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Calidad de la enseñanza en tiempos de crisis - Elena Martín Ortega

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Álvaro Marchesi
Elena Martín
Calidad de la enseñanza en tiempos de
crisis
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Índice
PRESENTACIÓN
1. SOCIEDAD, CULTURA Y EDUCACIÓN
Cambios, riesgos y oportunidades
Desigualdad, desconfianza y crisis económica
Progreso científico y tecnológico
Sentido de la educación
Las nuevas generaciones de jóvenes: tensiones y paradojas
Formación y empleo
Información y poder
Expectativas y posibilidades
Culturas juveniles
La educación en su contexto
Nuevas exigencias educativas
Los objetivos de la educación
Aprender a conocer y aprender a hacer
Aprender a convivir
Aprender a ser
Las ideologías en la educación escolar
Diversidad de ideologías
La ideología conservadora
La ideología liberal
La ideología igualitarista
La ideología pluralista
El sentido de los pactos en la educación
¿Demasiadas leyes: discontinuidad educativa o ideológica?
Contenido y condiciones del pacto educativo
2. CALIDAD DE LA ENSEÑANZA
La calidad de la enseñanza en las últimas décadas
Los años del optimismo educativo y la desconfianza posterior
Las políticas liberales de los años ochenta y las nuevas preocupaciones
Las paradojas de la sociedad posmoderna
Calidad de la educación en la sociedad de la información y del conocimiento del siglo XXI
El ambiguo significado de la calidad educativa
Las investigaciones de las escuelas eficaces
Calidad y resultados académicos de los alumnos
Visión integral de la calidad de la enseñanza
Los elementos básicos de la calidad educativa
Indicadores principales de la calidad de las escuelas
Indicadores principales de la calidad del sistema educativo
La calidad en la educación española
Algunos datos históricos
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La comparación con la UE y con la OCDE
La interpretación de los datos
3. EQUIDAD Y DIVERSIDAD EN LA EDUCACIÓN
El significado de la equidad en educación
¿Un instituto de Bachillerato para los mejores alumnos?
Meritocracia, cohesión social y equidad
De regreso al Bachillerato
Ciudadanía, cohesión social y equidad
Ciudadanía y cohesión social
Equidad
Educación para la ciudadanía
Ciudadanía e inclusión educativa
Niveles de equidad en la educación
Igualdad de acceso y de tratamiento
Igualdad de resultados y de efectos sociales
Cambios en las últimas décadas
Seis dimensiones para analizar la equidad en el sistema educativo español
1. El contexto social y cultural de las escuelas
2. El entorno familiar y sus procesos interactivos
3. Los recursos disponibles
4. La organización del sistema educativo y la composición social de los centros
5. Los procesos de enseñanza y los logros de los alumnos
6. Los efectos sociales de la desigualdad
A modo de resumen
4. EL CAMBIO EDUCATIVO
Introducción
Los procesos de cambio en las últimas décadas
Gestión y descentralización
Auge de la evaluación
Nuevas iniciativas
Principales estrategias para incrementar el éxito de los cambios
Mantener una visión sistémica y gradual del proceso de cambio
La importancia de una perspectiva sistémica de los cambios
Definir bien el problema
Favorecer la participación y el compromiso a lo largo de todo el proceso de cambio
Centralización del proceso e innovación en la comunidad educativa
El proyecto de integración
Prestar atención preferente al contexto y a la diversidad de los alumnos
Escuelas de calidad en contextos desfavorecidos
Equilibrar la composición social del alumnado
Elevar el nivel social y cultural del entorno, coordinar programas y favorecer la participación educativa
de las familias
Estar atento al impacto de los cambios en la subjetividad de los docentes
Relaciones entre el pensamiento y la acción
Sentimientos y emociones
Micropolítica y reforma educativa
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Sentido y visión de los cambios
Las reformas legislativas en España
La Ley General de Educación
La reforma de la LOGSE
Una ley para mejorar la autonomía, la participación, la dirección y la evaluación de los centros
Los cambios educativos en la primera década del siglo XXI
La LOMCE: el regreso a la ley de 1970… o incluso más atrás
Después de la LOMCE
5. MEJORES DOCENTES, MEJOR APRENDIZAJE
Enseñar se ha ido haciendo más difícil
Mayor diversidad en los alumnos
Cambios en las metas educativas
Cambios en la identidad del docente
El prestigio de la profesión
¿Qué significa ser un docente competente en el siglo XXI?
Diseñar y desarrollar las situaciones de aprendizaje
Competencias sociales y morales
Del profesor al equipo docente: un cambio necesario
Liderazgo y equipos docentes
Un profesional necesariamente reflexivo
La complejidad de enseñar
La relación entre concepciones y prácticas docentes
La formación de los docentes: aprender a lo largo de la vida profesional
Atraer a los mejores a los estudios de profesorado
Claves de una formación inicial de calidad
La importancia de la fase de inducción
La formación permanente
Desarrollo profesional y evaluación de la actividad docente
El salario
El progreso en el desarrollo profesional
Funciones de la evaluación del desempeño docente
Modelos de evaluación
Consecuencias de la evaluación
La evaluación del profesorado en España
Otras vías de avance en las políticas de profesorado en España
El acceso a la profesión docente
Un curso de transición al pleno desempeño docente
Un nuevo sistema de selección del profesorado
6. LIDERAZGO, PARTICIPACIÓN Y CULTURA ESCOLAR
Nuevas formas de liderazgo
Hacia un liderazgo contextualizado y distribuido
Liderazgo contextualizado
Liderazgo distribuido
Crisis en los equipos directivos y necesidad de su fortalecimiento
El liderazgo de los equipos directivos
El liderazgo de los profesores en su ejercicio profesional
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Liderazgo informal
Liderazgo institucional
El liderazgo de las administraciones educativas
Líderes competentes
Visión estratégica
Confiabilidad
Dedicación a los procesos de enseñanza y aprendizaje
Alianzas con nuevas instituciones y redes
Impacto del liderazgo en la calidad de la enseñanza
Participación y alianzas para mejorar el funcionamiento de las escuelas
La participación de los alumnos
Cauces de participación
La participación de las familias
Tipos de relación entre la familia y la escuela
Nuevas formas de participación
El liderazgo educativo en España en el contexto internacional
Los debates en España sobre la elección del director y su capacidad de decisión
La elección del director en las leyes de los años ochenta
Las dificultades para asumir la dirección
La elección del director en la ley de 1995
Cambios en las leyes del siglo XXI (hasta 2013)
La autonomía de los centros en el entorno internacional
Criterios para el buen funcionamiento de un centro
Culturas en la educación
El significado de la cultura escolar
Liderazgo y cambio cultural
La cultura de las administraciones educativas
7. LA EVALUACIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO Y DE LOS CENTROS
El significado de la evaluación
Funciones de la evaluación
Modelos de evaluación
¿Es necesario comparar en las evaluaciones?
La comunicación, la utilización de la información y la mejora de la calidad
La evaluación del sistema educativo
¿Cómo se valora la calidad de un sistema educativo?
Los sistemas de indicadores
Los estudios internacionales sobre los aprendizajes de los alumnos
Limitaciones de los programas de evaluación del rendimiento
La evaluación del sistema educativo español
Las evaluaciones de los centros docentes
Las evaluaciones externas
La evaluación interna de los centros
Evaluación y mejora de la calidad de la educación
El uso de la información de las evaluaciones del sistema educativo
Las evaluaciones de los centros docentes y los procesos de cambio
Los retos de la evaluación en España
La relevancia de las evaluaciones de centro
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La tensión entre las evaluaciones externas y el currículum
Un escollo fundamental: las reválidas
8. EL CURRÍCULUM ESCOLAR
La repercusión de los cambios sociales en el currículum
Dónde se aprende
Cuándo se aprende
La apertura del currículum: descentralización administrativa y autonomía
pedagógica
Distribución de competencias
Apertura del currículum y adaptación de la enseñanza
El enfoque de las competencias
La definición de competencia
Funcionalidad del aprendizaje
Dimensión emocional
La integración de los tipos de contenido
Contexto y generalización
El significado del aprendizaje
Obstáculos para el aprendizaje por competencias
La selección de los saberes
Educación científica y artística para formar humanistas
El desarrollo del juicio y el compromiso moral
La presencia de la Religión en el currículum
La alternativa a la Religión
Las medidas de desarrollo curricular
Los servicios de orientación psicopedagógica
Enfoque preventivo-educativo
Relación con los docentes
Dificultades en el desarrollo del modelo preventivo-educativo
La coordinación con las estructuras de formación y los servicios de inspección
Retos presentes y futuros
Comentarios finales
9. LA CALIDAD DE LOS PROCESOS DE ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE.
AJUSTE, AUTORREGULACIÓN Y COOPERACIÓN
El ajuste en la ayuda pedagógica
Las concepciones acerca de la diversidad
Condiciones para la atención a la diversidad
El Plan de acción tutorial
La colaboración con las familias
La autorregulación
Aprender a sentirse competente
Cooperación
Aprender juntos
Cooperación y convivencia
¿Hay metodologías que promuevan estos principios instruccionales?
Estudio de casos y aprendizaje por problemas y proyectos
Ámbitos curriculares y aulas cooperativas multitarea
Aprender y enseñar con las TIC
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¿Es posible evaluar en coherencia con estos supuestos?
Evaluar no es calificar
Atender a la diversidad en la evaluación en el aula
La evaluación formadora
La coherencia del centro escolar en la evaluación
Evaluaciones externas e internas
Hacia dónde se quiere orientar el futuro
BIBLIOGRAFÍA
CRÉDITOS
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PRESENTACIÓN
El libro que el lector ahora tiene en sus manos o en su pantalla es una revisión completa
de uno anterior, editado en 1998 también por Alianza, titulado Calidad de la enseñanza
en tiempos de cambio. La obra estaba estructurada en dos partes. En la primera, más
extensa, se revisaban los principales factores que contribuyen a la calidad de la
educación. En la segunda, se describían los cambios en la educación española desde
1968: sus avances y sus limitaciones.
Quince años después se tomó la decisión de escribir un nuevo libro que mantuviera el
objetivo de analizar los factores que influyen en la calidad de la enseñanza en un
momento social distinto. El nuevo texto presenta una estructura diferente pero mantiene
algunos elementos comunes. Las condiciones sociales y educativas han cambiado
bastante en estos años. En ambos momentos había en España una mayoría social
conservadora, pero en 2014 se vive además una profunda crisis económica que amenaza
los cimientos del Estado del bienestar y el funcionamiento del sistema educativo.
El nuevo libro tiene además una estructura distinta. Ya no hay dos partes sino solo
una, en cuyos capítulos se analiza también la situación de la educación española pero
enlazada con los conceptos, los datos y las valoraciones propios de cada uno de los
temas. El lector podrá encontrar así un texto más coherente e integrado.
Se mantienen, sin embargo, dos rasgos comunes en ambos libros. El primero, la
coincidencia en los principales factores de la calidad educativa: el profesorado, el
currículum, la evaluación, la participación y el liderazgo educativo en todos los niveles
de la enseñanza, si bien las claves de las políticas educativas en cada uno de estos
ámbitos han sufrido algunos cambios. El segundo, la convicción de que solo es posible
elevar la calidad en la educación si se garantiza un alto nivel de equidad. Por ello,
aquellas decisiones educativas que solo tienen en cuenta a los mejores alumnos, o tratan
de establecer filtros selectivos en la educación obligatoria, se valoran como inadecuadas
e injustas.
El libro, por tanto, ofrece la perspectiva de sus autores y su determinada visión
ideológica y educativa que se trata de razonar y de argumentar. Hay otras, sin duda, que
también se discuten y confrontan para que el lector pueda adoptar su propio punto de
vista con datos y explicaciones fundamentadas. Con ello se quiere contribuir a avanzar
en acuerdos amplios sobre el futuro de la educación, o, en el peor de los casos, en
desacuerdos negociados y pactados, con el fin de limitar los negativos efectos de las
recientes leyes y normas, que no han sido capaces de tender puentes hacia otras miradas
sobre la educación.
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CAPÍTULO 1
SOCIEDAD, CULTURA Y EDUCACIÓN
Cambios, riesgos y oportunidades
Desigualdad, desconfianza y crisis económica
La primera década del siglo XXI ha desbordado todas las previsiones que se formularon
en sus inicios y ha conducido a los países desarrollados a una crisis de enorme
trascendencia y con repercusiones de gran alcance tanto por su origen como por sus
consecuencias. No quiere esto decir que las tendencias ya existentes al final del siglo
pasado en relación con la globalización, el desarrollo científico y tecnológico, los
sistemas de información y comunicación, la sociedad y la familia, el mercado laboral, las
relaciones sociales y el mundo de la cultura no hayan continuado a lo largo de la década
pasada (Castells, 1997). Lo que se ha producido, no obstante, ha sido un conjunto de
hechos fatídicos que han puesto en cuestión los cimientos del sistema económico, de la
convivencia en el mundo y de los valores básicos en los que se asentaba la confianza de
las personas. Tal vez las aguas desbordadas vuelvan a su mismo cauce pasados unos
años, o tal vez aparezcan nuevos sistemas de gobierno que sean capaces de evitarlas o, al
menos, de reducir su impacto en beneficio de la mayoría de los ciudadanos.
La desconfianza y la inseguridad, que no son ajenas a las desigualdades y al
fanatismo, se incrementaron de forma exponencial en los terribles atentados sufridos en
Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 y posteriormente en España el 11 de marzo
de 2004, y se han ido reforzando por un sin número de amenazas terroristas en los más
diversos países. Las guerras en Afganistán e Irak son una trágica expresión de estos
conflictos que generan muerte y dolor pero también recelo constante hacia el otro
diferente. En un mundo cada vez más globalizado e interdependiente, los deseos de
buena parte de la sociedad desarrollada caminan en dirección opuesta: nacionalismo,
cierre de las fronteras, desencuentro y defensa de los intereses propios frente a los
proyectos colectivos.
Pocos años después, una profunda crisis económica hundió las perspectivas de
recuperación de la confianza perdida y del progreso colectivo, sobre todo en los países
desarrollados. Sus orígenes fueron diversos —ausencia de control financiero, gasto
desbocado, expectativas ilusorias— pero sobre todos ellos es preciso destacar el deseo
de enriquecimiento de unos pocos en detrimento de la mayoría; la búsqueda de
beneficios al margen de cualquier tipo de reglas y valores; la confabulación de intereses
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privados sin tener en cuenta los bienes colectivos; y la incapacidad o la desidia de los
poderes públicos para frenar los comportamientos desaforados. En síntesis, una dura
crisis económica que puso de manifiesto una crisis aún más profunda, si esto fuera
posible, de los valores éticos, incluso de aquellos que rigen el funcionamiento del propio
sistema capitalista.
Las consecuencias son conocidas: retroceso económico, incremento del paro,
reducción del bienestar personal de amplios sectores de la población, incremento del
porcentaje de familias con grave situación económica y exigencia de reformas
profundas, en ocasiones traumáticas, para enderezar la situación. A estas consecuencias
habría que añadir otras menos tangibles pero no menos dañinas: quiebra de la confianza
en los poderes públicos, desánimo, inseguridad y desconfianza de los valores cívicos y
solidarios.
Esta grave situación, que no debería ser comprendida de forma superficial y que
tendría que conducir a cambios radicales en los modelos de funcionamiento de la
sociedad, debe ser analizada desde una perspectiva comparada e histórica que la sitúe en
sus justos términos. En primer lugar, no todos los países están siendo afectados de la
misma forma. Se espera, por ejemplo, una tasa de crecimiento medio anual hasta 2020
en los países latinoamericanos superior al 3% de su PIB e incluso algunos de ellos, como
Brasil, está reduciendo de forma muy significativa el porcentaje de personas que viven
en los niveles más bajos de la escala social. En segundo lugar, a pesar de la crisis actual
e incluso de las crisis vividas en las décadas anteriores, la riqueza ha aumentado en la
gran mayoría de las naciones y existe un mayor bienestar, en especial en los países
desarrollados y en aquellos denominados de renta media, lo que no impide reconocer al
mismo tiempo los millones de personas que malviven por debajo del umbral de la
pobreza, las desigualdades entre países y sectores sociales que se han incrementado
durante esta década y las tragedias personales de aquellas personas que se vieron
directamente afectadas por las sucesivas crisis y no pudieron recuperarse de ellas.
Progreso científico y tecnológico
Tampoco conviene olvidar que el progreso científico y tecnológico, los estudios
genéticos y el avance en las neurociencias han abierto nuevas posibilidades para el
progreso de la humanidad, de forma muy especial en el diagnóstico y prevención de
dolencias y enfermedades que parecían incurables. De forma paralela, los derechos de
los grupos minoritarios, tanto por rasgos culturales y lingüísticos como por sus opciones
personales y sexuales, están siendo reconocidos y respetados de forma más firme y
sostenida que en el pasado. Todo ello es expresión del progreso de la humanidad y,
debemos reconocerlo de forma explícita, en gran medida, de la acción de la educación,
capaz de crear el sustrato intelectual y moral necesario para que tales avances se
produzcan.
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Una visión más crítica desconfía de estos progresos por el mantenimiento de las
profundas desigualdades sociales que no permiten a la mayoría de la población
beneficiarse de sus resultados. Incluso afirman, con razón, que el desarrollo actual es en
gran medida el responsable del calentamiento global, de los conflictos por los alimentos,
de los movimientos migratorios y de la falta de las condiciones mínimas de subsistencia
en buena parte de la humanidad.
Sentido de la educación
En este contexto calidoscópico, en el que las luces y las sombras se entrecruzan y en el
que no es sencillo encontrar y anclar los valores orientadores de la vida humana, es
preciso encontrar los nuevos sentidos de la educación y de la institución escolar, así
como las relaciones entre ambas. Es necesario afirmar desde el comienzo que la
educación como transmisión del patrimonio cultural de una sociedad y como preparación
para incorporarse a ella con razonables niveles de bienestar, no es responsabilidad
exclusiva de la escuela, sino que lo es también de un conjunto de núcleos sociales, en
especial de la familia, pero cada vez más de nuevos agentes socializadores que irrumpen
con fuerza de la mano de las nuevas tecnologías. No bastaría, pues, con encontrar las
respuestas adecuadas en la escuela si no sucede algo parecido en el resto de las
instituciones educadoras, no digamos si sus valores más o menos explícitos compiten
con los que la escuela pretende que sus alumnos alcancen. El profundo desajuste que en
muchas ocasiones se produce entre los objetivos del sistema educativo y el
comportamiento de la sociedad influye también de manera notable en el desánimo de un
buen número de educadores.
Las tres preguntas fundamentales que hemos de plantearnos en estos tiempos de
incertidumbre son:
• para qué educamos, es decir, a qué modelo de persona y de sociedad aspiramos,
• cómo debemos hacerlo, y
• cuál es el peso de la escolarización en la educación de las futuras generaciones.
Todas ellas exigen de alguna manera respuestas ideológicas, que implican definir el
modelo deseado de sociedad y de relaciones sociales, así como las actitudes y los valores
básicos que creemos han de ser adquiridos por las nuevas generaciones. Son opciones
que deben tener en cuenta también la comprensión y la valoración de la dinámica social
existente y la forma que tienen los jóvenes de situarse en ella. El sentido de la educación
no puede, tal vez es mejor afirmar que no debe, situarse al margen de la cultura de
nuestro tiempo. Pero en una sociedad y en una cultura tan conflictivas, tan
profundamente desestructuradas, sin apenas horizontes, en donde la desconfianza, la
incertidumbre y el temor al futuro se están adueñando de los sentimientos de la mayoría
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de las personas, es muy difícil encontrar respuestas al para qué y al cómo de la
educación. Es preciso hacerlo, no obstante, a pesar de sus enormes dificultades, pues este
esfuerzo es una garantía de un mejor futuro para las nuevas generaciones.
Las nuevas generaciones de jóvenes: tensiones y paradojas
¿Por qué se manifiestan tantos problemas en la educación y se extiende un creciente
malestar sobre su funcionamiento cuando los recursos se han incrementado en las
últimas décadas, los profesores están más preparados que en el pasado, hay un mayor
número de especialistas y orientadores y la gran mayoría de los indicadores manifiestan
tendencias positivas?
Una razón inicial apuntaría a que los alumnos que van a las escuelas son diferentes a
los de las generaciones anteriores al menos en dos características muy relevantes. La
primera, por su número y su diversidad, debido a la exigencia de que todos los alumnos
estudien, incluso aquellos que hubieran abandonado la escuela en otras épocas. La
segunda, por su actitud ante el aprendizaje, derivada en gran medida por los cambios
sociales, tecnológicos y culturales que se han producido en los últimos años.
Habría una nueva razón que es correlato de la anterior: la incapacidad del sistema
educativo y de la escuela de realizar los cambios necesarios para adaptarse a las
transformaciones de la sociedad y para conectar con los alumnos de las nuevas
generaciones, especialmente con los jóvenes, y lograr su compromiso con los objetivos
de la enseñanza.
Veamos, pues, ahora, una de las caras del problema: cómo son los jóvenes que están
presentes en las escuelas de los países desarrollados y por qué es tan difícil
comprometerles en los objetivos escolares; y dejemos para el apartado siguiente la otra
cara: cómo responde la escuela y cómo debería responder.
Un estudio realizado por la CEPAL y la Organización Iberoamericana de la Juventud
(2007) ha apuntado un conjunto de tensiones y de paradojas que viven los jóvenes en la
actualidad. Al hilo de las tres más importantes que en el citado informe se recogen, es
posible ofrecer algunos apuntes sobre la situación de la juventud española.
Formación y empleo
La primera paradoja se refiere a la contradicción entre la mayor formación alcanzada por
la actual generación de jóvenes y sus menores posibilidades de acceder a un empleo y,
aún más difícil, a un empleo acorde con su formación.
En el capítulo siguiente se incluyen algunos datos estadísticos sobre el enorme
incremento que se ha producido en las tasas de participación y finalización de los
estudios obligatorios y postobligatorios de los jóvenes en España. Pero frente a esta
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constatación positiva, sin duda aún insuficiente, los datos del desempleo juvenil en
España, superiores al 50% en 2013 —algo más del doble que la media Europea— son
abrumadores. La consecuencia inmediata, cuando esta perspectiva se extiende entre los
jóvenes, es plantearse el sentido del esfuerzo que reclama el aprendizaje escolar. ¿Para
qué estudiar? ¿Para qué malgastar el tiempo en una actividad muchas veces tediosa que
al final no va a conducir a nada?
Un adulto, la gran mayoría de los adultos, podría responder a estos interrogantes con
respuestas contundentes: la importancia de ampliar los conocimientos, la utilidad social
de los títulos académicos, las mayores posibilidades de encontrar trabajo, tal vez incluso
un mejor trabajo, cuando se ha alcanzado un nivel más alto de estudios, o incluso el
incremento de las opciones en la vida laboral cuando se tiene una mayor formación. Pero
para un amplio colectivo de jóvenes, sobre todo para aquellos que no encuentran en su
familia el seguimiento, la exigencia y el apoyo adecuados, estas razones les parecen
demasiado distantes y escasamente convincentes, a pesar de que los datos muestran que
son argumentos contrastados. Lo importante es el aquí y el ahora, lo inmediato, el
tiempo real (como la información y la comunicación a través de Internet), lo que permite
disfrutar de la vida en el momento actual.
Pero si bien desde la perspectiva del esfuerzo exigido para continuar los estudios las
dificultades para encontrar un empleo tienen un efecto negativo, no es menos cierto que
la crisis económica está teniendo una consecuencia positiva: el incremento del
porcentaje de jóvenes que continúan estudiando por la dificultad de encontrar trabajo. En
los años anteriores, el acceso casi inmediato a un empleo remunerado, aunque precario,
era un gran atractivo para un sector de jóvenes que veían de esta forma una posibilidad
de consumo que de otra manera hubiera sido imposible. Ahora se produce una mayor
presencia de los jóvenes en los centros de formación. Falta por saber si con un cierto
interés o solo con resignación y apatía 1 .
Existe otro factor que condiciona el esfuerzo del colectivo de alumnos más
motivados: la sobrecualificación. Nos encontramos con la enorme paradoja de que la
generación de jóvenes con mayor nivel de titulación en la historia de España tiene altas
tasas de paro, pero también altas tasas de desajuste entre su nivel educativo y el trabajo
que realizan. España es, con diferencia, el país con mayor nivel de sobrecualificación
entre los jóvenes, en torno al 40% según los datos de la OCDE (García Montalvo y
Peiró, 2009). No es extraño que esto sea así, en gran medida porque las elevadas tasas de
paro fuerzan a los jóvenes a buscar cualquier empleo, sea cual sea el perfil requerido y la
titulación exigida.
Una sobrecualificación tan extendida posiblemente no influye en el abandono de los
estudios de los jóvenes, sino principalmente en su resignación, en su malestar laboral y
en su falta de motivación para incorporarse a nuevos procesos de formación. Pero pone
de relieve una conclusión que García Montalvo destaca: la falta de formación no es la
causa principal del desempleo juvenil. Hay que reconocer que a mayor formación, menor
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porcentaje de desempleo (los universitarios tienen las tasas más altas de empleo), pero
no parece que la única alternativa para conseguir un trabajo acorde con la cualificación
alcanzada sea aumentar la formación. Hay otras variables en juego que conviene
destacar: la calidad de la formación, la correspondencia con las necesidades del mercado
laboral y el funcionamiento del sistema de empleo.
No es el momento de desarrollar las implicaciones de estas tres variables, pero no
cabe duda de que su toma en consideración obligaría a una revisión de buena parte de los
modelos y estrategias educativas, especialmente en dos ámbitos: en la importancia de
incorporar la innovación, la creatividad y la preparación para emprender proyectos y
gestionar el propio empleo a partir de los 15 o 16 años; y en la necesidad de continuar
reforzando la oferta de formación profesional en estrecho contacto con las demandas
laborales presentes y futuras. Ambas propuestas exigen un sistema educativo, un
currículum y una organización escolar más flexible, menos centralizado, y en el que el
histórico peso de las enseñanzas académicas tradicionales deje paso a modelos de
enseñanza y aprendizaje que destaquen la búsqueda de información, la construcción de
los conocimientos, el contacto con las demandas sociales y el refuerzo a las tareas que
exijan innovar, descubrir y experimentar. Tal vez así los alumnos tengan más interés por
aprender y encuentren más sentido a su esfuerzo, pues el tipo de enseñanza que se ofrece
ahora no tiene suficientemente en cuenta cómo aprenden las nuevas generaciones. Con
estas nuevas formas, no cabe duda, se elevará la probabilidad de reducir las altas cifras
de abandono escolar.
Información y poder
La segunda paradoja apunta a que los jóvenes tienen un creciente acceso a la
información pero menores posibilidades de compartir el poder, al menos en sus formas
tradicionales.
No cabe duda de que las nuevas tecnologías han cambiado la manera de aprender de
los jóvenes y de compartir información, los modos de relacionarse y las formas de influir
en los asuntos públicos que les interesan. Todo ello plantea enormes retos a la educación,
pero también a los poderes públicos, que se están enfrentando una y otra vez a las
movilizaciones convocadas por jóvenes descontentos y airados.
El espacio virtual, apunta Hopenhayn (2003), afecta de forma directa a las prácticas
culturales: hay un reordenamiento de mediaciones simbólicas, se produce un cambio en
las coordenadas espaciales y temporales de la comunicación, se modifican los esquemas
cognitivos en la interacción con el mundo virtual, se produce un nuevo espacio
comunicativo global y se establece una nueva relación entre lo virtual y lo real.
Asistimos a la cultura de lo efímero, de lo superficial, de lo cambiante. Todo ello tiene
importantes repercusiones en el proceso de enseñanza y de aprendizaje, ya que modifica
la atención de los alumnos, su valoración de la información que les llega, la forma de
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compartirla y el sentido de su esfuerzo. Acostumbrados a encontrar casi todo con un
buscador, unas palabras y un clic, no es sencillo conseguir que mantengan la dedicación
para relacionar la información, encontrar nuevos significados y producir textos propios
bien escritos y organizados.
No se trata solo de que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC)
modifiquen los entornos culturales de los jóvenes. Más bien hay que afirmar que los
nuevos sistemas de comunicación configuran las señas de identidad de los jóvenes, su
manera de situarse en la sociedad actual. Las nuevas generaciones viven y se
desenvuelven en un ecosistema comunicativo en el que están profundamente imbricados
los conocimientos, las relaciones sociales, los afectos, las músicas, los avances
tecnológicos, las modas, el consumo y, como síntesis de todo ello, la propia
personalidad.
La aparición de un ecosistema comunicativo se está convirtiendo para nuestras sociedades en algo tan vital
como el ecosistema verde, ambiental. La primera manifestación de ese ecosistema es la multiplicación y
densificación cotidiana de las tecnologías comunicativas e informacionales; pero su manifestación más
profunda se halla en las nuevas sensibilidades, lenguajes y escrituras que las tecnologías catalizan y
desarrollan. Y que se hacen más claramente visibles entre los jóvenes: en sus empatías cognitivas y
expresivas con las tecnologías, y en los modelos de percibir el espacio y el tiempo, la velocidad y la
lentitud, lo lejano y lo cercano.
J. Martín Barbero, 2006.
Las nuevas tecnologías modifican los procesos de conocimiento de las nuevas
generaciones, pero también su manera de participar en las instituciones, de influir en los
asuntos públicos y de condicionar el ejercicio del poder. En ocasiones se ha señalado que
los jóvenes han dado la espalda a los sistemas de participación política, en parte por su
anquilosamiento y en parte también por la desconexión entre los unos y los otros. Es
acertada la afirmación en relación con los sistemas tradicionales de participación
política. Pero no lo es si nos referimos al interés por influir en el curso de los
acontecimientos que interesan a las nuevas generaciones. La importancia de las
convocatorias a través de internet para apoyar a determinados candidatos presidenciales,
como fue en la elección del presidente Obama; o para enfrentarse a gobernantes
autoritarios como en Túnez o en Egipto; o para influir en las decisiones sobre la
denominada «piratería informática», al cerrarse de forma coordinada las principales web
que permitían la descarga de archivos pocas horas antes de que el Congreso de los
Diputados de España decidiera sobre este asunto, lo que condujo en gran medida a que
varios partidos políticos apoyaran con su voto los deseos de los internautas; o las
movilizaciones contra los desahucios; o las protestas en varias ciudades del mundo en
diferentes ocasiones de los indignados. Hay, pues, otra forma de expresión y de presión
ante los acontecimientos públicos, especialmente ante aquellos que interesan a las
nuevas generaciones.
Existe un deseo de participación que no encuentra los cauces adecuados, una
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situación que puede repetirse en las escuelas. Parece necesario que junto con las
reformas habituales presentes en las agendas educativas, se incluya también y con la
misma urgencia la incorporación de canales de comunicación y de participación de los
jóvenes en los procesos educativos que les afectan. De esta manera se fomentará el
diálogo, se incrementará el interés y el compromiso de los estudiantes, y se acortarán las
distancias entre los profesores y los alumnos.
Expectativas y posibilidades
La tercera tensión que recoge el documento de la CEPAL y la OIJ es la referida a las
mayores expectativas generadas en los jóvenes y sus menores posibilidades de
alcanzarlas.
Los jóvenes han recibido una mejor educación y se han incorporado a una sociedad
globalizada e interrelacionada, en la que se vive un permanente refuerzo a la autonomía
y a la libertad y en la que se valora la capacidad de acceder a determinados bienes de
consumo. Los viajes, los encuentros con personas de otras culturas, los estudios en el
extranjero, la mayor movilidad y la posibilidad de conocer nuevas opciones a través de
internet han generado en los jóvenes nuevas expectativas y posibilidades.
Sin embargo, los crecientes problemas para obtener un trabajo, no digamos si es
estable, de lo que se deriva la imposibilidad de disponer de recursos económicos propios,
reduce de forma drástica buena parte de sus deseos. De la misma manera, la dificultad de
conseguir una vivienda propia se ha incrementado de forma notable. Hoy es más difícil
que ayer independizarse de la familia en España, aunque hay que reconocer que en todas
las épocas la edad media de independencia de los jóvenes españoles era superior a la
edad media de los jóvenes europeos.
Los serios problemas de los jóvenes por los problemas estructurales a los que se
acaba de hacer referencia suscitan dos tipos de actitudes diferenciadas: la resignación
ante las dificultades encontradas a la espera de que surja una oportunidad laboral, o la
innovación y la puesta en marcha de iniciativas emprendedoras para abrirse camino en la
sociedad. Posiblemente, tal vez sin ser muy consciente de ello, el sistema educativo está
preparando a los jóvenes para la primera de ellas, cuando en el futuro inmediato es cada
vez más necesaria la segunda.
Culturas juveniles
La juventud ha sido siempre una etapa de la vida con rasgos propios, cuyas señas de
identidad atraen y marcan a sus miembros. No es solamente una fase de tránsito hacia la
edad adulta, sino que sus características condicionan la vida adulta y orientan las
transformaciones futuras. La juventud es el crisol de las experiencias, de las
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innovaciones y de los cambios. Muchos de ellos permanecen; otros desaparecen, aunque
todos ellos dejan una huella en el recuerdo colectivo.
Las contradicciones y las paradojas a las que se acaba de hacer referencia forman
parte también del imaginario de las personas adultas. Para estas últimas, ser joven es
sinónimo de innovación, de ruptura con las normas establecidas, de incorporación a la
nueva cultura tecnológica a la que todos deberíamos acceder aunque son ellos los que la
dominan. Pero también ser joven es oposición, falta de disciplina, enfrentamiento a las
normas, desinterés por el estudio, el esfuerzo y el cumplimiento de los compromisos.
Son admirados y rechazados, valorados y menospreciados.
Conviene señalar, finalmente, que la juventud no forma un colectivo homogéneo. No
hay una cultura joven, sino múltiples culturas en función del contexto y de las
características en las que cada grupo se desenvuelve: la edad, el nivel socioeconómico, la
zona urbana o rural, el género de sus participantes. Los rasgos comunes que comparten
la mayoría de los grupos juveniles se modifican y perfilan en función de códigos
lingüísticos y estéticos, normas y valores, actitudes y comportamientos, gestos y
símbolos que diferencian a los de dentro del grupo de los de fuera.
Y estos jóvenes, todos y cada uno de ellos, en esta sociedad cambiante, insegura y
con escasas referencias, son los que están en las aulas y a los que el sistema educativo,
las escuelas y los profesores han de educar para conseguir un futuro mejor. Tarea difícil
y exigente, en ocasiones satisfactoria y en otros momentos desesperante.
La educación en su contexto
Nuevas exigencias educativas
Nos encontramos, pues, ante un acelerado cambio económico, social y tecnológico que
transforma los modos de conocer y de relacionarse de las nuevas generaciones y que
plantea retos enormes al sistema educativo y a los docentes.
Pero no solo son estos cambios los que obligan a una transformación de las
instituciones escolares y de los profesores. Progresivamente, tal vez por los nuevos
parámetros que rigen la vida humana en las sociedades desarrolladas, las exigencias
hacia la educación escolar han experimentado un notable aumento. Se le pide mucho a la
educación porque se tiene la convicción de que solo las personas bien formadas y con
capacidad de adaptarse a los cambios y a los nuevos aprendizajes necesarios en el futuro
podrán sobrevivir. El futuro racional y esperado, en el que los albañiles, psicólogos,
abogados o fontaneros fácilmente encontraban un trabajo de su especialidad y podían
continuar en él durante décadas, ya no existe. El futuro ya no es lo que era antes y solo
sabemos con seguridad que la variable fundamental para enfrentarse a él con éxito
procede del saber, de la capacidad de innovación y de la disposición a seguir
aprendiendo. No es extraño, pues, que la sociedad, las familias y las diferentes
18
instituciones atribuyan al sistema educativo un valor incalculable, lo que contrasta con
sus dificultades para adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos.
Hay que reconocer, sin embargo, que los alumnos no aprenden en exclusiva en la
escuela y que existen otros muchos escenarios en los que se generan multitud de
aprendizajes que afectan a todas las dimensiones del ser humano: familia, medios de
comunicación, amigos, actividades asociativas, nuevas tecnologías, diferentes
instituciones (Coll, 2010). Pero también hay que reconocer que la mayoría de estos
escenarios ya existían en el pasado. ¿Qué ha sucedido entonces para orientar nuestra
reflexión y nuestra mirada hacia estos nuevos escenarios como potenciales agentes del
conocimiento de los alumnos? Es posible que se hayan producido, al menos, dos
cambios poderosos. El primero, al que ya se ha aludido, el desarrollo de las nuevas
tecnologías. Las redes de información y de comunicación han trastocado buena parte de
las reglas habituales que regían en la adquisición del conocimiento en el salón de clase:
un buen profesor, unos contenidos adecuados, un alumno interesado, unas condiciones
favorables para el aprendizaje, y una relación dinámica, digamos constructiva, entre
todos estos factores. La cuestión no es que los núcleos básicos de la interacción sean
otros distintos, como veremos en el capítulo 9. El cambio se sitúa en que cada una de las
partes de esta ecuación se ha alterado por el impacto de las tecnologías de la información
y de la comunicación: el alumno no se enfrenta de la misma manera al aprendizaje, ni se
relaciona de la misma manera con sus compañeros, con los contenidos y con sus
profesores, porque está viviendo día a día otras formas diferentes de buscar la
información, de relacionarse con sus iguales y de mejorar sus conocimientos.
La segunda razón por la que se demanda la acción educadora a muchas más
instituciones es la inseguridad ante los cambios y ante el futuro, una cierta toma de
conciencia de la creciente influencia en la educación de otros agentes sociales, y la
necesidad de conseguir una mayor cooperación para lograr los fines deseados. En el
fondo, se empieza a pensar que la escuela con sus solas fuerzas no va a ser capaz de
conseguir todo lo que se desea para las nuevas generaciones. Y que son necesarios
antiguos y nuevos aliados para hacer frente a los desafíos planteados. Lo difícil es
encontrar las estrategias adecuadas para articular esta cooperación entre diferentes
sectores e instituciones con el objetivo de lograr que todos los alumnos, y no solo
algunos, alcancen los objetivos previstos 2 .
Los objetivos de la educación
Posiblemente no hay definición más concisa y profunda acerca de las tareas de la
educación que la formulada en el informe Delors (1996, pp. 95-96):
Para cumplir el conjunto de las misiones que le son propias, la educación debe estructurarse en torno a
cuatro aprendizajes fundamentales, que en el transcurso de la vida serán para cada persona, en cierto
sentido, los pilares del conocimiento: aprender a conocer, es decir, adquirir los instrumentos de la
19
comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, para
participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas, por último, aprender a ser, un
proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores.
Estos cuatro aprendizajes, por tanto, han de orientar la acción educadora y deben estar
presentes para todos los alumnos en función de su contexto y de sus posibilidades. En el
análisis y en la toma en consideración de estas condiciones contextuales y personales y
en la adopción de políticas acordes con ellas se encuentran las claves que anticipan el
posible acierto. No se lograrán estas metas por el mero hecho de formularlas, sino por la
capacidad de la sociedad de comprometerse con la educación, y por la articulación de un
sistema educativo que ayude a las escuelas, a las familias y a los docentes para su logro
por cada uno de los alumnos.
Aprender a conocer y aprender a hacer
Aprender a conocer y aprender a hacer apuntan a comprender la realidad social,
científica y cultural de nuestro tiempo, su historia y sus interrelaciones, y a transformar
estos saberes en estrategias para resolver situaciones problema o para manejarse en la
vida. Pero más allá de esta comprensión, el objetivo ha de ser despertar en los alumnos el
interés por aprender por ellos mismos y utilizar todas las experiencias y toda la
información, ya casi infinita, para ello. Y este deseo de saber más, al menos en algún
ámbito del conocimiento, solo puede desarrollarse si el alumno encuentra sentido a su
esfuerzo por aprender e intuye que merece la pena.
Si este planteamiento es aceptado, debería servir para orientar el currículum escolar,
no solo sus objetivos y sus contenidos, sino también, e incluso diríamos que
principalmente, su estructuración y sus modelos de evaluación. Sería necesario que la
flexibilidad, la innovación, la interdisciplinariedad, la limitación de los contenidos y la
profundidad en el currículum primaran sobre la rigidez, la repetición, la disciplinariedad,
la extensión y la superficialidad. Haría falta una visión integradora de la enseñanza en la
que existieran relaciones entre distintas disciplinas; en la que determinados objetivos
vinculados a la educación ética y estética, o al campo de las competencias comunicativas
de los alumnos, fueran asumidos, además de en sus disciplinas específicas, por todos los
profesores como tareas colectivas indispensables; en la que hubiera una creciente
relación entre las actividades escolares y extraescolares; y en la que el sistema de
evaluación de los progresos de los alumnos fuera coherente con los objetivos educativos
así planteados 3 .
Un planteamiento curricular de este tipo supondría desarbolar las rígidas estructuras
burocráticas que soportan el sistema educativo español. Si en algo más de treinta años de
democracia, con diferentes gobiernos de distinto color político, no se han modificado de
forma significativa, poco se puede esperar en estos tiempos de crisis, en donde el temor
al futuro más bien hace volver los ojos hacia pasadas épocas supuestamente más
20
tranquilas y rehúye por inciertos los cambios innovadores.
Aprender a convivir
Aprender a convivir supone que las escuelas sean espacios abiertos y plurales en los que
prime el respeto mutuo, los proyectos colectivos, la amistad entre los alumnos, y la
comprensión y valoración de las diferencias personales, culturales y lingüísticas. El
desarrollo de la sensibilidad de los alumnos y de su equilibrio emocional constituye al
mismo tiempo dos dimensiones que las escuelas deben cuidar y favorecer.
La convivencia no supone solamente la ausencia de conflictos, sino principalmente
una actitud positiva hacia el reconocimiento del otro, de su forma de ser y de su
identidad personal y comunitaria. No es extraño, en consecuencia, que la convivencia en
las escuelas esté inmersa en los debates y tensiones que se viven en la sociedad en torno
a la diversidad personal y cultural. Por ello las políticas y las prácticas de inclusión
educativa se convierten, a pesar de su mayor dificultad en comparación con políticas más
orientadas hacia la selección y la homogeneidad del alumnado, en una de las estrategias
más poderosas para enseñar y aprender a convivir en la actual sociedad multicultural.
Hemos de reconocer, sin embargo, que la diversidad de alumnos en las escuelas y en
las aulas no es una garantía para la convivencia. Convivir exige algo más, mucho más, si
nos atenemos a su significado más profundo: que los alumnos se sientan reconocidos por
los otros, profesores y compañeros, como realmente son, respetados y valorados y
dignos de ser tenidos en cuenta. Convivir supone, por tanto, sentirse integrado en un
grupo de iguales y tener la oportunidad de establecer vínculos afectivos y de amistad con
los otros. El aislamiento, la marginación o la falta de reconocimiento y estima, no
digamos la violencia, el hostigamiento o el menosprecio, son incompatibles con el
proceso de convivencia en las escuelas.
La valoración por los otros de lo que somos o podemos llegar a ser permite construir
la propia autoestima, indispensable para aprender a conocer, pero también para aprender
a convivir. De estas experiencias positivas, en la escuela y fuera de la escuela, en
actividades extraescolares organizadas, con compañeros o en la propia familia, surgen
sentimientos indispensables para el bienestar personal: la confianza, la seguridad y la
lealtad. Lo son para garantizar un estilo de vida capaz de iniciativa, de ilusión, de
esfuerzo y de compromiso con los otros y con objetivos compartidos. Pero lo son
también para asegurar el desarrollo moral autónomo de los alumnos. La educación moral
debe basarse en el conocimiento, pero también en los sentimientos morales, que le
otorgan la sensibilidad y la constancia exigidas para conectar con las demandas sociales
y personales de los próximos, incluso de aquellos menos próximos, y mantener los
vínculos necesarios con ellos.
21
Aprender a ser
De la reflexión sobre los sentimientos morales nos adentramos en el cuarto de los
objetivos de la educación, que no puede entenderse desvinculado de los anteriores:
aprender a ser, que sitúa en primer plano la identidad personal, el proyecto vital y el
ejercicio de la ciudadanía.
La noción de ciudadanía es analizada en la actualidad desde muy diversas
perspectivas y desde modelos en ocasiones divergentes. Uno de los enfoques más
enriquecedores es el expuesto por Cortina (2006, p. 70) cuando propone la noción de
ciudadanía como hilo conductor para transmitir los valores en los que es preciso educar.
Los valores que componen la ciudadanía son, pues, los de la libertad entendida como independencia y
como participación, pero también como autonomía y no dominación; la igualdad en dignidad, que lleva
aparejadas exigencias de igualación políticas, cultural y económica; la solidaridad, sin la que es imposible
universalizar la libertad, dado que todo ser humano es débil y menesteroso en algún tiempo y forma de su
vida; el respeto activo hacia éticas de máximos diferentes a las que una persona mantiene, con tal de que
representen un punto de vista moral; y el diálogo para resolver conflictos y formar una voluntad común,
sabiendo que este diálogo tiene sentido en aquellas condiciones en las que no van a salir perjudicados con
él los peor situados.
Pero es necesario no olvidar que para el ejercicio de una ciudadanía responsable y crítica
es preciso disponer de los conocimientos y de las habilidades básicas que permiten la
reflexión y el análisis del entorno social. No es posible pensar en una educación cívica
coherente si al mismo tiempo no se aseguran las condiciones necesarias para que todos
los alumnos aprendan de acuerdo con sus posibilidades personales; no es posible la
autonomía y la libertad sin la capacidad de comprender el mundo y sus diferentes
opciones; y no son suficientes los derechos políticos si al mismo tiempo no se garantizan
los derechos culturales y sociales.
Enseñar a ser ciudadanos y conseguirlo en cada uno de los alumnos es la enorme
tarea de la educación. Un objetivo que exige al mismo tiempo contribuir a situar a los
alumnos en el plano moral y en el plano ético de su existencia (De la Taille, 2007). En el
plano moral, para que sean capaces de realizar aquellos juicios y acciones que
contribuyan a profundizar en el ejercicio de la ciudadanía. En el plano ético, para que
construyan una buena vida, una vida con significado, una vida que merezca la pena ser
vivida. ¿Cómo articular ambos planos, para que la vida que cada uno quiere tener y en la
que aspira a la felicidad contemple al mismo tiempo el compromiso con los otros, que
mueve a la responsabilidad y a la justicia?
En esta encrucijada se encuentra la educación. Tarea, pues, enormemente complicada
por la exigencia que supone. Pero tarea aún más complicada por las contradicciones en
las que se ve inmersa ante los modelos sociales que se presentan a los jóvenes,
escasamente coherentes con los objetivos que la propia sociedad exige a la educación.
¿Cómo educar en la justicia y en la solidaridad en una sociedad injusta e insolidaria? ¿O
cómo ayudar a construir una vida con sentido cuando la ausencia de significado es lo que
22
se manifiesta en buena parte de las acciones humanas con trascendencia social?
Recordemos de nuevo, finalmente, que la moral y la ética no son asuntos exclusivos
del conocimiento y del comportamiento. También la dimensión afectiva ha de estar
presente, pues determinados sentimientos y emociones están estrechamente relacionados
con la acción moral, como la confianza, la autoestima o la empatía. Aprender a ser
implica también aprender a convivir, de la misma manera que no es posible ser
ciudadano sin tener suficientes conocimientos y habilidades. Como de forma medida
explicita el informe Delors en una de las frases antes citada, aprender a ser integra los
diferentes aprendizajes que constituyen el conjunto de las misiones propias de la
educación.
Todo ello exige una sociedad que conecte con estos objetivos y que respalde los
esfuerzos del sistema educativo y de sus profesores para conseguirlo, lo que por
desgracia no se vislumbra en el horizonte inmediato. Es preciso, en consecuencia,
cambiar la sociedad para mejorar la educación, pero al mismo tiempo, con la misma
exigencia y compromiso, lograr una educación de mayor calidad y equidad para
transformar la sociedad. Ambas tareas son imprescindibles en estos tiempos de crisis en
beneficio de todos y de cada uno de los alumnos.
Las ideologías en la educación escolar
Diversidad de ideologías
Uno de los rasgos que caracterizan el ámbito educativo, como sucede en la gran mayoría
de aquellos que tienen connotaciones ideológicas, es la diversidad de valoraciones y de
alternativas que existen en su seno. No puede ser de otra manera por la pluralidad de
valores y de opciones que se manifiestan en la sociedad. Por ello, cuando se plantea la
reflexión sobre el sentido de la educación y sobre las mejores estrategias para enfrentarse
con éxito a los retos planteados, no es posible formular una única propuesta, capaz de
suscitar el acuerdo de la mayoría de la sociedad. Al contrario, existe una enorme
variedad de posiciones que solo por razones de economía del espacio y del tiempo puede
reducirse a un número limitado de ellas. Bien es verdad que de esta forma se gana en
capacidad de síntesis y en organización de la información, pero se pierde en variedad,
precisión y rigor.
El debate fundamental se centra en cómo encontrar el mejor equilibrio entre la
excelencia y la equidad, pues ambos conceptos expresan de manera sintética el
significado de la calidad de la enseñanza: excelencia como reflejo de los aprendizajes de
todos los alumnos con el fin de que sean capaces de conseguir un despliegue más
completo de sus posibilidades; equidad, como igualdad de opciones y de programas
educativos, como compensación de las desigualdades económicas y sociales, y como
reducción de las diferencias en el aprendizaje entre las escuelas y entre los alumnos 4 . La
23
apuesta por la excelencia tiene el riesgo de olvidar la protección de la equidad. Por el
contrario, la defensa firme de la equidad puede situar en un segundo plano alguna de las
claves que facilitan más altos niveles de excelencia. La esperanza de lograr este ansiado
equilibrio se asienta en que algunos países parecen haberlo conseguido si nos atenemos a
los datos del informe PISA, lo que parece ser debido a sus políticas educativas pero
también, y en gran medida, a su desarrollo económico, social y cultural.
Las distintas ideologías se sitúan, pues, en torno a esta dialéctica básica y en función
de su concepción de los objetivos de la educación, adoptan posiciones activas en relación
con la financiación de la escuela privada, el currículum, la oferta educativa, la
participación de la comunidad educativa, la autonomía de las escuelas y la elección de
centro por las familias, que pueden interpretarse en términos de la prioridad que otorgan
a la excelencia o a la equidad, o por el contrario, a la búsqueda de ambas metas a la vez.
La habitual polarización política en España en materia educativa ha conducido a que
aparezcan dos modelos enfrentados: los liberal-conservadores y los socialdemócratassocialistas. Los primeros se unen en torno a la defensa de la escuela privada, de los
valores tradicionales, de la elección de centro por parte de la familia, de la búsqueda de
la excelencia como criterio fundamental de referencia y de la desconfianza en el papel
del Estado para regular la educación. Los segundos centran sus valores en los que
aquellos olvidan: la escuela pública, los valores de la ilustración, la función del Estado
para organizar la enseñanza y asegurar los derechos de todos los alumnos, la igualdad en
el acceso a las escuelas, la inclusión y la equidad. Todo ello no impide que existan
diferencias en el seno de cada uno de ellos y también puntos de encuentro entre ambas
posiciones, caracterizadas en estas líneas por sus rasgos más llamativos.
Existen, pues, diferencias en cada uno de estos modelos que conviene tener en cuenta.
En el campo conservador operan dos tipos de ideologías: los estrictamente
conservadores, defensores de los valores tradicionales y de los modelos jerárquicos de la
enseñanza, y los liberales, deseosos de aplicar las reglas del mercado a la educación para
mejorar su calidad y su eficacia. En el campo socialdemócrata también puede realizarse
una doble distinción: unos apuestan sin reparos por la igualdad aun a costa de restringir
la autonomía de los centros, la capacidad de elección de los padres y la diversidad de
oferta de las escuelas, a los que denominaremos igualitaristas. Otros, en cambio, aceptan
una mayor flexibilidad y diversidad y se esfuerzan para que los procesos de evaluación,
autonomía, elección e identidad de las escuelas se incorporen en modelos equitativos: los
pluralistas.
La ideología conservadora
Los conservadores desconfían del presente y consideran que cualquier tiempo pasado fue
mejor: mejores profesores, mejores aprendizajes, alumnos bien dispuestos, escuelas con
orden y con autoridad. Atribuyen a los cambios sociales y a la pérdida de valores los
24
problemas que sufre la educación. En el caso de España, las leyes progresistas, en
especial la LOGSE, son contempladas como responsables del bajo nivel educativo de los
alumnos y de su falta de interés y de esfuerzo por el estudio y el aprendizaje. No solo las
leyes. También los esfuerzos innovadores de colectivos de profesores y las iniciativas
que ofrecen participación, cambio y conexión con los intereses de las nuevas
generaciones son vistos como una amenaza hacia los valores auténticos de la enseñanza.
Da la impresión de que no consideran necesario repensar los objetivos de la educación a
pesar de los profundos cambios científicos, tecnológicos y sociales que se están
produciendo.
La añoranza del pasado se orienta también a reforzar determinadas competencias
básicas de los alumnos, que son consideradas fundamentales: lectura, escritura y cálculo,
y cuyo abandono en los tiempos actuales está impidiendo un progreso continuo de los
alumnos en sus aprendizajes.
Los conservadores desconfían de los nuevos valores sociales y piensan que su
incorporación en la escuela puede conculcar la visión de la sociedad y de la persona que
pretenden transmitir a sus hijos en la familia. Por ello no creen que la escuela deba
asumir una especial responsabilidad en este campo, de ahí su oposición a la asignatura
de educación para la ciudadanía, y consideran que son las familias las principales
responsables de la educación en valores de sus hijos, por lo que defienden como un
principio inviolable la libertad de elección de las escuelas. En este punto especialmente,
aunque también en otros varios, la ideología conservadora comparte determinados
planteamientos con los liberales.
Sin embargo, los conservadores se apartan en otros puntos de los liberales: tienen
menos confianza en las leyes del mercado como estrategia principal para mejorar la
calidad de la enseñanza; son más sensibles a las repercusiones de sus iniciativas en el
ámbito de la igualdad; y consideran que una estable y similar organización de la
enseñanza debe extenderse tanto a las escuelas públicas como a las privadas.
Una escuela ordenada y eficaz, centralizada y jerarquizada, en la que cada sector
educativo ocupe el lugar que le corresponde, es uno de los modelos deseados por los
conservadores. De alguna manera se aproxima al escenario burocrático que la OCDE
formula como uno de los posibles en el futuro (OCDE, 2001). Esta inicial
correspondencia no quiere decir que todos los conservadores deseen este modelo, pues
hay quienes prefieren el liberal, ni que desde otras ideologías no haya también
defensores del modelo burocrático como opción preferida. Pero existe una estrecha
relación entre la desconfianza en el futuro y la búsqueda de un sistema educativo
ordenado y predecible, que impida aventuras que desdibujan lo que para ellos son los
auténticos objetivos de la enseñanza.
La ideología liberal
25
La ideología liberal se manifestó de forma clara en los años ochenta con el impulso de
los gobiernos de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher, con el apoyo de los organismos
internacionales y con el beneplácito de un sector de la sociedad que percibía la
insuficiencia de los modelos anteriores para transformar la sociedad. La crisis económica
de los años setenta había conducido a replantearse los enormes esfuerzos presupuestarios
destinados a la educación. Al mismo tiempo, había situado en el centro de los debates la
necesidad de mejorar la calidad de la enseñanza a través de una mejor gestión de los
recursos disponibles y de modelos basados en las leyes del mercado para conseguir de
manera más eficaz los fines propuestos.
La ideología liberal manifiesta un profundo desagrado ante la intervención del Estado
y con la reglamentación en la educación, y aspira a que las fuerzas que operan en el
mercado sean capaces de devolver al sistema educativo sus valores perdidos. De ahí su
preferencia por los centros privados, pues se adaptan mejor a los mecanismos de la
economía de mercado. Los liberales parten de una premisa sencilla: la educación debe
funcionar de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda: si algunas escuelas son
mejores, serán solicitadas por más familias, lo que movilizará al resto de las escuelas a
conseguir una aceptación similar. Aquellas escuelas que no sean atractivas, se irán
vaciando e incluso podrán llegar a cerrarse.
Para lograr esta competencia entre escuelas, los liberales proponen tres mecanismos
que han de estar estrechamente relacionados: la evaluación de los aprendizajes de los
alumnos como forma de conocer el valor de cada escuela; la información pública y
ordenada de estos resultados para que las familias los conozcan; y, finalmente, la libertad
de elección de escuela por parte de las familias para premiar a las buenas escuelas y
penalizar a las peores.
La escuela competitiva, bien gestionada, eficiente, en la que las familias como
consumidores sean quienes determinen lo que merece la pena continuar o lo que debe
desaparecer, y en donde haya una continua evaluación e información para facilitar la
elección de los padres, es el modelo al que aspira la ideología liberal. Posiblemente
contribuye a conseguir un sistema educativo eficiente, con menores costes económicos y
con una mayor variedad de oferta educativa. Pero provoca de forma simultánea dos
consecuencias inevitables. La primera, el hecho de que gran parte de las escuelas
reduzcan sus programas para orientarse a aquellas materias que van a ser evaluadas con
el fin de conseguir mejores resultados y lograr así la confianza de las familias. La
segunda, el incremento progresivo de la desigualdad educativa. La necesidad de lograr
buenos resultados en las evaluaciones conduce a que las escuelas seleccionen a aquellos
alumnos con mayores posibilidades de éxito académico. Las mejores escuelas,
normalmente aquellas cuya composición sociocultural de su alumnado es más elevada,
mantendrán su progresión, mientras que las escuelas con peores resultados, en gran
medida por el bajo nivel sociocultural de procedencia de sus alumnos, verán
incrementadas sus dificultades.
26
Los defensores del modelo liberal responden a estas críticas con el argumento de que
la libertad de elección de centro es para todos, lo que permitirá que los alumnos de las
zonas más desfavorecidas puedan acceder a las mejores escuelas. Sin embargo, los
estudios realizados sobre esta cuestión (OCDE, 1994) comprueban que los padres de
nivel cultural más alto son los que hacen mayor uso de las posibilidades de elección de
centro escolar y que la pretendida libertad apenas afecta a los sectores populares.
Además, no conviene olvidar que los costes complementarios de los centros concertados
ejercen un papel disuasorio para aquellas familias con menor nivel de renta. Lo que
sucede, además, es que el establecimiento de la libertad de elección de centro con
escasas restricciones suele conducir a que sean los centros los que seleccionen a sus
alumnos. Y normalmente los alumnos con problemas, o que proceden de ambientes
socioculturales menos estimulantes, no suelen ser seleccionados por los centros que
aspiran a obtener los mejores resultados en las evaluaciones externas.
La ideología igualitarista
Frente a la concepción liberal de la educación, los igualitaristas oponen su convicción de
que es necesario planificar el sistema educativo con la finalidad de asegurar una
educación pública de calidad para todos los alumnos, cualquiera que sea la escuela a la
que accedan. La defensa de la equidad en la educación es su principal referencia.
La ideología igualitarista refuerza los elementos compensadores para conseguir una
mayor igualdad entre todos los alumnos. Considera que las escuelas deben ser, o al
menos deben tender a ello, iguales en la práctica, por lo que observa con prevención las
propuestas de mayor autonomía de las escuelas en la gestión de sus recursos y en la
concreción del currículum, así como la posibilidad de que desarrollen proyectos
diferenciados. La libertad de elección de centro, en la medida en que fomenta la
competencia entre ellos, es contemplada con recelo, si no rechazada. Todas las escuelas
han de ser escuelas de calidad, por lo que la elección de las familias debe recaer en
aquellos colegios próximos a su residencia. De esta forma, se aseguran también las
relaciones del niño con sus compañeros de clase al término de su horario escolar.
La defensa de la escuela pública y su desconfianza de otros modelos de enseñanza es
otra de sus señas de identidad. Su principal convicción es que el sistema público de
enseñanza tiene que ser el referente principal de la educación escolar para garantizar
oportunidades similares para todos los alumnos. Solo de esta manera se podrá avanzar de
forma constante hacia modelos más avanzados de cohesión e inclusión social.
La ideología pluralista
Comparte con los igualitaristas la creencia en la educación como servicio público que
27
debe asegurarse a todos los alumnos, su confianza en las posibilidades de la oferta
pública, y su rechazo a la extensión de las reglas del mercado a los bienes educativos.
Sin embargo, intenta incorporar a los centros aquellas características que, desde esta
perspectiva y a diferencia de la ideología anterior, se considera que contribuyen a
mejorar la calidad de su funcionamiento: autonomía, variedad de proyectos y de oferta
educativa, evaluación, información, y reconocimiento de las posibilidades educativas de
la elección de centro por parte de los padres.
La ideología pluralista intenta encontrar un equilibrio entre las demandas de mayor
calidad, mayor variedad, mayor eficiencia y mayor margen de libertad que la sociedad y
las familias reclaman, con un firme compromiso con la equidad educativa. Posiblemente
en dos ámbitos específicos, en los que se producen mayores controversias entre las
diferentes ideologías, pueden verse con más claridad sus propuestas: en la autonomía y
en la elección de centro. En ambas se busca conjugar y equilibrar el buen
funcionamiento de la enseñanza con la equidad educativa.
La autonomía de las escuelas plantea, sin duda, un dilema que no puede soslayarse
(Marchesi, 2000). Si los centros tienen autonomía, habrá algunos que la utilicen mejor,
consigan más recursos, hagan una oferta más amplia de actividades y, en consecuencia,
garanticen una mejor educación a sus alumnos. Hay que apuntar que las escuelas que
pueden conseguir más recursos y ampliar su oferta educativa suelen ser aquellas que
escolarizan alumnos de clase media, que tienen por su contexto sociocultural mayores
posibilidades de aprendizaje, por lo que la autonomía de los centros puede convertirse en
un mecanismo que amplía las desigualdades iniciales que existen entre las escuelas y
entre los alumnos. El dilema se encuentra en que si se impide la autonomía de los
centros, se habrá privado a las escuelas de un potente mecanismo de innovación y de
progreso.
Sería importante reconocer al abordar este dilema que apenas existe autonomía en las
escuelas españolas: ni en la selección de los docentes, ni en su organización, ni en el
desarrollo del currículum, ni en la búsqueda de nuevos recursos, ni en la existencia de
proyectos diferenciados 5 . Por tanto, el dilema no parece que exista en la práctica. El
modelo educativo español coincide con el escenario burocrático al que hace mención la
OCDE: firme sistema educativo resistente al cambio, presiones hacia la uniformidad,
control y burocracia. Sin embargo, sería deseable una apuesta decidida de las
administraciones educativas por la autonomía, la diversidad y la innovación. ¿Cómo
evitar en este supuesto los efectos no deseados en relación con la equidad educativa?
Habría que prestar especial atención a los centros situados en zonas más problemáticas y
compensar con políticas activas sus posibles carencias: mayores recursos económicos,
mejores condiciones laborales a sus profesores, mayor cuidado para ampliar su oferta
educativa en horario extraescolar, especial atención a los alumnos con dificultades de
aprendizaje, desarrollo de programas sociales y culturales. Una vez cumplidas estas
condiciones, sería necesario evaluar el proceso educativo y los resultados obtenidos para
28
orientar futuras decisiones.
La elección de centro es otra de las principales controversias educativas. Para los
liberales, como ya se ha comentado, la posibilidad de que las familias elijan la escuela
que prefieran es la garantía que asegura la competencia entre ellas y el estímulo
necesario para mejorar la calidad de la oferta educativa. Por el contrario, para los
igualitaristas, permitir proyectos diferenciados de las escuelas y ampliar, en
consecuencia, las posibilidades de elección es un atentado contra la equidad educativa
porque la educación debe ser similar para todos los alumnos.
No queda más remedio que reconocer que si se ha apostado por la autonomía de las
escuelas, con todas las cautelas compensadoras necesarias, existirán proyectos
diferenciados y, por tanto, habrá familias que prefieran unos frente a otros, lo que
exigirá, por inevitable coherencia, que las familias tengan posibilidad de elección.
Además, una elección más comprometida y consciente de los padres es un buen punto de
partida para favorecer su participación en la escuela y para el desarrollo de proyectos
educativos susceptibles de recibir recursos complementarios de las administraciones
educativas, como se apunta en el capítulo posterior dedicado a la evaluación.
Desde la lógica pluralista, la autonomía de los centros es necesaria, y las
posibilidades de elección de los padres, también. ¿Cómo garantizar entonces la equidad
educativa, que corre el riesgo de desvirtuarse y de perderse ante el empuje de las
tendencias conservadoras y liberales en la educación en torno a la libertad de elección de
centro? La clave del equilibrio está en evitar que el apoyo a una elección responsable de
las familias se convierta en una selección de los alumnos por parte de las escuelas.
Es necesario recordar que en España la normativa permite una amplia libertad de los
padres para elegir el centro que desean para sus hijos. Cualquier familia puede llevar a su
hijo al colegio que quiera siempre que haya un puesto escolar libre. El problema aparece
cuando hay más familias demandantes que puestos escolares disponibles. Pero ya no hay
un problema de elección, sino de selección entre todos los que han solicitado el mismo
centro. Entonces, para mantener una equitativa distribución de los alumnos entre las
escuelas, es necesario establecer criterios comunes para todas ellas en el proceso de
admisión. La proximidad de la escuela al domicilio del alumno, los hermanos en el
centro y la renta familiar son criterios razonables y fáciles de objetivar. Debería evitarse
que otros criterios, dejados a la libre decisión de las propias escuelas, pudieran llegar a
subvertirlos.
Posiblemente la aplicación de estos criterios durante muchos años, junto al
fortalecimiento de las políticas compensadoras, es lo que ha conducido a que España se
encuentre entre los países con menos diferencias entre centros y, por tanto, con mayor
equidad, de acuerdo con los informes PISA (OCDE, 2011; 2014). Volveremos sobre
estos datos y sobre otros indicadores referidos a la calidad y a la equidad en los capítulos
siguientes.
29
El sentido de los pactos en la educación
¿Demasiadas leyes: discontinuidad educativa o ideológica?
La descripción de las ideologías presentes en la educación española y su diferente visión
de los elementos centrales del sistema escolar parece apuntar hacia la imposibilidad de
llegar a un acuerdo o pacto entre todas ellas. Sin embargo, desde la aprobación de la
LOGSE en 1990, han surgido múltiples voces y propuestas para lograr un pacto
educativo que diera estabilidad al sistema escolar y consiguiera de esa manera mejorar su
funcionamiento. La razón principal de esta demanda es evitar nuevas reformas por la
alternancia de partidos políticos en el gobierno con proyectos educativos diferenciados.
La opinión más extendida es que ha habido demasiadas leyes en los últimos años, lo que
produce desconcierto y desánimo en la comunidad escolar, y que es necesario acordar un
marco consensuado que evite su proliferación.
¿Es cierto que ha habido demasiadas leyes y cambios en las últimas décadas y que es
necesario en España un pacto educativo para dar estabilidad al sistema escolar? Y si
fuera necesario, ¿qué tendría que incluir?
Desde nuestro punto de vista, no ha habido un número excesivo de leyes educativas,
si bien los cambios impulsados cuando se ha producido una alternancia en el gobierno
han sido importantes. En 1985 se aprueba definitivamente la LODE, vigente todavía en
sus propuestas básicas referidas al derecho a la educación, la financiación y planificación
de la enseñanza, la admisión de alumnos y la participación de la comunidad educativa.
En 1990, el Parlamento sanciona la LOGSE, en la que se establecen nuevas etapas
educativas, un nuevo sistema de formación profesional, un determinado modelo
curricular en un Estado descentralizado y una serie de preceptos para mejorar la calidad
de la enseñanza. Sus propuestas fundamentales continúan vigentes en la actualidad,
modificadas en 2006 por la LOE para resolver los errores o desajustes que su aplicación
iba poniendo de manifiesto.
La LOMCE, sin embargo, aprobada en 2013, supone un cambio radical en la
orientación ideológica de la educación y un proyecto de ampliar la liberalización de la
educación intentada en 2002 con la LOCE, pero frenada antes de iniciarse por la llegada
de los socialistas al gobierno en 2004. No se cambian las etapas educativas, ni la
organización de los centros, ni la mayoría de los contenidos educativos, sino que se
establecen unos principios y unas normas que invierten el sentido de la enseñanza: a
partir de un modelo inclusivo, progresivo y atento a la diversidad de los alumnos, se
pretende impulsar otro competitivo, selectivo y diferenciador de centros y de alumnos 6 .
Hasta 2013 ha habido continuidad legislativa: los contenidos de enseñanza en la
mayoría las materias en las dos últimas décadas han sido muy similares. Los profesores
tendrían que enseñar prácticamente lo mismo si, y aquí está la clave del desasosiego de
muchos docentes, las demás variables se hubieran mantenido constantes. Pero no ha sido
así: ha cambiado la sociedad, la tecnología, los alumnos y la cultura, y las
30
transformaciones seguirán produciéndose a un ritmo cada vez más vertiginoso. Todo ello
provoca un enorme impacto en la enseñanza, lo que exige nuevas formas de enseñar y
también una normativa específica, de menor rango que una ley, que oriente los cambios
necesarios. Como acabamos de apuntar, la continuidad educativa desde 1990 se rompe
en 2013 con la aprobación de la LOMCE, lo que pone de manifiesto la enorme dificultad
de llegar a puntos de acuerdo entre posiciones ideológicas enfrentadas.
Contenido y condiciones del pacto educativo
¿Quiere esto decir que no es posible un pacto por la distancia que existe entre las
ideologías presentes en la educación, expresión de valores y de modelos diferentes de la
sociedad? Sería deseable por la necesidad de enfrentarse a los nuevos retos educativos
con el máximo de energía y decisión. Lo que hay que analizar también al abordar el tema
del pacto es el contenido del mismo y el tipo de condiciones que lo hacen posible.
Un acuerdo educativo debe permitir reducir el enfrentamiento y la desvalorización de
la labor educadora, abrir nuevas perspectivas, abordar las principales reformas
pendientes y evitar la coartada para el derrotismo y la apatía ante la ausencia de acuerdos
o por la añoranza de alternativas diferentes a las existentes. Pero aún es más positivo si
el acuerdo se articula en torno a determinados puntos básicos difíciles de lograr si no
existe un amplio consenso en torno a ellos: el sistema de acceso a la profesión docente,
el diseño de una carrera profesional atractiva y exigente, los compromisos a medio plazo
con la financiación del sistema educativo, el enfoque curricular, los sistemas de
cooperación entre diferentes instituciones o sectores sociales, y las políticas activas para
reducir el abandono escolar y aumentar la participación de los jóvenes en el sistema
educativo. Habría otros temas que sería también importante acordar, más vinculados a la
equidad del sistema educativo que a su calidad: la planificación de la enseñanza y la
financiación de las escuelas con fondos públicos, el sistema de elección de centro, los
modelos de evaluación y el equilibrio entre la comprensividad y la diversidad en la
educación obligatoria. Hay que señalar que en estos últimos temas se diferencian y
confrontan las distintas ideologías presentes en la educación, por lo que habría que
encontrar puntos de equilibrio que evitaran la imposibilidad del acuerdo.
Nos adentramos, pues, en las condiciones que hacen posible el pacto. La experiencia
demuestra que hay dos que parecen imprescindibles. La primera, la voluntad del acuerdo
y el convencimiento de que un pacto, aunque sea limitado, es positivo para la educación
pues dinamiza voluntades y compromisos y garantiza la sostenibilidad de los cambios.
La segunda, que un pacto de estas características no supone abdicar de las propias
concepciones ni dejar de orientar la política educativa de acuerdo con ellas, sino destacar
aquellos puntos de encuentro que favorecen la mejora de la calidad y de la equidad
educativa.
Desgraciadamente, la LOMCE ha buscado más la confrontación que el pacto
31
educativo. Su estricta aplicación del modelo liberal-conservador en todos los temas
controvertidos (enseñanza de la religión, separación de los alumnos en el último año de
la educación básica, exigencia de una prueba externa para obtener el título de la ESO y
poder continuar los estudios de Bachillerato, enseñanza del castellano de Cataluña,
subversión de la prioridad de la enseñanza pública en relación con la privada en la
planificación de la enseñanza), sin tender puente alguno a las concepciones alternativas,
pone de relieve su escaso interés por cualquier tipo de acuerdo. Habrá que esperar
tiempos mejores para acuerdos políticos mayoritarios entre sensibilidades ideológicas
diferentes.
1 Véase gráfico 2.4 en el capítulo 2.
2 Algunas propuestas con esta orientación se plantean en los capítulos siguientes.
3 En los capítulos 8 y 9 se retoman estos objetivos de la educación desde su concreción en el aula.
4 Una forma posible de definir la calidad es en términos del logro conjunto de los dos indicadores básicos a los
que remite tanto la excelencia como la equidad en el aprendizaje de los alumnos. Otra forma de hacerlo es
analizando las dimensiones que hacen posible este logro: los docentes, el currículum, el liderazgo educativo, la
evaluación, la oferta educativa, el sistema de elección escolar, la atención a la diversidad de los alumnos, los
modelos de inclusión y las políticas compensatorias, por citar alguna de sus dimensiones principales. Todos estos
factores de la calidad se analizan en los capítulos siguientes.
5 La LOMCE abre nuevas posibilidades para la autonomía de los centros pero con graves riesgos para la equidad
educativa. En el capítulo 4 se valoran algunas de las propuestas más relevantes de esta ley. En el capítulo 6 se
exponen algunos datos sobre el nivel de autonomía en las escuelas españolas en comparación con otros países.
6 Al final del capítulo 4 dedicado al cambio educativo se analizan las principales orientaciones de la LOMCE.
32
CAPÍTULO 2
CALIDAD DE LA ENSEÑANZA
La calidad de la enseñanza en las últimas décadas
Los años del optimismo educativo y la desconfianza posterior
La década de 1960, una vez terminada la reconstrucción de los países después de la
Segunda Guerra Mundial, está marcada por la confianza en la educación para conseguir
una mayor igualdad entre todos los ciudadanos y por el incremento de los recursos
públicos destinados a esta meta.
El principal objetivo fue garantizar un puesto escolar para todos los alumnos, pues se
había producido un enorme crecimiento demográfico al término de la guerra, y extender
la educación obligatoria hasta los 15 o 16 años. En buena parte de los países, sobre todo
en los anglosajones y en los del norte de Europa, los cambios se orientaron hacia
modelos de enseñanza comprensivos, en los que existía un currículum común en toda la
educación básica y obligatoria. En estos países, la enseñanza comprensiva fue
considerada una de las estrategias más poderosas para conseguir la igualdad de
oportunidades para todos los alumnos y reducir de esta manera las desigualdades
sociales.
La confianza en la capacidad de la educación para avanzar en una mayor igualdad
social contribuyó también a impulsar nuevos proyectos, especialmente los relativos a las
políticas de educación compensatoria. Los programas Head Start desarrollados en
Estados Unidos bajo el mandato del presidente Johnson se convirtieron en un buen
ejemplo de cómo abordar las desigualdades en la educación a través de un buen número
de programas con diferentes enfoques y tiempos de duración destinados a las minorías
étnicas y a los colectivos sociales más desfavorecidos.
El optimismo sobre la capacidad transformadora de la educación fue poco a poco
desvaneciéndose. No sería desacertado señalar tres hechos que contribuyeron a ello de
forma notable. El primero fueron los estudios de Coleman et al. (1967) y de Jenks et al.
(1972). Después de controlar la influencia del origen étnico y del estatus
socioeconómico de las familias, la investigación de Coleman concluyó que el conjunto
de las variables educativas estudiadas solo explicaba el 10% de la varianza de los
resultados obtenidos por los alumnos. Cinco años más tarde, el nuevo informe de Jenks
corroboró las conclusiones de Coleman y señaló tres razones para explicar la
incapacidad de las escuelas para reducir las desigualdades: mayor influencia de la
33
familia, la televisión y la calle que de la escuela; los cambios apenas modifican las
relaciones profesor-alumno en el aula; incluso cuando la escuela influye en sus alumnos,
estos cambios no se mantienen en la edad adulta.
El segundo de los golpes a la confianza en la educación se produjo a partir de las
evaluaciones sobre los programas de educación compensatoria. En general, la mayoría
de ellas apenas confirmaron pequeños progresos en los participantes, que se reducían
aún más con el paso del tiempo. Solo los programas de larga duración y en los que
participaban las escuelas y las familias de los alumnos pusieron de manifiesto ventajas
claras para los participantes en sus competencias escolares y en su posterior integración
social.
Tal vez el mazazo definitivo fue debido a la crisis económica que se inició a partir de
1973. La recesión económica produjo un incremento de la deuda pública y del
desempleo, lo que obligó a reorganizar la distribución del gasto. La educación no podía
continuar siendo una prioridad en los escasos recursos disponibles. Era necesario utilizar
mejor los ya existentes para hacer frente a los nuevos retos. Calidad de la enseñanza y
mejor preparación de los jóvenes para su incorporación al mercado laboral fueron las
nuevos objetivos. Una mayor eficiencia se convirtió en la estrategia prioritaria. Había
que lograr los objetivos educativos exigidos por los cambios económicos y sociales con
menores recursos económicos. La crisis económica de los años setenta entronizó el
concepto de calidad educativa ligado a la buena gestión. La defensa de la igualdad quedó
relegada a un segundo plano. El giro conservador se consolidó en los años ochenta con el
impulso de las políticas neoliberales por los presidentes Bush y Thatcher.
Las políticas liberales de los años ochenta y las nuevas preocupaciones
Las políticas impulsadas principalmente en los países anglosajones durante esta década
han tenido y continúan teniendo un enorme impacto en la educación. Sus características
principales han sido expuestas en el capítulo anterior al hacer referencia a la ideología
liberal: evaluación de las escuelas, información de los resultados a las familias,
competencia para atraer a los mejores alumnos, libertad de elección de centro, apoyo a
los mejores y presión y exigencia a los que obtienen peores resultados. La calidad desde
esta perspectiva se concentra fundamentalmente en los resultados que obtienen los
alumnos en las pruebas externas. El resto son las estrategias elegidas para conseguir
mejorar los resultados de las escuelas y, por tanto, su calidad.
