizo. Quiero decir no mentía del todo, pero Zade haría cualquier cosa para protegerte. —Ladea la cabeza—. ¿De verdad dudabas de él? Mi boca se separa. —Supongo que no me esperaba... eso. Sibby se encoge de hombros, apenas tragando el primer bocado antes de volver a llenarse la boca. —Fue inteligente. Lo fue. Nadie va a creer que una chica de ciudad, que además es una autora popular y respetada, haya asesinado a Xavier por encima de Z. Quedarían como estúpidos si intentaran culparme a mí, aun así. Además, todo el mundo sabe que soy una víctima del tráfico sexual. Podrían intentar hacer creer que yo buscaba venganza, pero entonces tendrían que lidiar con el estrés añadido de que Zade protagonizara un absoluto motín por una sobreviviente condenada injustamente. Por no mencionar que Zade nunca dejaría que me llevaran a la cárcel. Me pondría en la clandestinidad y asumiría la culpa por eso, también. Y una vez más, la gente apoyaría a Zade por encima del gobierno, que es lo último que quiere Claire. Mierda. Zade realmente jodió cualquier plan que Claire pudiera tener, y todo para protegerme. —¡Oh! —Sibby grita, haciéndome saltar de nuevo—. Deberías escribir un libro sobre ello. Tus lectores se desmayarían por el tipo grande y aterrador que viene a rescatarte y luego asesina a tu abusador. No se equivoca. Incluso yo me desmayaría. Pero he estado demasiada agotada mentalmente para escribir. Consigo la energía para publicar pequeñas actualizaciones de vez en cuando antes de volver a sumergirme, demasiado agotada para leer siquiera los comentarios. Mi asistente personal ha estado interceptando todos los mensajes y preguntas hasta que esté lista para volver a mi carrera. No creo que pueda centrarme realmente en la escritura hasta que Claire esté muerta. —¿Te molestó que se llevara el crédito? —pregunta Sibby, malinterpretando mi silencio. Me rio. —No me importa la gloria. —Entonces, ¿por qué estás tan tensa? Porque mi sangre se ha convertido en lava líquida. Que Dios me ayude si Sibby está en los alrededores cuando vea a Zade, porque no estoy segura de poder evitar abordarlo, y El Señor sabe que la extraña muñequita no saldría de buena gana de la habitación. Una gran cantidad de emociones recorren mi cuerpo, y en primer lugar está mi necesidad de darle las gracias. Y hay tantas malditas maneras de agradecerle. Al verlo en la pantalla, con su voz profunda y su máscara negra, poniéndose a prueba para protegerme, solo puedo pensar en lo mucho que lo amo. Y en lo mucho que necesito demostrárselo. Lo mucho que necesito decírselo. Zade no sufrirá casi ninguna consecuencia por matar a Xavier, al menos no por parte del público. No necesita el apoyo de la gente para seguir haciendo lo que hace. Es algo que Z siempre ha tenido a pesar de todo. Y si la gente decide cambiar sus alianzas porque él sacó a un depredador de las calles, no importará. En el gran esquema de sacrificios que Zade ha hecho por mí, no fue realmente uno muy grande. Sin embargo, significa el mundo para mí de todos modos. Lo que estamos haciendo es mucho más grande que escribir libros, pero aun así me habría devastado perder una carrera que amo tanto. Habría sido como perder otra parte de mí misma, y ya me queda muy poco. —Oh... —Sibby dice suavemente, dándose cuenta—. Quieres follar con él. Ahora lo entiendo. Me arden las mejillas, pero no lo niego. Porque tiene razón. Tengo los muslos apretados y esa sensación embriagadora tan familiar se arremolina en lo más profundo de mi estómago. No voy a mentir y decir que verlo ahora mismo no me ha excitado. Mi sangre está en llamas y casi vibro de deseo. Fue... bueno, fue jodidamente caliente. ¿Qué más puedo decir? Sibby gime, enderezándose con un puchero. —¿Por qué ustedes pueden tener sexo ruidoso y yo no? Me vuelvo hacia ella, con los ojos muy abiertos y una expresión que dice, ¿me estás jodiendo ahora mismo? —Porque intentas hacerlo delante de todos, Sibby. Ella golpea su espalda contra el sofá con un resoplido, metiendo un penoso puñado de palomitas en su boca. —No es culpa mía que ustedes sean aburridos. Pongo los ojos en blanco. Zade y yo somos muchas cosas, pero aburridos no es una de ellas. Soy una bola de energía nerviosa cuando Zade entra por la puerta de mi habitación. Entre los pasos que van y vienen por el pasillo y la expectación por ver a Zade, no he podido dormir. Ya ha pasado la medianoche y he estado tumbada en la cama sin más ropa que un camisón negro, preparándome para su llegada. Me doy la vuelta, lo veo cerrar la puerta con suavidad y empezar a arrastrar los pies hacia el baño, con el azufre, la sangre y el humo impregnando el aire. Las puertas de mi balcón están abiertas de par en par, dejando entrar la brisa fresca y los rayos de luz de la luna. Me incorporo y enciendo los apliques que cuelgan sobre mi cama, sintiéndome como una de esas mujeres sentadas en una habitación a oscuras, encendiendo una sola lámpara cuando su marido infiel se cuela por la puerta. Sin embargo, la idea de que Zade me engañe es ridícula. Eso siempre será algo de lo que nunca tendré que preocuparme. Hace una pausa, inclinando la barbilla por encima del hombro hacia mí. —¿Ahora es cuando actuamos como una pareja casada y te pregunto dónde has estado y por qué has llegado a casa tan tarde? —Me burlo ligeramente. Las luces irradian un suave resplandor amarillo, creando un efecto de mal gusto, mientras él se pasa la mano por encima del hombro y tira del cuello de su sudadera con capucha sobre su cabeza, arrastrando su camiseta blanca con ella. Me muerdo el labio, mis ojos se comen su espalda musculosa y tatuada y sus enormes brazos. —Claro, cariño —dice en voz baja—. Pero ambos sabemos que mi polla solo te pertenece a ti. —Bien, entonces sabes que puedo sacarla de tu cuerpo si quiero. Ya que es mía y todo eso. Se gira con una sonrisa, sin preocuparse lo más mínimo. Me cruzo de brazos. Eso es un insulto. Ahora soy toda una chica dura. —Me retrasé porque el tipo al que perseguía estaba en medio de un aeropuerto intentando subir a un vuelo. —¿Cómo lo sacaste sin que nadie se diera cuenta? —Le tendí una emboscada mientras estaba orinando. Luego tuve que vaciar una maleta para meter su cuerpo. Parpadeo. Eso suena... interesante. Antes, lo llamaría trastornado. Enfermo. Psicótico. Es decir, sigue siendo todas esas cosas. Pero ya no me repugna como antes. O tal vez nunca lo hizo, y me estaba mintiendo a mí misma. Hago eso a menudo. —¿Quién era? —pregunto. —Un hombre que Jillian me pidió que matara. Solía ser su padrastro y abusaba de ella cuando era niña —explica, quitándose las botas y colocándolas ordenadamente en una esquina de la habitación. No me sorprendió descubrir que Zade vive meticulosamente. No parece el tipo de persona que deja su ropa interior sucia tirada en medio de la habitación durante una semana, ni los platos sucios en el fregadero. —Bien —murmuro, feliz de que pueda hacer eso por ella—. ¿Es el único que has matado esta noche? —Sí —responde simplemente, arqueando una ceja. Asiento y me lamo los labios secos, nerviosa por abordar este tema. —Entonces, ¿Rio sigue evadiéndote? Zade me mira. —Sé dónde está, Addie —responde, acercándose a mí, sin más ropa que sus jeans negros y su cinturón. Se me cae el corazón, pero me esfuerzo por mantener mi rostro inexpresivo. —No lo quieres muerto —afirma sin rodeos, sentándose en el borde de la silla junto a la cama. Estoy bastante segura que tendremos que limpiarla... está absolutamente cubierto de sangre. —¿Por qué piensas que...? —No me mientas —interrumpe con severidad, mirando al frente. Su ojo blanco revolotea hacia mí antes de volver a la oscura pared. —Veo tu rostro cada vez que se menciona su inminente muerte, pero siempre mantienes tu bonita boca cerrada. Hace tiempo que conozco su ubicación, pero he decidido que esperaré a matarlo hasta que abras la boca y me digas lo que realmente quieres. Estoy nerviosa. Casi como si me hubiera sorprendido engañándolo y tuviera que confesar. No es nada de eso, sin embargo, siento que me he portado mal de todas formas. —No sé lo que siento —admito, presionando mi espalda contra la fría pared—. Me hizo daño. A menudo. Pero no de la manera que tú crees. —Él no te violó —añade Zade. —No... no lo hizo. Pero fue testigo de lo que pasó con los otros hombres y no lo detuvo. Pero entonces... no podría haberlo hecho. —Claro que pudo —argumenta Zade—. ¿Crees que me quedaría mirando? —Incluso si... —No. La respuesta es no, independientemente del escenario. Si estuviera sin armas y tuviera cinco armas apuntando a mí, aun así, no me quedaría mirando cómo tú... o cualquiera de esas otras chicas... pasa por lo que tú pasaste. Y entiendo que su hermana fue utilizada como garantía, pero podría haberme pedido ayuda. Frunzo el ceño. Realmente no había pensado en eso. Rio era muy consciente de a quién se enfrentaba desde el principio. Entonces, ¿por qué no traicionó a los que tenían a su hermana como rehén y consiguió que Z le ayudara en su lugar? —Tienes razón —acepto suavemente—. Independientemente de sus decisiones, sigue siendo difícil olvidar lo mucho que me ayudó. Cuando Sydney intentaba inculparme, había veces que él asumía la culpa en su lugar, y Rocco le daba una paliza por eso. Puede que no haya podido intervenir siempre, pero hizo lo que pudo en una situación en la que se sentía atrapado. Zade se queda callado, así que continúo. —Francesca lo obligó a ocuparse de mis heridas del accidente de auto, ya que fueron culpa suya. Pero luego empecé a recibir heridas de los hombres, y finalmente de Xavier, y también se ocupó de ellas. Yo... no sé cómo explicarlo. Pero se convirtió en mi amigo. Fue un poco cruel al principio con el Dr. Garrison, pero nunca me miró como... Fue el único hombre en esa casa que no me sexualizó, y supongo que al final, fue mi lugar seguro. Me hizo daño, Zade, pero también me protegió. El músculo de su mandíbula palpita, pero no puedo saber qué tiene en mente. Tarda unos instantes, pero finalmente vuelve la cabeza hacia mí con una expresión vacía. —¿Quieres que le perdone la vida? —pregunta con voz monótona. Abro la boca, pero no sale ninguna palabra. —No lo sé —respondo con sinceridad—. Realmente no lo sé. —¿De qué hemos hablado antes? Decide con qué puedes y con qué no puedes vivir. ¿Puedes vivir con saber que maté a Rio, o no? Frunzo el ceño y miro mis manos mientras contemplo eso. He estado hurgando un uñero sin darme cuenta, un punto de sangre a un lado de mi pulgar. —¿Lo harías? —pregunto, levantando la vista hacia él—. Si te lo pidiera, ¿le perdonarías la vida? —Sí —responde—. Mataría por ti... he matado por ti... pero también bajaría un arma y no la volvería a tomar si me lo pidieras. Los extremos a los que llegaría por ti son aterradores, Ratoncita. Tan fácilmente, podrías destruirme, y yo me acostaría y lo aceptaría. No me importa si vivo o muero, siempre que sea por ti. —No digas eso —susurro. —No miento, Adeline, y no voy a empezar ahora. Entonces, dime. ¿Quieres que le perdone la vida? —Sí —respondo después de unos latidos—. Quiero que Rio viva con sus propias decisiones. Tanto si se arrepiente de las decisiones que tomó como si no, quiero que viva con eso. Y no quiero que ninguno de nosotros sea responsable de quitarle el hermano a Katerina. Zade baja la cabeza, pero asiente. La palabra amor que casi se me sale de la boca cuando lo vi en la televisión vuelve a aparecer, aunque nunca se fue del todo. Me arrastro desde la cama y me arrodillo entre sus muslos abiertos, sujetando su cara con las palmas de las manos y besando sus labios suavemente. —Gracias —le digo—. No solo por esto, sino también por lo de antes. Por asumir la culpa de la muerte de Xavier. —¿No dije que haría cualquier cosa por ti? —pregunta, girando la cabeza para besar mi palma antes de zafarse de mis dedos y ponerse de pie. —Necesito ducharme. Duerme, cariño. Abro la boca, pero cierra la puerta del baño antes de que pueda procesar su salida, dejándome arrodillada en el suelo y sintiéndome un poco abatida. El corazón se me hunde, la culpa me corroe por haberle pedido que perdonara a Rio. Me pregunto si debería revocar mi decisión. Aunque si soy sincera conmigo misma, creo que lloraría su muerte. Y no podría volver a mirar a Katerina a los ojos, a pesar de lo que su hermano me ha hecho pasar. Estoy sentada en la cama, con la mente en marcha sobre qué hacer, cuando Zade emerge, con el vapor rodeándolo desde las profundidades del baño por detrás de él. No lleva más que una toalla negra, que le rodea la cintura y que está a punto de caerse. Se me hace la boca agua al verlo, Y me caliento tanto que mi sangre hierve hasta que no queda más que vapor. Nunca habrá otro que se parezca a él... nunca habrá otro que sea como él. Y hay una pequeña parte de mí que está aterrada de ver el día en que Zade muera. Aunque tendré mucho que decir si muere antes de cumplir los noventa años. El imbécil hizo todo lo posible para conseguirme, ahora tiene que sufrir una larga vida teniéndome. Nunca entenderé cómo los humanos temen a la muerte cuando el tiempo es mucho más aterrador. Al final nos lleva a la muerte porque es lo único que realmente nos hace mortales. Estamos encerrados en la ilusión sin salida. Joder, yo sí que quiero salir. Cuando me ve, hace una breve pausa antes de suspirar. —Sigues despierta. —Y tú te escondes de mí —replico. Se ríe sin gracia. —Soy un acosador, cariño. Siempre me he escondido de ti. —Basta ya —le digo bruscamente. —¿Qué quieres, frustración. Adeline? —pregunta bruscamente, aumentando su —Maldita sea, Zade, te quiero a ti. Lamento querer que Rio siga vivo, ¿bien? Jesús, es una de las pocas cosas sobre las que me has dejado tener poder, y me estás haciendo sentir culpable... —mi voz se interrumpe cuando se acerca a mí, con el miedo obstruyendo mi garganta. En cuestión de segundos, está de pie ante mí, me agarra la mandíbula con la mano y me levanta hasta que mis rodillas apenas tocan la cama. Chillo, arañando su brazo, pero no cede. —Te encanta fingir que estás jodidamente indefensa, como una Ratoncita atrapada en una trampa. Si eso es lo que quieres ser, puedo enseñarte lo que significa realmente ser impotente. Puedo mostrarte lo que significa ser yo. Mis ojos se abren ampliamente con desconcierto, mis uñas se clavan más. —¡¿Tú?! —repito, atónita por su insinuación. —¡Sí, yo! —grita—. No tengo ningún maldito control cuando se trata de ti. Lo perdí cuando te vi en esa librería y nunca lo recuperé. ¿Crees que acosarte era control? ¿Beber de tu cuerpo a pesar de tus gritos? ¿Crees que lo tengo ahora, maldita sea? —gruñe, sacudiendo la cabeza para enfatizar su punto. Sus ojos están ardiendo, dilatados por la furia y por algo tan potente que me quema viva. —Tú misma lo has dicho, podría usar tu cuerpo para mi propio placer, pero ¿qué es lo que nunca podría quitarte? ¿Qué es lo que más quería de ti, Adeline? —Mi amor —grito, las lágrimas brotan y se derraman. —Eso es. Tu amor. Lo único que siempre he necesitado de ti. Tú eres la que tiene el poder, solo que nunca has sabido qué mierda hacer con él. Me lleva varios segundos, pero poco a poco me doy cuenta. Sus palabras finalmente se procesan a través del grueso cráneo con el que Dios me maldijo. Zade cedió a cada uno de sus instintos más oscuros porque nunca tuvo el control para detenerse. Tomó, y tomó, y tomó porque era lo único que podía tomar. Pero eso nunca lo hizo poderoso... lo hizo indefenso. Hasta ahora, nunca pude encontrarle sentido a eso cuando siempre hizo lo que quiso. Me acosaba, me tocaba, me follaba cuando quería. No importaba cuántas protestas salieran de mis labios, o cuántas veces luchara contra él. Me perseguía cuando yo corría, me presionaba cuando lo alejaba, y sin embargo me adoraba a mis pies si yo se lo pedía. Y finalmente entiendo por qué. Uno no puede ejercer el poder si no tiene el control sobre él. —Me alegra ver que finalmente tomas el trono —murmura, con frustración irradiando de sus ojos desorbitados. Sacudo la cabeza, retirando mis uñas de su brazo y apartando suavemente sus dedos de mi mandíbula. Me suelta, rebosante de energía. —No voy a ocupar el trono, Zade. Tú eres el trono. Siempre has sido mi pilar de fuerza, y siento que haya tardado tanto en verlo. Su mirada busca la mía desesperadamente, a la caza de cualquier indicio de mentira. Sería como encontrar una bomba activa. En cuanto lo descubriera, lo destruiría. Lentamente, me levanto de la cama, haciéndolo retroceder hasta que estoy sobre mis dos pies. No me deja mucho espacio, pero no lo quiero. Mi corazón late con fuerza y dejo caer los ojos, viendo cómo mi mano se levanta para encontrarse con su piel caliente. Casi arde al tacto, y nunca he deseado tanto ser consumida por el fuego. Las puntas de mis dedos rozan sus músculos definidos, sus hermosos tatuajes y las cicatrices blancas que atraviesan varias partes de su torso. Mis rodillas flaquean mientras me concentro principalmente en el dragón que recorre su pecho. Dios, si esa criatura no encarna al hombre que tengo adelante, no sé qué lo hará. Un dragón que respira fuego y que es capaz de hacerme volar. Apoyando la palma de la mano en su estómago, lo empujo, casi fascinada por la forma en que cede sin oponer resistencia. —Quítate eso —le ordeno, mirando su toalla, con la voz temblorosa por el deseo. Me mira fijamente, su silencio es ruidoso y caótico mientras acata mi orden. Me esfuerzo por tragar saliva mientras él desenreda la toalla lenta y metódicamente, burlándose de mí mientras mantiene sus ojos de yin-yang clavados en mí. Siento como si una galaxia entera se arremolinara en mi estómago. Hay un agujero negro que devora todo el sentido y la razón. Un sol que lanza llamaradas solares que azotan todo mi cuerpo, calentándome desde adentro hacia afuera y bajando hasta el vértice de mis muslos, y una supernova, a punto de explotar. Suelta el nudo y la toalla cae al suelo con un ruido sordo. Que me jodan. Su polla está dura, la punta enrojecida y las venas prominentes, y casi me hace caer de rodillas con una oración en la lengua. Es jodidamente glorioso, y mi corazón se desgarra al recordar que este hombre... no, este Dios... es mío. Se endereza y trato de decirme a mí misma que lo beba lentamente. Pequeños sorbos, Addie. Saboréalo. Pero no puedo evitar que mis ojos ávidos se coman la extensión de su físico, deteniéndose específicamente por debajo de su cintura. No he olvidado lo aterradora que es la polla de Zade. Sin embargo, cada vez siento como un puñetazo en el pecho al verlo en carne y hueso, sabiendo que tiene que caber eso dentro de mí. Se me hace agua la boca cuando recuerdo el ardor de su estiramiento y cómo tuvo que trabajar dentro de mí. Joder, es como ser adicto al dolor de hacerse un tatuaje. A cada pinchazo de la aguja quieres salir corriendo, pero te quedas porque el resultado es un maldito placer. Lanzándome una mirada cargada, se dirige a la cómoda y saca algo del cajón. Jesús, su trasero es casi tan apetecible como el frente. Mis pulmones se cierran y ya no respiro. El sonido del metal es lo que finalmente desvía mi atención de su cuerpo. Avanza hacia mí con unas esposas negras y la visión hace que mi corazón salte como una piedra sobre la superficie de un lago. Doy un gran paso atrás. La mayoría de los hombres se detienen al ver que dudan, pero Zade no vacila al acercarse a mí. —¿Qué vas a hacer con eso? —pregunto, alarmada. —No te preocupes, cariño, son para mí. Al encontrarme con su mirada, me tranquilizo al instante. Una serie de emociones se arremolinan en sus piscinas blancas y negras. Deseo, amor y maldad. Pero él está muy tranquilo, y eso es lo que me hace sentir tranquila. Frunciendo el ceño, veo cómo me tiende las esposas y la llave, pero aún no las acepto. —¿Qué estás planeando? —pregunto, levantando la vista hacia él. —¿No te dije antes que no necesitas un policía para esposarme? Dije que te dejaría hacer lo que quisieras conmigo, y eso es lo que estoy haciendo. No sé por qué me sorprende tanto escuchar eso. Ha dejado claro que yo tengo el poder, pero ver cómo me lo entrega físicamente sigue siendo chocante. Me relamo los labios, las tomo con vacilación y coloco la llave en la mesita de noche. En el momento en que lo hago, se da la vuelta una vez más y me muestra el enorme pulpo que tiene tatuado en la espalda, cuyos tentáculos se despliegan hasta los hombros y el cuello. Algunas noches, trazo cada línea mientras duerme, familiarizándome con el tacto de su piel cuando no me lo demanda. Al igual que en esas noches, repaso con mis dedos los finos detalles del pulpo y me maravilla el talento de esta creación. Los músculos de su espalda se agitan con mi tacto, y no puedo evitar sentirme vigorizada por el efecto que tengo en él. Disfrutando de su reacción, me burlo. Deslizo las puntas de mis dedos por su espalda, sus brazos y sus manos. Se le pone la piel de gallina y reprimo una sonrisa. Creo que nunca he visto a este hombre tener algo tan trivial como la piel de gallina. Es una reacción humana normal, pero ¿cuándo ha actuado Zade como algo menos que una deidad? Aprieto las esposas alrededor de sus muñecas, inhalando bruscamente cuando se vuelve a girar y se coloca ante de mí. Perséfone encarcelando a Hades... es demasiado dulce como para no salivar. —¿Me dejarás que te haga lo que quiera? —reitero, dudando en creerlo. Al verlo tan... indefenso, mi cerebro no puede procesarlo. Sus ojos se oscurecen y se le escapa una sonrisa. —Siempre has sido atea de mi palabra. Eres incapaz de creer en algo que no puedes ver y careces de fe porque eres ciega a lo que está frente a ti. Estoy a tu disposición, siempre lo he estado. Solo necesitas verlo para finalmente creerlo. Carraspeando, susurro: —Siéntate en la cama. Sin dudarlo, retrocede y se sienta lentamente, manteniendo las piernas abiertas. Mis ojos vuelven a gravitar entre ellas y mi corazón revolotea como las alas de un colibrí, paralizada e intimidada a partes iguales. Obligándome a concentrarme, agarro la parte inferior del camisón y lo paso por encima de mi cabeza, manteniendo un ritmo lento y tortuoso. Zade tararea su aprobación en el fondo de su pecho, y eso me da un impulso de valor. El suficiente para deslizar las bragas por mis muslos y salir de ellas. Nunca hay una forma sexy de hacerlo, pero por la forma en que los ojos de Zade devoran mi cuerpo con avidez, parece que acabo de hacer un truco muy hábil en una barra de striptease. En realidad, me rompería el cuello intentándolo. —Ponte en la cama y arrodíllate —le digo, inclinando la barbilla hacia arriba para dirigirlo. Sonríe, pero hace lo que le digo y se sube a la cama con la gracia de una pantera. Se sienta sobre los talones con las rodillas abiertas y, más que nada, quiero hacerle una foto para poder recordarla cuando seamos viejos y canosos y ninguno de los dos sea ya capaz de tener sexo. Los rayos de luz de la luna y el suave resplandor de los apliques acentúan los duros planos de su pecho y sus abdominales, resaltando cada músculo que se tensa contra su piel. Solo el diablo puede manejar las sombras que rodean su cuerpo con tanta divinidad. Un diablo y un Dios, dos fuerzas opuestas que conforman un ser contradictorio. Lamiéndome los labios con anticipación, me arrastro a la cama y luego a su regazo, manteniendo mi coño suspendido sobre la punta de su polla. Sus labios me acarician a lo largo de la línea de mi cuello, y pongo las manos en sus hombros no solo para equilibrarme, sino para mantenerlo controlado. Mi núcleo palpita cuando un profundo rugido vibra a través de mis manos, aumentando cuando rozo deliberadamente mis endurecidos pezones contra su cara. Justo cuando va a morder, me alejo, aumentando los temblores que sacuden su cuerpo. Su cabeza se inclina hacia atrás hasta que nuestros ojos coinciden. Me estremece la lujuria desenfrenada que desprende su mirada. Me mira como si estuviera esperando su momento. Cumpliendo mis órdenes hasta el momento en que le quite las esposas. En un abrir y cerrar de ojos, se romperá, atacando como una víbora. Mi garganta en sus manos y mi corazón entre sus dientes. Siento el miedo palpitando en mi clítoris, aumentando mi ritmo cardíaco a niveles peligrosos. —¿Crees que estás rota ahora, Adeline? Espera a que me liberes de estos confines —me amenaza, con el profundo timbre de su voz bordeado de afilados cristales—. Te follaré hasta que cada uno de tus huesos se rompa debajo de mí. Una ratoncita indefensa, para que yo la moldee y manipule. Intenta asustarme deliberadamente, sabiendo cuánto canta mi cuerpo por el terror que me infunde. Instintivamente, quiero huir de sus aterradoras promesas y del estremecimiento de que vaya a hacer precisamente eso. También quiero desafiarlo para que las cumpla. Mi corazón se acelera contra mi caja torácica, pero no rompo su mirada. Mordiéndome el labio, busco entre nosotros y agarro su longitud, deleitándome con la forma en que su labio superior se curva en un gruñido. Y luego, muy despacio, deslizo la punta a lo largo de mi abertura, humedeciéndolo antes de bajar poco a poco, hasta que ya no se puede distinguir quién de los dos está temblando. Me inclino hacia adelante y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, amoldando mis suaves curvas a sus duras líneas, y lo introduzco lentamente en mi interior. La sensación es la misma que recordaba... el ardor cuando me estira, pero la insaciable felicidad que lo acompaña. Mis demonios me hacen cosquillas en el fondo del cerebro, rogando que los deje entrar para causar estragos en mi cordura. Arrastrarme de este precioso momento en el que reclamo algo que me fue robado. Así que concentro toda mi atención en el hombre que está debajo de mí. Su respiración entrecortada, el terremoto que sacude su cuerpo y las venas que laten en su cuello mientras lucha por mantenerse quieto. Acaricio con mis labios su oreja, esa embriagadora sensación de poder surgiendo a través de mi garganta y fuera de mi lengua. —¿Quieres ver lo fácil que puedo romperte? —murmuro tímidamente. Gruñe cuando vuelvo a bajar, con más de la mitad de su polla enterrada dentro de mí. Es demasiado y no es suficiente. Nunca es suficiente. Incluso cuando estoy llena hasta los topes, quiero más. No espero a que responda, los nervios me corroen, aunque esto me parece bien. Tan jodidamente bien. —Te amo, Zade. A veces no puedo soportarlo —digo, con la voz ronca y desigual—. Pero fue lo único que me mantuvo viva. Me salvaste. Incluso cuando estábamos separados, me salvaste. Y espero por Dios que nunca dejes de cazarme. Su cabeza se echa hacia atrás, los ojos hacia el techo, y se queda quieto debajo de mí, tan sólido como las paredes de piedra de la Mansión Parsons. —Suéltame, Adeline —dice con fuerza. Apenas reconozco su voz. Me hundo el resto del camino hasta el fondo, sentándome completamente sobre su longitud. La piedra se rompe y su pecho se ondula con una inhalación aguda. —Suéltame, maldición —exclama de nuevo. Sacudo la cabeza, aunque no me mira. Su nuez de Adán se mueve mientras traga. Sé lo que está pidiendo. Que suelte las esposas. Podría librarse de ellas si quisiera. Y el hecho de que espere a que lo haga yo misma lo dice todo. Tengo la fuerte sensación que, a pesar de lo que piensa Zade, ha tenido más control del que se atribuye. Pero en cuanto el metal caiga de sus muñecas, se disipará. Ahora que le he dado todo, experimentaré a Zade en su momento más desquiciado. Nunca hubo duda de que atacaría en el momento en que estuvieran fuera, pero ahora es un animal hambriento con carne fresca justo fuera de su jaula. —No voy a hacer eso. A la mierda, podría aprovechar mientras estoy en una pieza. Mi boca se separa mientras me balanceo contra él, dejando que mis ojos se desvíen y mi cabeza se incline hacia atrás mientras la euforia aumenta donde estamos conectados. Los gemidos bajos y desiguales llenan el aire, tan perdida en montar su polla y en lo bien que me siento al usar su cuerpo para mi propio placer que, cuando su aliento caliente se abanica sobre mi cuello, me siento como si me despertara de un sueño febril y no recordara dónde estoy. —Espero que disfrutes de esto, cariño —me dice al oído—. Espero que te deleites con la sensación de tu bonito coño intacto y tu piel inmaculada. Se me corta la respiración, su tono es más oscuro que un agujero negro que se traga las estrellas del cielo. No se filtra ninguna luz, ni en ellos ni en Zade. Me muelo más fuerte contra él, rechinando los dientes mientras sus palabras mordaces corroen mi valentía. El sudor cubre nuestros cuerpos por razones totalmente diferentes. Me cuesta contener su bestia, mientras que la mía está suelta y fuera de control. —No me das miedo —miento, estremeciéndome cuando ruedo las caderas a la perfección, la punta