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Psicoterapia de Carl Rogers: orígenes,
evolución y relación con la psicología
científica
ESCRITO POR: JOSÉ M. GONDRA REZÓLA - 3 MAR, 2021
Psicoterapia de Carl Rogers: orígenes, evolución y relación
con la psicología científica
Introducción:
La principal aportación teórica de este período es
indudablemente la de la teoría de la personalidad, presentada
por primera vez en el último capítulo del libro «Terapia
centrada en el cliente». Representa la cúspide de la teoría
rogeriana, y por tanto, de sus esfuerzos científicos por
imponer un orden a sus experiencias. No en vano es
presentada al final de un libro dedicado a la psicoterapia y al
cambio terapéutico con la pretensión de dar una coherencia
y un orden a todo lo que en él se ha expuesto. Comparada
con los demás capítulos de dicho libro, la teoría de la
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personalidad es mucho más lógica, sistemática, firme y mejor
elaborada que las restantes teorías.
Ella explica, además, el valor atribuido a la empatía durante
esta época, así como también ayuda a comprender la teoría
del proceso terapéutico anteriormente expuesta.
Pero al adoptar una posición fenomenológica extrema, la
teoría de la personalidad rogeriana va a indisponer a su autor
con la psicología científica de su época. Al postular como
único enfoque posible en psicología el marco de referencia
subjetivo de la otra persona, la teoría fenomenológica ataca
directamente a las raíces de la ciencia objetiva, la cual es
tildada de cosificante y extrinsecísta.
De este modo, Carl Rogers, a pesar de hallarse enfrascado en
la elaboración de una teoría científica, es decir, de una cuyas
definiciones sean operativas, y sus hipótesis sean verificables
empíricamente, de hecho va hacia una teoría subjetivista y
contraria a la ciencia. Del mismo modo que, al insistir en la
subjetividad del terapeuta, había comenzado a girar hacia una
terapia menos científica, ahora al postular el punto de vista
fenomenológico como punto de vista esencial en psicología,
se aparta de los legítimos intereses de la ciencia.
Pero, por otra parte, sus investigaciones objetivas y, por
tanto, científicas, siguen adelante, a pesar de la teoría. La
incongruencia y disociación entre el humanismo y el rigor
científico de Carl Rogers comienza a observarse con más
fuerza, y la teoría de la personalidad, a pesar de constituir la
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cima de su actividad sistematizadora, lleva ya consigo el
germen de su superación.
En este capítulo recorreremos los puntos principales de la
teoría, comenzando por sus características más generales.
Características de la teoría
La teoría de la personalidad rogeriana sobresale por su
simplicidad, y por su íntima conexión con la experiencia
clínica. Es fruto de las experiencias de Carl Rogers, quien, por
otra parte, no la concibe separada de ellas.
“
«No hay necesidad de una teoría hasta que, y a
menos que, existan fenómenos que explicar.
Limitando nuestra consideración a Ia psicoterapia,
no hay ninguna razón para formular una teoría de la
terapia hasta que haya cambios observables que
requieran una explicación. Entonces es útil una
teoría unificadora para explicar lo que ha sucedido y
para adelantar hipótesis probables acerca de futuras
experiencias. La teoría se revisa y se modifica con el
propósito —nunca plenamente alcanzado— de
proporcionar un marco conceptual completo que
pueda abarcar adecuadamente todos los
fenómenos observados. Lo básico son los
fenómenos y no la teoría» (54, pág. 29).
Rogers funda su teoría en la empatía, en la observación del
fenómeno. Es un observador paciente de la realidad. Como
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tendremos ocasión de ver, muchas de sus hipótesis más
importantes surgirán de la escucha paciente de las
grabaciones de las entrevistas con sus clientes. En esto,
Rogers es fiel a su tradición científica basada en la
observación naturalista. Y esto hace que la teoría de Rogers
sea el polo opuesto a una teoría dogmática. Está siempre
abierta a los nuevos datos, y por tanto, al cambio. La teoría
de la personalidad resultante de esta actitud científica de
Carl Rogers es una teoría eminentemente práctica y sobre
todo dinámica. Está preocupada principalmente por el
cambio de la personalidad, y no por las estructuras fijas y
estáticas. Como decía Rogers en 1947:
“ «Si tomamos la otra proposición de que el “sí
mismo” en condiciones adecuadas es capaz de
reorganizar, en cierta medida, su propio campo
perceptual, y, de este modo, cambiar la conducta,
también esto parece suscitar interrogantes
inquietantes. Seguir el curso de esta hipótesis
parece que significa cambiar el acento en psicología,
pasando de un interés por el carácter fijo de los
atributos de la personalidad y de las capacidades
psicológicas, al cambio de estas mismas
características. La atención se concentraría en el
proceso, más que en un estado fijo. Mientras que, en
el estudio de las personalidad, la psicología se ha
ocupado principalmente en la medida de las
cualidades fijas del individuo, y de su pasado con
vistas a explicar el presente, la hipótesis aquí
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sugerida parecería interesarse mucho más por el
mundo personal del presente en orden a
comprender el futuro, y por la predicción de que los
principios por los cuales cambia la personalidad y la
conducta influirán en dicho futuro» (39, pág. 367368).
La teoría de la personalidad de Carl Rogers es una teoría del
cambio de la personalidad. Trata de explicar el desarrollo
experimentado en la clínica. De ahí su carácter incompleto.
En primer lugar, se limita a la experiencia de una sola terapia:
la terapia centrada en el cliente. En segundo lugar, no intenta
definir los rasgos o estructuras fijas de la personalidad
humana, sino el fenómeno del cambio. Por tanto, no pretende
ser una teoría completa y acabada.
Dentro de estas limitaciones, la teoría está construida
conforme a los cánones de la ciencia empírica, y descansa
sobre dos grandes líneas teóricas: la fenomenología, y las
teorías organicistas de la personalidad. Rogers la caracteriza
en los siguientes términos:
“ «Este capítulo ha intentado presentar una teoría de
la personalidad y de la conducta congruente con
nuestra experiencia e investigaciones en la terapia
centrada en el cliente. Esta teoría es de carácter
básicamente fenomenológico y se basa
ampliamente en el «concepto del sí mismo» como
construcción explicativa. Describe el punto final del
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desarrollo de la personalidad como una congruencia
básica entre el campo fenoménico de la experiencia
y la estructura conceptual del «sí mismo», situación
que, si se logra, significa librarse de tensión y
ansiedad internas, y librarse de tensiones
potenciales; representa el grado máximo de una
adaptación orientada realísticamente; el
establecimiento de un sistema de valores
individualizado, parecido en grado considerable al
sistema de valores de cualquier otro miembro de la
raza humana igualmente bien adaptado» (54, pág.
450).
Pero en su aspecto formal, la teoría presenta dos
formulaciones distintas. La primera es la ya mencionada de
1951, adosada al final del libro «Terapia centrada en el cliente»
(54). Está expuesta en forma de proposiciones «con el objeto
de presentar las ideas lo más claramente posible, y facilitar la
captación de defectos o incoherencias» (54, pág. 410).
Representa un esfuerzo teórico considerable y está muy
influida por la teoría fenomenológica de Snygg y Combs
(472).
La segunda versión publicada en la obra de S. Koch (92) es
mucho más sintética y cuenta con un vocabulario más preciso
y con unas definiciones de los constructos mejor elaboradas.
Está formulada, además, de modo mucho más dinámico en
función del desarrollo de la persona —y no en forma de
proposiciones estáticas— y además puede verse en ella la
influencia del pensamiento existencial.
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Ambas versiones serán utilizadas en nuestro estudio, el cual
va a comenzar por el «concepto del sí mismo». Después
trataremos de las nociones más importantes de la teoría,
especialmente de la del campo fenoménico, tendencia
actualizante del organismo, sistema de valoración, para pasar
después a estudiar la dinámica y desarrollo de la persona
humana tal como la concibe la teoría.
El «concepto del sí mismo»
La teoría de la personalidad de Carl Rogers está construida
en torno a este concepto fenomenología, el cual constituía
también el quicio de su concepción del proceso terapéutico.
“ «La abstracción que llamamos «sí mismo» —dirá
Rogers en 1959— es uno de los constructos centrales
de nuestra teoría» (92, pág. 200).
En el capítulo anterior vimos la génesis de esta noción
teórica. Rogers partió de una observación clínica: las
alusiones de los clientes a sí mismo durante la terapia.
Elaboró un método simple de comparar las expresiones
verbales relativas a uno mismo y comprobó —influido
indudablemente por el trabajo de Raimy— la estrecha relación
existente entre la conducta y este tipo de perceptos.
En 1947 propuso al concepto del sí mismo como factor
primordial en la determinación de la conducta, lo concibió
como imagen fenoménica de uno mismo y lo dotó de una
capacidad de reorganizarse.
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En consecuencia, el proceso terapéutico quedó centrado en
esta configuración o Gestalt de percepciones relativas a uno
mismo. Pero la definición operativa del término no llegó hasta
1950. Nuestro estudio comenzará en este momento.
La definición del concepto del sí
mismo
La abundancia de la evidencia empírica relativa a los cambios
operados durante la terapia en las actitudes de las personas
para consigo mismas, en las percepciones de sí mismas, y en
su conducta, «nos ha llevado a intentar formular una teoría
que incluya estos hechos, una teoría que supone el uso del
constructo teórico llamado «sí mismo» (48, pág. 379), dice
Carl Rogers en el artículo en el cual define por primera vez al
«concepto del sí mismo».
Este constructo es una noción eminentemente
fenomenológica. No es un agente interno, como podría ser el
ego freudiano, ni un «arquitecto de sí mismo», como se nos
dijo en 1947; Es el «concepto de sí mismo, o el sí mismo como
objeto percibido dentro del campo perceptual (48, pág. 379).
Es el conjunto de percepciones o imágenes relativas a
nosotros mismos.
La definición operativa del sí mismo es la siguiente:
“ «La “estructura del sí mismo” es una configuración
organizada de las percepciones del sí mismo que son
admisibles a la consciencia.
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Se compone de elementos tales como las
percepciones de las propias características y
capacidades; los perceptos y conceptos de sí mismo
en relación con los demás y con el medio; las
cualidades de valor que se perciben como asociadas
con las experiencias y con los objetos; y las metas e
ideales que se perciben como poseyendo valor
positivo o negativo.
Es, por tanto, la pintura organizada existente en la
conciencia, bien como figura, bien como fondo, del
sí mismo y del sí mismo en relación, juntamente con
los valores positivos o negativos asociados a estas
cualidades y relaciones, percibidos como existentes
en el pasado, presente y futuro» (48, pág. 379).
Las características principales de este self fenoménico, tal
como aparece en la definición rogeriana son los siguientes:
. Es consciente: sólo incluye aquellas experiencias o
percepciones conscientes, es decir simbolizadas en la
conciencia. Las experiencias inconscientes quedan
excluidas del mismo. La necesidad de brindar una
definición operativa, y por tanto susceptible de medición,
parece constituir una de las principales razones que le
llevan a Rogers a concebir el self en términos
conscientes. Si incluyera dentro de sí elementos
inconscientes, y, por tanto, inverificables, no sería ya una
noción operativa.
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. Es una Gestalt o configuración organizada, y en cuanto
tal se rige por las leyes de los campos perceptuales. Este
carácter de totalidad organizada sirve para explicar las
grandes fluctuaciones en los sentimientos o actitudes
hacia sí mismo, observadas en los pacientes. Tales
cambios, tal como lo demuestran los trabajos empíricos
de los rogerianos, especialmente Curram (266) y Raimy
(426), son bruscos y repentinos: «en los casos
individuales… puede haber grandes fluctuaciones de una
entrevista a otra en las actitudes relativas al «sí mismo».
Después de un ligero incremento de las actitudes
positivas, puede darse un gran predominio de las
negativas…» (48, pág. 375).
Concibiendo al sí mismo como organización, estas
fluctuaciones reciben una explicación y sentido. Cuando
la organización es sólida y estable, bien por incluir todas
las experiencias del sujeto o bien por estar organizada de
un modo defensivo, entonces las actitudes serán
positivas. Pero si se rompe la organización, entonces el sí
mismo es experimentado como inconsistente y poco
firme, y las actitudes hacia él cambiarán y se harán
negativas. Las fluctuaciones serán muy abundantes
mientras la organización no vuelva a ser estable, y sólo
cesarán cuando se logre una nueva organización. En 1959
Rogers se refiere a esto con las siguientes palabras: «La
consideración de este fenómeno nos llevó a pensar que
no estábamos tratando con una entidad de lento
crecimiento, de aprendizaje gradual, de miles de
condicionamientos unidireccionales. Todo esto podía
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incluirse, pero el producto era claramente una gestalt,
una configuración en la que el cambio de un aspecto
insignificante podía alterar totalmente la configuración
global. Nos vimos obligados a recordar el ejemplo
favorito de una gestalt, tal como es propuesto en los
libros de texto, el dibujo ambiguo de Ia vieja y la joven.
Mirado desde un punto de vista, el dibujo es claramente
el de una vieja. Con un ligero cambio, se convierte en el
retrato de una joven atractiva. Lo mismo sucedía con
nuestros clientes. El «concepto de sí mismo» era de
naturaleza claramente configuracional» (92, pág. 201).
. Contiene principalmente percepciones de uno mismo, así
como también valores e ideales. En esta enumeración de
los elementos comprendidos por la noción influyen
indudablemente los trabajos de investigación de los
rogerianos, especialmente los de Sheerer (452) (453) en
los cuales se ofrece una definición operativa de la
aceptación de sí mismo que incluye las normas o valores
de la persona.
Esta definición del «concepto de sí mismo» permanece sin
alteraciones substanciales a lo largo de todas las fases del
pensamiento rogeriano, y en cierto sentido puede
considerarse como definitiva. Constituye una aplicación
concreta de la teoría fenomenológica adoptada por Rogers
para la elaboración teórica de la personalidad.
Otros conceptos
fenomenológicos de la teoría
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El «Concepto o estructura (1) del self» es, como decimos, una
noción típicamente fenomenológica. No es otra cosa que una
porción del campo fenoménico total del individuo, cuya
importancia para la determinación de la conducta había
quedado ya sólidamente establecida en 1947 (cfr. 39). La
teoría de la personalidad toma muchos conceptos
fenomenológicos, cuya génesis y desarrollo vamos a
considerar ahora.
En los primeros escritos rogerianos no directivos hay
alusiones a la reorganización del campo perceptual del
cliente. Pero no puede decirse que estas alusiones aisladas
constituyen una teoría original, sino que simplemente son
modos diversos de explicar el fenómeno de «insight». Más
importante es la atención prestada a los cambios en el propio
modo de percibirse verificados durante la terapia. Vimos
cómo las percepciones del cliente fueron poco a poco
constituyendo un centro de interés grande para los
terapeutas rogerianos. Por otra parte, a medida que se iba
perfilando la técnica del reflejo y la empatía cobró más vigor,
la acción del terapeuta centrado en el cliente se iba
polarizando en la tarea de comprender, la cual resultaba un
medio extraordinario para llegar a ver el mundo interior del
cliente con sus propios ojos.
La atención al campo perceptual del cliente va a llevar a
Rogers en 1947 a una concepción teórica de la personalidad
típicamente fenomenológica, y, por otra parte, totalmente
consistente con su método terapéutico. En dicho articulo
(39) se establece la conexión causal entre la percepción y la
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conducta y se pone como meta de la teoría la «comprensión»
del individuo. Tras afirmarse que el elemento crucial en la
determinación de la conducta es el campo perceptual del
individuo, se postula lo siguiente con respecto a la teoría.
“ «En primer lugar, podría significar que, si el campo
perceptual es el que determina la conducta,
entonces el objeto de estudio primario para el
psicólogo sería la persona y su mundo tal como son
vistos por dicha persona. Podía significar que el
marco interno de referencia de la persona podría
constituir muy bien el campo de la psicología, idea
defendida persuasivamente por Snygg y Combs…
significaría que las leyes que gobiernan la conducta
podrían descubrirse mucho más profundamente
volviendo nuestra atención a las leyes que gobiernan
la percepción» (39, pág. 362).
Estas palabras constituyen el arranque de una teoría de la
personalidad eminentemente fenomenológica. Desde este
momento, el mundo interno del cliente constituye uno de los
puntos claros de la teoría.
El marco interno de referencia
Uno de los conceptos fenomenológicos más utilizados por la
teoría de Rogers es el del «marco interno de referencia».
Según testimonio suyo, llegó a él en virtud de una necesidad
imperiosa.
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“ «Aunque entonces no éramos claramente
conscientes de ello, la necesidad de categorías
fiables nos estaba obligando a utilizar el «marco
interno de referencia», la percepción del cliente,
como base de un enfoque científico. Teníamos que
permanecer muy cerca de la percepción que el
cliente tenía de su propia experiencia, ya que no
éramos capaces de ponernos de acuerdo entre
nosotros mismos en lo relativo a categorías cuando
hacíamos inferencias partiendo de las afirmaciones
del cliente. Así nos embarcamos en la búsqueda de
las leyes que gobiernan el mundo privado de la
percepción del cliente, y esto ha demostrado ser una
exploración fructífera» (62, pág. 68).
En esto su coincidencia con la psicología fenomenológica, tal
como es introducida en los Estados Unidos por Snygg y
Combs, es sorprendente. Rogers conoció la obra de estos
autores y probablemente tomó de ella muchos de sus
conceptos fenomenológicos.
En concreto, estos autores son los primeros en propugnar en
Estados Unidos la necesidad de adoptar un marco interno de
referencia en psicología. Como dice Spiegelberg (474, pág.
