Fazbear Frights #11 Scott Cawthon Elley Cooper Andrea Waggener Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos reservados Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc. Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son marcas comerciales y/o marcas comerciales registradas de Scholastic Inc. El editor no tiene ningún control y no asume ninguna responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su contenido. Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares es pura coincidencia. Primera impresión 2021 Diseño de portada de Jeff Shake e-ISBN 978-1-338-78597-5 Todos los derechos reservados bajo las convenciones internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida, descargada, descompilada, sometida a ingeniería inversa o almacenada o introducida en ningún sistema de almacenamiento y recuperación de información, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico o mecánico, ahora conocido o inventado en el futuro sin el permiso expreso por escrito del editor. Para obtener información sobre el permiso, escriba a Scholastic Inc., Atención: Departamento de permisos, 557 Broadway, Nueva York, NY 10012 Contenido Portadilla Copyright Bromista Niños Jugando ¡Encuentra al segundo jugador! Acerca de los Autores Rompecabezas A lgunas noches Jeremiah se sentía como una de las últimas células de un cuerpo moribundo. Cuando lo contrataron hace cuatro años, recién salido de la universidad, la oficina era un lugar animado y dinámico, lleno de gente llena con ideas. El jefe incluso aparecía regularmente en ese entonces. La compañía había producido un par de videojuegos de éxito moderado y todos se sentían seguros de que estaban mejorando. Desafortunadamente, tenían un pésimo sentido de la orientación. Los últimos tres años habían traído un número creciente de despidos y una cantidad decreciente de ingresos. Jeremiah estaba en el proceso de enviar su currículum a otros empleadores potenciales cuando la compañía fue comprada repentinamente por Fazbear Entertainment y se le encomendó la tarea de desarrollar su nuevo juego de realidad virtual. Emocionado por la posibilidad de trabajar con la realidad virtual y con la esperanza de que la exitosa franquicia le diera una nueva vida a la empresa, decidió quedarse. Además, en realidad no quería irse. Si se marchaba, podría perder a Hope. Hope, en este caso, se refería a una persona, no a una cualidad, aunque Jeremiah tenía que admitir que puso muchas de sus esperanzas en Hope. (Hope en este caso es un nombre, el cual significa/se traduce como esperanza.) Una de los tres empleados que se quedaron en la oficina, Hope poseía todas las cualidades humanas que Jeremiah atesoraba. Era amable y considerada sin ser una presa fácil. Era inteligente e ingeniosa sin ser arrogante. Era trabajadora pero también amante de la diversión. No amaba a Hope por su apariencia, pero aun así tenía que admitir que era encantadora a la vista. Los hombres que prefieren los tipos de chica más llamativas podrían encontrarla un poco sencilla, pero en opinión de Jeremiah, esos hombres eran demasiado obvios en sus gustos para apreciar la belleza suave y natural de Hope. Tenía el pelo rubio ceniza hasta los hombros que caía en suaves ondas alrededor de su rostro de rasgos afilados. Tenía los ojos muy abiertos, marrones y parecidos a una cierva. Sus labios eran delicados pétalos de rosa. Jeremías a menudo se preguntaba si eran tan suaves como parecían. Dado que Jeremiah veía a Hope todos los días, pensó que seguramente algún día ella realmente lo vería y se daría cuenta de cómo se sentía. Había intentado confesarle sus sentimientos en dos ocasiones diferentes. La primera vez, sintió como si le hubieran cerrado la boca con superpegamento. La segunda vez había abierto la boca, pero luego su único otro compañero de trabajo, Parker, había irrumpido y se había apoderado del centro del escenario, como siempre. A diferencia de Jeremiah, Parker nunca tenía problemas para encontrar las palabras. Jeremiah a veces deseaba que se le escaparan algunas. Jeremiah estaba sentado en su escritorio, trabajando en la codificación del juego de realidad virtual, absorto en su trabajo. Distraídamente levantó su taza térmica para tomar un sorbo de café. Tan pronto como el líquido tocó su lengua, sintió como si su boca se volviera del revés. El sabor era insoportablemente amargo y, sin siquiera pensarlo, lo escupió, rociando la pantalla de la computadora. —¿Qué–? —¡Oh, eso fue muy gracioso! La voz de Parker resonó desde la puerta. Se reía con su habitual maníaco hee-hee-hee. —¡Fue un gran escupitajo! ¡Caíste! Lo tengo en mi teléfono. Te lo mostraré. Jeremiah miró hacia arriba para ver a Parker, con su cabello demasiado peinado y su traje impecable, convulsionado por la risa. Para empeorar las cosas, Hope estaba de pie junto a él, riendo tontamente y tapándose la boca con la mano. Su risa, a diferencia de la de Parker, era suave y encantadora, como el repique de una campana. Jeremiah deseaba que ella se riera con él de alguna broma privada que hubieran compartido en lugar de reírse de él, atrapada en otra de las estúpidas bromas de Parker. Jeremiah sabía que se estaba sonrojando. Miró la taza. Un olor acre salió flotando de esta y le provocó un hormigueo en la nariz. —¿Qué es eso? Parker se rio aún más fuerte. —¡Vinagre de sidra de manzana! Lo metí en tu taza mientras estabas en el baño. En realidad se supone que es bueno para ti, pero probablemente ayuda saber de antemano que es lo que estás bebiendo. Hope negó con la cabeza, pero estaba sonriendo. —Parker, eres terrible. —Sin embargo, su tono dulce no sonaba negativo. Era como si le gustara que él fuera terrible. —Mira esto —dijo Parker. Levantó su teléfono hacia Jeremiah. En la pantalla, Jeremiah se vio a sí mismo trabajando sin darse cuenta, y luego bebiendo un bocado del vil líquido. Vio como sus ojos se agrandaron y escupió el vinagre de su boca, luciendo como una fea gárgola de piedra con un pico por boca. —Wow —dijo, tratando de sonar afable—. Realmente lo grabaste muy bien. —¡Claro que lo hice! —respondió Parker, pasando una mano por su copete marrón sobregelificado. No mostró signos de detener su risa a corto plazo—. ¿Cuánto tiempo crees que tardaría este vídeo en volverse viral? —No lo publiques —dijo Jeremiah, sonando más débil y más desesperado de lo que pretendía. Ya estaba lo suficientemente avergonzado con sólo dos personas presenciando la broma. —Mira —dijo Hope. Tomó el teléfono de la mano de Parker y tocó la pantalla—. Eliminado. Nadie más necesita ver eso excepto nosotros. —Su voz era suave y reconfortante. Jeremiah se sintió conmovido. —Gracias, Hope. Parker le dio un codazo a Hope. —Aww, no eres divertida. —Y tú eres muy travieso. —Hope rebuscó en su bolso y luego caminó hacia el escritorio de Jeremiah. Sostenía una menta envuelta en su mano extendida—. Toma, esto te quitará el desagradable sabor de la boca. Jeremiah tomó la menta, dejando que sus dedos rozaran la palma de la mano de Hope, era suave y tersa. Su anillo favorito, una aguamarina, por su piedra de nacimiento, parpadeó en la luz mientras retraía la mano. Preferiría tomar su mano que la menta, pero sabía que eso no era lo que le estaba ofreciendo. —Gracias —repitió. Se metió la menta en la boca. Era dulce. Como Hope. Parker le dio una palmada en la espalda. —Fue una gran broma —dijo de nuevo, riendo—. Pero no hay resentimientos, ¿verdad, amigo? Jeremiah miró el rostro sonriente de Parker, con sus dientes grandes, casi increíblemente blancos. Había algo infantil en él, travieso pero no malévolo. No podía enojarse con Parker. —Por supuesto que no —le respondió Jeremiah—. Pero ten cuidado. Puede que seas el siguiente. —¿Eso crees? —dijo Parker con una de sus risas hee-hee-hee. —Esto fue una gran broma, amigo. Inténtalo si puedes. ¡Muchos lo han intentado, pero todos han fallado! —Salió de la oficina como si no quisiera darle la espalda a Jeremiah. Hope negó con la cabeza, sonriendo. —Es como un niño pequeño. —Estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Jeremiah. Este hecho lo hizo sentir extrañamente feliz. Hope y él eran tan compatibles que incluso pensaban lo mismo—. Quiero decir, es bueno en su trabajo y todo, pero psicológicamente… Yo diría que tiene unos ocho años. Hope suspiró. Hubo un silencio incómodo que Jeremiah no pudo llenar, y luego Hope dijo—: Bueno, creo que será mejor que vuelva al trabajo. —¿Y de quién estás haciendo el trabajo hoy? —preguntó Jeremiah. Esta pregunta era una especie de broma recurrente. Hace tres años, Hope había sido contratada para trabajar en la recepción de la oficina, pero a medida que disminuyó el número de empleados, terminó haciendo el trabajo de varias otras personas. Sin compensación adicional, por supuesto. —Mayormente del director de relaciones públicas. Aunque más tarde creo que me ascenderán como falsa jefa por un tiempo. Jeremiah se sentó más derecho. —Será mejor que me cuide y trate de actuar muy ocupado. —Será mejor que lo hagas —dijo Hope, mostrando su pequeña y encantadora sonrisa—. No querrás que la falsa jefa tenga que fingir que te despide. Jeremiah le devolvió la sonrisa, deseando poder pensar en una respuesta ingeniosa. —Bueno… —Hope levantó la mano en un pequeño saludo—. Espero verte luego, Jeremiah. —Estoy seguro de que lo harás —respondió Jeremiah. ¿Cómo podía no verlo? Sólo había tres personas en todo el piso. Pero al mismo tiempo, sabía que Hope en realidad no lo veía. No de la forma en que él quería que lo hiciera. Y sin embargo, cada vez que ella estaba en la habitación, sus sentimientos por parecían tan obvios. Cada vez que ella se acercaba, él se sentía como uno de esos viejos personajes de dibujos animados cuyos ojos se salen de sus órbitas y el corazón les late visiblemente en su pecho. Pero aparentemente ella no lo veía así. O lo veía como a cualquier otra cosa. Jeremiah suspiró. Era hora de volver al trabajo. ✩✩✩ Jeremiah vivía en un sencillo apartamento de una habitación a poca distancia de la oficina. Había vivido en lugares mucho peores cuando era estudiante: apartamentos en el sótano con antiguas alfombras manchadas y grifos que goteaban más de lo que corrían. Todo en este apartamento estaba limpio, nuevo y en perfecto estado, pero era aburrido, soso y completamente desprovisto de carácter. Era una cajita ordenada con paredes color cáscara de huevo y alfombra beige, todo diseñado para ser lo más neutral e inofensivo posible. Jeremiah sabía que colgar algunos cuadros en la pared y agregar algunas plantas o cojines de colores ayudaría en las cosas, pero nunca pudo reunir la motivación para decorar. Algo en el apartamento se sentía temporal, como una habitación de hotel en la que se iba a quedar por algunas noches, a pesar de que había firmado un contrato de arriendo por un año. Esta noche, tan pronto como llegó a “casa”, si eso es lo que era este lugar, se quitó los pantalones caqui casuales de negocios y la camisa abotonada y se puso una camiseta y un par de pantalones deportivos andrajosos pero cómodos. Fue a la cocina, abrió la puerta del refrigerador y examinó sus opciones. Pensó que probablemente debería comerse las sobras de comida china para llevar antes de que se echara a perder. Agarró la caja de papel blanco, un refresco y un tenedor, y se dirigió al sofá. Cogió el mando a distancia y navegó por los canales mientras sorbía sus fideos fríos de la caja. Había una película de acción que parecía prometedora, una que había querido ver cuando estaba en el cine, pero no había llegado a hacerlo. Se acabó los fideos y observó al héroe, vestido con un costoso traje negro, corriendo, saltando y golpeando a los malos. Se imaginó brevemente a sí mismo vistiendo el mismo tipo de traje y dándole un puñetazo a Parker en la cara. Pero sabía que nunca lo haría. Decididamente, no era un hombre de acción. Era el tipo de persona que se sentaba pasivamente y observaba cómo se desarrollaba la acción frente a él en una pantalla. Cuando terminó la película cambió a un programa de entrevistas nocturno, pero pronto se quedó dormido. Soñó, como solía hacer, con Hope. Hope y él estaban en un restaurante elegante con luz tenue y manteles blancos impecables. Llevaba un vestido de color rosa con un escote redondo que mostraba sus hermosas clavículas. Él llevaba el mismo traje negro que el chico de la película de acción. Estaban comiendo postres franceses frou-frou, pot au chocolat para ella y creme brúlée para él, y se inclinaron sobre la mesa para alimentarse mutuamente con cucharadas dulces. No hablaban porque no necesitaban hacerlo. Incluso sin hacer ruido, estaban en perfecta armonía. Cuando sonó la alarma de su teléfono, Jeremiah se sobresaltó y miró a su alrededor, desorientado. Había dormido en una posición incómoda en el sofá toda la noche. Le dolía el cuello y había babeado sobre la tapicería. Y ahora, como casi todas las mañanas, era hora de hacer el café, de masticarse obedientemente un cuenco de cereal, de ducharse y ponerse unos pantalones caqui limpios y un polo, todo en preparación para otro largo día de trabajo. El sueño que había disfrutado la noche anterior definitivamente había terminado. En la ducha, se dio a sí mismo una charla de ánimo. «De acuerdo, Hope es completamente ajena a tus sentimientos, y cree que Parker es hilarante. ¿Pero sabes qué? Eres un buen tipo y Parker, en el fondo, es un idiota. ¿No decía mamá siempre que la amabilidad es más importante? Entonces, tal vez si sigues mostrándole a Hope lo agradable que eres, eventualmente se dará cuenta de que no puede vivir sin ti». La charla de ánimo ayudó muchísimo. Jeremiah silbó mientras se vestía con un poco más de cuidado que de costumbre. Se afeitó un crecimiento de barba de tres días e incluso se puso un pequeño “producto”, aunque no recordaba cuándo ni por qué lo había comprado, en su cabello. Se miró en el espejo. «Nada mal». No era un héroe de acción, pero se veía bien. Y él era agradable. Ser agradable era la clave. Caminó hacia la oficina con un salto en su paso y tomó el ascensor hasta el quinto piso. Tan pronto como las puertas se abrieron, escuchó el sonido de la risa de Hope. Parker estaba sentado en su escritorio mostrándole a Hope algo en su computadora. Ambos se reían. Hope estaba parada justo detrás de él mirando la pantalla. Si alguno de ellos ajustara sus posiciones por una pulgada, se estarían tocando. —Hola, chicos —dijo Jeremiah. Ninguno de los dos se apartó de lo que estaba en la pantalla. —Hola, chicos —repitió Jeremiah, más fuerte esta vez. —Oh, hola, Jeremiah —dijo Hope, favoreciéndolo con una sonrisa—. No te escuché entrar. «Nadie puede oír mucho cuando Parker está alrededor», pensó Jeremiah. Pero no dijo las palabras. Agradable. Eso era lo que iba a ser. —Hola, Jeremiah, mi hombre —dijo Parker, sonriendo con su sonrisa más falsa—. ¿Has tomado tu taza de vinagre esta mañana, o debería dártela yo? Hope le dio a Parker una pequeña palmada en el hombro. —Detén eso ahora. —Se giró para mirar a Jeremiah con sus grandes y hermosos ojos—. Jeremiah, sólo quiero que sepas que he hablado con Parker, y ha prometido comportarse lo mejor posible hoy. —Hice esa promesa. —Parker esbozó una sonrisa maliciosa—. El problema es que mi mejor comportamiento aún no es tan bueno. Movió las cejas teatralmente. —Bueno, entonces vas a tener que ser mejor que tu mejor —dijo Hope, aunque su voz todavía tintineaba de risa. Quiero decir, mira al pobre Jeremiah allí. Sus nervios están destrozados. «Al menos me está mirando», pensó Jeremiah, aunque deseaba que ella no lo estuviera mirando con lástima. Cuando Jeremiah llenó su taza en la estación de café, la olió para asegurarse de que fuera realmente café. Incluso con Parker supuestamente en su mejor comportamiento, no se puede tener demasiado cuidado. Jeremiah se sentó en su escritorio y comenzó a trabajar en el juego. Cayó en la pantalla y, durante unas horas, la combinación de creatividad y resolución de problemas lo distrajo de pensar en la delgada distancia que separaba a Hope y Parker en su escritorio esta mañana. Llamaron a la puerta entreabierta. Saltó un poco a pesar de que el golpe había sido tan ligero que apenas estaba allí. Cuando estaba inmerso en el trabajo, volver a la realidad siempre resultaba un poco sorprendente. Afortunadamente, era una agradable realidad a la que regresar. Hope estaba de pie en la puerta, sonriéndole. —Lamento romper tu concentración. Parker se está quedando sin bocadillos. ¿Quieres uno también? —Claro, gracias. —¿Carne en conserva con centeno con mostaza extra, chips de tortilla y pepinillos al lado? —preguntó Hope. ¿Fue patético cómo le dio un vuelco el corazón al escuchar que ella conocía su pedido de sándwiches? —Me conoces bien —dijo, sonriéndole. —Es el único tipo de sándwich que te he visto comer. —Lo siento, soy tan predecible. —Jeremiah se sintió repentinamente seguro de que era la persona más aburrida del mundo. No es de extrañar que Hope prefiriera el cañón suelto que era Parker. —Oye, lo predecible puede ser bueno a veces. En un mundo impredecible, es bueno saber que un sándwich de carne en conserva siempre te hará feliz. «Tú eres lo que me haría feliz», pensó Parker. Pero, por supuesto, no lo dijo. Simplemente agradeció a Hope por tomar su orden del almuerzo, luego se reprendió a sí mismo por su debilidad, por ser un cobarde aburrido, predecible, que comía carne en conserva con centeno y que nunca tuvo el coraje de expresar sus verdaderos sentimientos. Regresó a su computadora y volvió a sumergirse en el mundo virtual. Estaba teniendo mucho más éxito allí que en el real. Media hora después, Hope apareció en su puerta de nuevo. —Oye, Parker y yo vamos a almorzar en la sala de descanso. ¿Quieres unirte a nosotros? —Claro —respondió Jeremiah. No pudo evitar sentir que lo estaban invitando como una ocurrencia tardía, pero no podía decir que no a ninguna reunión que incluyera a Hope. Se sentaron alrededor de la mesa en la sala de descanso. Jeremiah abrió su caja de plástico para llevar. Sándwich de carne en conserva, chips de tortilla y un pepinillo. Su predecible favorito. —Oigan, ¿alguien vio Kingdom of bones anoche? —preguntó Parker, arrancando un trozo de su sándwich de rosbif con sus gigantescos dientes. Jeremiah recordó un documental sobre la naturaleza que vio con leones arrancando grandes trozos de cebra con sus enormes colmillos. Temía que Parker fuera el león aquí y él fuera la cebra. Está en mi DVR. No lo he visto todavía, así que no digas spoilers —dijo Jeremiah. —No veo ese programa. Es demasiado violento para mí —dijo Hope, mordisqueando delicadamente una esquina de su envoltura de verduras. Era vegetariana porque decía que los animales eran amigos, no comida. Jeremiah admiraba su buen corazón, sin mencionar su convicción y autodisciplina—. Ya hay demasiada violencia en el mundo. No me gusta verla actuada como entretenimiento. Eso era lo que pasaba con Hope, pensó Jeremiah. Era una buena persona. Tenía principios. —Eres tan chica —dijo Parker en un tono que implicaba que ser una chica era algo malo—. Apuesto a que ves comedias románticas en su lugar. Hope esbozó una pequeña sonrisa de aspecto avergonzado. —A veces lo hago. Parker negó con la cabeza. —Preferiría que me quemaran los ojos con un atizador caliente que ver una sola comedia romántica. —Bueno, afortunadamente esa es probablemente una elección que nunca se presentará en tu vida —dijo Jeremiah. —A menos que salgas con una chica que es muy enérgica al querer que veas comedias románticas —dijo Hope, riendo con su risa burbujeante. Jeremiah sintió un pequeño cosquilleo de felicidad. En este momento parecía que él y Hope estaban compartiendo una pequeña broma a expensas de Parker. Disfrutando del rostro sonriente de Hope, distraídamente se metió un chip en la boca. Y estaba en llamas. O al menos, su boca lo estaba. Se sentía como si alguien le hubiera llenado la boca con lava hirviendo. Sus labios, sus mejillas, su lengua ardían con una intensidad que hacía que gruesas lágrimas subieran a sus ojos y se derramaran por sus mejillas. —Jeremiah, ¿qué pasa? ¡Te has puesto todo rojo! —le dijo Hope, levantándose de la mesa para acercarse a él. Quería decir “caliente”, pero su boca era demasiado infernal para formar palabras. En cambio, hizo un gesto de abanico frente a su boca, esperando que explicara su problema. Saltó de la mesa, corrió hacia el fregadero y escupió lo que fuera que había convertido su boca en un volcán. Abrió el grifo, metió la cabeza debajo y dejó que el agua fría fluyera hacia su boca escaldada. Cuando levantó la cabeza, jadeando, se volteó y vio a Parker reír con tanta fuerza que no pudo recuperar el aliento. —Parker, ¿qué le hiciste? —preguntó Hope. Esta vez no compartía la risa de Parker. —Oh —dijo Parker, sujetándose el estómago—. ¡Oh, eso fue demasiado bueno! Jeremiah llenó un vaso de papel con agua y se lo bebió. El fuego en su boca se había apagado un poco, pero aún no se había extinguido por completo. Sentía que no había suficiente agua en el mundo para enfriarlo por completo. —¿Qué hiciste? —preguntó Hope con tono irritado. —La tienda de delicatessen vendía patatas fritas picantes —respondió Parker, todavía sin aliento por la risa—. Algunas personas se atreven a comerlas. Deslicé uno con los chips de tortilla de Jeremiah. —Se dobló en un nuevo ataque de risa—. ¡Lo que puede haber sido lo mejor que he hecho en mi vida! —Bueno, dudo que haya sido lo mejor en la vida de Jeremiah —dijo Hope—. Esas cosas le causan dolor a la gente. ¿Pensé que había dicho que te comportarías lo mejor posible hoy, Parker? —Bueno, les advertí que para mí “lo mejor posible” significa algo diferente de lo que significa para otras personas —respondió Parker—. Sabes, cuando veo una oportunidad para divertirme, la aprovecho. Sin arrepentimientos. «Y tampoco piedad», pensó Jeremiah. Hope estaba de pie junto a la nevera. Abrió la puerta del congelador y llenó un vaso de papel con hielo. —Bueno, creo que le debes una disculpa a Jeremiah. —Ya conoces mi lema: sin arrepentimientos ni disculpas. —Parker se encogió de hombros y se levantó de la mesa—. Una vez que empieces a pensar en ello, te darás cuenta de lo gracioso que fue. Hasta luego, perdedores. —Levantó el dedo índice y el pulgar en forma de L y salió pavoneándose de la sala de descanso. —Toma —dijo Hope, tendiéndole el vaso de papel a Jeremiah—. Chupa unos cubitos de hielo. Te ayudará. —Gracias —logró decir Jeremiah, pero su voz sonaba espesa y extraña. Sintió que se le hinchaban los labios y la lengua. —Normalmente pienso que las bromas de Parker son divertidas — comenzó Hope—. Pero esta vez fue demasiado lejos. Quiero decir, ¿y si hubieras tenido una reacción alérgica o algo así? —Estoy bien —dijo Jeremiah, sin ser del todo honesto. En realidad, aunque su boca parecía que nunca volvería a estar bien, había algo mejor que estar bien en la atención que Hope le estaba prestando. Sentía que realmente lo estaba notando, como si por una vez se pusiera de su lado antes que del de Parker. —¿Está seguro? ¿Crees que podrás trabajar el resto del día? —La frente de Hope se tejió con preocupación. En ella, incluso la preocupación era linda. Fue lindo saber que le importaba. —Oh, estaré bien. Una vez que entre en el juego, ni siquiera me daré cuenta de que estoy en este mundo. —Me gusta eso de ti. A menudo he pensado en poner un letrero en tu escritorio que diga: “No molestar. Genio en el trabajo.” ¿Entonces Hope pensaba que era un genio? Jeremiah estaba bastante seguro de que se estaba sonrojando. O tal vez sólo era por el calor sobrante del chip. —Oh, nada de eso. Eres mucho mejor con la gente que yo. Hope le sonrió. —Bueno, entonces nos complementamos, ¿no? Ahora sabía que se estaba sonrojando. —Supongo que sí. ✩✩✩ Todos los martes por la noche, Jeremiah se reunía con sus amigos Matt y Ty para jugar trivialidades en equipo en Leonardo's Pizza. Era el compromiso social habitual de Jeremiah. Jeremiah había conocido a Matt y Ty en la universidad, donde todos eran estudiantes de informática y estaban obsesionados con los juegos. En ese entonces, se reunían en uno de sus dormitorios y jugaban durante horas, alimentados por refrescos y comida chatarra. La mayor parte del tiempo, cada uno de ellos estaba inmerso en su propio juego en una computadora portátil o consola, aunque intercambiaban suficientes bromas de un lado a otro para que la experiencia aún fuera social. Cuando Jeremiah tomó una clase de psicología, aprendió que cuando los niños pequeños juegan en la misma habitación pero no juntos, se llama juego paralelo. Le divertía que él y sus amigos estuvieran en la universidad pero todavía participaran en juegos paralelos. Ya no había juego paralelo para ellos. Eran tres hombres adultos con trabajos. Matt estaba casado y tenía un bebé y Ty tenía una novia estable. Aun así, los tres lograban reunirse una vez a la semana para comer pizza y jugar trivialidades y bromear de la misma manera tonta que lo hacían en la universidad. Jeremiah entró en Leonardo's y examinó el comedor, que estaba decorado en lo que sólo podría llamarse estilo italiano de bola de queso, con fotos enmarcadas de la Torre Inclinada de Pizza y el Coliseo, y manteles de plástico a cuadros rojos y blancos. Matt y Ty ya tenían una mesa y le hicieron señas para que se acercara. La apariencia de Ty no había cambiado nada desde la universidad, todavía era un chico negro de aspecto juvenil que usaba los mismos anteojos redondos con montura dorada que siempre había usado. Pero el matrimonio y la paternidad habían hecho que Matt ganara lo que en broma llamaba su “peso de bebé”, y había círculos oscuros debajo de sus ojos por el cansancio. Realmente estaba empezando a parecer que podría ser el padre de alguien. —Hola, J —dijo Ty, haciendo un gesto para que Jeremiah se sentara. —Le estaba diciendo a Ty que no sé de cuánta ayuda voy a ser en la trivia del equipo esta noche —dijo Matt, bostezando teatralmente—. A Connor le están saliendo los dientes y no he dormido en tres noches. —Las alegrías de la paternidad, ¿eh? —dijo Ty, sonriendo. Matt no le devolvió la sonrisa. —Sólo espera, amigo. —Oh, planeo esperar —respondió Ty—. Mientras sea posible. Fueron interrumpidos por la llegada de su camarero habitual, quien les dio una mirada rápida y recitó—: ¿Peperoni extragrande con champiñones y tres refrescos dietéticos? —Y así es como sabes que llevamos demasiado tiempo viniendo aquí — dijo Ty. Después de que el servidor se fue, Ty se dirigió hacia Jeremiah—. Entonces, ¿cómo van las cosas en tu glamoroso lugar de trabajo? Tanto Matt como Ty tenían trabajos de TI habituales con negocios bastante aburridos. Siempre expresaban celos en broma porque Jeremiah había conseguido un trabajo en el desarrollo de videojuegos. Jeremiah pensó que era una compensación. Claro, tenía un trabajo que sonaba más genial, pero a diferencia de ellos, estaba solo. Sin esposa o novia, sin hijos, ni siquiera una mascota. —No es tan glamoroso —respondió Jeremiah—. Se siente como si apenas nos mantuviéramos a flote en una pequeña balsa salvavidas. Espero que este juego de realidad virtual genere grandes ganancias. Sería bueno que las cosas volvieran a mejorar. —Pensó en su día en el trabajo, el chip caliente oculto, seguido de la actitud protectora de Hope hacia él y ella diciendo que los dos se complementaban—. Pero creo que las cosas pueden estar mejorando con Hope. Transmitió la historia completa de las interacciones de Hope y él y la siguió con—; Entonces, ¿qué piensan? —Suena… esperanzador —dijo Matt, luego se rio durante demasiado tiempo de su terrible juego de palabras. Ty puso los ojos en blanco. —Ignora a Matt y sus horribles bromas de papá. Creo que parece que definitivamente se preocupa por ti, hombre. Puede que todavía no esté totalmente interesada en ti, pero lo que dijo sobre ustedes que se complementan suena prometedor. —¿Por qué decir prometedor cuando se puede decir esperanzador? — Intervino Matt. —Creo que estás tan cansado que eres punchy (punchy se puede usar para referirse a alguien que reacciona exageradamente a eventos rutinarios/simples o que parece borracho por la falta de sueño, en este caso Matt está haciendo las dos cosas) —le dijo Ty a Matt. —¿No te refieres a pun-chy? —Matt se estaba riendo a carcajadas. —Como tu amigo en su sano juicio, a diferencia de este —dijo Ty, arrojando a Matt en el hombro— digo que deberías invitarla a salir. —Sí, pero ¿y si ella dice que no? —A Jeremiah se le hizo un nudo en el estómago de ansiedad. —Bueno, eso apestaría, pero al menos hubieras tenido el coraje de preguntárselo —dijo Ty—. No se puede ganar algo sin arriesgarse un poco. —Pero, ¿de qué serviría el coraje? ¿Especialmente si tengo que verla en el trabajo todos los días después de que me rechace? —Jeremiah no podía imaginarse la incomodidad. Y además, si Parker se enterara del hecho de que Hope había rechazado a Jeremiah, nunca dejaría que Jeremiah lo olvidara. —Por la expresión de tu rostro puedo decir que te preocupas por problemas que aún no tienes —intervino Ty—. Sólo invítala a salir. Matt comenzó a golpear rítmicamente la mesa y a cantar. —Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Ty se unió a él, y Jeremiah, riendo, finalmente dijo que lo pensaría. Pero sus amigos sólo dejaron de golpear su mesa cuando llegó la pizza. ✩✩✩ Jeremiah se miró en el espejo del baño y se pasó la navaja por el rostro espumoso. —Hoy es el día —le dijo a su reflejo—. Voy a hacerlo. Voy a invitarla a salir. Se echó agua tibia en la barbilla, se secó y se peinó. Se miró a sí mismo, algo que casi nunca hacía. «No está mal», decidió. Es cierto que no era elegante ni guapo como Parker, pero también había algo en el rostro de Parker que lo hacía parecer excepcionalmente impactante. Jeremiah al menos parecía un buen tipo. «Eres un buen tipo», se dijo. «Serías un excelente novio si tuviera la oportunidad». Se puso una capa extra de desodorante porque sabía que la ansiedad lo haría sudar. Echó pasta de dientes en su cepillo de dientes y, mientras se cepillaba, recordó el canto rítmico de Matt y Ty mientras golpeaban la mesa en Leonardo's: Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Mientras caminaba por la acera hacia el trabajo, sus pies golpeaban el ritmo de su cántico: Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. «Tienes que preguntarle lo antes posible», se reprendió a sí mismo. «No te quedes sentado todo el día tratando de hablar contigo mismo. Simplemente entra y pregúntale». Sacó su teléfono y envió un mensaje de texto a Matt y Ty. Le voy a preguntar. Matt respondió con un ¡Ánimo! Ty envió un pulgar hacia arriba. Jeremiah sonrió. Estaba listo. En el ascensor, cruzó los dedos para que cuando entrara a la oficina encontrara a Hope sola para que pudieran hablar. Pero cuando las puertas se abrieron, vio que no había tenido tanta suerte. —¡Oh, bien, aquí está! —dijo Parker. Estaba de pie con Hope, que se veía desgarradoramente bonita con una blusa azul huevo de petirrojo que de alguna manera hacía que sus ojos parecieran aún más grandes y marrones. Tanto Parker como Hope llevaban cascos de realidad virtual. —Hola, chicos —murmuró Jeremiah, tratando de ocultar su decepción. —Hola, amigo —dijo Parker—. Estábamos preguntándonos si podrías abrir la sala de pruebas y hacer que todo funcione. Quiero hacer una práctica en lo que hay del juego hasta ahora, y pensé que Hope podría ayudarme. Era exactamente lo contrario de la situación que Jeremiah había deseado. Básicamente, Parker le estaba pidiendo a Jeremiah el privilegio de estar encerrado en una habitación oscura a solas con Hope. —¿Quieres que también te ayude? —preguntó Jeremiah, temiendo ya saber la respuesta. —No, sería mejor si te quedaras aquí afuera y monitorearas las cosas en la computadora —respondió Parker, sonriendo con su repugnante sonrisa—. Supongo que Hope aportará una nueva visión a las cosas, ya que en realidad no está trabajando en el desarrollo del juego. Ella puede experimentar en frío, desde la perspectiva de un jugador. —Bien. Bueno, déjame configurar las cosas. —Usó su tarjeta de acceso para abrir la puerta de la sala de práctica y luego se sentó frente a su computadora. ¿Cómo pudo haberse sentido tan bien cuando se despertó esta mañana y, sin embargo, sentirse tan abatido ahora? —Está bien, Hopey, ¿estás lista para divertirte? —preguntó Parker, sonando como un presentador de un programa de juegos demente. Además, ¿quién se creía llamándola Hopey? Sonaba como un tonto. Lo odiaba. —Sí —respondió Hope, riendo. Desaparecieron en la sala de pruebas y Parker cerró la puerta detrás de ellos. Jeremiah trató de concentrarse en su trabajo, pero por primera vez no pudo. Se sentía enfermo. Cada par de minutos, escuchaba una risa perdida proveniente de la sala de pruebas. La risa que sonaba íntima hizo que su mente fuera a lugares a los que no quería que llegara. «Basta», se ordenó a sí mismo. «Están jugando lo mismo, eso es todo. Por supuesto que se están riendo. La gente tiende a reír después de un buen susto». Pero entonces empezaron los y si… ¿Y si no están jugando? ¿Y si se ríen porque están coqueteando? ¿Y si están haciendo más que coquetear? ¿Y si su boca grasienta se está presionado contra sus labios como pétalos? ¿Y si su zarpa viscosa está oliendo su cabello ondulado y brillante? Cuanto más Jeremiah no quería imaginarse esas cosas, más las veía. Para cuando Parker y Hope salieron riendo y despeinados de la sala de pruebas, Jeremiah era un desastre tembloroso y sudoroso. —¿Saben qué? —dijo él—. Me iré a casa. Creo que me he contagiado de algo. —Te ves un poco gris —dijo Hope, sonando preocupada. —Lo siento —respondió Jeremiah. —Vaya, sí que debes de estarlo —agregó Parker—. Nunca te vas del trabajo. —Lo sé. —Jeremiah ya estaba de pie y se estaba poniendo la chaqueta para irse—. Pero no puedo… seguir aquí. —Bueno, ¡descansa para que sea seguro que vengas mañana! —le dijo Parker. Lo último que vio antes de cerrar la puerta fue a Hope, mordiéndose el labio inferior como lo hacía cuando estaba emocionada por algo. ✩✩✩ En casa, Jeremiah se puso el pijama y se metió en la cama como lo haría si realmente estuviera enfermo. Pero estaba realmente enfermo, ¿no? Estaba desconsolado, y eso tenía que contar. Felizmente tomaría un virus estomacal o un fuerte resfriado por cómo se sentía ahora. Tumbado en la cama, Jeremiah no podía imaginar un momento de su vida en el que no estaría solo. Y entonces recordó algo que, dadas las circunstancias actuales, le hizo sentir aún más miserable: mañana era su cumpleaños. ✩✩✩ Mientras Jeremiah comía su cereal sin probarlo realmente, decidió que lo más fácil sería fingir que no era su cumpleaños. Ciertamente, nadie en la oficina lo recordaría. Parker y Hope probablemente estarían demasiado ocupados besuqueándose en la oscura sala de pruebas para saber siquiera que él estaba allí. Si tan sólo fingiera que era otro día normal de trabajo, tal vez podría evitar la molesta decepción de un cumpleaños olvidado. Si lo ignoraba primero, no podría estar tan molesto de que otras personas también lo estuvieran ignorando, ¿verdad? El teléfono de Jeremiah vibró. Lo cogió y vio un mensaje de texto de su madre: ¡Feliz cumpleaños! Ojalá pudiera estar allí para hacerte Pancakes y dejarte abrir regalos. Mientras respondía con un agradecimiento y un emoji de corazón, los recuerdos de los cumpleaños de su infancia lo inundaron. Jeremiah siempre había estado tan emocionado de ver cuáles eran sus regalos de cumpleaños que no podía esperar sin sentir que iba a explotar. Finalmente, probablemente para salvarse de pasar un día estresante con un niño sobreemocionado, su madre había comenzado la tradición de Pancakes y regalos. Como Jeremiah siempre se despertaba temprano el día de su cumpleaños (¿Quién podía dormir con tanta emoción?), Su madre comenzó la tradición de prepararle un gran desayuno de cumpleaños: los huevos revueltos con queso que le gustaban, tocino y una pila de panqueques de suero de leche con una vela en ellos. Después de desayunar, podía abrir sus regalos. En realidad, había sido un golpe de genialidad por parte de su madre. De esa manera, tenía todo el día para jugar con sus nuevos juguetes o juegos en lugar de pasar el día molestándola sobre cuándo podría abrir sus regalos. La noche de su cumpleaños, mamá y papá siempre lo llevaban a él y a un amigo a un Freddy's de su elección para comer pizza y jugar. Jeremiah sintió que se rompía un poco al pensar en esos perfectos cumpleaños de su pasado. Ya no había cumpleaños como los de su infancia. Después de toda esa diversión y fanfarria, los cumpleaños de adultos siempre se sentían decepcionantes. Quizás debería haber salido a comer panqueques esta mañana. No se había dado cuenta de que estaba lloviendo hasta que salió de su edificio de apartamentos. Echó un vistazo al interior. Su paraguas estaba en su apartamento, seis pisos más arriba. No parecía que valiera la pena volver a subir y buscarlo. Se subió la cremallera de la chaqueta y caminó de esa manera extraña y encorvada que la gente camina cuando está lloviendo sobre ellos. En el elevador, trató de prepararse mentalmente para la escena en la que iba a entrar hoy. ¿Hope y Parker estarían riendo sobre algo en el escritorio de Parker? ¿Estarían ya encerrados en la sala de pruebas? ¿Anunciarían su compromiso? «No te metas en el drama», se dijo. «Sólo haz tu trabajo y regresa a casa. Tal vez puedas pedir comida para llevar y ver una película o algo». Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Jeremiah estaba realmente sorprendido por lo que vio. La oficina estaba iluminada por hileras de diminutas luces de colores. Una pancarta enorme con globos a su alrededor decía: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, JEREMIAH! Él sonrió. Lo habían recordado. O incluso mejor, ella lo había recordado. Pero no había nadie alrededor. ¿Estaban esperando para saltar y gritar “Sorpresa”? ¿No lo habían oído entrar? —Hola, chicos —dijo Jeremiah, lo suficientemente alto como para que su voz llegara a dondequiera que se escondieran. —Gracias. Esto es realmente bueno. No hubo respuesta, ningún movimiento, ninguna señal de que hubiera nadie más que él. Caminó por el pasillo hasta el área de descanso. En la mesa donde había tenido lugar el ahora infame el picante Chip, había un pastel de cumpleaños, con el aspecto que recordaba de su infancia: un pastel de panadería de una tienda de comestibles con escarcha blanca adornado con glaseado azul real. FELIZ CUMPLEAÑOS, JEREMIAH estaba escrito con glaseado azul en la parte superior. Él sonrió. Estaba lo suficientemente cerca. Y quienquiera que hubiera encendido las velas, Hope, probablemente, había puesto el número correcto. Quizás se había equivocado acerca de los cumpleaños de adultos. Si alguien, especialmente alguien a quien amaba, demostró ser considerada, entonces los cumpleaños podrían ser mágicos a cualquier edad. ¿Pero dónde estaban? Caminó el resto del camino por el pasillo, mirando dentro de oficinas vacías y salas de conferencias. Quizás estaban esperando saltar cuando menos lo esperaba. Tenía que admitirlo. Estaban haciendo un muy buen trabajo escondiéndose. —¿Hope? ¿Parker? —llamó él—. Pueden salir. ¡Ya me han sorprendido lo suficiente! —No hubo respuesta. Sin saber qué más hacer, Jeremiah fue a su escritorio. Tal vez estaban esperando a que se sumergiera profundamente en su trabajo, luego iban a saltar y sorprenderlo. —Jeremiah. —La voz venía del altavoz, que nunca se usaba ya que el personal de su oficina se había reducido a un número muy pequeño. La voz sonaba profunda y electrónica, como cuando las personas son entrevistadas de forma anónima en la televisión y no quieren que nadie escuche su voz real. Pero no había ninguna duda en la mente de Jeremiah de a quién pertenecía la voz distorsionada. Sabía que Parker había decidido convertirlo en víctima de una broma de cumpleaños. Esperaba que al menos fuera una broma de buen gusto. —Jeremiah —repitió la voz distorsionada— he tomado como rehenes a tus compañeros de trabajo Parker y Hope. Si llamas a la policía, los mataré de inmediato. —Ajá —dijo Jeremiah, sonando tan poco convencido como se sentía. La voz distorsionada era obviamente la de Parker. —Tienes que tomar una decisión, cumpleañero. Puedes huir del edificio con la confianza de que vivirás para ver otro cumpleaños aunque tus amigos no lo hagan. O puedes intentar salvar a tus amigos. Si eliges esa opción, tienes treinta minutos. Cuanto más tardes, peor estarán cuando los encuentres. Ahora, ¿cuál es tu elección? —Elijo salvar a mis amigos —dijo Jeremiah con un suspiro. En verdad, consideraba a Parker un matón, no un amigo. Pero quería causar una buena impresión en Hope, y triunfar sobre una de las bromas de Parker parecía una buena forma de hacerlo. Además, era sólo un juego estúpido de todos modos, ¿verdad? Como esas salas de escape, la gente optaba por encerrarse para poder divertirse encontrando las pistas que los sacarán. Después de todo, era su cumpleaños. Bien podría jugar un juego. —Muy bien —dijo la voz distorsionada—. Usa su tiempo sabiamente, o tus amigos pueden perder algunas piezas. Tu tiempo comienza… AHORA. Jeremías se puso de pie. Tenía que dárselo a Parker. Esto era ciertamente más oscuro e imaginativo que sus bromas habituales. Miró alrededor de la sala de trabajo, tratando de encontrar pistas. Miró encima del escritorio de Parker e incluso abrió los cajones y miró dentro. Nada fuera de lo común. Fue al mostrador de recepción donde Hope solía guardar sus cosas. Su bolso estaba guardado en el cajón habitual, lo que significaba que definitivamente había entrado esta mañana. No se rebajaría tanto como para invadir su privacidad hurgando en su bolso. Así que Hope estaba en algún lugar del edificio porque su bolso estaba aquí. Y sabía que Parker estaba aquí porque lo había escuchado por el altavoz. Para ganar este juego, para vencer a Parker e impresionar a Hope, tenía que convertirse en una combinación de héroe de acción y detective de mente aguda. ¿Qué era lo que Sherlock Holmes solía decir en las historias que le gustaban a Jeremiah en sus días de escuela secundaria? «El juego está en marcha». —Ya que estás en un escritorio, también podrías escribir algo — retumbó la voz distorsionada por el altavoz—. Tu primera pista es un anagrama. Escríbelo: STINGER MOOT (aguijón discutible). —¿STINGER MOOT? —gritó Jeremiah en respuesta a la voz en el altavoz con la voz de Parker—. Eso no tiene ningún sentido. —No tiene que tener sentido —gritó la voz—. Es un anagrama. Estás perdiendo un tiempo precioso, Jeremiah. Escríbelo. S-T-I-N-G-E-R espacio M-O-O-T. Jeremiah hizo lo que le dijeron, pero no iba a dejar que Parker lo intimidara o lo presionara. No esta vez. Quería que Hope viera el tipo de persona que realmente era, que no era sólo un desafortunado frustrado por las bromas de Parker. Anagramas. Había pasado mucho tiempo desde que Jeremiah pensó en anagramas. Esos eran aquellos en los que estaban mezcladas las letras, ¿no? Miró la combinación absurda de palabras. Si esto era realmente una pista, entonces probablemente lo estaba dirigiendo a un lugar en el edificio. Vio las letras R-O-O-M (habitación/sala) rápidamente, por lo que espacio debe ser la segunda palabra. Con esas letras eliminadas, no tardó en darse cuenta de que las letras restantes podrían reorganizarse para realizar pruebas de ortografía. —La sala de pruebas —dijo, sintiendo una innegable sensación de logro—. Tengo que ir a la sala de pruebas. Caminó en lugar de correr. No quería que Parker pensara que se sentía presionado. Después de todo, sólo era un juego. Usó su tarjeta de acceso para abrir la puerta de la sala de pruebas y luego encendió la luz. En el medio del piso había una pequeña caja de regalo, del tamaño que más a menudo contenía joyas. La cajita estaba envuelta en papel de colores con un lazo morado brillante en la parte superior. Entonces, ¿esta era una búsqueda del tesoro de cumpleaños con un tema de terror/suspenso? Jeremiah podría vivir con eso. Al menos podría decir que este cumpleaños no era como todos los días. Cruzó la habitación, se agachó y recogió la pequeña caja. La desenvolvió con cuidado, en caso de que pudiera haber una pista escrita en el interior del papel para envolver. La caja con bisagras era de un carmesí intenso, con un terciopelo, el tipo de caja que podría contener un anillo de compromiso. Abrió la tapa. Su estómago dio un vuelco. Dientes. La caja forrada de terciopelo estaba llena de dientes. Algunos grandes, algunos quizás lo suficientemente pequeños como para ser dientes de leche. Un molar estaba salpicado de sangre en la parte inferior donde había sido arrancado de raíz. Jeremiah quería mantener la calma, pero no pudo evitar estremecerse visiblemente. ¿De dónde se las había arreglado Parker para sacar los dientes? ¿Era amigo de un dentista que tenía un sentido del humor enfermizo? Jeremiah respiró hondo. «Una pista», se dijo a sí mismo. «Se supone que los dientes son una pista». Deja de asustarte y empieza a pensar. No quería tocar los dientes, pero sabía que necesitaba examinarlos en busca de posibles pistas. Sacó un pañuelo de papel de su bolsillo, lo extendió sobre la palma de su mano izquierda y sacudió los dientes sobre el pañuelo. No contenían marcas ni características distintivas. Había siete de ellos. ¿Podría ser significativo el número? Siete ciertamente no se sentía como un número de la suerte cuando se refería a un montón de dientes extraídos. Dejó los dientes a un lado y examinó la caja. Sacó el forro de terciopelo. En el fondo de la caja había una pequeña hoja de papel que había sido doblada en un cuadrado diminuto. Jeremiah desdobló el papel. En él, un mensaje escrito decía: ¡HÍNCALE EL DIENTE A ESTA PISTA, JEREMIAH! DAME UNA Y HARÉ MÁS. CADA UNA COMO LA ANTERIOR. ¿QUÉ SOY? Jeremiah no tuvo que pensar por mucho tiempo. Siempre había sido bueno con los acertijos. —Esto es fácil. La fotocopiadora. —No te confíes demasiado, Jeremiah —la voz distorsionada retumbó por el altavoz, haciéndolo saltar—. El tiempo corre. Sólo quedan veinte minutos. Y cuanto más lento seas, más sufrirán ellos. Me pregunto… si logras encontrar a tus amigos, ¿podrás siquiera reconocerlos? —Realmente estás disfrutando esto, ¿no es así, Parker? —dijo Jeremiah mientras salía de la sala de pruebas, dejando atrás los dientes—. Deja de criticarme. Estoy de camino a la sala de fotocopias. Sin prisa en particular, Jeremiah se dirigió por el pasillo oscuro. La sala de copias era la tercera puerta a la izquierda. Cuando entró, las luces de la máquina emanaban un brillo espeluznante. Al principio fue a la máquina en sí, pero no encontró nada fuera de lo común. Echó un vistazo a la habitación. Era pequeña, así que no había muchos escondites. Aparte de la máquina, sólo había una papelera, una papelera de reciclaje y una mesa larga donde la gente podía cotejar sus copias. Miró sobre la mesa y sólo vio los útiles de oficina habituales: una taza con bolígrafos y tijeras, una grapadora, un frasco pequeño de sujetapapeles. «Espera». Esos no eran sujetapapeles. Eran óvalos pequeños y translúcidos, con puntas blancas en la parte superior y salpicadas de rojo en la parte inferior. Unas de las manos. Son uñas. Y no recortes de uñas, sino una uña entera que había sido… eliminada, de alguna manera. Jeremiah sintió que la bilis subía por su garganta y se atragantó. Respiró hondo y se dijo a sí mismo que debía calmarse. «Estas no pueden ser uñas reales». Eran accesorios, accesorios extremadamente realistas, del tipo que verías en una película de terror con un presupuesto decente, pero accesorios de todos modos. Supuso que no era tan escandaloso que Parker pudiera tener en sus manos esas cosas. Se podía comprar cualquier cosa en Internet en estos días. Pero, ¿dónde estaba la siguiente pista? No había nada más inusual en la mesa. Con mano temblorosa, tomó el frasco de “uñas”. Le dio la vuelta, esparciéndolas por la mesa. Un pequeño trozo de papel doblado cayó del fondo del frasco. No le agradaba la idea de tocarlo ya que había estado en el frasco con todas esas uñas, pero sabía que era la siguiente pista, y no se acobardaría ahora. No le daría a Parker la satisfacción. Desdobló la hoja de papel y leyó: ¡HAS CLAVADO ESTE DESAFÍO! Jeremiah casi podía oír el molesto hee-hee-hee de Parker. Siguió leyendo: TU PRÓXIMA PISTA CONTIENE AÚN MÁS SUSTOS/PARA LLEGAR SÓLO TIENES QUE SEGUIR LAS LUCES. Jeremiah salió al pasillo. Una hilera de luces diminutas se extendía desde la entrada de la sala de fotocopias al final del pasillo. Las siguió, lo que ciertamente fue más fácil que descifrar otra pista críptica. Quizás se estaba acercando al final del juego. No había sido divertido, era demasiado perturbador para eso, pero había sido interesante. Definitivamente saldría de esta experiencia con una historia que contar. —Estás perdiendo el tiempo, Jeremiah —anunció la voz al otro lado del altavoz—. Sólo quedan diez minutos. ¡Será mejor que vayas con tus amigos pronto, o se harán pedazos! —La risa sonó como una versión distorsionada del hee-hee-hee de Parker. —Realmente pusiste algo de trabajo en esto, Parker, te daré eso —dijo Jeremiah. Las luces se detuvieron en la entrada de una sala de conferencias que no se había utilizado desde la reducción de personal de la empresa. Giró la perilla y entró. Sentados en la mesa, alineados como si lo estuvieran mirando, había tres globos oculares. Jeremiah notó que dos de ellos tenían el iris marrón; el tercero era azul. Ver los globos oculares intactos separados de sus dueños hizo que Jeremiah pensara en lo delicado que era el ojo, suave y aplastable, como una uva pelada. Sintió una oleada de náuseas, una sensación que ahora se estaba volviendo familiar. Estos ojos tenían que ser reales. Incluso un excelente artista de efectos especiales no podría hacer algo tan convincente. Entonces, ¿de dónde sacaba Parker estas cosas? Un pensamiento apareció en la cabeza de Jeremiah que lo explicaba todo. En el tercer piso de su edificio había una empresa de suministros médicos. Jeremiah nunca había pensado tanto en el tipo de suministros que le proporcionaban; había pensado en matorrales y tal vez máscaras y guantes, ese tipo de cosas. Pero, ¿y si se ocuparan de los desechos médicos? ¿Partes del cuerpo sobrantes de las cirugías que iban a ser enviadas a las facultades de medicina para su estudio y disección? Si es así, Parker podría haberles comprado algunas piezas de repuesto. Jeremiah se sintió mejor de repente, seguro de que nadie había resultado herido en la creación de esta elaborada broma. Vio un trozo de papel que sobresalía de debajo del globo ocular azul. No quería tocarlo, así que lo empujó con el extremo romo de un bolígrafo. El ojo se volvió hacia atrás, agarró la nota y la desdobló: VEO QUE TE ESTÁS ACERCANDO A LA META. ¡SIGUE LAS LUCES PARA HACER LAS COSAS BIEN! Una nueva cadena de luces comenzaba en la puerta de la sala de conferencias y avanzaba por el pasillo. Se detenían en la oficina que había pertenecido a la persona de relaciones públicas antes de que la despidieran. Probó la puerta y entró. Un regalo de tamaño mediano estaba sobre el escritorio. Estaba envuelto en papel blanco decorado con brillantes letras multicolores que deletreaban su CUMPLEAÑOS y rematado con un gran lazo plateado. Jeremiah estaba empezando a perder el placer que siempre había sentido al desenvolver los regalos. Aun así, rompió el papel y levantó la tapa de la caja. Dentro de un nido de papel de seda azul claro había un montón de dedos, tal vez hasta doce o trece, pero era difícil de decir porque muchos de ellos habían sido cortados en fragmentos. A dos de ellos les faltaban las uñas. Jeremiah no pudo evitarlo. Fuera broma o no, vomitó en la papelera. Una vez que pudo normalizar su respiración, miró dentro de la caja nuevamente. Uno de los dedos era pequeño y obviamente había pertenecido a una mujer. Llevaba un delicado anillo de plata con una piedra preciosa azul claro. «Aguamarina. La piedra de la esperanza». Se dio cuenta con horror de que era el anillo de Hope, el que siempre llevaba en el dedo anular derecho. ¿Significaba que el dedo cortado pertenecía a Hope? Se inclinó para examinarlo más de cerca. Había una pequeña peca oscura justo debajo de la primera articulación del dedo. Jeremiah había pasado tanto tiempo mirando a Hope que había memorizado su rostro, su cabello, sus manos. Esta no era su peca, este no era su dedo. Sintió un breve momento de alivio, pero luego se sintió mal por sentirse aliviado. Incluso si ninguno de estos dedos fuera de Hope, seguían siendo dedos humanos. Esto había ido más allá de una broma. Era un juego enfermizo y había ido demasiado lejos. Jeremiah había dicho a menudo que Parker no sabía cuándo detenerse. Sólo se estaba dando cuenta ahora de cuán cierta era esa afirmación. E incluso si no era el dedo de Hope, seguía siendo el anillo de Hope. ¿Qué significaba eso? ¿Hope podría estar en algún tipo de peligro? ¿Parker la estaba lastimando? —¡Ya es suficiente, Parker! —gritó Jeremiah. El juego había durado demasiado—. ¡Esto debe terminar ahora! —¿Sientes que las cosas se están saliendo de control? —dijo la voz en el altavoz, riendo. —Sólo hay una forma en que este juego puede terminar. Sigue las luces antes de que sea demasiado tarde para tus amigos. Jeremías corrió. Antes, no quería que Parker lo viera sudar, pero si Hope estaba realmente en peligro, tenía que llegar hasta ella. Ya había perdido demasiado tiempo. Las luces terminaban en otra oficina vacía, la grande ocupada por el jefe cuando se molestaba en aparecer. Jeremiah ni siquiera podía recordar cuándo había sido la última vez. Sobre el gran escritorio de roble había una caja de cartón con dos agujeros redondos cortados en la tapa. Una nota adjunta a la caja decía: Para obtener la clave de dónde se esconden tus amigos, arremángate y mete la mano en el interior. Jeremiah se subió las mangas de la camisa y metió las manos por los dos agujeros de la caja. Al instante, estuvo hasta las muñecas en algo frío, húmedo y blando. Sería más exacto decir algunas cosas frías, húmedas y blandas porque cuanto más palpaba en las profundidades de la caja, más se daba cuenta de que no sólo sentía una masa viscosa, sino objetos individuales. Tenía las manos enredadas en tubos largos y serpenteantes. «Intestinos». Jeremiah esperaba que las entrañas que estaba sintiendo procedieran de algún ganado desafortunado y las hubieran adquirido en una carnicería. Pero en su mente, sabía que no era así. «La empresa de suministros médicos», se dijo. «Todo esto vino de la empresa de suministros médicos. Se trata de personas fallecidas por causas naturales, que donaron sus cuerpos a la investigación científicas». Pero incluso mientras trataba de convencerse a sí mismo, las palabras sonaban cada vez más desesperadas y ridículas. Si estas partes del cuerpo fueran para estudio o disección, ¿no se conservarían de alguna manera? Todas las partes que había encontrado durante este horrible juego parecían inquietantemente… frescas. Jeremiah temía estar perdiendo la cabeza. «¿Así será como perderás el juego, perdiendo la cordura?» Luchó contra una ola tras otra de náuseas para hurgar en los despojos en busca de la llave. Finalmente, su mano derecha sintió algo duro y metálico. La agarró y sacó los brazos de los agujeros cuadrados. Cuando miró sus manos, estaban manchadas de rojo más allá de las muñecas. Levantó la llave. —¡Está bien, tengo la llave! ¿Se acabó el juego? ¿Gané? ¡He terminado! ¿Me escuchas, Parker? ¡He terminado! —¿Qué misión termina con sólo encontrar una llave, Jeremiah? —tronó la voz en el altavoz—. ¿No tienes que averiguar para qué es una clave? ¿No quieres salvar a tus amigos… o lo que queda de ellos? —¡No eres mi amigo, Parker! —gritó Jeremiah. Se sentía como algo que debería haber dicho hace mucho tiempo. Pero Hope era su amiga. Y ella podría estar en peligro o con dolor. Si necesitaba ser salvada, él podría hacerlo. Tomó la llave y cerró la puerta de la oficina detrás de él, manchando el pomo de la puerta con la huella de una mano ensangrentada. El rastro de luces continuaba. Lo siguió. La siguiente habitación probablemente había sido una oficina en algún momento, pero ahora estaba abarrotada de viejos muebles de oficina. Sentada en una silla de escritorio evidentemente rota había otra caja, envuelta para su cumpleaños, esta vez con un lazo rosa caramelo. Era una caja plana de tamaño mediano, de esas que siempre habría últimas en Navidad cuando era niño porque sabía que contenían ropa, no juguetes ni juegos. Estaba bastante seguro de que esta caja no contenía ropa. No quería abrirla, no quería ver lo que había dentro, pero si iba a jugar el juego hasta el final con la posibilidad de decirle Hope, no tenía otra opción. Arrancó el papel de regalo de colores brillantes y levantó la tapa de cartón de la caja. Cuando vio lo que había dentro, gritó. Trató de ahogar el grito con el puño pero saboreó la sangre que aún cubría sus manos. Miró el contenido de la caja, impulsado por la necesidad de darle sentido a lo que había visto. Jeremiah estaba mirando un rostro que había sido despojado de un cráneo humano junto con parte del cuero cabelludo y el cabello. Tardó un momento más en reconocer a quién pertenecía el rostro. Pero luego comenzó a juntar las piezas: el cabello castaño con el distintivo mechón, los labios carnosos que tan a menudo se habían estirado en una sonrisa de autosatisfacción. Casi esperaba que los labios se abrieran en un hee-heehee. —¿Todavía crees que soy Parker? —dijo la voz distorsionada en el altavoz. —No —respondió Jeremiah, sorprendido de escuchar el sollozo en su voz—. No. Parker está justo aquí. —No quería, pero se encontró mirando de nuevo el rostro despeinado de Parker. Jeremiah se secó las lágrimas de los ojos. Si Parker no estaba dirigiendo este espectáculo enfermizo, ¿quién era? Jeremiah se dio cuenta de que desde que había pensado que Parker estaba a cargo, podía pensar en la idea de que, por muy malas o crueles que parecieran las cosas, todo era una broma elaborada. Pero ahora quedaba claro que no se trataba de una broma. Era real. Sólo había una palabra que tenía sentido para Jeremiah en este momento: «Corre». Corrió, ignorando el rastro de luces, ignorando todo excepto lo que parecía ser la ruta más rápida para salir del edificio. Los pasillos adquirieron una calidad de laberinto. A la izquierda, a la derecha, sin aparente escapatoria. Llegó al ascensor y apretó el botón. No se encendió no había luz. Claramente, el psicópata con el que estaba lidiando había manipulado el ascensor. Corrió hacia la escalera. Abrió la puerta marcada con escaleras. Jeremiah siempre había encontrado espeluznante el hueco de la escalera con poca luz, incluso en circunstancias mucho más tranquilas, pero ahora no había tiempo para reflexionar sobre sus sentimientos. Sólo había tiempo para correr. Mientras bajaba el primer tramo de escaleras, notó una mancha roja en la pared blanca de bloques de cemento. Sangre. Sangre relativamente fresca, a juzgar por su brillo. ¿Pero de quién era la sangre? No podía reducir la velocidad para pensar en ello, o la sangre que salpicaría las paredes a continuación podría ser suya. Abajo, abajo, abajo, corrió. Bajó quince tramos de escaleras, sudando, jadeando, con el corazón latiendo como un tambor. Comprobó las puertas al bajar con la esperanza de poder acceder al ascensor desde otro piso. Bloqueado. Bloqueado. Bloqueado. Finalmente, llegó a la puerta marcada con una I, la puerta que conducía al vestíbulo y la salida. La empujó. No se movió. Empujó de nuevo. Parecía haber sido bloqueada desde el otro lado. Golpeó la puerta con ambos puños. —¡Ayuda! —grito—. ¡Ayuda! ¡Estoy atrapado aquí! —Esperaba que al menos pudiera llamar la atención de un guardia de seguridad. Pero no había nadie allí para escucharlo. Golpeó y gritó unos minutos más por si acaso, pero no sirvió de nada. Se secó las lágrimas de frustración de sus ojos. «¿Ahora qué?» No había otro lugar adonde ir más que volver a subir. Jeremiah estaba sin aliento. Subir las escaleras resultaba mucho más agotador que bajar. Se detuvo en el rellano del sexto piso para recuperar el aliento y vio algo que no había notado en camino bajando. La puerta del sexto piso estaba perfilada con una hilera de luces diminutas, del mismo tipo que había iluminado su camino durante todo el horrendo juego de cumpleaños. Empujó la puerta. Se abrió. Entró en el sexto piso, un espacio de oficina que había estado vacante desde que había aceptado el trabajo con la compañía de juegos. Sabía que entrar era probablemente una mala idea, no, definitivamente era una mala idea, pero ¿qué otra opción tenía? Podía volver a su oficina, que estaba llena de vísceras y gobernada por una presencia malévola en el altavoz, o podía arriesgarse aquí. La única iluminación del sexto piso procedía de las hileras de pequeñas luces que colgaban del techo. No había computadoras, ni muebles de oficina, ni otros signos de actividad humana. Sólo había luces diminutas que conducían a un pasillo oscuro. Al final del pasillo había una especie de brillo tenue. Casi como si lo hubieran hipnotizado para hacerlo, Jeremiah siguió las luces. Iba a llevar esto a cabo. El resplandor venía de una habitación al final del pasillo. A medida que se acercaba, la fuente del resplandor se hizo evidente. Un televisor viejo, del tipo que podía recordar de la casa de su abuela, estaba sentado en la habitación vacía. Estaba encendido, pero la pantalla mostraba sólo el patrón en blanco y negro al que su abuela siempre se había referido como “nieve”. En el estante debajo del televisor había un equipo audiovisual igualmente antiguo, una videograbadora. Jeremiah no había visto uno de esos desde su infancia. El botón de encendido verde de la videograbadora brillaba de una manera tranquilizadora y familiar. Por capricho, Jeremiah presionó al Rev. La “nieve” en la pantalla desapareció y fue reemplazada por las caras sonrientes de Parker y Hope. —¡Sorpresa! —dijo Hope, riendo a su manera suave y tintineante. —¡Caíste! —dijo Parker. Realmente caíste esta vez. Ah, y… Miró a Hope. —¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritaron los dos juntos. —Espero que aprecies todos nuestros esfuerzos, Jeremiah —dijo Hope—. Fue mucho trabajo juntar todo esto, aunque valió la pena. —Nunca pensé que lo haríamos a tiempo —dijo Parker—. Entre la configuración de los sensores de movimiento y el altavoz… —Pero no podría haber salido mejor, ¿verdad? —dijo Hope, mostrando su familiar y dulce sonrisa. Jeremiah no reconocía la habitación en la que se habían filmado Hope y Parker. Estaba demasiado oscuro para distinguir gran parte del escenario; sin embargo, pudo discernir lo que había sobre la mesa en la que estaban: el tipo de tijeras de cocina afiladas que se usan para deshuesar la carne, una variedad de cuchillos que variaban en tamaño, desde un pequeño bisturí hasta una enorme cuchilla. —Fue perfecto —le dijo Parker a Hope; luego se dirigió hacia la cámara—. Pero ahora que has tenido tu sorpresa de cumpleaños, ¡hay muchas posibilidades de que Hope y yo necesitemos ir a un hospital! — Sonrió como el presentador de un programa de juegos. —Seguramente sea sí —dijo Hope, riendo. La sonrisa se desvaneció del rostro de Parker. —¡Está bien, Parker! —gritó a la cámara—. ¡Ya está! ¡Ahora los golpes! Golpe. Golpe. Al principio, Jeremiah pensó que los golpes provenían de la cinta de video, pero luego se dio cuenta de que la fuente del ruido era un armario de suministros a unos metros de él. Alguien (¿algo?) estaba tocando muy bajo en la puerta del armario desde el interior. Sin siquiera pensarlo, Jeremiah empezó a salir de la habitación, aunque su mirada seguía fija en la pantalla del televisor. —Ahora, si nos disculpas —dijo Parker en el video— ¡Hope y yo tenemos trabajo que hacer! —Parker se inclinó hacia la cámara. Sostenía un gran par de tenazas, que abría y cerraba amenazadoramente, luego soltó su marca registrada, un hee-hee-hee. La pantalla se puso negra. Jeremiah se quedó de pie, congelado por la confusión y el terror, mientras la puerta del armario de suministros se abría lentamente. N —¡ o vas a ser un niño para siempre, Joel! —Como si quisiera serlo —murmuró Joel. Estaba a sólo unos pasos de su camioneta. Dos segundos más. Eso era todo lo que necesitaba para llegar a su vehículo y escapar antes de que lo atraparan. Dos malditos segundos. Joel suspiró con suficiente volumen, giro de cabeza y acción de hombros para comunicar su molestia, y se volteó para mirar a su padre. —¿Hablaremos ahora? —Son las 5:53. Decidió hacerse el tonto. —¿Cuál es el punto? —¿Te vas a las 6:00, no a las 5:53? —¿Me estás regañando por siete minutos? El padre de Joel miró hacia el cielo azul brumoso durante un minuto y luego se pasó el dorso de la mano por la frente. Su palma, por supuesto, estaba perfectamente limpia. ¿Cómo lograba eso? Joel había estado trabajando en “el negocio familiar”, como a su madre le gustaba llamar a la empresa de su padre, el vivero y jardinería D’Agostino's Nursery and Garden Center, después de la escuela y todos los veranos desde que cumplió catorce años. El trabajo habían sido cuatro años de tortura casi diaria: palear, levantar, acarrear, desyerbar y decir—: Sí, señora. Sí, señor. Como desee —cuando lo que realmente quería decir era… bueno, algo totalmente diferente y para nada educado. Desde que empezó a trabajar para su padre, Joel olía a sudor y suciedad o, peor aún, a estiércol. Su madre, que solía decirle a diario lo mucho que lo amaba, había reemplazado su “Te amo” por “Date una ducha, Joel”. Cuando él se quejaba de que no era culpa suya que oliera mal todo el tiempo (era por el estúpido trabajo), ella respondía con—: Tu papá ha estado dirigiendo D'Agostino's durante veinticinco años, y nunca huele como un excremento de vaca humeando en un charco de barro. Sí, su papá. El hombre perfecto. El que todos amaban. El hombre que nunca suda. El tipo que era tan especial que la suciedad y el fertilizante no tenía la audacia de tocarlo. Joel parpadeó y se dio cuenta de que su padre estaba hablando. Sintonizó las palabras y llegó a la mitad de la frase—: …¿Crees que vas a encontrar un empleador al que no le importe que salgas del trabajo unos minutos antes todos los días? No puedes ser así de irresponsable para siempre. Dios sabe que te he dado más facilidades de las que debería. Tu madre sigue pidiéndome que sea suave contigo. ¿Y de qué nos sirve eso? Un chico de dieciocho años que actúa como un niño de ocho. Eres un desastre, Joel, un gran desastre. Joel respiró hondo y arrugó la nariz ante el olor dulce y enfermizo de las flores de cerezo, que por alguna razón estaban floreciendo a finales de este año. Seguían goteando trozos de color rosa por todo el vivero, que luego la brisa recogería y soplaría. El padre de Joel insistía en un vivero “limpio”, lo que significaba que no permitiría que las flores caídas ensuciaran la propiedad. Joel probablemente había barrido varios millones de esas malditas cosas sólo hoy. Joel puso sus manos en sus estrechas caderas; varias chicas le habían dicho que se veía “hermoso” cuando hacía eso. Inclinó la cabeza hacia su padre. —¿Ya terminaste? Su padre levantó las manos y gritó—: ¡Estás despedido! Joel frunció el ceño. Bien, odiaba este trabajo. Sin embargo, su padre le pagaba dos dólares la hora más que cualquier otro salario que hubiera podido encontrar, y al menos el trabajo era diurno. Todo lo demás que había investigado requería trabajar hasta altas horas de la noche, lo que reduciría su tiempo con la banda. Hasta que pudiera irse de la ciudad, que no iba a ser hasta la graduación, dentro de dos largos meses, la verdad era que trabajar en el vivero era el mejor trabajo que tenía disponible en ese momento. Y tenía que tener un trabajo. No podría ahorrar el dinero que necesitaba para ir a Los Ángeles si no seguía trabajando. Se enfrentó a su papá. —No puedes despedirme porque me voy siete minutos antes. Steve D'Agostino miró a su alrededor mientras una confusión fingida cruzaba su rostro oscuro. Joel parpadeó; acababa de tener esa extraña sensación que a veces sentía cuando miraba a su padre, como si estuviera viendo una versión más vieja de sí mismo. Cuando su padre abría así sus ojos marrones, se parecía mucho a Joel, quien había recibido la mayoría de sus rasgos fuertes de su padre, pero cuyos ojos eran tan grandes y pesados como los de su madre. Era una buena combinación. Una vez, una señora se le acercó en la tienda de comestibles para preguntarle si era modelo. Eso, de hecho, era algo que planeaba hacer cuando llegara a Los Ángeles. Le serviría de apoyo mientras ponía en marcha su carrera musical. —¿Estoy sufriendo alguna alucinación? —preguntó el papá de Joel—. ¿No es cierto que como dueño de este lugar, puedo hacer lo que quiera? ¿Hay algún otro jefe por aquí del que no haya oído hablar? Alguien —estaba imitando el uso frecuente de Joel de la palabra— ¿quién tiene la última palabra? —Qué gracioso —dijo Joel—. Sólo digo que es estúpido despedir a alguien por irse siete minutos antes. —Eso crees, ¿eh? —La voz de su padre era más fuerte ahora—. Hagamos los cálculos, ¿de acuerdo? Joel miró a su alrededor para ver si alguien estaba viendo cómo lo sermoneaban como a un niño tonto. Un par de viejas estaban inspeccionando las hojas de los cerezos en el borde del estacionamiento. Una familia estaba agrupada alrededor de los adornos de plástico en forma de molinete cerca de la puerta principal del centro del jardín. Al otro lado del vivero, el compañero de trabajo de Joel, Seth, metía con una pala la corteza de belleza en la parte trasera de uno de los camiones de reparto. Bien. No había nadie importante. Joel miró su reloj. Ahora eran las 6:00 p.m. Interrumpió los monótonos cálculos de su padre y tocó su reloj. —Bueno, ahora no me estoy yendo antes. —Crees que eres divertido, ¿no? —El padre de Joel negó con la cabeza—. No necesito hacer los cálculos. Ya los hice. Durante el tiempo que has trabajado para mí, te he pagado más de sesenta y siete horas más de lo que has trabajado. Eso es fácilmente mil dólares que obtuviste por hacer absolutamente nada. Joel se encogió de hombros. —¿Y qué? Soy tu hijo. Me lo debes. El padre de Joel miró fijamente a Joel durante diez segundos seguidos. Después de los tres primeros, Joel pensó en subirse a su camioneta e irse. Pero por alguna razón, no podía apartar la mirada de su padre. Cuando Joel era pequeño, pensaba que su padre era el hombre más genial del planeta. A diferencia de los padres de sus amigos, su padre era grande, de hombros anchos y estaba en forma, como un superhéroe. No conducía un sedán viejo y aburrido como otros papás; conducía un gran camión negro brillante. Su padre tampoco usaba el atuendo paternal típico, como pantalones caqui y polos monótonos. Cuando el padre de Joel no estaba en el vivero, se vestía con ropa llamativa: pantalones elegantes, camisas brillantes y corbatas estampadas. La gente de la ciudad amaba a Steve D'Agostino: podía hacer que una multitud estallara en carcajadas, encantar a cualquier mujer, hacerse amigo de quien quisiera. En casa, era divertido y atento; cuando Joel era un niño, si su padre estaba en casa era divertido. Padre e hijo pasaban los veranos bromeando y haciendo cosas interesantes juntos. El padre de Joel tocaba la guitarra y enseñó a su hijo desde pequeño, inculcándole el amor por la música. Incluso le compró a Joel una batería cuando le pidió una, y habían formado una “banda de rock” de dos personas. Sin embargo, algo extraño había sucedido cuando Joel llegó a la adolescencia. Las reglas cambiaron. Ya no se le permitió jugar y hacer lo que quisiera. Su padre esperaba algo de Joel que no podía dar. Su papá quería que dejara de divertirse. Quería que “se pusiera serio” y “creciera”. Después de un tiempo, Joel dejó de protestar. En el segundo año, estaba a favor de crecer porque eso significaba que podía alejarse de sus padres asfixiantes y de este pequeño pueblo atrasado. Significaba que podía ir a tocar música donde alguien lo apreciaría en lugar de gritarle por ello. Pero, ¿por qué crecer tenía que significar ponerse serio? ¿Por qué tenía que dejar de divertirse? Joel parpadeó cuando sintió un tirón y escuchó un desgarro. Miró hacia abajo. —¿Qué–? Su padre acababa de arrancar la etiqueta con el nombre de la camisa de Joel con tanta fuerza que dejó un agujero. —Se acabó —dijo su padre—. Sólo lárgate de aquí. Joel sintió que la sangre le inundaba el rostro. Le palpitaban las sienes. Apretó los puños. —Ahora —gruñó su padre. Joel alzó las manos. —Bien. —Se volteó y abrió la puerta de su camioneta. Joel se puso detrás del volante, metió sus largas piernas en la cabina y cerró la puerta. Escuchó el crujido de la grava y miró por la ventana del lado del conductor para ver a su padre caminando de regreso al centro del vivero. «Como sea». Joel giró la llave. Una vez, dos veces, tres veces. El viejo motor finalmente se puso en marcha y chisporroteó antes de convertirse en un estruendo parecido al de un traqueteo. Joel golpeó el volante con la mano. Su padre pensaba que le había hecho a demasiados malditos favores. Como comprarle esta camioneta. —Te compré una camioneta, Joel —solía decirle su papá cuando él se quejaba de no conseguir lo que quería. ¿Y qué? ¡Era una camioneta de hace veinte años con transmisión estándar! «Gracias por los pequeños favores», pensó Joel. Joel puso la palanca de cambios en marcha atrás. Apretó los engranajes y la camioneta salió disparada hacia atrás. Podía oír la grava volando bajo el chasis de la camioneta. Esperaba estar dejando grandes surcos en el precioso estacionamiento de su padre—: la grava debe mantenerse lisa y uniforme. —Sería bueno para el idiota. Joel apretó los engranajes de nuevo mientras cambiaba a primera. Apretó con fuerza el acelerador y el motor gimió, protestando por la velocidad excesiva en marcha baja. Joel pasó rápidamente a la segunda y tercera mientras seguía acelerando. Salió del estacionamiento a 45 km/h en tercera velocidad. La grava todavía volaba; la escuchó en el letrero de D'Agostino en el borde delantero del estacionamiento. Sus neumáticos chirriaron cuando salió a la carretera. Alguien le tocó la bocina, pero ni siquiera miró hacia atrás para ver por qué. Simplemente pisó el acelerador a fondo y llevó la camioneta a más de 60 km/h tan rápido como lo permitía el viejo vehículo. Otro coche le tocó la bocina. Alguien gritó. A Joel no le importaba. D’Agostino's estaba a las afueras del llamado