de su polla golpeando ese punto perfecto. —Lástima —murmura, mordiendo la carne sensible en la unión de mi clavícula, haciendo que mi cuerpo se estremezca una vez más—. Me encanta cuando eres una ratoncita asustada, que se agita bajo mi pata y está desesperada por escapar. —¿Te hace sentir poderoso? —pregunto con los dientes apretados, repitiendo una pregunta que me hizo no hace mucho. Un orgasmo está creciendo en mi vientre, destrozando mi control mientras mis movimientos se vuelven entrecortados. —Claro que sí —murmura, con su voz profunda, oscura y perversa, nuestros gemidos se entrelazan cuando muevo las caderas—. Cuando estás en la palma de mis manos, es el único momento en que siento que vale la pena salvar este mundo. Jadeando, me balanceo más rápido, persiguiendo el orgasmo a mi alcance. —Te gusta usar mi polla para hacerte correr, ¿verdad, cariño? Recuérdalo siempre que creas que no me necesitas. Nada hará que tu coñito se sienta mejor que yo. Y mira, ni siquiera tengo que jodidamente intentarlo. Mi visión se difumina, y extiendo mi mano entre nosotros, estremeciendo mi clítoris mientras golpeo su polla justo hasta que por fin llego a la cúspide. Siento como si mi alma se hiciera pedazos en cuestión de segundos. Un grito brota de mi garganta, aunque no puedo oírlo. No cuando los diferentes trozos de mi ser están dispersos en cientos de miles de dimensiones diferentes. No hay sentido del tiempo ni del espacio, solo colores y una sensación de finalización. Como si antes me hubieran juntado mal, y ahora que me he destrozado, esas piezas se han vuelto a unir de la forma correcta. Es jodidamente adictivo, y para cuando bajo, la Mansión Parsons reaparece, quiero volver. Dondequiera que haya ido, quiero volver. La barbilla de Zade está baja, parece derrotado en cierto modo. Me inquieta tanto que giro las caderas y agarro la llave que hay sobre la mesita de noche. Justo cuando voy a separarme de él, levanta la cabeza apenas un centímetro. —No lo hagas —me advierte. Sin saber dónde está su mente, lo escucho y busco a su alrededor, tanteando para encontrar el ojo de la cerradura. Finalmente, la llave entra, pero dudo en girarla. Me invade una sensación de presentimiento. Sé que va a atacar, pero... lo que me inquieta es no saber exactamente qué va a hacer. —Zade... —¿Qué pasa, Adeline? —se burla sombríamente, con los ojos todavía puestos en el suelo—. Gira la llave —susurra. Joder, eso es aterrador. —No sé si quiero hacerlo —admito. —¿Prefieres que me libere yo mismo? O eliges esto, o yo tomo la decisión por ti. Así que lo que está diciendo es que solo tengo la ilusión de poder elegir. Qué jodido caballero. Trabajando para tragar, contengo la respiración y giro la llave. El metal chasquea, y al segundo siguiente, su mano rodea la parte inferior de mi mandíbula, levantándome de su polla y en el aire. Grito cuando me golpea contra la cama, sus rígidos dedos se clavan en mi cuello mientras él se encaja entre mis piernas y sube una a su cadera. Sin previo aviso, se introduce dentro de mí hasta que no queda nada de él. —Dilo otra vez —exige—. Quiero que me mires a los putos ojos y lo vuelvas a decir. Me penetra una vez más, arrancando un sollozo de mi garganta. Se me seca la garganta, las palabras salen como pan seco. Pero lo miro fijamente a los ojos, encontrando todo un universo en ellos, y lo digo: —Te amo. Y tú me lo has quitado todo. Su cabeza baja entre sus hombros, deslizando su mirada por mi cuerpo hasta donde me estira, contemplando mis palabras. Y entonces me mira por debajo de sus gruesas cejas, con un brillo malvado en su mirada. Como si quitarme todo es todo lo que siempre ha querido. Parece... Dios, parece jodidamente aterrador. Como un hombre hambriento de venganza, y que finalmente la está consiguiendo. Una respiración temblorosa se escapa de mi garganta cuando se sumerge de nuevo en mi interior, una amenaza directa de destruir todo lo que queda de mí. —Me has quitado todo mi corazón, mi alma y mi capacidad de amar a otro. A veces te odio por eso —le digo, con la voz temblorosa. Levanta la barbilla y me mira por debajo de la nariz, con una sonrisa que se extiende por su rostro, arrugando la cicatriz de su mejilla. Sigo adelante, con el corazón palpitando fuerte mientras él se presiona contra mí, disfrutando al verme luchar por sacar las palabras. —A veces, desearía no haberte conocido. Porque ahora que lo he hecho, ahora que estoy enamorada de ti, nunca podré arrancarte. Dijiste que me desangraría antes de que eso sucediera, y tenías razón. Y te odio por eso. Zade tararea, lamiéndose los labios como si hubiera comido algo delicioso. Su mano se acerca a mi mejilla y me pasa el pulgar por el labio inferior. —Nunca me cansaré de oírte decir que me amas, y si alguna vez dejas de hacerlo, te pondré hilos en los jodidos labios y te obligaré a decirlo. Luego, se inclina más cerca hasta que su aliento se abanica sobre mis mejillas, y susurra: —Pero no te creo. Me quedo con la boca abierta y frunzo el ceño. —¿Me estás jodien...? Me hace callar con su polla, introduciéndola de nuevo en mí con un empujón de sus caderas. —He perdido de vista mi fe. Necesito verla. Entrecierro los ojos, contemplando qué más podría querer de mí. Me frota el labio con más fuerza. —Dices muchas cosas que no quieres decir, cariño. La verdad está en la punta de tus dedos y en las suaves curvas de tu cuerpo. En las lágrimas que lloras tan bonitas por mí, y en lo mucho que te corres por mí. Muéstrame la verdad. Durante varios latidos, no sé cómo hacerlo. Entonces caigo en cuenta, y él debe ver la comprensión en mis ojos porque vuelve a sonreír, mirándome con diversión. La mirada me enfada, como si pensara que voy a arrodillarme para él y recitarle poesía o alguna mierda. El desafío me arde en el pecho mientras mis ojos se desvían hacia mi mesita de noche. Siguiendo mi mirada, enarca una ceja y se vuelve hacia mí, captando mis pensamientos sin tener que decir nada. He sangrado por Zade, pero solo para reemplazar las marcas de otro hombre. Poco después de que me tomaran, talló una rosa sobre su corazón. Y ahora... quiero que me haga lo mismo. Se inclina y toma el cuchillo de la mesita de noche. —¿Esto es lo que quieres? —pregunta, haciendo girar el cuchillo hasta que la luz brilla en él. —Sí —digo, aunque no parezco nada segura. —¿Y qué quieres que haga con esto? ¿Qué te corte de nuevo? Niego con la cabeza y me acerco para rozar con las puntas de mis dedos la rosa irregular de su pecho. —Quiero esto —admito. Agarrando su muñeca, guío su mano, sosteniendo el cuchillo justo encima de mi pecho. La anterior diversión desaparece de sus ojos, sustituida por algo oscuro y traicionero. —Quiero uno como el tuyo —digo, moviendo las caderas para recordarle que esto es real. Se tensa y las venas que recorren su brazo y su cuello palpitan. Me estudia detenidamente y empiezo a perder los nervios. —Por favor, Zade —le suplico en voz baja. Cerrando los ojos, respira profundamente, y para cuando los abre, su bestia ha tomado el control. —Frota tu clítoris, cariño —me indica. Hago lo que me dice, meto la mano entre nosotros y encuentro el sensible capullo y empiezo a rodearlo ligeramente. Mis párpados se agitan, el placer agudo aumenta y me roba el aliento. Siento que mi coño se aprieta en torno a él, palpitando de deseo a medida que mi contacto se hace más firme. Él gruñe, moviendo las caderas para que pueda sentir lo llena que estoy de él. Una de sus manos se desliza por debajo de mí y me sujeta la nuca con firmeza mientras se inclina hacia mí, colocando la punta del cuchillo justo encima de mi corazón. Me mira por debajo de sus pestañas, esperando mi reacción. Solo le doy un gemido ronco como respuesta, apretándome contra él. He estado a merced del dolor de Zade antes, y fue una de las experiencias más eufóricas de mi vida. —No voy a parar —me advierte. —No te tengo miedo —digo, gimiendo de nuevo mientras un orgasmo se acumula. —Tantas mentiras —susurra, justo antes de presionar el cuchillo y empezar a cortar. Respiro con fuerza, con un dolor ardiente en el pecho. Lenta y metódicamente, empieza a introducirse y a salirse de mí, manteniendo sus movimientos suaves para poder cortar limpiamente. No se trata de pequeños cortes como la última vez, sino de un largo y continuo arrastre. Es casi cegador, así que me froto el clítoris con más fuerza, gimiendo por la gran cantidad de placer y agonía que asola mi cuerpo. Se siente como si una rosa revestida de gasolina se filtrara en mi piel, y ésta se incendia constantemente bajo su contacto. —Esculpiré un jardín de cicatrices en tu piel, Ratoncita. Solo mi dolor les dará vida. —Inclino la cabeza hacia atrás, gimiendo por el afilado corte de su cuchillo—. Solo crecerán bajo mi toque. Aprieto los ojos y su voz se oye con fuerza. —Mírame, Adeline. Quiero que me veas marcarte como mía. Aunque me cuesta, me obligo a abrir los ojos, intercambiando entre la macabra rosa que se está grabando en mi piel y sus brillantes ojos desiguales. —Estás haciendo un buen trabajo, cariño —susurra, dedicándome una rápida mirada. El sudor se forma a lo largo de la línea de mi cabello mientras las dos sensaciones diferentes luchan en mis terminaciones nerviosas. —Lo tomas tan jodidamente bien —gime, mordiéndose el labio mientras la sangre burbujea y brota de la herida, acumulándose en la hendidura de mi garganta y en las sábanas debajo de mí. Mi respiración se entrecorta cuando su polla golpea ese punto dentro de mí, haciendo que mis ojos se vuelvan hacia la parte posterior de mi cabeza. Me arqueo hacia el cuchillo y giro los dedos más rápido, sin importarme lo grotesca que pueda parecer la rosa. Nada de nuestro amor es bonito. Está lleno de líneas irregulares, trozos astillados y bordes afilados. Duele muchísimo, pero no es una obra maestra si no te hace sangrar por ello. Maldice, el cuchillo corta mi piel más rápido. —No te atrevas a correrte todavía, Adeline. No hasta que yo te lo diga. No escucho, y sigo persiguiendo mi liberación a pesar de su advertencia. Nada más importa ahora mismo, excepto correrme sobre su polla con su cuchillo en mi pecho. Gruñe, la mano que rodea mi nuca se desliza hacia arriba y me agarra el cabello con tanta fuerza que grito. Al cabo de unos instantes, retira el cuchillo, mientras la agonía sigue latiendo en la rosa ensangrentada. Estoy muy cerca. Al borde del precipicio. Pero entonces me echa la cabeza hacia atrás, obligándome a inclinarme sobre la cama. Segundos después, el filo del cuchillo me presiona la yugular, y la voz peligrosamente suave de Zade me llena el oído. —Puedo cortarte la garganta tan jodidamente fácil. Y cuanto más fuerte te corras, más rápido se drenará la sangre de tu cuerpo —dice. Mis dedos se quedan quietos, un tipo diferente de agonía me roba el aliento mientras fuerzo el orgasmo a bajar. —No te vas a correr hasta que yo te lo diga —repite, con una voz mordaz y áspera como un papel de lija. A pesar de su amenaza, me folla con más fuerza, presionando su pecho contra el mío y ganándose un grito de dolor como respuesta. Su respiración se intensifica, la hoja afilada muerde la carne sensible de mi cuello. Con cada empujón, sacude mi cuerpo y hace que se roce con mi piel. —Zade, por favor —grito—. Te sientes tan jodidamente bien. Lo necesito tanto. Inhala bruscamente, y entonces lanza el cuchillo por la habitación, el sonido de su chasquido contra el espejo de mi tocador es tragado por mis gritos agudos. Su mano me rodea la garganta, con la boca todavía pegada a mi oído. —Dilo otra vez —exige, acelerando su ritmo. Me muerdo el labio hasta saborear el cobre, luchando por no explotar a su alrededor. Estoy en una batalla perdida, y soy una maldita mentirosa. Me aterra lo que pueda hacer Zade, lo suficiente como para seguir luchando por ese control. Sin embargo, sé que si lo suelto, acogeré su castigo de forma tan caótica como lo hice con la punta de su cuchillo. —Te amo —me ahogo, las palabras apenas salen de mi lengua antes de que su mano me apriete, deteniendo el oxígeno de mis pulmones. —Qué buena chica. Quiero que empapes estas sábanas con tu corrida tan profundamente como tu sangre, ¿me entiendes? Mi boca se abre, pero no sale ningún sonido. Me agarra la garganta con demasiada fuerza como para permitir que se cuele un solo decibelio. La negrura lame los bordes de mi visión, burlándose de mí mientras se arrastra lentamente. La presión en mi cabeza aumenta y siento lo rojo que está mi rostro. El pánico se despliega en mi estómago, en el remolino de la dicha y la agonía. Es una batalla entre la necesidad de que se detenga y preferir que me rompa el cuello si lo hace. Le araño el brazo y, cuando mis ojos empiezan a ponerse en blanco, me suelta la garganta justo en el momento en que un maremoto me atraviesa. La combinación de la sangre que se drena de mi cabeza a una velocidad vertiginosa y el orgasmo demoledor me reduce al delirio. Mi coño se contrae tanto alrededor de él que siento cómo se esfuerza por hundirse en mí. —¡Zade! —grito a través de una garganta devastada, ronca y agrietada, mis brazos se envuelven alrededor de su cuello, desesperada por aferrarse a algo, y necesitando que me conecte a tierra mientras soy destrozada en pedazos. Mis oídos zumban mientras mi cuerpo se inclina completamente sobre la cama, la euforia que me araña por dentro es demasiado intensa para que pueda procesarla. Se niega a detenerse y me folla con más fuerza, incluso cuando me agarro a él. Sus manos se aferran a mis caderas con una fuerza contundente, y si pudiera ver más allá de la imagen de Dios mirándome a los ojos, preguntándome si estoy lista para volver a casa, encontraría a un hombre desquiciado de rodillas preguntando si él también puede venir. Las lágrimas brotan de mis ojos y mi rostro se contorsiona con un grito de impotencia mientras mi cuerpo es devastado. Todas las sensaciones son demasiado. —¡Dios mío, por favor, no puedo más! Siento su puño golpear el colchón junto a mi cabeza con un gruñido gutural, y su lengua se desliza por mi pómulo, lamiendo las lágrimas. —Mírame cuando me rezas —me dice. Sacudo la cabeza, y se me derraman más lágrimas—. Joder, qué hermosa estás cuando lloras por mí. ¿Crees que alguna vez dejaré de hacerlo? Quiero beber tus malditas lágrimas como si fueran la sangre de Cristo. Vuelvo a sacudir la cabeza, una súplica silenciosa para que se detenga. Pero se niega, y me pregunto cuánto tiempo más podré aguantar antes de desmayarme. —¿También soy tu salvación? —Me atraganto y apenas pude pronunciar las palabras antes de que se me escape un sollozo. —Siempre ibas a ser tú quien me salvara, Ratoncita. —Se estremece, y siento que su cuerpo se tensa a medida que se acerca a su final. El mío también está cerca, y me asusta lo que será de mí una vez que llegue. Me folla más deprisa, introduciendo su mano entre nuestros cuerpos y deslizando sus dedos contra mi clítoris, y esta vez, no veo nada en absoluto. Mi boca se abre en un grito casi silencioso, y él ruge, suministrando el sonido de nuestra ruptura, a la deriva en nuestra propia aniquilación. Se queda quieto, pero mis caderas tienen una mente propia, rodando contra él mientras ambos somos reducidos a cenizas. Eres polvo, y al polvo volverás. El tiempo deja de existir, y para cuando ambos recuperamos la claridad, estamos jadeando y temblando por las réplicas. Mis mejillas están mojadas por las lágrimas, que aún gotean de mis ojos mientras intento recuperar el aliento. Pero no puedo. No con los sollozos que me destrozan la garganta. Zade me rodea el cuello con su brazo, abrazándome con fuerza mientras ambos intentamos recuperarnos de... lo que sea que haya sido eso. —Yo también te amo —dice con voz ronca. Cada día estamos más cerca de la muerte, nuestros cuerpos se deterioran un poco más. Y si esto es lo que se siente al morir, entonces no quiero sentir nada más. Está tranquilo. Demasiado tranquilo. El reloj hace tictac en el fondo, y un par de pasos metódicos crujen por encima de mí. De un lado a otro. Tic, tac, tic, tac. Sin embargo, está en silencio. Claire está en silencio. Tomó precauciones después de mi aparición en la televisión hace cuatro días y rompió todos sus dispositivos la misma noche. Sabía que era una posibilidad que Claire llevara mi amenaza a ese nivel; era una variable que sería estúpido no considerar. Pero si eso significaba evitar que Addie fuera acusada de asesinato, lo que podría haber llevado a otro intento de secuestro una vez bajo custodia policial, era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Podría haberla llevado a un lugar donde nadie la encontrara, pero eso sería arrancarla de cualquier apariencia de vida normal. No es que tenga mucho de una ahora, pero al menos tenemos la oportunidad de recuperarla una vez que me encargue de Claire. Esperaba que la perra pelirroja fuera demasiado orgullosa como para considerar la posibilidad de deshacerse de sus dispositivos, pero supongo que Claire no estaría donde está si fuera una idiota. Hemos triplicado la seguridad en torno a Parsons, asegurándonos de que ni un maldito pájaro pase el perímetro sin que yo lo descubra. Mientras tanto, estamos trabajando para recuperar la señal de Claire. Ahora que sabemos exactamente dónde está, puedo hacer que uno de mis hombres se acerque lo más posible a su isla. Entonces, volaremos un dron que puede enviar un EMP21 viral a su ubicación. Eso enviará un virus a cualquier tecnología dentro de su área, y entonces podremos descifrar qué dispositivos son valiosos desde allí. Llevará un par de días tener a alguien ahí y dentro del rango, y hay mucho que puede preparar en el tiempo que esté fuera de la red. Tic, tac, tic, tac. Hago girar mi cuello, los músculos que crujen y gimen. Todavía no ha hecho ningún movimiento. Pero eso no está bien. La perra es reactiva. Su cabeza es del tamaño de esta mansión, y tan oscura como su interior. Los pasos se detienen, como si escucharan mis pensamientos y se ofendieran por la idea. Tomo un sorbo de mi whisky, desafiando al imbécil a que me ponga a prueba. Estoy lo suficientemente al límite como para luchar contra el aire, y además voy a jodidamente ganar. Al cabo de unos instantes, los pasos se reanudan y resoplo una carcajada sin gracia. Sea el fantasma que sea, está tan inquieto como los huesos de mi cuerpo. Quizá sea un reflejo directo de cómo me siento. Una manifestación o algo así. La Mansión Parsons está llena de energía, y no me sorprendería que pudiera ser manipulada tan fácilmente. Me trago el resto del contenido de mi vaso, siseando por el ardor. El reloj sigue avanzando, acercándose a las tres de la madrugada. Hace unas horas que he llegado a casa tras desmontar otro círculo. Este tiene víctimas tan jóvenes como los recién nacidos, y aún no he podido dormir. Estoy demasiado lleno de rabia y con el conocimiento de que Claire tiene algo planeado. 21 Pulso electromagnético. Los dedos fantasmales del miedo suben por mi columna como una araña, tensando mis hombros con cada pinchazo. Sea lo que sea, me va a enfadar de lo lindo. Llámame maldito psíquico, supongo. Tic, tac, tic, tac. Saco el teléfono y llamo a Jay, haciendo rebotar la pierna mientras suena. —Me odias —es su respuesta aturdida. —Algo va mal —digo, rebuscando en mi bolsillo para sacar mis cigarrillos. —¿Qué ha pasado? —pregunta, sonando más alerta. Sacudo la cabeza, luchando por expresarlo con palabras. —Todavía no lo sé. Todo está tranquilo en Parsons. No hay señales de nadie. Pero eso es demasiado obvio. Jay guarda silencio por un momento. —Supongo que se trata de Claire. ¿Qué podría hacer ella? —Quién diablos sabe —refunfuño, irritado conmigo mismo, y meto con rabia la punta del cigarrillo entre los labios—. A la maldita se le ocurrirá algo creativo, estoy seguro. Bosteza. —¿Hablaste con Addie de eso? ¿No podrías haberla despertado para hablar de tus sentimientos y luego llamarme cuando supieras que algo va realmente mal? Idiota. —Ella está durmiendo. —Yo estaba durmiendo. —También se fue a la cama enfadada porque tuvo una discusión con su madre sobre la medicación o alguna mierda. No quería molestarla. Estoy bastante seguro de que su madre estaba tratando de convencer a Addie de que me medicara. Antipsicóticos, para ser exactos. Me reí, y Addie entonces rápidamente estuvo de acuerdo con su madre. En respuesta, la hice rodar sobre mi cara y me comí su coño hasta que se montó en mi lengua hasta el olvido. La pequeña mentirosa me quiere tal y como soy. Él suspira. —Tienes suerte de que entienda la ira de una mujer despechada. —Hace una pausa—. Y de un hombre, si estoy siendo totalmente transparente. Pongo los ojos en blanco. Idiota. Lo entiende tan bien porque sus llamadas para sexo son solo eso, y a ellas no les gusta. ¿Pero deja de follar con ellas? Por supuesto que no. —Estoy seguro de que a las dos se les pasará —aplaca Jay—. Por lo que he oído, se quieren. Solo que tienen una forma extraña de demostrarlo. O de reconocerlo. Acciono el mechero, a punto de encender mi maldito cigarrillo, y justo cuando la llama se enciende, también lo hace la proverbial bombilla de mi cabeza. Mi corazón cae. —Mierda, Jay, comprueba la casa de los padres de Addie —digo, finalmente encendiendo la punta e inhalando profundamente. Hace una pausa. —No crees que Claire intentaría algo con ellos, ¿verdad? —¿A quién más podría ir a buscar? Yo no tengo familia, pero Addie sí, y no sería difícil averiguar que su madre la ha visitado con frecuencia. Oigo el crujido de las sábanas y luego el zumbido de su ordenador al encenderse. Ese temor me tiene ahora asfixiado, y siento con cada fibra de mi ser que algo va a estar mal. ¿Dónde está mi maldita laptop? No está en ningún sitio cerca de mí. —Jay —le digo, impacientándome mientras doy otra calada, con la rodilla rebotando inquieta. —Estoy mirando —murmura. Unos segundos después, maldice— Mierda, tienen una cámara Nest. Alguien entró hace unos treinta minutos. Joder. Salgo volando del taburete, casi haciéndolo caer al suelo a cuadros. —Sus padres no tienen cámaras dentro de la casa, así que no puedo ver lo que está pasando —dice, con la voz tensa. Ya he apagado el cigarrillo en el fregadero y me dirijo a toda prisa hacia las escaleras, soltando algunas palabras en el camino. —Envía un dron para que vigile el exterior. Voy para allá —digo, girando alrededor de la barandilla y subiendo los escalones de dos en dos. —Enviando uno ahora. —Gracias —digo, cortando la llamada mientras vuelo por el pasillo y atravieso la puerta de la habitación de Addie. Está de espaldas, acurrucada y durmiendo profundamente. Las puertas del balcón están abiertas de par en par, dejando entrar una brisa fresca. Tiende a acalorarse por sus pesadillas, así que esas puertas siempre están abiertas. Me apresuro a acercarme a ella, sin molestarme en permanecer en silencio. —Addie —le digo, dándole un suave toque. Odio despertarla cuando parece tener un momento de paz mientras duerme, pero ella me mataría si descubre que algo anda mal con sus padres y me fui a encargar de eso sin decírselo. Sus ojos se abren de golpe y su ceño se frunce cuando vuelve en sí. —¿Qué? —dice con voz ronca, preparándose para tirar de la sábana por encima de cabeza. La agarro de la muñeca, apretando con fuerza para que entienda la gravedad. Se queda paralizada y abre los ojos para mirarme fijamente. —¿Qué ha pasado? —pregunta, aterrada, mientras se incorpora. Joder. Está completamente desnuda, y el hecho de que apenas me distraiga es debido a la intensidad con la que suenan mis alarmas internas. —Vístete. Nos vamos a casa de tus padres —le ordeno, apartándome de ella y dirigiéndome a su vestidor. —¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasa? Sacudo la cabeza. —Tenía el mal presentimiento de que Claire estaba tramando algo, así que hice que Jay comprobara su casa. Alguien entró hace una media hora. Se levanta de la cama y está a mi lado en cuestión de segundos, apartando mis manos de un manotazo y agarrando la ropa que necesita. —¿Por qué iba a ir por mis padres? —pregunta, tirando frenéticamente de la ropa. —Porque, aparte de mí y de Daya, es la única forma de llegar a ti. No ha habido comunicación, lo que significa que puede que no hayan hecho nada drástico todavía. Ella sacude la cabeza, el pánico haciendo un nudo en su frente. —No lo entiendo. No entiendo por qué me persigue así. Tomo una de mis armas del tocador, compruebo el cargador y la meto en la parte trasera de mis jeans. El cuchillo que le regalé por su cumpleaños está abajo, pero voy a tomar armas adicionales para ella. —En este punto, es solo personal, cariño. Soy la mayor amenaza para su organización, y tú eres el mayor pago que ella verá en su vida. Al mismo tiempo la harás más rica de lo que cualquier humano tiene derecho a ser y me pondrás de rodillas. —Xavier ya pagó por mí, y ahora está muerto. Así que está tratando de hacer el doble de dinero conmigo —dice ella. Se apresura a acercarse a sus zapatillas de deporte que están tirados al azar a los pies de la cama. —No puede pensar que esto va a funcionar. ¿Cree que soy tan jodidamente estúpida como para encontrarme con la misma situación dos veces? —No se trata de lo inteligente que eres, sino de lo desesperada que estás. Y si ella se hace con tus padres y los utiliza como garantía, estarás lo suficientemente desesperada como para hacer cualquier cosa. Addie resopla, pisando fuerte para que el zapato le pase por el talón. —Que me condenen si me vuelvo como Rio —murmura en voz baja. Antes de que eso ocurra, llegaré al cielo. —¿Qué demonios va a hacer ella de todos modos? —pregunta en voz alta, aunque suena retórico. Se vuelve hacia mí, con sus ojos castaños claros afilados—. La estúpida zorra va a intentar que cambie mi vida por la suya, ¿tengo razón? —Lo más probable —concedo, siguiéndola por la puerta de su habitación. En el momento en que salimos, parece como si las paredes abrieran sus ojos, observando cómo nos precipitamos por el oscuro pasillo. Addie atraviesa las figuras de sombra que se arrastran por el suelo, sin prestarles atención. —¿Debemos despertar a Sibby? Abro la boca, pero entonces, como si estuviera sacada de una película de Rob Zombie, sale de la puerta de su habitación, cerca de la escalera, y se tapa la boca mientras bosteza. Sus coletas están torcidas y su camisón morado cuelga de un hombro. Entrecierra los ojos y nos mira con confusión. Addie se detiene en seco, le echa una mirada a Sibby y le dice: —Vístete rápido. Puede que te diviertas esta noche. El cansancio que la aferraba se desvanece en cuestión de segundos. Sus ojos se abren ampliamente con la emoción. —¿Pueden venir mis secuaces también? Suspiro. —Solo caben dos, y solo si no estorban. —Son imaginarios, pero los imbéciles siguen causando problemas. Vuelve a entrar en la habitación, chillando. —¡Danos dos segundos! —grita desde las profundidades, pero Addie ya está bajando las escaleras con sus piececitos como un correcaminos drogado. —No te olvides de los cuchillos y las armas, Ratoncita —digo tras ella—. Y, Sibby... limita tus cuchillos y armas. Oigo un suspiro dramático desde la habitación, pero la ignoro, metiendo el Bluetooth en la oreja. En menos de dos minutos, nos hemos subido a mi auto y salimos hacia la casa de sus padres. Está a una hora de distancia, pero estoy decidido a llegar allí en la mitad de tiempo. A los diez minutos de viaje, los hombres estaban sacando a los padres de Addie de la casa. Jay tomó una decisión en una fracción de segundo y disparó a su camioneta. El dron que está usando es de grado especial, equipado con balas, y altamente ilegal. Los hombres llevaron a sus padres de vuelta al interior y estarán esperando nuestra llegada. Hay un pequeño riesgo de que maten a sus padres antes de que lleguemos, pero eso sería totalmente estúpido. Si sus padres están muertos, no hay ventaja. Y si trataran de escapar, Jay los derribaría. De cualquier manera, ellos pierden. —Saben que estamos aquí —le recuerdo a Addie mientras entro en la calzada. A pesar de la desaprobación de Serena de la Mansión Parsons, vivir en una casa aislada está en su sangre. No vive en los suburbios, como me imagino, sino en una hermosa casa detrás de un matorral de árboles y lejos de la carretera. No está alejada de la civilización como la mansión, pero tampoco es fácil de encontrar. —No crees que los hayan matado, ¿verdad? —No, cariño —le digo con sinceridad—. Si lo hicieron, saben que, si no los mato yo, seguro que lo haría Claire. Perdería su ventaja. Addie hace rodar su labio inferior entre los dientes cuando me detengo. La casa está a oscuras y los árboles que la rodean se balancean con el viento, las ramas proyectan sombras torcidas sobre la casa, existiendo una sensación ominosa. Es una gran