Este tipo de políticas, aplicadas en situaciones de reducción presupuestaria, se ha ido
extendiendo progresivamente a la gran mayoría de los países desarrollados y ha marcado
la agenda educativa y sus prioridades durante varias décadas. El énfasis en las
evaluaciones ha conducido al desarrollo de pruebas estandarizadas. La necesidad de una
mejor gestión de las escuelas ha propiciado, por una parte, procesos de descentralización
y, por otra, el énfasis en la autonomía de las escuelas y en la importancia de una gestión
34
eficiente de sus recursos. Descentralización, autonomía y gestión constituyen, junto con
la estandarización, otros tantos procesos claves que han orientado buena parte de las
políticas públicas durante estas décadas. Y si finalmente se incluye la defensa de la
libertad de elección de escuela, se habrá completado el círculo liberal de la educación y
sus estrategias principales para mejorar la calidad.
Progresivamente, nuevas demandas y exigencias se han planteado a la educación. La
globalización de la economía, el desarrollo tecnológico, los cambios en el mercado
laboral, las transformaciones sociales y familiares, el nuevo papel de la mujer en el
mundo del trabajo y en la sociedad, los movimientos migratorios y el creciente
pluralismo ideológico y moral no podían dejar indiferentes al sistema educativo ni a las
tareas de los docentes. Como afirmó Lesourne (1988, p. 227, ed. cast.) en el informe
encargado por el ministro de Educación de Francia para preparar la reforma del sistema
educativo:
Es posible que esté en gestación una nueva sociedad: una sociedad saturada de información, impregnada de
ciencia y de técnica, abierta sobre el mundo; una sociedad caracterizada por la diversidad de situaciones
individuales…, marcada por la variedad de su ritmo…, una sociedad ávida de capacidades en perpetua
renovación… Una sociedad que también podría llamarse sociedad de educación o de formación… Para
esta nueva sociedad va a tener que emerger un nuevo sistema educativo.
El mensaje contenido en estas líneas, en el que se avisa de la posibilidad de una nueva
sociedad, tiene hoy, más de veinte años después, toda su vigencia. Solo puede hacerse
una salvedad: los cambios sociales previstos, que se han acelerado en estos últimos años,
no se han visto acompañados por reformas educativas con la misma velocidad e
intensidad.
Las paradojas de la sociedad posmoderna
Las transformaciones sociales e ideológicas que se iniciaron en la década de 1970
cristalizaron unos años después en una nueva manera de entender la condición humana y
su visión de la vida, de la sociedad y del mundo: la posmodernidad. Frente a los valores
del progreso, la razón, la ciencia y el orden que definen la modernidad, se levantaron
otros diferentes, propios de la situación posmoderna: la incertidumbre, la inseguridad, la
flexibilidad, el relativismo y la ambigüedad.
La pregunta que se han planteado los investigadores (Hargreaves, 1994) es cómo
afecta la situación posmoderna a la educación, en especial a la organización de las
escuelas y al trabajo de los profesores. Las respuestas se han orientado hacia dos
alternativas antagónicas, que tienen una estrecha relación con dos de los escenarios
anticipados por la OCDE y descritos en el capítulo anterior: el refuerzo de la burocracia
en el sistema educativo y en las escuelas ante la inseguridad que provocan los cambios, y
la apuesta por organizaciones escolares flexibles adaptadas al contexto y a la diversidad
de situaciones y del alumnado.
35
Victoria Peralta (2010) ha concretado en el currículum de la educación infantil las
tensiones que se viven en la educación entre la modernidad y la posmodernidad. Señala
en primer lugar la paradoja actual entre unos mensajes públicos, que defienden una
educación infantil abierta y actualizada, y los programas existentes, fuertemente
estructurados y homogéneos, en los que apenas es posible su adecuación al contexto en
el que los niños se desarrollan. Sería necesario, afirma, modificar la situación actual para
que las instituciones y los educadores valoren los contextos, las culturas y los sentidos
locales y reconozcan la diversidad existente sin dejar de reconocer y valorar al mismo
tiempo las tendencias nacionales y globales que nos rodean. Parece necesario avanzar en
el diseño y el desarrollo de currículums que no sean solamente la aplicación de lo ya
elaborado por otros, sino que se construyan desde la realidad social y cultural en la que
viven los niños y las niñas e incorporen estrategias y adaptaciones para favorecer la
inclusión de todos ellos. Este proceso sería un buen indicador de la calidad de la
educación.
Estas reflexiones referidas a la educación infantil podrían extenderse, con las
adaptaciones necesarias en función de sus objetivos específicos y de la edad de los
alumnos, a los demás niveles educativos. Los currículums tienden a ser excesivamente
estructurados, homogéneos y comunes. Y la evaluación de los logros o de las
competencias de los alumnos sigue los mismos parámetros, sea cual sea el contexto
sociocultural mayoritario de la escuela. Casi nada de lo que se predica de la nueva
sociedad —incertidumbre, complejidad, diversidad, flexibilidad, subjetividad,
multiplicidad de perspectivas, particularidades temporales y espaciales— se aplica a la
construcción y desarrollo del currículum 1 .
Las reflexiones sobre el currículum podrían ampliarse también a las funciones
establecidas para los docentes y al trabajo que realizan. La tentación es mirar hacia el
pasado y buscar en sus certezas ya periclitadas la confianza que la sociedad está
disolviendo. La solución, sin embargo, es salir al encuentro de las transformaciones
sociales e incorporarlas en la enseñanza como la única alternativa válida que permite
alcanzar los objetivos de la educación en estos tiempos de desasosiego. Pocos los han
expresado tan bien como Andy Hargreaves (1994, p. 287, ed. cast.), en un libro escrito
hace veinte años pero que conserva toda su vigencia en la actualidad:
Los profesores saben que su trabajo está cambiando, al mismo tiempo que el mundo en el que se
desenvuelven. En la medida en que las actuales estructuras y culturas de la enseñanza se dejan tal cual
están, la tarea de responder a estos cambios complejos y acelerados desde el aislamiento solo creará
mayores sobrecargas, intensificación, culpabilidad, incertidumbre, cinismo y abandono pasivo […]. A
medida que las escuelas ingresan en el era postmoderna, algo habrá que hacer. Quizás sea con respecto al
aprendizaje en el aula, cuando los profesores se multipliquen y el currículum se amplíe cada vez más para
apenas conseguir hacer frente a más y más exigencias. Quizás sea en relación con la salud, la vida y la
energía de los profesores, cuando vayan siendo aplastados bajo las presiones de los múltiples cambios
ordenados. O quizás sea en relación con las estructuras y culturas básicas de la escolarización, reinventadas
para los fines del mundo postmoderno y las presiones que hay que afrontar […]. Las reglas del mundo
están cambiando. Es hora de que las reglas de la enseñanza y del trabajo de los docentes varíen con ellas.
36
Calidad de la educación en la sociedad de la información y del conocimiento del siglo
XXI
La explosión de la sociedad de la información ha vuelto a zarandear a la educación y está
obligando, esta vez parece que de forma definitiva, a replantear los objetivos de la
enseñanza, la organización de las escuelas, el trabajo de los profesores, y la forma de
aprender de los alumnos de manera muy diferente.
La primera conclusión que se deriva de este profundo cambio, como ya se ha
señalado en el capítulo anterior, es que el aprendizaje y las relaciones sociales no se
producen solamente en la escuela, sino fuera de ella; no solo en los entornos familiares y
presenciales, sino también en los virtuales. La información fluye sin descanso y hay cada
vez mayores posibilidades de conocer y de expresarse de forma activa e independiente.
El modelo del aprendiz pasivo que espera la información, las tareas y las exigencias del
profesor es una reliquia del pasado en comparación con la iniciativa y actividad de los
mismos alumnos en la red.
Esta perspectiva ha conducido a poner en primer plano la adquisición por parte de los
alumnos de determinadas competencias como referente principal de la enseñanza.
Progresivamente, el concepto de competencia se ha ido extendiendo hacia el resto del
sistema educativo. El establecimiento por la Unión Europea de determinadas
competencias básicas, más tarde incorporadas en la legislación española (LOE), supuso
un respaldo fundamental. El hecho de que el informe PISA se oriente hacia la evaluación
de las competencias de los alumnos en determinadas áreas de conocimientos y no hacia
los contenidos establecidos en los currículums (tarea por otra parte casi imposible por la
diversidad curricular en los países participantes) contribuyó también a otorgar una mayor
relevancia a las competencias en la enseñanza.
Habría que valorar si la incorporación de las competencias en los referentes de la
enseñanza y de la evaluación en las leyes de los países y en las propuestas de los
organismos internacionales ha modificado la práctica de la enseñanza en las aulas de
nuestros centros docentes. No hay suficientes datos para contrastarlo, pero al analizar los
sistemas de evaluación utilizados por los profesores españoles y por las comunidades
autónomas, así como los indicadores del progreso educativo de los alumnos en los
últimos años, da la impresión de que casi nada ha cambiado todavía. Tal vez sea
demasiado pronto, pues los cambios en la educación exigen más tiempo del deseado,
pero los contenidos tradicionales del currículum, aunque se enseñen cada vez más a
través de las TIC, siguen siendo el referente fundamental de la enseñanza y de la
evaluación de los aprendizajes de los alumnos. La sociedad, los objetivos educativos y
los significados del aprendizaje cambian, pero no se manifiesta una similar
transformación en las prácticas pedagógicas y en los modelos de evaluación. En el
capítulo 8, dedicado al currículum y a la evaluación de los alumnos, se desarrollan con
mayor profundidad estos temas.
37
En un mundo en el que se premia la creatividad, la innovación, el trabajo en equipo,
la capacidad de buscar información y de aprender por uno mismo, parece necesario no
solo impregnar la enseñanza de estas cualidades, sino de transformarla para que formen
parte de sus objetivos básicos. Pero si cada vez más se aprende fuera de la escuela, es
preciso dotarse de nuevas formas de organización escolar capaces de ampliar las
relaciones, buscar nuevos aliados y establecer redes entre diferentes escuelas que
compartan proyectos similares. Surge, pues, la imperiosa necesidad de docentes
competentes para hacer frente con seguridad a estos nuevos desafíos, pero también de un
nuevo tipo de liderazgo, capaz de fortalecer a la institución escolar y crear una cultura
del cambio en la que los docentes encuentren el apoyo y la confianza que necesitan 2 .
Al final de este recorrido histórico, dos escenarios organizativos se han quedado
frente a frente: la modernidad, la burocracia, la disciplinariedad y la organización
homogénea, frente a la flexibilidad, la posmodernidad, la interdisciplinariedad, la
adaptación al contexto y al alumno y la innovación en la enseñanza y en la evaluación.
En ambos sigue latiendo la búsqueda de la calidad educativa, con alcances y significados
muy diferentes. En ambos, también, ha ido perdiendo fuerza la defensa de la igualdad y
de la inclusión educativa, un tema que se tratará en el capítulo siguiente.
El ambiguo significado de la calidad educativa
Este viaje por los cambios educativos en las últimas décadas nos manifiesta que el
significado de la calidad de la enseñanza ha ido modificándose a lo largo del tiempo por
la confluencia de dos factores principales que a su vez no son independientes: los
cambios económicos y sociales por una parte y las ideologías dominantes por otra. El
impacto de ambos factores en los sistemas educativos de cada país se ha incrementado o
reducido en función de otras muchas variables: su historia educativa, las reglas de juego
establecidas en la educación, el papel de los sindicatos de profesores, los recursos
existentes, las prioridades políticas o, incluso, los valores sociales subyacentes, con
mayor peso en ocasiones que la ideología política dominante. Sirvan de ejemplo las
dificultades de los gobiernos socialistas para extender la educación pública frente a la
educación privada o concertada, o los frenos sociales a la implantación de la ideología
educativa liberal en los gobiernos del Partido Popular antes de la aprobación de la
LOMCE en 2013.
Lo que parece claro es que la referencia a la calidad de la enseñanza es el lema de
unos y de otros, de los conservadores y de los progresistas, de las familias y de los
profesores, de los ministerios de Educación y de los organismos internacionales.
Demasiadas coincidencias para poder establecer con precisión el significado del término.
No es extraño, por ello, que el término «calidad de la enseñanza» aparezca por doquier
con múltiples significados. Por ello, puede ser útil en este momento incorporar nuevas
aportaciones procedentes de la investigación empírica que permitan establecer los
38
principales indicadores de calidad que han sido detectados y proponer a continuación
una definición tentativa de la calidad de la enseñanza.
Las investigaciones de las escuelas eficaces
Como ya expusimos al comienzo del capítulo, a finales de los años sesenta empezó a
extenderse en los círculos académicos un creciente pesimismo sobre las posibilidades de
la educación para transformar a la sociedad y conseguir una mayor igualdad entre las
personas. El informe Coleman, que constató el escaso impacto de la educación en la
reducción de las brechas académicas entre los alumnos, y las teorías de la reproducción,
que difundieron la visión de que el modelo educativo reflejaba y perpetuaba las
desigualdades sociales, tuvieron mucho que ver con esta valoración.
Frente a esta perspectiva sociológica, en los años setenta aparecieron otros estudios
con raíces psicológicas y educativas que reivindicaron el papel activo de la escuela: «la
escuela importa» y «la escuela marca las diferencias» fueron algunos de los mensajes
que transmitieron y que resumen bien su posición beligerante frente al determinismo
social. Las investigaciones de Rutter et al. (1979) y de Mortimore et al. (1988) son el
contrapunto de las de Coleman y Jenks.
El denominado movimiento por las escuelas eficaces se orientó hacia los resultados
de los alumnos y hacia el estudio de las variables relativas a la organización y al
funcionamiento de las escuelas que pudieran explicarlos. Progresivamente ampliaron el
campo de sus preocupaciones hacia la instrucción en el aula y hacia modelos más
generales que incluyeran los diferentes niveles que intervienen en la enseñanza y en el
aprendizaje de los alumnos. Gracias a ellos se desarrollaron técnicas estadísticas de
análisis multinivel que han permitido el tratamiento integrado de los datos obtenidos y
han abierto las puertas a nuevos desarrollos en el campo de la educación. Hay que
destacar el progreso en el análisis del valor añadido de las escuelas, que permite
comprobar el efecto de la enseñanza en los resultados que obtienen sus alumnos a lo
largo del tiempo en función de su contexto social y del nivel inicial de sus
conocimientos.
Este tipo de investigaciones han avanzado en la comprobación de los procesos más
directamente responsables de los resultados académicos de los alumnos. La tabla 2.1
(Teddlie, 2010) presenta una síntesis de los factores y procesos asociados a la eficacia
escolar. Como se puede comprobar, pocos factores quedan fuera de los propuestos. La
pregunta inmediata es el peso relativo de cada uno de ellos en el aprendizaje de los
alumnos. Y por desgracia, la respuesta es todavía ambigua e inconclusa, excepto en
alguna de las variables relacionadas con la instrucción en el aula.
TABLA 2.1 Correlatos, factores y/o procesos asociados con las escuelas eficaces
39
Correlatos originales,
Edmonds (1979)
Procesos y subcomponentes de
escuelas eficaces, Reynolds y
Teddlie (2000)
Factores del nivel de escuela, Marzano
(2003, 2007)
1. Liderazgo fuerte
1. Procesos de liderazgo
efectivo
a. Firme y propositivo
b. Implicar a otros en el
proceso
c. Mostrar liderazgo
instruccional
d. Control frecuente y
personal
e. Seleccionar al equipo
docente
1. Colegialidad y
a. Liderazgo
b. Cooperación
2. Énfasis en la adquisición
de habilidades básicas de
los estudiantes
2. Desarrollar y mantener un
foco constante en el
aprendizaje
a. Centrado en lo académico
b. Maximizar el tiempo de
aprendizaje escolar
2. Garantizar un currículum viable
a. Oportunidad
b. Tiempo
3. Clima ordenado que se
orienta hacia el
aprendizaje
3. Crear una cultura escolar
positiva
a. Crear una visión positiva
b. Crear un ambiente
ordenado
c. Subrayar el refuerzo
positivo
3. Ambiente seguro y ordenado
4. Expectativas altas hacia
los estudiantes
4. Crear expectativas altas
(y apropiadas) para todos
a. Para los estudiantes
b. Para el equipo docente
4. Metas retadoras y feedback efectivo
a. Presión de logro
b. Supervisión
5. Supervisión frecuente del
progreso del alumnado
5. Supervisión del progreso en
todos los niveles
a. En el nivel escolar
b. En el nivel del estudiante
5. Implicación de los padres y de la
comunidad
6. Implicar a los padres de
forma productiva y
apropiada
a. Evitar influencias
negativas
b. Impulsar interacciones
positivas con los padres
7. Procesos de enseñanza eficaz
a. Maximizar el tiempo
escolar
b. Éxito en el agrupamiento
y en la organización
40
7. Marzano incluye en el nivel del profesor
los factores de estrategias
instruccionales y gestión del aula
c. Mostrar las mejores
prácticas de enseñanza
d. Adaptar la práctica a la
especificidad del aula
8. Desarrollar las competencias
de los docentes en la escuela
a. Basadas en cada escuela
b. Integradas con el
desarrollo profesional
9. Subrayar las
responsabilidades y los
derechos de los estudiantes
a. Responsabilidades
b. Derechos
Los estudios sobre las escuelas eficaces han tenido algunos méritos indudables: elevar
el valor del papel de las escuelas y de los profesores; comprender que la escuela es la
principal unidad de cambio; orientar determinados programas para su mejora; detectar
algunas variables relevantes e insistir en la importancia de los procesos de instrucción en
el aula, por citar algunos de los más importantes.
Han tenido algunos olvidos también llamativos, que intentan ser superados: la escasa
importancia otorgada al contexto social y cultural de las escuelas y de los alumnos; la
reducción de los resultados a las puntuaciones sobre las materias estudiadas con el
consiguiente abandono de otros objetivos de la educación; y el escaso reconocimiento de
que no todos los factores afectan por igual a las escuelas, sino que su influencia depende
de otros factores sociales, culturales y personales asociados al centro escolar.
Estas investigaciones han favorecido también el desarrollo de un potente movimiento
orientado a la mejora de las escuelas, aunque sus relaciones han pasado de la distancia en
los primeros años a la confluencia en los más recientes. No hay que olvidar que los
teóricos de las escuelas eficaces se situaban en una perspectiva investigadora, con
análisis cuantitativos y con un control de las variables estudiadas. Por el contrario, el
movimiento para la mejora de la escuela se orientaba hacia la práctica, con una
metodología cualitativa y con el objetivo principal de mejorar la acción educadora.
Ahora existe una mayor relación por el interés de la tradición de las escuelas eficaces por
conocer los procesos de cambio e incorporar todo tipo de aportaciones. A su vez, los
programas de mejora parten cada vez más del conocimiento aportado por las
investigaciones sobre las escuelas eficaces.
Calidad y resultados académicos de los alumnos
Y entonces, ¿qué puede entenderse por calidad de la educación? ¿Estará referida su
definición a los resultados de los alumnos, como tal vez da a entender el informe PISA?
41
¿Tendrán que utilizarse como referencia principal los cuatro pilares del aprendizaje que
incorpora el informe Delors? ¿O son más bien los factores que se comprueban en los
estudios de las escuelas eficaces los principales responsables de la calidad educativa? Y
al final, ¿de quién es principalmente la responsabilidad de la calidad de la enseñanza: de
la sociedad, de las leyes y de la gestión del sistema educativo, de las escuelas, de los
profesores, de los padres o de los alumnos?
Una de las creencias más extendidas es que los resultados de los alumnos se
convierten en el indicador principal del funcionamiento del sistema educativo porque en
ellos se concentran el quehacer de los diferentes niveles implicados en la educación:
administraciones públicas, escuelas y profesores. De alguna manera supone un atajo para
resumir en un indicador cuantitativo, que además permite la comparación entre países,
regiones y escuelas, la complejidad de la educación.
Los informes PISA abren el camino a esta interpretación. Hay que señalar, sin
embargo, que el enfoque de la OCDE es más matizado y apuesta por un significado de la
calidad más amplio y equilibrado al conjugar en su definición los dos indicadores
principales que evalúa: la excelencia, entendida como el progreso de todos los alumnos
en las competencias académicas, y la equidad, que expresa una mayor igualdad entre
escuelas y un menor peso de los factores socioculturales en los conocimientos de los
alumnos. La calidad es, por tanto, expresión directa de estos indicadores y expresión
indirecta de aquellos factores que los facilitan o dificultan.
Sin embargo, no es sencillo tener en cuenta todos estos indicadores y factores cuando
se intenta reflejar la calidad de un sistema educativo o de una escuela, lo que aún es más
difícil en modelos de evaluación mucho menos sofisticados y completos que PISA.
Cuando los resultados de los alumnos se convierten en el indicador fundamental y casi
único de la calidad de la enseñanza, la información proporcionada se enfrenta a cuatro
importantes riesgos: la dificultad de controlar el contexto social y cultural en el que se
desenvuelve el proceso educativo, bien en un país o en una escuela concreta; la falta de
referencia de los cambios realizados a lo largo del tiempo, lo que permitiría una
valoración más acertada; el olvido de otro tipo de indicadores también relevantes, como
los referidos a la equidad o a la educación en valores; y, finalmente, la ausencia de datos
sobre los factores relativos a los procesos educativos que pueden tener una especial
repercusión en los resultados manifestados por los alumnos.
Visión integral de la calidad de la enseñanza
La definición de calidad avanzada por Mortimore (1991) hace más de veinte años apunta
a superar estas limitaciones.
La escuela de calidad es aquella que promueve el progreso de los estudiantes en una amplia gama de logros
intelectuales, sociales, morales y emocionales, teniendo en cuenta su nivel socioeconómico, su medio
familiar y su aprendizaje previo. Un sistema escolar eficiente es el que maximiza la capacidad de las
42
escuelas para alcanzar estos resultados. Lo que supone adoptar la noción de valor añadido de la eficacia
escolar.
Hay que reconocer que el tiempo transcurrido no ha privado de atractivo y de equilibrio
a esta propuesta, en la que se reflejan las mejores aportaciones de las escuelas eficaces.
Pero tal vez sea posible una propuesta algo más completa, que incluya también un
referente a la equidad educativa, indisociable, desde nuestro punto de vista, de la calidad.
Y para ello deberían de tenerse en cuenta los factores que hasta ahora hemos considerado
fundamentales para el buen funcionamiento de la educación escolar: cuidado del
contexto sociocultural de los alumnos; un proyecto compartido por la comunidad
educativa y con un liderazgo estable; competencias y sensibilidad de los profesores para
enseñar bien a todos sus alumnos y adaptarse a sus posibilidades; orientación equilibrada
hacia las metas de la educación: conocer, hacer, convivir y ser; atención a los alumnos
con dificultades de aprendizaje; apoyo especial a las escuelas que escolarizan a un mayor
número de alumnos con dificultades para limitar las diferencias interescuelas;
disposición favorable hacia la innovación y la búsqueda de nuevas posibilidades y
estrategias para favorecer el aprendizaje de todos los alumnos; y búsqueda de aliados y
participación en redes educativas que contribuyan a alcanzar mejor estos objetivos.
En consecuencia, y a partir de estas consideraciones, es posible completar la
definición de calidad educativa de la siguiente manera, estableciendo una distinción
entre las escuelas y los sistemas educativos:
Una escuela de calidad es la que favorece el desarrollo de las competencias cognitivas, afectivas, sociales,
estéticas y éticas de todos sus alumnos, vela por su bienestar emocional, busca estrategias para responder a
su diversidad personal y cultural, procura elaborar un proyecto colectivo en el que la comunidad educativa
participe y se sienta comprometida, y establece relaciones con otras escuelas e instituciones para el logro
de estos objetivos.
Un sistema educativo de calidad es el que apoya el funcionamiento de este tipo de escuelas, las evalúa
de acuerdo con estos principios, otorga una máxima prioridad a la formación y al desarrollo profesional de
los docentes, refuerza especialmente a aquellas escuelas que se enfrentan a mayores desafíos por la
composición de su alumnado y considera que la equidad educativa es parte inseparable de su calidad.
Cuando un sistema educativo o una escuela alcanzan altos niveles en todas o la gran
mayoría de estas dimensiones, podemos afirmar que su calidad está garantizada. Lo
difícil es evaluar estas dimensiones y transmitir a los ciudadanos y a la comunidad
educativa una visión más completa del significado de la calidad educativa. Quizá sea
necesario avanzar en un nuevo tipo de comparaciones, en las que el énfasis fundamental
se sitúe en el progreso de las escuelas o de los países comparados con ellos mismos a lo
largo del tiempo. Posiblemente haya que incluir en las evaluaciones y en los indicadores
educativos nuevas dimensiones, tal vez en muchos casos de corte cualitativo por las
dificultades de concreción cuantitativa, que muestren el rostro real de la educación y de
su funcionamiento. No queda más remedio que avanzar por este camino, pues los
actuales modelos de evaluación son poco equilibrados y bastante injustos, y no desvelan,
por la limitación de la información obtenida, las estrategias más adecuadas para el
43
cambio y la mejora de la educación 3 .
Los elementos básicos de la calidad educativa
Merece la pena detenernos en la definición de calidad que hemos expuesto, pues en ella
se han incluido los componentes que consideramos fundamentales. Lo haremos
manteniendo la distinción que hemos apuntado entre calidad de las escuelas y calidad del
sistema educativo. No quiere esto decir que consideremos que hay una radical
separación entre lo uno y lo otro. De ninguna manera. Antes al contrario, estamos
convencidos, como no puede ser de otra manera, de que no es posible un sistema
educativo de calidad sin que sus escuelas, o al menos la mayoría de ellas, tengan un alto
nivel de calidad según los indicadores establecidos. Pero sí es posible que haya escuelas
de calidad en sistemas educativos que no alcanzan esos mismos estándares, por lo que la
diferenciación tiene su sentido cuando nos alejamos del nivel general y nos adentramos
en la situación concreta de cada una de las escuelas.
Indicadores principales de la calidad de las escuelas
Veamos, pues, en primer lugar, los indicadores principales de una buena escuela, que
hemos resumido, de acuerdo con la definición propuesta, en los tres siguientes: objetivos
educativos ambiciosos, amplios y equilibrados; equidad en su funcionamiento; y
proyecto propio con la participación de la comunidad educativa y la incorporación en
redes escolares o institucionales.
• Objetivos amplios y equilibrados. Hemos de volver de nuevo al informe Delors para
subrayar este punto. Una escuela de calidad no puede ser solo aquella que se preocupa
por el aprendizaje de conocimientos de sus alumnos, por importantes que estos sean. La
dimensión afectiva y social, la formación ética y estética, así como la convivencia y las
relaciones entre la comunidad educativa constituyen indicadores imprescindibles de la
calidad educativa.
• Equidad en su funcionamiento. Elemento inexcusable del indicador anterior es su
correlato con la equidad, es decir, la necesidad de que los progresos educativos alcancen
a todos los alumnos de acuerdo con sus posibilidades iniciales. Ahora bien, la equidad en
una escuela es más que eso. Supone una visión de la enseñanza atenta a las diferencias
culturales, sociales e individuales, en donde el respeto a la identidad de cada alumno sea
un valor compartido y en donde la comunicación, el diálogo y la participación de la
comunidad educativa sea un referente continuo. En suma, una escuela inclusiva. En el
capítulo siguiente se desarrolla con mayor extensión esta perspectiva equitativa.
44
• Proyecto propio y participación. El proceso de elaborar un proyecto propio es ya un
logro importante de una escuela y un buen indicador de su madurez pedagógica. Si a ello
se une una creciente participación de la comunidad educativa, un acuerdo para su
desarrollo y una evaluación permanente, estaríamos ante un indicador potente del buen
funcionamiento de una escuela. Es preciso destacar que en esta dinámica se incluyen
elementos formativos importantes: definición de objetivos, debates, acuerdos, retos
compartidos, sistemas de evaluación participativos, análisis del punto de partida de la
escuela y del punto de llegada, y búsqueda de nuevos aliados.
La participación en redes de escuelas o los acuerdos con otras instituciones forman
también parte de un proyecto educativo de calidad. Es muy difícil en estos tiempos
tecnológicos y globalizados, en los que los recursos son escasos, mantener un alto nivel
de calidad sin contar con otras escuelas e instituciones. El apoyo mutuo en programas
científicos, artísticos, sociales, literarios, deportivos, etc., o la participación en
actividades ofrecidas por otras instituciones son elementos movilizadores del proceso de
enseñanza y aprendizaje en una escuela que demuestran su dinamismo y su voluntad
innovadora. En algunos de ellos podrán participar todos los alumnos; en otros, solo
algunas clases; y en unos terceros, determinados alumnos seleccionados podrán tener
acceso a estas experiencias. Hace falta, pues, políticas integrales e intersectoriales que
faciliten a las escuelas su coordinación con otras instituciones educativas y otros
servicios públicos.
Indicadores principales de la calidad del sistema educativo
Analicemos ahora los rasgos atribuidos a un sistema educativo de calidad, que no pueden
estar alejados de los propuestos para sus escuelas. Podría pensarse que no haría falta
determinar nuevos factores pues si la mayoría de las escuelas hacen un buen trabajo,
parece correcto inferir que el sistema educativo funciona bien. Sin embargo, hemos
creído conveniente explicitar las relaciones entre el funcionamiento de las escuelas y el
funcionamiento del sistema educativo y señalar las dinámicas y prioridades en este
último nivel que pueden asegurar un mayor respaldo a las escuelas para que alcancen
mayores niveles de calidad de acuerdo con los parámetros establecidos.
Cuatro son en este nivel los indicadores incluidos en la definición formulada: apoyo a
las escuelas para que progresen en los criterios de calidad; evaluación contextualizada y
sistémica; prioridad a la formación y al desarrollo profesional de los docentes; y especial
atención a la participación y a la equidad educativa.
• Apoyo a las escuelas por parte de las administraciones educativas. Si los proyectos
propios y la participación en redes escolares es un buen indicador de la calidad de una
escuela, parece necesario que las administraciones educativas los favorezcan y los
45
apoyen. Ello exige una relación especial con cada una de las escuelas y una financiación
diferencial en función de sus propios proyectos, lo que es un reto indudable para los
gestores y responsables de la educación.
• Evaluación contextualizada y amplia. Los modelos de evaluación que solo tienen en
cuenta los resultados de los alumnos en determinadas materias del currículum
distorsionan gravemente el proceso educativo. El efecto del contexto social y cultural de
las escuelas debería tenerse en cuenta cuando se presentaran las evaluaciones externas
realizadas. Igualmente sería necesario que también se incluyeran datos referidos a la
convivencia, a la formación en valores de los alumnos, al funcionamiento de las escuelas
y a la valoración que profesores, padres y alumnos realizan de su escuela. Es posible
mostrar así, a través de la evaluación, un modelo amplio y equilibrado de la calidad de la
educación y reforzar de este modo el trabajo que las escuelas deben realizar 4 .
• Desarrollo profesional de los docentes. Uno de los últimos indicadores pero
posiblemente de los más importantes. El cuidado de las administraciones educativas por
la formación, la selección, el desarrollo profesional de los docentes y el apoyo a sus
proyectos y a sus iniciativas innovadoras es una condición necesaria para que las
escuelas mejoren la calidad de su enseñanza y de su oferta formativa.
• Especial atención a la participación y a la equidad en la gestión educativa. Es
necesario que las administraciones educativas abran nuevos cauces de participación a los
alumnos y a las familias y ofrezcan más a las escuelas que más lo necesitan, pues deben
enfrentarse con desafíos mayores. Además, es preciso que los gestores del sistema
educativo se preocupen de que las escuelas establezcan relaciones entre ellas, eviten las
desigualdades en la admisión de los alumnos, presten una especial atención a las
escuelas para que den una respuesta adecuada a la diversidad social, cultural y personal
de sus alumnos, y apoyen de manera especial los procesos de inclusión educativa en
todas las escuelas.
La calidad en la educación española
Algunos datos históricos 5
¿Qué decir de la calidad de la educación en España? ¿Es tan negativa como aparece en
los medios de comunicación de forma habitual y, especialmente, tras la publicación de
los informes PISA? ¿Es un problema de nuestras leyes, de nuestros políticos, de los
profesores, de las familias o de la sociedad en su conjunto? Posiblemente algunos datos
históricos sobre la educación en España pueden ayudar a situar la respuesta.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que los cambios educativos exigen
46
mucho tiempo, al menos una o dos generaciones de estudiantes, para alcanzar los
resultados deseados, por lo que el olvido de nuestra historia educativa conduce
habitualmente a confundir los deseos con la realidad. Tres datos son bastante expresivos.
El primero se refiere al nivel de analfabetismo de la población. Mientras que en
Finlandia prácticamente toda la población sabía leer y escribir al finalizar el siglo XVIII y
era obligatorio un conocimiento básico de la lectoescritura para contraer matrimonio en
el siglo XIX, en España había un 20% de personas analfabetas en 1920.
El segundo dato es el porcentaje de alumnos que estudiaban a los 16 años hace
cuarenta años, cuando los principales países europeos extendían la educación obligatoria
hasta esa edad. El Libro Blanco sobre la Educación en España (1969), documento que
anticipó la Ley General de Educación de 1970, señaló que solo el 10% de los alumnos
que iniciaron la Educación Primaria en 1951 terminaron el Bachillerato Superior a los 16
años en 1967. Hasta 1982 no se alcanzó la plena escolaridad a los 14 años y solo en 2000
se logró que todos los alumnos estudiaran hasta los 16 años. Es decir, treinta años
después que la mayoría de los países europeos.
El tercer dato, que deriva en gran medida de los dos anteriores, es el porcentaje de
personas adultas entre 25 y 64 años que han obtenido un título de Educación Secundaria
postobligatoria o superior. Como se puede ver en el gráfico 2.1, el porcentaje en España
se sitúa en el 54%, mientras que en un buen número de países desarrollados, la mayoría
de los que obtienen mejores resultados en PISA, superan el 80%.
GRÁFICO 2.1 Nivel de formación de la población adulta (25-64 años) (2011)
47
FUENTE: Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2013. Informe español:
http://www.mecd.gob.es/inee
Estos datos son de gran relevancia por la influencia contrastada del nivel
sociocultural de la población y de las familias en el aprendizaje de las nuevas
generaciones de estudiantes. Y no es extraño, por tanto, que los países con menor nivel
cultural obtengan resultados inferiores. Hay que reconocer al mismo tiempo que su
influencia no es determinante y que podría compensarse con otro tipo de factores que
aportaran un mayor valor añadido a la enseñanza.
La comparación con la UE y con la OCDE
Sin ninguna duda, el avance de España desde la llegada de la democracia en todos los
ámbitos, también en la educación, ha sido espectacular. Veníamos de una situación en la
que ni siquiera participábamos en las comparaciones internacionales, y si lo hubiéramos
hecho, nos habríamos situado lejos de la mayoría de los participantes. Dicho esto, ¿en
qué posición nos encontramos en la actualidad? Lo mejor es seleccionar algunos
48
indicadores nacionales y determinados datos relevantes de las comparaciones
internacionales para poder disponer de un panorama lo más sintético y completo posible
que facilite una valoración posterior.
El primer indicador elegido es el porcentaje de alumnos que obtienen el título de
Educación Secundaria Obligatoria (ESO). La serie desde 2002 hasta 2012 se muestra en
el gráfico 2.2. Como se puede comprobar, existe una significativa mejora en los últimos
años, sobre todo por la superación de los módulos voluntarios de los Programas de
Cualificación Profesional Inicial (PCPI) que conducen al título de ESO 6 y, en especial,
por la modalidad de Educación para Adultos. Aunque a los dos primeros datos no se
puede sumar el tercero, ya que la población es diferente, todo apunta a que el porcentaje
promedio de titulados entre 20 y 24 años se sitúa en torno al 84%, un dato que también
recoge la Encuesta de Población Activa (EPA).
GRÁFICO 2.2 Evolución de la tasa bruta de graduación en Educación Secundaria en España, según las
enseñanzas. Cursos 2002-2003 a 2010-2011
Nota: Los Programas de Cualificación Profesional Inicial se iniciaron en el curso 2008-2009.
FUENTE: Elaboración del Consejo Escolar del Estado en su Informe 2013 sobre el estado del sistema educativo.
Curso 2011-2012 a partir de datos proporcionados por la Subdirección General de Estadística y Estudios del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
49
Merece la pena incorporar la comparación entre las comunidades autónomas. De
acuerdo con el gráfico 2.3, cuatro comunidades tienen un porcentaje de éxito escolar al
término de la Educación Secundaria Obligatoria superior al 80%: Asturias, País Vasco,
Cantabria y Navarra. No se han tenido en cuenta los alumnos que obtienen el título de
ESO por los Programas de Cualificación Profesional Inicial. Lo que tendríamos que
conocer son las claves que permiten interpretar estos resultados cuando las leyes son las
mismas para todas ellas y los recursos destinados a la educación, con la excepción del
País Vasco y Navarra, son similares.
GRÁFICO 2.3 Titulados en ESO en las comunidades autónomas (tasa bruta de población)
FUENTE: MECD, 2013. Las cifras de la educación en España, 2010-2011.
También es importante el indicador relativo a las tasas de abandono escolar de los
jóvenes entre los 18 y los 24 años. Como se puede comprobar en el gráfico 2.4, en los
últimos dos años ha descendido cinco puntos, hasta el 26,3%. Posiblemente por el
impacto de la crisis económica, que fuerza a los jóvenes a seguir estudiando al no
encontrar empleo, pero quizá también por la mayor flexibilidad del sistema educativo
establecida en la LOE para ofrecer nuevas posibilidades a los alumnos con dificultades
escolares.
A pesar de estos avances, hay que destacar que el porcentaje de jóvenes que no
estudian entre los 18 y los 24 años está en el 14% en la UE. Sin duda, es una diferencia
50
importante y un dato que nos coloca en una posición enormemente preocupante.
Pero estos números no reflejan la realidad de forma exacta. La razón es que no se
contabilizan aquellos alumnos que estudian en programas informales diferentes al
Bachillerato, a la Formación Profesional y a la Universidad, es decir, aquellos que
participan en programas de Garantía Social, o en los PCPI, que escolarizan en estos
momentos a unos 80.000 alumnos, o los que estudian el Bachillerato o la Formación
Profesional a distancia o por la vía de adultos. Si se tuvieran en cuenta todos estos
alumnos, el porcentaje de estudiantes entre 18 y 24 años sería superior al 80%.
GRÁFICO 2.4 Abandono escolar temprano. Porcentaje de jóvenes de 18 a 24 años que dejaron de estudiar
después de la educación obligatoria. Antes de 2009 hay diferencias de algunas décimas entre estas cifras y las
del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
FUENTE: INE y EPA. Citado por El País, 8 de abril de 2012.
Avala esta interpretación el dato que analiza el informe español sobre el Panorama de
la Educación de la OCDE 2013 (véase gráfico 2.5). Como se comprueba fácilmente, el
incremento en los graduados españoles entre 2005 y 2011 ha sido muy notable. Pero este
indicador incluye estudios que solo dan acceso al trabajo. La comparación sería negativa
para España si solo se tuvieran en cuenta los estudios de Bachillerato y Formación
Profesional de grado medio.
GRÁFICO 2.5 Tendencias en las tasas de graduación en segunda etapa de Educación Secundaria (2001-2011).
Porcentaje de graduados sobre la población en la edad típica de graduación
51
FUENTE: Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2013. Informe español:
http://www.mecd.gob.es/inee
Hay que tener en cuenta también en las tasas de abandono escolar temprano, las
diferencias entre el alumnado autóctono y el extranjero. En el primer caso, el abandono
ha pasado en la última década del 29,2% al 22,9%, mientras que entre los extranjeros la
evolución ha sido del 54,7% al 44,5%. La presencia de inmigrantes de primera
generación, bastantes de los cuales llegaron ya en la adolescencia, tiende a incrementar
el porcentaje medio del conjunto de jóvenes que abandonan los estudios. Los datos del
informe PISA 2012 (MECD, 2013b) confirman las diferencias académicas entre los
estudiantes nativos y los inmigrantes (véase gráfico 2.6).
Después de esta cita del informe PISA, parece necesario incorporar sus informaciones
más relevantes sobre la educación española. Los resultados que obtiene España en las
competencias evaluadas se sitúan algo por debajo de la media de los países participantes.
Quizá, como dato más significativo, hay que destacar que el porcentaje de alumnos
brillantes, los que obtienen el nivel más alto de puntuación en las pruebas, son muy
reducidos en comparación con los demás países. Ni siquiera los alumnos de las escuelas
situadas en los contextos socioculturales más altos son capaces de igualarse en un
porcentaje similar a los alumnos mejores de otros países. Algo sucede en la educación y
en la sociedad española para que estos resultados se repitan vez tras vez.
GRÁFICO 2.6 Diferencias en rendimiento escolar en Matemáticas de los alumnos nativos e inmigrantes
52
FUENTE: Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2013. Datos PISA 2012. Informe español.
Frente a estos resultados no suficientemente satisfactorios en las pruebas PISA, el
mismo informe pone de manifiesto que España se encuentra entre los países con mayor
equidad. La varianza atribuible a las diferencias de resultados de los alumnos de los
diferentes centros (varianza intercentros), en comparación con la varianza atribuida a las
diferencias de resultados de los alumnos dentro de un mismo centro (varianza
intracentros), suele considerarse un buen indicador de la equidad de un sistema
educativo. Tanto en el estudio de 2009 como en el de 2012, la varianza intercentros en
España era una de las menores de los países que participaron en el estudio. Lo mismo
sucedía cuando se analizaba el efecto del contexto socioeconómico en los resultados de
los alumnos.
Estamos, pues, bien situados en esta dimensión, a pesar de nuestras históricas
desigualdades sociales, de la llegada a nuestras escuelas de decenas de miles de alumnos
inmigrantes y de la construcción tardía de un moderno sistema educativo. Deberíamos
estar satisfechos pero apenas se repara en este dato, con el riesgo de perderlo en el
futuro, preocupados solamente por la mejora de nuestros alumnos en los resultados de
las pruebas.
Otros datos que nos ayudarían a disponer de una imagen más completa del sistema
educativo son los referidos al acceso a la educación infantil o al porcentaje de alumnos
que han completado los estudios superiores o terciarios (Universidad y Formación
Profesional superior) para tener en cuenta la primera y la última etapa del sistema
educativo formal. En el primer caso, la comparación con los países de la Unión Europea
sitúa a España en el grupo con tasas más altas de escolarización (véase gráfico 2.7).
GRÁFICO 2.7 Tasas de escolarización por tramos de edad
53
FUENTE: Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2013. Informe español:
http://www.mecd.gob.es/inee
En los estudios superiores, la titulación universitaria en España es del 32% en 2011,
inferior a las tasas promedio de la Unión Europea y de la OCDE. En cambio, la
titulación en educación terciaria de tipo B (Formación Profesional superior) ha
aumentado de forma significativa, superando a la media de la UE y de la OCDE (véanse
gráficos 2.8 y 2.9).
GRÁFICO 2.8 Evolución de las tasas de titulación en educación terciaria tipo A (1995-2011)
54
Nota: Entre 2007 y 2008 se produce una ruptura de serie en España, al pasar de calcular tasas brutas a tasas netas.
FUENTE: Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2013. Informe español:
http://www.mecd.gob.es/inee
GRÁFICO 2.9 Evolución de las tasas de titulación en educación terciaria tipo B (1995-2011)
55
Nota: Los datos deben tomarse con precaución, pues puede haber problemas al analizar evoluciones (nota en el
original).
FUENTE: Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2013. Informe español:
http://www.mecd.gob.es/inee
La interpretación de los datos
Y ahora, después de este breve repaso por los principales datos de nuestro sistema
educativo en comparación con el resto de los países desarrollados, ¿cómo valorar su
calidad? ¿Puede pensarse incluso que retrocedemos y que somos responsables de los
malos o regulares resultados que obtienen nuestros alumnos? ¿O estamos donde nos
corresponde, incluso algo mejor, por nuestra historia social y educativa y por los
enormes problemas a los que hemos tenido que enfrentarnos en poco tiempo? El lector
debe hacer su valoración propia a partir también de las experiencias vividas y de las
referencias escuchadas. Debería hacerlo, además, teniendo en cuenta que cada vez hay
que enseñar a más alumnos para que vivan en una sociedad de creciente complejidad, lo
que incrementa las ya considerables dificultades de la enseñanza.
En este contexto, los autores del libro nos inclinamos hacia la segunda de las
56
alternativas, conscientes al mismo tiempo de que el sistema educativo español puede
mantenerse estancado o incluso empezar a retroceder si no se cuidan los factores más
directamente responsable de la calidad de la enseñanza: el desarrollo profesional de los
docentes, la flexibilidad organizativa de las escuelas, el diseño y desarrollo del
currículum, el apoyo especial a los centros y a los alumnos que se enfrentan a
condiciones desafiantes, la sensibilidad hacia la diversidad de contextos y de alumnos, y
el impulso a nuevas formas de liderazgo y de innovación.Todo lo cual exige, al menos,
recuperar los niveles de gasto público en educación de los años 2009-2010, ya entonces
alejados de la media europea y de los países de la OCDE.
1 Ver el capítulo 8 sobre el currículum.
2 Véanse los capítulos 5 y 6 dedicados a los docentes y al liderazgo escolar.
3 Véase un desarrollo de este tema en el capítulo dedicado a la evaluación.
4 El capítulo dedicado a la evaluación desarrolla y completa estas propuestas.
5 En el capítulo 4 se revisan las reformas educativas en España a partir de 1970.
6 A partir de estos datos, resulta difícilmente comprensible que la LOMCE haya suprimido los PCPI.
57
CAPÍTULO 3
EQUIDAD Y DIVERSIDAD EN LA EDUCACIÓN
El significado de la equidad en educación
¿Un instituto de Bachillerato para los mejores alumnos?
Posiblemente el análisis de una decisión política puede ayudarnos a desentrañar el
sentido, el alcance y las implicaciones de la equidad en la educación. A comienzos de
2011, la Comunidad de Madrid organizó aulas en institutos de Educación Secundaria en
las que pudieran estudiar el Bachillerato los alumnos con mejores calificaciones. Sus
profesores serían elegidos entre los de mayor mérito y recibirían una gratificación
especial por su trabajo.
Las razones apuntadas para impulsar esta iniciativa estaban relacionadas con la
importancia de ofrecer las mejores opciones para los alumnos más brillantes, aquellos
que destacaban en sus estudios por sus calificaciones escolares, lo que era expresión de
su talento y de su esfuerzo. Pesaba en el ánimo de los decisores de la iniciativa el
insuficiente número de alumnos en España y en la Comunidad de Madrid en los niveles
más altos del rendimiento académico, de acuerdo con los repetidos datos de los informes
PISA.
Una propuesta de estas características refleja con bastante nitidez una visión
meritocrática de la educación: las mejores opciones deben ofrecerse a los mejores
alumnos, no en función de su origen económico y social, ni por su género, cultura o
etnia, lo que refleja una determinada concepción de la equidad, sino por su capacidad y
su esfuerzo expresados en sus calificaciones escolares, sin reconocer la relación que
existe entre los factores sociales y el rendimiento. También se busca que los profesores
sean los mejores y que encuentren un incentivo económico especial para reforzar su
compromiso con los alumnos. Subyace en el proyecto un mensaje selectivo: los buenos
alumnos aprenden mejor si están separados de aquellos menos competentes o motivados.
En cierto sentido, la iniciativa es un buen ejemplo del denominado efecto Mateo, que
toma su denominación de la expresión incluida en uno de los versículos del evangelio de
San Mateo: «Al que más tiene más se le dará, y al que menos tiene, se le quitará para
dárselo al que más tiene». Merton lo utilizó en 1968 para referirse a las ventajas que
tienen los científicos conocidos para ser más valorados por contribuciones equivalentes a
las de otros menos populares, obtener más apoyo económico y tener mayores
oportunidades de comunicación. Su estudio abrió el camino a las investigaciones sobre
58
la profecía autocumplida.
Esta simbiosis entre meritocracia y selección se enfrenta con aquella otra que otorga
una especial prioridad a los colectivos más desfavorecidos para lograr una distribución
más equitativa de los bienes disponibles, en este caso, de los bienes educativos. En el
fondo de este debate entre meritocracia y la atención a los menos favorecidos se
encuentra el pensamiento de John Rawls (1985) y su influyente obra sobre la teoría de la
justicia. Permítasenos una breve digresión sobre las relaciones entre la meritocracia, la
cohesión social y la equidad para volver después al tema de un Bachillerato para los
mejores alumnos.
Meritocracia, cohesión social y equidad
Hay que reconocer en primer lugar el valor de la meritocracia como forma de
reconocimiento de la trayectoria de las personas y de sus posibilidades de progreso
social frente a los modelos del antiguo régimen, basados en el origen y en la cuna. Como
señala de forma acertada Hopenhayn (2011), el reconocimiento del mérito, el esfuerzo y
la capacidad como forma de movilidad social contribuye a la aceptación de las reglas de
juego de la democracia y anima a los ciudadanos a respetar las normas compartidas.
Sin embargo, la meritocracia tiene también zonas oscuras que la hacen vulnerable en
los tiempos actuales ante las exigencias de la equidad. A esfuerzos similares, afirmará
Hopenhayn, un niño nacido en el seno de una familia pobre tiene muchas menos
probabilidades de alcanzar el estatus social y simbólico que podría alcanzar el niño de
origen socioeconómico alto. Un mismo potencial tendrá destinos distintos según el
capital cultural familiar y la calidad de la enseñanza en los que se desarrolle. Y
finalmente, dos jóvenes que concluyen la educación secundaria o terciaria con similares
resultados escolares, tendrán más o menos oportunidades laborales según los medios
económicos, el estatus profesional y las relaciones sociales de sus familias.
Parece, pues, necesario, encontrar una alternativa que corrija los efectos negativos de
una meritocracia sin pulir ni equilibrar y que haga sentir a unos y a otros, sea cual sea el
capital social y cultural inicial del que dispongan, que las reglas establecidas ayudan más
a los que empiezan con menos, y que ese apoyo suplementario, compensador, se centra
fundamentalmente en la educación escolar y en la familia: en la educación escolar, para
reducir el impacto de las desigualdades iniciales a través de una oferta de calidad; en la
familia, para elevar su capital cultural y social, necesarios para la mejora de los logros
escolares de los alumnos.
Llegados a este punto en el que la meritocracia parece exigir otro tipo de refuerzos
para evitar un desequilibrado desenlace de su implementación generalizada, es el
momento de incluir una sucinta referencia al pensamiento de Rawls sobre la justicia, a la
que se refiere como condición indispensable para encontrar el equilibrio entre la libertad
y la equidad y, en último extremo, para conseguir una vida feliz.
59
Rawls establece un principio básico, el de las diferencias, que tiene especiales
connotaciones para la equidad educativa: las desigualdades sociales han de resolverse de
forma tal que se orienten al mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la
sociedad. También incorpora un nuevo principio, el de compensación, con el que trata de
oponerse a los aspectos más duros de la meritocracia. Para tratar a todas las personas de
forma igualitaria, afirmará, y proporcionarles una genuina igualdad de oportunidades, la
sociedad debe prestar más atención a aquellos que disponen de limitados bienes
naturales y tienen un origen social menos favorable, especialmente en sus primeras
etapas educativas. La idea es compensar el sesgo de las contingencias en la dirección de
la igualdad, de tal manera que se destinen mayores recursos a los que disponen de
menores posibilidades.
El planteamiento de Rawls pone en cuestión alguno de los principios básicos de la
meritocracia, pues afirma que las desigualdades inmerecidas exigen corrección y que al
ser inmerecidas las desigualdades de cuna y de dotes naturales, es preciso compensarlas
de alguna manera. El talento y el esfuerzo, base del modelo meritocrático, no son ajenos
al origen cultural y social de las familias en las que las personas se desarrollan, sino que
más bien se ven en gran medida influidos por dicho contexto. Hay que reconocer, no
obstante, que existen experiencias vitales que rompen esta tendencia y que podrían
reforzar la tesis meritocrática: empresarios, pensadores, políticos o profesionales de éxito
que han llegado a su nivel a pesar de sus difíciles condiciones de partida. Sin embargo,
lo que puede aplicarse a los casos individuales no permite su generalización.
De regreso al Bachillerato
¿Cómo valorar desde estas reflexiones la propuesta de las aulas en el instituto para los
alumnos con mejor expediente académico? Parece cuando menos que las mejores
opciones académicas, lejos de orientarse hacia los colectivos más desfavorecidos,
benefician a aquellos que han disfrutado de mayores ventajas a lo largo de su historia
personal y académica. Además, la separación de este alumnado del resto de los
compañeros priva a estos últimos del ejemplo y del estímulo de los primeros, lo que
tampoco beneficia al conjunto del alumnado que está escolarizado en la escuela pública.
¿Se elevará con esta iniciativa el nivel del conjunto de los estudiantes de Bachillerato y
se reducirán las diferencias entre ellos, objetivo deseable de un modelo de calidad que
equilibra la eficacia o excelencia del sistema con la equidad, o solamente se mejorarán
las competencias académicas del grupo de los mejores alumnos? No cabe duda de que el
objetivo buscado es esta segunda alternativa.
Nos encontramos de nuevo al analizar una iniciativa educativa concreta con la tensión
entre las dos ideologías en la educación en las que pueden resumirse las que exponíamos
en el capítulo 1: la liberal y la social democrática. La primera apuesta por la selección, la
libertad, el mérito y el esfuerzo. La segunda, por los valores compartidos, la solidaridad
60
y la inclusión. Cada una de ellas manifiesta también una visión diferente de la
ciudadanía, de la cohesión social y de la equidad. Todo ello indica que frente a aquellos
que pretenden desideologizar la educación, es preciso hacer visibles las ideologías
subyacentes en las políticas educativas para conocerlas y confrontarlas, lo que no es
óbice para buscar puntos de encuentro en algunos de sus elementos.
Ciudadanía, cohesión social y equidad
Como se ha señalado en el primer capítulo del libro, las reflexiones sobre la equidad no
pueden realizarse sin incorporar al mismo tiempo otros dos potentes conceptos para
orientar las políticas públicas y la ética individual y colectiva: la ciudadanía y la
cohesión social. Y debe hacerse, además, porque los profundos y acelerados cambios
que afectan a las sociedades contemporáneas están demandando, como se describió en el
capítulo 1, su presencia como referencia indiscutible en la articulación de las relaciones
entre las personas, las instituciones y la sociedad en su conjunto: la globalización, la
crisis económica, el aumento del desempleo, la creciente desconfianza y desafección de
las instituciones públicas, la inmigración, el auge de las nuevas tecnologías que genera
nuevas formas de redes sociales, la pérdida de las identidades nacionales, el abandono
masivo de los valores tradicionales, la fragmentación social y el incremento de los
conflictos entre los países y dentro de cada país, están exigiendo respuestas sociales y
educativas que se asienten en determinados ejes vertebradores de la convivencia y del
bienestar personal. Ciudadanía, cohesión social y equidad son posiblemente las
principales referencias disponibles para esta tarea.
Ciudadanía y cohesión social
La ciudadanía hace referencia al compromiso recíproco entre el poder público y los
individuos. Ciudadano, en el pleno sentido de la palabra, es, como afirma Cortina
(2006), el ser humano autónomo que hace la vida común con sus iguales. Los valores
que constituyen la ciudadanía, señalará a continuación, son los de la libertad y la
participación, la autonomía y la igualdad en dignidad, lo que supone igualación política,
económica y cultural, la solidaridad, el respeto activo hacia éticas diferentes y el diálogo
como vía para resolver los conflictos.
El fortalecimiento de una ciudadanía de todos y entre todos es una de las estrategias
principales para aumentar la cohesión social y evitar el deterioro de la convivencia, la
exclusión, y la imposibilidad de llegar a acuerdos negociados entre colectivos
enfrentados. Existen diferentes énfasis en la definición de la cohesión social, por lo que
no es sencillo encontrar una formulación ampliamente aceptada. Green, Preston y
Janmaat (2006) han señalado diferentes significados de acuerdo con el contexto en el
61
que se utilice: normas y valores compartidos; un sentido de identidad o de pertenencia a
una comunidad común; un sentido de continuidad y de estabilidad; una sociedad con
instituciones capaces de compartir riesgos y proporcionar un bienestar colectivo;
distribución equitativa de derechos, oportunidades, riqueza e ingresos; o una fuerte
sociedad civil y una ciudadanía activa.
Equidad
Finalmente, como garantía de una ciudadanía basada en la dignidad de todos y de una
cohesión social asentada en una distribución justa de los bienes colectivos, se encuentra
la noción de equidad. La equidad apunta al respeto de los derechos de todos, tanto los
personales como los económicos, sociales y culturales. Su referencia principal es la
igualdad pero articulada con el respeto a las diferencias individuales y colectivas. Su
meta es garantizar el bienestar de todas las personas y reducir las desigualdades
asegurando que los colectivos desfavorecidos tengan prioridad en la distribución de los
bienes públicos.
La desigualdad supone la disparidad o diferencia injustificada en relación con los
recursos materiales y simbólicos, tales como riqueza, acceso al conocimiento,
reconocimiento social, prestigio, autoridad, poder e influencia. Hutmacher (2001), de
quien procede esta descripción, hace uso de las tres formas de capital descritas por
Bourdieu (1986) para analizar este tipo de recursos: el capital económico, como conjunto
de bienes materiales; el capital cultural, constituido por los bienes culturales, las
disposiciones o hábitos para desarrollar estrategias sociales, y las cualificaciones y
títulos académicos; y finalmente, el capital social, cuyo valor se encuentra en las redes y
relaciones sociales configuradas entre los individuos y los grupos.
Educación para la ciudadanía
Las tres dimensiones, ciudadanía, cohesión social y equidad, han de ser tenidas en cuenta
de forma integral e interactiva al abordar la reflexión sobre la educación. El
fortalecimiento de la ciudadanía exige cuidar en la educación escolar el desarrollo de dos
estrategias principales: la educación para la ciudadanía y la educación a través del
ejercicio de la ciudadanía en la escuela. En el primer caso, se trata de preparar a todos los
alumnos para que consigan integrarse en la sociedad. Para ello es preciso que todos
alcancen los conocimientos básicos, las habilidades profesionales y la formación moral
suficiente para incorporarse a la sociedad de forma activa, productiva y responsable. La
ampliación del éxito escolar y la reducción del abandono temprano son los mejores
indicadores de la formación para la ciudadanía.
La segunda estrategia está más focalizada en el aprendizaje de los valores a través de
62
su práctica eficaz en la escuela. Ello supone escuelas y comunidades educativas
comprometidas moralmente en las que la participación, el respeto mutuo, la admisión
plural de los alumnos, las prácticas inclusivas, el apoyo a los más débiles, el afecto, la
confianza y la convivencia sean elementos centrales y señas de identidad del
funcionamiento escolar (Coll, 2006).
Ciudadanía e inclusión educativa
A su vez, la búsqueda de una mayor cohesión social apunta a reforzar que esa ciudadanía
sea asequible para todos, lo que a su vez implica la inclusión de todos los alumnos en las
escuelas, evitando su separación en grupos segregados, el impulso de la convivencia, el
respeto de las diferencias, la interculturalidad, la participación de la comunidad
educativa, los sentimientos de pertenencia a la institución escolar y las diferentes formas
que reducen las desigualdades y contribuyen a ampliar la equidad. Por todo ello, la
equidad en el ámbito educativo no es solo una expresión de una exigencia ética, sino una
imperiosa necesidad para la formación de ciudadanos cultos y libres en sociedades más
cohesionadas y justas (véase tabla 3.1).
Como resumen Calero y Choi de Mendizábal (2013) de forma acertada, la educación
tiene una gran importancia como generadora de desigualdades pero también grandes
potencialidades a la hora de reducirlas. Estas potencialidades no se desarrollan de
manera automática, sino que dependen de los objetivos e instrumentos que se
establezcan para las políticas educativas en cada momento histórico y entorno concreto.
TABLA 3.1 Razones a favor de la equidad educativa Field, Kuczera y Pont (2007)
• La educación favorece las opciones vitales de las personas, tanto de sus oportunidades de empleo y de sus
salarios como de su salud y de su capacidad de participar en la cultura.
• La equidad en la educación apoya la equidad social. La educación aparece como la estrategia principal para
aumentar la movilidad social intergeneracional y para favorecer la inclusión social de las personas
inmigrantes.
• Los desiguales resultados en la educación tienen un pesado coste. El abandono escolar temprano incrementa
la dependencia, la delincuencia y la necesidad de nuevos programas sociales.
• El gasto público en educación reduce las iniciales diferencias de ingresos. La razón principal es que si se
destina especialmente a las etapas de educación infantil y educación básica, promueve mejoras en el
desarrollo y en el aprendizaje del conjunto de la población.
• La equidad en la educación es un fin en sí mismo. La educación para todos en similares condiciones es un
derecho reconocido internacionalmente.
• No hay contradicción entre equidad y eficiencia (excelencia) en educación. Una y otra son necesarias y
complementarias para el desarrollo económico y se refuerzan mutuamente.
Niveles de equidad en la educación
A la luz de las consideraciones anteriores, parece justo y razonable que los poderes
63
públicos garanticen el acceso a la enseñanza a todos los alumnos sin ningún tipo de
discriminación y que los programas educativos sean similares en todas las escuelas.
También se infiere que determinadas ventajas educativas, tales como mayor número de
profesores, mejores condiciones de enseñanza y nuevos programas innovadores, se
orienten de forma prioritaria hacia determinados colectivos, aquellos en situación de
desventaja social.
¿Son todas las desigualdades injustas?, se pregunta Hutmacher (2001) al introducir el
libro sobre la búsqueda de la equidad en educación. ¿Y con qué criterios o principios se
determina si son justas o injustas determinadas desigualdades? ¿Hemos de tener en
cuenta en todas las situaciones las variables socioeconómicas y también las personales o
solo las primeras? ¿En todas las etapas educativas o solo en las iniciales y básicas? El
análisis de la equidad en educación exige modelos e indicadores, pero su selección y
aplicación están en función de los sistemas ideológicos de referencia que se utilicen.
La propuesta que ha tenido un mayor consenso en los debates sobre la equidad en
educación es la formulada por Grissay (1984), cuya adaptación por el Grupo Europeo de
Investigación sobre la Equidad en los Sistemas Educativos nos sirve de referencia. En
ella se diferencian cuatro niveles de igualdad en la educación: oportunidades o de
acceso, tratamiento, resultados y efectos sociales externos.
Igualdad de acceso y de tratamiento
El primer nivel determina que todos los niños y jóvenes tienen derecho a la educación
cualquiera que sea su situación social, económica o personal. Este principio es el que
normalmente recibe un mayor consenso, salvo de aquellos que defienden el nacimiento o
la pertenencia a determinados grupos sociales como sujetos preferentes de determinados
derechos con el fin de mantener el orden supuestamente establecido.
El segundo nivel, la igualdad en el tratamiento educativo significa una oferta
educativa similar en todas las escuelas: recursos, formación del profesorado, currículum,
tiempo de enseñanza. La enseñanza comprensiva en la educación obligatoria es
expresión de la voluntad de garantizar una educación común con similar tratamiento a
todos los alumnos. Históricamente, en las escuelas comprensivas se integraron ramas o
vías que estaban separadas, que tenían diferente valoración social, y a las que accedían
los alumnos con distinto nivel académico, lo que en gran medida reflejaba sus iniciales
desigualdades sociales y económicas.
Igualdad de resultados y de efectos sociales
El tercer nivel supone una mayor exigencia en la equidad: la igualdad en los resultados.
Su objetivo es conseguir logros similares entre todos los alumnos sea cual sea su
64
procedencia social o cultural. No se pretende que todos los alumnos obtengan los
mismos niveles de aprendizaje, lo cual no es posible por la variable condición humana,
sino que las diferencias que se encuentren entre ellos no sean debidas a factores
económicos, sociales o culturales, factores que a partir de este momento dejan de ser
diversidad para convertirse en predictores de desigualdad. Un nivel ciertamente utópico,
en términos absolutos, en la medida en que existen diferencias económicas y sociales
que tienen una indudable repercusión en los progresos académicos de los estudiantes. El
objetivo de la equidad, por tanto, ha de ser reducir esas desigualdades en la educación,
pero al mismo tiempo limitar las diferencias económicas y sociales que están en el
origen de la inequidad educativa.
Finalmente, se plantea un último nivel en relación con la igualdad: el efecto de la
educación en la trayectoria social y laboral de los alumnos. El objetivo es conseguir que
el origen de los alumnos no condicione su movilidad y sus posibilidades sociales. La
valoración de esta meta es similar a la anterior: deseable pero difícilmente alcanzable
desde una actuación estrictamente escolar, ya que las trayectorias sociales y
profesionales están en función no solo de los resultados académicos de los alumnos, sino
también de su capital económico, social y cultural.
Cambios en las últimas décadas
Frente a los que se quejan de que la calidad de la enseñanza no ha mejorado en las
últimas décadas y afirman que cualquier tiempo pasado fue mejor, la mayoría de los
datos ponen de relieve que el progresivo acceso a la educación ha sido una constante en
todos los países. Se ha avanzado, pues, en este primer nivel de equidad educativa, si bien
el progreso no ha sido similar en los otros tres niveles, pues la escolarización de todos
los alumnos no se ha acompañado de una significativa reducción de sus diferencias por
razones de origen social o cultural. Además, cuanto más se democratiza un nivel de
enseñanza, más se devalúa la titulación correspondiente y se exige un nivel superior al
que llegan con más facilidad los que disponen de más recursos y posibilidades
familiares. Así está sucediendo, por ejemplo, con los títulos universitarios, que deben
completarse ya con un máster, o con varios, y que dentro de poco necesitarán para tener
el valor de antaño haberse completado con un nuevo título en alguna universidad de
prestigio fuera de nuestras fronteras.
Entonces, ante tantas dificultades y limitaciones, ¿a qué se puede aspirar en el campo
de la educación, de forma razonable aunque exigente, para alcanzar un nivel de equidad
cada vez mayor? Dos objetivos parecen imprescindibles: reducir progresivamente la
distancia entre los mejores y los peores alumnos y sus escuelas elevando al mismo
tiempo los conocimientos de todos ellos, y disminuir la relación entre los logros de los
alumnos y su origen económico, social y cultural. Ello supondría necesariamente una
mayor equidad en la oferta educativa y una apuesta decidida por las políticas
65
diferenciales, que ofrezcan más a quien más lo necesita, única forma de reducir la brecha
de conocimientos entre unos colectivos y otros. A pesar de la justicia de estas
propuestas, no parece que puedan cumplir sus fines si al mismo tiempo no se desarrollan
políticas sociales que reduzcan las desigualdades iniciales. Dejemos para el capítulo
siguiente el análisis de este tipo de políticas educativas y entremos ahora en las
dimensiones más relevantes de la equidad y en su concreción en el sistema educativo
español.
Seis dimensiones para analizar la equidad en el sistema educativo español
El eje equitativo forma parte de la gran mayoría de las decisiones, de los procesos y de
las actividades que configuran el sistema educativo. Apenas se encuentran hechos o
acciones neutras. Una hora de clase a un grupo de alumnos, la presencia o ausencia de un
maestro, la gratuidad de los libros de texto o de material complementario, la separación
de los alumnos por capacidad en los últimos cursos de la ESO, o la sensibilidad de un
profesor con las diferencias de sus alumnos, son algunos ejemplos que aparecen de
forma habitual en los centros docentes. No digamos si hacemos referencia a los grandes
debates ideológicos referidos a la libertad de elección de centro, a la financiación de la
enseñanza privada o a los modelos comprensivos frente a los selectivos en la enseñanza.
A partir de los modelos propuestos por Calero (2008) y por el Grupo Europeo de
Investigación sobre la Equidad de los Sistemas Educativos en su informe titulado
«Equidad de los sistemas educativos europeos. Un conjunto de indicadores», hemos
seleccionado seis dimensiones para analizar la equidad en la educación: el contexto
social y cultural de las escuelas; el entorno familiar y sus procesos interactivos; los
recursos disponibles; la organización del sistema educativo y la composición social de
los centros; los procesos de enseñanza y los resultados académicos de los alumnos; y los
efectos sociales de la desigualdad. Veamos a continuación cada uno de ellos, sus
implicaciones en la mayor o menor equidad educativa y su aplicación a la situación
española.
1. El contexto social y cultural de las escuelas
Apenas se pone en duda el impacto del contexto social y cultural en el aprendizaje de los
alumnos: los centros situados en los barrios de las ciudades en los que viven los sectores
más populares, en las zonas rurales o en los que se escolariza un alto porcentaje de
alumnos inmigrantes tienen una alta probabilidad de obtener peores resultados que el
resto de las escuelas. La explicación se encuentra en la pobreza, en el desempleo, en el
nivel cultural de las familias y, en general, en la falta de expectativas en las posibilidades
de sus hijos y en la escasa confianza en los poderes públicos y en las instituciones. En
66
otros casos, como en la zona rural, la razón principal suele encontrarse en las menores
oportunidades sociales y culturales a las que tienen acceso sus habitantes.
Es razonable esperar, por tanto, que los países más ricos y con mayor nivel educativo
y cultural obtengan mejores resultados en las pruebas internacionales que los más
pobres. Lo mismo se infiere de los estados, comunidades o regiones dentro de cada país.
No es un factor determinante, como concluyen las evaluaciones internacionales, pero su
impacto es incuestionable.
2. El entorno familiar y sus procesos interactivos
Mientras que el contexto social y cultural tiene una influencia amplia y genérica en las
familias, en los centros docentes y en los alumnos, el entorno familiar afecta a cada uno
de los hijos-alumnos y tiene un impacto directo y fundamental en su desarrollo y en sus
aprendizajes.
Existen múltiples dimensiones que configuran el capital económico, social y cultural
de las familias. Algunas de ellas son difícilmente modificables, como las que se refieren
a los ingresos familiares, al estatus social o al nivel de estudios de los progenitores,
aunque en ocasiones pueden darse cambios en ellas a lo largo de los años. Otras, por el
contrario, son susceptibles de mayor influencia externa y, por tanto, pueden orientarse
para mejorar su impacto en el aprendizaje de los hijos.
La comunicación, el seguimiento de las tareas escolares de los hijos, bien de forma
propia o por medio de tutores, las expectativas elevadas sobre sus posibilidades
académicas, la provisión de recursos como libros u ordenadores, la orientación para
participar en actividades extracurriculares enriquecedoras y un cierto control del tiempo
y de las actividades de los hijos, son las claves principales del efecto de la familia en el
aprendizaje de los alumnos.
No hace falta un especial análisis para comprender que estas disposiciones y
habilidades no están al alcance de buena parte de las familias. En unos casos, por no
disponer de los códigos lingüísticos adecuados; en otros, por falta de competencia; en
ocasiones, por no ser conscientes de su importancia; y en muchas situaciones, por
insuficiencia económica. ¿Pueden las familias populares pagar clases particulares cuando
uno de sus hijos las necesita, o actividades complementarias, o viajes al extranjero para
el aprendizaje de las lenguas? ¿Pueden ayudar a sus hijos en los trabajos en casa cuando
no estudiaron o ya olvidaron las materias que sus hijos estudian? Desde esta perspectiva,
el trabajo que los alumnos deben realizar en casa —los denominados deberes escolares
— puede ser, y lo es sin duda cuando exige mucho tiempo y no se proporciona apoyo
complementario por parte de las escuelas, un factor generador de desigualdad educativa.
Los estudios PISA confirman estos planteamientos cuando establecen la relación
entre el nivel de estudios alcanzados por los padres y los resultados de los alumnos,
como se muestra en el gráfico 3.1.
67
GRÁFICO 3.1 Porcentajes y puntuación media del alumnado en Matemáticas según el nivel de estudios de los
padres
FUENTE: MECD. OCDE, 2013. PISA: Informe español.
Algunos indicadores concretos que reflejan el capital cultural de las familias
refuerzan estas hipótesis. El número de libros en el hogar, por ejemplo, marca
diferencias notables en los resultados de los alumnos (véase grafico 3.2).
GRAFICO 3.2 Porcentajes y puntuación media del alumnado en Matemáticas según el número de libros en
casa
68
FUENTE: MECD. OCDE, 2013. PISA: Informe español.
Desde otra perspectiva, pero en estrecha relación con los datos anteriores, también se
desvela cómo los alumnos que viven en entornos familiares desfavorecidos están
sobrerrepresentados en aquellos programas a los que accedían los alumnos que no
terminaban la Educación Secundaria Obligatoria. En un estudio realizado en la
Comunidad de Madrid (Marchesi y Lucena, 2002) con alumnos que participaban en
69
programas de Garantía Social, se comprobó que el 71,8% procedía del contexto
sociocultural más bajo.
3. Los recursos disponibles
La importancia del gasto público y del privado en el funcionamiento de la educación no
ofrece dudas. La mayor inversión en educación incrementa las posibilidades de mejorar
los medios disponibles, la oferta de actividades, los programas complementarios y un
buen abanico de opciones. En uno de los informes (PISA, 2003) se analizó la relación
entre el gasto promedio por alumno de cada país en la educación obligatoria y los
resultados obtenidos en la prueba combinada de habilidad lectora. La conclusión fue que
cuando el gasto por alumno se incrementa, aumentan también las puntuaciones de los
alumnos. El gasto por alumno explicaría el 17% de la variación de las puntuaciones de
los alumnos entre los países, un porcentaje significativo pero inferior al peso que ocupa
el contexto sociocultural.
El informe establece una cautela que merece la pena destacar: no siempre la menor
inversión en educación se corresponde con un peor rendimiento de los alumnos. La
inversión en educación es, por tanto, un factor importante pero no decisivo para la
calidad de la enseñanza, por lo que hay que incorporar siempre otras dimensiones
vinculadas con el entorno social, familiar y educativo.
Prioridades del gasto público
Con estas premisas iniciales hemos de centrar la atención en el objeto de este capítulo: la
equidad en la educación. ¿Hasta qué punto la inversión educativa y su distribución
favorecen la igualdad o incrementan la desigualdad? ¿Qué dimensiones ocupan un papel
más relevante en su intermediación entre el gasto educativo y la reducción de las brechas
entre las escuelas y los alumnos?
Señalemos en primer lugar que la incidencia de la inversión educativa en la equidad
depende principalmente de dos variables: las prioridades en el gasto público y su
distribución entre los diferentes grupos de escuelas y de alumnos. Una tercera variable,
la cantidad de la inversión en educación, como ya se ha señalado, afecta más
directamente a la mejora de la calidad o a la eficiencia del sistema, pero en sí misma no
está relacionada con la mayor o menor equidad, salvo si permite por su volumen un
mayor margen para su redistribución.
Cuando hablamos de prioridades, nos referimos a las etapas educativas y a los
capítulos a los que se destina el gasto, mientras que cuando aludimos a su distribución,
apuntamos a las características de las escuelas y de los alumnos que se benefician
especialmente de esas inversiones. Más en concreto. Si la prioridad es la educación
inicial y la educación básica, nos encontramos con una clara opción equitativa. Lo
70
contrario habría que decir si la prioridad presupuestaria se orienta hacia la educación
postobligatoria o los estudios universitarios. A su vez, si el capítulo de gasto destinado al
profesorado recibe la casi totalidad del gasto público, sin apenas margen para otras
actividades educativas, las posibilidades de reorientar la distribución compensatoria del
esfuerzo se reducen enormemente.
Distribución del gasto
Hemos hablado de prioridades en los niveles y capítulos de gasto, pero aún no lo hemos
hecho sobre las opciones en la distribución, es decir, a qué colectivos se destinan dichas
prioridades. Si finalmente el reparto del gasto es homogéneo entre todas las escuelas y
no se atiende de manera especial a aquellas que trabajan en contextos más complicados y
con alumnos con mayores demandas educativas, no se estaría avanzando en la reducción
de las desigualdades.
Gasto privado en educación
Otra cuestión importante en este campo es la relativa al gasto privado en educación. Por
una parte, la inversión privada contribuye al esfuerzo colectivo a favor de la educación y
compromete a las personas e instituciones. Por otra, sin embargo, si dicha inversión se
orienta principalmente hacia los alumnos cuyas familias disponen de más recursos, pues
son ellas las que los generan, el resto de los alumnos pueden tener acceso a un menor
número de programas educativos o de menor calidad.
La tabla 3.2 manifiesta el gasto privado en educación en función del nivel de renta de
las familias. Hay que reconocer que una buena parte de estos recursos se orientan a la
financiación de los colegios privados elegidos por las familias para sus hijos. Pero, sin
duda, otra parte, no sabemos en qué proporción, busca completar la oferta educativa que
sus hijos reciben. Y es en este punto en donde existe un mayor riesgo de que las
desigualdades se incrementen.
TABLA 3.2 Distribución del gasto educativo privado según quintiles de renta disponible y peso de dicho gasto
sobre el gasto total del hogar. España, 1998
QUINTILES DE RENTA DISPONIBLE
1
2
3
4
5
TOTAL
Distribución del gasto por quintiles (%)
10,21
16,25
18,98
22,63
31,93
100,00
Gasto sobre total del gasto del hogar (%)
2,61
2,20
1,64
1,27
0,92
1,33
Elaborado a partir de Encuesta Continua de Presupuestos Familiares-98 (cuarto trimestre).
71
FUENTE: Calero, 2006. La equidad en educación. Informe analítico del sistema educativo español.
¿Cómo resolver este dilema? No parece razonable limitar el gasto privado en la
educación para no incrementar las desigualdades. Antes al contrario, la inversión de las
familias para ampliar las experiencias educativas, culturales y profesionales de sus hijos
es un valor que no debe ponerse en cuestión. Pero tampoco cumpliría con los criterios de
equidad que solo las familias con mayor nivel de renta dispongan de más oportunidades
educativas gracias a su mayor disponibilidad inversora. La alternativa debería ser que los
poderes públicos incrementen los recursos en aquellos centros que escolarizan alumnos
con menores posibilidades económicas y que les aseguren los programas y los apoyos
que necesitan para su formación, a los que habrían tenido acceso si su familia hubiera
dispuesto de los recursos necesarios.