146): «La primera defensa pública de una nueva psicología
fenomenológica en América tuvo lugar en 1941 gracias a un
artículo de Donald Snygg titulado “La necesidad de un
sistema fenomenológico en psicología” (471). El cual fue
seguido en 1949 por el texto conjunto de D. Snygg y Aithur W.
Combs, “Conducta individual: un nuevo marco para la
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psicología” (472), en el que desarrollaron de modo más pleno
el nuevo “enfoque fenomenológico”, también llamado
“enfoque personal”». Estos autores sostenían que el campo
fenoménico del individuo era el principal determinante de la
conducta, y proponían como tarea de la psicología
fenomenológica la exploración de ese campo fenoménico.
Como puede observarse, Rogers coincide plenamente con
ellos. Veamos cómo explican estos autores su posición::
“ «Para tratar de los problemas de la conducta
individual ha surgido muy recientemente el llamado
enfoque “personal”, “perceptual”, o
“fenomenológico”. Este enfoque intenta
comprender la conducta del individuo desde su
propio punto de vista. Intenta observar a las
personas, no como se presentan ante ojos extraños,
sino como aparecen ante sí mismos. Las personas
no actúan únicamente a causa de las fuerzas
externas a las cuales se hallan expuestas. Su
conducta es consecuencia de su modo de ver las
cosas. Nos alejamos de un peligro cuando creemos
en su presencia, y lo ignoramos cuando
desconocemos ésta. En este marco de referencia, la
conducta es considerada como un problema de
percepción humana».
Rogers conoció el manuscrito de este libro, como nos consta
por su artículo de 1947 (39, pág. 362), y por las numerosas
ocasiones en que reconoce su deuda para con dichos
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autores. A través de ellos se pone en contacto con la
fenomenología, como afirma Shlien (456, págs. 299-300), y
gracias a ellos encuentra los constructos teóricos necesarios
para explicar su terapia.
Como decíamos antes, uno de estos constructos es el del
«marco interno de referencia». Sirve para caracterizar la
tarea del terapeuta centrado en el cliente, el cual ha de
«asumir el marco interno de referencia del cliente», y también
la de la psicología en general, ya que «la única manera de
comprender significativamente su conducta es captarla tal
como ella misma la percibe» (54, pág. 419).
El punto de vista fenomenológico
en psicología
De ahí que en 1951 Rogers proponga en su teoría de la
personalidad la meta de la «comprensión» como tarea de la
psicología. Al igual que el terapeuta ha de comprender
empáticamente al cliente, la psicología ha de comprender el
mundo privado de la persona. Su meta no es tanto la
predicción y el control, cuanto la comprensión de la
subjetividad. «El mejor punto de vista para comprender a la
conducta es desde el propio marco de referencia del
individuo», afirmará en la sexta proposición (54, pág 419).
Esto le coloca en inmediata oposición al conductismo, al cual
critica desmesuradamente. Así como otras culturas resultan
ininteligibles si no nos metemos dentro de ellas y las
evaluamos sólo desde un punto de vista ajeno a ellas,
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«hacemos lo mismo en psicología cuando hablamos de
“conducta de ensayo y error”, “ilusiones”, “conducta anormal”
y otras cosas similares. No nos damos cuenta de que
evaluamos a la persona desde nuestro propio marco de
referencia, o desde uno muy general, pero que la única
manera de comprender significativamente su conducta es
captarla tal como ella misma la percibe… Cuando lo hacemos,
las diversas conductas insensatas y extrañas se perciben
como pauta de una actividad significativa e intencional.
Luego, no hay nada semejante a una conducta de ensayo y
error y al azar, o a una ilusión, excepto en tanto el individuo
puede aplicar estos términos a su conducta pasada».
“ «En el presente, la conducta es siempre intencional
y es una respuesta a la realidad tal como percibe»
(54, págs. 419-420).
Tanto el punto de vista conductista, como el determinismo
freudiano, son rechazados por su objetividad y extrínsecismo:
«Una línea de desarrollo en psicología ha sido la de
comprender, evaluar y predecir la conducta de la persona
desde un marco de referencia externo. Este desarrollo no ha
sido demasiado satisfactorio, en gran medida porque implica
un alto grado de inferencia. La interpretación del significado
de un segmento dado de conducta depende entonces de si
las inferencias las realiza, por ejemplo, un discípulo de Clark
Hall, o un continuador de Freud» (54, pág. 420).
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La pretensión de alcanzar el mundo fenoménico del cliente
en estado «puro» hace creer a Rogers en la validez del
enfoque fenomenológico. Gracias a él, podrá verse en acción
la personalidad tal como es. Pero tampoco se le ocultan sus
dificultades: no es posible comprender empáticamente todas
y cada una de las experiencias de la persona; la
fenomenología se ve constreñida a comprender únicamente
el campo fenoménico accesible a la conciencia del sujeto y no
el inconsciente, y, por otro lado, depende del relato verbal, el
cual lleva consigo el peligro de insinceridad y de distorsiones
producidas por una comunicación defensiva y defectuosa.
Pero a pesar de ello es posible conocer gran parte del campo
fenoménico del otro gracias a la observación y a la inferencia
directa hecha a partir de sus comunicaciones. La afinidad de
experiencias y sensaciones nos lo permite: «porque muchos
de los objetos perceptuales —personalidad, padres, maestros
empleadores, etc.—, tienen contrapartes en nuestro propio
campo perceptual, y prácticamente todas las actitudes hacia
esos objetos perceptuales han estado presentes en nuestro
propio mundo de experiencias» (54, págs. 420-21).
Evidentemente esta toma de postura rogeriana con respecto
a la psicología es exagerada y se presta a ser criticada por sus
contrarios. La contraposición que hace entre el punto de vista
extrínseco y el fenomenológico es artificial, y hasta cierto
punto unilateral. Adoptar como único punto de vista para la
psicología el mundo subjetivo de la persona corre el riesgo de
la unilateralidad y comporta el peligro del subjetivismo. Es
cierto que el conocimiento meramente objetivo, disociado de
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la empatía, corre el riesgo de objetivar al sujeto, como indica
Rogers en 1959 (92, f pág. 211):
“ «Percibir únicamente desde el propio marco de
referencia interno y subjetivo sin empatizar con la
persona u objeto observado, es percibir desde un
marco externo de referencia. La escuela del
«organismo vacio» en psicología es un ejemplo de
esto. Así el observador dice que un animal ha sido
estimulado cuando el animal ha sido expuesto a una
condición que, según el marco de referencia
subjetivo del observador es un estímulo. No existe
intento alguno por comprender empáticamente si es
también un estímulo en el campo experiencial del
animal. Igualmente el observador informa que el
animal emite una respuesta cuando se da ese
fenómeno, el cual desde el campo subjetivo del
observador, aparece como una respuesta».
Este conocimiento objetivista, válido para los objetos del
mundo físico, es insuficiente para comprender a la persona,
sujeto de experiencias.
Pero asimismo es un error rechazar de plano este punto de
vista extrínseco. Como veremos después, Rogers, aunque en
su teoría adopta esta postura fenomenológica exagerada, en
la práctica no rechaza de plano los métodos objetivos de
investigación. Sus trabajos empíricos demuestran bien a las
claras la necesidad de los métodos objetivos para poder
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conocer mejor el mundo subjetivo del cliente. De ahí que
estas frases exageradas de Rogers, propias de su primera
teoría de la personalidad, tengan que ser interpretadas en el
contexto más amplío de toda su obra, la cual no rechaza en
absoluto los métodos científicos. La protesta rogeriana va
dirigida contra el olvido del conocimiento empático en
psicología, no contra el conocimiento científico en cuanto tal.
Pero de todos modos, hay que reconocer que sus
exageraciones fenomenológicas son un hecho, y en cuanto
tal son objeto de crítica.
Las consecuencias prácticas de esta toma de posición
fenomenológica son, entre otras, el poco crédito que se
otorga a otras vías de acceso a la persona que no sean las de
la comunicación verbal consciente. A pesar de emplear en sus
investigaciones las técnicas proyectivas, Rogers les da en 1951
un valor relativamente escaso debido a que se fundan en
inferencias no siempre exactas. Frente a ellas la comunicación
consciente del sujeto es mucho más eficaz, como lo confirma
el trabajo de Kell (45) relativo al gran valor de la
autocomprensión en la predicción de la conducta. En el fondo
late una concepción exquisitamente racional de la naturaleza
humana, que tendremos después ocasión de estudiar.
Pero, ¿cuáles son las razones de esta postura epistemológica
y metodológica? Una de las más importantes parece
constituirla el papel preponderante del mundo interior o
campo fenoménico en la conducta de las personas. Veamos
lo que se nos dice a este respecto.
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El Campo Perceptual
En 1947 (39) Rogers adopta la misma teoría que Snygg y
Combs en lo relativo a la importancia del campo fenoménico,
y en 1951 dedica a este concepto las dos primeras
proposiciones de su teoría de la personalidad (54, págs. 410413). En la primera de ellas afirma: «Todo individuo vive en un
mundo continuamente cambiante de experiencias de las
cuales es el centro» (54, pág. 410).
La persona humana se mueve en este mundo subjetivo de las
percepciones y experiencias cuya característica fundamental
es la de ser un camgo, es decir un conjunto de
interrelaciones. Veamos primero cómo explican Snygg y
Combs este concepto del «Campo»:
“ «La ciencia moderna ha descubierto desde hace
mucho que existen numerosas materias que no
pueden ser comprendidas únicamente en términos
de las «cosas» acerca de las cuales tratan. Muchos
de los hechos complejos que esperamos
comprender y predecir sólo pueden ser tratados
mediante una comprensión de las interrelaciones.
Aun cuando la naturaleza precisa de estas
interrelaciones no sea conocida, sin embargo éstas
pueden utilizarse eficazmente. Para explicar estas
interrelaciones la ciencia moderna ha inventado el
concepto utilísimo del «campo». Cuando se da el
hecho de que en un punto del espacio sucede algo
debido, al parecer, a que en otro punto del mismo
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sucedió otro fenómeno sin ninguna relación
aparente de «causa» a «efecto», el científico suele
decir que ambos hechos están relacionados en un
campo. Este hace de puente la causa y el efecto, y
gracias a él el científico puede tratar de un problema
aun no conociendo claramente todos los aspectos
intervinientes en la realidad. Por ejemplo, nadie ha
visto la electricidad, ni tampoco se conoce con
certeza lo que es o su modo de actuar. Sin embargo,
a pesar de esta falta de un conocimiento exacto,
somos capaces de estudiar el fenómeno suponiendo
la existencia de un campo eléctrico» (258, pág. 19).
El mundo interior de la persona es también un campo en el
que interactúan todos sus elementos y en el cual resulta
difícil adscribir una causalidad concreta a un elemento del
mismo. Este campo de interacciones dinámicas se compone,
según Rogers, de «todo lo que es experimentado por el
organismo, ya sea que estas experiencias sean percibidas
conscientemente o no» (54, pág. 410). Esta última precisión
no la encontramos en Snygg y Combs, los cuales se refieren
más bien al campo de la consciencia: «Por campo perceptual
entendemos el universo completo, incluido uno mismo, tal
como es experienciado por el individuo en el instante de la
acción. Es el campo de la conciencia personal y único de cada
individuo, el campo de la percepción responsable de todas
sus conductas» (301, pág. 20). Rogers incluye dentro de este
concepto a experiencias no simbolizadas, y, por tanto, no
conscientes, puesto parece entender por conciencia la
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simbolización de las mismas. «Parece probable que Angyal
tuviera razón al afirmar que la conciencia consiste en la
simbolización de algunas de nuestras experiencias» (54, pág.
411).
Experiencias inconscientes y
conscientes
Los elementos constitutivos del campo son las experiencias
del sujeto. En 1951, son llamadas «experiencias sensoriales y
viscerales», es decir, experiencias procedentes de los
órganos de los sentidos, o de las visceras internas del
organismo. En 1959, se las define de la siguiente manera (92,
pág. 197): «Este término (experiencia) se utiliza para incluir
todo lo que sucede dentro de la envoltura del organismo en
un momento dado y es accesible potencialmente a la
conciencia. Incluye hechos de los que el individuo no es
consciente, así como aquellos que están en la conciencia. Así
incluye los aspectos psicológicos del hambre, aún cuando la
persona pueda estar tan inmersa en su trabajo o juego que
sea totalmente inconsciente del hambre; incluye el impacto
de visiones, audiciones y sabores sobre el organismo, aún
cuando éstos no constituyan el centro de la atención. Incluye
la influencia del recuerdo y de la experiencia pasada, en la
medida en que son activos en este momento, restringiendo o
agrandando el significado dado a los diversos estímulos.
También incluye todo aquello presente en la conciencia
inmediata. No incluye hechos tales como las descargas de las
neuronas o los cambios en el azúcar de la sangre, por no ser
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directamente accesibles a la conciencia. Por eso se trata de
una definición psicológica, no fisiológica».
De esta definición de «experiencia» se desprende
inmediatamente que se trata de los elementos o contenidos
del campo, y que han de poder ser accesibles a la conciencia,
aunque de hecho no sean conscientes.
Estas experiencias se organizan conforme a las leyes del
campo propugnadas por la Gestalt. Hay unas que se hallan en
la figura en un momento dado, mientras que la gran mayoría
permanece en el fondo. Las relaciones entre las mismas se
rigen conforme a las leyes de la Gestalt relativas a la fluidez,
estabilidad, intensidad y dirección del campo. «La mayor
parte de las experiencias del individuo constituyen el fondo
del campo perceptual, pero fácilmente pueden convertirse en
figura, en tanto que otras experiencias se deslizan al fondo.
Más adelante trataremos algunos aspectos de la experiencia
que el individuo evita que se conviertan en figura» (54, pág.
411).
Inconsciente
Aunque después se verá con más detalle los tipos diversos de
concienciación de las experiencias, sí convendría insistir en
que para Rogers el inconsciente humano se explica conforme
a estos fenómenos de reorganización del campo perceptual.
Al igual que todos los fenomenólogos, evita la palabra
«inconsciente» («Unconscious») por la connotación
freudiana que lleva consigo, y por la idea espacial que
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comporta. No se trata de un receptáculo interno en donde se
almacenan experiencias pasadas, sino simplemente de las
experiencias presentes en todo momento, pero en calidad de
fondo perceptual. Con respecto al problema del
«inconsciente» rogeriano, Shlien dice lo siguiente (456, pág.
322):
“ «Las ideas de Rogers, Snygg y Combs y otros
miembros de su escuela podían expresarse de este
modo: hay dos elementos, «amplitud de la
atención» y «nivel de conciencia», que operan
dentro de un sistema energético en el cual suben y
bajan los niveles de energía y la atención es dirigida
y centrada, gracias a las emociones. Un ejemplo
favorito en las analogías perceptuales
corrientemente utilizado es el del influjo de la
amenaza en el ángulo de la visión. Normalmente, en
condiciones de relajación, el ángulo de visión es lo
suficientemente amplio como para permitir
percepciones con una periferia de 80 grados a cada
lado cuando el observador mira hacia adelante. En
condiciones de intensa emoción (una de las cuales
es la amenaza) el fenómeno de la «visión en túnel»
puede ser inducido. La visión se estrecha, como si el
observador estuviese mirando por un tubo. En tal
caso, lo que sucede en la periferia no es percibido,
no es «inaccesible». Sencillamente está fuera de la
vista hasta que se restaure la visión normal».
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Se considera que la amplitud de la atención y el nivel de
conciencia aumentan o disminuyen, según la energía
disponible en un momento dado. De este nivel de energía
depende el que muchas sensaciones se hagan percepciones
e influyan conscientemente en la conducta. En
contraposición al modelo hidráulico freudiano, esta
concepción energética de la conciencia e inconsciencia no
necesita colocar el inconsciente en un lugar inaccesible. Lo
olvidado permanece en donde estaba, pero la luz de la
conciencia no llega tan clara como antes, y por eso no es
percibido conscientemente. Como dice Shlien (456, pág.
323-324):
“ «Teóricamente, supuesta una ausencia total de
amenazas, y una total liberación del gasto de
energía en acciones defensivas, resultante de la
misma, la memoria sería tan completa como lo
dictasen las necesidades del momento, sólo limitada
por los niveles de conciencia permitidos por la
energía en ese momento disponible. Tales
condiciones no se consiguen casi nunca, y entonces
sólo temporalmente, puesto que las presiones de la
nueva experiencia y el medio social cambiante
alteran la situación, volviendo a introducir niveles de
tensión «normales». Precisamente quizá en la
medida en que se aproxima a estas condiciones
ideales, la fenomenología está justificada cuando
valora tanto los informes del sujeto…».
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La terapia centrada en el cliente, por otra parte, al eliminar
todo tipo de amenaza potencial para el sujeto, es una ocasión
óptima para la manifestación sin sombras ni distorsiones del
campo perceptual de la persona.
Comparado con el inconsciente freudiano, el inconsciente
rogeriano tiene muy pocas semejanzas con él. No es una
estancia psíquica residuo del pasado y sede de los instintos,
regida por leyes totalmente distintas a las de la realidad.
Rogers no acepta tampoco su irracionalidad ni su carácter
alógico y atemporal. Para él no hay una serie de provincias
dentro del psiquismo humano, sino un único campo
fenoménico regido por las leyes de la gestalt. Los instintos no
son algo caótico e informe, sino que están al servicio de una
tendencia única hacia la autorrealización. Es verdad que
Rogers admite la existencia de experiencias inconscientes, y
que éstas juegan un papel muy importante en la neurosis.
