De Familias y Terapias Diciembre 2002, 16, 5-39 Sección Clínica Terapia familiar como psicoterapia infantil: algunas pistas teóricas y prácticas Dr. Eduardo Carrasco Bertrand Los niños en la terapia familiar infantil con Ackerman y que encabezó más tarde uno de los centros más importantes en este campo, la Philadephia Child Guidance Clinic, desarrollando la escuela estructural, de amplia influencia en muchos enfoques de la terapia familiar. Gran parte de la aplicación clínica de estos conceptos se demostró en casos de niños y adolescentes con diversos problemas, que asistían a sesiones de terapia con sus padres, sus hermanos y a veces sus abuelos. Una aplicación terapéutica de igual evergadura fue desde el inicio la terapia marital. También la “gran” psicopatología (la esquizofrenia, por ejemplo) fue motivo de algunos de los más importantes estudios y desarrollos conceptuales que realizaron los “próceres” del pensamiento sistémico. Después de esta etapa inicial, el modelo sistémico de terapia familiar abordó temas de alta prevalencia y complejidad, tales como la familia alcohólica, las adicciones, las enfermedades psicosomáticas, y dio grandes pasos en la terapia de familias con problemas de separación conyugal, de familias ensambladas, y en los difíciles dramas del abuso sexual y la violencia intrafamiliar. También el campo de aplicación de estos conceptos y prácticas se ha ampliado a contextos no terapéuticos (comunidades, instituciones escolares, de salud, judiciales, etc.). Durante la última década aparecen artículos, desde el propio terreno de la terapia * Psiquiatra Infantil y del Adolescente. Terapeuta Familiar. Instituto Chileno de Terapia Familiar. 5 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar La incorporación de las familias al territorio de las psicoterapias fue en cierto modo oficializada en 1937, en un artículo de Natham Ackerman, un psiquiatra infantil y psicoanalista, titulado “La familia como unidad social y emocional”. A partir de entonces se suceden diversos hitos en el desarrollo de una teoría y de una práctica que fueron nutridas desde diversas fuentes y que a partir de la década del ’50 serían llamadas el “movimiento de la terapia fa19 miliar” . Estos eventos tenían el sentimiento, la fuerza y la esperanza que suelen acompañar a un descubrimiento, espíritu que alimentó e impregnó el desarrollo de un extenso repertorio terapéutico: se trataba de convocar a las familias en lo posible completas, puesto que la idea era conocerlas como un todo e introducir cambios en el sistema relacional. La mejoría individual sería una consecuencia de este proceso. Para los terapeutas, la familia de los pacientes se hizo una realidad. Bowen, al referirse a esta experiencia, relata que “después de haber pasado miles de horas en sesiones con las familias, me resultó cada vez más difícil ver a un individuo sin ‘ver’ a todos los miembros de la familia, sentados como 6 fantasmas junto a él” . Otro terapeuta influyente en esta expansión fue Salvador Minuchin, quien se formó como psiquiatra Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar 1,7,12,33 familiar , en los cuales se expone la inquietud de que los terapeutas familiares han “dejado de lado” a los niños. Se plantea que es frecuente que éstos sean excluidos de las sesiones terapéuticas, incluso cuando han sido el motivo de la consulta original. La terapia familiar, si sigue, se focaliza en los padres, quienes asisten solos. Reflexionando sobre este asunto, E. Wachtel dice que “los terapeutas familiares con un enfoque sistémico ignoraron las décadas precedentes de la práctica de psicoterapia infantil como irrelevante, un sesgo teórico que contribuyó a descuidar a 33 los niños en la terapia familiar” . Desde 30 otro terreno, D. Stern plantea que este descuido se relaciona con las etapas de desarrollo que han sido privilegiadas por los terapeutas familiares, que en general han sido los niños en la edad escolar mayor y los adolescentes. “No empiezan en los inicios de la ontogenia familiar, con el resultado de que la terapia familiar nunca ha producido una teoría sobre el desarro32 llo adecuada sobre la que basarse” . Hay además otros factores que contribuyeron a esta evolución. La insistencia en la idea de “paciente índice o designado”, implicando que éste es una expresión de la “disfuncionalidad familiar”, además de transmitir una culpabilización de la familia (en la cual los padres obviamente se sienten los señalados) privilegió “la totalidad” del sistema al punto de dejar en segundo lugar la totalidad del individuo, y en especial de los niños, descuidando su subjetividad y las complejas particularidades de los procesos madurativos y sus necesidades específicas. Junto con esto, se transmitía la idea de que al cambiar el sistema se podría alcanzar cambios individuales radicales en la patología individual, generando muchas veces frustración en las familias. En otro plano, en una consecuencia aún peor del concepto de “disfuncionalidad del sistema”, ésta fue a veces entendida como una visión neutra, carente de una diDe Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 mensión ética, que no consideraba las diferencias de responsabilidad y de poder de los miembros de la familia, visión claramente insostenible en los casos de maltrato físico o abuso sexual a los hijos, pero también cuestionable en toda terapia que involucra la relación padres-hijos. Hay que agregar también una observación que plantea M. Selvini-Palazzoli, cuando dice que “muchas escuelas de psicoterapia familiar muestran tendencia a hacer del modelo sistémico una ideología a la que se cultiva y exalta por sí misma y, por consiguiente, pierden el sólido anclaje en hechos identificables y en objetivos clínicos 27 bien precisados” . Por su parte, M. 1 Andolfi se refiere a otro aspecto cuando escribe estos comentarios: “El paralelismo entre la familia de origen del terapeuta y la familia en terapia ha sido rechazado con frecuencia, o al menos subestimado, en particular en las escuelas de formación autodefinidas como sistémicas”. “Esto ha llevado inevitablemente a construir modelos y teorías basados en los conceptos de neutralidad, la abstención, la falta de involucración personal, lo que por otro lado es bastante difícil de aplicar en el mundo de las relaciones humanas, ya que éstas se basan en afectos, emociones, lealtades, etc.”. “Tales reglas están tan alejadas del mundo infantil que se ha optado por desinteresarse del niño y ocuparse sólo de protegerlo, evitando darle voz y espacio en la terapia y trabajando únicamente con la parte adulta de la familia, o bien sólo con los padres”. Quizás como consecuencia de estas inconsistencias, y a pesar del valor que ha representado el pensamiento sistémico como cambio paradigmático respecto de las visiones centradas en el individuo, puesto que reformuló la noción de causalidad y de 6 infantiles y de adolescentes que los evalúan y tratan individualmente, sin que por eso dejen de utilizar algún metodo para relacionarse con sus padres (o los adultos con funciones parentales), método que es congruente con su modo de operar y de pensar. En este tipo de atención, los padres por los general son los portadores del motivo de consulta y fuente de información sobre la conducta del hijo. También el profesional entrega a los padres su opinión sobre las características y el diagnóstico del hijo o hija y les transmite modos de enfrentar las situaciones problema o de relacionarse con su hijo, o métodos de crianza u otras intervenciones que considere necesarias. Éste es, en forma muy simplificada, el formato clásico de la consulta psiquiátrica o psicológica infantil. En cualquier caso, estos diálogos constituyen intervenciones que a menudo adquieren gran complejidad para el profesional, el cual, aunque actúe con la premisa de que el foco del problema está en el “interior” del hijo/a (su mente, su organismo, o su inconsciente, su afectividad, sus esquemas cognitivos, su conducta, etc.), transmite una idea sobre la participación de los padres en dicho problema y en el proceso terapéutico. Ineludiblemente, el terapeuta se ve en encrucijadas que apuntan a su relación con el hijo/a y con los padres. 31 D. Stern , a partir de una extensa y minuciosa experiencia en la psicoterapia de la relación infantoparental, lo expresa de esta manera: “¿El bebé es un interlocutor del terapeuta?, ¿el terapeuta establecerá relación con el bebé y la utilizará a nivel terapéutico? Los terapeutas difieren mucho en este punto. Algunos dirigen casi toda la atención y su acción hacia los padres, deteniéndose sólo breves instantes cuando el niño les llama directamente en forma clara e inevitable. Otros inician juegos y otro tipo de interacciones con el bebé a modo de 7 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar cambio, creando junto con ello técnicas terapéuticas innovadoras, con el paso del tiempo sus métodos han quedado en cierta medida reducidos a una de las tantas formas terapéuticas disponibles, que a veces incluso confunden a quienes piden ayuda terapéutica o a los profesionales que derivan a psicoterapia. Se podría decir que la familia y el individuo se han transformado en terrenos de especialidad. Como dice Andolfi en el mismo artículo citado: “...Todavía se hace un enroque al pensar que estudiar a la familia y valorar su organización emocional y afectiva es una tarea de los terapeutas familiares y que quien se ocupa del estudio del individuo debería referirse en forma predominante al indivi1 duo y a su mundo familiar internalizado” . Paralelamente a esta evolución, los niños y adolescentes continúan siendo objeto de estudio y de tratamiento, principalmente desde los modelos “tradicionales” de diagnóstico y de psicoterapia, que han evolucionado y han integrado nuevos elementos, provenientes de importantes avances en el conocimiento y en la experiencia acumulados durante el siglo XX sobre el desarrollo infantil y del adolescente y sobre la psicoterapia en estas etapas, conocimiento que se ha plasmado en especial en las ciencias del desarrollo, el psicoanálisis, la teoría del vínculo y en las neurociencias cognitivas. Otro campo en el cual se ha ampliado el conocimiento ha sido el de la psicopatología del desarrollo y el estudio de las continuidades y discontiduidades entre las conductas sintomáticas de la infancia y la psicopatología del adulto, emplazando una interrogante –crucial para la psicoterapia infantil– ante el mensaje de que 20 “esto se le va a pasar cuando crezca” . Es así como niños y adolescentes con problemas en su desarrollo psíquico y síntomas de diversa índole, con manifestaciones en el área escolar o social, o en su vida familiar o en su salud física, son comúnmente llevados a psicólogos o psiquiatras compatibilidad intrínseca entre las experteces que enfocan los vínculos familiares y aquellas que enfocan el sujeto en el vínculo, o es tan sólo una cuestión de territorios de especialización? ¿Quizás la psicoterapia de la relación padres-hijos resulta difícil de sostener porque exige al terapeuta y a los miembros de una familia vivenciar la intensidad emocional que emana de los vínculos en crisis? Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar exploración diagnóstica y de maniobra terapéutica dirigida hacia el niño para darle una experiencia interactiva diferente, o dirigida hacia el progenitor para darle un posible modelo de conducta con el niño”. “Si el terapeuta ignora mucho al bebé, tanto por sus posición como por su acción, le está enviando un mensaje muy claro de que el problema, o por lo menos la cura, reside únicamente en el progenitor. Sin embargo, éste es el supuesto básico de muchos enfoques. Esta actitud tiende hacia un tipo de psicoterapia centrada en el adulto, donde el bebé y sus problemas se convierten en un signo o un síntoma de conflictos existentes en el progenitor. El hecho de que el bebé esté presente no hace que una terapia sea una psicoterapia aplicada a la relación entre padres e hijo”. A propósito del título: ¿terapia familiar o psicoterapia infantil? En cualquier caso es necesaria la revisión de un modelo que pareciera contradecir en la práctica algunos de sus postulados básicos. De partida hay que decir que el propio término “sistémico” ya tiene historia y por lo tanto, contradicciones y conflictos: ¿hablamos de terapia familiar o de terapia sistémica? A veces “sistémico” se usa como apellido (terapia familiar/de pareja sistémica) en contraposición a otras terapias familiares o de pareja basadas en otros modelos (de orientación conductual o psicoanalítica, por ejemplo) y hay autores que intentan sustituirlo o al menos agregarle otro término: terapia contextual, estratégica, sistémico-relacional. También, como todas las etiquetas que llegan a ocupar un lugar en el lenguaje común, suele tener connotaciones que no siempre dan cuenta de la complejidad que significan: a veces se la considera una terapia “superficial”, en general breve y orientada a la solución de problemas y el alivio sintomático o, en una visión curiosamente contrapuesta, un último recurso en casos en que ya otras terapias han fracasado. Aunque el témino “sistémico” señala un aporte que a mi parecer conserva su validez original –la idea de totalidad organizada, de lo emergente de las relaciones, que es tan inasible y tan real a la vez – está asociado a una perspectiva externa que omite o minimiza las complejidades del sujeto. La conceptualización sistémico-cibernéti- Esta situación, referida a niños menores de tres años, es también aplicable a otras etapas del desarrollo, incluso en la adolescencia temprana, dependiendo de la configuración individual y relacional. La pregunta “dónde está el problema y dónde esta la cura”, no tiene una respuesta en la teoría: se reproduce y se responde en cada caso en que está involucrada la relación padres-hijo o hija y en que la conciencia y la motivación hacia el proceso terapéutico se sostiene en ese mundo vincular y no en un individuo autónomo. Hay muchas preguntas e inquietudes que surgen de este comentario introductorio, algunas de ellas como éstas: ¿Es que la terapia familiar con un enfoque sistémico no puede dar una respuesta terapéutica apropiada en los problemas del desarrollo infantil? ¿O se ha quedado “atrás” como reflexión y como opción terapéutica en esta área? ¿O los modelos médico-psicológicos predilectos de la cultura prevalente no han incorporado suficientemente el paradigma sistémico y sus métodos? ¿Hay alguna inDe Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 8 contras) entre el aparato tecnológico creado para instaurar en la terapia la ‘primacía del texto’, que impregna con frecuencia el construccionismo social, y el mundo experiencial-emocional, el ‘ser-con’ transformador del contacto interpersonal” (C. 29 Sluzki) . Las palabras que utilizo en el título merecen pues una explicación. El planteamiento central es que una “terapia familiar” no es un procedimiento que se aplica sin considerar el contexto y las personas que le dan sentido: es nombrada así por sus propios protagonistas en congruencia con el sentido que le dan a su participación en un determinado momento de sus vidas. Si el motivo de una “terapia familiar” es un niño con una conducta sintomática y cuyo desarrollo y su futuro como adulto están en riesgo, la intervención (en el sentido de “hacerse parte”) de un terapeuta y la construc1 ción de un contexto terapéutico “con” su familia constituye también una psicoterapia infantil. Por otra parte, una psicoterapia infantil siempre involucra una interven32 ción familiar. Tal como dice D. Stern , “dejando aparte la opinión del terapeuta, la terapia es