EL EPISODIO DE “EL DORADO” EN CÁNDIDO Por William F. Bottiglia (Traducción Alejandra Gonçalves) Para hacer un análisis literario del episodio de “El Dorado” en Cándido es preciso responder a tres preguntas interrelacionadas: 1) ¿Cuál es el sentido filosófico en relación con la totalidad de la obra? 2) ¿Con qué recursos artísticos se presenta ese sentido? 3) ¿Hasta qué punto logró Voltaire fusionar forma y contenido? Hasta ahora, no existía un análisis de ese tipo. Las preguntas 2 y 3 se han tratado, en el mejor de los casos, superficialmente. La pregunta 1, si bien se ha abordado con mucha más frecuencia y en la mayoría de los casos de manera satisfactoria, produjo en algunos casos interpretaciones divergentes, que surgen de divergencias en el enfoque crítico. Este ensayo apunta a elaborar un análisis del episodio que, entre otras cosas, establezca un estándar para evaluar las respuestas parciales ofrecidas hasta ahora. De 18 críticos, 15 sostienen que El Dorado representa la sociedad ideal de Voltaire y que, como tal, no existe1. Cinco de seis críticos sostienen que puede realizarse o que es posible aproximarse, ya sea por parte de toda la humanidad o de algunos “sabios”2. En lo que se refiere a las características distintivas de este Estado perfecto, los críticos mencionan las siguientes: utilidad combinada con encanto; lujo con simpleza natural; confort, buen gusto y una política de obras públicas iluminista; paz; felicidad; libertad; igualdad; tolerancia; sabiduría; justicia; deísmo. Ahora bien, puede definirse un “ideal” como un estándar de perfección absolutamente deseable, pero que no puede Los quince son 1) Gustave Lanson, Voltaire, 2º ed. (Paris, 1910), p. 151, y L'art de la prose, 13º ed. (París, n.d.), p. 184; 2) André Morize, Candide ou l'optimisme (París, 1913), p. 111, n. 1; 3) Pietro Toldo, "Voltaire Con-teur et Romancier", Zeitschrift fur franzosische Sprache und Litteratur, XL (1913), 173; 4) Daniel Mornet, Histoire de la litérature et de la pensée francaise (París, 1924), p. 145, y Histoire des grandes ouvres de la littérature francaise (Paris, 1925), pp. 171, 173; 5) George R. Havens, "The Nature Doctrine of Voltaire", PMLA, XL (Dec. 1925), 857; Candide, ou l'optimisme (New York, 1934), pp. lii, 125, y The Age of Ideas (New York, 1955), p. 201: 6) Andre Bellessort, Essai sur Voltaire (París, 1925), p. 262; 7) Philippe Van Tieghem, Contes & romans (París, 1930), I, xx; 8) Louis Flandrin, Euvres choisies (Paris, 1930), p. 724; 9) Dorothy M. Mc- Ghee, Voltairian Narrative Devices as Considered in the Author's Contes Philosophiques (Menasha, 1933), pp. 70-71; 10) Norman L. Torrey, The Spirit of Voltaire (New York, 1938), p. 49; 11) Raymond Naves, De Candide d Saint-Preux (París, 1940), p. 17; 12) Roger Petit, Contes (París: Classiques Larousse, 1941), I, 9, y II, 6; 13) F. C. Green, Choix de contes (Cambridge, Ing., 1951), p. xxix; 14) William F. Bottiglia, "Candide's Garden", PMLA, LXVI (Sept. 1951), 722, 727; 15) Rita Falke, "Eldorado: Le meilleur des mondes possibles", Studies on Voltaire and the Eighteenth Century, ed. Theodore Besterman, II (Geneva, 1956), 25-41, passim. Las referencias 2, 5 (Candide), 7, 8, 12 y 13 corresponden a ediciones de trabajos de Voltaire. Los tres críticos que no comparten esta visión son 1) Friedrich-Melchior Grimm, Correspondance litteraire, philosophique et critique (por Grimm, Diderot, Raynal, Meister, etc.), ed. Maurice Tourneux, iv (París, 1878), 86 (1 de marzo de 1759); 2) William R. Price, The Symbolism of Voltaire's Novels with Special Reference to "Zadig" (New York, 1911), pp. 209, 211; 3) Ludwig W. Kahn, "Voltaire's Candide and the Problem of Secularization", PMLA, LXVII (Sept. 1952), 886-888. Las citas del texto de Cándido utilizan la ortografía y la puntuación de la edición de Morize. 1 2 Los cinco que están relativamente de acuerdo son Mornet, Naves, Green, Srita. Falke y quien escribe. El que no está de acuerdo es Toldo. lograrse totalmente, si bien es posible acercarse hasta cierto punto. En relación con esa definición, la reflexión sobre la vida y el desarrollo intelectual de Voltaire confirma su enfática aprobación de las quince características distintivas de “El Dorado” enumeradas y su correspondiente promoción de los ideales que representan. La característica clave no es la tolerancia como base de la libertad (Falke, pp. 33, 35, 37, 38, 40-41), sino el deísmo, como base de una moral social y práctica cultivada unánimemente, que produce todas las demás características. Todo el episodio, en sus múltiples aplicaciones, muestra la ética deísta, mientras que la conversación con el viejo comunica eficazmente la visión deísta de la relación entre Dios y el hombre. Como, según esa visión, Dios es el Relojero supremo, obligado por sus propias leyes a no interferir en el funcionamiento de su cronómetro cósmico, las plegarias de petición son ineficaces e incluso blasfemas. Por otro lado, los himnos de adoración, de agradecimiento, de sumisión —en definitiva, de aceptación agradecida—, son relevantes para la condición utópica, constituyen la única obligación de culto y eliminan la necesidad de contar con sacerdotes profesionales, ya que convierte a todos en sacerdotes automáticamente3. La estructura política de esta sociedad modela también es prueba de la importancia de la relación deísta. Idealizando su presencia por una monarquía virtuosa (Pellissier, pp. 235 ff.), Voltaire inventa un “rey filósofo” plenamente comprometido con el deísmo y al frente de una nación de deístas. No sorprende, entonces, que evite describir la organización del Estado (Falke, pp. 33, 40). En tales circunstancias, la descripción se torna vaga: por eso no hay tribunales o prisiones. De todos modos, Ludwig Kahn argumenta que la ausencia de sacerdotes y litigios en El Dorado demuestra que es un