centro de la ciudad, una colección desaliñada y patética de negocios moribundos esparcidos por varias manzanas semiabandonadas. El centro del vivero/complejo de viveros estaba en la carretera “principal”, una estrecha franja de pavimento de dos carriles llena de baches que finalmente conducía a una carretera estatal. Aunque era la carretera principal, el límite de velocidad era de sólo 30 km/h. Estúpidamente lento. La casa de la familia D'Agostino estaba a sólo tres millas del vivero, y a Joel le gustaba ver qué tan rápido podía conducir la corta distancia. Hoy necesitaba llegar a su casa lo más rápido posible. Necesitaba volver a su habitación y tocar sus pads de batería. Quería golpear su frustración. Si hubiera podido ir a la casa de su amigo Zach para tocar la batería de verdad, lo habría hecho, pero Zach y su familia no estaban en casa hoy, una especie de cosa familiar, y al padre de Zach no le gustaba que Joel o los otros miembros de la banda fueran cuando no había nadie en casa. Joel tomó el desvío de la carretera principal tan rápido que sus neumáticos chirriaron de nuevo. Sonrió y aceleró hacia la recta que corría al oeste de la calle principal. Unas cuadras más tarde estuvo en el corazón de la zona residencial de la “vieja ciudad”, el barrio de grandes árboles nudosos y prados verdes inclinados y casas victorianas de aspecto altanero donde vivían todos los “destacables” de la ciudad, las familias que llevaban toda la vida aquí. Joel pensaba que estas familias, incluida la suya propia, eran unos don nadie: gente demasiado estúpida para ver que su ciudad era una pérdida de espacio, gente demasiado perezosa, asustada o estúpida para irse y probar la vida en otro lugar. La idea de estas familias inamovibles, todas las viejas formas de pensar y los interminables juicios y críticas, como los de su padre, molestaban tanto a Joel que pisó el acelerador aún más fuerte y tomó la siguiente curva más rápido de lo que había hecho antes. Lo hizo tan rápido que patinó. Durante un par de segundos, no tuvo control sobre el vehículo. Se deslizó por la esquina, y sus neumáticos temblaron sobre el pavimento irregular. Joel soltó un grito de alegría. Se sentía muy bien no estar atado a las reglas, a lo que era correcto. Era– La parte trasera de su camioneta golpeó algo con un fuerte golpe seguido de un crujido. «Ups». Sonaba como si hubiera sacado un buzón. Joel suspiró y frenó de golpe. La camioneta se detuvo con una sacudida, arrojándolo hacia adelante y hacia atrás y balanceándose durante un par de segundos mientras empujaba la palanca de cambios a neutral y ponía el freno de mano. Dejó el motor en ralentí cuando salió para ver qué había triturado. No es que le importara mucho, pero meterse en problemas no servía para sus propósitos en este momento, especialmente dado que su padre lo había despedido. Necesitaba aguantar a alguien que le diera un trabajo mejor, y la mayoría de las personas por las que valía la pena hacerlo vivían en este vecindario. Si había roto un buzón, probablemente debería arreglarlo. Joel rodeó su camioneta y miró el arcén. Levantó las cejas. No había golpeado un buzón. Una figura de plástico de un metro de altura, de color verde amarillo neón, con la forma vaga de un niño, yacía de costado en la tierra detrás de la camioneta de Joel. El “niño” sostenía una bandera naranja triangular que tenía las palabras NIÑOS JUGANDO impresas en negro. El color del letrero hacía juego con el “sombrero” naranja que estaba moldeado en la parte superior de la cabeza de plástico del niño. En lo que podría haberse llamado las caderas de la figura, la palabra lento brillaba bajo un reflector rojo. Joel rio. Qué buen trabajo había hecho el pequeño hace un momento. Ni siquiera lo había visto, y mucho menos se sintió obligado a prestarle atención a su estúpida advertencia. Notó que las “piernas” de la figura de plástico estaban agrietadas, probablemente como resultado del impacto con su camioneta. «No es gran cosa. Aun funciona». Joel empezó a apartarse de la figura, pero por alguna razón, sus grandes ojos negros redondos y su boca abierta y vacía llamaron su atención. Se detuvo. Se le puso la piel de gallina en los brazos desnudos mientras miraba fijamente la carita ciega y sin vida. Sacudió la cabeza y se frotó los ojos. —Como sea —dijo Joel en voz alta. Miró a su alrededor. Estaba solo, por lo que una vez más comenzó a regresar a su camioneta. Y de nuevo, se detuvo. Esta vez, su atención fue captada por un charco de lodo repugnante junto a los pies de la figura de plástico. «¿Qué es eso?» No era barro. No era caca de perro. Era… Joel se inclinó para ver el lodo con más claridad e inmediatamente retrocedió. La masa grumosa de color marrón parecía como si un perro se hubiera derretido en un exudado semilíquido. Joel dio un paso atrás e hizo una mueca. —¡Eso es asqueroso! Totalmente asustado, Joel giró una vez más para ver si alguien lo estaba mirando. No vio un alma en la calle, y todas las casas habían corrido sus cortinas o tenían oscurecidas las ventanas. Joel se apresuró a regresar a la puerta del conductor abierta y se subió a la camioneta. Poniéndola en marcha, soltó el freno y se alejó tan rápido como pudo sin chirriar los neumáticos. No quería hacer más ruido del necesario. «¿Por qué? ¿Porque se despertaría el niño de plástico dormido?» Joel resopló al pensarlo. —Sí, claro —murmuró. Encendió su radio para ahogar los nervios restantes que le hacían cosquillas en los pelos de la nuca. ✩✩✩ La mamá de Joel lo estaba esperando cuando detuvo su camioneta en el camino de entrada. Estaba de pie en el porche envolvente y cubierto, con las manos enterradas en los bolsillos de sus mom jeans de cintura alta. Aún a diez metros de distancia, Joel podía ver sus cejas fruncidas y sus labios comprimidos. Obviamente estaba enojada por algo. «Estupendo». Estuvo tentado de marcharse de nuevo, pero todavía se sentía raro por la cosa de plástico. Quería subir a su habitación y ocultarse del mundo. Pero para hacer eso tendría que atravesar a su madre. Joel era hijo único y, como tal, siempre pensó que debería ser mimado como es debido. Su mejor amigo, Wes, también era hijo único, y Wes obtenía lo que quería cuando quería. Joel, sin embargo, tenía padres que estaban “comprometidos” a asegurarse de no malcriarlo. A lo largo de los años, había tratado de manipularlos para que le consiguieran lo que quería, pero en algún momento se había rendido. —Tienes que esforzarte por lo que quieres en la vida, Joel —siempre le decían sus padres—. Si te damos todo, no sabrás cómo abrirte camino en el mundo. —Lo averiguaré —les respondía—. ¿Por qué no me dan unos años fáciles antes de llegar a los difíciles? No caían su razonamiento persuasivo ni encontraban divertido su humor. A diferencia de los padres de Wes, quienes le decían que estaba bien cuando sacaba C y D en la escuela, los padres de Joel no sólo lamentaban sus malas calificaciones, sino que lo castigaban por ellas. Su camioneta era un ejemplo perfecto de eso. Cuando Joel llegó a la escuela secundaria, su padre le dijo que le compraría una camioneta nueva a Joel cuando sacara su licencia, siempre que obtuviera buenas calificaciones. Por cada semestre que obtuviera malas calificaciones, la camioneta que recibiría sería un año más vieja. Joel intentó sacar buenas notas durante un semestre, pero era demasiado trabajo. Acortaba su tiempo de tocar música y pasar el rato. Entonces, hizo los cálculos y pensó que una camioneta de hace cinco años no era tan mala; dejó de intentar sacar buenas notas. Cuando llegó el momento de que le dieran su camioneta, su padre le dijo lo decepcionado que estaba con su desempeño escolar. Joel le contó con orgullo a su padre sus razones para ser vago, lo que resultó ser una mala decisión. Su padre estaba tan enojado que castigó a Joel por su “impertinencia” quitándole otros quince años de nueva a la camioneta. Así fue como terminó con una camioneta de hace veinte años. —Deberías alegrarte de que tu papá te haya comprado una camioneta —le había dicho la madre de Joel cuando él se quejó con ella. Siempre se ponía del lado de su padre—. Tu padre es un hombre maravilloso, un gran padre. Él hace todo lo posible por esta familia —había dicho más veces de las que Joel quería recordar. Ahora podía decir por el ceño enojado de su madre que atravesarla no iba a ser fácil. Decidió intentar actuar de forma inocente y despistada y ver qué conseguía. Salió de su camioneta y saludó a su madre con indiferencia. —Hola mamá. —Nada de hola mamá —espetó—. Tu padre me llamó. Joel suspiró y corrió hacia su madre. Se aseguró de mantener los hombros hacia atrás, la cabeza en alto y caminar con su arrogancia usualmente confiada. Marianna, la chica más bonita de su clase, vivía al otro lado de la calle. La ventana de su dormitorio daba a la carretera. Ella nunca le había dado ni la hora, pero pensaba que siempre había esperanza. Después de todo, él hacía que los vaqueros y las camisetas negras parecieran atractivos. Todas las otras chicas pensaban que así era. No parecía importarles que él no fuera romántico o caballeroso ni nada de esas cosas. Conseguía citas cuando las quería. Sin embargo, Marianna era una cita que no podía conseguir. —Tu encanto es como una envoltura de plástico, Joel —le había dicho una vez. —¿Qué se supone que significa eso? —había preguntado. —Es delgado, y algo transparente, no oculta lo idiota que eres. Joel lanzó una mirada a la ventana de Marianna mientras caminaba hacia su madre. Si ella estaba mirando, las únicas dos mujeres a las que quería impresionar lo verían en un punto bajo. Eso apestaba. Joel subió al porche y miró los ojos oscuros de su madre. Joel amaba a su madre, pero ella podía ser intimidante. Era una mujer alta con un cuerpo robusto y siempre vestía ropa sensata, generalmente pantalones oscuros o jeans de cintura alta y blusas de colores brillantes (hoy era magenta). Sus rasgos eran un poco grandes para su rostro. De hecho, podría pasar por un hombre si no llevara el pelo largo. Pero ella llamaba la atención. No podía apartar la mirada de ella cuando estaba enojada. —Papá estaba de mal humor —intentó Joel. —Déjalo, Joel. Sabes muy bien que has empujado a tu padre más allá de los límites que cualquier padre debería tener que soportar. Llegas tarde al trabajo, haces lo menos posible mientras estás allí y te vas temprano. Iba a dejarlo pasar hasta que te fueras a la universidad, pero luego dijiste que no irías a ir a la universidad… porque no podrías obtener buenas calificaciones. En ese momento, tu papá pensó que necesitarías el dinero, así que te mantuvo, a pesar del hecho de que vas a romperle el corazón e ir a unirte a una banda de rock o lo que sea que planees hacer. Pero incluso él tiene un límite. Joel se miró los pies. —Lo siento mama. —Inclinó la cabeza y le dio la mirada de reojo que siempre solía hacerla derretirse. Ella soltó aire. —Eres un chico guapo, Joel. Te lo concedo. Pero las apariencias no te darán todo. Necesitas un poco de personalidad para acompañarla. Y ahora mismo, la tuya necesita mucho trabajo. Joel se encogió de hombros. —Quiero subir a mi habitación. Su madre abrió la boca, luego la cerró e hizo un movimiento de espanto con la mano. —Bien. Vamos. Joel pasó junto a ella y entró pisando fuerte en su casa. La escuchó suspirar detrás de él mientras rastreaba tierra a través de la entrada de baldosas grises. Se lo merecía. Tenía algo de hambre y quería un bocadillo, pero más que eso, quería estar solo. Subió corriendo la amplia escalera hasta el segundo piso, recorrió el pasillo y entró en su habitación. Cerró la puerta de un portazo y se dirigió hacia las baquetas, pero en cambio agarró su guitarra acústica de su soporte en la esquina de la habitación. Se dejó caer en la cama con ella. Curvando los dedos sobre los trastes, Joel se concentró en el último conjunto de acordes que estaba tratando de dominar. Eran acordes de barra, con los que siempre había tenido problemas. Obtener la fuerza necesaria en sus dedos para mantener presionadas todas las cuerdas del traste a la vez le llevó cientos de horas de práctica, e incluso ahora, después de años de tocar, luchaba con algunos de los acordes menos comunes. Sin embargo, tenía que aprenderlos. No quería que la música que estaba escribiendo fuera corriente; no iba a usar los acordes fáciles habituales o las progresiones de acordes estándar. Quería crear música que traspasara los límites. «Límites». Ese era su problema. Estaba encerrado por muchas reglas. Lo volvían loco, tan loco que se sentía como si fuera una bola de ira andante todo el tiempo. No pretendía serlo, pero no podría ayudarse así mismo. Se sentía como un tigre atrapado en una jaula, un tigre tan frustrado que no podía evitar rugirles a todos. Joel repasó sus nuevos acordes dos veces; luego comenzó a combinarlos con una selección compleja. La mezcla sonaba genial. Joel sonrió mientras una nueva canción, sobre romper fronteras, comenzaba a formarse en su cabeza. Pero la incipiente melodía fue silenciada cuando la madre de Joel abrió la puerta de su dormitorio. Los dedos de Joel se congelaron en la guitarra. La mamá de Joel se acercó a su tocador y puso calcetines limpios en un cajón. —Eso sonó interesante —dijo. Joel frunció el ceño. “Interesante” no era lo que estaba buscando. Pero no iba a decir nada. Nunca trató de explicar su música a sus padres. No era para que ellos lo entendieran. Era por él, y por los fanáticos que eventualmente tendría cuando pudiera dejar esta ciudad y tocar en algún lugar donde fuera apreciado. La mamá de Joel pasó una mirada al taburete de respaldo afelpado que estaba en la esquina con sus instrumentos. Se puso las manos en las caderas. —¿Por qué nos molestamos en traerte ese taburete si vas a encorvarte en tu cama cuando tocas tu guitarra? —ella negó con la cabeza y salió de su habitación, murmurando para sí misma. Tan pronto como cerró la puerta del dormitorio, Joel le arrojó una almohada. —¿Por qué nos molestamos? —la imitó. ¿Por qué nos molestamos? era una de las frases favoritas de su madre. Esta línea se aplicaba a cualquier cosa que ella o su padre hicieran y que ella pensara que Joel debería apreciar más. Por ejemplo, le encantaba preguntar—: ¿Por qué nos molestamos en comprarte ropa bonita si no vas a cuidarla? y ¿Por qué nos molestamos en conseguirte un tutor si no te presentarás a sus lecciones? Él nunca le respondía cuando le hacía esas preguntas, pero si lo hubiera hecho, habría dicho algo como—: ¿Quién pidió ropa bonita? Los jeans y las camisetas están bien. Y ¿Cuándo pedí un tutor? Si pensara que podría salirse con la suya, tendría más que decir en respuesta a su pregunta sobre su habitación—: ¿Por qué nos molestamos en decorar tu habitación si vas llenarla de basura? Bueno, ¿Joel les pidió que trajeran a un decorador profesional para coordinar las cortinas de rayas beige y azul adecuadas para combinar con las paredes azul oscuro de su habitación? ¿Pidió el centro de estudio de roble personalizado, escritorio y credenza unidos a archivadores y estantes empotrados, y la cómoda, la mesita de noche y el tocador a juego? ¿Le importaba la alfombra turca importada o las impresiones artísticas enmarcadas de plantas raras? ¿Necesitaba un ventilador en el techo y una luz de acero cepillado de última generación? ¿Le importaban cosas como el número de hilos y las formas de las almohadas? De todos modos, ¿por qué necesitaba seis almohadas decorativas? Cuando su habitación estaba como le gustaba a su madre, lo que sólo sucedía cuando ella o el ama de llaves la arreglaban, las malditas almohadas ocupaban la mayor parte de su cama tamaño queen. Todo lo que Joel siempre había querido para su habitación era suficiente espacio para su batería y guitarras, una placa de sonido profesional e insonorización. En cambio, consiguió una habitación llena de muebles de estilo club de hombres hoity-toity y basura decorativa, lo que lo obligó a abarrotar sus instrumentos, lo único que le importaba, en un rincón. Y la falta de insonorización dificultaba mucho la práctica. Sus padres siempre hacían comentarios sobre la música que él quería guardar para sí mismo o le gritaban que se callara. El problema con la mamá y el papá de Joel era que habían decidido qué era lo correcto para él y se enojaban con él por tener una idea diferente. Nunca podía elegir por sí mismo. A lo largo de los años, esto lo había resentido tanto que ya no podía apreciar ni siquiera las cosas raras que hacían y que realmente le gustaban. Joel apretó los dientes y volvió a tocar la guitarra. Cantó en voz baja. —Los límites me roban la elección, ahuyentando, forzando, haciéndome no ser yo. —Se detuvo. «Eso fue tonto». Joel suspiró y se recostó en sus almohadas, acunando su silenciosa guitarra. «Si sólo pudiera irme ahora», pensó. Su padre le había dicho que si no se graduaba de la escuela secundaria, nunca recibiría ni un centavo de su padre, no ahora, no si se metía en problemas, ni siquiera después de su muerte. Joel le creía. Por el momento, habría estado dispuesto a ceder parte de ese dinero sólo para escapar, pero no tenía lo suficiente ahorrado para hacer el viaje o para conseguir su propio lugar. Necesitaba quedarse en casa un poco más. Y ahora tenía que encontrar un nuevo trabajo… a menos que pudiera encontrar una manera de hacer que su papá lo perdonara. Tal vez podría convencer a su papá de que lo aceptara. Joel pensó en eso durante un rato. ¿Qué era peor? ¿Arrastrarse hacia su padre o salir y trata de encontrar un trabajo diferente? Ambas opciones apestaban, pero finalmente decidió que disculparse le llevaría menos tiempo que buscar trabajo. Al presentar lo que pensó que era una actuación digna de un premio durante una cena de rosbif, papas rojas y guisantes, Joel pudo persuadir a su padre para que lo dejara seguir trabajando hasta el final del año escolar. Joel había dicho mucho—: Lamento mucho haber estado actuando como un idiota. Y agregó un montón de cosas como—: He estado pensando mucho y entiendo que necesito hacer algunos cambios y creo que he estado dando las cosas por sentado, y ya no voy a hacer eso nunca más. Pensó que sus mentiras bla, bla, bla habían ido bien con la comida bla. A la madre de Joel le gustaba cocinar “comida sencilla”. De hecho, tomó clases sobre cómo preparar comidas con la menor cantidad de ingredientes posible. Deseaba que no tuviera tiempo para clases como esa (la comida era terriblemente insípida) pero ella sólo tenía un trabajo a tiempo parcial, como hobby, escribiendo patrones de tejido y vendiéndolos en línea. Esto le daba demasiado tiempo para “descubrir” cosas nuevas como la comida sencilla. Durante los últimos dos años, nada de lo que comían tenía sabor. La Navidad pasada, había tratado de arreglar eso gastando algo de su propio dinero para comprar un especiero lleno de treinta especias para su mamá. Terminó regalando todas menos una docena de especias. —¿Qué uso puedo darle al jengibre y el cilantro? —había dicho mientras los ponía en una bolsa para donarlos a la caridad. Y sus padres se preguntaban por qué no hacía cosas por ellos. ¿Qué sentido tenía? De todos modos, lo que hacía nunca estaba bien. Sólo quedaban dos meses más. ✩✩✩ A la mañana siguiente, sintiéndose bastante satisfecho de sí mismo por haber recuperado su trabajo, Joel se acomodó en uno de los taburetes cubiertos de terciopelo color burdeos frente a la isla del tamaño de un portaaviones en la cocina de calidad de restaurante de su madre. Probablemente por 3.000 vez, Joel miró desde su plato de cereal frío a los llamativos electrodomésticos de acero inoxidable y las relucientes encimeras de granito negro en la cocina de su madre. ¿Qué sentido tenían esas cosas? Aproximadamente diez años antes, su padre había sorprendido a su madre con esta enorme remodelación de la cocina (en lugar de construir a Joel el estudio de música insonorizado que quería). Su padre había comprado todo esto de última generación y aquello de la más alta calidad, y Joel todavía consumía cereales fríos seis mañanas a la semana. La única vez que tomaba un desayuno caliente era los domingos por la mañana, antes de la iglesia… y eso era sólo porque su papá estaba en casa. De lunes a sábado, el padre de Joel salía de la casa antes del amanecer para preparar el centro de viveros para abrirlo. Con demasiada frecuencia, se esperaba que Joel fuera temprano con su padre. Más de la mitad de las veces que tenía el turno temprano, se quedaba dormido. ¿Qué persona normal no lo haría? No era natural despertarse cuando aún estaba oscuro. Joel molió su camino a través de un segundo tazón de cereal Fazbear Fazcrunch, deseando todo el tiempo que fuera algo más, como huevos al curry y tocino con papas fritas. Quizás debería haber ido a la casa de Zach. La mamá de Zach siempre hacía lo que ella llamaba “desayunos de granja”. —Mirar tu cereal no lo convertirá en panqueques… o lo que sea que desees que sea —dijo la mamá de Joel mientras arrojaba una revista de tejido en el mostrador junto a él y se sentaba con su taza de café. Como de costumbre, ya estaba vestida (los pantalones de hoy eran negros y la blusa era verde esmeralda), tenía el cabello trenzado y el maquillaje en su lugar. Él le lanzó una mirada. —Todavía no entiendo por qué no podemos comer huevos durante la semana. —Nada te impide comer huevos. ¿Quieres huevos? Cocina huevos. — La mamá de Joel tomó un sorbo de su café y mantuvo la mirada fija en su revista. —Sólo porque no desayunas no significa que no debas alimentar a tu familia con el desayuno —se quejó Joel—. No es justo hacerme comer cereal todos los días porque crees que el café es todo lo que una persona necesita por la mañana. La mamá de Joel dejó su revista y se giró para mirarlo. —Tienes una perspectiva interesante, Joel —dijo su madre. Él le frunció el ceño. —¿Qué significa eso? —Te has olvidado convenientemente todos los días que cuando eras pequeño, cuando me levantaba temprano y te preparaba huevos, panqueques, waffles o avena sólo para que corrieras escaleras abajo, tarde como siempre, y gritaras—: “¡No tengo tiempo mamá! Sólo dame cereal”. Después de tirar algunas docenas de desayunos en el triturador de basura, entendí el mensaje. —Ella señaló su caja de cereal—. Eso es lo que querías. Eso es lo que obtienes. —Sí, bueno, apesta, y no creo que sea justo castigarme por algo que ni siquiera recuerdo haber hecho. Su madre se cruzó de brazos y le arqueó una ceja. —¿Qué pasó con “Entiendo que necesito hacer algunos cambios”? — Hizo una muy buena imitación de su voz mientras le echaba en cara el precioso mamoneo de la noche. Respiró hondo, luego frunció el ceño y negó con la cabeza—. No te molestaste en ducharte esta mañana, ¿verdad? Como siempre. Joel apretó los labios. Otra vez con la ducha. Su madre estaba obsesionada con la limpieza. —No me alcanzó tiempo —dijo. —Pero tienes tiempo para sentarte aquí y quejarte por la comida que estás comiendo, que por cierto se te proporcionó de forma gratuita. Joel quería decir algo sarcástico a eso, pero sabía que cualquier cosa que dijera afectaría a su padre. Cuando su padre accedió a dejarlo volver al trabajo, lo hizo con una advertencia—: Será mejor que mantengas la nariz limpia. No holgazanees. Ni hables por detrás. Entonces Joel mantuvo la boca cerrada. Su mamá arrugó la nariz y tomó su café y su revista. —Creo que voy a llevar mi café a mi oficina y leer mi revista en paz. —Como sea —murmuró Joel. Su madre se paró junto a la isla por un momento y lo miró fijamente. Luego suspiró y salió de la cocina. Joel puso los ojos en blanco e hizo una mueca al ver el par de trozos empapados de Fazcrunch que flotaban en su cuenco. Ya había comido dos cuencos de ese producto y todavía tenía hambre. Cogió la caja de color rojo brillante y, colocando su pulgar sobre la cara de Freddy Fazbear, trató de sacar un tercer cuenco de la caja casi vacía. Cayeron un par de trozos más de cereal, junto con algo pequeño y amarillo, envuelto en celofán. Bien. El premio de juguete dentro de cada caja. Sacando el premio de la leche con su cuchara, y rociando el mostrador con leche en el proceso, Joel miró el juguete. ¿Eso era…? Limpió el celofán en la servilleta que estaba junto a su tazón de cereal y abrió el envoltorio para ver el juguete con más claridad. No podía ser lo que pensó que era. El juguete de plástico cayó sobre el mostrador y Joel se estremeció. Era lo que había pensado que era. El juguete era una versión en miniatura de la misma extraña figura de plástico amarillo con forma de niño que había golpeado con su camioneta ayer. Al igual que esa figura, el juguete sostenía una bandera triangular naranja que decía NIÑOS JUGANDO. Al igual que esa figura, el juguete tenía una impresión lenta en las caderas, debajo de un reflector rojo. Tenía el mismo sombrero naranja, los ojos negros, la boca abierta. La cosa era idéntica en todos los aspectos, excepto por el tamaño, a la figura de plástico que Joel había atropellado. Idéntica… incluso a la forma en que lo hizo sentir cuando la miró. La cosa lo desconcertó seriamente. —Esto es una locura —dijo Joel en voz alta, como si quisiera salir de dudas. ¿Cuáles eran las probabilidades? ¿Por qué alguien haría un juguete que se pareciera a esa estúpida figura de niño? Joel se estremeció y luego tiró el estúpido juguete del mostrador con el dedo índice. Golpeó el suelo con un clic, se deslizó a través de la madera pulida y aterrizó entre una rejilla de ventilación y la moldura del zócalo en la esquina de la cocina. Joel lo miró un par de segundos, luego salió de la cocina, dejando su cuenco vacío y la caja de cereal vacía en la encimera… como siempre hacía. Pensó que si tenía que comer cereal todos los días, estaría bien que su madre tuviera que limpiar los restos. Joel miró el reloj sobre la estufa. Sería mejor que se mueva. Iba a llegar tarde a la escuela. Un aviso de tardanza oficial más, y tendría que hacer una detención después de la escuela. Si lo detenían, no podría trabajar. Sin trabajo, no podría conseguir el dinero que necesitaba. La vida apestaba en serio. Nada de lo que quieres llega sin pagar por ello, y cuando tus padres no quieren pagar por las cosas que quieres, tienes que conseguir el dinero tú mismo. Eso significa pasarte la mayor parte de tu vida haciendo tonterías que no quieres hacer, sólo para eventualmente tener suficiente dinero para hacer algo que querías hacer, pero para entonces no tenías suficiente tiempo para hacer porque estabas trabajando para pagarlo. ✩✩✩ Joel apenas llegó a la escuela a tiempo, y después de esta, apenas llegó a tiempo al trabajo. Una vez allí, tuvo que quedarse exactamente hasta las 6:00 p.m. En realidad, se quedó hasta cinco minutos después, sólo para asegurarse de que su padre entendiera que no estaba “holgazaneando”. Tendría que hacer lo mismo al día siguiente, y al día siguiente, hasta que finalmente llegara el viernes. A las 6:08 p.m., Joel caminó penosamente hacia su camioneta, murmurando en voz baja y pateando grava a medida que avanzaba. Su padre quería que Joel estuviera en el trabajo temprano a la mañana siguiente para cargar un pedido especial por entregar. Un sábado por la mañana. Eso no era justo en absoluto. Su padre sabía que a Joel y sus amigos les gustaba practicar hasta tarde los viernes por la noche. Joel estaría extremadamente cansado por la mañana, ¡y ahora no podría dormir hasta tarde! La peor parte era que ni siquiera podría quejarse porque había prometido no hacerlo. Pero si su promesa significaba llegar tarde por la noche y madrugar, entonces él– —¡Ay! ¡Cuidado con lo que estás haciendo, jovencito! Joel levantó los ojos y miró a su alrededor. Gimió cuando su mirada se posó en la anciana Sra. Linden. De al menos noventa años, la Sra. Linden era una anciana huesuda que visitaba el vivero al menos una vez a la semana. —La jardinería mantiene los huesos jóvenes —decía cada vez que venía a comprar una nueva planta o una nueva herramienta. La mujer lo repetía una y otra vez. Esto resultaba especialmente fastidioso ya que la señora Linden hablaba bien. Divagaba constantemente sobre todo lo que estaba sucediendo en su vida, sobre sus hijos mayores y sus problemas, sobre sus dolores y molestias y las citas con el médico y, por supuesto, sobre cada cosa minúscula que sucedía en su enorme jardín. —Las abejas han estado rondando mi forsitia más de lo habitual. —Casi corto una oruga por la mitad cuando estaba plantando mi nuevo alyssum. —Una de las ramas se rompió en mi tamjuniper. ¿A quién diablos le importaban todas esas cosas? A Joel no. Odiaba escuchar la voz quebrada de la anciana. Y además de que la Sra. Linden hablaba constantemente, era una quejosa. Encontraba fallas en algo cada vez que entraba, y su padre siempre hacía todo lo posible para hacerla feliz. Joel se encogía cada vez que tenía que escuchar uno de sus intercambios, que siempre era algo así como… Sra. Linden: Esas semillas no brotaron según lo programado, Steven. Papá: Lo siento mucho, Sra. Linden. Aquí tiene un nuevo paquete. Invita la casa. O sino: Sra. Linden: Mis jacintos no tienen el color que esperaba, Steven. Creo que el fertilizante no está haciendo su trabajo. Papá: Lo siento mucho, Sra. Linden. ¿Qué le parece si le doy una botellita de otro tipo de abono para que lo pruebe? Será gratis. Después de presenciar esto varias veces, Joel finalmente le preguntó a su papá: ¿Por qué se molesta en venir aquí todo el tiempo si nuestras cosas son tan malas? Su padre sonrió y negó con la cabeza. —Es su manera de ser. Compra mucho más de lo que le doy. Ahora la señora Linden miraba fijamente a Joel con sus ojos grises entrecerrados. —Te das cuenta de que tus casuales patadas a la grava han ensuciado mi guardabarros —dijo la Sra. Linden, señalando una mancha microscópica en la pintura azul pálido de su antiguo Ford LTD. Aquella cosa era un barco con ruedas. Joel abrió la boca para decirle dónde ponerse el divot, pero por el rabillo del ojo vio a su padre salir del vivero. Joel y la Sra. Linden estaban lo suficientemente cerca de su padre como para que éste pudiera oír lo que decían. Joel soltó aire y se inclinó para rozar con el pulgar la mancha. Afortunadamente, la mota era tierra, no un “divot”. (Un divot es un pedacito de tierra que vuela hacia arriba cuando algo lo golpea). —Lo siento mucho, Sra. Linden —dijo, prácticamente atragantándose con cada palabra—. No debería haber sido tan descuidado. Pero era sólo un poco de suciedad, no un divot—. ¿Qué tal si le lavo el coche mañana después de salir del trabajo? La Sra. Linden sonrió. —Eso sería estupendo, jovencito. —Se acercó al padre de Joel—. Un buen chico tienes allí. El padre de Joel arqueó los labios pero asintió. Joel puso los ojos en blanco y corrió hacia su camioneta tan pronto como la Sra. Linden dio otro paso hacia su padre. Saltando a la cabina, metió la llave en el encendido y ordenó—: ¡Arranca! —Sorprendentemente, lo hizo en el primer intento. Joel puso la camioneta en marcha y, como casi literalmente podía sentir la mirada de su padre sobre él, retrocedió lentamente. Con mucho cuidado, giró las ruedas para salir del área de estacionamiento. Hoy estaba siguiendo las reglas al pie de la letra, tanto que fue lo primero que le dijo a Zach cuando se detuvo junto al viejo granero de la familia de Zach. Zach estaba afuera, en la esquina del granero, poniendo semillas en el comedero para pájaros cuando llegó Joel. Joel pudo ver que Zach ya había extendido heno fresco para las cabras. Una de las cabras, Missy, una pequeña bronceada que se comería tu ropa si no la mirabas, ya estaba comiendo. El aire olía de manera similar a como olía el vivero: apestaba a tierra y estiércol con sólo un toque de dulzura, que provenía de la madreselva que crecía contra las tablas descoloridas y deformadas a lo largo de la pared sur del granero. —Amigo —dijo Joel mientras salía de su camioneta—, hoy estoy obedeciendo las reglas al pie de la letra. ¿Y tú? Zach se volteó y se rio. —Nah. Estoy pisoteando todas las reglas. Joel se echó a reír, metió la mano en la cabina de su camioneta y agarró el asa del maltrecho estuche de su guitarra. —¿Están todos aquí? —le preguntó a Zach. Zach negó con la cabeza y su largo cabello de color pajizo le cruzó la cara. Lo apartó a un lado con una de sus grandes manos. Zach era un tipo grande, incluso más alto que Joel. Era el tipo de chico con el que no quisieras cruzarte. Era centro del equipo de fútbol de la escuela secundaria. La masa muscular de Zach no provino de hacer ejercicio. Venía de trabajar en la granja de sus padres. Él era increíblemente fuerte. También era un gran músico. No lo parecía porque era grande, bronceado y tenía rasgos ásperos, pero Zach podía tocar el piano y el teclado con más corazón que nadie que Joel hubiera escuchado jamás. Zach cerró la tapa del comedero para pájaros. —Le pasó algo a la novia de Evan. Él estará aquí en una hora. —No lo necesitamos. Puedo cantar hasta que llegue. —Eso imaginé. —¿Ya viene la pizza? —preguntó Joel—. Me muero de hambre. —Wes me convenció de que esperara para hacer el pedido, para que no estuviera fría cuando Evan llegara. —Zach se dirigió al granero y Joel lo siguió. —¡Wes! —le gritó Joel a su amigo— Pequeño idiota de pelo rizado ¿Qué estabas pensando, amigo? ¡Necesito comida! —No todo se trata sólo de ti, Joel —respondió Wes. —Cállate. —Joel dejó su estuche sobre un fardo de heno y sacó su guitarra. Se acercó a uno de los amplificadores instalados en la parte trasera del granero, enchufó la guitarra y la dejó apoyada contra un par de neumáticos de repuesto apilados a lo largo de la pared. No tocaba la guitarra en el grupo tan a menudo. Sobre todo, él era el baterista. A veces, sin embargo, él y Evan cambiaban. Evan era un baterista aceptable y podía mantener el ritmo cuando Joel realmente quería tocar la guitarra. Joel observó a Wes concentrado en un riff en el que estaba trabajando, con su pelo castaño oscuro cayendo sobre su pálido rostro. —Excelente —dijo Joel cuando Wes dejó de jugar. Zach se sentó al teclado. —¿Empezamos? Joel se sentó detrás de la batería. Él y Wes siguieron el ejemplo de Zach en la canción que habían estado practicando la noche anterior. El granero tenía una acústica sorprendentemente buena y Joel se perdió en la música a los pocos segundos de golpear las pieles. Evan llegó alrededor de la hora en que llegó la pizza, y después de que todos se atiborraron de pizza de pepperoni y pepperoncini, luego volvieron a tocar. Continuaron hasta que Joel miró su reloj poco después de la medianoche. —Tengo que irme temprano esta noche. Mi maldito padre me está obligando a levantarme antes del amanecer para ir a trabajar mañana. Wes dejó su guitarra y se estiró. —Oye, alégrate de tener ese trabajo. Mataría por trabajar para alguien como tu papá. Joel hizo una mueca. —No sabes de lo que estás hablando. Mi papá es un esclavista. —Nunca has volteado hamburguesas en BJ's. ¡Ese tipo es un esclavista! —Gimió Wes—. Salario mínimo por trabajar sobre una parrilla caliente y sucia, y que te griten todo el tiempo porque no lo estás haciendo lo suficientemente rápido. —Al menos no tienes que palear estiércol —respondió Joel. Zach rio. —Creo que tú mismo estás paleando, Joel. (Palear en ingles también se usa como jerga para decir que alguien depende excesivamente de otro). Se levantó del teclado y negó con la cabeza—. Tienes una gran vida, amigo, y en lugar de apreciarla, siempre te quejas por ello. Tienes demasiada prisa por dejarla atrás. Joel miró a su amigo con el ceño fruncido. —Tú también quieres entrar en la escena musical. Dijiste que no podías esperar a que saliéramos por nuestra cuenta. —Sí, pero es una forma de hablar. Estoy deseando que llegue, pero también puedo apreciar lo que tengo ahora. Creo que a veces tu enojo te ciega de lo que es bueno, eso es todo. —¿Qué diablos sabes tú de mí? —espetó Joel. Zach levantó las manos en señal de rendición. —Amigo. Sólo digo… si vas más lento en la vida, puedes disfrutar del paisaje en el camino hacia donde quieras llegar. Joel resopló. —¿Qué eres? ¿Alguna clase de gurú? Cuando Zach se limitó a sonreír y se encogió de hombros, Joel metió la guitarra en su estuche y salió pisando fuerte del granero. Joel estaba rechinando los dientes cuando subió a su camioneta bajo un cielo lleno de estrellas y un cuarto de luna. ¿Quién se creía Zach diciéndole lo que tenía que hacer? Joel ya tenía suficiente con sus padres. —¡Nos vemos mañana por la noche! —llamó Evan mientras él y Wes se dirigían hacia sus propios vehículos. Joel saludó a regañadientes a sus amigos, salió y se dirigió hacia las puertas de la granja de la familia de Zach. Podía ver los faros de Evan detrás de él. Evan conducía un viejo auto deportivo rojo que tenía faros de ojos saltones muy juntos. Alto y larguirucho, Evan apenas encajaba en la cosa, pero le encantaba, la heredó de su abuelo. Lástima que Joel no tuviera abuelo. Los padres de sus padres estaban todos muertos… muertos hacía mucho tiempo. No había heredado nada de ninguno de ellos. No era justo. Detrás del pequeño coche de Evan, la camioneta de Wes se iluminó por encima de la parte superior del coche de Evan y entró por la ventana trasera de Joel. La luz abrasadora se reflejó en sus ojos desde el espejo retrovisor, cabreándolo. Debería tener