4. La organización del sistema educativo y la composición social de los centros
Hay múltiples decisiones relacionadas con la organización de la educación escolar que
tienen un impacto en su equidad. La OCDE (2012) propone cinco recomendaciones que
reducen el abandono escolar, benefician a los alumnos retrasados, mejoran la equidad y
no entorpecen el progreso del conjunto de los alumnos: eliminar la repetición de curso;
evitar la separación de los alumnos hasta la educación secundaria superior; gestionar la
elección de escuela para evitar la segregación; diseñar itinerarios equivalentes en la
educación secundaria superior que aseguren su finalización; y ayudar a las escuelas
situadas en entornos desfavorecidos para que sus alumnos progresen. Todas estas
propuestas tienen una especial relevancia en la actual situación educativa española, ya
que todas ellas caminan en dirección contraria a las incluidas en la LOMCE. Veamos
cada una de ellas a continuación. La última, referida al apoyo a las escuelas que
escolarizan alumnos con mayor riesgo de fracaso, la desarrollaremos en el capítulo
siguiente como una de las estrategias necesarias para impulsar la mejora de la educación.
La repetición de curso
El informe de la OCDE (2012) señala con claridad que la repetición de curso no es
efectiva para mejorar los aprendizajes de los alumnos, supone un importante incremento
del costo de la educación, afecta sobre todo a los alumnos de los contextos sociales más
bajos e incrementa el abandono y la falta de motivación para el aprendizaje. Además, los
datos demuestran también que los alumnos con dificultades semejantes tienen distinto
rendimiento en función de si continúan con sus compañeros o repiten curso (Grisay,
2003) y que la mayoría de los alumnos que no continúan sus estudios postobligatorios
han repetido alguna vez.
Las estadísticas internacionales referidas a España indican que el porcentaje de
72
repetidores llega hasta el 30%, con un incremento del coste de la educación escolar del
13% (OCDE, 2012, p. 50). Este porcentaje es uno de los más elevados de la Unión
Europea, incluso el que ocupa la primera posición en la Educación Secundaria
Obligatoria: el 31,9% frente al 0,5% en Finlandia, que se encuentra en el extremo
opuesto, según Eurydice, 2011. Además, son los alumnos repetidores los que bajan
significativamente los resultados que obtienen los alumnos de 15 años en el informe
PISA (MECD, 2013). Los alumnos no repetidores obtienen buenos resultados,
superiores a la media de la UE y de la OCDE (véase gráfico 3.3).
Entonces, ¿por qué existe en determinados países, como en España, una opinión con
tan amplio respaldo social de que la repetición de curso es necesaria para que el sistema
escolar funcione? Hay, sin duda, una representación de la enseñanza y del aprendizaje
que un alto porcentaje de profesores mantiene y transmite, y que la ciudadanía acepta sin
cuestionarla: el alumno debe alcanzar determinados conocimientos al terminar un año
escolar y si no los consigue, tiene que mantenerse en el mismo curso para intentarlo de
nuevo. El apoyo a esta lógica procede de un razonamiento muy extendido: ¿cómo van a
pasar de curso los que no estudian ni han aprendido lo suficiente? Se fomentaría la falta
de esfuerzo y se privaría a los docentes de una herramienta importante para el control y
la motivación de los alumnos. Junto con estas razones, los propios profesores que las
defienden son conscientes de que buena parte de los alumnos repetidores generan
muchos problemas en la dinámica habitual de las clases y que muchos de ellos se
desentienden posteriormente del aprendizaje escolar.
GRÁFICO 3.3 Distribución del alumnado en función de la repetición de curso y puntuaciones medias en
Matemáticas en España, la OCDE y la UE
73
FUENTE: MECD, 2013.
Si repetir es malo y costoso y no repetir tiene consecuencias tan negativas, ¿qué hacer
entonces? La tesis que defendemos coincide con la propuesta de la OCDE: evitar las
repeticiones de curso pero ayudar a los alumnos que se retrasan a mejorar sus
aprendizajes. De poco serviría que pasaran de curso sin que hubiera otras alternativas, ya
que terminarían sus estudios sin haber alcanzado los objetivos básicos de la enseñanza.
74
Podemos apuntar tres estrategias como las más adecuadas en esta alternativa. La
primera se orienta a producir un cambio en la conceptualización de los procesos de
aprendizaje de los alumnos, de su evaluación y de las consecuencias de la repetición de
curso. Las informaciones, los análisis rigurosos y los debates públicos pueden contribuir
a esta modificación conceptual. Sin ello, cualquier cambio no podría mantenerse. Una de
las mayores críticas a la LOGSE procedió de la decisión de organizar los dos primeros
cursos de la ESO como un ciclo en el que las decisiones de promoción se adoptaran al
final de sus dos años, como en la Educación Primaria. La crítica generalizada de que se
defendía la promoción automática de los alumnos y se devaluaba la enseñanza, sin que
se hubiera producido una constatación empírica de esta situación, condujo a volver al
modelo tradicional.
La segunda estrategia es la prevención y el apoyo específico a los alumnos con
retrasos en la adquisición de competencias. Cuando estos alumnos disponen de más
horas de estudio para mejorar sus aprendizajes, tienen profesores de apoyo
complementarios en el curso siguiente para recuperar los conocimientos aún no
adquiridos y existen profesores bien preparados para hacer frente a estas demandas
educativas, es posible que el cambio cultural se acelere y que el número de repetidores
disminuya.
Finalmente, otro tipo de iniciativas puede orientarse a apoyar de forma específica a
las escuelas con un mayor número de repetidores para que mejoren su funcionamiento,
sus estrategias preventivas, sus métodos de enseñanza y sus relaciones con la comunidad
educativa, sobre todo con las familias, para que se alcance progresivamente el objetivo
deseado.
Retrasar la separación de alumnos hasta la educación postobligatoria
Los debates sobre si la comprensividad en la enseñanza hasta el final de la educación
obligatoria es beneficiosa para la mejora de su calidad o, por el contrario, contribuye a su
mediocridad, son continuos. En España ha sido uno de los caballos de batalla en la
discusión educativa. Los que defienden la excelencia de los mejores apuestan por la
separación, pues consideran que, de esta manera, los buenos alumnos tendrán más
posibilidades de aprendizaje. Por el contrario, aquellos más sensibles a la equidad
educativa no dudan al considerar que, a pesar de las dificultades, la educación común es
una garantía de igualdad, que no va en detrimento de quienes pueden alcanzar niveles
más altos de aprendizaje.
Los datos e interpretaciones de la OCDE respaldan esta última posición. Su postura
se inclina a considerar que cuanto más diversificado y selectivo es un sistema educativo,
mayores son las diferencias entre estudiantes de distintos contextos familiares. Los datos
de PISA corroboran esta propuesta comprensiva. Los países que inician la diferenciación
entre los programas educativos en edades más tempranas muestran mayor inequidad en
75
los resultados académicos de sus alumnos y no aparecen mejoras significativas en el
conjunto de sus resultados (Hanushek y Woessmann, 2006). Un aval a esta propuesta
procede de la reforma del sistema educativo en Polonia realizada en 1999, que amplió un
año la educación común para todos los alumnos. Las pruebas internacionales mostraron
un significativo incremento de los resultados a la edad de 15 años (OCDE, 2012, p. 62).
Los análisis realizados apuntan tres razones para explicar estos resultados: en
ambientes homogéneos, los alumnos de bajo rendimiento pueden no disponer de
modelos, de expectativas y de apoyos suficientes; en este mismo tipo de organización
existe el riesgo de enviar a los alumnos menos competentes a otros itinerarios más que
dedicar esfuerzos a elevar su rendimiento; finalmente, las escuelas comprensivas pueden
estimular a los equipos docentes a dar una respuesta más adecuada a la diversidad de
todos sus alumnos.
Posiblemente el elevado nivel de educación común establecido en el sistema
educativo español y la inexistencia de vías paralelas pueden considerarse como uno de
los principales factores de su equidad educativa. La situación quizá sería distinta si
continuara la división entre Bachillerato y Formación Profesional a los 14 años
establecida por la Ley General de Educación de 1970. Entonces, las diferencias entre los
centros eran mucho más importantes que en la actualidad. No parece aventurado predecir
que la separación de los alumnos en itinerarios diferentes prevista en la LOMCE a partir
de cuarto de la ESO, o desde tercer curso en casos excepcionales, aumentará las
desigualdades entre unos y otros y probablemente, si tenemos en cuenta los datos
internacionales apuntados en páginas anteriores, no incrementará los resultados del
conjunto de los alumnos. Aunque la existencia de materias comunes pudiera mitigar
estas expectativas negativas, la previsión de que los diferentes itinerarios organicen a sus
alumnos en aulas separadas en todas las materias conduciría a eliminar esta cautela.
La organización de la elección de escuela
Como ya hemos expuesto en el capítulo 1, el sistema de elección de centro por parte de
las familias es uno de los puntos centrales para garantizar la equidad o para alejarse de
ella. Los sistemas que al final dan mayor libertad a las propias escuelas para elegir a sus
alumnos conducen de forma inexorable a que las supuestamente mejores escuelas
escolaricen a los alumnos cuyas familias tienen mayores posibilidades de elección:
aquellas con mayor nivel cultural o mayor conocimiento de la realidad escolar. Whitty
(2010) lo afirmó con claridad: no cabe duda de que las escuelas aventajadas y las
familias aventajadas han sido capaces de buscarse y de encontrarse las unas a las otras.
Buena parte de las razones que tienen las familias para elegir una escuela están
basadas en la oferta educativa, en el prestigio del centro y en evitar una diversidad de los
alumnos o un contexto sociocultural del centro que pudiera obstaculizar el progreso
académico de sus hijos. Estas tendencias se manifiestan en la educación española al
76
comparar la escolarización de alumnos inmigrantes en centros públicos y en centros
concertados: el porcentaje de alumnos inmigrantes que acceden a los centros concertados
está en torno al 18%, mientras que el 82% lo hace en los centros públicos cuando estos
últimos solo escolarizan al 67% de los alumnos autóctonos (véase gráfico 3.4).
GRÁFICO 3.4 Evolución del porcentaje de alumnos autóctonos y extranjeros del total de ellos escolarizados en
centros públicos. Los porcentajes restantes hasta el 100% se escolarizan en centros concertados o privados
FUENTE: Estadísticas de la enseñanza no universitaria. Ministerio de Educación Cultura y Deporte.
Las investigaciones recientes ponen de relieve la influencia del contexto sociocultural
medio del centro en los resultados de los alumnos. Un contexto sociocultural alto
empujaría al centro hacia mejores resultados al elevar las expectativas y el clima del
centro. Un contexto sociocultural bajo produciría el efecto contrario. Cuando un alumno
con alto nivel sociocultural o con buenas capacidades deja una escuela, se lleva con él la
influencia de sus padres como fuente de exigencia y de progreso en la escuela y su
propia influencia en la dinámica de los aprendizajes que se generan en su grupo de clase
(MacBeath y Stolle, 2001).
Estas razones plantean un conflicto a los padres, ya que si llevan a sus hijos a un
centro próximo a su domicilio pero de bajo nivel social y con gran diversidad de
alumnos, pueden limitar sus posibilidades de éxito académico. Por ello es tan importante
para asegurar una mayor equidad educativa impulsar determinadas estrategias que
reduzcan las diferencias de calidad entre los centros: evitar que las escuelas tengan una
excesiva diversidad; garantizar un nivel similar de heterogeneidad educativa en la
mayoría de las escuelas sostenidas con fondos públicos; y conseguir que la mejora de la
oferta educativa de las escuelas por la enseñanza que desarrollan, por los programas que
ofrecen, por la calidad del equipo docente y por el cuidado a sus alumnos, sea un
aliciente lo suficientemente atractivo para que las familias superen su temor a la posible
77
diversidad existente. Volveremos sobre estas propuestas en el capítulo siguiente,
centrado en los cambios educativos.
El diseño de la educación secundaria postobligatoria
Otra de las propuestas que formula la OCDE para reducir el abandono escolar y mejorar
la equidad es la flexibilidad del sistema educativo para que los alumnos terminen la
educación postobligatoria y dispongan de nuevas oportunidades de aprendizaje.
Las vías de tránsito entre las ramas académicas y profesionales en la educación
postobligatoria son especialmente importantes, así como su conexión con la oferta de
estudios terciarios. Por ello, ampliar las modalidades de la oferta educativa, evitar
itinerarios sin continuidad y establecer relaciones entre la formación y la experiencia
laboral contribuye a reducir las inequidades educativas.
Uno de los puntos débiles del sistema educativo español es su rigidez, lo que limita
las posibilidades de los alumnos, sobre todo de aquellos con más dificultades de
aprendizaje, para continuar sus estudios y les desalienta para buscar nuevas
oportunidades. En esta falta de flexibilidad se concretan los errores más importantes que
el paso del tiempo ha demostrado en el inicial diseño de la LOGSE: la exigencia de
obtener el título al término de cuarto de la ESO para continuar cualquier tipo de estudios
posteriores con validez académica; la dificultad de proseguirlos al finalizar la FP de
Grado Medio; y la organización rígida del Bachillerato.
En el primer caso, la posibilidad de que el título pueda obtenerse a través de los
Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI) contemplados en la LOE ha
abierto nuevas posibilidades, pero la LOMCE suprime estos programas. También se ha
producido una mayor flexibilidad en el acceso a la FP de Grado Superior desde la FP de
Grado Medio. Mientras que el modelo inicial contemplado en la LOGSE defendía la
necesidad de los estudios de Bachillerato para el acceso a la FP de Grado Superior, en
gran medida para elevar el prestigio y la valoración de los mismos, las propuestas
aprobadas en 2011 establecían una conexión más directa entre ambos grados de
formación profesional y regulaban el reconocimiento de la experiencia laboral 1 .
Frente a estos avances al menos hasta el año 2013, nuestro modelo de Bachillerato
continúa teniendo una estructura demasiado tradicional. La propuesta impulsada por el
Ministerio de Educación en el año 2007 de que los alumnos pudieran cursar los dos años
de Bachillerato en tres cursos tuvo un rechazo amplio entre los profesores de secundaria.
Pero fue una iniciativa acertada. ¿Qué sentido tiene que a los 17 o 18 años un alumno
que tiene que repetir curso vuelva a cursar una asignatura cuando ya la ha aprobado y
que además se evalúa de forma independiente al resto? Los sistemas universitarios
facilitan que los alumnos progresen a su ritmo de aprendizaje y salvo en muy especiales
estudios universitarios, el alumno que aprueba una materia no tiene que cursarla de
nuevo y puede concentrarse en otras, lo que facilita su progresión académica. Finlandia
78
puede servirnos de nuevo de ejemplo. La educación secundaria superior está organizada
en un conjunto de cursos modulares entre los que el alumno elige para determinar su
plan de estudios. El estudiante no repite el curso completo sino solo el módulo que no ha
completado de forma satisfactoria.
5. Los procesos de enseñanza y los logros de los alumnos
Las propias escuelas y sus profesores no son ajenos a lo que sucede en el ámbito de la
equidad educativa. Hay que reconocer que sus posibilidades están limitadas por el
contexto social y cultural de sus alumnos, por el compromiso del entorno familiar, por
los recursos disponibles y por las decisiones que han orientado la organización del
sistema educativo. Sin embargo, existe todavía un importante margen de acción y de
responsabilidad colectiva y personal.
Las expectativas académicas en relación con sus alumnos, el tiempo de estudio, la
capacidad para responder de forma equilibrada a la diversidad existente en el centro, el
apoyo y orientación que se proporcionan a los alumnos y a sus familias, y los criterios de
evaluación que se utilizan son las dimensiones más relacionadas con la dimensión
equitativa en la práctica pedagógica. En el último capítulo del libro se desarrollan estos
procesos por lo que aquí nos limitaremos a comentar brevemente cada uno de ellos.
Es difícil que los docentes motiven a sus alumnos para que lleguen al límite de sus
posibilidades de aprendizaje cuando ellos mismos no están motivados o no se sienten
competentes. Pero lograrlo es un factor importante para romper la profecía de fracaso o
de abandono de ciertos alumnos, normalmente aquellos con situaciones vitales y
personales más complicadas. Mantener expectativas positivas no puede ser la acción de
un voluntarioso profesor aislado, sino que ha de formar parte de la cultura propia de la
escuela como uno de los elementos constitutivos de su compromiso educativo con todos
los alumnos.
El tiempo de estudio es otra de las dimensiones importantes para conseguir que todos
los alumnos progresen. Una de las investigaciones pioneras en este campo (Carroll,
1963), cuyo modelo teórico continúa siendo una referencia en la actualidad, puso de
manifiesto que el tiempo dedicado al aprendizaje es el factor determinante de los
resultados escolares si el resto de las variables se mantienen constantes. Hay alumnos
que disponen de más tiempo porque pueden acceder a actividades extraescolares, o
tienen una ayuda en casa para realizar los deberes, o un apoyo extraordinario cuando
aparecen problemas de aprendizaje. Otros, en cambio, por su situación familiar y
económica no pueden obtener estos beneficios, lo que va ampliando las desigualdades
iniciales de los alumnos. Las actividades extraescolares pueden llegar a ser una fuente de
discriminación.
Lo mismo sucede con tareas que los profesores piden a los alumnos que realicen en
su casa. No se plantea su supresión, sino el apoyo a los alumnos para que tengan
79
similares posibilidades que sus compañeros con mejores condiciones. Cuando nos
referimos a la importancia de los recursos destinados a la educación para reducir las
desigualdades, pensábamos también en este tipo de programas.
Un razonamiento similar puede aplicarse a los alumnos con dificultades de
aprendizaje. Cuando las familias disponen de medios económicos, buscan un profesor
que ayude a su hijo. Cuando no es posible, el alumno acumula cada vez más retrasos. Es
necesario, pues, que desde los primeros cursos de primaria, los centros dispongan de
maestros para ayudar a los alumnos con retrasos significativos en lectura y matemáticas.
Estas iniciativas deben acompañar pero no sustituir al trabajo habitual de los docentes
con sus alumnos, de tal manera que todos ellos, los más capaces y motivados y los
menos capaces e interesados, se enfrenten a situaciones de aprendizaje adaptadas a sus
posibilidades. Esta adecuación de los procesos de enseñanza debe extenderse a los
sistemas de evaluación que los docentes utilizan y conducir, entre otras consecuencias
positivas, a la limitación de la repetición de curso escolar, tema ya tratado en páginas
anteriores.
Es necesario, en consecuencia, reducir progresivamente la distancia en los logros
escolares entre aquellos alumnos que por su capital cultural y social están llamados a
tener éxito desde el principio, y aquellos otros a los que, por disponer de reducidos
bienes heredados, se les anticipa, incluso por sus propios maestros, una alta probabilidad
de fracaso escolar.
6. Los efectos sociales de la desigualdad
Las desigualdades se inician en el contexto social y en el entorno familiar en el que
viven los alumnos, pueden continuar, ampliarse o reducirse por el modelo de sistema
educativo y por el tipo de enseñanza que reciben, y se manifiestan finalmente en los
resultados académicos y en las posibilidades futuras que se abren a los alumnos para su
incorporación en la sociedad.
La pregunta clave en esta dimensión de la equidad se refiere a si los itinerarios
educativos y laborales de los alumnos están en función del origen económico, social y
educativo de sus padres. Para ofrecer una respuesta, se suelen utilizar dos tipos de
indicadores: por una parte, el relativo a la movilidad educativa; por otra, el referido a la
transición de la educación al empleo y, de manera más concreta, a cómo el logro
educativo afecta a la participación en el mercado laboral (OCDE, 2011).
Movilidad educativa
La movilidad educativa se define como los niveles que una generación alcanza en
comparación con la generación anterior. O un alumno en relación con sus padres. Este
indicador analiza los progresos educativos de los alumnos en función de los estudios
80
alcanzados por sus padres y, en determinados supuestos, de su nivel de renta. De esta
manera es posible contrastar la influencia del origen económico y social en las
posibilidades educativas de las nuevas generaciones.
Existe una mayor probabilidad de que los hijos cuyos padres tienen titulación
universitaria también la alcancen. Una relación opuesta se encuentra entre los hijos
cuyos padres no tienen estudios de ningún tipo o solo los básicos. De igual manera, la
tendencia general es que se produzca una correlación entre el nivel de renta de los padres
y las posibilidades de progreso en el nivel de estudios de los hijos.
Las competencias o titulaciones alcanzadas por los alumnos en comparación con las
de sus padres son solo una parte de los posibles determinismos sociales y culturales. Hay
un segundo indicador que se refiere a la incorporación de los jóvenes en el mercado de
trabajo y al tipo de empleo al que acceden en función de su origen social y cultural, pero
también ahora teniendo en cuenta su nivel educativo.
El informe de la OCDE (2011) muestra que las tasas de empleo son un 25% más
elevadas para aquellos jóvenes que tienen educación terciaria que para los que no han
terminado la educación secundaria superior. Las desigualdades se manifiestan también
en función del género: los varones que no han alcanzado la titulación de educación
secundaria superior tienen una probabilidad mayor del 23% de obtener un empleo que
las mujeres en la misma situación académica. Esta desigualdad continúa existiendo si
nos referimos a estudios superiores, aunque desciende al 10%. Además, se mantienen
importantes diferencias salariales entre hombres y mujeres (MEC: 2010b): en 2008, el
sueldo medio para las mujeres con estudios primarios o inferiores era del 62% del sueldo
de los hombres con la misma formación, del 75% para las licenciadas y del 78% para las
diplomadas.
En general, afirmará el estudio de la OCDE, el mayor nivel de estudios favorece la
probabilidad de empleo y de un empleo más estable y de mayor calidad. No es difícil
inferir, por tanto, que el origen social y educativo de los padres condiciona el nivel
educativo de sus hijos y, en consecuencia, sus probabilidades de empleo y las
características de su trabajo.
Cambios en España
En el caso de España, la serie histórica del porcentaje de ciudadanos que han alcanzado
al menos el título de educación secundaria post-obligatoria indica el profundo cambio
que se ha producido: del 29% de las personas entre 55 y 64 años al 65% entre aquellas
entre 25 y 34 años. En la medida en que la educación de los padres y de las madres
influye positivamente en el nivel educativo de los hijos, es esperable un nuevo
incremento significativo del nivel educativo de las nuevas generaciones, lo que pone de
manifiesto, de acuerdo con las conclusiones de Calero (2008), un patrón de movilidad
intergeneracional ascendente. Además, apunta Calero, los datos obtenidos muestran un
81
cambio estructural en el sistema educativo español que ha pasado de una situación en la
que los mayores progresos educativos correspondían a los hombres, a la actual, en la que
son las mujeres quienes obtienen mejores resultados académicos.
Sin embargo, estos avances en el ámbito educativo con su correspondiente incidencia
en la inserción laboral mantienen aún importantes y resistentes inequidades. La primera
que es necesario señalar es la contraparte negativa a la última apuntada en el párrafo
anterior referida al género: los adolescentes varones tienen mayores probabilidades de
conseguir empleos de calidad (Calero, 2008).
También es preciso destacar que el análisis del origen social de los jóvenes que
acceden a los estudios superiores, que son una mejor garantía para obtener un empleo de
mayor calidad 2 , muestra significativas desigualdades en función de la categoría
profesional y el nivel de renta de los padres. Según se puede apreciar en la tabla 3.3, las
diferencias entre los jóvenes con entornos familiares profesionales y aquellos otros cuyo
cabeza de familia es un trabajador agrario son enormes. También se encuentran
diferencias entre el mayor nivel de renta disponible en el hogar y los otros cuatro niveles,
entre los que las diferencias son muy reducidas. La comparación de estos datos pone de
manifiesto que la categoría laboral de los padres es un factor con mayor poder de
discriminación en el acceso a la educación superior que los ingresos familiares.
TABLA 3.3 Tasas de participación en educación superior en relación con el nivel socioeconómico
Total
2001
Total
32,9
Total (años anteriores)
Total
1997
29,3
Grupo socioeconómico
2000
Categoría socioeconómica
Profesionales
66,7
Intermedia (no manual-rutinaria)
37,4
Pequeños propietarios
32,4
Manual cualificada
22,9
Manual semicualificada o no cualificada
17,7
Propietarios agrarios
33,7
82
Trabajadores agrarios
10,8
Total
31,8
FUENTE: Calero, 2006. La equidad en educación. Informe analítico del sistema educativo español. Anexo 3.
Sistema de indicadores solicitado por la OCDE.
A modo de resumen
El sistema educativo español es uno de los más equitativos de los países de la OCDE de
acuerdo con los estudios PISA: el efecto del contexto socioeconómico en los resultados
de los alumnos y la variación del rendimiento de los alumnos «entre centros», que pone
de manifiesto la homogeneidad del sistema educativo, se sitúa en España entre los más
bajos de la OCDE. A pesar de que aparecen significativas diferencias en los resultados
de las comunidades autónomas (517 puntos en Navarra frente a 461 y 462 en
Extremadura y Murcia), esta distancia es sensiblemente inferior a la que aparece en la
comparación interna de otros países.
Nos encontramos, no cabe duda, ante una situación paradójica: un país con enormes y
crecientes desigualdades sociales, superiores a la mayoría de los países europeos, pero
con una educación cuyos indicadores de equidad están entre el grupo de los más
aventajados. El sistema educativo español ha sido capaz de evitar durante muchos años
buena parte del efecto de las diferencias económicas y sociales existentes. ¿Hasta cuándo
se podrá mantener esta situación? Por desgracia, no por mucho tiempo. Y ello por varias
razones, todas ellas complementarias y que reflejan un profundo movimiento social
conservador que es, en estos momentos, mayoritario en su expresión política.
La primera razón se sitúa en torno a la sensibilidad social. En general, la sociedad, los
medios de comunicación y la comunidad educativa apenas valoran los datos positivos de
la inclusión educativa, preocupados por el nivel de conocimientos, que continúa siendo
ligeramente inferior a la media de la OCDE.
La segunda razón procede de la crisis económica, de su profundo impacto en las
clases populares y el consiguiente efecto en la ampliación de las desigualdades. Tarabini
y Bonal (2012) recogen dos datos que son dramáticamente ilustrativos: España es uno de
los países europeos con mayor tasa de pobreza: 22% de los hogares están por debajo del
umbral de la pobreza y el 25% de los mismos está en riesgo de pobreza o de exclusión
social; España ha vivido en los últimos años el mayor incremento de la brecha salarial
entre ricos y pobres: la distancia entre el 20% más rico y el 20% más pobre ha pasado de
5,3 puntos en 2007 a 6,9 puntos en 2010. En una situación de pobreza, desempleo y
desesperanza es difícil que las familias sean capaces de crear en su hogar un ambiente
educativamente estimulante, de apoyar a sus hijos en las actividades escolares y de
aprovechar las oportunidades educativas.
Finalmente, la nueva ley educativa, la LOMCE, establece un conjunto de iniciativas
83
que en nada favorecen la equidad en la educación: reválidas, repeticiones de curso,
separación de alumnos, escasa consideración a la educación pública y olvido de los
recursos económicos destinados a los programas compensadores. El proceso iniciado
terminará con la paradoja antes comentada de unas desigualdades sociales que conviven
todavía con un alto nivel de equidad educativa puesto que las crecientes diferencias
sociales tendrán el campo libre para imponerse también en el ámbito educativo.
Vivimos tiempos difíciles y complicados en los que los valores democráticos en torno
a la ciudadanía compartida, la justicia, la solidaridad, la responsabilidad, la equidad y la
compasión están siendo olvidados.
1 Las propuestas de la LOMCE en este campo se exponen en la última parte del capítulo siguiente dedicado al
cambio educativo.
2 Conviene recordar lo que se afirmó en el capítulo 1: no existe una correspondencia directa entre nivel de
estudios y creación de empleo, aunque sí una mayor probabilidad de que las personas más preparadas encuentren
un mejor trabajo.
84
CAPÍTULO 4
EL CAMBIO EDUCATIVO
Introducción
En los capítulos anteriores nos hemos detenido en el qué y en el para qué de la
educación; ahora es el momento de volver los ojos hacia el cómo lograrlo. Este es el
objetivo de las teorías y los modelos sobre el cambio educativo, que manifiestan una
gran vitalidad en estos años 1 , sin cuyo concurso existe un mayor riesgo de fracaso en las
reformas emprendidas.
El cómo cambiar remite, pues, a los modelos y a las estrategias que han de orientar
estos procesos. No siempre ni habitualmente los responsables de las políticas públicas
los tienen en cuenta. Motivados por determinadas opciones ideológicas, ajenos a la
estabilidad de los sistemas educativos y a las habituales resistencias al cambio, de forma
especial cuando las reformas son precipitadas, escasamente debatidas y sin consensos
mayoritarios, los políticos responsables de la educación emprenden en ocasiones
cambios sin haber meditado lo suficiente sobre las repercusiones de sus decisiones en el
conjunto del sistema educativo. Sin embargo, existe una evidencia cada vez más
contrastada sobre cuáles han de ser las reglas y los procesos del cambio que permiten
conseguir de forma más eficiente sus objetivos.
La primera parte del capítulo analiza los principales procesos de cambio en las
últimas décadas. Después, en el núcleo central del texto, se desarrollan las estrategias
que la investigación actual considera más adecuadas para garantizar una mayor
probabilidad de éxito a los cambios planteados, que deberían estar orientados a lograr
mejorar los aprendizajes de todos los alumnos. Finalmente, el capítulo se cierra con un
análisis de las reformas legislativas emprendidas en España en los últimos cuarenta años.
Nótese que nos referiremos solo a los cambios provocados por las reformas legislativas y
no a los innumerables cambios realizados por profesores, movimientos de renovación
pedagógica, redes de escuelas o equipos de docentes innovadores, que han multiplicado
los efectos positivos de las reformas o que han contrarrestado los negativos.
Los procesos de cambio en las últimas décadas
En el capítulo 2 ya apuntamos el tipo de reformas que habían sido dominantes en la
educación en las últimas décadas y señalamos que la ola liberal procedente de los países
85
anglosajones en los años ochenta condujo a poner en primer plano la eficiencia en la
gestión y la evaluación estandarizada de los logros académicos de los alumnos 2 . De
alguna manera, se pretendía que la delegación de responsabilidades en las
administraciones regionales y locales, así como la competencia entre las escuelas y la
información sobre los resultados de los alumnos fueran las palancas principales que
elevaran la calidad de la educación.
Gestión y descentralización
El énfasis en la gestión de los procesos educativos de las escuelas ha sido una constante
en estos años. Impulsados por los modelos gerenciales de las empresas y por los sistemas
que establecían una relación directa entre gestión y calidad, un buen número de escuelas
iniciaron programas de mejora de su gestión con el fin de conseguir instituciones más
eficientes.
Este tipo de iniciativas han impulsado procesos de cambio en los centros docentes.
Pero el escaso análisis del contexto social y cultural en el que trabajaban estas escuelas y
la dificultad de modificar las condiciones en las que los profesores realizaban su trabajo
y los alumnos aprendían, han limitado en gran medida las posibilidades de
transformación.
La descentralización educativa ha sido otra de las principales estrategias para
aproximar las decisiones educativas a las escuelas y responder de forma más eficiente a
la diversidad de contextos y de alumnos. Sin embargo, estas loables intenciones se han
quedado en la mayor parte de los casos en una nueva distribución de las competencias de
la gestión educativa, sin que ello haya supuesto una mayor autonomía de los centros que
permitiera el desarrollo de modelos más atentos a la diversidad de las escuelas y de los
alumnos. Además, la autonomía de las escuelas no supone necesariamente mejorar los
procesos de enseñanza y aprendizaje que se desarrollan en una escuela (Hopkins, 2013).
La autonomía para que sea beneficiosa exige cooperación, apoyo de la administración
educativa, liderazgo, participación y evaluación.
Auge de la evaluación
También en estos años se ha insistido de manera continuada en la necesidad de controlar
el funcionamiento de las escuelas y los resultados académicos de los alumnos como
mecanismo prioritario para elevar la calidad de la educación y mejorar los aprendizajes.
El énfasis en la evaluación ha conducido a un progresivo incremento de las pruebas
estandarizadas. Ante la dificultad de aplicarlas a los procesos, se han multiplicado los
esfuerzos en conocer los resultados educativos, especialmente los referidos a los
aprendizajes de los alumnos y, más en concreto, a los vinculados con sus conocimientos
86
en matemáticas y en lengua. Hemos asistido a la era de la estandarización, a la
competencia entre las escuelas, a las prescripciones curriculares y al control a través de
la evaluación 3 .
Nuevas iniciativas
En suma, se ha destacado la urgencia del cambio y la importancia de elevar el nivel
académico de todos los alumnos, pero se ha olvidado cómo dar herramientas a las
escuelas y a los profesores para conseguirlo; no se ha superado la homogeneización a
pesar de la descentralización, aunque la situación educativa reclamaba conjugar la
diversidad con la equidad; y se ha orientado el objetivo del cambio hacia el progreso en
determinadas competencias y hacia su evaluación, pero no hacia la profundidad, la
interrelación, la amplitud y la creatividad en el currículum y en los procesos de
enseñanza y aprendizaje en el aula.
Si bien en torno a los procesos de descentralización, de eficacia en la gestión, de
rendición de cuentas, de evaluación estandarizada y de información a la opinión pública
se concentraban las corrientes de fondo que movilizaban y sostenían las decisiones de
buena parte de los países de todo el mundo, existían, no cabe duda, otras iniciativas
nacionales y locales de signo contrario: mayor importancia a la inversión pública en
educación, políticas compensatorias, defensa de la equidad y de la inclusión educativa,
evaluación integral del funcionamiento de las escuelas, información confidencial a las
familias y apoyo a los movimientos sociales a favor de la educación.
La incapacidad de las estrategias dominantes de resolver los graves problemas
educativos, los resultados de las investigaciones educativas y sociales, y los cambios
profundos en la sociedad y en la economía han conducido a que los procesos antaño
minoritarios sean contemplados ahora como los necesarios para lograr lo que no se había
conseguido anteriormente. No quiere esto decir que la descentralización, la gestión
eficiente y la evaluación de los procesos educativos deban ser abandonadas, sino que han
de integrarse en modelos educativos con una orientación diferente al de aquellos que
inicialmente las impulsaron.
Principales estrategias para incrementar el éxito de los cambios
Como se acaba de apuntar, existe una amplia reflexión sobre el futuro de la sociedad y
de la educación que pone en cuestión los modelos tradicionales aún vigentes de
organizar el funcionamiento de las escuelas y de diseñar el aprendizaje de los alumnos
(Hargreaves y Shirley, 2009; Hargreaves y Fullan, 2009; Marchesi, Tedesco y Coll,
2009). Ante el avance imparable de las tecnologías de la información, ante la radical
transformación de la cultura de los jóvenes, y ante las nuevas formas de acceder al
87
conocimiento, parece imprescindible una apuesta distinta por una nueva forma de
relación entre los profesores, los alumnos y los contenidos del aprendizaje que tenga en
cuenta los escenarios en los que las nuevas generaciones se desenvuelven.
En una sociedad diferente, en la que prima la innovación, la iniciativa, el dominio de
los diferentes lenguajes, la capacidad para trabajar en equipo, y la competencia para el
autoaprendizaje, el mensaje de cambio y de transformación de la educación ha de
basarse en una visión más amplia y sistémica de la educación, en nuevas formas de
relación entre las administraciones educativas y los centros docentes, y en prestar una
especial atención a dos dimensiones, habitualmente olvidadas, que son nucleares para el
éxito de las reformas: el contexto social y cultural de los centros y la subjetividad de los
profesores.
Estas reflexiones sugieren cuatro estrategias clave que deberían orientar los cambios
en la educación para lograr de forma más segura el objetivo de una educación de calidad
con mayor equidad. Las dos primeras se refieren a la forma de plantear los cambios:
sistémicos y graduales por una parte, y participativos y compartidos por otra. Las otras
dos apuntan a los ámbitos principales que tendrían que tenerse en cuenta para garantizar
que se progresa en la consecución de los fines de la educación: la atención al contexto
social y cultural en el que se desarrolla la enseñanza, y una especial sensibilidad al
impacto de los cambios en la subjetividad de los docentes 4 .
Mantener una visión sistémica y gradual del proceso de cambio
La importancia de una perspectiva sistémica de los cambios
Las investigaciones actuales sobre el cambio educativo destacan la importancia de
enfoques sistémicos para garantizar con mayor seguridad los efectos deseados del
cambio y evitar aquellos no pretendidos. ¿A qué se hace referencia al hablar de enfoques
sistémicos? A aquellos que tienen en cuenta el conjunto de factores e interacciones que
operan en el funcionamiento de la educación y analizan los efectos derivados de
cualquier cambio iniciado. No se trata, por tanto, de hacer reformas generales o amplias,
poco aconsejables en tiempo de crisis como el actual, ni cambios estructurales, sino de
valorar las implicaciones de cualquiera de los cambios propuestos en el conjunto del
sistema educativo y de focalizar las reformas en los factores que mejoran la calidad de
los procesos de enseñanza y aprendizaje (Hopkins, 2013).
El análisis sistémico permite conocer con mayor seguridad los factores responsables
de los desajustes que se pretenden corregir o de los retos que es preciso abordar, y
orientar hacia ellos las reformas pertinentes. Por ello, es tan importante conocer los
efectos del sistema social en los procesos de enseñanza, pues evita perder una de las
variables que mejor explican las diferencias entre los alumnos.
En ocasiones los cambios se plantean para imitar el funcionamiento de otros sistemas
88
educativos de éxito y olvidan la influencia del contexto, de la historia y de la cultura
escolar, es decir, pierden de vista la perspectiva sistémica. Se puede aprender de los otros
pero adaptándolo a la situación propia. Finlandia, por ejemplo, se ha convertido en el
país de referencia en la educación por su éxito en las evaluaciones PISA. Se destacan los
conocimientos de sus alumnos y también la selección de sus profesores, la valoración de
la profesión docente, los modelos de enseñanza, la participación y la organización de sus
escuelas. Pero se tiende a olvidar que Finlandia es un país con cinco millones de
habitantes, con alto nivel cultural y educativo de su población, con una gran
homogeneidad social, con escaso número de inmigrantes y con una visión compartida de
que su riqueza procede del conocimiento, de la competencia y de la capacidad de
innovación de las nuevas generaciones. Solo si se tienen en cuenta estas condiciones
sociales y culturales será posible alcanzar los resultados de sus alumnos. Esta cautela no
impide considerar que es preciso valorar a los profesores y seleccionar a los mejores
aspirantes, como sucede en Finlandia. Pero solo con eso, por importante que sea, no se
conseguirán sus resultados.
Definir bien el problema
McLaughlin (2008) señala que la principal decisión en la política educativa es definir
bien el problema o, dicho en sus propios términos, enfrentarse al «problema del
problema». Ello supone establecer cuál es el reto educativo, qué factores lo provocan y
cómo abordarlos. La lógica de la naturaleza del problema anticipa la lógica de las
estrategias de solución. Entender la complejidad que se deriva de un enfoque sistémico
es compatible con acotar problemas concretos.
En este punto se inicia la fase de diseño del cambio educativo. La correcta definición
del problema, de sus antecedentes y del contexto que lo genera permite orientar de forma
satisfactoria el proceso de reforma. No supone que vaya a resolverse, pues es en la fase
siguiente, en la implementación, donde se gestiona realmente el cambio, pero sin una
correcta definición de los desafíos a los que hay que hacer frente, es muy difícil
conseguir después la solución del problema.
Veamos un ejemplo. Como ya se ha señalado en el capítulo anterior, el elevado
número de repetidores en España es uno de sus principales problemas a juicio de la
OCDE, pues reduce el interés por el aprendizaje, propicia el abandono escolar y
multiplica los costes de la enseñanza. ¿Por qué repiten los alumnos? Porque aprenden
más despacio: exigiría apoyos pedagógicos extraordinarios desde los primeros cursos;
porque sus familias no se preocupan lo suficiente: supondría intensificar la colaboración
con los familiares de estos alumnos; porque hay una cultura entre los profesores
favorable a la repetición de curso: sería necesario impulsar procesos de formación y de
reflexión entre el profesorado y plantear nuevas alternativas pedagógicas para reducir la
repetición. Lo más sorprendente es la definición del problema dada por el Ministerio de
89
Educación, Cultura y Deporte a través de la LOMCE: hay que reducir el número de
repetidores: incorporemos una reválida de los aprendizajes cuya no superación exigirá la
repetición de curso y, por tanto, la incrementará.
Favorecer la participación y el compromiso a lo largo de todo el proceso de cambio
Centralización del proceso e innovación en la comunidad educativa
Los cambios se diferencian y se valoran por el origen de la iniciativa. Habitualmente se
establece una doble distinción, ya acuñada en la literatura científica sobre el cambio
educativo: los modelos de arriba abajo (top-down) o sus contrarios, los modelos de abajo
arriba (bottom-up).
Los cambios que proceden de las autoridades educativas (de arriba abajo) tienen
ventajas e inconvenientes. Entre las primeras habría que situar la capacidad y los
recursos de los responsables educativos para diseñar e implementar reformas y sus
mayores posibilidades para generalizarlas y sostenerlas a lo largo del tiempo. En su
contra habría que destacar su posible alejamiento de la cultura de los centros y de las
aulas y el riesgo de impulsar cambios no sentidos por la mayoría de los docentes y de la
comunidad educativa.
A su vez, los cambios que se inician desde los equipos de profesores, escuelas o redes
de escuelas tienen la fuerza de surgir de los retos e inquietudes vividos en los procesos
de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, presentan las limitaciones derivadas de su
menor capacidad de mantener y extender sus proyectos, ya que normalmente son
limitados en el tiempo y reducidos en su extensión. Ambos enfoques tienen sus
defensores y sus detractores desde hace mucho tiempo. La línea que parece más
fructífera es la combinación y articulación coherente de los dos modelos, ya que el
cambio es un proceso lento y gradual, que exige planificación y un esfuerzo sostenido.
Las reformas planteadas desde arriba deberían tener en cuenta las experiencias de los
profesores y de las escuelas y asegurar la participación de las comunidades educativas en
el proceso de cambio. Además, deberían apoyar y financiar programas de innovación de
forma preferente en los ejes de cambio diseñados. A su vez, los equipos y movimientos
de renovación tendrían que extender sus iniciativas, incorporar a un creciente número de
escuelas y de docentes y buscar fórmulas que aseguren una mayor continuidad de las
innovaciones emprendidas. El acuerdo sobre ellas con la administración educativa sería
una garantía importante para su sostenibilidad.
Hace más de 25 años, algunos teóricos del cambio escribieron sus reflexiones a partir
de un análisis sobre los distritos escolares en Ontario. A pesar del tiempo transcurrido, su
mensaje integrador e interactivo mantiene su vigencia en la actualidad:
Ni los enfoques desde abajo ni desde arriba funcionan por sí mismos. La coordinación central, la presión y
el desarrollo son esenciales, pero solo si se corresponden con un desarrollo basado en la escuela por parte
90
del equipo directivo y de los profesores, que son los que deciden en la puesta en práctica. La solución no es
ni más ni menos centralización, sino más bien una mayor interacción y negociación entre las escuelas y las
oficinas centrales, y la inversión en el desarrollo de las capacidades de ambos niveles. El proceso es
probablemente más poderoso si se inicia desde la administración porque tiene más amplitud, más recursos
y, potencialmente, más influencia.
Fullan, Anderson y Newton, 1986, p. 325
El proyecto de integración
La puesta en marcha del programa de integración de alumnos con necesidades
educativas especiales en 1985 es un buen ejemplo de los procesos que se han venido
exponiendo y de los necesarios y positivos compromisos entre la administración
educativa y los centros. Cuando se decidió por parte del Ministerio de Educación llevar a
cabo en España la experiencia que otros países ya venían realizando de escolarizar en
centros ordinarios a alumnos y alumnas con algún tipo de discapacidad, el cambio que se
afrontó fue de enorme envergadura. Sin embargo, hoy podemos decir que se ha
producido una transformación en el sistema educativo y en la sociedad española que
hace difícil que tenga vuelta atrás.
La integración no era demandada en sus inicios por los colegios ni por los profesores
de forma mayoritaria, si bien había una voluntad de las asociaciones de personas con
discapacidad de avanzar hacia formas de mayor integración educativa y laboral. De
hecho, hubo importantes resistencias al programa. Si se hubiera esperado a que los
docentes y las familias estuvieran convencidos de que la presencia de estos alumnos no
solo iba a ser positiva para ellos, sino para todo el alumnado, quizás nunca se habría
iniciado el proceso porque solo se alcanzan las condiciones necesarias cuando el propio
funcionamiento del programa hace retroceder los obstáculos y las incomprensiones.
Tampoco se decretó por ley la incorporación de todos los alumnos con discapacidad en
los centros ordinarios, sino que se pusieron las condiciones para que se pudiera ir
produciendo el cambio de forma paulatina.
Los responsables políticos y técnicos del programa aprendieron de los aciertos y
errores de los países que ya tenían experiencia; se buscaron en una primera fase de tres
años de duración centros voluntarios, a los que se pidió al término de la misma que
votaran si continuaban en el proyecto; se inició en la etapa de educación preescolar y en
el primer año de la Educación General Básica (EGB) (alumnos de 4 a 6 años), para
proseguir después año tras año y ampliar al mismo tiempo el número de centros en
función de los recursos disponibles; se limitó a dos el número de alumnos con
necesidades especiales por aula; se redujo la ratio; se incorporaron profesores de apoyo a
los centros; se garantizó la estabilidad de la plantilla de profesores y se les ofreció
formación y materiales adaptados para estos alumnos. Junto con ello, se realizó una
amplísima campaña de concienciación social. La voluntariedad de los centros
participantes, las experiencias positivas de los alumnos con discapacidad integrados con
91
sus compañeros y el cumplimiento de las condiciones acordadas fueron determinantes
para el progreso imparable del proyecto. También hay que reconocer el apoyo recibido
por amplios sectores de la sociedad que reflejaban la atmósfera equitativa e integradora
que vivía España en aquellos años.
Hubo muchas dificultades que tuvieron que superarse. Todavía sigue habiéndolas y,
si no se cuida lo que hoy denominamos escuela inclusiva, podría producirse un proceso
de paralización y de progresiva regresión. Sin embargo, son muchísimos los profesores
que han comprobado que por tener en el aula un alumno o alumna con discapacidad, el
resto de la clase no deja de aprender y además aprende a conocer, a respetar, a cuidar, a
convivir. Se ha producido un cambio en sus prácticas y en sus concepciones.
Las reformas generales deben ser sin duda impulsadas por las administraciones
educativas, pero deberían ser acordadas con los equipos directivos y con los profesores.
Ello supondrá transformaciones estructurales y con ello cambios en las prácticas
docentes, pero no tendrán éxito si no consiguen a su vez cambios en sus formas de
pensar y de sentir. Todo ello apunta a tomar en consideración «el cuidado de las
subjetividades», a lo que se hará referencia en la cuarta y última de las prioridades que
aseguran con mayor probabilidad el éxito en el proceso de cambio.
Prestar atención preferente al contexto y a la diversidad de los alumnos
Como se ha señalado en el capítulo 3, la investigación demuestra que en las mismas
condiciones educativas, los alumnos procedentes de hogares aventajados tienden a
progresar de forma más rápida que aquellos de hogares desfavorecidos, por lo que la
distancia en los resultados entre unos y otros se manifiesta de forma más impactante
(Whitty, 2010).
Las condiciones sociales y culturales de los alumnos y de las escuelas se encuentran,
pues, entre las principales variables que condicionan el funcionamiento de las escuelas y
el rendimiento de los alumnos. El contexto social y familiar explica buena parte de los
retrasos y de las desigualdades que se manifiestan en la educación. Al aceptar estas
afirmaciones, no queda más remedio que plantear iniciativas en esta dimensión si se
pretende que las reformas propuestas en el entorno escolar no pierdan buena parte de sus
posibilidades de cambio y de mejora. El olvido del contexto social es la principal laguna
de las investigaciones sobre las escuelas eficaces y la mejora de las escuelas (Thrupp, M.
y Lupton, R., 2006).
¿Es posible conseguir buenas escuelas y que sus alumnos alcancen resultados
satisfactorios cuando se encuentran en contextos sociales desfavorecidos? Esta es la
pregunta que se plantea Harris en diferentes estudios e investigaciones (Harris, 2009;
2010) y que intenta responder a través de un amplio análisis de la situación de estas
escuelas y de sus alumnos, y de la formulación de las estrategias que considera
imprescindibles.
92
Su primera tesis respalda las afirmaciones ya realizadas: el contexto socioeconómico
continúa siendo un poderoso predictor de los logros académicos de los alumnos y la
mayor parte de los programas de mejora de las escuelas no lo tienen en cuenta. Para
muchas familias con una larga tradición de desempleo, las escuelas son vistas como un
problema y no como una solución. Los gobiernos, continúa Harris, siguen extendiendo
los modelos de evaluación y de intervención estandarizados, sin darse cuenta de que este
tipo de iniciativas no resuelven los problemas. Las estrategias de mejora de estas
escuelas «son demasiado escasas, demasiado tardías, actúan solo sobre una parte del
problema e inconscientemente establecen condiciones que actualmente son
insostenibles» (Fullan, 2006).
Sin embargo, y a pesar de las enormes dificultades, tales progresos son posibles.
Incluso se puede afirmar que las escuelas que están situadas en contextos desfavorecidos
pueden llegar a proporcionar a sus alumnos unos esquemas de conocimiento, un
equilibrio emocional y un sentido del esfuerzo que habitualmente no encuentran en sus
familias. Por ello, estas escuelas, sus profesores y las autoridades competentes asumen
una enorme responsabilidad al enfrentarse a los retos que estos alumnos plantean. En sus
escuelas y en sus experiencias educativas se encuentran para muchos de ellos las
decisivas oportunidades para abrirse camino en la vida.
Por ello, parece necesario, a pesar de las dificultades, diseñar y poner en práctica
aquellas estrategias especialmente relacionadas con las dimensiones que más afectan a
los procesos de enseñanza y a los resultados que obtienen los alumnos: mejorar la oferta
educativa de estos centros, equilibrar su composición social y elevar el nivel cultural y
social de las familias. De forma simultánea y mientras estas iniciativas no consigan los
objetivos deseados, es imprescindible apoyar de forma diferencial a estas escuelas para
compensar sus limitaciones de entrada. Sus posibles beneficios solo se manifestarán si se
aplican con constancia y con rigor.
Escuelas de calidad en contextos desfavorecidos
De entrada, lo que habría que conseguir es que las escuelas públicas, sobre todo aquellas
situadas en contextos complicados, fueran más atractivas y evitaran la huida de un cierto
sector de familias más comprometidas con la educación. Para ello sería necesario que
estas escuelas ofrecieran los mejores programas (bilingüismo, informática, deporte,
música), recibieran los mayores apoyos (maestros, orientadores) y tuvieran una
supervisión constante. Hay que reconocer que esto solo, por importante que sea, no es
suficiente. Los centros deberían tener un clima de convivencia y de estudio que diera
confianza a la mayor parte de las familias. Si además se programaran actividades
diversas por las tardes y los fines de semana que favorecieran la presencia del alumnado
en el centro e incluso iniciativas y actos abiertos a la comunidad educativa y al entorno
social, se podría pensar que se estaban dando pasos firmes en la dirección correcta.
93
En este proceso de mejora es necesaria la colaboración con otras escuelas. Los
centros docentes con graves problemas no pueden enfrentarse de forma aislada a sus
enormes dificultades. Es preciso desarrollar redes de escuelas en las que los programas
compartidos, las iniciativas conjuntas, la reflexión entre los profesores y la búsqueda en
común de alternativas sirva de aliciente, apoyo y ánimo para el profesorado. Conviene
recordar que las redes de escuelas no se improvisan ni se mantienen por sí solas. Será
necesario el apoyo de la administración educativa para su inicio y la provisión de
recursos y de personal complementario para que alguno de sus directivos pueda disponer
del tiempo necesario para el mantenimiento y el fortalecimiento de la red.
Equilibrar la composición social del alumnado
Aunque este objetivo es importante para la mejora de la calidad y de la equidad
educativa, es enormemente complicado. ¿Cómo alterar la composición social de los
barrios? ¿Cómo conseguir que familias con mayor nivel cultural lleven a sus hijos a
aquellas escuelas que en gran medida por su composición social y cultural se enfrentan a
mayores retos educativos?
En determinados países se ha planteado favorecer el acceso del alumnado con un
entorno cultural desfavorecido a las mejores escuelas. Algunos incluso han propuesto
autobuses gratuitos para favorecer esta movilidad. Los defensores de la libertad de
elección de centro han considerado que estas alternativas eran la mejor respuesta a las
críticas recibidas. Pero, junto a las valoraciones ya apuntadas en el capítulo primero de
que la libertad de elección sin control solo conduce a que los centros seleccionen a los
alumnos y refuercen su homogeneidad, hay que apuntar ahora otra razón: de poco sirve
que algunos buenos alumnos de las escuelas públicas vayan a colegios situados en
mejores barrios. Sus escuelas de procedencia seguirán siendo bastante inferiores e
incluso peores por el abandono de determinados alumnos y de sus familias.
La existencia de centros atractivos por la calidad de su enseñanza ayudaría, no cabe
duda, a modificar poco a poco la composición social del alumnado. Pero además habría
que contribuir a este objetivo con iniciativas acordes en el proceso de admisión de
alumnos: establecer en la medida de lo posible que cada una de las zonas de admisión de
alumnos en las ciudades incluyera dos barrios próximos de diferente nivel cultural y
social de tal manera que los alumnos de ambos tengan la misma prioridad en el acceso a
las escuelas; elevar el nivel de renta exigido para que la mayoría de las familias de
sectores populares incrementen su puntuación y tengan prioridad en la elección de
escuela; evitar que las escuelas superen un determinado porcentaje de alumnos que
exigen un mayor esfuerzo educativo (inmigrantes recién llegados al país y alumnos con
necesidades educativas especiales); y, finalmente, impedir que los centros puedan
otorgar puntuaciones adicionales que subviertan los objetivos planteados.
Lo que se está proponiendo, pues, es una mayor planificación en la elección de centro
94
para evitar que los retos educativos se concentren en algunos y conseguir una mayor
equidad en la educación escolar. Como señala la OCDE (2012) y destacábamos en el
capítulo anterior, es preciso gestionar la libertad de elección de centro para evitar la
segregación y el consecuente incremento de las desigualdades sociales.
Elevar el nivel social y cultural del entorno, coordinar programas y favorecer la
participación educativa de las familias
La constatación de la significativa influencia del contexto social, económico y cultural
de los alumnos en sus aprendizajes hace necesario que los cambios educativos incluyan
propuestas e iniciativas en estos ámbitos, pues la educación no puede limitarse a la
escolarización. Estos proyectos intersectoriales son imprescindibles cuando nos
referimos a los centros que se enfrentan a condiciones sociales y culturales más
desafiantes.
Hay que reconocer que esta propuesta es coherente con lo expuesto hasta ahora pero
de difícil realización por la necesaria implicación y coordinación de diferentes
instituciones. Solo alguna de ellas puede atribuirse a la responsabilidad de las
administraciones educativas pues, en líneas generales, son otras administraciones o el
Gobierno en su conjunto quienes deben impulsar este tipo de programas coordinados.
Hay, no obstante, un objetivo que entra de lleno en la acción educadora, que no es
especialmente complicado y que tiene una enorme repercusión en la formación de los
alumnos: el trabajo con las familias para conseguir una mayor colaboración en la
educación y en el aprendizaje de sus hijos. La cooperación entre los profesores y los
padres ha de convertirse en una de las líneas de acción prioritarias para mejorar las
oportunidades educativas de los alumnos. Para ello hace falta voluntad, sensibilidad,
competencia y tiempo 5 .
Estar atento al impacto de los cambios en la subjetividad de los docentes
La última de las estrategias prioritarias seleccionadas se refiere a la incorporación de las
«políticas de subjetividad» a las que hace referencia Tedesco (2010), es decir, a la toma
en consideración en los procesos de cambio de las relaciones entre el pensamiento y la
acción, de los sentimientos y de las emociones que generan las reformas en los
profesores, de la representación de uno mismo y de su profesión, de los conflictos
personales, sociales y profesionales que pueden generar los cambios educativos y, por
último, del sentido y de la narrativa personal y profesional que han de construir los
actores de la acción educadora. Es enormemente positivo que la comunidad educativa y
los profesores sientan que se les trata de forma individual y única, que se tiene confianza
en ellos y que se discuten y se razonan las decisiones que les afectan. Pero también que
95
se les ayuda a formular un proyecto determinado, que se les asesora y se les acompaña
para asegurar las mejores condiciones con el fin de que se alcancen los objetivos
propuestos.
La subjetividad se refiere a las interpretaciones personales de las experiencias vividas
por las personas. Apunta a la toma de conciencia de cada ser humano de aquello que
experimenta como propio, personal y diferente a lo que viven los otros. Las experiencias
pueden ser de muy diversos tipos y condiciones, pero sus efectos se manifiestan
principalmente en tres dimensiones de la persona: el pensamiento, las emociones y los
valores.
Relaciones entre el pensamiento y la acción
Una de las nuevas vías de avance para el cambio es la toma de conciencia de que es
preciso transformar «las subjetividades». Al igual que durante mucho tiempo se ha
estado reflexionando acerca de las ventajas y las limitaciones de las reformas impulsadas
únicamente desde las administraciones o de aquellas que se promovían tan solo desde
determinados centros, es conveniente analizar la tensión y la complementariedad entre la
dimensión estructural de los cambios y la que se produce en las personas implicadas.
Una dimensión muy relacionada con la anterior, pero que no se agota en ella.
La mera intuición puede llevar a concebir estas relaciones de forma distinta. En un
caso se puede pensar, por ejemplo, que primero hay que preparar a los profesores para
que sepan llevar a cabo las nuevas formas de enseñar que se les propone desde la
normativa. Desde esta perspectiva, hasta que estén formados para ello —y esto incluye
obviamente tener una disposición favorable que a su vez implica un mínimo acuerdo con
los cambios que se proponen— no sería conveniente poner en marcha una reforma.
Desde otra perspectiva, podría considerarse por el contrario que los docentes, como otros
profesionales, tendrán que hacer lo que se establezca desde la política educativa, ya que
nunca se va a llegar a un acuerdo con todos y deben ser los expertos quienes decidan la
dirección de la mejora. En la propia puesta en marcha del cambio en cuestión se incluirá
la formación necesaria, como una pieza más del proceso.
Sin embargo, como en otros muchos ámbitos del cambio social, impulsar las
transformaciones supone entender la relación entre lo que las personas piensan y hacen.
Sin duda, lo primero influye en lo segundo, pero no es menos cierto que también se
produce el movimiento en la dirección inversa. Cuando un docente cambia de contexto
de enseñanza —de un centro privado a uno público; de uno más tradicional a uno más
innovador; de una etapa a otra; o a un sistema educativo distinto—, sus prácticas de
hecho se modifican y un tiempo después su forma de pensar puede haberse transformado
también. Lo que antes veía de una manera ahora lo concibe de otra. En algunas
ocasiones, casi no puede explicarse cómo podía pensar antes así.
¿Quiere esto decir que un mero cambio en la acción modifica las concepciones? Nada
96
es tan sencillo. Desde este enfoque (Martín y Cervi, 2006) se entiende que los cambios
en las prácticas docentes, si tienen éxito, y si van acompañados de un proceso de
reflexión que permita al profesor analizar el porqué de las transformaciones, puede, con
mucho esfuerzo y mucho tiempo, ir modificando su forma de concebir el aprendizaje y
la enseñanza. El proyecto de integración de los alumnos con necesidades educativas
especiales al que se ha hecho referencia anteriormente es un buen ejemplo de cómo a
través de la práctica y de la experiencia se pueden modificar las concepciones sobre la
enseñanza.
El tiempo, el apoyo al esfuerzo que todo cambio implica, y los espacios de reflexión
guiada por docentes más expertos, y compartida con los compañeros que se encuentran
en un proceso semejante, son requisitos indispensables para que el cambio se produzca.
En el fondo no dejan de ser las condiciones de un buen proceso de formación docente.
Sentimientos y emociones
Como señala Zembylas (2010), la mayoría de los gestores políticos sitúan las reformas
en el campo técnico y de la racionalidad y suelen considerar a los profesores como
instrumentos profesionales en el proceso de cambio educativo. Sin embargo, los cambios
están estrechamente relacionados con las emociones de los docentes, pues afectan a las
relaciones con sus alumnos y sus compañeros, a sus expectativas profesionales, a su
identidad profesional y a los equilibrios alcanzados en la distribución del poder y de la
influencia en los centros docentes. Las reformas, sobre todo las más generales, tienen
profundas implicaciones en las vivencias emocionales de los docentes y en su bienestar
profesional y personal.
La resistencia a las reformas procede en gran medida de su desajuste con las
expectativas profesionales de los docentes, pero también del malestar o disgusto que
generan por falta de información, por ausencia de apoyo suficiente, o por una
modificación de las condiciones de trabajo anteriormente establecidas. La reacción
contraria a la extensión de la educación obligatoria y a la organización de una etapa de
Educación Secundaria Obligatoria contemplada en la LOGSE por parte de la mayoría de
los profesores de Bachillerato encuentra en estas razones su explicación principal. En el
equilibrio de pérdidas y ganancias profesionales y laborales, los profesores de
Bachillerato se sintieron los perdedores principales. Los maestros de EGB y los
profesores de Formación Profesional percibieron, sin embargo, que las ganancias eran
superiores a las pérdidas. En el primer caso, porque se crearon las especialidades de
maestro de educación física, inglés y música, se favorecía el traslado de los maestros a
los institutos de secundaria para impartir los dos primeros años de la ESO, y se
incrementaban las posibilidades de promoción al cuerpo de profesores de secundaria. En
el caso de los profesores de Formación Profesional, porque sus enseñanzas se elevaban
de nivel al ofertarse al término de la ESO y del Bachillerato, y porque se integraban en el
97
cuerpo de profesores de secundaria.
Determinadas formas de evaluación del profesorado o de los centros pueden sentirse
como reformas amenazantes si no están bien diseñadas y no son bien explicadas. Incluso
la incorporación de las TIC en la enseñanza puede vivirse con desasosiego por
determinados profesores que no se sienten competentes y temen perder su estatus ante
los alumnos.
Micropolítica y reforma educativa
Diferentes estudios han establecido estrechas relaciones entre las emociones de los
profesores y las relaciones de poder con los procesos de reforma (Nias, 1999; Beatty y
Brew, 2004; Zembylas, 2010). Las emociones que viven los profesores en los procesos
de cambio están muy relacionadas con la micropolítica de sus escuelas. A partir de los
estudios de Ball (1987) y de Blase (1987), se abrió una fructífera línea de investigación
sobre los conflictos y las tensiones en el seno de las escuelas por la disputa del poder, del
estatus académico y de la influencia ante los cambios que proceden del exterior o del
interior de los propios centros docentes.
Los procesos micropolíticos constituyen buena parte de la cultura de la escuela con su
juego de relaciones, influencias, estatus, valores e ideologías 6 . La elección del equipo
directivo o la actitud del centro ante las reformas educativas son dos momentos álgidos
de estas disputas, que pueden resolverse por la vía de la cooperación o por la del
enfrentamiento. En este último caso, las secuelas del conflicto pueden llegar a ser muy
negativas para los profesores perdedores y para el ambiente de trabajo en el centro
docente.
La revisión de los estudios realizada por Blase y Björk (2010) sobre la micropolítica
del cambio educativo demuestra su papel crítico, bien para facilitar y apoyar, o bien para
impedir e inhibir el cambio educativo y la reforma. En el primer caso, los datos indican
que la participación de los profesores en las decisiones, la autonomía en el aula, la
reflexión crítica sobre el currículum, el desarrollo de relaciones innovadoras de
colaboración y el esfuerzo de los equipos directivos para conceptualizar, negociar e
implementar las reformas por la vía de enfoques sensibles a la profesionalidad docente y
basados en el consenso y en la ética, facilitaban el éxito de los esfuerzos de reforma en
las escuelas.
Por el contrario, las orientaciones proteccionistas frente a lo que procede de fuera de
la escuela, la resistencia a las amenazas de intensificación del trabajo, la confusión sobre
los roles y el funcionamiento dentro de la escuela, los conflictos entre facciones rivales
de profesores, las estrategias del equipo directivo para mantener su poder o de grupos de
profesores para defender sus intereses específicos impiden el cambio educativo y la
reforma.
La disputa por el poder y la distribución del poder en la escuela no es solo un asunto
98
que se dirime en las elecciones al equipo directivo o en el funcionamiento de la dirección
y de las estructuras de centro. Es en gran medida y principalmente un tema
estrechamente vinculado con las aspiraciones, sensibilidades y deseos de una buena parte
del profesorado, de cada uno de ellos, lo que afecta de forma directa a la subjetividad de
los docentes. Los ganadores y los perdedores en estas disputas se enfrentan después con
mayor o menor ánimo a su trabajo profesional y viven de distinta manera las
posibilidades futuras de los cambios educativos en función de lo que anticipan para su
estatus profesional y su identidad laboral.
El olvido de la importancia que esta dimensión de la cultura política interna en la
escuela alcanza en la implantación de las reformas educativas puede tener notables
repercusiones en el proceso del cambio. No en todas las escuelas, por suerte, sino
principalmente en aquellas cuyas dinámicas tienden a paralizar los cambios para
mantener el statu quo existente, pues la reforma es vivida como algo amenazador que
altera la estabilidad presente.
Sentido y visión de los cambios
La acción y la reflexión compartida, la comunicación y la colaboración, la autoestima, la
confianza mutua y la valoración social percibida son factores clave que permiten a los
profesores encontrar sentido a las reformas iniciadas. En consecuencia, aquellos cambios
que cuidan y fortalecen estos factores, además de su pertinencia para mejorar la
educación, tienen una alta probabilidad de concitar el apoyo mayoritario de los docentes.
El sentido de los cambios se encuentra sobre todo a través de la experiencia positiva y
del intercambio de opiniones y de valoraciones con otros compañeros. Para ello es
preciso preocuparse de la propia formación para sentirse competente en la actividad
profesional y encontrar formas de colaboración con los compañeros para reflexionar
sobre la práctica y participar en acciones innovadoras. La formación, la cooperación y la
innovación son tres requisitos fundamentales para actualizar el sentido de la actividad
docente. Además, es preciso estar activo en la búsqueda del significado de la educación
en estos tiempos de crisis. Baumeister (1991) apuntó cuatro necesidades que contribuyen
a encontrar sentido a la vida y que bien nos pueden servir para aplicarlas a la educación:
la existencia de un proyecto futuro que pretende ser alcanzado; la presencia de valores
que orientan las decisiones; la necesidad de un sentimiento de eficacia personal; y el
deseo de autovaloración.
Encontrar un significado intelectual y moral no se refiere solo a que los profesores se sientan mejor. Está
principalmente relacionado con la posibilidad de que los profesores encuentren la energía necesaria para
transformar el statu quo. El significado alimenta a la motivación.
Fullan, 2007, p. 38
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Las reformas legislativas en España
Tal vez un rasgo característico de los cambios educativos impulsados por las leyes
generales en España en los últimos 40 años sea su retraso o desajuste en relación con lo
acontecido en los países más desarrollados. No es difícil explicar este habitual desfase.
Haber perdido más de 30 años en educación por su abandono por la dictadura franquista
supuso un retraso enorme que luego, a partir de la década de 1970, ha tenido que
recuperarse con mayor velocidad y con prioridades específicas. Conviene recordar que
cuando la mayoría de los países europeos a finales de los años sesenta extendían la
educación obligatoria hasta los 16 años, en España se empezaba a analizar cómo hacerlo
hasta los 14 años. Es ahora, ya bien entrado el siglo XXI, cuando las situaciones son
comparables y los objetivos y estrategias principales pueden ser similares.
La Ley General de Educación
El retraso de la educación española en 1970 era enorme, con una altísima tasa de
abandono escolar y unas profundas desigualdades entre las escuelas y los alumnos.
Sorprende que todavía algunas personas sientan añoranza por esos años. La Ley General
de Educación (LGE) fue un intento valioso de adecuar la oferta educativa a las
perspectivas de desarrollo económico que el país empezaba a vivir y al deseo de cambio
que latía en la sociedad española. La extensión de la educación obligatoria supuso la
organización de los ocho años de educación común en una etapa denominada Educación
General Básica (EGB), que se prolongaba después en el Bachillerato o en dos grados de
Formación Profesional conectados por un curso intermedio.
Las dificultades económicas debidas a la crisis del petróleo al inicio de los años
setenta supusieron un duro golpe para los objetivos de escolarización contemplados en la
ley, que no se alcanzaron hasta los comienzos de los años ochenta, en gran medida
gracias al impulso proporcionado por los Pactos de la Moncloa.
Progresivamente, la creciente exigencia social de una oferta educativa al alcance de
todos los jóvenes y con mayor equidad, supuso poner en primer plano una nueva reforma
que extendiera la educación común entre los 14 y los 16 años y que terminara con la
separación entre el Bachillerato y la Formación Profesional. Una propuesta que fue
formulada inicialmente por un gobierno de UCD y continuada e incluida en una ley, la
LOGSE, por uno de los gobiernos socialistas posteriores.
La reforma de la LOGSE
La Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), aprobada en
1990, se enfrentó con retrasos históricos en la educación española: los años de educación
gratuita eran de los más bajos de Europa; la Formación Profesional estaba obsoleta; el
100
currículum establecido se parecía a una lista de temas; la progresiva descentralización de
la educación en las comunidades autónomas no había sido acompañada con los cambios
legales correspondientes; y apenas se había prestado atención en la educación a
iniciativas tendentes a mejorar la calidad de la enseñanza. La ley los abordó de forma
sistemática y la mayoría de los cambios permanecen en la legislación española.
Hay que destacar, al margen de sus aciertos y de sus errores, que el proceso de
elaboración y aplicación de la LOGSE reúne en gran medida las fases descritas por los
expertos de cómo realizar un cambio educativo profundo: una primera etapa de
experimentación desde 1983; una segunda etapa de debate a partir de una propuesta
inicial, de 1987 a 1989; la presentación de un Libro Blanco con la formulación final que
incluía los costes y la planificación de los cambios en 1989; la aprobación de la ley en
1990 con un amplio consenso político y social; y el establecimiento de un dilatado
calendario de aplicación, alargado en dos ocasiones hasta prácticamente el fin de la
década y, por tanto, del siglo XX, lo que facilitaba la institucionalización de los cambios.
La LOGSE tuvo como objetivo principal extender la educación obligatoria hasta los
16 años con un modelo comprensivo e integrador. Por este motivo, se consideró
conveniente organizar una nueva etapa de cuatro años de duración, la Educación
Secundaria Obligatoria (ESO), que diera sentido y coherencia a la extensión de la
enseñanza obligatoria. A partir de esta decisión, se diseñaron el resto de los niveles y
etapas educativas: Educación Infantil hasta los seis años, Educación Primaria de seis
años de duración, un Bachillerato de dos años al término de la ESO y un nuevo modelo
de Formación Profesional que se ofertaba al término de la ESO (grado medio) y al
finalizar el Bachillerato (grado superior).
La importancia otorgada a la etapa de educación infantil puede considerarse uno de
los grandes aciertos de la LOGSE. En primer lugar, porque se establecía un profundo
sentido educativo de la atención a los niños desde sus primeros meses de vida. En
segundo lugar, porque se regulaba a través de unos principios curriculares la
organización de esta etapa educativa también en su primer ciclo hasta los tres años, un
avance perdido en las leyes posteriores. Y en tercer lugar, porque se asumía el
compromiso de aumentar la oferta educativa en estas edades. Las tasas de escolarización
en España en esta etapa, como se muestra en el capítulo 2, son muy superiores a la media
de los países de la OCDE y de la UE.
La organización de la Educación Primaria fue un avance importante, apenas mejorado
en las décadas posteriores. La organización en tres ciclos de dos años cada uno, la
incorporación de maestros de educación física, inglés y música en todos los centros, la
atención educativa a los alumnos con dificultades de aprendizaje a través de equipos o
profesionales de orientación educativa y de maestros especializados, y el mandato legal
de que el máximo número de alumnos por aula fuera de 25, son otros tantos indicadores
de una etapa que es fundamental para el buen funcionamiento del conjunto del sistema
educativo.
101
El nuevo diseño de la Formación Profesional supuso un progreso indudable aunque
también generó notables desajustes. Los aciertos proceden de haber contribuido a
facilitar la preparación de los alumnos y su inserción laboral en un tipo de estudios
mucho más valorado y demandado que en el pasado. Las dificultades estuvieron en que
la exigencia de la titulación previa de la ESO, sin que hubiera alguna alternativa que
facilitara conseguirla a los alumnos con serias dificultades de terminar la ESO por el
sistema general, incrementaba el abandono escolar.
La incorporación de los Programas de Cualificación Profesional Inicial en la LOE y
la conexión entre los ciclos de grado medio y de grado superior establecida en la
legislación aprobada en 2011, resolvieron en gran medida estos desajustes. La creciente
demanda por los alumnos que han terminado el Bachillerato para acceder a los ciclos
formativos de nivel superior pone de manifiesto su calidad, su exigencia y el acierto de
sus perfiles profesionales. El problema ahora es que la oferta de un buen número de
títulos profesionales no alcanza a satisfacer la demanda de los jóvenes.
Hubo, hay que reconocerlo, desaciertos y olvidos en la LOGSE. Ya hemos señalado
alguno de los más importantes: la escasa flexibilidad y la falta de opciones alternativas
para el acceso a la Formación Profesional de grado medio y de grado superior y la
regulación como un ciclo educativo de los dos primeros años de la ESO. Lo que
fácilmente se admite en la Educación Primaria, fue imposible incorporarlo en la cultura
de la Educación Secundaria Obligatoria. Los intentos de integrar algunas materias (física
y química con biología y geología) para reducir su excesivo número tampoco fueron
aceptados. Los olvidos fueron más notables, aunque muchos de ellos aparecieron con el
paso de los años. La presencia creciente de los inmigrantes en las escuelas fue uno de
ellos, pero ¿se podía vislumbrar en 1990? La ausencia de referencias a la sociedad de la
información fue también llamativa. Posiblemente lo más grave fue no haber abordado un
sistema riguroso de acceso a la profesión docente. Hoy, más de 20 años después, parece
que el tema está lo suficientemente maduro para que haya una propuesta que goce de un
amplio respaldo político y social.
Una ley para mejorar la autonomía, la participación, la dirección y la evaluación de los
centros
La LOGSE no prestó la suficiente atención a determinados aspectos de la organización
escolar. Por ello, apenas cinco años después de su aprobación, el mismo equipo de
gobierno elaboró una nueva ley. La autonomía de los centros, la participación de la
comunidad educativa, el ejercicio de la dirección y la evaluación fueron cuatro
dimensiones educativas que recibieron un impulso importante en 1995, en una ley
orgánica sobre la participación, la evaluación y el gobierno de los centros docentes
(LOPEGCE). Un año antes, en 1994, el Ministerio de Educación presentó un documento
sobre estos temas con el título «Centros educativos y calidad de la enseñanza» en el que
102
se incluyeron 77 iniciativas concretas que fueron debatidas por la comunidad educativa.
Sorprendentemente, muchas de ellas mantienen hoy, casi 20 años después de haber visto
la luz, una gran actualidad, pues continúa el debate sobre ellas: «se favorecerá la
utilización, por parte de los estudiantes y de la sociedad en general, de los recursos de los
centros en horario diferente al lectivo para la realización de actividades deportivas,
artísticas y de estudio»; «se establecerá un procedimiento para que las plantillas de los
centros de nueva creación puedan ser ocupadas, en parte o en su totalidad, por equipos
de profesores de la misma zona o localidad con un proyecto pedagógico elaborado
previamente»; «se aumentará la responsabilidad del equipo directivo en los asuntos de
personal»; «los directores de los centros participarán en el funcionamiento de las
direcciones provinciales respectivas»; o «se generalizará el plan de evaluación de centros
docentes puesto en marcha con carácter experimental».
Los cambios educativos en la primera década del siglo XXI
Ya en el siglo XXI, y con un gobierno del Partido Popular, se planteó una revisión de la
LOGSE a través de una nueva ley: la LOCE (Ley Orgánica de la Calidad de la
Educación). Aunque se mantuvo la estructura básica de la LOGSE, hubo dos cambios de
fuerte calado. El primero, referido al espíritu de la ley: donde en una se insistía en la
prevención, la equidad y la integración, en la nueva se colocaba el énfasis principal en el
mérito, el esfuerzo y la exigencia. Como no podía ser de otra manera, las principales
concepciones ideológicas volvían a manifestarse en cada uno de los proyectos de ley. El
segundo cambio fue una consecuencia del primero: la organización de los dos últimos
años de la ESO en tres itinerarios diferenciados.
La LOCE no pudo aplicarse porque el gobierno socialista, ganador en las elecciones
de 2004, la derogó. Como alternativa, impulsó una nueva ley, la LOE (Ley Orgánica de
la Educación) que mantuvo la visión y los modelos de la LOGSE pero que incluyó
algunas propuestas que mejoraban el funcionamiento del sistema educativo: referencia a
las competencias en el proceso de enseñanza y aprendizaje; evaluación en los dos
primeros años de la ESO; reducción del número de materias en la educación obligatoria;
programas para la cualificación profesional inicial y la obtención del título de la ESO
para los alumnos con mayores dificultades de aprendizaje; evaluaciones de diagnóstico
del sistema educativo; iniciativas para favorecer la integración del alumnado inmigrante;
programas para prevenir el fracaso y el abandono escolar; y el diseño y desarrollo del
máster para la formación del profesorado de secundaria.