Pero estas experiencias no son inaccesibles a la conciencia,
como consideraba Freud. Tampoco tienen la fuerza dinámica
asignadas a las mismas por el fundador del psicoanálisis. Las
experiencias inconscientes rogerianas son más bien
preconscientes —empleando la terminología freudiana—, y
son similares a las conscientes. Lo único que les falta es la luz
de la conciencia, la cual no ha llegado hasta las mismas. Las
experiencias inconscientes son, para Rogers, aquella porción
del campo fenoménico no iluminada por la luz de la
simbolización, y, por tanto, permanecen en el fondo del
mismo. Sólo se precisa un leve cambio ambiental para que
tales experiencias puedan pasar a ser figura.
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Relacionado: La relación terapéutica Gestalt como experiencia
En el fondo, la divergencia mayor entre ambas concepciones
radica en una concepción diferente de la naturaleza humana.
Frente a la visión pesimista de Freud, fruto de la cual es su
noción de un inconsciente hervidero de impulsos
contradictorios e inaccesible a la conciencia, Rogers opondrá
una filosofía cándida de la persona. Por tanto, no podrá
admitir que toda la persona, incluida su inconsciencia sea
algo anárquico y desordenado. Para él, la naturaleza humana,
incluida su vida instintiva, es algo perfectamente racional. Y
como veremos después, sus principales ataques contra Freud
se basan en una concepción de la naturaleza de la persona
humana.
Volviendo al campo perceptual del individuo, se recordará
que éste se compone de experiencias, las cuales pueden o no
pueden ser simbolizadas. Aquéllas que son simbolizadas
suelen ser llamadas percepciones y en este sentido
emplearemos este término. Incluyen todo aquello consciente
en un momento dado, y todo aquello que puede acceder a la
consciencia cuando se produce el estímulo adecuado. Las
experiencias no simbolizadas son aquellas que permanecen
inconscientes. Las hay de dos clases, cómo veremos: las que
no pueden simbolizarse, porque o no llegan al umbral, o
carecen de importancia para el individuo, y las
potencialmente accesibles a la conciencia pero
imposibilitadas de hacerlo. Estas segundas constituirán uno
de los polos del conflicto psíquico, como veremos más tarde.
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Este mundo de experiencias organizadas en un campo de
fuerzas es patrimonio exclusivo del sujeto y no puede ser
conocido en sentido total y pleno por nadie ajeno a él. De ahí
que la única vía hacia el mismo, la constituya el propio sujeto,
y la comprensión empática del mismo, es decir, la inferencia
empática.
El campo perceptual y la conducta
Este campo fenoménico constituye la realidad frente a la cual
reacciona el individuo, y es el principal elemento
determinador de su conducta. En esto Rogers vuelve a
coincidir plenamente con Snygg y Combs. «El organismo
reacciona ante el campo tal como lo experimenta y lo percibe.
Este campo perceptual es para el individuo, la «realidad»,
dice la proposición 2 de la teoría de la personalidad (54, pág.
411).
Reaccionamos no frente a la realidad en sí, sino frente a
nuestra percepción de la misma. Este hecho, evidente para
Rogers, e ilustrado con diversos ejemplos tendentes a
mostrar la total determinación de la conducta por el campo
perceptual de la persona u organismo actuante, es
ejemplificadas mediante un símil muy querido a los
fenomenólogos (54, pág. 412).
“ «Una proposición de los semánticos puede resultar
útil para comprender este concepto de que la
realidad es, para el individuo, su percepción de la
misma. Han señalado que las palabras y símbolos
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tienen con el mundo de la realidad la misma relación
que un mapa tiene con el territorio que representa.
Esta relación también se aplica a la percepción y la
realidad. Vivimos en un «mapa» perceptual que
nunca es la realidad misma. Es útil tener presente
este concepto, porque puede ayudar a expresar la
naturaleza del mundo en el que vive el individuo».
Precisamente este símil del «mapa» ayuda también a
comprender la función del «concepto del sí mismo», el cual
es una coordenada o constante del campo, que sirve para
encuadrar y enmarcar nuestras percepciones. Pero esta
concepción fenomenológica de la realidad plantea el
problema de la diferenciación entre las percepciones y las
ilusiones, entre el sueño y la realidad.
¿Cómo distinguir una alucinación o una idea delirante, por
ejemplo, de una percepción realística? Aunque Rogers no se
plantea el problema de la «verdadera» realidad, tiene que
afrontar este problema, que en opinión de Hall y Lindsey
(342, pág. 528) constituye la gran paradoja de la
fenomenología. Según estos autores, Rogers tiene que
encontrar la solución fuera de un marco estrictamente
fenomenológico. «Rogers resuelve la paradoja abandonando
el marco conceptual de la pura fenomenología. Lo que piensa
o experimenta una persona no es en realidad la realidad [sic]
para dicha persona; es simplemente una hipótesis provisional
acerca de la realidad, una hipótesis que puede ser o no ser
cierta. La persona suspende el juicio hasta que ponga a
prueba la hipótesis. ¿En qué consiste dicha prueba? Consiste
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en verificar la exactitud de la información que ha recibido, y
sobre la cual se funda la hipótesis, comparándola con otras
fuentes de información. Por ejemplo, una persona que quiere
echar sal a su comida se halla ante dos recipientes idénticos,
uno de los cuales contiene sal y el otro pimienta. Cree que
aquel que tiene agujeros más grandes es el que tiene la sal,
pero, no estando segura de ello, arroja un poco de su
contenido sobre la palma de su mano. Si las partículas son
blancas y no negras, se siente razonablemente seguro de que
se trata de sal. Una persona más precavida puede llegar
incluso a poner un poco en sus labios para comprobar que no
se trata de pimienta blanca. Aquí tenemos una verificación de
las propias ideas recurriendo a diversos datos sensoriales. El
test consiste en verificar la información menos cierta con el
conocimiento más directo. En el caso de la sal, el test final es
el gusto; un tipo particular de sensación lo define como sal».
Esta es la verificación aducida por Rogers, el cual como se ve,
concibe al conocimiento como una hipótesis que ha de ser
verificada. Precisamente, los distintos modos de verificación
serán lo que distinga los tres tipos fundamentales de
conocimiento propuestos ulteriormente por él, los cuales
veremos más tarde. Lo que ya resulta más difícil de
comprender es esta exclusividad del conocimiento y de la
percepción en la determinación de la conducta. Pero esto nos
remite de nuevo a problemas de índole más filosófica. Rogers
termina su exposición de este punto con las siguientes
palabras:
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“ «En la trapia, donde frecuentemente se evidencia
que cuando la percepción cambia se modifica la
reacción del individuo, se ve muy claramente que el
campo perceptual es la realidad ante la cual
reacciona el individuo. Mientras se percibe al padre
como un individuo dominador, ésa es la realidad ante
la que reacciona el individuo. Cuando se lo percibe
como individuo que trata de mantener
desesperadamente su status, la reacción ante esta
nueva «realidad» es muy diferente» (54, pág. 413).
Es en el terreno de la clínica donde Rogers se hace fuerte, y
es su experiencia clínica el argumento más importante de
esta proposición, que por otra parte, refleja exactamente su
opinión, pues como ya vimos antes, cuando cambian las
percepciones de una persona, cambia su conducta. Ahora
bien, ¿constituirá entonces la terapia un mero comunicar
percepciones intelectuales al cliente? El proceso no será tan
sencillo. Veamos ahora algunos otros elementos importantes
de la teoría de la personalidad.
Conceptos organísmicos de la
teoría de Carl Rogers
Aunque los conceptos fenomenológicos van muy
entremezclados con conceptos organísmicos propios de una
teoría biopsicológica de la personalidad, vamos a tratar de
separar los que se refieren al organismo, ya que representa
otro de los polos de la explicación dinámica del cambio de la
personalidad. Las formulaciones rogerianas relativas al
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organismo humano dependen mucho de la obra de Kurt
Goldstein (331, 332), de la cual Rogers también se confiesa
deudor, y de la cual toman muchos elementos teóricos Snygg
y Combs.
El organismo humano
El organismo humano constituye el centro de estudio de esta
psicología totalizante cuyo portavoz principal en América fue
Kurt Goldstein. Se trata en parte de una reacción frente a las
psicologías atomizantes y frente a las concepciones
dualísticas que dicotomizaban artificialmente a la persona en
cuerpo y espíritu. Dentro de la psicología de la personalidad,
destaca la insistencia de Goldstein en el organismo en cuanto
totalidad. A raíz de sus experiencias con las lesiones
cerebrales de los soldados heridos en la I Guerra Mundial,
Goldstein concibe al síntoma no como producto de una
determinada lesión o enfermedad, sino como manifestación
de la totalidad del organismo. El organismo total, en su
conjunto, es anterior a sus partes, opera siempre como una
organización, y es preciso conocer sus leyes generales si se
quiere comprender adecuadamente el funcionamiento de sus
partes. En este sentido, el parentesco con la psicología de la
Gestalt es patente, aunque Goldstein insiste mucho más que
aquélla en el organismo humano. En lo que respecta a la
motivación del organismo, la postulación de un impulso
soberano y único propia de esta corriente de pensamiento, se
adapta perfectamente a la experiencia rogeriana de las
fuerzas de crecimiento evidentes en la clínica, y le brinda
unos cons tractos teóricos capaces de formular esa intuición
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en términos de una psicología biológica. La tendencia
actualizante del organismo deberá mucho al término
«autorrealización» de Goldstein. Por último, la insistencia de
esta corriente de pensamiento en el potencial del individuo, y
su menoscabo de las fuerzas del medio ambiente coincide
plenamente con la psicoterapia individualista de Rogers.
Como veremos, en el fondo de su concepción late un cierto
menoscabo hacia el ambiente, el cual es el causante de la
disociación de la persona, que, dejada a sus propias fuerzas,
habría avanzado por sí sola hacia la autorrealización de sus
potencialidades. Veamos algunos aspectos organicistas de la
teoría de la personalidad rogeriana.
El organismo es una totalidad
organizada
La primera característica importante del organismo en cuanto
tal es la de ser una Gestalt o configuración organizada. «El
organismo reacciona como una totalidad organizada ante su
campo fenoménico» (proposición 3) (54, pág. 413). El
término «totalidad organizada» es un concepto típico de
todas aquellas psicologías que como la de Goldstein y los
organicistas, los gestaltistas, y muchos humanistas como
Allport, salen en defensa del carácter totalizante, personal y
configurativo del organismo, y se oponen a las psicologías
reduccionistas del «estímulo – respuesta». Rogers vuelve a
insistir en este carácter del organismo humano, ya insinuado
cuando se habló del carácter gestáltico de su campo
perceptual. El organismo es una gestalt, una organización, y,
en cuanto tal, es superior a las partes y trasciende la suma de
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las mismas. Una vez más se coloca en la antítesis del
conductismo.
“ «Aunque hay todavía quienes se interesan
principalmente por el tipo segmentario o atomístico
de la reacción orgánica, hay una creciente
aceptación del hecho de que una de las
características básicas de la vida orgánica es la
tendencia a las respuestas totales, organizadas,
intencionales. Esto sucede, tanto en el caso de las
respuestas que son principalmente fisiológicas,
como en el de aquellas que consideramos
psicológicas» (54, pág. 413).
Los argumentos en que se apoya son los típicos de los
personalistas que defienden este carácter unitario del
individuo: los procesos homeostáticos del organismo, y el
carácter funcional de su fisiología. Por lo que se refiere a la
psicología,
“ «En el campo psicológico parece casi imposible
cualquier tipo simple de explicación estímulo –
respuesta de la conducta. Una mujer joven habla
durante una hora de su antagonismo con su madre.
Encuentra, después de ello, que su condición
asmática persistente, que nunca ha mencionado,
siquiera al consejero, mejora enormemente… Es
extremadamente engorroso tratar de explicar estos
fenómenos sobre la base de una cadena atomística
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de acontecimientos. El concepto teórico básico a
tenerse siempre en cuenta es el de que el organismo
es, en todo momento, un sistema organizado total;
la modificación de cualquier parte puede producir
cambios en cualquier otra. Nuestro estudio de tales
fenómenos parciales debe partir del hecho central
de la organización coherente, intencional» (54, pág.
414).
Esta totalidad que constituye el organismo es algo que
trasciende el dualismo cartesiano. Como ha podido
apreciarse en el último ejemplo, el concepto de organismo no
se refiere únicamente a lo que la fisiología entiende por tal,
sino a la totalidad de las funciones anímicocorpóreas que
constituyen la persona humana. El término «organismo» se
refiere a la totalidad de aspectos físicos y psíquicos del
hombre, no sólo a lo corpóreo.
La Tendencia fundamental del
organismo
El organismo humano, tal como es concebido por Rogers está
constituido por un sistema impulsor, llamado «tendencia
actualizante» y por un sistema regulador y de control, que se
llama «proceso de evaluación organísmico». Veamos primero
la motivación básica de todo organismo.
«El organismo tiene una tendencia básica y un impulso a
actualizar, mantener y desarrollar el organismo
experenciante», dice Rogers en la proposición cuarta de su
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teoría de la personalidad (54, pág. 414). Los términos de esta
formulación están tomados de Snygg y Combs, pero su
contenido coincide plenamente con el de los psicológicos
organicistas y holistas, especialmente con Angyal (208) y
Goldstein (331). Rogers se sirve ahora de estos términos
organísmicos para expresar aquello que, como vimos,
constituía la hipótesis fundamental de su terapia: la confianza
en la capacidad del individuo. Traducida a estos términos por
primera vez en 1946 (34, pág. 418), desde entonces pasa a
ser el motivo fundamental de su teoría de la personalidad,
como reconoce el mismo Rogers en 1959 (92, pág. 196):
«Importa precisar que esta tendencia actualizante básica es
el único motivo postulado en este sistema teórico». Y esta
convicción, lejos de enfriarse con el tiempo, ha ido
haciéndose cada vez más fuerte y patente, como se nos dice
en 1963: «es una convicción que ha ido haciéndose cada vez
más fuerte con el pasar de los años» (122, pág. 1). Bien se la
considere como tendencia actualizante, o como hipótesis
fundamental de la terapia, esta convicción en la dirección
positiva del ser humano constituye una de las constantes del
pensamiento rogeriano a través de todas las épocas.
Cuando tratamos del proceso terapéutico y del terapeuta
centrado en el cliente vimos cómo las fuerzas de crecimiento
presentes en la persona constituían el motor de la
psicoterapia y el fundamento sobre el cual se apoyaba la
acción del terapeuta. Ahora las enfocaremos desde este
punto de vista más teórico de la personalidad, que las asimila
a las fuerzas 9 de la vida propias de todo organismo.
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Una sola tendencia básica
Una de las características más notables de la teoría
motivacional rogeriana es la admisión de un único motivo
básico, substrato de todos los demás, y al cual pueden
reducirse los mismos. Esto no se ve en los primeros escritos
de Rogers. En ellos, a pesar de que ya se habla de «fuerzas
de crecimiento», éstas son consideradas junto con otras
diversas fuerzas que no necesariamente se relacionan con
una tendencia básica del organismo. Así, por ejemplo, en
1939 (10, págs. 1011), se dice lo siguiente: «El ser humano, en
cuanto organismo tiene ciertas necesidades vitales para el
individuo. Los psicólogos difieren en lo relativo a la
clasificación de estos deseos fundamentales, pero con vistas
a la clínica puede decirse que hay dos grandes clases de
necesidades. La primera es la necesidad de respuesta
afectiva por parte de otras personas. Incluiría la necesidad de
reconocimiento, el deseo de afecto paterno y de otras
personas, el deseo en el individuo maduro de respuesta
sexual por parte de la pareja. La segunda gran necesidad es la
de conseguir y obtener la satisfacción procedente de la
consecución y expansión del sentimiento de autoestima
propia. Ambas necesidades tienen que ser satisfechas por el
individuo, a niveles diferentes según sea la etapa de
crecimiento y madurez…». Estas dos necesidades
fundamentales las volveremos a ver posteriormente bajo el
prisma de la necesidad de consideración positiva. Pero por
esta época Rogers no se separa de la concepción tradicional
de las necesidades y motivaciones humanas.
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A medida que la tendencia al crecimiento va haciéndose más
patente, en especial a partir de 1946, en que es puesta como
aspecto fundamental de la psicoterapia, las demás
necesidades humanas comienzan a subordinarse a este
impulso fundamental (cfr. 34). Ese mismo año y en ese
mismo artículo se habla de que las «fuerzas desahogadas por
el proceso catalítico de la terapia no son explicadas
adecuadamente por el conocimiento de los
condicionamientos previos del individuo, si es que no se
considera la presencia de una fuerza espontánea dentro del
organismo que tiene la capacidad de integración y
redirección» (34, pág. 422). Pero, sobre todo, en otro escrito
de ese año (37) se ve ya con mucha más claridad la relación
existente entre el impulso al crecimiento y las demás
necesidades, que no son sino expresiones del mismo. Veamos
cómo se expresa esto, (37, pág. 13):
“ «Los pocos y fácilmente gratificables motivos del
niño se expanden en las motivaciones complejas y
abundantes del adulto. La dependencia total de las
demás personas y del medio propia del niño, cede el
paso a la independencia del adulto. La exclusiva
preocupación por sí mismo y por sus propias
necesidades del niño, deja paso al interés del adulto
por las otras personas y por sus necesidades,
transformándose en conducta social. El amor hacia
sí mismo del niño se convierte en amor heterosexual
del adulto… Toda esta evolución es expresión del
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impulso al crecimiento, común a los seres humanos
en cuanto miembros de la sociedad».