una camioneta grande como la de Wes, en lugar de esta vieja basura que conducía. Empujó el pie en el acelerador con ira, y mientras atravesaba las puertas de la granja, se metió en el camino rural y la empujó hacia la ciudad. Traqueteando lo suficiente como para enojarlo aún más, la camioneta de Joel intentó alcanzar los 80 km/h en el tramo recto de la carretera estrecha que corría a lo largo del borde de la granja por un lado y un bosque viejo por el otro lado. Si Evan o Wes también hubieran venido por aquí, Joel estaba seguro de que podrían haberlo alcanzado en un nanosegundo y haberlo tirado fuera de la carretera. Afortunadamente, sin embargo, vivían al otro lado de la ciudad y tomaban una ruta diferente a casa. Joel bajó la ventanilla del lado del pasajero para poder sentir el aire corriendo por la cabina y soltó un grito. Si fue un grito de rabia o un grito de júbilo, no podría haberlo dicho. Sus emociones eran un desastre. Odiaba su camioneta, pero le encantaba la sensación de su motor de 435 caballos de fuerza retumbando bajo su control. El camino rural que conducía de regreso a la civilización llegaba a una bifurcación en el camino cerca de la ciudad. Una rama de la Y conducía a que más granjas se extendieran por el valle. La otra conducía abruptamente a una de las subdivisiones periféricas de la ciudad, una extensión de excursionistas de los años veinte que se veían todas iguales y estaban demasiado juntas. Joel odiaba la subdivisión, pero a pesar de que el límite de velocidad en el área era de sólo 40 km/h, cruzarlo lo llevaba a casa más rápido, y necesitaba regresar y dormir un poco si iba a ir al trabajo antes del amanecer. Joel redujo la velocidad para girar hacia la subdivisión, pero no redujo la velocidad lo suficiente. Tal como lo había hecho a principios de semana, se deslizó por la esquina fuera de control. Luchando por mantener la camioneta en la carretera porque estaba seguro de que no quería entrar en la profunda zanja que sabía que corría a lo largo del arcén, Joel se maldijo a sí mismo por ser tan imprudente. Sabía que era mejor no tomar la esquina a esta velocidad. En un momento, sintió que los neumáticos se salían de la carretera y, por una fracción de segundo, pensó que la camioneta iba a volcar. Su corazón dejó de latir por un instante. Pero luego la camioneta se asentó, a pesar de que todavía estaba patinando. Dejó que el camión se saliera con la suya con el asfalto, e incluso comenzó a disfrutar de la adrenalina del tobogán. Lo disfrutó, hasta que vio a un niño parado frente a sus luces. ¿Un niño? ¿Qué demonios hacía un niño afuera después de la medianoche? Tan pronto como vio al niño, Joel pisó los frenos. Ni siquiera redujo la marcha. Simplemente pisó los frenos. La camioneta se sacudió, pero no frenó lo suficientemente rápido. El parachoques delantero se estrelló contra el niño con un ruido sordo que pareció reverberar a través de la camioneta y directamente en el cuerpo de Joel. Tan pronto como escuchó el impacto, Joel quiso cerrar los ojos con fuerza y fingir que estaba en otro lugar, pero no pudo. Era como si su mirada estuviera atada con una cuerda a la trayectoria del cuerpo del niño mientras volaba hacia arriba y hacia afuera, alejándose de la camioneta y luego desapareciendo de la carretera. Supuso que aterrizó en la profunda zanja justo al lado del pavimento. La camioneta se detuvo con una sacudida y, como Joel no había presionado el embrague, el motor se detuvo. Unos pocos clics sonaron bajo el capó y el jadeo de Joel llenó la cabina. Afuera, los grillos chirriaron. A lo lejos, ladró un perro. Joel se obligó a calmar su respiración. Necesitaba escuchar. ¿Había algún sonido procedente de la zanja? ¿El niño…? Joel cerró los ojos con fuerza, pero eso no hizo nada para que lo que acababa de suceder desapareciera. Tan pronto como bajó los párpados, su mente repitió el impacto de su camioneta contra el niño… en cámara lenta. Joel pudo ver los detalles que se había perdido cuando sucedió en tiempo real. En esta repetición en cámara lenta, Joel pudo ver que el cuerpo del niño, era pequeño. No podía tener más de seis o siete años. Y que era ¿Un niño o una niña? Era imposible saberlo. El niño vestía pantalones oscuros, tal vez jeans y una chaqueta oscura. ¿Él o ella? Joel decidió quedarse con él. Una vez más, ¿qué demonios estaba haciendo un niño a esta hora? Joel se sentó al volante y pensó en el cuerpo que su camioneta acababa de arrojar a la zanja. Debería salir y comprobarlo. ¿Debería? Por supuesto que debería. Pero no pudo. Absolutamente no podía. La sola idea de intentar salir de su camioneta le hizo empezar a temblar. No, eso no es cierto. Ya estaba temblando. Pero la idea de salir de la camioneta lo hizo temblar aún más intensamente. De repente se le ocurrió que debería comprobar y ver si alguien estaba mirando. ¿Alguien había presenciado lo que acababa de hacer? La entrada a la subdivisión estaba flanqueada por dos grandes letreros de piedra con forma de monumento que anunciaban el nombre de la subdivisión: Glenwood Fields. Un área decorativa llena de flores de temporada, ahora narcisos, rodeaba los carteles. Las primeras casas en la calle estaban mucho más allá del área decorativa. Esto significaba que ninguna casa miraba directamente hacia la esquina. E incluso las casas más cercanas estaban a oscuras. Nadie parecía estar despierto… excepto el niño loco en medio de la carretera. Joel se dio cuenta de que estaba agarrando el volante con tanta fuerza que le comenzaban a doler las palmas. Lo soltó y estiró las manos. —¿Qué vas a hacer, amigo? —se preguntó en voz alta. Su estómago se sentía pesado; la pizza que había comido gorgoteaba y amenazaba con volver a subir por su garganta. Se llevó una mano al estómago. ¿Qué debería hacer? Por alguna razón, miró en el espejo de su revisión. Y su decisión fue tomada por él. Los faros se acercaban por la carretera rural, en dirección a la esquina. De ninguna manera lo iban a atrapar sentado aquí. Con las piernas débiles y elásticas, Joel logró colocar los pies en el pedal del embrague y el pedal del freno. Con mano temblorosa, alcanzó la llave y giró el motor. Para su sorpresa, prendió de inmediato. Joel puso las manos a las dos y las diez en el volante y soltó el embrague mientras aceleraba suavemente. Tan pronto como la camioneta se puso en marcha, aceleró y, a pesar de lo que acababa de suceder, corrió a casa al doble del límite de velocidad indicado en todo el camino. ✩✩✩ Joel debería haberse quedado dormido en el momento en que se tiró en la cama. Estaba más que cansado. Sin embargo, aparentemente estaba tan cansado que había vuelto a estar completamente despierto. Sus ojos no se cerraban. Era como si estuvieran abiertos con cinta adhesiva o algo así. La mayoría de los viernes y sábados por la noche, debido a los largos días y las altas horas de la noche tocando música, se dormía tan rápido que se despertaba a la mañana siguiente sobre sus sábanas en la posición exacta como cuando se caía en su cama. Esto enloquecía a su madre, por lo general desencadenando una de sus líneas de “¿por qué nos molestamos?”—: ¿Por qué nos molestamos en comprarte sábanas y mantas bonitas si sólo vas a dormir encima de ellas? Joel se dio la vuelta por tercera vez desde que se dejó caer en la cama. No sirvió de nada. Todavía estaba muy despierto. No importaba cuánto se retorciera en su cama o se arrugara y volviera a arrugar su almohada para poner su cuerpo en una posición cómoda, sus ojos permanecieron abiertos, mirando las sombras en su habitación abarrotada. Pero no, sus ojos no estaban mirando las sombras. Ese era el problema. Aparentemente, sus ojos todavía estaban en la entrada de Glenwood Fields, y estaban atrapados en un bucle de tiempo allí, viendo al niño pequeño ser arrojado a la zanja una y otra y otra vez. Joel gimió y se enjugó los ojos con el dorso de los nudillos, como si pudiera borrar el bucle interno de la película frotándolo. No funcionó. No sólo el niño seguía volando por el aire en la mente de Joel, ahora los ojos de Joel se sentían como si hubieran rodado en la grava y se hubieran atascado en su cabeza. Le picaban los ojos y le escocían. Joel se sentó y encendió la lámpara de hierro forjado de su mesita de noche. Volvió a frotarse los ojos y se llevó las manos a la cabeza. Inspiró y espiró varias veces y cuadró los hombros. «Debería volver». Realmente debería hacerlo. El niño podría estar vivo, sólo herido e incapaz de salir de la zanja. Esta noche no hacía mucho frío, pero todavía lo hacía. El niño había estado usando esa chaqueta oscura, niño tonto, así que no iba a morir de frío ni nada por el estilo. Pero, ¿y si estaba sangrando? Joel tenía que ver cómo estaba el niño. Se levantó. Trató de dar un paso hacia la puerta de su habitación, pero no pudo. Su sentido de autoconservación no se lo permitió. A pesar de que su moral quería que hiciera lo correcto, su instinto de supervivencia tenía una opinión diferente. Estaba exponiendo los hechos: En el momento en que regresara para ver cómo estaba el niño, se estaría metiendo en serios problemas. Incluso si pudiera fingir que no había abandonado la escena del accidente, el hecho de que supiera que el niño estaba en la zanja sería una admisión de culpa por haberlo chocado. Sus marcas de derrape probarían que iba demasiado rápido al doblar esa esquina. Lo acusarían como mínimo de conducción imprudente. Y si el niño estaba muerto… Joel empezó a respirar rápido, así que volvió a sentarse. Se abrazó a sí mismo y se meció de un lado a otro. Sabía que él mismo estaba actuando como un niño pequeño, pero no le importaba. Estaba al borde de un ataque de pánico. Si el niño estaba muerto y admitía que fue él quien atropelló al niño, iría a la cárcel. No podría ir a Los Ángeles para entrar en la escena musical. No podría ser libre para vivir su vida. Si pensaba que trabajar para ganarse la vida era su propio tipo de prisión, no había forma de que durara mucho en una prisión real. Joel extendió rápidamente la mano y apagó la lámpara. Se metió debajo de las mantas y se las subió hasta la barbilla. Con gran determinación, pudo cerrar los ojos a la fuerza. Estaba haciendo todo lo posible por imitar a una persona normal que se prepara para dormir en lugar de a una persona culpable que se pone demasiado nerviosa para dormir. Los ojos de Joel se abrieron de nuevo. Ese era el problema. Era culpable de un crimen y lo sabía. Había atropellado a un niño y había huido de la escena. No podía justificar lo que había hecho de la misma manera que podía justificar salir del trabajo unos minutos antes o sacar malas notas o no ducharse tanto como su madre quería que hiciera. No había forma de justificarlo diciendo—: Oye, así es como soy —por lo que había hecho. Estuvo mal. Nadie podría argumentar lo contrario. En este momento, el niño que Joel atropelló podría estar muriendo porque nadie, excepto Joel, sabía que el niño estaba en la zanja. Estaba mal… no, era francamente despreciable dejar al niño ahí. Pero tenía que acéptalo, no iba a volver. Tenía que aceptarlo. No iba a salir de la cama para ir a ver al niño y arriesgarse a que lo arrestaran por lo que había hecho. Simplemente no lo iba a hacer. Además, si el niño estaba vivo, tal vez podría salir solo. Quizás alguien más lo encontraría. Y si estaba muerto, ¿qué importaba? ✩✩✩ Cuando la luz del techo de la habitación de Joel se encendió, llegó casi literalmente hasta la cama de Joel, lo levantó y lo lanzó por la habitación. El brillo era tan impactante que salió disparado de su cama y no se dio cuenta de lo que ocurría hasta que se tropezó con un montón de camisetas malolientes tiradas. —Levántate y brilla —dijo su mamá. —¿Qué–? —Joel negó con la cabeza y parpadeó, entrecerrando los ojos ante la luz abrasadora que asaltaba sus ojos. Más allá de los párpados con costras de sueño, pudo ver a su madre parada en la puerta de su habitación. Llevaba el pelo recogido en el moño que se lo ponía para dormir y estaba envuelta en su bata de felpa roja. —Tu papá está en la ducha —dijo su mamá—. Estará listo para partir en quince minutos. No escuché sonar tu alarma, así que pensé que debería despertarte. Será mejor que te prepares. Joel gimió y empezó a caminar hacia su baño. Tenía que orinar y tenía que hacer algo con el algodón que debió haber estado metido en su cabeza mientras dormía. —¿Joel? —dijo su madre. Él se volteó y la miró con el ceño fruncido. —¿Qué? Estoy levantado. —Puedo ver eso. Pero muévete un poco más rápido, ¿quieres? Joel hizo una mueca y volvió a arrastrar los pies. Casi había llegado al baño. ¿Qué quería que hiciera? ¿Ir al baño de un salto? —¿Joel? Él se giró y la miró. —¿Qué? Ella suspiró. —Tomate una ducha. Apestas. Joel se apartó de ella sin responder. Entró en su baño y cerró la puerta. Con la esperanza de que su madre se hubiera ido cuando saliera del baño, Joel orinó, se echó agua en la cara y se puso los jeans y la camiseta que había dejado tirados en el suelo la noche anterior. ¿Qué sentido tenía ducharse y ponerse ropa limpia cuando iba a sudar en la primera media hora de trabajo en el vivero? Joel se miró en el espejo. Hombre, se veía como una mierda. Su cabello, por lo general espeso y ondulado, estaba lacio. Estaba pálido. Tenía los ojos inyectados en sangre. ¿Por qué? Oh sí. Eso. Aparentemente, en algún momento de la noche, había logrado el milagro de encontrar el sueño. Y cuando se quedó dormido, también ocurrió otro milagro: se había olvidado de lo que había hecho. Pero ahora lo recordó. Joel dejó caer la tapa del inodoro y se sentó. Respiró hondo varias veces. Su mente comenzó a revisar lo que había hecho, pero la detuvo. —¡No! —chasqueó. Hoy no volvería a repetir los hechos por su mente. Ya era bastante malo que tuviera que levantarse a las 5:00 a.m. para ir a trabajar. No iba a agregar un viaje de culpa a eso. «Quizá no sea demasiado tarde», le susurró la conciencia. «Podrías ayudarlo». Se puso de pie y salió corriendo del baño. Todavía usaba los calcetines que tenía la noche anterior y no se molestó en cambiarlos. En cambio, metió los pies en los zapatos sucios que se había quitado antes de caer en la cama. Sacó una de sus gorras de béisbol de D'Agostino Garden Center de debajo de un montón de calcetines sucios y se la puso en la cabeza. Agarró su billetera y sus llaves del montón de partituras en su escritorio y salió de su habitación. Se topó con su padre en el pasillo. —Bien. Estás listo —dijo su padre. Joel gruñó y luego dijo—: Hagámoslo. Siguió a su padre por el pasillo, sus zapatos se hundieron en la lujosa alfombra gris y sus fosas nasales se crisparon en reacción a la poderosa y almizclada colonia de su padre. Mantuvo la mirada fija en el cabello negro canoso recortado con precisión de su padre y la piel bronceada del granjero en la parte posterior de su cuello. Joel mantuvo su cerebro apagado. Su padre bajó las escaleras a trote y se dirigió a la cocina. Joel lo siguió. Su madre estaba en el mostrador, todavía en bata. Parecía estar mirando cómo se preparaba su café. La cocina se llenó de su olor. El papá de Joel se detuvo para besar a su esposa. Joel ignoró a sus padres y atravesó el lavadero y salió al garaje. Estaba subiendo a su camioneta cuando su padre entró en el garaje y presionó el mando de la puerta del garaje. —¿Por qué no nos vamos juntos? —preguntó el papá de Joel—. Podemos detenernos y comprar donas en el camino. Joel se encogió por dentro, pero estaba demasiado distraído por lo que había hecho la noche anterior para discutir. Se encogió de hombros. —Como sea. —Cerró la puerta de su camioneta y se subió a la camioneta de su papá. Su padre sonrió y se sentó detrás del volante. —Tres docenas de donas —dijo su padre—. Una docena de vidriado simple. Una docena de chocolate cubierto. Una docena llena de gelatina. Joel miró a su padre e ignoró el impulso de poner los ojos en blanco. Parecía que su padre estaba dando su orden y todavía estaban en el garaje. —De frambuesa, por supuesto —continuó su padre. —¿Qué más? —dijo Joel, sólo por decir algo. No podría haberle importado menos las rosquillas. Su mente todavía estaba atrapada en el bucle del niño entrando en la zanja. Una y otra vez. Joel apretó los puños. ¿Debería decirle a su padre lo que hizo para que pudieran ir a ver cómo estaba el niño? Su padre puso en marcha su camioneta prácticamente nueva con sólo presionar un botón y retrocedió por el camino de entrada. Se alejó de la casa y aceleró. Joel apretó los labios y respiró hondo. Estaba claro que se estaba volviendo loco. ¡No había forma de que le dijera a su padre que había atropellado a un niño! ¿Por qué siquiera pensó eso? Joel se obligó a mirar la calle oscura frente a ellos. Apartó la imagen del niño en la zanja. Joel generalmente atravesaba Glenwood Fields para llegar a Sally's. El café estaba a las afueras de la ciudad, en el extremo opuesto del vivero. Pasar por el centro era más lento debido a los semáforos. Joel odiaba los semáforos. Afortunadamente, sin embargo, a su padre le encantaba conducir por el centro, por lo que Joel no tuvo que enfrentarse a Glenwood Fields. —La constancia es la clave para una buena vida, Joel —dijo su padre mientras giraba hacia Main Street—. Las mismas donas. Mismos clientes. Los mismos buenos resultados. Joel miró a su padre enarcando una ceja. Tenía tantas ganas de decirle a su padre lo harto que estaba, pero en lugar de eso se giró y miró por la ventana. Tan pronto como miró, lamentó haberlo hecho… porque vio una de esas figuras de plástico de Niños Jugando sentada en el borde de la acera. ¿Eso siempre había estado ahí? Joel frunció el ceño y se acercó para mirarlo mejor. La figura amarillenta con forma de niño estaba acuclillada junto a un rosal frente a la última casa antes de que comenzara la sección comercial de la ciudad. Joel estaba bastante seguro de que nunca había visto una de esas cosas de plástico junto a ese rosal. La camioneta se detuvo y Joel miró hacia adelante a través del parabrisas. Estaban en el primero de cuatro semáforos en el diminuto centro de la ciudad. La calle estaba desierta porque todavía estaba oscuro. Ninguno de los negocios estaba abierto. Las luces de la calle y los escaparates iluminados a lo largo de la acera proyectaban destellos amarillos y blancos pálidos sobre el pavimento vacío. Un destello de irritación se iluminó en la mente de Joel. ¿Qué tan tontos era que estaban sentados aquí, inactivos en un semáforo cuando no había nadie más alrededor? Joel se movió en su asiento. Le estaba volviendo loco sentarse aquí en esta camioneta. Necesitaba llegar al vivero para poder ir a trabajar. Por una vez, lo esperaba con ansias. Le quitaría la cabeza… Joel gimió. —¿Te das cuenta de que Los Ángeles no tiene más que atascos y semáforos? —dijo su padre. —¿Eh? —dijo Joel. —Puedo sentir tu impaciencia, hijo. Sé que odias los semáforos. Sólo te estaba recordando que habrá muchos de ellos donde planeas ir. Joel no quería hablar de semáforos. —Es diferente. —Un semáforo es un semáforo es un semáforo. Siempre me han gustado los semáforos. Te dan un respiro, la oportunidad de mirar a tu alrededor y notar las cosas. —El padre de Joel miró hacia el lado derecho de la carretera. Él sonrió y señaló—. Mira. ¿Ves ese vestido rosa en el escaparate de Lovely Ladies? La luz se puso verde y el padre de Joel no presionó el acelerador. Joel se giró y miró en la dirección que apuntaba su padre. Asintió con la cabeza cuando vio un vestido rosa con volantes. —Lori Unger tenía un vestido así cuando estábamos en quinto grado. ¡Estaba enamorado de ella! —El padre de Joel finalmente atravesó la intersección. Joel se giró una vez más para mirar por la ventana, pero su visión estaba borrando los escaparates, las luces y la acera. En lugar de ver el centro, estaba viendo al niño en la zanja. Tomó un par de minutos más pasar los otros semáforos. Durante ese tiempo, el padre de Joel comenzó a divagar sobre algún nuevo tipo de fertilizante que quería almacenar. Joel no pudo hacer nada más que gruñir en respuesta porque justo antes del último semáforo, había visto otra de las figuras de plástico de Niños Jugando. Estaba seguro de que nunca había visto esta antes. Estaba en la esquina de Main y Fifth, al lado de la vieja cabina telefónica junto a la gasolinera. No había forma de que una de esas figuras hubiera estado allí hace un par de días, cuando se detuvo para cargar gasolina. De ninguna manera. Joel miró fijamente la cosa y podría haber jurado que lo estaba mirando acusadoramente. Pero eso no era posible. ¿Verdad? Después de lo que pareció una eternidad, el padre de Joel finalmente se detuvo en el estacionamiento casi vacío de Sally's. Faltaban unos minutos para las cinco. Condujo hasta la parte trasera del edificio estilo cabaña de troncos. Sally's no abría hasta las seis, pero empezaba a hacer rosquillas y panecillos dulces en medio de la noche. El padre de Joel tenía un pedido permanente con Sally de tres docenas de donas todos los sábados por la mañana. Joel nunca vio el sentido de las rosquillas, pero su padre juró que atraía más gente al vivero los sábados. El papá de Joel detuvo su camioneta cerca de la puerta trasera del café. —¿Puedes ir y traer las donas? —le preguntó a Joel. —Claro. —Joel abrió la puerta del pasajero con impaciencia. Necesitaba moverse, no quedarse quieto, pensando. Afuera todavía estaba completamente oscuro. El sol ni siquiera estaba debatiendo levantarse todavía. Estaba completamente dormido detrás de las montañas en la distancia. El cuarto de luna seguía flotando en el cielo, iluminando con su débil luz los escarpados contornos de los picos de las montañas. Sin embargo, Joel no tuvo problemas para ver. Un foco deslumbrante en un poste junto al de Sally's arrojó su iluminación hacia abajo sobre la puerta trasera. Incluso sin la luz, Joel podría haber encontrado su camino. Los aromas de aceite para freír, azúcar, canela y chocolate flotaban desde la puerta parcialmente abierta. Joel agarró la tosca manija de la puerta y la abrió. —¿Hola? —llamó él. Ella no respondió, pero él entró. La puerta se abrió a la enorme cocina que corría a lo largo de la parte trasera del edificio. Sally siempre estaba en esa cocina a esta hora de la mañana. Pero hoy, ella no estaba aquí. Joel se detuvo y miró a su alrededor. Ladeó la cabeza y escuchó. Más allá de los sonidos del aceite chisporroteando y el zumbido del frigorífico, oyó hablar a una mujer. Las palabras fueron silenciadas, pero sonaban como Sally. Tenía una voz grave, profunda y distintiva. Joel vaciló y miró a su alrededor para ver si las rosquillas estaban listas para que las tomara. A veces lo estaban, y sabía que su padre pagaba mensualmente, así que todo lo que tenía que hacer era recogerlas. Sin embargo, no había cajas de donas en el mostrador. De hecho, había muy poco sobre los mostradores. Un bol para mezclar estaba lleno de algún tipo de masa. Un par de sartenes de rollos de canela estaban sentados cerca de la oyen. Pero, ¿dónde estaban las rejillas de enfriamiento llenas de rosquillas? Joel dio un paso hacia la voz que aún podía oír. Llamó de nuevo a Sally. La voz dejó de hablar. Un raspado precedió a un golpeteo, y Sally entró en la cocina desde un pasillo al final de la misma. —Oh, Joel, eres tú. Lo siento. Estaba atrás. —Sally se enjugó los ojos y corrió hacia Joel. Una mujer regordeta con el pelo teñido incluso más negro que el de Joel, naturalmente, Sally probablemente tendría ya setenta años. Su rostro estaba arrugado, pero siempre estaba alegre… excepto hoy. Joel frunció el ceño ante el rímel manchado de Sally, sus ojos rojos y sus labios comprimidos. —Um, ¿está bien? —preguntó. Realmente no le importaba cómo estaba, pero pensó que debería decir algo. Obviamente, ella no estaba actuando como normalmente. —Oh, Joel, no. No estoy bien. —Sally se sentó en un taburete cerca del largo mostrador de mármol donde hacía masa. Joel estaba acostumbrado a ver ese mostrador lleno de donas recortadas listas para la freidora. Sally miró el mostrador como si también estuviera viendo lo que normalmente había allí. —Estoy tan atrasada. Cuando recibí la noticia, dejé de hornear. Ni siquiera podía pensar. Estuve hablando por teléfono llamando a personas que podrían haberlo visto. Hablando con el jefe Montgomery. Se lo está tomando en serio, gracias a Dios. Joel no tenía idea de qué estaba hablando Sally. —¿Lo lamento? ¿De qué noticia habla? Tan pronto como preguntó, supo la respuesta. Este era un pueblo pequeño. Era poco probable que hubiera una noticia inquietante que no tuviera nada que ver con un niño que había sido atropellado por una camioneta la noche anterior. O tal vez eso no era cierto. Tal vez la molestia de Sally no tenía nada que ver con lo que había hecho Joel. Su madre, incluso sus amigos, siempre le decían que no todo giraba en torno a él. Estaba sacando conclusiones apresuradas porque se sentía culpable. —Mi nieto no está —respondió Sally—. Mi nieto de cinco años. O tal vez se trate de Joel esta vez. ¿Cuántos niños pequeños en una ciudad de este tamaño desaparecen en una noche? Probablemente no más de uno. Joel no tenía idea de qué debía hacer ahora. ¿Debería hacer preguntas? Eso sería lo normal, ¿verdad? Tenía que actuar con normalidad. No culpable. Normal. —¿Hace cuándo? —espetó Joel. ¿Fue una buena primera pregunta? Aparentemente, no fue tan mala porque Sally respondió de inmediato. —No estaba en su cama cuando mi hija fue a ver cómo estaba, un poco después de la medianoche. Se queda despierta hasta tarde la mayoría de las noches. Ella está tomando clases nocturnas, y ahí es cuando estudia, después de que Caleb se va a dormir. Siempre lo mira antes de irse a la cama, pero él no estaba allí. Sally metió la mano en el bolsillo de su delantal rosa con volantes y sacó un puñado de pañuelos de papel arrugados. Se sonó la nariz con uno; su nariz estaba tan roja como sus ojos. —Ella no se preocupó al principio —continuó— porque Caleb — olfateó, agitó una mano e intentó sonreír con lo que parecía más una mueca—: es un chico un poco travieso. Le gusta hacer bromas. Odia seguir las reglas. Había salido solo al menos media docena de veces. Él llama a sus aventuras “paseos”. —Olfateó de nuevo. Joel estaba teniendo problemas para concentrarse en las palabras de Sally. Tenía demasiadas cosas en la cabeza para escucharla. Primero, estaba el latido de su corazón, que, por alguna razón, resonaba en el interior de su cráneo. En segundo lugar, estaba la repetición de la camioneta golpeando al niño; tenía una banda sonora en su mente: los neumáticos chirriantes, el motor acelerando, el ruido sordo. En tercer lugar, estaba su diálogo interno: Deberías decir algo. No seas un idiota. No digas nada, hazte el tonto. ¿Seguirá vivo? Joel se concentró en bajar el volumen del parloteo de su cerebro para poder escuchar a Sally. Realmente no quería escucharla, pero si no actuaba bien cuando ella hablaba, podía sospechar. —Pero ella buscó en todos sus lugares favoritos habituales en la casa, en el vecindario, incluso en el bosque, y llamó a los padres de todos sus amigos —prosiguió Sally—. Cuando no pudo encontrarlo, bueno, fue entonces cuando me llamó. Le dije que llamara a la policía. Lo han estado buscando hace… ¿qué hora es? —Ella miró su muñeca desnuda. Joel miró su reloj. —Son las 5:03. —¿Y estás aquí por…? —Las donas de mi papá. Pero está bien, simplemente me iré. —Joel tenía que salir de aquí. Pensar en el niño en la zanja era una cosa, pero ahora pensar en Caleb mirando en la zanja… no, no podía hacer eso—. No se preocupes por las donas —dijo rápidamente. Luego agregó—: Es algo terrible lo de su nieto. Lo siento mucho. Se volteó y salió trotando del edificio antes de que Sally pudiera responder. ✩✩✩ Tres horas más tarde, con los nervios tan tensos que pensó que probablemente podría tocarlos como cuerdas de guitarra, Joel siguió a su padre hasta Herb's Hardware en el medio del centro de la ciudad. Tenía que concentrarse para asegurarse de que sus movimientos fueran casuales y relajados, no en absoluto como se sentía. ¿Podría llevar a cabo este acto indiferente durante el resto del día? Cuando regresó a la camioneta de su padre, tuvo que explicar por qué Sally no había hecho las donas. Y, por supuesto, su padre salió inmediatamente de la camioneta y entró para hablar con Sally. Sin estar seguro de lo que debía hacer, Joel se había quedado en la camioneta, donde se había sentado rígido, mordiéndose la uña del pulgar. No estaba seguro de cuánto tiempo había estado sentado allí. Bastante, pensó, porque el sol ya estaba saliendo cuando su padre volvió y entró. Joel casi saltó por el techo de la camioneta cuando su padre abrió la puerta de la camioneta y volvió a entrar. —El jefe de policía está organizando una búsqueda —dijo. Joel miró a su padre parpadeando. —¿Eh? Su papá le lanzó una mirada. —Para Caleb. Están organizando una búsqueda. Joel asintió y tragó. Se aclaró la garganta. —¿Alguien vio…? —empezó. Estaba inquieto por hacer preguntas. ¿Y si alguien hubiera visto su camioneta cerca de Glenwood Fields anoche? El papá de Joel encendió su camioneta y la puso en marcha. —Montgomery y sus oficiales ahora van de puerta en puerta. Hasta ahora, nadie ha dicho haber visto nada. Fue todo lo que Joel pudo hacer para no saltar y gritar: ¡Sí! Esa era una preocupación que podía dejar de lado. Todo el tiempo que se había estado diciendo a sí mismo que debería regresar y ver cómo estaba el niño, un pensamiento persistente había estado en el fondo de su mente: ¿Y si alguien vio lo que hice? Nadie lo había hecho. Entonces, si no decía nada, si seguía actuando como si no supiera nada, nadie lo sabría. Podría seguir con su vida como si nunca hubiera sucedido. Sí. Como si pudiera olvidarlo. —Tenemos que volver al vivero —dijo el padre de Joel—. Quiero que carguen las entregas mientras yo hago algunas cosas en la oficina. Abriremos por un par de horas, pero luego cerraremos. Iremos a ayudar con la búsqueda. —¿Vamos a ir? —gritó Joel. ¿El único día que había querido trabajar e iban a cerrar? ¿Ayudar con la búsqueda? Joel no quería estar cerca de la búsqueda. —Es lo correcto si no encuentran a Caleb de inmediato. Ya hablé con Montgomery por teléfono. Le dije que iríamos a la ferretería más tarde esta mañana y buscaríamos lo que necesitamos para hacer algunos carteles y tal vez un centro de comando para la búsqueda. Y aquí estaban. Herb's Hardware estaba en uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Tenía suelos de madera tosca, techos altos de hojalata y una caja registradora anticuada. La tienda olía a madera, barniz y polvo. Los estantes abarrotados de herramientas y cosas para el mejoramiento del hogar iban desde el piso hasta los techos súper altos. Joel no creía que los estantes superiores se hubieran limpiado en años. Sintiéndose como un niño pequeño, Joel siguió a su padre mientras caminaba por la tienda, reuniendo suministros para carteles y un centro de comando. No se quejó de estar aquí porque desde que le dieron un nombre al chico al que había atropellado, se había sentido como un sonámbulo. O no. Era más como si no tuviera el control de su propio cuerpo. Una parte de él quería estar a un millón de millas de distancia, sin importarle una mierda lo que estaba pasando. Y otra parte de él quería volver a esa zanja y ver si el niño, si Caleb, todavía estaba vivo. Como no se atrevía a hacer ninguna de estas cosas, simplemente seguía aturdido siguiendo a su padre. —Toma un paquete de esas estacas —le dijo su padre, señalando. Joel parpadeó y se dirigió hacia un estante lleno de estacas de madera empaquetadas mientras su padre daba la vuelta al final de un pasillo. Joel levantó un bulto y empezó a seguir a su padre de nuevo. Un chasquido lo detuvo. Era un tictac suave, como golpes de plástico sobre madera. Y venía de detrás de él. Joel se dio la vuelta. Allí no había nada. Miró a izquierda y derecha y luego por el pasillo hasta el escaparate en el frente de la tienda. Algo pequeño y amarillo llamó su atención a través de la ventana. Contuvo el aliento. ¿Eso era un…? Dio un par de pasos hacia la ventana, entrecerrando los ojos. Lo era. Una figura de plástico de Niños Jugando estaba sentada afuera de la ferretería, junto a la ventana. Estaba colocada de modo que pareciera que uno de sus ojos negros miraba a través de la ventana, mirando a Joel. Joel dio un paso atrás y pensó mucho. ¿Había estado en el frente cuando él y su padre llegaron aquí? Recordó haber visto una hilera de rastrillos y carretillas. ¿Había también una figura de plástico de Niños Jugando? Sacudió la cabeza. No lo creía fuera así. Detrás de él, el sonido del tic-tac comenzó de nuevo. Sonaba como pequeños pasos, pasos hechos por zapatos de plástico… o pies de plástico. Joel contuvo la respiración y se volteó. Nada. Agarrando el paquete de estacas, se apresuró por el pasillo hasta la parte trasera de la tienda. Allí, giró a la izquierda y se dirigió al anexo de la ferretería, un viejo complemento que contenía ropa de trabajo: botas, guantes, overoles y sombreros. Trató de decirse a sí mismo que estaba imaginando cosas, pero luego escuchó el clic de nuevo. Lo que estaba escuchando lo estaba siguiendo. Esta vez, Joel ni siquiera se volteó para mirar. Simplemente se alejó de nuevo. Salió del anexo y entró en la parte trasera de la tienda, agachándose de un lado a otro, alrededor de cestas de piezas de fontanería, pantallas de iluminación y filas de herramientas eléctricas. Dondequiera que iba, escuchaba ese leve clic plástico que lo seguía. Tenía que salir de aquí. Joel dio un giro para regresar al frente de la tienda. Con la cabeza gacha, abrazando el paquete de estacas como si fuera un oso de peluche, dio un paso adelante… y se topó directamente con su padre. Joel gritó tan fuerte que su voz resonó en el techo. Dejó caer las estacas. —¿Qué estás haciendo? —espetó su padre. —Umm. —Joel ignoró a su padre y escuchó con atención. No escuchó nada excepto su propia respiración irregular. —Toma eso y vámonos. Tengo todo lo demás junto al mostrador — dijo su padre, luego se volteó y se alejó. Joel tomó las estacas y lo siguió dócilmente. Se movió lentamente, todavía escuchando el sonido de un clic. No escuchó nada. —¿Vienes? —preguntó su papá. Joel hizo que sus pies se movieran. Siguió a su papá. En el mostrador, el padre de Joel pagó por todo lo que había apilado en su carrito mientras Joel se mantenía de espaldas a la ventana panorámica. No quería mirar la figura amarillenta. En cambio, escuchó el clic. Joel seguía lo escuchando cuando su padre le tiró de la manga. —¿Qué sucede contigo? Dije que estamos listos para irnos. Joel se volteó para seguir a su padre sin hablar. Cuando salieron por la puerta principal, Joel se obligó a mirar la figura de Niños Jugando. Notó una etiqueta de precio colgando de la “mano” de la figura. Arrugó la cara en concentración. Si la cosa tenía una etiqueta, debió haber estado aquí, a la venta, cuando él y su padre llegaron. ¿Por qué no recordaba haberlo visto? ✩✩✩ El día de Joel mejoró después de que él y su padre dejaron la ferretería. Básicamente, pasó la tarde en su propio paseo, ni cerca de donde estaba Caleb la noche anterior. Esta fue su parte en la “búsqueda”. Cuando llegó la noche, no habían encontrado a Caleb. Joel y su padre se dirigieron a casa y cenaron. Joel todavía estaba tenso, pero sus padres interpretaron su comportamiento como una preocupación por Caleb. En cierto modo, así era. O más bien, era preocupación para Joel por Caleb. Finalmente, Joel pudo salirse con la suya diciendo—: Estoy agotado. Me voy a acostar para poder levantarme temprano y ayudar mañana también. Cuando sus padres le dieron las buenas noches y su madre le dijo—: Y, Joel, realmente debes ducharte —se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que el cuerpo de Caleb, si de hecho fuera un “cuerpo” a estas alturas, Empieza a oler y atraer a los animales. Caleb sería encontrado entonces, seguramente. La zanja no estaba tan lejos de su casa. Una vez más, cuando Joel entró en su habitación, escuchó la voz interior que le decía que tal vez no era demasiado tarde. Podría salvar al chico. —Tú podrías ser el héroe —dijo la voz. Sí, Joel sería un héroe… hasta que el chico estuviera lo suficientemente bien como para describir quién lo atropelló. El niño había mirado directamente a Joel en esos pocos segundos mientras la camioneta patinaba. La ciudad era lo suficientemente pequeña como para que el niño supiera quién era. Joel pareció recordar que Sally dijo que su hija iba al vivero todo el tiempo. Lo más probable era que el niño también hubiera estado allí. No. Joel no podía arriesgarse a “encontrar” a Caleb. En lugar de hacer algo que podría arruinar su vida, tomó esa ducha de la que su madre seguía hablando. Cuando terminó, pensó en jugar con sus pads de batería, pero realmente estaba exhausto. Joel, con sólo sus bóxers (los bateristas geniales no usaban pijamas) se sentó en el borde de su cama. Encendió la lámpara de su mesilla de noche, la cual inmediatamente iluminó algo que no debería haber estado allí. Jadeó y se levantó de un salto. «¿Qué demonios?» Miró boquiabierto la pequeña figura de plástico amarilla que estaba junto a su reloj despertador digital, apoyada contra la base de su lámpara. Era la estatuilla