simultáneamente una psicoterapia individual (con el progenitor principal), de pareja (con el marido y la mujer) y familiar (con la tríada), ya sea de forma paralela o secuencial. Tanto teórica como técnicamente, es una situación bastante compleja e incluso confusa comparada con la media de otras terapias en otras poblaciones (debido a la inevitable confusión existente entre cambio terapéutico y cambio evolutivo)”. Es posible plantear entonces que la terapia se inicia con una “designación terapéutica” de un hijo o hija cuyo desarrollo está comprometido, y que, desde la misma intimidad del proceso terapéutico, la familia se apropia de la terapia y sucede un proceso de “des-designación”, lo que siempre implica transformaciones relacionales y personales en los demás miembros de una 9 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar ca siempre se ha nutrido de la experiencia de trabajar con las personas en relación, en especial con familias y parejas. La evolución de la reflexión teórica que este tipo de experiencia suscita ha sido fructífera en los decenios recientes, llegando a lo que se conoce en la actualidad como el constructivismo social y el paradigma de la narrativa, y haciéndose parte de tendencias que en ciertos aspectos son convergentes e integradoras con corrientes del pensamiento psicoanalítico que han incorporado los aspectos contextuales, en especial con la teoría de la intersubjetividad. Como ejemplo, cito aquí la frase con que K. 21 Lyons-Ruth inicia un artículo sobre el inconsciente bipersonal: “La teoría psicoanalítica más reciente se ha ido orientando cada vez más hacia una postura relacional, intersubjetiva y socioconstructivista”. Pero es necesario reconocer que, como ocurre con cualquier modelo y especialización, desde el enfoque sistémico, y afirmando que innovadoramente tomamos la totalidad, paradójicamente también arriesgamos restringir la mirada y estancarnos. Una afirmación de la misma autora recién citada, en el sentido de que “las nuevas observaciones sobre la organización de la mente, el cerebro y la conducta, han sobrepasado el ritmo de cambio de la teoría psicoanalítica, socavando aún más la credibilidad de los viejos modelos evolutivos”, puede ser aplicable de igual forma a la práctica sistémica. Por otra parte, el témino “terapia familiar”, que alude al grupo al que se dirige la intervención terapéutica, también está cargado de significados, valoraciones y expectativas dentro de nuestra cultura y del propio ámbito profesional. Tiene múltiples resonancias en cada contexto en que es escuchada. Es interesante al respecto el debate que ha seguido a la publicación de un artículo de S. Minuchin (“¿Dónde esta la familia en la terapia familiar narrativa?) que “gira en torno del contraste (y de los pro y Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar familia consultante. Para que este proceso tenga lugar, la terapia debe estar acoplada con la etapa evolutiva del niño “designado”, puesto que el terapeuta se hace parte de un diálogo intergeneracional organizado por las condiciones de una determinada etapa del desarrollo. Desde esta perspectiva, considero que, en el área de la psicoterapia infantil, la terapia familiar tiene un valor práctico que se sustenta en que: • Se apoya en los vínculos primarios que sostienen el desarrollo del niño. • Permite que la responsabilidad y las ansiedades parentales adquieran un sentido dentro del proceso terapéutico. • Facilita al terapeuta la tarea de orientar su participación en las complejidades relacionales de distintos momentos del proceso terapéutico. • Permite diferenciar y abordar los problemas personales o de pareja de los padres que pueden incidir en la conducta sintomática del hijo o en la actitud y motivación de éste hacia la terapia. • Promueve un contexto en el cual los padres re-conocen a su o sus hijo/s en tanto sujetos. Para potenciar estas características, el terapeuta debe contar con: 1) conocimientos sobre el desarrollo infantil y adolescente que le permita tomar las opciones y aplicar las técnicas apropiadas para la situación clínica; 2) una comprensión relacional de los procesos del desarrollo; 3) aptitudes terapéuticas apropiadas para trabajar en presencia de la relación padres-hijos, con todas las variables que involucran: diferencias generacionales (relación adulto-niño), diferencias en niveles de desarrollo, diferencias de género, diferencias culturales, etc. Este texto tiene por tanto como propósito describir la terapia familiar como una forma de psicoterapia infantil y recurre a bases conceptuales que enriquecen esta perspectiva. Bajo este fin general, el artículo aborda los siguientes aspectos: De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 1. Procesos relacionales del desarrollo infantil y adolescente. El sistema relacional no compartido y los modos vinculares. 2. Dilemas terapéuticos en la consulta familiar centrada en una hijo o hija, en la niñez o en la adolescencia temprana 3. El mundo de una terapia familiar. El niño como sujeto de la terapia. 4. Un sentido terapéutico. Transformaciones evolutivas y transformaciones terapéuticas. Me referiré aquí principalmente a las terapias familiares que se inician a partir de la consulta de uno a ambos padres por un hijo o una hija que presenta una conducta sintomática. Las etapas del desarrollo que serán consideradas como foco principal serán la edad preescolar y la edad escolar. Este enfoque es aplicable también en muchos casos que corresponden a la adolescencia temprana, pero la adolescencia media y tardía tienen especificidades evolutivas y terapéuticas que justifican un texto dedicado especialmente al tema. Por otra parte, las psicoterapias motivadas por situaciones abuso sexual o de maltrato repetido a un niño requieren de enfoques a me3 nudo diferentes , en cuanto al trabajo interdisciplinario, al rol del terapeuta, a la modalidad y momento de la terapia y a las posibilidades y limitaciones de un trabajo terapéutico de la relación parento-filial, los cuales no serán abordados en forma especial. I. Los procesos relacionales del desarrollo infantil-adolescente El desarrollo es una dimensión siempre presente en una terapia con niños, cualquiera sea su orientación teórica y su modalidad práctica. Más aún, desde una perspetiva evolutiva, se puede concebir el proceso terapéutico en un niño como una etapa transicional del desarrollo, en la cual se potencia la sinergia de los procesos de transformación mediante los cuales incorpora novedad y expande sus competencias. Además hay que con10 y que incluyen la interacción de componentes y sistemas interdependientes. La integración progresiva se efectúa en la incorporación de cambios y en la mantención de la continuidad y coherencia en medio de 16 estos cambios . En el lenguaje de la biología del conocimiento, se entiende que, “en su calidad de sistemas determinados por estructuras, los sistemas vivientes son tales que todo lo que sucede en ellos sucede en todo momento determinado por su estructura en ese instante. Por lo tanto, un agente externo que afecta a un sistema viviente sólo gatilla en él cambios estructurales determinados en 23 él por su estructura” (H. Maturana) . Trasladada esta idea al desarrollo, se puede decir que la maduración individual consiste en procesos autopoiéticos que tienen lugar en “acoplamiento estructural” –y por tanto conformando una unidad co-evolutiva– con el ambiente. Cada evento de la maduración biológica desencadena cambios en el sistema relacional (como se observa tan claramente en las familias cuando emerge la pubertad en un hijo o hija) y a su vez los cambios relacionales gatillan giros de magnitud y velocidad variables en las trayectorias maduracionales. Maduración individual y ambiente co-evolucionan. Así se conforma una identidad, tanto psíquica como organísmica: autogenerada, moldeada y moldeadora a la vez. Así esta identidad adquiere y sostiene un sentido personal y social. Esta idea acerca de la interdependencia entre las dimensiones psicobiológicas y relacionales del desarrollo tiene actualmente una amplia aceptación: “en el centro de los modelos biológicos, psicoanalíticos y psicológicos del desarrollo hay un principio epigenético que enfatiza la naturaleza interactiva del desarrollo, la dialéctica entre el organismo en desarrollo y un ambiente cambiante” (Schore, 1994) e implica que un proceso terapéutico, en especial cuando es orientado al desarrollo infantil, supone 11 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar siderar que, como dice Stern, “los temas clínicos básicos como la confianza, el vínculo afectivo, la dependencia, la independencia, el control, la autonomía, el dominio, la individuación y la autorregulación pertenecen al ciclo vital. No son temas específicos de una edad o de una fase. Ningún período anterior de la vida está especialmente dedicado a escribir una versión definitiva de ninguno de ellos, es decir, no existen períodos críticos o sensibles a una edad temprana referidos a la consolidación irreversible de estos temas clínicos. Por el contrario, se trabaja con ellos todo el tiempo. Sin embargo, la forma en que se trabajan y su apariencia cambian a lo largo de las distintas épocas del desarrollo”. Cuando un niño motiva una terapia familiar, casi siempre como resultado de un proceso de decisión complejo, que involucra a los padres u otros adultos responsables de su cuidado, el terapeuta pasa a ser parte de una “organización del desarrollo”: es sujeto significativo en el mundo vincular en el cual la individualidad se gesta en un proceso que es generativo y autogenerativo a la vez. Las distinciones, las opciones y las emociones del terapeuta llegan a ser relevantes para ese singular proceso de desarrollo y tienen siempre una dimensión ética: es co-responsable en la tarea vital de esa familia y de la sociedad de cuidar el desarrollo de sus hijos, que son miembros vulnerables de una organización vincular. Los procesos del desarrollo infantil y adolescente han sido ampliamente estudiados durante el siglo XX. Se han creado extraordinarios métodos de observación y experimentación, se han realizado seguimientos de largo plazo y se elaboraron modelos conceptuales que demuestran y explican la complejidad de los fenómenos del desarrollo. Éstos se conciben como procesos multidimensionales que tienen direccionalidad, que involucran cambios del individuo en el tiempo, que implican un aumento progresivo de la complejidad, Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar una transformación en la dimensión psicobiológica. Tal como dice Dio Bleichmar, “el conocimiento sobre el desarrollo cerebral en la vida posnatal, la plasticidad de su estructura, así como la constancia que adquieren las representaciones relacionales actuadas, son todos factores que, especialmente en la clínica de los trastornos tempranos, otorgan a las intervenciones que permiten un cambio en la subjetividad y comportamiento parental un valor preventivo sobre las dificultades de los niños en la vida futura”. El estudio del ciclo vital de la familia, que ha sido motivo de importantes escritos de terapeutas familiares e incluso en varios de ellos ha constituido el eje del enfoque terapéutico, enfoca las pautas globales de la interacción familiar en las distintas etapas evolutivas. Los problemas que motivan la consulta son vistos como la expresión de un bloqueo evolutivo, y la terapia consiste en ayudar a la familia a superar las tareas de una etapa que se ha estancado. Enfocando los procesos relacionales del desarrollo, se observa que las tareas evolutivas de cada fase evolutiva de un niño se intersectan con las tareas evolutivas de los otros miembros de la familia. Cada progenitor –y la relación parental–, por tanto, enfrenta tareas específicas que activan sus propios modos vinculares dentro de la relación padres-hijo, como por ejemplo, la evolutividad y flexibilidad de las conductas de apego, de la modulación de los afectos, de las conductas de autoafirmación, de la permeabilidad afectiva o de la simetrización de la relación. En esta intersección cada uno de ellos actualiza su historia y a la vez la re-crea y la transforma. El sistema relacional de la familia esta organizado a partir de las características de la etapa de desarrollo del niño, que activan formas de relación y despiertan resonancias específicas en los padres o sus cuidadores. En las terapias enfocadas al desarrollo infantil es necesario prestar una atención De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 más específica a las particularidades evolutivas de un hijo con conducta sintomática, atención que permite la visibilización del niño como sujeto de la terapia. Para este efecto es importante contar con un sistema conceptual que dé cuenta de la conexión entre la experiencia subjetiva y las motivaciones individuales, por un lado, y el “drama” o narrativa colectiva como totalidad, por otro. La tarea de poner en el lenguaje esta visión integrada de la experiencia humana es difícil y hay distintos autores que han aportado su manera de concebirla. Por ejemplo, en el marco de la tradición 25 psicoanalítica, Moguillansky se refiere a la “organización vincular” –“los aspectos organizados de una relación, los de mayor estabilidad y permanencia, habitualmente concebidos como reguladores, que permiten reconocer una identidad establecida de la relación por fuera de los estados vinculares”– y al “sujeto del vínculo”, el cual “resulta excéntrico en relación con la totalidad de la experiencia, por lo que formar parte de la ‘realidad emocional’ de una pareja o familia implica aceptar no tener un ángulo adecuado para percibir la totalidad en la que se está incluido”. Otras rutas conceptuales que ayudan en esta tarea apuntan al desarrollo de la capacidad de pensar en un otro –la función reflexiva o capacidad de mentalizar– “que denota la comprensión de la conducta de uno mismo y de los otros en términos de 14 estados mentales” y a los contextos intersubjetivos que se ponen en juego en este proceso. “El desarrollo psicológico y la patogénesis se conceptualizan mejor en términos de los contextos intersubjetivos específicos que forman el proceso evolutivo y que facilitan u obstaculizan la negociación del niño en tareas críticas del desarrollo y el pasaje exitoso a través de las fases del desarrollo” (Atwood, cit. en 25 Orange) . Esta noción de “contextos intersubjetivos”, que ha sido extensamente tratada en el estudio de las relaciones tem12 pranas y en relaciones terapéuticas diádicas, también puede ser aplicada a la reflexión sobre los procesos de las terapias con familias, en las cuales una tarea del terapeuta consiste en generar condiciones para un diálogo intergeneracional. Para orientar la modalidad terapéutica en este diálogo el terapeuta debe reparar en la capacidad na14 rrativa acorde con la edad y en la capacidad de mentalización del niño. Se trata de adaptar la participación del terapeuta a las formas comunicativas propias del niño y de su etapa evolutiva y no de adaptar al niño a la modalidad adulta. En este sentido hay que considerar que en el proceso de este “diálogo intergeneracional”, la relación no se construye únicamente en un mundo simbólico, puesto que “gran parte de nuestra experiencia relacional es representada en forma procedimental implícita o actuada, que es inconsciente, si bien no necesariamente inconsciente en sentido dinámico. Los procedimientos actuados se articulan e integran mejor a través de la participación en formas más coherentes y colaboradoras de interacción subjetiva”, y que estas formas procedimentales de representación “no son infantiles, sino que son intrínsecas