casa blanca de tres pisos con una enorme ventana en la parte superior central, que muestra la silueta de una lámpara de araña. Llamo a Jay y él responde inmediatamente. —Vigila la casa y asegúrate de que no entre nadie más —le ordeno. —Ya estoy en eso, jefe —dice, con el repiqueteo de su teclado tras su confirmación. Me vuelvo hacia Addie y le pregunto: —¿Estás lista? Me dedica una sola mirada antes de abrir la puerta y salir, respondiendo en silencio a mi pregunta. Sibby sale corriendo detrás de ella mientras yo cierro el auto y los sigo. Las caderas de Addie se balancean con rabia mientras corre hacia la puerta principal. Acorto la distancia en unas pocas y largas zancadas, la agarro del brazo y la arrastro hacia atrás. Casi se le rompe el cuello de lo mucho que gira la cabeza para mirarme. —No entres sin pensar. Arrancando su brazo de mi agarre, se burla de mí. —No soy estúpida —suelta. Sonrío y levanto las manos en señal de rendición. Si no fuera porque su madre está en peligro, la doblaría y me la follaría hasta que se volviera estúpida. —Lo siento, nena. Procede. Dejándome atrás, se acerca a la entrada, y luego, como si fuera a cámara lenta en una película, sus movimientos se vuelven graduales y suaves mientras llega a la puerta principal. Gira el pomo y abre la puerta en silencio, la oscuridad se extiende desde las profundidades del vestíbulo mientras su otra mano sujeta el cuchillo que lleva en el muslo, preparándose para que alguien salte y ataque. Nadie lo hace, el silencio es ensordecedor. Al adentrarse más en el interior, sus ojos escudriñan todas las direcciones. Cuando lo considera claro, nos indica a Sibby y a mí que entremos tras ella. Me muerdo el labio, disfrutando de verla al mando. Mi chica es fuerte y capaz, y con gusto la sigo. La oscuridad nos engulle mientras cierro la puerta sin hacer ruido. Es tan silencioso que se podría oír el pedo de un ratón. Addie desaparece en la oscuridad mientras se adentra en la casa. No puedo ver mucho, pero puedo sentirlo todo. El frío que hace que se me ponga la piel de gallina, el calor que se mueve por las tuberías y los ojos que observan todos mis movimientos. Vienen de todas las direcciones y de ninguna parte. Sin embargo, son tan reales como los dedos fantasmales que siento rozando mi piel en la Mansión Parsons. Por suerte, Sibby comprende perfectamente la situación y contiene su aturdimiento. Está acostumbrada a arrastrarse por las casas, pero siempre tuvo la protección de las paredes. En Satan's Affair, ella era la mirada escalofriante. Tal vez ahora entienda esa sensación visceral de saber que alguien te está observando y quiere hacerte daño, pero sin saber nunca dónde está hasta que lo tienes adelante. Recorremos un largo pasillo, pasando por retratos de Addie envejeciendo gradualmente hasta convertirse en una adolescente. Normalmente, me detendría y miraría las fotos de su infancia, fantaseando con las versiones infantiles de mí mismo enamorándose de ella si la hubiera visto entonces. Algo me dice que me habría cautivado por ella sin importar lo jóvenes que fuéramos. Ahora, es tan inquietante que esos ojos sonrientes de las fotos parecen siniestros. Como si las diferentes versiones de Addie se rieran de nosotros porque saben el peligro que nos espera. Quiero devolverle la risa porque yo era el peligro que la esperaba. Entramos en una cocina, encontrando la amplia zona despejada. Comienza a dirigirse a la izquierda, pero un ligero sonido de arrastre surge de nuestra derecha. Se detiene y me mira. Asiento hacia el ruido. Por mucho que quiera encontrar a su madre, no podemos dejar atrás a hombres peligrosos. Asintiendo, se gira y se dirige hacia el ruido. —Cuidado donde pisan —susurra Addie un momento después. Sin perder de vista los pies de Sibby, la veo bajar, sus botas se hunden en la suave alfombra. Es una gran sala de estar, con una enorme pantalla de televisión montada en la pared a nuestra derecha y sofás de felpa que la rodean, junto con un sillón reclinable. Imagino que es ahí donde se sienta su padre, gritando a cualquier equipo de fútbol que juegue en la pantalla. Su imagen se desvanece mientras una persona diferente la sustituye, un cuerpo que emerge de la oscuridad como un demonio llamado por su amo. Addie y Sibby lo ven al mismo tiempo que yo, y sus cuerpos se erizan brevemente por lo espeluznante que resulta antes de que todos entremos en acción. Addie se precipita hacia el tipo, pero siento que otra persona se arrastra detrás de mí, y veo el metal justo antes de agarrar a Sibby por una de sus coletas y tirar de ella, apartándola del camino de un cuchillo volador que estuvo a centímetros de atravesarle la cabeza. Un soplo de aire caliente me recorre la nuca un segundo antes de que me dé la vuelta, saque mi arma de la parte trasera de mis jeans y apunte al culpable que lanzó el cuchillo. Hago un disparo, alcanzando a la persona en la garganta y esquivando a duras penas otro cuchillo en la cara, atrapando su muñeca justo antes de que pudiera conectar. Mis cicatrices ponen a Addie caliente y molesta, así que no me habría importado que tuviera éxito. El silenciador produce un sonido mínimo, más silencioso que el del hombre que se convulsiona en el suelo y se ahoga con su propia sangre. Me doy la vuelta y encuentro a Addie peleándose con la primera persona. En el momento en que intervengo para ayudarla, ella le da un puñetazo al hombre y su cuchillo le atraviesa la boca hasta llegar al cerebro. Después de arrancarle el cuchillo de la cabeza, cae al suelo, muerto antes de caer sobre la alfombra. Joder, esa es mi buena chica. Sibby mira a su alrededor y, por lo que puedo ver, está haciendo pucheros. Tiene los labios fruncidos, decepcionada por no haber podido participar en la acción. —Habrá más —le aseguro en voz baja, con el corazón palpitando por la adrenalina en mi sistema. Es como si la morfina corriera por mis venas, dándome un subidón que las drogas nunca podrían emular. Addie me mira con los ojos redondos y la mano chorreando sangre. Su pecho se agita, y desde aquí puedo oler su excitación. Un impulso animal comienza a apoderarse de ella. Quiero llevarla al suelo y follarla en el charco de sangre. Pero su madre está en algún lugar de la casa, probablemente herida y como rehén. Dando un paso atrás, inclino la barbilla en señal de aprobación, sintiendo lo feroz de mi mirada. Ella se esfuerza por tragar saliva, girándose y escudriñando la habitación para distraerse de la energía que se está acumulando entre nosotros. Apartándome de mi Ratoncita asesina, me adelanto y compruebo todos los rincones de la habitación, encontrando una pequeña escalera en la esquina del fondo. Me asomo a los escalones y no veo más que un negro infinito. —Esa es mi habitación —susurra ella desde atrás. Giro la cabeza y la miro por encima del hombro. —Creo que me mantendré al margen por ahora —respondo, con la voz ronca—. Ve a comprobar que no hay nadie arriba. Rápido. —Tenemos que encontrar... —Addie —gruño—. Si no despejamos la casa, podrían estar al acecho hasta que te distraigas y matarte. Así que, por favor, revisa la maldita habitación, cariño. Cerrando la boca, hace lo que le digo, manteniéndose alejada de mí. Solo tarda un minuto en volver a bajar las escaleras. —Despejado —respira—. Revisemos su habitación ahora, por favor. Está al otro lado de la cocina. —Después de ti —digo. Se apresura a pasar por delante de mí y nos lleva de vuelta a través de la maldita sala de estar, luego hacia las escaleras en la parte trasera de la cocina, justo antes del comedor. Sube los escalones con rapidez y Sibby y yo la seguimos de cerca. Todos están al tanto de nuestra presencia, pero dar pisotones como elefantes solo ayudará a ocultar dónde se esconden. El piso superior es un gran círculo que rodea las escaleras, con la monstruosa lámpara de araña colgando justo encima. Los diamantes que cuelgan de la llamativa lámpara brillan a la luz de la luna que entra por la enorme ventana. El aire es más denso aquí arriba, pesa sobre mis hombros como si el propio Dios intentara sujetarme. Hay alguien aquí arriba, pero no es visible. Al menos, todavía no. Una sensación ominosa me recorre los huesos, lo suficiente como para dar un paso adelante y empujar a Addie detrás de mí. Le pondré cinta adhesiva en la boca si intenta discutir. No me importa lo capaz que sea, siempre la protegeré. Pero ella no discute, lo que indica que también lo siente. Se me contrae el pecho y miro a mi alrededor, esperando que caiga el otro zapato. Solo tarda unos segundos más. Un láser rojo brillante atraviesa la ventana, aterrizando directamente en mi pecho. —¡Zade, agáchate! —Jay grita a través de mi auricular. —Mierda —maldigo antes de lanzarme directamente contra Addie y Sibby, derribándolas a ambas al suelo y casi enviándonos de vuelta a las escaleras. La ventana se rompe y siento el calor de la bala deslizándose por mi brazo, llevándose un trozo de mi bíceps. Nos llueven cristales afilados, pequeños trozos que me cortan las mejillas y las manos. Addie y Sibby se cubren la cabeza, intentando protegerse de la lluvia de pequeños cristales. —Joder, ¿están todos bien? —pregunto entre dientes apretados. —Todo está bien —gime Addie, seguida de la confirmación airada de Sibby. —El hijo de puta estaba protegiendo su cuerpo con algo, no estaba captando los sensores infrarrojos del dron hasta que se reposicionó —explica Jay apresuradamente, y luego murmura en voz baja—: Probablemente usó la maldita espuma de poliestireno. Antes de que pueda decírselo, una ráfaga de fuego ilumina el cielo y luego se apaga rápidamente. El francotirador acaba de recibir un disparo. —Está muerto —me anuncia al oído, exhalando un suspiro, pero enseguida vuelve a entrar en pánico—: Por favor, dime que todos están vivos. Están todos vivos, ¿verdad? —pregunta repetidamente. —Estamos todos bien. Pero podría haber más —digo—. Nos alejaremos de las ventanas lo mejor que podamos. Manténgame informado de cualquier otro movimiento. Otro suspiro de alivio. —Lo haré. Sibby gruñe, moviéndose por debajo de Addie, que me agarra el brazo herido y lo revisa, con los dedos cubiertos de mi sangre. Lo reviso rápidamente. Es superficial. —¿Estás bien, cariño? —pregunta en voz baja, con la voz temblorosa. No hace falta más que un incinerador para derretirme, excepto cuando se trata de Addie. En ese caso, soy como nieve fundida. Le doy un beso en la frente. —Estoy bien, Ratoncita. Vamos a movernos —digo. —Tengo muchas ganas de apuñalar a alguien ahora mismo —dice Sibby, deslizándose por fin de debajo de Addie. El cristal tiene que estar cortando en ella, pero no parece darse cuenta al estar demasiada ocupada gritándose a sí misma. —¡Mortis, muévete! Deja de aferrarte a mí como una sanguijuela, estoy bien. Zade es el que recibió la bala, estúpido. —En su intento de despegarse de su amigo imaginario, acaba dándome una patada en la cabeza. ¿Ves? Los imbéciles siempre causan problemas. —Sibby —siseo entre dientes apretados. —¿Qué? No es culpa mía —me dice con sorna, sin lamentarse lo más mínimo. Gimiendo, me quito de encima a Addie y me siento. —Levántate. Tenemos que alejarnos de la ventana. —Me pongo de pie y ayudo a las chicas a levantarse, una de ellas ahora de muy mal humor. Su temperamento solo va a seguir aumentando hasta que apuñale a alguien, y mi dolor de cabeza solo va a empeorar hasta que eso ocurra. Se quitan suavemente los cristales del cuerpo y, con la luz de la luna que entra en la habitación, noto pequeños cortes en sus rostros. —¿Cuál es la habitación de tu madre? —pregunto, manteniendo la voz baja y barriendo algunos fragmentos del trasero de Addie que se le escaparon. Sibby saca el trasero y se lo limpia, pero en su cabeza, uno de sus secuaces la está ayudando. —Primera puerta a la izquierda —responde. —Sibby, quiero que vayas a comprobar las otras habitaciones —le digo. Sorprendentemente, no se queja y se va, probablemente rezando para que alguien la ponga a prueba. Estoy rezando para que alguien la ponga a prueba. Los cristales crujen bajo mis botas mientras me arrastro por la pared, deslizándome por ella hasta llegar a la puerta, con Addie siguiéndome. Abro la puerta de golpe y me repliego en la esquina por si salen más balas. —Quédate aquí por ahora —le ordeno, sin darle tiempo a discutir. Con el arma en alto, entro en la habitación. La oscuridad es total y ojalá hubiera pensado en traer mis gafas de visión nocturna. Agudizo mis oídos, para escuchar cualquier ruido, pero no oigo nada. Ni siquiera el sonido de la respiración. A medida que mis ojos se adaptan, la cama se vuelve más clara. Está vacía, salvo por las sábanas arrugadas y las almohadas torcidas. Una lámpara se ha caído de la mesa auxiliar, boca abajo, con el cable arrancado de la pared. Debe de haber sido una lucha para sacarlos de la cama. Suelto una lenta respiración y sigo recorriendo con la mirada cada centímetro de la habitación, tratando de distinguir alguna figura en las sombras o tumbada en el suelo. —No están aquí —digo en voz baja. Addie se cuela en la habitación detrás de mí, con sus pasos ligeros y su cuerpo preparado para la amenaza. Ha dejado de ser la chica que se metía de cabeza en las situaciones sin pensarlo bien. Ahora es una asesina entrenada, y joder, si eso no me aprieta el pecho de orgullo. Nunca quise cambiar a Addie. A pesar de lo peligrosa que era su impulsividad y sus tendencias estúpidamente valientes, eso era lo que la hacía tan fascinante. Pero sus circunstancias me lo quitaron de las manos, y aunque seguía necesitando a mi chica valiente, ya no había lugar para acciones irreflexivas. Ahora no hay nada irreflexivo en los movimientos de Addie, y mi fascinación por ella no ha hecho más que aumentar. Todas esas amenazas ociosas que solía hacer sobre matarme o herirme, ahora podría hacerlas realidad. Joder. Sí. —¿Dónde crees que pueden estar? —susurra, devolviéndome a la situación actual. Me reñiría por distraerme con ella si supiera que eso cambiaría algo, pero no lo hará. Morir con Addie en la cabeza es la única forma en la que quiero irme de todos modos. Sacudo la cabeza. —No lo sé. Pero si hay gente en la casa, eso significa que lo más probable es que ellos sigan en la casa también. Addie se acerca a la cama, presionando su mano en las sábanas. —Está frío, así que se han ido por un rato. —Volviéndose hacia mí, decide con resignación y temor—: Creo que tenemos que comprobar el sótano. Su cuerpo está rígido y sus hombros tensos. —¿Qué pasa con el sótano? Se encoge de hombros. —¿Es espeluznante ahí abajo? —dice, aunque suena como una pregunta. —Te gusta lo espeluznante. Ella parece detenerse en ese pensamiento, y luego se relaja, asintiendo. —Sí, tienes razón. Me gusta lo espeluznante. Vamos. Sibby sale de una de las habitaciones justo cuando salimos del dormitorio de sus padres, pareciendo más frustrada. —No hay nadie aquí arriba. He entrado en todas las habitaciones —dice decepcionada. —El sótano —digo—. Puede que estén ahí abajo. Addie nos lleva de nuevo escaleras abajo y hacia la puerta del sótano del comedor. —Si están ahí abajo, oirán nuestros pasos y sabrán que venimos —murmuro, empujando una vez más a Addie detrás de mí. Es mejor que sea yo quien reciba los disparos para que ella pueda encargarse de sus padres. La puerta cruje al abrirse, y es como mirar dentro de un enorme agujero negro en el suelo. —¿Qué tan grande es el sótano? —Bastante grande. No está terminado —responde en un susurro—. También hay habitaciones ahí abajo. Despacio, desciendo las escaleras, y mi vista queda completamente anulada. Hay frío y otro gran peso de temor aquí abajo, como una diosa malvada que me hace señas para que entre en su guarida. Una jodida y cálida bienvenida. En el último rincón del sótano, una pequeña luz brilla desde las profundidades de lo que parece ser un pasillo. Ese pozo de terror brota, consumiendo mis entrañas hasta que todo lo que siento es perdición. Addie y Sibby me flanquean a ambos lados y, aunque no puedo ver sus rostros, puedo sentir su inquietud. —Estamos en la sala de estar, al final de ese pasillo está la parte inacabada —me informa Addie, su voz apenas supera un susurro. Justo cuando doy un paso, el resplandor se apaga como si hubieran cortado las luces. Me quedo paralizado, mis ojos empiezan a ajustarse. No han cortado las luces. Hay alguien de pie en la entrada del pasillo. No se mueve, pero siento sus ojos clavados en el lugar donde estamos. Mi mano se tensa alrededor de mi arma y la levanto lentamente, preparándome para que ataquen. Entonces, retroceden lentamente y desaparecen de nuevo por el pasillo, y el resplandor vuelve a ocupar su lugar. El corazón me late con fuerza en el pecho. Mierda, eso es raro. Hasta yo puedo admitirlo. Sibby se burla. —He pasado demasiado tiempo en casas embrujadas; nadie es más espeluznante que yo. Déjame ir primero. Me encojo de hombros, decidiendo que el hecho de que Sibby los joda no les hará daño. —Diviértete —murmuro, bajando mi arma un centímetro, aunque me niego a relajarme. Podría haber más cosas al acecho aquí abajo. Ella suelta una risa fuerte, el sonido es siniestro, antes de cantar suavemente una canción de cuna mientras se dirige al pasillo. No puedo estar seguro, pero si conozco a Sibby, estoy convencido de que está saltando hacia allí. Agarro la mano de Addie y la conduzco hasta donde la muñequita se encuentra ahora en la entrada, con su pequeño cuerpo resaltado por la luz. Tiene su cuchillo rosa en la mano y clava la punta en la pared que hay junto a ella. Luego, con su canción de cuna cada vez más fuerte, camina lentamente por el pasillo, arrastrando el cuchillo a su paso. Addie se encoge, pero no puedo decir si es porque Serena se va a enfadar por eso o si es porque Sibby es tan espeluznante como prometía. Ambas cosas son desalentadoras. Surgen voces de la habitación en la que están, que suenan nerviosas y ligeramente enfadadas. —No te acerques más —ladra una voz grave. Sibby se detiene, interrumpiendo bruscamente su canción de cuna, y ladea la cabeza. —Eso no es muy agradable —susurra, su tono infantil me produce escalofríos—. Solo quiero jugar. —Te volaré la puta cabeza, zorra —escupe. Un hombre corpulento llena la puerta al final del pasillo, y rápidamente saco a Addie de la vista antes de que nos descubra en la entrada. Me apoyo en la pared y me asomo a la esquina. Si intenta algo, seré yo quien vuele cabezas. Es corpulento y alto, con la cabeza calva, tatuajes oscuros que cubren su pálida piel y una tupida barba que rodea sus finos labios. Tiene un arma en la mano, apuntando directamente a Sibby. Pero ella no parece asustarse lo más mínimo. De la habitación salen gemidos apagados, tanto masculinos como femeninos, y los sonidos me relajan un poco. Puede que estén heridos, y definitivamente asustados, pero también están vivos. Eso es lo único que importa ahora. —Mis secuaces no dejarán que eso ocurra —dice. No tengo ni idea de dónde imagina que está su harén, pero la única que intimida al hombre armado ahora mismo es ella. Lo cual es admirable cuando mide un metro y medio. —Suelta el cuchillo —le ordena. Suspirando, Sibby escucha, con su cuchillo golpeando la pared. —También podrías decirme que me desnude a continuación si vas a despojarme de mis cosas —hace un mohín. Agarrando la parte inferior de su camisa, empieza a subirla, haciendo precisamente eso. Los ojos del hombre se abren ampliamente y baja su arma al ver cómo Sibby se quita la camisa. Menos mal que lleva sujetador. Sacudo la cabeza. Sus métodos son jodidamente extraños, pero siguen siendo efectivos. Le lanza la camiseta al hombre, lo que hace que se eche atrás. En ese pequeño lapso de tiempo, agarra otro cuchillo que lleva atado al muslo y lo lanza contra el hombre, y la punta del cuchillo le atraviesa el ojo. Los gemidos se convierten en auténticos gritos de horror cuando el hombre cae de bruces como un saco de arena. Su peso cae sobre el cuchillo, atravesándole completamente el cráneo. Rápidamente, toma su cuchillo y su camisa del suelo, se la pone y entra en la habitación a toda velocidad, pasando por encima de su víctima que convulsiona. —Vamos —digo, agarrando la mano de Addie y entrando a toda prisa en la habitación detrás de Sibby, intentando evitar el desorden. Serena y su marido, William, están atados a dos sillas en el centro de la habitación, con cinta adhesiva en la boca. Una sola bombilla cuelga por encima de ellos, iluminando a los dos hombres que se encuentran a ambos lados, cada uno con un arma apuntando a su cabeza. Los intrusos están tensos, con los nervios a flor de piel ahora que Sibby le ha clavado un cuchillo en el ojo a su difunto compañero. —Mamá... Papá... —jadea Addie, y siento que su cuerpo se eriza con la necesidad de correr hacia ellos. Los ojos de Serena están húmedos e inyectados en sangre, manchados de rímel negro. Su cabello rubio está despeinado y su pijama de seda está rota en el cuello. William se retuerce a su lado, sudando profusamente. Su cabello canoso está pegado a su rostro y su camiseta blanca está empapada. Un corte le estropea el pómulo y ya se le está formando un moratón alrededor del ojo. —Has llegado antes de lo que esperaba después de que tu amigo nos jodiera la camioneta —dice el intruso de mi izquierda, con su arma clavada en la sien de Serena. Tiene un cabello negro oscuro que le cuelga alrededor de las orejas, enmarañado y grasiento, una nariz enorme y puntiaguda con una cicatriz que la atraviesa. El otro es un hombre rubio y bajito, con cara de niño, que parece estar fuera de su elemento. —Tenía ganas de divertirme con ellos un poco más. Quizá ver si mamá también tiene un coño de oro. —Su dedo se enrosca en un mechón de cabello de Serena, y ella se aparta con un grito ahogado. —No la toques maldita sea —dice Addie. El hombre solo sonríe. —Yo también quería convertirlos en una bonita exhibición para ti —continúa, ignorándola. Se encoge de hombros, intentando parecer indiferente—. Supongo que tú harías una mejor exhibición. Z colgando de esa gran ventana en la parte delantera de la casa, como hiciste con el doctor. Qué poético sería. —Me encantaría jugar a las manualidades contigo —murmuro, sacando mi navaja de la capucha y abriéndola, el chasquido del metal se pierde en los gritos reprimidos de Serena. El hombre amartilla el arma en respuesta, con una amenaza clara. —Si la matas, matas lo único que impide que mi bala entre en tu cerebro — le advierto. —Oh, mamá es la favorita, ya veo. Bueno, entonces podemos prescindir del padre, ¿no? Su arma gira hacia el padre de Addie, que ahora tiene dos armas apuntando a su cabeza. Las intenciones del hombre son claras: matar a uno solo cimentará la necesidad de Addie de intercambiarse para salvar al único padre vivo que le queda. —Si lo haces, no habrá diamante. —Mi mirada se dirige a Addie, y mi corazón se detiene bruscamente cuando veo que se lleva el cuchillo a la garganta. Oh, diablos, no. Clavo el cuchillo en mi piel hasta sentir un fuerte pinchazo, la sangre sale lentamente de la herida. Los ojos de Zade la siguen, su mirada encendida de furia. El hombre de cabello graso devuelve el arma a mi madre, con una sonrisa de astucia en su rostro. —Touché, Diamante. —Levanta la barbilla hacia su compañero, que sigue apuntando con su arma a mi padre—. Agárrala. Luego se dirige a Zade y a Sibby: —Los dos suelten sus armas y apártenlas de una patada. El tipo con cara de niño se acerca a mí, y doy un gran paso atrás. —No puedes tocarme. No hasta que sepa que no vas a hacer daño a ninguno de ellos. Sus ojos se entrecierran, pero luego revolotean sobre mi hombro, y un momento después, siento el peligro detrás de mí. —¡Joder, Addie, muévete! —Zade ladra, pero es demasiado tarde. Un arma me presiona en la nuca, distrayéndome lo suficiente para que su brazo se acerque y agarre mi cuchillo, arrojándolo a un lado. El concreto me penetra en los huesos y mi cuerpo se convierte en piedra cuando me rodea el cuello con su brazo y me atrae hacia él, acercando su arma a mi sien. —Te has olvidado de comprobar el ático —me susurra el nuevo intruso al oído. Suelta su brazo alrededor de mi cuello y desliza su mano por mi coxis y por mis muslos, comprobando si hay algún arma y tirándola al suelo cuando la localiza. Me aprieta el culo como medida adicional, y no puedo contener el gruñido que se me escapa. Oh, sí. Va a morir. La tensión irradia de Zade, su mirada asesina sigue la mano errante del hombre. Apuesto a que está imaginando todas las formas en que podría quitársela del cuerpo, igual que hizo con la de Arch. Sibby se queda quieta, con los ojos rebotando en todas direcciones, probablemente calculando lo rápido que puede matar a uno de ellos antes de que su arma se dispare. —Más vale que tengas cuidado —murmura Zade, con los ojos clavados en el hombre que me sujeta—. Ese diamante tiene bordes afilados. El hombre con cara de bebé gira su arma hacia Zade: —Cierra la boca. Pónganse los dos contra la pared. Zade sonríe, levantando las manos en señal de rendición, pero su mirada es mortal. Pero Sibby se niega a ceder, así que el hombre se lanza hacia ella y la agarra por el brazo, intentando arrastrarla él mismo. Ella se vuelve loca, le araña y provoca una gran pelea. En el interior de mi manga hay un lápiz-arma... una pequeña y práctica arma que me regaló Zade. La puse allí para una situación exactamente como esta, manteniéndola deliberadamente fuera de cualquier lugar aparente para esconder un arma. Solo tiene una bala, pero será suficiente. El caos distrae a todos los hombres lo suficiente como para sacar el arma de la manga sin que ninguno se dé cuenta. El sudor me recorre la línea del cabello y, aunque la adrenalina se desborda en mi organismo, la calma se apodera de mí. Apresuradamente, apunto al hombre de cabello graso y pulso el botón del bolígrafo, la bala sale de la pequeña arma y atraviesa el cerebro del hombre, matándolo inmediatamente. La sorpresa total me da tiempo a apartar el arma de mi cabeza, y los reflejos de mi captor se retrasan cuando me dispara a los pies, sin llegar a los dedos. La bala rebota y me parece oír un grito ahogado, pero ya me he dado la vuelta y estoy enviando mi puño hacia su rostro. Mi padre grita a través de la cinta adhesiva que tiene en la boca, pero ahora no puedo mirar. Mi oponente saca un cuchillo del bolsillo y me la lanza al rostro. Retrocediendo justo a tiempo, el cuchillo atraviesa el aire a un centímetro de mi nariz. Agarrando su mano alrededor del mango, se la giro, y su muñeca se rompe por la fuerza. Grita y deja caer el cuchillo. Antes de que pueda asestarle otro puñetazo, su cabeza se echa hacia atrás, con un agujero en el centro de la frente. Me doy la vuelta con los ojos muy abiertos y encuentro a Zade guardando su arma. —Lo siento, nena. Te ha tocado el culo, por eso tenía que matarlo. Un grito desgarrador me distrae, atrayendo mis ojos hacia Sibby, que apuñala felizmente al hombre que tiene debajo, mientras mi papá se retuerce como un gusano en un anzuelo. Su mirada va de un lado a otro, de la chica psicótica a sus pies a su esposa. Mis ojos se abren ampliamente cuando veo bien a mi madre. Tiene la cabeza caída, la barbilla metida en el pecho y la sangre empapando la camisa. —Dios mío —grito, acercándome a ella a toda prisa. Zade llega primero a ella y le pone los dedos en la garganta para tomarle el pulso. —Está viva —dice—. Pero su pulso es débil. Necesita un médico ahora. Las lágrimas afloran de inmediato a mis ojos y el pánico hace que mi cerebro se convierta en papilla. Abro la boca, con los miembros congelados y los ojos muy abiertos clavados en mi madre moribunda. —Adeline —exclama Zade, y mis ojos se dirigen a él—. Concéntrate, nena. Necesito que vengas aquí y presiones la herida. Desbloqueando por fin mis músculos, hago lo que me dice y presiono ambas manos contra su pecho. El carmesí burbujea entre mis dedos, cubriendo mi piel en cuestión de segundos. Distintamente, veo a Zade desatando sus ataduras y luego las de mi papá. Hay una orden clara que le dice a Sibby que deje apuñalar al hombre muerto que tiene debajo, y luego Zade le habla a Jay a través de su auricular, pero después todo se hunde. Me corre demasiada sangre por los oídos. Demasiada ansiedad que me come viva desde adentro. —Mamá —digo temblando. Los brazos de papá la rodean, levantando suavemente su cabeza y gritando su nombre. Las lágrimas corren por sus mejillas enrojecidas, y es entonces cuando me doy cuenta de que mi propio rostro está mojado. —Serena, cariño, mírame —le dice papá, pero sus ojos permanecen cerrados. —Tengo que levantarla —dice Zade. —¡No la toques! —grita papá, yendo a apartar los brazos de Zade de un manotazo—. Tenemos que llamar a una