El hecho de que las demás necesidades sean expresión del
impulso básico a crecer parece ser indicio de que éste es el
impulso básico subyapacente a todas ellas. Esto se afirma de
modo más explícito en dicho escrito un poco después (37,
pág. 14): «Este impulso hacia la madurez a pesar de las
dificultades, esta tendencia al crecimiento que existe en todo
individuo, es la motivación que está debajo de la capacidad
del cliente para resolver sus propios problemas durante el
counseling adecuado» (37, pág. 14). De modo que ya por esta
época se concibe un impulso básico y una serie de motivos
subordinados a él.
En la teoría de 1951 este impulso básico es llamado
«tendencia actualizante del organismo» y todas las demás
necesidades de la persona se consideran como aspectos
parciales de la misma. «En lugar de hablar de numerosas
necesidades y motivos, es posible describir todas las
necesidades orgánicas y psicológicas como aspectos
parciales de esta necesidad fundamental» (54, pág. 414), y
en 1959 ya vimos cómo se la consideraba como único motivo
del sistema teórico.
El que se admita un impulso o tendencia básica no quiere
decir que se niegue la existencia de los demás motivos o
necesidades. No es esa la intención de Rogers, aunque, por
otro lado, tampoco le interesa enumerar un catálogo de las
mismas.
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“ «Observemos, a propósito de las características del
niño, que no hemos tratado en absoluto de
establecer una lista completa del equipo innato del
niño. La cuestión de saber si, por ejemplo, el niño
posee instintos, o si tiene un reflejo de succión
innato o una necesidad innata de cariño, tiene desde
luego gran interés; pero cuando se trata de elaborar
una teoría de la personalidad, las respuestas a estas
cuestiones parecen periféricas, más que esenciales»
(92, pág. 223), dice Rogers en 1959.
La razón es esta falta de interés por aquellos constructos
motivacionales que no sean el fundamental o básico, la
constituye su falta de valor heurístico, como se afirma en
1963 (122, págs. 78). «Dudo que los psicólogos hagan
progresar su ciencia mientras su teoría fundamental se centre
en la formulación de que el hombre busca la comida porque
tiene un motivo o impulso del hambre; que interactúa de
modo exploratorio y manipulativo con su medio porque tiene
un motivo de competencia; que busca su realización porque
tiene un impulso a dominar o una necesidad de realizarse.
Incluso en un área que a muchos ha parecido tan clara, el
concepto de un motivo sexual no se ha mostrado demasiado
útil para desvelar las complejísimas variables que determinan
la conducta sexual aún en los animales…». Para Rogers lo
único que cuenta es esa dirección esencial hacia el
crecimiento própia de todo organismo. «El organismo es
activo, actualizante y directivo. Esta es la base de todo mi
pensamiento. Una vez aceptado esto, no veo interés alguno
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en imponer abstracciones relativas a motivos específicos en
la multiforme y compleja conducta humana. Ciertamente es
posible la categorización de los fenómenos de la conducta en
muchos motivos diferentes, y, de hecho, estos fenómenos
pueden dividirse de muchas maneras. Pero me parece
dudoso que esto sea deseable o heurístico. Con el ejemplo he
tratado de indicar que, para comprender realmente las
condiciones antecedentes a la conducta, quizá sea preferible
formular las hipótesis sobre la base de la observación directa
de los fenómenos, y no sobre una serie de motivos
previamente construida» (122, págs. 1415).
Las diversas categorías motivacionales, bien se las llame
necesidades, motivos o instintos, no interesan a Rogers por
su falta de eficacia práctica a la hora de explicar el
comportamiento. Su concepción fenómenológica de la
ciencia, como pura descripción de los fenómenos, se deja
también traslucir en este desprecio hacia las motivaciones
concretas de la conducta.
En la práctica, Rogers hablará de diversas necesidades:
necesidad de autoestima, necesidad de consideración
positiva, etc., pero en su teoría no se detiene a clasificarlas
conforme a ningún esquema lógico. Solo intenta presentar
una motivación básica, la cual ha de aceptarse sin más, en
virtud de su evidencia.
La dirección de la vida
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La tendencia actualizante es la misma dirección de la vida
orgánica. En 1947, al final de un artículo expositivo de su
psicoterapia, comienza a preguntarse Rogers por la tendencia
de la vida orgánica: «¿Existe en la vida orgánica una
tendencia a moverse en la dirección del crecimiento?» (38,
pág. 116), indicando indirectamente una asimilación de las
fuerzas de crecimiento a las de la vida orgánica. En 1951
concibe ya claramente a estas «fuerzas de la vida» operando
en el proceso de la terapia (54, pág. 195): «Subyaciendo a
todo este proceso de funcionamiento y cambio están las
fuerzas impulsoras de la vida misma»; y en la teoría de la
personalidad la asimilación es ya perfecta (54, pág. 414):
«Las palabras utilizadas —nos dice— son un intento de
describir la fuerza direccional observada en la vida orgánica,
una fuerza que muchos científicos han considerado básica…».
En 1959 nos dice que es sinónimo del concepto de vida tal
como la entiende Angyal:
“ «Las palabras de Angyal (208) podrían ser utilizadas
como sinónimo de este término: “La vida es un
evento autónomo que sucede entre el organismo y
el medio. Los procesos vitales no tienden
simplemente a preservar la vida, sino que
transcienden el status quo momentáneo del
organismo, expandiéndose continuamente e
imponiendo su determinación autónoma a un
número de hechos cada vez más creciente”» (92,
pág. 196).
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En 1963 muestra con abundantes ejemplos esta tendencia
básica de la vida. La planta pequeña situada en una roca
batida por el mar que resiste a todos los embates del mismo,
es una muestra gráfica de la misma (122, pág. 3): «Ya
hablemos de esta planta, ya de un roble o de una hormiga o
de una gran mariposa nocturna, ya de un mono o de un
hombre, creo que haríamos bien reconociendo que la vida es
un proceso activo, más que pasivo. Surja el estímulo de
dentro o de afuera, sea el medio favorable o desfavorable, las
conductas de un organismo pueden ser consideradas como
marchando en la dirección de su mantenimiento, expansión y
reproducción. Esta es la naturaleza del proceso que llamamos
vida. Hablando de la totalidad de estas reacciones …cuando
fundamentalmente hablamos de aquello que «motiva»
básicamente la conducta del organismo, me parece que esta
tendencia direccional es lo fundamental».
La consideración de este carácter positivo de la vida
orgánica, junto con la experiencia de la misma en sus clientes,
es la que lleva a Rogers a identificar la motivación humana
básica con la dirección positiva de la vida. El ser humano, al
igual que cualquier organismo es un ser activo, y no
puramente reactivo, que camina hacia su plenitud. De esta
manera, concibiendo a la tendencia como dirección de todo
el organismo —y no únicamente de una parte de él—, se
puede llegar a comprender lo que Rogers entiende como
tendencia actualizante.
Aspectos de la tendencia
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Los aspectos de la misma destacados por Rogers son dos,
principalmente: la conservación del organismo, y su
expansión y progreso.
. En primer lugar es una tendencia a conservar la
organización. Como señalan Snygg y Combs (258, pág.
41); «El atributo más notable de una organización parece
ser su constante tendencia a la autopreservación».
Rogers describe este aspecto en los siguientes términos
(54, pág. 414): «Nos referimos a la tendencia del
organismo a mantenerse, a asimilar su alimento, a
comportarse defensivamente frente a las amenazas, a
lograr la meta de la autopreservación cuando el camino
usual que conduce a esta meta esté bloqueado». Es una
tendencia a satisfacer las «necesidades de déficit»
postuladas por Maslow, autor mencionado expresamente
por Rogers (cfr, 92, págs. 196 y 122, pág. 6).
. Pero además es una tendencia a crecer y expansionarse
[sic]. Como se afirma en 1959 (92, pág. 196): esta
tendencia «comprende no sólo la tendencia a satisfacer
lo que Maslow llama «necesidades de déficit» de
alimento, de aire, de agua y cosas por el estilo, sino
también actividades mucho más generalizadas.
Comprende el desarrollo hacia la diferenciación de
órganos y funciones, a la expansión en términos de
crecimiento, a la expansión y propagación por medio de
la reproducción. Es desarrollo hacia la autonomía y la
liberación de la heteronomía o del control por fuerzas
extrañas». Este aspecto del crecimiento, de la expansión,
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de la maduración, etc., es el que más se ajusta a la
hipótesis del «crecimiento» de la psicoterapia rogeriana.
Entre los aspectos positivos de esta tendencia, destacan
los siguientes: a) es una tendencia a una mayor
diferenciación de órganos y funciones; b) a crecer y
reproducirse; c) a extender el poderío mediante la
creación de herramientas; d) a caminar por el camino de
la independencia; e) a la socialización, etc.
Pero esta tendencia a progresar es selectiva, o dicho coa
otras palabras, finalista. La persona humana no desarrolla
indiscriminadamente todas sus capacidades, incluidas las
negativas, sino que siempre marcha hacia la autorrealización
más plena. «El organismo no desarrolla al máximo su
capacidad de padecer dolores, ni la persona humana
desarrolla o ejercita su capacidad de aterrorizar, ni, a nivel
fisiológico, su capacidad de vomitar» (54, pág. 414). Y en
1963 se añade: «está claro que la tendencia actualizante es
selectiva y direccional, constructiva si se quiere» (122, pág. 5).
Como es natural, este esquema motivacional rompe los
moldes de la reducción de la tensión, y supera con creces
esta concepción psicológica de la motivación, con lo cual
Rogers se pone de nuevo frente al conductismo y al
psicoanálisis. En 1959 dice lo siguiente (92, pág. 196):
«Pudiera también decirse que conceptos de la motivación
tales como los llamados reducción de la necesidad, reducción
de la tensión, reducción del impulso, también se incluyen en
este concepto. Ahora bien, éste también incluye otras
motivaciones de crecimiento que parecen trascender estos
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términos: la búsqueda de tensiones placenteras, la tendencia
a la creatividad, la tendencia a aprender con dolor y esfuerzo
a caminar cuando esta misma necesidad podía ser satisfecha
mucho más cómodamente con el gateo…». En 1963, su
oposición al conductismo es más explícita: «La escuela de
pensamiento del «organismo vacío», sin ninguna variable
interviniente entre el estimulo y respuesta está en declive»
(122, pág. 3). Igualmente se muestra contrario a Freud: «La
obra en el campo de la privación sensorial descubre todavía
con más fuerza el hecho de que la reducción de la tensión o
ausencia de estimulaciones está muy lejos de ser un estado
deseable para el organismo. Freud no podía haber estado
más equivocado al postular que el sistema nervioso…» (122,
pág. 3).
Rogers se sitúa dentro de la corriente más personalista de la
moderna psicología americana. Al igual que Allport, Maslow y
otros psicólogos de la «tercera fuerza» postula un organismo
activo, autónomo, orientado al futuro y al crecimiento. Ahora
bien, frente al análisis existendal, por ejemplo, su teoría
permanece en un nivel muy organicista, y no se define en lo
relativo a la existencia de otras necesidades superiores a las
biológicas. Este es un problema que no le interesa.
Fundamentos del constructo
Cuando estudiamos la hipótesis fundamental del terapeuta
rogeriano vimos que su mayor evidencia la constituía la
experiencia clínica. La capacidad del cliente era algo patente
a todo aquel terapeuta que la hubiese puesto a prueba. En su
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teoría de la personalidad, los argumentos en favor de la
tendencia actualizante proceden igualmente de la
observación y de la experiencia (54, pág. 415):
“ «La tendencia direccional que intentamos describir
se evidencia en la vida del organismo individual
desde la concepción hasta la madurez en cualquier
nivel de complejidad orgánica. También se evidencia
en el proceso de la evolución, cuyo desarrollo es
definido comparando la vida en los primeros
peldaños de la escala evolutiva con los tipos de
organismos que se han desarrollado
posteriormente».
La biología ofrece también datos que confirman esta
intuición elemental. Pero estos argumentos son posteriores a
la teoría, como confiesa el mismo Rogers (122, pág. 3): «Solo
después de intentar formular mi propia teoría llegué a
conocer algunos datos de la biología que confirman el
concepto de la tendencia actualizante» (122, pág. 3).
La psicología también aporta datos experimentales que
confirman esta teoría. En 1963 son mencionados los
siguientes:
. los experimentos de Dember, Earl, y Paradise con ratas,
los cuales demuestran sus preferencias por un medio con
estímulos complejos, y no por el medio con una
estimulación más simple.
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. Los trabajos relativos a la conducta exploratoria, el juego
y la curiosidad, en especial los de Berlyne y Harlow.
. Los experimentos acerca de la privación sensorial.
Todos ellos confirman, según Rogers, su teoría, aunque en
realidad no se vea esto tan claro, entre otras razones porque
no pretenden tal cosa.
En 1951 el argumento principal, además de la experiencia, es
el de la coincidencia con otros autores, cuyas voces se
levantan contra el irracionalismo de los instintos freudianos, y
su visión determinista de la persona. Entre ellos figuran
Goldstein, Angyal, Mowrer y Kluckhon, y ciertos neoanalistas,
como Sullivan y Horney. En 1959 se añade Maslow a la lista.
Pero indudablemente el argumento más querido de Rogers lo
constituye su experiencia terapéutica.
“ «Nuestra esperiencia terapéutica nos ha llevado a
otorgar un lugar central a esta exposición. El
terapeuta toma conciencia de que la tendencia
progresiva del organismo humano es la base en que
confía más profunda y fundamentalmente. Se hace
evidente no sólo en la tendencia general de los
clientes a avanzar en dirección al crecimiento
cuando los factores de la situación son claros, sino
que se muestra más dramáticamente en casos muy
graves en que el individuo está al borde de la
psicosis o del suicidio. En estos casos el terapeuta es
consciente de que la única fuerza en la que puede
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confiar básicamente es la tendencia orgánica a
continuar el desarrollo» (54, pág. 416).
Esta experiencia clínica potente y patente, hace que la
tendencia sea postulada como un presupuesto antropológico
previo a toda teoría psicológica. Pero el hecho es que este
impulso básico brinda a Rogers la categoría teórica necesaria
para explicar su experiencia y por eso la adopta
inmediatamente. Esta tendencia actuará siempre en la
terapia y será su gran aliado. Con todo, su acción en la
persona no es siempre suave y placentera y puede comportar
tensión, dolor y conflicto, sobre todo cuando choca con el
medio ambiente (2).
La tendencia a la actualización del
«sí mismo»
En la teoría de 1959, a continuación de la definición de la
tendencia actualizante se incluye este otro constructo
motivacional, que es definido en los siguientes términos:
«Siguiendo el desarrollo de la «estructura del sí mismo», esta
tendencia hacia la actualización se expresa también en la
actualización de aquella porción de la experiencia del
organismo simbolizada en el «sí mismo». Si éste y la
experiencia total del organismo son relativamente
congruentes, entonces la tendencia actualizante permanece
relativamente unificada. Pero si no son congruentes,
entonces la tendencia actualizante general del organismo
puede obrar con propósitos contrarios al subsistema de aquel
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motivo, esto es, de la tendencia actualizante del sí mismo»
(92, págs. 196197).
Con este nuevo constructo se pretende dar una explicación
lógica al conflicto psíquico existente cuando el «concepto del
sí mismo» se disocia del organismo. Parece como si ambos
tuvieran sus propios sistemas autopropulsores, y como si
ambos entrasen en conflicto. Con ello cabría pensar en una
lucha de instintos o tendencias dentro de la persona. Pero la
lucha permanece más bien a un nivel lógico, ya que como
veremos después, el conflicto psíquico para Rogers no es
algo dramático ni inevitable, ya que la fuente de ambas
tendencias es una sola, y por tanto no existe un dualismo
psíquico. La teoría de la personalidad de Carl Rogers no
explicará nunca de modo adecuado los aspectos más
agónicos y sombríos de la existencia humana. El organismo
humano es en el fondo un todo armónico, y las necesidades
humanas se subordinan todas en último término a una única
motivación fundamental.
El sistema regulador del
organismo humano
Junto al sistema motivacional existe en el hombre un sistema
reguador, los procesos de evaluación del organismo, que le
mantiene dentro le los límites de su actualización. Veamos
cómo describe Rogers al niño, antes de que la cultura
imponga sus modificaciones al organismo: «Se ocupa en un
proceso de evaluación organísmica, valorando la experiencia
conforme al criterio de la tendencia actualizante. Las
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experiencias percibidas como conservadoras o
expansionantes [sic] del organismo son valoradas
positivamente. Las que se perciben como negando esta
conservación o desarrollo, son valoradas negativamente»
(92, pág. 222).
El niño pequeño, el organismo puro, tiene muy poca
incertidumbre en sus evaluaciones. Al mismo tiempo que es
sujeto de experiencias, tiene conciencia directa del valor de
las mismas. Cuando el niño tiene conciencia de una
experiencia, inmediatamente la evalúa: «me gusta» o «me
disgusta». El criterio de tal evaluación es la tendencia
actualizante del organismo: aquellas experiencias que percibe
como vitalizadoras y positivas para su desarrollo reciben una
valoración positiva, mientras que las que percibe como
amenazantes las valora negativamente. Las características de
este proceso evaluador llamado «organísmico» son las
siguientes:
. Es propio del organismo. «Esta base es algo que el ser
humano comparte con el resto del mundo animado. Es
parte del proceso vital de todo organismo sano. Es la
capacidad de recibir información retrospectiva la que
permite al organismo ajustar continuamente su conducta
y sus reacciones para conseguir el máximo posible de
autocrecimiento» (127, pág. 165).
. Tiene como punto de referencia la tendencia
actualizante del organismo. Es decir el criterio de la
valoración lo suministra el organismo. Valora
positivamente las experiencias que le hacen progresar al
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organismo, y negativamente las que impiden el
crecimiento.