Progresivamente, los debates educativos fueron perdiendo fuerza a lo largo de la
primera década del siglo XXI. Los intentos de llegar a un pacto educativo aproximaron
las posiciones entre los dos partidos mayoritarios y su desencuentro final no fue vivido
con especial desánimo ni por la sociedad ni por la comunidad educativa, señal de que la
educación funcionaba con normalidad. El hecho de que el mayor conflicto de la LOE
103
fuera la asignatura de Educación cívica indicaba el tono menor de las controversias.
Mientras todo esto sucedía en las alturas políticas, los centros docentes y los
profesores se enfrentaban a lo largo de la década con retos concretos cada vez mayores:
enseñar a más alumnos durante más tiempo, muchos de ellos poco o nada motivados
para el aprendizaje; incorporar a un creciente número de inmigrantes en las escuelas
(hemos pasado del 0,5% de alumnos procedentes del exterior en 2000, al 9,6% a los 15
años en 2009); e incorporar las nuevas tecnologías de la información en el proceso de
enseñanza y aprendizaje. Mientras que la mayoría de los países desarrollados llevaban ya
30 años trabajando en los dos primeros desafíos, España se enfrentaba a todos ellos de
golpe y sin apenas haber tenido tiempo de consolidar su sistema educativo.
La LOMCE: el regreso a la ley de 1970… o incluso más atrás
La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad de la Enseñanza (LOMCE) aprobada a
finales de 2013 supone un giro ideológico profundo en el sistema educativo. Se puede
afirmar que sus propuestas conectan con la «ofensiva de la ideología conservadora y
liberal» que Calero (OEI, 2013) concreta en tres ideas-fuerza: más mercado igual a
mejor educación; los recursos económicos y físicos no importan; más selección igual a
mejor educación.
Los cambios principales de la LOMCE, sin conocer aún su desarrollo en el momento
de escribir estas páginas, se pueden resumir en los siete siguientes:
1. La incorporación de una reválida para obtener el título de la ESO.
Las reválidas en España fueron suprimidas en la LGE de 1970. Casi ningún país
establece un examen externo para lograr el título que certifica los estudios básicos y
obligatorios y que permite continuar estudiando por la vía académica. Su incorporación
en la ESO generará el mismo proceso que las pruebas de selectividad: los dos años
anteriores estarán orientados a que los alumnos aprueben la reválida. En la medida en
que esta prueba final no incluirá ni determinadas materias curriculares, ni la educación
en valores, ni la capacidad de buscar información y de innovar, se producirá una
inevitable distorsión del proceso educativo en esta etapa. La principal preocupación de
los docentes estará en concentrarse en aquellas materias y en aquellas formas de evaluar
que forman parte de la reválida. Lo que en el Bachillerato por su condición de educación
no obligatoria puede llegar a ser comprensible, no lo es en la educación básica y
obligatoria.
Pero, además, los centros serán más exigentes para que solo los alumnos bien
preparados puedan presentarse a la reválida. De nuevo sucederá lo mismo que en la
selectividad: la exigencia está en segundo de Bachillerato y no en la prueba de acceso a
la universidad. El curso lo aprueba en torno al 75% de los alumnos; la selectividad, el
104
95%. Con la nueva reválida, lo esperable es que haya un mayor número de repetidores
en cuarto de la ESO, que luego se incrementarán con los que no aprueben la reválida.
2. La comparación y publicación de los resultados de los centros.
La mayor presión a los centros procederá de lo establecido en el artículo 79 de la
LOMCE, por el que será de acceso público el resultado de las evaluaciones y, además, se
publicarán los resultados de los centros docentes.
Nos hemos referido en numerosas ocasiones a lo largo de estas páginas a la distorsión
que genera este tipo de comparaciones en la medida en que el factor principal de los
resultados de los alumnos se encuentra en su contexto social, económico y cultural. Los
centros se verán abocados no solo a mejorar sus enseñanzas en aquellas materias que
forman parte de las evaluaciones, sino a buscar a los mejores alumnos, garantía principal
de buenos resultados escolares. La ausencia en la ley de criterios equitativos para
garantizar un proceso equilibrado de admisión de alumnos, y aún menos de que los
alumnos inmigrantes estén de forma similar en centros públicos y concertados (no
olvidemos que el informe PISA señala un menor rendimiento de ellos en comparación
con los autóctonos, sobre todo de los de primera generación), alerta del riesgo enorme de
incrementar las desigualdades entre los centros.
3. La separación de alumnos en el cuarto curso de la ESO o en tercero de la ESO.
La ley establece dos itinerarios en cuarto curso de la ESO que se orientan
necesariamente hacia dos caminos diferenciados: el académico al Bachillerato y el de
enseñanzas aplicadas a la Formación Profesional. La reválida es diferente para cada uno
de los itinerarios y así será señalado en su titulación.
Pero, además, los alumnos podrán acceder a la Formación Profesional Básica a partir
del tercer curso de la ESO y excepcionalmente desde el segundo curso de la ESO, lo que
les permitirá acceder a los ciclos de grado medio sin necesidad de reválida, lo que sí se
exige a los que hayan cursado cuarto de la ESO.
Poco tiene que ver este modelo con las propuestas de la OCDE (2012) referidas a
evitar la separación temprana de los alumnos y retrasar la selección del alumnado hasta
la educación secundaria superior.
4. La mayor autonomía de los centros.
En esta propuesta se encuentra el principal, y tal vez único, cambio positivo para mejorar
el funcionamiento de los centros. Las denominadas acciones de calidad incluyen la
necesidad de un plan estratégico y la especialización de los centros docentes a los que se
dotará de mayor autonomía para la gestión de los recursos humanos.
Sin embargo, subsisten algunos elementos que enturbian la iniciativa y la convierten
105
en potencialmente peligrosa. ¿Qué se entiende por especialización en la excelencia? ¿Y
qué significa que las acciones de calidad sean competitivas? El riesgo de que esta
especialización sea una nueva puerta para la selección de los alumnos por parte de los
centros, con la distorsión que supone para la equidad educativa y para el resto de los
centros, es enorme. Además, estos temores se ven reforzados cuando en el artículo 54 se
establece que el criterio del rendimiento de los alumnos podrá tenerse en cuenta en la
puntuación asignada a las solicitudes de admisión. Es cierto que a continuación se añade
«a enseñanzas postobligatorias», pero la conexión en los centros de este tipo de
enseñanzas con las obligatorias hace temer que este criterio pueda generalizarse con
facilidad, sobre todo si tenemos en cuenta la orientación ideológica de la ley.
5. La Formación Profesional como itinerario alternativo.
El modelo que tiende a equipar los itinerarios formativos de la educación postobligatoria
para asegurar su finalización, como propone la OCDE (2012), se quiebra en la LOMCE
al establecer dos vías claramente separadas: la académica, constituida por los últimos
años de la ESO y el Bachillerato, y la Formación Profesional, con escasas conexiones
entre ellas. Además, la desaparición de los PCPI como oferta que permitía alcanzar el
título de la ESO cierra las vías de segunda oportunidad para los alumnos con mayores
dificultades de aprendizaje en algunas etapas de su itinerario educativo. La estructura de
la ley olvida ofrecer estas nuevas oportunidades a los alumnos.
El sistema de Formación Profesional recuerda al establecido en la Ley General de
Educación (LGE) de 1970. Un primer nivel de Ciclos de Formación Profesional Básica,
al que se puede acceder desde tercero de la ESO o, excepcionalmente, desde el segundo
curso de la ESO similar a la FP de primer grado en la LGE.
Un segundo nivel de ciclos formativos de grado medio, al que se puede acceder una
vez superado el ciclo profesional básico o un curso de formación específico para su
acceso, similar a la FP de segundo grado de la LGE. La separación de itinerarios se
refuerza al no poder acceder a los ciclos de grado medio una vez aprobado el cuarto
curso de la ESO si la evaluación final de la ESO se ha logrado por la opción de
enseñanzas académicas. Tampoco se permite cuando solo se ha aprobado cuarto de la
ESO y no la reválida final por la opción de enseñanzas aplicadas. Sin embargo, es
posible acceder a los ciclos de grado medio solamente si se ha cursado el ciclo
profesional básico, lo que refuerza el itinerario de FP desde los 14 o los 15 años.
Un tercer nivel de ciclos formativos de grado superior, similar a la FP de grado
superior establecida en la LGE pero no desarrollado hasta la LOGSE. Se podrá acceder
habiendo aprobado los ciclos formativos de grado medio (título de Técnico). El título de
Técnico Superior permitirá el acceso a los estudios universitarios de grado.
Existe, por tanto, una continuidad directa, sin ningún complemento formativo, desde
la Formación Profesional Básica, que puede iniciarse a los 14 años, hasta los estudios
universitarios. Además, las conexiones entre los estudios académicos y los profesionales
106
son muy escasas, salvo que aprobar todas las materias del Bachillerato permite el acceso
a los ciclos formativos de grado medio y de grado superior. En cambio, no hay conexión
alguna desde la FP hacia el Bachillerato.
6. La equiparación de la enseñanza pública y de la privada.
La falta de regulación de los criterios de admisión de alumnos para hacer frente a las
desigualdades actualmente existentes entre los centros públicos y los concertados, así
como la falta de control para la extensión de los conciertos educativos, incluyendo a
aquellos centros que separan a los alumnos por razones de sexo, como después
comentaremos, se ve agravada por un cambio de especial relevancia.
La LOE establecía en su artículo 109.2 lo siguiente:
Las Administraciones educativas programarán la oferta educativa de las enseñanzas que en esta ley se
declaran gratuitas teniendo en cuenta la oferta existente de centros públicos y privados concertados y,
como garantía de la calidad de la enseñanza, una adecuada y equilibrada escolarización de los alumnos con
necesidad específica de apoyo educativo. Asimismo, las Administraciones educativas garantizarán la
existencia de plazas públicas suficientes especialmente en las zonas de nueva población.
La LOMCE redacta este texto de la siguiente forma:
Las Administraciones educativas programarán la oferta educativa de las enseñanzas que en esta ley se
declaran gratuitas teniendo en cuenta la programación general de la enseñanza, las consignaciones
presupuestarias existentes y el principio de economía y eficiencia en el uso de los recursos públicos y,
como garantía de la calidad de la enseñanza, una adecuada y equilibrada escolarización de los alumnos con
necesidad específica de apoyo educativo, tomando en consideración la oferta existente de centros públicos
y privados concertados y la demanda social. Asimismo, las Administraciones educativas garantizarán la
existencia de plazas suficientes.
La comparación muestra un cambio fundamental: la garantía de plazas suficientes ya no
es pública.
7. El regreso al pasado religioso y centralista.
La incorporación de la asignatura de Religión como equiparable al resto de las materias
y con su mismo valor académico y profesional, con la incorporación de una materia
alternativa del mismo nivel, supone un retroceso indudable, pues introduce una
distorsión incompatible con la neutralidad ideológica de la educación: los derechos que
algunos pueden ejercer no tienen que convertirse en obligaciones para el resto.
El reconocimiento de que los centros que separen alumnos por sexo puedan recibir
financiación pública lo mismo que cualquier otro centro supone también una quiebra de
los principios igualitarios que en el siglo XXI han de regir las prácticas educativas
escolares. Lo grave no es la separación sino el hecho de que sea financiada con fondos
públicos. La referencia a la declaración de la UNESCO de 1960 para avalar esta decisión
no es pertinente, pues nada dice el artículo segundo sobre la financiación pública de este
tipo de centros.
107
La visión centralista se manifiesta en el artículo 88, que puede valorarse como un
minucioso alegato contra el sistema lingüístico de Cataluña. Conviene tener en cuenta en
este debate que las evaluaciones realizadas en las últimas décadas ponen de manifiesto
que el conocimiento del castellano por los alumnos catalanes es similar a los resultados
medios obtenidos por el resto de comunidades autónomas. El hecho de que se establezca
que no se considerarán adecuadas las medidas que supongan la atención individualizada
en castellano o la separación en grupos por razón de la lengua habitual eleva el nivel de
confrontación. Esta tensión llega a su mayor expresión cuando se dicta que cuando una
familia lleve a sus hijos a un centro privado cuya lengua vehicular sea el castellano, se
deducirán los importes satisfechos por el Ministerio de Educación con esta finalidad en
los regímenes de financiación de las comunidades autónomas.
Esta actitud centralista en relación con las comunidades autónomas y los centros
educativos se ve reflejada en el proyecto de Real Decreto sobre el currículum básico de
las distintas etapas educativas. En el capítulo 8 se analiza con mayor detenimiento.
¿Se encuentra alguna propuesta innovadora en la LOMCE sobre la prevención del
abandono escolar, el desarrollo profesional docente, la investigación educativa o la
mejora de las condiciones sociales o educativas de los alumnos que viven en contextos
complicados? Apenas. Es cierto que en la Educación Secundaria Obligatoria se
establecen medidas de apoyo para los alumnos que se retrasan o tienen dificultades de
aprendizaje o, como hemos apuntado, para respaldar los proyectos de calidad de los
centros docentes en el ejercicio de su mayor autonomía. Pero ninguna de estas iniciativas
tiene consignación presupuestaria en la memoria económica y la última de ellas presenta
orientaciones inquietantes, como anteriormente se ha señalado.
Después de estas críticas, el lector puede preguntarse si tan negativa es la ley. Hemos
de recordar que la LOMCE se está analizando desde una perspectiva defensora de la
equidad en la educación, del papel vertebrador de la enseñanza pública y de la
importancia de encontrar un equilibrio entre la comprensividad y la diversidad en la
educación obligatoria. La valoración que hemos realizado ha confrontado también la
LOMCE con las cinco propuestas que formula la OCDE (2012) para mejorar la calidad y
la equidad en la enseñanza: reducir las repeticiones de curso; evitar la separación
temprana de los alumnos y retrasar la selección del alumnado hasta la educación
secundaria superior; gestionar la libertad de elección de centro para evitar la segregación
y el consecuente incremento de las desigualdades sociales; establecer estrategias de
financiación que respondan de forma adecuada a las necesidades de los centros y de sus
estudiantes; diseñar caminos equivalentes en la educación secundaria superior para
asegurar su completa finalización. Sin olvidar que la OCDE considera en ese mismo
documento que el éxito de los estudiantes tiene también una clara relación con otras
políticas gubernamentales, como la vivienda o el bienestar social. La LOMCE se orienta
hacia estrategias diferentes a las sugeridas por la OCDE, a pesar de que este organismo
internacional es citado con profusión en el preámbulo de la ley.
108
Ahora bien, desde una visión liberal y conservadora, en la que la mejora de la calidad
de la educación se consigue a través de la competencia entre los centros, la comparación
de sus resultados, la libertad de los centros para seleccionar a sus alumnos, la separación
de los alumnos y la preferencia por la educación privada frente a la pública, la LOMCE
se considerará satisfactoria porque desarrolla los postulados de esta ideología. Los
defensores del refuerzo de la formación religiosa en la enseñanza y del centralismo
curricular también la valorarán de forma positiva.
Después de la LOMCE
No sería conveniente para el sistema educativo que la LOMCE durara demasiado
tiempo 7 . Lo previsible es que incremente las tensiones territoriales, los conflictos
religiosos, los repetidores de cursos, el abandono de los alumnos y las desigualdades en
la educación. También es posible que los mejores alumnos y los mejores centros sean un
poco mejores en algunas materias, todo hay que reconocerlo, aunque se olvidarán otros
aprendizajes no incluidos en las evaluaciones y reválidas, retrocederán los alumnos
menos capaces, habrá más diferencias entre los centros docentes, disminuirá el prestigio
de la enseñanza pública y no se aumentará la colaboración entre los centros sino su
competencia.
Habría que empezar a preparar la tarea educativa post LOMCE e ir fraguando
acuerdos y propuestas que cierren heridas y convoquen a los ciudadanos, a las
comunidades educativas y a los profesores a un proyecto ilusionante. ¿Cómo hacerlo y
con qué contenido? Algo ya se ha expuesto en las páginas anteriores: avanzar en un
pacto educativo en torno a los puntos neurálgicos de la educación que incluya la
formación y acceso del profesorado a la docencia; el desarrollo profesional de los
docentes; nuevas formas de organización y de autonomía de las escuelas, algunas de
ellas contempladas en la LOMCE, pero evitando el riesgo de incrementar las
desigualdades; apuesta por la innovación y la participación de los docentes en nuevas
experiencias; alternativas para reducir el abandono escolar y las repeticiones de curso;
financiación de la educación; recuperación de la valoración de la educación pública; y un
sistema riguroso y equilibrado para el acceso de los alumnos a los centros sostenidos con
fondos públicos.
1 Hargreaves, A., Lieberman, A., Fullan, M. y Hopkins, D. (2010): Second International Handbook of
Educational Change, Londres: Springer.
2 Algunas de estas reflexiones han sido ya expuestas en Marchesi, 2010.
3 Ver en el capítulo dedicado a la evaluación un desarrollo de estos temas.
4 Podría pensarte que la elección de estos dos ámbitos —el contexto y la subjetividad de los docentes— supone
109
una reducción excesiva de las dimensiones clave en los cambios educativos pues se olvidan otros factores
fundamentales: profesorado, currículum, liderazgo, participación, procesos de enseñanza y aprendizaje o
evaluación. No debe entenderse así. Hemos destacado en este capítulo estas dos dimensiones porque ejemplifican
bien cómo orientar los cambios y porque son fundamentales para mejorar la calidad de la enseñanza.
5 En el capítulo 6 se analizan las relaciones entre la escuela y la familia.
6 En el capítulo 6 se desarrolla el tema de la cultura escolar.
7 La mayoría de los partidos políticos en la oposición durante la discusión de la LOMCE acordaron derogarla
cuando tuvieran mayoría en el Parlamento.
110
CAPÍTULO 5
MEJORES DOCENTES, MEJOR APRENDIZAJE
Existe un consenso casi unánime en considerar que los docentes constituyen un factor
esencial de la calidad y de la mejora de la enseñanza (OCDE, 2005; Barber y Mourshed,
2007; Mourshed, Chijioke y Barber, 2010). Sin embargo, no parece que las políticas
educativas actuales estén consiguiendo en la mayoría de los casos fortalecer la profesión
docente para enfrentarse con éxito a los retos actuales. Es más, los informes
internacionales a los que se acaba de hacer referencia señalan que los profesores se
encuentran en un momento de inseguridad profesional que conduce al desánimo y a la
pérdida del sentido de su tarea.
Esta distancia entre la conciencia del papel estratégico de los docentes y la capacidad
de cambio de las políticas de profesorado obedece a múltiples razones, pero entre ellas
se encuentra la complejidad de los factores que confluyen en las condiciones necesarias
para un adecuado desarrollo de la profesión docente. Una primera dificultad es
precisamente definir qué se entiende por un buen docente. No es fácil contestar a esta
pregunta y sin embargo resulta esencial porque el resto de las decisiones —cómo formar
a un profesor; cómo elegirlo con acierto; como ayudarle a que siga desarrollándose a lo
largo de toda su carrera; cómo evaluar su trabajo— dependerán ante todo de lo que se
entienda por una buena práctica docente.
Los primeros apartados del capítulo se dedican a desentrañar las nuevas
responsabilidades que los cambios sociales incorporan a la actividad docente y las
competencias que definen esta profesión en la escuela del siglo XXI. En la segunda mitad
del texto se analiza cómo estas nuevas demandas deberían reflejarse en los ejes básicos
de la política de profesorado: la formación, tanto inicial como en servicio, la
incorporación a la carrera profesional y su desarrollo, y la evaluación de la actividad
docente. La última parte del capítulo aborda los temas que mayor polémica suscitan en
este momento en el sistema educativo español.
Enseñar se ha ido haciendo más difícil
Mayor diversidad en los alumnos
En el capítulo primero se señalaban los profundos cambios que se han producido en la
sociedad y, como consecuencia, en la educación. Todos ellos acaban finalmente
influyendo en la tarea docente y no para facilitarla sino, muy por el contrario, para
111
hacerla más compleja. Analicemos las principales nuevas demandas que tienen que
afrontar los profesores.
En primer lugar, se ha producido un cambio en quienes aprenden. Cada vez estudian
más alumnos, lo que es sin duda un motivo de satisfacción y un claro indicador de la
calidad de un sistema educativo. Sin embargo, los alumnos no solo son más, sino que
son más diversos entre sí, tanto en la dimensión personal como en la social y cultural.
Diversidad en intereses, en motivaciones, en compromiso con el aprendizaje, en la forma
de ver el mundo que se deriva en gran medida de los contextos socioculturales en los que
se han desarrollado. Diversidad que sitúa a algunos en mayor vulnerabilidad, y que por
ello exige a los profesores enseñar a su vez de forma diversa, abandonar el discurso
homogéneo y ajustar la ayuda a las peculiares características de cada aprendiz. Atender a
la diversidad no es tan solo ocuparse de quienes tienen alguna discapacidad, muestran
altas capacidades, o provienen de un entorno desfavorecido, siendo no obstante estos
colectivos objeto de atención prioritaria. Atender a la diversidad es diversificar las
formas de enseñar para cualquier grupo de alumnos; es aceptar que esta tarea es del
conjunto del equipo docente y no solo de los profesores especializados en las
dificultades de aprendizaje. En el capítulo 8 desarrollaremos con más profundidad este
tema.
No hay que olvidar, sin embargo, que la diversidad aumenta la complejidad de la
tarea docente no solo porque los alumnos sean distintos entre sí, sino porque son
diferentes a sus profesores. Trascender la experiencia propia, evitar posturas nostálgicas,
intentar ponernos en el punto de vista de personas que se han construido en una realidad
distinta a la nuestra —en algunos casos, muy distinta— constituye otra de las valiosas
habilidades que debe desarrollar el profesor. La denominada crisis de autoridad de la
figura docente ilustra a nuestro entender esta dificultad. La forma en que niños y
adolescentes viven actualmente las relaciones de autoridad ha cambiado en el contexto
familiar y en general en las relaciones con los adultos. No se trata de que haya dejado de
ser necesario poner límites, sino de que estos no pueden ya imponerse mediante la mera
coerción. No es extraño, por tanto, que los problemas de convivencia sean hoy en día
una de las razones que los docentes citan como las causas más importantes de su
desánimo (OCDE, 2005).
Cambios en las metas educativas
Junto a los cambios en quienes aprenden y en su relación con quienes les enseñan, se han
producido también notables transformaciones en la definición de lo que es necesario
aprender. El énfasis actual en hacer a los alumnos competentes descarta definitivamente
un papel del docente como transmisor de conocimientos que sin embargo, aún hoy en
día, sigue siendo mayoritario. Esto no solo implica supeditar el papel de los contenidos a
la adquisición de capacidades que permitan al estudiante enfrentarse de una manera
112
diferente al mundo por el hecho de contar ahora con más conocimiento, sino que además
estas competencias no pueden limitarse a la dimensión intelectual del desarrollo. Como
se ha señalado en capítulos anteriores, se trata de ayudar a los alumnos a que aprendan a
conocer, a hacer, a ser y a convivir. Las intenciones educativas se amplían y esto solo
puede interpretarse como un avance, pero es imprescindible reconocer la dificultad que
conlleva para el profesorado.
Sin embargo, se trata de un desafío irrenunciable y confiamos que irreversible.
Educar significa sentirse comprometido con el bienestar emocional de los alumnos tanto
como con su progreso intelectual. En realidad, como se analizará más detenidamente en
el capítulo 9, ambos aspectos del desarrollo son indisociables y si de algo vamos
tomando clara conciencia es del papel absolutamente esencial de las emociones en el
progreso del ser humano (LeDoux, 1999; Damasio, 1994). Sabemos igualmente que el
desarrollo del individuo solo es posible gracias a su pertenencia a un grupo social; tan
cierto como que los grupos no podrían avanzar si sus miembros no fueran haciéndose
poco a poco con competencias sociales más sofisticadas. La dimensión intelectual,
emocional y social del alumno son ingredientes esenciales en su naturaleza y desarrollo
y ello las convierte necesariamente en objeto de intervención de la educación escolar,
aunque por supuesto no solo de ella.
Cambios en la identidad del docente
Aceptar esta amplia definición de las intenciones educativas acarrea a su vez reconocer
la gran responsabilidad que ello conlleva. Una responsabilidad que enfatiza, aunque no
sea una novedad, el fuerte carácter moral de la profesión docente. Como hemos
analizado con más detalle en otro lugar (Marchesi, 2007), ser consciente de la
trascendencia de la tarea docente puede ser, y de hecho es para muchos docentes, uno de
los motivos que dan sentido a la profesión. Pero no es menos cierto que, por la misma
razón, puede ser una de las fuentes de «desmoralización» y pérdida de sentido cuando la
meta que se persigue se ve en riesgo.
Entender así las metas educativas tiene asimismo la dificultad de admitir que la tarea
docente trasciende los espacios físicos del aula y los límites temporales de la hora de
clase. Cuando el profesor es responsable del progreso intelectual, emocional y social de
sus alumnos, sabe que los aprendizajes que contribuyen a este desarrollo se producen en
otros muchos contextos además de en el aula. Los pasillos, el comedor, el recreo, los
momentos de entrada y salida del centro, las actividades extraescolares, las salidas
programadas, las actividades de voluntariado o aprendizaje servicio o los espacios de
participación en órganos de gobierno de los centros, se convierten entonces en
necesarios espacios educativos. De nuevo, más esfuerzo y más responsabilidad.
La necesidad de conectar la escuela y otros contextos educativos implica también
nuevas responsabilidades para el profesorado. Para que su tarea tenga éxito, es preciso
113
que el centro se coordine con otros agentes y servicios de la comunidad; servicios
sociales; servicios de salud mental. En la mayoría de los casos, no es el docente quien
entra en contacto con ellos directamente, pero sí supone trabajo conjunto con las
personas que en el colegio o instituto tienen este cometido y, lo que quizás es más
exigente, significa prestar atención a la información que viene de esos otros contextos;
intentar comprender cómo pueden estar influyendo en el alumno (véase capítulo 8).
El trabajo con las familias, aunque no es una novedad en sí mismo, también se ha
transformado. Se necesita una mayor coordinación, pero cada vez es más difícil
encontrar los tiempos para ello. Tanto porque las condiciones de trabajo de los docentes
no siempre responden a esta necesidad, como porque la vida de los padres o
responsables de los alumnos también se ha hecho más difícil y ello repercute en su
disponibilidad. Sin embargo, esas familias menos disponibles son a la vez más exigentes.
Esperan más de la educación escolar y eso es bueno, pero no siempre sus expectativas y
demandas son razonables. Esta tensión —menor disponibilidad y mayor exigencia—
añade sin duda dificultad a la tarea docente.
El prestigio de la profesión
La imagen de complejidad que hasta aquí ha venido dibujándose se completa con otra
pincelada: la aparente pérdida de confianza en el profesorado. Es interesante hacer notar
que, como en otros países (Eurydice, 2005), se produce un llamativo contraste entre la
percepción del profesorado y la de la sociedad. Mientras los docentes sienten que no se
les valora, la profesión docente se sitúa en los primeros puestos en las encuestas
sociológicas, como se muestra en los gráficos 5.1 y 5.2 (García, 2013). En un reciente
estudio acerca del prestigio social de la profesión docente (Pérez-Díaz y Rodríguez,
2013), los profesores de secundaria creen que este debería ser bastante alto, pues lo
sitúan en un 4,5 en una escala de 1 a 5, pero en cambio por término medio creen que es
del 2,3. Un último dato completa esta panorámica: el 45,4% de los encuestados dice que
no le importaría que su hijo eligiera la profesión de maestro, pero no estaría entre sus
preferidas. Cuando se pregunta por la posibilidad de ser profesor de secundaria el
porcentaje es similar (46,4).
GRÁFICO 5.1 Profesores de Matemáticas de 8º grado que en 1999 responden sí a la pregunta «¿Cree que la
sociedad aprecia su trabajo?»
114
* Datos de 1995.
FUENTE: Elaboración propia con datos de TIMSS 1995 y 1999, procedentes de los correspondientes
Mathematics Teacher Background Data Almanacs, disponibles, respectivamente, en:
http://timssandpirls.bc.edu/timss1999i/questionnaires.html y http://timssandpirls.bc.edu/timss1995i/Database.html.
García, 2013.
GRÁFICO 5.2 Datos del GfK Trust Index (2011) del porcentaje de participantes en la encuesta que confía un
poco o mucho en distintas profesiones
115
FUENTE: Elaboración propia con datos del GfK. García, 2013.
A esto se suma que actualmente la educación escolar está sometida más que nunca a
un intenso escrutinio. Hoy en día los centros educativos y sus docentes participan, de
forma voluntaria u obligada, en frecuentes procesos de evaluación cuyos resultados son
en muchos casos públicos. La rendición de cuentas va haciéndose cada vez más habitual.
Por otra parte, la educación está en el punto de mira de los debates sociales y su
116
presencia en los medios de comunicación no siempre resulta positiva, ya que a menudo
se traslada una imagen simplista e injusta de la realidad escolar. En el estudio de PérezDíaz y Rodríguez (2013) el 68% de los encuestados creen que las noticias sobre
profesores que escuchan o leen con más frecuencia en los medios de comunicación son
malas. La visión que reflejan las encuestas sociológicas es también pesimista. Un 57,9%
de una muestra de docentes no universitarios piensa que el sistema educativo está peor
que cuando ellos eran alumnos, y un 51,7% opina que empeorará en cinco años
(Fernández Enguita y Rivière Gómez, 2010).
Finalmente, como se ha señalado en el capítulo 4, el propio proceso de cambio
educativo en el que se encuentra inmersa la institución escolar es para muchos docentes
una fuente más de estrés emocional. Una vez más, lo que puede ser comprensible desde
la demanda social no por ello deja de constituir una dificultad para la tarea docente,
como explica Zembylas (2010, p. 222), en un sugerente texto:
Cuando los profesores se resisten ante los esfuerzos reformistas, a menudo se debe a que estos amenazan la
imagen que tienen de ellos mismos, su identidad, y sus lazos emocionales con los estudiantes y los colegas
al sobrecargar el currículum e intensificar el trabajo docente y el control externo.
El grado en el que se producen estas nuevas demandas y las dificultades que acarrean
difiere según la etapa educativa —para el profesorado de secundaria el cambio es mucho
mayor—, de acuerdo con la edad y el momento profesional, o con el tipo de centro en el
que enseña. Sin embargo, más allá de estos importantes matices, los nuevos retos añaden
en general complejidad a la tarea docente y reclaman un profesor cada vez más
competente, lo que exige determinados cambios en la organización y la gestión de las
escuelas, sin los cuales un docente no puede mejorar su práctica profesional.
¿Qué significa ser un docente competente en el siglo XXI?
De entre las múltiples propuestas sobre las competencias que debe reunir un docente del
siglo XXI, la de Perrenoud (1999), que se recoge en la tabla 5.1, logra una equilibrada
síntesis. Revisaremos en este apartado las ocho relacionadas con la dimensión individual
de la tarea de los profesores y dejaremos para el siguiente las dos que se refieren a su
trabajo con otros colegas en la gestión conjunta del centro.
TABLA 5.1 Competencias que debe reunir un docente del siglo XXI
1. Organizar y animar situaciones de aprendizaje.
2. Gestionar la progresión de los aprendizajes.
3. Elaborar y hacer evolucionar dispositivos de diferenciación.
4. Implicar a los alumnos en sus aprendizajes y en su trabajo.
5. Trabajar en equipo.
6. Participar en la gestión de la escuela.
7. Informar e implicar a los padres.
117
8. Utilizar las nuevas tecnologías.
9. Afrontar los deberes y los dilemas éticos de la profesión.
10. Organizar la propia formación continua.
Diseñar y desarrollar las situaciones de aprendizaje
La primera competencia, junto a capacidades en las que todo docente se reconoce, como
conocer las disciplinas y sobre todo su didáctica, incluye otras que no son tan habituales.
Una de ellas es trabajar a partir de las representaciones de los alumnos. El enfoque que
Perrenoud adopta a este respecto trasciende la perspectiva más clásica de los
conocimientos previos, como ideas erróneas o misconceptions y hace hincapié en varios
supuestos muy relevantes: que estas representaciones son sistemas y no ideas sueltas, lo
que las hace más resistentes al cambio; que son con mucha frecuencia implícitas, lo que
implica que para cambiarlas es preciso primero tomar conciencia de que se tienen; y que
no son errores, sino explicaciones sobre el mundo que cumplen una importante función
pragmática y resultan por tanto muy adaptativas, lo que de nuevo es una razón que ayuda
a entender la dificultad de ir construyendo a partir de ellas otras formas más sofisticadas
de explicarse la realidad (Pozo, Scheuer, Mateos, Pérez Echeverría, Martín y De la Cruz,
2006).
En lógica coherencia con esta forma de entender el papel de los conocimientos
previos y la complejidad del cambio conceptual, este autor destaca la importancia de que
los profesores trabajen a partir de los errores y los obstáculos. Tampoco es habitual que
los docentes nos demos cuenta de que el error es la fuente más valiosa para comprender
en qué punto se encuentra el alumno y ajustar nuestra ayuda a este momento de la
construcción del conocimiento. La última de las habilidades que Perrenoud señala en
esta primera competencia resulta igualmente sugerente: comprometer a los alumnos en
actividades de investigación y proyectos de conocimiento que puedan despertar su
interés por aprender. Se trata de competencias docentes que se fundamentan en las
teorías contructivistas del aprendizaje, como se analizará en el capítulo 9.
Igualmente lúcida resulta la importancia que el autor atribuye a la competencia de
gestionar la progresión de los aprendizajes. La estructura de los centros y el tradicional
individualismo de la cultura docente llevan en muchos casos a que la necesaria lógica
que debe presidir la secuencia de los aprendizajes durante una determinada etapa no se
cuide lo suficiente. Por otra parte, esta competencia remite a la capacidad que los
profesores deben mostrar para individualizar esta secuencia al ritmo de aprendizaje de
cada alumno, que a pesar de estar matriculado en un determinado curso puede necesitar
reforzar aprendizajes de ciclos anteriores o adentrarse en los de periodos más avanzados.
Aunque Perrenoud enuncia por separado las competencias tercera y cuarta, cuando las
desentraña en su libro él mismo destaca la dificultad de entenderlas de forma
independiente. Si se atiende a la diversidad, es decir si se ajusta la ayuda a las
118
características específicas de cada alumno, el éxito escolar es más probable y el nivel de
motivación y compromiso de los estudiantes con su proceso de aprendizaje aumenta.
Para ello el autor sugiere con mucha sensatez utilizar la autoevaluación, dar espacios de
decisión a los propios alumnos, hacerles sentirse responsables de su proyecto pero
también suficientemente apoyados para llevarlo a cabo. En la propuesta se hace ver que
el compromiso que debe construirse con los alumnos reclama a su vez el de las familias,
de ahí la competencia que Perrenoud propone en séptimo lugar, que implica obviamente
habilidades para informar y dirigir reuniones con las familias. Supone también compartir
metas y conseguir la colaboración activa en el aprendizaje de los hijos por medios muy
variados, como se analiza en los capítulos 6 y 9.
Como no podía ser de otra manera, entre las competencias del docente del siglo XXI
se señala la capacidad de utilizar las tecnologías para mejorar los procesos de enseñanza
y aprendizaje y para enseñar a los alumnos a hacerse a su vez competentes en esta
alfabetización digital imprescindible en la sociedad del conocimiento. Es importante
poner énfasis en este doble plano porque en el fondo exige dos habilidades distintas. Por
una parte, el docente debe entender qué tipo de usos de las tecnologías pueden mejorar
las formas de construir conocimiento y debe alcanzar él mismo un nivel de pericia en
estos usos (Coll y Monereo, 2008). Por otra, tiene que ser capaz de incorporar al aula los
aprendizajes que los alumnos están construyendo en otros contextos y que definen en
gran medida su identidad como aprendiz, de acuerdo con la nueva ecología del
aprendizaje (Barron, 2006; Coll, 2013) que se analiza en el capítulo 8.
Competencias sociales y morales
La novena competencia que Perrenoud propone, afrontar los deberes y los dilemas éticos
de la profesión, refleja el carácter moral de la actividad docente al que se ha hecho
referencia en el epígrafe anterior. Para abordar este trascendente reto, el autor sugiere
vías de acción complementarias entre sí. Es preciso prevenir la violencia en la escuela,
pero también en el resto de los contextos donde el alumno se mueve. Aprender a
convivir es esencial para el ser humano y los centros escolares son lugares privilegiados
para aprenderlo. Por ello, el ámbito de la elaboración y aplicación de las normas de
convivencia es para Perrenoud otro espacio en el que el docente debe demostrar su
competencia ética.
Asimismo, el docente tiene que luchar contra los prejuicios y las discriminaciones
sexuales, étnicas y sociales. Si en los párrafos anteriores se ha aludido a la importancia
de la atención a la diversidad con argumentos más vinculados al ajuste a las formas de
aprender y con la motivación que ello conlleva, se destaca ahora su dimensión moral.
Segregar o discriminar —por acción u omisión— no debería ser una actitud aceptable en
un docente. El profesor que discrimina no contribuye a la equidad. Por otra parte, con su
comportamiento es muy probable que pueda estar influyendo en que sus alumnos
119
construyan un esquema de valores en el que la igualdad entre todos y la inclusión —
escolar y social— no ocupen un lugar prioritario.
Quizás el aspecto más complejo de esta competencia sea precisamente, como señala
Perrenoud, la difícil encrucijada que día a día se plantea al profesor cuando tiene que
someter su propio esquema axiológico al contraste con una sociedad en la que los
valores están a su vez sufriendo importantes cambios. Educar en valores supone que el
propio docente es un ejemplo de cómo razonar y comportarse de acuerdo con un
determinado juicio moral. Huir de los fundamentalismos sin caer en el relativismo
radical viene siendo uno de los retos más difíciles para cualquier ser humano. Hoy en día
esta dificultad se ha hecho mayor porque las formas de ver el mundo se ven sometidas a
contraste con una frecuencia mayor que en etapas históricas anteriores. El dilema que se
suscita en torno a si la escuela debe o no permitir determinadas costumbres propias de
unas culturas, pero ajenas cuando no directamente contrarias a las que hasta ese
momento han prevalecido en la institución escolar, es un ejemplo de este tipo de debates.
La imagen que se ha descrito ¿es la de un docente bien preparado o la de un
superdocente? Lo segundo sería preocupante porque los superhombres, o las
supermujeres, no son los humanos que pueblan el mundo. Pero, como sucede con los
alumnos, uno no es competente o incompetente, sino que tiene adquirido un cierto grado
de competencia que siempre puede mejorar. Entre los profesores sucede lo mismo: los
hay con bajas competencias, con niveles aceptables, y los hay también excepcionales.
Pero esto no significa que no sean competencias básicas para todos los profesores. Lo
son, y es responsabilidad de las administraciones educativas promover las condiciones
para que todos los docentes vayan adquiriéndolas, y responsabilidad de los propios
profesores asumirlas, lo que implica, como señala Perrenoud, ser capaz de planificar la
propia formación permanente.
No obstante, es importante señalar que muchas de estas competencias se logran a
pesar de su dificultad porque no dependen de una sola persona. Un equipo docente es
más competente que la suma de sus miembros, si realmente es un equipo. Las
competencias pueden alcanzarse cuando están distribuidas entre varios profesores que,
coordinados, sí podrían afrontar esta complejidad.
Del profesor al equipo docente: un cambio necesario
Cuando proponemos un cambio del profesor al equipo docente no estamos diciendo
simplemente que hoy en día quien no sabe trabajar en equipo no puede resolver la mayor
parte de los problemas relevantes que la realidad plantea. La afirmación tiene un
significado más radical. Nos referimos a un cambio en la unidad de análisis de la
calidad: la clave no es el docente, la clave es el equipo docente. Un centro de calidad no
es aquel que tiene la suerte de contar con un cierto número de profesores brillantes. Un
buen centro es aquel en el que las familias saben que, con independencia del grupo
120
concreto en que se escolariza a su hijo, este va a tener acceso a determinadas
experiencias educativas, o, lo que puede ser más importante, no va a vivir otras negativas
para su desarrollo. Esto solo puede suceder cuando se ha alcanzado un determinado nivel
de coherencia entre quienes ejercen influencia educativa sobre un mismo grupo de
estudiantes.
El cambio del profesor al equipo docente es un cambio de unidad de agencia. No es
suficiente interpretar los procesos de enseñanza y aprendizaje en términos de la
interacción de un docente con su grupo aula. Los alumnos que aprenden en esa clase lo
hacen a partir de las experiencias que reciben en el conjunto de interacciones que se
producen con los docentes a lo largo de la etapa. La unidad que constituyen estos
profesores y profesoras, sus semejanzas y diferencias, la redundancia en sus actuaciones
y las ausencias de las que nadie asume se entrelazan construyendo la textura de los
procesos de aprendizaje y desarrollo. La intervención de un equipo docente es más que
la suma de lo que cada uno de sus miembros hace. Los enfoques de cognición distribuida
que van ganando presencia en la psicología ofrecen un interesante marco teórico para
entender estos procesos (Cole y Engeström, 2001; Wells, 1999).
Adoptar el equipo docente como unidad de calidad de la educación tiene múltiples
consecuencias. Una de ellas se refiere a la forma de plantear la formación y la evaluación
de la práctica docente. Abordaremos estos temas más adelante. Ahora nos interesa
analizar las competencias que cada profesor tiene que desarrollar y el modelo
organizativo del centro que contribuyen a configurar sólidos equipos docentes. Desde el
punto de vista del profesor, se necesita superar la tendencia individualista que
habitualmente se transmite en la cultura escolar; la idea de que el aula es un espacio
propio y por ello cerrado a la intervención de otros compañeros, y el sentimiento de
seguridad que ello aporta; el erróneo mensaje de que la libertad de cátedra está por
encima de la coherencia imprescindible para la calidad de la enseñanza; el desánimo que
supone participar en reuniones que a veces no aportan demasiado por los temas que se
abordan; la poca agilidad en las decisiones o la falta de continuidad y de puesta en
práctica de los acuerdos que se adoptan; la pereza de tener que acordar con otro lo que
podría decidir más deprisa uno mismo; el rechazo a trabajar con quien no nos agrada.
Este tipo de actitudes son las más habituales cuando los profesores no han desarrollado
las competencias de trabajo en equipo, que sin embargo se pueden aprender.
Liderazgo y equipos docentes
Junto con las competencias personales que se vienen señalando hay otras que trascienden
al profesor. Impulsar los equipos docentes requiere de personas que ejerzan un liderazgo
en estos grupos; que ayuden a establecer las metas sin caer en un protagonismo que
anule la participación de los otros; que ayuden a interpretar los desacuerdos como pasos
imprescindibles en todo colectivo que suponen una riqueza de perspectivas; que resuman
121
los acuerdos, los concreten y supervisen su cumplimiento. Como se analiza en el
siguiente capítulo, no todos los docentes tienen que desempeñar una función directiva,
pero todos deben colaborar en los procesos de coordinación, con las capacidades que ello
supone. A esta competencia de liderazgo informal se refiere Perrenoud cuando habla de
que los profesores deben colaborar en la gestión de la escuela. La interesante
metodología de formación de profesorado a través de Lesson and Learning Study (Stigler
y Hiebert, 1999), en la que tres profesores preparan conjuntamente una clase, uno de
ellos la desarrolla mientras los otros dos observan y de nuevo los tres analizan la
práctica, repitiendo el ciclo con cambios en los papeles y recogiendo las voces de los
estudiantes, es una forma de concretar estos principios teóricos que algunos centros
españoles ya están poniendo en marcha (Pérez, Soto y Servan, 2010).
Debe quedar claro no obstante que la búsqueda de la coherencia no es el deseo de
homogeneidad. Convivir con personas diversas resulta muy educativo. Lo que por el
contrario representa un riesgo es desenvolverse en contextos donde los comportamientos
son arbitrarios cuando no directamente contradictorios. Acordar los principios básicos
sobre los que se quiere sustentar el proyecto educativo del centro es un paso esencial en
la consolidación de los equipos docentes. Cada profesor traducirá luego estos principios
a la práctica con su personal sello, con la riqueza que ello supone. No se trata de anular
las peculiaridades de cada docente. Muy por el contrario, el objetivo es aprovecharlas en
la complementariedad con las de los otros colegas. De hecho, como se analiza en el
capítulo 6, una de las mayores habilidades de los equipos directivos es conseguir el
equilibrio entre los individuos y el equipo como unidad de organización de la práctica
docente.
Vertebrar equipos docentes requiere, junto con las competencias personales y de
grupo analizadas, determinadas condiciones en el centro. La organización de los colegios
e institutos es una pieza clave desde esta perspectiva. Es preciso contar con unidades de
coordinación, tanto desde la perspectiva horizontal (ciclos, equipo docente que trabaja
con un determinado grupo, tutores de nivel…), como vertical (seminarios o
departamentos, responsables de programas específicos como TIC, convivencia…).
Deben planificarse los tiempos y los espacios para que estos grupos se reúnan, lo que
ciertamente hace complejos los horarios de los centros, pero no imposibles si estos se
organizan teniendo esta meta como prioridad. En los casos en que ya se ha conseguido,
supone contar con la jornada de mañana y la de tarde, sin que ello implique una pérdida
en las condiciones laborales de los docentes. Puede significar también organizar la
docencia en ámbitos que permitan que un mismo docente imparta más horas a un mismo
grupo, reduciendo con ello el número de equipos docentes a los que pertenece. Es
preciso asimismo acertar a la hora de elegir a quienes vayan a liderar esos grupos que
deberían reunir las competencias señaladas más arriba. Resulta esencial cuidar estas
condiciones, pues el trabajo en equipo se construye en la acción, en el ejercicio de este
tipo de tareas. Difícilmente se avanzará, aunque se cuente con docentes competentes
122
para el trabajo en equipo, si las unidades de coordinación no se han convertido en un
elemento consolidado de la cultura del centro.
Un profesional necesariamente reflexivo
La complejidad de enseñar
Enseñar en el contexto de la educación formal es una tarea de enorme complejidad.
Siempre lo ha sido, pero en la actualidad, como venimos argumentando, su dificultad ha
aumentado. Ser profesor en el momento actual no solo implica ser experto en un ámbito
disciplinar, sino en el conocimiento didáctico que lo hace asequible a los alumnos;
supone «leer la mente» del otro, suspender temporalmente la forma que uno tiene de ver
el mundo para situarse en cómo lo ven los estudiantes; significa sentirse responsable
tanto del desarrollo intelectual de estos como de su bienestar emocional; trabajar en
colaboración con los colegas y con las familias; comprometerse en proyectos
institucionales; realizar tareas con otros servicios sectoriales y con la comunidad.
Sin embargo, no todo el mundo es consciente de esta complejidad. Por el contrario, a
veces se cree que con una preparación no demasiado costosa prácticamente cualquiera
puede ser docente. ¿A qué puede deberse esta imagen social tan alejada de la realidad?
Quizás la familiaridad que cualquier ser humano tiene con las actividades educativas en
la vida cotidiana puede llevar a concebirlas como una competencia para la que en
principio todo el mundo está dotado, siempre que sea más experto que el aprendiz en el
contenido específico que se quiere enseñar. La facilidad con la que se puede encontrar
trabajo como profesor particular a pesar de no haberse preparado profesionalmente para
ello es un ejemplo de esta representación simplificada de lo que es enseñar.
¿Confiaríamos la salud de nuestros hijos a alguien sin preparación acreditada?
Puede que la difusa frontera entre los procesos educativos que tienen lugar en
contextos informales como la familia o las actividades extraescolares y el aprendizaje en
la escuela lleve a algunas personas a no distinguir con suficiente claridad la gran
diferencia que existe entre estos procesos 1 . Sin embargo, se trata de situaciones que
exigen algunas competencias semejantes pero requieren también habilidades específicas,
muy complejas en el caso de la docencia. En los contextos de educación informal como
la familia o los grupos de pares, la educación se lleva a cabo a través de mecanismos no
necesariamente intencionales que en muchos casos se producen de manera espontánea
sin necesidad de haber recibido una instrucción específica de cómo ponerlos en marcha.
La escuela no es un contexto de socialización primario, es una construcción cultural
y, por tanto, los procesos tienen un mayor grado de artificialidad. Las actividades que en
ella se realizan no responden a la satisfacción de necesidades inmediatas, su razón de ser
es epistémica: vamos a la escuela para entender el mundo. La motivación no se
encuentra, por tanto, garantizada de antemano por los motivos que caracterizan los
123
entornos informales, hay que construirla, hay que conseguir mantener viva la curiosidad
que en principio todo ser humano muestra por comprender lo que le rodea, preservando
la relevancia y autenticidad de actividades que en muchos casos no pueden sino simular
la realidad. Lo que en otros entornos es ante todo acción sobre el mundo, en la escuela
debe convertirse en reflexión sobre esa acción. En el aula los docentes no se encuentran
con la confortable relación de díada: un adulto, un aprendiz. El grupo, bastante
numeroso, es el escenario natural en la educación escolar. Si bien el grupo tiene
indudables ventajas, no es menos cierto que dificulta el conocimiento de cada alumno o
alumna y con ello el ajuste a su peculiar forma de aprender. Por otra parte, el
compromiso afectivo con cada uno de ellos ayuda a tomar la necesaria distancia que
exige enseñar, pero también supone una menor implicación en el proceso. La tenacidad
que exige mantenerse en el esfuerzo de intentar una y otra vez, por los medios que sea
necesario, que un hijo aprenda no puede darse de la misma forma por parte de un
docente hacia el conjunto de sus alumnos.
Por último, pero no menos importante, lo que la escuela tiene que ayudar a aprender
es precisamente lo que no pueden garantizar el resto de los contextos educativos
primarios. La lectura, la escritura, la música, las contraintuitivas explicaciones del
funcionamiento del mundo en su dimensión social, física y matemática, los valores
éticos que nos ayudan a transcender la tendencia a satisfacer las necesidades individuales
en pro de un bien social, son valiosos logros culturales que la humanidad ha ido
construyendo a lo largo de muchos siglos.
La relación entre concepciones y prácticas docentes
Ser docente, desde esta perspectiva, remite por tanto a un profesional cuya actuación está
muy lejos de la mera ejecución de decisiones que otros toman. La reflexión sobre la
propia práctica constituiría la vía privilegiada para el desarrollo profesional (Schön,
1983; 1987). La actividad docente va configurando la comprensión que los profesores
tienen de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Estas concepciones repercuten a su
vez en la forma de actuar. Así, cognición y acción, concepciones y prácticas, se influyen
mutuamente, sin que ninguno de estos elementos pueda entenderse necesariamente
anterior al otro. Comprender la profesión docente implica, desde este enfoque, analizar
tanto las concepciones de los profesores como la relación de estas con su práctica.
Los docentes, como el resto de las personas, mantienen teorías que se refieren a cómo
pensamos que aprendemos. Hay determinadas preguntas, tales como ¿todo el mundo
puede aprender?, ¿cuál es la mejor manera de hacerlo?, ¿hay cosas que no hace falta
aprender porque ya se saben?, ¿todo puede enseñarse?, para las que cualquier ser
humano tiene una respuesta, aunque quizás no sepa que la tiene. De hecho, las personas
se comportan en el mundo de una manera que pone de manifiesto sus ideas sobre el
aprendizaje y el desarrollo (Rodrigo, Rodríguez y Marrero, 1993). La gran diferencia en
124
el caso de los profesores es que estas concepciones son el ingrediente esencial de su
profesión, el material básico sobre el que se construye su práctica.
Es muy importante, por tanto, analizar con atención estas concepciones. Superado el
paradigma proceso-producto y los enfoques de la instrucción directa propios de la
década de 1980, las ideas de los profesores han acaparado la atención de las
investigaciones sobre la profesión docente. El enfoque del pensamiento del profesor ya
colocó en el foco de estudio las creencias de los profesores, pero el marco que mayor
repercusión ha tenido en este ámbito es la propuesta de Donald Schön (1983, 1987,
1991) del profesional reflexivo. Como es bien conocido, este autor plantea una
epistemología de la práctica según la cual el docente, como cualquier otro profesional
experto, se serviría de tres tipos de conocimiento.
El primero de ellos, el conocimiento en la acción, remite a aquel que se revela en las
acciones inteligentes que el profesor lleva a cabo. El conocimiento está en la acción y se
manifiesta de una forma espontánea y hábil, aunque el docente sea incapaz de hacerlo
explícito verbalmente. El segundo tipo de conocimiento, la reflexión en la acción,
permite al docente reflexionar en el curso de la acción sin necesidad de interrumpirla.
Una sorpresa en el curso de la dinámica del aula, una variación inesperada en la
aplicación de una rutina, suscitaría un proceso de reflexión dentro de una «acciónpresente», que el autor considera que resulta en alguna medida consciente aunque no se
produzca necesariamente por medio de palabras. La reflexión en la acción puede permitir
reestructurar estrategias de acción, la comprensión de los fenómenos o las formas de
formular los problemas. El tercer tipo de conocimiento, la reflexión sobre la acción y
sobre la reflexión en la acción, supondría en cambio la capacidad de describir la acción,
la reflexión en la acción e incluso de reflexionar acerca de esta descripción, en un
proceso de carácter recurrente. En este caso, el docente, fuera ya de la acción, sometería
esta a análisis y podría verbalizar el resultado de su reflexión.
La propuesta de Schön resulta muy relevante para pensar qué es un buen docente y
cómo se puede contribuir a mejorar su competencia. En síntesis vendría a decir que un
profesor construye su conocimiento a partir de la práctica, pero para mejorarla necesita
reflexionar sobre ella. Este marco teórico tiene claras coincidencias con el enfoque de las
teorías implícitas al que ya hemos hecho referencia (Pozo, Scheuer, Mateos y Pérez
Echeverría, 2006). En él se postula que todo profesor tiene conocimientos explícitos a
los que la conciencia pueda acceder, que puede llegar a verbalizar y sobre los que, por
tanto, podría reflexionar, revisar, y en su caso modificar. Pero tiene también creencias
muy arraigadas, que de hecho guían su forma de actuar, y de las que sin embargo puede
no ser consciente. Serían pues concepciones implícitas. Es frecuente, por ejemplo, que a
pesar de que un profesor pueda afirmar que piensa que las personas no están
determinadas por la genética, su forma de actuar en clase refleje en cambio una
concepción de la capacidad intelectual como un rasgo sobre el que poco se puede influir.
En ambos enfoques —profesional reflexivo y teorías implícitas— la acción es el
125
origen del conocimiento. La experiencia directa que obtenemos de la realidad —la
práctica docente en el caso que nos ocupa— permite al profesor construir un valioso
saber. Pero también en ambas teorías se pone de manifiesto que este tipo de
conocimiento, muy útil para seguir enfrentándose a situaciones semejantes a aquellas a
partir de las cuales se ha formado, es insuficiente cuando lo que se necesita es avanzar en
la comprensión de estas situaciones y no meramente dar una respuesta «precocinada».
Esta tensión entre la función pragmática y la función epistémica del conocimiento es la
que se refleja a su vez entre un perfil docente más ejecutor o más reflexivo.
Desde esta perspectiva teórica, la tan valorada intuición se entiende como un
conocimiento propio de los profesionales expertos que una vez alcanzado puede parecer
que se produce por una vía ajena a esta reflexión explícita (Claxton y Atkinson, 2000).
Sin embargo, nos estaría hablando de una apropiación tan profunda de las concepciones
más sofisticadas acerca de la enseñanza y el aprendizaje que permitiría utilizarlas para
tomar decisiones en la acción de una manera rápida, que exige ya menos atención
consciente y en general un nivel más bajo de recursos cognitivos. La intuición, desde el
enfoque de las teorías implícitas, es un punto de llegada tras un laborioso progreso
profesional, no el punto de partida de algunos profesores mejor dotados.
La esencia de los procesos de enseñanza y aprendizaje es su carácter interactivo y,
por tanto, cambiante. Un mismo profesor no actúa igual con distintos alumnos. Estos a
su vez se comportan de manera diferente con sus docentes. Incluso un mismo profesor y
un mismo alumno varían su forma de hacer dependiendo de la tarea que estén llevando a
cabo. La nota dominante en la interacción educativa no es la estabilidad, sino el cambio
en el comportamiento entendido como ajuste a la situación. A esta naturaleza dinámica
de los procesos educativos, se añade el importante cambio cultural que la escuela está
sufriendo como consecuencia de las transformaciones que conlleva la sociedad del
conocimiento. No sería sensato concebir al profesor como alguien que tiene una serie de
competencias aprendidas previamente que puede ejecutar para llevar a cabo con éxito la
enseñanza. Quizá la única forma de ser un buen docente es aceptar que es preciso
adoptar una actitud reflexiva que permita al profesor tomar conciencia de su forma de
entender el aprendizaje y le ayude a cuestionarla (Perrenoud, 2001).
La formación de los docentes: aprender a lo largo de la vida profesional
Atraer a los mejores a los estudios de profesorado
Si se comparte el supuesto de la complejidad de la tarea docente hasta aquí expuesto y la
caracterización realizada en términos de competencias, se entenderá también que los
documentos que analizan las políticas de profesorado señalen que un elemento básico de
estas es atraer a los mejores estudiantes para que cursen los estudios que les permitirán
ejercer como docentes. Sin duda, para ello hay que hacer atractiva la profesión, pero a su
126
vez es preciso seleccionar adecuadamente a quienes comienzan estos estudios. Como se
señala en el primer informe McKinsey (Barber y Mourshed, 2007; Auguste, Kihn y
Miller, 2010), los sistemas con más alto desempeño reclutan a sus docentes en el primer
tercio de cada promoción de graduados de sus sistemas educativos: el primer 5% en
Corea del Sur, el 10% superior en Finlandia y el 30% superior en Singapur y Hong
Kong. También en Estados Unidos los programas que se han centrado en la mejora del
profesorado —Boston Teacher Residency, New York Teaching Fellows o Chicago
Teaching Fellows— apuntan a los graduados de las principales universidades. Sin
embargo, en el conjunto del país tan solo el 23% se selecciona entre los estudiantes del
tercio superior y en el caso de las escuelas más pobres este porcentaje desciende al 14%,
lo que se identifica como una clara necesidad de cambio (Mourshed, Chijioke y Barber,
2010).
La percepción de la calidad de la docencia está estrechamente ligada a los niveles que
se exige a los futuros profesores. En algunos países se realiza además una prueba a
quienes quieren ingresar en estos estudios. En Finlandia, por ejemplo, existe desde 2007
un examen nacional, para evaluar conocimientos de matemáticas, lengua y resolución de
problemas. Quienes obtienen la puntuación más alta pasan a una segunda ronda en la que
las universidades aplican sus propios sistemas de selección que en ocasiones incluyen
entrevistas personales.
Por supuesto, la idea de establecer un mayor nivel de exigencia en el acceso a la
formación inicial docente no está exenta de polémica. Las críticas se basan sobre todo en
las debilidades de seleccionar por el criterio de la nota, que no correlaciona
necesariamente con otras destrezas clave para ser docente y en general con lo que se
entiende por «vocación». Son sin duda argumentos razonables, si bien lo serían también
para cualquier otra profesión. La nota es un criterio claramente imperfecto, pero no peor
que otros de los que se vienen utilizando cuando se aplica a muchos candidatos. En lo
que parece haber un mayor consenso en la sociedad en general es en lo acertado de
garantizar un adecuado nivel de exigencia. En un reciente estudio sociológico sobre el
prestigio de la profesión docente en España (Pérez-Díaz y Rodríguez, 2013), el 73% de
los encuestados mostraba su acuerdo con que el acceso a la carrera de magisterio debía
ser tan exigente como el de medicina 2 .
El tema de la vocación es mucho más espinoso. ¿Es más fuerte la vocación de ser
profesor que la de ser médico? ¿Es la vocación la que desarrolla la profesionalidad o al
revés? ¿Ambas interactúan? En el imaginario social la vocación es un aspecto clave. En
el estudio que acaba de citarse, el 80,3% de los participantes está muy o bastante de
acuerdo con que en la decisión de dedicarse a la docencia pesa mucho la vocación. Por
nuestra parte, preferimos enfatizar la profesión. A ser docente se aprende, como en
cualquier otro trabajo. Cuando los estudiantes desarrollan sus estudios con una actitud de
compromiso hacia el conocimiento y se les ofrece una enseñanza de calidad, tienen altas
probabilidades de ser buenos profesionales. Depositar excesivas expectativas en un
127
constructo tan etéreo como la vocación puede suponer un cierto riesgo de hacer olvidar
otras condiciones igualmente necesarias, como la formación y las condiciones de
desarrollo profesional.
Claves de una formación inicial de calidad
Los informes que destacan la importancia de la selección, también muestran un acuerdo
básico acerca de algunas características deseables de la etapa de formación inicial. La
primera se refiere a la importancia del practicum. De acuerdo con el enfoque del
profesional reflexivo, la formación consiste en ayudar a hacer explícitas las
concepciones con las que todo estudiante llega poniéndole ante situaciones prácticas
cuya interpretación hará que las utilice. El papel de los formadores de docentes sería
entonces ofrecer otra manera alternativa de entender lo que está sucediendo en estas
situaciones educativas, es decir, presentar los marcos teóricos como herramientas para
analizar e intervenir en la práctica. En los planes de estudio que sitúan el practicum al
final de la carrera, la lógica es que las prácticas sirvan para aplicar la teoría. En el
enfoque de los practicum reflexivos (Argyris y Schön,1974; Wilson y L’Anson, 2006),
la práctica es el origen de la teoría.
El practicum debería, por tanto, estar presente desde el inicio de los estudios, lo que
no significa que el tipo de práctica que se propone a los estudiantes tenga que ser el
mismo. Se puede empezar por observar y analizar prácticas —bien en el aula, bien a
través de casos— e ir introduciendo al estudiante poco a poco en responsabilidades de
gestión directa de las situaciones de enseñanza y aprendizaje mediante un cuidadoso
proceso de traspaso de control. Es esencial tener en cuenta en este diseño los elementos
emocionales. Como se ha señalado más arriba, las teorías implícitas resultan muy
funcionales y están encarnadas en nuestra forma de situarnos en el mundo. Cambiarlas
supone afrontar la inseguridad que la incertidumbre acarrea. Los formadores de docentes
deben ayudar a que sus estudiantes expliciten también sus estados emocionales y los
cambios que se vayan produciendo (Martín y Cervi, 2006; McBeath, 2012).
Los propios estudiantes que se forman para ser docentes expresan con rotundidad el
convencimiento de que las prácticas de sus carreras son un aspecto clave para adquirir
las competencias que todo profesor debe desarrollar. Los resultados de investigaciones
realizadas tanto con estudiantes del grado de maestro como del máster de formación del
profesorado de Educación Secundaria y Bachillerato muestran que el practicum es la
asignatura que más se valora, y a la que, a juicio de los participantes se debería dedicar
más tiempo del que ahora tiene (Valle y Manso, 2010; Manso y Martín, 2014).
La ubicación y el contenido del practicum son aspectos esenciales, pero no lo es
menos la selección de los centros de prácticas y de los profesores que actuarán como
tutores. Consciente de esta importancia, el Ministerio de Educación de España encargó
un estudio cuyo objetivo era definir las características que hacen de un centro un lugar
128
adecuado para formar a los nuevos docentes (Valle y Manso, 2011). Acertar en este
punto implica que la Universidad y las administraciones educativas autonómicas
establezcan convenios que garanticen la adecuada elección de los colegios e institutos en
los que se desarrollará el practicum. En estos convenios deberían definirse también las
compensaciones que van a recibir los centros y los docentes que tutelan las prácticas, así
como organizar la coordinación de los profesores responsables del resto de las materias
de la carrera con la de los tutores de prácticas. Finalmente, hay que contar con
procedimientos que permitan evaluar el funcionamiento de los centros de prácticas e ir
actualizando esa red. En el primer informe McKinsey (Barber y Mourshed, 2007) se
señala que los países con alto desempeño hacen pasar a los estudiantes de carreras
docentes varios días a la semana en los centros tutelados por docentes expertos en esta
tarea y compensados adecuadamente.
En la formación inicial es fundamental dar valor al trabajo en equipo y enseñar las
habilidades necesarias para llevarlo a cabo, así como analizar el papel de las otras figuras
con las cuales los profesores tendrán que colaborar en los centros escolares. Conocer sus
funciones, cuál es su conocimiento experto y cómo este puede complementar el trabajo
del profesorado ayuda a que en los colegios e institutos tome forma la necesaria
colaboración institucional y el liderazgo informal. Por supuesto, el currículum de la
formación inicial debería reflejar las competencias a las que se ha aludido más arriba y
trascender así la visión más tradicional ligada exclusivamente a las didácticas
específicas, como se refleja con claridad en el enunciado de las competencias que la
Unión Europea define para la profesión docente (Consejo de la Unión Europea, 2007).
Pero quizás la clave del éxito de la formación inicial esté en que en ella se lleve a cabo la
forma de enseñanza que se quiere que luego los docentes utilicen en sus aulas. Participar,
de hecho, en este tipo de prácticas reflexionando sobre lo que ello implica es la mejor
manera de apropiarse de ellas. Cuando, por el contrario, las formas de enseñar
reproducen los esquemas tradicionales, de poco sirve pretender enseñar estas como
contenidos declarativos.
La importancia de la fase de inducción
La formación inicial no acaba con los estudios universitarios. Los primeros años de
incorporación a la práctica son de hecho una etapa esencial de la formación que debe ser,
por tanto, diseñada como tal (Marcelo, 2009; McBeath, 2012). En este periodo de
inducción cristalizan gran parte de las competencias que caracterizarán la futura
identidad del docente. Resulta esencial brindar al profesor novel la ayuda que le permita
entender que las dificultades que sin duda supone llevar a la práctica lo que ha aprendido
en su formación no significan que no pueda hacerse. Si alguien más experto no guía la
progresiva inmersión en la práctica, cuidando el grado de dificultad de las tareas,
apoyando en su resolución, haciendo reflexionar al profesor novel acerca de lo que está
129
sucediendo y las razones que lo explican, el nuevo docente podría adoptar de manera
acrítica los vicios de la práctica más tradicional y caer en la tan habitual creencia de que
«la teoría está muy bien, pero es imposible llevarla a la realidad de las aulas». Resulta,
por tanto, esencial planificar un sólido programa de profesores mentores, lo que requiere
decidir quiénes van a realizar esta tarea en cada centro, cómo se les va a preparar para
realizarla y cómo se va a compensar su trabajo (OCDE, 2012b).
Asimismo, es preciso definir qué papel van a tener los mentores en la decisión de si
los docentes noveles deben o no continuar en la profesión, ya que este periodo de
prácticas tuteladas, entendido como una fase todavía de la formación inicial, requeriría a
su término una nueva acreditación que garantice que se han adquirido las competencias
previstas, antes de consolidar al nuevo docente en su profesión. La LOE estableció los
programas de mentores. Sin embargo, las administraciones autonómicas, responsables de
su puesta en marcha, apenas han tomado iniciativas a este respecto. En el último
apartado del capítulo se presenta una propuesta más concreta de cómo podría llevarse a
cabo esta idea en el sistema educativo español. No cabe duda de que los sistemas con
alto desempeño tienen adecuadamente prevista esta etapa de formación que se asienta en
la convicción que de forma tan elocuente se expresa en las palabras de Angus McBeath
(2006), exsuperintendente de las escuelas de Edmonton (Alberta):
Nunca le diríamos a un médico recién recibido «vaya y opere a esta persona» sin tres o cuatro años de
práctica previa, práctica guiada. […] Sin embargo, producimos docentes, los ponemos en las aulas y nos
olvidamos de ellos.
La formación permanente
Por lo que respecta a la formación permanente, los mismos supuestos teóricos que se han
expuesto hasta aquí permiten argumentar que el conocido como modelo de formación en
centros es el más adecuado. En primer lugar, porque se enfoca desde la perspectiva de la
reflexión sobre la práctica y no solo desde la actualización de conocimientos. El proceso
consiste precisamente en revisar lo que se viene haciendo en el aula y en el centro, y en
cuestionarlo a través del contraste con nuevas propuestas. La segunda razón es que la
formación se dirige a equipos docentes que comparten de hecho la práctica y no a
profesores aislados que difícilmente pueden ellos solos introducir cambios sustantivos en
el colegio o instituto.
Los profesores de un ciclo, de un departamento, los tutores o los responsables de un
programa específico tienen que planificar, desarrollar y evaluar intenciones educativas
compartidas. Contrastar sus concepciones y experiencias resulta un procedimiento de
cambio más potente que los cursos u otros formatos básicamente expositivos y dirigidos
a docentes de diferentes centros, que una vez acabada la formación ven difícil iniciar
cambios relevantes que justo por ello son necesariamente globales. Esto no significa que
no deba existir una oferta diversificada de actividades de formación. Cada modalidad
130
tiene su función. Los cursos pueden permitir actualizar conocimientos y realizar una
primera sensibilización hacia temas en los que luego se puede profundizar mediante otro
tipo de formatos. Sin embargo, queremos hacer hincapié en que sería necesario
promover sobre todo las modalidades de formación que ayudan a constituir comunidades
de aprendizaje y de práctica, en el sentido que Wenger da a este término, donde las
buenas prácticas de colegas del propio centro sean fuentes de progreso. Los informes
internacionales a los que se ha venido haciendo alusión señalan la capacidad de las
escuelas de trabajar de forma colaborativa como uno de los aspectos clave de los
sistemas escolares con mejor desempeño.
Por otra parte, los proyectos de formación en centros son un paso necesario para
llevar a cabo los planes de mejora que se derivarían de los procesos de evaluación (véase
capítulo 7). Impulsarlos requiere contar con asesores que los coordinen y que puedan
incorporar si es necesario a expertos en determinados temas que se aborden en la
formación y establecer relaciones con otros centros que lleven a cabo experiencias
interesantes que puedan servir para impulsar innovaciones, desde esta perspectiva
colaborativa que trasciende al centro y establece redes más amplias dentro del sistema.
Por otra parte, todas estas actuaciones obligan a prestar atención a la organización de los
centros, ya que, como se ha señalado más arriba, su viabilidad depende de la
consolidación de estructuras de trabajo en equipo, lo que a su vez exige contar con
horarios compartidos y personas que lideren los grupos de trabajo.
En este apoyo a la formación permanente del profesorado, no se debe olvidar la
importancia de los grupos de innovación y las asociaciones profesionales, que
trascienden el ámbito del centro. Constituyen otros espacios de reflexión conjunta que
estimula procesos de innovación y aporta un valioso apoyo personal.
Desarrollo profesional y evaluación de la actividad docente
El salario
Las actividades de formación deben ser uno de los elementos que se tenga en cuenta en
el desarrollo profesional de los docentes, pero este exige otras medidas que permitan
estimular a los profesores a lo largo de una dilatada trayectoria vital, discriminar y
compensar los distintos niveles de implicación y compromiso con la tarea y en último
término hacer con ello más atractiva la profesión docente.
Las condiciones laborales y en especial los salarios son una pieza importante en este
proceso, sin embargo el efecto de estos últimos sobre la calidad del sistema no es simple
ni lineal. En el caso de España, los docentes del primer ciclo de Educación Infantil
muestran en todas las encuestas un mayor nivel de satisfacción que sus colegas de otras
etapas, son mejor valorados por la sociedad y sin embargo tienen los salarios más bajos
del sistema. La comparación internacional, atribuyéndoles sin duda importancia, también
131
matiza el papel de los salarios y apunta a que un aspecto esencial es que estén nivelados
con los de otros profesionales de igual rango académico y sobre todo que tengan un
progresivo aumento asociado a un sistema de desarrollo profesional que no se limite a la
mera antigüedad (OCDE, 2005; Barber y Mourshed, 2007; Mourshed, Chijioke y Barber
2010).
El modelo español cumple solo parcialmente estas premisas. En nuestro país, el
salario inicial de los profesores, tanto de Educación Primaria como Secundaria es
superior a la media de la OCDE y la Unión Europea. No obstante, transcurridos 15 años
de la carrera profesional, se reducen las diferencias de los salarios medios entre España,
OCDE y UE. Al final de la carrera docente, los sueldos también se encuentran por
encima de las medias de OCDE y de UE, aunque en España se necesitan más años de
vida profesional para alcanzar el salario máximo. En el gráfico 5.3 se muestran estos
datos recogidos en el informe de la OCDE de 2013, Education at a Glance. Por otra
parte, este escaso aumento salarial está fundamentalmente asociado a la antigüedad y al
cumplimiento de un mínimo de horas de formación, lo que no responde a las
características que se han analizado en el apartado anterior.
GRÁFICO 5.3 (extracto de la tabla D3.1) Retribución anual del profesorado en instituciones públicas (2011, en
dólares): inicial, tras 15 años de ejercicio profesional y máxima en la escala, por nivel educativo, en miles de
dólares convertidos mediante PPA (paridad del poder adquisitivo)
132
FUENTE: Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2013. Informe español.
El progreso en el desarrollo profesional
Junto con el incremento salarial, el desarrollo profesional está asociado en la mayoría de
los países al establecimiento de etapas en la carrera que se definen en términos del
progreso que el docente va mostrando en su nivel de competencia. Habitualmente suelen
ser cuatro y, aunque la denominación varía, los sistemas coinciden en identificar un
primer nivel en el que se encuentran los profesores recién incorporados, un segundo de
consolidación, un tercer grado de pericia de profesor experto y un cuarto que se reserva
para docentes con competencias de muy alto desempeño. Los estándares recientemente
establecidos por el The National College for Teaching and Leadership (NCTL) 3 para
Inglaterra y Gales o los que utiliza el US National Board for Professional Teaching
Standards (NBPTS) 4 son un buen ejemplo. Estos grados en la carrera permiten a los
profesores ir asumiendo nuevas responsabilidades, y van acompañados de una mejora en
sus condiciones laborales, incluido el incremento salarial. Un diseño como este de la
carrera profesional a su vez implica contar con un sistema de evaluación de la actividad
docente.
Funciones de la evaluación del desempeño docente
Siendo una razón importante, la evaluación del desempeño de los profesores no se
justifica solo por su relación con los niveles de desarrollo profesional. Su legitimidad, es
decir el derecho y el deber de llevar a cabo una evaluación de la actividad docente,
procede ante todo de la obligación que las administraciones educativas y los centros
escolares tienen de comprobar que los alumnos están recibiendo una enseñanza de
calidad. Por otra parte, y esta tercera función es fundamental, la evaluación de la tarea
que los profesores llevan a cabo debe permitirles seguir mejorando su competencia. Los
sistemas de evaluación intentan hacer compatibles estas distintas funciones, la sumativa,
que permite acreditar los niveles de competencia y establecer incentivos asociados a las
condiciones laborales (evaluación de la enseñanza), y la formativa, que posibilita apoyar
a los docentes en el desarrollo de sus competencias (evaluación para la enseñanza)
(Martinez Rizo, 2012). Es cierto que estas funciones a veces están en tensión, ya que un
docente no muestra con igual confianza sus debilidades en ambos contextos de
evaluación. Pero en varios países la descripción de los niveles de competencia sirve a la
vez como referente para evaluar a un profesor y sugerirle cómo mejorar y para acreditar
un avance a la siguiente fase de la carrera (Stronge y Tucker, 2003). Es importante, por
tanto, coordinar las dos vías de actuación pero también establecer claramente los
procedimientos asociados a cada función.
En ambos casos es preciso definir las dimensiones que caracterizan la práctica
133
docente dentro de las cuales se irán estableciendo niveles de competencia, como los que
se han señalado más arriba. En la exhaustiva revisión realizada por Isoré (2010) para la
OCDE se señala que gran parte de los indicadores han adoptado el marco propuesto por
Danielson (1996, 2007), «Framework for Teaching», cuyas dimensiones de la práctica
docente coinciden en lo esencial con las competencias analizadas en la primera parte del
capítulo.
Modelos de evaluación
En la evaluación de la práctica docente se vienen utilizando distintos procedimientos e
instrumentos, pero los que están presentes en la mayoría de los sistemas de evaluación
son la observación en el aula y el portafolio en el que el propio docente recopila las
muestras de su trabajo (programaciones, trabajos de sus alumnos, pruebas de evaluación,
actividades con las familias…). Los cuestionarios sirven sobre todo para recoger la
valoración de los directivos del centro escolar. En menor medida se recaba información
por este medio de las familias y los alumnos, con el argumento de que al no ser expertos
en educación su representación de lo que es una buena práctica no siempre está bien
fundamentada. Cuando se recoge la valoración de estos colectivos, el peso en la
valoración global del docente es escaso.
Finalmente, en algunos sistemas se tiene en cuenta el nivel de rendimiento de los
alumnos. Esta vinculación entraña claros riesgos. Si bien la calidad de la enseñanza está
sin duda vinculada con el nivel de aprendizaje, no se puede establecer entre ambos
procesos una relación causal directa. El nivel de rendimiento de los estudiantes no se
debe exclusivamente a la influencia que el profesor ha ejercido sobre ellos. Hay otros
muchos factores escolares y ajenos a la escuela que están repercutiendo en el grado de
aprovechamiento académico. Por otra parte, la enseñanza es un proceso acumulativo y el
aprendizaje también. Los resultados de un grupo de alumnos en un curso determinado no
se pueden atribuir exclusiva, y a veces ni siquiera principalmente, a los docentes que les
imparten docencia ese año escolar (Ravela, 2010).
En algunos países se han empezado a vincular los resultados de los estudiantes con
beneficios para el conjunto del profesorado del centro. Incluso en estos casos, habría que
analizar el rendimiento teniendo en cuenta el valor añadido, es decir controlando el
efecto que la clase social ejerce sobre el rendimiento y que no debe, por tanto, atribuirse
como mérito o demérito al colegio o instituto. Los incentivos asociados a resultados que
se conceden al conjunto del equipo docente suscitan también reservas en quienes
consideran que docentes poco comprometidos se benefician injustamente del esfuerzo de
otros. Si bien esto puede ser cierto, un modelo que asocia las repercusiones positivas al
equipo docente en su conjunto refuerza el esfuerzo colectivo, la interdependencia de los
profesionales entre sí y puede aumentar el compromiso con el aprendizaje de los
alumnos como la tarea común que aúna el sentido del proyecto educativo del centro.