paraíso falso, distinto del sueño de perfección del autor (p. 888). Esto puede refutarse con evidencia presente no solo en Cándido, sino también en la correspondencia. Los siguientes pasajes típicos están tomados de cartas redactadas poco tiempo antes de la composición de Cándido: "Je suis très-aise d’être loin des jésuites…" "Pour moi, dans la retraite où la raison m’attire, / Je goûte en paix la Liberté. / ... Loin des courtisans dangereux, / Loin des fanatiques affreux . . ." "Mais tout cela importe fort peu à un philosophe qui vit dans la retraite, et qui n’a ni rois, ni parlements, ni prêtres. J’en souhaite autant à tout le genre humain.” “...libre dans ma retraite auprès de Genève, libre auprès de Lausanne, sans rois, sans intendant, sans jésuites...” "Nous avons établi l’empire des plaisirs, et les prêtres sont oubliés.4" Khan también argumenta que El Dorado ofrece una vida sin desafíos y, por lo tanto, estéril, en la que la ciencia, que ha sido perfeccionado, está estancada; donde las plegarias de petición no tienen sentido, por lo que los habitantes no tienen por qué trabajar o por qué vivir; donde, en otras palabras, no hay oportunidad de mejora o de actividad, sociales o de otra índole (pp. 887-888). Las opiniones de Voltaire sobre las plegarias ya han sido resumidas. Deberíamos agregar que el análisis de Kahn tiende a desdibujar la distinción entre lo real y lo ideal5. Un estándar de perfección, por 3 Puede obtenerse información sobre los elementos del deísmo de Voltaire en Georges Pelissier, Voltarie philosophe (París, 1908), pp. 67-68; Lanson, Voltaire, p. 178; Havens, “The Nature Doctrine of Voltaire”, p. 857, y Candide, p. 126; Torrey, pp. 227 ff. 4 Voltaire, (Euvres complétes, ed. Louis Moland (París, 1877-85), XXXIX, 58, 236, 262, 291, 418. De aquí en adelante, “Moland”, con citas del volumen XXXIX únicamente. 5 Por ejemplo: “El problema con cualquier mundo ‘perfecto’ u ‘óptimo’ es precisamente que no deja espacio para la mejora o la actividad, sociales o de otra índole” (p. 887); “El Paraíso, el Edén, la Ciudad de Dios son lugares de descanso, no de ociosidad, porque son perfectos” (p. 888); “Cuando definición, no puede hacerse mejor que sí mismo sin dejar de ser un estándar de perfección. La sociedad de El Dorado, por su propio carácter, no permite mejoras. Sin embargo, sí permite la actividad, social o de otra índole. El Dorado se cultiva “pour le plaisir comme pour le besoin”. Hombre y mujeres aparecen viajando en carruajes tirados por ovejas. Los niños van a la escuela y reciben instrucción de maestros profesionales. Se construyeron viviendas palaciegas y se mantienen en todo el país. Lo mismo ocurre con las posadas, con su provisión regular de anfitriones, camareros, camareras, cocineros y demás. Los músicos son empleados para tareas seculares y religiosas. Las comidas que se sirven son indicio de una economía altamente organizada, y de hecho se mencionan mercaderes, carreteros, sirvientes, una moneda exclusiva de El Dorado, mercados y comercio. El gobierno, es verdad, se redujo tanto que no existen tribunales, prisiones ni organización militar; sin embargo, sí cuenta con un rey, funcionarios de corte, una guardia ceremonial de palacio y un ambicioso programa de obras públicas. Se ofrecen espectáculos teatrales y se promueven las artes, al igual que las ciencias matemáticas y físicas; y, además de contar con un “Palais des Sciences”, El Dorado posee a una cuadrilla de ingenieros que supervisa el programa de obras públicas y fabrica maquinaria con fines especiales. La verdad es que Voltaire describió una perfección dinámica, no estática. Si esta sociedad ideal carece necesariamente del desafío de la mejora, tiene el desafío de mantener la perfección a perpetuidad. Sus habitantes, obviamente, no tiene razones para elevar plegarias, pero tienen muchísimas razones para vivir, para trabajar. Hay otro aspecto del análisis de Kahn que requiere un examen detallado, en relación con la concepción que Voltaire tiene del ideal. Para respaldar su tesis de secularización progresiva en Europa occidental a lo largo de varios siglos, Kahn desarrolla un paralelismo entre el Fausto de Goethe y Cándido, y concluye que ambas obras glorifican la “nueva ‘religión’ de la actividad”, que promueve “la vida y la actividad (casi sinónimos)” como “fines y valores en sí mismas”, no como “medios para un propósito superior o ulterior” (pp. 886-887). Siempre es peligroso hacer esas generalizaciones y comparaciones, especialmente cuando implican clásicos mundiales elaborados autónomamente por genios inimitables, a partir de inspiraciones únicas, en circunstancias especiales. En cuanto a lo sugestivo que tiene el paralelismo, ya había sido trazado por Henry N. Brailsford6. Si la intención de Kahn es destacar las inclinaciones terrenales de Voltaire y su falta de interés en el más allá, al menos para la intelligentsia, no hay objeción posible. Sin embargo, si quiere decir que Voltaire carecía de principios fijos o que vivía y actuaba sin pensar en la humanidad o su futuro, la objeción es inevitable. Norman Torrey ha demostrado claramente que el deísmo de Voltaire postula “principios básicos, fundamentales, universales… principios morales comunes que Dios marcó a fuego en el corazón de todos los hombres, que son ciertos en todas las épocas y en todas las latitudes” (pp. 228-229). Esta creencia se remonta a 1722 en Épitre à Uranie7, y se mantiene incólume a lo largo de toda su vida. En relación con su actitud frente a la posteridad, no es casual que el gran humanista cite, en una carta del 1º de octubre de 1757, la fábula de La Fontaine, “Le vieillard et les trois jeunes hommes”: Cándido pregunta cómo le rezan a Dios los habitantes de El Dorado, el sabio contesta: ‘Nous ne le prions point, nous n’avons rien à lui demander’. ¿Es eso un ideal? Un mundo en el que no hay por qué rezar, es también un mundo en el que no hay por qué trabajar, por qué vivir” (p.888). 