ambulancia. —¡Papá! —exclamo, apartando una mano para detenerlo—. Detente, está intentando ayudar. —Seré más rápido que una ambulancia, te lo prometo —asegura Zade, mirando fijamente a los ojos de mi padre. Papá es un seguidor de las reglas. Se atiene a las normas. E incluso en su manía, entiende que Zade no la lleva al hospital solo porque es más rápido, sino porque todos hemos cometido un crimen, y no quiere que lo sepan. Lo que significa que tampoco vamos a un hospital de verdad. Apretando los dientes, papá suelta a Zade y deja que levante a mi madre, cuya cabeza cae sobre su pecho mientras él la levanta. —Todo el mundo suba al auto. Vamos, ahora, Sibby. Subimos los escalones del sótano, atravesamos la casa y nos amontonamos en el auto de Zade; todo es un borrón. Dejo que papá se siente en el asiento del copiloto mientras mi madre se coloca en mi regazo y en el de Sibby. Sigo presionando su pecho, susurrándole suavemente que siga viva. Zade debe tener todavía a Jay en la línea porque dice: —Llama a Teddy y hazle saber que estamos en camino. Herida de bala en el pecho. —Déjame adivinar, hay alguna historia inventada que tienes, ¿eh? —Papá suelta desde el asiento delantero mientras Zade sale de la calzada y se dirige a la carretera. Maneja el auto con facilidad, a pesar de la enervante velocidad a la que viajamos. —Pues no, la verdad es que no —responde Zade, sin inmutarse lo más mínimo por el enfado de mi padre—. No vamos a ir a la policía. Y vamos a ir a un cirujano, con verdadera experiencia... —¿No vamos a ir al hospital? —arremete mi padre, con voz ensordecedora. Me estremezco, con el corazón palpitando. Ya le he dicho a Zade que mi padre no formaba parte de mi vida. Siempre estaba en el fondo, ahí pero no realmente, como el fantasma de Gigi en la mansión Parsons. Sin embargo, en mi infancia hubo algunas ocasiones en las que levantó la voz, y cada vez, hizo que los pájaros se desprendieran de sus ramas y que mi espalda se encorvara en un intento de hacerme más pequeña. Es un hombre común, pero también puede dar miedo. —No, señor —responde Zade con indiferencia. Nada lo intimida, y si no lo hubiera visto de cerca, pensaría que tiene bolas de maldito acero colgando entre las piernas. —¡Me da igual quién demonios seas, será mejor que des la vuelta a este auto y nos lleves al PUTO HOSPITAL! —grita, con la cara cada vez más roja, incluso en la oscuridad del auto. —Levántame la voz una jodida vez más —amenaza Zade, con la voz cada vez más grave—. Te garantizo que puedo partirte el culo sin ni siquiera desviar el auto. Mi padre se echa hacia atrás, con los ojos desorbitados por la sorpresa. —Papá —interrumpo antes de que mi otro progenitor acabe recibiendo un disparo, con voz suave pero severa—. Nunca la dejaría morir, y lo sabes. Por favor, confía en nosotros. Su mirada me atraviesa, pero no desvío la mirada, ya que todo mi cuerpo empieza a temblar por la mezcla de adrenalina, conmoción y pánico. Burlándose, se da la vuelta, murmurando en voz baja: —No puedo creer esta mierda. Adeline, ¿en qué diablos te has metido? Frunzo el ceño. —Ni siquiera he hecho nada, papá. Se vuelve hacia mí con incredulidad. —¿Crees que no he visto a los tres matar a esos hombres a sangre fría? La pequeña loca... —¡No me llames loca! —grita Sibby a mi lado, haciéndome retroceder, el tono lastimando mis oídos. Hago una pausa, observando lo maniática que parece ahora. Su pecho está agitado y sus ojos marrones son salvajes, como si fuera un tigre acorralado en una pequeña jaula. Papá debe de verlo también, porque me mira fijamente. —No te sientes ahí y actúes como si fueras criado —exclama—. Acabas de asesinar a alguien. la hija que he —Iba a matar a mamá —me defiendo, incrédula de que me esté sermoneando ahora mismo. Está conmocionado y enfadado, y se desquita conmigo. Aprieta los dientes, enseñándomelos mientras me escupe: —Si se muere, será todo culpa tuya. Esa bala la alcanzó por tu culpa. Sus palabras se sienten como una bala propia, golpeándome justo en el pecho y sacando el aire de mis pulmones. —¿Qué? —digo con dificultad. —Cuando te estabas peleando con ese tipo y se disparó el arma —dice, con la cara enrojecida. Me mira como si fuera un monstruo—. La bala rebotó y le dio a tu madre. Mi boca se abre, sin palabras. Recuerdo que rebotó, pero nunca vi dónde impactó, distraída por el hombre con el que estaba luchando. Una oleada tras otra de culpa me golpea, y joder... esto es culpa mía. Parpadeo y una nueva oleada de lágrimas me nubla la vista. Siento como si mi pecho se abriera de par en par, mi corazón se derrama junto al de mi madre. —Ella no fue la que apretó el gatillo —ladra Zade, defendiéndome. Resoplando, se da la vuelta y mira por la ventana, vibrando de furia. —Esto también es culpa tuya —acusa con desprecio, dirigiéndolo hacia Zade—. Los dos. Nada de esto habría ocurrido si no fuera por tu novio criminal, Adeline. Zade gira la cabeza hacia mi padre, el volante de cuero gime bajo sus puños apretados y, por un momento, estoy convencida de que va a partirlo completamente en dos. —Creo que es mejor que cierres la maldita boca a partir de ahora, o lo haré yo por ti. Como has dejado claro, no soy un buen hombre, y me importa mucho cómo te diriges a Addie. Ese hombre estaba apuntando con una maldita arma a la cabeza de tu hija. Esto no es culpa de nadie más que de la gente que entró en tu casa. Papá lo mira fijamente, con las palabras en la punta de la lengua. Al final, sacude la cabeza y se gira para mirar de nuevo por la ventana, satisfecho de hacia dónde apuntan sus dedos. El auto cae en un silencio pesado, los cuatro en conflicto por diferentes razones. Miro a mi madre, un sollozo me sube a la garganta mientras miro su pálido rostro. Mis lágrimas gotean sobre sus mejillas, pero no me atrevo a retirar las manos de la herida para limpiarlas. —Lo siento mucho, mamá. No quiero hacer esta vida sin ti, así que quédate conmigo, ¿bien? Por mucho que lo intente, mi trastorno de estrés postraumático empieza a resurgir cuando Zade nos hace entrar en una calzada en menos de veinte minutos, conduciendo hasta una cabaña de madera con un cálido resplandor amarillo que sale de las ventanas. Reconozco esta cabaña... apenas. Zade me trajo aquí justo después de encontrarme, y apenas recuerdo nada de este lugar o de Teddy, solo que tanto la casa como el médico eran cálidos y acogedores. Todo lo contrario a los recuerdos de un médico diferente que en estos momentos me están poniendo la tensión por las nubes. —¿Esta es la casa de Teddy? —pregunto, con las manos entumecidas. Me vienen recuerdos de haberme despertado en un hospital improvisado, con un anciano de ojos azules pálidos y una sonrisa desquiciada bajo su tupido bigote que se inclina sobre mí y me pide que lo acompañe. Mi corazón bombea con fuerza, y parece que me está rompiendo la caja torácica por la fuerza. En el momento en que el auto se detiene, Sibby sale corriendo como si estuviera atrapada bajo el agua sin aire. Se aleja a toda prisa, murmurando sobre tener que dejar a sus secuaces atrás. Ninguno de nosotros tiene la capacidad mental para preocuparse por ella en este momento. —Sí. Sé que quizás no recuerdes mucho, pero su nombre es Teddy Angler, y su hijo es Tanner. Son buenos amigos míos —responde, cerrando el auto y dirigiéndose a toda prisa a la puerta trasera. —Mantén la presión en su pecho —indica Zade. Rápidamente y con cuidado, saca a mamá de mi regazo y la acuna contra su pecho mientras yo mantengo mis manos firmemente plantadas en la herida. Juntos, nos apresuramos a llegar a la puerta principal justo cuando se abre. Dos hombres nos hacen pasar, y papá nos sigue de cerca. La calidez y la comodidad de la casa me resultan familiares, pero todavía es un choque para mi sistema. Reconozco a los dos hombres. El mayor es Teddy, y el más joven... aunque está en sus cuarenta años... es Tanner. Nos conducen por el pasillo recto hasta una habitación con una cama de hospital, un poste con una intravenosa y varias otras máquinas. El pánico reaparece y ya no estoy en la habitación del hospital de Teddy Angler, sino en la del Dr. Garrison. Está de pie ante mí, suplicándome que lo acompañe, con una mirada enloquecida en sus ojos azules pálidos. La mitad de su cabeza ha desaparecido, volada por la bala de Rio, y sus sesos destrozados están expuestos. No, no, no. No quiero ir. No quiero... —Adeline —llama Zade con brusquedad, sacudiéndome hasta que el Dr. Garrison se desvanece, sustituido por unos preocupados ojos de yin-yang—. Estás aquí conmigo, Ratoncita. Nadie va a separarte de mí. Parpadeo, con la visión borrosa y el pecho apretado por el pánico. —Lo siento —susurro, la frustración empieza a filtrarse junto al millón de otras jodidas emociones que apenas puedo contener. —No lo sientas, nena. Ven a sentarte y déjalos operar. Tu madre lo va a lograr, ¿está bien? —¿Es eso lo que dijo Teddy? —pregunto, asomándome por el hombro de Zade, pero no puedo ver mucho tras la mayor estatura de Teddy y Tanner al otro lado. Papá está sentado en la esquina de la habitación, mirando a mamá con expresión contrariada. —No ha dicho mucho, lo cual es bueno. Si está operando, entonces hay una oportunidad. Asintiendo, dejo que me guíe de nuevo a un pequeño salón lleno de sofás de cuadros verdes y azules, una alfombra de piel de oso y una cabeza de ciervo montada sobre la chimenea marrón, con un fuego que hace estragos en su interior. El suelo, las paredes y los muebles son de madera bruñida, lo que da a la casa un aspecto hogareño y relajado. Me desplomo en el sofá y empiezo a dejar caer la cabeza entre las manos, pero enseguida las aparto, recordando que están cubiertas de sangre seca. Miro a mi alrededor, esperando no estropear el sofá de Teddy, y me siento en el suelo. Entonces, recuerdo que Sibby sigue ausente, y mi cabeza gira a mi alrededor. —¿Dónde ha ido Sibby? —pregunto, limpiando los mocos que se me escapan de la nariz. Sinceramente, de entre todas las cosas, la vergüenza está muy abajo en la lista de asuntos que debería sentir. Y algo me dice que Zade me ha visto en situaciones mucho más ridículas mientras me acosaba, así que las burbujas de mocos son la menor de mis preocupaciones. Zade se sienta a mi lado, me atrae hacia su pecho y me envuelve en sus brazos. A pesar de lo bien que se siente, soy incapaz de relajarme. Miles de bichos se arrastran bajo la superficie de mi piel, llenando mi cráneo con el zumbido de sus alas. —Voy a ver cómo está en un rato. No había espacio en el auto para sus secuaces y se quedaron atrás. Creo que eso la está asustando. No estaban allí cuando la llevaron al psiquiátrico, y probablemente ahora tenga algún tipo de ansiedad por la separación. Asiento. Sus secuaces son tan reales para ella como Zade sentado ahora a mi lado. No es tan fácil como hacerlos desaparecer o conjurarlos ante ella cuando quiera. Ella los ve como personas reales, así que tiene que darles sentido cuando aparecen. Al final, volverán a ella, y probablemente verá a dos hombres vestidos de monstruos caminando por la entrada hacia ella. —Él tenía razón —susurro—. Fue mi culpa que le dispararan. —Tú no disparaste el arma, ni apuntaste personalmente esa bala a tu madre. No fue tu culpa. Me aparto de sus brazos, sintiéndome incómoda en mi propia piel. No importa que no haya apretado el gatillo, aun así, lo he provocado al empujar su brazo hacia abajo. Sintiendo mi agitación interior, Zade gira su cuello, crujiendo los músculos. Sentado hacia adelante, apoya los codos en las rodillas separadas y junta las manos. Mis ojos se fijan en ellas, trazando las venas que las recorren. Esas manos han matado a muchos y también han protegido a muchos. ¿Cómo separa sus pecados de sus buenas acciones? —Si fueras yo, ¿te sentirías culpable? —pregunto, con la voz ronca por las lágrimas. Él baja la mirada, contemplando eso. —Me has visto asumir la responsabilidad de una muerte que no he causado. Cuando derribé un círculo, y esa niña fue disparada y asesinada justo antes de que yo entrara en el edificio. O cuando te secuestraron cuando se suponía que te estaba protegiendo... es difícil no tomarlo como algo jodidamente personal. Sentir ese peso es lo que te hace humano. Pero hay una diferencia entre sentir el dolor de otro y culparse porque otro le ha hecho daño. Levanta la mirada, la intensidad que arde en sus ojos me abrasa por dentro. —La rosa tallada en mi pecho es prueba de que nunca es tan simple. A veces me aferro a esa culpa porque no me siento tan perdido. Pero eso no significa que no te recuerde todos los días que la culpa que cargas no es digna de ti. Cierro los ojos, un débil intento de contener otra oleada de lágrimas. Un sollozo sale de mi garganta y me tapo la boca para contenerlo, pero eso no es más efectivo. —Ella intentaba entablar una relación conmigo —digo—. Y yo... estaba siendo difícil al respecto. Zade me agarra de la mano y me atrae hacia él, y aunque me siento indigna del consuelo, lo acepto de todos modos, dejando que me cale hasta los huesos mientras lloro en su pecho. Ya he sentido placer al matar, pero eso no significa que viva sin corazón. Y todo lo que puedo pensar en este momento es lo pacífico que debe sentirse estar vacío. —Addie, despierta. Una mano me sacude suavemente el brazo, sacándome de un sueño agitado. Abro los ojos desorbitados, secos e irritados por las lágrimas. —¿Está bien? —pregunto al instante, sin haberme despertado aún del todo, y miro a mi alrededor para ver a mi cansado padre sentado en el otro sofá, con el ceño fruncido. Zade, Teddy y Tanner están de pie ante mí, y me parece que están evaluando a un paciente por la forma en que me miran. Teddy y su hijo son casi idénticos. Ambos tienen ojos verdes suaves, líneas de expresión y mandíbulas cuadradas. La única diferencia es que Teddy tiene el cabello significativamente más gris, y más arrugas. A diferencia del Dr. Garrison, su presencia es tranquilizadora, a pesar de las palabras que salen de su boca. —Todavía no está fuera de peligro —responde Teddy con suavidad—. La bala apenas pasó por encima del corazón, pero por suerte, la atravesó limpiamente y no llegó a los órganos vitales. Ha perdido mucha sangre y aún corre peligro de infección. Va a permanecer inconsciente durante algún tiempo, pero quiero que todos sepan que son más que bienvenidos a quedarse aquí —explica, lanzando una mirada a papá. Asiento, aunque encuentro poco alivio. Está viva, pero eso podría cambiar fácilmente. —¿Tengo que darle sangre o algo así? —digo con voz ronca, con la garganta tan seca como mis ojos. —No pasa nada, querida. Tu padre es compatible y ha tenido la amabilidad de proporcionarme un poco, y también tengo algunas bolsas de O negativo almacenadas por si las necesito. Asintiendo de nuevo, me pongo de pie. —¿Puedo verla? —Por supuesto —asiente suavemente, levantando el brazo para dirigirme hacia adelante. —Voy a ver cómo está Sibby —dice Zade, señalando por encima de su hombro. Frunciendo el ceño, pregunto: —¿Cuánto tiempo ha pasado? —No recuerdo cuánto tiempo estuve llorando hasta que acabé durmiendo en los brazos de Zade. —Solo unas tres horas. Todavía está sentada afuera, en la puerta, esperando a sus secuaces. Asiento y me dirijo a la habitación, con el corazón en la garganta. Y cuando abro la puerta y la veo allí tumbada tan quieta y pálida, casi me ahogo. La máquina que está a su lado emite un pitido, su ritmo cardíaco se mantiene estable por ahora. Ya hay una silla al lado de ella, supuestamente donde estaba sentado mi padre. Se quedó en la habitación con ella todo el tiempo, y también me siento un poco culpable por eso. Debería haberme quedado con ellos. Pero incluso ahora, estar aquí amenaza con devolverme a ese lugar con el Dr. Garrison. Me paso las manos por el cabello, agarrando los mechones con fuerza en un esfuerzo por conectarme a tierra. Para mantenerme en el presente. Estoy a salvo. Zade está afuera. Y no hay ningún doctor malvado intentando secuestrarme. Exhalando un suspiro, me siento y agarro la mano de mi madre. Está fría al tacto, pero la siento... viva. No está fría y rígida como un cadáver, lo que me reconforta un poco. —¿Quieres saber lo que realmente apesta? —Comienzo suavemente—. Cuando volví a casa, hubo unas cuantas veces que me pediste que hablara de lo que había pasado, y nunca pude encontrar las palabras para describir el terror de despertarse con hombres que te tienen como rehén, amenazando con matarte. La incógnita de si vas a vivir o morir. Te dije que no lo entenderías. Pero supongo que ahora sabes lo que se siente, ¿no? » Y luego, tratabas de explicarme el terror que sentías cuando me iba y no sabías si iba a vivir o morir. Y decías que eso tampoco lo entendería nunca... Pero eso ya no es cierto, ¿verdad? Mis ojos empiezan a arder de nuevo y suelto su mano para frotarlos con la palma de las manos, amenazándome en silencio con mantener la compostura. Estoy cansada de llorar. Es jodidamente agotador. Una vez que siento que tengo algo de calma, aparto mis manos de mis ojos y vuelvo a agarrar la suya. —Te tomo de la mano, pero sigues sin estar. Y no sé si vas a despertar algún día. Así que ahora lo siento. Y eso... eso realmente apesta. Resoplo, frotando la punta del pulgar contra su mano, sin estar segura de sí la estoy consolando a ella o a mí en este momento. —Papá también me odia ahora. Así que ahí está eso —susurro—. Me he juntado con un criminal. Suelto una débil carcajada. —Soy una criminal. Y supongo que eso es lo único de lo que es responsable Zade. De convertirme en una asesina entrenada. ¿Pero sabes qué? Me gusta. Me gusta ser capaz de protegerme ahora. Y me gusta que ya no me sienta tan débil. ¿Me convierte eso en una mala persona? Hago una pausa, frunciendo el ceño. —No respondas a eso. Me vas a pedir que pare. Y me vas a decir que quieres que vuelva la antigua Addie. Pero ella se ha ido, mamá. Y sé que papá desaprueba la nueva versión de mí, pero espero que un día, ambos vuelvan aprender a amar en quién me he convertido. Una sola lágrima se desprende y maldigo la gota por traicionarme. Me la limpio rápidamente y vuelvo a moquear. —Lo entenderé si no puedes. A veces también me cuesta quererme a mí misma. Pero ¿sabes quién es la única persona que lo hará? ¿Quién me amará siempre incondicionalmente? Es mi novio criminal. ¿Y no crees que eso es jodidamente admirable? Sonrío sin humor. —Sin embargo, creo que es justo que lo intentemos. Decidiste que cuando llegué a casa, valía la pena amarme como una cáscara rota de persona. Creo que puedes aprender a amarme como alguien feroz y fuerte, ¿verdad? Así que ahora quiero que vengas a casa, y sea cual sea la versión de ti misma que despiertes, y sea cual sea la versión en la que crezcas, también te amaré. —Déjame hablar con ella —exijo a través del teléfono, pasándome una mano temblorosa por el cabello. —Addie, estoy cansado de tener esta conversación. Es mejor que le des a tu madre algo de espacio por ahora —responde papá, sonando agotado. —¡Entonces dejemos de tenerla! —grito. Solo llevamos un puto minuto hablando, y la culpa es suya cuando no le da el teléfono a mi madre. Lo he intentado todos los días desde que ella está en casa, y él no cede. Incluso llegué a conducir hasta allí, pero no me dejó entrar. Teddy la tuvo durante más de una semana, vigilándola y cuidándola poco a poco. Estuvo inconsciente casi todo el tiempo. Y las pocas veces que se despertó, no creo que tenga muchos recuerdos. Estaba principalmente confundida y desorientada, y con mucho dolor. Papá, Zade y yo nos quedamos a su lado toda la semana, mientras Sibby se fue a casa con sus secuaces. Tardaron cuatro horas en reaparecer, y en cuanto lo hicieron, ella volvió a ser la de antes. Seguro que tuvieron muchas orgías mientras no estábamos. Una vez que Teddy consideró que mamá estaba estable y podía recuperarse en casa, Zade nos llevó de vuelta a su casa. Su equipo se encargó de los cuerpos e incluso llegó a restaurar la casa a su estado anterior. Creo que papá se estremeció cuando entró, y parecía como si nunca hubiera pasado nada. Dejó que Zade y yo ayudáramos a acomodar a mamá en su cama y luego nos echó rápidamente. Eso fue hace cinco días, y todavía no me deja verla ni hablar con ella. Mi único respiro es que deje entrar a Daya, pensando que se ha alejado de mi vida de delincuente o algo así. Pero ahora no estoy segura de que lo permita. —¿Por qué? ¿Lo dijo ella misma, o es una decisión que estás tomando? —Sé lo que es mejor para mi jodida esposa —suelta, su ira aumenta. Pero no me encogí como lo habría hecho normalmente. Le dije a mamá que esa versión de mí se había ido, y era la verdad. —Entonces, lo que estás diciendo es que no soy buena para ella —concluyo, con la voz temblando de ira. Mi puño se cierra, y las ganas de mandarlo a volar contra la pared casi me invaden. —Tú y ese novio tuyo —corrige papá—. He acordado no ir a la policía por toda esta situación. Pero eso no significa que vaya a permitir que los dos estén en su vida si eso es lo que crees que va a pasar. Si quieres irte a la mierda y convertirte en una criminal, bien, pero no nos involucres en eso. El teléfono se desconecta un segundo después, y yo exploto. Dejando escapar un grito de frustración, envío mi teléfono volando por la habitación, justo cuando Zade cruza la puerta. Se queda quieto, con los ojos siguiendo el teléfono mientras se estrella contra la pared de piedra y se cae al suelo en pedazos. —¿Quieres que vaya a secuestrarla? —me ofrece. Dirijo mi cabeza hacia él, mi rabia se intensifica. —No me deja verla porque somos delincuentes. ¿Y tu solución es... cometer otro crimen? —Bueno, si lo pones así. Gruñendo, me alejo de él como un látigo y me dirijo hacia el balcón, necesitando escapar. El viento cálido me azota el cabello en cuanto salgo, haciendo que los mechones vuelen alrededor de mi rostro. Solo encarna lo que siento, como Medusa con una corona de serpientes furiosas. No es justo, pero cada vez es más difícil mirar a Zade y no culparlo a él también. Empiezo a volver a esa parte amarga y odiosa de mí que estaba convencida de que mi vida no sería una mierda si Zade no se hubiera metido en ella. Y, como Medusa, porque me castigan injustamente, quiero castigar a todos los demás en represalia. Siento a Zade detrás de mí antes de oírlo. Siempre tan silencioso, siempre acercándose sigilosamente a mí. —Tu padre se está comportando como un imbécil, Addie, pero ella se va a recuperar y no podrá apartarla de ti —asegura Zade en voz baja. ¿Y si se le mete en la cabeza para entonces? La convence de que soy mala para ella y entonces decide que, después de todo, no vale la pena amarme. Y siempre se sentirán así mientras esté con Zade. Siempre lo verán como una mala opción, y mientras esté con él, no me permitirán entrar en sus vidas. Justo cuando tengo la oportunidad de tener una verdadera relación con mi madre, me la arrancan. Es como condensar toda mi infancia en un día y hacerme revivirla. —Quizá deberías irte —murmuro. Pasa un rato antes de que él grite: —¿Quieres repetirme eso, Ratoncita? Apretando los dientes, lanzo: —Tienes que irte. Le dije a mi madre que Zade siempre me amaría incondicionalmente, pero ese amor es lo que casi hace que la maten. Él mismo lo dijo: Claire me quiere tanto por él. Por lo mucho que significo para él. Aceptar su amor fue difícil, pero aprendí a estar bien con él cuando era la única en peligro. Ahora, ya no sé si ese es el caso. Puede que mis padres sean unos imbéciles, pero ¿merece la pena sacrificar sus vidas por esta mierda? Mantengo los ojos clavados en el agua que brilla en el resplandor de la tarde, pero su silencio es tan poderoso que invade mis cinco sentidos. Los seis, si soy sincera. Porque puedo sentir lo enfurecido que está. —Crees que eso va a resolver todos tus problemas, ¿no? —se ríe. Me doy la vuelta. —Tal vez lo haga. Puedes matar a Claire y a todos sus secuaces, y por fin podré vivir en paz. Enarca una ceja, y sus ojos nunca le han sentado mejor hasta este momento. Uno tan frío como el hielo y el otro tan lleno de oscuridad, dos partes peligrosas de él que se reflejan en mí. —Esto se está volviendo viejo, Adeline. Retrocedo. —¿Por qué, estás enfadado porque no puedes hacer que me obsesione contigo hasta el punto de necesitarte a mi lado cada puto segundo del día? O porque no puedes... —¿Qué, cariño? ¿No puedo qué? ¿Hacer que me ames? ¿Preocuparte por mí? ¿O es que te hago sentir todas esas cosas cuando no quieres? Se pone en mi rostro, la rabia apretando sus cicatrices y amplificando la gélida oscuridad en esos ojos de yin-yang. ¿Alguna vez te has encontrado cara a cara con un oso enfadado? ¿Has mirado a los ojos de la bestia mientras se enfurece? La mayoría no vive para hablar de eso. —¿Crees que voy a creer tus pequeñas mentiras? Como si poseyera una pizca de inseguridad. —Termina esa última afirmación con una carcajada, y me rechina los nervios. Siento que mi rostro se enciende mientras mis ojos se oscurecen. Se está riendo de mí y quiero hacerle daño. No con mis puños, sino con mis palabras. Quiero que me odie para que entienda lo que se siente al odiar tanto a alguien y, sin embargo, desearlo. Por una vez, quiero que sienta lo que yo sentí cuando entró a la fuerza en mi vida. —No, pero te molestará cuando descubras que todos tus esfuerzos han sido inútiles. —Su sonrisa cae, y siento mi primera dosis de victoria. Doy un paso hacia él, disfrutando de la forma en que se pone rígido—. Todo ese tiempo gastado, usando mi cuerpo contra mí en nombre del amor, solo para que nunca te amé del todo. Esta vez, cuando sonríe, no hay ni una pizca de diversión. Es feroz y habla de un hombre sujeto con una soga al cuello, enfrentado a la decisión de ahorcarse y salvar a su amada del mismo destino o arrojarla a la horca en su lugar. ¿Va a devolverme el daño para protegerse? ¿O va a quedarse aquí y aceptarlo? —¿Oh? —desafía—. ¿Profesar tu amor y rogarme que te grabe una rosa en el pecho fue por diversión? Muestra los dientes y mis pulmones se contraen. —¿Te has vuelto tan buena escribiendo libros que ya no sabes distinguir entre la realidad y tu imaginación? Entrecierro los ojos. —El síndrome de Estocolmo es real. Una reacción humana ante alguien constantemente amenazado. Tiene sentido engañar a nuestro cerebro para que piense que amamos a esa persona. Aunque sea para que resulte más fácil tolerarlas. Enarca una ceja, sin impresionarse. Y ese acto sigue siendo tan desgarrador como siempre. —¿Se siente bien esto? ¿Se siente bien castigarme por algo que hace tu padre? —pregunta, su voz profunda es apenas un susurro. Esa pequeña dosis de victoria se convierte en un charco, y luego en un torrente cuando el dolor atraviesa su mirada. ¿Ya me odia? ¿Siente lo que es el verdadero amor? No puedes amar de verdad a alguien si nunca lo has odiado. Dos caras de un arma de doble filo, y ambas son jodidamente profundas. —Siento que por fin me estoy liberando —le digo. Asiente lentamente con su mirada penetrante. —Y tú dijiste que no tenías problemas con tu padre —reflexiona, alejándose de mí. Me da un vuelco el corazón al verlo alejarse. El torrente de la victoria ha hecho su ola a través de mi cuerpo, y ahora la marea lo está retirando, y estoy empezando a sentir las ramificaciones. Se aleja un poco más y gira su cuerpo hacia las puertas. Se ha formado un cráter, llenándose de un océano que nos divide. Es curioso que esto sea lo más lejos que me he sentido de él, incluso cuando nos separaban cientos de kilómetros. Brota una semilla de pánico, pero tal vez sea solo adrenalina. Porque por la forma en que Zade me mira ahora, parece que va a elegirse a sí mismo. Va a arremeter, y yo seré la que se quede colgada. —Por favor, cariño, corre libre entonces. Muéstrame hasta dónde llegas antes de darte cuenta que solo huyes de ti misma. ¿Cuánto tiempo durarás cuando yo poseo todo lo que te da la vida? Se me aprieta el pecho, pero me rio, burlándome de él como se ha burlado de mí. —No posees nada más que un demonio en tu cuerpo. Me ignora. —Tu corazón, tu alma y tu propio aliento. Corre, Ratoncita. Esta vez, nadie te perseguirá. Sus últimas palabras me ahogan, y entonces atraviesa mi habitación y sale por la puerta, cerrándola suavemente tras de sí. Mierda. Respiro, pero solo resoplo cuando mis pulmones se niegan a funcionar. Mierda, mierda, mierda. Me doy la vuelta y me esfuerzo por seguir respirando, pero parece que me contrae más los pulmones, reduciéndolos a pequeños cables metálicos que me cortan las entrañas con cada inhalación. Detente, Addie. Esta es la decisión correcta. ¿Sin embargo, lo es? Estás protegiendo a tu familia. ¿Entonces por qué siento que he alejado mi alma de mi cuerpo? La empujé hacia afuera como si no perteneciera allí. No lo necesitas para