134
Por lo que respecta a quién lleva a cabo la evaluación, se suele combinar la figura de
los evaluadores externos expertos con la participación de los miembros del equipo
directivo y otros responsables de la coordinación pedagógica, como serían, en el caso del
sistema educativo español, el jefe de departamento o coordinador de ciclo. La presencia
de pares de otros centros, que como tales conocen bien el contexto de practica del
profesor evaluado, es también bastante frecuente. En los sistemas más asentados, los
evaluadores externos se preparan rigurosamente hasta que se comprueba que han
alcanzado un grado de pericia que les permite identificar con fiabilidad los criterios del
nivel en el que el docente va a ser acreditado.
Los países se diferencian en la medida en la que establecen la evaluación con carácter
obligatorio o voluntario, si bien esta distinción es compleja. Es cierto que un docente
podría quedarse toda su carrera en el primer nivel de desarrollo profesional. Desde este
punto de vista, nadie le obliga a ser evaluado. Sin embargo, si quiere progresar en la
carrera, está obligado a pasar por un proceso de evaluación. Volviendo a los dos
sistemas antes citados (NCTL y NBPTS), el primero tiene un carácter obligatorio, en sus
dos primeros niveles, mientras que el modelo de Estados Unidos es voluntario, lo que no
ha impedido que desde su fundación en 1987 hasta finales de 2012 se hubieran
acreditado 91.000 docentes.
Consecuencias de la evaluación
Finalmente, los países también difieren en el tipo de consecuencias asociadas a la
función sumativa de la evaluación. En unos casos son mejoras en las condiciones
profesionales, vinculadas a nuevas y más atractivas responsabilidades o a mejores
condiciones laborales. El incremento salarial a veces está incluido en estas condiciones,
pero no es demasiado frecuente, o puede darse solo en algunos de los niveles de
competencia. En ocasiones, si la evaluación se produce por una queja o pone de
manifiesto un innegable nivel de incompetencia, la consecuencia puede ser la separación
del profesor de la actividad docente, aunque esto suele suceder en un porcentaje muy
escaso de países. En los países en los que se ha optado por un modelo de evaluación
obligatoria con consecuencias en las condiciones laborales y sin vinculación con
medidas de apoyo, se producen a menudo situaciones de conflicto. La tendencia que los
informes internacionales apuntan es a potenciar la función formativa, que de hecho ha
ido ganando peso (Barber y Mourshed, 2007; UNESCO, 2007; Isoré, 2010). En el
primer informe McKinsey, ya se señalaba el riesgo de prestar suficiente apoyo a esta
meta de la evaluación:
Si bien algunas reformas incrementaron los mecanismos de rendición de cuentas o introdujeron incentivos
basados en el desempeño para mejorar la motivación, lo hicieron sin brindar a los docentes oportunidades
para darse cuenta de sus debilidades o conocer mejores prácticas.
Barber y Mourshed, 2007, p. 27
135
Durante las últimas décadas son varios los países, como Canadá, Inglaterra, Estados
Unidos, Austria, Escocia o Francia, que han definido con precisión los criterios que
caracterizan una buena enseñanza, lo que les permite orientar tanto la evaluación como
las acciones formativas. El modelo del Estado de Victoria (Australia) es un ejemplo muy
sugerente de la combinación de supervisión y apoyo. Tomando como referente los
indicadores de los cuatro niveles en los que se estructura el desarrollo profesional, la
evaluación se realiza mediante un proceso que incluye cuatro etapas cuya aplicación
suele llevar dos años: planificación preliminar, recogida de datos, entrevista y
seguimiento. El evaluador y el docente tienen una primera entrevista en la que se
establece la meta y el contenido de la evaluación, así como las fuentes de las que se van
a obtener los datos. Una vez hecha la primera valoración, se establece un plan de
desarrollo profesional y durante el segundo año se realiza un seguimiento para analizar
el apoyo que ha recibido el profesor y el grado en que ha alcanzado las metas
previamente establecidas (Marcelo y Vaillant, 2010).
La experiencia de Finlandia también ilustra la importancia de la evaluación
formativa. En Finlandia el estatus de los profesores es semejante al del funcionariado, si
bien los centros tienen más autonomía que en España y los directores son los
responsables de la mayoría de las decisiones relativas al profesorado. En Finlandia en
1990 se abandonó el modelo de evaluación externa del profesorado. La mayoría de las
escuelas han puesto en marcha discusiones anuales entre miembros del equipo directivo
y los docentes para evaluar el cumplimiento de los objetivos personales establecidos a
comienzo de curso y establecer nuevos objetivos que se correspondan tanto con el
análisis del profesor como con las necesidades de la escuela.
En síntesis, podríamos decir que existe un amplio consenso acerca de la necesidad de
contar con un sistema de evaluación del desempeño docente y en lo relativo a la variedad
y complementariedad de las fuentes y procedimientos para realizarla (OCDE, 2013). Se
ha tomado conciencia del problema que supone que un sistema educativo carezca de
procedimientos para conocer y mejorar la calidad del trabajo que sus docentes llevan a
cabo. El esfuerzo que se ha venido haciendo en actuaciones de formación tiene ahora que
complementarse con procesos de evaluación cuya presencia es injustificadamente menor.
El segundo informe McKinsey (Mourshed, Chijoke y Barber, 2010) señala que los
docentes reciben un 56% de las acciones de apoyo que se realizan dentro de los sistemas
educativos y tan solo un 3% de intervenciones dirigidas a la rendición de cuentas. Por
supuesto, no se trata de disminuir las actividades de formación ni de considerar que es
necesario establecer un equilibrio numérico entre estos ámbitos. Sin embargo, no parece
razonable que la evaluación, que es uno de los factores esenciales para la calidad de la
profesión docente, tenga una presencia tan escasa. La controversia es en cambio mucho
mayor en lo relativo a las consecuencias de la evaluación, pero también en este ámbito
hay dos ideas que merece la pena destacar. La primera, que la función formativa es
irrenunciable. La segunda, que esta es compatible con un sistema de acreditación que
136
permita también progresar en la carrera docente a quien lo desee.
La evaluación del profesorado en España
El caso español es un ejemplo del desequilibrio entre formación y evaluación al que se
acaba de hacer mención. La LOE estableció que la formación es a la vez un derecho y un
deber de todo docente, sin embargo regula que la evaluación será una opción voluntaria.
Pero la realidad es que no se ha puesto en marcha ningún procedimiento sistemático
como los que existen en otros países, en las enseñanzas anteriores a la universidad 5 . El
informe TALIS mostró que España e Italia eran los países con menor presencia de
procesos de evaluación de la actividad docente. Esta situación sin duda está relacionada
con el hecho de que todavía no se ha aprobado la norma que regularía el estatuto docente
del profesorado, a pesar de que se empezó a elaborar un borrador una vez aprobada la
LOE en 2006. Si en algún momento se definiera un modelo de carrera profesional, sería
esperable que viniera acompañado de un sistema de evaluación de la actividad docente
equilibrado y ajustado al contexto y a las condiciones en las que cada profesor desarrolla
su trabajo. La LOMCE tampoco ha avanzado nada en este ámbito.
Sin embargo, no por ello hay que dejar de insistir en la necesidad de que también el
sistema educativo español cuente con un modelo de desarrollo profesional que incluya la
evaluación del desempeño docente. En ese momento habrá que tener en cuenta las
consideraciones que los informes internacionales destacan como condiciones que ayudan
a que este proceso tenga éxito. En primer lugar, es fundamental llevar a cabo una
experiencia piloto restringida y controlada que permita a los docentes conocer y
comprobar todas las garantías y beneficios del proceso. Ganarse la confianza del
profesorado es un requisito imprescindible. Por ello, además, su voz debe estar presente
en todo el proceso de diseño e implantación. Es fundamental asimismo tener
adecuadamente planificados los costes personales y materiales de un proceso de esta
naturaleza, que supone una inversión económica, formación para los responsables de la
evaluación y una sobrecarga de trabajo para los propios docentes y para los evaluadores.
Hay que tener además prevista la coordinación con los sistemas de apoyo al profesorado
que garanticen la función formativa de desarrollo profesional. Desde esta perspectiva,
sería interesante crear institutos en las comunidades autónomas, coordinados por un
instituto del ministerio, encargados de la formación y acreditación de docentes y de
líderes, como se propone en el capítulo siguiente.
Pero ante todo hay que ser consciente de que se trata de un profundo cambio cultural.
Por paradójico que parezca, como señala Tenti (2003), los profesionales que dedican
gran parte de su actividad a evaluar a sus alumnos, y están convencidos de la
importancia de este proceso, se resisten en cambio a someter a supervisión su propia
labor. Sin embargo, cada vez es mayor la conciencia de la necesidad de la evaluación
docente. En un estudio llevado a cabo en 2010 (Martín, Manso, Pérez y Álvarez, 2010),
137
el 74,5% de los profesores encuestados se mostraban de acuerdo con que la evaluación
debería ser una obligación como la formación.
La mejor vía para cambiar en el conjunto del profesorado estas resistencias es
demostrar que la evaluación no constituye una amenaza, sino una oportunidad para su
desarrollo profesional. Si los docentes comprueban que los procedimientos son
adecuados y las consecuencias justas, si experimentan que les ha servido para entender
mejor su tarea y poder mejorarla, si encuentran en los sistemas de evaluación una vía
razonable para el progreso de su desarrollo profesional, la cultura podría cambiar.
Otras vías de avance en las políticas de profesorado en España
El sistema educativo español debe demostrar en sus políticas que asume el famoso
eslogan que ha popularizado el primer informe McKinsey, «La calidad de un sistema
educativo tiene el techo en la calidad de sus docentes». En los epígrafes anteriores se han
señalado algunos de los ámbitos en los que sería necesario introducir cambios que
permitieran avanzar en las políticas de profesorado: la puesta en marcha de un sistema de
desarrollo profesional que incluya la evaluación; la revisión de la formación inicial de
acuerdo con las nuevas exigencias de las competencias docentes, así como la
consolidación del practicum reflexivo. Quedan aún algunas otras iniciativas que merece
la pena revisar.
El acceso a la profesión docente
Sin duda, acertar en el procedimiento de incorporación de los docentes al sistema
educativo es un aspecto clave en el objetivo de atraer y retener a los mejores profesores.
En la revisión del actual sistema de acceso de los docentes en España —las oposiciones
para ser profesor en el sistema público— hay algunos aspectos especialmente
relevantes 6 . El primero de ellos es la relación entre la formación inicial y la oposición.
Tanto en el caso de los maestros como de los profesores de secundaria es fundamental
que la especialización que los futuros profesores adquieren durante la carrera, se
aproveche en beneficio del sistema, es decir, que se considere un criterio importante en
el baremo de acceso. Así, si un maestro de Educación Primaria ha realizado una mención
en educación física, el peso en el baremo para ocupar una plaza de esta especialidad
debería garantizar que quienes vayan a enseñar a los alumnos tengan esta preparación.
Esta misma lógica tendría que reconocerse en el Máster de Formación del
Profesorado de Educación Secundaria y Bachillerato cuyas especialidades deberían
tenerse en cuenta en la oposición. Sin embargo, en la actualidad solo se exige tener el
título de maestro y el título del máster, con independencia de la especialidad que se haya
cursado. Esta disfunción podría solucionarse estableciendo la especialidad
138
correspondiente como requisito para presentarse a la oposición, lo que supondría que el
título del máster ya no sería genérico, o dando un peso alto en el baremo a la afinidad
entre especialidad de máster y especialidad del cuerpo docente, lo que llevaría a los
propios candidatos a procurar esta coherencia en su trayectoria formativa. En el caso de
secundaria sobre todo, tendría probablemente que utilizarse un concepto más amplio que
la especialidad para que las plantillas permitieran la flexibilidad necesaria en la
organización de los centros. Se trataría, por tanto, de acertar en la definición de estos
ámbitos que agruparan especialidades afines, buscando con ello un equilibrio entre
calidad del profesorado —entendida en este caso en su dimensión de especialización
didáctica y pedagógica— y flexibilidad y versatilidad de las plantillas.
Un segundo aspecto se refiere al debate sobre los criterios del baremo de la fase de
concurso, y más en concreto, acerca del peso de la experiencia o antigüedad. En este
caso, la tensión se establece entre quienes defienden sobre todo «los derechos» de los
profesores interinos, y quienes consideran que no parece razonable que candidatos que
obtienen la mejor de las puntuaciones posibles en la fase de oposición puedan quedar
fuera del acceso, ya que es casi imposible que tengan experiencia (al menos en el sistema
público). Un mayor equilibrio de estos criterios sería una clara mejora en el modelo de
acceso, sin caer en el extrema contrario, como ha sucedido recientemente en la
Comunidad de Madrid.
Un curso de transición al pleno desempeño docente
El tercer elemento de reflexión remite a la necesidad de que exista o no una fase de
prácticas que todavía esté incluida en el proceso de selección y sobre todo que garantice
la necesaria competencia de los docentes. En realidad, la normativa ya ha venido
contestando a esta pregunta y así el sistema actual establece que el primer año en el
centro de un nuevo profesor es un periodo de prácticas, solo al final del cual pasa a ser
funcionario de pleno derecho. Sin embargo, en la realidad el nuevo profesor asume
desde el principio todas las funciones y no está previsto que nadie lleve a cabo durante
este periodo un proceso de formación, cuando se sabe, como hemos analizado en los
apartados anteriores, que los primeros años son esenciales en la configuración de la
identidad profesional docente y en la adquisición de las competencias.
En una encuesta llevada a cabo en 2008 (Álvarez, 2008), acerca de las situación de
los profesores noveles, se aplicó un cuestionario a 1.698 profesores. El 55,9% de los
encuestados manifestaron no estar de acuerdo con el sistema de oposiciones actual, el
62% consideraba que debería cambiar para tener en cuenta las nuevas funciones que se
exigen al profesorado. Por otra parte, el 40% de los profesores de secundaria, frente al
27% de los maestros de infantil y primaria, considera que habría que cambiar la
formación inicial de los profesores incluyendo un curso selectivo teórico-práctico
después de superar la oposición o ser contratado por un centro privado.
139
Un nuevo sistema de selección del profesorado
Por nuestra parte, seríamos partidarios de poner en marcha un sistema realmente sólido
de formación de los nuevos profesores ya seleccionados por el procedimiento de las
oposiciones. En España existen al menos dos profesiones que pueden servir de modelo
para este cambio: los médicos y los jueces. En ambos casos se trata de profesiones
socialmente muy bien valoradas y en gran medida ello se debe a que el sistema de
selección es muy exigente y de una alta calidad formativa.
Un licenciado en medicina, si quiere obtener el título de especialista, tiene que
realizar el examen de acceso al MIR (Médico Interno Residente), que consiste en una
prueba tipo test. Si lo aprueba, puede pedir una plaza para realizar los estudios de la
especialidad, que duran entre cuatro y seis años, y durante los cuales cobra ya un salario.
La puntuación obtenida en el examen MIR es la que permite ordenar las peticiones de
plaza de especialidad. En este periodo de formación rota en los primeros años por
distintas especialidades y en los últimos se mantiene ya en una concreta, en todo este
proceso los médicos especialistas que le tutelan califican sus logros. En este caso,
conseguir el título de especialista no garantiza obtener una plaza en el sistema de salud
público, ya que el número de plazas es inferior al de médicos titulados con especialidad.
Por otra parte, para acceder a esta plaza definitiva es preciso volver a hacer un concursooposición.
Por lo que respecta a los jueces, un licenciado en derecho tiene que realizar la
oposición, que consta de una prueba tipo test y dos exámenes orales. A continuación
ingresa en la Escuela Judicial, donde realiza dos años de formación, en el primer curso
de carácter más teórico y en el segundo más práctica, ejerciendo en juzgados de las
distintas especialidades bajo la tutela de un magistrado tutor. Al final de este periodo
formativo se obtiene una nota que otorgan los magistrados responsables de las
asignaturas del curso teórico y el magistrado tutor, que, junto con la calificación de la
oposición, sitúan a cada candidato en un escalafón que ordena a su vez la petición de la
plaza a la que accede en propiedad el nuevo juez. En este caso, el número de plazas de la
Escuela Judicial se corresponde con las que el sistema judicial necesita.
El acceso a la función pública podría tomar estos ejemplos como modelo y así hacer
que las personas que hubieran aprobado el concurso-oposición realizaran una fase de
formación eminentemente práctica que, de ser evaluada de forma positiva, les acreditará
como profesores competentes, además de otorgarles el estatus de funcionario de carrera.
Los profesores noveles al incorporarse a los centros serían asignados a un tutor, cuyos
criterios de selección habría que establecer a su vez junto con la compensación de su
trabajo. La jornada del profesor novel combinaría horas de clase y de participación en las
restantes tareas de todo docente (reuniones de coordinación con los compañeros, trabajo
con familias, planificación…), con horas de reflexión con su tutor. Podría ser
conveniente que el profesor novel cambiara de centro en los dos años, con el fin de que
140
conociera distintas realidades y desarrollara competencias más generalizables. Al
finalizar este periodo de dos años, habría que establecer un sistema de evaluación en el
que la valoración de los tutores tendría que ser una de las fuentes de información,
combinada con unos evaluadores externos. La observación continuada de su práctica por
parte de los evaluadores junto con un documento de tipo portafolio, que incluyera
propuestas de mejora argumentadas a partir de la experiencia, podrían ser instrumentos
adecuados para esta evaluación.
Finalmente, teniendo en cuenta el gran coste que para el médico, el juez o el docente
tiene y tendría un sistema así, y la inversión de recursos públicos que suponen estos
modelos de formación y selección, parecería más razonable ajustar el número de plazas
con el de nuevos profesionales que requiera el sistema 7 .
La puesta en marcha de un modelo como el que se propone supone pensar bien el
diseño, acordarlo para evitar cambios futuros, contar con recursos económicos y
personales, e iniciarlo con una experiencia piloto antes de su generalización. El último
gobierno socialista empezó a desarrollar una norma para regular este cambio, pero no
llegó a culminarla. La LOMCE, a pesar de que representantes cualificados del Partido
Popular lo han defendido en los últimos años, no hace ninguna mención a este cambio
necesario.
1 El lector puede encontrar interesante leer los estudios recopilados por Strauss y Ziv en un monográfico de
Cognitive Development (vol. 19, 2004), que sugieren que la capacidad de enseñar es una cognición natural.
2 En algunas comunidades autónomas las administraciones educativas y las universidades han llegado a un
acuerdo para exigir determinadas condiciones de acceso a los estudios de magisterio además de la nota de
selectividad.
3 http://www.education.gov.uk/schools/careers/traininganddevelopment/qts/b00204081/award-of-qts
4 http://en.wikipedia.org/wiki/National_Board_for_Professional_Teaching_Standards
5 En la mayoría de las universidades se está aplicando el programa Docentia que evalúa a los docentes que se
presentan voluntariamente al proceso. http://www.aneca.es/Programas/DOCENTIA
6 No se aborda en esta reflexión el debate sobre la propia existencia de la oposición frente a otros posibles
sistemas de selección, ya que ello va a su vez ligado al estatus de funcionario, que no es un aspecto que en este
momento esté en cuestión.
7 Las redes privada y concertada de la enseñanza podrían seleccionar a sus profesores solo con el requisito
exigido de titulación de Grado y Máster o coordinar con el sistema público un procedimiento semejante.
141
CAPÍTULO 6
LIDERAZGO, PARTICIPACIÓN Y CULTURA ESCOLAR
Nuevas formas de liderazgo
Durante estos últimos años, los estudios sobre el liderazgo educativo han aumentado de
forma significativa debido en gran medida a la importancia que se le atribuye para
mejorar la calidad de la educación (Spillane, 2005; Murillo, 2005; Harris, 2008;
Leitwood, Jantzi y Steinback, 2009; Day et al., 2011). Por un camino o por otro, buena
parte de las investigaciones educativas confluyen en la variable «liderazgo» como uno de
los principales factores responsables del cambio.
Cuatro temas principales han estado en el centro del debate:
• cuáles son los mejores modelos de liderazgo en la sociedad de la información;
• quiénes pueden ejercer la función de liderazgo;
• a qué competencias nos referimos y en qué contextos han de ejercerse cuando
hablamos de liderazgo educativo, y por último,
• cómo se produce el impacto del liderazgo y a través de qué procesos en la mejora
de la calidad de la enseñanza.
En los apartados siguientes expondremos con más detalle el significado del liderazgo
para continuar después con tres formas en las que se puede concretar: la dirección de las
escuelas, la iniciativa profesional de los docentes y la propia administración educativa.
Al final se expondrán algunos rasgos y condiciones que caracterizan al liderazgo escolar
y el impacto del liderazgo en la calidad educativa.
Hacia un liderazgo contextualizado y distribuido
Liderazgo contextualizado
Lo que define principalmente al liderazgo es la competencia que manifiestan algunas
personas, algunos grupos de personas o algunas instituciones para conformar equipos
dinámicos e innovadores, capaces de promover procesos de cambio y de generar
confianza en sus propuestas. Los líderes educativos o las organizaciones con capacidad
de liderazgo han de poder adaptarse a su contexto y a la cultura de su escuela, y
aprovechar las oportunidades que se les presenten para mejorar su funcionamiento. El
142
nivel socioeconómico y cultural de su escuela, las características de los alumnos, la zona
geográfica (urbana, rural), el tamaño, la oferta educativa (primaria, secundaria,
formación profesional), la cultura de los equipos docentes y de la propia administración
educativa son variables que delimitan el contexto de la escuela y que han de ser tenidas
en cuenta en el ejercicio del liderazgo educativo.
También es preciso que los líderes conozcan la historia, la cultura y las posibilidades
de cambio que existen en su entorno, dimensiones que pueden modificarse a lo largo del
tiempo. No es lo mismo el tipo de liderazgo que es preciso desarrollar en una escuela
dinámica que en una escuela estática o paralizada, no digamos si estas últimas se
encuentran en contextos desfavorecidos. En el primer caso, es preciso continuar el
proyecto iniciado, pues ya debe existir un liderazgo compartido y un estilo democrático
de trabajo; en el segundo caso, la tarea principal es generar un clima de confianza y unas
expectativas positivas, iniciar nuevas formas participativas de gestión y posiblemente
asumir en esta primera fase un estilo algo más asertivo y directivo.
Liderazgo distribuido
El liderazgo más eficiente y que genera mayor cohesión es aquel que está presente en
diferentes niveles de la institución escolar, lo que en los modelos actuales se denomina
«liderazgo distribuido». Su definición no es sencilla, pues existen modelos y
aproximaciones diferentes. El rasgo más aceptado es su oposición al liderazgo
unipersonal y jerárquico, por lo que tiende a confundirse con estilos de liderazgo
participativos, democráticos y colaboradores. Pero el liderazgo distribuido es más que
una forma de dirección. Apunta a que las actividades de impulso y de innovación sean
compartidas y estén distribuidas en las organizaciones y entre las organizaciones. No se
trata de que todo el mundo asuma algún tipo de liderazgo, sino que existan las
suficientes personas y equipos en las organizaciones que ejerzan de forma coordinada
tareas y responsabilidades de liderazgo.
El liderazgo distribuido supone la descentralización de la responsabilidad, el
desarrollo de nuevas formas de organización, el establecimiento de sistemas flexibles de
cooperación, comunicación e interacción, así como un análisis institucional que permite
detectar las mejores posibilidades. Incluye también crear un clima de mayor confianza y
construir una cultura escolar participativa y colaboradora. Y todo ello en una estructura
organizativa flexible pero predecible, en donde las responsabilidades estén coordinadas y
den cuenta de su trabajo al conjunto de la organización y al servicio de su proyecto
educativo.
El liderazgo distribuido no solo exige que la comunidad educativa participe en esta
forma de entender la gestión de la escuela, sino también que existan las condiciones
adecuadas para que sea posible: delimitación de nuevas tareas internas y externas,
tiempo para ejercerlas, sistemas de comunicación dentro de la escuela, nuevas formas de
143
coordinación y tiempo para realizarlas. Por dos veces se ha utilizado el término «tiempo»
para hacer referencia a las condiciones necesarias que permitan avanzar en modelos
organizativos que respondan a un tipo de liderazgo distribuido: tiempo de los profesores,
de los coordinadores de proyectos, de los responsables de los ciclos y de los seminarios y
de los miembros de los equipos directivos para asumir nuevas responsabilidades y para
garantizar la necesaria coordinación. Hace falta también desarrollar redes de
colaboración entre las escuelas y entre los profesores en donde tengan encaje los
proyectos innovadores de los docentes y se abran nuevos cauces para su desarrollo
profesional y su liderazgo. Para todo ello es preciso el apoyo de la administración
educativa y su apuesta por los proyectos compartidos, por las redes interescuelas y por la
innovación educativa. El liderazgo de los equipos directivos y de los docentes para
mejorar la educación reclama un convencimiento y un liderazgo similar de las
administraciones educativas.
Crisis en los equipos directivos y necesidad de su fortalecimiento
El liderazgo escolar tiene como referente principal, no único como ya hemos apuntado,
al equipo directivo de cada escuela y, de forma más específica, a su director. Su
importancia es decisiva para el buen funcionamiento de los centros, lo que exige que los
docentes competentes para asumir estas tareas estén dispuestos a hacerlo. Difícilmente
pueden funcionar bien las escuelas si existe un abandono masivo por parte de los
docentes de la función directiva, si la estabilidad necesaria es sustituida por el cambio
continuo de los equipos directivos y si no existe una cultura colectiva de respeto y apoyo
a la labor de los responsables de la organización y el funcionamiento de cada una de las
escuelas.
El liderazgo de los equipos directivos
Hay que reconocer que los equipos directivos, especialmente los directores, se enfrentan
a dilemas y tensiones enormes que no son fáciles de resolver ni de armonizar: tienen que
responder a las demandas y exigencias de las administraciones educativas, de las que
dependen, pero al mismo tiempo han de ser sensibles a las expectativas y propuestas de
la comunidad educativa de la que forman parte; han de velar para que los profesores
cumplan con sus obligaciones y mejoren sus enseñanzas pero también deben comprender
la situación de cada uno y respetar su autonomía pedagógica; han de promover la
colaboración y el trabajo en equipo en ambientes donde prima el individualismo y la
falta de tradición para la cooperación; han de ampliar la participación de la comunidad
educativa y de otros sectores sociales sin que ello menoscabe el papel central de los
docentes: han de promover la innovación en todas las dimensiones de la enseñanza pero
144
también tienen que cuidar la tradición y la estabilidad; han de buscar mantener el ánimo,
la moral y la iniciativa de la comunidad educativa en estos tiempos de recortes
económicos, de presión hacia el profesorado y de desánimo generalizado. No es extraño,
por tanto, que no existan suficientes candidatos para ejercer las tareas de dirección en las
escuelas y que la mayoría de aquellos que finalmente son elegidos se inclinen más por
mantener las organizaciones individualistas y burocráticas propias de nuestro sistema
educativo que por avanzar en modelos diferentes e innovadores.
En páginas posteriores nos referiremos a los equipos directivos que ejercen funciones
de liderazgo, es decir, que son competentes. Y hablaremos de su capacidad para generar
confianza, para desarrollar proyectos innovadores, para mejorar los procesos de
enseñanza y de aprendizaje de sus escuelas y para abrirse a otras instituciones y redes
educativas. Y nos referiremos también a la importancia de incorporar a los coordinadores
de ciclo y jefes de seminario a la tarea de mejorar la enseñanza; no solo a ellos, por
importantes que sean, sino también a aquellos otros profesores con voluntad de trabajar
en procesos de innovación y que aportan su experiencia compartida con otros, de la
propia escuela o de otras escuelas.
El liderazgo de los profesores en su ejercicio profesional
La acción de los profesores en el aula es fundamental para una buena enseñanza, como
se ha repetido una y otra vez a lo largo de estas páginas. Pero ahora no se trata de valorar
su actividad desde esta perspectiva, sino de contemplarla en relación con su
participación en el trabajo en equipo, o en el funcionamiento de su centro o, incluso,
como referente para otros profesores en la mejora de la educación. En cualquiera de
estos supuestos, con mayor o menor intensidad, se produce un impacto positivo del
comportamiento de determinados docentes en las ideas pedagógicas de sus compañeros
y, en consecuencia, en los procesos de cambio en los centros y en las aulas. Esos
profesores asumen, en ocasiones sin ser conscientes de ello, un determinado liderazgo
educativo que es enormemente beneficioso para mejorar la calidad de la educación:
influyen en sus compañeros, en sus escuelas y en la profesión docente por su buen hacer,
por su experiencia o por sus aportaciones activas en los procesos de enseñanza y
aprendizaje o en la formación de otros docentes.
Liderazgo informal
Este tipo de liderazgo procede del buen hacer de los docentes en grupos de trabajo, redes
educativas, comunidades de práctica o en proyectos de investigación e innovación. Es a
través de su actividad en ellos como influyen y orientan a los demás docentes con los
que se relacionan. De alguna manera, este tipo de liderazgo se manifiesta, como apunta
145
Ávalos (2011), en comunidades de práctica 1 , formadas por grupos de personas que
comparten una preocupación o una pasión por algún tema en el que trabajan, para lo que
interactúan con el objeto de aprender sobre él con la finalidad de hacerlo mejor. Wenger
establece tres dimensiones que caracterizan a estos grupos: un dominio de interés
compartido, relaciones entre ellos para aprender juntos y una práctica conjunta. Este tipo
de comunidades no exige trabajar en el mismo lugar, sino que se produzca una
interacción enriquecedora entre los participantes. El liderazgo se manifiesta en la
capacidad de alguno de los profesores participantes para estimular el funcionamiento de
estos equipos de trabajo por sus iniciativas, sus producciones escritas o sus relaciones
con otros docentes.
Este liderazgo informal aparece también en determinados profesores que colaboran en
la formación de otros docentes, bien en seminarios, conferencias o grupos de reflexión, y
que son reconocidos por sus compañeros por su capacidad de orientar la práctica
educativa y mejorar el funcionamiento de los centros o el trabajo docente en el aula.
Liderazgo institucional
Algunos de estos profesores, no siempre sucede así, se incorporan en ocasiones a lo que
hemos denominado liderazgo institucional, es decir, asumen determinadas
responsabilidades en la organización de los centros o en el trabajo pedagógico:
coordinadores de ciclo, jefes de departamento, miembros de equipos directivos o incluso
inspectores de educación. Pero no siempre los docentes que han asumido un liderazgo
pedagógico informal son competentes para mantenerlo cuando asumen una función
institucional. Las tareas no son las mismas y tampoco las exigencias, las presiones y las
expectativas. También puede suceder al contrario: aquellos profesores que no habían
destacado por su iniciativa en la acción pedagógica, pueden hacerlo cuando asumen
determinadas funciones institucionales por disponer de una mayor competencia para este
tipo de responsabilidades.
La tarea de un equipo directivo, evidentemente también de una administración
educativa, es coordinar, impulsar y fortalecer estas diferentes formas de liderazgo, lo que
exige sensibilidad, convencimiento de su riqueza colectiva y, además, modelos
organizativos flexibles, dinámicos e innovadores. De esta forma, los buenos docentes se
sentirán reconocidos y valorados en su trabajo y en su dedicación y podrán desarrollar
mejor su potencial profesional. Esta dinámica es la mejor y casi única garantía de que
exista un liderazgo distribuido en la educación.
El liderazgo de las administraciones educativas
Hay que señalar que de la misma manera que son necesarios líderes escolares
146
competentes para asumir las nuevas responsabilidades educativas, también son
necesarios líderes en las administraciones educativas comprometidos con la educación,
conocedores de sus claves y capaces de formular proyectos ilusionantes más allá de los
habituales tiempos políticos. Cuando los responsables de las administraciones educativas
aspiran, como objetivo fundamental, a ser buenos gestores, se está perdiendo una de las
palancas principales para la mejora de la educación.
Conviene no olvidar que el liderazgo de los responsables de la educación adopta el
color de la opción ideológica que se defiende, de un tono más liberal o más social. Pero
en ambos supuestos, no basta con ser un buen gestor de los principios ideológicos que
inspiran la acción de la administración educativa. Para ser considerado un líder
educativo, hace falta visión estratégica, capacidad de generar confianza, flexibilidad y
sensibilidad para unir voluntades. Aunque, en cualquiera de los casos, siempre habrá un
número considerable de voces discordantes por las diferentes valoraciones existentes en
el ámbito educativo.
Líderes competentes
El título de este epígrafe parece una tautología porque la incompetencia anula al
liderazgo. Habrá directores, administraciones educativas y profesores más o menos
cumplidores de sus tareas establecidas, pero solo cuando unos u otros configuran un
buen equipo de trabajo, ejercen sus funciones de forma innovadora, dinamizan los
procesos educativos, influyen en la mejora de la calidad de la enseñanza y son vividos
como una referencia en su escuela, en su comunidad de aprendizaje, entre sus
administrados o en el sector profesional en el que se desenvuelven, podemos atribuirles
la condición de líderes en el campo educativo. Conviene, por tanto, aclarar, que al
referirnos a líderes competentes pretendemos señalar las competencias que
habitualmente manifiestan aquellas personas o equipos de personas que asumen
funciones de liderazgo.
Ha habido un amplio número de investigaciones sobre las principales competencias
que han de manifestar los líderes para ser valorados como tales (Hopkins, 2010;
Leitwood y Riehl, 2005; Day et al., 2011). La gran mayoría de ellas se refieren al
liderazgo de directores y de equipos directivos y apenas tienen en cuenta el liderazgo
distribuido que aparece como referencia en este capítulo. Por ello, hemos optado por
seleccionar aquellas dimensiones que son comunes a todos los que pueden llegar a
ejercer funciones de liderazgo, si bien deberán matizarse al tener en cuenta la tarea
específica que cada uno desarrolla en su trabajo específico: una visión estratégica, una
capacidad para generar confianza, una dedicación especialmente eficiente a los procesos
de enseñanza y aprendizaje, y una perspectiva de la organización que se extiende en
instituciones y redes fuera de la propia escuela.
147
Visión estratégica
En esta primera dimensión se resumen buena parte de las competencias del liderazgo
educativo: ser capaz de detectar las claves de la cultura y del funcionamiento de la
comunidad educativa para diseñar un proyecto de cambio que anime a la mayoría a
comprometerse con él. Hace falta, pues, sensibilidad para situarse en el contexto exacto,
determinación para plantear qué y cómo se puede mejorar, y habilidades sociales y
comunicativas para generar confianza y compromiso en la mayoría de los participantes.
Confiabilidad
La confiabilidad, a juicio de buena parte de los investigadores a los que ya se ha hecho
referencia, es una de las cualidades o virtudes más valoradas y necesarias en la acción
estratégica del liderazgo. Algo nada sencillo de lograr en una sociedad y en unas
instituciones que están cayendo en una creciente falta de credibilidad por el abandono de
los compromisos adquiridos y por la falta de escrúpulos de algunos de sus dirigentes en
la gestión de los bienes que tienen encomendados.
Para ganarse la confianza de la comunidad educativa, del conjunto de las
comunidades educativas en el caso de los líderes de la administración, o de los grupos en
los que participa de forma activa cuando se trate de docentes sin responsabilidad
institucional, el líder educativo debe cuidar las relaciones sociales, cumplir sus
compromisos y demostrar su competencia técnica y su capacidad de integración e
intermediación cuando aparecen situaciones conflictivas. Un liderazgo dinámico,
equilibrado y participativo, que se preocupe por el desarrollo profesional de los docentes
es imprescindible para avanzar en esta dirección.
El problema del cambio es el problema del poder, y el problema del poder es cómo manejarlo de forma que
permita a los otros identificarse con un sentido de pertenencia a los procesos y metas del cambio. Esto no
es una tarea sencilla; es frustrante y exige paciencia y tiempo. El cambio no puede llevarse a cabo sin tener
en cuenta el calendario, un hecho básico que las personas con poder a menudo no son capaces de gestionar.
Saranson, 1996, p. 335
Dedicación a los procesos de enseñanza y aprendizaje
La función del director y del equipo directivo no puede estar al margen de cómo enseñan
los docentes y de qué aprenden los alumnos. Incluso se puede afirmar que en la mejora
de los procesos de enseñanza y aprendizaje en su escuela se encuentra una de sus
principales funciones. Sin embargo, a pesar de esta importancia fácilmente reconocida y
compartida, nos encontramos con una de las tareas más difíciles de realizar debido al
rechazo por parte de los docentes de la posible injerencia o intervención del equipo
directivo en lo que sucede en su aula. Además, la escasa tradición en este tipo de
148
actuaciones refuerza el convencimiento colectivo, asumido en ocasiones también por el
equipo directivo, de que la responsabilidad del director termina en la puerta del aula, en
donde el profesor es la máxima y única autoridad. Los datos del informe PISA 2003
pusieron de relieve la escasa dedicación de los directores españoles a esta tarea (véase
gráfico 6.1).
Es en esta función tan difícil y resbaladiza donde el liderazgo distribuido manifiesta
toda su importancia. Por ello es necesario, por una parte, que tengan el máximo
protagonismo aquellos docentes que asumen responsabilidades didácticas en la
organización de la escuela. Es la tarea de los coordinadores de ciclo en Primaria y de los
jefes de seminario en Secundaria. Y por otra, que existan grupos de reflexión y mejora
de la enseñanza en la escuela o entre diversas escuelas, lo que podría entroncar con lo
que se ha denominado comunidades de práctica o grupos de innovación pedagógica. Su
presencia en las escuelas y el liderazgo que algunos docentes ejercen en ellos es una
garantía para la mejora de la enseñanza por el impulso pedagógico que los profesores
comprometidos con este tipo de iniciativas pueden generar entre sus compañeros.
El equipo directivo debe apoyarse en todos ellos, sobre todo en los primeros por su
responsabilidad institucional, pero también en los segundos por su capacidad de
innovación y de entusiasmo. Las iniciativas para conseguir la implicación de unos y de
otros pueden ser muy diversas: reforzar la actividad de los responsables didácticos y
generar un clima en que se admita que pueden y deben desarrollar una función activa y
orientadora para mejorar la enseñanza de sus profesores; apoyar iniciativas para la
formación de los profesores, para el desarrollo de programas innovadores y para
promover relaciones con otras escuelas y con otros grupos docentes; cuidar la
construcción de una cultura y de un ambiente que estimule la responsabilidad profesional
personal y colectiva para la mejora de la enseñanza.
GRÁFICO 6.1 Observación de las clases por parte de los directores o el personal de alto nivel, 2003.
Porcentaje de estudiantes de 15 años matriculados en escuelas cuyos directores informaron que supervisaban la
práctica de los maestros de Matemáticas en el año anterior, mediante la observación de las clases por parte del
director
149
Nota: Tasa de respuesta demasiado baja para asegurar la capacidad de comparación.
FUENTE: OCDE (2004), Learning for Tomorrow’s World: First Results from PISA 2003, París: OCDE.
En el fondo, la perspectiva a la que se aspira es lograr un modelo de organización y
funcionamiento en el que todos los miembros de la comunidad educativa —alumnos,
profesores y familias— disfruten de las mejores oportunidades para aprender y tengan
condiciones para aprovecharlas. Una tarea y un objetivo que pueden asociarse fácilmente
con el concepto de comunidades de aprendizaje.
El convencimiento de la importancia de este objetivo exige que el equipo directivo y
el resto de los líderes escolares desarrollen también un nuevo tipo de iniciativas que
tengan en cuenta a los distintos sectores de la comunidad educativa, familias y alumnos,
y no solo al profesorado. Los sistemas de participación que se desarrollen en los centros
son un buen indicador de la competencia de los equipos directivos para asumir sus
funciones institucionales de liderazgo al servicio de la comunidad escolar.
Alianzas con nuevas instituciones y redes
Las escuelas del futuro deben ampliar sus relaciones y encontrar el apoyo y las nuevas
competencias que necesitan en los acuerdos con otras instituciones. Las escuelas aisladas
y cerradas en sí mismas perderán oportunidades para alcanzar todos los objetivos que la
150
sociedad está exigiendo.
Los líderes escolares, no solo los equipos directivos, tendrán que asumir esta tarea y
fortalecer el funcionamiento de su escuela con nuevas alianzas. En algunos casos, serán
instituciones sociales o culturales que ofrezcan alternativas atractivas para el
aprendizaje; en otros, tendrán que adentrarse en la creación de redes de escuelas en torno
a objetivos compartidos.
Para avanzar en esta dirección es necesario el convencimiento de sus ventajas, sin
duda, pero también la sensación de que una parte significativa de la comunidad
educativa valora y aprovecha este esfuerzo y este tipo de relaciones. Además, para su
mantenimiento a lo largo del tiempo, es preciso que las administraciones educativas
apoyen estas iniciativas y contribuyan a su fortalecimiento.
Impacto del liderazgo en la calidad de la enseñanza
En las páginas anteriores hemos destacado la importancia del liderazgo en la educación y
la necesidad de desarrollarlo con nuevos esquemas para hacer frente a los retos
educativos. Merece la pena en este momento reflexionar brevemente sobre el porqué de
esta importancia y sobre cómo se producen los beneficiosos efectos que hasta ahora
hemos dado por supuesto.
El liderazgo educativo ha sido considerado especialmente relevante para el logro de
los objetivos escolares y para la mejora de los aprendizajes de los alumnos (Townsend,
2007). Sin embargo, los diferentes estudios empíricos no terminan de concretar cómo se
produce esta relación y cuáles son las variables más comprometidas. La mayoría de las
investigaciones realizadas sobre el efecto del liderazgo en el funcionamiento de las
escuelas y en los resultados de los alumnos apuntan a que la influencia se ejerce
principalmente de forma indirecta, es decir, a través de los cambios que se producen en
la organización de la instrucción, en la cultura de las escuelas y en las actitudes de los
profesores, pues, finalmente, es en los profesores y en su trabajo en el aula donde
descansan los factores directamente relacionados con el aprendizaje escolar.
Cuando hacemos referencia a factores indirectos, no pretendemos minimizar su
impacto y sus efectos. Es cierto, como se acaba de apuntar, que son los profesores y sus
procesos instructivos quienes aseguran en última instancia la calidad de los aprendizajes
de los alumnos. Pero esta acción de los docentes depende del funcionamiento del equipo
de profesores, de la continuidad de sus prácticas, de su apoyo mutuo y de la moral
individual y colectiva para enfrentarse a nuevos retos pedagógicos. Y son los líderes
escolares quienes deben fortalecer estos procesos organizativos y estos sentimientos y
valores compartidos.
El liderazgo educativo, sostiene Harris (2008), actúa como un catalizador para el
cambio y la mejora de las escuelas. Esto no quiere decir que siempre tenga que realizar
un papel positivo (hay tantos liderazgos complacientes, apocados o inútiles), sino que
151
dispone de la autoridad necesaria para dotar de coherencia a los sistemas de trabajo y de
fuerza motivacional al conjunto de la organización por su perspectiva institucional
privilegiada. En resumen, concluye Harris, las personas que ocupan un liderazgo formal
en las escuelas pueden tener un efecto indirecto en el aprendizaje de los alumnos, pero su
impacto es directo en las condiciones organizativas que apoyan el aprendizaje.
La misma conclusión obtiene el informe TALIS (OCDE, 2009). En general, afirmará
en una de sus conclusiones, los estilos de liderazgo escolar no parecen tener un efecto
significativo en la autoeficacia señalada por los docentes o en el clima de disciplina en
las aulas. Sin embargo, varios aspectos del liderazgo están asociados de forma
significativa con específicas creencias y prácticas de enseñanza, que a su vez se
relacionan con la autoeficacia de los docentes y el clima de disciplina en la clase, por lo
que los efectos principales del liderazgo en la mejora de la enseñanza podrían ser
principalmente indirectos.
Participación y alianzas para mejorar el funcionamiento de las escuelas
La tarea educativa es una responsabilidad colectiva en la que deben comprometerse los
profesores, las familias, los propios alumnos y la sociedad en su conjunto. No es una
tarea sencilla. Para lograrlo, hace falta convencimiento, interés, competencia,
flexibilidad organizativa, dedicación y una visión integral y estratégica de la educación y
de la enseñanza. Y junto a ello, un equipo directivo capaz de impulsar un proceso
participativo en el que surjan nuevos líderes en cada uno de los sectores de la comunidad
educativa, lo que poco a poco se irá aproximando al liderazgo distribuido al que se acaba
de hacer referencia.
Ya se ha comentado a lo largo de estas páginas al papel central de la participación del
profesorado para conseguir mejorar el funcionamiento de las escuelas y la enseñanza.
Una participación que reclama información, coordinación, cauces de expresión y
consideración de sus opiniones y valoraciones en el momento de la decisión. Parece
necesario ahora centrar la atención en dos colectivos también imprescindibles en la
acción educadora y en el proceso de enseñanza y aprendizaje: los alumnos y sus
familias. E iluminar también el papel de otras instituciones y colectivos que pueden
completar la acción educadora de las escuelas.
La participación de los alumnos
La participación activa de los alumnos en el funcionamiento de su centro y en los
procesos de enseñanza y aprendizaje es fundamental para que encuentren sentido a su
actividad y al esfuerzo que supone aprender. Pero esta importancia es aún mayor en los
tiempos actuales por los acelerados cambios que están viviendo las nuevas generaciones
152
y por sus crecientes demandas de información, participación y protagonismo, como se
apuntó en el capítulo 1.
Además, es preciso tener en cuenta que la crisis económica está generando enormes
problemas en muchas familias por el paro prolongado, la ausencia de recursos o el temor
a la pérdida del empleo. En este contexto, un número significativo de alumnos viven en
una situación de inseguridad y de falta de atención, más aún si existen dificultades para
una alimentación sana y suficiente, por no hablar de su imposibilidad de acceso a
actividades educativas complementarias, que impiden o al menos dificultan un ritmo
normal de aprendizaje escolar.
Nada de esto es ajeno a la vida de la escuela. No es posible mejorar la calidad de la
educación sin tener en cuenta la situación de los alumnos, sus demandas, sus
expectativas y sus exigencias. En muchas ocasiones se pretende cambiar la escuela sin
escuchar y atender a los mensajes de sus destinatarios, los alumnos. No es que ellos sean
los que marquen las reformas o las normas, sino que hay que contar con ellos para
escucharlos, interesarlos, comprometerlos y contribuir a que valoren su presencia en la
escuela y sus aprendizajes en ella.
No es extraño encontrar grupos de alumnos que comparten la opinión de que los
profesores no les hacen caso y que les tratan como niños. Un estudio ya clásico realizado
en Halton (Canadá) en 1993 con estudiantes de educación secundaria puso de manifiesto
que la mitad de ellos creían que sus profesores no les escuchaban cuando opinaban sobre
el funcionamiento de la escuela, una tercera parte pensaba que no confiaban en ellos para
asumir responsabilidades, y una cuarta parte sentía que sus profesores no estaban
interesados en ellos como personas.
Cauces de participación
Es complicado establecer cauces responsables y duraderos para la participación de los
alumnos. Lleva tiempo, exige paciencia y no se consiguen de forma inmediata los
efectos deseados. Parece más sencillo pedirles que cumplan con sus obligaciones:
atender, comportarse bien, aprender y aprobar. Sin embargo, la participación de los
alumnos de acuerdo con su edad en la mayor parte de los niveles del funcionamiento de
la escuela es una de las estrategias más importantes para conseguir que los alumnos se
interesen por las actividades escolares, aprendan a convivir, progresen en su autonomía
moral y den sentido a sus aprendizajes. De esta forma es más probable que un mayor
número de alumnos cumpla con sus obligaciones.
El primer y fundamental paso para avanzar en la participación de los alumnos es el
convencimiento de la mayoría de los profesores de que es una buena estrategia para
conseguir los objetivos de la educación y facilitar el funcionamiento del centro. Después
vienen los siguientes: cómo articular esta participación, en qué niveles, en qué temas y
en qué supuestos la opinión de los alumnos debe tenerse en cuenta en las decisiones y en
153
cuáles solo se queda en una información más para aquellos que deciden.
Posiblemente el lugar más idóneo para la participación de los alumnos sea en su
propia aula a través del diálogo con cada uno de los profesores sobre la materia que van
a estudiar y la metodología que se va a seguir. También, sin duda, en la hora de tutoría,
en la que pueden abordarse temas específicos del grupo de alumnos o más generales que
afecten al funcionamiento del centro docente. Pero también es positivo que exista un
Consejo de Alumnos en Secundaria, quizá también en el tercer ciclo de Primaria,
formado por representantes de cada uno de los grupos, en el que se canalicen propuestas
y se analicen situaciones conflictivas. Las reuniones y asambleas de alumnos en los
cursos anteriores ayudarán a prepararles para una participación más efectiva y
responsable.
Los Consejos de Alumnos podrían abordar cuantos temas se consideraran importantes
para conocer su opinión, buscar el mayor acuerdo posible en las decisiones y vincularlos
a los objetivos escolares. Determinados aspectos del funcionamiento de la escuela y de
los métodos de enseñanza y de evaluación, las normas de convivencia, así como las
decisiones sobre actividades extraescolares y complementarias serían los temas
principales que podrían formar parte de la agenda del Consejo de Alumnos. En él
debería participar algún profesor con experiencia, con buenas relaciones con los alumnos
y que forme parte del equipo directivo. Muchas de las propuestas deberían ser debatidas
por cada grupo de alumnos y aprobadas por el Consejo Escolar, lo que abre un amplio
proceso de comunicación y exige mecanismos de coordinación flexible en el
funcionamiento del centro.
Además, la apertura de cauces de participación de los alumnos es expresión de
respeto hacia ellos y de valoración de sus opiniones. La confianza que se transmite
refuerza la autoestima y la responsabilidad de los alumnos, lo que concuerda con el
enfoque de las competencias. Avanzar en este proceso de participación no es sencillo
pero aún es más difícil, aunque más necesario, en los centros en los que hay un mayor
número de alumnos con riesgo de abandono y de exclusión social. En cualquier caso, es
necesario prestar especial atención, para intentar que asuman alguna responsabilidad, a
los alumnos que empiezan a desvincularse de los objetivos escolares. Y ello por una
doble razón: por ellos mismos, para favorecer su mayor vinculación con la dinámica
escolar, y por sus compañeros, para evitar dinámicas conflictivas o desmotivadoras en el
centro y en las aulas.
Ejemplo del convencimiento de la importancia de la participación de los alumnos
para lograr los objetivos educativos son las iniciativas que buscan comprometerles para
mejorar la convivencia en los centros: su implicación en el establecimiento de las
normas, el establecimiento de sistemas de mediación o la incorporación de alumnos
ayudantes o colaboradores en determinadas tareas con sus compañeros son ejemplos
valiosos y representativos de esta orientación.
154
La participación de las familias
Aunque de la participación de los alumnos apenas se habla y pocos la reivindican, no
sucede lo mismo con las familias. A pesar de esta importancia reconocida, no es fácil
desarrollar y concretar esta participación, pues tampoco es vivida con convencimiento
por buena parte de los profesores, si exceptuamos la demanda de que la familia ejerza el
control del comportamiento del alumno en su hogar y se implique de alguna manera en
las actividades o «deberes» escolares que este, en función de su edad y etapa educativa,
debe realizar en casa.
Lo primero que debe tenerse en cuenta es que la familia ha cambiado de forma
importante en las últimas décadas: hay nuevas formas de familia y un mayor número de
familias inmigrantes. Además, las condiciones de vida de un amplio número de familias
son muy complicadas, en gran medida por el incremento del número de personas
desempleadas, pero también por las dificultades de aquellas que trabajan debido a la
presión laboral, a la inseguridad en el empleo y a la dificultad de conciliar los horarios.
Tipos de relación entre la familia y la escuela
En este contexto de cambio acelerado, las relaciones entre la escuela y la familia son más
urgentes y necesarias que en el pasado pero más difíciles. No es extraño, por ello, que
los profesores y los centros docentes tengan dificultades en articular esta relación y en
encontrar tiempos tranquilos para hacerla posible.
Si los maestros y los administradores que dedican de 40 a 60 horas a la semana inmersos en el mundo
educativo tienen dificultades para comprender el significado del mundo educativo, imagina lo que sucede a
los padres. Las familias con un alto nivel educativo están desconcertadas, ¿cómo estarán las que tienen
menor nivel educativo que siempre se han sentido a disgusto al tratar con la escuela?
Fullan, 1991
Tradicionalmente se establecen cuatro tipos principales de relación entre la escuela y la
familia. La primera es la más indirecta pero sin duda la más importante: el compromiso
de los padres en la educación y el aprendizaje de sus hijos. Esta dedicación adquiere
diferentes formas más o menos intencionales a lo largo del tiempo: elección del centro
escolar; oportunidades y cuidados que se ofrecen en el hogar, seguimiento de las tareas
escolares, decisión sobre las actividades y experiencias extraescolares o búsqueda de
apoyo externo cuando el hijo tiene dificultades de aprendizaje. Hay que señalar que las
familias no tienen las mismas posibilidades en este campo y que su nivel cultural y
económico es una variable muy significativa: no todas las familias pueden ayudar a sus
hijos en sus estudios, ni pagar actividades extraescolares o la asistencia a clases de
refuerzo cuando se retrasa en sus aprendizajes.
La segunda forma de relación está más vinculada a la escuela: la comunicación que se
155
establece entre los maestros y los padres. Las formas pueden ser variadas, como la
entrevista periódica con el tutor, los informes, los boletines de evaluación, las reuniones
colectivas o el intercambio de información por correo electrónico. También aquí las
diferencias entre unas familias y otras pueden ser importantes en función de la confianza
que se genere entre la escuela y cada una de las familias, lo que a su vez está fuertemente
influido por factores sociales, culturales y personales.
La participación en las actividades del centro escolar es otra de las maneras de
colaborar en el funcionamiento de la escuela, aunque mucho más reducida. Depende en
parte del interés de los padres pero también de la dinámica del centro escolar y de las
posibilidades que se ofrecen para una presencia activa de las familias. Existen
experiencias notables que se han desarrollado en el marco de las comunidades de
aprendizaje en las que las familias participan de forma activa en la enseñanza que se
desarrolla en el centro (Elboj, Puigdellívol, Soler y Valls, 2002).
La cuarta y última forma se refiere a la participación en las asociaciones de padres y
madres de alumnos y en el propio Consejo Escolar de cada centro. Es un modo
comprometido, no cabe duda, para asegurar un cierto control social del funcionamiento
del centro, pero que suele afectar a un número aún más minoritario de familias. Sin
embargo, sería importante dinamizar las funciones de los padres en el Consejo Escolar y
favorecer su relación con el conjunto de las familias del centro. Su participación en el
proyecto educativo del centro, en la concreción de los valores que el centro desarrolla y
en las normas de convivencia, por citar algunos campos relevantes, podrían impulsar el
compromiso de las familias con el funcionamiento del centro educativo.
Nuevas formas de participación
Estos tipos de participación, tradicionales pero necesarios todos ellos, deben abrirse y
completarse al mismo tiempo con modelos nuevos que sepan aprovechar las
oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y las nuevas formas
organizativas de las escuelas. La información de lo que se ha trabajado en clase y de las
tareas que tienen los hijos a través de la página web del colegio, o la comunicación entre
tutores y familias por medio del correo electrónico, son formas ya habituales de
interacción que reducen, además, los encuentros presenciales. Sin embargo, hay que
señalar que todo ello supone esfuerzos complementarios a los profesores que
habitualmente no se tienen en cuenta al diseñar su dedicación docente. Han cambiado las
funciones y las exigencias a los profesores pero la organización de su tiempo de
enseñanza permanece inalterada, como si ningún cambio social se hubiera producido.
También es posible abordar otras acciones si varias escuelas constituyen una red o
alianza para realizarlas. Por ejemplo, cursos de formación a distancia, foros interactivos
con padres, una página web con información actualizada para los padres en relación con
los materiales adecuados para trabajar con los hijos, o con posibles respuestas a los
156
problemas habituales, o con información relevante sobre actividades en el tiempo libre,
por citar algunas de las múltiples posibilidades que la tecnología ofrece. La colaboración
entre diferentes escuelas, no solo entre los profesores sino también entre las familias y
sus asociaciones, permite conseguir los objetivos propuestos con mayor eficiencia,
aunque exige un grado mayor de coordinación.
El liderazgo educativo en España en el contexto internacional
El informe TALIS (Teaching and Learning International Survey) realizado por la OCDE
(2009) es posiblemente la mejor referencia para poner en relación el funcionamiento de
los equipos directivos españoles con el resto de los países desarrollados 2 .
El informe diferencia dos estilos de liderazgo escolar: el instruccional y el
administrativo, si bien ambos estilos no son excluyentes sino que deben
complementarse. El estilo instruccional fue construido a partir de tres índices: gestión de
los objetivos escolares, gestión instruccional y supervisión directa de la instrucción en la
escuela. En cambio, el estilo de liderazgo administrativo se elaboró desde dos índices:
gestión de rendición de cuentas y gestión burocrática.
La tesis del informe defiende que el liderazgo instruccional es el que produce efectos
más positivos: mayor colaboración entre los profesores; mayor reconocimiento de la
participación en el desarrollo profesional de los docentes y de sus prácticas innovadoras;
tendencia a desarrollar programas de formación para los profesores menos competentes;
y mejores relaciones entre los profesores y los estudiantes.
¿Qué sucede en España? ¿Cómo se sitúan sus líderes escolares en ambos estilos de
liderazgo? El gráfico 6.2 (OCDE, 2009) no deja lugar a duda: España está en el último
lugar en el liderazgo instruccional y entre los cinco últimos en el liderazgo
administrativo. Preocupados por los datos del informe PISA, se nos olvidan nuestras
mayores carencias en el funcionamiento de la dirección en los centros educativos.
GRÁFICO 6.2 Directores escolares en función de su estilo de gestión (2007-2008)
157
Países en negro tienen la responsabilidad en la toma de decisiones más bajas que la media, mientras que los países
en blanco tienen la responsabilidad más alta que la media
FUENTE: OCDE, (2009), TALIS Database.
Los debates en España sobre la elección del director y su capacidad de decisión
La elección del director, y vinculada a ella la participación de la comunidad educativa en
el gobierno de la institución escolar, junto con la autonomía de los centros docentes para
adoptar decisiones, son dos cuestiones que han sido objeto de discusión y controversia
en la educación española desde 1980. Por desgracia, como acabamos de señalar, se ha
olvidado durante estos años cuáles deben ser las funciones más importantes del director
y cómo puede contribuir a crear las condiciones para mejorar el proceso de enseñanza y
aprendizaje en su centro.
La elección del director en las leyes de los años ochenta
La decisión adoptada en la ley de 1981, en la que se estableció que los directores serían
elegidos por la administración, levantó una enorme polémica y a ella se opuso buena
parte de la comunidad educativa y de los partidos políticos de izquierda. Por otro lado, la
comunidad educativa estaba representada en el Consejo de Dirección, considerado un
órgano colegiado de gobierno del centro y no solo un ámbito de participación.
158
Este enfrentamiento inicial marcó buena parte de las alternativas que se sucedieron en
las décadas siguientes: los partidos políticos conservadores defendieron la elección del
director por la administración, mientras que los partidos progresistas optaron porque la
comunidad educativa tuviera un papel determinante en la decisión.
La LODE (1985) abordó dos temas cruciales para la organización de la educación: la
participación y el gobierno de los centros docentes y la financiación de la educación
privada. En el primero de ellos (también en el segundo, pero ello no es asunto de estas
páginas) se adoptó una posición radicalmente contraria a la ley de 1981: la elección del
director por el Consejo Escolar de cada centro educativo.
Esta decisión fue apoyada de forma mayoritaria por los claustros de profesores y por
buena parte de las asociaciones de padres de alumnos y de los propios estudiantes. Una
decisión legislativa que sintonizaba bien con la ola democrática y participativa que
dominaba la corriente de fondo de la sociedad española.
En el proceso de elección apenas había condicionamientos: tener un año de
permanencia en el centro y tres de docencia. La participación y el autogobierno de los
centros docentes eran considerados los criterios de mayor valor para asegurar el
cumplimiento de los objetivos del centro y su buen funcionamiento.
Las dificultades para asumir la dirección
Sin embargo, las dificultades empezaron a manifestarse con la creciente ausencia de
docentes para ser elegidos directores. El hecho de que ante la ausencia de directores la
administración educativa solo pudiera elegir director para un curso escolar, acentuaba la
inestabilidad de la gestión de los centros. Además, los equipos directivos constataban la
enorme dificultad de gestionar unas instituciones educativas convulsionadas por
acontecimientos muy diversos: por una parte, la huelga y las manifestaciones de alumnos
en 1987 y de docentes en el curso siguiente; por otra, los cambios profundos en la
organización de los centros por la aprobación de la LOGSE, que no solo extendió la
educación obligatoria hasta los 16 años, sino que incorporó los dos últimos años de la
EGB a los Institutos de Secundaria, transformó la Formación Profesional, integró los
cuerpos de profesores de Bachillerato y FP y cambió el currículum y buena parte de las
especialidades de los profesores.
GRÁFICO 6.3 Porcentaje de aumento entre los sueldos básicos máximos anuales brutos de maestros y
directores en escuelas de Educación Secundaria general (CINE 2), relativo al PIB per cápita
159
FUENTE: Basado en datos de Eurydice (2005), Key Data on Education in Europe, Luxemburgo: Comisión
Europea.
A estas dificultades, presentes también en la mayoría de los países desarrollados
(Pont, Nusche y Moorman, 2009), se añadía una segunda razón: la falta de incentivos
profesionales y económicos, que hubieran permitido equilibrar al menos el esfuerzo
exigido para ejercer la dirección escolar (véase gráfico 6.3, en página anterior).
La elección del director en la ley de 1995
Uno de los factores que impulsaron los cambios en la dirección escolar fue la
constatación de que el porcentaje de directores elegidos por el sistema participativo
diseñado en la LODE era muy insuficiente: en ningún año se superó el 50% (véase tabla
6.1).
TABLA 6.1 Porcentaje de directores elegidos por el Consejo Escolar o por la administración educativa en los
centros educativos dependientes en esos años del Ministerio de Educación, 1985-1994
160
85/86
86/87
88/98
89/90
90/91
91/92
92/93
93/94
94/95
Consejo Escolar
64,42
21,64
54,00
29,25
35,30
47,20
35,22
34,11
(1)
Dirección Provincial
35,58
78,36
46,00
70,75
64,70
52,80
64,78
65,89
(1)
(1) Se prorrogó por un año, por Ley Orgánica 7/1995 de 29 de junio.
FUENTE: Consejo Escolar del Estado (varios años). Informes sobre el estado y situación del sistema educativo.
En 1995 se aprobó la LOPEGCE que supuso un giro importante en la concepción de
la dirección escolar. Tres fueron los cambios más importantes: la elección del director
por una comisión en la que estaban presentes representantes de la administración
educativa; la ampliación de las exigencias para que los candidatos se presentaran, en
especial la incorporación de la acreditación, que exigía una evaluación positiva de la
actividad docente de los aspirantes; y el establecimiento de incentivos económicos y
profesionales después de un tiempo de dedicación a la labor directiva y una evaluación
positiva de la misma 3 .
Se produjo, pues, un cambio significativo en comparación con las tesis sostenidas en
la LODE. Una modificación que no gustó a los sindicatos de profesores ni a un sector de
la comunidad educativa, que valoraban la participación como criterio principal para el
buen funcionamiento de los centros docentes.
Estas propuestas supusieron un cambio en el resultado de la elección a director: en el
curso 1995-1996, el porcentaje de directores elegidos por el Consejo Escolar de cada
centro superó el 60%. En años posteriores, sin embargo, el número volvió a descender
(véase tabla 6.2).
TABLA 6.2 Porcentaje de directores elegidos por el Consejo Escolar o por la administración educativa en los
centros educativos dependientes en esos años del Ministerio de Educación, 1995-1999
1995-1996
1996-1997
1997-1998
1998-1999
Consejo Escolar
Dirección Provincial
Primaria
62,84
37,14
Secundaria
67,47
32,53
Primaria
54
46
Secundaria
55
45
Primaria
29,27
70,73
Secundaria
44,97
55,02
39
61
Primaria
161
Secundaria
36
64
FUENTE: Consejo Escolar del Estado (varios años). Informes sobre el estado y situación del sistema educativo.
Cambios en las leyes del siglo XXI (hasta 2013)
La LOCE, aprobada en 2002 con mayoría conservadora, si bien no entró en vigor al
aplazarse su calendario y ser derogada por la aprobación de la LOE, realizó en este
ámbito dos cambios significativos: otorgó a la administración educativa la mayoría en
las comisiones de elección del director y suprimió la evaluación y acreditación de los
aspirantes a director, establecida en la LOPEGCE. En el primer caso, se comprende
porque responde al modelo habitual de los partidos conservadores. Sin embargo, es
difícil interpretar el abandono del proceso de evaluación que no solo permite reflejar los
méritos pedagógicos de los candidatos, sino que era una de las escasas experiencias bien
aceptadas por los docentes de evaluación de su práctica profesional.
La LOE, aprobada en 2006 con mayoría socialista, regresa a los postulados de la
LOPEGCE en la elección del director: la comisión de selección vuelve a estar formada
mayoritariamente por representantes del Consejo Escolar de cada centro. Sin embargo,
no se recupera el requisito de evaluación de los candidatos. Fue un retroceso importante
en los procesos de evaluación de la práctica docente, pues estaba vinculada a iniciativas
de los propios docentes para progresar en su desarrollo profesional.
Finalmente, la LOMCE aprobada en 2013, vuelve a las tesis de la ley de 2002: la
elección del director se realizará por una comisión constituida de forma mayoritaria por
representantes de la administración educativa. En el resto de los temas no se producen
cambios y tampoco se incluye la evaluación de los candidatos ni se otorga una especial
importancia a la labor del director para mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje
en su centro.
Da la impresión durante estos últimos años de que la elección del director, que suscitó
en el pasado fuertes tensiones entre la comunidad educativa y la administración, ha
perdido significado polémico y cualquiera de las dos opciones, mayoría de la comunidad
educativa o mayoría de la administración educativa en la comisión seleccionadora, no
suscita especiales tensiones. Lo importante, a juicio de buena parte de los profesores, es
que no existan vetos ideológicos y que los criterios de capacidad y de mérito, así como la
calidad del proyecto de dirección, sean los referentes principales para la decisión. La
opción de que la elección del director se adopte por una mayoría cualificada de los
miembros de la comisión, lo que obligaría a un acuerdo entre sus miembros, podría
alcanzar un consenso mucho más amplio que el actual.
La autonomía de los centros en el entorno internacional
162
La autonomía de gestión de la enseñanza en sus diferentes dimensiones —proyectos,
profesorado, currículum, organización, recursos— ha sido apoyada y valorada en España
durante las últimas décadas pero, en general, no ha pasado de declaraciones genéricas
que pocas veces se han llevado a la práctica. Como hemos señalado en otras páginas, el
centralismo de las administraciones educativas es la tendencia dominante en todas las
comunidades autónomas y apenas se han desarrollado políticas que otorguen capacidad
de decisión a los equipos directivos de los centros. Las comparaciones internacionales
reafirman la escasa autonomía de los centros españoles en comparación con otros países
(Pont, Nusche y Moorman, 2008).
Además, no podemos olvidarlo, la autonomía de los centros suscita una enconada
controversia por sus efectos en la elección de centro, en las desiguales oportunidades de
los centros y, en resumen, en las políticas de equidad en los sistemas educativos. Lo
discutimos en el capítulo 1 al referirnos a las diferentes ideologías y sería repetitivo
volver sobre este tema.
Sin embargo, como señalamos en el capítulo 4 dedicado al cambio educativo, la
LOMCE ha abierto un nuevo camino en el campo de la autonomía de gestión. Un
camino interesante pero con incógnitas —hay que reconocer que todavía no se ha
desarrollado en el momento de escribir estas páginas— y riesgos en el campo de la
equidad.
La LOMCE impulsa la especialización de los centros en programas de calidad,
profundiza en la autonomía de los centros y marca nuevas competencias en el ejercicio
de la función directiva en el campo de la gestión del profesorado que accede al centro, y
en la gestión de los recursos. Asimismo, se establece que:
Los centros, en el ejercicio de su autonomía, pueden adoptar experimentaciones, planes de trabajo, formas
de organización, normas de convivencia y ampliación del calendario escolar o del horario lectivo de áreas o
materias, en los términos que establezcan las Administraciones educativas.
LOMCE, artículo 73.4
A estas propuestas les falta alguna iniciativa, como la posibilidad de que los equipos
directivos pudieran contratar profesionales de apoyo, que no docentes responsables de la
enseñanza, durante algún tiempo y en función de necesidades específicas. Y les sobran
algunas otras, inquietantes por otra parte y con graves riesgos: la posibilidad de que el
proyecto de calidad sea «de excelencia» parece apuntar a la selección de los mejores
alumnos de acuerdo con el criterio de cada centro.
Criterios para el buen funcionamiento de un centro
Después de esta revisión de la situación de la educación española —provista de
directivos con escasa competencia para mejorar la instrucción y de centros con limitada
autonomía para la gestión del currículum, del profesorado, de la formación y de la
163
organización de su centro—, parece necesario impulsar algunos cambios imprescindibles
en cuatro direcciones.
En primer lugar, una transformación progresiva de la cultura educativa que incorpore
como normal la dedicación del equipo directivo a la mejora de los procesos de enseñanza
y aprendizaje en sus centros.
En segundo lugar, la incorporación de la evaluación de los equipos directivos como
mecanismo de mejora y estímulo, un avance iniciado en 1995 y perdido en las leyes
posteriores.
En tercer lugar, una apuesta decidida por una mayor competencia de los equipos
directivos para decidir sobre la organización del centro, su proyecto educativo y
curricular, el desarrollo profesional de los profesores y las medidas necesarias para
conseguir una escuela equitativa de calidad (Ontario Principals’ Council, 2012).
Y finalmente, un avance en la participación de la comunidad educativa en un
proyecto colectivo. La clave de un buen liderazgo está en su capacidad de convocar, de
integrar voluntades, de escuchar y de abrir nuevos caminos.
Posiblemente la creación de un Instituto de Formación en Liderazgo Educativo
dependiente del Ministerio de Educación ayudaría a progresar en estos cambios
necesarios.
Culturas en la educación
La interacción entre los profesores, los alumnos y las familias, que se facilitan o
dificultan según el modelo de participación existente, y las características del liderazgo
que se ejerce en el centro generan a lo largo del tiempo una manera específica de
desarrollar su trabajo en cada centro. Nos referimos entonces a la cultura del centro,
presente en todas las actividades pero escondida la mayor parte de las veces de las
miradas superficiales.
El significado de la cultura escolar
Los estudios sobre la cultura escolar (Hargreaves, 1994; Hopkins, Ainscow y West,
1994; Stoll y Louis, 2007; Talbert, 2010) suelen definirla como el conjunto de creencias,
valores, normas, sentimientos, expectativas y relaciones que mantiene la comunidad
educativa, en especial los profesores, en un centro de enseñanza. La cultura incluye, por
tanto, la manera de entender los objetivos educativos y la forma de lograrlo; la visión
que los profesores tienen sobre las posibilidades de sus alumnos y sobre el
funcionamiento del centro; las actitudes hacia el cambio, hacia la propia institución
educativa y hacia las reformas, en el nivel macro o micro, que puedan impulsarse. La
cultura de una escuela explica en gran medida lo que sucede en ella. Suele operar de
164
manera casi invisible y modela los comportamientos, las relaciones, las iniciativas y los
proyectos, en unos casos para desarrollarlos y en otros para paralizarlos (Marchesi,
2004).
No hay una sola cultura en cada centro escolar; más bien hay varias culturas que se
entrecruzan, coexisten y, en ocasiones, se enfrentan cuando se debaten proyectos o
propuestas, cuando se distribuyen recursos, o cuando se plantea el acceso y el ejercicio
del poder, como sucede en la elección del director. La cultura no es, pues, una realidad
estática sino un proceso en permanente cambio. Normalmente hay una cultura
mayoritaria y otra u otras minoritarias entre las que se producen alianzas y convergencias
ante determinados problemas o situaciones.
Las culturas se asientan en las relaciones y actitudes de los profesores y de los
distintos componentes de la comunidad escolar, y se expresan y desarrollan en función
de los modelos organizativos de funcionamiento de los centros. La estructura y el
funcionamiento de un centro pueden contribuir a configurar un tipo determinado de
cultura; también los cambios culturales pueden conducir a promover modificaciones en
el funcionamiento de los centros escolares. Pero no siempre sucede así: los cambios en el
funcionamiento pueden mantenerse en este nivel y no afectar a las actitudes,
expectativas y compromisos que se viven en el centro de forma mayoritaria; igualmente,
determinados cambios culturales en la mayoría o en alguno de los miembros de la
comunidad escolar, si no afectan a la estructura del centro, pueden quedarse sin el
soporte institucional necesario para dar estabilidad a los cambios.
Las culturas no operan en el vacío. Están constituidas dentro de unas estructuras determinadas que las
enmarcan. Estas estructuras no son neutrales. Pueden ser útiles o dañinas. Pueden reunir a los profesores o
separarlos. Pueden dar oportunidades para la interacción y el aprendizaje o elevar barreras que impidan
esas oportunidades. En consecuencia, en algunos casos, no es posible establecer unas culturas escolares
productivas sin que, antes, se efectúen cambios en las estructuras escolares que aumenten las oportunidades
para unas relaciones de trabajo significativas y un apoyo colegial entre los profesores.
Hargreaves, 1994, p. 281 (ed. cast.)
Evidentemente, las culturas varían de una escuela a otra pero no solo por los valores y
expectativas de sus miembros, sino también por el contexto y las características de cada
una de ellas. Los centros docentes situados en entornos sociales favorecedores están
sostenidos por las mayores posibilidades de su comunidad educativa, por lo que tienen
menos dificultades para la creación de un clima escolar positivo, aunque no siempre ello
se traduce en culturas emprendedoras. Por el contrario, los centros que escolarizan de
forma mayoritaria a alumnos con graves problemas sociales se enfrentan a situaciones
educativas mucho más exigentes, lo que puede conducir a culturas en las que predomina
el pesimismo y la indefensión. No siempre es así, por fortuna, ya que este tipo de
situaciones puede generar, por el contrario, una dinámica activa y una voluntad colectiva
de enfrentarse con éxito a las condiciones adversas. Para ello hace falta un equipo de
profesores cohesionado y un liderazgo activo, con expectativas positivas y con visión
165
transformadora.
También las culturas dependen del tipo de enseñanza que se imparta. Por ello, existen
diferencias muy notables entre las culturas de los centros escolares de Educación
Infantil, Primaria y los de Secundaria. En el primer caso, el ambiente es más familiar y
los maestros tienen un mayor cuidado y preocupación por lo que sucede a sus alumnos.
Hay una mayor dependencia de los alumnos hacia sus profesores, quienes establecen las
normas sin problemas especiales. Las familias tienen un papel más activo y las
situaciones conflictivas suelen ser esporádicas y pueden resolverse en poco tiempo. Por
el contrario, los centros de Secundaria están más orientados hacia la especialización de
los conocimientos, las relaciones que se establecen entre profesores y alumnos son más
académicas, las normas deben ser negociadas o impuestas y el riesgo de conflictos es
mayor por las características de los alumnos.
Liderazgo y cambio cultural
La cultura de una escuela predispone a la estabilidad o al cambio, a dejar pasar las
oportunidades o a aprovechar las existentes. Ahora bien, las culturas escolares no son
inamovibles sino que pueden modificarse. Suele ser un proceso lento, no exento de
tensiones y de dificultades, pero que puede alumbrar una nueva forma de organización y
de funcionamiento escolar. Para dinamizar este proceso hay dos factores fundamentales:
el liderazgo del equipo directivo y el liderazgo de la administración educativa.
Ya hemos hecho referencia a lo largo de estas páginas al papel determinante del
equipo directivo. Ahora solo conviene volver a conectarlo con el cambio cultural, tal vez
su principal estrategia para mejorar el funcionamiento de la escuela y la actitud de los
docentes. Pero no es una tarea sencilla, pues la inercia suele conducir a adaptarse a la
cultura dominante y a evitar conflictos, más que llevar a un proceso de cambio a través
de la transformación de la cultura del centro. Para elegir esta última opción, es preciso
que el equipo directivo junto con los líderes escolares presentes en el centro sea capaz de
formular un proyecto atractivo y conectarlo con la dinámica cultural de su escuela. Un
proyecto atractivo puede suscitar la adhesión de la mayoría de la comunidad educativa si
se han sentido partícipes y existe una inicial voluntad colectiva de mejora y de
innovación. Pero cuando esta actitud no se manifiesta, sino que buena parte de los
miembros de la escuela están desanimados o escépticos, es necesario un proceso previo:
crear las condiciones organizativas y culturales para retomar el ánimo colectivo.
Los equipos directivos tienen un amplio abanico de opciones y de decisiones de
acuerdo con la autoridad que ejercen. Pero estas posibilidades dependen también de la
gestión de las administraciones educativas y del impulso y del respaldo que reciban de
ellas. Por una parte, de su gestión, es decir, de los modelos que utilizan para la elección
de los equipos directivos y del margen de autonomía que dejen a los centros. Por otra,
del apoyo que presten a los proyectos que elaboren los centros, lo que supone una cultura
166
innovadora capaz de encontrar fórmulas imaginativas y rigurosas para adaptarse a las
dinámicas diferentes de los centros. En el fondo, lo que se necesita es un liderazgo de la
administración educativa similar al que se le pide a los equipos directivos aunque en otro
nivel de responsabilidad y con otros mecanismos de influencia.