de la caja Fazcrunch, esa espeluznante figura con forma de niño con sus ojos negros vacíos y su advertencia de NIÑOS JUGANDO. Joel había dejado eso a un lado. ¿Cuándo fue eso? ¿Ayer? Parecía como si hubiera sido hace un mes. Sí, fue ayer. ¿Cómo llegó la figura a su habitación? Joel no tuvo que pensar mucho en esa pregunta. Su madre probablemente lo encontró y lo trajo aquí para hacer un punto. Odiaba cuando dejaba cosas por ahí. Cuando él era un niño, ella recogía después de él. Sin embargo, cuando él entró en la escuela secundaria, ella comenzó a poner sus cosas en un contenedor en el garaje. Tendría que salir y hurgar en la pila para encontrar cosas como su guante de softbol, sus patines, sus gafas de sol o sus auriculares. Un minuto. Sí. Por lo general, ella ponía sus cosas en el garaje. Pero nunca las traía a su habitación. Entonces, ¿por qué estaba aquí? ¿Quizás su papá lo hizo? Como fuese. No importaba cómo llegó aquí. Joel extendió la mano y agarró la estatuilla. Mientras la miraba, sus músculos se tensaron. Y de repente, se sintió como si un cubo de hielo se deslizara por su columna vertebral. Se estremeció. Todas las figuras de Niños Jugando que había visto hoy, ese extraño sonido de clic de plástico en la ferretería, y ahora esto, se sentía como si estuviera siendo perseguido por su conciencia. Como si estuviera diciéndole que haga lo correcto. Ve y salva al niño. Salva a Caleb. Joel cerró la mano sobre la figura. La sostuvo con tanta fuerza que los bordes le cortaron la palma. El problema era que “lo correcto” era bueno para Caleb, pero estaba mal para Joel. Si Joel iba con el niño, ya sea que Caleb estuviera vivo o muerto, Joel podría meterse en el tipo de problema que lo arruinaría por el resto de su vida. Realmente, todo se reducía a los límites de la vida aquí que Joel tanto odiaba. Si iba a liberarse de ellos, no podría ir a ver a Caleb. Hacer eso no sólo lo mantendría atrapado en esta ciudad, sino que literalmente podría ponerlo en una celda de la cárcel. No podría sobrevivir a eso. Guardar silencio era una cuestión de autoconservación. Sacudió la cabeza. «De ninguna manera». No iba a sacrificar su futuro por un niño pequeño estúpido que no debería haber estado corriendo en la oscuridad en medio de la noche. «¿Quién deja que un niño haga eso?», pensó Joel. Trató de decirse a sí mismo que era sólo cuestión de tiempo antes de que el niño saliera lastimado. Dio la casualidad de que Joel fue el desafortunado espectador que lo golpeó. Realmente esto era culpa de los padres por no cerrar la casa o vigilar a su hijo. Dejando caer la figura sobre su alfombra turca azul marino y beige, Joel pisoteó al feo tipo hasta que se rompió en varios pedazos. Cuando notó que la bandera de Niños Jugando aún estaba ilesa, se agachó, la recogió y la partió en tres pedazos. Le dio una última mirada, ignorando la forma en que el cabello se erizaba en la parte de atrás de su cuello. Luego se apartó de ella. Respiró hondo y lo dejó salir. Por primera vez en todo el día, se sintió relajado. Había tomado una decisión y estaba de acuerdo con ella. Se metió tranquilamente en la cama y cerró los ojos. Esta noche, no estaba atormentado por dudas o preguntas sobre el bien y el mal. Estaba perfectamente satisfecho de haber hecho lo que tenía que hacer para cuidarse a sí mismo. Se fue derecho a dormir. ✩✩✩ Los ojos de Joel se abrieron de golpe. Parpadeó y miró a su alrededor. Había estado soñando con el estúpido juguete de la caja de Fazcrunch. Pero, ¿por qué se había despertado? Joel se frotó los ojos y se giró para mirar su reloj de noche. Leyendo las 2:00 a.m. exactas. Eso fue raro. No recordaba la última vez que se había despertado y el reloj marcara una hora exacta. Era la hora… Joel se sentó. Está bien, eso fue realmente extraño. No había planeado sentarse. Había planeado cerrar los ojos y volver a dormir. No tenía que orinar. No tenía sed. Aún estaba cansado. ¿Por qué se sentaría? Joel apartó las mantas y se puso de pie. ¿Qué demonios? No quería ponerse de pie. ¿Por qué estaba de pie? Joel se puso de pie, erguido como una baqueta y miró alrededor de la habitación como si su cuello estuviera en el sistema hidráulico. El movimiento de su cabeza parecía rígido y entrecortado. ¿Qué le pasaba? Su cuello se sentía extraño. Ahora que lo pensaba, todo su cuerpo se sentía mal. Se sentía encerrado e inflexible. Cuando Joel tenía unos ocho años, había salido en un barco con Wes y su familia, y se había quemado gravemente con el sol. La quemadura no sólo le había dolido mucho, sino que había puesto su piel tan tensa que no podía moverse correctamente. Se sentía un poco así… pero peor. No era sólo su piel. Sus articulaciones tampoco se sentían bien. Se sentían como lo hacían cuando se ejercitaba demasiado sin calentar. La cabeza de Joel se giró para mirar su cómoda. Ahora, ¿por qué estaba mirando hacia allá? Joel levantó la pierna y dio un paso hacia el pecho. Trató de no hacerlo. No tenía ninguna razón para acercarse a su cómoda. No quería nada de lo que había en ella. No ahora. Lo que quería era volver a la cama y dormir. En cambio, dio otro paso hacia la cómoda. Sentía que su cuerpo ya no era suyo. Dio otro paso. Y otro. Y otro. Pronto, se paró frente a su cómoda y levantó el brazo. Su mano agarró el pomo de bronce del cajón y lo abrió. Metió la mano y agarró un par de jeans nuevos. Cada movimiento que hacía se sentía rígido, como si sus articulaciones se hubieran agarrotado y necesitaran ser aceitadas para poder moverse correctamente. Estaba sorprendido de no crujir ni zumbar mientras se movía. Sus movimientos se sentían como los de los androides más torpes de la vieja escuela. No. Sus movimientos eran incluso más básicos que eso. No le recordaban a un viejo robot. Le recordaban a un títere, uno de esos de madera, con las cuerdas atadas a las articulaciones. Sus movimientos no eran los suyos, como si su cuerpo fuera forzado a moverse. Incluso podía escuchar sus articulaciones crujir cuando se movían, como si protestaran por las instrucciones que se les estaban dando. Cuando su mano cerró el primer cajón y abrió el segundo para sacar una camiseta, Joel se concentró en resistir las acciones de su cuerpo. ¡Quería volver a la cama! Se imaginaba a sí mismo haciendo eso, pero imaginar era todo lo que podía hacer. En lugar de volver a la cama, se vistió. Luego extendió la mano para abrir la puerta de su dormitorio. El pasillo fuera de su habitación estaba oscuro y silencioso. El reloj de la oficina de su madre, un gran reloj de pie que ella dijo que era una reliquia familiar, como si a él le importara, marcaba ruidosamente. Desde detrás de la puerta cerrada en el otro extremo del pasillo, los ronquidos de su padre intentaban ahogar el ritmo uniforme del reloj. Joel pensó en llamar a sus padres. Tal vez podrían ayudarlo de lo que sea que estaba pasando con él. Pero no pudo emitir ningún sonido. Caminó, con las piernas rígidas por el pasillo hasta lo alto de las escaleras. Luego comenzó un descenso tan incómodo que varias veces pensó que iba a caer hacia adelante, de un extremo a otro, por las escaleras. No era que su cuerpo se moviera mal, era que estaba en tal estado de resistencia (la voluntad de su propio cuerpo versus la de alguna fuerza externa que no entendía) estaba totalmente desequilibrada. De alguna manera, llegó a la base de los escalones. En este punto, su cuerpo se giró y apuntó hacia la cocina. Se dirigió a la puerta trasera. Allí, usando un brazo que se sentía como un apéndice de piedra, levantó la mano para agarrar el pomo. Salió del porche trasero. Dio la vuelta a la casa hacia el camino de entrada. Sintió que se había convertido en una versión pequeña de sí mismo y ahora estaba atrapado dentro de la versión grande. Estaba siendo engañado por esta gran criatura de Joel que tenía una agenda de la que el pequeño Joel no sabía nada. Cada vez que Joel movía una pierna, sentía que su pierna pertenecía a otra persona. Cada vez que plantaba su pie, sentía como si su pie estuviera en un zapato de cemento. Pero siguió caminando; Caminó, totalmente en contra de su voluntad, por el camino de entrada a la carretera frente a su casa. La noche estaba más fresca de lo habitual para esta época del año. Una brisa descendía de las montañas, trayendo consigo el indicio de una helada. Las frágiles hojas verdes primaverales revoloteaban en las ramas de los árboles cerca de la carretera. Las flores caídas susurraron mientras se deslizaban sobre el pavimento. El cielo nocturno era similar al de la preciosa noche. Las estrellas brillaban arriba, como si todo estuviera bien en el mundo, y una cuña de luna cada vez más gruesa enviaba rayos pálidos de luz blanca hacia abajo para iluminar el cemento frente a Joel. Incluso sin los cálidos resplandores amarillos que se extendían por las luces del porche y las farolas en los patios a lo largo de la calle, habría podido ver muy bien. No es que importara lo que estaba viendo. Joel estaba bastante seguro de que incluso si se hubiera quedado totalmente ciego, se movería por la calle sin problemas. No era él quien tomaba las decisiones. Entonces, ¿por qué necesitaba ver algo? Con las piernas girando lentamente a la altura de las caderas, sus rígidas extensiones elevándose delante de él como pistones horizontales, Joel se dirigió calle abajo. Después de unos pocos pasos como este, comenzó el crujido que pensó que debería haber escuchado cuando estaba en su habitación. Cada vez que levantaba la pierna delante de él, las articulaciones le raspaban y gemían. Sonaba como si sus articulaciones se estuvieran oxidando. Había escuchado crujidos menores de los antiguos herrajes oxidados de la puerta. El centro de jardinería tenía una puerta con bisagras así. El sonido que hicieron fue sacado directamente de una película de terror: cree—aaa—rrrr—eeek. Así sonaban sus articulaciones mientras caminaba. Pero no era la forma en que sonaba su cuerpo lo que le preocupaba. Era como se sentía. Dejando de lado el hecho aterrador de que ya no tenía el control de sus propios movimientos, su cuerpo comenzaba a sentirse tan inflexible como el granito en las montañas que dominaban la ciudad. Desafortunadamente, sin embargo, no se sentía tan fuerte como el granito. Se sentía, bueno, frágil. Sentía que en lugar de estar hecho de piedra, o incluso de madera, estaba hecho de una especie de plástico duro. Y sintió que se estaba fragmentando, desconectándose de sí mismo. Joel no sabía cuánto tiempo había estado caminando porque mirar su reloj no era algo que su cuerpo quisiera hacer. Sin embargo, dado que ahora se estaba yendo de su vecindario, supuso que había estado en este viaje secuestrado durante al menos diez minutos. Sin embargo, durante el tiempo que había estado aquí afuera, había notado que su cuerpo comenzaba a sentirse tenso, como si estuviera llegando a algún tipo de punto de ruptura. Empezaba a oír crujidos intercalados con crujidos en su movimiento. ¿Se estaban fracturando sus huesos? No tenía un dolor horrible ni nada por el estilo. Simplemente se sentía… mal. Ya no se sentía como él, como un humano. Se sentía cada vez más frágil. También se sentía cada vez más asustado. El pánico aumentó cuando se hizo evidente a dónde lo llevaba su cuerpo. Cuando el grandullón Joel llegó a la salida de su vecindario, giró a la izquierda en la carretera de transición que conducía a Glenwood Fields. Joel se dirigía de regreso a donde Caleb, o donde el cuerpo sin vida de Caleb, yacía en una zanja. Joel gritó en su mente. Su boca ya no podía emitir sonidos. Ni siquiera podía abrirse. Se sentía como si lo hubieran cerrado con autógena. Y era sólo uno de los sistemas en el cuerpo de Joel el que se estaba apagando. A pesar de que el movimiento de Joel había sido laborioso, no pudo evitar notar que no estaba sudando en absoluto. Tampoco respiraba con dificultad. Estaba asustado, más asustado de lo que jamás podría recordar. Y, sin embargo, su corazón no estaba acelerado. De hecho, no podía sentir ningún latido en su corazón. Por lo general, si se concentraba, podía sentir su pulso. Ya no. Cuando puso su atención en su cuello o sus muñecas, no sintió nada. Y ahora, cuando su pánico comenzó a transformarse en desesperación, se dio cuenta de que tampoco podía generar lágrimas. Podía sentir que su rostro era una máscara inexpresiva que de ninguna manera reflejaba cómo se sentía por dentro. Cualquiera que lo observara pensaría que estaba perfectamente tranquilo. ¿Alguien lo estaba observando? Joel quería mirar a su alrededor, para ver si alguien estaba mirando por la ventana a la extraña figura que pasaba pesadamente. ¿Pero realmente se veía extraño? ¿O simplemente se sentía así? No podía verse a sí mismo, por supuesto, pero dado cómo se sentía, no pensaba que nada de lo que estaba haciendo se vería normal. Se sentía como si se moviera como un zombi congelado como un relámpago. Su entorno pareció estremecerse mientras lo miraba. A pesar de todos los sistemas en el cuerpo de Joel que estaban fuera de su control, sus ojos seguían siendo suyos para usarlos. No podía girar la cabeza para mirar a su alrededor, pero podía ver lo que fuera que estaba frente a él. Y allí, a unos doscientos metros de distancia, estaban las piedras de entrada a Glenwood Fields. Con la forma vaga de las alas de un ángel, pero de un gris lúgubre en lugar de blanco, las señales de entrada eran mucho más grandiosas que cualquier otra cosa dentro de la subdivisión. Joel siempre había pensado que las casas en esta área eran patéticas: estructuras de techo poco profundas en forma de L, con revestimientos simples y ventanas pequeñas y sencillas. Casas como estas merecían un letrero de madera endeble, no un conjunto de piedras enormes elaboradamente talladas. A medida que Joel se acercaba más y más a los marcadores de piedra, notó que parecían más lápidas que señales de entrada. Eso parecía extrañamente apropiado ahora, dado que marcaban el lugar donde Caleb probablemente yacía muerto. La mente de Joel ofreció una imagen del cadáver de un niño, con la cara pálida y los ojos devorados por los carroñeros. Tan pronto como esta horrible imagen pasó por su cerebro, sus pensamientos gritaron, tal como lo habría hecho si hubiera visto algo así en la vida real. ¿Estaba a punto de ver algo así? Sus pies, que ya no podía sentir, crujían a través de la grava en el arcén de la carretera junto a la entrada de Glenwood Fields. No estaba a más de un par de metros de donde estaba el niño en la carretera cuando Joel lo atropello. Si Joel hubiera podido girar y dar dos o tres pasos a su izquierda, habría podido llegar al borde de la zanja. Podría haber sido capaz de mirar por el empinado terraplén para ver lo que había en el estrecho fondo rocoso de la zanja. Habría podido ver por sí mismo, finalmente, si Caleb estaba muerto. Pero Joel no podía volverse y no podía ir a ningún lado al que no le obligaran a ir. No era muy diferente a una figura de juguete en este punto, sujeto a los caprichos de quienquiera o lo que fuera que quisiera usarlo. Y aparentemente, este era el lugar. Joel dejó de moverse. Durante varios segundos se quedó quieto. Podía decir que estaba fuera de la acera, justo donde había golpeado a Caleb. Incluso podía ver el rastro negro como una serpiente de sus marcas de deslizamiento en la calle gris. Joel se preguntó si sería así. ¿Lo liberarían ahora que lo habían llevado a este punto? ¿Tenía todo el propósito de este robo de cuerpo llevarlo a donde se había negado a ir? Joel no tuvo mucha oportunidad de reflexionar sobre esta pregunta antes de que la respuesta se revelara. No, no fue así. Su terrible experiencia no había terminado. De hecho, estaba a punto de empeorar mucho, mucho. Joel sintió que un dolor comenzaba en su boca, en la raíz de sus dientes. Era un dolor sordo, pero se notaba. ¿Qué significaba? ¿Qué estaba pasando en su boca? Joel estaba ahora tan aterrorizado que sintió que un grito subía por su garganta y llegaba a su boca. Pero no salió. No pudo. Joel no podía controlar sus cuerdas vocales. Sin embargo, abrió la boca por primera vez desde que salió de su casa. Aparentemente, no estaba soldada porque podía sentir sus labios abriéndose. Incluso escuchó la apertura. Un pequeño golpe y un sonido de succión precedieron a la sensación de aire moviéndose contra sus encías y su lengua. Esa sensación apenas se notaba por lo mucho que el dolor en sus dientes llamaba su atención, pero sabía que significaba que tenía la boca abierta. De repente, el dolor en sus dientes se detuvo y sintió algo diferente. También escuchó algo diferente. El sonido que escuchó fue un chasquido silencioso, un leve golpeteo intermitente como el sonido de guijarros cayendo al suelo. Se sentía como si también cayeran guijarros… en su boca. Pequeños trozos duros caían sobre su lengua y pasaban por sus labios. No. No eran pedacitos pequeños y duros. Eran dientes. Uno de los trozos rodó por su labio inferior de una manera que le permitió sentir la superficie lisa en un lado y la superficie rugosa en el lado adyacente. También sintió la forma triangular del final de la broca. Era un diente. El sonido que estaba escuchando era el de sus dientes aterrizando entre las pequeñas rocas irregulares que formaban la grava junto al camino. Mientras Joel trataba de darle sentido a este inexplicable suceso, sintió que uno de los trozos se le caía por la lengua. Se alojó en su garganta y sintió como si tuviera arcadas. Quería (necesitaba) toser el diente y escupirlo, pero no podía controlar los músculos de su cuello más de lo que podía controlar cualquier otra parte de su cuerpo. Todo lo que pudo hacer fue imaginarse a sí mismo ahogándose hasta morir mientras el diente se le pegaba a la garganta. Enloquecido por la incredulidad, la voz interior de Joel chillaba y chillaba. Pero su voz interior no tenía volumen. Nadie podía oírlo porque no emitía ningún sonido. Su vista, su oído y su capacidad para sentir dolor eran las únicas cosas que le quedaban. Estaba patéticamente agradecido por estos pequeños obsequios… hasta que sus ojos le mostraron lo que iba a suceder a continuación. Un mechón de cabello negro murmuró frente a la visión de Joel. Quedó atrapado en una corriente con la brisa nocturna y se alejó flotando. Otro mechón siguió al primero. Luego un tercero, luego un cuarto. Luego, mechones de cabello comenzaron a caer frente a sus ojos. Sintió que más trozos se deslizaban por la parte posterior de su cuello. Se le estaba cayendo el pelo. Sus gritos silenciosos se convirtieron en lamentos. La conciencia de Joel, atrapada dentro de su cuerpo traidor, no pudo hacer nada con la indignación y la desesperación que lo estrangulaban desde adentro. Cada reacción que estaba teniendo a las cosas indescriptibles que le sucedían estaba siendo consumida por el vacío negro de lo que fuera que lo controlaba. «Haz que se detenga», pensó Joel. No sabía a quién se estaba dirigiendo. Era un atractivo universal, una orden débil de un peón en un universo al que no le importaba. Joel no quería ver más. No podía soportar ver otra parte de quien pensaba que se estaba alejando. Quizás porque literalmente no podía soportar el trauma de ver otra cosa, su “deseo” fue concedido. Los ojos de Joel se salieron de su cabeza. De hecho, los sintió desconectarse y rodar por sus mejillas. Tan pronto como sus ojos dejaron su cuerpo, se quedó ciego. Por horrible que fuera esto, al menos no tuvo que ver cómo sus ojos caían a la grava bajo sus pies. No tuvo que ver una punta afilada de basalto perforar uno de sus iris marrones. Sin embargo, lo escuchó. Sus oídos le transmitían ansiosamente el repugnante espíritu de sus ojos que llegaban al suelo. Sus oídos también seguían cumpliendo con su deber cuando los dedos de Joel se separaron de sus manos. Oyó que sus dedos chocaban contra el suelo como palos golpeando rocas. Antes de que pudiera comenzar a procesar esta inconcebible mutilación, sus manos se desconectaron de sus brazos. Se sintió como si los cables se enrollaran alrededor de sus tendones y le arrancaran las manos de las muñecas. Escuchó lo que quedaba de sus manos aterrizar debajo de él. El sonido fue un golpe crujiente, similar a lo que escuchó una vez cuando accidentalmente dejó caer su vaso de jugo de naranja vacío en su cereal Fazcrunch. Por un segundo, Joel sintió náuseas por el sonido. Pero sólo por un segundo. No tuvo tiempo de demorarse mucho en el sonido de sus manos golpeando el suelo porque su conciencia fue inmediatamente llevada a una nueva forma de sufrimiento. Ahora podía sentir que algo se abría paso a través de las cuencas vacías de sus ojos. Se sentía como si alguna forma pulsante estuviera siendo bombeada a través de las aberturas, algo así como un globo o una pelota inflada. Podía sentir la presión alrededor del espacio donde solían estar sus ojos. La presión aumentó y aumentó hasta que pudo sentir que lo que había sido inflado sobresalía por sus pómulos. Una vez más, no tuvo mucho tiempo para pensar en esta nueva abominación porque la siguiente comenzó de inmediato. Lo siguiente que lo aterrorizó fue su piel. Sintió que su piel comenzaba a romperse y deslizarse de su cuerpo. La sensación era similar a la que había sentido cuando la piel quemada por el sol comenzó a pelarse, pero era mucho más fuerte que eso… porque no era sólo la capa superior de piel lo que se estaba deshaciendo de él; era cada capa. Su piel se estaba despellejando lejos de sus músculos y tendones. Cuando su piel se separó de lo que había debajo, sintió que la brisa le picaba los tejidos expuestos. Se sentía como si una mano invisible le estuviera tirando la piel del cuerpo, arrancándole secciones húmedas como si fuera un pescado fileteado. Podía oír las tiras empapadas golpeando el suelo. Sabía que largas cintas de su piel se estaban acumulando debajo de él porque cada tendón de su cuerpo se sentía expuesto. Joel sabía… Nada. Finalmente, después de ser sometido a una miseria más atroz de la que se podría haber esperado que sobreviviera cualquier humano, su conciencia sucumbió a cualquier fuerza que estuviera orquestando su transformación. La persona que era Joel dejó de existir. ✩✩✩ La luna parcial goteaba el más pálido de los resplandores blancos sobre los altos picos de las montañas al este de la ciudad cuando la camioneta del jefe Montgomery dobló la esquina y se detuvo justo en la entrada de Glenwood Fields, marcada con piedras. Su radio chirrió tan pronto como apagó el motor. Cogió su micrófono, lo encendió y escuchó. —Jefe —dijo su despachador— acabo de recibir la confirmación de ese residente de Glenwood de que el hombre extraño que vio se dirigía hacia la entrada. —Ahí es donde estoy —respondió el jefe—. Voy a comprobarlo. — Volvió a poner el micrófono en su soporte y salió de su todoterreno. El ángulo en el que la luna rozaba la cordillera le dijo al jefe que eran alrededor de las 3:00 a.m. más o menos. La noche todavía envolvía la ciudad con su manta. Un hombre sorprendentemente pequeño cuya personalidad y autoridad no concordaba con su baja estatura agarró su sombrero y se lo colocó sobre el ralo cabello castaño. Levantó su linterna y salió de su vehículo. El jefe Montgomery sostuvo su linterna con rigidez mientras apuntaba alrededor de la entrada de la subdivisión. Había estado tenso todo el día, desde que Jenna Bell lo llamó en las primeras horas de la mañana el día anterior. Las largas horas que Caleb había estado perdido habían hecho mella en Montgomery y sus oficiales. Sentía que había envejecido al menos cinco años desde esa llamada. Varias veces durante el día, le había dicho a Jenna que todo estaría bien. Pero no estaba seguro de creerlo. El jefe se giró en un círculo lento, explorando las áreas iluminadas por el resplandor de su linterna. Al principio no vio nada. Pero luego lo hizo. Se congeló, concentrándose en la extraña forma encorvada en las sombras más allá del alcance de su linterna. Dio un paso adelante para que su luz aterrizara directamente sobre la forma. Montgomery tragó saliva y dio un paso atrás. Inmediatamente se sintió tonto. Su respuesta había sido ridícula. Lo que estaba mirando no era nada de qué preocuparse. El haz de luz de la linterna iluminaba a un chico de plástico grande y deforme colocado justo al borde de la carretera. La figura de plástico tenía una cara casi sin rasgos, sin nariz, sin mejillas, sin barbilla. Todo lo que tenía el rostro eran dos ojos negros saltones y una boca abierta y llena de oscuridad. Montgomery había visto algunas figuras como esta en la ciudad. Era parte de una iniciativa de seguridad pública de Freddy Fazbear para disuadir a los conductores imprudentes en áreas donde los niños corrían. La mayoría de las figuras que había visto eran mucho más pequeñas que esta, y esta estaba extrañamente contorsionada, como si parte del plástico se hubiera deformado en el proceso de modelado. Por alguna razón, la forma molestó al jefe. Estaba asustado, pero posiblemente no podría haberle explicado por qué si alguien le hubiera preguntado. Sacudió la cabeza. Simplemente estaba demasiado cansado; eso fue todo. Demasiado estrés. El jefe comenzó a avanzar y buscar más allá de la extraña figura, pero luego su luz aterrizó en algo amontonado en el suelo. Inclinó la linterna hacia abajo y frunció el ceño confundido. ¿Qué era eso? ¿Mantillo? ¿Qué hacía mantillo en la carretera? Inclinándose más cerca, iluminó con su luz lo que parecían relucientes cintas de color marrón rosado enredadas entre sí. No era cinta, obviamente. La masa de material parecía ser algo orgánico y, por alguna razón, le dio escalofríos. Se sacudió el escalofrío que lo recorrió. Las longitudes en forma de cinta se parecían un poco a la corteza recién arrancada. Miró hacia el costado de la carretera, hacia los árboles agrupados cerca de la entrada de la subdivisión, para ver si un árbol había sido derribado por un vándalo o tal vez un animal. Todos los árboles se veían bien, pero… Desde la izquierda de los árboles en los que estaba concentrado, Montgomery escuchó un gemido. Se congeló y escuchó. ¿Fue realmente un quejido o el llanto de algún animal herido? Inclinó la cabeza y se concentró. Y ahí estuvo de nuevo. ¡No era un animal! Sonaba como un niño. El jefe de inmediato dirigió su luz hacia la zanja al costado de la carretera. De ahí venía el sonido. Se apresuró a llegar al borde de la carretera y apuntó su luz hacia la zanja. No pudo ver nada. —¿Hola? —gritó—. ¿Caleb? —El gemido se convirtió en un grito. Montgomery se volteó y corrió hacia su todoterreno. Alcanzando su micrófono, lo encendió. —Rankin, trae a los técnicos de emergencias médicas a la entrada de Glenwood Fields. ¡Creo que encontré al niño! No esperó una respuesta. Se dio la vuelta y pasó corriendo junto a la extraña figura de Niños Jugando. Cuando llegó al borde de la zanja, se deslizó por su costado. —Ya voy, Caleb. ¡Aguanta un poco! El débil grito que le respondió hizo que su corazón latiera de esperanza. Se arrastró hacia el sonido, y cuando vio al niño pequeño encajado detrás de una pila de rocas, cayó de rodillas. —Estoy aquí, Caleb. Está bien. Vas a estar bien. Cuando el jefe Montgomery se quitó la chaqueta y la puso sobre los estrechos hombros del chico, no pudo evitar sonreír triunfante. ¡Había encontrado al niño! Todo iba a estar bien. E —¡ res tan asquerosa! —Aimee apartó la cabeza de su amiga—. Ni siquiera puedo mirarte. La risa mt-n-tnt-tnt de Mary Jo se escuchó a través de la mesa hacia Aimee, junto con parte de su pizza parcialmente masticada. Ella había estado mostrando cómo podía voltear un bocado de pizza con la lengua “Al igual que voltean las pizzas enteras en el horno”. ¿Quién hacía esto? Era repugnante. Sin mirarlo, Aimee apartó lo que acababa de aterrizar en su antebrazo. Sintió que una servilleta arrugada la golpeaba en la mejilla. Suspiró y se giró hacia Mary Jo, con cuidado de mantener los ojos entrecerrados en caso de que estuviera haciendo otra cosa que no estuviera bien. —¿Por qué haces cosas así? —le preguntó Aimee. Mary Jo se rio de nuevo. —Porque puedo. Aimee negó con la cabeza. ¿Cómo era posible que fuera amiga de este fenómeno de la naturaleza durante ocho años? En lugar de estar en casa, acurrucada en su acogedora habitación en su asiento de ventana rosa con volantes, leyendo el libro que su padre le había comprado en su último viaje de negocios, Aimee estaba sentada frente a Mary Jo en una de las cabinas rojas en Freddy Fazbear's Pizza con una rebanada a medio comer en la mesa entre ellas. En el escenario a su derecha, los artistas animatrónicos de la pizzería: Freddy, el oso pardo con sombrero de copa; Bonnie, el conejo azul con la corbata roja; y Chica, el pollo amarillo con el babero y la magdalena rosa con ojos saltones, estaban tocando una canción de rock. La música estaba alta, pero aun así no ahogaba el resto de ruidos en el restaurante. El lugar estaba lleno de conversaciones animadas, risas, chillidos felices, utensilios tintineando contra los platos y los pings, pitidos y gorjeos de los juegos en la sala de juegos justo al lado del comedor. Aunque a Aimee le gustaba la pizza, no disfrutaba del estridente caos en Freddy's. Era una chica tranquila, más contenta sola que entre la multitud. Mary Jo, por otro lado, amaba la locura en Freddy's. A ella le encantaba especialmente la música. En ese momento se balanceaba en su asiento, al ritmo de la música. Su cabello castaño encrespado tenía un ritmo diferente, sincopado, rebotando de forma poco convencional. El cabello de Mary Jo, como la propia Mary Jo, siempre había tenido mente propia, incluso cuando tenía tres años. Cuando Aimee usaba su cabello rubio en coletas, una trenza o una cola de caballo en el preescolar, como casi todas las otras niñas de tres años, Mary Jo nunca quiso restringir su cabello. Se negó a dejar que su madre lo controlara con cintas para el cabello, trenzas o pinzas. Quería que saliera volando de su cabeza como la melena de un león, salvaje y libre, como le gustaba ser a Mary Jo. E incluso en ese entonces, Mary Jo solía conseguir lo que quería. Mary Jo y Aimee eran completamente opuestas. Por eso habían sido amigas durante tanto tiempo, según la madre de Aimee. Se equilibraban entre sí. Como ahora mismo. Aimee estaba frunciendo el ceño, su rostro se arrugó en protesta por el ruido y las payasadas de su rara amiga. Mary Jo sonreía ampliamente, mostrando su gran boca llena de dientes igualmente grandes, ahora manchados con la salsa de la pizza. ¡Qué asco! También tenía salsa en sus redondas mejillas. Aimee no se molestó en contarle a Mary Jo sobre la salsa. A Mary Jo no le importaría; incluso podría ir tan lejos como para ponerse salsa en el otro lado también, y llamarlo pintura de guerra. Todo lo que era normal a menudo era lo contrario de lo que Mary Jo quería hacer. Mary Jo tomó otro gran bocado de pizza, masticando con la boca abierta. Aimee hizo una mueca y apartó los restos de la pieza que tenía delante. Había perdido el apetito, que de todos modos nunca era tan grande como el de Mary Jo. —¿Ya terminaste? —le preguntó Mary Jo. Aimee asintió. No se molestó en explicar por qué. —Necesitas comer más. Estás huesuda. —¿Y qué? Tú eres regordeta. Siempre dices que no todos deberían ser iguales. Mary Jo se tragó la pizza, gracias a Dios, y tomó su refresco para darle un largo sorbo a la pajita. El sonido de succión pegajosa que indicaba el fondo del vaso la impulsó a retroceder y fruncir el ceño ante los cubitos de hielo que quedaban. —Tienes razón, estoy equivocada —dijo Mary Jo—. Está bien, así que si terminaste, ¿quieres jugar Escondite en el Laberinto? Aimee se encogió de hombros y asintió. Todavía preferiría estar en casa leyendo, pero había predicho que Mary Jo querría jugar Escondite en el Laberinto, así que había traído un nuevo libro con ella. Estaba metido en la linda riñonera que su mamá le había comprado, junto con brillo de labios con sabor a fresa, su cepillo de pelo y algo de dinero. El Laberinto Oculto, abreviatura de El Juego Del Escondite En El Laberinto De Freddy era un elegante juego de escondite que se jugaba en una red de túneles que corría entre las paredes que rodeaban las áreas principales de Freddy's: comedor, sala de juegos, cocina, baños, almacenamiento, escenario, etc. y las paredes exteriores del restaurante. De hecho, era muy bueno. Los escondites eran pequeños cubículos con puertas; las puertas tenían ventanas diminutas por las que podía asomarse cuando te escondías, probablemente para que los niños no se sintieran atrapados. Las ventanas estaban hechas de ese vidrio especial que parecía una ventana por un lado y un espejo por el otro. Si fueras un buscador, sólo podrías ver los espejos en los cubículos mientras caminabas por el túnel, mientras que los escondidos podían mirar hacia afuera sin ser vistos. Aunque el juego y sus cubículos a veces ponían un poco nerviosa a Aimee, los escondites eran geniales por una razón diferente: apelaban al deseo natural de Aimee de estar sola. Sólo dos personas podían jugaban Escondite en el Laberinto a la vez, así que cuando estabas en los túneles del juego, estabas lejos de toda la locura en el resto del restaurante. Cuando ella y Mary Jo jugaban, Aimee siempre prefería esconderse, y a Mary Jo le encantaba ser la buscadora. Mary Jo nunca era feliz sentada quieta. Le gustaba estar haciendo algo y le encantaban los desafíos. Aimee asumió que esa era la razón por la que la escuela era tan difícil para su amiga. Mary Jo estaba loca de aburrimiento en el aula. La atrapaban constantemente garabateando en los márgenes de su cuaderno en lugar de tomar notas mientras la maestra hablaba. Pero en realidad, era más que garabatear, pensaba Aimee. Mary Jo no dibujaba cosas reales, como cosas reconocibles, hacía patrones y formas, eso era todo, pero eran patrones y formas súper geniales. Aimee había visto cosas así en un museo de arte al que su madre la llevó una vez. Había intentado decirle a Mary Jo que tenía talento, pero Mary Jo se encogió de hombros. —Nah. No tengo talento, sólo soy un dolor en el trasero con una buena amiga. Aimee había abrazado a Mary Jo entonces, sintiendo una gran ola de afecto por la chica que a menudo la hacía querer gritar. Escondite en el Laberinto era una excelente manera para que ambas chicas hicieran las cosas que les gustaban juntas, más o menos. Funcionaba porque Aimee había descubierto una manera de hacer trampa… al revés. Por la forma en que jugaba, Aimee tenía un momento de tranquilidad y Mary Jo tenía un desafío. —Entonces, ¿te vas a sentar ahí o vas a venir? —le preguntó Mary Jo. Aimee parpadeó y miró a Mary Jo, que estaba bailando al final de su cabina, encogiéndose de hombros en su mochila y haciendo extraños giros con la música al mismo tiempo. —Oh, lo siento. Estaba pensando. —Haces eso demasiado. —Mary Jo se rio a carcajadas y golpeó a Aimee en el brazo. Aimee chilló y se frotó el brazo. Esa era otra cosa en la que Mary Jo era buena: lanzar un puñetazo involuntariamente fuerte. Cuando Aimee y Mary Jo se conocieron a los tres años, ambas eran pequeñas para su edad. Aparte de eso, no habían tenido mucho en común… y todavía no lo tenían. Aimee era de cabello claro y piel pálida y tenía rasgos pequeños con ojos azul brillante. Mary Jo tenía ese cabello castaño rizado y boca grande, junto con piel color caramelo, grandes ojos marrones y una nariz ancha. A medida que crecieron, su similitud de tamaño también cambió. Aimee permaneció pequeña, pero Mary Jo se disparó hacia arriba y hacia afuera. Ahora era quince centímetros más alta que Aimee y, como Aimee le había recordado, era regordeta. También era mucho más fuerte que Aimee, tanto físicamente como en todas las demás formas, en realidad. A veces, Aimee pensaba en dejar de ser amiga de Mary Jo. Tenían tan poco en común. Pero Aimee nunca tendría el corazón para dejar a Mary Jo. Mary Jo había pasado por bastante basura. Los padres de Mary Jo eran muy jóvenes cuando se casaron y tuvieron a su hija. Demasiado jóvenes, según la mamá de Aimee. El padre de Mary Jo dejó a su esposa e hija cuando Mary Jo era sólo una bebé. La madre de Mary Jo había tratado de cuidar a su hija después de eso, pero se rindió cuando Mary Jo tenía cinco años. Un día se marchó y Mary Jo acabó en una casa de acogida. Allí seguía, ahora con su quinta familia de acogida. Aimee les había pedido a sus padres que acogieran a Mary Jo en más de una ocasión, pero su madre dijo que no tenían los “recursos” para “manejar” a la amiga de Aimee. Ella no quiso decir dinero. A pesar de que era sólo una niña, Aimee sabía que su familia tenía mucho dinero. La mamá de Aimee significaba tiempo y paciencia. Los padres de Aimee tenían trabajos importantes. Su padre era un “gerente de alto nivel”, lo que significaba que su padre le decía a otras personas qué hacer. Su madre era una “consultora de marketing”, lo que significaba que su madre aconsejaba a otras personas sobre cómo vender sus marcas y esas cosas. Los padres de Aimee tenían mucho que hacer y mucha gente dependía de ellos. Sin embargo, si Aimee tenía que ser honesta, a veces se alegraba de que Mary Jo no hubiera ido a vivir con ellos. Amaba a Mary Jo, pero Mary Jo podía ser muy molesta… las exhibiciones de comida parcialmente masticada son un buen ejemplo. Mary Jo podía ser realmente asquerosa