sobrevivir, Addie. No, no lo necesito. He demostrado que eso es cierto durante los meses en los que me vi obligada a hacer nada más que sobrevivir. Puedo vivir sin Zade. Pero eso no significa que no vaya a jodidamente doler. Eso no significa que no vaya a vivir sin que me falte una gran parte de mí. Como perder un miembro, siempre lo sentiré, aunque ya no sea parte de mí. ¿Eso me hace débil? ¿Dependiente? O simplemente alguien locamente enamorada. Mierda. Camino por el balcón, el pánico obliga a mi cuerpo a funcionar mal. De un lado a otro, gritándome a mí misma que corra tras él, y el miedo haciendo que mi cuerpo vuelva a girar. Podría rechazarme. Fui insensible, y una auténtica imbécil ¿Y qué hice? Alejarlo. Joder. Pasé de culparme a mí misma, a culpar a la única persona que ha hecho todo por mí. Me quedo paralizada durante un instante y me pongo en cuclillas, sintiendo como si una excavadora me atravesara. —Addie, maldita idiota —me gruño a mí misma. Mis padres habrían sido secuestrados y posiblemente torturados si no fuera por él. Sabía que Claire iba a hacer algo, comprobó que estaban a salvo y nos llevó hasta allí antes de que pudieran llevárselos. ¿Quién sabe lo que Claire les habría hecho? No creo ni por un segundo que no hubieran salido ilesos. Joder, los ha salvado, como lo ha hecho por mí, y por cientos de otros. Qué idiota. Finalmente, mis engranajes cambian al piloto automático y corro hacia la puerta. Será como en esas películas románticas cursis, me aseguro. Abriré la puerta y él estará de pie al otro lado, esperándome porque sabía perfectamente que estaba mintiendo. Pero cuando abro la puerta, con el corazón en la manga y una disculpa en la lengua, descubro que no me está esperando. Se ha ido. Me desinflo y mi esperanza se esfuma como el helio de un globo gastado. No, a la mierda con esto. Lo último en lo que estamos Zade y yo es en una película de Hallmark. Salgo furiosa de la habitación, por el pasillo, y me dirijo a las escaleras. Mis pies me llevan hacia abajo con demasiada rapidez y, con la prisa, casi me doy de bruces con las baldosas a cuadros, el pasamanos apenas me salva. Estuve a dos centímetros de tener que enfrentarme a Zade con los dientes delanteros astillados, y eso habría sido totalmente embarazoso. Como una mierda de karma instantáneo con la que solo Dios me embrujaría. La puerta de entrada golpea de forma odiosa contra el soporte, y antes de que pueda ser aplastada por el rebote de una madera que probablemente pesa más que yo, bajo hacia el porche. Allí. Solo queda un rastro de la espalda de Zade antes de que desaparezca por completo entre la espesura de los árboles. —¡Oye! —grito, corriendo tras él. Me acerco lo suficiente como para ver su barbilla inclinada sobre el hombro, solo un momento antes de que emprenda una carrera. Jadeo, afligida por la pura audacia de este hombre. —Oh, imbécil. Te lo merecías. —Cállate —murmuro para mí. Salgo tras él, y sé que está disfrutando mucho invirtiendo los papeles y haciéndome perseguirlo. Me está dando una cucharada de mi propia medicina, y sabe a culo. Me he vuelto más rápida con todas las carreras que he hecho en los últimos meses, y mi resistencia se ha fortalecido. Pero todavía no soy rival para Zade. Sus largas piernas se comen el suelo de tierra más rápido que las mías, y me frustro a medida que aumenta la distancia entre nosotros. Pronto desaparece por completo, y yo me detengo lentamente, jadeando con fuerza y al borde de las lágrimas. Doy vueltas en círculos, pero rápidamente pongo fin a eso cuando solo sirve para marearme. Durante varios minutos, me revuelco en mi miseria mientras recupero el aliento. Las lágrimas se alinean en los bordes de mis ojos y la única persona a la que puedo culpar es a mí misma. Puede que ahora esté un poco rota, pero eso no excusa mi comportamiento hacia Zade. Justo cuando me doy la vuelta para encontrar el camino de vuelta a la mansión Parsons, una ramita cruje por detrás de mí. Una sensación siniestra me eriza los vellos de la nuca y mi estómago cae. Me doy la vuelta y un grito de sorpresa sale de mi garganta cuando Zade está allí. El shock me paraliza y, antes de que pueda articular palabra, me agarra por el cuello, me levanta y me golpea contra un árbol que está a mi lado. Grito, desorientada y sin aliento, mientras me extrae el oxígeno de los pulmones, apretando hasta que estoy segura de que me va a romper el cuello. A pesar de que mis uñas arañan su mano, no cede. En cambio, me levanta más alto y, desesperada, levanto las piernas y las envuelvo alrededor de su cintura, arqueando la espalda para aliviar parte de la presión. Mi cuerpo está a punto de realizar los movimientos necesarios para apartar su mano de mi garganta, pero me detengo. Sea lo que sea que tenga que decir, sea lo que sea que planee hacer, me lo merezco. Francamente, no quiero escapar de él. Respira con dificultad, e incluso en medio del pánico, sé que es por pura excitación. Su boca está a solo unos centímetros de la mía, su pasta de dientes mentolada se mezcla con el cuero, las especias y una pizca de humo, y los aromas embriagadores nublan mis sentidos. Poco a poco, su mano se estrecha y el instinto empieza a imponerse. Me retuerzo contra él, pero solo me aprieta más. —¿Qué pasa, nena? ¿No tuviste suficiente la primera vez y volviste por más? Le doy una bofetada, mi visión empieza a ennegrecerse y no necesito un espejo para ver que mi rostro está rojo como un tomate y a punto de ponerse morado. Finalmente, su agarre se afloja, y aspiro aire con avidez, aunque él no retira la mano. —Maldito imbécil —me ahogo, y sí, veo la hipocresía, pero que se joda de todos modos. Apenas me da un momento para respirar, y luego amenaza con robarme el aire una vez más. Su agarre no es tan fuerte, dejando un espacio en mi tráquea que me permite inhalar. —Vamos, Ratoncita, sabes que solo respondo a dos nombres —se burla—. Deja que te oiga decir mi nombre. Suena mucho más dulce cuando no puedes respirar. —Zade —gruño, pero él sacude la cabeza. —Uh-uh —dice, con la voz impregnada de dulce veneno—. Quiero que me llames por mi otro nombre, Adeline. Lágrimas de frustración se acumulan en mis ojos, una se libera y se desliza por mis pestañas. Él sigue el rastro de la gota y una sonrisa salvaje se dibuja en sus labios antes de sacar la punta de su lengua y lamer el agua salada de mi rostro. Aprieto los dientes, con el orgullo en alza, alimentado por la rabia hacia este hombre insufrible. Cuando Zade y yo somos felices, es fácil olvidar lo mucho que disfruta viéndome sufrir. Y me pregunto si es por eso por lo que arremeto sin pensar. Quizá a una parte de mí también le gusta cómo me hace sufrir. Pasa la punta de su lengua por un lado de mi mejilla hasta llegar a mi oreja, dejando un rastro húmedo a su paso antes de que unos oscuros susurros me calienten la piel. —Si me obligas a decírtelo otra vez, te ataré a este árbol hasta que los pájaros estén listos para comer. —Dios —digo, con la voz ronca por el esfuerzo—. ¿Estás contento ahora? Me enseña los dientes y me doy cuenta de que el miedo que me infunde me comerá viva antes que los pájaros. —Ni siquiera jodidamente cerca —sisea—. Creo que me gusta bastante la idea de atarte a este árbol... los pájaros dándose un festín con una ratoncita indefensa. El terror se desliza por mi garganta contraída y baja hasta mi estómago, transformándose en una sensación de embriaguez que arde y quema hasta que mis ojos caen en un estado de penumbra. —Castígame entonces. Me lo merezco —siseo. Quiero que lo haga. Mientras esté aquí, tocándome, haciéndome daño... es mejor que sea otro fantasma que acecha la mansión Parsons. —¿O es que el gatito le tiene demasiado miedo al ratón? Inclina la cabeza hacia atrás, y la risa que sale de su garganta me produce escalofríos. Malvada. Era una risa malvada, y mi excitación aumenta. Me suelta de repente y se aleja, sin darme tiempo a recuperarme. Justo cuando me enderezo, levanta la barbilla. —¿Has venido a pedirme perdón? —Sí —susurro—. Yo... —Desvístete —ordena, interrumpiendo mi disculpa. Mordiendo una réplica, lo escucho y me arranco las prendas de mi cuerpo hasta quedar desnuda. Hace calor, pero me estremezco bajo sus ojos ardientes. Mis pezones se endurecen bajo su mirada errante, lo que hace que sus fosas nasales se agiten. Reprimiendo el impulso de cubrirme, me recuesto contra el árbol, y otro escalofrío sacude mi cuerpo por la áspera corteza. Se relame los labios y me mira como un halcón a un ratón. Depredador y lleno de intenciones. Lentamente, sus largos dedos desabrochan la hebilla de su cinturón, antes de sacarlo de las trabillas de sus jeans negros. Se me forma una piedra en la garganta, pero no me molesto en tragarla porque sé que volverá a salir. Sobre todo, cuando se acerca a mí a grandes zancadas y se coloca detrás del árbol. El tronco no es grande ni mucho menos, así que justo cuando voy a girar la cabeza, su mano surge de detrás de mí y me agarra la mandíbula, obligándola a enderezarse. —Mira hacia adelante, Adeline —me ordena, con su profunda voz llena de advertencia. Su mano se retira y mi corazón late erráticamente, provocando que mi respiración se vea afectada. El peso de la anticipación es asfixiante, y cuando por fin veo su cinturón, no puedo evitar apartarme. Lo pasa por mi garganta y rodea el tronco antes de apretarse, con el cuero gimiendo por la fuerza. Mis ojos se desorbitan y mi precioso suministro de aire se corta por tercera vez cuando él vuelve a abrochar la hebilla. El maldito ha utilizado el cinturón para inmovilizarme al árbol. Sale de atrás y se enfrenta a mí una vez más, con su mirada diabólica contemplando su obra maestra. —Estás jodido de la cabeza —le digo, y luego toso cuando el cuero se clava en mi piel. Él me tararea. —Usas palabras bonitas como cuchillos afilados, y creo que te has encariñado por verme lleno de cicatrices. ¿Hacen que tu coño se moje, cariño? Levanto la barbilla, decidiendo tomar un camino diferente e ir con la verdad por una vez. —Sí —admito, con toda la firmeza que puedo. Me mira fijamente, con sus ojos desiguales tan intensos como el frío viento que asola mi cuerpo. La pálida cicatriz que atraviesa su ojo blanco destaca con orgullo entre la piel, por lo demás lisa. Me duele mirarlo. Su mirada se diluye y se acerca a mí hasta que puedo sentir el dichoso calor que irradia su cuerpo. —No quise decir lo que dije —susurro antes de que pueda decir cualquier palabra que esté descansando en su lengua—. Lo siento. Hace una pausa, y mi incomodidad aumenta cuando su mirada se intensifica. —No te he dado más que honestidad, y tú sigues dándome mentiras. ¿Es este otro intento de traerme de vuelta solo para echarme de nuevo? Trago saliva, con la garganta más seca que la corteza que se clava en mi espalda. —No —digo con voz ronca, y mi labio tiembla por la vergüenza que me quema el fondo de los ojos—. Tienes razón. Yo... no hay excusa para lo que dije. No quiero que te vayas. Y sí te amo. —Eso has dicho —murmura. Ladea la cabeza y reflexiona en voz alta—: Sin embargo, intentaste retirarlo. Me diste algo precioso y luego intentaste arrancarlo. Sacudo la cabeza, con la desesperación obstruyendo mi garganta. —No volveré a hacerlo —juro, y otra lágrima recorre mi fría mejilla. Llama su atención y veo cómo sus ojos se concentran en ella, siguiéndola hasta que gotea de mi barbilla. Cuando me mira una vez más, me doy cuenta de que esto no es solo un castigo. Será una prueba para demostrar mi amor. Para demostrar que lo digo en serio cuando lo digo. —Me cortaste porque sabes que sangraré con gusto por ti. Así que ahora quiero verte sangrar por mí. Abro la boca, dispuesta a decirle que ya lo he hecho, pero antes de que pueda hacerlo, se agacha y agarra una rama larga y nudosa del suelo, apretándola con la mano. Lo que iba a decir me da un vuelco en la garganta y el corazón se me detiene en el pecho. —¿Qué vas a hacer? —pregunto vacilante, mirando la rama como si tuviera un arma. Tacha eso, dame el arma. Ya he sobrevivido a eso antes. Responde a mi pregunta levantando el brazo hacia atrás y dándome un azote en el muslo. Durante un segundo, estoy demasiado sorprendida como para sentir algo, pero entonces un dolor agudo y punzante se apodera de mí y lo único que puedo hacer es soltar un grito ahogado. Me miro el muslo con incredulidad, con una marca roja que ya sobresale de mi piel. Mi pecho se estremece al ver cómo una línea de sangre brota de la herida antes de bajar por mi muslo. Lo miro, con la boca entreabierta, los ojos muy abiertos y un desconcierto absoluto en el rostro. —Me has azotado —jadeo, incapaz de decir otra cosa que no sea lo obvio. Se agacha y mira de cerca los pequeños hilos de sangre que manchan mi muslo. Levanta la mano y pasa los dedos por la herida, y siseo en respuesta. Me mira a través de unas gruesas pestañas negras y, si no estuviera atada a un árbol, me derrumbaría por la cruda intensidad de su cara. —¿No estás dispuesta a sangrar por mí? Me muerdo el labio tembloroso. Le hice un corte profundo, una herida invisible que le dejará una cicatriz tan permanente como las marcas de su cuerpo. Algunos días, cuando estoy perdida en mi propia cabeza, olvido lo intensamente que ama Zade. —Entregarte mi corazón fue algo que recé para no hacerlo nunca —susurro—. Pero siempre has sido un Dios, y no me di cuenta de que mis súplicas iban directamente a tus manos. Sin embargo, siempre quedaban sin respuesta. Viéndolo ahora, arrodillado ante mí, entiendo por qué. El día que le entregué mi amor fue la primera vez que un Dios cayó de rodillas, inclinó la cabeza y rezó. Rezó porque le di la única cosa que nunca pudo controlar, y nunca quiso perderla. Mi visión se nubla y lucho por mantener las lágrimas a raya. —Sangraré por ti, Zade. Siempre sangraré por ti. Sus ojos se cierran, y deja caer su mirada antes de que pueda descifrar la emoción en ellos. Se levanta lentamente y, cuando levanta los párpados, solo veo mi propio reflejo. Me preparo, pero no para el relámpago que atraviesa mi carne cuando la rama cae sobre mi estómago. Respirando a través del dolor, le suplico: —Déjame ver tus cicatrices. Sorprendentemente, me concede ese pequeño favor y se quita la capucha por la cabeza. Me empapo de su torso desnudo y suelto una exhalación temblorosa. El lugar donde me golpeó es casi exactamente el mismo que la cicatriz de su estómago. A través de una visión borrosa, lo veo extender el brazo y asestar otro golpe que refleja la herida del pecho, reabriendo la rosa sin cicatrizar sobre mi corazón. Le dije que me grabara esa rosa en la piel porque quería soportar el dolor que sufrimos juntos. Cuando vuelve a golpear, reproduciendo otra marca, me doy cuenta de que me está dando su dolor, compartiéndolo conmigo. Poco a poco, el ardor de cada herida trasciende hasta que siento cada latido de agonía en el vértice de mis muslos. La sangre cubre mi cuerpo, pintando mi piel en un mosaico de dolor y placer. Con cada golpe, mi clítoris palpita y me mojo más y más. Jadeo cuando suelta la rama, mis piernas tiemblan y amenazan con ceder bajo mis pies. Su propio pecho está agitado y sus jeans bajos solo definen lo duro que está. Suena un profundo estruendo en su garganta mientras su mirada devora la obra de arte que ha creado en mi cuerpo. Mi piel es el lienzo sobre el que libera su dolor, y estoy feliz de aceptar cada golpe furioso. —Solo he querido amarte. Pero creo que odiarte tiene el mismo sabor agridulce. —Por favor —susurro, incapaz de pronunciar nada más. Un momento después estoy en sus brazos, el cinturón alrededor de mi garganta me corta la respiración. Pero no me importa, apenas lo noto, cuando todo lo que puedo sentir es el deslizamiento de su piel contra la mía. Agarra el cinturón y me levanta entre sus brazos, elevando conmigo la correa de cuero para acomodarla a mi nueva posición. Mis piernas rodean con fuerza su cintura y ruedo las caderas, estremeciéndome al sentir su dura longitud deslizándose contra mi coño; la aspereza de sus jeans no hace sino aumentar el placer. Sus manos patinan sobre las marcas, provocando un agudo silbido. Un sonido que se traga rápidamente con sus labios. Mi espalda se arquea, el placer recorre mi columna mientras él me devora, su lengua recorre la línea de mis labios antes de sumergirse en ella, explorando mi boca como sus manos lo hacen con mi cuerpo. Cada roce me duele, aunque alimenta el creciente fuego salvaje que arde bajo mi piel. Desesperadamente, tiro de sus jeans, y la cremallera apenas se abre antes de que su polla se desprenda de su interior. Mi mano rodea su longitud, provocando en él un estremecimiento que no tiene nada que ver con el viento que sigue asolando Seattle. Está caliente al tacto y tan jodidamente duro que siento una pizca de inquietud. Pero al Dios oscuro no le importa si flaqueo. Me agarra por detrás de las rodillas y me obliga a separar las piernas, liberándolo de mi agarre. Arrodillado ante mí, me pasa cada una de mis piernas por encima de sus hombros y arrastra su boca contra la parte interior de mi muslo. Jadeo cuando sus labios se acercan a una marca, y el dolor se intensifica cuando sus dientes se hunden en mi carne. La sangre cae entre sus dientes y grito cuando la agonía empieza a abrumarme. Finalmente, me suelta, con una marca de mordisco perfecta impresa junto a la marca, salpicada de saliva. —Creo que podría comerte viva, Adeline. Consumir cada parte de ti mientras gritas debajo de mí. E incluso en la muerte, seguirías torturándome. Moriría de hambre porque nada más se compararía contigo. —Nunca serás capaz de vivir sin mí, Zade —digo—. Si tú eres mi muerte, entonces yo soy tu maldito salvavidas. Sonríe con humor, la inclinación de sus labios es peligrosa mientras los arrastra por mi muslo y hacia mi dolorido coño. Estoy empapada, y el más mínimo toque de su lengua me hará saltar por los aires. —Lo eres —acepta—. Eres lo único que necesito para sobrevivir. Te seguiré a la siguiente vida, Ratoncita. ¿Y entonces cómo escaparás de mí? No hay ningún lugar al que huir después de haber sido arrastrada al infierno. Su boca se cierra sobre mi clítoris antes de que pueda pensar en responder. Mi cabeza se echa hacia atrás por el placer explosivo que estalla bajo su hábil lengua. Grito, con los ojos en blanco mientras me trabaja con tanta precisión; es como si no fuera más que un violín que canta para él cuando me acaricia así. La forma en que grito para él podría ser nada menos que arte. Tal como prometió, me devora. Muerde y chupa hasta que le pido clemencia, y luego me lame hasta que no existen más palabras que su nombre en mi lengua. Mis muslos se aprietan alrededor de su cabeza mientras me agarro a él sin pensar. Estoy escalando una montaña, y cuanto más alto estoy, más difícil es respirar. Qué truco más sucio... engañarme al sentir que estoy peligro. Cuando llegue a la cima, ya no habrá aire, y esa escalada habrá sido solo para el cielo. Sus manos rozan mis maltrechos muslos, manchando de carmesí mi piel y despertando el agudo dolor. Se estrella contra mí, haciendo que mi cuerpo caiga en picado desde aquella montaña y mi alma en el paraíso. Un grito desgarra mi garganta, ronca y tensa, mientras me aprieto contra él, atrapándolo entre mis muslos y robándole el oxígeno. Me separa las piernas, me agarra por debajo de las rodillas y me levanta un poco más mientras se levanta, aliviando parte de la presión sobre mi garganta. Coloco mis manos sobre sus anchos hombros, equilibrándome. Mi excitación brilla en sus amplios labios, en su barbilla y en la columna de su cuello. Lentamente, saca la lengua, recogiéndola como un pobre hombre que prueba un manjar por primera vez. Tararea, complacido por mi sabor. Mi estómago se aprieta en respuesta a la mirada casi enloquecida de sus ojos. Apoyando su cálido cuerpo contra mí, me estremezco al sentir su piel presionada contra la mía. Nunca podría negar lo bien que se siente Zade, ni siquiera cuando estoy desesperada por hacerlo. —Envuélveme con las piernas —me ordena con brusquedad, en un tono muy bajo. Retira los brazos debajo de mis muslos y yo los rodeo con fuerza alrededor de su cintura. Una mano se desliza por la parte exterior de mi muslo, mientras él ancla la otra en el árbol junto a mi cabeza, soportando nuestro peso. Su cabeza está inclinada hacia abajo, su nariz se desliza por la columna de mi cuello. —Soy demasiado adicto a ti para dejarte ir —murmura. Mis ojos se cierran, otra dosis de alivio me golpea directamente en el corazón. —Pero no sé cómo hacer que te quedes —continúa, oscureciendo su tono. Frunzo el ceño, sintiendo un peligro inminente en el horizonte. —Me qued... Su barbilla se inclina hacia arriba hasta que su boca está justo al lado de mi oreja. —No te creo —susurra, interrumpiéndome. Me dijo lo mismo hace solo un par de semanas, y yo le había pedido que me grabara una rosa en el pecho para demostrar mi amor. Pero luego traté de quitárselo, y no sé cómo voy a probar que lo digo en serio de nuevo. Me late el corazón y busco la manera de convencerlo. No tengo precisamente un gran historial, lo sé. Apartar a Zade y huir de él siempre me ha resultado muy fácil. Demasiado fácil, si soy sincera. Pero dejar que se me escape de las manos, eso es algo que nunca he podido lograr. —Sabía que me ibas a hacer esto, Ratoncita. Siempre he sabido que iba a llegar a esto —dice suavemente. Soy un manojo de confusión y miedo palpitante. —¿Qué estás...? Antes de que pueda terminar, me levanta las caderas lo suficiente como para que caiga sobre su polla, introduciéndose en mi interior al mismo tiempo. A pesar de lo excitada que estoy, nunca es suficiente para prepararme para su tamaño. Mi espalda se dobla, el cinturón de cuero me sujeta la garganta como rehén justo cuando un grito estrangulado se libera, rápidamente arrastrado por el viento. Zade echa la cabeza hacia atrás, con un gruñido profundo en su pecho. Me presiona contra el árbol, me agarra por la cadera y hunde su polla cada vez más hasta que no puedo aguantar más. Dejo escapar otro grito ahogado, las sensaciones se despliegan desde donde nos conectamos y por todo mi ser. La áspera corteza se clava en mi piel, pero apenas me doy cuenta cuando está invadiendo mi cuerpo tan a fondo. La mano que me sujeta la cadera se desliza hasta mi estómago, sus dedos se clavan en mi piel. —¿Esto de estar hinchada con mi hijo haría que te quedaras? —me pregunta sombríamente, y luego gime como si le invadiera la felicidad por ese pensamiento. Mi boca se separa, mi atención dividida entre sus palabras casi amenazantes y la forma en que se está moviendo dentro de mí. —Uhh. —Algo así como una respuesta, pero sonó más como un gemido—. ¿Tal vez un día? —Chillo, casi tosiendo cuando el cinturón se contrae contra mi tráquea. Se retira hasta la punta y luego se introduce completamente dentro de mí, con su pelvis chocando contra la mía. Me ahogo y casi se me ponen los ojos en blanco de lo llena que estoy. Un aliento caliente me recorre mi oreja, y lo siento como una advertencia. —No estaba pidiendo permiso, nena. ¿Te quedarías o te irías con mi hijo? Estoy tan desorientada por su línea de preguntas que tardo un momento en darme cuenta. El corazón se me desploma y jadeo, tanto por su insinuación como por el hecho de que vuelve a empujar contra mí, con su pelvis estimulando mi clítoris de la forma adecuada. —Tú... tengo el DIU —digo. Sería difícil manipularlo. No, a no ser que lo saque físicamente de mi cuerpo. —¿Lo tienes? —murmura, con su voz grave y desafiante. Plantea la pregunta de un modo que sugiere que conoce la respuesta a esa pregunta mejor que yo. Mis uñas se clavan en sus hombros y, cuando empiezo a darme cuenta, lo empujo. Por supuesto, se resiste contra mí, una fortaleza de acero que ni siquiera una bomba nuclear podría derrumbar. —No lo hiciste —le digo. —A veces duermes mucho —responde, apretando más contra mí mientras yo intento empujarlo hacia atrás. Se desliza de nuevo antes de volver a clavarse en mí, provocando una mezcla entre un gemido y un jadeo enfurecido. —Zade —advierto, con la voz temblorosa. Gime contra mí, ahora follándome sin parar. —¿Hará que te quedes? —vuelve a preguntar. Giro la cabeza, dirigiendo mi mirada hacia él, a pesar del ciclón de placer que se arremolina en mi estómago. Al ver mi expresión, el maldito tiene la audacia de sonreír. —No estás preguntando si un bebé hará que me quede. Me estás preguntando si me quedaría si me obligaras a quedarme embarazada —le digo. La mano que sostiene nuestro peso contra el árbol se desliza hacia abajo hasta apoyarse en la correa del cinturón, haciendo que se apriete y me corte el suministro de aire. Me ahogo, pero él no cede. Sus ojos están desorbitados, y es ahora cuando me pregunto cómo mis palabras pueden afectarle tan profundamente. A veces hace las peores cosas y, sin embargo, aquí estoy, envuelta en él incluso cuando me amenaza. —¿Aún vale la pena amarme, Ratoncita? —pregunta entre dientes apretados. Intento tragar, pero se me atasca en la garganta. Joder, el muy imbécil saca lo peor de sí mismo. Y lo hace sin ningún tipo de remordimiento, desnudando todas esas partes oscuras en bandeja de plata, desafiándome sobre si voy a aceptarlo o no. La oscuridad lame los bordes de mi visión, pero le digo la verdad. Asiento, respondiendo a sus dos preguntas. Vale la pena amarlo. Y me quedaría. Afloja con el cinturón y toso, aspirando aire desesperadamente, aunque es inútil. Todo el oxígeno que he acumulado en mis pulmones es expulsado cuando aumenta su ritmo, la mano en mi estómago se desliza hacia abajo hasta que su pulgar alcanza mi clítoris, rodeando el capullo hasta que mis ojos se ponen en blanco. No estoy preparada para tener hijos. Nunca he estado preparada para nada de lo que me propone Zade. Sin embargo, eso no me impide responder a sus embestidas, un orgasmo que se forma en mi vientre. —Nunca te escaparás de mí, Ratoncita. ¿Crees que alguien podría hacer llorar tu coño como yo? Inclina sus caderas, golpeando ese punto dentro de mí que me hace apretarme alrededor de él. Sacudo la cabeza, incapaz de hablar. Lo único que puedo hacer es arañarlo, raspando mis uñas en su espalda y haciéndole profundos cortes rojos en la piel como él ha hecho con la mía. Gruñendo en lo más profundo de su pecho, rechina los dientes. —Te reto, Adeline. Niega que mi nombre no esté tallado en cada estrella que ves cuando te hago correrte, y te demostraré que un Dios puede crearlas con la misma facilidad con la que puede destruirlas. El nudo de mi estómago se aprieta hasta su punto de ruptura, y mis gemidos se convierten en gritos roncos mientras me folla brutalmente contra el árbol, sin dejar de rodear mi clítoris con el pulgar. El cinturón que me rodea la garganta se me clava en la piel, limitando la tráquea solo lo suficiente como para que la sangre me llegue al rostro. —Solo tú —murmuro, las palabras se pierden entre los sonidos del placer que desgarran mis labios. —Eso es, Adeline. Ahora toma mi semen como una buena chica. Mi espalda se dobla y exploto, gritando por la fuerza del orgasmo que me desgarra. Siento que me aprieto en torno a él, que su polla atraviesa mi apretado coño con una fuerza que rivaliza con el placer que me consume. Mi visión se apaga como el sol detrás de la luna durante un eclipse solar. Su oscuridad devora mi luz y decido que me conformo con vivir en las sombras. Su palma se posa junto a mi cabeza y, con un último empujón, explota con un profundo gruñido. Moliendo sus caderas contra las mías, se vacía dentro de mí, maldiciendo en voz baja hasta que se le escapa la última gota. Pasan varios minutos y los dos volvemos a bajar lentamente y recuperamos el aliento. Bueno, él recupera el aliento. Yo sigo luchando por el mío debido al cinturón que me rodea la garganta. Él sonríe al notar lo rojo que está mi rostro; puedo sentir que me arde bajo su mirada. Extiende la mano y desata la hebilla, y el cinturón cae un segundo después. Mi caja torácica sobresale por la profundidad con la que inhalo, sintiéndome como si estuviera respirando por primera vez después de haberme ahogado durante tanto tiempo. Así fue como describí una vez cómo se sentía el amor de Zade, y nunca se ha sentido más cierto hasta ahora. Mientras sigo bebiendo el preciado oxígeno, me agarra la mandíbula entre los dedos y me obliga a encontrar su mirada. —Nunca más, Adeline. Podía soportar que me apartaras cuando aún estabas descubriendo lo que sentías por mí. Pero ya no. Esa fue tu última vez. ¿Entiendes? Asiento, la vergüenza se reactiva. —Sí, nunca más. Lo siento —digo con voz ronca, rodeando su cuello con mis brazos—. Pero espero que sepas que siempre voy a huir de ti. Me gusta cómo me persigues. Se muerde el labio y el calor en