La cultura de las administraciones educativas
Normalmente en los estudios sobre la cultura educativa se hace una referencia casi
exclusiva a las formas que adopta entre los profesores o en la comunidad educativa. Sin
embargo, también existe un tipo de cultura, que es propia de las administraciones
educativas, en la que se expresa una visión de la educación y del papel de la
administración educativa en la gestión de los temas públicos y una forma de
funcionamiento y de relación con los centros docentes y con los programas educativos.
Hay que reconocer al mismo tiempo que la opción política dominante en cada momento
marca también la orientación general por su específica visión ideológica: en unos casos,
por su confianza en la competencia entre las escuelas y en la desregulación; en otros, por
el valor que otorgan a la equidad y a la compensación de las desigualdades en la
educación. No cabe duda de que cultura e ideología coexisten entre sutiles e intrincadas
relaciones.
Posiblemente la característica más notable de la cultura de las administraciones
públicas educativas en España sea su tendencia hacia la homogeneidad, lo que conduce a
una gestión centralizadora y uniforme en la que apenas tiene cabida el tratamiento
diferenciado de los centros y, por tanto, nuevas formas organizativas, de funcionamiento
y de enseñanza. El modelo cultural existente en las diferentes comunidades autónomas
comparte este rasgo común, lo que refuerza la previsión de que sea cual sea la normativa
aprobada en los próximos años, más orientada hacia la excelencia o hacia la equidad, el
escenario burocrático previsto en los análisis de la OCDE seguirá siendo el dominante en
España. Solo un profundo cambio cultural en las administraciones educativas, impulsado
por los responsables políticos, que incorpore el pacto con cada escuela, la diferente
distribución de recursos 4 , la flexibilidad organizativa y curricular, la capacidad de cada
escuela de establecer determinadas señas de identidad, la posibilidad de incorporarse a
redes de centros con proyectos similares y la competencia de los equipos directivos para
tener un mayor protagonismo en la gestión del profesorado y del personal de su centro,
podrá situar a la educación española, o a la de alguna de sus comunidades autónomas, en
escenarios más dinámicos e innovadores.
La experiencia confirma que sea cual sea el color político de los gobernantes, existe
un fuerte temor a dar autonomía real a los centros, no así al trabajo de los profesores en
sus aulas. La situación, como señalamos hace más de diez años y que hoy podríamos
repetir casi al pie de la letra (Marchesi, 2000), es bastante paradójica. Las
administraciones educativas controlan con firmeza la mayor parte de las decisiones que
167
afectan al funcionamiento de los centros: plantilla de profesores, horario escolar,
currículum, modelo organizativo y gastos significativos. Sin embargo, apenas parecen
interesadas en lo que ocurre en las aulas, es decir, en qué y cómo enseñan los profesores
y en cómo evalúan a sus alumnos. Parece que ha llegado el momento de invertir la
ecuación existente: «centralización en las decisiones del centro y libertad en la actuación
en las aulas», por la contraria: «autonomía en el funcionamiento del centro y supervisión
de lo que sucede en las aulas y en los resultados obtenidos» 5 .
En resumen, lo que se muestra en estos momentos en nuestro sistema educativo es
una doble tensión formidable: por una parte, la pugna entre dos modelos organizativos:
una visión centralizadora y burocrática frente a una opción descentralizadora e
innovadora; por otra, un enfrentamiento de dos visiones ideológicas contrapuestas: una
perspectiva social, compensadora y equitativa de la educación frente a un sistema
individual, liberal y competitivo. En el primer caso, no está claro cuál de ellos ganará la
partida en los próximos años. En el segundo, parece que todo apunta a un progresivo
retroceso en los próximos años de las políticas que defienden la equidad en la educación.
1 Puede ampliarse la información sobre este tipo de comunidades en www.ewenger.com.theory
2 En el estudio participaron 24 países. Se realizaron encuestas en 200 escuelas de Educación Secundaria Básica en
cada país, a 20 profesores en cada escuela y a sus equipos directivos.
3 Estos incentivos se incorporaron en un decreto posterior a la ley para los centros docentes dependientes del
Ministerio de Educación.
4 En el capítulo sobre la evaluación se retoma esta idea al señalar la importancia de relacionar una parte
complementaria de los recursos de los centros en función de los programas de mejora que el centro desarrolle.
5 En el capítulo sobre el profesorado se apunta esta propuesta en torno a la evaluación de los docentes.
168
CAPÍTULO 7
LA EVALUACIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO Y DE
LOS CENTROS
Hay que señalar en primer lugar que la evaluación, tanto de los alumnos como de los
centros docentes y del sistema educativo, es una de las actividades más complejas y que
mayores repercusiones tiene en la historia escolar de los alumnos, en el funcionamiento
de los centros y en el desarrollo de los sistemas educativos. Las consecuencias de la
evaluación son trascendentes y, dependiendo de cómo se realiza, en unos casos resultan
valiosas y en otros injustas.
Veamos un ejemplo, retomando el hilo de los primeros capítulos del libro. Pensemos
en una administración educativa que decide evaluar el rendimiento de los alumnos en
todos sus centros, publicar los resultados obtenidos, permitir que los padres elijan el
centro que prefieran para sus hijos y dar más recursos a aquellos centros que obtienen
mejores resultados. Supongamos un centro con alumnos de clase media, que obtiene
buenos resultados, que puede seleccionar a los mejores alumnos que lo demanden, que
recibe mayores recursos y que, por tanto, sigue alcanzando niveles altos de rendimiento
en las siguientes evaluaciones. Veamos otro centro que escolariza alumnos que proceden
de contextos desfavorecidos, que consigue que sus alumnos estudien y que no
abandonen pero que obtiene, como es lógico, peores resultados en las evaluaciones
externas, al que solo solicitan un puesto escolar aquellos alumnos de ese mismo entorno
social y cultural o los que no son admitidos por otros centros, que recibe, por tanto,
menos recursos y que, en consecuencia, vuelve a obtener resultados bajos y, lo que es
más grave, su moral y su compromiso, antes elevados, se resquebrajan. ¿De qué le sirve
al primer centro la evaluación? Para seleccionar a los mejores alumnos y para conseguir,
en gran medida por ello, más recursos. ¿De qué le sirve al segundo? Para nada positivo.
¿Consecuencias de este modelo de evaluación? Ampliar las desigualdades entre los
centros y entre los alumnos.
En este capítulo se analiza el sentido y el alcance de la evaluación en lo relativo a los
centros escolares y a los sistemas educativos. La evaluación de los aprendizajes en el
aula se abordará en el capítulo 9. A su vez, la evaluación de la actividad docente se ha
incluido en el capítulo 5. De los cuatro apartados que componen el texto, el primero
analiza las funciones de la evaluación y los distintos modelos teóricos y metodológicos
que la fundamentan. En el segundo se revisan las dos grandes estrategias de evaluación
de los sistemas educativos: los sistemas de indicadores y las pruebas de rendimiento de
169
los aprendizajes de los alumnos, tanto en el ámbito internacional como en el nacional y
autonómico. Se dedica la tercera parte del capítulo a los enfoques de la evaluación de los
centros escolares, y una cuarta, más breve, a la información sobre las evaluaciones y la
posibilidad de mejorar la educación, para finalizar con un repaso de los retos a los que se
enfrenta la evaluación en el sistema educativo español.
El significado de la evaluación
De entrada es preciso destacar que la evaluación no puede analizarse al margen de otros
factores que contribuyen a la calidad de la enseñanza y que constituyen un sistema entre
sí. Por tanto, las actuaciones que se llevan a cabo en uno de ellos repercuten
necesariamente en los otros. Sabemos en este momento que un mayor grado de
autonomía pedagógica de los centros escolares les ayuda a avanzar, pero también somos
conscientes de que esa mayor capacidad de tomar decisiones debe ir acompañada de un
liderazgo más sólido y de las garantías de participación que salvaguardan el gobierno
democrático de los centros. El cuarto vértice de esta figura es la evaluación. A mayor
autonomía, mayor necesidad de dotarse de procedimientos que de una forma sistemática
y rigurosa vayan permitiendo comprobar en qué medida las decisiones tomadas están de
hecho mejorando los procesos educativos.
Lo que acaba de argumentarse para la unidad del centro escolar puede hacerse
extensible al sistema educativo. Las administraciones necesitan contar con información
del funcionamiento del conjunto del sistema que pueda orientar o reorientar las
decisiones de política educativa. En último término, conocer la evolución de los centros
escolares y comprender cada vez con más profundidad los factores que influyen en esta
situación constituye un elemento esencial en la mejora de la calidad de la enseñanza.
Funciones de la evaluación
La literatura sobre la evaluación ha puesto de relieve un conjunto de funciones, de
modelos y de modos de llevarla a cabo que conviene recordar. Por una parte se habla de
función formativa, en la que la meta que se persigue es entender mejor los procesos
objeto de análisis para saber cómo mejorarlos. Es una evaluación que sirve, por tanto,
para orientar el proceso de cambio y para la adopción de decisiones.
Además, sobre todo en relación con la evaluación de los alumnos, está presente la
función acreditativa. A ella nos referimos cuando se trata de determinar si han alcanzado
ciertos indicadores que les permiten acceder a las certificaciones establecidas. En el caso
de los alumnos, la función acreditativa se corresponde con el acceso a los títulos
previstos en el sistema educativo o a las calificaciones finales de un ciclo o curso que
otorgan o deniegan el acceso al curso siguiente de enseñanza. También los centros
170
docentes pueden ser evaluados para recibir una acreditación que refleje su nivel de
calidad. Los modelos FQM, diseñados desde la Fundación Europea para la Gestión de la
Calidad, se sitúan en esta óptica aunque en España las administraciones educativas aún
no han establecido procedimientos oficiales de acreditación de centros.
Existe también otra función de la evaluación que se entremezcla con las anteriores en
muchos casos: la rendición de cuentas. La educación escolar es un derecho de los
ciudadanos y, como en el caso del resto de los derechos básicos, el conjunto de la
sociedad debe conocer cómo están funcionando las escuelas, qué están aprendiendo los
alumnos y las alumnas, y en qué se está utilizando el dinero público que sustenta el
sistema escolar, tanto en la red pública como en la concertada.
Sin duda, todas las evaluaciones tienen el objetivo último de mejorar la educación.
Tanto aquellas que pretenden valorar el funcionamiento del sistema educativo y de los
centros docentes para que la sociedad lo conozca, como aquellas que se plantean para
decidir sobre los cambios más pertinentes, están utilizando determinadas estrategias para
que la información proporcionada contribuya a elevar la calidad de la enseñanza. Sin
embargo, no siempre lo logran: los modelos e instrumentos empleados, la información
proporcionada, el análisis de la misma y la posibilidad de conectarla con procesos de
cambio condicionan de hecho el impacto de la evaluación.
Las evaluaciones externas, realizadas por profesionales ajenos al equipo docente,
suelen primar la función de rendición de cuentas o de acreditación y desatienden a
menudo las peculiaridades del contexto y la historia, tan necesaria para entender las
tendencias. Ello no impide que de las informaciones proporcionadas por este tipo de
evaluaciones se puedan obtener consecuencias positivas que contribuyan a mejorar el
funcionamiento de los centros o la enseñanza de los profesores en el aula, como se verá
más adelante. Por su parte, las evaluaciones internas, en las que el protagonismo
principal recae en la comunidad educativa, asumen con mayor nitidez una función
formativa de mejora de su actividad docente, pero carecen de la homogeneidad necesaria
para realizar comparaciones y establecer secuencias longitudinales.
Hay que reconocer que en estos tiempos de crisis, la presión y la demanda social se
orientan hacia las evaluaciones externas, tal vez por un deseo de mayor control social de
la educación, o por el interés en los datos cuantitativos y en las comparaciones públicas
o, quizás también, por una cierta desconfianza en las posibilidades de los equipos
docentes de llevar a cabo una evaluación rigurosa. Sin embargo, hay que afirmar que es
la evaluación interna de los centros la que asegura un mayor acierto en la valoración de
lo que sucede en las escuelas, y unas mayores posibilidades de cambio. La pregunta y la
respuesta que expone Martínez Rizo (2012, p. 134) sobre la evaluación del rendimiento
de los alumnos refleja con nitidez esta prelación:
La pregunta es: ¿podrá evaluarse el aprendizaje individual con validez y fiabilidad comparables con
pruebas de gran escala? La respuesta es clara: con la finura que puede alcanzar la evaluación del maestro,
NO 1 , sin duda, al menos con las pruebas que hay en la actualidad, y tampoco con acercamientos a gran
escala más avanzados.
171
Las pruebas externas pueden proporcionar, sin duda, una información relevante a los
profesores y a la comunidad educativa sobre el rendimiento de sus alumnos o el
funcionamiento de sus centros, especialmente por las referencias contextuales y
comparativas que pueden aportar. Pero no pueden sustituir la acción evaluadora de los
profesores con sus alumnos, ni la reflexión compartida de los docentes sobre el trabajo
que desarrollan los grupos de profesores en los ciclos educativos, en los seminarios
didácticos o en el conjunto del centro. Por ello, la complementariedad de ambas
estrategias de evaluación es imprescindible.
Modelos de evaluación
Un programa de evaluación supone la adopción de un conjunto de decisiones que
condicionan su capacidad real de mejorar la calidad de la educación: los supuestos
teóricos y metodológicos, las posibles comparaciones, y la forma de proporcionar la
información son opciones que influyen claramente en la viabilidad de los objetivos —
explícitos o implícitos— que se pretenden, que a su vez reflejan la ideología que sustenta
el proyecto de evaluación.
La escala de la evaluación —de sistema educativo o de centro— conlleva ya la
respuesta a algunas de estas cuestiones. Si se quiere tener una muestra representativa de
la población escolar de un país o comunidad, es preciso, al menos hasta el momento,
recurrir a pruebas estandarizadas. No obstante, dentro de esta línea hay grandes
diferencias. Una tarea de una prueba cerrada puede medir mucho mejor que otra una
determinada competencia. Es muy costoso en evaluaciones nacionales o internacionales
complementar estas pruebas con metodologías cualitativas, como grupos de discusión,
entrevistas en profundidad u observación en el aula, aunque cada vez se aprecian más
esfuerzos en esta línea. Para un proceso de evaluación interna de un centro escolar estas
aproximaciones metodológicas son, en cambio, viables y muy interesantes.
Hay dos modelos psicométricos que han supuesto un avance muy relevante en el
ámbito de la evaluación: los modelos multinivel y los de valor añadido. Puede parecer
redundante señalar que la educación escolar es un sistema, pero cuando se llevan a cabo
evaluaciones que se centran únicamente en algunas variables y no se hace notar las
limitaciones que ello implica para la interpretación de los resultados, voluntaria o
involuntariamente se está haciendo un uso inadecuado de esta potente herramienta.
Desde 1985, Stufflebeam y Shinkfield señalaron la necesidad de una evaluación global
que tenga en cuenta el contexto, la entrada, los procesos del centro y del aula, y los
resultados.
Los resultados no tienen por qué limitarse al rendimiento académico, pero este tiene
sin duda que ser evaluado. En este caso, son sumamente valiosos los cálculos de valor
añadido que introducen la influencia del contexto como variable. Es decir, la diferencia
entre los resultados obtenidos por los alumnos y alumnas de un centro y los esperados a
172
partir de sus resultados iniciales unos años antes y de su contexto sociocultural 2 . Ambos
modelos, multinivel y valor añadido, tienen su dificultad metodológica pero hoy en día
existen medios para poder utilizarlos en las evaluaciones a gran escala si existe la
voluntad política para ello.
Los avances de la psicometría han permitido también establecer en los estudios con
grandes muestras el peso que determinadas variables parecen tener en los resultados. Los
denominados factores asociados no indican una relación causal, pero sí la fuerza de la
relación entre dos aspectos de la compleja realidad escolar. Ponen de manifiesto que no
es puro azar, que se aprecia una determinada probabilidad de que dándose una
determinada situación se dé también otra.
Algunos ejemplos indican la conexión que existe entre el modelo utilizado, el análisis
de los datos y la información proporcionada. Cuando se aplican pruebas de rendimiento
académico y se presentan los resultados sin aplicar cálculos de valor añadido o sin tan
siquiera controlar el efecto del nivel sociocultural del alumno, la imagen que ofrece la
evaluación es distorsionada y peligrosa. Pudiera suceder que los alumnos de un centro
situado en un contexto desfavorable obtuvieran puntuaciones inferiores a otros centros
en una prueba de rendimiento académico y que, sin embargo, lograran por su buen
trabajo un valor añadido positivo. Es decir, no considerar el efecto del contexto
sociocultural y el nivel inicial de los alumnos distorsiona la comparación entre países,
comunidades o centros escolares.
La elección de los modelos, de las dimensiones y de los indicadores no es una opción
meramente técnica, sino que tiene un profundo trasfondo ideológico. La falta de control
del contexto sociocultural indica un claro desinterés por los factores sociales que
acompañan y condicionan cualquier proceso de enseñanza. El olvido de los indicadores
de equidad, entre los que cabe señalar el acceso a la enseñanza y los resultados de los
grupos minoritarios, o las desigualdades entre las escuelas por el nivel sociocultural
mayoritario de sus alumnos, muestran también una opción educativa poco sensible a los
procesos de inclusión educativa y social. Como señala Darling-Hammond (2004, p.
1048):
La presión de los nuevos estándares ¿vendrá acompañada de inversiones en una enseñanza, un currículum
y una escuela mejor, o los estándares y los tests, construidos a partir de una realidad de inequidad, se
limitarán simplemente a certificar de forma más visible el fracaso de los alumnos y a reducir el acceso a
posteriores etapas educativas o al empleo?
¿Es necesario comparar en las evaluaciones?
Las comparaciones entre las escuelas, entre las comunidades autónomas o entre los
países pueden contribuir a alcanzar los objetivos de la evaluación, sobre todo en el caso
de las evaluaciones externas. Si se quiere, por ejemplo, mostrar que hay países menos
equitativos que otros, analizando la variabilidad que existe entre los resultados de
173
alumnos de distintos centros, es necesario comparar. Sin embargo, no lo es en absoluto
identificar a los centros de los que se está hablando. A un colegio o instituto le puede ser
de utilidad saber cómo funcionan otras escuelas semejantes a la suya, pero una vez más,
se puede ofrecer esta información sin necesidad de identificar los centros ni establecer
ránkings.
Los análisis longitudinales que muestran tendencias en la evolución son muy
interesantes. En ellos el referente no es la comparación con otros, sino con uno mismo.
Por supuesto, en todos los procesos de evaluación hay un criterio de valor. En unos casos
puede ser relativo, es decir emerger de los propios resultados, o externo, cuando se
define independientemente de los niveles a los que lleguen las aulas, centros,
comunidades o países valorados. Es importante que en todos los casos estos criterios se
hagan explícitos para que puedan ser conocidos y debatidos por todos los implicados en
el proceso.
Se ha destacado la necesidad de algún tipo de criterio de valor y también los riesgos
de una comparación inadecuada o insuficiente, lo que es fácil que ocurra por la
complejidad del proceso educativo, y las enormes repercusiones de la comunicación
pública de las comparaciones realizadas. Por ello, es especialmente importante cuidar el
diseño previo de la evaluación con el fin de anticipar qué se espera de ella y cómo se van
a presentar los resultados obtenidos para asegurar los efectos deseados y minimizar
aquellos no queridos.
La comunicación, la utilización de la información y la mejora de la calidad
Una variable que influye en la capacidad de la evaluación de impulsar el cambio
educativo se refiere a la forma en que se comunican los resultados de la evaluación.
Conviene tener en cuenta que existen comunicadores, mediadores y receptores diferentes
en función del tipo de evaluación y de sus objetivos. Cuando la información se refiere al
sistema educativo, bien a través de evaluaciones internacionales o por medio de sistemas
de indicadores, son las agencias internacionales o las administraciones educativas
quienes elaboran la información que va a transmitirse, los medios de comunicación
quienes la aproximan a los ciudadanos y estos, entre los que se encuentran los miembros
de las comunidades educativas, quienes van construyendo su valoración del
funcionamiento de la educación en su país. Hay que reconocer que pocas conclusiones
puede obtener una escuela de estas informaciones que le sirvan para mejorar su
funcionamiento. Las luces de alarma generales que se deriven de los datos pueden llevar
a reflexionar sobre la situación de la educación y de su centro en ese contexto. Mayor
interés tendrá posiblemente para ellos el tipo de problemas planteado y la definición
establecida de los niveles de logro, como en un apartado posterior se comenta. No
obstante, resulta una información insuficiente.
Por el contrario, cuando se trata de evaluaciones externas en las que el centro escolar
174
es la unidad de análisis, son las administraciones educativas las que deben elaborar la
información, los servicios de inspección y los equipos directores quienes han de
transmitirla y la comunidad educativa de cada escuela, en especial los docentes, quien ha
de interpretarla y conectarla con iniciativas de cambio para mantener los progresos y
resolver los procesos insatisfactorios.
Por tanto, la reflexión sobre el objetivo de la evaluación, la delimitación de sus
finalidades y del alcance que se pretende lograr, y la forma de transmitir los resultados
obtenidos y en su caso de las comparaciones realizadas son parte fundamental del
proceso de valoración. Esto se descuida con demasiada frecuencia y en muchas
ocasiones se proporciona la información sin haber analizado previamente su posible
impacto, salvo en las repercusiones que pueden tener para los gestores públicos de la
educación, olvidando la importancia de asegurar que los datos proporcionados estimulen
y ayuden a la mejora de la educación en todos sus niveles y dimensiones. Para lograrlo,
hace falta, además, preparar a los transmisores de la información, tanto en los medios de
comunicación como en los responsables educativos que van a colaborar con las escuelas
en la correcta interpretación de las evaluaciones realizadas. Y por último, sin lo que la
evaluación sería un ejercicio intelectual escasamente útil, habría que extraer las
conclusiones oportunas para mejorar la educación, en el nivel del sistema educativo o en
el nivel de cada una de las escuelas.
La evaluación del sistema educativo
¿Cómo se valora la calidad de un sistema educativo?
En la actualidad contamos con dos grandes fuentes de información a partir de las cuales
los organismos internacionales y los propios estados establecen valoraciones de la
calidad de la educación: los sistemas de indicadores y las pruebas estandarizadas de
rendimiento. Ambos procedimientos se llevan a cabo a escala internacional y nacional y
en algunos casos, autonómica o regional.
Los sistemas de indicadores
El sistema de indicadores internacional de mayor influencia en este momento es el que
anualmente elabora la OCDE, Panorama de la Educación (Education at a Glance), que
se publica desde 1992 3 . El efecto de este documento sobre las políticas de los sistemas
educativos no es tan solo el de la información que ofrecen, sino también el hecho de que
ha ido consolidando en la representación colectiva un determinado concepto de calidad
de la educación. Aunque a veces no se encuentra en estos documentos una definición
explícita de calidad, la elección de los indicadores traslada sin duda una manera de
entender este elusivo constructo.
175
La selección de los indicadores del informe refleja la importancia que la OCDE
atribuye a un uso eficiente de la inversión que los países hacen en educación. Uno de los
cuatro capítulos que componen el documento está dedicado en su totalidad a la
financiación de la educación y en otro de ellos se analizan los beneficios sociales y
económicos de la educación. No hay que olvidar que la OCDE es una organización
creada con fines económicos. El convencimiento de que en la sociedad del conocimiento
la educación es la pieza clave para el progreso económico ha llevado a la organización a
ocuparse de los temas educativos, lo que por otra parte ha realizado con mucho éxito,
convirtiéndose en el referente más importante en este momento entre los organismos
internacionales.
El enfoque adoptado por la OCDE centra el foco de los indicadores en los resultados
obtenidos. El análisis de los recursos con los que cuentan los sistemas educativos y los
procesos de funcionamiento, que constituyen otros dos capítulos del informe, ayudan a
aproximarnos a una comprensión de los resultados, pero la meta esencial es analizar
estos últimos. Desde esta perspectiva, el objetivo fundamental de la evaluación debe ser
comprobar que los alumnos aprenden aquello que les hace más competentes. El criterio
que en el informe se utiliza para valorar los beneficios sociales y económicos de la
educación es la relación entre educación e incorporación al mercado. Se analiza la
vinculación entre el nivel de titulación y la empleabilidad, destacándose la importancia
del aprendizaje a lo largo de la vida como una necesidad asociada a las características de
un mercado que exige que sus trabajadores sean capaces de cambiar de trabajo a lo largo
de su vida profesional, afrontando la incertidumbre que ello implica y aprendiendo las
nuevas competencias que se requieran. También se ha empezado a recoger recientemente
la relación entre educación y otros tres ámbitos del desarrollo de los ciudadanos: la
salud, el interés por la política y la confianza interpersonal.
Sin poner en duda el enorme interés del sistema de indicadores de la OCDE, el
énfasis en la relación entre educación y economía ha llevado a que en ocasiones se
critique a esta organización por prestar poca atención a otros beneficios de la educación,
más asociados con aspectos del desarrollo personal que con la dimensión laboral de los
ciudadanos. Otros sistemas de indicadores, como el que ha desarrollado la UNESCO
para el seguimiento de las metas de Educación para Todos y los objetivos de Desarrollo
del Milenio, muestran mayor sensibilidad a este respecto. Por otra parte, para el contexto
español, resultan especialmente relevantes los Objetivos Educativos Europeos 4 , que no
se limitan a describir la realidad actual sino que plantean una estrategia hasta 2020.
Los sistemas de indicadores con los que hasta ahora contamos demuestran que
pueden ser un interesante instrumento para crear conciencia acerca de las funciones de la
educación y para ejercer algún nivel de influencia sobre las decisiones de las políticas
educativas. Un indicador, de acuerdo con la definición de Tiana (1997), es «un artificio
que proporciona información relevante acerca de algún aspecto significativo de la
realidad educativa». Los indicadores tienen, por tanto, la capacidad de poner de relieve
176
problemas de los sistemas educativos.
Por otra parte, la dificultad de medir de forma cuantitativa determinados aspectos de
la compleja realidad educativa hace que el conocimiento sobre los indicadores se
desarrolle (Roca y Kisilevsky, 2013). Se ha avanzado mucho en este sentido y frente a
los primeros instrumentos, muy elementales, contamos ahora con indicadores más
sofisticados. El estudio TALIS, al que ya se ha hecho referencia en capítulos anteriores,
se centra en las concepciones y prácticas docentes. El programa TEDS (Teacher
Education Study in Mathematics) realizado por la IEA (International Association for the
Evaluation of Educational Achievement) aborda un factor esencial como es la
formación, aunque se limite a una materia. Los cuestionarios que se aplican a los
estudiantes que participan en PISA permiten analizar interesantes relaciones entre el
compromiso con el conocimiento, las estrategias de aprendizaje y el rendimiento
académico alcanzado. Por su parte, Education at a Glance utiliza los datos de PISA para
ofrecer una perspectiva de los resultados del aprendizaje. Las fronteras entre sistemas de
indicadores y pruebas de rendimiento académico son cada vez más difusas; las dos
grandes fuentes de evaluación del sistema educativo se retroalimentan mutuamente.
No obstante, es importante complementar la información cuantitativa con algunos
otros procedimientos cualitativos que permiten dar cuenta de aspectos de la realidad que
de otro modo serían inaccesibles. SITEAL (Sistema de Información de Tendencias
Educativas en América Latina) es un ejemplo de cómo recabar información sistemática
que combina datos cuantitativos con análisis cualitativos. Por otra parte, en sus informes
se ha optado por estudiar no solo la educación escolar sino también otros contextos
informales, desde un enfoque que permite entender mejor unos y otros procesos. La
calidad de la educación infantil —o inicial, como se denomina en estos países— no
puede entenderse, por ejemplo, si no se enmarca en el contexto global de las políticas de
infancia, y su mejora implica sin duda actuaciones en el ámbito de la escuela, pero exige
coordinar iniciativas de salud y de promoción social para el conjunto de la familia y la
comunidad, sin las cuales los cambios escolares no son viables. Esta es otra de las claras
líneas de avance de los sistemas de indicadores: la inclusión de las relaciones entre
educación formal y otros aspectos del desarrollo de los grupos sociales. Así como la
OCDE ha establecido una vinculación entre educación y mercado, es preciso seguir
desentrañando otras dimensiones tanto o más relevantes.
Junto con los sistemas de indicadores internacionales, España, como la mayoría de
los países de nuestro entorno, cuenta con un sistema de indicadores nacional, semejante
en su estructura básica al de la OCDE 5 . Asimismo, muchas comunidades autónomas
elaboran un informe de este tipo con los datos de su ámbito de competencia.
Los estudios internacionales sobre los aprendizajes de los alumnos
A través de los indicadores es posible hacer una evaluación de aspectos relevantes en la
177
marcha de los sistemas educativos, pero la imagen se enriquece notablemente con los
datos a los que se accede a través de las pruebas de rendimiento y sobre todo con la
interacción que se produce entre ambas fuentes. La importancia que en la lógica de los
propios sistemas de indicadores se da a conocer los resultados de los procesos educativos
hace de las pruebas de rendimiento una pieza fundamental.
Los programas de evaluación del rendimiento académico vienen aplicándose desde
que en 1959 la IEA puso en marcha el primer estudio con estudiantes de 13 años
pertenecientes a 12 países. Desde entonces, dos de los programas de la IEA, TIMSS
(Estudio Internacional de Tendencias en Matemáticas y Ciencias) y PIRLS (Estudio
Internacional del Progreso en Competencia Lectora), y el programa estrella de la OCDE,
PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos), se han convertido en
pruebas en las que participan un grupo muy numeroso de países, y entre ellos España.
Recientemente la IEA ha puesto en marcha un nuevo programa para evaluar la
competencia cívica, el Estudio Internacional de Civismo y Ciudadanía (ICCS), en el que
España también participa 6 .
Es importante hacer notar que este cierto solapamiento de los objetivos de los
programas internacionales, junto con la puesta en marcha de los programas de
evaluación que los propios países han impulsado para la evaluación de sus sistemas, ha
llevado en muchos casos a una inflación de pruebas que podría obligar a los estados a
elegir entre ellas. En el futuro, una de las necesidades será precisamente coordinar las
distintas iniciativas de evaluación de los aprendizajes, ya que el exceso de ellas podría
suponer un gasto injustificado de recursos materiales y personales, además de provocar
un descrédito entre el profesorado de este tipo de procesos por la desproporción entre el
esfuerzo empleado por las administraciones y el beneficio obtenido.
Más allá de esta posible descoordinación, quizá fruto de la voluntad de los
organismos internacionales que promueven estos estudios de mantener su influencia en
el mundo educativo, las pruebas de rendimiento están contribuyendo a la mejora de la
calidad de la educación por varias razones. La más importante de ellas es el impulso que
han dado al enfoque del aprendizaje por competencias (véase el capítulo 8). Como
hemos señalado en otro lugar (Martín, 2010), estas pruebas se sitúan en la vanguardia de
las tendencias curriculares. El que los expertos de la IEA y de la OCDE, en colaboración
con sus colegas de los países participantes, hayan planteado las preguntas que se les
presentan a los estudiantes en términos de niveles de competencia, ha sido una
contribución a este enfoque a veces mayor que el de la propia innovación curricular.
En parte ello se debe a la sólida fundamentación teórica de las pruebas. Los
documentos que exponen los supuestos de las programas desentrañan los procesos
cognitivos y las distintas destrezas que se encuentran implicadas en el aprendizaje de las
competencias evaluadas. La descripción de estos procesos tiene en sí misma un valor que
puede orientar el trabajo de los docentes. De hecho, las distintas ediciones de las
pruebas, sobre todo de PISA, han dado lugar a numerosas investigaciones y reflexiones
178
teóricas que están enriqueciendo el debate curricular y didáctico. Los ítems liberados, es
decir aquellos que se publican y están por tanto disponibles para su consulta 7 , permiten
ilustrar la complejidad del aprendizaje de las competencias y la distancia de las tareas
que en ellos se plantean con la realidad de las aulas, por más que los currículums
incluyan las competencias desde 2006.
Por otra parte, la forma en que se presentan los resultados ha trascendido ya la mera
información cuantitativa. Se ofrecen obviamente las puntuaciones que los alumnos
obtienen, pero esta no es la información más valiosa. La que realmente ayuda a la
comprensión de lo que implica aprender la competencia que se está evaluando es la
descripción que se da de los distintos niveles en que esta se puede adquirir. En la tabla
7.1 se muestra un ejemplo para la lectura en formato electrónico.
Esta descripción resulta sumamente útil para entender cómo programar la secuencia
instruccional de este ámbito de la comprensión lectora a lo largo de la escolaridad
obligatoria y permite identificar los aspectos esenciales en el aprendizaje, y por tanto en
la enseñanza. Por otra parte, ilustra claramente la idea de que uno no es competente o
incompetente, sino que va progresando en sus habilidades y siempre puede avanzar un
paso más. Asimismo, estos programas de evaluación sirven de canal para impulsar
procesos de innovación, ya que incorporan nuevas tendencias que en la mayoría de los
centros todavía no han tenido eco. Este es el caso de la evaluación de la lectura digital
que PISA ha incluido en la aplicación de 2009: ERA (Evaluación de la lectura de textos
electrónicos).
TABLA 7.1 Descripción de los niveles de rendimiento en lectura digital
Límite
inferior de
puntuación
% de
alumnos
capaces
de
realizar
tareas
hasta
este nivel
o
superior
5o
superior
625
7,8
Las tareas en este nivel requieren que el lector sepa localizar, analizar y
valorar críticamente la información en un contexto no habitual para él y,
en ocasiones, ambiguo. El lector tiene que elaborar sus propios criterios
para valorar el texto. Se puede requerir una navegación a través de sitios
web distintos sin una guía explícita.
4
553
30,3
Las tareas en este nivel requieren que el lector valore información
procedente de distintas fuentes, navegar a través de sitios web diferentes
que implican textos de formato variado, y generar criterios de
evaluación en un contexto habitual, personal o práctico. Otro tipo de
tareas demandan del lector que reelabore información compleja según
Nivel
Características de las tareas
179
criterios de evaluación bien definidos, en un contexto científico o
técnico.
3
480
60,7
Las tareas en este nivel requieren que el lector integre información
procedente de varios sitios web a través de información bien definida, o
que genere categorías simples cuando esta información no esté guiada.
Cuando se necesita hacer una valoración solo se pide recabar un tipo de
información fácilmente accesible.
2o
inferior
407
83,1
Las tareas en este nivel requieren que el lector localice e interprete
información bien definida, en contextos habituales para él. Se puede
requerir que navegue por varios sitios web pero con una guía explícita.
Los textos pueden ser de distinto formato e incluyen ejemplos de
categorías claramente definidas.
FUENTE: OCDE (2011), Students On Line. Digital Technologies and Performance (Resultados PISA 2009, vol.
VI), París: OCDE.
Las pruebas de rendimiento tienen otra característica que las hace instrumentos
valiosos para la mejora de la calidad: la información que ofrecen sobre los denominados
factores asociados. Los análisis que se llevan a cabo en este tipo de programas de
evaluación permiten identificar una serie de variables relacionadas con los niveles de
rendimiento escolar. Si bien no puede interpretarse esta correlación en términos causales,
es indudable el interés de comprobar que las diferencias en el rendimiento académico no
son azarosas sino que, por el contrario, se relacionan con distinta fuerza con determinas
características del entorno social o escolar o con variables del propio estudiante. Estas
asociaciones nos hablan de la mayor probabilidad que un alumno o una alumna puede
tener de conseguir ciertos niveles de aprendizaje teniendo en cuenta su sexo, el nivel
sociocultural de su familia o del centro en el que está escolarizado, el clima del aula a la
que pertenece, o el hecho de repetir curso, por citar solo algunos ejemplos. A través de
estos análisis se «iluminan» determinados factores del sistema escolar, lo que, en cierto
sentido y con las cautelas necesarias, podría orientar las políticas educativas. Estos
factores, de riesgo en un caso y de protección en otros, ayudan a identificar las áreas
prioritarias de intervención.
Finalmente, querríamos destacar la importancia de que estos estudios dediquen una
mirada específica en sus análisis a la equidad. Si se comparte el concepto de calidad
recogido en el primer capítulo, que implica que todos los estudiantes alcancen el máximo
nivel de aprendizaje, es preciso tener en cuenta en la evaluación los dos elementos
nucleares: excelencia y equidad. Los análisis de los resultados realizados desde la
perspectiva de las desigualdades en los niveles de rendimiento son esenciales y de hecho
van cobrando cada vez más peso en los estudios internacionales. Estos análisis han
permitido demostrar que no es imposible ofrecer una buena educación a todos, como han
afirmado durante mucho tiempo quienes desde una ideología liberal calificaban esta
meta como una utopía. En PISA se viene mostrando cómo Finlandia, por ejemplo,
180
consigue que sus alumnos y alumnas obtengan excelentes resultados, siendo al mismo
tiempo el país más equitativo, es decir, en el que el nivel sociocultural tiene menos
influencia y en el que se aprecia la menor variabilidad en el rendimiento entre los centros
escolares. No hay que ir tan lejos para encontrar una situación similar: Navarra alcanza
unos resultados casi idénticos a los de Finlandia y un nivel de equidad semejante. Si algo
ya ha cobrado realidad, no es una utopía. Es sin duda un proceso difícil, sobre todo
porque se comprueba que algunos de los factores que parecen estar asociados a este éxito
desbordan el marco escolar, pero no imposible. Esta constatación refuerza la necesidad
señalada antes de analizar los procesos educativos desde un enfoque más sistémico e
interactivo.
Limitaciones de los programas de evaluación del rendimiento
Las aportaciones de las pruebas estandarizadas de rendimiento no deben hacernos
olvidar sin embargo sus limitaciones, entre las que destaca el reducido ámbito de
aprendizajes que evalúan. La comprensión lectora, las matemáticas y las ciencias son sin
duda competencias muy relevantes, pero no lo son menos las ciencias sociales, el arte o
el razonamiento moral. La evaluación estandarizada ha avanzado muy poco en estos
ámbitos. De hecho, uno de los argumentos que ha llevado a la fuerte reacción crítica que
se ha producido contra PISA 8 es su mensaje de lo que es importante aprender, donde no
se presta atención a dimensiones esenciales para la ciudadanía democrática. De ahí el
valor de estudios como el Estudio Internacional de Civismo y Ciudadanía. A pesar de
las indudables limitaciones que supone evaluar estas competencias mediante una prueba
estandarizada de lápiz y papel, los resultados son interesantes y muestran el compromiso
de los gobiernos con esta dimensión educativa. No deja de tener interés saber, por
ejemplo, que también en este campo los estudiantes finlandeses obtienen los mejores
resultados, o que los alumnos y alumnas españoles destacan positivamente por su apoyo
a los principios cívicos de igualdad de género, pero, sin embargo, son pocos los que
participan en organizaciones sociales de distinto tipo y que mantienen conversaciones
sobre temas sociales y políticos con sus padres y amigos (Ministerio de Educación,
2010c).
Otra de las limitaciones de los programas de evaluación del rendimiento es que, más
allá de la información de los factores asociados, no permiten entender cuáles son las
causas de los resultados. Junto con las pruebas que se aplican a los estudiantes, se
necesitaría contar con otros estudios internacionales dirigidos a comprender con más
profundidad algunos de los aspectos recogidos en los sistemas de indicadores y que a su
vez a menudo aparecen como factores asociados del rendimiento. Este es el caso del
estudio TALIS, cuyas aportaciones han sido muy interesantes, pero que resulta a todas
luces insuficiente. Entre las prioridades de los organismos internacionales se encuentra
de hecho la coordinación de los estudios de rendimiento con los centrados en procesos.
181
TABLA 7.2 Diferencias entre las puntuaciones medias de los más jóvenes y de los mayores en España y en la
media de los países de la OCDE y de la UE en las pruebas de comprensión lectora y matemáticas
Comprensión lectora
Matemáticas
16 - 24
55 - 65
Diferencia
16 - 24
55 - 65
Diferencia
España
263,9
226,7
37,2
255,2
220,5
34,6
OCDE
279,6
255,2
24,4
271,3
252,7
18,7
UE
277,7
253,5
24,1
271,2
252,4
18,9
FUENTE: PIAAC (Programa internacional para la evaluación de las competencias de la población adulta), 2013.
OCDE, Informe español. Madrid: MECD.
En esta línea de ampliar los ámbitos de la evaluación internacional, resulta
especialmente interesante el estudio realizado por la OCDE para analizar el nivel de
competencia de la población adulta, Programa internacional para la evaluación de las
competencias de la población adulta (PIACC). Los resultados de la primera aplicación
(Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2013b) han puesto de manifiesto que
España se sitúa en último lugar junto a Italia en la pruebas de comprensión lectora. Los
niveles son iguales en el caso de las matemáticas. No obstante, hay un dato relevante y
positivo pues España es, junto con Corea y Finlandia, el país en el que hay más distancia
entre jóvenes y mayores (37 puntos en comprensión lectora y 34 puntos en matemáticas),
lo que muestra el progreso de las nuevas generaciones.
Pero quizás el principal riesgo de las pruebas externas de rendimiento sea la
interpretación poco rigurosa que se hace de los resultados y la imagen que se transmite
con ello a la sociedad. Más adelante analizaremos este problema.
La evaluación del sistema educativo español
La gran mayoría de los países de nuestro entorno participan en los estudios
internacionales y tienen también sus propios sistemas de evaluación a escala nacional.
En el caso de España, el Instituto de Evaluación del Ministerio de Educación edita el
Sistema Estatal de Indicadores de la Educación y, a partir de la aprobación de la LOE, se
han puesto en marcha las Evaluaciones Generales de Diagnóstico (EGD). Por su parte,
las comunidades autónomas han creado sus propios institutos de evaluación y aplican
asimismo pruebas estandarizadas para valorar el aprendizaje de sus estudiantes. Cuando
a esto se añade el hecho de que 14 de las 17 comunidades españolas participan con
muestra propia en PISA, cabe la pregunta de si está justificado un número tan elevado de
procesos evaluativos, más con la perspectiva de las reválidas que establece la LOMCE.
182
Sería necesario que las administraciones educativas coordinasen los distintos programas
para aprovechar lo que cada una de ellas puede aportar de específico.
Los informes que recogen los resultados de las pruebas internacionales y las EGD van
dirigidos a las administraciones educativas. La audiencia de estos textos son los
responsables de las políticas educativas. El objetivo no es, por tanto, suministrar a los
centros datos que les permitan mejorar sus procesos de enseñanza (Roca, 2013). La
evaluación del sistema es también la meta de las EGD. En cambio, las pruebas que
aplican las comunidades autónomas pretenden, desde una función formativa, reorientar
la actuación de los centros escolares, como veremos en el siguiente apartado.
Dado su propósito, las EGD son muestrales y abarcan cuatro competencias:
comunicación lingüística, matemática, conocimiento e interacción con el mundo físico, y
competencia social y ciudadana.Las pruebas se aplicaron por primera vez en 2009 y
2010 en cuarto de Educación Primaria y segundo de ESO, respectivamente (Ministerio
de Educación, 2010d; 2011). La elección de estos cursos, punto intermedio de cada
etapa, se debe a la voluntad de que los resultados de la evaluación permitieran rectificar
errores, que en su caso pudieran estar cometiéndose en los procesos de enseñanza, antes
de finalizar estos periodos escolares. Por otra parte, se quería dar un mensaje claro de
que no se trataba de pruebas acreditativas de final de etapa.
En el diseño de las pruebas se ha dedicado también en este caso mucho esfuerzo a
desentrañar los fundamentos teóricos de las preguntas desde el punto de vista de los
procesos vinculados a cada competencia. En la tabla 7.3 se recogen como ejemplo los
procesos y destrezas de la competencia matemática evaluados. Sin embargo, son textos
que pocos profesores consultan a pesar de la utilidad para el trabajo de los equipos
docentes.
En las EGD se aplican una serie de cuestionarios al alumnado y a la dirección de los
centros, que recogen información del contexto, de los recursos existentes y de la
organización del centro y del aula. Ello permite, como en el caso de las evaluaciones
internacionales, establecer relaciones entre estas variables y los datos de rendimiento.
Los resultados se desagregan por comunidad autónoma, lo que añade interés al informe.
Si a esto se une que el referente de los ítems es el currículum español, a diferencia de los
programas internacionales, podría concluirse que las EGD constituyen una herramienta
valiosa.
TABLA 7.3 Procesos cognitivos y destrezas que se pretenden evaluar en las pruebas de matemáticas de las
evaluaciones diagnósticas del Ministerio de Educación
Destrezas
Procesos
Reproducción
Acceso e
identificación
Descripción
Representa las acciones de recordar y
reconocer los términos, los hechos, los
conceptos elementales de un ámbito de
conocimiento y de reproducir fórmulas
183
Acciones
Nombrar, definir,
encontrar, mostrar, imitar,
deletrear, listar, contar,
recordar, reconocer,
Conexión
Reflexión
establecidas.
localizar, reproducir,
relatar.
Comprensión
Supone acciones como captar el sentido y la
intencionalidad de textos, de lenguajes
específicos y códigos relacionales e
interpretarlos para resolver problemas.
Explicar, ilustrar,
extractar, resumir,
completar, traducir a
otros términos, aplicar
rutinas, seleccionar,
escoger.
Aplicación
Comporta aptitudes para seleccionar, transferir
y aplicar información para resolver problemas
con cierto grado de abstracción y la de
intervenir con acierto en situaciones nuevas.
Clasificar, resolver
problemas sencillos,
construir, aplicar,
escoger, realizar,
resolver, desarrollar,
entrevistar, organizar,
enlazar.
Análisis y
valoración
Significa la posibilidad de examinar y
fragmentar la información en partes, encontrar
causas y motivos, realizar inferencias y
encontrar evidencias que apoyen
generalizaciones. Se empareja con
compromiso.
Comparar, contrastar,
demostrar, experimentar,
planear, resolver
problemas complejos.
Analizar, simplificar,
relacionar, inferir,
concluir.
Síntesis y
creación
Se corresponde con las acciones de compilar
información y relacionarla de manera
diferente, establecer nuevos patrones,
descubrir soluciones alternativas. Puede
asociarse a la resolución de conflictos.
Combinar, diseñar,
imaginar, inventar,
planificar, predecir,
proponer, adaptar,
estimar.
Juicio y
valoración
Representa capacidades para formular juicios
con criterio propio, cuestionar tópicos y
exponer y sustentar opiniones
fundamentándolas. En otro orden se asociaría a
acciones de planificación compleja, de
reglamentación y de negociación.
Criticar, concluir, determinar, juzgar,
recomendar, establecer
criterios y/o límites.
FUENTE: Evaluaciones Generales de Diagnóstico. Marco de la Evaluación, Instituto de Evaluación, Ministerio
de Educación, 2009.
Las evaluaciones de los centros docentes
Las evaluaciones externas
La ayuda que un centro escolar puede recibir a través de sistemas de evaluación externa
no se limita a las pruebas de rendimiento a las que nos hemos referido en estas páginas.
De hecho, este tipo de prácticas son relativamente recientes en nuestro país y además sus
resultados apuntan a conocer el funcionamiento del sistema educativo y no de cada
184
centro en particular. Mayor tradición y relevancia tienen para las escuelas individuales
los enfoques de gestión de calidad derivados del modelo de la Fundación Europea para la
Gestión de la Calidad (EFQM).
Se ha producido un notable avance desde que a mediados de los años noventa algunos
centros empezaron a evaluar su funcionamiento, incentivados entre otras razones por el
programa que el Ministerio de Educación puso en marcha mediante un premio para los
100 mejores colegios o institutos. Son muchas las organizaciones de centros privados y
concertados que han incorporado en sus colegios este tipo de procesos y que incluso han
desarrollado sus propios modelos. Los centros públicos se han sumado también, si bien
en menor proporción. En el caso de los que imparten enseñanzas de formación
profesional, es bastante habitual que apliquen además las normas ISO que AENOR ha
desarrollado para el ámbito de la educación.
Estos programas de evaluación, que conducen en determinados supuestos a sus
correspondientes acreditaciones, centran sus valoraciones básicamente en los procesos
de centro (liderazgo, comunicación, participación…) y recogen también indicadores de
satisfacción de la comunidad educativa. El análisis de los resultados de aprendizaje se
realiza a partir de los propios datos con los que cuenta el centro. Carecer de pruebas
externas de rendimiento es una clara debilidad para los modelos de calidad y resulta a su
vez un motivo para complementar en su caso estas iniciativas con los datos que las
evaluaciones autonómicas de diagnóstico proveen.
A partir de la LOE, la mayoría de las administraciones educativas autonómicas han
desarrollado sus propias evaluaciones diagnósticas, que, a diferencia de las nacionales,
pueden ser un estímulo notable para los procesos de mejora de los centros escolares. En
primer lugar, porque en este caso cada centro recibe un informe con los resultados de su
alumnado. Si bien la información que se obtiene de estas pruebas permite acceder a
datos medios generales del conjunto de la población escolar de la comunidad, esta no es
su única ni principal función. El objetivo es formativo en la mayoría de las comunidades
autónomas: ayudar a los colegios e institutos a analizar su práctica a partir de los
resultados académicos y a poder identificar en su caso problemas de aprendizaje que
todavía pudieran ser resueltos. Otras comunidades autónomas, por el contrario, basan su
estrategia en la publicación ordenada de los resultados de los centros y en el estímulo
que supondrá en el futuro la competencia entre ellos por la presión social y el interés de
la comunidad escolar de mejorar la imagen de su escuela.
La forma en que se elabora el informe que el centro recibe influye obviamente en la
posibilidad que este tiene para aprovechar la información. En aquellas comunidades en
que las administraciones educativas hacen públicos los resultados, se distorsionan los
posibles efectos positivos de la evaluación, ya que se ofrece una imagen negativa de un
número significativo de centros pues no se tienen en cuenta ni sus progresos a lo largo de
su historia ni otros resultados educativos. El malestar y el desánimo, y dedicarse a
preparar a los alumnos para obtener mejores resultados en las siguientes pruebas,
185
olvidando otros objetivos educativos, pueden ser en estos casos las únicas respuestas de
una comunidad educativa. Pero esta es la tendencia minoritaria. La mayoría de los
institutos de evaluación autonómicos han ido refinando tanto las pruebas como los
informes y en este momento la comunidad escolar podría explotar los resultados de una
forma mucho más rica de lo que habitualmente se hace. El modelo de informe de centro
de la Comunidad Autónoma del País Vasco es un buen ejemplo de cómo seleccionar y
presentar los datos 9 (véase tabla 7.4).
TABLA 7.4 Contenido del informe de centro de las evaluaciones diagnósticas de la Comunidad Autónoma del
País Vasco
1. Resultados de centro y del grupo o grupos participantes en cada una de las competencias básicas evaluadas.
2. Distribución del alumnado por niveles de competencia en cada una de las competencias básicas.
3. Datos comparativos según el nivel socioeconómico y cultural del centro.
4. Datos comparativos por estrato (modelo lingüístico y red educativa).
5. Relación entre el resultado obtenido por el centro y el resultado esperado según su nivel socioeconómico y
cultural.
6. Evolución de los resultados tomando como referencia la media del centro en años anteriores.
7. Distribución de resultados del alumnado en cada uno de los grupos evaluados.
FUENTE: Elaboración propia a partir de http://www.ediagnostikoak.net/
Como puede comprobarse, la información es amplia y relevante. Permite analizar el
tipo de aprendizajes adquiridos por los alumnos, al presentar los resultados en términos
de niveles de competencia; pero no deja de lado la perspectiva de la equidad, al
introducir en los análisis la influencia del nivel socioeconómico y cultural del centro y
del propio alumno. Por otra parte, las evaluaciones diagnósticas autonómicas son
censales, es decir, se aplican al conjunto de la población escolar de los cursos elegidos,
de manera que todos los centros pueden conocer sus resultados. En muchas páginas web
de los institutos de evaluación se puede acceder además a los ítems liberados con el fin
de que los docentes, al analizar el informe del centro, puedan hacer una lectura rica
desde el punto de vista curricular. No obstante, algunas comunidades elaboran pruebas
que ponen de manifiesto una concepción trasnochada del conocimiento, con ítems que
requieren un aprendizaje meramente repetitivo y técnico, incoherente por tanto con un
enfoque de competencias. Sirva como ejemplo el caso del dictado, que se incluye en las
pruebas de la Comunidad de Madrid. Realizar bien un dictado no permite evaluar la
competencia comunicativa. El alumno no tiene que proponerse una meta, ni
representarse la audiencia, ni tomar decisiones retóricas o de contenido. Se trata de una
tarea poco relevante. En estos casos, las evaluaciones solo aportan consecuencias
negativas para los centros y los alumnos.
Determinadas evaluaciones diagnósticas autonómicas dan lugar también a un informe
individual de cada alumno o alumna, que se entrega a la familia desde el centro escolar.
Los más útiles expresan el rendimiento alcanzado mediante una descripción de las
186
competencias que ya se consideran adquiridas. Suele establecerse además una
comparación con el resto del grupo y se introduce asimismo el efecto del nivel
sociocultural. No hay que olvidar que el efecto que finalmente produzca dependerá en
gran medida de la interpretación que la familia haga del informe. Ayudar a los padres a
comprender los resultados y a derivar posibles consecuencias para seguir apoyando el
aprendizaje de sus hijos e hijas se convierte desde esta perspectiva en una clara
necesidad. Las reuniones del tutor con las familias son espacios muy adecuados para esta
función, ya que permiten enmarcar la evaluación en su función formativa y traducir los
resultados en iniciativas de mejora concretas, comprensibles para las familias, que
generen expectativas positivas y en las que se destaque cómo pueden colaborar los
padres sin abrumarles con demandas desajustadas a la realidad de cada situación
familiar. Por otra parte, estos resultados deben ser interpretados con las familias en el
marco del conjunto de la información que los docentes tienen sobre su hijo. Por más
valiosos que puedan ser los datos de evaluación externa, no pueden anular el
conocimiento que proviene del proceso escolar cotidiano.
Los centros tienen acceso, pues, a una oferta cada vez más amplia de programas
externos de evaluación, a los cuales a veces se incorporan de forma voluntaria y otras
porque su administración educativa o titularidad así lo exige. El beneficio que pueden
estar extrayendo de ello es sin duda muy variado. Saber gestionar la información de las
evaluaciones diagnósticas implica ser consciente de los riesgos, actuar para prevenirlos y
aprovechar las oportunidades. La mejor manera de contribuir a que el conjunto de la
comunidad escolar haga una lectura positiva de las evaluaciones externas es demostrar
que realmente han servido para introducir cambios relevantes en el funcionamiento del
centro, lo que a veces no es posible cuando se proporciona una información pública que
desanima a analizar los datos recibidos. En cualquier caso, es preciso integrar los datos
procedentes de las evaluaciones externas con la valoración proporcionada por la
evaluación interna, irrenunciable para la mejora del funcionamiento del centro y los
aprendizajes de los alumnos.
La evaluación interna de los centros
No resulta especialmente útil intentar establecer una delimitación estricta entre
evaluación interna y externa y mucho menos plantear ambas opciones como alternativas
entre las que hubiera que elegir, pues ambas son necesarias. Sin embargo, parece
justificado señalar que, así como las evaluaciones realizadas por agentes externos al
centro con instrumentos estandarizados han ido ganando presencia, la cultura de la
evaluación interna no se ha consolidado en las escuelas españolas. Desde la experiencia
del Plan EVA que el ministerio puso en marcha entre 1991 y 1996 (MEC, 1996), no se
ha producido una intervención planificada y sistemática para impulsar la evaluación de
centros, a pesar de que la LOE, en el artículo 145, lo recoge como uno de los niveles
187
necesarios de la evaluación.
Las evaluaciones externas, tanto las que ofrecen datos del rendimiento de los alumnos
como las que se centran en el funcionamiento del centro, aportan alguna información
relevante acerca de varias de las dimensiones educativas. Pero son insuficientes para
conocer con profundidad el funcionamiento y la cultura de un centro, y para comprender
el proceso de aprendizaje de los alumnos en toda su complejidad. La evaluación interna
tendría, pues, una función central: valorar la organización y el funcionamiento del centro
e identificar los aspectos más positivos que deben reforzarse, así como las insuficiencias
que dificultan la acción educativa de los profesores que es preciso mejorar. Además,
tendría que reinterpretar las informaciones que proceden de las evaluaciones externas a
partir del conocimiento de la realidad del propio centro.
¿Qué debería incluirse en la evaluación de un centro? El modelo CIPP (ContextoInput-Proceso-Producto) de evaluación global de Stufflebeam y Shinkfield (1987), ya
citado, puede servir de marco para contestar a esta pregunta. En primer lugar, es preciso
tener en cuenta el contexto del centro. Para ello, junto con los datos que el propio colegio
o instituto recoja, es importante utilizar el índice de nivel sociocultural que las
evaluaciones de diagnóstico ofrecen. Los resultados que el centro obtenga deben ser
interpretados siempre teniendo en cuenta el contexto. Atender al input, es decir a la
entrada, supone analizar el punto de partida de los procesos, tanto de enseñanza como de
aprendizaje. Esto implica una perspectiva temporal que permita identificar las
tendencias: ¿avanzamos, retrocedemos, estamos estancados? En el caso específico del
rendimiento académico, significa valorar el nivel de aprendizaje en relación con el que
tenían los alumnos al empezar y no solo con respecto a estándares externos.
En lo relativo a los procesos, es fundamental evaluar los que se producen en el nivel
del centro, pero resulta imprescindible llegar al aula. La comunicación, la participación,
el liderazgo y otros elementos de la cultura y la organización de una escuela son en cierta
medida una meta en sí mismos, pero sobre todo son condiciones necesarias para que los
procesos de enseñanza y aprendizaje que tienen lugar en las clases puedan llevarse a
cabo adecuadamente. A pesar de su importancia, el aula se sigue manteniendo
demasiado a menudo fuera de este análisis, como vimos en el capítulo 5.
Finalmente, por lo que respecta a los resultados, sin duda los aprendizajes de los
alumnos son el indicador fundamental. La responsabilidad de un centro escolar es que
todos sus alumnos y alumnas aprendan lo más posible. No obstante, hay más indicadores
de resultados. También es mejor centro aquel en el que docentes, alumnado y familias se
encuentran más satisfechos y comprometidos, o el que más aporta al entorno social en el
que se encuentra, por citar únicamente algunos otros elementos que deberían tenerse en
cuenta en la evaluación.
La evaluación interna debería también valorar todas aquellas actuaciones sistemáticas
que el centro está poniendo en marcha en forma de innovaciones o planes específicos.
Las medidas para mejorar la convivencia, el funcionamiento de la biblioteca o la
188
incorporación de las TIC serían ejemplos de ello. En último término, se trata de
establecer hábitos que ayuden a evitar que las escuelas pongan en marcha planes cuyos
efectos no se analizan con rigor, no se reajustan y difícilmente contribuyen por tanto a la
mejora.
En esta valoración interna de los centros la perspectiva de la equidad debe estar
presente en todos los análisis. Algunas preguntas son necesarias: ¿responden a un
determinado perfil quienes tienen más dificultades de aprendizaje o repiten? ¿Cuántos
alumnos y alumnas abandonan el centro? ¿Quiénes son? ¿Cuándo lo hacen? ¿Se
distribuyen los resultados de aprendizaje de forma semejante en todos los grupos y
materias? ¿Cuántos y quiénes están en grupos específicos?
Sin duda, producir un cambio relevante y duradero en la cultura y en la práctica
escolar es un proceso complejo, como veíamos en el capítulo 4. Junto con la evaluación,
requiere los ingredientes de toda innovación: formación, liderazgo, condiciones para el
trabajo colaborativo del equipo docente, complicidad de las familias… Sin embargo, la
enumeración de esta larga lista de necesidades no puede llevar a pensar que es
imposible. En otros países la cultura de la evaluación interna está mucho más presente y
es de hecho una clara apuesta como vía para mejorar la calidad de la enseñanza.
Un buen ejemplo de este enfoque es el apoyo que en Inglaterra se presta a las
escuelas desde la Ofsted (Office for Standards in Education), institución encargada de
llevar a cabo inspecciones de los distintos servicios y ámbitos de la educación. Entre las
múltiples funciones y actividades que realiza, la Ofsted cuenta con un protocolo de
autoevaluación de las escuelas mediante el cual se les ayuda a valorar los aspectos
básicos de su funcionamiento con el fin de elaborar un plan de mejora. Este instrumento,
A New Relationship with Schools: Improving Performance trough School SelfEvaluation 10 , editado por el Departamento de Educación y la Ofsted en 2004, sirve al
centro para sistematizar su evaluación interna y permite también a los servicios de
inspección comprobar la evolución de la escuela en sus visitas de control.
En esta misma línea, el Servicio de Inspección para las Escuelas Escocesas desarrolló
en 2006 una guía, How good is our school? The journey to excellence 11 , en la que se
establecen indicadores de logro en las dimensiones que se considera deben formar parte
de una evaluación interna. Junto con los procesos e instrumentos que ofrecen las propias
administraciones, en estos países cada vez se cuenta con un mayor número de recursos
elaborados por empresas y organizaciones educativas de distinto tipo que permiten
afrontar de forma sistemática la valoración de distintos aspectos relevantes en el
funcionamiento de un centro escolar.
El propio programa PISA, consciente de la escasa repercusión que sus costosas
evaluaciones estaban teniendo en el funcionamiento de los centros escolares, ha puesto
en marcha la iniciativa PISA para centros educativos (PISA for schools) 12 . Se trata de
una herramienta que permite a cada escuela o red de escuelas evaluar el rendimiento de
sus alumnos y alumnas de 15 años en comprensión lectora, matemáticas y ciencias con
189
unas pruebas que el propio centro aplica y cuyos resultados pueden compararse con los
del programa general de PISA. En la evaluación se tiene en cuenta el nivel sociocultural
de los estudiantes, así como su ambiente de aprendizaje. Se ha llevado a cabo la
aplicación piloto en España y la OCDE espera poder ofrecer el programa en breve a los
centros interesados.
No obstante, la mayor barrera sigue siendo la falta de conciencia de la necesidad de
que el centro se autoevalúe. Si se asumiera que es un elemento esencial de la calidad de
la enseñanza, las administraciones empezarían a apoyarlo, se incluiría entre las metas de
la formación del profesorado, se desarrollarían instrumentos, y las familias y la sociedad
en general se habituaría a pedir a los centros escolares información sobre estos procesos
y a participar en ellos. Llevará años, como todo cambio cultural, por lo que es importante
avanzar cuanto antes y aprovechar el impulso que el auge de los procesos de evaluación
externa está suponiendo.
Evaluación y mejora de la calidad de la educación
El uso de la información de las evaluaciones del sistema educativo
Un primer impacto de estos programas es el que se produce en la sociedad al difundirse
en los medios de comunicación. La complejidad de los informes, la falta de preparación
técnica de los periodistas y la urgencia que caracteriza a los medios suele producir un
resultado poco riguroso. La información suele orientarse hacia los datos y
comparaciones más llamativos y escasamente matizados o contextualizados. A menudo
se interpretan diferencias en las puntuaciones en términos de niveles o cambios
significativos cuando realmente no lo son desde el punto de vista psicométrico. Las
administraciones educativas deberían contrarrestar esta imagen distorsionada a través de
la difusión de un resumen sucinto pero riguroso, que fuera creando una cultura en el
ámbito de la evaluación.
No obstante, la labor más importante del Ministerio y las Consejerías o
Departamentos de Educación es decidir qué medidas van a tomar a partir de los
resultados e interpretaciones de las evaluaciones, conscientes de que las decisiones
adoptadas no manifestarán sus posibles beneficios hasta varios años —y varias
evaluaciones— después.Conscientes también de las limitaciones de estas pruebas, a las
que ya se ha hecho referencia, y aprovechando en cambio lo más valioso de ellas. En las
críticas a PISA se enfatiza el riesgo de los rankings, que compartimos sin reservas. Sin
embargo, es también lamentable que ciertas administraciones no difundan ni tengan en
cuenta los datos relativos a la equidad que este programa presenta.
Es, por lo tanto, fundamental encontrar el equilibrio adecuado en el papel de las
evaluaciones externas internacionales en el diseño de las políticas educativas. Por un
lado, no debería desperdiciarse todo lo que pueden aportar si se hace un buen uso de los
190
resultados. Sin embargo, los datos muestran que la repercusión en la política educativa
en el caso de España ha venido siendo muy escasa, cuando no contradictoria (Coll y
Martín, 2006). Por otra parte, las decisiones de los gobiernos no pueden regirse por estos
programas. La responsabilidad de los administradores de la educación es precisamente
atribuirles la importancia que les corresponde. Es también tarea suya tener en cuenta los
efectos indirectos de las evaluaciones a través de la formación de las creencias,
opiniones y valoraciones de la opinión pública; por medio de la toma de conciencia
sobre la situación de la educación de diversas instituciones como municipios, familias o
escuelas u otros agentes sociales que de una u otra manera intervienen en la arena
educativa. Esto es parte esencial de la cultura de la evaluación y sobre ella debe también
actuarse.
Las evaluaciones de los centros docentes y los procesos de cambio
Como se ha argumentado en el apartado anterior, la evaluación de los centros es la
apuesta que más repercusión puede tener en la calidad de la enseñanza. Por ello, las
administraciones educativas deben elaborar y presentar los resultados de las
evaluaciones de modo que faciliten su utilización por el conjunto de los docentes. Los
datos no hablan por sí mismos, hay que saber analizarlos e interpretarlos y, lo que es más
importante, ser capaces de derivar consecuencias para la toma de decisiones y la mejora
de los centros. En consecuencia, es preciso que los profesores hayan adquirido los
conocimientos necesarios para realizar esta tarea.
El paso de los resultados de un informe de evaluación externo o de la propia
evaluación interna a iniciativas o planes de mejora es un proceso complejo que requiere
personas que lo lideren, condiciones de organización que permitan implicar al mayor
número posible de docentes, y profesores competentes capaces de realizar este proceso.
La complejidad y las condiciones necesarias dependerán, no obstante, del tipo concreto
de intervención que se pretenda impulsar. Un cambio en la programación de una
asignatura concreta exige el interés, la colaboración y la voluntad de los profesores
correspondientes, lo que no es poco. Sin embargo, una transformación en las formas de
convivencia o la incorporación de las nuevas tecnologías en el proceso de enseñanza y
aprendizaje escolar demanda, además, un compromiso colectivo y un liderazgo
institucional.
Es el momento de volver al capítulo 6 sobre el liderazgo distribuido. Los cambios que
se originan en las evaluaciones deberían ser planteados por los distintos ciclos
educativos o departamentos, o por aquellos grupos de profesores con iniciativas
innovadoras. La función del equipo directivo será animar este proceso, resolver los
problemas organizativos y temporales y cuidar que no haya un número significativo de
profesores que se queden al margen.
Todo ello requiere una mayor familiaridad de los docentes, y sobre todo de los
191
equipos directivos de los centros, con el significado de los procesos de evaluación. Lo
que antes podía considerarse conocimientos propios tan solo de expertos en este ámbito,
son ahora herramientas necesarias para todo profesor. No se trata de que los docentes
tengan que saber diseñar pruebas de evaluación, ni mucho menos realizar los análisis de
los datos. Sin embargo, cualquier docente debe entender qué meta se persigue con un
determinado programa de evaluación y adoptar su propia posición al respecto. Si no se
comparte el objetivo del proceso, no es probable que pueda sacar provecho de él. Tiene
también que saber interpretar las conclusiones generales de los estudios y sobre todo
debe poder desentrañar el significado curricular de los resultados, ya que es en este
campo concreto en el que debería introducir las mejoras que considere convenientes. El
profesor tendría asimismo que saber discriminar qué parte de la información debe ser
trasladada a las familias, o a los propios alumnos, y cómo debe hacerse esta
comunicación.
La formación en evaluación de la calidad debería formar parte de los estudios
destinados a la formación de profesores. Asimismo, en los centros escolares deberían
organizarse actividades para completar estos conocimientos en los equipos docentes, no
mediante cursos descontextualizados, sino aprovechando los momentos en los que llegan
a los colegios e institutos los resultados de los distintos tipos de pruebas.
No obstante, conviene recordar que la evaluación de un centro, por más valiosa que
pueda resultar al integrar en una reflexión conjunta la información obtenida por medios
externos y propios, no es un fin en sí misma. Debería convertirse en un medio para
abordar las insuficiencias detectadas. Si la mejor comprensión de por qué funciona un
centro de una determinada manera no se traduce en cambios en algún aspecto de su
proceso educativo, no sería correcto afirmar que la evaluación ha cumplido su principal
función: impulsar y guiar el cambio educativo para mejorar la calidad. Procesos de
evaluación y planes de mejora deberían plantearse como pasos hacia una misma meta.
Como señalábamos al inicio, la autonomía, el liderazgo, la participación y la
evaluación son factores de calidad que se requieren mutuamente. Los centros necesitan
ajustar su práctica educativa a las características de su contexto y a su población escolar
para poder alcanzar las metas comunes que el sistema educativo establece para todos los
alumnos y alumnas. Para ello deben tener un cierto grado de autonomía, que a su vez
demanda liderazgo y participación. Pero es fundamental que este mayor margen de
maniobra esté siendo supervisado por los responsables de la educación para comprobar
que esté contribuyendo a mejorar la calidad del centro de forma estable y continuada.
Los proyectos pactados entre la administración educativa y cada uno de los centros
constituyen, como se apuntó en el capítulo 4, la estrategia principal para elevar la calidad
de la enseñanza.
En consecuencia, la elaboración de propuestas de cambio o de planes de mejora
debería permitir a las administraciones educativas brindar a los centros un apoyo
diferenciado que respondiera a su vez a las distintas necesidades que en ellos se
192
identificaran. En esta lógica de «mejores condiciones en respuesta a programas de
mejora», de nuevo la evaluación vuelve a ser esencial. Si un centro planifica un
programa de apoyo al aprendizaje sólidamente fundamentado en datos de evaluación,
que requiere contar con condiciones o medios especiales, sería razonable que la
administración les diera prioridad en detrimento de otros centros cuya situación
educativa fuera menos exigente. Es preciso asegurar una financiación básica y suficiente
a todos los centros, desde luego, pero abordar también una gestión diferencial atendiendo
a dos variables: los retos sociales y culturales de cada centro y sus proyectos y resultados
posteriormente obtenidos. La evaluación de los proyectos que desde esta perspectiva
exigieran más recursos sería una condición necesaria para su mantenimiento o
adaptación.
Los retos de la evaluación en España
Tras más de dos décadas de la creación del Instituto Nacional de Evaluación, como hito
que marca la incorporación de España a los programas de evaluación externa de la
calidad y el impulso general de la cultura de la evaluación, ¿cuáles son en este momento
los temas más polémicos? ¿Cuáles los riesgos a los que se debe prestar atención?
La relevancia de las evaluaciones de centro
No parece necesario oponer el esfuerzo que realizan las administraciones educativas en
las evaluaciones externas de diagnóstico al necesario impulso de las prácticas de
autoevaluación de los centros. Ambas orientaciones deben reforzarse y coordinarse. Pero
lo más llamativo es que todavía el sistema educativo español no cuenta con iniciativas ni
estructuras que promuevan la evaluación de los centros más allá de las pruebas de
rendimiento académico. Como se ha señalado, la tendencia en los sistemas educativos de
los países de nuestro entorno es la contraria. En coherencia con la idea de que el centro
escolar es la unidad de la calidad, debería ser en él donde se concentraran las políticas de
gestión del cambio, impulsadas por la autoevaluación. Los datos de TALIS señalan que
España es uno de los países en los que menor presencia tienen los programas de
evaluación de centros y de docentes y ello no solo no ha llevado a cambios en la
normativa vigente, sino que los intentos de avanzar en esta dirección han puesto de
manifiesto las resistencias que existen en la mayoría de los colectivos que componen la
comunidad escolar.
Parece necesario avanzar en una doble dirección. Por una parte, ofrecer a los centros
modelos de evaluación interna de su funcionamiento que les permita reflexionar sobre su
acción colectiva. Por otra, colaborar con aquellos que quisieran incorporarse a algún
proyecto de evaluación externa de sus centros, bien ofrecido por la propia
193
administración, bien por alguna de las instituciones que hayan sido acreditadas para esta
tarea. Todas las escuelas e institutos deberían realizar periódicamente un proceso de
evaluación.
El énfasis en la evaluación interna no supone una minusvaloración de las
evaluaciones externas. Lo que se afirma es que estas evaluaciones no pueden sustituir a
las que realizan los profesores y las escuelas, sino que deben estar al servicio de estas
últimas. En un momento de crisis económica es importante tener claras las prioridades y
racionalizar el gasto. ¿La inversión simultánea en los múltiples programas
internacionales, las EGD y las pruebas autonómicas se está traduciendo en mejoras en la
calidad de la enseñanza?
La tensión entre las evaluaciones externas y el currículum
La fuerza de las evaluaciones externas puede ser al mismo tiempo su principal riesgo. A
lo largo del texto se han argumentado las limitaciones que necesariamente se dan en una
evaluación externa estandarizada, incluso cuando esta se realiza en las condiciones más
favorables. No es posible, al menos en este momento, evaluar por estos procedimientos
todos los aprendizajes que las mismas agencias internacionales o administraciones
educativas dicen que es preciso adquirir para desenvolverse en la sociedad del
conocimiento como un ciudadano con plenos derechos y deberes.
Es un error por tanto considerar que las evaluaciones externas son el currículum que
se debe enseñar y evaluar en el aula (Martín, 2009). Como se analiza con más
profundidad en el siguiente capítulo, el currículum es siempre más amplio que aquello a
lo que se puede acceder en una prueba estandarizada. Es más, algunos de los
aprendizajes más relevantes, como la competencia para enfrentarse con iniciativa a
situaciones novedosas o para no caer en el desaliento cuando las soluciones no aparecen
en el primer intento, o la competencia de sentirse corresponsable de problemas que no
necesariamente tienen una repercusión directa en uno mismo, resultan demasiado
elusivos para las tareas que se vienen utilizando en las evaluaciones estandarizadas.
Podemos acceder a la conceptualización que tienen de la iniciativa, la constancia o la
empatía, pero eso no significa que su tendencia de comportamiento —su actitud— se
corresponda con lo que declaran.
Aunque podamos ser conscientes de esta distancia entre lo que debemos enseñar y
evaluar y lo que las pruebas externas evalúan, la presión que estas ejercen es muy grande
y en muchos casos acaba recortando y deformando el currículum. Cuando currículum y
evaluación van alineados, ambos pueden potenciarse. Cuando se distancian sin que los
docentes diferencien claramente qué función tiene cada uno, es habitual que se acabe
dando prioridad únicamente a los aprendizajes que las evaluaciones externas
estandarizadas incluyen. Esta situación llega a su máxima expresión cuando las pruebas
tienen alguna repercusión acreditativa, como es el caso de las reválidas.
194
Un escollo fundamental: las reválidas
La incorporación de las pruebas obligatorias para todos los alumnos al término de la
Educación Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato que la LOMCE establece va
a suponer profundas transformaciones en los sistemas de evaluación de los centros y de
los propios alumnos. Dejemos para el capítulo 9 sus efectos en el proceso de enseñanza y
aprendizaje de los alumnos y avancemos en estas páginas sus consecuencias para la
evaluación de los centros, la información a las familias y los programas para mejorar la
calidad de la enseñanza.
No parece aventurado predecir que la existencia de reválidas obligatorias para que los
alumnos puedan continuar sus estudios en el Bachillerato y en la Formación Profesional
marcará la orientación de los centros, sus prioridades en el proceso de enseñanza y
aprendizaje, sus sistemas de evaluación interna y su valoración social. El ejemplo es la
prueba de selectividad para el acceso a la Universidad. La gran mayoría de los profesores
de Bachillerato comparten la idea de que estos dos años, en especial el último, están
orientados fundamentalmente a que la mayoría de sus alumnos aprueben la selectividad.
Así lo viven también los propios estudiantes, para quienes la prueba se ha convertido en
una obsesión, no tanto por aprobarla, sino por obtener la nota suficiente para el acceso a
los estudios a los que aspiran. En el fondo, la prueba de selectividad es más un examen
para ordenar el acceso de los alumnos en función de los puestos escolares en los grados
universitarios. La selectividad propiamente dicha la realizan los propios institutos al
impedir que un significativo porcentaje de alumnos puedan presentarse o no a ella: son
los profesores los que suspenden con el objetivo prioritario de conseguir unos buenos
resultados del centro en la prueba de selectividad que puedan mostrar como indicador de
su calidad.
Es esperable el mismo efecto en el caso de la prueba que se realizará al término de la
ESO y, en menor medida por no tener repercusiones académicas pero sí de imagen
pública, en las que se realizarán al finalizar la Educación Primaria. Esta es sin duda la
consecuencia más perniciosa de las reválidas. Su existencia en el sistema educativo
puede distorsionar enormemente el proceso de enseñanza y aprendizaje y orientar el
esfuerzo de profesores y alumnos solo a superar las pruebas. ¿En qué lugar quedará el
esfuerzo para aprender a convivir, para aprender a ser y para lograr determinadas
competencias que difícilmente formarán parte del tipo de ítems habituales en las pruebas
externas censales?
Si la incorporación de las reválidas va a producir una grave distorsión en los procesos
de enseñanza y aprendizaje, la situación va a ser aún más dramática debido al nuevo
currículum aprobado para el desarrollo de la LOMCE. Dejemos este tema para el
próximo capítulo, pero no olvidemos durante su lectura la relación entre la evaluación y
el currículum.