a la cognición humana en todas las edades, y subyacen a muchas formas de acción cualificadas, incluyendo la interacción social 21 en la intimidad” (Lyons-Ruth) . opciones relativas al encuadre y a los tiempos de la terapia (con quién o quiénes trabajar como sujetos de la terapia y en qué momento) y a priorizar focos terapéuticos, tanto en el sentido de “darle tiempo” para diferenciarse a una díada o tríada atrapada en sus repeticiones, como de ampliar el contexto significativo incluyendo sujetos más distanciados de ese “enredo” relacional. El terapeuta puede orientar su propia participación en las complejidades del mundo relacional del niño a partir de una observación refinada de los micro sucesos de la escena terapéutica y de las distinciones que puede hacer en los modos vinculares que se despliegan en su presencia y que permiten buscar un sentido que pueda condensar la enorme complejidad implicada en la combinación evolutiva entre el sujetopersona. Un punto de referencia importante en esta tarea está en el concepto de “proceso de individuación” descrito originalmente por M. Mahler, que es comprendido 31 posteriormente por H. Stierlin como “individuación conexa” o individuación relacional, refiriéndose a que la capacidad de cercanía empática que puede lograr el sujeto está relacionada con su capacidad de individuación respecto del otro. Sistema relacional y sujeto: lo compartido y lo no compartido Las experiencias del sujeto niño en una terapia con su familia son significativas para su desarrollo: las transformaciones terapéuticas se sustentan en el sentido de sí mismo y de los otros que el niño construye en ese mundo vincular que ha incorporado a un terapeuta. Esta consideración hacia la calidad de la experiencia intersubjetiva focalizada en el niño con una conducta sintomática contribuye a fundamentar las 13 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar “El concepto de ‘individuación conexa’ pretende señalar...unos procesos que siempre posibilitan y exigen tanto la individuación y la separación como también nuevas formas y niveles de conexión. Los sentimientos de sí mismo comienzan a formarse muy tempranamente, prácticamente el dia del nacimiento. Según Stern, a estos sentimientos pertenecen la sensación de ser autor de los propios actos, el sentimiento de la cohesión corporal, el sentimiento de continuidad, la percepción de la propia afectividad, el sentimiento de ser un sujeto capaz de interactuar con otras personas, el sentimiento de desarrollar activamente una los miembros de una familia, en parte construidos en su contexto sociocultural y también reproducidos a partir de lo modos de la generación anterior, en una transmisión transgeneracional. Las dimensiones de la estructura familiar, la identidad o el temperamento familiar, las pautas transgeneracionales, la mitología familiar, etc., han sido constructos ampliamente desarrollados y hubo diversos intentos de elaborar una nomenclatura que nombrara las cualidades emergentes del sistema relacional de una familia (los paradigmas familiares). Desde una perspectiva que considera los procesos de desarrollo y la experiencia individual, me refiero con el término de “sistema relacional no compartido” al mundo de relaciones que prefigura las escenas en las cuales tiene lugar la experiencia subjetiva de un niño: constituyen “su” mundo familiar, que no es compartido con sus hermanos. Cuando asisten a las sesiones dos o más hermanos de edades cercanas y se le pide a cada uno que dibuje “su” familia, por lo general realizan una representación notoriamente distinta. Se podría hablar del “sistema determinado por el desarrollo de un hijo”, es decir, de los sistemas de relación y significación construidos en torno a un sujeto en desarrollo, para señalar la específica conexión evolutiva entre la construcción subjetiva de una experiencia (“la familia interna”) y la configuración relacional asociada a ella, que va más allá de lo que se puede señalar al recortar una “parte del sistema”. Hay también conceptos equivalentes en la tradición psicoanalítica, como la noción de M. Malher de “sistema significativo de aprendizaje, que es aquel que asume la función de sistema de referencia en el período de mayor plasticidad evolutiva”. Las conductas de apego de una determinada díada progenitor-hijo, por ejemplo, pueden ser diferentes a otras, no solo por las características del hijo (frecuente atri- Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar organización interior y, finalmente, el sentimiento de transmitir significados” 31 (H. Stierlin) . En consonancia con estas ideas, 28 Shapiro remarca la noción sistémica del desarrollo individual que es manifestada en el concepto de individuación, al afirmar que “todas las personas existen dentro de vínculos, y que el self es establecido en el terreno interpersonal, mantenido y modificado en el curso del desarrollo, y reorganizado a través de transacciones en el interior de los vínculos familiares a lo largo del ciclo vital de la familia”. Esta noción implica que el contexto relacional es diferenciado para cada sujeto, puesto que el self es “establecido en el terreno interpersonal”. Una madre o un padre u otro adulto significativo, se relacionan con un hijo y entre ellos con singularidades que han sido construidas exclusivamente en esa relación. En este sentido, los hermanos de una misma familia no “viven” la misma familia. Si hay influencias y experiencias no compartidas, podemos concebir un sistema relacional no compartido y un sistema relacional compartido. Estoy usando aquí una denominación tomada de la genética conductual, desde la cual se demuestra la importancia que tienen las influencias específicas –aquellas que no son compartidas– en la diferenciación fenotípica entre los hermanos (en la expresión genética), influencias que se hacen progresivamente evidentes a lo largo del desarrollo, puesto que “el potencial genético es activado en ambientes específicos y la expresión genética puede ser influenciada por el contexto” (Emde 14 1999) y que han sido demostradas en la capacidad intelectual, los rasgos de perso8 nalidad y la psicopatología . Hay mucha literatura sistémica desde el nivel de análisis que se refiere al sistema relacional en su conjunto: son los modos de relación y el imaginario compartidos por De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 14 bución de los padres) sino por lo que emerge específicamente en esa díada con esa madre o ese padre o también con esa abuela o abuelo. En los fenómenos de triangulación se observa que las formas de la relación parental y su sistema de significaciones son diferentes para un hijo determinado. En un lenguaje común del los terapeutas se habla con frecuencia de los “enganches” o los “enredos relacionales” en una díada o tríada en particupar, como maneras de aludir a estos fenómenos. Los procesos de diferenciación durante el desarrollo son co-evolutivos con el sistema no compartido, de modo que dichos procesos pueden ser amplificados, constreñidos o polarizados. Esto se observa, por ejemplo, cuando las conductas recíprocas de apego o los desafíos simétricos son rígidamente mantenidos en una díada en particular dentro de la familia. Modos vinculares He preferido usar como categoría general el término “modos o formas vinculares”, para referirme a las diferentes formas organizativas de la interacción diádica, triádica o colectiva, en torno a un determinado hijo, que pueden evidenciarse ante el terapeuta, en vez de usar términos clásicos del enfoque sistémico, como el de “pautas relacionales”, que está a mi juicio cargado del significado de lo puramente externo de la interacción. La idea de modos vinculares alude a la organización de los aspectos emergentes de la relación, es decir lo que le es propio y único y no es comprensible desde las individualidades, pero que a la vez incluye al “sujeto en el vínculo” (el espacio intersubjetivo creado en esa relación), al señalar una conexión conceptual con la idea de los “modelos de estar-con” y con las representaciones. Stern se refiere a este concepto cuando escribe: “Partiré del supuesto de que estas representaciones se basan y se construyen principalmente a partir de 15 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar la experiencia interactiva, y más precisamente de la experiencia subjetiva de estar con otra persona. Por consiguiente, describiré estas representaciones en términos 30 de modelos de estar-con” . Los modos de regular las conductas recíprocas de apego tienen una importancia evolutiva que ha sido ampliamente estudia3,11, 15, 18, 30 . Esta regulación es co-evolutida va con la modulación de estados de activación emocional y fisiológica asociados a situaciones experimentadas como inseguras. “La activación de conductas de apego depende de la evaluación por parte del infante de un conjunto de señales del entorno que dan como resultado la experiencia subjetiva de seguridad o inseguridad. La experiencia de seguridad es el objetivo del sistema de apego, que es, por tanto, primero y por encima de todo, un regulador de 16 la experiencia emocional” (Fonagy) . Su transformación evolutiva es fundamental, puesto que su congruencia con la etapa de desarrollo se relaciona con la modulación de los afectos en las alternancias entre acercamiento y alejamiento, la capacidad para hacerse parte de vínculos estables y para enfrentar situaciones nuevas y, por lo tanto, con el desarrollo de una autonomía y autoimagen suficientes somo sujeto social. También se relacionan con estos procesos los modos de regular las fronteras y la permeabilidad afectiva en las relaciones. Igualmente son determinantes para el desarrollo los modos de resolver conflictos en el contexto de las relaciones de apego, tales como el ajuste entre el desafío recíprocamente autoafirmativo y el ceder en una situación de conflicto entre uno o ambos padres y un hijo, o los conflictos relacionados con la intrusión parental en la privacidad de un hijo, ajustes que implican la integración de cierto grado de agresión compatible con la conservación de un vínculo seguro. Aunque constituyan los elementos del “sistema no compartido” y por tanto el terreno específico de la experiencia personal Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar del hijo/a, los modos vinculares evidenciables en interacciones diádicas o triádicas, siempre son “en-contexto”, es decir, no son aislables de otras configuraciones de la familia. En este sentido es importante considerar el acoplamiento entre los modos vinculares de las relaciones entre cada progenitor y el hijo y los modos vinculares de la pareja parental. Las fronteras, intercambios y compensaciones entre la relación de pareja y la parentalidad han sido extensamente tratadas, desde diferentes enfoques teóricos. Según Peter 5 Blos , el delicado equilibrio que impide que las “fantasías de inmortalidad y renacimiento” de los padres se hagan parte de la vida real del niño depende de dos factores: “Ambos progenitores –probablemente uno más que el otro– actúan como control recíproco, evitando así que las fantasías respectivas se introduzcan indebidamente en sus prácticas de crianza y en su relación con el vástago. A su vez, antes de alcanzar la pubertad, el niño ya ha levantado una barrera contra la influencia contaminadora de las fantasías parentales con respecto a a él. Esta barrera se ha fortalecido con el apoyo de las influencias correctoras de un medio social que no cesa de ampliarse”. Este “control recíproco” (yo diría, regulación recíproca) en la relación de pareja implica que las tensiones y ansiedades de la relación puedan ser contendidas en el espacio intersubjetivo de la pareja, el cual incluye las representaciones y los sentimientos de cada miembro relacionados con su identidad de madre o padre. Lo que no es contenido en ese espacio puede ser “traspasado” a los modos de relación con un hijo/a, el cual experimenta así sus propias tensiones y ansiedades evolutivas en forma amplificada. En la conceptualización psicoanalítica, esto ocurre mediante los procesos de identificación proyectiva, es decir la inducción de un padre o madre, desde sus propias necesidades emocionales, hacia un hijo o hija, a desempeñar determinaDe Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 das funciones o a experimentar ciertas emociones. Se pueder pensar, más sistémicamente, que estos procesos son recíprocos, aunque considerando que las diferencias generacionales afectan el grado de influencia mutua y por tanto implican diferencias de responsabilidad. Desde esta lógica puede entenderse la frecuente observación de que la involucración de un hijo/ a, y sus consecuencias en el desarrollo, puede ser co-evolutiva con los conflictos de pareja de los padres. II. Dilema terapéuticos en la consulta familiar centrada en un hijo o hija En la referencia a un hijo o una hija –quien vive su infancia, niñez o adolescencia– se define aquí la relación que está en juego desde el primer contacto con algún miembro de la familia (progenitor, pariente, derivador): no se trata de un niño aislado de su mundo vincular: es hijo o hija de quienes él o ella considera su madre y/o padre u otra figura parental. Por lo general uno o ambos padres perciben su sufrimiento, se sienten responsables, o padecen las consecuencias de sus conductas o les preocupa su futuro (qué podemos hacer, en qué cambiar), o reciben quejas y señales de preocupación de parte de otros adultos involucrados (profesores, médicos, parientes). El proceso que lleva a un niño con una conducta sintomática a hacerse parte de una terapia familiar sigue muy distintos caminos, que parten por lo general de la preocupación parental o la derivación por un especialista (psicólogo, psiquiatra, neurólogo) o por un profesor. La naturaleza del motivo de la consulta define diferencias importantes para el objetivo y las posibilidades de una terapia. Por ejemplo, para el sentido de una terapia no es lo mismo –en términos su significado, de las tareas que implica y de sus límites– un hijo/a que se describe en términos de una conducta llamativamente hiperactiva 16 Dilemas sobre el diagnóstico individual Desde los inicios de la práctica sistémica hubo preocupación por el efecto estigmatizador y patologizador del diagnóstico individual. Había una crítica epistemológica y clínica a la acción de diagnosticar. La postura puede resumirse así: dentro de la complejidad de la causalidad circular que involucra al sistema relacional, se escogen elementos coherentes, se les aplica una categoría, que funciona a partir de entonces como explicación y como atribución causal, proceso que rigidiza y mantiene el problema. Parte de la crítica se dirige al hecho de que, bajo la creencia compartida entre “experto” y “no experto” de que el diagnóstico correcto lleva a decisiones correctas, se omite que el diagnóstico implica una decisión y que quien diagnostica se basa en sus propias coherencias y lo hace en un contexto relacional y cultural específico. Es una acción no neutra: tiene consecuencias que modifican la configuración del contexto que incluye al que establece el diagnóstico. Cuando un diagnóstico se da en un vínculo tiene efectos recíprocos y alcances éticos. En un proceso terapéutico, las conductas sintomáticas (de “symptoma”: co-incidencia) operan como un enigma que llama a ser aclarado. En el lenguaje y el sistema de explicaciones del terapeuta, un síntoma puede ser, por ejemplo, un indicador de que el desarrollo psíquico se ha detenido en una fase determinada, o de que existen determinados conflictos intrapsíquicos, de que la díada madre-hijo funciona con una pauta de apego inseguro o que