. Se trata de un proceso cambiante, flexible y fluido, no de
un sistema rígido y estático. «Es un proceso continuo en
el que los valores no están nunca fijados ni son rígidos,
sino que se simbolizan las experiencias de modo exacto,
continuo, fresco…» (92, pág. 210). Podíamos decir que
los valores surgen de las experiencias, y no al revés, es
decir, que los valores no imponen la estructura a las
experiencias.
. No es necesario que sea un proceso simbólico o
consciente. En 1951 se nos dice que el proceso carece de
símbolos verbales, y en 1964 que «es una función
organismica, no una función simbólica o consciente»
(127, pág. 161).
. Es un proceso sumamente eficaz y seguro, ya que se
funda en la sabiduría del organismo y se basa en todos
los datos de la situación, a saber, en todas las
experiencias del organismo. En este sentido, es también
social, ya que es común a toda la especie humana, y por
tanto los valores de él resultantes son valores también
comunes a la especie.
. El «locus» o fuente de donde dimanan los valores está
situado dentro del organismo. El centro del proceso está
en las propias experiencias orgánicas, y la evidencia es
aquella proporcionada por los propios sentidos y no por
el juicio de otras personas. «Es desde dentro de su
propia experiencia desde donde el organismo le dicta en
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términos no verbales «esto es bueno para mí» (127, pág.
161).
Relacionado: Integrando la terapia sistémico relacional para
familias con un hijo con autismo
Este sistema de valores fundados en el organismo y en la
evidencia de los propios sentidos, resultante del proceso de
evaluación organísmico, es el que sirve para guiar la conducta
del organismo y adecuarla a la satisfacción de las
necesidades derivadas de su actualización. Dotado de este
sistema innato de regulación de la conducta, buscará aquellas
experiencias valoradas positivamente y evitará aquellas que
dañan a su organismo. Pero esta situación original no durará
mucho, como en seguida veremos. Pronto este sistema
regulador de la conducta dejará el paso a otro sistema más
dualista y alejado de la experiencia: el «concepto del sí
mismo».
La conducta del organismo
La interacción del organismo con el medio ambiente se rige
por la tendencia actualizante. Por eso su «conducta es
básicamente el esfuerzo intencional del organismo por
satisfacer sus necesidades tal como las experimenta, en el
campo tal como lo percibe», como dice la proposición 5 de la
teoría de 1951 (54, pág. 417). El organismo tiende a la
satisfacción de sus necesidades, las cuales, como vimos
anteriormente, se derivan y dependen de la necesidad básica
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de actualización. De ahí que la conducta tienda a satisfacer
estas necesidades de autorrealización. Según Rogers, las
diversas necesidades se manifiestan en forma de tensiones
fisiológicas, que al ser experimentadas, inducen al organismo
a la acción encaminada a reducir la tensión y a desarrollarse y
progresar. En lo que respecta al problema teórico del origen
meramente fisiológico de todas las necesidades, no hay una
clara toma de posición. En 1951 se dice lo siguiente (54, págs.
417-418): «Se plantea la pregunta: ¿Todas las necesidades se
originan en tensiones fisiológicas? Las necesidades de afecto
y de logros, por ejemplo, que parecen estar
significativamente relacionadas con el mantenimiento y
desarrollo del organismo, ¿tienen una base biológica?…,
necesitamos realizar muchos trabajos en este área para poder
comprender profundamente el problema. Hasta la fecha las
investigaciones son pobres en cuanto a su planificación y
controles».
La conducta supone una satisfacción de las necesidades, tal
como estas son percibidas, en la realidad fenoménica, no en
la realidad en sí. Este punto es constantemente acentuado
por Rogers. No reaccionamos ante la realidad, sino ante
nuestra percepción de la misma, aunque de hecho se
reconozca que necesidades no plenamente concienciadas
[sic] pueden suscitar conductas apropiadas. Asimismo, la
conducta es provocada por necesidades presentes, y no por
algo ocurrido en el pasado, como sostiene el psicoanálisis.
Este énfasis en el presente no es más que una transcripción
del énfasis en el presente de su psicoterapia. «También
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deberíamos mencionar que en esta concepción de la
motivación todos los elementos eficaces existen en el
presente. La conducta no es «causada» por algo que sucedió
en el pasado. Las tensiones presentes y las necesidades
presentes son las únicas que el organismo intenta reducir o
satisfacer» (54, pág. 418). Este carácter presente de las
motivaciones no impide que sean causadas originariamente
por experiencias pasadas. «Si bien es cierto que la
experiencia pasada ha servido, evidentemente, para
modificar el significado que sería percibido en las
experiencias presentes, no tiene lugar ninguna conducta que
no se oriente a satisfacer una necesidad presente» (54, pág.
418). En esto Rogers se alinea dentro de la corriente
humanista de la psicología americana de los últimos años, uno
de cuyos pioneros fue Allport, cuya teoría de la
contemporaneidad de las motivaciones coincide con la de los
fenomenólogos. En psicoterapia, como vimos, este énfasis en
el presente, se traducía en una búsqueda de la solución del
conflicto en la situación misma de la terapia, y no en el
análisis de hechos pretéritos.
La Emoción
La conducta suele ir acompañada de emociones. En la teoría
de 1951 Rogers dedica una proposición a la emoción: «La
emoción acompaña y en general facilita esta conducta
intencional; el tipo de emoción esta relacionado con los
aspectos de la búsqueda versus los aspectos consumatorios
de la conducta, y la intensidad de la emoción, con la
significación percibida de la conducta para la preservación y
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desarrollo del organismo» (54, pág. 418). Esta proposición
sexta recoge una teoría de la emoción desarrollada por Lecky
y Leeper (cfr. especialmente 374), que tiene la virtud de
insistir en el carácter positivo de las emociones dentro de la
economía de la conducta. Las emociones no sólo no
obstaculizan el equilibrio psicológico, sino que además lo
favorecen. Esta idea concuerda perfectamente con el
optimismo rogeriano relativo a la personalidad, pero no es
demasiado importante, ya que en 1959 no aparece en la
formulación de la teoría.
La división de las emociones hecha por Rogers se ajusta al
siguiente esquema: desagradables o excitantes, y tranquilas o
placenteras. Las primeras acompañan a las actividades de
búsqueda del organismo, mientras que las segundas
acompañan a la satisfacción de las necesidades. Las
emociones desagradables no son funestas en sus efectos,
antes bien conducen a la integración y a la concentración de
la conducta en un objetivo. Por eso, «siempre que no sea en
grado excesivo, el miedo acelera la organización del individuo
en dirección a huir del peligro, y los celos competitivos
concentran los esfuerzos del individuo para superarse» (54,
págs. 418-419).
La intensidad de las emociones varía conforme a la relación
existente entre la conducta y la actualización del organismo.
Cuando más ligada se perciba a la misma, y más necesaria
sea para la actualización, la emoción será más fuerte. Ahora
bien, cuando en el adulto este cuadro se complica por la
existencia de otras necesidades contrarias a la actualización,
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entonces la cosa varía un poco. Cuando las necesidades del
«sí mismo» cobran fuerza en la persona, entonces «la
intensidad emocional se puede calibrar por el grado de
implicación del «sí mismo», mejor que por el grado de
implicación del organismo (54, pág. 419).
Esta teoría de la emoción no es original y por eso no parece
ser sino dictada por la necesidad de abarcar todos los
capítulos tradicionales de la teoría de la personalidad. Pero
resulta muy incompleta, y desde luego, le falta un gran
apartado, el estudio de sentimientos o emociones tales como
la angustia, la cual, dicha sea de paso, es uno de los grandes
ausentes en su teoría de la personalidad.
El organismo: Resumen
En la teoría de 1959 se sintetizan todos los aspectos del
organismo y del campo fenoménico en torno a las
características del niño pequeño, en quien es más patente el
organismo sin los aditamentos culturales y sin el desarrollo de
otros sistemas superiores. Las características fundamentales
de este organismo incipiente que es el niño son las siguientes:
. Percibe su experiencia como si fuera la realidad. Para él,
la realidad es su experiencia, cuyo conocimiento es
patrimonio exclusivo suyo, ya que nadie puede asumir
plenamente su marco interno de referencia.
. Tiene una tendencia básica a actualizar su organismo.
. Su conducta es el empeño intencional por satisfacer ese
impulso básico en la realidad por él percibida.
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. En esta interacción se comporta como un todo
organizado.
. Está inmerso en un proceso evaluador organísmico.
. Su conducta se regula conforme a los valores resultantes
de este proceso.
Estas son las características del organismo, el cual, como
veremos en seguida, va a entrar en conflicto con el
«concepto del sí mismo», producto del desarrollo humano y
de la interacción del organismo con el medio.
El desarrollo de la
personalidad
El carácter unificado del organismo del niño no va a durar
mucho, ya que en el seno de su campo perceptual va a ir
diferenciándose progresivamente una nueva porción, llamada
self que, en el curso ordinario de los acontecimientos, no va a
coincidir plenamente con todas las experiencias del
organismo. Veamos cómo surge el «sí mismo», y con él, la
disociación y el alejamiento fundamental de la persona
humana.
La experiencia de sí mismo
A medida que el niño se desarrolla, «una parte del campo
perceptual total se diferencia gradualmente constituyendo el
“sí mismo”» (54, pág. 421). El niño comienza a reconocer
como suya una parte de su mundo privado. En un «sí mismo
consciente», que no necesariamente coexiste con todo el
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organismo humano. Se trata de «una conciencia de ser,
conciencia de funcionar» (92, pág. 223), procedente
probablemente del «gradiente de autonomía» o sensación de
control de ciertas experiencias. Como se dice en 1951:
“ «Si un objeto o una experiencia se consideran o no
partes del «sí mismo», depende en grado
considerable de si se los percibe o no dentro del
control del «sí mismo». Consideramos a aquellos
elementos que controlamos como parte de nuestro
«sí mismo»… Quizás este «gradiente de autonomía»
es el primero en dar al infante conciencia de sí
mismo, puesto que por primera vez es consciente de
una sensación de control sobre algunos aspectos de
su mundo de experiencias» (54, pág. 422).
En 1951 Rogers no responde a la pregunta de si el «self» es
producto de la interacción con el medio, o es producto del
proceso de simbolización. Se contenta con afirmar que no es
sinónimo de «organismo», y que tiene un sentido más
restringido; es la conciencia de ser o de funcionar. En 1959
relaciona su desarrollo con la tendencia actualizante, y en
lugar de «sí mismo», llama «experiencia de sí mismo» a esta
conciencia de funcionar. Y no se dan más detalles acerca de
cuándo comienza a diferenciarse esta porción del campo
perceptual, que, como decimos, todavía no constituye el
concepto del sí mismo.
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Formación del «concepto del si
mismo»
«Esta representación en la conciencia de ser y de funcionar,
se va complicando, y por la interacción con el medio,
especialmente con el medio compuesto por las otras
personas significativas socialmente, se convierte en un
«concepto del sí mismo», u objeto perceptual en su campo
experiencial» (92, pág. 223). Con estas palabras sintéticas se
describe el nacimiento del «concepto del sí mismo» en el
niño. Este «concepto de sí mismo» es una configuración
organizada, contiene todas aquellas percepciones relativas a
uno mismo, las relativas a su relación con los demás, y los
valores y objetivos de la persona. «A medida que el infante
interactúa con su ambiente, gradualmente construye
conceptos acerca de sí mismo, acerca del ambiente, y acerca
de sí mismo en relación con el ambiente. Aunque estos
conceptos son averbales y pueden no estar presentes en la
conciencia, esto no obstaculiza su funcionamiento como
principios orientadores, como lo ha mostrado Leeper» (54,
pág. 423).
Esta imagen o «concepto de sí mismo» es, como vimos
anteriormente, una configuración de percepciones
conscientes de uno mismo, y se va a erigir poco a poco en
criterio de la selección perceptual del individuo, y en principio
regulador de su conducta. A la evaluación organísmica de los
primeros momentos, le va a sustituir una evaluación más
compleja que tiene como criterio al «concepto del sí mismo».
De modo que esta parte del campo fenoménico, conocida
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como «concepto o idea de sí mismo» va a tener funciones
importantes dentro de la vida psíquica.
Este «concepto de sí mismo», que en un principio es una
consciencia de funcionar organísmicamente, y, por tanto, se
funda totalmente en la vida orgánica del niño, va a ir poco a
poco alejándose de la misma, y va a erigirse en sistema rival
del organismo. La dinámica de la vida psíquica va a centrarse
en torno al conflicto o rivalidad entre estos dos sistemas. Por
una parte, el «concepto de sí mismo» va a tratar de preservar
su estructura frente a las amenazas procedentes del mundo
externo, aún a costa de las propias sensaciones orgánicas.
Por otro, el organismo, empujado por la tendencia
actualizante, se verá impelido a la satisfacción de sus
necesidades, con el consiguiente perjuicio para el «concepto
del sí mismo». En esta lucha, en esta alienación de ambos
sistemas, se hallará el núcleo de la inadaptación psicológica,
tal como la considera Rogers. Veamos con detenimiento el
camino que sigue la persona hasta llegar a tal estado de
disociación o incongruencia.
El desarrollo de la disociación
entre organismo y «self»
Se recordará que en el «concepto de sí mismo» se hallan
incluidos también los valores de la persona. En el caso del
niño, al comienzo estos valores son los que proceden del
proceso de evaluación directa. Pero esta simplicidad no va a
durar mucho, ya que enseguida este cuadro va a complicarse
con la introducción de otros valores procedentes del exterior,
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y a consecuencia de ésto, «los valores ligados a las
experiencias y los valores que son parte de la propia
estructura, en algunos casos son valores experimentados
directamente por el organismo, y en otros son valores
introyectados o recibidos de otros, pero percibidos de una
manera distorsionada, como si hubieran sido experimentados
directamente» (54, pág. 323).
Es decir, llega un momento en que los valores del niño no son
calibrados confone al criterio de su tendencia actualizante,
sino conforme a criterios de otras personas o grupos sociales.
Al «es bueno pegar a mi hermanito» sucede un «es malo
pegarle», producto de una introyección de los criterios de los
padres, pero con la particularidad de que éstos son
experimentados como si fueran propios. Las valoraciones de
los padres entran a formar parte del propio campo
perceptual, con la consiguiente negación de los propios
valores y la distorsión de otras experiencias. Así se llega a
formar un proceso de evaluaciones extrínsecas caracterizado
por un poner el «locus de evaluación» fuera del organismo,
por fundarse en criterios ajenos a uno mismo, pertenecientes
al grupo social o familiar, y no fundados en la evidencia de los
propios sentidos, y por ser rígidos y contradictorios.
Pero ¿cómo se llega a este estado de introyección de valores,
o de adquisición de unas condiciones de valor? ¿Cuál es el
camino que sigue la persona en esta separación de su
organismo? Como veremos, comienza con una negación de
ciertas experiencias y la distorsión de otras, con el fin de
conservar el aprecio de las personas socialmente
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significativas, y de mantener la incipiente imagen de sí mismo,
como se nos dice en 1951. En el momento en que se produce
la primera distorsión de la experiencia, y se introyectan
valores de otras personas, podemos decir que se sientan las
bases de un «concepto de sí mismo» poco realista y falso, por
cuanto que no coincide con la experiencia. Veamos con más
detalle las dos versiones de este proceso de alienación
propuestas por Rogers.
. Introyección de valores.— En 1951 el distanciamiento de la
experiencia comienza en el momento en que el niño
introyecta una serie de valores de sus padres con el fin
de defender o preservar su incipiente «concepto de sí
mismo». Una de las primeras percepciones constitutivas
del sí mismo es la de ser digno del amor de los padres. El
niño «se percibe a sí mismo como amable, digno de
amor, y su relación con sus padres es de afecto» (54,
pág. 423). Junto con este concepto inicial de sí mismo,
existe una serie de experiencias orgánicas que el niño
siente con satisfacción y valora positivamente. Por
ejemplo, experimenta placer en pegar a su hermanito y,
por tanto, esta experiencia es valorada de modo positivo.
Pero pronto choca con la reacción de sus padres, los
cuales no opinan lo mismo y le condenan o rechazan por
pegar a su hermanito. Porque lo ordinario es que le
reprendan y le digan «no hagas esto», «no seas malo».
Los valores incipientes del niño entran en conflicto con
los valores de los padres. Pero además, la reacción de los
padres constituye una amenaza para el «concepto de sí
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mismo» del niño. «Eres malo», luego no «eres digno de
amor». Ante el dilema de conservar su propia imagen de
persona digna del amor de sus padres, o mantener sus
propios valores y satisfacciones organísmicas a costa de
su «sí mismo», el niño optará por lo primero, y tenderá a
toda costa a defender su imagen propia. Para ello tendrá
que negar ciertas experiencias, especialmente los
sentimientos de satisfacción procedentes del pegar a su
hermanito, y distorsionar la experiencia que tiene de sus
padres con el fin de apropiarse de sus criterios y valores.
En lugar de percibir que quienes no valoran
positivamente su conducta son sus padres, llegará a
distorsionar su percepción de tal modo que haga suyo y
perciba como propio el rechazo de los padres. No son
ellos quienes desaprueban su conducta, es él mismo el
que la siente rechazable. «La simbolización exacta sería:
“Percibo que mis padres experimentan que esta
conducta es insatisfactoria para ellos”. La simbolización
distorsionada:. para preservar el “concepto del sí mismo”
amenazado es: “Yo percibo que esta conducta es
insatisfactoria”» (54, pág. 424).