6 Voltaire (London, 1935), p. 164. See also "Candide's Garden,"p . 732 7 Ira O. Wade, “The Épitre à Uranie”, PMLA, XLvn (Dic. 1932), 1066,1076, 1111-1112 “Mais planter p à cet âge! / Disaient trois jouvenceaux, enfants du voisinage; / Assurément il radotait” (Moland, p. 272). La apología del viejo incluye una perspectiva que Voltaire valora mucho y en la que basa su accionar: “Mes arrière-neveux me devront cet ombrage: / Eh bien! défendez-vous au sage / De se donner des soins pour le plaisir d’autrui? / Cela même est un fruit que je goûte aujourd’hui .. ." Entonces, si Cándido obtiene satisfacción madura a partir de cultivar su jardín, no es “solo porque vive y actúa”, sino porque vive y actúa de acuerdo con los principios fijos de la ética deísta, con propósitos que van mucho más allá de su “petite société”, tanto en el espacio como en el tiempo”. (Ver también "Candide’s Garden", pp. 722, 732-733). Esto nos lleva al problema de las posibilidades futuras de la humanidad. ¿Podrá alcanzar alguna vez el tan deseable estándar de perfección que representa la sociedad de El Dorado? Toldo declara lisa y llanamente que no (p. 173). Naves sugiere que la minoría filosófica puede llegar. (p. 17). Mornet sostiene que los hombres en general son capaces de construir un El Dorado “oú l’on soit tolérant, bon et heureux” (Histoire des grandes æuvres, p. 173). La Srita. Falke está de acuerdo y respalda su argumento con una cita de Voltaire en la que el autor contempla que la paz basada en la tolerancia universal reemplaza gradualmente “l’infame”, a pesar de la estupidez generalizada, gracias al esfuerzo de la minoría filosófica, porque “le petit nombre, qui pense, conduit le grand nombre avec le temps” (p. 35). Green indica que es posible un mundo mejor, probablemente similar a El Dorado, si el hombre corrige “su escala de valores actual” (p. xxix). Ahora bien, un ideal vital debe funcionar como un aliciente tan poderoso que parezca totalmente viable (y al que, de hecho, es posible acercarse); pero, por definición, jamás puede realizarse completamente. Esta es la razón por la que en mi estudio, “Candide’s Garden”, describo a El Dorado como “el objetivo del futuro distante” y también como “un Estado ideal que, si bien hoy es solo un espejismo, puede convertirse en la brillante realidad de un mañana distante” (pp. 727, 722). De esa manera traté de acentuar el poder estimulante del ideal, pero sin comprometerme totalmente con su viabilidad. En el pasaje citado por la Srita. Falke, Voltaire escribe entendiblemente “hechizado” por el ideal. Además, habla de la paz basada en la tolerancia universal, no de los variopintos componentes de una sociedad modelo. En Cándido adopta una visión más objetiva y crea un Estado ideal al que los hombres pueden acercarse, pero que no pueden realizar totalmente. Espero que el siguiente análisis de recursos artísticos corrobore esta interpretación. En lo que respecta a si todos los hombres o unos pocos pueden aproximarse a la condición utópica, El Dorado —el ideal— ofrece felicidad a todos, mientras que el jardín de Cándido —la realidad actual óptima— ofrece satisfacción para un grupo reducido. Las posibilidades a futuro de la humanidad, ubicadas entre esos dos términos (y necesariamente lejos del primero), parecen indeterminadamente variables, aunque evidentemente el philosophe tiene muchas más probabilidades que el hombre promedio. Uno de esos philosophes es el propio Voltaire, y en la correspondencia de la época de Cándido sugiere una y otra vez que encontró en “Les Délices” una realidad presente con cierta similitud con El Dorado. En esta ermita (Moland, pp. 364, 408, 443, 451, 467) o retiro (pp. 349, 353, 354, 365, 379, etc.), que merece su nombre (pp. 184, 433), habiendo renunciado al mundo (pp. 301, 354), vive sin sacerdotes, litigios, generales o reyes terrenales (pp. 262, 435): “bien logé, bien meublé, bien voituré” (p. 219); disfrutando de comidas excelentes y una buena compañía (pp. 361, 365, 389); inmerso con satisfacción en obras de paz: el cultivo de su jardín y de las artes (pp. 414, 416, 420, 428). Esta existencia que combina la utilidad con el encanto le confirió el saber definitivo: “Quand on est si agreáblement établi, il ne faut pas changer” (p. 338; Havens, Candide, p. 126). El lugar que eligió es el más libre, el más calmo y el más hermoso del mundo (pp. 189, 263, 433), y su carácter aislado parece estar simbólicamente garantizado por los Alpes, que pueden verse en el horizonte, proyectados hacia el cielo (pp. 349, 354, 361, 364). En este templo de tranquilidad fructífera, llega a decir: “je suis si heureux que j’en ai honte” (p. 47), y repite: “on y est presque dégoûté de la félicité paisible qu’on y goûte” (p. 456). La similitud con El Dorado es evidente, pero no debe exagerarse. Hay una aproximación al ideal; no se lo realiza totalmente. Incluso en “Les Delices”, Voltaire se encuentra afectado por “le mal physique”, su mala salud (pp. 17, 47, 309); y perseguido por “le mal physique”, terremotos, (pp. 310, 371, 442), y “le mal moral”, el trato inhumano entre hombres (pp. 383, 456). Es cierto que por momentos da la impresión de no conocer o no preocuparse por esto último (pp. 202, 219, 225, 355,390, etc.); sin embargo, esa no es más que su manera de dar la espalda a abominaciones públicas, en un gesto de desdén filosófico (“Candide's Garden”, pp. 729-730). De hecho, si siente vergüenza e incluso asco ante su propia felicidad, es precisamente porque sabe y se preocupa, porque siente lástima por la humanidad y no puede hundirse en la indiferencia ni conformarse con servir como ejemplo distante (ibíd., pp. 722, 728, 732733). En Cándido, construye una síntesis a partir de estos