195
1 Mayúscula en el original.
2 Se puede encontrar más información en el monográfico del n.º 348 de Revista de Educación.
3 El informe español de 2013 puede encontrarse en https://sede.educacion.gob.es/publiventa/descargas.action?
f_codigo=16084&codigoOpcion=1
4 El informe español de 2013 puede encontrarse en http://www.mecd.gob.es/dctm/inee/indicadoreseducativos/objetivos20202013.pdf?documentId=0901e72b8181d4fa
5 La publicación del sistema estatal de indicadores de la educación de 2012 puede encontrarse en
http://www.mecd.gob.es/dctm/inee/indicadores-educativos/seie2012.pdf?documentId=0901e72b81477552
6 Se puede encontrar toda la información sobre las características y los resultados de estos programas de
evaluación del rendimiento en la página web del Instituto Nacional de Evaluación Educativa del Ministerio de
Educación, http://www.institutodeevaluacion.educacion.es/
7 En http://www.mecd.gob.es/inee/Recursos.html se encuentran varias publicaciones que recopilan ítems de
distintos programas de evaluación del rendimiento, para el profesorado de Educación Primaria y de Educación
Secundaria.
8 El 5 de mayo de 2014, Heinz-Dieter Meyer y Katie Zahedi dirigieron una carta sumamente crítica al director del
Programa PISA, Andreas Schleicher, que fue apoyada con la firma de al menos 80 expertos educativos:
http://globalpolicyjournal.com/blog/05/05/2014/open-letter-andreas-schleicher-oecd-paris
9 Puede consultarse toda la información relativa a las pruebas diagnósticas de la Comunidad Autónoma del País
Vasco en http://www.ediagnostikoak.net/
10
http://webarchive.nationalarchives.gov.uk/20130401151715/https://www.education.gov.uk/publications/eOrderingDownload/1290
2005PDF-EN-01.pdf
11 http://www.educationscotland.gov.uk/Images/HowgoodisourschoolJtEpart3_tcm4-684258.pdf
12
http://www.mecd.gob.es/dctm/inee/pisa-for-school/informacionbasicapisaforschools.pdf?
documentId=0901e72b8162dd19
196
CAPÍTULO 8
EL CURRÍCULUM ESCOLAR
En los capítulos anteriores hemos analizado los principales factores que influyen en la
calidad de la educación escolar, pero su impacto positivo se manifestará si llegan
realmente a modificar las prácticas en el aula, es decir, si consiguen mejorar los procesos
de enseñanza y aprendizaje. En el capítulo 4 ya se señalaba que uno de los problemas de
las reformas es que inciden en elementos de la organización y de la estructura en el nivel
del sistema educativo o del centro escolar, pero esto no se traduce necesariamente en
cambios sustantivos en la forma de enseñar, y por tanto tampoco en la forma de aprender
(Tedesco, 2009; Coll, 2009).
Las reformas de las últimas décadas han conseguido importantes avances en el acceso
a la educación (ampliación y gratuidad de la Educación Infantil, extensión de la
educación obligatoria) y en la mejora de las condiciones de enseñanza (profesores
especialistas en Educación Primaria, reducción de los alumnos por aula, incorporación
de las TIC…), pero a menudo no han logrado cambiar de forma sustancial la manera de
enseñar de gran parte de los docentes, anclados en su cultura y su historia.
Finalmente, la clave está en los procesos de interacción que tienen lugar en las aulas.
Pero ello no es ajeno a las decisiones que previamente se toman acerca de cuál es la
función específica de la escuela, ni a la selección de los saberes que los alumnos deben
aprender durante los cada vez más numerosos años de escolarización. Cómo identificar y
definir las intenciones educativas que se plasman en el currículum sigue siendo de hecho
un tema complejo y polémico. Planificación y puesta en práctica, diseño y desarrollo
curricular, son dos procesos recursivos. Las clases, por fortuna, nunca responden
exactamente a lo planificado y lo que en ellas sucede —el currículum en acción— a su
vez lleva a revisar lo que habíamos programado. A pesar de lo artificial que puede
resultar separar las dos caras de la misma moneda en capítulos distintos, en este
abordaremos los principales debates que se suscitan en torno a la definición del
currículum que realizan las administraciones educativas y en el siguiente
reflexionaremos acerca de las líneas de mejora de las prácticas de aula.
La repercusión de los cambios sociales en el currículum
Cuando se define el currículum escolar, se están identificando aquellos aspectos del
desarrollo humano que dentro de una cultura determinada se consideran esenciales para
197
poder enfrentarse de forma cada vez más autónoma a los problemas que van surgiendo a
lo largo de la vida. Como se analizaba en el primer capítulo, se parte de un modelo de
persona que se quiere capaz de ir construyendo un plan de vida, de contribuir a su
desarrollo personal pero también a la participación activa en un grupo social; un
ciudadano que busque ejercer sus derechos y cumplir con los deberes para con él mismo
y con quienes le rodean. Sin embargo, estos aprendizajes no se producen exclusiva ni a
veces principalmente en el entorno escolar. La educación es mucho más que la
escolarización. ¿Quiere esto decir que la importancia de la escuela ha disminuido? No
necesariamente. Las capacidades que hoy en día se requieren son cada vez más
complejas y muchas de ellas no quedan garantizadas por el resto de los entornos
educativos, sobre todo en algunos contextos sociales.
Lo que sí parece evidente es que para que la escuela pueda seguir ejerciendo
influencia educativa tiene que llevar a cabo importantes cambios. Entre ellos, sin duda,
es preciso repensar qué se debe aprender y enseñar y cómo es la mejor manera de
hacerlo. Sin embargo, las transformaciones no se han producido solo en estos elementos
de las intenciones educativas. El dónde y el cuándo, es decir los escenarios de
aprendizaje y los tiempos en que este se lleva a cabo, han cambiado también de forma
sustancial. Como plantea Coll (2013), las múltiples y profundas transformaciones
vinculadas a la sociedad de la información configuran una nueva ecología del
aprendizaje, utilizando el término de Barron (2006), y deberían hacer repensar el
currículum escolar. En los siguientes apartados analizaremos las principales
implicaciones que Coll plantea.
Dónde se aprende
Estos cambios han roto con la escuela y el docente como fuente privilegiada de
conocimiento. Durante las etapas de escolarización los estudiantes realizan cada vez más
aprendizajes relevantes fuera de la escuela. Los contextos informales han ido ganando
peso en las experiencias de aprendizaje. El acceso a actividades de alfabetización
(ludotecas, cuentacuentos..), a la música, al deporte, a los idiomas o las nuevas
tecnologías, por citar solo algunos ejemplos, se comparten entre la escuela y estos otros
escenarios de educación informal o no formal, en los que a menudo el aprendizaje se
produce en mejores condiciones que en los centros escolares (mayor motivación, mejor
atención a la diversidad, ausencia o menor peso de la dimensión acreditativa de la
evaluación…). En estas experiencias no solo se desarrolla la dimensión disciplinar del
conocimiento. El desarrollo emocional, las habilidades sociales, la regulación de la
propia conducta y de la de otros, conocimientos todos ellos incluidos en las
competencias que la escuela debe contribuir a adquirir, se construyen en gran medida en
estas actividades cotidianas ajenas a la escuela.
Una de las consecuencias de la multiplicidad de los escenarios de aprendizaje es que
198
los centros escolares tienen que aprovechar estos recursos e incorporar a los aprendizajes
escolares estas experiencias. La continuidad entre los contextos formales e informales
favorece el aprendizaje y puede ayudar a superar el enclaustramiento y la endogamia a la
que tienden las escuelas. Los trabajos realizados desde los enfoques de los fondos de
conocimiento (Moll, Amanti, Neff y Gonzalez, 1992) o los recientes del aprendizaje
conectado (Mizuko, Gutiérrez, Livingstone, Penuel, Rhodes, Salen, Schor, Sefton-Green
y Craig Watkins, 2013) destacan la importancia para el logro académico de potenciar las
trayectorias personales de los alumnos aprovechando la fuerza y el sentido que tienen las
actividades realizadas en otros escenarios para relacionarlas con los aprendizajes
escolares, ayudando con ello a darles sentido también a estas últimas.
Por otra parte, las trayectorias de aprendizaje son cada vez más personalizadas en la
sociedad de la información, lo que vuelve a enfatizar la necesidad de atender a la
diversidad del alumnado que enfrenta las actividades escolares con una peculiar forma
de aprender, unos intereses específicos y unos conocimientos a los que es preciso que los
docentes ajusten su influencia educativa.
Es fundamental asimismo tomar conciencia de que las diferencias que los alumnos y
alumnas tienen en el acceso a este variado currículum extraescolar constituyen un claro
riesgo de desigualdad, como se señaló en el capítulo 3. La amplitud, variedad y riqueza
de estas experiencias no es independiente del nivel sociocultural de las familias. Desde la
perspectiva de una escuela inclusiva que contribuya a la equidad, es importante
planificar actividades que permitan a todos los alumnos disfrutar lo más posible de estas
actividades, más en el momento de crisis en que nos encontramos. Esto puede hacerse
desde actividades promovidas por los docentes relacionadas con las distintas áreas
curriculares, o desde el programa de extraescolares organizado habitualmente por las
AMPAS.
Sin embargo, estas iniciativas adquieren otra potencialidad cuando se ven inmersas en
un planteamiento más amplio de coordinación con el resto de los recursos educativos de
la comunidad social de la que los centros forman parte. Es desde esta perspectiva como
cobran especial sentido los Proyectos Educativos de Ciudad (PEC), o de unidades
territoriales que compartan una identidad y una administración local común. Cuando en
un municipio se diseñan conjuntamente las políticas de infancia y juventud, de familia y
las culturales, en coordinación con los centros escolares, se envía un mensaje inequívoco
de la importancia que para ese grupo social tiene la educación y se potencian las
experiencias de aprendizaje mucho más allá de la mera suma de cada una de ellas.
Crear centros de asesoramiento familiar en los cuales los padres aprenden a educar
mejor a sus hijos e hijas; abrir los polideportivos con ofertas de ocio alternativo a otras
actividades menos positivas para el desarrollo; favorecer el asociacionismo; ampliar la
oferta de las escuelas de música; impulsar planes de lectura desde la biblioteca
municipal; promover la oferta de teatro infantil y juvenil; establecer programas de
intercambio con iguales de otros países, o crear consejos de la juventud son ejemplos de
199
iniciativas que constituirían un PEC (Coll, 2010, Funes 2009). Las experiencias de este
tipo son todavía escasas, lo que no es de extrañar, puesto que suponen un notable cambio
de mentalidad y una coordinación de diferentes áreas de gestión que tiene muy poca
tradición en nuestro país. Sin embargo, ahora más que nunca son necesarias las
estructuras en red que amplifiquen los efectos de los distintos recursos mediante su
conexión e integración.
Cuándo se aprende
Esta nueva ecología implica asimismo importantes transformaciones en el cuándo
aprender. La perspectiva del aprendizaje a lo largo de la vida obliga a replantear la
función de la enseñanza obligatoria. Todo lo que una persona necesita aprender durante
su desarrollo no puede identificarse con lo que se enseña en las etapas obligatorias.
Como proponen Coll (2010) y Perrenoud (2011), esta tendría que entenderse como una
«educación básica inicial» en la que se deberían garantizar los pilares a partir de los
cuales se podrían aprender durante el resto de la vida otros conocimientos igualmente
esenciales. De esta forma será posible seguir afrontando las nuevas demandas que una
sociedad que cambia a un ritmo cada vez mayor plantea a las personas, no solo en el
ámbito laboral, sino también el personal.
Atender a esta necesidad supone que la enseñanza haga realidad el encargo que ha
recibido en el currículum de enseñar a los alumnos y alumnas la competencia de
aprender a aprender. Pero implica también tener la suficiente lucidez para identificar
aquello que, de no aprenderse en la escolarización obligatoria, sitúa al alumno en
inferioridad de condiciones para incorporarse a la sociedad como un miembro activo,
con posibilidades reales de ejercer sus derechos y deberes y de seguir aprendiendo en
momentos posteriores —lo básico imprescindible, en palabras de Coll (2007; Coll y
Martín, 2006b). Poder comunicarse, de forma oral o escrita, en distintos contextos
comunicativos y con diferentes finalidades, sería un claro ejemplo de un conocimiento
imprescindible. Confiar en las propias capacidades, enfrentar con serenidad la
incertidumbre y aceptar el error como un elemento esencial de cualquier aprendizaje son
también capacidades clave para seguir aprendiendo a lo largo de la vida.
Reconceptualizar el cuándo enseñar supone asimismo estructurar el sistema
educativo garantizando las vías de segunda oportunidad, es decir, los procedimientos por
los cuales un estudiante que en un momento determinado de su escolaridad ha
abandonado los estudios pueda volver a retomarlos. La educación básica tiene que poder
cursarse por algunos alumnos en una trayectoria temporal diferente a la prevista para la
mayoría. La posibilidad de obtener el Título de Graduado en Educación Secundaria
cursando los Programas de Cualificación Profesional Inicial, la prueba para la obtención
del título a partir de los 18 años, o la oferta de educación de adultos, son ejemplos de
estas vías de segunda oportunidad con las que se cuenta en la actualidad, alguna de las
200
cuales hace desaparecer la LOMCE.
Las pasarelas no deben limitarse obviamente a la etapa obligatoria, si bien el acceso a
la diversidad de caminos para obtener el Graduado en Educación Secundaria es una
prioridad desde el punto de vista de la equidad. Las conexiones entre Bachillerato y
Formación Profesional, el tránsito de los ciclos formativos a la Universidad, y la oferta
de formación continua reflejan la sensibilidad de un sistema educativo a la ampliación
del cuándo enseñar, expresión de una sociedad que aspira a organizarse en torno al
aprendizaje y al conocimiento de sus ciudadanos.
Esta nueva ecología del aprendizaje requiere un currículum más flexible, menos
homogéneo, menos sobrecargado y más centrado en los aprendizajes que hacen a las
personas más competentes para afrontar el día a día. El acierto en el grado de apertura
curricular, es decir en aquello que se establece con carácter prescriptivo para todos los
centros y lo que se deja a la autonomía de los equipos docentes, es uno de los puntos
esenciales para conseguir esta meta. El otro se refiere a la concepción sobre el tipo de
conocimientos que constituyen estos pilares básicos para el aprendizaje a lo largo de la
vida; la respuesta al qué enseñar. En los siguientes apartados desarrollaremos ambos
temas.
La apertura del currículum: descentralización administrativa y autonomía pedagógica
La LOGSE supuso un hito en la descentralización de las competencias educativas que
era preciso desarrollar a partir del modelo de relación establecido en la Constitución de
1978 entre el Estado y las comunidades autónomas. En concreto en el ámbito curricular,
se dio carta de naturaleza al principio de diferenciación entre los aprendizajes básicos
que deben garantizarse para cualquier alumno o alumna, responsabilidad por tanto del
Gobierno, y aquellos otros que los amplían y profundizan desde la perspectiva propia de
cada comunidad autónoma, cuya definición sería competencia de la administración
educativa correspondiente.
Distribución de competencias
Este reparto del currículum se tradujo en la regulación de las áreas o materias
curriculares obligatorias —y optativas de oferta obligada— y en el tiempo mínimo que
debe dedicarse a cada una de ellas en el horario escolar. Así, la LOGSE aprobó que el
Gobierno definiría, en las denominadas enseñanzas mínimas, el 55% del horario del
currículum en aquellas comunidades que deben enseñar otra lengua oficial además del
castellano (Cataluña, Galicia, País Vasco y Valencia) y el 65% en el resto. Las
Administraciones autonómicas por su parte establecen el currículum de carácter
prescriptivo que, completando las enseñanzas mínimas, recoge aquellos aprendizajes que
201
se consideran esenciales para el alumnado de su comunidad.
Hay que entender este acuerdo en términos políticos, no pedagógicos. No se trata de
un mero problema de porcentajes. Lo que se dirime son las distintas maneras de entender
la articulación de un estado autonómico. ¿Por qué el 55%? El mensaje que se quería
transmitir era que el Estado español debía tener una responsabilidad mayor que las
comunidades autónomas, pero que consideraba a estas corresponsables en materia
educativa. ¿Cómo se cuantifica el 55% o el 65% del conocimiento que debe aprenderse?
La clave está en el horario. Las horas de clase sí son cuantificables. Fijar el tiempo
mínimo que debe dedicarse a cada área o materia es un mecanismo de definición del
currículum común. El carácter político de este acuerdo se revela claramente en la razón
que explica por qué a las comunidades con lengua propia se les concede un 10% más de
apertura. Este porcentaje se corresponde con el que pueden distribuir estas comunidades
para la enseñanza de la lengua propia, que tiende a equipararse al que se establece con
carácter obligatorio para la lengua castellana. Ambas lenguas son consideradas así
igualmente oficiales y básicas en el aprendizaje. Por supuesto, el contenido de las
enseñanzas mínimas tiene una importante repercusión en la definición de lo que se
quiere sea la cultura compartida en el conjunto de la sociedad española, pero resulta
absurdo referirse a él en términos de porcentaje.
Esta distribución de competencias no se modificó en la LOCE ni en la LOE. Sin
embargo, la LOMCE sí ha introducido cambios que han suscitado una notable polémica,
sobre todo por parte de los gobiernos nacionalistas. Esta ley utiliza tres procedimientos
para controlar los aprendizajes que se quiere sean comunes para cualquier alumno del
sistema educativo español, con independencia de la comunidad en la que curse sus
estudios. El primero y principal, las reválidas de sexto de Educación Primaria, cuarto de
la ESO y segundo de Bachillerato, que se analizaron en el capítulo anterior. El contenido
de estas pruebas de evaluación lo fijará el Ministerio de Educación. Por otra parte, el
Gobierno se reserva también establecer el 50% del horario de las asignaturas troncales.
Por último, el Real Decreto por el que se establece el currículum básico alcanza un grado
de pormenorización que impide de hecho cualquier intento de añadir objetivos y
contenidos que respondan a peculiaridades u opciones de las comunidades autónomas o
de los centros escolares. Además, al añadir a los criterios de evaluación los estándares de
evaluación, la definición de las intenciones educativas se cierra de forma que se hacen
imposibles la autonomía docente y la atención a la diversidad.
Apertura del currículum y adaptación de la enseñanza
Pero las posiciones educativas que defienden la apertura del currículum no se
fundamentan en estas razones de descentralización administrativa, sino en la búsqueda
de una mayor autonomía pedagógica. La primera de ellas se basa en el supuesto de que
el currículum prescriptivo, que llega por tanto cerrado a los centros escolares, debe
202
definir únicamente aquellos aprendizajes básicos que toda persona necesitará para
desenvolverse como un ciudadano con plenos derechos y deberes en su grupo social. El
resto de los aprendizajes deben ser definidos por quienes en cada centro y cada aula
conocen las circunstancias específicas del contexto para poder así ajustar la respuesta
educativa a estas peculiaridades. Los niveles de concreción de las intenciones educativos
desempeñan, por tanto, una función de niveles de adaptación curricular.
Una segunda razón de la necesidad de la apertura se sustenta en el convencimiento de
que los docentes no pueden ser meros ejecutores de lo que otros establecen y que, al
quedar bajo su responsabilidad un importante número de decisiones, se favorece en los
centros procesos de reflexión conjuntos entre los docentes que mejoran su competencia
profesional. En otras palabras, a mayor apertura, mayor autonomía y adaptación al
entorno y también mayores posibilidades de desarrollo profesional. Junto a estas ventajas
pedagógicas, hay sin embargo otras razones que aconsejan establecer algunos elementos
comunes para todos los centros y alumnos. La primera es que lo que se considera básico
debe garantizarse en todos los casos para evitar posibles situaciones de inequidad. La
segunda es que los títulos siguen siendo estatales y ello supone contar con un referente
común en el conjunto del sistema educativo español. La combinación de las ventajas y
los inconvenientes de los extremos de un currículum completamente cerrado o abierto se
resuelve por tanto con los tres niveles de concreción que regula la normativa: el
prescriptivo, establecido por las administraciones, el proyecto curricular del centro y las
programaciones que cada docente ajusta a las características de su grupo aula.
Por otra parte, en las sucesivas leyes que se han ido aprobando en los cambios de
gobierno, se ha producido también un cierre en la capacidad de los centros de establecer
la secuencia curricular de los aprendizajes. En la LOGSE, las enseñanzas mínimas se
referían al conjunto de la etapa educativa y se permitía que fueran los colegios e
institutos quienes eligieran la distribución de los aprendizajes a lo largo de los seis años
de la Educación Primaria o los cuatro de la ESO. Desde la administración se ofrecían
ejemplos de distribución por ciclo, pero estos eran meramente orientativos. La LOCE
consideró que este grado de apertura era excesivo y en el desarrollo normativo de los
Reales Decretos de Enseñanzas Mínimas estableció los objetivos, contenidos y criterios
de evaluación para cada uno de los tres ciclos de Primaria y para cada curso de la ESO.
La LOE mantuvo esta estructura. La LOMCE extrema esta posición y establece el
currículum de la Educación Primaria para cada curso. Este cambio representa un claro
retroceso. El ciclo es una organización pedagógica más adecuada que el curso ya que, al
mantenerse el mismo docente con el grupo clase y tomarse las decisiones de promoción
al final de los dos años, se puede atender mejor a la diversidad del alumnado.
Si valoramos en qué medida la solución de los niveles de concreción curricular ha
contribuido a la mejora de la calidad de la enseñanza, concluiríamos que ha dado
respuesta a la descentralización administrativa, pero no ha conseguido apenas la
autonomía pedagógica de los colegios e institutos. El currículum que les llega a los
203
centros educativos está no solo cerrado, sino también tan sobrecargado que no quedan
posibilidades reales de que estos puedan incluir nuevos aprendizajes que consideren
apropiados para su población escolar. La tendencia de las leyes anteriores se agudiza de
forma exacerbada en la LOMCE, que además ha roto el equilibrio en relación de
competencias entre el Estado y las comunidades autónomas.
Un currículum excesivamente homogenéo y sobrecargado responde a una concepción
opuesta a las demandas de la sociedad de la información y de la nueva ecología a la que
venimos haciendo referencia. Es frecuente que por querer enseñar muchas cosas los
alumnos no aprendan realmente lo esencial. Las herramientas para seguir aprendiendo a
lo largo de la vida son los aprendizajes básicos e irrenunciables. Como veremos en el
siguiente apartado, aprender en el sentido de hacerse más competente requiere tiempo y
sosiego, lo que no resulta compatible con la acumulación excesiva de contenidos en el
currículum. A su vez, la atención a las trayectorias de aprendizaje de los distintos
alumnos y alumnas choca con una propuesta curricular homogénea. Se puede llegar a
construir una determinada capacidad a través de contenidos distintos. Las experiencias
de aprendizaje siempre se producen en un determinado contexto y este es el que les da
sentido. Es una fantasía de control intentar que todo el alumnado aprenda los mismos
contenidos, lo que no significa renunciar a promover las competencias básicas en todos
los casos.
El enfoque de las competencias
Uno de los argumentos que se esgrime como aportación del enfoque curricular basado en
competencias (ECBC) es precisamente su función de señalar aquellas que son básicas y
por ello imprescindibles. El término competencias clave (key competences) que se utiliza
en la mayoría de los documentos internacionales, quizás defina mejor su función: «llave
maestra» para los siguientes aprendizajes y para enfrentar las demandas de la vida
cotidiana (Valle y Manso, 2013). El ECBC se introduce en la LOE, impulsado entre
otras razones por las directrices europeas desarrolladas a partir de los acuerdos de
Lisboa. Parte del cambio que el ECBC pretende favorecer en el currículum se había
recogido ya en la LOGSE, si bien en este caso el foco se planteaba en términos de la
necesidad de establecer con claridad la relación entre las capacidades y los contenidos.
¿Qué deben aprender los alumnos y las alumnas? La respuesta más habitual, a veces
incluso entre los propios docentes, suele ser que hay que aprender contenidos. En la
LOGSE se proponía que ambas cosas son objeto de aprendizaje, las capacidades y los
contenidos, pero enfatizando que existe una relación jerárquica entre ellos. En el modelo
curricular que se adoptó, basado en principios psicopedagógicos de orientación
socioconstructivista (Coll, 1991; Martín y Coll, 2003), se abandonaba el enfoque
conductista de objetivos operativos y se definían las intenciones educativas en términos
de las capacidades que se quería ayudar a desarrollar en el alumnado. Estas hacían
204
referencia al conjunto de los ámbitos de desarrollo humano y no solo al cognitivo. Las
capacidades guiaban el difícil proceso de selección de los contenidos básicos. Así, de
entre los diversos conocimientos disciplinares, se eligieron aquellos que contribuían en
mayor medida al desarrollo de la capacidad que se quería enseñar y que, a su vez,
resultaban socialmente más relevantes. En el modelo se asumía que las metas eran las
capacidades, pero que estas no pueden desarrollarse en el vacío: requieren trabajar
contenidos concretos. El qué enseñar se establecía entonces mediante objetivos y
contenidos conjuntamente: adquirir conocimientos para desarrollar capacidades.
Podría parecer, por tanto, que al establecerse ya las metas de la educación escolar en
los objetivos que recogían las capacidades, un enfoque por competencias no supondría
una nueva aportación al modelo de la LOGSE. Sin embargo, conceptualmente el ECBC
puede ser una nueva oportunidad para repensar qué es lo esencial que deben aprender los
alumnos, lo que no necesariamente significa que la forma en que se está llevando a la
práctica implique un cambio real en este sentido. De hecho, muchas de las prácticas que
todavía predominan en las aulas no reflejan ni siquiera la propuesta de desarrollo de las
capacidades que vertebraba el currículum de la LOGSE. Pero merece la pena distinguir
entre la fundamentación teórica de una innovación y la viabilidad del cambio que con
ella se persigue.
La definición de competencia
El ECBC ha recibido muchas críticas, entre otros motivos porque se ha asociado a una
traslación de la lógica del mundo empresarial al ámbito escolar, a un interés por
homologar las cualificaciones profesionales, desde un enfoque tecnocrático. Sin
embargo, son muchas las instituciones y los autores que consideran que se trata de una
perspectiva netamente psicopedagógica que puede promover reformas que den mejor
respuesta a las nuevas necesidades educativas y de formación de las personas en la
sociedad de la información y el conocimiento (Bolívar, 2010; Eurydice, 2002; Monereo
y Pozo, 2007; OCDE, 2005b).
De entre las numerosas definiciones de lo que se entiende por competencia, la
propuesta por el proyecto DeSeCo de la OCDE recoge los que a nuestro juicio resultan
los elementos esenciales:
Una competencia es la capacidad para responder a las exigencias individuales o sociales o para realizar una
actividad o una tarea [...] Cada competencia reposa sobre una combinación de habilidades prácticas y
cognitivas interrelacionadas, conocimientos [...], motivación, valores, actitudes, emociones y otros
elementos sociales y comportamentales que pueden ser movilizados conjuntamente para actuar de manera
eficaz.
OCDE, Proyecto DeSeCo, 2002, p. 8
La definición de Perrenoud (2011) alude a los mismos elementos, si bien de una forma
205
más sucinta:
Una competencia es un poder de actuar eficazmente en una clase de situaciones movilizando y combinando
en tiempo real y de forma pertinente recursos intelectuales y emocionales.
Perrenoud, 2011, p. 57, ed. cast.
Funcionalidad del aprendizaje
En estas definiciones hay ciertos elementos comunes en los que residiría su
potencialidad de generar innovación. Como ya hemos señalado en otro lugar (Martín y
Luna, 2011), tres son los que nos parecen más esenciales. El primero de ellos es la
importancia que se otorga a la funcionalidad del aprendizaje como indicador de que
realmente se ha producido el cambio que ello implica. Aprender, es decir apropiarnos de
nuevos conocimientos que nos llevan a interpretar el mundo de otra manera, tiene que
servirnos para actuar en nuestro entorno de una forma distinta a cuando carecíamos de
esos saberes. Aprender nos hace competentes cuando podemos movilizar, es decir
activar y usar, los conocimientos de los que nos hemos apropiado, tanto en contextos
escolares como en la vida cotidiana.
Esto significa ser más competente: resolver mejor las situaciones que se nos plantean.
Es importante entender el énfasis en la funcionalidad desde una perspectiva que
trasciende los cambios centrados meramente en la conducta manifiesta y observable.
Aprender es modificar nuestra forma de comprender el mundo, porque esto es
imprescindible para actuar de forma distinta. Aprendemos a sentir, a pensar, a
explicarnos la realidad y a actuar sobre ella, y eso nos hace competentes. Pero no
debemos olvidar que lo que nos permitirá valorar si un estudiante ha aprendido, es decir
ha aumentado su competencia, no será que nos explique cómo entiende un problema,
sino que esa comprensión se traduzca de hecho en una forma diferente de afrontarlo.
Dimensión emocional
Ser competente implica la movilización integrada de capacidades de distinto tipo y de
contenidos diversos. Por una parte, es preciso articular las dimensiones intelectuales con
las emocionales y afectivas. El éxito en la forma de actuar no solo requiere comprender
los problemas, saber buscar las soluciones o supervisar el ajuste de lo que uno hace con
las metas que se ha propuesto. Implica también creer que se es capaz de hacerlo, confiar
en uno mismo, controlar la ansiedad que suele acompañar a la incertidumbre que rodea
cualquier problema relevante de la vida, no desanimarse cuando las cosas no salen a la
primera, mantener el esfuerzo a pesar del cansancio o el desánimo, reconocer los
aspectos en los que uno tiene menos recursos y saber pedir ayuda, o ser capaz de poner
en marcha todas las habilidades que supone trabajar con otros.
206
Estas características de la actuación competente remiten a la dimensión emocional,
aunque es importante señalar que cognición y emoción no pueden separarse realmente:
lo que pensamos influye en lo que sentimos, y a menudo los sentimientos condicionan el
razonamiento; a su vez ambos guían la acción de forma implícita o explícita.
Por tanto, hacer competente a un alumno implica ajustar la ayuda a sus necesidades y
prestarle el apoyo necesario para que tenga éxito en la tarea. Se trata de contribuir a que
vaya construyendo una identidad segura de aprendiz que le permita seguir adquiriendo
nuevas competencias a lo largo de la vida. Cuando un alumno fracasa en una actividad,
el problema no es solo que no haya adquirido determinados conocimientos, sino que va
elaborando una representación de incompetencia.
La integración de los tipos de contenido
Al igual que la integración de distintos tipos de capacidades o dimensiones del
desarrollo, mostrarse competente requiere movilizar conjuntamente diferentes tipos de
contenidos. Las personas aprendemos contenidos de distinta naturaleza. Siguiendo el
modelo de Coll (1991), a partir de la LOGSE se acuñó la diferencia entre conceptos,
procedimientos y valores. Los procesos psicológicos mediante los cuales se construyen
estos conocimientos son distintos entre sí, por tanto, la forma de ayudar en esta
construcción —es decir de enseñar y de evaluar el grado de adquisición— tiene también
que ser diferente en cada caso, pero todos los tipos de contenido deben enseñarse, puesto
que todos ellos son necesarios para actuar de forma competente (Pozo, 2010).
Este énfasis del concepto de competencia significa, desde el punto de vista didáctico,
que los profesores tienen que entender bien cómo enseñar y evaluar cada tipo de
contenido y plantear tareas relevantes que impliquen su uso integrado. El currículum de
la LOGSE diferenciaba estos tres tipos de contenidos en su estructura. La LOE eliminó
la distinción formal, pero mantuvo en su discurso teórico la importancia de atender a la
distinta naturaleza de los contenidos escolares. La LOMCE sin embargo vuelve a utilizar
el término conocimientos como sinónimo de conceptos y en el currículum básico
establecido por el Gobierno se aprecia un claro desequilibrio hacia este tipo de
contenido, que a menudo se interpreta como un puro aprendizaje memorístico 1 . Se trata
una vez más de un claro retroceso.
Contexto y generalización
Un cuarto elemento del concepto de competencia es el papel del contexto y la
importancia de la generalización en los procesos de aprendizaje. Las personas actuamos
de manera más o menos competente en problemas y situaciones concretas, sobre temas
específicos, por tanto, somos competentes en determinados contextos, no en todos. Sin
207
embargo, parece claro que tendría un mayor nivel de competencia quien actúa de
acuerdo con las características que se han venido analizando en más ámbitos o
situaciones. Desde esta perspectiva, es muy importante enseñar a generalizar, a transferir
los conocimientos. Un aprendizaje es más significativo cuando es generalizable, además
de duradero y funcional (Pozo, 2008).
Transferir implica descontextualizar, es decir identificar lo específico de la situación
y aquello que por el contrario puede ser útil en otro contexto, adecuadamente ajustado a
los requerimientos de la nueva demanda. La generalización no se produce en un único
proceso de abstracción, desde un contexto a la descontextualización. Por el contrario, es
el hecho de usar una capacidad en muchos contextos lo que permite transferir los
conocimientos de uno a otro. Se trata de un proceso en el que hay que establecer
relaciones, detectar regularidades y diferencias, reconocer aspectos de la realidad aunque
se esté accediendo a ellos desde distintos códigos (una gráfica, una fórmula matemática
y una explicación verbal pueden estar haciendo referencia a la misma parte del mundo y
no siempre somos conscientes de ello).
Enseñar a las personas a hacerse más competentes significa entonces contribuir a
todas las competencias desde el conjunto de las asignaturas, adoptando un enfoque
transversal. La forma de trabajar las competencias en cada materia será diferente y habrá
que identificar competencias específicas para ello. El peso ponderado de cada
competencia también variará, pero desde todas ellas se pueden llevar a cabo actividades
de enseñanza y aprendizaje que ayuden a los alumnos a desarrollar las distintas
competencias. Por otra parte, favorecer la transferencia implica también que en cada
asignatura se programen actividades específicamente diseñadas para hacer tomar
conciencia al alumno de la posibilidad de utilizar lo aprendido en nuevas situaciones y
de los cambios que ello implica al hacerlo. El objetivo es realizar nuevas tareas en las
que un conocimiento se utilice en varios contextos.
El énfasis en la generalización como elemento esencial de la actuación competente
supone asimismo trascender los espacios estrictamente lectivos y trabajar las
competencias en otras situaciones, como los recreos, los comedores, las actividades
extraescolares o cualquier otro contexto que el centro planifique con intención educativa.
Ciertamente, las experiencias que pueden vivirse en el marco de las actividades lectivas
son limitadas y por ello es preciso contar con otros espacios donde se plantean demandas
reales, situadas, que formen parte de sus prácticas sociales.
El significado del aprendizaje
Los énfasis señalados hasta aquí suponen cambios en la forma de enseñar, pero el giro
está fundamentalmente en entender el para qué enseñar y sobre todo qué se entiende por
aprender. No deberíamos pensar que un alumno ha aprendido, aunque pueda declarar
nuevos conocimientos, si estos no se traducen en una forma diferente de interactuar con
208
la realidad. La actividad que se recoge en la tabla 8.1 es un buen ejemplo de cómo
trabajar aprendizajes que siempre han estado presentes en el currículum y que
probablemente lo tendrán que seguir estando. Sin embargo, la forma de plantear la
actividad muestra con claridad la finalidad de que adquirir ciertos conocimientos
aumente la capacidad del estudiante de interpretar la realidad que le rodea.
Esta actividad ilustra cómo se evaluará que el alumno ha entendido la teoría cinéticamolecular: solo si es capaz de usarla para explicar que lo afirmado en el texto es o no
posible. No se pide una definición ni una explicación de la teoría, que solo evaluaría un
conocimiento declarativo. Para comprobar su aprendizaje, la tarea exige movilizar ese
conocimiento para poder interpretar críticamente la información.
TABLA 8.1 Actividad de Física y Química de 4.º de ESO
A los alumnos se les da la siguiente información de un anuncio en Internet o se les pide que lo busquen en la
dirección que el profesor ofrece:
En Internet puede encontrarse el siguiente anuncio:
Agua en polvo es el futuro del agua. Agua natural comprimida a la venta. El agua se
comprime hasta 28 veces. Reduce el peso y el volumen.
Agua en polvo es producida a partir de manantiales y acuíferos de las altas montañas, donde es
recogida sin dañar el medio ambiente… La tecnología de producción de agua en polvo
consigue reducir hasta 28 veces la longitud de enlace de los puentes de hidrógeno, ahorrando
al máximo espacio y peso.
A partir de esta información, se les plantean las siguientes tareas:
1. Argumenta utilizando la teoría cinética-molecular si es posible o no este comportamiento.
2. Los líquidos no se pueden comprimir. Sin embargo, en clase Luisa dice que sí, ya que existe leche en
polvo. Razona si están en contradicción o no estas dos afirmaciones.
3. Para preparar la leche en polvo para el consumo, añadimos agua. Al hacerlo se obtienen los siguientes
resultados.
• Antes de mezclar: el volumen del agua es 500 ml y el volumen de la leche en polvo es 15 ml. La masa
del agua es 500 g y la de la leche 10 g.
• Después de mezclarlos el volumen total es de 507 ml y su masa es de 510 g.
¿Cuáles son las conclusiones de los datos obtenidos en esta experiencia? Justifícalas desde la teoría
cinética-molecular.
4. En el siguiente cuadro aparecen las concentraciones máximas admitidas de algunas sustancias disueltas en
el agua para que esta pueda beberse sin riesgos para la salud. Si en 10 litros de agua hay 0,5 mg de arsénico,
¿puede beberse esta agua?
Sustancias
Concentración máxima mg/L
Oxígeno disuelto
5,0
Arsénico
0,1
Amoniaco
0,1
209
Cloro
0,1
5. Selecciona y describe anuncios publicitarios en los que se utilicen términos científicos. ¿Por qué crees que
se emplean?
FUENTE: Cañas, Martín y Nieda, 2006.
Por otra parte, en la tarea se plantean aparentes contradicciones entre el conocimiento
académico y aspectos de la realidad cotidiana con la finalidad de generalizar lo
aprendido a contextos sociales relevantes. La argumentación aparece como un elemento
esencial de las capacidades que el alumno tiene que utilizar. Asimismo, se pide
interpretar resultados de una experimentación. Es importante, sin duda que los alumnos
experimenten, pero siempre que ello les sirva para extraer conclusiones; de otra forma, la
tarea puede convertirse en puro activismo sin reflexión sobre la acción.
La actividad exige asimismo saber leer los datos en un formato de tabla. Los
resultados de PISA ponen de manifiesto que los estudiantes tienen más dificultades en
leer textos discontinuos que continuos, y es importante por ello saber familiarizarles con
los diversos códigos. Finalmente, la actividad 5 les pide algo que muchos profesores de
ciencias podrían considerar que no es propio de su materia. Sin embargo, todo ciudadano
debe poder distinguir de forma crítica entre los avances rigurosos de la comunidad
científica y el uso que a veces se hace de ellos en los medios de comunicación, que
utilizan un lenguaje cargado de términos «pseudocientíficos» con el fin de persuadir.
Obstáculos para el aprendizaje por competencias
Ninguno de los aspectos señalados del aprendizaje por competencias son realmente
nuevos. Sin embargo, no por conocidos se ven reflejados en las prácticas escolares. ¿Por
qué? Las razones pueden ser muchas. Nos limitaremos a señalar las más relevantes. La
primera de ellas es la propia estructura del currículum prescriptivo. En los Reales
Decretos aprobados por el Ministerio de Educación en el desarrollo de la LOE se
enunciaban y describían las competencias y a continuación se mantenían los objetivos,
contenidos y criterios de evaluación de cada área o materia sin que se apreciera una
relación clara con las competencias. Se trataba más de una yuxtaposición que de una
reelaboración del anterior currículum de la LOGSE. También en este caso la LOMCE es
un paso atrás. El planteamiento curricular de esta ley es caduco y plagado de
incoherencias. En el artículo del Real Decreto se alude a las competencias, pero no se
indica cuáles son y no se recogen en las asignaturas, donde solo aparecen los contenidos,
los criterios de evaluación y los estándares de aprendizaje 2 . La aparición de este nuevo
elemento en el currículum prescriptivo supone un nivel de definición de las intenciones
educativas cercano a los comportamientos. Además de la falta de autonomía pedagógica
210
que esto conlleva, resulta incoherente con un énfasis en el desarrollo de competencias,
ya que estas no se manifiestan únicamente en una forma de conducta.
Por otra parte, la organización de los centros y de las enseñanzas no se ha modificado
como el enfoque de las competencias exigiría. En el caso de la Educación Secundaria
Obligatoria, la excesiva compartimentación en múltiples especialidades hace difícil la
transversalidad que se busca con este nuevo modelo curricular. Además, no se han
aumentado los tiempos de coordinación en los que los docentes podrían planificar y
reflexionar conjuntamente acerca de cómo abordar desde un enfoque compartido las
distintas competencias.
A las razones anteriores hay que añadir la insuficiente formación 3 y sobre todo la
presión de la evaluación. La normativa que regula los procedimientos de evaluación,
calificación y promoción de los alumnos, y, especialmente el tipo de evaluaciones
externas que se llevan a cabo, condicionan en gran medida las prácticas docentes, como
se ha analizado en el capítulo anterior. Esta falta de condiciones para un cambio tan
profundo de mentalidad puede conducir a que una buena idea acabe en una mala
práctica.
La selección de los saberes
La humanidad ha venido construyendo un valioso acerbo de saberes culturales a los que
las nuevas generaciones deben poder acceder. Como producto social que son, estos
saberes no están exentos de una perspectiva ideológica. Incluso aquellos que se
pretenden por algunos «objetivos» implican distintas interpretaciones epistemológicas
profundamente arraigadas. Un buen ejemplo de ello es la interesante propuesta de la
Enseñanza crítica de las Matemáticas (Skovsmose, 1994; Alrø, Ravn y Valero, 2010),
en la que se defiende abiertamente hacer del aprendizaje de las matemáticas un
instrumento para desarrollar la participación ciudadana basada en el análisis crítico de la
realidad.
Al definir un currículum es preciso enfrentarse a una de las tareas más difíciles e
incluso en ocasiones más dolorosas del proceso: seleccionar los contenidos básicos que
todo estudiante debe trabajar para ir haciéndose más competente. ¿Por qué dolorosa?
Porque quien ha tenido la suerte de acceder a esos saberes, y ha experimentado la
satisfacción que produce comprender la realidad, se resiste a admitir que algunos de ellos
no vayan a ser objeto de enseñanza. Sin embargo, no todo cabe en el currículum. El
camino que las competencias dibujan debe ser una guía para seleccionar los contenidos.
En el caso de la competencia comunicativa, si se quiere ayudar a que todo alumno
finalice la educación obligatoria pudiendo expresarse, de forma oral y escrita, con
propiedad, adecuación, confianza y disfrutando del mundo que la lectura y la escritura
abren al ser humano, los contenidos que deben trabajarse estarán necesariamente
vinculados a las situaciones de comunicación: audiencia, intención del autor, contexto
211
comunicativo, recursos expresivos 4 . El consenso en la importancia de estos
conocimientos no se produce sin embargo en otros ámbitos del conocimiento. La
definición del currículum prescriptivo sigue suscitando polémica. De entre estos debates
nos centraremos en los que han venido siendo más recurrentes: el equilibrio entre la
formación humanística y la científica y la educación en valores.
Educación científica y artística para formar humanistas
En un intento de sintetizar los argumentos, aun a riesgo de simplificar, podemos
identificar una posición que entiende que el desarrollo de la dimensión humanista de la
persona se ha venido debilitando al reducirse en el currículum la presencia de
determinadas asignaturas, tales como la enseñanza de la filosofía, el latín o el griego, que
deberían tener mayor peso del que se les da en la actualidad. Por su parte, hay quienes
consideran que en el momento actual adoptar una actitud humanista requiere también
otros saberes. Desde este punto de vista, adoptar hoy en día una actitud profundamente
humana ante la realidad implica comprender y valorar en qué medida la ciencia y la
tecnología están sirviendo para que la calidad de vida de toda la humanidad mejore; o
cuáles están siendo las consecuencias de la actividad humana sobre el planeta. A partir
de esta perspectiva, materias como Ciencia, tecnología y sociedad, Ciencias del mundo
contemporáneo o Economía serían imprescindibles para un ciudadano del siglo XXI.
Nuestra posición coincide con esta segunda visión. Como argumenta con elocuencia
Morin en su libro La mente bien ordenada, la especialización del currículum, sobre todo
cuando se produce de forma temprana, lleva a una interpretación simplista de la realidad
ya que hace opaca su complejidad. La ciencia afortunadamente ha dejado de ser ajena a
los ciudadanos. Hay que aprender a hacer ciencia, pero sobre todo hay que aprender a
entender cómo se hace ciencia, cómo esta debe guiar una parte importante de las
decisiones asociadas a la calidad de vida de todos, y a valorar críticamente su incidencia
en los grupos sociales y en el planeta. Sería conveniente, por tanto, que en cuarto de la
ESO y también en el Bachillerato hubiera una materia común para todo el alumnado que
abordara, con su correspondiente grado de complejidad, la relación de la ciencia y la
ciudadanía, como establecía la LOE. Por el contrario, la LOMCE ha eliminado en el
Bachillerato la materia común «Ciencias para el mundo contemporáneo».
La apuesta de la nueva ley educativa va en otra dirección. El emprendimiento se ha
convertido en uno de los ejes del currículum básico. La concepción que subyace no se
refiere a la capacidad de iniciativa y autonomía propia de la persona que participa de
forma activa en la vida social. Los aprendizajes reiteradamente incluidos en todas las
etapas se enfocan a la valoración y participación en la lógica de los mercados, como se
pone de manifiesto en la asignatura espécífica de la ESO: Iniciación a la actividad
emprendedora y empresarial.
El arte es sin duda otro de los pilares de la humanización. Su aprendizaje desarrolla la
212
sensibilidad, permite trascender las formas de comunicación más tradicionales y ofrece
experiencias de placer, felicidad y plenitud. Sin olvidar el papel que el arte y la música
ocupan en el desarrollo del pensamiento matemático y en la innovación. Probablemente
por ello se ha producido un elocuente aumento de las actividades extraescolares artísticas
que las familias eligen para sus hijos e hijas. No deja de sorprender entonces que a pesar
de todo ello, la enseñanza del arte y de la música en las escuelas siga relegada a un
estatus de segundo nivel, que con la aprobación de la LOMCE empeora todavía más, al
considerarse una asignatura específica que los centros pueden elegir ofrecer o no.
El desarrollo del juicio y el compromiso moral
La educación en valores es imprescindible para avanzar en la que probablemente pueda
ser la característica más definitoria del progreso en la evolución de la humanidad: su
capacidad para valorar la realidad desde un punto de vista moral y para intentar ser
coherente con este juicio en sus actuaciones. Empatizar con el otro, sentirse responsable
de su felicidad y con-moverse con su sufrimiento hacen de los humanos una especie que
puede someter sus necesidades más primarias al control de un criterio ético. Los
derechos individuales deben convivir con los sociales.
El consenso sobre la trascendencia del aprendizaje de un esquema axiológico es
amplio. El debate se plantea en torno a otras decisiones. La primera, qué papel tiene la
escuela en la educación y cuál debe quedar en el ámbito familiar. Esta pregunta no es
ajena a cómo recoge cada centro la educación en valores en su proyecto educativo y
curricular. Cuando las opciones que allí se hacen coindicen con las de la familia, esta
acepta el trabajo que el colegio o instituto realizan. Sin embargo, la definición de los
valores que se quiere desarrollar en los alumnos no puede quedar al total arbitrio de cada
centro. Como en el resto de las intenciones educativas, las Administraciones Públicas
deben establecer aquellos aprendizajes imprescindibles para todo ciudadano. El referente
de esta delicada tarea ha venido siendo la declaración de los derechos humanos que
recogen los valores que siglos de historia han ido destilando como logros irrenunciables.
Sin embargo, el debate aparece cuando en el currículum se introducen temas en los que
las posiciones ideológicas están mucho más divididas en la sociedad, como puede ser el
caso del aborto o de la homosexualidad, por citar dos de los que más enfrentamiento
suscitan. Las leyes, a pesar de la permanente polémica, han ido regulando estas prácticas
sociales. Sin embargo, ello no siempre se ha traducido en una aceptación de la escuela de
la necesidad de que los jóvenes hayan aprendido antes de abandonar la educación
obligatoria a formarse una opinión argumentada sobre estos temas.
Entre las muchas razones que podrían explicar esta situación se encuentra una
concepción de la educación moral que entiende que la meta es garantizar que el alumno
adopta unos valores concretos, en vez de plantearse el objetivo de desarrollar el juicio
moral. Al igual que en el caso de los conceptos o los procedimientos, en el aprendizaje
213
de los valores lo importante no es el producto, sino el proceso. Los progenitores y los
docentes que comparten esta perspectiva se sienten orgullosos cuando su hijo o alumno
es capaz de defender con argumentos, en el discurso y en la acción, una determinada
opción ética por más que pueda ser distinta a la que ellos mantienen. Desarrollarse
supone pasar de la heteronomía a la autonomía y ello significa que los recursos que se
han constituido gracias a la ayuda educativa son utilizados por los alumnos para elegir su
propio camino. Claro que la escuela debe contribuir a que las personas sean cada vez
más respetuosas, responsables, solidarias, empáticas…, pero sobre todo tiene que ayudar
a que entiendan y hagan suyo el porqué de estos valores. De lo contrario podría caerse en
el adoctrinamiento (Martín, 2006; Martínez, 2011). Al debate ideológico acerca de la
educación en valores hasta aquí expuesto, es preciso añadir otro, que se viene
arrastrando en todas las leyes educativas de la democracia: la enseñanza de la religión en
la escuela.
La presencia de la Religión en el currículum
Existe un amplio consenso acerca de la necesidad de que los alumnos entiendan el hecho
religioso como un elemento esencial de las distintas culturas desde una perspectiva
socioantropológica. Por el contrario, se suscita una encendida polémica cuando se
plantea si es o no la escuela el lugar donde deben desarrollarse las creencias religiosas.
Quienes propugnan una escuela laica consideran que la religión encuentra su espacio
natural en las estructura de catequesis de cada confesión y no en el entorno escolar. Sin
embargo, la asignatura de Religión ha estado presente en el currículum escolar, como
consecuencia de los acuerdos establecidos entre la Santa Sede y el Estado español,
suscritos en 1979. Las diferencias en estos treinta años han estado en su estatus
académico y en la alternativa que se ofrecía al alumnado que no cursaba esta asignatura.
Por lo que respecta a lo primero, tanto la LOGSE como la LOE establecieron que la
educación sería evaluable pero que la calificación no tendría efectos académicos. Por el
contrario, en la LOCE y en la LOMCE se regula que la Religión tendrá un estatus
académico a todos los efectos, y su calificación se ponderará por tanto en la nota media
del expediente.
La alternativa a la Religión
En cuanto al segundo elemento de la polémica —qué deben hacer quienes no elijan esta
materia—, la LOGSE reguló el Estudio asistido como alternativa a la Religión. Esta
decisión se recurrió por parte de la Confederación Católica de Padres de Alumnos
(CONCAPA). Finalmente, en 1994 el Tribunal Supremo falló a favor del recurso, pero
no por las razones que los recurrentes argumentaban, sino por considerar que no se
214
respetaba la igualdad de oportunidades, ya que el alumnado que iba a Estudio asistido
tenía más horas para aprender el currículum. Esto supuso crear una nueva asignatura,
denominada Alternativa a la Relligión, en la que se trabajaban contenidos que no estaban
incluidos en ninguna de las materias del currículum. Asimismo, se estableció en la
Educación Secundaria Obligatoria y en el Bachillerato la materia de Sociedad, Cultura y
Religión (SCR).
La LOCE reguló una doble opción dentro de esta materia (SCR). Así, durante todos
los años de la Educación Obligatoria, el Bachillerato y el segundo ciclo de la Educación
Infantil, SCR se podría estudiar en su opción confesional o no confesional. Por su parte,
la LOE mantiene la oferta obligada de la asignatura de Religión desde la Educación
Infantil al Bachillerato y regula como alternativa la Atención educativa, y en la ESO, la
asignatura Historia y cultura de las religiones. Reduce las horas de Religión para
introducir Educación para la ciudadanía en el tercer ciclo de la Educación Primaria y el
primero de la ESO. Finalmente, en la LOMCE se establece la enseñanza de la Religión
en Educación Infantil, Primaria y Secundaria Obligataria y como alternativa, la materia
de Valores culturales y sociales en Educación Primaria y Valores éticos en Educación
Secundaria Obligatoria.
La polémica podría resumirse en el título de un artículo que publicamos durante el
debate de la LOCE, «Bueno o católico, usted elige» (Martín, 2005). No es admisible que
las familias, o los propios alumnos, tengan que escoger entre formarse en la moral y la
ética que todo ciudadano necesita o decantarse por la educación en unas creencias
religiosas determinadas. La educación en valores es imprescindible y debe garantizarse
por tanto a todos los alumnos y alumnas.
Las medidas de desarrollo curricular
Acertar en la selección de las intenciones educativas que se plasman en el currículum es
sin duda un elemento esencial de la calidad de la educación, pero no la garantiza por sí
misma. Como hemos señalado al inicio del capítulo, el currrículum es una pieza de un
sistema. Tiene la potencialidad de generar una mejora en los procesos de enseñanza y
aprendizaje, pero para que esta posibilidad se convierta en cambio real, es preciso que el
resto de los elementos se planifiquen en coherencia con las innovaciones que el
currículum introduzca.
La primera clave es la formación del profesorado. Como se ha desarrollado en el
capítulo 5, el perfil competencial del docente debería vertebrarse a partir de los
aprendizajes a los que se desea contribuir. También se ha analizado ya el crucial papel de
la segunda: la evaluación. Tanto los programas de evaluación del desempeño de los
docentes como las pruebas que se realizan para valorar el rendimiento académico de los
alumnos potencian o desvirtúan el currículum.
La organización de los centros es otra de las piezas básicas a la hora de hacer viable
215
los aprendizajes diseñados en el currículum. La normativa de especialidades del
profesorado, de acuerdo con una mayor o menor disciplinariedad, la distribución horaria
de las clases y el tipo de agrupamiento del alumnado, y sobre todo la existencia de
tiempos de coordinación entre los docentes, son condiciones que pueden promover o
dificultar la puesta en práctica de un currículum centrado en las competencias.
Los materiales curriculares (libros de textos, materiales multimedia) actúan de filtro
entre los textos legales y el docente. Con demasiada frecuencia estos recursos
contribuyen poco a la innovación educativa. Por una parte, por lo cerrado de su
estructura, que contradice la figura del docente como profesional reflexivo. Por otra,
porque a pesar de las nuevas posibilidades que las TIC pueden ofrecer, el modelo de
aprendizaje que se reconoce en la mayoría de las propuestas editoriales sigue anclado en
una concepción del aprendizaje muy distante del enfoque constructivista que ha venido
sustentando el currículum de la LOGSE y la LOE.
La capacidad de innovación del currículum depende asimismo de una última medida
de desarrollo curricular: dotar a los centros de los apoyos externos que puedan asesorar
al profesorado en aquellas nuevas demandas que los cambios de las reformas educativas
les plantean. Las estructuras de formación permanente del profesorado deberían asumir
gran parte de este apoyo. Sin embargo, no son las únicas. Los profesionales del
asesoramiento psicopedagógico son también una pieza esencial en la puesta en práctica
de un currículum, si se quiere que este se vertebre en torno a la atención a la diversidad y
la equidad que ello conlleva. Al análisis de los procesos de asesoramiento dedicaremos
el último apartado, al ser la única de las medidas de desarrollo curricular que no se ha
tratado en los capítulos anteriores.
Los servicios de orientación psicopedagógica
Cuando se concibe que todo alumno es diverso, es decir que tiene una peculiar forma de
aprender distinta de la del resto de su clase, tanto en los aspectos cognitivos como en los
emocionales y sociales, parece plenamente justificado proponer que una enseñanza de
calidad es aquella que consigue en mayor grado ajustar la respuesta educativa a esta
diversidad; una educación inclusiva. Los docentes son quienes tienen que realizar este
ajuste y el reto que esta demanda les plantea en su práctica docente es enorme. La
presencia de los asesores psicopedagógicos es una manifestación de la conciencia que las
administraciones educativas tienen de la necesidad de ofrecer la ayuda de profesionales
especializados en este ámbito.
El enfoque de orientación psicopedagógica que se deriva de esta concepción inclusiva
pone el énfasis en la prevención de las dificultades de aprendizaje que una falta de ajuste
en la respuesta educativa provoca, y no solo en el trabajo circunscrito a la evaluación
psicopedagógica de los alumnos con necesidades de apoyo específico y a la planificación
de la respuesta educativa que se considere adecuada para ellos. En coherencia con estos
216
supuestos, la LOGSE promovió la ampliación de los servicios psicopedagógicos cuyas
funciones y estructura responden a un modelo preventivo-educativo, que encontró
continuidad en la LOE.
Enfoque preventivo-educativo
Un enfoque preventivo-educativo tiene diversas implicaciones, entre las que cabe
destacar dos (Solé y Martín, 2011). La primera postula que el asesor psicopedagógico
alcanzará en mayor medida su objetivo si incide en el conjunto de los ámbitos de
actuación del centro y de los colectivos que lo componen, adoptando una perspectiva
sistémica. La segunda, que su trabajo consistirá en gran medida en apoyar a los docentes,
que son quienes llevan a cabo los procesos de enseñanza y aprendizaje, lo que supone
establecer una relación de colaboración entre ambos. ¿Tienen los servicios
psicopedagógicos que trabajar directamente con alumnos y alumnas? Sin duda, pero no
exclusivamente y nunca al margen de los docentes y de la colaboración con la familia.
Se trata de evitar un doble desajuste. Por una parte, que algunos alumnos se consideren
fuera de la responsabilidad del profesor; por otra, que se piense que los profesionales de
la orientación no tienen nada que decir con respecto al resto de la clase, ya que se trata
de alumnos «normales». En definitiva, se busca trascender un modelo focalizado
exclusivamente en la respuesta individual a los trastornos y retrasos graves en el
aprendizaje.
El enfoque preventivo-educativo incorpora al orientador u orientadora a la Comisión
de Coordinación Pedagógica para que pueda ayudar a que las decisiones generales del
centro ayuden a la inclusión; busca convertir a este profesional en un apoyo esencial para
el equipo directivo; le atribuye la responsabilidad de coordinar el Plan de acción tutorial,
la Orientación académica y profesional, el Plan de convivencia y aquellas otras medidas
de atención a la diversidad que no hayan sido incluidas en las planificaciones anteriores.
Es en estos ámbitos de decisión donde se juega la viabilidad de la educación inclusiva.
Un centro que no presta atención a estos pasos decisivos en la concreción de las
intenciones educativas está construyendo, consciente o no de ello, barreras para la
inclusión (Booth y Ainscow, 2011; Echeita, 2013).
Para poder incidir en la marcha general del centro y no solo en lo que atañe a un
colectivo restringido, el orientador debe establecer una estrecha relación con el equipo
directivo para asesorarle en sus distintas tareas desde la perspectiva concreta de la
inclusión. La aportación de esta mirada específica ayudará a los que lideran los procesos
educativos a planificar actuaciones de mejora en el centro, ya que, como Dyson y
Millward (2000) señalan, una escuela inclusiva es una escuela en permanente proceso de
innovación.
217
Relación con los docentes
Nada de esto pueden hacerlo los profesionales de la orientación sin establecer una sólida
relación de colaboración con los docentes. Como resumen con acierto Emilio Sánchez y
Ricardo García (2011) en uno de sus artículos, asesorar es «ayudar a ayudar». Los
asesores ayudan a quienes tienen a su vez que ayudar a los alumnos a aprender. Pero este
proceso sería inviable sin el valioso conocimiento que por su parte aportan los docentes
acerca de sus alumnos y de la didáctica de su asignatura. Las complejas habilidades que
requiere la orientación quedarían mejor reflejadas si, siguiendo con el juego de palabras
las expresáramos así: ayudar a ayudar… y saber recibir ayuda.
¿Colaborar implica entonces una simetría total entre asesor y asesorado? A nuestro
entender, no. Significa reconocer que la solución del problema que se esté tratando en
cada caso requiere del conocimiento y la implicación de ambas partes, pero al asesor se
le supone un conocimiento experto que sirve de ayuda para resolver la tarea. De no ser
así, su trabajo no se justificaría. Los profesores son expertos en cómo enseñar, pero su
pericia puede mejorar cuando se ayuda a interpretar la situación y buscar soluciones a
partir de los conocimientos sobre la atención a la diversidad en los que están
especializados los orientadores y orientadoras. El objetivo de este trabajo colaborativo es
sin duda que los docentes vayan necesitando cada vez menos al asesor, ya que ello
indicará que han podido ir apropiándose de habilidades y saberes que antes no tenían.
Este proceso de traspaso del control —de aprendizaje en último término— requiere de
unas capacidades específicas por parte del orientador que exigen un difícil equilibrio
entre la relación y la tarea. El conocimiento específico del orientador nos permite hablar
de una asimetría, que no jerarquía, en la tarea pero no en la relación, que se basa en la
colaboración.
La actividad del centro no espera: hay que diseñar y llevar a cabo los distintos planes
a los que antes se ha hecho referencia y es preciso dar respuesta a los problemas que van
surgiendo cada día. Pero estas tareas difícilmente se podrán realizar si no se ha
construido una relación de colaboración con los docentes. Es decir, un vínculo de
confianza y de valoración de las aportaciones de cada uno. Como se muestra en un
interesante trabajo realizado por Luna (2011), los orientadores más expertos, los mejor
valorados por los docentes y equipos directivos de sus centros, así como por sus propios
colegas, consiguen este difícil equilibrio entre relación y tarea. Impulsan numerosas y
relevantes actuaciones en sus centros, pero lo hacen porque han conseguido ganarse la
confianza y la valoración del profesorado y del equipo directivo. Llegan incluso a
reconocer que, en ocasiones, hubieran querido empujar más una determinada actividad,
pero el malestar que generaba entre los tutores, les ha llevado a repensar la estrategia
para salvaguardar la buena relación.
La colaboración implica asimismo compartir lo más posible la forma de entender el
aprendizaje y el desarrollo entre los docentes y los profesionales de la orientación. No
218
hay por qué suponer que esta va a ser la situación de partida. De hecho, se comprueba
que hay importantes diferencias en la forma de explicarse por qué aprende o no un
alumno —sobre todo con el profesorado de secundaria (Martín, Pozo, Cervi,
Pecharromán, Mateos, Pérez Echeverría y Martínez, 2005). Ir aproximando estas
representaciones es precisamente uno de los objetivos esenciales del asesoramiento
psicopedagógico.
Dificultades en el desarrollo del modelo preventivo-educativo
El modelo educativo-preventivo sigue siendo asumido como marco teórico por la
mayoría de las administraciones y de los profesionales, al menos en el plano del deber
ser (Vélaz de Medrano, Manzano y Blanco, 2012). Sin embargo, su desarrollo en los
centros escolares se enfrenta a múltiples dificultades. De ellas, algunas se derivan del
propio modelo y otras, en cambio, de las condiciones en las que se está desarrollando.
La primera es la sobrecarga de funciones. La ampliación del foco de actuación hacia
todo el alumnado, los docentes y las familias, implica atender a muchos frentes. Una
consecuencia obvia de esta situación es que los centros escolares deben contar con un
número suficiente de profesionales; otra es que estos deben responder a los perfiles
diversos que se derivan de las distintas funciones. Hasta aquí hemos hablado del asesor o
asesora, pero el apoyo psicopedagógico requiere de un equipo multidisciplinar. Los
profesores de pedagogía terapéutica, los de audición y lenguaje, los de compensatoria, el
profesor técnico de servicios a la comunidad, o los especialistas en apoyo a la lengua y la
interculturalidad, con los que cuentan determinadas comunidades autónomas, son
recursos fundamentales en los procesos de orientación. Es responsabilidad de las
administraciones garantizar una dotación de estos recursos que permita atender las
necesidades de los centros. También lo es establecer en sus condiciones laborales
horarios de trabajo en equipo. Pero son los propios miembros de los servicios quienes
tienen que articular la complementariedad de sus tareas, yendo más allá de la
yuxtaposición de actuaciones o de un ineficaz reparto del propio «terreno» cuyos límites
no deben ser traspasados por el resto de los colegas.
La tarea se complica cuando el apoyo a la diversidad del alumnado trasciende el
trabajo con los distintos colectivos de la comunidad escolar y supone coordinarse con
otros servicios, como salud mental o servicios sociales, por citar únicamente los más
demandados. La dimensión comunitaria de la orientación es irrenunciable, pero una vez
más hay que garantizar las condiciones para hacerla viable y sobre todo para ofrecer la
mejor respuesta al alumnado. Es preciso no olvidar que determinados alumnos, sobre
todo aquellos con necesidades educativas especiales, requieren el apoyo de diferentes
profesionales. Sería un error que dichas intervenciones no estuvieran coordinadas. Por
una parte, entre los diferentes profesionales que actúan; por otra, con el tutor del alumno,
responsable principal de su progreso educativo; y finalmente, con la familia, cuya
219
actividad educadora, beneficiada por su coordinación con el centro, es fundamental para
ayudar al alumno en sus aprendizajes. Ello requiere, por un lado, la sectorización
racional de los distintos servicios; por otro, tiempos de trabajo conjunto previstos en el
horario de los profesionales. Condiciones ambas que no siempre están presentes.
La coordinación con las estructuras de formación y los servicios de inspección
El enfoque multidisciplinar y comunitario que viene exigido por el modelo preventivoeducativo de la orientación quedaría incompleto si no se articula el trabajo de los
profesionales que lo llevan a cabo con los otros dos grandes pilares del apoyo a los
centros: las estructuras de formación y los servicios de inspección. En el primer caso, el
espacio común de trabajo se hace imprescindible cuando se entiende, como venimos
exponiendo, que el asesoramiento psicopedagógico tiene como objetivo fundamental
ayudar a crear las mejores condiciones para que todo el alumnado aprenda lo más
posible.
Si bien es cierto que los orientadores cuentan con un conocimiento experto acerca de
los principios instruccionales que deben guiar el aprendizaje, resulta imprescindible que
estos supuestos se concreten en las didácticas específicas que vertebran la enseñanza de
cada área o asignatura. Un orientador tiene mucho que decir en cómo plantear la
evaluación para que no se limite a una calificación; puede ayudar a promover
metodologías en el aula que fomenten la cooperación, el aprendizaje por problemas o por
proyectos; su ayuda resulta especialmente importante para hacer entender que los
aspectos emocionales son tan importantes como los cognitivos y que en muchas
ocasiones las dificultades de aprendizaje están asociadas a los primeros. Pero los
docentes necesitan además la ayuda de los asesores de formación para mejorar los
procesos de enseñanza y aprendizaje en las diferentes áreas y materias del currículum. El
trabajo de ambos profesionales del asesoramiento tiene lógicamente muchos elementos
en común que se refuerzan entre sí cuando están bien coordinados. En algunas
comunidades, como es el caso del País Vasco y lo fue el de Castilla-La Mancha hasta el
cambio de gobierno autonómico de 2011, estos dos servicios forman parte de una única
red de apoyo.
La coordinación con los servicios de inspección es de otra naturaleza. Podría
resumirse en la necesidad que tanto los asesores psicopedagógicos como los de
formación tienen de ver impulsado y respaldado su trabajo por los inspectores. Muchas
de sus intervenciones requieren determinadas condiciones que la inspección debe
autorizar y, en un sentido más amplio, su labor necesita verse legitimada y valorada por
quien representa en último término a la administración. La perspectiva de los servicios
de inspección permitiría también comprobar que en un determinado sector escolar se está
haciendo un uso racional de los distintos apoyos, evitando solapamientos o lagunas que
nadie cubre. Finalmente, los inspectores e inspectoras deben impulsar los planes de
220
mejora de los centros y, en su elaboración y desarrollo, deberían dar a los asesores, tanto
psicopedagógicos como de formación, el papel que les corresponda. Para que estas
condiciones se cumplan, una vez más el papel del equipo directivo es esencial. El
interlocutor directo de la inspección es la dirección del centro. Si existe una buena
relación entre el equipo directivo y el orientador, sus tareas y propuestas tendrán más
posibilidades de ser apoyadas ante la inspección educativa.
Retos presentes y futuros
Buena parte de las discusiones de los últimos años se han centrado en la organización y
ubicación de los equipos psicopegógicos que trabajan en los centros de Educación
Primaria. No es posible abordar esta polémica en estas páginas por su diferente
concreción en cada comunidad autónoma. Nos limitaremos a señalar que, donde se ha
producido un cambio con respecto al modelo de la LOGSE, este ha sido en todos los
casos para dotar a los colegios de un asesor propio. Si bien parece aconsejable que los
orientadores fueran figuras internas en todo centro educativo que coordinaran en cada
uno de ellos las medidas de atención a la diversidad, manteniendo al mismo tiempo los
tiempos semanales de trabajo sectorial, las limitaciones presupuestarias existentes hacen
poco probable la elaboración de un plan riguroso que desarrolle de forma equilibrada y
con las garantías necesarias esta propuesta.
Por ello, en este momento, el debate sobre el futuro de los servicios psicopedagógicos
no se centra en su estructura, ni tan siquiera en sus funciones. Por desgracia está ligado,
como en otros ámbitos, a la dotación de recursos. En la mayoría de las comunidades
autónomas no se están convocando plazas y, lo que es peor, en otras se están eliminando.
Es un reflejo más de la situación de crisis por la que pasa el sistema educativo.
Sin embargo, si creemos que es necesario no retroceder en ninguna de las medidas de
atención a la diversidad, los profesionales del asesoramiento psicopedagógico son
fundamentales. Sin renunciar por tanto a la exigencia de dotación de más profesionales,
en el marco de un compromiso general con la recuperación de las plantillas de profesores
necesarias para garantizar una enseñanza de calidad, quizá se pueda aprovechar la
escasez de recursos precisamente para lograr una mayor participación del conjunto del
profesorado en esta tarea. Se podría avanzar también en nuevas formas de cooperación y
de compromiso en el centro, como se ha apuntado en el capítulo 6. Los orientadores
deberían centrar su energía en planificar, junto con el equipo directivo, un cambio
cultural en los modelos educativos y en la organización del centro desde un enfoque
inclusivo, que contribuyera a movilizar a los docentes, a las familias y a otros recursos
de la comunidad para avanzar en este objetivo común.
Comentarios finales
221
A lo largo de este capítulo se han analizado las posibilidades que el currículum tiene de
mejorar la calidad de la educación y también las limitaciones de conseguirlo de no
llevarse a cabo a la vez cambios en otros ámbitos educativos que condicionan su
desarrollo en las aulas. Lo mas dramático, sin embargo, es que el currículum prescriptivo
diseñado como desarrollo de la LOMCE camina en una dirección contraria a los
principales postulados sostenidos en estas páginas. Su excesiva extensión, su desarrollo
pormenorizado y exhaustivo, la descoordinación entre los enfoques de las diferentes
materias, así como la incorporación de unos estándares prolijos y desajustados, hacen
inviable cualquier tipo de desarrollo normativo para las comunidades autónomas y para
los propios centros. La respuesta al qué enseñar viene cerrada, además de sobrecargada,
sin permitir apenas autonomía pedagógica. Junto con ello, la existencia de una reválida
común para todos los centros españoles cierra aún más, si cabe, cualquier posibilidad de
matización, no digamos de diferenciación entre territorios y centros docentes. La única
esperanza es que los responsables educativos sean conscientes cuanto antes de semejante
disparate y supriman el rígido, desenfocado y minucioso desarrollo curricular que
atenaza a las administraciones educativas y a los centros y les impide la más mínima
autonomía curricular. Solo así los docentes podrán asumir su responsabilidad en la toma
de las decisiones curriculares que guiarán los procesos de enseñanza y aprendizaje. Al
análisis de estos procesos se dedica el último capítulo del libro.
1 En el apartado de los estándares de aprendizaje es muy frecuente pedir al estudiante que defina determinados
conocimientos, como si ello implicara su comprensión.
2 En el artículo 6 del Real Decreto se habla de la comprensión lectora, la expresión oral y escrita, la comunicación
audiovisual, las tecnologías de la información y la comunicación, el emprendimiento y la educación cívica y
constitucional. Sin embargo, cuando más adelante se habla de las evaluaciones que el Gobierno realizará, se alude
a la competencia en comunicación lingüística, a la competencia matemática y a las competencias básicas en
ciencia y tecnología.
3
El
proyecto
COMBAS
del
MEC
es
una
afortunada
excepción;
http://www.mecd.gob.es/cniie/proyectos/competencias-basicas/Integracion-curricular/proyecto-combas.html
4 Una de las experiencias más interesantes en este ámbito fue la creación por el Ministerio de Educación del
portal Leer.es http://leer.es/
222
CAPITULO 9
LA CALIDAD DE LOS PROCESOS DE ENSEÑANZA Y
APRENDIZAJE. AJUSTE, AUTORREGULACIÓN Y
COOPERACIÓN
En el proceso de concreción del currículum, al que se ha hecho referencia en el capítulo
anterior, los docentes finalmente planifican en las programaciones los aprendizajes que
tienen como metas, los contenidos que van a trabajar para alcanzarlos y las actividades
de enseñanza y aprendizaje, y, en su caso, de evaluación a través de las cuales van a
organizar la actividad del aula. Los objetivos, contenidos y actividades diseñadas guían
sin duda la práctica docente. Sin embargo, son muchas las transformaciones que se
producen entre la fase de diseño y la dinámica interactiva y compleja que de hecho tiene
lugar en las aulas. De esta segunda fase se ocupa este capítulo, en el que se aterriza en
los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Definir cuáles son las características que determinan la calidad de estos procesos es
una tarea muy amplia y compleja. Nosotros vamos a abordarla conscientes de que la
respuesta será necesariamente parcial en un doble sentido. Nos referiremos solo a los
aspectos que consideramos más relevantes, lo que inevitablemente dejará fuera otros que
nos limitaremos en su caso a identificar. Asimismo, y como no puede ser de otra manera,
esta selección está guiada por un marco teórico: una determinada forma de entender qué
es aprender y enseñar. Consideramos imprescindible que los distintos profesionales que
intervienen en la educación escolar, desde una u otra posición y responsabilidad, partan
de un marco teórico que guíe sus decisiones. Habrá, sin duda, diversidad en estos
referentes teóricos, aunque cada vez existe un mayor consenso acerca de los supuestos
básicos de las ciencias del aprendizaje (Bandsford, Barron, Pea, Meltzoff, Kuhl, Bell,
Stevens, Schwartz, Vye, Reeves, Roschelle y Sabelli, 2006; Sawyer, 2006), pero esto no
tiene por qué ser un problema si estos son explícitos y se pueden contrastar y revisar. La
práctica que no es posible justificar desde determinados supuestos, sean estos los que
sean, tiene el riesgo de resultar errática y de perpetuarse por la falta de reflexión sobre la
acción cotidiana.
El marco teórico que se asume en este capítulo, como en el anterior, adopta una
concepción epistemológica y psicológica constructivista. Es decir, entiende que el
conocimiento de la realidad que tenemos los humanos no es una copia de esta, sino una
construcción y reconstrucción de la misma posibilitada, pero también restringida, por
nuestras estructuras de conocimiento. Por otra parte, estas estructuras son también el
223
resultado de una construcción y reconstrucción permanente y se desarrollan
precisamente en los procesos de aprendizaje que nos permiten ir conociendo el mundo.
La actividad mental del alumno y la ayuda del docente para promoverla son, por tanto, la
clave del aprendizaje. Esta primera opción constructivista se asume desde distintas
teorías, complementarias en muchos aspectos. La concepción constructivista de la
enseñanza y el aprendizaje, propuesta por César Coll (2001, 2010b), constituye una útil
herramienta para analizar los procesos que tienen lugar en las aulas. No es el objetivo de
este capítulo exponer esta concepción, que el lector puede encontrar en las referencias
indicadas. Sin embargo, los ejes de análisis que organizan el capítulo parten de los
elementos esenciales de esta forma de entender, aprender y enseñar.
En los tres primeros apartados del texto expondremos los procesos que articulan la
actividad conjunta de docentes y alumnado en torno a las actividades de aprendizaje —el
ajuste, la cooperación y la autorregulación— y en los siguientes reflexionaremos acerca
de las consecuencias instruccionales que de ellos se derivan.
El ajuste en la ayuda pedagógica
Si tuviéramos que limitarnos a señalar una única característica esencial para la mejora de
los procesos de enseñanza y aprendizaje, esta sería la capacidad de ajuste de la
intervención del docente a las características de cada alumno o alumna y a la forma en
que se van desarrollando sus procesos de aprendizaje, en torno a contenidos y tareas
concretas.
Todos los alumnos son diversos. Difieren en lo que saben, en cómo aprenden mejor
(solos o en grupo; escuchando o leyendo; con distinta capacidad de mantener la
atención…), en sus intereses y motivaciones, en el grado de seguridad con el que se
enfrentan a las tareas, en sus experiencias de aprendizaje fuera de la escuela, en el
compromiso y ayudas que reciben de sus familias. La lista sería mucho más amplia, pero
los factores señalados resultan suficientemente elocuentes. ¿Puede enseñarse igual a
quienes necesitan ayudas distintas? Si establecemos una analogía con el contexto
educativo de la familia, los progenitores, aun queriendo educar a todos sus hijos o hijas
hacia unas metas comunes, no hacen lo mismo con todos ellos. Saben cómo actuar en
cada caso. Y cuando este ajuste no se produce, alguno de los hijos o hijas sale
perjudicado. Si vamos a aprender inglés a una academia, ¿no valoramos o incluso
reclamamos que se personalice lo más posible la enseñanza? ¿No es correcto trasladar
esta lógica a la escuela? A nuestro juicio, no solo es lógico sino que resulta una
exigencia irrenunciable, lo que no implica desde luego que sea fácil llevarla a cabo.