De este modo, las actitudes de otras personas llegan a
experimentarse como propias y fundadas en el propio
equipo sensorial y visceral. Como puede apreciarse, esto
se hace a costa de distorsiones. La expresión de cólera
llega a experimentarse como algo malo, cuando más
exacto sería percibirla como algo gratificante para el
organismo. Y no se permite a esta percepción entrar en
la conciencia. «En consecuencia, “quiero a mi hermanito”
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queda como la pauta que pertenece al “concepto del sí
mismo”, porque es el concepto de la relación que se
introyecta de los demás a través de la distorsión de la
simbolización, aún cuando la experiencia primaria
contiene muchas gradaciones de valor en la relación,
desde “me gusta mi hermanito” hasta “¡lo odio!”. De esta
manera los valores que el bebé vincula con la experiencia
se divorcian de su propio funcionamiento orgánico, y
evalúa la experiencia en términos de las actitudes de sus
padres…» (54, pág. 424).
El «concepto del sí mismo» formado sobre esta
distorsión de los datos sensoriales y viscerales, y por
tanto, extraño a la experiencia del organismo, se
constituye en estructura que el niño ha de preservar y
defender de toda amenaza, comienza a erigirse en
criterio regulador de la conducta. Las experiencias, los
valores, las conductas no se evalúan conforme al
organismo, sino conforme a su relación con este
«concepto de sí mismo».
«El concepto del sí mismo» va forjándose por tanto, a
partir de este doble sistema. Por un lado las experiencias
directas del individuo, y por otro aquellas simbolizaciones
distorsionadas de experiencias incompatibles con él que
tienen como resultado la introyección de valores ajenos.
De ambas fuentes emerge la «estructura del sí mismo».
Tal es el curso ordinario del desarrollo que desemboca en
el «concepto del sí mismo» adulto, y que en parte se
compone de percepciones relativas a uno mismo
distorsionantes de la verdadera experiencia.
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Precisamente en esta discrepancia entre lo que acontece
a nivel orgánico y las percepciones conscientes de uno
mismo, es donde está el núcleo del conflicto psíquico.
Como puede verse, en sus orígenes hay una actitud de
no aceptación total por parte de los padres. Sus
evaluaciones extrínsecas, y hechas desde su propio
punto de vista, son las que han obligado al niño a
prescindir de sus experiencias orgánicas y crearse una
imagen falsa de sí mismo. Pero, ¿qué ocurriría en el caso
ideal en que el padre o la madre aceptase genuinamente
los sentimientos de satisfacción orgánica del niño,
tuviese una aceptación total de toda su persona y
aceptase también sus propios sentimientos? «El niño en
esta relación no experimenta amenazas a su “concepto
de sí mismo” como persona amada. Puede vivenciar
plenamente y aceptar como parte suya sus sentimientos
agresivos hacia su hermanito. Puede experimentar
plenamente la percepción de que a la persona que lo
ama no le agrada su acción de pegar…» (54, pág. 426).
Su conducta resultante dependerá del conjunto de la
situación, será la conducta adaptativa de un individuo
único que se autodirige. Será realista y tendrá en cuenta
todos los elementos de la situación. Su «concepto de sí
mismo» no se ve amenazado, y, por tanto, no necesita
distorsionar sus percepciones para protegerlo. «En lugar
de ello mantiene un yo seguro que puede servirle para
orientar su conducta, admitiendo libremente en la
conciencia, con una exacta simbolización, todas las
pruebas relevantes de su experiencia en términos de sus
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satisfacciones orgánicas, tanto inmediatas como de largo
alcance. De esta manera, se desarrolla un yo
profundamente estructurado en el que no hay rechazo ni
distorsión de la experiencia» (54, pág. 426).
Pero semejante situación es algo ideal, ya que la realidad
es distinta, y en casi todo el conjunto de los mortales el
«concepto del sí mismo» se constituye a base de
distorsiones de las experiencias e introyecciones de
valores ajenos.
. El desarrollo de las condiciones de valor.— En 1959
aparecen algunas modificaciones en esta teoría. En lugar
de hablarse de una necesidad de preservar el self para
explicar la necesidad de introyectar otros valores ajenos
al organismo, se habla de una necesidad de
consideración positiva, y este concepto acuñado por
Standal (475) viene a substituir al anterior. Asimismo
tampoco se habla de valores «introyectados», sino de
«condiciones de valor». Pero, hablando en términos
generales, esta nueva teoría peca de artificiosidad, y no
parece aportar grandes cambios con respecto a la
anterior. De modo que no resulta extraño la poca
importancia atribuida posteriormente por Rogers a esta
modificación de su teoría. En realidad, cuando pase el
furor sistematizador de esta época, Rogers recurrirá
simplemente a una necesidad de amor en el niño para
explicar las primeras distorsiones de la experiencia.
Pero en 1959 Rogers pone el comienzo de la disociación
psíquica en el desarrollo en el niño de una necesidad de
ser considerado positivamente por sus padres. Es una
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necesidad universal, insistente y pervasiva, pero no
innata»3.
El niño tiene necesidad de ser amado por sus padres y
busca satisfacer esta necesidad buscando el amor de sus
padres. Debido al carácter absoluto de la misma, la
necesidad de ser amado por los padres puede
convertirse en una necesidad más fuerte que incluso las
necesidades biológicas de conservación. Como dirá
Rogers, «la expresión de consideración positiva por parte
de una persona-criterio puede llegar a ser más obligante
que el proceso de evaluación organísmica, y el individuo
puede llegar a depender más de la consideración positiva
de tales personas, que de las experiencias positivas para
la actualización del organismo» (92, pág. 224).
Ahora bien, ¿cómo puede llegarse a semejante
situación? Esto sucede en el momento en que el niño
necesita considerarse positivamente a sí mismo, y
cuando esta necesidad, debido al amor condicional y no
pleno de los padres, se convierte en una necesidad no
incondicional, sino condicional. El niño, después de
desarrollar una necesidad de amor, desarrolla una
necesidad de amarse a sí mismo íntimamente ligada a la
necesidad anterior. Llega a amarse a sí mismo del mismo
modo como cree ser amado por los padres, pero
independientemente de los mismos.
De manera que si estos habían observado con respecto a
su conducta una actitud no aceptativa, el niño, en virtud
de esta nueva necesidad de autoestima, no permitirá
dentro de sí aquellas experiencias que vayan en contra
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de la misma. Ya no vive pendiente de la aprobación de
sus padres, sino más bien vive pendiente de su propia
aprobación.
En el momento en que esto sucede, cuando esta
necesidad de considerarse positivamente a sí mismo es
una necesidad condicional, es decir, establece
diferencias, entonces podemos decir que ésta se hace
dependiente de las condiciones de valor impuestas por
las personas criterio. Cuando los padres valoran
discriminativamente las experiencias de su hijo,
aceptando unas y reprobando otras, el niño terminará
valorando sus experiencias conforme a la relación de las
mismas con la necesidad de apreciarse positivamente a
sí mismo. Aquellas experiencias que no contradigan tal
necesidad, y por tanto no hieran la propia autoestima,
serán consideradas satisfactorias. En cambio, las que
destruyan esta imagen o autoestima de sí mismo,
terminarán por ser rechazadas independientemente de la
consideración de su valor auto actualizante. Cuando esto
se produce, es decir, cuando el niño busca o evita
determinadas experiencias únicamente por ser dignas o
no serlo de su propia consideración positiva, entonces
podemos decir que se han establecido unas condiciones
de valor.
De esta manera se llega a una situación parecida a la
expuesta anteriormente. El niño introyecta valores
ajenos. El niño no busca ya la actualización de su
organismo, sino la satisfacción de su propia necesidad de
autoestima. Actúa conforme a valores introyectados.
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«Ahora acepta o evita determinadas conductas
únicamente en virtud de estas condiciones introyectadas
en la consideración de si mismo, sin referirse para nada a
las consecuencias organismicas de tales conductas» (92,
pág. 225).
La diferencia entre ambas explicaciones es únicamente
terminológica. En el fondo, la raíz o núcleo de la disociación
entre el organismo y la experiencia por un lado, y el concepto
del si mismo por otro, radica en la adopción de unos valores
extraños al organismo impuestos por la necesidad de
conquistar el aprecio de unos seres queridos —los padres— los
cuales se muestran discriminativos a la hora de apreciar al
niño. Cuando éstos no aceptan totalmente a sus hijos, éstos
tendrán que renunciar a sus propias satisfacciones con vistas
a mantener un amor paterno que con el tiempo se ha
identificado con su propio amor. Por tanto, necesitarán
renunciar a sus propias experiencias para seguir siendo
amados por los padres.
El desarrollo de la incongruencia
Desde el mismo momento en que se establecen estas
condiciones de valor con respecto a las propias experiencias,
el niño comienza a construir su concepto de sí mismo sobre
una base distinta de sus experiencias organísmicas. El yo
comienza a disociarse del organismo. Lo cual supone una
disociación en el campo perceptual del individuo, una
represión de ciertas experiencias, y una nueva valoración de
las experiencias dictada por el «concepto del sí mismo». En
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una palabra, se desarrolla un self opuesto y contrario a las
experiencias. Veamos algunos elementos de este desarrollo.
. Organización del campo perceptual.— El naciente
«concepto del sí mismo» va a consumirse en el tamiz o
filtro por el que han de pasar las experiencias antes de
ser simbolizadas en la conciencia. Conforme a su relación
con él, las experiencias serán simbolizadas de distintas
formas, y en consecuencia, las leyes que regulen la
selección de las percepciones serán dictadas por él. En
este sentido, el «concepto del sí mismo» desempeña una
función muy importante en la organización del campo
perceptual.
En 1951, la organización de las percepciones de la
persona es considerada en los siguientes términos: «A
medida que se producen experiencias en la vida del
individuo, estas son: a) simbolizadas, percibidas y
organizadas en cierta relación con el «sí mismo»; b)
ignoradas porque no se percibe ninguna relación con la
«estructura del sí mismo»; c) se les niega la
simbolización o se las simboliza distorsionadamente
porque la experiencia no es compatible con la
«estructura del sí mismo» (54, pág. 426).
El primer grupo lo constituyen las experiencias
concordes con el concepto del sí mismo, o con las
condiciones de valor, las cuales tienen pleno acceso a la
conciencia.
El segundo grupo es el de aquellas experiencias
ignoradas por no percibirse su relación con el «concepto
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del sí mismo», pero que, de suyo, podrían acceder a la
conciencia. Se trata de todas aquellas experiencias que
permanecen en el fondo del campo fenoménico, y que
son ignoradas porque ni contradicen ni afirman al
concepto «de sí mismo», ni tampoco sirven para
satisfacer ninguna necesidad.
El tercer grupo de experiencias es el más interesante
«porque en este campo se encuentran muchos
fenómenos de la conducta humana que los psicólogos
han intentado explicar» (54, pág. 427). Se trata de las
experiencias negadas o distorsionadas mediante unos
mecanismos que son calificados por otras escuelas con
el término de represión. Prescindiendo de aquellos casos
en que la negación se hace de modo totalmente
consciente, vamos a detenernos en este importante
grupo de experiencias.
. La represión. Rogers admite este fenómeno, aunque la
explicación del mismo no coincida en absoluto con la
freudiana. «Hay un tipo de rechazo más significativo, que
es el fenómeno que los freudianos han tratado de
explicar mediante el concepto de represión. En este caso
parecería que se produce la experiencia orgánica, pero
no la simbolización de esta experiencia, o solo una
simbolización distorsionada» (54, pág. 428).
El hecho de la represión es admitido por Rogers desde
sus comienzos. Al principio hablará genéricamente de
represión de impulsos y actitudes, y el «insight» se
concebirá precisamente como una comprensión de los
mismos (13, pág. 162). El «insight» comporta un
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reconocer y aceptar el «sí mismo» espontáneo, lo cual
supone que el cliente «se ve sin defensas y
gradualmente reconoce y admite su sí mismo real con
sus pautas infantiles, sus sentimientos agresivos y sus
ambivalencias». En terapia, se nos dirá en otra ocasión, el
cliente «se hace capaz de afrontar sin racionalización ni
negación los diversos aspectos de sí mismo —sus gustos
y disgustos, sus actitudes hostiles, así como sus aspectos
positivos, sus deseos de dependencia y también los de
independencia, sus conflictos y motivaciones no
reconocidos, etc.» (21, pág. 71). En una palabra, en la
terapia el cliente llega a ver con realismo toda la realidad
escondida tras su fachada.
Pero hasta 1950 no encontramos explicitados los dos
mecanismos fundamentales de la represión, a saber, el
rechazo de ciertas experiencias, y la distorsión de la
simbolización de otras (48, pág. 379): «Cuando la
“estructura del sí mismo” llega de este modo a formarse
en parte sobre una distorsión o negación de la evidencia
sensorial relevante, se hace también selectiva en su
percepción».
Como Rogers no especifica otra clase de mecanismos
defensivos, vamos a ver con más detalle estos dos por él
propuestos. Veamos primero el caso en que existe una
experiencia en el organismo, pero cuya simbolización no llega
a efectuarse. Los ejemplos aducidos por Rogers suelen
referirse a experiencias sensoriales y viscerales. Así, por
ejemplo, pueden negarse la existencia de fuertes impulsos
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sexuales, de sentimientos de hostilidad a los padres, en cuyo
caso, «orgánicamente experimenta los cambios fisiológicos
concomitantes a la cólera, pero su yo consciente puede
impedir que esas experiencias sean simbolizadas, y, por lo
tanto, percibidas conscientemente» (54, pág. 428).
En otros casos, quizá en la mayoría (cfr. 92, pág. 205) las
experiencias no son totalmente negadas, y entran en la
conciencia de modo muy distorsionado. Se trata del otro gran
mecanismo defensivo llamado distorsión de la experiencia.
Así, por ejemplo, las sensaciones orgánicas de hostilidad
pueden transformarse en la percepción de un dolor de
cabeza, o el antagonismo hacia otra persona puede
transformarse en un mareo, etc. Este es el caso de una mujer
que sufre fuertes mareos cuando está en compañía de otras
personas. Rogers lo explica del siguiente modo:
“ «Si examinamos esta secuencia desde un punto de
vista psicológico parecería claro que ella ha
experimentado visceralmente sentimientos de
oposición hacia su esposo. El elemento crucial que
falta es la simbolización adecuada de estas
experiencias» (54, pág. 136).
Ahora bien, ¿cuáles son los criterios conforme a los cuales se
establece esta negación o distorsión? ¿Qué es lo que se
reprime? La respuesta a esta cuestión es clara y tajante: el
criterio de la represión es impuesto por el «concepto del sí
mismo». Se reprimen las experiencias en función de su
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incompatibilidad con él. No se reprime necesariamente todo
aquello que es malo, sino únicamente aquello que se opone a
nuestra imagen propia. El criterio de la represión lo suministra
la consistencia o no consistencia con el self. Al menos, esta es
la experiencia clínica de Carl Rogers.
“ «Nuestra experiencia clínica nos dio otro indicio del
modo cómo funcionaba el “sí mismo”. El concepto
convencional de la represión, considerada en
relación con los impulsos prohibidos o tabúes
sociales, no se ajusta a los hechos. Frecuentemente
los impulsos y sentimientos más profundamente
negados eran sentimientos positivos de amor o
ternura o confianza en uno mismo. ¿Cómo podía
explicarse ese preocupante conglomerado de
experiencias que, al parecer, no eran permitidas en la
conciencia? Gradualmente fue reconociéndose que
el principio importante era el de la consistencia con
el self. Las experiencias que eran incongruentes con
el concepto que de sí mismo tenía el individuo
tendían a ser rechazadas de la conciencia cualquiera
que fuese su carácter social. Comenzamos a
considerar al self como criterio mediante el cual el
organismo arrojaba experiencias que no podían ser
admitidas confortablemente en la conciencia. El
librito postumo de Lecky reforzó esta línea de
pensamiento» (92, pág. 292).
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Estos párrafos rogerianos ilustran Perfectamente su
concepción de la represión y de lo reprimido. Frente a Freud,
quien, como vimos, asigna un carácter inmoral a los
contenidos del inconsciente, Rogers se erige nuevamente en
defensor de una concepción distinta. Lo reprimido no es
necesariamente lo inconfesable y perverso. Podemos
también reprimir sentimientos e impulsos positivos. Lo
reprimido, por tanto, es aquello incompatible con la imagen
previa de nosotros mismos.
En lo que se refiere a la instancia que ejerce la represión, el
pensamiento de Rogers aparece también bastante claro. A
pesar de sus ambigüedades terminológicas de los primeros
escritos, las cuales pusimos enteriormente de relieve(4), no
hay una instancia represora particular, sino que es el
organismo quien expulsa las experiencias de la conciencia. La
única fuerza dinámica es la tendencia actualizante del
organismo, y no es preciso recurrir a otras fuentes de energía
distintas a la misma. El self no es ningún agente activo, a la
manera del ego freudiano, sino simplemente un filtro o tamiz
a través del cual actúa la tendencia fundamental del
organismo. Admitir su existencia, no supone por otra parte, la
admisión de un «alma» o facultad interna distinta del
organismo.
Relacionado: Propuesta de intervención desde el psicoanálisis
en el proceso de aislamiento en la edad adulta temprana
El mecanismo de la subcepción
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Para explicar cómo se produce la represión acude Rogers a
este mecanismo propugnado por McCleary y Lazarus (389).