cuando quería. A veces Aimee se preguntaba si eso era un subproducto de su dura educación. Era como si quisiera que la gente la mirara, ya sea por una buena o mala razón. —¿Y bien? —preguntó Mary Jo—. ¿Tengo que golpearte de nuevo? Aimee parpadeó. —¿Qué? Oh no. ¡No me vuelvas a golpear! Juro que dejaré de pensar. Vamos a jugar en el laberinto oculto. Mary Jo sonrió y tomó a Aimee del brazo. Saltando, comenzó a tirar de Aimee hacia la galería. Todo lo que Aimee pudo hacer fue seguir, frunciendo el ceño a la espalda de Mary Jo mientras Mary Jo la empujaba entre las mesas y alrededor de otros niños. La mochila mullida de Mary Jo hacía que pareciera que tenía una joroba en los hombros. Según la madre de Aimee, Mary Jo tendría una verdadera joroba si seguía llevando su mochila a todas partes. —La forma en que encorva los hombros para llevar todo ese peso — decía a menudo la madre de Aimee— no era bueno para ella. Aimee le había contado a Mary Jo lo que le había dicho su madre, pero Mary Jo se rio de ello. —¿Y qué pasa si termino con una joroba, como una vieja bruja? —Se inclinó hacia adelante, entrecerró los ojos, puso las manos en forma de garra y se rio como una bruja malvada—. Eso estaría bien. Nadie se metería conmigo si me viera así. —Eres rara —había dicho Aimee. —Quiero serlo —había respondido Mary Jo—. Creo que no ser raro es peor. Aimee sabía por qué Mary Jo llevaba su abultada mochila a donde quiera que fuera. Un día, cuando estaba enojada por algo que uno de los otros niños adoptivos había hecho, Mary Jo le había mostrado a Aimee todo lo que tenía en su mochila: su ropa favorita, una foto de su madre, su osito de peluche desgastado por los abrazos, su almohada, bolígrafos, crayones, un par de libros, pijamas, pantuflas, un gran cepillo para desenredar el pelo que Aimee creía que Mary Jo no usaba nunca, su cepillo de dientes, su bolso con cremallera lleno de unos pocos dólares y algunas monedas, algunas barras de chocolate maltratadas, una bolsa de cacahuetes y su diario. —Puedo irme cuando quiera —había dicho Mary Jo—. ¿Ves? Tengo lo que necesito. —¿A dónde irías? —le había preguntado Aimee. Mary Jo se había encogido de hombros. —No tengo que planificar todo, ¿verdad? Ahora sólo miraba la mochila de Mary Jo, Aimee se preguntó si todavía tenía las mismas cosas dentro. Había pasado un año, al menos, desde que Mary Jo le mostró lo que había en ella. ¿Había añadido algo? ¿Había sacado algo? Aimee dejó que su amiga la arrastrara a través del abarrotado comedor de Freddy 's lleno de grandes mesas redondas rodeadas de familias risueñas. Al menos no habían estado sentadas aquí. Eso era algo en lo que ella y Mary Jo estuvieron de acuerdo: preferían los reservados a las mesas. Las cabinas estaban separadas entre sí por divisores bajos pintados con imágenes de dibujos animados de los personajes animatrónicos. Hacía que cada cabina pareciera una propia pequeña habitación. Mary Jo siguió tirando de Aimee, y Aimee siguió hasta que estuvieron dentro del borde de la sala de juegos. Allí, sin embargo, Aimee vaciló. Entonces ella se detuvo. Algo, no, alguien, un hombre, había capturado su atención. —Aimee, ¿qué estás haciendo? —preguntó Mary Jo. De hecho, gritó. Tuvo que gritar para ser escuchada por encima de todos los gritos y timbres y sirenas en el área de juego. Pero cuando gritó, el hombre que Aimee había visto se giró para mirar a las chicas. Aimee se sonrojó y se puso de puntillas para poder susurrar en el oído de Mary Jo. —Hay algo espeluznante en ese hombre de allí. Mary Jo inmediatamente miró a su alrededor. —¿Qué hombre? —preguntó en otro grito. Aimee hizo una mueca cuando el hombre centró su atención completamente en Mary Jo. —Shh —siseó Aimee—. Vámonos. —Tiró del brazo de Mary Jo. Pero Mary Jo se apartó. Dio dos pasos hacia el hombre, se puso las manos en las caderas y gritó—: ¡No es de buena educación mirar fijamente, asqueroso! —¡Mary Jo! —susurró Aimee intensamente. Aimee sintió que se le erizaba el pelo de la nuca mientras observaba al hombre, un tipo alto y delgado con cabello largo y grasiento, dándole a Mary Jo el tipo de sonrisa que la madre de Aimee habría llamado “impertinente”. Los ojos oscuros y casi negros del tipo se entrecerraron con una intensidad desconcertante. Tenía los dientes amarillentos y torcidos, y su rostro le recordaba a Aimee una de esas aterradoras máscaras de Halloween arrugadas. Todo lo que el tipo necesitaba era un poco de sangre que goteara de su boca, y podría haber sido el malo en una película de terror. Con ropa holgada y manchada, parecía una persona de la calle. ¿Qué estaba haciendo en Freddy's? —Vámonos —instó Aimee a Mary Jo. Mary Jo no se movió. Asomó la mandíbula inferior en un acto de desafío y miró al hombre con los ojos entrecerrados. —¿Quieres un pedazo de mí, asqueroso? Aimee puso los ojos en blanco y gimió. Mary Jo veía demasiados programas policiales. Aimee intentó tirar de Mary Jo de nuevo. Mary Jo de repente se rio y Aimee dejó caer su brazo. —¿Qué–? —comenzó Aimee. Entonces vio que el hombre se había ido. Mary Jo giró en círculo e hizo un pequeño movimiento de boxeo. —¡Nadie se mete conmigo ni mi amiga! —gritó. Los otros niños de la sala de juegos la miraron durante unos segundos. Algunos de los niños la miraron mal. Luego, todos los niños volvieron a sus juegos. Mary Jo tomó a Aimee del brazo. —Quédate conmigo. Te protegeré de los idiotazoides. Aimee sonrió pero luego se estremeció. Miró hacia donde había estado parado el hombre. Se había ido… Eso esperaba Aimee. —¿Qué tal si hacemos algo diferente hoy? —preguntó Mary Jo mientras se acercaban a la rejilla beige que cubrían la entrada de los colores del arco iris al juego Escondite en el Laberinto. A Aimee le encantaba que la entrada al juego no pareciera la entrada a un juego. Parecía la tapa de ventilación de un calentador o algo rodeado por un arco iris arqueado. Sabía que la mayoría de los padres ni siquiera sabían que existía el juego. El arcoíris parecía una decoración de pared, no el comienzo de un juego. Aimee y Mary Jo se habían enterado del juego hace sólo un año atrás. Para entonces, habían estado viniendo a Freddy's durante varios años. Un día, un niño rubio llamado Alby, a quien Aimee y Mary Jo sólo conocían de Freddy's, se acercó y dijo—: Ya han venido aquí lo suficiente. Creemos que están listas. —¿Listas para qué? —había preguntado Mary Jo. Alby se limitó a sonreír y les dijo que lo siguieran. Las había llevado de regreso aquí a esta rejilla rodeada por el arco iris. Mary Jo había amenazado con darle una paliza si les hacía algo malo. Simplemente puso los ojos en blanco y abrió la rejilla. Luego señaló una pantalla de juego digital, que estaba en la pared izquierda de una cámara pequeña, baja, en forma de caja, más allá de la rejilla. Con paredes de pino anudado y un piso rojo cubierto con una alfombra de trapo multicolor, el diminuto espacio parecía la sala de estar de un anciano. Era lo suficientemente grande para un par de niños, gateando o sentados. La habitación contenía la entrada cubierta de rejilla en una pared; la consola de juegos y fotografías enmarcadas de Freddy, Bonnie y Chica en otra pared; y un mini-sofá de vinilo rojo lo suficientemente grande como para que dos niños se sentaran contra una tercera pared. La pared detrás del sofá estaba pintada con un mural de gruesos árboles de hoja perenne empapados de musgo. La escena rechazaba la apariencia del juego en sí. En la cuarta pared, frente a la rejilla, una abertura redonda revelaba un túnel largo y oscuro. Encima de la pantalla en la sala de estar de los elfos, donde se colocaban los nombres de los jugadores, el nombre del juego estaba impreso en letras negras: EL JUEGO DEL ESCONDITE EN EL LABERINTO DE FREDDY'S. Junto al nombre del juego, una imagen de Freddy tenía un bocadillo. Las reglas del juego estaban impresas dentro de esa burbuja. Aimee pensó que era genial que ahora fueran parte de algo que parecía un club secreto. Mary Jo también. A Mary Jo le gustaba incluso más que a Aimee, probablemente porque no había llegado a ser parte de nada más, secreto o no. —¿Qué quieres hacer? —preguntó Aimee ahora mientras se arrodillaba, abrió la rejilla y se arrastró por la abertura detrás de ella. Pensó medio segundo en los lindos pantalones capri color frambuesa que llevaba, estarían sucios cuando terminaran de jugar. No debió haberlos usado hoy, pero no pudo evitarlo. Aimee podía oír las refriegas y los gruñidos de Mary Jo siguiéndola. A Mary Jo no le importaba su ropa. Por lo general, vestía como estaba hoy: vaqueros manchados y una camiseta demasiado ajustada. Una vez que estuvo dentro de la pequeña sala de entrada, Aimee miró la consola. La pantalla tendría los nombres de los jugadores si hubiera un juego en curso o estaría en blanco si no hubiera nadie en el juego. Había dos nombres en la pantalla, y la voz de Freddy anunció—: Bienvenidos al juego del escondite en el laberinto de Freddy. Esperen por favor. Actualmente hay un juego en curso. Aimee se arrastró y se sentó en un extremo del sofá rojo. Mary Jo se movió y plantó su trasero en el otro extremo. Tuvo que inclinarse hacia adelante debido a su mochila. Mary Jo se giró para mirar a Aimee y dijo—: Hoy quiero ser la jugadora número dos. —¿Qué? —Aimee se giró para mirar a su amiga—. Siempre soy el Jugador Dos primero. Yo me escondo primero. Tú buscas primero. Así es como siempre lo hacemos. —Lo sé. Aburrido, ¿verdad? Tenemos que cambiarlo. Aimee abrió la boca para objetar, principalmente sólo porque no le gustaba la forma en que Mary Jo la mandaba. ¿Pero en serio? ¿Importaba tanto? Ella se encogió de hombros. —Está bien. Mary Jo se cruzó de brazos y cerró los ojos, luciendo complacida con sí misma. Aimee ladeó la cabeza y estudió a Mary Jo. Tenía el mismo aspecto que su gata cuando estaba sentada en un rayo de sol con los ojos cerrados. Aimee siempre pensó que su gata se veía engreída cuando hacía eso. Mary Jo también. Aimee abrió la boca para preguntarle a Mary Jo por qué siempre tenía que salirse con la suya, pero luego la voz de Freddy anunció—: Listo Jugador Uno y Jugador Dos. Introduzcan los nombres de los jugadores. Cuando Aimee era muy pequeña, pensaba que Freddy estaba realmente dentro de los juegos que tenían su voz. Ahora que entendía que eran voces pregrabadas programadas, siempre se reía de sí misma cuando escuchaba el audio de los juegos. Mary Jo abrió los ojos y señaló hacia la consola. —Vamos. Eres el Jugador Uno. Aimee miró a Mary Jo. —Bien, señorita Bossy Pants. —MaryJo le dio a Aimee una gran sonrisa. Aimee resopló. Eres incorregible. Ella acababa de aprender esa palabra la semana pasada. Encaja perfectamente con Mary Jo. Ella realmente no podría ser corregida ni mejorada. Siempre iba a ser como era ahora. Mary Jo sonrió aún más y le lanzó un beso a Aimee. —Yo también te quiero. —Señaló de nuevo a la consola de juegos—. Vamos. Si puedes encontrarme en tres minutos, le prometo que pasaremos el resto del día haciendo lo que quieras hacer… después de que juguemos las dos rondas. —Quiero leer mi nuevo libro. Mary Jo se metió el dedo en la boca e hizo un sonido de arcadas. Luego se rio de la mirada que le dirigió Aimee. —Bien. Iremos a tu casa y nos sentaremos en tu habitación. Puedes leer y supongo que dibujaré… sí me encuentras en tres minutos. —¿Y si no lo hago? —Seguiremos haciendo lo que yo quiera hacer. Aimee suspiró. —Bien. —Se arrastró, se arrodilló frente a la consola de juegos y escribió su nombre como Jugador Uno y el nombre de Mary Jo como Jugador Dos. Tan pronto como terminó con el nombre de Mary Jo, la voz de Freddy dijo—: Jugador dos, encuentra tu escondite. Aimee se giró, le sacó la lengua a su amiga de ojos brillantes y cabello salvaje, luego regresó al pequeño sofá. Allí era donde se suponía que el buscador debía esperar mientras el escondido se escondía. Mary Jo le mostró a Aimee una enorme sonrisa y la saludó antes de desaparecer en el túnel principal. —Buena suerte encontrándome —gritó. Aimee no se molestó en responder. Simplemente se cruzó de brazos y suspiró. Estuvo tentada de sacar su libro, pero si Mary Jo elegía un lugar rápidamente, Aimee desperdiciaría preciosos minutos colocando su libro lejos. Entonces, sólo se sentó y esperó. Contó para ver cuánto tiempo tardaba Mary Jo en esconderse. Aimee acababa de susurrar—:107 —cuando la voz de Freddy anunció— : ¡El jugador dos ha elegido un escondite! ¡Jugador uno, encuentra al jugador dos! ¡Vamos! Aimee se bajó del sofá y comenzó a gatear por el túnel principal tan rápido como pudo. —Rápido —no era realmente tan rápida en Escondite en el Laberinto. Todos los túneles del juego estaban inclinados. Algunos subían y otros bajaban; ninguno estaba perfectamente nivelado. La mayoría de los túneles se curvaban de un lado a otro. Eran estrechos y confinados, con techos que a menudo se sentían como si estuvieran presionando hacia abajo, tratando de enterrarte vivo. Sólo el túnel principal era recto, pero iba cuesta arriba. Aimee no podía ir tan rápido como quería. El Escondite en el Laberinto fue diseñado para que sólo la mitad de los cubículos escondidos estuvieran abiertos al comienzo del juego. Cuando el Jugador Dos encontraba un escondite, la puerta de ese cubículo y todas las demás puertas abiertas del cubículo estaban cerradas. Las puertas que habían sido cerradas luego se abrían. Entonces, Aimee no tenía que buscar en todo el laberinto, pero sólo buscar las puertas cerradas tomaría demasiado tiempo. Todos los túneles del laberinto estaban revestidos con el material áspero y esponjoso, coloreado para parecerse a la corteza de los árboles de hoja perenne, como los del mural. No eran árboles reales, por supuesto, pero se les asemejaba. También olían a eso. Todo el Escondite en el Laberinto tenía un olor a humedad y a tierra que siempre hacía que Aimee se sintiera como si estuviera gateando en madrigueras de tierra. El suelo de los túneles incluso parecía tierra: marrón e irregular y algo blandito como barro húmedo. Aimee no sabía de qué estaban hechos los túneles, no era barro, obviamente, porque nunca se embarraba. Intercalados entre los árboles, grandes rocas grises falsas creaban recovecos y grietas para los cubículos escondidos. Cada cubículo escondido estaba cubierto con una puerta de madera arqueada que parecía la entrada a la casa de un hada o de un anciano. Las pequeñas ventanas unidireccionales eran inserciones redondas en la parte superior de las puertas. Desde lo alto de los túneles, ramas de árboles falsos hacían cosquillas en la parte superior de la cabeza de Aimee mientras pasaba por debajo de ellos. Estaban cargados de musgo fino que parecía un cabello verde sedoso, lo que los hacía colgar bajos y pesados. De vez en cuando, un mechón revoloteaba sobre su rostro y la hacía sentir como si estuviera a punto de estornudar. Aimee pensó que todo el Escondite en el Laberinto era algo espeluznante, especialmente porque los árboles no eran lo único que cubría las paredes. Aquí y allá, pequeñas cosas regordetas y grises parecidas a gusanos se movían a medida que pasaba. Tenían ojos saltones que rodaban alrededor. Aimee trataba de no mirarlos. En algunos lugares, sólo ojos mecánicos se asomaban entre los troncos de los árboles. Esos ojos también giraban alrededor, y molestaba a Aimee más que los gusanos porque imaginaba que los ojos pertenecían a horribles criaturas que acechaban detrás de los árboles. Sin embargo, los túneles no eran tan oscuros como para estar aterrorizada. Hileras de luces de cuerda que parecían raíces de árboles se alineaban en los bordes superior e inferior de los túneles y rodeaban cada cubículo. Pero todavía era un lugar espeluznante. El juego tenía su propia banda sonora, que se reproducía en un bucle de una vieja cinta de cassette desgastada que se deformaba en algunos lugares. La pista era principalmente sonidos de selva tropical, algunos de ellos relajantes, como el golpe constante de un aguacero constante, salpicando los árboles y el suelo del bosque. Pero de vez en cuando, aparecían otros sonidos: chillidos espeluznantes que podrían haber sido monos… o tal vez jaguares. Cuando te estabas escondiendo, te sentías un poco seguro, protegido del ruido, seguro en tu cubículo elegido. Cuando estabas buscando, la banda sonora te ponía nervioso; los gruñidos y chillidos nunca dejaban de ponerle la piel de gallina en Aimee. Todo lo relacionado con el Escondite en el Laberinto le parecía viejo a Aimee. No estaba segura de cuánto tiempo había estado aquí Freddy's, pero parecía antiguo. Además de la gastada banda sonora del juego, gran parte de la corteza de los árboles y el musgo se estaban rompiendo, y las puertas de los cubículos estaban rayadas y deformadas. Aimee sentía que el Escondite en el Laberinto había sido algo importante en algún momento, pero que ahora estaba casi olvidado, por lo que no recibía mantenimiento. A pesar de que los pisos de los túneles del Escondite en el Laberinto no estaban hechos de tierra real, siempre estaban sucios, cubiertos con marcas de raspaduras y manchas de comida y llenos de escombros dejados por otros buscadores. Estaba bastante segura de que los empleados de Freddy's nunca limpiaban aquí. Aimee vio un poco de confeti esparcido a lo largo de los bordes del pasadizo por el que se arrastró y un globo desinflado tirado fuera de una de las puertas del cubículo; esos habían estado aquí durante meses. Un niño había perdido un calcetín rayado con un agujero en el dedo del pie a sólo unos metros del túnel principal. Aimee había perdido algo en el laberinto unos meses antes. Mary Jo le había hecho un brazalete de la amistad con cuentas rojas, y Aimee se había dado cuenta de que le faltaba en la muñeca después de uno de sus juegos en el laberinto. Había pensado que Mary Jo estaría molesta por la pérdida, pero Mary Jo simplemente se encogió de hombros y dijo—: Probablemente esté en uno de los cubículos. Lo encontraremos uno de estos días. Aún no lo habían encontrado. No se suponía que debías llevar comida al interior del laberinto, pero la mayoría de los niños no respetaban esa regla. En este momento, por ejemplo, el túnel olía fuertemente a chocolate, y Aimee tuvo que arrastrarse alrededor de algunas manchas marrones frescas y relucientes en el costado de una de las rocas; algún niño debió haber traído pastel de chocolate aquí. Él (supuso que era un niño) incluso había dejado un tenedor de plástico rojo roto. Mientras se acercaba al final del primer tramo del túnel principal, vio la otra consola de juegos, que mostraba su nombre como Jugador Uno y el nombre de Mary Jo como Jugador Dos, y un cronometro que mostraba el tiempo transcurrido desde el inicio del juego. Mirando el reloj brillante contra la relativa oscuridad del túnel, la cabeza de Aimee comenzó a doler. Se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes, algo que hacía cuando estaba molesta. Eso siempre hacía que le doliera la cabeza. Se concentró en relajar los dientes, pero el dolor permaneció. Estaba cansada de estar siempre de acuerdo con lo que Mary Jo quería. Aimee llegó a la puerta de un cubículo cerrado y levantó su pequeña manija redonda de metal. Hizo clic cuando la levantó. Mirando dentro del cubículo vacío (por supuesto que no encontraría a Mary Jo tan fácilmente), Aimee lamentó su trato de tres minutos. No había forma de que ganara tan rápido. Aimee no estaba segura de cuánto tiempo le llevaría trepar y bajar por todos los túneles serpenteantes del laberinto. Nunca había hecho eso. Pero sabía que le tomaría más de tres minutos. Las reglas de Escondite en el Laberinto permitían al Jugador Uno buscar al Jugador Dos durante el tiempo que fuera necesario para encontrar el escondite del Jugador Dos. Sin embargo, el juego también permitía que el Jugador Uno se rindiera si se cansaba. Ganará o perdiera, el jugador uno y el jugador dos cambiaban de lugar después de la primera ronda de juego. La verdad era que Aimee nunca antes había intentado encontrar a Mary Jo. A ella le gustaba ser la que se escondía primero porque podía sacar su libro y leer mientras estaba oculta. Mary Jo nunca se rendía y, a veces, le llevaba mucho tiempo encontrar a Aimee, y Aimee leía hasta que Mary Jo la encontraba. Una vez que cambiaban de lugar para la segunda ronda y Mary Jo estaba escondida, Aimee generalmente se sentaba en el túnel y leía un poco más. Mary Jo pensaba que Aimee la estaba buscando, pero Aimee en realidad sólo estaba pasando el rato. Después de un rato, presionaría el botón “Rendirse” en la consola de juegos, y todas las puertas de los cubículos se abrirían. En ese momento, Aimee guardaba su libro y se encontraba con Mary Jo fuera del juego, felicitándola por otra victoria. Ir primero significaba que Aimee no podía realizar este truco tan fácilmente. Y aceptar la apuesta significaba que no podía hacerlo en absoluto. Ahora, frustrada y cansada con su creciente dolor de cabeza, Aimee tuvo la tentación de sentarse en el túnel y leer los minutos que le quedaban antes de presionar “Rendirse”, pero realmente no quería estar en Freddy's toda la tarde. Entonces, por una vez, trató de encontrar a su amiga. Escurriéndose a través de los primeros giros y desvíos del pasillo principal, Aimee abrió las puertas de los cubículos a derecha e izquierda. Refunfuñando para sí misma acerca de cómo estaba arruinando sus bonitos pantalones (se había arrastrado a través del jugo de uva en los primeros treinta segundos) comenzó a molestarse más y más con cada puerta que abría. Por supuesto, Mary Jo no estaba detrás de ninguna de las puertas, y a Aimee le dolía la cabeza de nuevo. —Esto es estúpido —se quejó Aimee en voz alta. Decidiendo que estaba perdiendo un tiempo precioso abriendo puertas porque Mary Jo probablemente estaba en la parte trasera del juego, Aimee bajó la cabeza y se arrastró a gran velocidad hacia esa área. Allí encontraría a Mary Jo, seguro. Para llegar al final del juego, Aimee tuvo que pasar al final del pasillo principal. Mientras lo hacía, miró hacia la entrada para ver si había alguien esperando para jugar. Parecía que alguien lo estaba haciendo. Faltaba la rejilla y la entrada estaba abierta. Aimee empezó a gatear, pero luego vio movimiento por el rabillo del ojo. Dándose la vuelta, casi se ahoga con su inhalación aguda. El hombre que había visto en la galería estaba mirando por la entrada abierta. Y él la estaba mirando directamente. Congelada en medio de la observación, Aimee no pudo hacer nada más que mirar al hombre, quien la miró con la misma amplia sonrisa que le había dado a Mary Jo en la sala de juegos. La sonrisa bajó la temperatura corporal de Aimee tan rápido que se sintió como si acabara de estar congelada. Cada cabello de su cuerpo se erizó. Aimee no estaba segura de cuánto tiempo ella y el hombre se miraron. Se sintió como una eternidad, pero probablemente no fue más de uno o dos segundos. Ella no parecía poder moverse. Pero cuando el hombre asomó la cabeza por la entrada del juego, un movimiento que coincidió con un chillido particularmente fuerte de la banda sonora del juego, su cuerpo decidió que era hora de ponerse en marcha. Aimee dejó escapar un pequeño chillido y empezó a gatear tan rápido como pudo hacia la salida. Eso fue todo. Ya había tenido suficiente. «Olvídate de encontrar a Mary Jo». Aimee sólo quería salir del laberinto. Aimee jadeaba pesadamente y escarbaba ruidosamente mientras gateaba los primeros metros del túnel principal, pero luego disminuyó la velocidad e hizo todo lo posible por controlar su respiración. Temblando, miró por encima del hombro para ver si el hombre la estaba alcanzando. No lo vio. Pero lo escuchó. Al menos, pensó que sí. Incluso sobre la banda sonora de selva tropical, pudo distinguir algunas refriegas y golpes que parecían provenir del túnel principal. Obligándose a no gritar de terror, Aimee bajó la cabeza y empezó a gatear de nuevo. Para cuando Aimee se acercaba a la salida del juego, sabía que habían pasado más de tres minutos; no importaba lo que hiciera a continuación. Mary Jo le estaría diciendo a Aimee qué hacer durante el resto del día. Como si ese fuera su mayor problema. La verdad era que a Aimee ya no le importaba lo que hicieran hoy. Sólo quería salir del juego y alejarse del tipo espeluznante. Ver a ese repugnante tipo de nuevo fue la gota que rebalsó el vaso. Aimee no quería estar cerca de Freddy's. Quería irse a casa. Girando hacia la salida del juego, que también salía al callejón trasero del edificio, Aimee miró por encima de su hombro para asegurarse de que el tipo espeluznante no la había seguido. No vio nada. Nadie estaba detrás de ella. Aimee abrió la pesada puerta de madera. Cuando el aire fresco la golpeó, lo respiró y luego exhaló aliviada. Sin embargo, cuando salió al brillante sol de la tarde, se detuvo y miró hacia el túnel. Mary Jo todavía estaba allí. ¿Qué pasa si el tipo espeluznante la encuentra? Aimee se mordió el labio inferior. Frunció el ceño. Finalmente, negó con la cabeza. No, no encontraría a Mary Jo. Ella estaba escondida. Era mucho más probable que hubiera encontrado a Aimee, que estaba en los túneles. Más tarde, Aimee le explicaría a Mary Jo por qué se fue. Mary Jo lo entendería. ✩✩✩ Con el cabello ensortijado sobre su mirada oscura y maligna, el hombre espeluznante estira la mano y tira del picaporte del cubículo. La puerta se abre lenta, implacablemente, revelando finalmente lo que siempre termina por revelar: a Mary Jo, pálida y con ojos muy abiertos. Lanzándose sobre el hombre, Mary Jo grita y le araña los brazos desnudos. Es una luchadora y no va a dejar que él la tome fácilmente. Pero Mary Jo no es rival para la fuerza del hombre. Él le sujeta los brazos a los costados y la arrastra fuera del cubículo mientras Mary Jo grita lo que siempre grita—: ¡Aimee! Aimee, ¿dónde estás? ¡Ayuda! ¿Por qué me dejaste? Los ojos de Aimee se abrieron de golpe. Se los frotó con sus manos temblorosas mientras se reorientaba hacia la vigilia. Tomando una respiración entrecortada, se dio cuenta de dónde estaba. Había estado estudiando y se había quedado dormida. A pesar de que el sol se derramaba sobre el sillón puf donde estaba acurrucada en la esquina de su dormitorio, se sintió helada. ¿Quién no se sentiría helada después de un sueño así? Aimee se abrazó a sí misma, frotándose los brazos para intentar calentarse. «Acéptalo», pensó, «hoy no podrás leer». No había forma de que leyera hoy. Este día soleado a mediados de mayo podría ser un día que no significara nada para nadie más, pero para Aimee, este día tenía un gran significado, sólo que no era algo agradable. Aimee realmente odiaba esta fecha, y nunca pasaba sin que se diera cuenta… desde el momento en que se levantaba por la mañana hasta el momento en que finalmente se quedaba dormida por la noche, lo que generalmente no sucedía hasta que había hecho muchas miradas al techo y vueltas y más vueltas. Aimee suspiró y dejó caer su libro. ¿En qué estaba pensando, tratando de leer un libro sobre el futuro de la economía empresarial en un día como hoy? Estirando las piernas, Aimee se puso de pie y se acercó a la ventana que daba al patio de abajo. Hizo girar algunos mechones de su largo cabello, mirando a un par de chicos que conocía jugar al frisbee. Estaban bien; el disco voló bajo y directo sobre un par de docenas de adoradores del sol y estudiosos de último momento, y nunca golpeaban a nadie. Aimee sonrió y respiró hondo. Esta sería la última semana tendría esta vista. La graduación era en una semana, y tres semanas después de eso, comenzaría el nuevo trabajo que ya tenía programado. Sin embargo, antes de hacer eso, iba a tener que hacer algo que había estado posponiendo hacer durante mucho tiempo. No había ninguna duda en su mente ahora. Tenía que hacerlo si quería liberarse de su pasado. Había llevado este peso durante diez años. Ya era suficiente. Alejándose de la ventana, se acercó a su cama pulcramente hecha. Se sentó y miró fijamente el colchón desnudo al otro lado de la compañera de cuarto que había terminado los exámenes el día anterior, y ya había empacado y se había ido a casa. Su novio había vuelto a casa, así que había planeado pasar la semana con él y luego regresar para la graduación. Aimee no tenía novio en casa (o aquí en la universidad) y todavía tenía dos exámenes más por hacer. Sólo esperaba poder concentrarse lo suficientemente como para no arruinar su promedio… pero Mary Jo podría hacer eso imposible. ¿Alguien más pensaba alguna vez en la chica de once años de cabello encrespado que siempre había pensado que las reglas estaban destinadas a romperse? Probablemente no. Aimee se movió para poder verse en el espejo de cuerpo entero junto a su tocador. Había visto fotos de sí misma a los once años y no creía que se viera muy diferente ahora. Entonces era pequeña y delgada, y ahora era pequeña y delgada. Obviamente, su rostro se veía un poco diferente porque ahora estaba maquillada, pero la ligera inclinación de sus ojos y el severo arco de sus cejas, la nariz respingada y la boca ligeramente enfadada eran las mismas. En las fotos que había visto de su yo más joven, el largo cabello rubio de Aimee solía estar recogido en una cola de caballo o una trenza. Ella seguía usando el cabello así. ¿Qué aspecto tendría MaryJo ahora? ¿Le seguiría sobresaliendo su pelo de la cabeza? ¿Seguiría siendo tan grande su sonrisa? Al principio, a Aimee le gustaba decirse a sí misma que nunca volvió a ver a Mary Jo después de ese día en el laberinto porque Mary Jo se enojó y se escapó. Era una conclusión razonable. Mary Jo había amenazado a menudo con huir, y siempre había tenido esa mochila con ella, lista para partir. Pero años más tarde, cuando Aimee estaba siendo honesta consigo misma, estaba bastante claro que Mary Jo no había huido a ningún lado. El sueño le dijo eso. El sueño recurrente (no, no era un sueño, su pesadilla) le había dicho la verdad durante diez años. Aimee se apartó de su reflejo y se recostó en su cama. Se obligó a viajar al pasado. Como lo había hecho literalmente miles de veces ahora, trató de convencerse a sí misma de que no había forma de que supiera que algo malo le pasaría a Mary Jo cuando dejó el laberinto. A pesar de que había tenido miedo del tipo espeluznante, la mente de once años de Aimee realmente no había creído que había encontrado a Mary Jo y la había lastimado. Y desde entonces, se había esforzado por creer que Mary Jo no había vuelto a ser vista por otra cosa, algo que no tenía nada que ver con lo que hizo Aimee. Pero en verdad, Aimee sabía que era, en parte, responsable. Aunque sólo en parte. El verdadero culpable era el repugnante tipo que Aimee había visto en la galería y en la entrada del laberinto justo antes de dejarlo. La noche del día en que había visto a Mary Jo por última vez, Aimee también había visto al canalla en la televisión. Lo habían arrestado por el intento de secuestro de otro menor. Normalmente no prestaba atención cuando sus padres veían las noticias, pero había visto la cara del tipo y había escuchado su nombre, Emmett Tucker. También había escuchado la palabra secuestro. Cuando escuchó esa palabra, su estómago se convirtió en una roca que cayó hasta sus pies. Cuando quedó claro que Mary Jo había desaparecido, Aimee supo que ese asqueroso se había llevado a su amiga. Se la había llevado, y debió haberla matado. Aparentemente, la policía nunca pudo probar que lo hizo, por lo que el tipo fue a prisión sólo por el intento de secuestro del otro menor. Aimee se consoló un poco con eso, pero no saber exactamente lo que le había sucedido a Mary Jo la carcomía. Durante años después de la desaparición de Mary Jo, Aimee había llevado la culpa como una mochila incluso más pesada que la de Mary Jo. Sabía que el tipo espeluznante estaba husmeando en el laberinto y había dejado a su amiga allí. Estaba segura de que Emmett Tucker se había llevado a MaryJo, y ella tenía la culpa. Mucho antes de que se fueran (en realidad, sólo un par de semanas después de la última vez que Aimee vio a Mary Jo), el Freddy's donde Aimee y Mary Jo habían jugado Escondite en el Laberinto había cerrado. Aimee nunca supo por qué. Su madre pensó que Freddy's estaba cerrado porque era “intrínsecamente inseguro” para los niños; nunca pensó que los animatrónicos fueran una buena idea. La mamá de Aimee estaba muy molesta porque la ciudad a la que se mudaron también tenía un Freddy's. Sin embargo, no tenía que preocuparse. Aimee nunca fue a este. Le recordaba demasiado a Mary Jo. Pero la semana pasada, su mamá la había llamado, interrumpiendo el estudio que Aimee estaba haciendo para su clase de Transacciones Comerciales. Al salir de la biblioteca y entrar en la noche fresca para atender la llamada de su madre, Aimee miró las estrellas y dijo con un suspiro—: Estoy estudiando, mamá. —Sé que lo haces, cariño. Pero quería saber cómo estás. —Bien, mamá. Pero necesito concentrarme. —Lo sé. Pero pensé que podrías tomarte un descanso y charlar unos minutos. —La voz suave y profunda de la madre de Aimee se rompió en una risita—. Ya sabes, unos segundos para tu querida mamá. Aimee suspiró. A través del teléfono, podía escuchar pasos golpeando los pisos de madera. Podía imaginarse a su madre paseando de un lado a otro en la cocina. Eso es lo que siempre hacía su mamá cuando hablaba por teléfono. Aimee podía ver el hermoso rostro de su madre como si estuviera aquí. Rubia y de ojos azules como Aimee pero con rasgos más clásicos, su madre tenía ojos grandes, pómulos altos y labios carnosos. —Está bien, mamá —respondió Aimee—. ¿De qué quieres charlar? Tienes dos minutos. Vamos. Su mamá se rio. —Está bien, voy a poner en marcha el temporizador de la cocina. Bien, veamos. Tu padre se ha aficionado al ráquetbol. Puede que sea demasiado para él; le duelen tanto los hombros y los brazos que apenas puede levantar la taza de café. Aimee sonrió. —Ah, y vi una propaganda en las noticias sobre ese hombre que pensamos que se había llevado a Mary Jo. ¿Lo recuerdas? ¿Recordarlo? ¿Cómo podría no hacerlo? Aimee sintió que todos sus músculos se contraían a la vez, como siempre lo hacían cuando pensaba en Freddy's o Emmett Tucker. —¿Qué pasa con él? —Oh, lo dejaron salir de la cárcel. Por buen comportamiento, o alguna tontería por el estilo. Está de vuelta en su casa, libre como un pájaro. Por alguna razón, nunca lo he olvidado. Probablemente por Mary Jo. Aimee sintió que su estómago daba un vuelco e intentaba trepar por su esófago. Pensó que se iba a poner enferma. ¿El secuestrador de Mary Jo estaba libre? —¿Aimee? ¿Está ahí? —preguntó su mamá. Aimee trató de hablar y las palabras se le atascaron en la garganta. Ella tragó y dijo—: Sí, mamá. ¿Ha hablado con la prensa o algo? —¿Qué? No tengo ni idea. Acabo de ver un pequeño informe sobre él, eso es todo. —Tengo que colgar, mamá. —Aimee prácticamente le lanzó las palabras a su madre. Y no esperó una respuesta. Corrió dentro de la biblioteca, directamente al baño, donde vomitó. Después de sentarse en el baño y llorar durante media hora, se obligó a no pensar en lo que le había dicho su madre. Tenía que estudiar y hacer un examen. Pero, por supuesto, lo había pensado. Había estado pensando en eso durante una semana. Aun así, se había asegurado de que no estropeara sus estudios porque antes de volver a estudiar la noche que llamó su madre, tomó una decisión. Tan pronto como se graduara, volvería a la ciudad donde pasó los primeros once años de su vida. Regresaría e iba a averiguar qué hizo Emmett Tucker con Mary Jo. Diez años de incertidumbre no podrían convertirse en quince o veinte o más. Aimee ya no podía vivir con la suposición de que Mary Jo había sido secuestrada por Tucker sin demostrar que realmente la había secuestrado y descubrir lo que le hizo a su amiga. Necesitaba saber dónde había puesto el cuerpo de Mary Jo. Aimee estaba cansada de las pesadillas y las horribles visiones que se repetían una y otra vez en su cabeza. También estaba cansada de intentar engañarse a sí misma con la idea de que Mary Jo se había escapado y estaba viviendo feliz para siempre en alguna parte. Iba a descubrir y probar la verdad de una vez por todas. ✩✩✩ Aimee recordaba su ciudad natal como un bonito lugar. Abrazado a ambos lados de un río que fluía desde las montañas cercanas, la ciudad era el hogar de un multimillonario que había construido la sede de su corporación aquí. La sede, diseñada para parecerse a una antigua ciudad occidental, se extendía a lo largo del río en un extremo de la ciudad. Ahí es donde habían trabajado los padres de Aimee. Cuando el multimillonario tuvo un nuevo complejo, con un diseño más moderno, construido a pocos estados de distancia (probablemente para poder tener un lugar más cálido para visitar en el invierno), sus padres fueron trasladados. A Aimee nunca le había gustado realmente el nuevo estado. Era demasiado caluroso para ella. Y echaba de menos la nieve en los inviernos. Si no fuera por Mary Jo, o en realidad, la ausencia de Mary Jo, Aimee probablemente habría solicitado un trabajo en la sede corporativa aquí en su antigua ciudad natal. Pero sabía que no podría soportar vivir en un lugar que le recordara a su amiga todos los días. En cambio, había aceptado un trabajo en una ciudad a un par de cientos de millas de aquí. Tenía el mismo clima pero sin recuerdos dolorosos. Aimee