elementos. Ataca los males sociales, promueve un deísmo constructivo y proyecta su visión del Estado perfecto. Esa visión es, en parte, un producto de su desarrollo intelectual, pero también es hasta cierto punto una idealización de su experiencia en "Les Delices". El significado del episodio de El Dorado puede elucidarse más analizando la relación que tiene con otros episodios del relato. Por ejemplo, no es casual que el ascenso de Cándido a Utopía se dé entre sus riesgosas aventuras con los caníbales de América del Sur y su sombría estancia en Surinam. La Srita. McGhee destacó el uso de contraste en este acuerdo: concluye que el esplendor exótico de este reino imaginario establece un contraste marcado con “el sencillo paisaje de los orejones” que precede; que, “como fondo para la adquisición de fortuna de Cándido”, es “un preludio especialmente eficaz a la pérdida inmediata de esa misma fortuna”; y que ofrece mediante la antítesis una oportunidad excelente “para la sátira y la ironía” (pp. 70, 71, 116)8. Es preciso señalar que estos episodios revelan la siguiente importante secuencia de condiciones sociales: la amoralidad de la SUBcivilización, la perfección moral de la SUPERcivilización y la inmoralidad de la civilización. Yuxtaponiendo la primera y la tercera de estas condiciones con la segunda, Voltaire en efecto afirma, con fines polémicos, que comparten su inferioridad abismal respecto del ideal. Una vez más, en contra de la idea de Grimm de que Pangloss debería haber acompañado a sus pupilo a “le pays où tout va bien" para disfrutar del triunfo de su filosofía (IV, 86), mientras están allí Cándido expresa en cuatro oportunidades que prefiere El Dorado al "Paradis terrestre" de Westfalia descrito en el primer capítulo9. En una de esas ocasiones refuta a Grimm Ver también Bellessort (p. 262), Havens (Candide, pp. lii, 125, 126 y The Age of Ideas, p. 201), y Srita. Falke (p. 31), donde se presentan variaciones sobre este tema de contrastes. 9 La Srita. Falke, de manera acorde, distingue entre el “meilleur des mondes possibles”, que es un pedido falso de refutación, y El Dorado, mediante el cual "Voltaire a compléte sa critique par sa propre thèse” (p. 38). 8 mediante la anticipación: “si nôtre ami Pangloss avait vû Eldorado, il n’aurait plus dit que le Château de Thunder-ten-trunckh était ce qu’il y avait de mieux sur la Terre...”. Por último, está la relación entre El Dorado y el jardín de Cándido. El primer lugar ofrece un sueño de perfección, un ideal filosófico para la aspiración humana. El segundo muestra la realidad presente óptimo, que promueve un trabajo iluminado por una idea de propósito social, con El Dorado como un objetivo futuro distante (“Candide’s Garden”, pp. 722, 727). El Dorado ofrece felicidad para toda una sociedad; el jardín, solo para unos pocos. El Dorado es otro mundo autosuficiente, por lo que no puede tener ninguna conexión real con este mundo, con excepción de la inspiración. El jardín es parte de este mundo y está dedicado a influenciarlo. Esas son las diferencias básicas, pero también hay similitudes, que ayudan a aclarar el propósito del autor. Tanto El Dorado como el jardín son sociedades modelo, en las que los habitantes han aprendido el valor de asentarse en una actividad dinámica: en un caso, para perpetuarse; en el otro, para buscar el ideal. No bien comienza el episodio de El Dorado, Voltaire plantea la clave de su mensaje, ya que lo primero que advierte Cándido es que el campo está cultivado. De esa manera prefigura sutilmente el cultivo del jardín10. Y el voto de los habitantes de El Dorado anuncia no solo la decisión de asentarse, sino también el gesto de desdén filosófico. Kahn argumentó que Cándido abandona El Dorado en parte por su añoranza por Cunégonde, pero básicamente porque “El Dorado resulta insatisfactorio y no puede ofrece ni un fin ni una consumación” (p. 888). Flandrin también dijo que Cándido, si bien se marcha por su amada, aprecia “á sa valeur cette merveilleuse contrée” (p. 724). Voltair ofrece varias razones para la partida de Cándido: 1) su esperanza de felicidad con Cunégonde, 2) si ansia de superioridad y poder mediante la riqueza, 3) su carácter “inquieto”, 4) su deseo de ostentar con sus viajes. Las primeras dos razones se replantean, combinadas, en el momento de la partida, cuando Cándido hablar de pagar el rescate de Cunégonde y comprar un reino. Voltaire no indica ni implica en ningún lugar de la obra que esas motivaciones son encomiables. De hecho, se encarga de purgar a su héroemarioneta de esas razones. Inmediatamente después de enumerar las razones hace el siguiente comentario: “les deux heureux résolurent de ne plus l’être ...”. Así advierte al lector que Cándido y Cacambo carecen de la madurez filosófica para apreciar el valor real de El Dorado y que se van por razones equivocadas. En el transcurso de sus viajes posteriores, Cándido se refiere en seis oportunidades a El Dorado, y sus referencias son uniformemente favorables (Morize, pp. 134, 143, 167, 170, 176, 177). Para cerrar el asunto, al final, perdió violéntamente su quijotismo sentimental, perdió su riqueza, conoció el peligro del poder, se asentó y trabaja con sus amigos en una situación de igualdad fraternal modesta. Así, las diversas razones de la partida de Cándido se ven totalmente invalidadas11. Existe además una razón que no es de Cándido, sino de 10 Existe, sin duda, un elemento de contraste abrupto entre lo incultivado y lo cultivado, a medida que Cándido y Cacambo emergen del país de los orejones y entran a El Dorado. No obstante, el “cultivé” mira hacia delante y también hacia atrás. Tiene un vínculo indisoluble con la frase “pour le plaisir comme pour le besoin", y por lo tanto no solo lleva hacia la descripción que Voltaire hace del ideal, sino que también se proyecta más allá, hacia