Las experiencias contrarias al «concepto del sí mismo»
pueden ser rechazadas antes de llegar a la conciencia, porque
la persona las percibe a nivel inconsciente, o, mejor, las
«subcibe». Veamos cómo describe Rogers esta hipótesis:
“ «Cuando estudiábamos nuestro material clínico y
nuestros casos grabados, algunos de nosotros —
incluyendo al autor— comenzamos a desarrollar la
teoría de que de algún modo se podía reconocer una
experiencia amenazadora, e impedir que ingresara
en la conciencia, sin que la persona haya sido nunca
consciente de ella, ni aún momentáneamente. A
otros miembros del grupo les pareció una
explicación sumamente irracional, puesto que
implicaba un proceso de «saber sin saber» o de
percibir sin percibir».
«En este punto comenzaron a producirse una
cantidad de trabajos de laboratorio muy
esclarecedores. A partir de los trabajos de Bruner y
Postman sobre los factores personales que influyen
en la percepción, se produjeron ciertos hallazgos
que se referían directamente al problema que
hemos planteado. Comenzó a hacerse evidente que,
aun en la presentación taquitoscópica de una
palabra, el sujeto «sabe», o «prepercibe», o
responde al valor positivo o negativo de la palabra
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antes de reconocer conscientemente el estímulo…
Con una cantidad de datos cada vez mayor, parece
que es lícito concluir lo siguiente: el individuo parece
capaz de discriminar entre los estímulos
amenazadores y no amenazadores, y reaccionar de
acuerdo con ello, aun cuando sea incapaz de
reconocer conscientemente el estímulo ante el cual
está reaccionando. McCleary y Lazarus, cuyo
estudio es en gran medida el más cuidadosamente
controlado de todos los estudios hasta la fecha
realizados, acuñaron el término «subcepción» para
describir este proceso» (54, pág. 429).
Según dichos autores, se da una respuesta fisiológica del
organismo al estimulo, la cual evalúa y discrimina la
experiencia, y es previa a la percepción consciente. Gracias a
esta capacidad discriminativa, la persona puede discriminar la
experiencia a un nivel previo al de la conciencia, y este
mecanismo, explica, por otra parte, el sentimiento de
angustia frente a la amenaza, percibida de modo inconsciente
por el organismo.
El estado de incongruencia
Una de las consecuencias de este fenómeno de la represión y
distorsión de ciertas experiencias es el estado de
incongruencia de la persona. «De este modo, desde el
momento en que se produce la primera percepción selectiva
en términos de las condiciones de valor, puede decirse que
existe el estado de incongruencia entre el «sí mismo» y la
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experiencia, de desajuste psicológico y de vulnerabilidad»,
(92 pág. 226). Este estado es producto de la discrepancia
entre el «concepto del sí mismo» y del organismo. «La
persona no puede ya vivir como un todo unificado. …Ciertas
experiencias tienden a amenazar al «sí mismo». Para
mantener su estructura son necesarias ciertas reacciones
defensivas. La conducta es regulada unas veces por el «sí
mismo», y otras veces por aquellos aspectos de la
experiencia del organismo que no son incluidos en el «sí
mismo». La personalidad resultante está dividida, con las
tensiones y el funcionamiento inadecuado que acompañan a
esta falta de unidad» (92, pág. 226).
Esta es la alienación fundamental de la persona desde el
momento en que, por ganarse el favor de sus padres,
comienza a falsificar ciertos valores de su experiencia y a
percibirlos únicamente conforme a criterios ajenos. Desde
ese momento, el «concepto del sí mismo» consciente entra
en conflicto con el organismo, y la tendencia actualizante del
organismo no puede operar con libertad. Se ve aplastada, por
así decirlo, por la tendencia a preservar y mantener el
«concepto del sí mismo». Ahora bien, ¿por qué se produce
esta alienación? ¿Es algo natural en el curso del desarrollo
humano?
En 1959 Rogers atribuye esta disociación a un proceso
natural. No ha sido una elección consciente, sino una
evolución natural —aunque trágica— desde la infancia. En
1963, en cambio, se corrige y afirma que se trata de una
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canalización perversa de la tendencia actualizante. Veamos
ésto con un poco más de detalle.
Se recordará que cuando hablamos de la tendencia
actualizante del organismo vimos cómo Rogers mencionaba
otra tendencia a la actualización del «sí mismo» que se
desarrollaba a raíz del nacimiento del mismo. Según esta
concepción, la tendencia actualizante promueve el desarrollo
del organismo por un lado, pero por otro tiende también a
actualizar el «concepto del sí mismo». «De este modo,
tenemos a la tendencia actualizante dividida en dos sistemas
cuyas direcciones son antagónicas, al menos parcialmente»
(122, pág. 16).
En 1963 Rogers se muestra disconforme con esta explicación.
«No estoy seguro —dice— de que esta concepción
comprenda los hechos del modo más eficaz para promover la
investigación. No veo ninguna solución clara al problema,
pero creo que quizá considero el problema en un contexto
más amplio» (122, pág. 16). La solución la encuentra
acudiendo al medio ambiente, y cargando las culpas sobre él,
con mucha más fuerza que antes. La tensión, la disociación,
el conflicto, no es debida a la naturaleza humana, sino al
ambiente. Pero veamos cómo lo explica. En el comienzo de la
disociación se halla el amor condicional de los padres, el cual
es el causante de la introyección de sus valores y de la
disociación entre el organismo y la conciencia. Esto no
constituye nada nuevo. La novedad está en que ahora no es
considerado como una cosa natural.
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“ «Gradualmente he llegado a ver esta disociación,
grieta, alienación, como algo aprendido, una
canalización perversa de una parte de la tendencia
actualizante en conductas que no actualizan. Sería
algo similar a la situación en la que los impulsos
sexuales se canalizan de modo perverso, mediante
el aprendizaje, en conductas totalmente distintas de
las metas fisiológicas y evolutivas de estos impulsos.
A este respecto, mi pensamiento ha cambiado
durante la década pasada. Hace diez años, traté de
explicar la grieta entre el «sí mismo» y la
experiencia, entre las metas conscientes y las
direcciones organísmicas, como algo natural y
necesario, aunque infortunado. Ahora creo que los
individuos son condicionados, recompensados y
gratificados culturalmente hacia conductas que de
hecho son perversiones de las direcciones naturales
de la tendencia actualizante unitaria» (122, págs.
1920).
Según esta concepción, la tendencia actualizante no se
subdivide en dos sistemas naturalmente opuestos. La división
es una perversión de la misma, y es producto de la cultura, y
no es en absoluto consecuencia natural de la evolución del
hombre.
Posteriormente tendremos ocasión de ver la concepción
filosófica escondida bajo esta explicación de la trágica
situación del hombre.
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El caso es que, desde un punto de vista psicológico, en el
hombre se dan dos sistemas contrapuestos: el organismo y la
conciencia, la experiencia y la percepción distorsionada de la
misma, los valores propios y los valores extrínsecos. Esta
disociación, merced a la cual la persona se ha separado de la
dirección del organismo, y ha perdido su confianza en él, es la
que explica la situación real de la persona inadaptada.
El desarrollo de discrepancias en
la conduela
Dejábamos anteriormente a la persona dividida en sus
percepciones y en sus valores. Veíamos cómo su «Concepto
de sí mismo» filtraba la percepción de sus experiencias e
incluía muchos valores ajenos a su experiencia. Ahora vamos
a considerar su conducta, para comprender, desde otro punto
de vista, el funcionamiento del «sí mismo» dentro del
psiquismo humano. Su función, además de seleccionar la
percepción, es la de regular la conducta, substituyendo al
proceso evaluador organísmico de la primera etapa.
En 1959, la teoría de la personalidad propone a continuación
de la incongruencia y en parte como consecuencia de la
misma, las incongruencias surgidas en la conducta.
Hay conductas que son consistentes como el «concepto del
sí mismo, y lo sustentan y desarrollan. Estas conductas son
simbolizadas adecuadamente en la conciencia. Pero existen
otras conductas que mantienen y desarrollan aspectos de la
experiencia no integrados en el «concepto del sí mismo».
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Tales conductas tampoco son reconocidas como parte de
uno mismo, o son percibidas de modo selectivo y sólo en
aquellos aspectos concordes con el «concepto del sí mismo».
Por ejemplo, toda aquella conducta que no es controlada por
el «concepto del sí mismo» (el sueño entre otras) no es
considerada como parte de uno mismo. Asimismo aquellas
conductas incompatibles con el «concepto del sí mismo», y
encaminadas a satisfacer necesidades no admitidas en la
conciencia, no son consideradas como propias. Esto se
observa en los casos de conductas compulsivas, las cuales
muchas veces no son admitidas como propias.
La regulación de la conducta
Este hecho nos lleva a considerar el problema de la regulación
de la conducta en la persona adulta. En 1952 (62, pág. 68)
Rogers afirma la influencia del «sí mismo» sobre la conducta:
“ «este esquema consciente del sí mismo tiene una
influencia reguladora y rectora de la conducta». Con
otras palabras, quien regula y dirige la conducta
humana es este «concepto del sí mismo». El es el
«referente que suministra el “feedback” por el que el
organismo regule la conducta» (104, pág, 9).
Junto a la tendencia actualizante, que suministra la energía,
aparece este sistema regulador de la misma, que informa al
organismo de la adecuación o no adecuación de la conducta
con las necesidades derivadas de la tendencia actualizante.
Esta no opera ciegamente, sino que antes tiene que existir
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una percepción de los factores de elección. El organismo
humano necesita conocer cuáles son las conductas
gratificantes y cuáles las regresivas, y este conocimiento se lo
brinda el «concepto consciente del sí mismo». En el caso de
una clara adecuación entre el «concepto del sí mismo» y la
experiencia, habrá una convergencia de criterios, y la persona
optará por aquellas conductas totalmente actualizantes de su
organismo y de su «concepto de sí mismo». La consciencia
caminará sobre la experiencia y no habrá distorsiones. Pero
en la mayoría de los mortales, en los que el «concepto del sí
mismo» es una estructura rígida impuesta a la experiencia, y
no se adecúa a la misma, entonces la persona optará por
aquellas conductas congruentes con su yo consciente pero
contrarias a su actualización.
De este modo, la conducta humana se rige por el principio de
la «autoconsistencia» anteriormente mencionado de Lecky.
Las conductas compatibles con el «concepto del sí mismo»
constituyen la mayor parte de las conductas aceptadas por la
conciencia. «Los únicos canales por los cuales se pueden
satisfacer las necesidades son aquellos coherentes con el
“concepto del sí mismo”» (54, pág. 430). Las incompatibles
con el mismo, como vimos anteriormente, o son rechazadas,
o son canalizadas por otras vías acordes con dicho concepto.
Conductas patológicas
Supuesta esta discrepancia fundamental entre el organismo y
el «sí mismo», la explicación de las conductas patológicas
resulta relativamente fácil. Rogers distingue en 1959 dos tipos
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fundamentales de conductas derivadas de esta
incongruencia: las defensivas y las desorganizadas. Las
primeras responden a las que ordinariamente son
consideradas como neuróticas, aunque incluyen también
algunas psicóticas, como ciertas conductas paranoides y
estados catatónicos. La categoría de conductas
desorganizadas comprende muchas conductas psicóticas
«irracionales» y «agudas». Veamos cómo se explica su
génesis y desarrollo.
. Conductas defensivas.— La persona incongruente
experimenta la amenaza cuando mediante la subcepción
discrimina experiencias incompatibles con su «sí
mismo».
La naturaleza esencial de la amenaza consiste en que
ataca a la misma organización o «estructura del sí
mismo». Si la experiencia amenazante fuese simbolizada
exactamente en el «sí mismo», éste no sería ya una
configuración consistente, sino que incluiría elementos
contradictorios. La reacción afectiva frente a esta
amenaza la constituye la angustia. La ansiedad, según
Rogers, «puede ser la tensión que muestra el concepto
organizado de sí mismo cuando estas subcepciones
indican que la simbolización de ciertas experiencias sería
destructiva para la organización» (54, págs. 429430).
Frente a esta amenaza, además de angustiarse, el
organismo reacciona con la defensa, o proceso
defensivo. Como dice Rogers (54, pág. 16), «cualquier
experiencia incompatible con la organización o
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estructura de la persona puede ser percibida como una
amenaza, y cuanto más numerosas sean estas
percepciones, más rígidamente se organizará la
estructura de la persona para preservarse». Él proceso
de defensa tiene como finalidad primordial mantener la
«estructura del sí mismo». Consiste fundamentalmente
en la represión estudiada anteriormente: «Este proceso
consiste en la percepción selectiva o distorsión de la
experiencia, y/o el rechazo fuera de la conciencia de la
experiencia o de alguna porción de la misma,
manteniendo de esta forma la percepción total de la
experiencia consistente con la “estructura del sí mismo”
del individuo, y con sus condiciones de valor» (92, pág.
227).
Las conductas defensivas suscitadas como reacción
frente a la amenaza contra la propia imagen de uno
mismo son de naturaleza muy diversa. Por ejemplo, una
de ellas puede ser la racionalización, que supone una
percepción distorsionada de la conducta para hacerla
congruente con nuestra propia imagen. La fantasía es
otro tipo de reacción defensiva. En lugar de admitir la
experiencia contradictoria con uno mismo, se crea un
mundo nuevo simbólico que protege al “sí mismo”. Otro
ejemplo lo constituye la proyección. Pero todas estas
conductas son básicamente resultado de los
mecanismos represivos anteriormente mencionados.
«Tales ejemplos podían multiplicarse, pero quizá lo que
es más claro es que la incongruencia entre el «sí mismo»
y la experiencia es manipulada por la distorsión de las
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percepciones de la experiencia, o por la negación en la
conciencia de la experiencia (la conducta raramente se
niega, aunque esto es posible), o por alguna
combinación de distorsión y negación» (92, pág. 228).
Las consecuencias generales de este proceso de
defensa, además de la persistencia de la rigidez de la
«estructura del sí mismo», son la rigidez perceptual,
debida a la necesidad de distorsionar las percepciones, la
falsa percepción de la realidad, debida a la distorsión y
omisión de datos, y la falta de diferenciación en el campo
perceptual.
. b) Conductas desorganizadas.— En algunos casos
especiales, cuando la incongruencia entre el «sí mismo»
y la experiencia es demasiado grande, el proceso de
defensa puede resultar incapaz de sostener la
organización del «sí mismo», especialmente en
ocasiones en que se produce una viva experiencia de
esta incongruencia, ya sea de modo repentino o con una
extraordinaria claridad. Rogers no especifica con detalle
estas ocasiones críticas en las cuales puede derrumbarse
la «estructura del sí mismo». Habla en términos
generales de «una experiencia significativa demostrativa
de la incongruencia que, o bien aparece repentinamente
o con un grado muy alto de claridad» (92, pág. 229), y
después aduce dos ejemplos, uno tomado de la terapia,
cuando el individuo rompe los moldes rígidos del
«concepto del sí mismo», y otro tomado de la
experiencia de un brote psicótico.
La descripción de este tipo de conductas resulta algo
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más concreta. «En semejante estado de
desorganización, el organismo se comporta a veces de
manera totalmente consistente con las experiencias
hasta entonces distorsionadas o rechazadas de la
conciencia, y a veces de modo consistente con el
«concepto del sí mismo», cuando éste vuelve a tomar las
riendas. De modo que, en este estado de
desorganización, la tensión entre el «concepto del sí
mismo» (con la inclusión de sus percepciones
distorsionadas) y las experiencias no simbolizadas
exactamente y excluidas de él, se manifiesta mediante
un dominio confuso, en el cual el «feedback» regulador
de la conducta del organismo es proporcionado primero
por uno y después por el otro» (92, pág. 229).
La conducta resultante de este proceso de
desorganización se caracteriza por sus cambios bruscos
y carentes de sentido. Unas veces será dominada por las
experiencias orgánicas inconscientes, y la persona
carecerá totalmente de control, y otras veces el «sí
mismo» podrá ejercitar sus funciones reguladoras,
aunque por poco tiempo. Pero en tal caso, será un
«concepto de sí mismo» muy distinto, y poco digno de
confianza, dada su incapacidad manifiesta en controlar
ciertas fuerzas.
Esta es la teoría rogeriana de la psicosis, la cual es muy
incompleta, hipotética, y, como reconoce el mismo Rogers,
«nueva, provisional y necesita verificarse» (92, pág. 229).
La inadaptación psicológica
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g
La teoría rogeriana de la inadaptación psicológica recoge
todo lo anteriormente expuesto acerca de la disociación
entre el seif y la experiencia, con el consiguiente desarrollo de
la angustia, amenaza y conductas defensivas, y la posible
desorganización de la conducta y de la personalidad. El
núcleo de la misma reside en el rechazo de ciertas
experiencias incompatibles con el «concepto del sí mismo», y
en la tensión que se sigue de este hecho(5). Los sentimientos
de inadecuación son producto de la concienciación de esta
tensión procedente de la disociación o discrepancia entre el
self y la experiencia organísmica, y suelen ser tan penosos
que obligan al cliente a acudir al terapeuta.
La inadaptación psicológica supone, por tanto, el final del
largo camino de separación del organismo iniciado en la
infancia, y sitúa al individuo frente a una situación óptima
para la psicoterapia.
No querríamos terminar estas líneas relativas a la enfermedad
mental sin hacer algunas consideraciones acerca de lo que
pudiéramos llamar psicopatología rogeriana. Como podrá
apreciarse, ésta es muy sencilla, y no parece haber sido muy
elaborada por Rogers. Todo se reduce a la discrepancia entre
el self y el organismo, y no se encuentran alusiones a los
distintos mecanismos psicológicos que producen los diversos
síndromes psiquiátricos. Aquí, como en otras muchas
ocasiones, Rogers peca de excesiva simplicidad y omite datos
importantes. Pero la psicopatología no parece haberle
interesado demasiado. Únicamente al final de su carrera se
interesará por la esquizofrenia, y sostendrá la continuidad
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existente entre neurosis y psicosis, pero incluso entonces sus
afirmaciones resultan vagas e imprecisas y no contienen
ninguna aportación original. En esto también puede verse el
influjo de los orígenes de su psicoterapia en la clínica infantil y
en el «counseling» de estudiantes con leves trastornos de
conducta.