el niño expresa la pérdida afectiva en la pareja, o de que los sistemas neuroquímicos cerebrales o las redes neuronales no funcionan adecuadamente. Estos enfoques, tan diferentes, son difícilmente disociables del operar del profesional. A pesar de esta postura crítica, los esfuerzos por no diagnosticar a veces parecen más retóricos que reales. Las clasifica17 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar desde las primeras fases de su desarrollo a otro que presenta ansiedad de separación recurrente en las etapa transicionales; o un niño con síntomas emocionales relacionados con situaciones de violencia en su familia. Los terapeutas deben tomar en cuenta estas diferencias y ser cuidadosos cuando explicitan las posibilidades y los límites de una terapia, o cuando proponen formas alternativas de evaluación o intervención. Una diferencia que enmarca desde el primer momento la perspectiva y el escenario que construye el terapeuta y en el cual elabora las opiniones, propuestas y decisiones que señalan el rumbo del proceso terapéutico, es la etapa de desarrollo del hijo o hija: proporciona el marco evolutivo de la terapia. El conocimiento de las distintas dimensiones de los procesos evolutivos, de sus complejas secuencias, sus variaciones normales, los indicadores de patología, la posible evolución en la vida adulta de un determinada pauta evolutiva, las posibilidades de cambio, etc., contribuyen a orientar el proceso y las técnicas terapéuticas y a fundamentar decisiones relacionadas con intervenciones específicas. La pregunta acerca de la necesidad de una evaluación del desarrollo o de los síntomas individuales del niño genera otras preguntas: ¿cómo darle un sentido terapéutico a la decisión y a la información que proceda de la evaluación, de modo que sea un proceso liberador para el sujeto en desarrollo y no se acentúe en la organización vincular el señalamiento y la estigmatización y por tanto la escición que implican? Dicho en otras palabras, se trata de construir esta evaluación del desarrollo sobre la base de un diálogo relacional integrador y elaborar de la misma forma sus resultados. Con la misma lógica hay que plantearse si es necesario otro tipo de intervención (psiquiátrica, neurológica, psicopedagógica, fonoaudiológica) y cómo establecer una relación de colaboración con el otro profesional involucrado (¿directamente o a través de la familia?). Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar ciones diagnósticas han proliferado, se han perfeccionado, funcionan cada vez más como un lenguaje compartido en el mundo científico y ya pasan a ser parte del lenguaje común: la cultura los incorpora y adquieren connotaciones específicas. Pero el terapeuta es parte de la cultura, no puede sustraerse a ella ni menos cambiarla desde la intimidad de la terapia. Puede, sí, contribuir a que los condicionantes culturales no aprisionen a la familia y a las personas. Por otra parte, la intención de “no diagnosticar” puede tener otras consecuencias: la negación de experiencias que hay que reconocer y nombrar para que puedan ser examinadas en toda su complejidad y aceptadas en su validez personal e interpersonal, como paso necesario para su posible transformación. Si es factible salir de estas contradicciones será trabajando en ellas. El diagnóstico impuesto desde la autoridad experta tiene un beneficio limitado en la realidad familiar y personal, aunque tenga utilidad como instrumento institucional y científico. Cuando hay deficiencias en algún aspecto del desarrollo (por ejemplo, en los “trastornos generalizados del desarrollo”), parte de la terapia puede ser el proceso de diagnóstico que lentamente hacen los propios padres, con la conciencia y la aceptación de lo que éste importa para el futuro individual y familiar. También se plantean importantes dilemas cuando las categorías que se aplican corresponden a las mismas usadas para adultos (por ejemplo, depresión) y por lo tanto para los padres un diagnóstico puede tener profundas implicancias presentes y futuras, en una etapa del desarrollo en la que resulta difícil distinguir lo que es transitorio de lo que será permanente. El diagnóstico, como una co-construcción personal y familiar contenida dentro del proceso terapéutico, puede partir desde las palabras que están más a mano en el lenguaje propio y llegar a constituir un elemento evolutivo y liberador. Esta postura De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 no implica negar la dimensión psicobiológica que intenta atrapar el diagnóstico: un diagnóstico supone también una conciencia acerca de los que ocurre en dicha dimensión y lo que implica para el sujeto. La cuestión es más bien cómo se “distribuye” esa conciencia en el mundo vincular del cual el terapeuta se hace parte. A la inversa, esta postura permite que se elabore un sentido compartido a partir del propio lenguaje de los sujetos implicados. Consecuencias prácticas: • Indagar acerca de cómo es nombrada la conducta sintomática o qué tipo de términos se usan en la familia en referencia al problema que ha motivado la consulta. • ¿Qué atribuciones o explicaciones le dan a la conducta sintomática? • Al preguntar sobre consultas previas, indagar sobre los diagnósticos que han dado otros profesionales, cómo han sido entendidos por los miembros de la familia, incluyendo al niño, siempre de acuerdo a su capacidad de comprensión. • Es necesario plantearse la posibilidad de otro tipo de intervención paralela a la terapia con la familia, en especial cuando la conducta sintomática afecta en forma importante el desarrollo del niño, su vida familiar y social, o lo pone en situaciones de riesgo. En este tipo de eventos clínicos, la terapia con la familia puede ser muy fructífera a condición de que el espacio terapéutico esté adecuadamente protegido. Es decir, se deben construir las condiciones para que un proceso terapéutico sea posible, lo cual puede requerir una evaluación individual de los síntomas y eventualmente una indicación de psicofármacos. La tarea en la terapia será integrar esta experiencia y darle un sentido terapéutico y protector y no designador (en el sentido de ocultador de otras realidades) para el niño. 18 Dilemas sobre el encuadre: ¿quiénes, de ambos padres, incluso si asisten por secómo, cuándo? parado. ¿Cómo conciliar la participación del niño con el diálogo entre adultos? ¿Cómo responder a las inquietudes de los padres sin excluir al niño de la sesión? ¿Se necesitan sesiones con los padres solos? ¿O con el niño solo? Y si los padres estan separados, quiénes asisten a las sesiones? ¿Asisten todos los hijos o sólo aquél que ha motivado la consulta? Éstas son algunas de las preguntas que inevitablemente se plantea un terapeuta cuando el motivo de consulta esta centrado en un hijo, preguntas que ha tenido respuestas distintas durante al evolución de la terapia familiar. Desde la “batalla por la estructura” de Whitaker (la asistencia de toda la familia era condición para la terapia), hasta las terapias estratégicas en las que asisten quienes están motivados para el cambio, o las terapias constructivistas sociales, hay cambios en los métodos y en las premisas que los sustentan. Cuando la consulta está centrada en niños es difícil pensar en un método-patrón predeterminado. Existen diferencias dadas por el marco evolutivo (la etapa de desarrollo ) por el tipo de problema presentado y por la configuración relacional del sistema consultante. Es importante que el encuadre esté al servicio del proceso terapéutico y tratar de que este proceso no esté contreñido por un determinado encuadre. La cuestión que debe plantearse el terapeuta es qué sentido tiene para el proceso terapéutico en un momento dado la presencia o la exclusión en la experiencia terapéutica de cada miembro de la familia, cómo se decide esa participación y en qué forma se da (voluntad, necesidad, obligación, coacción, etc), es decir, cómo la propia familia participa en la decisión del encuadre. En especial se plantean dilemas complejos cuando hay conflictos de pareja o cuando los padres estan separados y mantienen una relación de conflicto que pone la hijo en situaciones de tensión por la participación Ante la propuesta de una terapia con la familia y por tanto frente a la expectativa de asistir juntos padres e hijos, las inquietudes de quienes participan en el sistema terapéutico suelen ser diversas: Razones parentales frecuentes para asistir a sesiones sin los hijos: 19 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar • Para no perder la autoridad parental: quizás es una de las razones aducidas con más frecuencia. “Aquí quedamos desnudos frente a él” . Esta frase es escuchada con frecuencia, formulada casi textualmente. Especialmente a los padres de escolares mayores o adolescentes les es difícil quedar expuestos a la “realidad” de que su hijo/ a los observa y enjuicia en su debilidades en tanto padres y con frecuencia se coluden como díada parental en esta mutua protección. • No debemos involucrarlo en nuestros conflictos. • Nos preocupa que nuestro hijo se haga “demasiado consciente” de sus problemas y eso lo perjudique. • No queremos que escuche lo que decimos de él: en general se refieren a preocupaciones que, piensan, el hijo puede entender como críticas o rechazo. • No queremos que sepa ciertos secretos o fragmentos de su historia que podrían afectarlo o dañarlo. • Para que “podamos hablar tranquilos” • Queremos que pueda comunicarse libremente, pueda abrise, sin la interferencia de nuestra presencia. • Las causas de los problemas de nuestro hijo radican en nuestros conflictos de pareja y es necesario solucionarlos antes de ocuparse de él. Razones de los niños para asistir con o sin sus padres bla en la terapia puede dañar al niño. La respuesta emocional del terapeuta ante estas escenas suele ser de tal magnitud que le impida ver otros aspectos de la relación o incluso tener respuestas terapéuticas que serían protectoras para el niño. Por otra parte, y más allá del valor terapéutico de la terapia con la familia que fue explicado antes, al no incluir a los niños el terapeuta enfrenta otras dificultades, tales como éstas: • Hacerse cargo del hijo o “sustituir” a los padres, o bien competir con ellos en las tareas parentales relacionadas con el desarrollo emocional. • Darle al niño una figura parental idealizada que contrasta con su realidad familiar • Excluir e invisibilizar lo que emerge en la interacción (manteniendo o aun amplificando de esta manera las “defensas” familiares y personales). En las etapas tempranas del desarrollo la presencia un niño debiera tener un claro sentido terapéutico: es la situación en que más claramente la participación del terapeuta debe centrarse en los modos vinculares y evitar el foco en el diálogo entre adultos en presencia del niño. Si éste fuese necesario, cuando se ha consolidado una alianza terapéutica que incluye el vínculo entre el terapeuta y el o los niños, es posible alternar sesiones conjuntas con sesiones con los padres solos. Como escriben Carpenter y 7 Treacher , “los niños deberían ser invitados a las sesiones de terapia sólo si sus contribuciones han de ser oídas y utilizadas”. La decisión de realizar sesiones con el niño solo es complicada: si se toma esta decisión, ¿cuál es su sentido terapéutico?. Una razón frecuente es la necesidad de una evaluación individual. Sin embargo, en especial en el inicio de un trabajo terapéutico, los enredos relacionales pueden ser de tanta complejidad, que se ponen en juego factores que el terapeuta no alcanza a registrar. Un ejemplo al respecto puede ser la necesidad compartida por ambos padres de La posibilidad de sesiones separadas con el hijo y los padres en forma regular o episódica despierta reacciones distintas de acuerdo a la configuración evolutiva y relacional. En los escolares puede haber ansiedad de separación o sentimientos de amenaza ante la expectativa de relacionarse con una persona externa a los vínculos familiares. También suele ser explicitado un temor de que en las sesiones se vivan momentos de tensión o de que se los critique o señale como culpables de los problemas y del sufrimiento de sus padres. En la adolescencia temprana es común que el hijo entienda la asistencia individual como intromisión en su privacidad o como intentos de control de parte de los padres, pero también pueden tener razones más protectoras hacia ellos. Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Razones del terapeuta para incluir o excluir a los niños en las sesiones Desde la perspectiva del terapeuta, la inclusión de los niños puede plantear inquietudes respecto del sentido terapéutico y la eficacia clínica que tenga este encuadre. Para empezar, la presencia de niños requiere de mayor flexibilidad, tolerancia al desorden y capacidad de improvisación. A menudo el terapeuta coincide con los padres en el argumento de que el niño se expresará mejor sin la presencia de éstos, hecho que a menudo es considerado como terapéuticamente útil y, más aún, necesario. También es posible que al terapeuta le sea dificil tolerar la experiencia de ser testigos de escenas en las cuales los padres tienen actitudes o expresiones que pueden ser calificadas de maltrato emocional (descalificaciones, culpabilizaciones, falta de empatía, etc.) y que probablemente los niños viven en su casa con frecuencia. Es frecuente que el terapeuta se plantee la pregunta, tanto o más que los padres, de si aquello que se haDe Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 20 disociar aspectos relacionales difíciles y focalizar sus ansiedades en el hijo como individuo. Si el motivo de consulta está centrado en un hijo, en general es recomendable focalizar las relaciones padres-hijos y no excluir al hijo mientras no estén suficientemente diferenciados los problemas de la pareja. En este sentido los síntomas o motivos de preocupación por parte de los padres son una buena brújula. No es raro que una terapia de la pareja se frustre si es indicada por el terapeuta cuando observa conflictos en ese plano de la relación, sin que sea una demanda explícita y consistente de los padres y los problemas del o los hijos no se hayan desconectado en forma suficiente y evolutiva de la relación de pareja. La asistencia de hermanos puede ser terapéuticamente fructífera si no se pierde el foco en el hijo que motiva la consulta mientras sea necesario, puesto que aportan una visión “externa” respecto de las díadas o tríadas más involucradas, pero a la vez son partícipes del mundo relacional compartido en la familia. Es necesario cuidar que la presencia de hermanos no se transforme en un “escudo” (o un distractor) familiar que impida abordar aspectos relacionales que suelen estar fuertemente condensados en la conducta sintomática y los vínculos implicados en ella. La contribución de los hermanos en la tarea de desrigidizar esta condensación puede ser muy importante para el niño con conducta sintomática y también liberadora para ellos, quienes con frecuencia sufren desde una posición de involucración (por ejemplo, cuando toma posiciones parentales para poner límites, o asumen el papel de denunciantes de situaciones invisibilizadas) o de expectadores distantes del sufrimiento, intentando “no causar más problemas”. Cuando la diferenciación de la conducta sintomática y sus elementos relacionales esta más definida, la presencia de los hermanos deja de ser en tanto “co-terapeutas” y se hacen parte en tanto sujetos del proceso terapéutico. Distinta es la situación si el motivo de consulta está centrado en las relaciones familiares, lo que suele ser frecuente en familias con hijos en la adolescencia temprana. Consecuencias prácticas 21 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Para la sintonía del terapeuta con las dinámicas que se juegan en estas posturas es útil una visión evolutiva del encuadre, que permita ajustar sus propuestas a las necesidades y posibilidades del proceso terapéutico en una fase determinada y a la etapa del desarrollo. Es aconsejable realizar la primera sesión motivada por problemas de un hijo con la presencia de éste y eventualmente con uno o más hermanos: permite priorizar el conocimiento mutuo, le creación de la confianza y atenuar los prejuicios con los que llegan tanto los padres como los hijos. Con frecuencia los padres piden una entrevista inicial sin su hijo: además de ser la forma habitual de consulta en el ámbito psicológico y psiquiátrico, suelen tener razones especiales que es necesario saber antes de aceptar este tipo de entrevista. Es una decisión que puede tener consecuencias en el proceso terapéutico que eventualmente se inicie, por ejemplo: • Si el terapeuta conoce primero a los padres conocerá al hijo a través de ellos, lo que puede afectar su libertad para construir después con él una relación diferenciada, lo cual afecta la construcción de una alianza terapéutica. • Si excluye la experiencia de la interacción padres-hijos en un momento sensible como es la primera entrevista, define implícitamente esa interacción como amenazante. • Si un niño escolar queda en la sala espera mientras sus padres hablan con el terapeuta, éste debe considerar las intensas fantasías que tendrá acerca de “qué se habla sobre mí”. Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Dilemas sobre la duración y los objetivos de la terapia conducta sintomática vuelve a hacerse notoria, a veces en relación con una crisis transicional. También es frecuente que los terapeutas infantiles tengan la experiencia de que las terapias duran entre 2 y 5 sesiones y que los padres vuelvan a consultar en 30 etapas posteriores, lo que D. Stern nombra “tratamiento breve en serie”, opción que no considera un fracaso del proceso terapéutico, “sino la mejor manera de realizar una psicoterapia aplicada a las relaciones entre padres e hijo. Representan el logro de la familia (y a veces del terapeuta) de hallar una forma temporal de tratamiento que se ajusta mejor a un sistema (la familia) y a un organismo (el bebé) que se desarrollan con gran rapidez. Sugiero que el tratamiento breve en serie es la forma más deseable de tratar los problemas de relación entre padres e hijo, una adaptación necesaria para este tipo de desarrollo temprano”. ¿Cuánto durará la terapia? ¿Cuáles son sus propósitos? Son preguntas frecuentes de los padres y también de los hijos, de acuerdo a su edad. En la respuesta nuevamente hay que tomar en consideración el desarrollo: muchos de los motivos de consulta de los padres se refieren a conductas sintomáticas que tienen una historia, que no han aparecido bruscamente ni como aparente respuesta a situaciones ambientales y que se pueden entender como producto del dinámico entre entre pautas madurativas específicas y ambientes específicos. Un proceso terapéutico ocurre en una determinada etapa y es motivado con frecuencia porque algún evento ha quebrado el equilibro evolutivo del niño y de su mundo relacional, pero es posible que las características centrales de la conducta manifiesta del niño hayan sido notorias en cierto grado. También puede ocurrir que la conducta sintomática irrumpa dentro de una trayectoria evolutiva que desde la perspectiva de los padres no ha sido motivo de inquietud. Ejemplos de lo dicho son los niños con déficit atencional, que tienen singularidades en su nivel de actividad y otras características temperamentales desde la lactancia y que no se adaptan al incremento de las exigencias de la actividad escolar; o los niños con síntomas ansiosos en la situación escolar que han tenido una forma de apego ansioso, con ansiedad de separación en varias transiciones del desarrollo. Es sabido que una terapia con una familia no da como resultado una “estabilidad completa” en sus procesos evolutivos. A menudo los padres valoran la experiencia, aún cuando no constaten una total mejoría sintomática, más que el propio terapeuta. Sin embargo no es raro que al tiempo de terminada una terapia breve (la mayoría de las terapias familiares duran entre 5 y 7 sesiones) los padres recurran a otro tipo de especialista en problemas infantiles si la De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Consecuencias prácticas: Es recomendable por lo tanto tener cautela en la predicción y en la propuesta de la duración de una terapia, en especial cuando la conducta sintomática revela un compromiso importante de los procesos de desarrollo. Se puede plantear un tiempo limitado evaluable y redefinible y tomar las decisiones en conjunto con los padres y, según la edad, con el propio hijo que motivó la consulta. También es posible predecir la posibilidad de que la conducta sintomática reaparezca bajo determinadas circunstancias y anticipar la eventualidad de un “reciclaje” de la terapia. Otra posibilidad es que el tiempo entre las sesiones se amplíe, cuando la evolución lo permita (por ejemplo, cada 2 o 4 semanas), de modo que el proceso terapéutico abarque un período mayor de la fase evolutiva que está comprometida por la conducta sintomática. 22 III. El mundo de una terapia familiar con niños Muchos autores han reflexionado sobre el mundo que emerge en la experiencia que llamamos terapia. Aplicaré aquí algunos conceptos derivados de estas reflexiones a la terapia familiar orientada al desarrollo infantil. Usando las ideas de de Winnicott 24 (en Th. Odgen) , se puede considerar al sistema terapéutico como un espacio potencial (“área intermedia de la experiencia, situada entre la realidad psíquica interna y la realidad real o exterior”) en el cual se generan las condiciones para un diálogo integeneracional afectivo que contribuye a crear un ambiente “facilitador” del desarrollo. Fonagy entrega una visión que enfatiza el desarrollo de la capacidad de mentalización: “La internalizacion de la preocupación del terapeuta por los estados mentales facilita la capacidad del paciente para una preocupación similar hacia su propia experiencia. El respeto por la mente genera respeto por el self, respeto por los demás y, en último término, respeto 16 por la comunidad humana” (P. Fonagy) . Desde el enfoque sistémico C. Whitaker habla de un encuentro existencial y M. Andolfi describe el sistema terapéutico como el “tercer planeta”, aludiendo a que tiene su propia realidad y su propia legalidad, asimilable al “cómo si” del juego, pero a la vez en él se habla de los mundos de la vida real y se escenifican las representaciones relacionales subjetivas de los partícipes. Por ejemplo, los diálogos hacen referencia a la vida escolar de un hijo/a, con toda su complejidad (integración social, aceptación de normas, autonomía, desarrollo de competencias, autoestima, identidad, etc.), mientras en la escena terapéutica se escenifican los modos vinculares en lo cuales dichas dimensiones personales se modulan. Ya antes de llegar a una terapia, la familia está en una “predisposición” construida durante el proceso de tomar la decisión de 23 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar consultar (proceso que suele ser largo y a veces con algún intento frustrado) o antes de cada sesión. La presencia del terapeuta activa en el mundo familiar un despliegue específico. Se puede decir que opera como un elemento proyectivo: el sistema se configura tan sólo por su presencia en la escena, activa sus modos de relación y exhibe sus visiones de mundo ante cada pregunta u opinión del terapeuta. Se crea un mundo diferente y a la vez similar al de la vida familiar, en el que se reproducen los modos vinculares y el terapeuta ocupa un cierto lugar. En este mundo relacional paralelo se viven tanto la experiencia de los conflictos o conducta sintomática como la experiencia de los pequeños pasos de transformación relacional y de cambios en la experiencia subjetiva. También en él se replantean las grandes preguntas que los modelos teóricos intentan responder: ¿dónde está la causa o el origen del problema?; ¿es un problema individual o relacional?, preguntas que tienen a veces dramáticos trasfondos emocionales y éticos. La presencia de niños con uno a ambos padres y a menudo con hermanos en una sesión terapéutica produce en uno o en la terapeuta un tipo de experiencia cualitativamente singular. Algunas características de esta experiencia son: • Una orientación predominante hacia la interacción y el presente. • Una experiencia integrada de los elementos de la escena terapéutica (los distintos niveles de la interacción y sus regulaciones). • Una experiencia vivida de las tensiones y distensiones del sujeto en el sistema relacional. Examinaré con mayor detalle estas características, puesto que constituyen el mundo en el cual el terapeuta “se encuentra” con los otros y construye el sentido de su tarea. La participación de niños facilita (se podría decir incluso que impone) una orientación al presente, un presente escenificado que Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar actualiza una historia y anticipa un futuro. Esta orientación provee una conciencia afinada sobre los elementos de la experiencia que constituyen los vínculos, y que por tanto involucran una continuidad y una identidad. 32 Siguiendo conceptos de F. Varela , se puede decir que el diálogo intergeneracional del espacio terapéutico está constituido por el interjuego de esas acciones encarnadas y de saberes implícitos, puesto que “la mayor parte de nuestra vida mental y activa pertenece a la categoría de acción inmediata, que es transparente y estable, adquirida a través de nuestra historia” y que “el mundo que conocemos no está pre-establecido; más bien, es un mundo enactuado a través de nuestra historia de acoplamiento estructural, y los goznes temporales que articulan la acción están enraizados en el número de micromundos alternativos que son activados en cada situación”. Este concepto es ilustrado cuando a veces en los diálogos terapéuticos se genera una sensación de atemporalidad cuando emergen en los padres recuerdos de su niñez, conectados con la emocionalidad de la escena actual y ante una actitud que con frecuencia es comprensiva e incluso apoyadora del hijo/a que ha sido motivo de quejas o de preocupación. La observación de la interacción de los discursos, de la expresión facial y la gestualidad, de la orientación corporal, el movimiento y el uso del espacio, permite darle sentido a la escena. Es como si “la acción encarnada” se hiciese visible como un saber implícito coordinado de los miembros de una familia, de distintas edades, con las constantes negociaciones y tensiones que esa coordinación implica (la coreografía, de Keeney). La escena misma, imaginada en cámara lenta o detenida, puede verse como una representación del espacio intersubjetivo o mundo vincular de la familia. Buena parte de la espectacularidad de la acción de los terapeutas familiares de De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 la primera generación (Ackerman, Whitaker, Minuchin, entre otros) se basó en la habilidad que desarrollaron para captar esta “danza familiar” y hacerse parte de ella con un sentido terapéutico y muchos de sus desarrollos teóricos provienen de la cuidadosa y sistemática observación de este tipo de escenas. La modulación emocional y su distribución colectiva están integradas en la escenificación. Los estados emocionales individuales se modulan en contexto y por lo tantos desde los “estados vinculares”, lo que permite observar directamente cómo la emocionalidad es transmitida entre los actores de la interacción. Cada uno la recibe, la expresa y la vivencia con distinta intensidad y significado, diferenciación que depende del lugar que ocupa en la configuración relacional. Por esto se puede decir que a veces la emoción es “depositada” en algún miembro en particular. De la misma manera permite al terapeuta –quien participa diferenciadamente en esos vaivenes emocionales– vivenciar las emociones que la familia “deposita” en él, cuando, por ejemplo, percibe el dolor emocional de uno o más miembros de la familia que es colectivamente negado por el conjunto. La interacción entrega elementos inmediatos que ilustran o complementan la descripción de la conducta sintomática del hijo y de las actitudes o respuestas parentales y permiten construir una comprensión progresivamente compleja y abierta a una transformación evolutiva. El relato de los padres da cuenta de la visión particular de cada uno de ellos, lo que a su vez revela las pautas de la relación parental. La presencia del hijo también hace que éste tenga su propia voz y se haga parte de una tarea colectiva de construir una perspectiva del proceso sintomático. La presencia de niños y la primacía de la interacción y del presente tiene consecuencias en los relatos de las sesiones de terapia: toda historia es encauzada, 24 enmarcada, enriquecida y significada por la escena en la cual este relato ocurre. Los padres cuentan una historia no sólo para el terapeuta sino para los niños y estos hacen preguntas o comentarios que modifican el relato. Las limitaciones que esta forma puede tener, en el sentido de sus falencias en información, en comparación con las minuciosas historias obtenidas en entrevistas entre adultos (terapeuta-padres), son compensadas largamente por la riqueza que esta interacción entre pasado-presente y esta reconstrucción colectiva de la historia. Si se justifica una entrevista “entre adultos” para completar información, esta forma preliminar facilita una delimitación cuidadosa de lo que “realmente” no corresponde al ámbito de los hijos (por ejemplo aspectos de la relación de pareja). La motivación colectiva para la terapia, que implica una negociación relacional distinta a las terapias individuales y que nunca es totalmente homogénea, resulta una expresión evidente de las tensiones de la diferenciación en el mundo vincular de la familia. Lo mismo ocurre cuando se genera un relato colectivo del motivo de consulta. En este sentido el proceso de individuación de un hijo, acorde con su etapa de desarrollo, se pone en juego en el espacio intersubjetivo de la escena terapéutica. Al conformar el terapeuta vínculos diádicos con cada miembro de la familia ante los otros, o mediante las “preguntas circulares”, que configuran un diálogo relacional-temporal, emerge la posibilidad de una expresión subjetiva protegida y resignificada. Progresivamente la familia se hace parte de la construcción de este espacio potencial en el cual la subjetividad de los individuos tiene expresión sin reforzar o rigidizar las defensas de los otros, lo cual favorece el desarrollo de la capacidad de mentalizar del niño y hace posible la construcción de nuevas realidades. La atención a la experiencia de las “tensiones y distensiones” entre sujeto y sistema relacional, vividas por el propio terapeuta en conexión intersubjetiva con un niño presente en la escena terapéutica, permite que las intervenciones co-construidas con la familia tengan la multidimensionalidad de una comprensión a la vez sistémica y evo34 lutiva individual . El niño como sujeto del proceso terapéutico 25 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Un aspectos central de la tarea terapéutica es el reconocimiento del niño como sujeto, puesto que es un camino en la apertura de un espacio intersubjetivo en la relación padres-hijo/a. Para el niño puede significar un alivio sentir que tiene un interlocutor ante los