sacó su pequeño y lindo compacto híbrido rojo en el estacionamiento del Riverside Motel justo antes del atardecer. Cuando apagó el motor, golpeó el volante un par de veces. ¿Debería ir ahora o espera hasta mañana? Entrecerró los ojos más allá del revestimiento de secoya del motel y los pilares cubiertos de rocas del río. Un sol rojizo se hundía hacia la cresta coronada por el glaciar hacia el oeste. Rayos casi rojo sangre pintaban las extensiones blancas. Aimee se estremeció. «Mañana». Lo que tenía que hacer definitivamente podía esperar hasta mañana. Aimee apartó la mirada de la puesta de sol. Se volteó y agarró un suéter amarillo brillante del asiento trasero. Se lo puso, recogió su bolso y salió del coche. Aimee sólo tardó unos minutos en registrarse en el motel y encontrar su habitación. Una vez allí, se sentó sobre la colcha beige de la cama de matrimonio. Estaba frente a un espejo sobre el tocador bajo de pino apoyado contra la pared de troncos expuestos frente al final de la cama. —Bueno, aquí estás —se dijo a sí misma. La versión espejo de Aimee habló al mismo tiempo que ella, por supuesto. Aun así, tuvo problemas para reconocerse a sí misma. Se veía más vieja en este espejo, como si estuviera cerca de los cuarenta en lugar de apenas llegar a conocer los veintiuno. ¿Por qué su tez se veía tan gris, sus mejillas tan demacradas? Aimee se llevó una mano a la cara y se apartó algunos mechones de cabello de los ojos. Se sentía como si un extraño la estuviera tocando. «Qué extraño». Un temblor recorrió su columna y apartó la mirada del espejo. Necesitaba dormir, eso era todo. Había estudiado mucho durante la mayor parte de las cuatro semanas, y en los últimos tres días había salido de fiesta con la misma intensidad. Aimee no tenía muchos amigos, pero los que tenía eran cercanos. Una de ellas, Gretta, era la amiga más cercana de Aimee desde Mary Jo. Tenía padres súper ricos y vivía en una mansión con piscina, canchas de tenis, una enorme sala de cine, una sala de juegos igualmente grande y un enorme salón de baile. Después de que terminaron los exámenes, los padres de Gretta organizaron una fiesta de tres días para Gretta y sus amigas, con música en vivo y comida preparada por el mejor chef de la ciudad. Gretta y Aimee habían pasado gran parte de ese tiempo solas en la sala de cine viendo viejas comedias románticas. Ambas amaban la tranquila soledad. Pero la habían equilibrado con mucha natación, baile y comida. Aimee había sido amiga de Gretta desde que ella y sus padres se mudaron al nuevo estado. Había ido a la secundaria, la preparatoria y la universidad con Gretta. Gretta era lo opuesto a Mary Jo, una pareja mucho mejor para Aimee que Mary Jo. Cuando Aimee conoció a Gretta, se dio cuenta de que la teoría de su madre sobre la amistad y el equilibrio había sido una mentira. Aimee y Mary Jo no habían sido amigas porque se equilibraban entre sí. Habían sido amigas porque Aimee había sido demasiado tímida para decirle a Mary Jo que saltara a un río. Mary Jo había decidido que eran las mejores amigas y Aimee lo había aceptado. A partir de ese momento, todo se había centrado en Mary Jo. Mientras estuvieron juntas, hacían lo que MaryJo quería. La única vez que Aimee había llegado a ser ella misma había sido cuando estaba literalmente sola. Gretta había sido la persona que había ayudado a Aimee a resolver esto. Gretta acababa de graduarse con una licenciatura en psicología e iba a obtener una maestría luego. Quería ser terapeuta. Aimee era una de sus pacientes de práctica no oficial. Justo el día anterior, mientras flotaban en la piscina infinita de los padres de Gretta, contemplando extensiones de césped verde y arbustos podados perfectamente recortados, Gretta había dicho—: Te das cuenta de que no necesitas saber exactamente qué pasó con Mary Jo para cerrar, ¿verdad? Aimee, que había estado bebiendo limonada de un enorme vaso cubierto en equilibrio sobre su vientre plano, negó con la cabeza y chasqueó los labios ante la acidez de su bebida. —Sí. Gretta sacudió una cabeza de rizos cortos. Una impresionante belleza pelirroja con piel pálida impecable, ojos verdes y rasgos dignos de modelo, Gretta estaba sorprendentemente despreocupada por su apariencia. Rara vez se maquillaba y se cortaba el pelo sola, a pesar de poder pagar la peluquería más cara de la ciudad. Ella no era particularmente buena en el corte de cabello, por lo que sus rizos siempre eran asimétricos. —No, no lo sabes —dijo Gretta—. Lo único que tienes que hacer es perdonarte a ti misma. Es todo. Pan comido. Fin. Aimee negó con la cabeza y Gretta le echó agua. Aimee cerró los ojos justo a tiempo, y después de que el agua cayera en cascada sobre sus hombros y brazos sudorosos, mantuvo los ojos cerrados. Con su vista tomando unas mini vacaciones, los otros sentidos de Aimee se intensificaron. Podía oler el protector solar con aroma a coco de Gretta, el limón en su propia limonada y el cloro en el agua. También podía oír el agua; lamía perezosamente contra sus tumbonas flotantes y salpicaba contra los lados de la piscina. Desde las canchas de tenis, el ruido sordo de las raquetas al golpear las pelotas de tenis le llegaba. Incluso desde más lejos, el relajante sonido de los relinchos de los caballos llegó a los oídos de Aimee desde los pastos. Aimee respiró hondo, inhalando toda esta tranquilidad. Luego dijo—: No es tan fácil como dices. Mary Jo no está porque la dejé en ese juego. No le advertí; No le dije a un adulto. La dejé justo donde ese hombre podía llevársela. Gretta golpeó el agua con la mano. El sonido agudo hizo que Aimee se estremeciera y abriera los ojos. —¡Dios, eres tan terca! ¿Cuántas veces necesito decirte que no lo sabes? —preguntó Gretta—. No eres lo suficientemente tonta para pensar eso. No sabes lo que pasó después de que te fuiste. No sabes lo que hizo después de dejar el juego. Probablemente, alguna elección que tomó Mary Jo la llevó a su desaparición. Tu elección no tuvo nada que ver con eso. —Pero Emmett Tucker– —comenzó Aimee. Gretta levantó una mano. —Tucker Shmucker. No sabes con certeza si se llevó a Mary Jo y tampoco la policía. Y si no se la llevó, ¿por qué es culpa tuya la desaparición de Mary Jo? Quiero decir, lo entiendo. Sientes que tu elección fue responsable porque fue un gran problema para ti. No es la desaparición de Mary Jo lo que marcó ese día para ti; es tu defensa personal lo que hace que el día sea tan importante. Esa fue la primera vez que la desafiaste, ¿verdad? Eso es lo que siempre me has dicho. Aimee asintió. Ella y Gretta habían pasado por esto muchas veces, pero Gretta tenía razón: Aimee era terca. Era difícil desconectar su acto de desafío con el final de Mary Jo y, por lo tanto, era difícil no culparse a sí misma por la desaparición de Mary Jo. —Pero realmente no la desafié —dijo Aimee—. No directamente de todos modos. Gretta abrió la boca y, esta vez, Aimee levantó la mano. —Haces que parezca que estaba haciendo esta gran declaración de auto-empoderamiento el día que la dejé en el juego, pero la verdad es que sólo estaba actuando como una niña asustada y petulante. Quiero decir, si realmente me hubiera enfrentado a Mary Jo, le habría dicho que no. Habría dicho—: No quiero jugar Escondite en el Laberinto. Me voy a casa a leer. Y no hice eso. En cambio, hice algo que la dejó vulnerable, y ahora que Emmett Tucker está fuera de prisión… Ella se encogió de hombros. —Por eso, estás llenando tu cabeza con imágenes horribles, imaginando lo que podría haberle hecho a tu amiga, y estás acumulando aún más culpa. Sé que la forma en que te posicionaste con Mary Jo fue pasivo-agresiva, pero tienes que ser más tolerante. Tenías once años. El dominio psicológico no es un requisito para esa edad. —Gretta le guiñó un ojo a Aimee y Aimee sonrió. —Eres una buena amiga. —Tú también. Y eras buena amiga de Mary Jo. No le debes nada. Aimee torció los labios. Gretta suspiró. —Pero aun así vas a volver. Aimee asintió. —Tengo que hacerlo. Realmente tengo que hacerlo. Gretta guardó silencio durante varios segundos. Dentro de la casa, la banda empezó a tocar de nuevo. Hasta aquí la tranquilidad. El bajo era tan fuerte que hacía vibrar la superficie del agua de la piscina. —Todavía podría ir contigo. Lo decía en serio cuando dije que estaría feliz de ir —gritó Gretta sobre un chirriante riff de guitarra. —Lo sé. Pero necesito hacer esto sola. En su habitación de motel, Aimee se recostó en su cama mientras la imagen de su amiga y la relajante piscina se desvanecían. Ahora que estaba aquí, realmente deseaba que Gretta hubiera venido con ella. Habría sido mucho más fácil con Gretta, quizás incluso divertido. Podrían haberlo convertido en una celebración de todo lo que tenían que esperar en los próximos años. Podrían haber… Aimee frunció el ceño y descarriló ese hilo de pensamientos. Este viaje no se trataba de divertirse o celebrar. Se trataba de descubrir, de una vez por todas, qué le había pasado exactamente a Mary Jo. ✩✩✩ Aimee no les había dicho a sus padres ni a Gretta exactamente lo que planeaba hacer. Aimee sabía que habrían intentado disuadirla. Podía escuchar a su madre diciéndole lo peligrosa que era la idea. Pero Aimee no pensaba que fuera tan peligrosa. Bueno, tal vez un poco. Pero pensaba que podría manejarlo. Claro, cuando Aimee era una niña, Tucker daba miedo. ¿Pero ahora? Aimee era más que capaz de cuidarse sola. Era fuerte y atlética, y había tomado clases de defensa personal. Además, tenía un mazo y una pistola Taser azul en su bolso. Y tenía su determinación. Iba a averiguar qué hizo Tucker, de una forma u otra. Además, Tucker probablemente era un cobarde. Se llevaba a niños pequeños, no a adultos. No sabría qué hacer con alguien que pudiera defenderse. O al menos eso era lo que Aimee se dijo a sí misma mientras se dirigía a Bernadette's Bakery en Main Street. Antes de que Aimee regresara para enfrentarse a Emmett Tucker, leyó el artículo del periódico sobre su liberación. El artículo había presentado una foto de Tucker sentado frente a Bernadette's Bakery. Una pequeña investigación había revelado que aunque la panadería servía tanto a turistas como a lugareños, era una de las favoritas de los residentes desde hace mucho tiempo. Con la esperanza de que Tucker fuera un habitual, Aimee pensó que la panadería era un buen lugar para comenzar a buscarlo. Bernadette's era uno de un par de docenas de negocios establecidos en el corazón de la ciudad. La pequeña zona del centro estaba construida alrededor de una plaza cubierta de ladrillos con una fuente de piedra y un jardín de rosas, y Bernadette's era la tienda más cercana a la fuente. Aimee encontró un lugar para estacionarse a dos puertas de Bernadette's y salió de su auto. Deslizando la correa de su bolso largo sobre su cabeza para que el bolso colgara a través de su cuerpo, se apretó el suéter y se dirigió hacia el escaparate amarillo pálido de Bernadette's. Varias palomas se paseaban de un lado a otro frente a Bernadette's, arrebatando migas de hojaldre de debajo de las mesitas de metal del patio. Esta mañana hacía frío y sólo un par de viejos se sentaban a las mesas. Cuando Aimee llegó a la ciudad la noche anterior, el sol se estaba poniendo en un cielo despejado. Hoy, el sol se estaba tomando unas pequeñas vacaciones. Una espuma de nubes grises se agitó sobre la ciudad como los globos que habían flotado en el techo del salón de baile de la familia de Gretta un par de días antes. Sin embargo, esos globos habían sido de color púrpura, no grises. Y le habían prometido tiempos felices. Las nubes en lo alto no parecían prometer nada bueno. Por alguna razón, Aimee las encontró siniestras. —Contrólate —murmuró para sí misma mientras abría la puerta azul brillante de la panadería. El interior de Bernadette's, afortunadamente, era cálido y olía a canela, azúcar y café. Estrecho, lindo y con volantes, el lugar no le pareció a Aimee como uno que atrajera a gente como Emmett Tucker. Miró a su alrededor para ver si estaba allí. No lo estaba, pero pensó que bien podría pasar un rato y ver si aparecía. La media docena de desvencijadas mesas de madera de la panadería estaban ocupadas principalmente por lugareños vestidos a cuadros, pero algunos turistas elegantemente vestidos estaban en la mezcla. Todos los asientos de la mesa estaban ocupados, pero un alto mostrador a lo largo de una pared tenía un par de taburetes vacíos. Aimee se acercó al mostrador de servicio y esperó detrás de una mujer alta que pedía tres docenas de pasteles variados. Mientras esperaba, Aimee se volteó y miró por la ventana, sus músculos se tensaron, su mirada recorrió la calle buscando a Emmett Tucker. Tucker no apareció mientras Aimee observaba, pero finalmente apareció. Aimee había estado tomando un pequeño café con leche y mordisqueando un rollo de canela durante diez minutos, preguntándose si estaba perdiendo el tiempo. Tal vez debería haber ido a la oficina de registros del condado y tratar de encontrar la residencia de Tucker. Estaba mirando su reloj por quinta vez cuando la puerta de Bernadette's se abrió y Emmett Tucker entró. Aimee sabía que Emmett Tucker tenía poco más de cuarenta años cuando fue arrestado. Parecía mucho mayor, pero varias cosas habían contribuido a las arrugas que le habían ceñido la cara. Él aparentemente había pasado la mayor parte de su vida adulta trabajando al aire libre, en obras de construcción, y también fue un fumador empedernido. Aimee pensó que probablemente también comía comida chatarra. No parecía alguien que comprara vegetales orgánicos. Ahora que su largo cabello se había ido, reemplazado por un corte corto, era apenas reconocible como el hombre que había sido cuando Aimee lo había visto en Freddy's y en las noticias. Pero ella lo conocía. Esos ojos y esos dientes amarillentos eran inconfundibles. En algún momento de los últimos diez años, Tucker se había hecho una cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda y había perdido algunos dientes. Nadie saludó a Tucker cuando entró en la panadería. Los turistas no lo miraron. Los lugareños lo miraron, pero rápidamente devolvieron su atención a su café y panecillos. A Tucker no parecía importarle de una forma u otra quién le estaba prestando atención. Simplemente ordenó su café y un panecillo de canela y se dirigió hacia afuera. Aimee se levantó a medias de su taburete cuando él salió por la puerta, pero se sentó cuando Tucker se sentó en una mesa exterior y procedió a tomar su café y comer su rollo de canela como si fuera un día cálido y soleado. Durante veinte minutos, Aimee dio unos golpecitos con el pie y bebió un sorbo de los restos de su refrescante café con leche. ¿Debería enfrentarse a él ahora? Probablemente sería inteligente. Pero, de nuevo, tal vez si lo seguía, aprendería algo sobre él que haría innecesaria una confrontación. Apretó los dientes. Debía esperar. Cuando Tucker finalmente se levantó de su mesa, Aimee se puso de pie y dejó caer su taza de poliestireno y su plato de papel en un cubo de basura junto a la puerta mientras veía a Tucker dirigirse hacia el norte por la calle. Antes de que él pudiera perderse de su vista, salió de la panadería y se quedó junto a las mesas mientras observaba a Tucker en ángulo desde la acera hacia el lado del conductor de una vieja camioneta verde descolorida. Una camioneta. «Eso es sospechoso». ¿Los secuestradores no usaban camionetas? Aimee trotó rápidamente hacia su auto y entró justo cuando Tucker retrocedía con la camioneta fuera del estacionamiento en ángulo frente a una galería de arte. Rápidamente puso en marcha su coche y salió para seguirlo. Durante la siguiente hora, Aimee siguió a Tucker hasta una farmacia, donde recogió una receta; a una gasolinera, donde puso gasolina en la camioneta; y finalmente a una tienda de abarrotes, donde llenó un carrito con cenas congeladas, patatas fritas, sopa enlatada, cereales y un galón de leche. Ella tuvo razón sobre su falta de interés por las verduras orgánicas; no se acercó al pasillo de frutas y verduras. El ritmo cardíaco de Aimee había sido rápido y desigual cuando comenzó a acechar a su presa, pero cuando llegó a la tienda, se había calmado. Resultó que el acecho no era tan interesante… al menos no cuando tu objetivo estaba haciendo cosas mundanas. Tampoco era difícil. Al principio, Aimee había sido furtiva. En la farmacia, se había escondido detrás de una exhibición de gafas de sol, e incluso había fingido probarse algunos pares para tener un “disfraz”. En la gasolinera, aparcó el coche detrás de un contenedor de basura y salió para mirar por encima mientras Tucker cargaba gasolina. En la tienda de comestibles, al principio, se escondió detrás de las exhibiciones de productos en los extremos de los pasillos, pero cuando se hizo evidente que Tucker no se daba cuenta de lo que le rodeaba, abandonó el subterfugio y simplemente lo siguió. Tenía un carrito, por lo que parecía una compradora normal, y tiró un poco de esto y un poco de aquello en el carrito, pero no debería haberse molestado. Ni siquiera miró en su dirección. Después de que Tucker regresó a su camioneta en el estacionamiento de la tienda de comestibles, salió de la ciudad y giró hacia un camino rural estrecho. Dejó que un coche se interpusiera entre ella y Tucker por si acaso se había fijado en ella, no es que pensara que lo haría; la ciudad estaba llena de pequeños híbridos similares al de ella. Mientras conducía, Aimee mantuvo la mirada en el techo de la camioneta delante de ella. Avanzaba a una velocidad tranquila, por lo que era fácil mantener el ritmo. En un momento, un fuerte graznido la sobresaltó, y se aferró cuando un cuervo se abalanzó sobre el capó de su auto, apenas evitando su parabrisas. Conmocionada por razones que no entendía, vio al cuervo volar sobre un campo de maíz inactivo. Haciendo esto lentamente, Aimee tuvo mucho tiempo para inspeccionar su entorno. El camino rural serpenteaba a través de las llanuras que se extendían desde el lado sur de la ciudad hasta las estribaciones de las montañas distantes. Gran parte de esta área era tierra de cultivo, pero recordó que había un par de parques por este camino, más adelante en la carretera. Sin embargo, a lo largo de este tramo de la carretera estrecha e irregular, no se veían granjas ni parques. En cambio, las casas móviles viejas en ruinas y las cabañas en deterioro con techos que sucumbían al musgo espeso estaban rodeadas de autos viejos sobre bloques de cemento y muebles desechados. Aimee vio varios trampolines rotos, múltiples columpios oxidados y docenas de juguetes esparcidos abandonados en patios desaliñados para ser horneados por el sol y ahogados en la lluvia. Después de unos cinco minutos, la camioneta de Tucker redujo la velocidad y Tucker giró a la izquierda junto a un buzón abollado en un poste de madera inclinado. El polvo se elevó de los neumáticos de la camioneta mientras se dirigía por un camino de tierra. Aimee redujo la velocidad y miró más allá de la camioneta. El camino de entrada parecía detenerse frente a una vieja casa móvil. Aquí debía ser donde vivía Tucker. Aimee pasó por delante del camino de entrada y se salió de la carretera un par de cientos de metros más adelante. Aparcó en el arcén de grava de la carretera y miró por encima de su hombro. Sí. Bastante seguro. Tucker estaba descargando sus compras y se dirigía hacia la puerta principal de la casa móvil. Aimee dio una palmada en el volante en celebración. Ésta era su oportunidad. ¡Finalmente podría enfrentarse a él! Un pequeño aleteo en el vientre de Aimee podría haber sugerido que estaba haciendo algo que no era tan inteligente, pero lo ignoró. No le importaba ser inteligente en este momento. Le importaba saber qué había hecho Emmett Tucker con Mary Jo. Aimee hizo un cambio de sentido cerrado en la carretera estrecha. Al regresar al camino de entrada de Tucker, giró hacia él. El pequeño coche de Aimee chocó contra un bache. Apretó los dientes y redujo la velocidad del coche. Mirando a través de su parabrisas ahora polvoriento, Aimee miró su destino. Un escalofrío la recorrió. Quizás esta no era una gran idea. La casa de Emmett Tucker parecía no ser un lugar apropiado para ratas, mucho menos para humanos. Sentado en medio de un pequeño rectángulo de tierra desnuda aliviado sólo por la hierba marchita ocasional, el ancho único estaba pintado de marrón oscuro o estaba tan sucio que se había vuelto marrón oscuro con el tiempo, y sus ventanas estaban muy cubiertas de polvo, eran apenas reconocibles como ventanas. Dos de ellas estaban tapiadas. El destello alrededor de la base de la casa móvil se había desprendido hacía mucho tiempo, y las ruedas oxidadas del tren de aterrizaje de la casa se podían ver balanceándose sobre bloques de cemento desmoronados. Al llegar a la tierra yerma frente a la casa de Tucker, Aimee dio otra vuelta en U y estacionó su auto con la parte delantera apuntando hacia la carretera. Quería estar en posición para una escapada rápida si era necesario. Echando un vistazo por el espejo retrovisor para ver si Tucker había regresado afuera (no lo había hecho), Aimee agarró su bolso y salió del auto antes de que pudiera cambiar de opinión. Mirando hacia el cielo oscuro, colgó su bolso sobre su cuerpo. Desabrochó el bolso y mantuvo la mano dentro, agarrando con fuerza su Taser. Luego se señaló a sí misma hacia la puerta de entrada de Tucker y se acercó a ella con la barbilla levantada y los hombros erguidos. Estaba subiendo al porche podrido cuando la puerta principal pintada de negro se abrió. Tartamudeó hasta detenerse y se obligó a no dar marcha atrás. Miró a los ojos al hombre que había visto en Freddy's hace diez años. —Lo que sea que vendas, yo no lo compro —dijo Emmett Tucker. De cerca, se veía incluso peor que en la panadería. Su piel era tan fina que podía ver sus venas arrastrándose bajo la superficie. Aimee no quería estar aquí más tiempo del necesario, así que fue directo al grano. Agarrando su maza y plantando sus pies, recitó sus líneas preparadas. —Hace diez años, mi amiga Mary Jo y yo te vimos en Freddy's. Ese fue el mismo día en que lo arrestaron. También fue el mismo día que Mary Jo desapareció. Quiero saber qué hizo con ella. Tucker parpadeó una vez y se apoyó contra el marco de la puerta. Lentamente, metió la mano en el bolsillo caído de sus jeans holgados. Aimee se puso rígida y apretó con más fuerza el Taser. Tucker sacó un paquete de chicle y desenvolvió metódicamente un trozo. Doblándolo en su boca, arrojó el envoltorio al porche. —Dejé de fumar —dijo. —Bien por usted —respondió Aimee sin pensar. Tucker se inclinó hacia atrás e hizo un gesto hacia el interior de la casa móvil. —¿Quieres entrar? Aimee reprimió su “Diablos, no”, y dijo cortésmente—: No, gracias. Estoy bien aquí. —Tragó saliva. —Me doy cuenta de que probablemente no responderá a mi pregunta. ¿Por qué debería? Nunca admitió nada antes. Pero tenía que venir y preguntar. Tenía que hacerlo. Durante varios segundos, Tucker masticó el chicle con fuerza. Los sonidos de succión y chasquido hicieron que la piel de Aimee se erizara. Entonces Tucker dio un paso adelante. Aimee retrocedió rápidamente. Tucker se rio de ella y luego señaló el escalón del porche. —Te lo diré. Siéntate aquí conmigo, como una vecina, durante un rato, y responderé a tu pregunta. Aimee frunció el ceño y miró hacia el porche. Miró hacia arriba y vio que la mirada de Tucker había caído de su rostro a su blusa azul pálido con escote redondo y ajustado y de abajo a sus ajustados pantalones lápiz azul marino. Aimee mantuvo su expresión neutral. No le gustaba que nadie la mirara… No le gustaba, pero había aprendido a ignorarlo. No iba a dejar que Tucker la intimidara. Volvió a mirar hacia el porche. Se dio cuenta de que la estaba inspeccionando en busca de algún tipo de trampa oculta. ¿Por qué quería que se sentara con él? Ella se encogió de hombros. Bueno. Si eso era lo que iba a tener que hacer lo haría. —Usted primero —dijo Aimee, señalando el escalón. Tucker se rio de nuevo y se dejó caer sobre los tablones de madera astillados. Aimee siguió su ejemplo, colocándose fuera de su alcance. Mantuvo su agarre en el Taser. Durante varios segundos, se sentaron en silencio. A lo lejos, un perro ladró una vez. Un camión pasó rugiendo por la carretera. La brisa se levantó y el cielo pareció bajar aún más. —¿Y bien? —dijo Aimee. Tucker se giró para mirarla. —Te recuerdo. Tú y esa niña que todos pensaron que tomé estaban en Freddy's ese día. Aimee se obligó a no temblar. Tucker ladeó la cabeza. —Tú eras a la que vi en ese túnel cuando estaba buscando a mi hija. Aimee podía sentir su pulso palpitar, al doble, en sus sienes. Mantuvo su respiración uniforme. Tucker se encogió de hombros. —Por eso estaba allí ese día. Buscaba a Jilly, mi hija. A ella siempre le gustaba ir a ese lugar. Se giró abruptamente y se acercó a Aimee. Sacó su maza hasta la mitad de su bolso, pero no se echó hacia atrás. En cambio, miró directamente a los ojos de Tucker. —¿Y a dónde llevaste a mi amiga? Tucker masticó chicle y sostuvo la mirada de Aimee durante varios segundos. Luego negó con la cabeza. —Nunca me llevé a nadie. Todo lo que estaba tratando de hacer cuando me arrestaron era recuperar a mi propia hija de esa vagabunda mentirosa con la que me casé. ¿Y si ella obtenía la custodia? ¿Por qué un tribunal decide quién obtiene la custodia de la hija de un hombre? Ese juez no tenía por qué darle a mi niña a mi ex. Tenía derecho a tenerla. ¡Sólo estaba defendiendo mis derechos! ¡Nunca debí haber sido enviado a prisión por eso! —Tucker golpeó el porche con el puño y Aimee se levantó de un salto. —¡Estás mintiendo! Tucker la miró con el ceño fruncido. —¿Quién diablos te crees para venir a mi casa y decirme que estoy mintiendo? Se puso de pie y Aimee dio un paso atrás. —¡Sal de aquí! —le gritó—. ¡Ya he tenido suficiente gente pensando que hice cosas que no hice! —¡Di la verdad! —gritó Aimee—. Te llevaste a Mary Jo. ¡Sé que lo hiciste! Ella te gritó, ¡así que te la llevaste! ¡Te la llevaste y la mataste! La cara de Tucker se sonrojó. —¿Por qué diablos me importaría si una niña mocosa me grita? ¡No me llevé a tu estúpida amiga! ¡Y nunca he matado a nadie! Aimee sacó su Taser y apuntó al pecho de Tucker. —¡Dime la verdad, o te dispararé! Toda la ira, la frustración y la culpa a la que se había aferrado durante diez años surgieron en las palabras chilladas y la saliva que salía de su boca. Tucker dio un brinco hacia adelante y alcanzó el Taser. Aimee no vaciló. Apretó el botón. Tucker apartó su cuerpo para que el Taser no lo alcanzara. Cuando lo hizo, empezó a maldecir. —¿Qué diablos te pasa? —gritó, y se dirigió hacia ella. Aimee se alejó zigzagueando de su golpe y luego intervino antes de que pudiera tocarla de nuevo. Furiosa, le dio una patada en la espinilla. —¡Ay! —Tucker miró a Aimee, se inclinó y se abalanzó contra ella. Sintiéndose complacida consigo misma por lastimar a Tucker, Aimee no estaba lista para el movimiento de Tucker. Trató de evitarlo, pero él la agarró. Gritó e intentó deslizar una mano en su bolso para sacar su maza. Pero Tucker la tenía en un abrazo de oso y la apretó. Luego la levantó del suelo. —¡Niña loca! —le gruñó mientras retrocedía hacia la puerta principal abierta. —¡Déjame ir! —escupió Aimee mientras se agitaba en el agarre de Tucker. Trató de recordar sus movimientos de autodefensa. ¿Qué se suponía que debía hacer cuando alguien la abrazaba con fuerza así? Su corazón latía con fuerza, el sudor le corría por la columna, lo recordó. Echó la cabeza hacia arriba, tratando de golpear la barbilla de Tucker. Todo lo que hizo fue golpear su frente contra su pecho. Era demasiado baja para hacerle daño de esa manera. En ese momento, Tucker la llevaba dentro de su lúgubre casa, y la furia de Aimee se estaba convirtiendo en miedo. Se retorcía de una manera y otra, pero no podía soltarse. Entonces comenzó a gritar. —¡Cállate, maldita! —gritó Tucker. La llevó más allá de una cocina sucia y entró en un estrecho pasillo oscuro que olía a ropa sucia y salchichas cocidas. Aimee se levantó y trató de patear las paredes, pero el espacio era demasiado estrecho. Gritó de nuevo y Tucker abrió una pequeña puerta de una patada y la arrojó por la abertura. La cadera de Aimee golpeó la esquina de un gabinete de baño en miniatura, y su cabeza voló hacia adelante y golpeó un pequeño espejo. Haciendo una mueca de dolor, luchó por recuperar el equilibrio y se abalanzó hacia Tucker… justo cuando éste cerraba la puerta. —¡Voy a llamar a la policía! —gritó Tucker a través de la madera barata. —¡Bien! —gritó Aimee en respuesta—. ¡Deberías estar en prisión! —No seré yo quien vaya a cárcel. Tú me atacaste. Aimee abrió la boca para gritar una respuesta, pero luego se dio cuenta de que tenía razón. Pero fue en defensa propia, ¿no? Por supuesto que lo fue. Lo había atacado porque él se había acercado a ella. Bien. De acuerdo, tal vez eso no era suficiente para que ella reclamara defensa propia. ¡Pero era un secuestrador! Sí. Un secuestrador de los niños. Aimee se frotó la cadera adolorida y trató de calmar su respiración. Se negó a estabilizarse. Estaba escuchando sus bocanadas de aire. A través de la puerta, pudo escuchar a Tucker hablando por teléfono. Captó las palabras mujer loca y asesina. Ella negó con la cabeza y frunció el ceño. No podía permitir que la policía se involucrara en esto. Podrían arrestarla. E incluso si no lo hicieran, perdería todo tipo de tiempo tratando de arreglarlo todo. No. Tenía que salir de aquí. Aimee extendió la mano y probó el pomo de la puerta. Bloqueada. No era una sorpresa. Pensó en tirarse a la puerta, pero rápidamente descartó esa idea y se volteó para mirar la habitación. Estaba en un baño minúsculo, un baño muy repugnante con pasta de dientes secándose en los lados del lavabo, un anillo marrón alrededor de la bañera grisácea y manchas en el suelo alrededor del inodoro en las que no quería pensar. Pero el baño tenía una ventana sobre el inodoro. Era pequeña, pero ella también. Aimee, encogida, bajó la tapa del inodoro con cautela y se subió a ella. Abrió la ventana, la abrió de un empujón y se subió a su estrecho borde. Sacó la cabeza por la abertura y empujó la tapa del inodoro. Los lados metálicos de la ventana rasparon sus hombros mientras se retorcía hacia adelante. Oyó que su suéter se enganchaba y se rasgaba, pero siguió adelante. Empujó y miró hacia abajo. Un arbusto muerto se acurrucaba debajo de la ventana. Supuso que frenaría su caída, así que se deslizó más y se dejó caer al suelo. El arbusto frenó su caída, pero también le raspó las manos y los brazos. Dolía, pero Aimee mantuvo los dientes apretados. Respirando con dificultad, miró hacia la ventana para asegurarse de que Tucker no venía detrás de ella, y luego corrió hacia el frente de su casa móvil. Mientras lo hacía, escuchó una sirena en la distancia. Corrió más rápido. Saltando a su coche, Aimee puso el motor en marcha cuando vio, en el espejo retrovisor, a Tucker saliendo disparado de su casa móvil. Rápidamente puso el coche en marcha y se aceleró por su camino de tierra lleno de baches. ✩✩✩ Aimee pasó un coche patrulla de la policía unos cientos de metros después de volver a la carretera. Se aseguró de conducir tranquilamente y verse inocente al pasar. Una vez que lo hizo, aceleró. Sus manos y brazos le dolían por los arañazos que le había dado el arbusto, le dolían la cadera y la cabeza por haber sido arrojada al baño, Aimee estaba literalmente temblando. Se sentía golpeada y asustada. No sabía si estaba temblando de dolor, ira o alivio. Se obligó a respirar larga y uniformemente mientras miraba por el espejo retrovisor para asegurarse de que nadie la perseguía. Aimee apretó los dientes. Dio una palmada en el volante, no en celebración esta vez. Apretó la mano y golpeó el volante con frustración. ¿Cómo había cambiado tanto esto? Tucker era el criminal. ¡No ella! Tucker probablemente le estaba dando a la policía la descripción de Aimee y una descripción de su auto en este momento. Probablemente debería salir de la ciudad. Las densas nubes grises que habían estado flotando tan bajas toda la mañana finalmente dejaron de intentar aferrarse a su humedad. Gruesas gotas de lluvia golpearon el parabrisas de Aimee. ¿Nunca se enteraría de lo que le había sucedido a Mary Jo? Aimee se dio cuenta de que se sentía más que golpeada y se asustada. Estaba devastada. —¿Qué esperabas? ¿Había pensado que Tucker admitiría haberse llevado a Mary Jo y decirle que se habría llevado a Mary Jo sin importar lo que hubiera hecho Aimee? ¿Había pensado que iba a recibir un viejo discurso de “No fue tu culpa” del hombre? Se dio cuenta de que no estaba segura de lo que esperaba de su conversación con Emmett Tucker. Pero ahora… bueno, ahora se quedaba con más preguntas que con las que había estado viviendo durante diez años. Si él no admitía lo que hizo, ¿cómo iba a saber lo que le había sucedido a Mary Jo? —En serio, ¿cómo puedo probar lo que hizo? —preguntó Aimee a la lluvia más fuerte, que ahora atravesaba el cristal frente a ella. ¿Debería simplemente irse? ¿Debería hacer lo que Gretta siempre decía: ir a terapia, aprender a perdonarse a sí misma y olvidarse de Mary Jo? Aimee negó con la cabeza. No podía hacer eso. Nada de eso. No quería ir a terapia. No quería irse sin averiguarlo. Y no podía olvidar a Mary Jo. Mary Jo merecía ser recordada. Entonces, ¿qué otras opciones tenía? Aimee miró más allá de la lluvia hacia la ciudad que tenía delante. Las respuestas a sus preguntas tenían que estar aquí en algún lugar. La lluvia aumentó aún más. Aimee extendió la mano y aumentó la velocidad de sus limpiaparabrisas. El ritmo de swish-thunk-swish-thunk de sus golpes a través del cristal era extrañamente reconfortante. —Puedo hacer esto —dijo, presionando con más fuerza el acelerador y concentrándose en su respiración lenta. Iba a descubrir de una vez por todas lo que le había pasado a Mary Jo. Y sabía exactamente adónde ir a continuación. Iba a hacer lo que hacían todos los detectives: regresar a la escena del crimen. ✩✩✩ Aimee siguió respirando lenta y profundamente hasta que entró en el concurrido estacionamiento de Freddy's y… Un segundo. Aimee frunció el ceño al ver el enorme edificio de dos pisos al borde del lote. Estaba en el lugar correcto. Pero sólo eso. Esto no era de Freddy's. Aimee miró fijamente el enorme edificio que parecía haberse comido el antiguo Freddy's y, al mirarlo, se dio cuenta de que era el de Freddy's. Era sólo una abominable versión de Freddy's. La vieja pizzería se había construido otra vez, hinchándola en lo que parecía una trampa para turistas cursi. Con dos historias en lugar de la de Freddy's, este restaurante parecía ser completamente nuevo. Era de apariencia rústica, pero eso era una fachada. Su revestimiento de imitación de antaño parecía demasiado prístino y limpio para haber existido por mucho tiempo. Aimee agachó la cabeza para mirar hacia afuera y hacia arriba a través del parabrisas hacia un gran letrero de madera sostenido por un par de troncos altos y gruesos. Grabado en la madera clara, letras negras deletreaban el nombre del restaurante que ahora ocupa el antiguo edificio de Freddy's: EL FABULOSO RESTAURANTE DE FLO. Debajo del cartel, un cartel más pequeño de color verde oscuro con letras blancas decía: HOGAR DE LA TORRE PENDIENTE DE PANCAKES. ENTRA Y SIÉNTATE UN RATO. El motor de un automóvil aceleró cerca, y Aimee regresó al presente. Se hundió en su asiento. ¿La había encontrado la policía? Detrás de ella, un gran camión negro retrocedió hasta un estacionamiento cercano. Exhaló su aire reprimido, se deslizó hacia adelante en su asiento y comprobó su apariencia en el espejo de su visera. Sorprendentemente, no se veía como si acabara de estar en una confrontación. Su cabello estaba revuelto, pero volvió a su lugar cuando lo peinó con los dedos. Su rostro se veía bien. El dorso de sus manos estaba rayado y había un poco de sangre en la manga de su suéter rasgado, pero no era tan notable. Pasaría la inspección si nadie la miraba de cerca. Aimee se levantó la visera. Sería mejor que entrara y mirara a su alrededor antes de que la descubrieran. ✩✩✩ Mirando por encima del hombro por tercera vez desde que dejó su coche, entró en el vestíbulo del Fabuloso restaurante de Flo. Era poco más de mediodía, lo que explicaba por qué el ruido de los utensilios y el murmullo de las conversaciones provenientes del comedor del restaurante eran tan fuertes. Aimee casi se quita los zapatos cuando fue recibida por una mujer efervescente de su misma edad. —¡Bienvenida al fabuloso restaurante de Flo! —dijo la mujer—. ¿Trajiste tu hambre contigo? Aimee se tensó y luego, olvidándose de su situación por un segundo, parpadeó y miró a la mujer que le había hablado. La mujer rio. —Esta debe ser tu primera vez aquí. Lo sé. Me veo ridícula. Flo no es una persona. Es una vaca. —Apuntó. Aimee se giró y abrió mucho los ojos al ver una escultura de tamaño natural de una vaca Holstein. Estaba justo en la entrada del restaurante, pero Aimee no la vio porque estaba concentrada en lo que estaba aquí. Aimee devolvió su atención hacia la anfitriona y señaló el disfraz de vaca blanca y negra que llevaba la mujer. Se concentró en mantener su tono ligero e inocente. Era sólo una