La reorganización de la persona
La teoría rogeriana de la personalidad concluye con unas
hipótesis relativas al proceso de reorganización de la persona
y a los resultados del mismo, es decir, a la persona hipotética
resultante de la restauración del contacto con sus
experiencias.
El proceso terapéutico es concebido como un volver a
restaurar el contacto de la persona con el organismo. Para
ello habrá que subsanar los fallos ocurridos durante el
desarrollo. Si la discrepancia o incongruencia entre self y
experiencia fue debida en sus inicios a una condicionalidad y
falta de plenitud en el amor de los padres al niño, la terapia
centrada en el cliente tendrá que ofrecer unas condiciones de
incondicionalidad en la aceptación y de totalidad en la
comprensión. Si lo que mantiene rígido al «concepto del sí
mismo» es el sentimiento de sentirse amenazado, la terapia
centrada en el cliente ofrecerá una atmósfera totalmente libre
de amenazas, y de este modo podrán hacerse añicos las
defensas del cliente. En estas nuevas condiciones ideales, el
cliente será capaz de explorar por sí solo su campo
perceptual, y con la ayuda de la comprensión empática del
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terapeuta, comenzará a reconocer como propias muchas de
sus experiencias anteriormente negadas. Así reorganizará
nuevamente su self, y saldrá del estado de incongruencia e
inadaptación. Volverá a vivir unido a su organismo, y la
tendencia actualizante operará en él sin las trabas causadas
por la introyección de los valores ajenos. En consecuencia, el
proceso culminará en una persona unificada, integrada,
armónica, congruente con todas sus experiencias, cuyas
características principales comenzarán a ser consideradas por
Rogers como modelo y meta hacia la cual tiende la terapia.
La persona plena, o persona que funciona de modo óptimo
comienza ahora a interesar a Rogers, y la incluirá en la teoría
de la personalidad del año 1959 como término y meta de la
terapia. Por corresponder esta teoría de la persona óptima a
otra etapa del pensamiento rogeriano, dejamos su
consideración para capítulos posteriores.
Evidencia empírica de la teoría
de Carl Rogers
En su exposición de 1959, Rogers presenta algunas pruebas
empíricas favorables a su teoría. Los trabajos en ellas
expuestos son fundamentalmente los mismos que los
presentados en 1951 como evidencia de los cambios
terapéuticos. Pero además se hace mención de otros trabajos
importantes de la terapia centrada en el cliente, y sobre todo,
de un nuevo instrumento para el estudio del concepto del «sí
mismo». Lo que antes no había podido ser medido más que
de modo indirecto —es decir, mediante el estudio de las
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actitudes relativas al self—, ahora es accesible a una
investigación más directa. La técnica Q, desarrollada por
Stephenson como técnica estadística (cfr. 477), proporciona
a los rogerianos la posibilidad de conseguir unas
distribuciones —las distribuciones Q—, capaces de reflejar
empíricamente conceptos tan abstractos como el del «self»
o el «self ideal». Comparando las diversas distribuciones
estadísticas de frases relativas al self y al ideal, pronunciadas
por el sujeto, era posible medir los efectos de la terapia sobre
los cambios en tales distribuciones. Sólo era preciso
comparar el índice de correlación estadística entre las
diversas distribuciones de tarjetas o frases, y ver si
aumentaba o disminuía en función de la terapia. La
investigación sobre los efectos de la terapia llevada a cabo
por los rogerianos en la universidad de Chicago durante los
primeros años de la década de los 50, y resumida en el libro
titulado «Psychotherapy and personality change» (72), es la
mejor expresión de estos intentos de estudiar empíricamente
el «concepto del sí mismo».
Pero el otro concepto capital de la teoría rogeriana, el de la
«experiencia del organismo» permanecía en la oscuridad y
seguía inaccesible a la investigación. ¿No habría modo de
verificarlo empíricamente y demostrar de este modo el
concepto de congruencia entre el self y la experiencia? La
tarea era difícil, y de hecho esta dificultad de verificar
empíricamente el concepto de la experiencia será uno de los
factores que impulsarán a la teoría de Rogers hacia
derroteros más existenciales. Pero a pesar de la dificultad, los
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rogerianos intentaron acercarse a este concepto mediante el
uso de la técnica Q. Así, por ejemplo, Butler y Haigh (242)
dieron por supuesto que la distribución del «self ideal»
correspondería al concepto de experiencia orgánica, mientras
que la del «self real» representaría al «concepto del sí
mismo», y compararon ambas distribuciones con vistas a
medir los cambios operados por la terapia en las mismas.
Chodorkoff (272) en un trabajo sobre la defensa perceptual,
define operativamente el término «experiencia» de acuerdo
con la distribución de frases relativas al self del cliente hecha
por el terapeuta. En el fondo, esta distribución no pretende
otra cosa que describir operativamente a la persona desde la
perspectiva del clínico. Pero se supone que tal descripción
será una representación operativa de las experiencias reales
del cliente. Para tener una idea de la congruencia entre el self
y la experiencia del cliente, bastaba con calcular el índice de
correlación existente entre la distribución de tarjetas o frases
realizada por el clínico, y la realizada por el cuente.
Pero lo más valioso del trabajo del Chodorkoff son sus
conclusiones relativas a la defensa perceptual. El tema de la
defensa era muy importante para Rogers. Dado que casi
todas investigaciones dependían casi exclusivamente de los
informes verbales del cliente, y dado que estos podían verse
afectados seriamente por las distorsiones y falsificaciones
tanto conscientes como inconscientes, se hacía necesaria
una demostración empírica de su validez y fiabilidad. Para ello
el mejor camino consistía en la demostración de la no
interferencia de los mecanismos defensivos en los informes
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del cliente. Con estos fines y objetivos, Chodorkoff estableció
las siguientes hipótesis: a) cuanto mayor sea la congruencia
entre el self y la experiencia, tanto menor será el grado de
defensa perceptual mostrado por el cliente; b) cuanto mayor
sea la congruencia entre el self y la experiencia, tanto mayor
será la adaptación del cliente, medida conforme al criterio
clínico ordinario; c) cuanto mayor sea la captación de la
persona, tanto menor será su defensa perceptual.
Para verificar tales hipótesis, Chodorkoff dio las siguientes
definiciones operativas: «el self» es definido conforme a la
distribución Q hecha por el cliente de las frases parecidas a él
mismo. La «experiencia», como vimos, es definida conforme
a la distribución Q hecha por el terapeuta de arreglo con el
parecido que las frases tienen, a su juicio, con el cliente. La
defensa perceptual es medida según las diferencias en el
tiempo de reconocimiento de dos tipos de palabras
presentadas taquitoscópicamente. Se midió el tiempo de
reconocimiento de unas palabras neutras, y luego el de otras
amenazantes. La diferencia entre ambos tiempos de reacción
constituye una medida de la defensa.
La experiencia empírica confirmó plenamente las hipótesis de
Chodorkoff. Con ello, la teoría rogeriana de la personalidad
quedaba confirmada por el método científico. La teoría
rogeriana, a pesar de sus ataques al punto de vista objetivo
de la psicología, buscaba una validación empírica.
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Resumen de la teoría de la
personalidad de Carl Rogers
Después de haber estudiado con detalle los diversos
aspectos de la teoría, vamos a resumirla tan brevemente
como sea posible. Se trata de una teoría fundada en la
experiencia clínica de Carl Rogers, y que busca con ahínco
una confirmación empírica conforme a los módulos de la
ciencia psicológica. Pero al adoptar un punto de vista
fenomenológico, y por tanto subjetivista, lleva dentro de sí
una fuerte dosis de anticientifismo. Esto agudizará, como
veremos en capítulos posteriores, el conflicto entre lo
científico y lo subjetivo presente en Rogers desde sus
primeros comienzos, y, en todo caso, será un signo de su
carácter contradictorio.
Por otra parte, es una teoría eminentemente práctica: está
orientada a describir y explicar lo sucedido en la terapia de
Carl Rogers. De ahí que sea incompleta, y no tenga
pretensiones estructuralistas ni tampoco pretenda ofrecer
una visión totalizante de toda la personalidad. Se concentra
en los aspectos de la misma relacionados con el cambio
terapéutico, y no en la estructura de la personalidad. En este
sentido, es una teoría dinámica.
La teoría está construida en torno a dos conceptos o
nociones fundamentales: el «concepto del sí mismo», o
imagen subjetiva de nosotros mismos, y el «organismo», o
totalidad organizada de la psique y el soma. Estos dos
conceptos claves sirven para situar a la teoría rogeriana
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dentro de dos corrientes importantes de la psicología: la
tradición fenomenológica importada a los Estados Unidos por
Snygg y Combs, y la tradición organísmica representada por
Goldstein, Angyal y otros psicólogos humanistas americanos.
Rogers toma muchos elementos de estas teorías, así como
también de otras teorías menos importantes, y les da la
impronta de su propia personalidad, es decir, los combina con
una gran simplicidad y optimismo. La teoría resultante, en
consecuencia, cae dentro de la tendencia humanística o
«tercera fuerza» de la psicología americana. El organismo
humano es concebido por Rogers como una totalidad
organizada de experiencias, las cuales se constituyen en un
campo fenoménico regido por las leyes de la Gestalt. El
organismo es dinamizado por una tendencia fundamental, el
impulso hacia la actualización o autorrealización, y al mismo
tiempo está dotado de un sistema regulador mediante el cual
dirige su conducta hacia la satisfacción de las necesidades
derivadas de ese impulso básico.
El «concepto del sí mismo» es un constructo
fenomenológico. No es un «yo» agente —en sentido
psicoanalítico—. Es una porción del campo perceptual que va
formándose a medida que la persona interactúa con el medio
ambiente. Es la propia imagen fenoménica del sujeto.
Contiene las percepciones, valores e ideales del individuo,
organizadas en una configuración o gestalt que tiene la
particularidad de ser totalmente consciente.
Dentro de la dinámica de la personalidad, el «concepto del sí
mismo» tiene la función de seleccionar las percepciones del
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individuo y regular la conducta del mismo. El principio
conforme al cual se rechazan o admiten las experiencias en la
consciencia es el de su consistencia o congruencia con la
«imagen de uno mismo». Aquellas experiencias coincidentes
con el self son aceptadas en la conciencia. Las que no lo sean
pueden seguir un doble camino: o bien ser distorsionadas, o
bien ser totalmente negadas.
En el curso ordinario del desarrollo de la personalidad, no
suele darse una consistencia o coherencia plena entre el
«concepto del sí mismo» y las experiencias del organismo. Al
contrario, la persona suele desarrollar un estado de
incongruencia, o lo que es lo mismo, se divorcia de su realidad
orgánica. El conflicto reside en los primeros años de la
infancia aunque no se especifica cuándo. Debido a las
actitudes evaluativas y poco aceptativas [sic] de los padres, el
niño, impulsado por una necesidad que primero es de
conservar el amor paterno, y luego de conservar su propia
autoestima, desarrolla unas condiciones de valor o introyecta
unos valores ajenos como si fueran propios, y se ve forzado a
rechazar ciertas experiencias satisfactorias y a distorsionar la
simbolización de otras. A partir del momento en que se
produce la primera distorsión de la experiencia, comienzan a
sentarse las bases para la posterior incongruencia o
discrepancia entre el organismo y el «concepto del sí mismo».
Este último va distanciándose cada vez más de las
experiencias reales de la persona, y los valores organísmicos
van siendo substituidos por otros valores extrínsecos
recibidos de los demás.
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En consecuencia, la conducta ya no intenta satisfacer las
necesidades del organismo, sino que se hace defensiva, es
decir, intenta preservar la rígida «estructura del sí mismo», y,
en consecuencia, la tendencia actualizante no puede llevar a
cabo la actualización del organismo y es desviada hacia
direcciones perversas. Se produce entonces la inadaptación
psíquica. La persona que vive en tal estado de incongruencia
o de disociación es una persona que vive en estado de
tensión. Frente a la amenaza que le proporcionan las
numerosas experiencias expulsadas de su conciencia,
reaccionará con angustia y conductas defensivas. Necesitará
de una psicoterapia, la cual intentará restablecer la
congruencia entre el organismo y el self, mediante una
reorganización de este último.
De esta manera, la terapia centrada en el cliente recibe una
explicación coherente. El terapeuta, con vistas a facilitar esta
reorganización, tendrá que poner unas condiciones de
aceptación y comprensión que subsanen de algún modo la
falta de las mismas durante las primeras experiencias de la
infancia del cliente. Creando una atmósfera de libertad y
seguridad, facilitará al cliente el liberarse de la amenaza y
explorar sus propias experiencias. Comprendiendo al cliente,
podrá facilitar la reorganización de todas sus experiencias en
torno a un self más amplio, dúctil y maleable.
La teoría de la personalidad concluye, por tanto, con los
resultados de la psicoterapia, resultados que ya fueron
estudiados en el capítulo anterior. Es una teoría al servicio de
una psicoterapia, y no hay que buscar en ella ninguna otra
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cosa ajena a la misma. Sus méritos y sus defectos, son los
mismos que los de la terapia del Carl Rogers.
Notas a pie de página
(1) Empleamos indistintamente los términos «concepto»
o «estructura» del self, porque Rogers los suele emplear
indistintamente. En sus primeros escritos emplea con
mayor frecuencia la palabra «estructura», mientras que
posteriormente prefiere utilizar el término «concepto».
En 1959 (92, pág. 200), Rogers establece una diferencia
terminológica entre ambas expresiones. Cuando se habla
desde el punto de vista de la persona que tiene esa
percepción de sí misma, se emplea el término
«concepto». Cuando, por el contrario, se adopta un
punto de vista mas extrínseco, entonces la palabra a
utilizar es «estructura» Pero esto son sutilezas
terminológicas, y no afectan a lo sustancial de la teoría.
(2) Las alusiones de Rogers al dolor y tensión
provocados por la acción de la tendencia actualizante io
suelen ser frecuentes; pero, sin embargo, sus escritos
tienen en cuenta esta posibilidad y dejan vislumbrar
imidamente este factor agónico de la vida humana. Así,
por ejemplo, en «Psicoterapia aplicada en el liente» se
exponen casos clínicos en los que la terapia es patética y
comporta verdaderos momentos de lolor. Toda la sección
dedicada a la «Terapia tal como la experimenta el
cliente» {54, págs. 7488) y 1 caso de la Señorita Cam
(54, págs. 88122) dan testimonio de esto.
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(3) Standal sostiene el carácter adquirido de esta
necesidad de consideración positiva, la cual no w otra
cosa que una necesidad de calor, gusto, respeto,
simpatía, aceptación plena por parte del otro. En J959
Rogers no se define con respecto al carácter innato o
adquirido de esta necesidad, pero años después, en 1969
no acepta que sea adquirida (cfr. 175, pág. 90).
(4) Los primeros escritos rogerianos atribuían al self
fenoménico funciones propias de un agente interno, o al
menos lo daban a entender al hablar de su capacidad de
reorganizar el campo perceprual y de su rechazo de
ciertas experiencias. Por ejemplo, en 1947 (39)
encontramos frases tales como «el self se resiste a
asimilar dentro de sí todo percepto inconsistente con su
presente organización» (39, pág. 366). También en 1951
hay afirmaciones como la de que «su yo consciente
puede impedir que esas experiencias sean
simbolizadas)» (54, pág. 428), o «la organización fluida
pero congruente que es la propia estructura o concepto
de sí, no permite la inclusión de una percepción que
difiera con él» (54, pág. 428). Para evitar
interpretaciones erróneas de estos párrafos en 1959
Rogers afirmará: «no hay ningún homúnculo, ni otras
fuentes de energía o acción en el sistema. El self, por
ejemplo, no «hace» nada. Sólo ta expresión de la
tendencia general del organismo a comportarse de
modo que se mantenga y desarrolle» (92, pág. 196).
(5) En 1951, la teoría de la inadaptación psicológica es
formulada en los siguientes términos: «Si consideramos
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la estructura del sí mismo como una elaboración
simbólica de una parte del mundo privado de las
experiencias del organismo, podemos comprender que
cuando se niega la simbolización a gran parte de este
mundo privado resultan ciertas tensiones básicas. Luego,
encontramos que hay una ifluencia tan cominadora entre
el organismo experienciante tal como existe, y el
concepto de sí, que ejerce una influencia tan dominadora
en la conducta. Este sí mismo representa muy
inadecuadamente la experiencia del organismo. El
consciente se hace más difícil cuando el organismo lucha
por satisfacer necesidades que son admitidas
conscientemente y por reaccionar ante las experiencias
rechazadas por el sí mismo conciente. Hay tensión, y si el
individuo toma consciencia de esta tensión o
discrepancia, se siente ansioso, siente que no está
unificado o integrado, que no está seguro de su propia
dirección» (54, pág. 432).
Acerca de este documento:
Autor: José M. Gondra Rezóla. “La psicoterapia de Carl R.
Rogers. Sus orígenes, evolución y relación con la psicología
científica” Capítulo V. Ed. Desclie de Brouwer, 1981.
Datos para citar ese artículo:
Gondra Rezóla, José M.. (2021). Psicoterapia de Carl Rogers:
orígenes, evolución y relación con la psicología científica.
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Irradia Terapia México. https://psicologos.mx/psicoterapiacarl-rogers-origenes-evolucion/ [Consultado el ].
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