padres. Facilita su cooperación y aporte y por lo tanto le da sentido a su presencia en las sesiones. Permite que los padres conozcan mejor a su hijo y amplíen el diálogo afectivo con él y su conciencia y comprensión del problema que los aqueja. Otra consecuencia terapéutica es el incremento del sentimiento de autoría del niño, no en tanto tenga que “dar explicaciones” por su conducta, lo que por lo general restringe el diálogo al intercambio de culpas y reproches y estabiliza una identidad negativa y sentimiento de fracaso tanto en el hijo como en los padres. Más bien se trata de que el niño aparezca como sujeto en el mundo relacional de la familia, con sus propio modo de interesarse, de entender la conducta de sus padres y hermanos y su propia perspectiva dentro de la tarea colectiva de la terapia. En la escena terapéutica los modelos de estar-con de un niño se activan. Pero la escena no es diádica: esta con-otros, más aún, esta con la relación entre otros. Es decir sus modos estar en una díada se evidencian como no aislables del contexto del cual esa díada es parte. Cualquiera sea su edad, tiene un modo de estar en la escena, un cierto entonamiento emocional y un modo de comprenderla. Las expresiones de esta par- Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar ticipación dependen de su etapa de desarrollo. Por ejemplo, en un preescolar se observa su modo de estar-con y su etapa evolutiva (tanto en el sentido de sus capacidades como de los conflictos propios de la etapa) a través de su movilidad, acercamiento-alejamiento, centralidad o marginación, verbalizaciones, juego, conductas que son sintonizadas con el clima afectivo de la sesión e incluso en particular con la emocionalidad de otro miembro de la familia: éste es su modo de de hacerse parte y opinar. Aquí hay que tomar en consideración que “la investigación infantil en particular, nos muestra que, mucho antes que las palabras adquieran su relevancia, se adquieren procedimientos para estar con otros que varían notablemente en una serie de dimensiones, como la probabilidad de implicar a otros en intercambios positivos, o las emociones que se exhiben o no se exhiben ante los demás, o la información social y afectiva que se recoge de los otros, o la efectividad de los medios empleados para obtener de los otros ayuda o bienes21 tar” (Lyons-Ruth) , y que “la estructura de tipo narrativo puede considerarse la contrapartida inevitable de la conducta motivada y orientada hacia un objetivo, por lo que su comprensión debería aparecer mucho antes que la capacidad de producir 30 verbalmente esas estructuras” (D. Stern) . Aunque no se exprese en forma verbal, un niño siempre está valorando, interesándose, anhelando, temiendo, rechazando, eludiendo, etc. Anticipan la conducta de los adultos. Si perciben alguna tensión en sus padres, su conducta se modula de acuerdo a ese clima emocional. Si se atiende a lo que dice el sujeto-niño se puede escuchar no sólo sus reclamos impulsados desde sus necesidades evolutivas sino que también, y con mucha frecuencia, sus ansiedades alimentadas desde una posición parentalizada en relación con la vida emocional de sus padres. Estas disposiciones en sesión están conectadas tanto al clima emergente de los De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 “estados vinculares” como a las tensiones de las relaciones intergeneracionales propias de la etapa evolutiva. Por ejemplo, en la adolescencia temprana, con la actitud del hijo en la escena terapéutica, manifiestan su disposición para una decisión parental que puede generar sentimientos de falta de libertad y de intromisión en su privacidad, al tiempo que en esa actitud “defensiva”, evidencian la tensión colectiva en torno a la posibilidad de apertura y de diferenciación en el sistema relacional. El diálogo intergeneracional La sesión de terapia con niños consiste en un diálogo intergeneracional. Por ejemplo, el terapeuta es un adulto que puede estar cerca de un niño mientras éste juega, o jugar con él, al tiempo que conversa con los padres sobre sus inquietudes. A partir de esta cercanía y de los diálogos que establece con el hijo, puede recoger sus perspectivas acerca de lo que dicen los padres, o permitirle que exprese su propio sufrimiento subjetivo. Por otro lado puede pedirle a los padres que le expliquen al hijo sus preocupaciones, explicaciones o propuestas. También el terapeuta puede acercarse a los padres y reconocer sus intentos por ayudar al hijo, sus angustias por la incertidumbre que genera su conducta o sus sentimientos de impotencia y su sufrimiento personal, o bien tener un diálogo con ellos –o uno de ellos– sobre las representaciones que tienen del hijo y las explicaciones que elabora sobre su conducta. La historia que relatan los padres es enriquecida por la interacción y por las intervenciones de los hijos a través de preguntas, comentarios o reacciones, lo que permite ampliar la visión acerca, por ejemplo de la evolución de la conducta sintomática, sus antecedentes, posibles eventos familiares o personales desencadenantes; o bien los antecedentes sobre los primeros años de vida del hijo (su desarrollo emocional, 26 Juego y dibujo Me referiré aquí al uso del juego y al dibujo como técnicas terapéuticas que facilitan la participación de niños en las sesiones de terapia familiar, tomando en cuenta que el juego en la psicoterapia ha sido motivo de importantes estudios y textos. El juego en la sesión terapéutica puede adquirir diversos sentidos: ¿es metáfora, es intermediación, es mensaje? En un marco psicoanalítico, Winnicott lo considera un espacio transicional: es fantasía y realidad a la vez. Es otro nivel del “como si” propio del espacio terapéutico. “.....la técnica de interpretación del símbolismo lúdico, siempre ha tenido que enfrentar varios retos: a) la polisemia propia del simbolo b) la carencia de información pertinente de la vida del niño, ya que el juego le permite, justamente, la evasión o la otra escena que lo aparta del contexto adaptativo” (E. Dio 13 Bleichmar) . A partir de las técnicas na34 rrativas, Wachtel refiere que a través de juegos y narraciones “y una variedad de otros métodos que elicitan un material proyectivo, el terapeuta busca dar un sentido a las ansiedades y anhelos inarticulados y a menudo inconscientes del niño, que pueden ser compartidos con los padres como parte de un proceso colaborativo”. Consideraciones básicas para la propuesta de juegos son: la etapa de desarrollo del niño, la oportunidad y la configuración relacional presente en la sesión. Por ejemplo, la presencia de un niño preescolar hace que el juego sea la forma prevalente de interacción durante toda una sesión, mientras que un escolar mayor jugará si percibe que hay “permiso” o es invitado a hacerlo. Esta invitación puede ser entendida de distintas maneras por el niño. Por ejemplo, si es muy temprana en el curso de la sesión, el niño podría interpretar que la idea es que “los deje conversar tranquilos”, mensaje que puede tanto aceptar como no aceptar, aunque igualmente estará presente en la 27 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar las formas vinculares, los eventos familiares ocurridos durante su desarrollo). La interacción también enriquece la historia transgeneracional, como ocurre cuando se identifica un modo relacional específico entre uno de los padres y un hijo de determinada edad y se reconstruye el tipo de relación que tenía ese progenitor con su padre o madre a la misma edad, lo que permite establecer semejanzas y diferencias (las repeticiones y los intentos de diferenciación o de compensación). De esta manera los datos de la historia transgeneracional emergen conectados al presente y adquieren un sentido terapéutico para tanto para los hijos como para los padres. También es un camino que permite ampliar el campo de comprensión tanto de la conducta sintomática como de la conducta parental, aminorando las culpabilizaciones paralizadoras y flexibilizando las representaciones. Se visibilizan las conductas parentales del hijo hacia sus padres (sus conductas protectoras directas o indirectas, a través de contener sus propias necesidades y emociones) y los aspectos más regresivos de los padres en relación con sus hijos. Una tarea terapéutica difícil en esta compleja escena, es la “sintonía fina” con el mundo vincular de la familia, para co-definir el rumbo del diálogo y las prioridades temáticas. La presencia de un niño en sesión, que es motivo de preocupación parental, no sólo constituye por sí misma un foco preferencial, sino que ofrece al terapeuta una orientación y enmarca el sentido de los diálogos. A partir de la conducta sintomática o de la preocupación parental, y siempre retornando a ellas, se pueden seguir cursos que establecen diversas conexiones, que amplían el campo de comprensión y que en cada giro abren la posibilidad de una participación efectiva de un niño. escena. El jugar, entonces, será una forma de exclusión, con diferentes posibilidades: o bien consentimiento, con alivio, o bien ansiedad manifiesta o evasión, sin una exclusión real. Esta actitud del niño tiene un sentido relacional, puesto que su inclusión o exclusión del diálogo colectivo está asociado a diferentes estados de tensión relacional. Por lo tanto, mientras el niño juega, el terapeuta deberá considerar los posibles significados de la escena (¿qué nos dice el niño con su juego; qué transmite a sus padres?, ¿qué le digo al niño con el juego? ¿Y a los padres? ¿Y cuál es la actitud de los padres durante el juego? ¿Qué transmiten y cómo los entiende el niño?), además de los significados que se construyen a partir del juego mismo. El juego se inicia a menudo en forma espontanea por parte del niño, en especial si hay algunos juguetes u objetos a su alcance, o por iniciativa del terapeuta con un objetivo definido: facilitar un clima terapéutico o la comunicación con el niño, construir una relación de confianza y producir condiciones para que participe en la tarea terapéutica. Una vez iniciado puede ser totalmente libre, de modo que la creación sea su propuesta y su manifestación, o bien puede ser parcialmente dirigido o interactivo. • Dibujo de “su” familia o de “una” familia. Se le puede pedir que dibuje a “su familia” o definir si se trata de su familia en una determinada circunstancia (en un día tal o a tal hora o en tal evento) o que dibuje su familia como si cada personaje fuese un animal. • Dramatizaciones de escenas o episodios familiares con títeres o muñecos. • Conversaciones terapeuta-niño a través de una figura intermediaria (humana o animal, dibujada u objeto), en la cual el niño se proyecta. Un mensaje importante que el terapeuta puede transmitir durante el juego con niños y padres es que es posible conectar los mundos, que los niños tienen algún modo de comprender lo que ocurre y de transmitir su punto de vista o de proponer alternativas. La conversación sobre el juego, que puede incluir las versiones del terapeuta sobre su significado, no debieran tener un fin principal evaluativo, el que, si es sentido por el niño como una intromisión, podría desvirtuar el espacio terapéutico. Tampoco se trata de encontrar “la” interpretación correcta: lo que dice el niño o dicen los padres tiene validez en sí mismo y constituyen elementos del diálogo afectivo de la terapia. Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Tipos de dibujo y de juego que el terapeuta puede proponer al niño: Modos vinculares ante el terapeuta y con el terapeuta • Ilustración de una situación que los padres están relatando. Es muy útil como forma de participación de los niños: cuando los padres empiezan a describir una conducta que les preocupa relatan un episodio ilustrativo, se le puede pedir al niño que dibuje esa escena y después que le agregue texto a los personajes (qué están diciento o pensando). El dibujo adquiere mayor complejidad de acuerdo a la edad: por ejemplo, el niño puede realizar una pequeña historieta o diferentes secuencias de una situación o representar escenas paralelas. De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 ¿Cómo co-construir con la familia una comprensión coherente y diferente, que surja de las experiencias vividas en la escena de la terapia y que permita elaborar un “motivo de terapia”, más allá del “motivo de consulta”? Las escenas están condicionadas por la presencia del terapeuta y configuran modos de relación que tienen conexiones –por semejanza o por contraposición– con las escenas familiares o de otros contextos que la familia describe. La sensibilidad del terapeuta hacia el curso de la 28 escena y sus distintos elementos es muy importante para su orientar su participación en el proceso terapéutico. A partir de estos elementos, la comprensión del terapeuta incorpora las configuraciones relacionales de las que se hace parte y su experiencia como resonador de la subjetividad de los partícipes. Constantemente debe preguntarse qué cambios en su propia actitud y modo de vincularse pueden generar micro-eventos sucesivamente transformadores. La observación de las congruencias o incongruencias con la etapa de desarrollo del niño, de las transiciones entre modos de relación en una misma sesión y de las variaciones observables en contextos diferentes (por ejemplo con ambos padres, o con uno de ellos, o con cada uno por separado, o con la presencia o no de hermanos) pueden orientar la intervención del terapeuta, puesto que muestran aspectos relevantes del “diálogo afectivo” propio de la configuración relacional que sustenta el desarrollo de un niño. Dos ejemplos clínicos permiten comparar las formas que adquiere la interacción entre un hijo de siete años, sus padres y el terapeuta, cuando recién entran a la consulta: Juan José y sus padres se sientan juntos en un sofá, él al medio. No tiene hermanos. Su lenguaje es fluido, se dirije alternadamente a cada uno de los padres, o al terapeuta, sin problemas. Muy expresivo, se da a entender. Acepta con facilidad realizar dibujos que ilustran sus miedos. Parece cómodo en esa centralidad, pero luego se observa un trato lúdico con el padre que se acerca a los límites del desafío. La madre los mira con expresión de inquietud y refiere que a veces tiene que pararlos como si ambos fuesen niños. La apertura del diálogo a partir de esta interacción inicial permite recorrer desde las ambivalencias del niño ante sus tareas evolutivas hasta la historia transgeneracional ¿Qué curso puede seguir el diálogo en estas escenas? ¿Con quién hablar y de qué hablar? ¿Cómo tomar en cuenta la escena y relacionarla con la conducta sintomática, la preocupación parental y la subjetividad del hijo/a? Por otra parte las inquietudes parentales suelen ser precisas y apremiantes: “¿qué le ocurre, cómo se explica, somos causantes de su conducta, cómo pode29 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar de las relaciones de apego de los padres, sus actitudes personales y como pareja parental ante la ansiedad del niño. Juan José, quien tiene síntomas fóbicos en relación con el colegio, los que él asocia con situaciones en las que se siente denigrado por sus compañeros, dibuja durante la sesión una escena en la cual el terapeuta se interpone entre una figura monstruosa que representa “el miedo” y sus padres con él mismo detrás de ellos. En el diálogo que sigue, aparece luego la frágil autoestima del padre, que lo ha llevado a ofrecerle al hijo un compañero incondicionalmente apoyador, justamente para que éste desarrolle una buena autoestima. Mario se ubica entre los padres, cerca de la madre, y desde ahí mira fija y silenciosamente al terapeuta. El padre se sienta en un sillón, un poco más apartado. Los padres consultaron porque Mario tiene una ansiedad de separación persistente, que lo afecta en las actividades propias de su etapa de desarrollo (colegio) y que mantiene “prisioneros” a los padres en la casa. Cuando el terapeuta pregunta cómo se llama, responde con titubeo y su mirada alterna entre fijarse en la madre o en el terapeuta. Cada respuesta a las preguntas de éste es entrecortada e incompleta. Mientras, la madre lo mira con ansiedad y completa sus respuestas. El padre observa esta interacción inicialmente sin intervenir pero después de un momento de tensión insta al niño a responder por sí mismo. Éste gira por un momento su cabeza hacia el padre, mientras su expresión de ansiedad aumenta. Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar mos actuar, qué debemos hacer, qué pronósticos tiene, cuando va a cambiar”? etc. A veces estas preguntas se focalizan en situaciones concretas que ocurren en el hogar (cuando hace las tareas, al dormirse, en la relación con los hermanos, en las comidas familiares, etc.), pero también puede suceder que el problema no aparezca directamente, en especial cuando el motivo de la terapia es una derivación no internalizada por la familia: por ejemplo, un profesor que considera que el niño debe consultar mientras los padres dicen que “el problema está en el colegio” o un médico que ha derivado al niño por una enfermedad psicosomática, sin que los padres tengan una “visión psicosomática” del problema. Hechas en el contexto de la experiencia vivida de la escena terapéutica, estas preguntas parentales renuevan grandes interrogantes epistemológicas y éticas (causalidad, culpa, justificación, sentido, etc), a las cuales no parece suficiente dar respuestas preconcebidas. Las interacciones de la escena terapéutica constituyen hilos conductores privilegiados para encontrar respuestas o para reformular las preguntas de una manera que abra las posibilidades evolutivas. La escena terapéutica activa los modos de regulación de las conductas recíprocas de apego en la relación padres-hijo, que se observan, de acuerdo a la etapa de desarrollo y en forma diferenciada con cada progenitor. Por otra parte los hijos suelen ser muy perceptivos de las señales que muestran el mundo afectivo de la relación de pareja de sus padres, a través de interacciones que reflejan los modos vinculares relacionados con la regulación en la relación parental del apego y de la tensión interpersonal. Son distinciones importantes para el terapeuta cuando se trata de dilucidar cuando y cómo participar en los límites entre la parentalidad y la conyugalidad en las sesiones, ya sea a través del encuadre o en los contenidos de los diálogos. En las relaciones fraternas son transados y regulados una gran gama de modos vinculares que son visibilizados en la escena terapéutica. Se puede suponer que en esas interacciones, como en tantos otros modos vinculares activados en la escena terapéutica, se ponen en juego tanto motivaciones diádicas (competencia, rivalidad, diferenciación, autonomía) como motivaciones apropiadas desde la configuración global del sistema relacional (la pareja parental, las relaciones transgeneracionales) y amplificadas en la relación de hermanos. En este sentido es posible observar en sesión las tendencias diferenciadoras “exageradas” que entran en el ordenamiento familiar, como por ejemplo las díadas de hermanos de edades cercanas que muestran una marcada polaridad en una dimensión del desarrollo (regresivo-progresivo, independiente-dependiente, responsable-irresponsable, etc.). Los padres se muestran a través de su relación con el hijo, ante un extraño que no es cualquiera para ellos. Es frecuente que el contexto que se prefigura es el de evaluación y juicio, de valoración o devaluación de su función de padres, por lo cual “El diagnóstico de las configuraciones de los encuentros y desencuentros entre los distintos sistemas motivacionales de los padres y de los hijos constituye una vía privilegiada para dar cuenta tanto de la estructura intrapsíquica como de la red intersubjetiva y relacional existente en cualquier relación parento-filial” (Dio 13 Bleichmar) . “...la interacción entre padres e hijo es un elemento clave del método clínico. Actúa de puente entre los demás elementos y es el campo por excelencia en el que se forman los síntomas y los problemas que motivan la consulta. Sus partes clínicas son los elementos microrreguladores que componen esa 30 interacción”. (D. Stern) De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 30 éstos suelen sentirse muy vulnerables. Desde la llegada de la familia (desde antes, en realidad) el terapeuta es “alguien” para los padres. Por ejemplo, si el terapeuta da un consejo, una opinión sobre el hijo, ¿quién es para para los padres? (un juez-evaluador, un competidor en la función parental, una figura parental). ¿Cómo perciben los padres que el terapeuta trata al hijo ante ellos? ¿Y cómo percibe el hijo que el terapeuta trata a sus padres? Si el terapeuta no se siente cómodo en su propia tarea, en especial en el trabajo con niños, podría ocurrir que padres y terapeuta “coludan” en aparecer cumpliendo bien sus repectivos roles, mientras focalizan la preocupación en los aspectos “negativos” (sufrimiento, insuficiencias, etc) del niño. Es decir le dejan a éste la tarea de vivenciar la vulnerabilidad, mientras los adultos se “refugian” en sus respectivos roles. Esta omisión e invisibilización de las vulnerabilidades parentales, como sus aspectos más necesitados, más frágiles e impotentes o más rechazados de sí mismos, puede ser terapéuticamente compleja en particular en las terapias con escolares mayores porque mantiene la rigidez de la formas vinculares en la relación intergeneracional. También es especialmente delicado cuando los padres consultan por un hijo y el terapeuta piensa que uno de ellos tiene síntomas psíquicos y no lo manifiesta o lo niega, ni acepta la oferta o la recomendación de ayuda personal. Cuando hay niños presentes, el terapeuta se encuentra ineludiblemente en una situación triangular. ¿A quién escucha más? Cuando hay conflictos entre ellos, ¿a quien apoya? ¿Ocupa el lugar de los padres en la conexión emocional con el hijo?, ¿es intermediario-puente entre padres e hijos, o abogado del niño ante los adultos poderosos, etc? La posibilidades de tensiones en el triangulo niño –terapeuta– padres son muchas. La manera como el terapeuta se ubique en ellas depende del modo en que éste se relacione directamente con el hijo o hija ante sus padres y es determinante para las posibilidades de establecer modos vinculares diferenciados que contribuyan a los procesos evolutivos y que le den congruencia a la tarea de la “transformación de sentido” relacionada con la conducta sintomática. En esta tarea, el terapeuta debe estar en conexión intersubjetiva con el o los hijos en sesión. No debe –no puede– entablar un diálogo entre adultos sin que el niño responda desde su subjetividad a ese diálogo o a la escena que lo contiene, aunque “no entienda” su contenido como es entendido por los adultos. Tampoco debe tener un diálogo con el niño sin considerar la situación en que se encuentra en presencia de sus padres y eventualmente sus hermanos. Esta conexión implica una permanente “traducción” de su conducta visible y de la escena que la significa, para poder orientar la participación terapéutica. Esto no quiere decir necerariamente una explicitación a nivel simbólico de lo que hace ni menos de imponerle un sentido a su conducta, sino más bien una actitud de pregunta constantemente abierta, tanto autorreflexiva como hacia los miembros presentes, acerca de qué nos quiere decir o por qué actúa así o qué registrará él o ella en los otros. Las emociones del terapeuta 31 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar En el vínculo vivo que el terapeuta establece con la familia –“sujeto-observador” a la vez que “sujeto del vínculo”– las distinciones que realiza y su forma de participar, constituyen una construcción subjetiva, elaborada a partir de los modelos y prácticas que ha incorporado en su formación, pero siempre impregnada por sus perspectivas personales y su modo de estar-con-otros, incluyendo en ellas la etapa del ciclo vital en que transita, su identidad de género, y cruzada por la ética y las valoraciones de su propia cultura. Winnicott decía al respecto que “la única teoría de que dispongo cuando me interno en ese territorio desconocido Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar que es cada nuevo caso es la teoría que siempre está conmigo, que se ha constituido en parte de mi ser y a la que ni siquiera tengo que recurrir de modo deliberado. Mientras más cerca esté el profesional del niño, más difícil le resultará discutir puntos de teoría sin que lo abrume una sensación de irrealidad. La teoría parece fútil al que quiere saber ahora mismo cómo resolver un problema de conducción”. Es necesario que el terapeuta disponga su sensibilidad para internarse en ese “territorio desconocido”. Las perspectivas construccionistas sociales subrayan la importancia de una mirada “ingenua”, que puede ser asimilable a la intención fenomenológica de que el fenómeno se nos aparezca “tal cual es”. El delicado equilibrio entre la experticia y esta postura de “ignorancia” es una de las tareas terapéuticas centrales, que permite el despliegue del mundo vincular de la familia, en vez de rigidizar defensivamente los modos de relación que tiene. Otro cuidado que requiere la participación de niños en las sesiones de terapia con sus padres, reside en la flexibilidad necesaria ante la espontaneidad de los niños y lo impredecible de sus reacciones y actitudes hacia el terapeuta. Es importante que éste tenga experiencia y se sienta cómodo con los niños. Pero quizás la mayor dificultad que se presenta es la emoción que despierta en el terapeuta el sufrimiento de un niño en presencia de los adultos responsables de él, sentimientos que en ocasiones adquieren tal intensidad, que pueden neutralizar o incluso impedir el trabajo terapéutico. No es raro que un terapeuta deje de trabajar con niños básicamente por esta razón. Estos sentimientos juegan un papel en la forma en que establece relaciones dentro del sistema terapéutico y por lo tanto condiciona en alguna medida las opciones que realiza dentro de los métodos terapéuticos que pone en práctica. La discusión sobre los conceptos de contratransferencia o de resonancia tiene De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 complejidades que escapan a las posibilidades y objetivos de este artículo. En relación con este tema, Mony Elkaïm hace una interesante discusión desde una postura epistemológica de la cibernética de segundo orden, cuando establece una distinción entre el concepto de autorreferencia (“paradoja del individuo que confecciona el mapa del territorio al cual pertenece”) y el de resonancia (“herramienta forjada para transformar esta situación de desventaja en potencial”). Al respecto afirma que “la resonancia permite interrogarse sobre la función de una vivencia en el seno de un sistema para todos los miembros de este y no solo para poder empatizar con el paciente”. Tomando la idea de “lo que el terapeuta vivencia en el seno de un sistema”, se puede decir que hay “posiciones emocionales” típicas en las terapias con niños, que suelen tomarse en forma no consciente y que adquieren sentido en la intimidad de los modos vinculares en los cuales el terapeuta se hace parte, como por ejemplo: aliarse con distintos miembros de la familia, o entrar en relaciones de competencia, evitar conflictos, forzar conductas progresivas o a la inversa favorecer conductas regresivas. Otras muestras representativas son éstas: • Alianza con el hijo sobre la base de una identificación con sus aspectos desvalidos ante padres poderosos, o poco contenedores o poco sensibles a los estados emocionales del niño, o bien francamente abandonadores. • Alianza con los padres en la identificación con los sentimientos de impotencia ante los desafíos de un hijo o con la necesidad de control y la angustia por el descontrol o la angustia de separación. Por ejemplo, es frecuente que un terapeuta tome el “encargo” parental de “hacer hablar” o de entender a un hijo que no explica su sufrimiento, mientras su conducta lo manifiesta constantemente. • Adultizar o infantilizar al hijo/a. Es decir, modular la activación de los propios modos de estar-con en forma incongruente 32 con la etapa de desarrollo del niño. Esto puede ocurrir una manera que reproduzca o bien compense los modos de relación que usan los padres. Es frecuente en especial en terapias con escolares mayores o adolescentes que el/la terapeuta construya con éste una relación que omite sus aspectos más regresivos, los cuales quedan circunscritos a la relación del hijo con sus padres. • Hacerse parte de las disociaciones que invisibilizan realidades que sólo aparecen en la intimidad de la interacción padreshijo. IV. Un sentido terapéutico Una terapia es una relación que llamamos terapéutica; en esta definición recursiva participan los involucrados. Es una relación nombrada y normada desde nuestra cultura, solicitada (en el caso de una terapia familiar) por uno o más miembros de una familia y propuesta por un terapeuta u otro profesional (está “indicada” una terapia familiar). Pero todos estos elementos no garantizan que suceda un proceso terapéutico. Necesariamente los protagonistas tendrán que construir la relación y darle un sentido terapéutico. Esto, que puede parecer abstracto, para los niños que asisten en condición de hijos, suele ser fácilmente entendible. Quizás “no saben” a lo que van, tal como es entendido por los adultos, pero sí suelen saber “en qué están” y percibir la intencionalidad de los adultos. Captan la diferencia entre el encuentro terapéutico y otras relaciones con personajes extraños a la familia. El sentido de una escena propia de su mundo de vínculos es lo que más registran los niños y lo más significativo para el proceso terapéutico: para qué estamos aquí juntos, para qué conversamos o para qué estamos jugando. ¿La terapia es “para el niño”, con los padres de coterapeutas, o es “para los padres” con la excusa del niño y a veces éste como coterapeuta? ¿Es una situación de evalua33 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar ción y juicio, en la que él o ella es “acusado” por los padres ante “un juez” o es el único que es señalado como portador de problemas? Siempre dependiendo de la etapa de desarrollo, es posible obtener de parte de un niño una opinión valiosa en relación con el proceso terapéutico: su propia visión de lo que está pasando, de la conducta del terapeuta, de la validez y las dificultades de la tarea terapéutica, para él/ella o para otros miembros de la familia. Por otra parte, la alianza con los padres es esencial para el curso del proceso terapéutico. Es necesario considerar que cuando escribo “los padres”, no me refiero a una entidad homogénea sino a un sistema relacional con sus propias complejidades y conflictos y generalmente con una perspectiva y una motivación diferentes en relación con un proceso terapéutico centrado en un hijo, en especial cuando hay conflictos de pareja o cuando los padres están separados. Por lo tanto el trabajo terapéutico inicial debe incluir el proceso de decisión y la co-construcción de un compromiso que comprenda los aspectos contradictorios conectados con esas complejidades relacionales. La construcción de un sentido terapéutico es gradual. Las transformaciones que implica siempre son difíciles y requieren de una combinación de la tensión de una crisis y de la base segura de una relación de confianza. En un artículo sobre terapia sistémica en trastornos de la alimentación describí las fases de una alianza terapéutica, específicamente en terapia de adolescentes con una problema crónico (anorexia nerviosa) y basándome en conceptos de K. Ludewig y J. Elizur. Es posible aplicar la lógica de estas fases en toda terapia familiar que es también una psicoterapia infantil. En forma resumida, formularé aquí las fases en tanto “logros”, puesto que son cualidades epigenéticas del sistema, y por tanto no son fases secuenciales ni cronológicamente regulares. Es decir, cada logro evolutivo del sistema resulta de una tarea que constantemente se recrea y que se sostiene en las cualidades ya logradas. Por esta misma razón no pueden darse por aseguradas: deben ser constantemente confirmadas. A través de esta evolución del sistema relacional creado en la terapia se expanden las posibilidades evolutivas de los miembros de la familia en especial de aquel o aquella cuyo desarrollo esta alterado o es vulnerable. • Una alianza con el hijo, en su ambivalencia o incluso resistencia abierta a asistir a una terapia. Estos sentimientos son manifestados si el niño percibe que el terapeuta los registra y acepta y les da un significado conectado con su subjetividad, y en general son mejor tolerados si la alianza del terapeuta con los padres es abierta, es decir, sin que intente convencer al hijo de que “quiera” asistir a la terapia. Dicho de otro modo, se trata de que el hijo perciba desde el comienzo la diferencia que se establece entre la designación que ha vivido en la familia –el hijo problema, el culpable de la preocupación, sufrimiento o el sentimiento de fracaso de sus padres, etc.