sus ojos se enciende. Me inclino hacia adelante y lo beso suavemente, rezando para que pueda sentir lo mucho que lo siento. Su mano se sumerge en mi cabello, ampliando la dulzura a algo más salvaje. Pero pronto se aleja. Lo persigo y le robo uno beso más antes de que me deje en el suelo, sosteniéndome mientras mis piernas se acostumbran a sostener mi peso de nuevo. Tiemblan ferozmente y sé que el ego del imbécil se está inflando de nuevo. —¿Necesitas una silla de ruedas, nena? Resoplo y murmuro: —No —insultada por su enorme cabeza—. Solo están cansadas de que me hagas correr. Se ríe, sabiendo muy bien que eso no es cierto. Pero le devuelvo la sonrisa, y me doy cuenta de que me gusta la forma en que Zade se ríe tanto como la forma en que me castiga. —¿Cómo se van a sentir cuando estés embarazada de nueve meses y yo te persiga? Aprieto los labios, pero luego sonrío en victoria cuando me doy cuenta de que ni siquiera estoy ovulando. Cuando se lo digo, solo sonríe. —No te he quitado el DIU —dice, agachándose para recoger nuestra ropa. Me quedo con la boca abierta. —Entonces, ¿qué mierda fue todo eso? Se encoge de hombros, todavía sonriendo, mientras se pone los jeans y mira su teléfono antes de guardarlo de nuevo. —Quiero decir, no me malinterpretes, estoy jodidamente aliviada. Pero, ¿qué mierda, Zade? —Necesitaba estar seguro de que estabas al cien por ciento en esto conmigo. Un bebé es lo único que podría atar permanentemente tu vida a la mía. Legalmente, al menos. Éticamente... bueno, siempre estaré en tu vida, lo sepas o no. Sacudiendo la cabeza, me subo los jeans por el cuerpo, la tela gruesa rozando dolorosamente las marcas de mis piernas. Mi camisa no se siente mucho mejor. —Sí, lo que sea —murmuro—. Eres un imbécil. Se ríe de nuevo, aceptando esa afirmación sin ni siquiera una pizca de vergüenza. Se gira para volver a caminar hacia la mansión Parsons, pero le agarro la mano y lo vuelvo hacia mí. —No más mentiras —digo—. De ninguno de los dos. —Nena, nunca he mentido. Nunca dije que te hubiera quitado el DIU. —Aun así, me hiciste creer que lo habías hecho —argumento. Me sonríe con malicia, con un lado de los labios levantados. —Cuando te deje embarazada, lo sabrás —promete, aunque suena como otra amenaza—. Verás cómo te saco el DIU yo mismo. Eso... extrañamente me hace sentir mejor. Y necesito terapia. Suspiro. —Siempre vas a ser un pervertido, ¿no? —Y que yo sea un pervertido siempre va a hacer que tu coño se moje. Volvamos. Jay intentó llamar y puede que tenga algo que ver con Claire. Me sorprende encontrar a Jay sentado en el sofá junto a Daya, ambos tecleando en sus ordenadores. Ha dado un salto de tres metros cuando entramos, claramente asustado por la mansión. —¿Qué fantasma te ha jodido? —pregunto, sonriendo. —Amigo, te juro que estaba meando y algo me respiró en el cuello. Estaba esperando que tratara de alcanzarme. Daya me mira, con una expresión divertida en su rostro. —Le dije que viniera a hablar conmigo cuando fuera al ático. Todavía estoy enfadada con Addie por eso. Los ojos de Addie se abren de par en par. —¡Fue una vez! —se defiende—. Y no te pasó nada —termina en un murmullo, dejándose caer en el sofá de enfrente. Tomo asiento junto a Addie mientras Sibby gruñe y golpea un cajón de la cocina, enfadada por algo. Otra vez. —Perdí la tranquilidad. Eso es lo que me pasó —replica Daya—. Ese demonio podría haberse encariñado conmigo, y entonces lo habría llevado a casa y habría vivido atormentada el resto de mi vida. —¿Podrías culparlo? Eres el paquete completo —dice Addie, sonriendo cuando Daya estrecha los ojos. —Adularme solo funciona a veces. —¿Funciona ahora? —Un poco. —¿Han visto mi cuchillo rosa? —grita Sibby desde la cocina, abriendo y cerrando frenéticamente cajones y armarios. He llegado a querer profundamente a Sibby, como una hermana menor irritante y psicótica. Pero joder, voy a tener que encontrar un hogar y un trabajo para ella. Darle un propósito en la vida fuera de molestar la mierda en mí. —¿Le has preguntado a Jackal? —pregunto, arqueando una ceja cuando me mira con los ojos entrecerrados. Sabe perfectamente que me estoy refiriendo a la vez que sintió la necesidad de compartir con el grupo que Jackal le folló el culo con su cuchillo. Como si alguien quisiera saber eso. —Solo lo usó conmigo esa vez, y creo que recordaría si me metieran un cuchillo... —Tal vez se te cayó en algún lugar de tu habitación —interrumpe Addie con urgencia. Ella resopla. —Ya lo busqué, pero volveré a mirar —murmura, y se dirige a las escaleras con el ceño fruncido. Lo único capaz de hacerla caer en picado, además de perder a sus secuaces, es perder ese cuchillo. Jay se aclara la garganta, con las mejillas enrojecidas mientras su mirada se dirige a Sibby, en parte intrigado y en parte perturbado. —Creo que ahora sé quiénes son los socios de Claire, por fin —anuncia Jay, alejando el tema de los fantasmas y de ser follados con cuchillos por gente imaginaria. Mis cejas se levantan con sorpresa. —¿Sí? Hemos llegado a la conclusión de que, si podemos llegar a sus socios, será mucho más fácil sacar a Claire de su cómoda islita. Estoy listo para decir “a la mierda” y bombardearla. Podría conseguir los recursos, pero me llevaría demasiado tiempo. Y por mucho que me tiente reunir a toda la gente que pueda en la organización Z e invadir su isla, ella tiene un pequeño ejército allí, y no estoy dispuesto a sacrificar tantas vidas valiosas por la perra. No cuando puedo sacrificar la vida de sus socios en su lugar. —Como sabes, se ha estado comunicando con dos fuentes, pero sus direcciones IP eran imposibles de rastrear, y las identidades ocultas. Pero el envío del dron tuvo éxito, y acabo de recibir información de que reservó un vuelo para que esas mismas dos personas la visitaran. Sus nombres estaban en el registro de vuelo —me dice, sacando la información y haciendo girar su portátil para mostrármela. Gary Lawson y Jeffrey Shelton. —Ambos son cabilderos22 —dice Daya. —Encaja —murmuro, mirando las fotos de los dos hombres en la pantalla de Jay. Los típicos ancianos de aspecto espeluznante que se empalman con niños pequeños y hacen que los estadounidenses sean lo más miserables posible mientras viven fastuosamente. —¿Cuándo son los vuelos? Jay sonríe, sus ojos color avellana brillan de emoción. —Mañana. Salen de un aeropuerto privado en Los Ángeles. Me vuelvo hacia Addie y me doy cuenta que tiene una pequeña ramita en el cabello, junto con trozos de corteza, tierra y una pequeña hoja. También hay pequeñas manchas de sangre que empiezan a empapar su camiseta azul, aunque ella hace lo posible por ocultarlas. Lo peor de todo es que ya se le está Informan e influyen a aquellas personas que tienen la facultad de tomar decisiones de política pública que nos afectan a tod@s tales como legislador@s, jefes de agencia, el Gobernador o la Gobernadora. 22 formando un profundo moratón alrededor de la garganta, y sería un maldito mentiroso si dijera que eso no me pone la polla dura de nuevo. Me cuesta un gran esfuerzo reprimir la sonrisa. Parece completamente destrozada, e intenta aparentar que no lo ha sido. Al mirarme, me lanza una mirada que dice: “Cállate, o ya verás”. La sonrisa se empieza a escapar. Una Ratoncita tan aterradora. Pero solo por esta vez, voy a escuchar. Lo cual es muy difícil de hacer cuando Daya también la está mirando, con las cejas levantadas. Addie se limita a afinar los labios, y tengo la sensación de que van a discutir en detalle lo íntima que se hizo con lo que la naturaleza ofrece. —Eso nos da el tiempo suficiente para interceptar su vuelo. Addie ladea la cabeza, curiosa. —¿Qué piensas hacer exactamente? Ahora, suelto la sonrisa, mostrando salvajismo. —Sé exactamente cómo vamos a hacer que venga a nosotros. Sus cejas se fruncen de curiosidad. —¿Cómo exactamente? Dirijo mi mirada a Jay, y aunque parece igual de curioso, también parece receloso. El cabeza de chorlito nunca aprueba mis planes. Lo cual es estúpido. Son increíbles. —Gary Lawson y Jeffrey Shelton se van a enfrentar a Z. ¿Y adivina quién pierde? —Ellos —adivina Addie con seguridad. —No, cariño. Yo. Addie rebota sobre los dedos de los pies, con una energía nerviosa que irradia en oleadas. Ha estado inquieta desde que llegamos al aeropuerto hace un par de horas. Volamos a Los Ángeles tan rápido como pudimos, para que nos diera tiempo a planificar y preparar. Ahora, estamos esperando en el jet privado en la pista de aterrizaje, y ella ha empezado a transformarse en el Demonio de Tasmania de Looney Tunes. —¿Por qué no te sientas? Son muy cómodos —sugiero. Para enfatizar mi punto de vista, subo los pies a la pequeña mesa de madera marrón que tengo delante y me reclino hacia atrás. —¿Cómo puedes estar tan relajado ahora mismo? —pregunta, pero mira el asiento como si no le doliera que su culo se sentara en él solo un segundo. —Esto es lo menos emocionante que he hecho en mi trabajo. Arquea una ceja, y si no la conociera mejor, pensaría que está ofendida. —Bueno, eso es jodidamente grosero —dice secamente. Definitivamente, está ofendida. Sonrío. —¿Te gustaría subir al asiento delantero y follar junto muerto? —pregunto, muy interesado en cuál será su respuesta. al piloto Siempre me sorprende. Justo cuando abre la boca, surgen voces lejanas que la distraen como un perro que ve a un gato. Maldita sea. Tendré que sacarle esa respuesta más tarde. Las voces se acercan, y ella se levanta al instante, rodando los hombros para liberar la tensión que los recubre. Todavía no se ha acostumbrado a ir a las misiones, y su ansiedad persiste, a pesar de que puede luchar. Hay días en los que supera mis defensas y me deja con el culo al aire. Pero tal y como está ahora, es como si estuviera a punto de comparecer ante un juez y ser condenada a cadena perpetua o algo así. —No te subestimes, Adeline —recalco tranquilamente, mis músculos lánguidos y relajados. Suelen estarlo cuando la sangre está a punto de derramarse por mis manos. —No lo hago —se defiende—. Son hombres viejos y flácidos. Sus guardias de seguridad… —Son mis hombres —termino. La boca de Addie forma una O. —Perro escurridizo —susurra, con una sonrisa en sus carnosos labios. Sus ojos color caramelo me miran con un brillo divertido. Ambos nos quedamos callados mientras los dos hombres y sus respectivos guardias se acercan a los escalones y comienzan a subir, el metal suena bajo su peso. —Al final va a tener que volver a los Estados Unidos —murmura uno de ellos, sonando irritado. La primera persona que irrumpe en la entrada es Michael, y casi me río cuando saca su arma de la funda y me apunta. Jeff y Gary siguen detrás, con otro de mis hombres, Baron, ocupando la parte trasera. —¿Qué está pasando aquí? —exclama Gary, los dos ancianos se detienen y retroceden en cuanto nos ven. Levanto una mano en un gesto de saludo. —He venido a entregarme, Gary. ¿Por qué si no iba a estar aquí? —Entregar... ¿De qué demonios está hablando? ¿Quién es usted? —Ah, lo siento mucho —digo, sonriendo. Me acerco al asiento de al lado, agarro mi máscara y me la pongo sobre la cara—. ¿Qué tal ahora? Es cómico lo rápido que palidecen y sus ojos se abren de par en par al reconocer mi máscara por mi aparición en la televisión. Tirándola a un lado, me burlo: —¿Te ha gustado mi presentación? Estaba muy nervioso. Gary balbucea, sin saber qué responder. Me pongo en pie y enseguida retroceden, dos idiotas torpes que chocan con Baron en un intento de crear distancia, pero el mercenario es como un muro de ladrillos. Jeff se vuelve hacia Michael, su cara empieza a enrojecer. —¿Por qué no le disparas? Dispárale. Michael se limita a mirarle fijamente, haciendo que su cara se ponga morada. Luego, suelta el arma y sonríe cuando Jeff comienza a balbucear incoherencias. —Veo que te has puesto cómodo detrás de la cortina de humo —observo—. Contento en gritar demandas, y seguro sin que nadie sepa nunca quién eres. —Holgazán —añade Addie. Su cuerpo está relajado ahora, y en lugar de su postura de ansiedad, es un felino suave, con las garras extendidas y listo para rebanar algunas gargantas. La presa se convierte en depredador. Es la criatura más hermosa que he visto. Gary la fulmina con su mirada, disparando láseres desde sus ojos, pero si espera que eso la intimide, está tristemente equivocado. —¿Y quién demonios eres tú? Ella se vuelve hacia mí, con una sonrisa tonta en la cara. —Realmente quería decir algo cursi ahora mismo. Tu peor pesadilla —se burla, con los ojos abiertos cómicamente mientras se enfrenta de nuevo a Gary. Él le gruñe, claramente sin gracia. Yo, en cambio, sonrío como un idiota. Agita una mano con indiferencia. —No, en serio, soy el Diamante que tanto les gusta. Me ofende que no me reconozcan. Especialmente porque ustedes están sobre mi maldito trasero siempre. La cara de Jeff cae, la claridad aflora ahora que se da cuenta de quién es ella. —Obviamente fue la brillante idea de Claire el ir por mis padres, pero ¿alguno de ustedes tuvo también algo que ver con eso? —Addie pregunta, una oscuridad deslizándose por sus rasgos. Ha desaparecido el humor desenfadado. Gary ni siquiera puede ocultar el enfermizo triunfo en su rostro. Addie capta la mirada inmediatamente y, sin decir nada más, levanta su arma y le dispara directamente en la rótula, con el rostro en blanco. Los ojos del anciano estallan y al instante se desploma en un ataque de gritos y sangre. Jeff vuelve a chocar con Baron, con el sudor brillando en la línea de su cabello, mientras mira a su compañero con una tez pálida. —¡Maldita perra! —exclama Gary. La rabia me corroe los nervios, así que le disparo a la otra rodilla, provocando otro grito de dolor en su garganta. Michael y Baron sacuden la cabeza, mirando al par como si fueran los más tontos del mundo. Tengo que estar de acuerdo. —Ahora vamos a tener que matarte, Gary. Eres una molestia. Así que, así es como va a ser. Vendrán con nosotros, y vamos a volver a Seattle y a un lugar agradable y aislado donde voy a estar atado y amordazado. Tal vez deje que mi chica me dé unos cuantos golpes también. Addie también estará atada, pero nadie la tocará. Incluso en su estado, Gary me mira con incredulidad. —Entonces, van a llamar a Claire y hacerle saber que han capturado a Z y al Diamante. Le dirán que venga ahora que hemos sido capturados. —¿Por qué demonios haríamos eso? —pregunta Jeff, con la cara crispada por una mezcla de emociones. —Creo que es hora de que Claire salga a jugar, ¿no? Ha estado escondida mucho tiempo. Jeff y Gary se miran, este último con ríos de sudor en su rostro rojo por la agonía. —No quiero formar parte de tu plan —empieza Jeff, pero levanto una mano, cortando cualquier mierda inútil que estuviera a punto de salir de su boca. —Esa es la cuestión, Jeffrey. No tienes una maldita opción. Jeffrey todavía cree que tiene opción. Durante todo el vuelo y el trayecto hasta el lugar en Seattle, alega su caso. Todo fue idea de Claire. Solo respaldan sus negocios y la ayudan con la logística y el dinero. Bla, bla, bla. No es hasta que Addie se arrastra desde el asiento del copiloto hasta la parte de atrás y le presiona el arma en la rodilla cuando finalmente se calla de una puta vez, chasqueando su dentadura postiza con tanta fuerza que podría hacerse permanente. Michael nos lleva a una destilería de vino abandonada y corroída por la naturaleza. Me recuerda a la mansión Parsons, casi. Unas vides cubiertas de maleza, que suben por los lados de los muros de piedra gris. Y un edificio solitario en un campo de uvas y hierba verde y alta. La furgoneta se tambalea por el desigual camino de tierra, casi tragada por la vida vegetal que la rodea. Gary está en el suelo, acunando sus rodillas ensangrentadas, cada vez más pálido con cada golpe. Baron se las vendó para detener la hemorragia, pero parece estar a punto de desmayarse. Una vez que eso ocurra, no vivirá mucho más. Si muere, muere. De todos modos, solo necesitamos a uno de ellos. Michael estaciona la furgoneta fuera del edificio y salta, adelantándose a nosotros para derribar las puertas entabladas, mientras Baron me ayuda a sacar el cuerpo inútil de Gary de la furgoneta. El interior de la destilería es tan inquietante como el exterior. Las enredaderas han infectado también las paredes interiores. Las malas hierbas asoman por los cimientos agrietados y sus propios tallos se extienden por el suelo. Es un enorme espacio abierto, con parte de la maquinaria sobrante, oxidada y llena de agujeros. Las tuberías expuestas están enhebradas en el techo, y algunas de ellas empiezan a romperse y a caer. Arrastro a Gary hacia un lado y lo sitúo justo debajo de una tubería colgante, dejando que Jesús decida si quiere hacer caer ese pesado trozo de metal sobre su cabeza. Si me enfada lo suficiente, puede que incluso lo derribe yo mismo. Lo dejo caer sin miramientos, ignorando sus maldiciones, mientras Baron escolta a Jeff hacia el interior, haciendo que se coloque al lado de su compañero herido. Addie lleva tres sillas de metal con varias cuerdas enrolladas en los brazos. Me ofrecería a ayudar, pero ella tendría mis bolas por ello. De todos modos, se las entregaría con gusto. Desde que sobrevivió al tráfico de personas, ha crecido mucho en fuerza e independencia, y hay veces que me duele el pecho tanto por el orgullo como por la necesidad de follarla. Me mira con una sonrisa carnal mientras deja las sillas en el suelo y las abre. Me acerco a ella, deleitándome con la forma en que su pequeño cuerpo se tensa por la necesidad. Un anillo negro y azul mancha su garganta, y cada vez que lo veo, la bestia atrapada en mi caja torácica se agita. —Si no te conociera mejor, pensaría que estás excitada por hacerme daño —murmuro, el deseo se dispara al ver el movimiento de sus redondas caderas. —Serás el gatito indefenso —me dice, y sonríe más cuando le dirijo una mirada sombría. —¿Seguirás pensando lo mismo cuando estés atrapada entre mis dientes? —La agarro por el cuello y la acerco, sus ojos color caramelo se dilatan de lujuria. Le rozo con los labios un lado de la boca, sacando una exhalación temblorosa. —Solo estuve indefenso cuando me enamoré de ti. Y puede que tú tengas todo el poder sobre mí, Ratoncita, pero nunca he estado indefenso. No confundas mi falta de control con debilidad. Todas las formas en las que te he hecho daño han sido siempre intencionadas. Se muerde una sonrisa justo antes de que su puño se levante y aterrice directamente en un lado de mi mejilla. Mi visión se oscurece durante un breve instante y luego mi equilibrio se tambalea cuando me hace girar y me empuja hacia la silla de metal. Mi peso casi hace que se estrelle hacia atrás, pero su pie se engancha en la silla entre mis piernas, impidiendo que me caiga, pero estando muy cerca de aplastar mi polla. Siento como si los huesos se resquebrajaran por el monstruo que llevo dentro, luchando por salir, y un gruñido sale de mis labios. Justo cuando voy a arremeter contra ella, me agarra por el cuello, me empuja hacia abajo y se sube encima de mí, colocándose a horcajadas sobre mi cintura con sus gruesos muslos. Mis manos se posan en sus caderas y las aprietan mientras ella se inclina hacia delante. —No confundas mi sumisión con debilidad, cariño —me dice al oído, con la voz ronca de deseo—. Todas las formas en que voy a hacerte daño serán intencionadas. Antes de que pueda empezar a formar las amenazas que suben por mi garganta, sus labios se estrellan contra los míos, no solo silenciando mis oscuras promesas, sino haciéndolas pedazos por completo. Su boca se mueve sobre la mía salvajemente, y me pierdo ante la forma en que me ordena. Podría voltearla sin esfuerzo, pero me encanta inclinarme ante la pequeña diosa oscura. Agarrando mis manos, las obliga a pasar por detrás de la silla, apretándolas. Un dolor agudo me atraviesa el labio inferior, sus dientes se hunden en la tierna carne y sacan sangre. Antes de que pueda responder, se aparta y me mira a la cara con orgullo. Solo entonces me doy cuenta de que la cuerda está bien sujeta a mis muñecas. Si no estuviera a segundos de arrancarle la garganta y follarla hasta la locura, estaría impresionado. —Un ojo negro y un labio ensangrentado. Creo que es suficiente golpiza por ahora —Me da una palmada en la mejilla en plan de buen trabajo, campeón, antes de levantarse de mí y acomodarse en la silla de al lado. Lo único que puedo hacer es mirarla fijamente y fantasear con las formas en que la castigaré por eso más tarde. Pero menos mal que mi polla está más dura que el granito porque esa ha sido probablemente una de las cosas más calientes que he experimentado en mi vida. Cada vez que pienso que nunca he estado más duro, ella va y me demuestra que estoy equivocado. Al percibir mis insidiosos pensamientos, rueda los hombros, fingiendo aburrimiento. Addie siempre le ha gustado huir, en especial de la verdad. —Si ya terminaron con sus juegos previos, vamos a terminar esto, ¿sí? —dice Michael, de pie junto a un Jeff con la cara roja, con los brazos cruzados y una mirada aburrida también. El maldito también es un mentiroso y probablemente se ajustó el pantalón mientras yo estaba distraído. Gary sigue gimiendo en el suelo, y Jeff se desplaza incómodo a su lado, con los ojos rebotando por todas partes, evitando mi mirada. Respirando profundamente, intento volver a centrarme en la situación. —No parece que hayamos alcanzado las arterias femorales, así que tendrá una muerte muy lenta. Lo dejaremos sufrir ahí en la esquina por ahora. Michael asiente y agarra a Jeff del brazo y lo arrastra frente a nosotros. —Átame, Baron —le dice Addie a mi mercenario, que se ha apoyado en la pared a mi derecha. Sonríe porque sabe muy bien lo sugerente que ha sonado eso. —¿Intentas hacer que me maten? —pregunta Baron, con su profunda voz de barítono agudizándose. Addie pone los ojos en blanco. —No dejaré que te mate. No debería estar tan segura de ello. Pero mantengo la boca cerrada y la mirada fija cuando cede, sabiendo que él o Michael son las únicas opciones para atarla, teniendo en cuenta que ya me ató las manos. Baron hace un trabajo rápido con la cuerda y se aleja antes de que pueda encontrar una razón para cortarle las manos. ¿A quién quiero engañar? No necesito una razón. Michael se vuelve hacia Jeff. —Dame tu teléfono —exige, y luego arrebata bruscamente el aparato de la mano del anciano en el momento en que lo saca del bolsillo. —Muy bien, chicos, parece que sus culos acaban de ser pateados por dos viejos que se rompen las espaldas solo por levantar sus pequeñas pollas para mear. Podría haber dicho simplemente, digamos queso y tener el mismo resultado. Lo fulmino con la mirada y Addie gira la cabeza, cerrando los ojos como si le diera vergüenza que le hicieran una foto. —Hazla un poco movida con un ángulo de mierda, y voilá, la típica foto tomada por un degenerado —dice Michael, sonriendo victorioso después de sacar la foto. Luego le pasa el teléfono a Jeff. —¿Qué dirías normalmente si hicieras una foto así? Jeff mira la imagen. —Que hemos malgastado el dinero en todos los demás estúpidos de mierda y que deberíamos haberlo hecho nosotros desde el principio —escupe. Una vez que se da cuenta de que ayudó a que el mensaje de Michael pareciera auténtico al quitarle literalmente las palabras de la boca, sus ojos se oscurecen de rabia. Los dedos de Michael vuelan sobre el teclado, pronunciando las palabras en voz alta mientras las teclea solo para cabrear a Jeff. Luego hace una pausa y mira al viejo con una sonrisa de suficiencia. —Oye, ¿cómo escribes “estúpido”? Una vena palpita en la frente de Jeff, que lanza a Michael una mirada de “¿me estás jodidamente tomando el pelo?” Michael se queda mirándolo fijamente, con la intención de hacerle deletrear la palabra. Gruñendo, escupe cada letra con los dientes apretados. Cuando termina de teclear, Michael le da una brusca palmada en la espalda y le dice: —Gracias, hombre. Estaría perdido sin ti. Addie se ríe, y ahora voy a tener que cortar a Michael también, solo por hacer reír a mi chica. —Z ha sido oficialmente capturado —anuncia, pulsando el botón de enviar con triunfo—. Y ahora... esperamos. —Espero que no seas tan estúpido como para decirle a Claire que ellos nos han pateado el culo —le digo a Michael, asintiendo hacia Jeff. Agita una mano. —No te preocupes, princesa, ella sabrá que se necesitó a todo un ejército para derribar al lobo feroz. Tu reputación no se verá empañada. —No me preocupa mi reputación. Simplemente no es creíble. Mi equilibrio se tambalea mientras mis pies cuelgan sobre el acantilado. Estoy sentada en el mismo borde y solo espero que la tierra ceda debajo de mí y me envíe a estrellarme contra las rocas de abajo. Estoy en equilibrio al borde de la vida y la muerte, y la emoción que me produce es innegable. Tengo el corazón en el estómago, y aunque sería necesario meter la cabeza entre las piernas para que me cayera por la cornisa, siento que, si avanzo un centímetro, mi vida está acabada. Me encanta. El sol comienza a sumergirse en el cielo de algodón de azúcar, una hermosa gama de colores que se extiende hacia mí. No estoy segura de sí es la belleza que tengo ante mí o mi precario juego con la muerte lo que me hace sentir viva. Aunque ambos tienen el poder de hacerme sentir insignificante. —Veo que hoy es el día en que ambos morimos —anuncia Zade desde detrás de mí, haciéndome saltar. —¿Por qué moriríamos los dos? Pregunta estúpida. Sé lo que va a decir en el momento en que la última palabra sale de mi boca. —Porque si caes, te seguiré. —Claire se alegraría de ello —digo, pateando mis pies contra la roca—. Tu muerte sería lo mejor que le podría pasar. Para sorpresa de nadie, hizo un millón de preguntas antes de creer que Jeff y Gary realmente habían capturado a Zade y a mí. Tuvimos que explicar cómo había encontrado a Z. De camino a Los Ángeles, recibieron información de que Zade iría por una casa de subastas en Washington, así que rápidamente prepararon un golpe y lo capturaron. Por supuesto, vine corriendo cuando me enteré de que lo tenían como rehén, y voilá. Z y el Diamante fueron capturados. Cuando ella quiso hacer una video-llamada, pudimos ver la intención en los ojos de Jeff desde una milla de distancia. En el momento en que ella estuviera en la llamada con él, planeaba exponernos. Pero Zade ya había anticipado eso. No es difícil suponer que el viejo bastardo trataría de engañarnos. Es tan predecible como estúpido. Todo el mundo tiene una debilidad. Un punto blando como en la parte posterior de la cabeza de un bebé. Golpea ese punto lo suficientemente fuerte, y están acabados. De todas las personas (su mujer, sus hijos y su amante) su madre fue el catalizador. Es curioso que sea un niño de mamá cuando las mujeres son lo primero que no respeta. De todos modos, Bernadette Shelton está casi en su lecho de muerte, pero después de que uno de los mercenarios de Zade le sacara una foto conmovedora de ella tumbada en la cama con oxígeno y su arma apuntando al tanque, Jeff decidió actuar correctamente. No sabe que Zade estuvo a punto de darle una patada en el culo a su empleado por ello y le obligó a dejarle una cesta de desayuno por el susto, pero la amenaza funcionó de todos modos. Zade instruyó a Jeff en la historia, él respondió a las preguntas de Claire y ella decidió que era lo suficientemente legítima como para salir de su acogedora isla. Misión cumplida. Su vuelo es de dieciséis horas, así que volvimos a Parsons para ponernos al día con el sueño mientras Zade tiene un equipo que vigila a Jeff en la destilería. Gary... bueno, murió. Era inútil con sus rótulas reventadas, así que Michael finalmente lo sacó de su miseria. —Cariño, si me quieres muerto, te daré el cuchillo para que me lo claves en el pecho. Enviarnos a los dos por el acantilado sería un poco exagerado. —Y yo que pensaba que mi madre era la dramática —murmuro. Todavía estoy de espaldas a él, pero juro que puedo oír al maldito sonriendo. —Tienes razón, tú eres más sensata. Cabeza de chorlito. —¿Quieres decirme por qué estás aquí? —No podía dormir. Estaba escuchando los pasos de nuevo —admito. —Parece que están manifestando tus miedos —dice. Su presencia se acerca a mí y siento que se agacha a mi lado. Si el suelo debajo de mí no estaba siendo probado antes, definitivamente lo está con su peso. —¿A qué te recuerdan los pasos? —me pregunta en voz baja, con su voz susurrando en mi oído. —Mi falta de libertad —digo, mirando la bahía—. Me recuerdan lo atrapada que estaba. Cada vez que oía sus tacones acercándose a mí, siempre le seguía algo terrible, y nunca había forma de escapar. Hubo una vez que los oí y traté de arrancar todos los clavos de la ventana para poder tirarme por ella. Ni siquiera me importó si me mataba. Lo