la realidad presente óptima del jardín, donde la “petite sociéte” trabaja hacia el ideal pensado como una mezcla de “le besoin” y “le plaisir” (“Candide’s Garden”, pp. 722, 732-733) 11 Tanto Green (p. xxix) como la Srita. Falke (p. 38) plantean el argumento general de que Cándido se equivoca al abandonar El Dorado para buscar una felicidad asequible mediante medios materiales, es decir, inferior y, por supuesto, ilusoria. En conexión específica con la primera razón de la partida, es necesario distinguir entre el objeto de la esperanza de Cándido, que es indigno, y el acto de sentir esperanza, que es saludable. Cf. el comentario de Martin (Cap. xxv): “C’est toujours bien fait d’espérer”. En conexión con la tercera razón, resulta interesante señalar que Voltaire. Cándido debe abandonar El Dorado porque El Dorado es un mito, un sueño, y, como tal, irreal. El hombre imperfecto no puede inhalar satisfactoriamente el aire enrarecido de las alturas de la perfección. Debe volver a descender a la atmósfera más basta de este mundo. Por otro lado, habiendo ascendido la meseta de El Dorado, Cándido aprenderá en última instancia que, aunque el aire allí es irrespirable para un humano, el modo de vida ofrece el único modelo digno de aspiración para los humanos. Regresando de la utopía y estableciéndose en el jardín, Cándido comprende cuál debería ser su ideal, cómo difiere del ideal actual y cómo es posible que un hombre imperfecto al menos se acerque a ese ideal en este mundo imperfecto. Sin embargo, ese ideal se concibe más sencillamente en abstracto que en una forma sensualmente concreta. Voltaire el artista superó la dificultad presentando El Dorado como una visión muy distinta y semiperdida en una bruma luminosa (“Candide’s Garden”, p. 721). Se encuentra un efecto general de “brumosidad” a lo largo de todo el episodio. Naves señala que la entrada a El Dorado, que otros, que otros hubieran tratado extensa y coloridamente, se desarrolla en silencio, y sugiere que el autor muestra de esa manera su desdén por “l’émotion toute faite et la résonance facile” (pp. 22-23). A esta explicación podemos agregar la vaporización deliberada por parte de Voltaire de lo milagroso, que explicaría también la decisión del autor de no manejar descriptivamente la partida, el cultivo del país, las viviendas y los monumentos públicos, la conversación con los demás comensales de la posada y de la mesa del rey, la organización social y económica, y la actividad intelectual y artística. Aparentemente, es por esa misma razón que Voltaire no nombra a ningún habitante de El Dorado; y por la misma razón, más la otra ya mencionada, omite todos los detalles de la estructura política. Esta vaguedad general se contrarresta (y, por lo tanto, se refuerza) con unas pocas descripciones físicas y discursos orales que Voltaire prefirió presentar con cierto nivel de detalle, pero no mucho, por la impresión que causan en Cándido y que deberían causar en el lector. La descripción de los niños que juegan ilustra la irrealidad de El Dorado, parodia los viajes reales y extraordinarios y satiriza por contraste las nociones humanas de la riqueza. La comida en la posada repite a su manera los temas de irrealidad y parodia. El discurso del anfitrión desarrollar la sátira sobre la riqueza; el del rey hace lo mismo y también ataca indirectamente la agitación y la tiranía humanas; el del anciano varía el tema de la parodia, destina golpes satíricos a la agitación, a la riqueza y a la guerra, y plantea una condena irónica de la religión institucional. Todos estos discursos, además, reenfatizan el tema de la irrealidad. Morize criticó la exposición que el anciano hace del deísmo porque la considera breve y superficial en relación con las características fundamentales (p. 116, n. 1). A modo de explicación puede sugerirse que Voltaire evita intencionalmente una exposición sistemática porque quiere, como en el transcurso natural de una conversación, condenar la religión institucional destacando las aberraciones vergonzosamente obvias que esa religión tiene comparada con el deísmo, que es, de manera igualmente obvia, la única fe verdadera, tanto para habitantes de El Dorado como para philosophes. La vaguedad se ve acentuada por el agregado de cierta luminosidad filtrada: autopistas y carruajes resplandecientes, grandes ovejas rojas, hombres y mujeres Cándido, perdidamente enamorado y sin un céntimo, entra a El Dorado por insistencia de Cacambo, quien, como siempre, está buscando “des choses nouvelles”; pero sí tiene una razón propia, una vez que encontró los medios financieros para revivir su esperanza de felicidad con Cunégonde. Así, ante la presencia de una perfección genuina que no puede aprehender totalmente aún, espera por algo distinto que no revelará su carácter indigno sino con el paso del tiempo. llamativamente atractivos; vestimentas de tela de oro; niños que juegan con oro, esmeraldas y rubíes, que allí no son más que piedritas sin valor; posadas y residencias privadas palaciegas; obras públicas de la calidad correspondiente, que hasta incluyen rascacielos; una máquina extraordinariamente compleja para que los dos viajeros vuelvan a bajar a la realidad. Junto a esos fenómenos materiales brillantes, un sinfín de de irradiaciones de “bienfaisance”: utilidad combinada con belleza; desdén por el concepto de riqueza de los humanos; afabilidad y cooperación generales; cortesía y consideración generales; aceptación unánime del deísmo; ausencia de tribunales y prisiones, y de una organización militar; promoción de las ciencias matemáticas y físicas; cultivo de las artes de la paz; un rey que es un philosophe hecho y derecho. Estos esplendores imaginarios, como Voltaire se toma el trabajo de destacar, asombran incluso al sereno Cacambo. Entre los fenómenos materiales, hay dos que se destacan