– y la designación terapéutica, más sintonizada con su propio sentir y proyectada en sus posibilidades de desarrollo. • Un sostén a la incertidumbre del momento, en el sentido de tolerar la fragilidad del vínculo a la vez que proyectarlo en el futuro. Los sentimientos y las atribuciones de culpa y de fracaso suelen alternarse entre padres e hijo o entre los padres. • Una aceptación de los sentimientos negativos que pueden surgir hacia la terapia o hacia el terapeuta y que suelen ser abiertamente expresados por un niño. Tomando en globo estos elementos de la base de confianza, se puede decir, tomando los conceptos de Andolfi, que los modos vinculares en los que se hace parte el terapeuta deben ser sentidos por los miembros de la familia como diferenciados en relación con los modos vinculares que ellos han constituido. Por estas razones la confianza es un logro inicialmente intestable, que puede requerir de varias sesiones y que se manifiesta en una motivación frágil, generalmente dada más por la situación de crisis o la expectativa idealizada del inicio que por una conciencia compartida de las implicancias de un proceso terapéutico. Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Logro de una confianza recíproca suficiente: El inicio de una terapia es siempre una experiencia de apertura, riesgo y vulnerabilidad para todos los miembros de la familia consultante. La creación de un clima de confianza es esencial para que se genere un mundo vincular estable que permita acercarse a los momento críticos en que los vínculos rigidizados evolucionan. La idea de que sea recíproca se refiere a la importancia de que el terapeuta también confíe en las capacidades de los padres de responsabilizarse por el hijo o hija. La confianza –como tarea terapéutica con una familia– se refiere a: • Un equilibrio entre las alianzas, (la “equicercanía” –en oposición a equidistancia– de Mara Selvini Palazzoli), entendida como una constante consideración de la subjetividad de cada miembro de la familia, incluso a veces de los que están ausentes o si hay que apoyar a los padres en la tarea de poner límites o de coaccionar al hijo/a para que asista a la terapia o en otras conductas. • Una alianza con la parentalidad que implica una asociación genuina con la visión de que el hijo o hija es el motivo de la terapia. Las redefiniciones relacionales del tipo “la familia es el problema” no sólo suelen estar desacopladas con el sentimiento parental sino que pueden minimizar los problemas que afectan el desarrollo del hijo/a y ponen en riesgo su futuro. De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 34 Logro de una relación de colaboración: Logro de una diferenciación suficiente: Una terapia familiar orientada al desarrollo de un hijo con conducta sintomática 35 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar se puede considerar como una tarea de laboriosa diferenciación colectiva entre lo que le es “propio” al hijo o hija (podría decirse 35 con Winnicott su “self verdadero”) y lo que ha incorporado del mundo de vínculos del cual está emergiendo como sujeto, junto con la construcción de una base relacional que facilite el desarrollo. Este proceso es en cierta medida paralelo a una exclusión evolutiva (acorde con las necesidades emocionales y las competencias de la etapa) de los padres en la vida personal del hijo/a. Por ejemplo, en las terapias centradas en un hijo adolescente, para que éste llegue a ser sujeto de una psicoterapia individual –si es necesaria– se requiere tanto una conciencia suficientemente autónoma del adolescente como una relación de confianza y de colaboración del terapeuta con sus padres, justamente para que la terapia sea el espacio potencial en el cual su individualidad se manifieste y desarrolle. Si la relación de confianza y colaboración entre padres y terapeuta no se construye y hay desconfianza mutua, suele ocurrir que el hijo vive conflictos de lealtad entre adultos que son significativos en su mundo vincular. La utilidad que tiene distinguir estas fases reside en la orientación que presta el registro de sus características en las decisiones del encuadre, en el registro del proceso terapéutico, en la propuesta del término y en las eventuales derivaciones. Aunque esta fase es mucho más clara en terapias con adolescentes, también es una distinción válida en terapias con niños de menor edad. Se podría decir que éste puede constituir un criterio básico para decidir un encuadre o una derivación de pareja cuando es un pedido de los padres o es planteado como una indicación terapéutica. Es decir, la idea del terapeuta de que los padres tienen “problemas de pareja” que son prioritarios o que son causantes de los síntomas del hijo, o la demanda parental de una ayuda para ellos separada de la terapia del hijo (hechos que a veces coinciden), Los indicios de que se inicia una relación de colaboración son muy variables en cada familia: se refiere a cuando cada miembro de la familia que asiste, de acuerdo a su etapa de desarrollo, sabe en qué esta ahí y se siente parte de una tarea colectiva e igualitaria en términos de su aporte personal. La motivación de la familia deja de ser un foco prioritario y está más “repartida” entre sus miembros. La centralidad del “paciente designado” disminuye (Andolfi) y los momentos de conflicto estan más centrados en las relaciones y tensiones evolutivas que en las atribuciones internas que identifican el problema con la persona. En el citado trabajo expongo que “cuando desde el inicio los síntomas son contextualizados e historizados, emergen gradualmente los significados personales y familiares asociados a ellos, hasta que estos temas se hacen parte del diálogo terapéutico y llegan a predominar en las sesiones. Junto con construirse un contexto ritualizado y progresivamente confiable, se configuran narraciones recurrentes, reiteradas cada vez con distinto énfasis y clima emocional, que reflejan distintas escenificaciones del sistema relacional representadas en el relato”. “La descripción de los síntomas y de la escena relacional que los incluye es progresivamente enriquecida y complejizada. Cambia el contenido de las narraciones y el clima emocional suele reflejar tensiones asociadas a otros conflictos interpersonales. De una terapia “con la familia” se ha llegado a una terapia “de la familia”. Los padres aparecen con mayor frecuencia como personas “con historia” y se pueden tratar temas de la relación de pareja de los padres o temas transgeneracionales sin que la hija centralice el diálogo”. suelen no ser indicadores suficientes para construir una indicación de terapia de pareja. tanto a la terapia como a las dinámicas intrínsecas de los procesos evolutivos. Se constata una interacción sinérgica entre los procesos de transformación activados por la psicoterapia en diferentes niveles y los procesos de maduración o, de otro modo, entre cambio evolutivo y cambio terapéutico. Estas transformaciones no son necesariamente sincrónicas: más bien lo son excepcionalmente. En este sentido, el terapeuta debe tener cuidado con la pretensión de “producir un cambio”, sin considerar que el ritmo de las transformaciones evolutivas es determinado internamente, tanto en el sistema relacional como en el individuo, puesto que está acoplado con los procesos madurativos y psicobiológicos en curso. Los modos vinculares, que son activados y por tanto confirmados en las interacciones, pueden considerarse como “representaciones encarnadas” y son bastante estables. Es posible observar esta estabilidad relacional en familias incluso enfrentadas a situaciones críticas asociadas a la conducta sintomática de un hijo. Se puede aprender mucho de este aspecto del cuidado terapéutico al trabajar con escolares mayores o adolescentes que han llegado a consultar con sus padres por una distorsión grave de sus procesos de desarrollo. En ellos las conexiones entre las “co-construcciones” que se elaboran en la terapia, los cambios relacionales y los cambios en la conducta sintomática sólo se distinguen en una perspectiva temporal amplia, de meses y aún de años. Estas observaciones vuelven a plantear las preguntas sobre qué es lo que cambia en el proceso terapéutico. (por ejemplo, los viejos dilemas acerca del insight versus la experiencia emocional correctiva, o el cambio en las representaciones versus el cambio en la interacción y en la conducta manifiesta, etc.). Aquí nuevamente me parece útil tomar conceptos desarrollados desde la convergencia entre pensamiento psicodinámico y ciencias cognitivas, en es- Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar Transformaciones evolutivas y transformaciones terapéuticas Un tema central en las terapias con un enfoque sistémico ha sido el cambio. Los autores de la primera generación lo enfatizaron en la teoría y en la práctica. Sin embargo, la insistencia en una búsqueda activa de un cambio positivo no es exclusiva de la tradición sistémica. Quizás se podría trazar una línea divisoria (arbitraria y simplificadora como todas las líneas divisorias) entre las corrientes terapéuticas que se plantean el cambio con una intención explícita y aquellas que lo ven como un resultado del autoconocimiento o del desarrollo personal. Cuando se trata de niños esta dualidad tiene poco asidero: los procesos de desarrollo tienen un mayor dinamismo y velocidad que en etapas posteriores de la vida. Se puede decir que todo lo que les ocurre en la vida es interdependiente con los procesos de desarrollo. La conducta sintomática en niños casi siempre tiene ingredientes de déficit, detención o regresión evolutiva, o de compensación de estos déficits y de ocupación de los logros evolutivos por la conducta sintomática. Por otra parte, en las sesiones con niños, como reflejo de los procesos relacionales asociados al desarrollo, suele haber una “tensión evolutiva” en la relación intergeneracional, en el sentido de un sentimiento de “llegar a ser” de los adultos que es manifestado en las expectativas hacia el hijo. En los estudios de las interacciones progentior-hijo en las etapas tempranas, por ejemplo, se constata que los padres actúan de un modo que transmite una cierta expectativa de que el hijo se comporte como si fuera algo mayor de lo que es. Durante un proceso terapéutico, si éste tiene un tiempo suficiente, es posible observar transformaciones que son atribuibles De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 36 pecial cuando se propone un enfoque constructivista y complejo de los cambios evolutivos y terapeuticos, que “nos permite alejarnos de una visión evolutiva secuencial y monolítica”. Al respecto, P. Fonagy expresa que “el cambio ocurre en la memoria implícita que lleva a un cambio en los procedimientos que la persona usa para vivir consigo mismo y con los demás”, y desde esta perspectiva Lyons-Ruth plantea que “el saber actuado evoluciona y cambia por procesos que son intrínsecos a este sistema de representación y que no se basan en la traducción de los procedimientos a un conocimiento reflexivo (simbolizado). Lo que no significa que la traducción del saber actuado a palabras no sea una herramienta terapéutica de peso o no constituya una etapa evolutiva importante”. Yo agregaría, desde una comprensión sistémica, que los cambios, para que sean incorporados en la organización vincular, suceden sinérgicamente en distintos niveles co-evolutivos, lo cual, como hemos visto, se puede considerar en cierta medida análogo a los fenómenos del desarrollo, que consisten en complejos procesos de transformación en componentes paralelos, no necesariamente sincrónicos, pero interdependientes y no aislables. Este proceso sistémico podría compararse a la noción de Piaget de asimilación-acomodación, guardando las precauciones conceptuales en el traslado entre distintos dominios (individual-relacional), y considerando que este paralelismo no implica que los procesos de transformación sean homogéneos entre los miembros una familia, puesto que hay diferencias evolutivas, de adaptabilidad y de vulnerabilidad entre ellos. Recapitulando, el sistema terapéutico con una familia se comprende como una organización vincular evolutiva, en la que constantemente emerge y se re-crea el mundo simbólico, y en la cual los progenitores se apoyan para realizar su tarea de sostener el desarrollo de un hijo o hija, objetivo generativo que es complementario y sinérgico con la intención de atenuar o mejorar la conducta sintomática o de prevenir una evolución que pondría en riesgo su vida adulta. Este concepto implica que en el mundo vincular creado en la terapia deberán acontecer experiencias “facilitadoras del desarrollo”. Es decir, un cambio terapéutico ocurre, en alguna medida, en las experiencias vividas en la escena terapéutica, a partir de la forma en que el terapeuta se hace parte en los modos vinculares que se activan en ella, puesto que en ellos se actualiza el pasado y se proyecta el futuro. La tarea primordial del terapeuta, que sostiene y le da sentido a las intervenciones específicas que puede realizar (las redefiniciones, o la visualización de los recursos, o la construcción de historias alternativas, por ejemplo), es su disposición a hacerse parte de un diálogo afectivo intergeneracional y por tanto de un mundo vincular que por sí mismo se transforma. Bibliografía 1. Andolfi, M. (2001). Terapia con el individuo y terapia con la familia. Sistemas familiares, marzo 2001. 3. Barudy, J. (1998). El dolor invisible de la infancia, 1998. 4. Bleichmar, H. (2001). “El cambio terapéutico a la luz de los conocimientos sobre la memoria y los múltiples procesamientos inconscientes”, en Aperturas Psicoanalíticas. Revista de Psicoanálisis, noviembre. 2001, Nº 9. 37 De Familias y Terapias 10:16 Dic. 2002 Revista del Instituto Chileno de Terapia Familiar 2. Andolfi, M. (1984). “La participación de los niños en la Terapia familiar a través del juego”, en Terapia Familiar, Ed. Paidós, 1984.