único que conseguí fue romperme las uñas. Sus manos se posan en mis caderas y me tira hacia atrás, apretándome contra su duro pecho. —¿Así que sentarte en el borde de este acantilado te hace sentir libre? —Sí —digo, girando la cabeza para mirarle. Sus ojos brillan bajo la luz del sol, y no puedo decir qué es más peligroso: el borde de este acantilado o la forma en que Zade me mira—. Y me hace sentir viva. Su mano me rodea la garganta, inclinando mi barbilla hacia atrás. Sus labios carnosos rozan los míos, provocando un fuerte cosquilleo en todo mi cuerpo. —¿Es la promesa de la muerte lo que te hace sentir viva, Ratoncita? —Sí —susurro, electricidad baila entre nuestras bocas. —Entonces saborearemos el cielo juntos —murmura. Me besa suave y lentamente, y siento cada segundo en mi alma. Apartándose, me dice: —De frente a mí, nena. Mordiéndome el labio, giro y me inclino hacia atrás apoyada en mis manos, doblando las rodillas y separándolas. Sus ojos caen, recorriendo las curvas de mi cuerpo, provocando escalofríos en mi columna vertebral. Me mira como si quisiera desgarrarme con los dientes, y no creo que pudiera detenerlo si lo intentara. Mi respiración se entrecorta cuando su mano se desliza por debajo de mi camiseta, y me estremezco al sentir su piel sobre la mía. Lentamente, levanta la tela hasta que me veo obligada a inclinarme hacia delante para que pueda quitármela del todo. Vuelvo a temblar, la brisa susurra sobre mi carne acalorada. —¿Confías en mí? —pregunta. —Sí —respondo sin dudar. Me pone una mano en el pecho y me empuja bruscamente. Jadeo, convencida de que estoy a punto de caer por el acantilado, pero me atrapa. Estoy de espaldas, y solo mi cabeza cuelga claramente sobre el borde, pero eso no calma el pánico absoluto que circula por mi sistema. Levanto la cabeza y le miro con los ojos muy abiertos, con el corazón acelerado. —Jesús —respiro. Sonríe, mete la mano por debajo de mí y me desabrocha el sujetador, mis pezones se endurecen inmediatamente bajo la fresca brisa. Luego, se cierne sobre mí, su calor se filtra en mi carne mientras recorre con sus labios mi mandíbula y mi cuello. —No es a él a quien debes rezar —murmura en voz baja, haciendo que me recorran escalofríos—. Solo yo seré tu salvación. Sus dedos agarran la cintura de mis leggings y tiran de ellos hacia abajo, quitándome las bragas con ellos. Afuera hace calor y está húmedo, pero una semana entera de lluvia ha puesto un vaho fresco en el aire, lo que hace que se me ponga la piel de gallina. —Regresa —ordena. Tragando nerviosamente, hago lo que me dice y me invade el vértigo y el miedo. La adrenalina en mi sistema se vuelve más potente, y mi corazón late erráticamente. Sus labios me acarician por el pecho, por encima de los senos, hasta llegar a los pezones. Su lengua sale y roza uno de los picos endurecidos antes de que su cálida boca se cierre sobre él y succione con fuerza. Gimo y me arqueo hacia él, el movimiento hace que mi cabeza se deslice más hacia abajo, y casi salto fuera de mi piel. Se ríe con fuerza, me suelta el pezón y desciende por mi cuerpo. El corazón casi se me sale por la garganta, pero siento que mis muslos se vuelven resbaladizos por la emoción. Especialmente cuando los separa lentamente, mordisqueando mi sensible piel mientras desciende hacia mi centro. Para cuando su aliento caliente se abalanza sobre mi coño, mis piernas tiemblan y me escuecen por el mordisco de sus afilados dientes. Me besa suavemente el clítoris, y vuelvo a saltar cuando sus dedos se deslizan por mi abertura, recogiendo mi excitación en sus dedos. —Ven aquí —me ordena. Levanto la cabeza, mareada por volver a ver el mundo en su sitio. Me abre la boca y coloca sus dedos en mi lengua. Instintivamente, succiono, y las fosas nasales de Zade se agitan. —A eso sabe la libertad. Quiero que tengas eso en tu lengua mientras ves caer la noche, y te muestro lo absoluta que es tu vida. Sus dedos se retiran y me golpea la barbilla, indicándome que vuelva a bajar la cabeza. Lo hago, mi visión se nubla. La emoción me obstruye la garganta, atrapando el sabor en mi boca mientras él vuelve a mi coño. Tiemblo mientras su lengua se desliza lentamente por mi abertura, lamiéndome a fondo y gimiendo mientras lo hace. —Jodido nirvana —ronronea, sumergiendo su lengua dentro de mí antes de ascender a mi clítoris. Jadeo cuando chupa con fuerza, el atardecer se desdibuja y mis párpados se agitan cuando empieza a acariciar el sensible capullo. Mi espalda se arquea de nuevo, aunque esta vez estoy preparada para el pequeño descenso y la forma en que me roba el aliento. Mis manos se enroscan, agarrando la hierba y tirando con brusquedad cuando toca un punto que hace que un gemido agudo salga en mi garganta. —Zade —suplico. Sus dedos vuelven a unirse a su boca, dos de ellos se hunden en mi interior y se enroscan, y yo ruedo mis caderas hacia su cara con tanta brusquedad que siento que mi cuerpo se acerca aún más al borde del precipicio. Otro sonido brota de mi garganta, alabando la aguda emoción que hace que mi corazón sienta que va a arder. Su mano libre se posa en mi cadera, sujetándome mientras devora mi coño, lamiendo todo lo que le ofrezco como si fuera un preso condenado a muerte y este fuera su último bocado de liberación. Hay una sonrisa que tira de las comisuras de mis labios, lágrimas en los ojos y gemidos que se desprenden de la punta de mi lengua mientras contemplo la puesta de sol, encontrando lo que he estado buscando. Un orgasmo se instala en mi vientre, agudizándose por la sensación de que mi peligrosa existencia pende de un hilo. Su lengua me roza el clítoris con destreza y con poco esfuerzo me hace caer. Pongo los ojos en blanco y un grito rebota entre las rocas irregulares y el agua. Siento que estoy cerca, cayendo sobre las puntas afiladas y en las profundidades de un océano en el que me ahogaría con gusto. Parecen horas antes de que mi cuerpo baje, y justo cuando lo hago, me arrastra hacia él y me pone boca abajo. Desorientada, soy incapaz de resistirme cuando me levanta por las caderas, colocándome de rodillas con la cabeza aún bajada y asomando por el acantilado. Jadeando, me aferro con fuerza al borde, mis dedos se clavan en la tierra y la roca cuando él desciende sobre mí, empujando mi barbilla más allá. Mis muslos se tensan por el esfuerzo de no caer hacia delante. Su polla desnuda se desliza entre la hendidura de mi culo y, sin embargo, siento como si se burlara de mí con una bala recubierta de caramelo. Bajo la deliciosa ilusión hay un voto amenazante capaz de destruirme. Agarrando mi cabello en su puño y me echa la cabeza un poco hacia atrás, para que pueda ver todo el paisaje: —¿Has encontrado ya la absolución, cariño? ¿O necesitas que mi polla te la dé? Sus oscuras palabras me provocan un escalofrío, y me estremezco por lo exquisito que es. —La vida nunca podría estar completa sin ti —gimoteo. Un gruñido profundo y estruendoso llega a mis oídos antes que empuje de sus caderas y se hunda dentro de mí, introduciéndose solo unos centímetros antes de que sea demasiado. Grito, el ardor de su tamaño me hace cerrar los ojos. Joder, necesita una maldita cirugía de reducción de pene. Siento su sonrisa en respuesta como si escuchara mis pensamientos, y estoy a segundos de tirarnos los dos por el acantilado solo para fastidiarlo. —Lo tomas tan jodidamente bien, Adeline —me ronronea al oído, su tono es diabólico—. Nunca me cansaré de sentir cómo tu coño sucumbe ante mí, y cómo gritas tan jodidamente bien cuando lo haces. En el momento oportuno, un gemido agudo sale de mi garganta mientras él se adentra más, y mi cuerpo sucumbe ante él tal y como ha dicho. —Sigue mirando —dice pecaminosamente. Abro los ojos a la fuerza y observo cómo el sol empieza a llegar a la cresta del agua, tiñendo el mundo de un profundo resplandor rojo. Trabaja dentro de mí, bombeando dentro y fuera lentamente hasta que está completamente asentado hasta la empuñadura, confirmando mis propias palabras. Estoy tan llena de él, y nunca me he sentido más completa. —Buscas la vida dentro de ese atardecer, pero yo busco la muerte entre tus muslos —gruñe, con su voz profunda y ronca de deseo. Retirándose hasta la punta, empuja dentro de mí con fuerza, y yo grito tanto por el gozo como por el terror de ser llevada al límite. Pero no cede y sigue follándome, poniendo a prueba la fuerza de la tierra bajo nosotros con cada empuje. Mantiene su mano fuertemente enroscada en mi cabello, haciéndome retroceder cada vez que sus caderas me empujan hacia delante. Intercambio la mirada entre el agua y las rocas implacables que parecen acercarse cada vez más. Mi visión se ennegrece por el agudo placer que irradia entre mis muslos, y los sonidos que salen de mi garganta son incontrolables. —Oh, Dios mío —sollozo, y se introduce dentro de mí con tanta fuerza que mis dientes castañean por la fuerza. —No encontrarás a Dios en el sol cuando ya está dentro de ti —gruñe, alanzando debajo de mí para encontrar mi clítoris y rasguearlo expertamente mientras golpea ese punto perfecto dentro de mí, abusando de él implacablemente hasta que exploto, mi cuerpo se queda flácido por la fuerza con la que me corro para él. —¡Zade! —grito, y ya no me importa si vivo, mientras este sentimiento nunca muera. Aprieta los dientes, follándome salvajemente hasta que encuentra el final que buscaba. Un rugido sale de su garganta y me penetra tan profundamente que los dos estamos a punto de encontrar nuestro fin en el fondo del acantilado. Acecharíamos juntos la Mansión Parsons, y es innegable lo mucho que me gusta como suena. —Tienes una frente espectacular, amigo mío —dice Zade, con una nube de humo saliendo del fondo de su boca. Jeff está atado a una silla de metal, y Zade está sentado frente a él, dando caladas a un cigarrillo con una mano, y haciendo rebotar una pelotita en su frente con la otra. —¿De dónde demonios sacaste la pelota? —pregunto, sacudiendo la cabeza mientras rebota en la cara muy roja de Jeff y vuelve a la mano de Zade. Nuestro cautivo no es un campista feliz. Está furioso con Zade, todo su cuerpo tiembla de lo hirviendo que está. Se encoge de hombros restándole importancia. —La encontré. De acuerdo. Lo que sea. El sonido de los neumáticos al crujir entre la tierra y las briznas de hierba me distrae, y mi corazón se desploma con la adrenalina y la anticipación. —Claire está aquí —anuncio. Zade solo vuelve a lanzar la pelota como respuesta, con su postura relajada como siempre. Hay al menos cincuenta hombres rodeando la zona, todos ocultos a la vista. Si la cosa se pone fea, tenemos muchos refuerzos. —Jay, ¿tiene un batallón con ella? —pregunta Zade, con el audífono Bluetooth en la oreja, como siempre. Probablemente morirá con ello ahí dentro—. ... ¿Tres? Alguien es una Nelly nerviosa 23 —murmura. —¿Tres autos? —aclaro, mi ansiedad empeora. El sudor se me forma en la línea del cabello y no puedo decir si estoy nerviosa de que vaya a haber un tiroteo en toda regla o si estoy nerviosa de ver a Claire. Los preparativos para la confrontación son los que me ponen de los nervios. La anticipación de lo que va a pasar. Quién va a salir herido o a morir. Sin embargo, en medio del caos, encuentro paz, como si estuviera en el ojo de un huracán. Odio la calma antes de la tormenta. —¿Creías que vendría sola? —Jeff se burla, mirándome como si fuera una estúpida. Entrecierro los ojos, tentada de arrancar la pelota de las manos de Zade y hacerla rebotar en su frente yo misma. Entonces, ¿quién quedaría como un estúpido? Al percibir mis pensamientos, Zade lanza la pelota a su cara sin apartar su mirada de mí, y vuelve a caer perfectamente en su mano, con una sonrisa cada vez más profunda. —Gracias —Miro a Jeff—. La próxima vez, será una bala. Inteligentemente, mantiene la boca cerrada. Esperaba no lo hiciera. Zade y yo nos levantamos cuando las puertas de un auto se cierran de golpe, la pelota verde cae de su mano y rueda hacia la distancia, sustituida por un arma. Mi propia arma está en mi mano, mi corazón late con fuerza mientras esperamos a que Claire entre. Varios momentos de nerviosismo después, las enormes puertas se abren, entrando primero un séquito, con las armas en alto. Por supuesto, cuando nos descubren, se quedan quietos, esperando las órdenes del demonio pelirrojo de la parte de atrás, abriéndose paso lentamente entre sus guardias. 23 Nervous Nelly es una frase que se usa para describir a una persona preocupada o ansiosa —Tal como esperaba, Jeffrey. ¿De verdad creíste que eras convincente? — Suena la voz musical de Claire, que finalmente se abre paso entre el grupo. Se amontonan a su alrededor, incómodos con que esté expuesta de alguna manera. Al igual que aparentemente no fue tan estúpida como para creer que Jeff nos capturó, tampoco creería que no tenemos el lugar rodeado por nuestros propios hombres. Será una batalla de cual bala vuela más rápido. O cuya puntería es certera. Mis hombros están tensos mientras miro a la perra malvada responsable de tantas almas perdidas y rotas. Lleva el cabello rojo brillante perfectamente rizado alrededor de la cabeza, con un labial a juego y un lápiz de ojos negro embadurnado en los párpados. Lleva un traje de pantalón completamente blanco, lo que es un mensaje en sí mismo. Espera salir de este edificio con la ropa tan impoluta como cuando entró. Sin derramar sangre, al menos no la suya. Como si jodidamente lo hiciera. Surge una rabia asesina, no porque me haya secuestrado y casi vendido a un hombre malvado, sino porque fue por mi madre. Supongo que debería agradecerle la terapia gratuita para mis problemas con mi madre. No estoy segura de en qué punto estamos ahora, pero lo que sí sé es que hay un deseo de arreglar nuestra relación que no existía antes de que Claire diera la vuelta a mi mundo y lo jodiera de lado. —Me alegra volver a verlos —comenta, con un tono elegante, como si fuéramos a dar un paseo por un jardín, con nuestras tacitas de té y nuestras galletas. Perra santurrona. No hay nada de clase en ella ni en su forma de hacer negocios. —¿Por qué viniste si sabías que era una trampa? —pregunto. —Esto no va a terminar en un derramamiento de sangre, querida. Creo que es hora de que lo arreglemos. Z ha demostrado ser ingenioso, al igual que yo. En lugar de... luchar entre nosotros, creo que podemos llegar a un acuerdo. Dirijo mi mirada a Zade, que tiene la ceja arqueada, pero una expresión ilegible. Mirando de nuevo a Claire, me pregunto si esto es un intento de quitarse de encima el objetivo de uno de los hombres más peligrosos del mundo. Tiene razón: es ingeniosa. La bruja tiene todo un gobierno a su disposición. Pero es tan débil como el escudo tras el que se esconde. Se ve obligada a utilizar a otros para protegerse porque es incapaz de hacerlo ella misma. Ella solo tiene el cerebro detrás de la operación, pero no la fuerza. Mientras que Zade... Zade tiene tanto fuerza como cerebro. Claire sabe que no puede esconderse en esa isla para siempre, no más de lo que puede evadir la ira de Zade. Está acorralada y sabe que Zade será difícil de matar. Se ha encontrado con su igual, y la única manera de salir es con un trato. —Sentémonos, ¿de acuerdo? —Vamos —murmura Zade, dándole la espalda para agarrar el respaldo de la silla en la que está sentado Jeff, tirarlo literalmente de ella y hacerme un gesto para que me siente en ella como si me sacara el asiento en un refinado restaurante. Claire toma el de enfrente, con el cuerpo atado de Jeffrey entre nosotros. Su cara se ha vuelto de un tono púrpura preocupante, tanto por la ira como por la vergüenza. Claire apenas lo mira, dirigiendo la mirada a uno de sus hombres y ordenando: —Deshazte de él. Segundos después, una bala atraviesa el cerebro de Jeff y sale por el otro lado. Está muerto antes de que su cabeza toque el suelo. La mirada de Zade y la mía se encuentran, con un brillo divertido en sus ojos desiguales mientras agarra la tercera silla, le da la vuelta y se sienta a horcajadas, dirigiendo su intensa mirada a Claire. El pulso le retumba en el cuello y se esfuerza por tragar. Resoplo suavemente. Si no lo supiera, diría que sus partes femeninas no son más resistentes a Zade que cualquier otra mujer de sangre roja. Si tuviera la oportunidad, se follaría con gusto a Zade antes de clavarle un cuchillo en la garganta. —Antes de empezar, ¿qué tal si establecemos una confianza mutua? Todos mis hombres están escondidos fuera de la vista, ni un solo cañón en tu garganta, así que ¿qué tal si envías a tus secuaces a la puerta? Pueden quedarse si deben y tendrán un disparo perfecto contra mí, pero tienen que retroceder, ¿no? Con la mirada perdida, considera la petición de Zade por un momento antes de aceptarla. De mala gana, sus guardias se extienden por la entrada principal, asegurándose de que todos tengan una vista perfecta de nosotros. —Ponlo sobre la mesa, Claire. ¿Cuál es tu propuesta? —Zade pregunta, pero luego levanta una mano para detenerla cuando abre la boca—. Asegúrate de que sea buena también. Hiciste que secuestraran, violaran y torturaran a mi chica, y que casi mataran a su madre. Sus labios manchados de rojo se tensan en una línea firme, pareciendo no apreciar el recordatorio de todas sus fechorías. Me hace preguntarme cómo demonios duerme por la noche. O quizás es un reptil en secreto y no lo necesita. Eso es honestamente más creíble en este momento. —Ayudaré a eliminar el tráfico —dice Claire. Cuando Zade y yo nos quedamos en silencio, procesando su oferta, ella continúa—: Aunque el tráfico de personas es enormemente rentable, hay algo más que deseo. —¿Y qué es eso? —Zade pregunta, con voz profunda y baja. —Control absoluto sobre la población humana, por supuesto. Ahora mismo, la gente es demasiado consciente de su existencia inútil. Quiero el poder total, que los dos tengamos el poder total. Mi frente se frunce, una mirada desagradable en mi rostro. —¿Para hacer qué? —pregunta él—. ¿Qué pretendes hacer exactamente con este poder? —Crear una nueva era, por supuesto. Podemos hacer lo que queramos. Podemos hacer que sus vidas sean útiles, darles un verdadero propósito. —¿Y cuál sería ese propósito? —interrumpo—. ¿Ser robots descerebrados que te sirvan? —El sufrimiento se acabaría —dice, volviendo sus ojos verdes glaciales hacia mí. Realmente no hay alma ahí dentro—. Y este planeta prosperaría. Si los humanos tuvieran una ley y un orden reales, podríamos hacer muchas cosas. Acabar con el hambre en el mundo, cerrar la brecha entre los pobres y los ricos, y disminuir la pobreza y la falta de vivienda. Sacudo la cabeza. —Intentas hacer que quitar el libre albedrío a la gente suene virtuoso. —Lo es —replica ella. Parpadeo, absolutamente confundida. —¿Estamos en una película? Es imposible que lo digas en serio —Volviéndome hacia Zade, lo encuentro mirando a Claire, frotándose distraídamente los dedos, con el cerebro revuelto—. Va en serio, ¿no? Él levanta una ceja. —Eso parece. Más que nada, me encantaría saber qué está pensando. Esto es algo que solo se ve en los cines o en los libros. Una mierda de nuevo orden mundial que parece tan fuera de lo posible, que la gente lo convierte en ficción para entretenerse. Yo misma he escrito literalmente libros como este. —Estás cambiando una forma de esclavitud por otra —dice él finalmente. —Estoy cambiando el sufrimiento humano por un mundo nuevo y mejor —argumenta—. La tecnología que podrías crear nos llevaría a una era completamente nueva —Vuelve su atención hacia mí, y me doy cuenta de que es un maldito reptil. Es una maldita serpiente—. Nadie volvería a sufrir lo que tú has sufrido. No más niños sacrificados. No más mujeres vendidas. Lo desmantelaría todo. —¿Qué te impide hacerlo ahora? —Argumento—. ¿Qué te impide tratar de tomar el control? —Zade —responde simplemente, girándose para dirigirse a él—. Has sido una espina en mi costado desde que creaste tu organización y te has propuesto destruir todo aquello por lo que he trabajado duro. Y admito que lo haces muy bien, por eso quiero formar una alianza en la que trabajemos juntos, no en contra del otro. Te daré lo que tanto deseas, y a cambio, tú me ayudas con lo que yo quiero. —Me hablas como si fuera estúpido, Claire —dice Zade secamente—. ¿Quieres que deje de exponer al gobierno? No, quieres más que eso. ¿Quieres que cree algún tipo de tecnología para implantarla en el cerebro de la gente y convertirla en auténticos robots? ¿Hacer que no tengan que luchar? Ella levanta las cejas y se le dibuja una sonrisa. —Esa sí que es una idea. Puedo crear un nuevo mundo con leyes consecuencias por infringirlas. Tu tecnología podría hacernos avanzar facilitar el cumplimiento de estas leyes. Podríamos obligar a la gente caminar en línea recta, dondequiera que la dibujemos. ¿Pero quitarles capacidad de pensar por sí mismos? Dios mío, eso sería maravilloso. y y a la Sus ojos se iluminan de emoción. —¿Podrías hacer eso? No puedo más que mirarla boquiabierta, sin palabras. ¿Acaso acabar con el tráfico de personas es como un sueño? Por supuesto que sí. Pero a cambio de una idea fantástica para arrancar el libre albedrío de las personas y convertirlas en zombis. Ni siquiera estoy segura de lo que haría exactamente con todos ellos, pero no me importa saberlo. Quiero lo mismo que siempre ha querido Zade. Erradicar el tráfico de personas. Pero ese deseo nunca ha venido acompañado de expectativas irreales. —La tecnología puede hacer cualquier cosa. Su única limitación es su creador —dice Zade. Ella sonríe, y veo un brillo en sus ojos que ha robado a muchos. A mí. Esperanza. Pero no le pertenece a ella, sino a las almas que es responsable de romper. —¿Lo ves? Podemos hacer cualquier cosa —dice ella—. Creo que no tienes limitaciones. La mirada de Zade se oscurece y la opresión en mi pecho se alivia. —Tienes razón, Claire. No la tengo. Ella malinterpreta completamente su significado porque su sonrisa solo se ensancha, demasiado cegada por las posibilidades para ver lo que está al acecho. —Ya tienes poder —le recuerdo—. Eres un gobierno en la sombra que controla todo el país. Más aún ahora con tus socios muertos. ¿No te basta con eso? ¿Ahora quieres la dominación del mundo? Se inclina hacia delante, enseñando los dientes mientras sisea: —Quizá tu insignificante cerebro es... —¿Sabes cuál es tu problema? —Zade corta—. No tienes ni puta idea de formar una alianza. ¿Realmente crees que insultándola vas a llegar a alguna parte? Zade se pone en pie y, aunque puedo ver a Claire luchando consigo misma, fuerza su columna vertebral. Sus guardaespaldas apuntan, pero Zade se mueve como si tuviera una armadura antibalas. Mi corazón se acelera, la adrenalina aflora porque el idiota no lleva, de hecho, un chaleco antibalas, y si una bala se acerca a él, voy a perder la cabeza. —Despreciar a los que te apoyan no es inteligente. ¿No has leído los libros de historia? Utilizar el miedo para exigir respeto es una construcción frágil. No dura porque nadie puede confiar en ti, y a la primera oportunidad que tengan de traicionarte, la aprovecharan. Z no se basa en el miedo, Claire. Está construido sobre el deseo mutuo de matar a gente como tú. ¿Y sabes qué? Mi organización confía en mí para hacer eso. Sus ojos se abren de par en par, presintiendo la fatalidad que se avecina antes de que ocurra. Una hilera de bombas fue colocada a lo largo de la fachada de la destilería, justo debajo de donde están los hombres de Claire. En segundos, los explosivos detonan, creando una explosión ensordecedora. La fuerza de la explosión nos hace retroceder un paso o dos, y me cubro el rostro mientras los escombros vuelan a nuestro alrededor. Nos aseguramos de que la bomba no fuera tan potente como para que el edificio se derrumbara a nuestro alrededor, pero sí lo suficiente como para hacer volar a alguien, o a algunos, en pedazos. Unos cuantos de sus guardias que estaban en las afueras se retuercen, sin algunos miembros, pero aún vivos y dispuestos a morir en un momento de gloria. Los matan a tiros antes de que puedan levantar sus armas hacia Zade y hacia mí, su equipo detrás de nosotros escondido en las profundidades de la destilería. Zade agarra a Claire por el cuello y la levanta en el aire, con un gruñido en su cara. Sus ojos se abren de par en par mientras el fuego se desata detrás de ella, bañándola en el mismo resplandor en el que su alma se consumirá para siempre. —Hiciste que mi mundo se derrumbara a mi alrededor así, ¿recuerdas? Poniendo bombas y luego quitándome a Addie. ¿Cómo se siente, Claire? ¿Haber estado tan cerca de tener éxito, solo para que tu alma sea arrancada en su lugar? Patalea desesperadamente con las piernas, intentando, sin conseguirlo, ganar algún tipo de equilibrio para aliviar el estrangulamiento al que la tiene sometida Zade. Al arañar su piel, deja huellas tan rojas como la pintura de sus uñas. —¿Te gustaría hacer los honores, cariño? —pregunta, mirándome por encima del hombro con ojos tan brillantes como el fuego que tenemos delante. Algo profundo y carnal revolotea en mi estómago, y no puedo negar la excitación que late en mi torrente sanguíneo más de lo que puede hacerlo Zade. —Sí —sonrío, acercándome al par. Él se reajusta, agarrando a Claire por la nuca y manteniéndola en su sitio, a pesar de sus desesperados esfuerzos por alejarse. Agarrando con fuerza mi cuchillo negro y morado, lo elevo hasta su garganta, presionando hasta que la sangre brota bajo la hoja. Esta mujer es responsable de cada uno de mis demonios. Yo era bastante normal antes de que la Sociedad pusiera sus ojos en mí. Y aunque el miedo y la adrenalina siempre me hacían algo inexplicable, la idea de asesinar a alguien me repugnaba. Fue algo a lo que me opuse cuando Zade llegó a mi vida, e incluso cuando me enamoré de él, era algo que aún no había aceptado del todo. Y ahora mira: ella se enfrenta a su propia creación, un ángel de la muerte con un cuchillo en su garganta e intoxicado por la visión de su sangre. —¡Por favor! —ruega con fuerza—. ¡Podemos buscar una solución! —Recoges lo que siembras, Claire —digo, y luego paso lentamente el cuchillo en su garganta, atravesando los tendones y los músculos. La sangre me salpica el rostro, pero me alegro de sentirla. Me detengo justo antes de la yugular, queriendo que su muerte sea lenta y dolorosa. ¿Será su propia vida la que pasa ante sus ojos o todas las que ha robado? Espero que bajen del paraíso y la arrastren personalmente al maldito infierno. Asfixiándose lentamente con su sangre, Zade la arrastra hasta el incendio que se produce en la parte delantera de la destilería, con los cadáveres de sus hombres desperdigados. La lucha de Claire aumenta, e incluso en medio de la muerte, puede sentir que solo va a empeorar. Al detenerse ante el fuego, Zade le agarra la garganta ensangrentada con el puño y la levanta, mirándola fijamente a los ojos amplios y desesperados. —Jodidamente arde, perra —gruñe, y luego la lanza dentro, su cuerpo se consume instantáneamente en llamas. Surgen gritos ahogados, pero los sonidos apenas llegan. Su forma se convulsiona y se agita, y yo arrugo la nariz ante el rancio hedor que le sigue. Entró en este lugar con la firme convicción de que podría conquistar el mundo si le diera a Zade la única cosa por la que ha estado trabajando tanto. ¿No lo sabe? Zade es un Dios. Y el único que conquistará este mundo es él. Sibby baila en el salón, sus pies cubiertos con calcetines de lunares se arremolinan sobre la baldosa a cuadros, alegrándose de nuestro tan esperado éxito, mientras Zade está en la televisión, interrumpiendo otra emisión. Expuso el gobierno en las sombras y su control sobre el tráfico de personas, robando niños y mujeres, y vendiéndolos a personas enfermas. En los diez minutos que estuvo hablando, dio al mundo la esperanza de que el comercio sexual empezará a morir lentamente. “Claire Seinburg no es la primera en contribuir a la enfermedad que infecta nuestro mundo, ni tampoco la última. Una por una, desinfectaré las plagas de la sociedad, y solo entonces encontraremos la paz. Soy Z, y estoy observando”. Se interrumpe, sustituido de nuevo por una reportera con los ojos muy abiertos y una risa nerviosa que sale de su garganta. —¿Quién va a ocupar el lugar de Claire? —pregunta Daya a mi lado, metiéndose un puñado de palomitas en la boca. Arqueo una ceja. —¿Crees que debería seguir existiendo un gobierno en la sombra? —pregunto con curiosidad, agarrando mi propio puñado y metiéndomelo en la boca. Daya se encoge de hombros y traga saliva antes de responder. —Creo que el gobierno debería estar controlado por alguien, pero no por una persona que solo esté interesada en arreglar las cosas de este mundo para su propio beneficio. Necesitamos a alguien que se preocupe por el medio ambiente