porque se les da un uso especial: las piedras preciosas y las grandes ovejas rojas. William R. Price las interpreta simbólicamente, como la obra literaria de Federico (el rey de El Dorado), “sólidamente encuadernada en cuero rojo de oveja”, que Voltaire (Cándido) se ve obligado a entregar en Francfort (Surinam), donde las piedras también representan “grandes sumas de dinero, el equivalente de todo lo que Voltaire había recibido de Federico durante su estadía en Prusia” (pp. 209, 211). Por desgracia, esta interpretación recurre a ciertas analogías fantasiosas que no respetan adecuadamente la coherencia o la correspondencia con los procesos mentales y los métodos literarios de Voltaire. Todo indica que tanto las ovejas como las piedras cumplen una función doble. Por un lado, definitivamente tienen valor literal, porque surgen del interés del autor por los toques de realismo pintoresco. Como señala Morize, Garcilasso y Raleigh desarrollan mucho el tema de las piedras preciosas en sus crónicas de viaje (pp. 107, n. 1; 109, n. 2; 110, no. 1; 112, n. 2; etc.); y Garcilasso describe una bestia de carga llamada “huanacu” y señala que la especie salvaje es “de couleur baie” (p. 106, n. 3), o “rouge brun”12. Por otro lado, parece que también adquieren un valor simbólico, porque se utilizan para reflejar la irrealidad de El Dorado. Las piedras se vuelven irreales por su carácter profuso y su falta de valor. En el Capítulo xix, casi todas se pierden cuando los viajeros vuelven a “bajar” a este mundo, por lo que Cándido, con ironía inconsciente, dice a Cacambo: “Mon ami, vous voyez comme les richesses de ce monde sont périssables...”. Las piedritas restantes desaparecen más lentamente, en parte para prolongar la sátira sobre la codicia humana, que no tiene límites geográficos, en parte para posibilitar la conclusión. El momento de la desaparición definitiva es elocuente: se da precisamente cuando Cándido se dispone a hacer su gran afirmación a favor de la actividad productiva. En el caso de las ovejas, las irreales pastan en romances pastorales cuyos héroes, como Cándido en el Capítulo xix, tallan extasiados en los árboles los nombres o iniciales de sus queridas. Al final del Capítulo xviii, Cándido decide obsesivamente ofrecer sus ovejas a Cunégonde. Sin embargo, junto con las piedras, durante el descenso desde El Dorado hacia la tierra, también desaparece la mayoría de los portadores. En el Capítulo Émile Littré, Dictionnaire de la langue française, I (París, 1885), 278. The Encyclopédie, además, en volúmenes publicados en 1765, aplica los colores rougeâtre (ix, 177, s.v. “Laine”) y roux (x, 827, s.v. “Mouton”) a la lana de las ovejas. 12 xx, Cándido recupera una de las ovejas13 y, acariciándola, expresa la esperanza de recuperar también a Cunégonde algún día. En el Capítulo xxiv, tras escuchar la historia de Paquette’s, reitera la esperanza: “il se pourra bien faire qu’ayant rencontré mon mouton rouge & Paquette, je rencontre aussi Cunégonde”. La asociación de las ovejas con el sueño de dicha amorosa, entonces, se da tres veces, lo que refuerza la posibilidad de un dejo simbólico. Lo que parece implicarse es que, aunque el sueño lo llevará tarde o temprano hacia Cunégonde, resultará un ansia sentimentalmente quijotesca, incapaz de enraizarse y florecer en el mundo de la realidad objetiva. Además, en el Capítulo xxii, está la donación de Cándido de su última oveja de El Dorado a la Academia de Ciencia de Bordeaux. El sujeto de la competencia de ese año ofrece una deliciosa oportunidad para ridiculizar la irrealidad de las formulaciones metafísicas de cierto erudito del norte. La impresión de distancia se logra acentuando la inaccesibilidad y el aislamiento extremos de El Dorado. Se alza, tanto física como espiritualmente, muy por encima del territorio circundante, por lo que los dos viajeros “de l'autre Monde” llegan milagrosamente y se van con la ayuda de una intervención mecánica única, el trabajo de tres mil ingenieros. La reseña histórica del anciano sobre el abandono del mundo, rubricado por votos solemnes, agrega un carácter voluntario a este efecto de lejanía. La irrealidad, la vaguedad y la parodia se combinan de diversas maneras en las indicaciones de increíble vastedad que Voltaire disemina mediante su descripción de la sociedad modelo. Los dos viajeros descubren al llegar, “un horizon immense”. El palacio real muestra un portal de “deux cent vingt pieds de haut, & de cent de large”. La capital tiene “les édifices publics élevés jusqu’aux nuës, les marchés ornés de mille colonnes”, y un Salón de Ciencia que contiene “une galerie de deux mille pas, toute pleine d’instruments de Mathématiques & de Physique”. Estas indicaciones de vastedad se redondean con efectos análogos de exageración, como la comida en la posada; la edad del anciano; los cinco mil o seis mil músicos en los servicios matutinos; las dos filas, cada una de mil músicos, a ambos lados del camino hacia los aposentos del rey; las ocurrencias reales que siguen siendo filosas al traducirse; el trabajo y el costo relacionados con la construcción del montacargas. Esto nos lleva inevitablemente al recurso del humor satírico, que adopta varias formas en el episodio. Para empezar, se registra una ironía de contraste sostenida entre lo ideal y lo real (McGhee, p. 116; Bellessort, p. 262; Havens, Candide pp. lii, 125, y The Age of Ideas, p. 201). También hay ironía destinada a Cándido, que no logra apreciar la felicidad genuina de la vida en El Dorado y abandona el lugar de motu propio, por cree que puede comprar su acceso a la felicidad en este mundo (Srita. Falke, p. 38; Green, p. xxix). Hay también una parodia de la ficción popular, con énfasis en su “irrealidad y exageración”; y de los viajes reales e imaginarios, con énfasis en la idealización de lo exótico (Morize, pp. xlix ff.; Havens, Candide, pp. xlix-lii). El humor satírico del episodio se expresa en detalles estilísticos y en procedimientos más generales, que analizaremos en breve. Desde una perspectiva general, parece especialmente importante que, si bien Voltaire se detiene jocosamente en la irrealidad de su utopía, en ningún momento se burla del ideal en sí mismo. Voltaire indica en este momento que “C andide eut plus de joie de retrouver ce mouton qu’il n’avait éte affligé d’en perdre cent tous chargés de gros diamants d’Eldorado”. Havens (Candide, p. 130) señaló la similitud con la parábola bíblica de las ovejas perdidas, que se encuentra en Mateo (xviii. 