Como se ha señalado en los capítulos 3 y 8, el fundamento de la escuela inclusiva se
basa en esta premisa de atención a la diversidad del conjunto del alumnado, y no
únicamente de aquellos cuyas peculiaridades destacan más y requieren recursos y
esfuerzos suplementarios (Booth y Ainscow, 2011). Para que de verdad aumente la
224
equidad en un sistema educativo que quiere dar cabida a todo el alumnado, la capacidad
de ofrecer una enseñanza adaptativa es el reto fundamental (Coll y Miras, 2001). A
mayor heterogeneidad del alumnado, mayor riqueza en las experiencias educativas,
mayor cohesión social, pero también mayor dificultad para los centros educativos de
atender a la diversidad, de ajustar la ayuda pedagógica. Como muchas cosas en la vida,
esto puede verse como un problema o como una oportunidad. De lo que no cabe duda es
de que implica un gran esfuerzo. Sin embargo, el hecho de tomar clara conciencia de que
adaptar la enseñanza sin excluir es incompatible con determinados enfoques
metodológicos puede convertirse en un motor de innovaciones en las prácticas docentes.
Partir de los conocimientos previos de los alumnos para que tomen conciencia de que
de hecho tienen explicaciones sobre el mundo, y puedan cuestionarlas y contrastarlas
con otras concepciones que dan mejor cuenta de la realidad, es un principio didáctico
que forma parte de los conocimientos compartidos entre los docentes desde hace tiempo.
Lo que no implica que las prácticas en el aula reflejen realmente esta comprensión. En
cualquier caso, es preciso dar un paso más. Siendo muy importante conocer la diversidad
de estas ideas previas, no son lo único que un docente necesita saber de cada uno de sus
alumnos y alumnas. Otras características cognitivas, pero también emocionales y
sociales, son tanto o más importantes. ¿Tengo que planificar para esta alumna
actividades que no requieran más de media hora de concentración? ¿Puedo llamarle la
atención en público o eso aumentará su introversión? ¿Cuáles son los mejores
compañeros para su grupo de trabajo? ¿Si le mando actividades para realizar en casa,
puedo contar con que serán provechosas para su aprendizaje? Cuando hablamos de
ajustar la ayuda al estado inicial de los alumnos, debemos recordar que no podemos
limitarnos a tener en cuenta lo que ya saben y lo que no.
Por otra parte, retomando el enfoque de la nueva ecología del aprendizaje expuesto en
el capítulo anterior, ajustarse a las características de los alumnos supondrá tener en
cuenta sus trayectorias de aprendizaje, que no se han construido única ni principalmente
en la escuela, y cuya relevancia facilita conectar las experiencias escolares con el resto
de los escenarios de aprendizaje. Al tener en cuenta la variedad de experiencias de
aprendizaje de los distintos alumnos, estaremos también atendiendo a los diversos
procesos de construcción de la identidad de aprendiz (Falsafi y Coll, 2011),
reconociendo y aprovechando sus intereses y capacidades para aprender en distintos
contextos.
Sin duda, se trata de una demanda muy exigente, pero no imposible. Como cualquier
ideal, no podemos pretender alcanzarlo en su plenitud, ni de forma generalizada ni
inmediata. Será un largo proceso, desigual en sus logros dependiendo de cada escuela y
cada docente. Sin embargo, todo el que conoce los centros educativos sabe que hay
profesores que aun en condiciones semejantes son capaces de ajustarse a sus alumnos
con un éxito significativamente mayor que otros. Lo importante entonces es identificar
las claves que explican estas diferencias en las prácticas docentes.
225
Las concepciones acerca de la diversidad
Una primera tiene que ver con las concepciones acerca de cómo se aprende; qué
significa ser capaz; si las capacidades se desarrollan o por el contrario vienen prefijadas
o son moldeables pero solo en los primeros años; qué grado de influencia puede ejercer
la escuela; si es cierto que cuando hay ritmos y formas distintas de aprendizaje en una
clase los más capaces salen perjudicados. Los docentes tienen respuesta a todas estas
preguntas. No solo ellos, también las familias y los alumnos y alumnas. En algunos
casos estas ideas son explícitas y en otros no se tiene conciencia de ellas, pero de hecho
influyen en lo que hacemos. ¿Cuáles son las concepciones que es más probable encontrar
en los distintos colectivos de la comunidad escolar y de la sociedad en general? Los
estudios que se han realizado a este respecto (López, Martín, Echeita y Montero, 2013;
Urbina, Simón y Echeita, 2011) ponen de manifiesto que entre los docentes, sobre todo
de educación secundaria, es frecuente concebir las capacidades del alumnado, tanto las
intelectuales como las emocionales, como un rasgo estático difícil de modificar.
Son pocos quienes consideran que, siendo cierto que los alumnos no aprenden porque
no están motivados, no lo es menos que no están motivados porque no aprenden. A pesar
de que pueden aceptar que un estudiante que está «desconectado» en clase puede
enfrascarse durante horas en otras actividades de su vida cotidiana, no es fácil que esta
constatación les lleve a plantearse que las personas no tanto «somos» cuanto «estamos».
Es decir, que el contexto concreto de actividad nos lleva a comportarnos de determinadas
maneras, que varían cuando abordamos tareas de otra naturaleza. Si alguien se motiva de
hecho ante ciertas actividades de aprendizaje, no parece justificado afirmar que «es» una
persona vaga, aunque se comporte como tal en determinadas situaciones escolares.
Esta dualidad entre concebir las características de los alumnos como estados estáticos
o como procesos se identifica también en distintos contextos escolares. Hemos de ser
conscientes de que la motivación y el interés del alumno depende en gran medida del
tipo de tarea de aprendizaje que se le presenta. No es extraño, por tanto, que una alumna
que en clase de lengua mantiene una actitud pasiva pueda apasionarse en un proyecto de
radio o de elaboración de un periódico, o en la preparación de una obra de teatro,
contextos todos ellos en los que desarrolla la competencia comunicativa: lee, escribe,
escucha y se expresa oralmente. Falta, quizá, la reflexión metalingüística y el
conocimiento de las claves del discurso necesario para una mejor comunicación, que
podrían llegar a interesar a la alumna en cuestión a partir de sus experiencias en la
elaboración del periódico o en la preparación de la obra de teatro.
Esto no significa que las dificultades del alumno ante determinadas tareas procedan
solo de la forma de enseñanza. El nivel de complejidad de la tarea y los aprendizajes
previos del alumno, así como su disposición para aprender, son factores esenciales. Pero
es precisamente la articulación de estos tres elementos (características del alumno,
demandas de la tarea y ayuda del docente), es decir el ajuste de ayuda a la actividad que
226
el alumno desarrolla en una tarea concreta, la clave del mayor o menor éxito del proceso.
Una visión estática constituye por tanto una primera barrera para la enseñanza
adaptativa.
¿Es raro que los docentes tengamos a menudo este tipo de concepciones? En
absoluto. No se trata de una historia de buenos y malos. Los estudios a los que se ha
aludido antes plantean que estas son de hecho las ideas más intuitivas y que cuestionarlas
implica un costoso proceso de cambio conceptual que difícilmente puede realizarse sin
ayuda. Por eso es tan importante asumir, como se analizaba en el capítulo 5, que la
mejora de la calidad exige establecer en los centros escolares el hábito de reflexionar de
forma conjunta y sistemática sobre las prácticas educativas. En el capítulo 2 ya se
señalaba que la actitud hacia la innovación es una de las características asociadas a las
escuelas de calidad (Dyson y Milkward, 2000; Murillo, 2005), que impide caer en el
error de considerar que lo que está pasando es lo único posible. Las experiencias de
innovación muestran que si se modifica la forma de estructurar las experiencias de
aprendizaje, el comportamiento de los alumnos también cambia. No es menos cierto que
ello supone transformaciones profundas y globales, difíciles por tanto, pero satisfactorias
cuando se comprueba el avance.
Condiciones para la atención a la diversidad
Ajustar la ayuda a la diversidad del alumnado resulta sin duda más fácil desde
determinadas metodologías. En el cuarto apartado del capítulo abordaremos este tema,
una vez hayamos analizado los dos principios pendientes: la autorregulación y la
cooperación. Pero estos cambios requieren también compromisos de otra naturaleza.
Entre los más importantes se encuentran controlar la ratio y contar con recursos
personales suficientes y adecuados. El número de alumnos por aula no garantiza por sí
solo un ajuste en la ayuda, pero es casi una obviedad que cuanto menor es este, más fácil
resulta conocer a los alumnos y alumnas. Por otra parte, si se quiere que los docentes
tengan tiempo para hacer un seguimiento de los procesos y no solo de los resultados de
aprendizaje de todos los estudiantes, tienen que contar con el tiempo para ello y también
para poder planificar y reflexionar sobre la marcha de cada grupo clase en reuniones de
equipo docente (Martín y Mauri, 2011).
Medidas organizativas de atención a la diversidad, como refuerzos o desdobles, son
más difíciles con los recortes que está sufriendo la educación española en estos
momentos. Sería necesario que una parte de la dedicación del profesorado pudiera
orientarse a la docencia de grupos más pequeños (desdobles) o al refuerzo de los
alumnos con más dificultades. Sin embargo, la tendencia de la mayoría de las
administraciones educativas es a ampliar el número de horas lectivas de los docentes
dedicadas a los agrupamientos generales de los alumnos y a incrementar de forma
significativa el número de alumnos por aula, lo que supone un claro retroceso que hace
227
peligrar el camino recorrido hacia una educación inclusiva de calidad. Se argumenta que
son tiempos de crisis. Sin duda. Pero las reducciones presupuestarias pueden orientarse
en función de las prioridades. Por poner solo un ejemplo, en octubre de 2012, en plena
crisis de la Unión Europea, el gobierno de Hollande presentó el presupuesto más
restrictivo de la última década, pero no disminuyó la partida de educación. Es más,
Francia amplió la contratación de varios miles de profesores para «relanzar» la
enseñanza pública.
Los recursos personales no se limitan sin embargo al profesorado: los profesionales
de los equipos o departamentos de orientación son un factor esencial en la atención a la
diversidad (véase capítulo 8). Tanto en la atención directa a los alumnos, en estructuras
de refuerzo dentro o fuera del aula, como en el asesoramiento a la dirección y a los
docentes para ayudar a impulsar procesos de cambio hacia una organización global del
centro escolar progresivamente más inclusiva.
El Plan de acción tutorial
Dentro de esta última línea de actuación, el Plan de acción tutorial es un factor clave. La
hora de tutoría es un espacio privilegiado para la participación del alumnado con todo lo
que ello supone de aprendizajes esenciales, como veremos más adelante. Es también un
tiempo para conocerlos mejor. Sin embargo, de poco sirve este tiempo horario si no se
entiende bien su meta. Es frecuente que en el para muchos profesores resulte un vacío
amenazante que se espera llenar con actividades «precocinadas» que habitualmente
suministra el orientador. Dar sentido a la acción tutorial es, por tanto, una vía muy
fructífera de atención a la diversidad.
A pesar de ello, la tutoría en grupo puede resultar insuficiente. Algunos centros, si
bien es cierto que muy escasos todavía, han introducido la tutoría individual. Ciertos
alumnos o alumnas, en determinados momentos de su desarrollo, necesitan espacios de
atención más personal. No se trata de establecer una rutina rígida y artificial. No hay que
hacerlo con todos por obligación, ni de la misma forma. Por el contrario, se trata de que
los tutores —cuya elección debe tener en cuenta determinadas cualidades— puedan
contar con un tiempo de acompañamiento a aquellos alumnos y alumnas que valoren que
lo necesitan. De nuevo, esto supone más recursos personales y una determinada
organización horaria, pero antes que ello requiere de una apuesta del centro por esta
forma de entender la función inclusiva de la educación.
La colaboración con las familias
El Plan de acción tutorial tiene su otro pilar en el trabajo con las familias. La
colaboración de las familias con el centro es un valor en sí mismo desde el punto de vista
228
de la participación en el gobierno democrático de los centros, y ofrece oportunidades
muy interesantes desde la perspectiva de la contribución a actividades tanto de aula
como sobre todo extraescolares, como se ha analizado en el capítulo 6. Sin embargo, en
este momento nos estamos refiriendo al contacto más personal entre el tutor y el resto de
los docentes que trabajan con un alumno y la familia de este. El conocimiento por parte
de los padres de las metas del centro escolar; la apropiación de estas por parte de la
familia en un proceso bidireccional de intercambio de puntos de vista, alejado, por tanto,
de la mera sumisión a las propuestas de la escuela; y el contacto fluido a lo largo del
proceso, son elementos esenciales para que familia y escuela pongan sus esfuerzos al
servicio de la educación y el bienestar de su hijo y alumno.
Es frecuente escuchar quejas de los docentes que sitúan el origen de los problemas en
el ámbito familiar o lamentan la poca colaboración de las familias, cuando no la
desautorizan de forma explícita. Por su parte, hay madres y padres que difícilmente
entienden no haber tenido reuniones con los docentes de sus hijos a no ser que las hayan
solicitado ellos mismos, o que se haya producido un episodio de conflicto. Padres y
madres que querrían ofrecer una información muy valiosa acerca de lo que saben de la
vida de sus hijos e hijas. Ninguna de estas insatisfacciones está falta de razón.
La situación de los centros escolares permite entender por qué suceden estas cosas, lo
que no significa que no se tengan que buscar soluciones. Si es preciso conocer mejor a
los alumnos para ayudarles teniendo en cuenta sus peculiares características y si estamos
convencidos de la influencia del entorno familiar, hemos de colaborar con quienes tienen
que ser informantes privilegiados y aliados en la tarea. Una vez más esto exige un
avance en las competencias del profesorado, pero también una profunda reflexión social
sobre la función de la familia en la educación y en sus formas de colaboración con las
escuelas. La búsqueda de alternativas para favorecer su participación, para adecuar las
reuniones a los tiempos laborales de unos y de otros y para conseguir un compromiso
mayor exige no solo cambios en el funcionamiento de las escuelas, sino también normas
en el campo social y laboral. Un amplio consenso social impulsaría la voluntad política
de llevar a cabo estos cambios.
La autorregulación
La finalidad última de la educación escolar, como la de todo proceso educativo, es ir
realizando una progresiva cesión del control que permita pasar de la heterorregulación a
la autorregulación. Es decir, que ayude a que los alumnos vayan desarrollando
competencias que cada vez les hagan más capaces de planificar, controlar y evaluar sus
propios procesos de aprendizaje. Lo que en otros contextos educativos informales va
teniendo lugar sin que necesariamente haya una intencionalidad explícita y consciente
que guíe la actividad conjunta desde esta meta —aunque de hecho se produzca el
traspaso y de forma eficaz habitualmente—, en el caso de la escuela debe ser un objetivo
229
asumido por los docentes de forma explícita y coordinada, y que se refleje, por tanto, en
las prácticas escolares.
Cuando se enfatiza que el alumno debe ser activo, se quiere destacar que aprender
implica movilizar procesos cognitivos y emocionales que permiten construir y
reconstruir sus representaciones acerca de la realidad y de sí mismo como aprendiz. Esta
reelaboración tendrá que producirse no solo a lo largo de toda la escolaridad, sino a lo
largo de la vida, como se ha analizado en el capítulo anterior. Las personas más
competentes han sido siempre aquellas capaces de seguir aprendiendo cómo enfrentarse
a problemas nuevos, consiguiendo con ello controlar mejor su interacción con el mundo
y que el mundo las controle menos a ellas. Pero esta competencia se aprende, y se puede
enseñar. De hecho, se debe enseñar (Martín y Moreno, 2007; Swartz, Costa, Beyer,
Reagan y Kallick, 2008). Uno de los mayores compromisos de la educación escolar es
que los alumnos no abandonen la educación obligatoria sin haber aprendido cómo
pueden seguir adquiriendo los recursos que las demandas de la vida personal y laboral
les planteen. En este ámbito del aprendizaje es donde a nuestro juicio se juega realmente
la capacidad de la escuela de formar futuros ciudadanos autónomos, críticos y con
iniciativa. Claxton (1990, p. 66) lo expresa con rotundidad:
La primera función de la educación en un mundo incierto debería ser dotar a la juventud de la competencia
y confianza en sí misma necesarias para afrontar bien la incertidumbre: en otras palabras, ser buenos
aprendices.
El punto clave en la enseñanza de la autorregulación es que el alumno no solo realice las
actividades con un alto grado de compromiso e implicación, sino que entienda para qué
lo está haciendo, por qué lo hace de una determinada manera, si va consiguiendo lo que
se ha propuesto o tiene que variar su forma de actuar y, finalmente, que pueda valorar lo
que ha aprendido en el proceso y cómo le puede ayudar a enfrentarse a nuevas
situaciones. Esta forma de actuación, de naturaleza claramente metacognitiva, va más a
allá, por tanto, de buscar que los alumnos aprendan. Supone convertir el aprendizaje en
objeto de reflexión, entender cuándo y por qué se aprende. Ser un buen aprendiz implica
saber qué es aprender y saber controlar los procesos de aprendizaje. Por supuesto, si no
se plantean actividades de aprendizaje relevantes, auténticas, y por ello motivadoras, no
hay nada valioso sobre lo que reflexionar. Pero la acción de pensar sobre la actividad, no
solo de realizarla, es imprescindible para ir haciéndose con las riendas del proceso. Una
vez más será la ayuda ajustada que el docente preste la clave para que esta cesión del
control se produzca, pero el punto de inflexión es que su ayuda incluya actividades que
permitan al alumno tomar conciencia de aquello de lo que se va apropiando.
¿Qué elementos implica autorregular el aprendizaje? Requiere, como se ha señalado,
tomar conciencia de lo que se está haciendo cuando uno aprende: planificar, supervisar y
evaluar. Entender la meta de la actividad de aprendizaje es esencial para activar la
motivación y para tener un referente que permita ir contrastando en qué medida el
desarrollo de la acción nos aproxima al objetivo deseado. En esto consiste la supervisión
230
durante el proceso (on line). Hay alumnos y alumnas que empiezan una actividad y la
terminan «en piloto automático», cuando, si hubieran valorado durante el proceso qué tal
se iba desarrollando este, habrían podido reajustarlo si hubiera sido necesario. Esto
implica estar simultáneamente en acción y en reflexión, lo que no resulta fácil, ya que
los recursos cognitivos son limitados, pero se puede aprender a hacerlo y, por tanto, es
posible enseñarlo. Como lo es acostumbrar a los alumnos y a las alumnas a que, una vez
terminada la actividad, ya fuera de la acción, dediquen un momento a valorar qué tal ha
salido la tarea, qué han aprendido en ella y si podrían hacerla mejor la siguiente vez.
Sabemos que hay personas que han desarrollado más estas capacidades y
seguramente conocemos docentes que han contribuido a ello, estableciendo una forma de
realizar las actividades en el aula en la que se ayuda a los alumnos a que se pregunten de
forma explícita: ¿qué tengo que hacer?, ¿qué sé ya de este tema?, ¿me apetece hacerlo?,
¿cuál es la mejor manera de abordarlo?, ¿qué ayudas necesito?, ¿voy bien encaminado?,
¿he planificado bien el tiempo?… Estas preguntas al principio tiene que hacerlas el
docente, pero poco a poco deben planteárselas los alumnos sin necesidad de ayuda
externa. Se trata de ir estableciendo en el aula un hábito, un saber hacer, un protocolo de
pensamiento y de acción. En suma, un formateo de la mente que «se acostumbra» a
actuar de esta manera.
Aprender a sentirse competente
Planteado así, pareciera que aprender a aprender es una capacidad únicamente cognitiva:
la toma de conciencia que proviene de la reflexión sobre la acción. Sería un error pensar
esto. Como en todo proceso humano, la emoción tiene un papel esencial. Si un alumno
se considera incompetente, no es fácil que se ponga a la tarea. Los alumnos van
construyendo una identidad de aprendiz segura en la medida que tienen éxito y este se
les reconoce. Las percepciones de los alumnos que se reflejan en afirmaciones como «es
que a mí esto no se me da bien», «con esta asignatura no puedo, jamás la aprobaré», «yo
no valgo para los estudios», son representaciones paralizantes que se han ido formando
en una historia continuada de fracaso. Expresan sobre todo emociones de baja
autoestima, de rechazo y de huida de nuevas situaciones de fracaso que revivan el
sufrimiento que esto genera. No se trata de percepciones injustificadas, carentes de un
principio de realidad. Están ancladas en experiencias reales, pero la clave radica en cómo
se han interpretado. En este sentido, conviene recordar que la interpretación proviene en
un primer momento sobre todo de los adultos que rodean al alumno o alumna.
El proceso de aprendizaje implica aproximaciones sucesivas, avances y retrocesos,
errores y respuestas insatisfactorias. Todo ello debe enseñarse a los alumnos para que
aprendan de estas experiencias, para evitar que se desanimen y para que entiendan que el
aprendizaje supone una buena dosis de constancia y de superación.
Cuando algo no sale bien en clase, el profesor puede atribuirlo a causas controlables
231
por el alumno y que pueden modificarse, «no te has fijado bien, vuelve a leerlo», o
puede transmitir —la mayor parte de las veces sin pretenderlo— una explicación más
ligada a características del alumno, rasgos estables difíciles por tanto de cambiar, «bueno
no te preocupes, vamos a pasar a la siguiente actividad». Como los estudios sobre el
efecto Pigmalion y la profecía autocumplida ponen de manifiesto (Merton, 1949;
Rosental y Jacobson, 1968), los mecanismos mediante los cuales los docentes enviamos
estos mensajes a los alumnos y alumnas son muy sutiles y, como se ha señalado, no
necesariamente intencionales. El profesor hace una pregunta, un alumno que el docente
no considera especialmente capaz da una respuesta equivocada. El profesor le dice
«gracias, Pablo, pero no es exactamente a lo que me refería». Pregunta a continuación a
otra alumna, de quien sí tiene un alto concepto. Ella también se equivoca y el profesor
dice: «No María, no me has entendido bien, me refiero…». Este sutil mensaje, como
otros relacionados con la calidez (verbal y gestual) con la que el profesor trata a distintos
alumnos, la frecuencia con la que les deja intervenir o la complejidad de las tareas que
encarga a unos y otros, son algunos de los elementos de la interacción en el aula que
contribuyen al grado de solidez y confianza de la identidad de aprendiz de los alumnos.
Obviamente, la influencia también se ejerce por los compañeros del grupo de clase y por
la propia familia.
Ciertamente, esta identidad no es un puro reflejo de los mensajes implícitos o
explícitos de los demás. Se trata de una construcción en la que la percepción de
competencia de la que parte el alumno y sus estilos motivacionales interactúan con los
actos de reconocimiento que se producen en las relaciones con los docentes, los
compañeros y la familia. Conocerse a uno mismo implica identificar también las
debilidades y limitaciones. A ello deben contribuir igualmente los otros. Lo importante
es transmitir a los alumnos y alumnas un clima de confianza que les permita dar sentido
a la tarea de aprender (Solé, 1993).
Hay que reconocer que ayudar a que los alumnos vayan construyendo una concepción
de que aprender es un proceso complejo, que exige esfuerzo pero que resulta lo
suficientemente estimulante como para embarcarse en estas actividades, y que es preciso
enseñarles a que ajusten sus atribuciones de los éxitos o fracasos no son tareas sencillas.
En primer lugar, porque implican que los docentes sean conscientes de que es una
responsabilidad que les corresponde y que deben planificar y desarrollar de forma
sistemática. En segundo lugar, porque a menudo no se sienten formados para ello. Y por
último, porque una vez más supone el difícil ajuste en la ayuda pedagógica.
Para que una alumna vaya adquiriendo confianza en sí misma, al final debe tener
éxito en las tareas, y ello requiere a su vez que la actividad se ajuste al nivel de
aprendizaje de la alumna. No se busca plantearle tareas que ya sabe resolver. Eso no es
aprender. Pero sí que el nivel de dificultad y la ayuda que se le preste estén ajustados a
su zona de desarrollo próximo. Desde un determinado enfoque, esto significa ajustar el
nivel a las distintas características de los alumnos y alumnas; atender a la diversidad.
232
Desde otra perspectiva, este ajuste se critica como bajar el nivel educativo. Pero es
una de las estrategias necesarias para evitar el fracaso en determinadas materias
educativas. Una cierta experiencia de éxito de los alumnos, que toman conciencia de que
pueden aprender, aunque con ritmos y ayudas diferentes a los de otros compañeros,
contribuye en gran medida a que mantengan el esfuerzo y la dedicación para seguir
avanzando. De otra forma, el alumno se siente inmerso en una espiral de difícil solución:
no aprendo, pero tampoco sé cómo aprender, por lo que no merece la pena dedicarme a
este tipo de aprendizajes.
Para introducir en las aulas un enfoque de progresiva autonomía de los alumnos, hay
que tener en cuenta las concepciones que profesores y alumnos tienen sobre lo que
implica aprender. Es frecuente descubrir que en el marco escolar los alumnos consideran
que es sinónimo de estudiar, de aprobar, de poder repetir con la mayor fidelidad lo que el
profesor ha dicho. Si se les pregunta en cambio cómo aprenden a hacer cosas fuera de la
escuela, su descripción del aprendizaje es distinta. Las concepciones de los estudiantes
son pues variadas y no todas ellas reflejan una comprensión cabal del proceso de
aprendizaje.
Las concepciones, como ya se ha señalado, guían la acción. Conviene, por tanto,
dedicar tiempo a reflexionar con los alumnos acerca de lo que creen que es aprender, y
actuar como modelos estratégicos de aprendizaje: verbalizar las metas de las actividades
que los propios docentes realizan, poner de manifiesto las dudas que se generan en el
proceso, los argumentos que llevan a una u otra decisión, las cosas que no se saben, las
vías para buscar la información necesaria, los indicadores que se utilizan para valorar el
grado de éxito conseguido. Es preciso hacer presentes estos elementos junto con los de
naturaleza emocional: me gusta o no; no me está saliendo bien; seguro que el de mi
compañero está mejor; esto no sé cómo hacerlo, estoy harta, lo dejo y salto al siguiente
punto; qué más da, si me tiene manía y siempre me pone mala nota. Por supuesto, las
emociones pueden ser por el contrario positivas, pero lo importante es recordar que
conviene enseñar a los alumnos a tomar conciencia de los sentimientos que el
aprendizaje les provoca.
Como en otros ámbitos, enseñar a autorregular el aprendizaje implica usar recursos de
regulación externa que tendrán que ir retirándose progresivamente a medida que se
comprueba que el alumno se apropia de ellos. Las verbalizaciones del profesor a las que
se ha hecho referencia, su comportamiento como modelo, la presencia recurrente de una
estructura de actividad organizada en torno a la planificación, supervisión y evaluación,
son algunas de estas ayudas. Resultan también muy útiles las guías escritas, en las que se
van recordando al alumno estas formas de pensamiento y de acción para favorecer que
las convierta en rutinas. Utilizar a otro compañero como guía-modelo es igualmente
valioso (Monereo, 2001).
Todos estos procesos se ven potenciados cuando se acompañan de la escritura.
Sabemos que escribir formaliza el pensamiento, lo hace más elaborado. La escritura
233
tiene una gran capacidad epistémica (Scardamalia y Bereiter, 1992). Explicar por escrito
qué he hecho en una determinada tarea, por qué lo he hecho así y qué he aprendido,
ayuda a tomar conciencia de los procesos y con ello a realizarlos en el futuro de forma
más consciente y controlada. Escribir un texto en el que se describan los sentimientos
que ha suscitado el trabajo en grupo permite comprender lo que se necesita para sentirse
bien aprendiendo.
Cooperación
Dos mentes conectadas aprenden mejor que una sola. Cuando se está de acuerdo con esta
afirmación, se comparte el tercero de los pilares de la calidad de los procesos de
enseñanza y aprendizaje que proponemos: la cooperación. ¿Qué nos dice la investigación
acerca de los mecanismos que explican la importancia de aprender mediante la
cooperación? En primer lugar, que realizar una tarea con otro hace más probable tener en
cuenta la existencia de perspectivas diferentes a la propia. Aprender significa entender
que nuestro conocimiento es necesariamente una perspectiva sobre la realidad, no la
realidad misma; una construcción; un mapa del territorio, no el propio territorio (Pozo,
1996). Trabajar en cooperación favorece una mente perspectivista.
Aprender juntos
Por otra parte, cuando se quiere exponer el punto de vista propio dentro de un grupo, es
preciso explicitarlo. Como ya se ha señalado, expresar una idea no es meramente volcar
algo que ya estaba construido. Al formularlo lo reelaboramos. Pensemos cuántas veces
hemos creído saber algo y cuando hemos querido expresarlo, nos hemos dado cuenta de
que no lo teníamos tan claro. O lo que es lo mismo, cuán a menudo al poder compartir
con alguien una experiencia hemos tomado conciencia de que comprendíamos mejor lo
que nos había sucedido.
Asimismo, es frecuente comprobar que a veces los alumnos entienden mejor la
explicación de un compañero que la del docente. La propuesta de Werstch (1988) sobre
la renuncia estratégica puede dar cuenta de este hecho. Enseñar es renunciar —
estratégica y temporalmente— a la forma en la que uno entiende el mundo intentando
por un momento adoptar aquella que tienen los alumnos para tomarla como punto de
enganche e ir contrastándola con perspectivas científicas más elaboradas. Es fácil
comprender que las representaciones de un alumno que acaba de entender un
conocimiento estén más próximas a las de sus compañeros y compañeras que las del
profesor, al que en ocasiones le resulta muy difícil ponerse en el punto de vista de los
alumnos. Por eso a veces un estudiante explica algo que el profesor lleva tiempo
intentando hacer comprender sin conseguirlo y —ante el asombro del docente que cree
234
que el alumno ha dicho lo mismo que él— ahora el resto de la clase lo entiende. La
aparente similitud en las dos explicaciones suele ser eso, simple apariencia. Si se analiza
con detenimiento lo que el alumno ha dicho, se comprueba que ha destacado algún
aspecto que para él ha sido la clave de la comprensión, y por ello resulta una ayuda más
ajustada y pertinente que la que el profesor venía ofreciendo.
Un último mecanismo al que queremos hacer mención es la ausencia del criterio de
autoridad. Lo que un docente dice tiende a considerarse lo correcto. Ello hace difícil
desarrollar en los alumnos la actitud crítica, tan presente como objetivo de la educación
en los documentos curriculares y tan ausente en las aulas. La probabilidad de que una
alumna ponga en duda lo que otro compañero dice y argumente para ello sus motivos es
mucho mayor cuando la interacción se produce entre iguales.
Se ha avanzado mucho en las últimas décadas en la conceptualización de los
supuestos pedagógicos que subyacen al trabajo cooperativo en las aulas (Pujolás, 2008).
Ello ha permitido desvelar que es algo más elaborado que «trabajar en grupo», y que
puede tomar formas diversas. Los grupos de expertos (o puzle), las tutorías entre iguales,
o el apoyo de alumnos de cursos superiores a otros más pequeños —bien en tareas
generales, como los padrinos de lectura, bien como apoyo a estudiantes que necesitan
refuerzo—, son algunas de las experiencias más interesantes. En ellas se obtienen los
beneficios cognitivos para el aprendizaje de cualquier contenido curricular que se han
señalado anteriormente, y a la vez se aprenden las relaciones sociales que más
humanizan: aquellas en las que el bien común es también un bien para uno mismo.
Cooperando, los alumnos aprenden más. Hay que rebatir el argumento de que esta
forma de enseñanza se propone únicamente por razones de socialización, pero a costa de
un menor aprendizaje. A veces el debate se establece en estos términos, aunque no
siempre seamos conscientes de ello. Cuando un profesor comenta, «No, si yo estoy de
acuerdo, es muy bueno que trabajen en grupo, pero de vez en cuando, porque se pierde
mucho tiempo hasta que se organizan, y después algunos se escaquean, no hacen nada, y
bueno, además, ¿cómo evalúas luego lo que ha hecho cada uno?…»; o cuando una
familia tiene que elegir un centro y los responsables del mismo le están explicando la
importancia que dan a la cooperación y la respuesta es «Ah, sí, nos parece muy
interesante, pero lo que queremos sobre todo es que nuestra hija salga muy preparada y
con notas que le permitan a ser posible estudiar medicina o ingeniería …», no estamos
viendo a docentes o a familias raras ni erradas. Estamos comprobando que queda mucho
trabajo por hacer para que las relaciones de cooperación se conviertan en un elemento
incuestionable y deseado en la vida cotidiana de los centros escolares.
Cooperación y convivencia
La perspectiva más cognitiva que se destaca en la frase con la que se inicia el apartado
anterior —dos mentes conectadas aprenden mejor que una sola— tiene su correlato
235
desde una mirada más centrada en la dimensión social del desarrollo: para convivir es
necesario aprender a cooperar. Aunque se pudiera pensar que no es preciso detenerse en
esta afirmación por ya sabida, para nosotros es en punto esencial. No creemos que pueda
darse por sentado que exista un acuerdo sólido en la práctica en que una de las funciones
esenciales de la educación escolar es enseñar a las personas a relacionarse, a convivir.
No es probable que las familias, los docentes o los administradores de la educación
nieguen esta función de la escuela. Sin embargo, sí es más infrecuente que en la
planificación de los proyectos educativos y en su puesta en práctica esta intención se
traduzca realmente en decisiones precisas de cómo se va a ejercer la influencia educativa
en este ámbito.
¿En cuántos proyectos curriculares se puede encontrar una secuencia vertebrada a lo
largo de los distintos ciclos o cursos de la etapa de cómo se va a enseñar la capacidad de
ser empático, es decir de entender el punto de vista del otro, pero también de
compadecerse («padecer con») su situación emocional? ¿En qué se concreta esta meta en
una niña de Infantil; cómo tiene que haber progresado en Primaria; y qué no puede haber
dejado de aprender al acabar la educación obligatoria? ¿Cómo se construye una forma de
situarse en las relaciones que lleve a un alumno a intervenir cuando ve que otro
compañero está siendo acosado, aunque ello le pueda suponer ser tachado de chivato o
convertirse él mismo en víctima? ¿Cómo hay que organizar un aula para que un
estudiante no anteponga hacer solo su trabajo para sacar mejor nota que el resto y
disfrute realizándolo con otros, por más que ello pueda implicar más tiempo y el
esfuerzo de coordinarse con personas cuyas formas de trabajar puedan no ser las que él
preferiría?
Como señalan Puig Rovira y Martín (2007), primero es preciso ponerse de acuerdo en
qué se quiere enseñar, pero la clave es que las formas de enseñar y de aprender, es decir
las actividades que el alumno lleva a cabo, vayan construyendo una manera de pensar, de
hacer, de ser. De poco sirve hablar de las bondades de la cooperación si el clima del
centro, y sobre todo del aula, está estructurado sobre el individualismo, cuando no en la
competición. A cooperar se aprende cooperando y reflexionando acerca de lo que ello
implica, pero no basta con hablar y pensar sobre la cooperación; hay que aprender a
cooperar en la acción, lo que requiere que los profesores sepan cómo enseñarlo y que el
clima del centro responda a estos valores.
Como se ha planteado en el capítulo 5, el estilo de convivencia de un centro depende
en gran medida de que se lleve a cabo un liderazgo distribuido y de que se consiga la
participación de los distintos sectores de la comunidad educativa en la toma de
decisiones. Supone asimismo elaborar un plan de convivencia que favorezca que los
alumnos y alumnas se sientan acogidos y hagan suyas las normas, para lo cual es
fundamental que tomen parte en su elaboración. Implica igualmente tener previstas las
consecuencias de la transgresión de esas normas y el protocolo de actuaciones ante los
distintos tipos de conflicto, primando siempre la reparación y la función educativa frente
236
a la mera sanción ejemplarizante. Pero significa ante todo establecer las condiciones para
que en el aula se puedan dar situaciones de bienestar (Salmivalli y Voeten, 2002). La
mejor forma de prevenir los comportamientos antisociales es enseñar las conductas
prosociales.
El aula debe ser el lugar donde se ejercita el bien vivir con los demás, lo que requiere
ante todo una atmósfera de sosiego que invite a la serenidad. Sin ello, es difícil aprender.
El informe TALIS muestra que los profesores españoles son quienes más tiempo
emplean en gestionar el clima de aula. La actividad ruidosa y desordenada impide la
concentración, es a su vez caldo de cultivo para la disrupción y otros conflictos, y no
permite abordarlos, cuando ya se han producido, con la reflexión y calma necesarios. Por
más establecidas que estén algunas normas en el conjunto del centro, cada clase tiene
que dedicar un tiempo a repensarlas, precisarla, decidir cómo y quiénes van a velar por
ellas y qué hacer ante su incumplimiento. En suma, a apropiarse de ellas; hacerlas suyas.
Los valiosos corros o rondas de la Educación Infantil o del primer ciclo de Primaria
tienen que dar lugar a las asambleas semanales, que a su vez irán cambiando la forma de
realizarse de acuerdo con la mayor capacidad de los alumnos, pero no su función. Estos
espacios no deberían perderse en ninguna etapa educativa. Si se quiere enseñar a
convivir es imprescindible que haya momentos reservados para revisar cómo ha ido la
semana, qué metas de las que nos habíamos propuesto hemos logrado, cuáles no; qué
problemas hemos tenido y cómo los hemos solucionado. Desempeñar el papel de
moderador de la asamblea semanal en la que el profesor está presente como un par más y
tener que regular lo que se dice, cómo se dice, y conseguir acuerdos y compromisos,
resulta una actividad sumamente formativa. Cualquier comportamiento debe poder ser
objeto de análisis; sin duda los de los alumnos, pero también las conductas de los adultos
en el entorno escolar y en el entorno social. A convivir se aprende en la escuela y fuera
de ella. Las experiencias de convivencia relevantes para los alumnos, sea cual sea el
contexto en el que se hayan producido, deberían traerse al espacio de reflexión propio de
la escuela. Sería ingenuo creer que su influencia será suficiente para garantizar que todos
los alumnos y alumnas sean capaces de establecer relaciones positivas en cualquier
entorno, pero también lo sería negar la relevancia de lo vivido en los años escolares.
Promover la convivencia en el aula implica que el docente es modelo del
comportamiento que pretende ayudar a construir. Para ello ha de mantener un
comportamiento equilibrado, respetuoso, compasivo y justo con todos sus alumnos. La
coherencia entre lo que se dice y lo que se hace permite al docente ejercer autoridad —
que no mero poder— y le legitima para pedir a los alumnos y alumnas que cooperen con
él en la tarea de cuidar el bienestar de todos.
Las interesantes experiencias de alumnos ayudantes o mediadores son un ejemplo de
cómo los compañeros pueden contribuir a crear un buen clima que prevenga cualquier
tipo de maltrato (Barrios, Andrés y Granizo, 2001; Torrego, 2003). La investigación ha
puesto de manifiesto que muchos de estos procesos de victimización pueden pasar
237
inadvertidos a los adultos (Defensor del Pueblo, 2007). Sin embargo, los compañeros lo
saben. Por otra parte, los iguales, sobre todo en la adolescencia, son el referente
fundamental de las relaciones sociales. Ellos pueden actuar por tanto como «colchón
protector» de situaciones de aislamiento social o de acoso cuando se les prepara para
ello, se compromete al grupo entero en el aprovechamiento de este apoyo y se mantiene
un permanente contacto del tutor y, en su caso, los servicios de orientación, con los
estudiantes que desarrollan la tarea.
Como señalábamos en el apartado anterior, los sentimientos y las emociones deben
ser objeto de enseñanza y aprendizaje y los que se experimentan hacia uno mismo y
hacia los demás en las relaciones interpersonales constituyen uno de los ámbitos
esenciales de la inteligencia emocional (Goleman, 1995). Sin embargo, educar esta
inteligencia trasciende con mucho algunas propuestas didácticas recientes en las que, una
vez más, se busca un espacio separado del resto de las experiencias escolares para
enseñar estos contenidos. Por suerte, el día a día de las aulas, de los recreos, de los
comedores ofrecen suficientes momentos de relación que pueden y deben ser utilizados
para hacer pensar a los alumnos sobre lo que sienten y lo que hacen sentir.
Oportunidades que no pueden dejarse pasar, porque al hacerlo de hecho se está educando
en una forma de relacionarse.
¿Hay metodologías que promuevan estos principios instruccionales?
Prácticamente cualquier metodología puede vertebrarse en torno al ajuste en la ayuda
pedagógica, la autorregulación y la cooperación si el docente que la planifica y
desarrolla tiene estas metas en sus intenciones educativas. Hay, no obstante, formas de
enseñar que es difícil que puedan conseguirlo, como la enseñanza frontal, esencialmente
transmisiva. Por el contrario, ciertas metodologías se fundamentan en estos principios y
promueven un tipo de actividad en el aula que implica a todo el alumnado y tiene
mayores probabilidades de promover una actitud motivada y activa por su parte.
Presentaremos de manera sucinta las que consideramos más potentes desde esta
perspectiva: el estudio de casos, el aprendizaje por proyectos o por problemas, la
organización por ámbitos curriculares y las aulas cooperativas multitarea.
Estudio de casos y aprendizaje por problemas y proyectos
Tanto el estudio de casos como el aprendizaje por problemas y por proyectos tienen la
virtud de partir de situaciones auténticas, es decir, que presentan problemas complejos
bastante próximos a las situaciones reales (Díaz Barriga, 2006). Con ello se consigue en
mayor medida superar la artificialidad que suele caracterizar a las actividades escolares,
que tienen sentido porque en la escuela se decide que es así, pero que de hecho resultan
238
menos motivadoras. Se trata de actividades con un «para qué» explícito que tiene sentido
para el alumnado. Conviene diferenciar entre los objetivos que guían la enseñanza del
docente y la razón que lleva a los alumnos y alumnas a asumir la tarea como suya.
Junto a la autenticidad, la complejidad del caso, problema o proyecto, es decir, la
confluencia que en él se produce de múltiples factores o variables que es preciso tener en
cuenta, ofrece interesantes oportunidades de aprendizaje. Se favorece la comprensión de
la multicausalidad, la capacidad de desentrañar analíticamente los elementos y de
establecer a su vez la síntesis a la que lleva su interrelación. Se desarrollan los procesos
implicados en la solución de problemas. Los procedimientos y las destrezas se trabajan
de forma estratégica y no meramente técnica, ya que no se trata de un mero ejercicio
repetitivo. Es por tanto una situación abierta que exige al alumno tomar la iniciativa de la
actividad y regular el proceso supervisando y reajustando las tareas. Por otra parte, son
metodologías que favorecen la interdisciplinariedad y permiten trabajar aprendizajes de
distintas áreas de forma interrelacionada. Asimismo, incluyen momentos de trabajo en
grupo mediante estructuras cooperativas con todo lo que ello aporta.
Las formas de enseñar a las que venimos haciendo referencia toman como es lógico
diferentes formas dependiendo de las etapas educativas. El trabajo por rincones,
frecuente en la Educación Infantil y a veces en Primaria, o los «contextos» del
interesante proyecto educativo del centro Amara Berri 1 son ejemplos de maneras
específicas de concretar determinados principios comunes, que irán ajustándose a las
peculiaridades del entorno, del proyecto del centro y del momento de desarrollo del
alumnado. En los estudios universitarios ha calado también esta forma de entender los
procesos de enseñanza y aprendizaje y, aunque estemos muy lejos todavía de poder
hablar de un uso mayoritario de estas metodologías, no es menos cierto que están
presentes en la concepción psicopedagógica que subyace al proyecto de Bolonia —en su
sentido original, al margen de la perversa traducción que está teniendo en la inmensa
mayoría de las universidades españolas— y que son cada vez más las experiencias que
se van sumando a estos enfoques.
Ámbitos curriculares y aulas cooperativas multitarea
En continuidad directa con los principios que subyacen a las metodologías citadas, pero
dando un paso más en sus consecuencias instruccionales, se sitúan las experiencias de
organizaciones curriculares por ámbitos y de aulas cooperativas multitareas. En los
ámbitos, el avance se asienta en dos pilares básicos. El primero, la integración de varias
áreas en unidades de organización didáctica más amplias —habitualmente ámbito
sociolingüístico y ámbito científico-tecnológico— que promueve la interdisciplinariedad
y facilita la autenticidad de las tareas. El segundo, el menor número de profesores que
trabajan con un mismo grupo, comparten por tanto más horas con él, lo que facilita un
mayor conocimiento de cada alumno y el ajuste a sus características de aprendizaje. La
239
organización por ámbitos se diseñó en la LOGSE para los programas de diversificación,
pero la potencialidad pedagógica que demostraron llevó a que la LOE los propusiera
como una posible estructura curricular del primer ciclo de la ESO para todo el alumnado.
Han sido sin embargo muy escasas las Administraciones Autonómicas y los centros
escolares que han hecho realidad esta posibilidad.
El segundo modelo, las aulas cooperativas multitarea, reúne la mayoría de las
potencialidades que hemos señalado hasta aquí y añade un factor esencial de innovación:
la incorporación de dos docentes al aula. La presencia de dos profesores o profesoras en
la clase redefine la dinámica de los procesos de enseñanza y aprendizaje (Huguet, 2011).
El papel de los docentes ya no puede limitarse a una transmisión unidireccional de los
contenidos. Sin que se excluyan momentos de exposición o síntesis por parte del
profesor, estos responden a una estructura dialógica e interactiva y desempeñan su
función dentro de un proceso basado esencialmente en el trabajo cooperativo de los
alumnos y alumnas. Los docentes pueden atender de forma más individualizada y
ajustada a las necesidades de cada grupo y de los distintos alumnos que lo componen y,
si fuera preciso, uno de ellos puede quedarse a cargo del grupo grande, mientras el otro
se centra en el apoyo a algún alumno o alumnos que lo requieran. El espacio y el horario,
recursos determinantes en la metodología, rompen también la habitual rigidez de la
estructura escolar. El aula tiene zonas diferenciadas por los grandes ámbitos de
conocimiento en los que se localizan los recursos propios de ese ámbito. Los alumnos
rotan por estas zonas realizando el conjunto de las tareas previstas para cada unidad
didáctica. Los tiempos se acompasan con las necesidades de las actividades superando
con ello el rígido corsé de las sesiones de una hora.
En los centros donde se realiza este tipo de enseñanza, unas veces el aula fusiona dos
grupos, por imposibilidad de contar con más recursos personales, pero en otros se ha
hecho un esfuerzo de dotación en los medios personales y el número de alumnos se
corresponde con un grupo clase. Ciertas experiencias mezclan alumnado de distintos
cursos, próximos entre sí. Lo que en el sistema educativo español son todavía prácticas
excepcionales, que pueden considerarse como un lujo inalcanzable, más en los
momentos de crisis que vivimos, en otros países constituyen ya formas de enseñar
asentadas.
Aprender y enseñar con las TIC
En el contexto de los enfoques metodológicos expuestos, la incorporación de las TIC
cobra un sentido concreto 2 . Asistimos a un cierto desencanto con el papel de las TIC en
la mejora de los procesos de aprendizaje, probablemente por haber depositado en su
presencia en las clases unas expectativas infundadas. Los resultados de PISA no
muestran una correlación entre las horas de uso del ordenador y el rendimiento
académico. Sin duda, es un dato que las administraciones educativas deben tener en
240
cuenta a la hora de planificar el gasto en este tipo de recursos. Sin embargo, hay que
interpretar con prudencia este resultado. ¿Quiere esto decir que las TIC no influyen en
cómo aprendemos? Sin duda lo hacen, pero como sucede con el resto de los artefactos
que median en la actividad entre el alumno y el conocimiento, depende del uso que se
haga de ellos (Coll, Mauri y Onrubia, 2008). Cuando los ordenadores o las pizarras
digitales se limitan a facilitar un acceso más amplio y más rápido a la información, sin
cambiar los procesos que tienen lugar en el aula, es razonable que no se aprecien avances
significativos en el aprendizaje. Sin embargo, determinados usos de las TIC sí pueden
ayudar a un mayor ajuste en la ayuda del docente, una mejor autorregulación de los
procesos de aprendizaje por parte del propio alumno o alumna y una conectividad que
permita potenciar las estructuras cooperativas (Prensky, 2010).
Si se cuenta con materiales digitales diseñados de acuerdo con los supuestos
instruccionales señalados, el alumno puede beneficiarse de poder aprender a su propio
ritmo, de recibir retroalimentación de las tareas realizadas y de acceder a un extenso
banco de actividades organizadas en una adecuada secuencia de aprendizaje. Las
posibilidades que ofrecen los entornos multimedia de crear situaciones «auténticas»,
pero también de realizar simulaciones y realidades virtuales, son características que
pueden potenciar la motivación y la autorregulación. Asimismo, en la actualidad los
docentes tienen fácil acceso a herramientas digitales que permiten realizar
conjuntamente determinadas tareas, como foros electrónicos o aplicaciones de escritura
colaborativa (Engel, Coll y Bustos, 2010).
No debemos olvidar, sin embargo, que la incorporación de las TIC producirá un
cambio cualitativo en los procesos escolares sobre todo en la medida en que permita
mejorar el ajuste entre el profesor y el alumno cuando ambos están realizando una tarea.
Ello significa utilizarlas para que el docente pueda acceder al proceso de aprendizaje y
no solo al producto, e intervenir ofreciendo una ayuda ajustada y contingente al
momento de construcción en el que se encuentra el alumno. Las TIC permiten «seguir el
rastro» del camino que el alumno va recorriendo con mucha más facilidad que si se
carece de ellas.
¿Es posible evaluar en coherencia con estos supuestos?
Podríamos decir que de poco sirve utilizar estas metodologías si no se introducen
cambios en la evaluación, pero no es menos cierto que no es posible evaluar de otra
manera si no se modifica la forma de enseñar. Desde esta perspectiva, muchas de las
ideas que responden a la pregunta que inicia este apartado han sido ya expuestas. Sin
embargo, quedan otras cuya influencia en la calidad de la enseñanza es muy elevada.
Evaluar no es calificar
241
Un primer principio que enmarca el resto de la reflexión es la necesidad de diferenciar
entre evaluación y calificación (Coll, Martín y Onrubia, 2001). Evaluar es dotarse de
procedimientos que nos permitan comprobar en qué medida se van consiguiendo los
objetivos que se persiguen con el fin de reorientar la siguiente actuación. Calificar
supone traducir esta información a una nota, que tiene consecuencias en las decisiones
de promoción y titulación. La evaluación es un proceso intrínsecamente necesario para la
calidad. Si no supervisamos la marcha de los procesos de enseñanza y aprendizaje, no
podemos entender qué logros se han alcanzado y cuáles son las ayudas que debemos
ofrecer al alumno para que siga avanzando. Esta función reguladora es, por tanto,
necesaria en cualquier proceso intencional y de hecho se lleva a cabo en otros contextos
educativos diferentes al escolar. La calificación, en cambio, es una exigencia específica
de los sistemas educativos, que son los que tienen el encargo de rendir cuentas a la
sociedad acreditando los niveles de aprendizaje que los alumnos van alcanzando en
relación con las metas recogidas en el currículum. Ambas funciones —la pedagógica y la
acreditativa— son, pues, necesarias en la educación escolar, pero ello no debe hacernos
olvidar que la que constituye un factor esencial de la calidad es la primera, la reguladora,
y que entre ambas existe una fuerte tensión que, de no resolverse, puede hacer de la
evaluación un elemento de riesgo, sobre todo en relación con la equidad.
Esta tensión se manifiesta para empezar en la confusión entre ambos términos. La
mayoría de las personas, cuando hablan de evaluación están pensando realmente en
calificación. Implicaría todo un proceso educativo ayudar a entender a los padres que un
centro escolar puede ofrecerles una valiosa información acerca de los procesos de
aprendizaje de sus hijos e hijas sin tener que reducir esta compleja comprensión tan solo
a una nota. Para acreditar es suficiente conocer si los alumnos y alumnas han alcanzado
o no determinados niveles; basta con el producto, no es preciso valorar los procesos de
aprendizaje. Por el contrario, la evaluación pedagógica requiere comprender el proceso
para poder planificar el siguiente paso que es preciso dar con cada alumno. Desde esta
perspectiva, además de contar con indicadores que ayuden a identificar los aprendizajes
básicos, el criterio esencial es la evolución del propio estudiante con respecto a su nivel
anterior.
Ambas funciones deben diferenciarse claramente, pero también es preciso que exista
una estrecha relación entre ambas. La función pedagógica de la evaluación tendría que
ser el sustrato principal de la función acreditativa en la educación obligatoria. Que ambas
funciones contribuyan a la calidad de la educación escolar requiere que la acreditativa no
anule la pedagógica. Es decir, que los docentes y el sistema en general no se limiten a
calificar y acreditar. Si se realiza bien una evaluación pedagógica, no hay dificultad en
traducir esa información a una nota. Sin embargo, la recíproca no es cierta. Si solo se
evalúan productos, no se obtiene la información necesaria para reajustar el proceso de
aprendizaje.
Si bien los sistemas escolares siempre han contado con una regulación de las
242
decisiones acreditativas, las diferencias entre las distintas leyes y su desarrollo normativo
son notables y constituyen un elemento clave de ese difícil equilibrio entre excelencia y
equidad, es decir, de una educación en la que todos puedan aprender lo más posible.
La evaluación de los procesos de enseñanza y aprendizaje tiene, por tanto, una
repercusión específica ligada a la dinámica del aula y también al funcionamiento del
centro. Pero manifiesta igualmente un impacto global en el nivel del sistema en su
conjunto. Abordaremos cada uno de estos efectos en los siguientes apartados, retomando
y ampliando algunas ideas que ya han sido planteadas en capítulos anteriores.
Atender a la diversidad en la evaluación en el aula
Al analizar la relación entre evaluación y atención a la diversidad, es útil tener en cuenta
dos ideas fundamentales. La primera, que es imprescindible utilizar procedimientos que
permitan acceder al proceso de aprendizaje, es decir, que dejen «rastros» externos,
observables y accesibles al docente, de los avances o estancamientos que se están
produciendo en el estudiante. El tradicional cuaderno, el portafolio, o los sofisticados
procedimientos que ahora permiten las TIC deberían ponerse al servicio de una tarea de
seguimiento continuado que ayude a desentrañar la situación en la que se encuentra cada
alumno y permita ofrecer una ayuda ajustada. La segunda idea se refiere a algunas
características que deberían tener las tareas de evaluación para ser coherentes con la
meta de atender a la diversidad.
Si se comparte el supuesto de que una actividad escolar no es esencialmente de
enseñanza y aprendizaje o de evaluación, sino que esto depende de para qué la usa el
profesor, basta con recordar que las tareas cuya meta sea evaluativa deberían tener las
mismas características que ya se han señalado anteriormente: autenticidad, relevancia y
funcionalidad. A ello hay que añadir que es importante cuidar que las actividades puedan
ser resueltas en diferentes grados de aprendizaje. Las tareas muy cerradas permiten al
docente saber quién las resuelve y quién no, pero dicen muy poco acerca de lo que sí
saben quienes no las han solucionado adecuadamente. No es lógico plantear el
conocimiento de forma dicotómica, se sabe o no se sabe. En realidad se tienen
conocimientos con diferentes grados de significatividad o elaboración. Regular la
enseñanza supone conocer en cuál de esos puntos se encuentra cada alumno y no
únicamente quiénes ya han sobrepasado un determinado nivel. Por otra parte, las tareas
más abiertas remiten a varias dimensiones del aprendizaje y admiten formas diversas de
abordarse. Todo ello facilita el ajuste de la ayuda del docente.
Desde el punto de la función pedagógica, atender a la diversidad es difícil, pero puede
hacerse siempre que se den determinadas condiciones. El problema se plantea con la
función acreditativa. El dilema se encuentra en si un alumno que ha avanzado con
respecto a su nivel anterior (se esfuerza, mejora, resuelve las tareas adaptadas a él) pero
que al final se encuentra lejos de los criterios generales establecidos, debe aprobar o
243
suspender. Lo que parece claro es que debe recibir los apoyos necesarios para ir
reduciendo la distancia. Pero la normativa solo permite evaluar a un alumno conforme a
objetivos propios si se ha adaptado su currículum como consecuencia de un dictamen.
En el resto de los casos queda en manos de los docentes el difícil equilibrio entre ambas
funciones de la evaluación para evitar que el alumno o la alumna pueda aprobar todo el
curso pero suspender al final de la etapa. Este equilibrio únicamente podrían valorarlo
los docentes que trabajan con el alumno. De ahí el grave error y la profunda distorsión
que genera la reválida al final de la ESO, que, como educación obligatoria debe cumplir
la función social de desarrollar en todos los estudiantes las capacidades propias de un
ciudadano activo y responsable.
La evaluación formadora
La autorregulación encuentra en las actividades de evaluación uno de los pilares
fundamentales. Como se ha venido argumentando, el docente necesita organizar los
procesos de enseñanza y de evaluación de tal forma que pueda obtener información lo
más precisa, dinámica e individualizada para planificar y reajustar la enseñanza. Pero no
basta con ello. Es necesario que realice la evaluación de tal manera que a su vez vaya
enseñando a los alumnos a autorregular sus propios procesos de aprendizaje. Esta
función de la evaluación, conocida como formadora, tiene hoy en día una escasa
presencia en las aulas a pesar de su claro potencial (Andrade y Valtcheva; 2006;
Sanmartí, 2007). Es bastante habitual que los alumnos y alumnas señalen que cuando se
les devuelve el resultado de una evaluación no suelen ser capaces de decir qué es lo que
han hecho mal, ni qué deberían hacer para aprender lo que todavía no saben.
Los alumnos difieren notablemente en el conocimiento que tienen sobre sí mismos
como aprendices. Hay quienes identifican bien cuándo saben y cuándo no y qué es lo
que más les ayuda a aprender. Son alumnos con una concepción compleja del
aprendizaje y de sus indicadores: establecer relaciones, contarlo con mis propias
palabras, ser capaz de poner ejemplos, hacer un esquema… Pero también hay estudiantes
que no tienen una concepción demasiado ajustada de sus conocimientos y conciben el
aprendizaje como un proceso más simple: leer muchas veces las cosas, repetir con
precisión lo que el profesor o el libro dicen, repasar de nuevo los temas… Como ya se ha
señalado, para desarrollar la competencia de aprender a aprender es necesario convertir
el aprendizaje en objeto de reflexión: hay que ayudar a los alumnos a tomar conciencia
sobre cómo están aprendiendo y cómo pueden aprender mejor. La autoevaluación y la
coevaluación son experiencias muy valiosas para enseñar esta competencia (Martín y
Moreno, 2007).
El portafolio, en el que el alumno va registrando los productos que muestran la
evolución de sus aprendizajes, en donde el docente interviene para ofrecer ayudas
ajustadas y continuadas, y que incluye como pieza final una reflexión del estudiante
244
sobre su propio proceso de aprendizaje, es un ejemplo de un recurso de evaluación que
contribuye a la autorregulación. Las rúbricas, sobre todo cuando las construyen los
alumnos, son también potentes herramientas para la autoevaluación. Obligan a
discriminar lo esencial de lo accesorio. Desmenuzan los diversos aspectos que hay en
todo aprendizaje relevante. En suma, al ayudar a identificar los elementos esenciales
sirven de guía para volver sobre aquello cuyo significado no se ha adquirido
adecuadamente (Jonsson y Svingby, 2007; Panadero, Alonso Tapia y Huertas, 2012).
También en el caso de la evaluación resulta útil contar con otra mente para pensar.
Sin embargo, así como se ha avanzado bastante en la incorporación de las metodologías
cooperativas para el aprendizaje, es muy poco frecuente que los docentes usen la
coevaluación en sus aulas. Las resistencias vienen de nuevo asociadas a la idea de que un
compañero no sabe lo suficiente para corregir a otro. A esto se añade en muchos casos la
confusión entre coevaluacion y co-calificación. No se está proponiendo que los alumnos
se califiquen entre sí. Lo que resulta muy valioso en cambio es habituar a los alumnos a
señalar a un compañero lo que ha hecho bien, los errores que ha cometido, lo que debe
seguir aprendiendo y cómo hacerlo. Llevar a cabo una tarea de este tipo exige una toma
de conciencia notable tanto acerca del contenido concreto que se esté trabajando, como
sobre los procesos de aprendizaje más adecuados.
Por último, es preciso recordar que a través de la evaluación se ejerce una enorme
influencia sobre el autoconcepto de los alumnos. Si se quiere formar personas seguras,
capaces de enfrentarse a la incertidumbre que supone seguir aprendiendo, es preciso
evitar sentimientos de incompetencia sin que ello suponga ocultar los problemas y las
dificultades del alumno. Lo que se busca es ayudar a los alumnos y alumnas a que
comprendan que en las tareas apropiadas, con el trabajo continuado y con la orientación
adecuada, a pesar de sus dificultades pueden aprender y, lo que es más importante,
disfrutar de la vida escolar.
La coherencia del centro escolar en la evaluación
Se ha señalado en varios capítulos que la calidad de un centro depende en gran medida
de la coherencia en sus prácticas. En este caso queremos destacar la importancia de
compartir los criterios y procedimientos de evaluación. Cuando utilizamos este término
no nos referimos únicamente a los aprendizajes mínimos que se establecen en el
currículum prescriptivo, sino a los acuerdos que se establecen a este respecto en el
proyecto curricular del centro y en las programaciones, y a las decisiones comunes
acerca de la forma y de los instrumentos para llevar a cabo y comunicar la evaluación.
La influencia de un tipo de evaluación como la que se ha propuesto en los apartados
anteriores requiere que se convierta en un estilo del centro, una rutina en el mejor sentido
de la palabra, una forma de hacer asentada, que llega a ser considerada «natural», a pesar
de que haya supuesto una costosa superación de las prácticas evaluativas más
245
tradicionales.
En esta búsqueda de la coherencia, el camino es una vez más la reflexión de los
equipos docentes. Pero una reflexión fuertemente anclada en la revisión de las
actividades de evaluación que cada docente utiliza. Cuando se analizan estos
instrumentos, es cuando realmente se puede contrastar qué está entendiendo cada uno
que tienen que aprender los alumnos. Aflora una información sumamente relevante.
Sería muy conveniente que se discutiera entre los equipos de ciclo o curso si hay
coincidencia en estos criterios. Por ejemplo, las expectativas de los profesores de un
ciclo o curso al que llegan unos alumnos en comparación con los que les dieron clase el
año anterior; o los criterios de los docentes de una materia determinada en los diferentes
años escolares. Conviene pensar en común los criterios que utiliza cada profesor, si se
otorga mayor importancia a los procesos o a los productos, si se incluyen actividades de
evaluación formadora, o si se incorporan las TIC en la evaluación y de qué manera. Los
docentes son profesionales celosos de su autonomía y es lógica la resistencia a exponer a
la mirada de otros la propia práctica. Sin embargo, las experiencias de innovación en las
que varios docentes comparten pruebas de aprendizaje o incluso dan entrada a otro
compañero en los procesos de evaluación del propio grupo, constituyen palancas de
cambio muy potentes.
Evaluaciones externas e internas
La búsqueda de la coherencia y el avance en las prácticas evaluativas puede venir
también por un uso adecuado de las evaluaciones externas de diagnóstico. Como se ha
analizado en el capítulo 7, los resultados de estas evaluaciones, al ser censales y ofrecer
información sobre la totalidad del alumnado de los cursos en los que se aplican las
pruebas, permiten un análisis interesante tanto de los niveles de aprendizaje alcanzados
como de las tareas utilizadas. Sin repetir lo ya dicho allí, quisiéramos recordar que
resulta muy útil contrastar lo que se considera que implica desarrollar una competencia
en las pruebas externas diseñadas por la administración educativa con la práctica del
propio centro. Este uso formativo de las evaluaciones diagnósticas, alejado de cualquier
repercusión acreditativa, puede contribuir notablemente a la mejora de las prácticas
docentes.
Hacia dónde se quiere orientar el futuro
Aulas sin filas ni columnas, sin timbres que suenan cada hora, con recursos digitales y en
papel a los que los alumnos saben cuándo deben acceder para realizar la tarea que
corresponde dentro de su plan de trabajo o del proyecto que está haciendo con su grupo.
Aulas en las que uno o dos docentes van apoyando el trabajo de sus alumnos pudiendo
246
brindar ayudas diferenciadas según las distintas necesidades de cada uno. Clases en las
que los profesores valoran la marcha del trabajo para poder saber cuál es el siguiente
paso que deben dar, pero en las que también las alumnas y los alumnos van aprendiendo
a evaluar ellos mismos su tarea y la de sus compañeros para poder así regular sus propios
procesos de aprendizaje. Centros en los que se presta atención a las evaluaciones
externas para complementar la principal fuente de conocimiento que proviene de los
docentes. Colegios e institutos que están tan comprometidos con quienes aprenden con
facilidad como con aquellos que no alcanzan los aprendizajes deseados, prestándoles la
ayuda que les permitirá avanzar.
Puede parecer un cambio demasiado radical. Sin duda lo es. Sin embargo, parémonos
al menos a considerar la idea de que se necesitan transformaciones globales que
redefinan los procesos de enseñanza y aprendizaje. Ya no se trata de poner una hora de
más a la semana, de cambiar el currículum de una materia o de aumentar en un docente
la plantilla. La clave no está ahí. Hay que repensar el aula como contexto de aprendizaje
en su conjunto, lo que a su vez implica redefinir el liderazgo y la organización del centro
y contar con un profesorado competente en esta forma de enseñar, como se ha analizado
en los capítulos anteriores.
El contraste entre las líneas de avance en la innovación y mejora de los procesos de
enseñanza y aprendizaje y el mensaje de la LOMCE resulta demoledor. Casi pareciera
que se ha decidido desoír intencionalmente las recomendaciones de los informes
internacionales y el bagaje de conocimiento de los expertos en educación, y guiarse por
ideas que responden a concepciones pedagógicas rancias y trasnochadas, retomando el
nostálgico mito de que «cualquiera tiempo pasado fue mejor». En los capítulos
anteriores ya se han señalado varias razones que justifican esta dura valoración. Aquí
revisaremos las iniciativas que mayor polémica han generado en lo relativo a los
procesos de enseñanza y aprendizaje.
La mayoría de ellas se relacionan con la ausencia de la necesidad de ajuste en la
ayuda. La LOMCE deja traslucir una concepción individual y estática de los
mecanismos y procesos de aprendizaje. El alumno, sus talentos, bien sean estos la
inteligencia o la capacidad de esfuerzo, son requisitos para el éxito escolar. Se conciben
únicamente como condiciones de partida, sine qua non, sin aceptar que son también
consecuencia de la historia escolar.
Es lógico que desde una concepción como esta se promueva la «cultura del esfuerzo»,
entendido este como un rasgo que se tiene o no independientemente de las
circunstancias. Este esfuerzo es un deber, no una consecuencia del sentido de la
actividad. Cuando las teorías psicopedagógicas coinciden en que el ser humano saca lo
mejor de sí mismo ante una tarea cuya meta tiene asumida y cuando se siente capaz de
enfrentar el reto aunque no tenga la seguridad de conseguirlo, la LOMCE organiza un
sistema educativo en torno al proceso de identificar cuanto antes a los «capaces» y a «los
que no lo son» para separar a los unos de los otros. Lógicamente, las medidas dirigidas a
247
consolidar equipos docentes cohesionados y a ofrecer las condiciones idóneas para
atender a la diversidad no tienen presencia en la ley.
Pero el problema no es solo el retroceso en estas líneas maestras de una educación
inclusiva. El punto de inflexión lo constituyen las evaluaciones que se quieren realizar
siguiendo el modelo de las antiguas reválidas. En el capítulo 7 ya se han analizado
algunos de sus riesgos, pero querríamos insistir aquí en las nocivas consecuencias de su
función acreditativa. Creer que una prueba cerrada, estandarizada y necesariamente
parcial, puede valorar los aprendizajes de los alumnos mejor que los procedimientos de
los propios docentes solo puede atribuirse a una clara voluntad de convertir la
escolarización en una carrera de obstáculos para diferenciar a los alumnos capaces de
superarlos de aquellos que no pueden hacerlo. Se olvida la obligación de la sociedad de
brindar a todos las ayudas necesarias para hacer efectivo el derecho a la educación.
Las exigencias de la sociedad de la información apuntan a un modelo de educación
basado en el aprendizaje autónomo, en la capacidad de enfrentarse a problemas abiertos,
de cooperar con otros para realizar tareas complejas y relevantes para el avance de la
sociedad, de aprender en otros contextos y tiempos además de en la escuela. De nuevo
en el diseño del currículum y de la evaluación de los alumnos se enfrentan dos formas de
entender la enseñanza y el aprendizaje: la ayuda ajustada y la progresiva autonomía para
aprender en cooperación con otros frente a la competición, la selección y la ausencia de
apoyo a quienes más lo necesiten.
1 Puede encontrarse más información sobre esta experiencia desarrollada en una amplia red de centros en la
Comunidad Autónoma del País Vasco en http://amaraberri.org/topics/defgeneral/gure_eskola/
2 En este capítulo nos referiremos a las TIC únicamente desde el punto de vista de su papel como recurso y
entorno del aprendizaje escolar. En el capítulo anterior se ha analizado el cambio que la sociedad de la
información supone para la definición del para qué y el qué aprender.
248
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257
Edición en formato digital: 2014
© Álvaro Marchesi Ullastres y Elena Martín Ortega, 2014
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2014
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
alianzaeditorial@anaya.es
ISBN ebook: 978-84-206-8824-4
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Conversión a formato digital: calmagráfica
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258
Índice
Presentación
1. Sociedad, cultura y educación
9
10
Cambios, riesgos y oportunidades
Desigualdad, desconfianza y crisis económica
Progreso científico y tecnológico
Sentido de la educación
Las nuevas generaciones de jóvenes: tensiones y paradojas
Formación y empleo
Información y poder
Expectativas y posibilidades
Culturas juveniles
La educación en su contexto
Nuevas exigencias educativas
Los objetivos de la educación
Aprender a conocer y aprender a hacer
Aprender a convivir
Aprender a ser
Las ideologías en la educación escolar
Diversidad de ideologías
La ideología conservadora
La ideología liberal
La ideología igualitarista
La ideología pluralista
El sentido de los pactos en la educación
¿Demasiadas leyes: discontinuidad educativa o ideológica?
Contenido y condiciones del pacto educativo
2. Calidad de la enseñanza
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30
31
33
La calidad de la enseñanza en las últimas décadas
Los años del optimismo educativo y la desconfianza posterior
Las políticas liberales de los años ochenta y las nuevas preocupaciones
Las paradojas de la sociedad posmoderna
Calidad de la educación en la sociedad de la información y del
conocimiento del siglo XXI
259
33
33
34
35
37
El ambiguo significado de la calidad educativa
Las investigaciones de las escuelas eficaces
Calidad y resultados académicos de los alumnos
Visión integral de la calidad de la enseñanza
Los elementos básicos de la calidad educativa
Indicadores principales de la calidad de las escuelas
Indicadores principales de la calidad del sistema educativo
La calidad en la educación española
Algunos datos históricos
La comparación con la UE y con la OCDE
La interpretación de los datos
3. Equidad y diversidad en la educación
El significado de la equidad en educación
¿Un instituto de Bachillerato para los mejores alumnos?
Meritocracia, cohesión social y equidad
De regreso al Bachillerato
Ciudadanía, cohesión social y equidad
Ciudadanía y cohesión social
Equidad
Educación para la ciudadanía
Ciudadanía e inclusión educativa
Niveles de equidad en la educación
Igualdad de acceso y de tratamiento
Igualdad de resultados y de efectos sociales
Cambios en las últimas décadas
Seis dimensiones para analizar la equidad en el sistema educativo español
1. El contexto social y cultural de las escuelas
2. El entorno familiar y sus procesos interactivos
3. Los recursos disponibles
4. La organización del sistema educativo y la composición social de los
centros
5. Los procesos de enseñanza y los logros de los alumnos
6. Los efectos sociales de la desigualdad
A modo de resumen
4. El cambio educativo
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260
Introducción
Los procesos de cambio en las últimas décadas
Gestión y descentralización
Auge de la evaluación
Nuevas iniciativas
Principales estrategias para incrementar el éxito de los cambios
Mantener una visión sistémica y gradual del proceso de cambio
La importancia de una perspectiva sistémica de los cambios
Definir bien el problema
Favorecer la participación y el compromiso a lo largo de todo el proceso de
cambio
Centralización del proceso e innovación en la comunidad educativa
El proyecto de integración
Prestar atención preferente al contexto y a la diversidad de los alumnos
Escuelas de calidad en contextos desfavorecidos
Equilibrar la composición social del alumnado
Elevar el nivel social y cultural del entorno, coordinar programas y
favorecer la participación educativa de las familias
Estar atento al impacto de los cambios en la subjetividad de los docentes
Relaciones entre el pensamiento y la acción
Sentimientos y emociones
Micropolítica y reforma educativa
Sentido y visión de los cambios
Las reformas legislativas en España
La Ley General de Educación
La reforma de la LOGSE
Una ley para mejorar la autonomía, la participación, la dirección y la
evaluación de los centros
Los cambios educativos en la primera década del siglo XXI
La LOMCE: el regreso a la ley de 1970… o incluso más atrás
Después de la LOMCE
5. Mejores docentes, mejor aprendizaje
Enseñar se ha ido haciendo más difícil
Mayor diversidad en los alumnos
Cambios en las metas educativas
Cambios en la identidad del docente
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111
111
111
112
113
El prestigio de la profesión
¿Qué significa ser un docente competente en el siglo XXI?
Diseñar y desarrollar las situaciones de aprendizaje
Competencias sociales y morales
Del profesor al equipo docente: un cambio necesario
Liderazgo y equipos docentes
Un profesional necesariamente reflexivo
La complejidad de enseñar
La relación entre concepciones y prácticas docentes
La formación de los docentes: aprender a lo largo de la vida profesional
Atraer a los mejores a los estudios de profesorado
Claves de una formación inicial de calidad
La importancia de la fase de inducción
La formación permanente
Desarrollo profesional y evaluación de la actividad docente
El salario
El progreso en el desarrollo profesional
Funciones de la evaluación del desempeño docente
Modelos de evaluación
Consecuencias de la evaluación
La evaluación del profesorado en España
Otras vías de avance en las políticas de profesorado en España
El acceso a la profesión docente
Un curso de transición al pleno desempeño docente
Un nuevo sistema de selección del profesorado
6. Liderazgo, participación y cultura escolar
Nuevas formas de liderazgo
Hacia un liderazgo contextualizado y distribuido
Liderazgo contextualizado
Liderazgo distribuido
Crisis en los equipos directivos y necesidad de su fortalecimiento
El liderazgo de los equipos directivos
El liderazgo de los profesores en su ejercicio profesional
Liderazgo informal
Liderazgo institucional
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144
145
145
146
El liderazgo de las administraciones educativas
Líderes competentes
Visión estratégica
Confiabilidad
Dedicación a los procesos de enseñanza y aprendizaje
Alianzas con nuevas instituciones y redes
Impacto del liderazgo en la calidad de la enseñanza
Participación y alianzas para mejorar el funcionamiento de las escuelas
La participación de los alumnos
Cauces de participación
La participación de las familias
Tipos de relación entre la familia y la escuela
Nuevas formas de participación
El liderazgo educativo en España en el contexto internacional
Los debates en España sobre la elección del director y su capacidad de decisión
La elección del director en las leyes de los años ochenta
Las dificultades para asumir la dirección
La elección del director en la ley de 1995
Cambios en las leyes del siglo XXI (hasta 2013)
La autonomía de los centros en el entorno internacional
Criterios para el buen funcionamiento de un centro
Culturas en la educación
El significado de la cultura escolar
Liderazgo y cambio cultural
La cultura de las administraciones educativas
7. La evaluación del sistema educativo y de los centros
El significado de la evaluación
Funciones de la evaluación
Modelos de evaluación
¿Es necesario comparar en las evaluaciones?
La comunicación, la utilización de la información y la mejora de la calidad
La evaluación del sistema educativo
¿Cómo se valora la calidad de un sistema educativo?
Los sistemas de indicadores
Los estudios internacionales sobre los aprendizajes de los alumnos
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170
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173
174
175
175
175
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Limitaciones de los programas de evaluación del rendimiento
La evaluación del sistema educativo español
Las evaluaciones de los centros docentes
Las evaluaciones externas
La evaluación interna de los centros
Evaluación y mejora de la calidad de la educación
El uso de la información de las evaluaciones del sistema educativo
Las evaluaciones de los centros docentes y los procesos de cambio
Los retos de la evaluación en España
La relevancia de las evaluaciones de centro
La tensión entre las evaluaciones externas y el currículum
Un escollo fundamental: las reválidas
8. El currículum escolar
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184
184
187
190
190
191
193
193
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La repercusión de los cambios sociales en el currículum
Dónde se aprende
Cuándo se aprende
La apertura del currículum: descentralización administrativa y autonomía
pedagógica
Distribución de competencias
Apertura del currículum y adaptación de la enseñanza
El enfoque de las competencias
La definición de competencia
Funcionalidad del aprendizaje
Dimensión emocional
La integración de los tipos de contenido
Contexto y generalización
El significado del aprendizaje
Obstáculos para el aprendizaje por competencias
La selección de los saberes
Educación científica y artística para formar humanistas
El desarrollo del juicio y el compromiso moral
La presencia de la Religión en el currículum
La alternativa a la Religión
Las medidas de desarrollo curricular
Los servicios de orientación psicopedagógica
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214
214
215
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Enfoque preventivo-educativo
Relación con los docentes
Dificultades en el desarrollo del modelo preventivo-educativo
La coordinación con las estructuras de formación y los servicios de
inspección
Retos presentes y futuros
Comentarios finales
9. La calidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Ajuste,
autorregulación y cooperación
El ajuste en la ayuda pedagógica
Las concepciones acerca de la diversidad
Condiciones para la atención a la diversidad
El Plan de acción tutorial
La colaboración con las familias
La autorregulación
Aprender a sentirse competente
Cooperación
Aprender juntos
Cooperación y convivencia
¿Hay metodologías que promuevan estos principios instruccionales?
Estudio de casos y aprendizaje por problemas y proyectos
Ámbitos curriculares y aulas cooperativas multitarea
Aprender y enseñar con las TIC
¿Es posible evaluar en coherencia con estos supuestos?
Evaluar no es calificar
Atender a la diversidad en la evaluación en el aula
La evaluación formadora
La coherencia del centro escolar en la evaluación
Evaluaciones externas e internas
Hacia dónde se quiere orientar el futuro
Bibliografía
Créditos
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