y por el avance de la ciencia y la medicina sin experimentos inhumanos y sin utilizarnos literalmente como esclavos. Creo que ya hemos tenido suficiente de esa mierda en nuestra historia. Este planeta necesita ser limpiado urgentemente, ¿y la gente que está a cargo ahora mismo? No van a ser los que lo hagan. Frunzo los labios. —Creo que tienes razón. Solo que no sé quién lo haría. —¿No crees que Zade lo haría? Sacudiendo la cabeza, mastico unos cuantos granos a medio hacer. Son mi parte favorita de comer palomitas. —Es difícil decirlo con seguridad, pero creo que Zade disfruta demasiado con lo que hace ahora. Independientemente de quién esté en el poder, va a hacer falta mucho tiempo para que el tráfico de personas termine realmente. No puedo verle contento sentado detrás de un escritorio tomando decisiones en lugar de estar en el campo y derribarlos físicamente. Daya asiente con la cabeza, y sus ojos verdes y sabios vuelven a la pantalla, mientras los reporteros siguen intentando recuperar el equilibrio tras la interrupción de Zade. Los medios de comunicación están controlados por el gobierno, lo que significa que todo lo que dicen al público está sancionado por la misma gente que Zade amenaza con destruir. No es de extrañar que se sientan incómodos cuando son, literalmente, las bocas que nos alimentan con la mierda de lavado de cerebro del gobierno. —Yo lo haré —dice Sibby, rematando su anuncio con un giro de bailarina. Daya y yo nos miramos. —¿Quieres gobernar el gobierno? Eres mentalmente inestable, Sibby —digo sin rodeos. Deja de girar y estrecha sus ojos hacia mí. He luchado demasiado con ella como para tenerle miedo de verdad. —Me preocupa el mundo y limpiarlo de demonios. ¿Te lo imaginas? —Una amplia y soñadora sonrisa se extiende por su rostro—. ¿Vivir en un mundo de flores? Un gran jardín, como debería ser el planeta. —¿Ves? Inestable. Me gruñe y pisa fuerte. —Podría hacerlo, Addie. Sé que tengo mal genio y que necesitaría ayuda. Pero podría arreglar este mundo —me dice con vehemencia. Ladeando la cabeza, considero realmente lo que está diciendo. Los métodos de Sibby tendrían que ser controlados, pero... hay que reconocer que es la persona más fanática que he conocido cuando se trata de librar al mundo del mal. ¿Es realmente posible? Por supuesto que no. Pero tal vez tener a alguien que cree que lo es, no sería tan malo. Y con su habilidad para oler a los que están podridos, podría tener un equipo de gente ayudándola que tenga buenas intenciones. —¿Qué harías? —pregunto. —Espera, ¿realmente crees que podría hacerlo? —Daya interviene incrédula, sus ojos rebotan entre Sibby y yo. Sonriendo, me encojo de hombros. —Ella sería mejor que Claire. Y no lo haría sola. Todo su propósito en la vida es mejorar este mundo, ¿no es así? Los labios de Daya se separan, buscando una objeción, pero sin llegar a ninguna. Realmente, cualquier persona puesta en esa posición de poder podría ser discutida. No hay persona perfecta. Sibby no está libre de pecado, pero sus intenciones son puras. Curiosamente, sería la menos propensa a ir a un viaje de poder o a ser influenciada negativamente. Es demasiado... apasionada. Un ligero golpe en la puerta desvía mi atención del entrenamiento con Sibby. Por supuesto, un segundo después su puño me golpea en la mejilla y casi me hace caer. Me suenan los oídos, me agarro el lado del rostro y la miro fijamente. Me sonríe salvajemente, y ni siquiera necesita abrir su estúpida boca para que yo sepa lo que va a decir. Nunca apartes la mirada de tu oponente. La señalo. —Nunca duermas con los dos ojos cerrados, ¿qué tal eso? Se ríe y se dirige a las escaleras mientras yo me dirijo a la puerta de entrada, sudando a mares y con la cabeza palpitando. Me enfada lo suficiente como para abrir la puerta de golpe sin molestarme en mirar quién está fuera primero. Mis ojos se abren de par en par cuando veo a un hombre extraño que nunca había visto antes de pie junto a mi madre. Me quedo boquiabierta, demasiado sorprendida para hacer otra cosa. Como siempre, su cabello rubio está perfectamente peinado con una capa de carmín rosa claro iluminando sus labios. Y me mira fijamente, esperando que hable, pero soy incapaz. —Hola, cielo —dice mamá, sonriéndome débilmente. Por fin me sacudo del estupor y mi cuerpo se mueve en piloto automático. Me inclino hacia delante y la envuelvo en el abrazo más suave del mundo, con cuidado de su herida, pero tan jodidamente contenta de verla. Las lágrimas brotan de mis ojos, nublando mi visión mientras mis senos nasales arden por el esfuerzo de mantenerlas a raya. Me palmea la espalda. —Cielo, apestas. —Lo siento —digo, pero no lo lamento en absoluto. Parpadeando las lágrimas, me alejo. Normalmente, me haría un gesto de rechazo, pero se mantiene firme en su sitio. Es un alivio cuando no la veo ni hablo con ella desde el día en que la trajimos a casa hace más de un mes. He dejado de llamar a mi padre, decidiendo que escuchar sus insultos no sería curativo para ninguno de nosotros. —¿Por qué estás aquí? ¿Dónde está papá? ¿Y quién eres tú? —pregunto, dirigiendo la última hacia el desconocido que está a su lado. Ahora que lo miro, estoy aún más confundida. Tiene el cabello castaño claro, la parte superior desordenada y rebelde, bonitos ojos azules y una sonrisa asesina. Casi tan asesina como su cuerpo. No puede ser mayor que yo y, sin embargo, se comporta con una refinada confianza, algo que la mayoría de los hombres de mi edad no poseen. Una extraña sensación punza mis sentidos, aunque no puedo discernir exactamente qué. Todo lo que sé es que es jodidamente caliente. ¿Qué demonios hace mi madre con él? —Kraven —responde con una sonrisa. —Dios mío, ¿es tu amante? —pregunto, con los ojos muy abiertos. —Adeline Reilly, no seas inapropiada. Por supuesto que no lo es. Ha estado ayudando a cuidar de mí mientras me recupero. Ahora déjame entrar, tengo diez segundos antes de caer en tu puerta y no volver a levantarme. Dramática como siempre, ya veo. Kraven sonríe, con sus hoyuelos, mientras agarra a mi madre del brazo y la ayuda a entrar en la casa y dirigirse al sofá de cuero rojo. Tontamente, los veo pasar, preguntándome cómo demonios ha convencido a mi padre para que deje que otra persona la cuide. Especialmente a alguien con un aspecto... así. Y puede que no sea su amante, pero por la forma en que sus mejillas se enrojecen, definitivamente no es indiferente a él. Con toda honestidad, si mi madre termina con un hombre más joven... bien por ella. Estaría orgullosa. Retrocedo, cierro la puerta y me siento frente a ella. Probablemente Sibby esté arriba duchándose, y Zade está rastreando a un usuario de la dark web que tiene la habilidad de torturar a los niños en una transmisión de vídeo en directo. Cuando no estoy entrenando con Sibby, estoy trabajando en mi nueva historia. He echado de menos escribir, y me ha servido como una excelente vía de escape ahora que Claire ha muerto por fin. Pronto habré terminado mi primer libro desde que he vuelto a casa, y creo de todo corazón que es mi mejor escritura hasta la fecha. —¿Cómo te sientes? —le pregunto, mirando a Kraven. —Irritada —resopla—. Tu padre me está volviendo loca. Aprieto los labios, con un dolor punzante en el pecho al recordarlo, pero también me reconforta extrañamente que ella lo encuentre tan ridículo como yo. —¿Sabe que estás aquí? —pregunto. —¿Cambiaría algo si lo hiciera? —replica ella. Ahí va su nariz, levantada en el aire con superioridad. Me hace sonreír. —Intenté verte —murmuro. Ella se ablanda visiblemente. —Sé que lo hiciste, cielo. Estaba demasiado débil para hacer mucho, pero no estaba de acuerdo con tu padre. Independientemente de tu horrible gusto por los hombres, eres mi hija y siempre lo serás. Le dirijo una mirada divertida. —Está claro que no soy la única con un gusto horrible para los hombres —le digo en tono de broma. Hace una pausa y luego me sorprende riéndose. Ahora parece que soy yo quien tiene la herida de bala. Quiero decir, soy graciosa, lo sé. Pero mi madre nunca lo ha considerado así. —Supongo que no —concede ella—. Por cierto, ¿dónde está tu novio? Me gustaría darle las gracias. Mis cejas se alzan en sorpresa, y ahora me pregunto si Sibby me golpeó tan fuerte que me envió a un universo alternativo. —No me mires así —dice con sorna—. Puede que sea una mala influencia, pero me ha salvado la vida. También lo hizo ese buen médico suyo. —No está aquí ahora, pero se lo haré saber. Asiente con la cabeza, mirando al techo cuando las tablas del suelo crujen. Puede haber sido Sibby, pero también puede no haberlo sido. Tal vez fue Gigi, no la he visto en un tiempo. Pero eso es lo divertido de la Mansión Parsons. Nunca se sabe realmente. Me siento incómoda y abro la boca, preparándome para otra disculpa, pero ella levanta una mano para silenciarme. —Sé lo que vas a decir. Otra cosa en la que tu atroz padre se equivocó. No fue tu culpa que me dispararan, Adeline. No recuerdo mucho de lo que pasó, y estoy agradecida por ello. Pero lo que sí sé es que ese hombre te apuntaba con un arma a la cabeza. Y si recibir una bala en el pecho significa que mi hija no tiene una en el cráneo y está a dos metros bajo tierra... entonces valió la pena. Me tiembla el labio, las lágrimas frescas cubren mis párpados. Hundo la barbilla y trato de recuperar la compostura antes de convertirme en un desastre lloroso. —Gracias —susurro, con la voz tensa y áspera. Cuando encuentro su mirada, es suave y casi triste. Solo hace que me duela más el pecho. Me aclaro la garganta y me limpio las lágrimas, preparándome para cambiar de tema. —Entonces, Kraven, ¿por qué tus padres te llamaron así? Mamá suspira, sacudiendo la cabeza ante mi mala educación. Lo que sea. Es una pregunta válida. Él sonríe. —Es el nombre de mi padre —responde brevemente. Vagamente. —Bien, Kraven Jr., ¿para qué compañía trabajas? —Addie —dice mamá, pero la ignoro. También es una pregunta válida. —Mi madre es una enfermera a domicilio itinerante y, con el permiso de los pacientes, a veces la acompaño a ayudar —Se encoge de hombros y mira a mi madre—. Todos nos llevamos muy bien, así que cuando Serena necesita ayuda para hacer recados o moverse, le echo una mano. Mi madre sonríe cálidamente. —Su madre es un auténtico ángel, y Kraven también ha sido una joya. Tu padre ha vuelto a trabajar mucho, así que la mano extra ha sido una gran ayuda. Relajándome, asiento con la cabeza, aliviada de que la hayan cuidado tan bien. No suelo ser una persona desconfiada, pero mis habilidades de lucha no han sido lo único que he afinado en estos meses. Mis instintos son agudos, y aunque no tengo necesariamente malas vibraciones de Kraven, sí siento que no es todo lo que hace parecer. Antes de que pueda pronunciar otra palabra, Sibby baja los escalones con el cabello mojado por la ducha, con el rostro fresca y vestida con un vestido de camiseta azul real y unas grandes zapatillas de conejo rosas en los pies. Justo cuando va a decir algo, se congela, todo su cuerpo se bloquea. Como a cámara lenta, sus ojos se deslizan hacia Kraven, ampliándose cuando sus miradas se encuentran. —¿Qué demonios estás haciendo aquí? —dice ella. Maldita sea. Sabía que había algo raro en él. Con las cejas levantadas, me vuelvo hacia el cuidador de mamá, encontrándolo tan sorprendido como Sibby. —Podría preguntarte lo mismo, Sibel. Tres meses después —¿Todavía no has podido encontrarla? —le pregunto a Daya, mirándola mientras picoteo mi ensalada. Golpeo con el tenedor un crutón y lo veo caer del plato. Ella tuerce los labios, con un destello de culpabilidad en sus ojos verdes. —No —admite—. No es de extrañar que se haya salido con la suya durante tanto tiempo. Ella sí que sabe cómo jodidamente desaparecer. Asiento con la cabeza, luchando por mantener la frustración a raya. No es culpa de Daya, ni de Jay, ni siquiera mía, que no podamos encontrarla. La pequeña caza demonios sabe cómo esconderse; lleva demasiado tiempo haciéndolo como para cometer el error de dejarse atrapar por segunda vez. Hace tres meses, Sibby desapareció. No sabemos dónde está, pero sabemos que Kraven está con ella. Addie dijo que cuando Kraven vino de visita con Serena, supo que había algo diferente en él. Y luego, cuando Sibby lo vio, fue como ver un fantasma materializarse ante sus ojos. No dijeron mucho, probablemente porque Addie y Serena estaban mirando, pero aparentemente, dijeron todo lo que necesitaban en silencio. Esa noche, se fue mientras Addie y yo dormíamos. Y no hemos visto a ninguno de los dos desde entonces. Kraven también desapareció sin decir nada, y tanto su madre como la de Addie han estado muy preocupadas. —Me va a sacar canas —murmuro, clavando el tenedor en una hoja verde. Daya juega con el aro de oro de su nariz, las comisuras de sus ojos se tensan mientras ella y Addie intercambian una mirada. Si bien Sibby es buena para esconderse, el hecho de que mi programa de reconocimiento facial no la haya detectado en una sola puta cámara en todo el jodido mundo durante tres meses... Las chicas suponen que está muerta. Pero me niego a creerlo. Al diablo con eso. Sé que está ahí fuera; solo me gustaría saber qué demonios está tramando. —Aparecerá —dice Addie, aunque no parece muy segura. Pica su ensalada y murmura—: Siempre sabe cómo sorprendernos. Apretando los labios, sus palabras me recuerdan el pequeño secreto que tengo guardado en el bolsillo. Si le oculto esto, no solo no podré vivir con ello, sino que ella también se sentirá herida si alguna vez lo descubre. Y por mucho que me guste causar dolor a Addie, solo es placentero cuando acaba corriéndose en mi cara o en mi polla. Gimiendo internamente, aprieto los dientes y digo: —Hablando de sorpresas. Sus ojos color caramelo se levantan con confusión, y yo meto la mano en el bolsillo, saco la nota y se la lanzo. Con las cejas fruncidas, la agarra y la lee rápidamente, y sus ojos se abren poco a poco al ver lo que dice. Lentamente, su mirada sorprendida se desvía hacia mí, y yo arqueo una ceja. —Estaba en el correo. Pero creo que todavía tengo que convencerme, si me preguntas —le digo, refiriéndome a la nota. Su boca se inclina hacia arriba, y la sorpresa se convierte lentamente en alivio. Y supongo que puedo vivir con que sea feliz, aunque sea un maldito imbécil el causante. Addie se agita violentamente, su mano se acerca a escasos centímetros de mi cara mientras un grito agónico sale de su boca, seguido de lo que suena como el nombre de Xavier. Mi visión se ennegrece y me enfurece que los monstruos que contaminan sus pesadillas no sean yo. Soy el único monstruo al que se le permite atormentar sus malditos sueños. Apretando los dientes, la agarro por el brazo y la pongo de lado, de espaldas a mí. Le meto el brazo en el pecho y la aprieto contra mí. Su piel desnuda se desliza contra la mía, provocando un deseo carnal en lo más profundo de mi pecho. Va más allá de reclamarla. Quiero poseerla. Marcarla. Introducirme tan profundamente dentro de ella que ya no haya ninguna Adeline Reilly fuera de mí. Me apoyo en el codo y suelto su brazo para escupir en mis dedos y frotar la humedad en mi polla. Inhalando profundamente, me hundo dentro de ella, cerrando los ojos por el ardor de la fricción y por lo bien que se siente. Se despierta con un grito de sorpresa, con el pulso retumbando en su cuello y el coño apretándose alrededor de mi longitud. Me muerdo un gemido, demasiado embelesado por la mirada de pánico de sus ojos y su visible temblor. —¿Zade? —susurra, con la voz ronca por los gritos. Empujo mis caderas una vez, provocando un agudo jadeo en sus labios carnosos. Se tensa y luego se relaja, moldeando la curva de su culo hacia mí. —¿Me sientes, cariño? —susurro, deslizando mi mano por su vientre, a través del valle entre sus senos, hasta su delicada garganta. Su pulso se acelera contra su carne, y puedo sentir cada latido a través de la columna de su cuello. Todavía jadeando fuertemente, se moja los labios antes de exhalar: —Sí. Te siento. Tarareo. —¿De quién es este coño, Adeline? —pregunto en voz baja. —Tuyo —susurra, la respuesta es automática. —Buena chica —murmuro—. El hombre en tu cabeza no es el monstruo, Ratoncita. Yo lo soy. Cada vez que grites el nombre de otro, lo sustituiré por el mío. Y no me importa cuánto jodidamente duela. Hago rodar mis caderas dentro de ella, y se estremece contra mí, con gemidos que salen de sus labios. La luz de la luna atraviesa las puertas del balcón, pintando nuestros cuerpos con una suave aura que solo el cielo puede crear. Mis ojos trazan las curvas de nuestros cuerpos, suaves líneas que separan su alma de la mía. Dos seres, cicatrizados y profanados, y sin embargo parecemos jodido arte. Una obra maestra que ni siquiera da Vinci podría hacer justicia. Quiero clavarla en la pared y mostrarle cómo es el arte cuando está alimentado por la pasión. —Cuando tengas miedo y apenas puedas respirar, aquí es donde estaré. En lo más profundo de ti. Ya sea que esté contigo físicamente, o en tu corazón, siempre voy a estar ahí. Se estremece, y yo retiro mis caderas antes de introducirme profundamente en ella, arrancando un ronco gemido de su garganta. Se me escapa el control y me permito romperme por un momento, con la cabeza cayendo hacia atrás, los ojos en blanco y un gemido que se me escapa al sentir su perfecto coño envuelto en mí. Jodido nirvana. Dejo caer la barbilla, trazo la curva de su cuello palpitante con mis labios y luego muerdo su pulso como un poseso. Su miedo sabe mucho mejor de lo que imaginaba. Inhala bruscamente, y yo deslizo mi boca hasta su oreja, enamorado de cómo se estremece debajo de mí. —Ahuyentaré a tus demonios, Adeline, y ellos correrán y se esconderán porque yo soy jodidamente más aterrador. Empujo profundamente dentro de ella para enfatizar mi punto, ganándome un agudo jadeo. Su mano golpea mi cadera y se desliza hacia atrás hasta que sus uñas se clavan en mi culo. —Zade —susurra, arqueando la espalda y apretando contra mí. Mordiendo otro gemido, le levanto la pierna y engancho el brazo bajo su rodilla, manteniendo mis embestidas cortas y fuertes y golpeando ese punto dulce dentro de ella que hace que su coño llore. Los ojos de Addie se ponen en blanco, y sus gemidos llenan la habitación y mi pecho, incitándome a follarla más fuerte y más rápido. Anclo su pierna más arriba deslizando mi mano hasta su garganta y apretando con fuerza, provocando gemidos más agudos con el nuevo ángulo. Aprieto los dientes, abrumado por una lluvia de emociones. Rabia. Amor. Necesidad. Obsesión. Mientras crecen y se magnifican, mi mano asciende por su cuello hasta la parte inferior de su mandíbula. —Mírame mientras te arruino, Adeline. Agarrando con fuerza su rostro hacía el mío, capturando sus amplios pozos de caramelo con los míos. —Siempre serás mía —gruño—. Incluso en tus putas pesadillas. Un grito sale de sus labios, pero no se aleja. No, responde a cada una de mis embestidas con su propia fuerza. El placer recorre mi espina dorsal, se acumula en la base y casi me ciega de éxtasis. —Dios mío, Zade, por favor —suplica sin aliento. Soltando su mandíbula, deslizo mi mano por los planos de su vientre hasta su empapado coño, las puntas de mis dedos acarician su clítoris. —Rezas tan bonito, Ratoncita —murmuro—. Pero quiero oírte gritar pidiendo clemencia. Me salgo de ella, mi polla protesta con fuerza, y es casi doloroso apartarse de ella para rebuscar en la mesita de noche. —¿Qué estás haciendo? —gime, y sé que su coño se aprieta, buscándome. Agarrando lo que necesito, la vuelvo a estrechar entre mis brazos. Su barbilla se apoya en su hombro mientras trata de entender lo que estoy haciendo. Se ve jodidamente divina bañada en la luz de la luna, y eso casi me distrae. Destapando el lubricante, empapo mi polla en el líquido, apretando los dientes mientras lo extiendo por mi longitud. Todavía aturdido por la pérdida de su coño, mis caderas se agitan involuntariamente en mi mano como un salvaje sin restricciones. Es como siempre le he dicho, no tengo ningún maldito control con ella. —Zade —dice, alarmada. Antes de arrojar el frasco por encima del hombro, me echo una generosa cantidad de lubricante en los dedos y los deslizo por la hendidura de su culo. Inhala fuertemente cuando le cubro el trasero, y gime cuando le meto un dedo y luego otro, estirándola y preparándola para lo que está por venir. Se estremece y, ya sea por la sorpresa o por el miedo, es incapaz de hacer otra cosa que jadear. Me tomo mi tiempo para estirarla, mordisqueando sus hombros y dejándole mordiscos de amor mientras le arranco pequeños maullidos de la garganta. Cuando me retiro, está jadeando y sus músculos están sueltos. Deslizo mi mano por debajo de su muslo y lo levanto una vez más. —Espera —dice ella—. Eres demasiado grande. No sé si podré soportarlo. —Tu cuerpo fue hecho para mí. Así que vas a ser una buena chica y tomarlo. Solo sé que el miedo está corriendo por su torrente sanguíneo ahora, y su coño está jodidamente empapado en respuesta. Está nerviosa, pero mantiene esos pequeños dientes blancos pegados. Chica inteligente. —¿Confías en mí? —pregunto, divertido, cuando sus ojos se dirigen a los míos, disparando cuchillos afilados desde ellos. —Te confío mi vida. Pero, ¿confío en que no me parta en dos? No, en absoluto. Sonrío, enseñando los dientes en una sonrisa salvaje. —Te excita el dolor que te causo, ¿verdad, Addie? Antes de que pueda protestar, coloco la cabeza de mi polla en su apretada entrada y empujo suavemente. Sus ojos se abren de golpe y el dolor se registra mientras la estiro lentamente. Mis dedos trabajan inmediatamente en su clítoris, equilibrando la agonía con el placer. —Zade —murmura, con una guerra en su interior. Sus uñas vuelven a clavarse en la parte exterior de mi muslo cuando traspaso el estrecho anillo y me hundo lentamente en su interior. Gimiendo, le muerdo el hombro, casi vibrando por la necesidad tanto de sacarle sangre como de follarle el culo hasta que se ponga a sollozar. De alguna manera, me abstengo de ambas cosas. Por mucho que me guste hacerle daño, no tengo ningún deseo de hacerlo sin proporcionarle también placer. Metódicamente, me meto dentro de ella hasta que no hay nada más de mí para dar. —Joder, nena, lo tomas tan jodidamente bien —alabo—. Eso es, buena chica, abre para mí. Aprieta las sábanas y, como una flor que florece bajo la luz del sol, todo su cuerpo se relaja, aceptándome dentro de ella como si fuera lo único que le da vida. Los dos estamos temblando, a punto de rompernos por lo apretados que estamos. Le doy treinta segundos, un pequeño margen de tiempo para que se adapte. Es todo el control que poseo. Al llegar a esa marca en mi cabeza, respiro profundamente y me retiro hasta la punta antes de volver a penetrarla. Ella grita, y yo rodeo su clítoris con más fuerza, ganándome un pequeño y sexy gemido que me hace tensar de necesidad. —Soy dueño de cada parte de ti, Adeline. Y haré que me sientas durante muchos jodidos días cuando termine contigo. Establezco un ritmo constante, su cuerpo es como arcilla blanda bajo mis manos insistentes, y la moldeo hacia mí hasta que los dos nos convertimos en uno. —Dios —gime ella, con la voz entrecortada por el placer. —Eso es, sigue gimiendo mi nombre. Nos llevaré a casa, al paraíso, si rezas lo suficiente —me burlo, follándola con más fuerza. —Oh, Dios, así —jadea, con la cabeza echada hacia atrás—. Justo ahí, Zade. Gruño, el placer se acumula en la base de mi columna vertebral, surgiendo el sonido de nuestra piel al chocar. —Mírate, tomando mi polla como una buena putita —le digo con rudeza—. Me aprietas tanto que es como si no pudieras soportar perderme. —Sí —dice gimoteando, con la voz ronca y entrecortada por el deseo. —¿Sí? ¿Lo quieres más profundo? Ella jadea, asintiendo con la cabeza, y es todo lo que puedo hacer para no derramarme dentro de ella. La pongo boca abajo y ruedo sobre ella, luego levanto sus caderas hasta que se pone de rodillas. Su jadeo se vuelve agudo cuando vuelvo a deslizarme dentro de su apretado culo, el ángulo me permite follarla más profundamente. —Oh, joder —susurra, terminando con un grito agudo. Se mueve de un tirón hacia delante, casi como si quisiera apartarse, pero yo la sujeto por las caderas, negándome a dejarla escapar. —¿Puedes soportarlo, Ratoncita? —Le desafío—. Sé lo mucho que te gusta huir, pero quiero ver cómo es cuando te quedas. Jadeando, vuelve a empujar contra mí, haciendo que mi cabeza retroceda por la felicidad absoluta. Tardo unos segundos en recuperar la cordura, a punto de perderla por completo. —Ahí está mi buena putita —murmuro, y luego empiezo a moverme, acelerando gradualmente mi paso, asegurándome de no lastimarla. —Zade... —gime, largo y fuerte, mientras la follo más rápido, estimulado por la forma en que arquea la espalda, casi pidiendo más. Pronto vuelve a recibir mis embestidas, y el placer que se instaló en la base de mi columna vertebral crece. Me agolpo sobre ella, con una mano agarrando sus mechones de canela e inclinando su cabeza hacia atrás hasta que nuestras bocas se tocan, mientras mi otra mano se desliza por debajo de ella y encuentra de nuevo su clítoris hinchado, deleitándome con la forma en que empieza a sollozar. El sudor cubre nuestra piel, y los sonidos vulgares que provienen del lugar donde la follo batallan con los agudos ruidos de la piel chocando con la piel. Sin embargo, sus gritos se elevan por encima de todo, llenando la habitación y entrelazándose con mis propios gemidos, un crescendo de placer que resuena en toda la Mansión Parsons. Intercambio entre besos y mordiscos en sus labios y me cierro sobre ellos, tragándome cada puta sílaba que produce. Se tensa, y su apretado culo se contrae alrededor de mi polla cuando se acerca al clímax. Le froto el clítoris más rápido, persiguiéndola desesperadamente para hacernos volar a los dos. Sus ojos giran y se estremece como si un demonio fuera exorcizado de su cuerpo. Y entonces se rompe. Un grito sale de su garganta, el sonido torturado sangra en mi nombre. —¡Joder, Addie! Mi cabeza se echa hacia atrás y un orgasmo me sacude, robándome la respiración y la visión. Estoy ciego por la profundidad con la que me atraviesa, los hilos de semen que la llenan tan profundamente se filtran más allá de su entrada y se acumulan debajo de nosotros. Los sonidos que brotan de mi garganta son irrefrenables, mi voz ronca por el éxtasis que me consume. Tardo varios minutos en recuperar la vista y, cuando lo hago, encuentro a Addie boca abajo, jadeando y pareciendo estar a punto de desmayarse. Luchando por recuperar el aliento, me separo suavemente de ella y me tumbo de espaldas, con la mente todavía nublada. Pero me niego a dejarla así, así que me obligo a levantarme y a ir al baño, donde tomo un pequeño paño y lo mojo con agua tibia. Cuando vuelvo con ella, la limpio con cuidado, asegurándome de que no hay sangre de ningún desgarro. De todos modos, tendré que ponerle una pomada, ya que estará dolorida. —La próxima vez —murmura en la cama—. Estoy huyendo de ti. Sonrío y me acerco a ella para agarrar una rosa de la mesita de noche y ponérsela en la oreja, susurrando: —Sabes lo mucho que me gusta perseguirte, cariño. —Eres una amenaza —refunfuña, tomando la rosa de su cabello y haciendo girar el suave tallo entre sus dedos. Jadea cuando un anillo cae de ella y rueda sobre la cama. Como si se tratara de una araña, lo toma con vacilación y lo hace girar para verlo bien. Es un anillo de oro blanco en forma de vid con pequeñas joyas blancas incrustadas. La banda se convierte en una rosa compuesta por rubíes rojos brillantes. —No tiene diamantes —murmuro. Ella traga, y dice con voz ronca: —¿Te declaras porque estás enamorado de mí o porque hemos tenido sexo anal? Inclino la cabeza hacia atrás y una risa sale de mi garganta. Y cuando vuelvo a bajar la cabeza, con una sonrisa todavía en la cara, ella está deslizando el anillo en su dedo. —No respondas a eso. Me harás cambiar de opinión si dices que es porque estás enamorado de mí. Quiero ser recompensada por el anal. Mi sonrisa se amplía y la hago girar hacia mí, besando su hombro desnudo. —Te amo, ¿sabes? —Lo sé —susurra ella—. Y me casaré contigo de todos modos porque también te amo. Nunca me cansaré de oírla decir eso. —¿Oye, Zade? —¿Sí, cariño? —Gracias por traerme los vapores de la felicidad. Me muerdo el labio, sintiendo que mi pecho se agrieta de lo jodidamente adicto que soy a esta chica. Me equivoqué. El cielo no es un lugar al que se va cuando se muere, está dentro de la persona por la que vale la pena morir. —¿Addie? —¿Sí? Acerco mi boca a su oreja, deleitándome con el modo en que se estremece. Ya estoy empalmado por ella de nuevo, mi obsesión no tiene límites. —Corre, Ratoncita.