12-14) y en Lucas (xv. 3-7). Agrega que esta similitud puede ser “totalmente fortuita”. Si no, puede ser una parodia inventada al pasar por asociación. 13 Se ha mencionado la negativa a dar el nombre de cualquiera de los habitantes de El Dorado. Esto se debe sin duda a que, ya sea individualmente o en grupos, son doblemente irreales: como títeres y como fantasías. Las personas que viajan en los carruajes, el maestro y sus alumnos; los comensales, los mozos, las mozas y la posadera; funcionarios del tribunal y el séquito, los demás invitados a la mesa del rey, los músicos, los ingenieros: todos parecen apenas visibles a través de la bruma. Solo tres personas parecen distinguirse: el posadero, el anciano y el rey. Aparentemente, fueron elegidos para representar, a nivel ideal, al seguidor dispuesto, al líder intelectual y al líder activo: el plebeyo, el sabio y el estadista. Más específicamente, el posadero marca la pauta de la cortesía, la consideración, la afabilidad y el desdén por el lucro reinantes en El Dorado. El anciano, una figura tradicional en muchos viajes imaginarios, funciona como fuente venerable de información histórica y sabiduría civilizada, en especial en relación con el deísmo. El rey, un soberano como nunca hubo, se muestra democráticamente accesible, milagrosamente ingenioso y graciosamente liberal. Estas tres son “boquillas” para el autor: la bondad de cada uno está totalmente abstraída de la personalidad, y también ellos aparece medio escondidos en la bruma luminosa. Es especialmente interesante que el tema de la mujer no se toque en ningún momento del episodio. Nos dicen que Cándido y Cacambo ven “des hommes & des femmes d’une beauté singulière” montados en carruajes, que Cándido y el anciano hablan de mujeres en su larga conversación; y que hay muchas damas sentadas con Su Majstad y los viajeros en la cena en el palacio: nada más. También aparecen otras mujeres de escalafones sociales inferiores, pero también incidentalmente. La razón se sugiere a sí misma de inmediato: sencillamente, no tendría sentido que Cándido se relacionara con una habitante de El Dorado. El diseño del relato exige que nuestro héroe imberbe se vaya para seguir la búsqueda de Cunégonde, por lo que Voltaire lo obliga a no prestar atención a los atractivos superiores de la femineidad utópica. El lenguaje usado para transmitir esta multitud de ideas y recursos es en general sencillo, sobrio, conciso, fluido y lúcido, pero sutil. Sin duda, hay un contrapunto eficaz de terminología abstracta, neutra e incolora, coherente con un texto filosófico, y vocabulario concreto, localizado y pintoresco (Lanson, Voltaire, p. 154, y L’art de la prose, p. 171; Petit, I, 9), para conferir glamour a lo ideal, sustanciar lo irreal y parodiar el viaje extraordinario en Sudamérica. Naves, sin embargo, advierte sabiamente que no hay que exagerar esto último (pp. 21-23). Voltaire no se deleita en detalles exóticos. Selecciona hábilmente el mínimo indispensable para generar una ilusión pasajera. En resumen, la imagen de la sociedad modelo, lejana y perdida a medias en una bruma luminosa es un medio para lograr el fin de la concepción del ideal, y el estilo refleja eso proporcionalmente, no solo en la descripción del contexto, sino también en la crónica de los eventos y la manipulación del carácter. Dentro de este patrón lingüístico amplio, existen varios recursos de detalle que ayudan a proyectar la imagen y comunicar la concepción. Uno de esos recursos es la acentuación basada en la repetición y la variación: las cuatro menciones que hace Cándido de la diferencia de calidad entre El Dorado y Westfalia; las sonrisas del maestro y el anciano, la risa del posadero y la posadera y del rey; el rubor del anciano; las excusas que ofrece el posadero y el anciano; los diagramas en pastel de la posada, la casa del anciano y el palacio real. Un segundo recurso es el contraste entre las cosas de El Dorado y las cosas terrestres. Ya se ha hablado de los comentarios de Cándido sobre Westphalia. Hay muchos ejemplos más. Las grandes ovejas rojas son más rápidas que los mejores caballos de Andalucía, Tetuán y Mequinez. El último de los tres guijarros preciosos sería el mejor ornamento del trono del Mogol. La posada parece un palacio europeo. La codicia de las naciones de Europa los llevaría a masacrar a los habitantes de El Dorado, si pudieran alcanzarlos. El material de construcción del palacio real es inefablemente superior a los guijarros y la arena que nosotros llamamos oro y gemas. Y el rey no puede entender por qué el fango amarillo de su país es tan atractivo para los europeos. Un tercero, que es una variación del anterior, implica el contraste entre los estándares de valoración terrestres y los de El Dorado, y va más allá de la reducción metódica del oro y las gemas a barro y guijarros, aunque la incluye prominentemente (Havens, Candide, p. lviii). El “Précepteur de la Famille Royale” es, de hecho, un maestro de aldea, y “leurs Altesses Royales” son pequeños pilluelos. Cándido y Cacambo son escoltados hasta la presencia del rey entre dos filas de mil músicos cada una, “selon l’usage ordinaire”. Un cuarto es el juego de familiaridad cómoda que el autor juega con sus lectores para generar una afectación de creencia en lo imposiblemente fantástico. Así, al entrar en El Dorado, los viajeros son descritos como “nos deux hommes de l'autre Monde”; luego de irse, como “nos deux Voyageurs”. En un momento, Voltaire hablar de “ces cailloux & ... ce sable que nous nommons or & pierreries”. En otro momento, para respaldar el conocimiento de Cacambo del idioma peruano que hablan los habitantes de El Dorado, comienza su pícaramente pintoresca explicación con las palabras : “car tout le monde sait que...” Un quinto es la “conclusión inesperada” o el giro sorpresivo, que Havens ilustra citando los comentarios del posadero: “Je suis fort ignorant, & je m’en trouve bien”; y parte de la descripción que el autor hace de la casa del anciano: “Ils entrèrent dans une maison fort simple, car la porte n’était que d’argent, & les lambris des apartements n’étaient que d’or” (Candide, p. lvii). La descripción entera también ejemplifica los eufemismos irónicos. Hay otros ejemplos de este giro sorpresivo: la inferencia de Cándido, que se irrita inconscientemente ante la irrealidad del ideal, luego de aprender sobre el deísmo utópico y de declarar que El Dorado era superior a Westfalia: “il est certain qu’il faut voyager”; la respuesta a la pregunta de Cacambo, que caricaturiza el ceremonial cortesano elaborado: “L'usage... est d’embrasser le Roi & de le baiser des deux côtés”14; la revelación sobre el ingenio de Su Majestad, que sorprende a Cándido por su flexibilidad ultramundana: “Cacambo expliquait les bons mots du Roi à Can-dide, & quoique traduits ils paraissaient tou-jours des bons mots”. Un sexto es la ironía con efecto retardado: Cándido reconoce una y otra vez la inferioridad de Westfalia respecto de El Dorado, pero se va para seguir buscando a Cunégunde. También, cuando los niños abandonan sus herrones preciosos, exclama: “il faut que les enfans des Rois de ce pays soient bien élevés, puisqu’on leur aprend à 14 La Srita. McGhee ve una instancia específica de ironía en la respuesta incongruentemente “indigna” “a las instrucciones formales para saludar a un monarca” (“Candide & Cacambo sautèrent au cou de Sa Majesté...” [p. 131]). Voltaire, sin embargo, parece estar burlándose de la alegre respuesta, sino de las complicadas y humillantes fórmulas de reverencia que demandan los soberanos terrenales. mépriser l’or & les pierreries”. Aun así, se lleva una gran cantidad de estos minerales de baja ley, para cumplir objetivos de baja ley. Un séptimo es la anticipación, basada en una palabra clave que el autor deja caer sutilmente, al pasar: el “cultivé” al comienzo del episodio, que prefigura la conclusión del relato, y los “vagabonds” del final, que sugiere que los dos viajeros sufrirán por su inquietud. Por último, está el discurso o diálogo armados por excelencia, donde, sin siquiera un intento de caracterización, Voltaire utiliza un enunciado uniforme para transmitir su mensaje. Los ejemplos son los parlamentos del posadero y el rey, la reseña histórica del anciano y su diálogo con Cándido sobre el deísmo15. Se han hecho pocos juicios de valor sobre el episodio de El Dorado. André Le Breton lo condena en una frase: “rien de plus froid”16. Sin embargo, Cándido es un relato filosófico, no una novela. De una novela esperamos que genere incandescencia ficticia; de un relato filosófico, que irradie un fulgor fosforescente. Hay un acuerdo casi unánime respecto del efecto fosforescente de Cándido en su totalidad. En este ensayo, intenté demostrar que el mismo efecto tiñe el episodio de El Dorado. Toldo (pp. 173-174) y Émile Faguet17 adoptan una postura condescendiente de toda la representación por la encuentran más o menos derivativa y muy deficiente en términos de imaginación. Esa crítica puede responderse hasta cierto punto del mismo modo que se responde a la de Le Breton; en parte invocando el carácter de parodia metódica; en parte señalando que ninguno se toma el episodio con la seriedad suficiente para prestarle atención sostenida. Una comparación de la utopía de Voltaire con otras rebelaría que Voltaire ascendió más allá del nivel meramente derivativo para crear el episodio más imaginativamente original que permiten el carácter y las posibilidades del relato filosófico. Solo Bellessort tiene una disposición favorable: considera que el episodio es muy eficaz al momento de destacar el contraste entre ilusión y realidad (p. 262). Un comentario notablemente cierto, al menos en relación con el tema que toca. El presente análisis, por necesidad, fue mucho más lejos para poner la prueba el significado del episodio en relación con el relato en sus totalidad y los recursos artísticos usados para transmitir ese significado, suficientemente lejos, espero, para probar que Voltaire fusionó forma y sustancia tan satisfactoriamente como para crear una obra maestra en miniatura. MASSACHUSETTS INSTITUTE OF TECHNOLOGY Cambridge 39 15 Morize dice lo siguiente sobre la posterior expansión que Voltaire hace de la frase que describe la galería de física en el “Palais des Sciences” para incluir instrumental matemático: “II ne me semble pas qu’il faille chercher le motif de cette addition ailleurs que dans le souci artistique d’améliorer le rythme de la phrase et sa cadence un peu sèche: je ne vois pas Voltaire, à la fin de 1760, particulièrement occupé de mathématiques” (p. 122, n. 1). Además, de preocuparse por el ritmo estilístico, Voltaire, como newtoniano de fuste, puede haber decidido corregir la oración a fin de asociarla con una asociación ideal entre las dos ciencias fundacionales de la Iluminación. (Pueden obtenerse más observaciones sobre esta corrección en Petit, n. 36, n. 2.) 16 Le roman au dix-huitième siècle (París, 1898), p. 212. 17 Voltaire (Paris, 1895), pp. 194-195.