comensal aquí por comida. No era una prófuga que investigaba una desaparición. —Bueno —leyó la etiqueta con el nombre de la mujer— Kim, haces que Holstein se vea bien. Kim, de piel aceitunada con grandes ojos marrones y cabello castaño ondulado, en realidad se veía bastante linda con el disfraz. Ayudaba que tuviera una sonrisa con hoyuelos. No se estaba tomando a sí misma demasiado en serio. —¡Gracias! —respondió. —Eres muy agradable. —Cogió un menú y se dirigió hacia el comedor. Aimee vaciló, mirando a su alrededor para comprobar si alguien la estaba observando. Nadie lo hacía. Miró la decoración. Había esperado que una vez que estuviera dentro del restaurante, vería algo familiar. Pero nada era como lo recordaba. El vestíbulo de Freddy's había sido grande pero casi vacío, con bancos rojos para sentarse cuando había que esperar una mesa. Un arco separaba el vestíbulo del enorme comedor. Desde ese arco, se podía ver el escenario y los animatrónicos. El vestíbulo de Flo era incluso más grande de lo que había sido el de Freddy's, y estaba lleno de muebles, dispuesto para parecerse a la sala de estar de una casa del siglo XIX. Tenía al menos una docena de sofás, otomanas y sillas mullidas. En lugar de un arco que conducía al comedor más allá, lo que parecían las puertas de un pastizal separaba el área de espera del área para comer. Incluso desde aquí, a través de los listones de las “puertas”, Aimee pudo ver que el comedor era totalmente diferente de lo que había sido cuando el edificio había sido un Freddy's. Por un lado, el escenario donde solían actuar los animatrónicos, que debería haber estado en el lado más alejado del comedor, había desaparecido. Por otra parte, el suelo de baldosas blancas y negras fue sustituido por un suelo de linóleo de color verde brillante. Ella pensó que era extraño, el piso en blanco y negro habría encajado perfectamente con el tema de la vaca Holstein. Pero tal vez se suponía que el suelo verde era hierba o algo así. Probablemente así era, dado que las paredes pintadas de rojo de Freddy's habían sido cubiertas por murales que representaban tierras de cultivo y prados llenos de flores silvestres. Aimee recordó cómo había entrado en Freddy's cuando era una niña. Además del piso y el escenario y los animatrónicos, la otra cosa que siempre había notado primero era la música de carnaval y las campanas y tintineos de los juegos de árcade, eso y los niños gritando, riendo y corriendo por todo el lugar. Flo no tenía nada de eso. Todo lo que Aimee podía oír ahora era música country clásica que se reproducía en los altavoces del techo y los típicos tintineos, ruidos y charlas de las familias comiendo. Escuchó a algunos niños reír, pero no los vio. —Sé que el lugar es un pequeño cliché —dijo Kim— pero la comida es realmente buena. Aimee se puso rígida y miró a Kim. —¿Qué? Detrás de ella, se abrió la puerta del restaurante. Miró hacia él, conteniendo la respiración. Pero era sólo una pareja mayor que vestía chaquetas color pastel a juego. No la policía. Kim sonrió. —Te estaba diciendo que la comida es buena, a pesar de cómo se ve el lugar. —Hizo un gesto hacia el vestíbulo—. Los propietarios eran agricultores antes de comprar este lugar, y están realmente interesados en las vacas, su historia y demás. Aimee asintió con la cabeza y apretó los labios. Deseaba poder escabullirse y hurgar, pero Kim dijo—: Sígueme. Aimee no tuvo más remedio que cumplir. Aún nerviosa, siguió a Kim a través de la puerta falsa y entró en el comedor abarrotado. Aimee todavía estaba buscando pruebas del viejo Freddy's. ¿Quizás las cabinas? Miró a su alrededor. No. Flo tenía cabinas, pero no eran rojas como las de Freddy's. Eran de vinilo marrón, hechas para parecer cuero de marca. Los separadores entre las cabinas también eran diferentes: estaban hechos de madera de granero recuperada que se extendía casi hasta el techo. Kim llevó a Aimee a un reservado en el lado izquierdo del comedor, en el área que solía ser la sala de juegos de Freddy. Aimee tomó asiento y trató de recordar lo que había estado en este lugar diez años antes. ¿Quizás la mesa de air hockey? ¿O había sido una máquina de pinball? Aimee aceptó un menú, envuelto en cuero sintético pesado, de Kim. —Tu servidora será Mary. Estará contigo en un minuto. Disfruta de tu comida. Aimee apenas logró asentir y sonreír porque cuando Kim dijo “Mary”, un escalofrío recorrió su cuerpo. Fue tan intenso que tuvo que apretar los dientes para evitar que castañetearan. Mary. ¿Cuáles eran las probabilidades de ser atendida por alguien con el mismo nombre de Mary Jo? —Probablemente no tan grande —se susurró Aimee. «Es sólo una coincidencia». —Hola, soy Mary —dijo una mujer de mediana edad con el pelo rojo puntiagudo muerto y demasiado maquillaje—. ¿Cómo estás hoy? —Oh, no eres una vaca —le dijo Aimee. Tan pronto como dijo las palabras, se dio cuenta de cómo habían sonado y se sonrojó—. Quiero decir… Mary soltó una risa profunda y áspera. —Eso depende de cómo me quieras hablar. —Se rio más fuerte. —Lo siento —dijo Aimee, poniendo una mano fría en una de sus calientes mejillas. Realmente necesitaba calmarse y concentrarse—. Me refería a… —El traje. Lo sé. —Mary miró su delantal estampado Holstein, que llevaba sobre pantalones negros y una blusa negra—. Los camareros están libres de eso. —Lo señaló con un gesto—. Cuando el lugar abrió por primera vez, aparentemente intentaron ponerle disfraces a los meseros, pero ser una anfitriona con ese atuendo es totalmente diferente a tratar de servir mesas con él. Se dieron cuenta rápidamente. Aimee asintió. —Entonces, ¿qué puedo traerte de beber, cariño? —¿Una cola? Lo que sea que tengas. —Te traeré una cola. Te daré algo de tiempo para que mires el menú. —También necesito usar el baño. —No era así, pero quería tener la oportunidad de husmear—. Y, um, puede que necesite varios minutos. —No hay problema. —Gracias. —Los baños están por esa puerta —le dijo Mary. Señaló hacia lo que solía ser la parte trasera del área de juegos de Freddy's. —Gracias. Tan pronto como Mary se alejó, Aimee salió de la cabina. Todavía tenía puesto su suéter roto y ensangrentado, y todavía tenía el bolso colgado de su cuerpo. No estaba segura de si realmente iba a quedarse a beber el refresco que acababa de pedir. Dependía de lo que encontrara cuando fuera a buscar. De pie y comprobando si alguien la estaba mirando (nadie lo hacía), Aimee pasó rápidamente por una salida trasera del restaurante, hacia el pasillo que conducía a los baños. Ociosamente notó que una telaraña salía de un respiradero en la base de la pared en el lado izquierdo. Pasando sus filamentos danzantes, entró al salón. Una vez allí, pasó por alto las puertas marcadas DAMAS y CABALLEROS. No creía que hubiera nada que encontrar en baños nuevos. Pero había una puerta marcada como MANTINIMIENTO en la parte trasera del pasillo que era prometedora; estaba en el área donde solía estar la entrada al Escondite en el Laberinto. Si quedaba algo que indicara lo que le había sucedido a Mary Jo, estaría allí. O al menos, esa era la teoría de Aimee. No es que estuviera demasiado emocionada con su teoría. Desde que había entrado en el Fabuloso Restaurante de Flo, su entusiasmo por su regreso al plan de la escena del crimen se había desvanecido… mucho. No estaba segura de lo que esperaba. Obviamente, si el restaurante luciera totalmente diferente por fuera, también sería totalmente diferente por dentro. ¿De verdad había pensado que iba a encontrar una pista en un lugar que había sido total y completamente remodelado? —Sólo sigue adelante —se dijo a sí misma. Ya estaba aquí; también podría hurgar. Comprobando por encima del hombro para asegurarse de que todavía estaba sola, se apresuró a llegar al final del pasillo y puso la mano en el pomo de la puerta marcada como MANTENIMIENTO. ¿Estaría cerrada con llave? Giró el pomo. No estaba bloqueada. La puerta se abrió de inmediato. Mirando hacia atrás una vez más, Aimee se deslizó hacia la habitación oscura y cerró la puerta antes de comenzar a palpar la pared en busca de un interruptor de luz. La habitación olía a cartón mohoso, lejía y limpiadores con aroma a limón, y se sentía fría y húmeda. La puerta cerrada silenció los sonidos provenientes del área del comedor, por lo que estaba casi en silencio en la habitación. Lo único que podía oír claramente era el sonido de su propia respiración rápida. Después de varios segundos, Aimee todavía no había encontrado el interruptor de la luz. En esos segundos, su imaginación había evocado todo tipo de cosas que podrían haber estado escondidas en la oscuridad, esperando saltar sobre ella antes de que encendiera la luz. Después de que Aimee y sus padres se mudaron a su nuevo hogar, a todos los nuevos amigos de Aimee les encantaban las películas de terror y las historias de fantasmas. En el verano, sus padres la enviaron al campamento, y una de las actividades favoritas allí era estar alrededor de una fogata en la oscuridad escuchando historias de miedo. Aimee odiaba esas historias. Para encajar, se había sentado allí con sus amigos, pero había hecho todo lo posible por no escuchar. En cambio, había tarareado en su cabeza. Cuando Gretta y sus otros amigos la arrastraban a películas de terror, ella se sentaba con los ojos cerrados… y tarareaba en su cabeza. Estaba tarareando en su cabeza ahora mientras comenzaba a escarbar frenéticamente en busca de la luz. Había estado en el espacio sin luz el tiempo suficiente. Sintió pinchazos entre los omóplatos, como si su cuerpo pudiera sentir el lugar donde una persona oculta quería clavar un cuchillo. —¿Dónde está el interruptor de la luz? —siseó Aimee mientras seguía pateando la pared a ambos lados de la puerta. Estaba a punto de darse por vencida y volver al pasillo cuando escuchó pasos entrando en el pasillo fuera de la puerta. Se congeló. ¿Estaba a punto de ser descubierta? Alejándose de la puerta, Aimee trató de pensar en lo que diría si alguien la encontrara aquí. Nada más que “estaba buscando el baño” le vino a la mente, y esa excusa sólo funcionaría si podía convencer a quien la encontrara que era ciega. Sólo una persona que no podía ver podía no notar los letreros de gran tamaño con temas de vacas en los baños. Los pasos en el pasillo se callaron y luego se detuvieron. La persona debió haber entrado en uno de los baños. Aimee exhaló el aliento que no se había dado cuenta de que había estado conteniendo. Dio un paso atrás hacia la puerta, que pudo localizar debido a la luz que entraba por debajo. Se dio cuenta de que sus ojos se estaban adaptando a la oscuridad. Mientras que momentos antes la habitación parecía no ser más que una sólida oscuridad como la tinta, ahora podía distinguir formas descomunales a ambos lados de la puerta. También pudo ver lo que parecía ser un cordón colgando junto al borde de la puerta. Extendió la mano y tiró de él, esperando no estar tirando de algo que activara una alarma. Tan pronto como tiró del cable, la habitación se inundó con una luz blanca brillante de un grupo de bombillas fluorescentes en el techo. Inmediatamente giró en círculo para asegurarse de que se había imaginado compartiendo el espacio con otra persona. Estaba sola. La pequeña habitación parecía ser una combinación de armario del conserje y armario de almacenamiento. Tenía el mismo suelo verde que el resto del restaurante y las paredes estaban pintadas de azul cielo. En un rincón había un cubo y una fregona, junto con varias escobas y plumeros. Junto a estos, un estante con productos de limpieza se extendía desde el suelo hasta el techo bajo. Junto a eso, otro estante lleno de productos de papel (toallas de papel, servilletas, papel higiénico) se extendía hasta la pared del fondo. Aimee miró esa pared lejana. Estaba parcialmente oculta por una pila de cajas, pero por encima de las cajas, podía ver lo que parecía el borde superior de una cubierta de ventilación polvorienta. Y encima de la tapa de ventilación, le pareció ver algo de pintura naranja y roja descolorida. ¿Era parte del arcoíris? Su corazón tartamudeó en su pecho. ¿Podría ser? ¿Estaba realmente Escondite en el Laberinto todavía aquí? Aimee rápidamente dio un paso adelante y trató de apartar la pila de cajas. Eran demasiado pesadas para empujarlas. Frunciendo el ceño, empujó la caja superior, que estaba sobre su cabeza. No era demasiado pesada por sí sola, así que la levantó y la dejó a un lado. La de abajo era aún más ligera. También la movió. Sacó una caja más, dejando las dos de abajo. Ahora que había movido las cajas superiores, podía ver que definitivamente había encontrado la entrada al juego Escondite en el Laberinto. La rejilla estaba sucia y parecía un poco oxidada, pero tenía el tamaño y la forma adecuados, y estaba rodeada por el rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta del antiguo arco iris. Aimee se sorprendió de que los nuevos propietarios hubieran dejado la rejilla y el arcoíris. Pero claro, el arcoíris encajaba con la temática campestre del lugar. Debieron haber pensado que iba con la pintura azul cielo. O tal vez lo habían mantenido como una especie de homenaje a la antigua pizzería. Había aprendido al ver a sus padres rehacer dos casas viejas que si no tenías que arreglar algo, ahorrarte dinero dejarlo. ¿Por qué mover una rejilla vieja y pintar sobre un arco iris en lo que iba a ser una sala de almacenamiento? Las dos cajas inferiores eran las más pesadas, pero ahora que había movido las otras, Aimee podía apartar las restantes. Las empujó lo suficiente para despejar el camino. Acercándose a la rejilla, la agarró por el borde y tiró. No se movió. Frunció el ceño. No lo habían cerrado con clavos ni nada, ¿verdad? Pasó los dedos por los bordes de la rejilla. No. No se sentía como si nada la mantuviera cerrada. El sonido de pasos llegó de nuevo desde el pasillo. Sonaban diferentes a las últimas pisadas que había oído. Estos eran más pesadas, más lentas. Pero se estaban acercando. No dispuesta a ser atrapada ahora que estaba tan cerca de poder investigar lo que vino a ver aquí, rápidamente retiró las cajas que habían estado bloqueando la rejilla. Colocándolas lo suficientemente lejos de la rejilla para darle espacio para maniobrar, pero cerca de donde habían estado cuando había entrado aquí, se apresuró a apilar las otras tres cajas. Acababa de poner la última encima cuando se abrió la puerta de la habitación. Escondida detrás de la pila que acababa de reconstruir en el último momento, contuvo la respiración, esta vez a propósito. Escuchó como alguien entró pisando fuerte en la habitación. Escuchó un suave sonido de arrastrar los pies y un profundo suspiro, y luego alguien murmuró—: Y me gritan por dejar la luz encendida. ¿Por qué debería apagarla si nadie más viene aquí? Más pasos, alejándose. La puerta se cerró. Aimee respiró hondo y volvió hacia la reja. Tal vez el óxido de la rejilla actuaba como pegamento y la sujetaba firmemente a la pared. Aimee frunció el ceño e intentó tirar de nuevo. Necesitaba darse prisa. No estaba segura de cuánto tiempo había estado aquí. ¿Dos minutos? ¿Cinco minutos? ¿Más que eso? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que alguien viniera a buscarla? Aimee podía sentir la tensión subiendo por sus hombros. Su cuello se sentía rígido. Se apartó de la rejilla y giró la cabeza en círculo. Eso trajo un poco de claridad. —Tonta —dijo mientras abría la cremallera de su bolso. Metió la mano en la pequeña bolsa y sacó una lima de uñas de metal. Puede que no llevara mucho en su bolso, pero tenía lo esencial. Metió el extremo de la lima de uñas entre la pared y el borde oxidado de la rejilla, y lo movió hacia adelante y hacia atrás a lo largo de la parte superior y parte del costado. Después de un minuto más o menos, sintió que algo cedía. Animada, corrió la rejilla más abajo por el borde del respiradero, sin dejar de moverla con la otra mano. Pasaron varios segundos más, pero de repente, la rejilla se separó de la pared. Aimee la retiró por completo. Manteniéndola abierta, se agachó para mirar por la abertura. La luz brillante de la sala de almacenamiento aterrizó en lo que Aimee había estado esperando encontrar: la sala de entrada al juego Escondite en el Laberinto. Todavía estaba allí. Extendiéndose desde la abertura de ventilación, el túnel del juego desaparecía en la penumbra, pero la parte que Aimee podía ver estaba llena de árboles y rocas falsas y pequeñas puertas de madera como cubículos. Las puertas parecían borrosas por el polvo, al igual que el suelo del túnel, pero todo parecía estar intacto. Era obvio que nadie había estado en el túnel en años. Muchos años. Diez años, para ser exactos. No era sólo el polvo espeso lo que lo dejaba claro. A pocos metros dentro del túnel, el mismo calcetín que Aimee había visto la última vez que estuvo aquí, estaba arrugado. Tenía que ser el mismo calcetín porque tenía una raya multicolor distintiva y un agujero en la punta. Aimee miró más allá del calcetín y vio todos los demás escombros que recordaba de su última vez en el juego: el globo desinflado, las pilas de confeti y el tenedor de plástico rojo roto. Aimee sintió que se le aceleraba el pulso. Quizás nadie había estado en el juego desde la última vez que jugó. Si era así, ¡tenía muchas posibilidades de encontrar las pistas que estaba buscando! Aimee se dejó caer sobre sus manos y rodillas y se arrastró hasta la sala de entrada del juego. Tan pronto como estuvo dentro, la cubierta de ventilación cayó en su lugar detrás de ella. Inmediatamente, notó que los sonidos del comedor eran aún más apagados. Apenas podía oír nada en el área de comida del restaurante, sólo la risa ocasional, que sonaba como si estuviera a millas de distancia. De repente se sintió muy, muy sola. —Cálmate —se dijo a sí misma. Se dio la vuelta y se sentó con las piernas cruzadas frente a la consola. Siempre que había usado la consola cuando era niña estaba iluminada. Ahora estaba oscura. Oscura y sucia. Estaba cubierta de polvo. Aimee extendió la mano y presionó un botón al azar, esperando que se iluminara si lo hacía. Durante unos segundos, la consola permaneció inactiva. Pero entonces, de repente, la vieja voz de Freddy que Aimee recordaba dijo—: Bienvenido al Juego Del Escondite En El Laberinto De Freddy. Espere por favor. Actualmente hay un juego en curso. Aimee se apartó de la consola. Comenzó a gatear por el túnel. Tan pronto como Aimee comenzó a moverse, el polvo se elevó a su alrededor. Estornudó y le empezaron a picar los ojos. Resistiendo la tentación de frotarlos, siguió adelante. La vieja corteza del árbol, las ramas colgantes y el musgo se desmoronaron a su alrededor cuando la tocaron. Estaban frágiles por la edad. Aimee estaba agradecida de que quienquiera que hubiera entrado en el cuarto de mantenimiento hubiera desafiado las reglas y dejado la luz encendida. La luz era lo suficientemente fuerte como para iluminar la mayor parte del túnel principal. Incluso podía ver rastros de las viejas manchas de glaseado de chocolate en una de las rocas. No estaba segura de qué tan bien se vería después de salir del túnel principal, pero no estaba demasiado preocupada por eso. Si tuviera que volver al restaurante, comer algo, irse a buscar una linterna y volver más tarde, lo haría… siempre que pudiera evitar ser descubierta por la policía. Pero no podía irse ahora sin al menos hacer una búsqueda inicial de alguna señal de lo que le había sucedido a Mary Jo. Aimee se tomó su tiempo para gatear por el túnel porque estaba escudriñando cada centímetro de él. No estaba segura de lo que estaba buscando. ¿Signos de lucha? ¿Sangre? ¿Un pedido de ayuda rayado en las paredes del túnel? Había pensado en ese tipo de pistas cada vez que pensaba en volver a buscar a Mary Jo. Tenía que haber algo. Tucker debió haber dejado algo para demostrar que se había metido en el juego para llevarse a Mary Jo. Al final del primer tramo del túnel, donde estaría fuera de la luz si seguía yendo hacia la derecha o hacia la izquierda, Aimee miró hacia la otra consola de juegos. Esta también estaba polvorienta, pero no estaba totalmente oscura. En lugar de una pantalla en blanco como la que había en la entrada, esta se podía leer. Aimee la miró. ¿Qué…? Se arrastró más cerca y frotó su dedo sobre la pantalla del nombre de la consola. Jadeó. El sonido entrecortado rebotó a su alrededor y luego se desvaneció mientras miraba la pantalla. ¡El panel de la consola todavía la enumeraba a ella y a Mary Jo como las jugadoras activas! ¿Fueron las últimos en jugar el juego? No lo sabía. Con la esperanza de que la consola de juegos y las luces del túnel se encendieran, Aimee presionó el botón REINICIAR en la consola. ¡Funcionó! La pantalla de la consola se iluminó. Estaba parpadeando REINICIAR, pero ¿y qué? lo que importaba era que las luces de cuerda que se alineaban en los túneles y rodeaban las puertas de los cubículos se iluminaban. Aimee sonrió. —¡Sí! Esto facilitaría su investigación. Comenzó a alejarse de la consola para poder seguir adelante. La banda sonora de la selva tropical comenzó a sonar y Aimee se estremeció. Escuchar los viejos sonidos y chillidos de la lluvia la asustó. Se sacudió como un perro. Estaba siendo tonta. Aimee se arrastró lejos de la consola y comenzó a pasar por un cubículo cerrado. Mientras lo hacía, los bordes resbaladizos de una sospecha oscura y horrible comenzaron a filtrarse en su conciencia. Sacó la cabeza del cubículo y miró hacia la consola de juegos, que seguía mostrando REINICIAR. Aimee cayó en picado desde las soleadas alturas del júbilo que había sentido momentos antes a un pantano bajo y viscoso de pavor. Se giró y miró de izquierda a derecha por los túneles que se extendían desde el túnel de entrada. Su mirada revoloteó frenéticamente de una puerta de cubículo a la siguiente. Con la cabeza martilleando, Aimee salió del túnel principal y comenzó a gatear más rápido, con su mirada revoloteando frenéticamente a su alrededor mientras avanzaba. A pesar del frío en los túneles, estaba sudando. También estaba respirando con dificultad. Sus inhalaciones y exhalaciones eran tan fuertes que resonaban en las paredes de los espacios de acceso; sonaba como si una jauría de perros jadeantes la persiguiera. Después de sólo unos minutos de gatear a un ritmo vertiginoso hacia arriba y hacia abajo a través de los túneles y a través de los rincones y grietas del juego, las rodillas de Aimee comenzaron a protestar por lo que estaba haciendo. No acostumbradas a los impactos repetidos sobre una superficie dura, comenzaron a latir con un dolor ardiente. También le dolía el cuello, debido a la posición tensa que la mantenía mirando en cada cubículo. Aimee regresó al punto en el que el primer tramo del túnel principal se cruzaba con los pasillos principales a la izquierda y a la derecha. Echó un vistazo a un cubículo abierto y lo miró dos veces. Aimee frunció el ceño y se asomó al cubículo. Había visto un destello de algo rojo hacia el fondo del cubículo. Arrastrándose por la puerta abierta, buscó lo que había visto. No pudo agarrarlo, así que se arrastró hasta el fondo del cubículo justo cuando sus dedos se cerraron sobre… su pulsera de la amistad perdida. Guau. ¿Qué tan extraño era eso? De repente, la puerta del cubículo de Aimee se cerró con un chasquido. El pequeño espacio se oscureció, iluminado únicamente por las luces de cuerda del exterior del cubículo. Su iluminación apenas llegaba a través de la pequeña ventana de la puerta del cubículo. —¡Oye! —gritó Aimee. Se dio la vuelta para poder abrir la puerta de nuevo. Se golpeó la cabeza contra la pared del cubículo. —¡Ay! Extendiendo la mano trató de empujar la puerta del cubículo para abrirla. No se abriría. Fuera del cubículo, Freddy anunció—: ¡El jugador dos ha elegido un escondite! ¡Jugador uno, encuentra al jugador dos! ¡Vamos! —¡No, no, no! —gritó Aimee. Aimee golpeó la puerta, pero no se abrió. Respirando entrecortadamente, se movió para empujar su hombro contra la puerta. Mientras lo hacía, su cara se presionó contra la ventana. Miró hacia la puerta abierta del cubículo frente al suyo. No entraba mucha luz en el cubículo de las luces de cuerda, pero la luz que lo hacía revelaba… Aimee se quedó sin aliento y luego se liberó, junto con un grito que contenía cada partícula de culpa que había cargado durante los últimos diez años. Ahora sabía lo que le había sucedido a Mary Jo. —Jugador uno, encuentra al jugador dos —ordenó la voz de Freddy. Sellado dentro de un cubículo durante diez largos años, el cadáver disecado de Mary Jo prácticamente se había momificado. Acurrucado hacia adentro, probablemente arrastrado hacia abajo por la piel seca, el cuerpo de Mary Jo abrazaba su mochila, que sostenía como si fuera un bebé. ¿Le había dado algún consuelo? No parecía que lo hubiera hecho. La piel tensada contra sus huesos, el rostro de Mary Jo era moreno y curtido, congelado en lo que al principio parecía ser una sonrisa rígida. Los labios de Mary Jo habían desaparecido y su boca estaba apartada de sus grandes dientes. Gimiendo, Aimee comprendió, por supuesto, que Mary Jo no había estado sonriendo cuando murió. Probablemente había estado gritando, pidiendo a gritos que alguien la escuchara, que la encontrara. Aimee frenéticamente cambió de posición y pateó la puerta con ambos pies. No sirvió de nada. No tenía espacio para tirar de los pies hacia atrás lo suficiente como para obtener fuerza detrás de la patada. Simplemente golpeó la puerta sin éxito. Fuera del cubículo, Freddy dijo—: Jugador uno, encuentra al jugador dos. Aimee volvió a golpear la puerta de su cubículo. Le dio patadas una y otra vez. Se lanzó a esta, pero no se movió. Claramente, el juego no estaba funcionando bien. Las puertas no se iban a abrir. A Aimee se le subió el corazón a la garganta. Empezó a hiperventilarse y empezó a suplicar—: ¡Por favor, no! Una vez más, apretó la cara contra la ventanilla como si pudiera buscar ayuda. Nada más que el silencioso cadáver de Mary Jo la miró. Aimee se arrojó a la puerta. Permaneció cerrada. Comenzó a rascar los bordes. Cavó en el sello de goma, tratando de sacarlo. Llorando y haciendo una mueca de dolor cuando sus uñas se rompieron, Aimee arañó y arañó. Pero el sello de goma permaneció inamovible a su ataque. Ni siquiera dejó una marca en él. Aimee se apoyó contra la puerta. El sudor con olor agrio le corría por el cuello y le corría por la columna vertebral. Seguramente alguien la oiría eventualmente, ¿no es así? «No oyeron a Mary Jo», pensó. Aimee comenzó a temblar y se obligó a mantener la calma. Iba a estar bien. Ella no era como Mary Jo. La gente se preocupaba por ella. Sus padres vendrían a buscarla. Sus amigos la buscarían. Su auto estaba en el estacionamiento del restaurante. Kim la recordaría. Mary recordaría que Aimee había preguntado dónde estaban los baños. Sabrían que ella estaba aquí. ¿Pero lo harían? ¿En serio? Nadie sabía que el laberinto estaba aquí. ¿Por qué alguien buscaría en un viejo espacio a una mujer desaparecida? Quizás verían la rejilla y… —Encuentra al Jugador Dos —entonó la voz de Freddy. Aimee perdió toda apariencia de calma y cedió al pánico. Comenzó a llorar y luego chilló. Chilló hasta que su garganta ardió y tuvo espasmos. Y luego tragó y gritó un poco más. Aimee gritó hasta que sus pulmones la obligaron a detenerse y llenarlos. Entonces comenzó a llorar. Sollozó al principio y luego, pensando en su amiga abandonada, se lamentó. Se dio cuenta de que Mary Jo había muerto de la misma forma que había vivido. Había muerto porque nadie se había preocupado lo suficiente por ella como para hacer lo que fuera necesario para cuidarla. —Encuentra al Jugador Dos —repitió la voz de Freddy. Aimee golpeó la puerta del cubículo y gritó a todo pulmón. ✩✩✩ Mary se acercó a la mesa de la simpática joven y frunció el ceño al ver el refresco que estaba en la mesa junto al menú sin abrir. Claramente, la soda no había sido tocada. Ya no estaba burbujeando y al menos la mitad del hielo se había derretido; un anillo de condensación se acumulaba en la resbaladiza superficie de madera de la mesa. Nadie se quedaba en un baño tanto tiempo. La mujer debió haberse ido. Mary miró hacia arriba y vio a Kim dirigiéndose hacia ella con una pareja de ancianos a cuestas. Mary se encogió de hombros, recogió la soda y el menú abandonados, limpió rápidamente la mesa y la señaló. Puedes sentarlos aquí, Kim. Mi último cliente despegó, supongo. Kim sonrió, asintió con la cabeza y ayudó a la pareja a instalarse en el reservado. Tan pronto como Kim se fue, Mary sonrió a sus nuevos clientes. —Hola, soy Mary ¿Cómo están hoy? ✩✩✩ Desde el respiradero cerca del pasillo que conducía a los baños, un grito cada vez más débil llegó hasta el comedor. Su eco duró un par de segundos, pero el sonido fue intrascendente. No tenía ninguna posibilidad de ser escuchado. Acerca de los Autores Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en con su familia Texas. Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates. Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma, ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson & Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora de reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de las computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en la costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede encontrar caminando por la playa. A —¡ paga las velas! ¡Apaga las velas! —Los amigos de Jake, con gorros puntiagudos de cartón, lo rodearon en la mesa. Justo delante de él había un pastel redondo y blanco decorado con nueve velas de los colores del arco iris. De alguna manera, Jake sabía que el pastel era de terciopelo rojo con glaseado de queso crema, su favorito. Jake se rio de los vítores de sus amigos, respiró hondo y luego resopló y resopló como el lobo feroz en “Los tres cerditos”. Apagó todas las velas a la vez. El corazón de Jake estaba lleno de felicidad. Había rostros sonrientes a su alrededor, rostros sonrientes que pronto serían rellenados de pastel y helado. Espera. «Nada de esto es real. Ni siquiera es un recuerdo». Jake necesitaba despertar. No estaba seguro donde estaba en la vida real, y este sueño lo había atraído a una falsa sensación de seguridad. Y, sin embargo, era muy tentador quedarse donde estaba ahora, donde todo se sentía tan feliz y acogedor. «No. Tienes que despertar». ✩✩✩ Larson había encontrado la manera de salir del campo. No estaba seguro de que vagar por las calles sin rumbo fijo fuera una mejora en comparación con vagar por un campo, pero al menos la iluminación era mejor y no había peligro de pisar un pastel de vaca. Tenía que haber alguna forma de salir de lo que fuera este extraño espacio y volver a la realidad. Una idea se le ocurrió. Por supuesto. El pozo de pelotas. Quizás el pozo de pelotas donde había obtenido las muestras de sangre era la conexión, el portal, que lo devolvería a la vida real. Tan pronto como tuvo el pensamiento, fue como si sus pies supieran automáticamente a dónde ir. Caminó varias cuadras a pesar de que ninguno de los puntos de referencia le resultaba familiar hasta que llegó al lugar del pozo de pelotas, el de Freddy Fazbear, como había sido antes. El lugar estaba animado. Los padres y los niños entraban y salían por las puertas, e incluso desde la acera, podía escuchar lo ruidoso que estaba el lugar, los pitidos de todos los juegos, la música, los niños riendo y gritando de emoción. Tan pronto como entró en la pizzería, pudo sentir las miradas críticas de la gente. Era bastante extraño que un hombre adulto entrara solo en Freddy Fazbear's, pero era aún más extraño cuando se veía tan intimidante como Larson. Seguía sangrando por las heridas y su camisa blanca estaba manchada de rojo. Estaba sudado por el esfuerzo y sabía que apestaba. No era de extrañar que los clientes de Freddy's le dieran un amplio margen. Pero eso estaba bien. No había venido aquí para causar una buena impresión. Había venido a buscar el pozo de pelotas. Y ahí estaba. Pero era un pozo de pelotas muy diferente del sucio donde había recogido las muestras de sangre. Esta versión del pozo estaba limpia y era nueva. Las pelotas eran de colores primarios brillantes, y el pozo estaba lleno de niños riendo, vadeando o “nadando” a través de las pelotas, a veces tirándolas unos a otros a pesar de que había un letrero que decía que no se suponía que debías hacerlo. —Policía. Necesito que todos salgan del pozo de pelotas, por favor — dijo Larson lo suficientemente alto, esperaba, para ser escuchado sobre los juegos, la música y las voces. No fue así, así que lo dijo de nuevo, aún más fuerte y mostró su placa. Esta vez los niños lo miraron y se dirigieron hacia la salida del pozo. Larson pensó que probablemente estaban actuando por un deseo de alejarse de él más que por un deseo de ser obedientes, pero bueno, lo que sea que funcionara estaba bien. Larson entró al pozo. Podía sentir las miradas confusas de los niños y sus padres. Relajó las rodillas y se dejó hundir hasta que se hundió hasta los hombros en pelotas de plástico de colores brillantes. Algo en él se sintió como hundirse en un baño de burbujas. Pero nada de esto le estaba dando información que pudiera ayudarlo a regresar a donde necesitaba estar. —Necesito ir más abajo —dijo a los padres e hijos que miraban. No estaba seguro de por qué sentía la necesidad de explicarlo, especialmente cuando sus palabras sólo los confundían. Se enterró más profundamente en el pozo hasta que quedó completamente enterrado y rodeado por la oscuridad. Entonces, de repente, ya no estaba oscuro. Estaba brillante y soleado, y cuando respiró hondo, sus pulmones se llenaron de aire fresco. Caminaba por la acera en una zona residencial de una ciudad agradable. Las casas de la calle eran pintorescos bungalows y los patios estaban bien cuidados, con césped cortado y alegres macizos de flores. Cuanto más caminaba, más familiar le parecía la ciudad. De repente recordó un recorte de periódico que había visto hace un tiempo. En unos pocos pasos, vio algo que definitivamente reconoció del recorte: un depósito de chatarra. De alguna manera sabía que este era el lugar. Una vez más, sus pies lo guiaron como si tuvieran conocimiento exacto del destino al que necesitaba llegar. Dentro del depósito de chatarra, Larson pasó junto a pilas de neumáticos viejos, aparatos electrónicos rotos y muebles desechados hasta que llegó a un coche viejo y estropeado. Sin siquiera pensar conscientemente en lo que estaba haciendo, se agachó y abrió el baúl. Eleanor se abalanzó furiosa, con sus dientes afilados al descubierto, y sus manos en forma de garras. Se abalanzó sobre él y lo derribó, arañándolo con sus dedos metálicos, desencajando sus mandíbulas y mordiendo su garganta. Eleanor era fuerte pero también liviana, por lo que Larson se las arregló para alejarla de él y arrojarla a un montón de basura. Luchó por ponerse de pie justo a tiempo para que ella volviera a atacarlo, esta vez empuñando una llanta de hierro que había encontrado. Ella lo balanceó y se conectó con su mandíbula. Por un segundo, quedó cegado por el dolor. Estaba bastante seguro de que ella se había aflojado un diente o dos. Se sacudió el dolor y se las arregló para arrebatarle la llave de hierro de su agarre. Él la balanceó con fuerza y conectó con su rostro, pero ella sólo se rio, una carcajada horrible y aguda que lo hizo temblar. Tiró la llanta de hierro. No le servía de nada, pero definitivamente necesitaba mantenerse fuera de su alcance. Luego vio algo a unos pocos metros de distancia que podría ser útil, el compactador de basura que se usaba para triturar grandes artículos de metal en cubos más pequeños y manejables para su eliminación. Se imaginó a Eleanor aplastada hasta la forma de un cubo inofensivo y casi sonrió. Salió corriendo en dirección al compactador de basura con la esperanza de que lo persiguiera hasta allí. —Tengo algo para que mastiques —se burló de ella—. ¡Estúpida e inútil muñeca! El collar en forma de corazón alrededor de la garganta de Eleanor palpitaba y brillaba de color rojo sangre. Eleanor dejó escapar un chillido horrible, un grito de guerrero, y se dirigió hacia él. Cuando lo alcanzó, él la agarró del brazo y la empujó hacia las mandíbulas del compactador de basura. Pronto sólo se oyeron los sonidos del metal crujiendo y los gritos espeluznantes de Eleanor. ✩✩✩ Larson se despertó tirado en el suelo de la casa donde se había desmayado. Miró hacia arriba para ver a Eleanor todavía en la mesa. Su rostro era una máscara de rabia. En su ira, estaba perdiendo la apariencia de la chica de cabello rizado y luciendo más como el maniquí trastornado que realmente era. Sus ojos eran oscuros pozos de ira. —¿Renelle? —dijo el hombre que pensaba que era su padre—. Renelle, ¿qué te está pasando? Eleanor abrió su boca increíblemente amplia. Unos zarcillos negros y pegajosos salieron disparados, se deslizaron por el suelo y luego se retorcieron alrededor de Larson y lo ataron. Los zarcillos estaban pegajosos y olían a cobre. «Sangre», pensó Larson. «Están hechos de sangre». Tan pronto como pensó esto, estaba de nuevo en el otro lugar, caminando por las calles. Pero esta vez sabía qué hacer. La piscina de pelotas. Había encontrado a Eleanor allí antes, y la volvería a encontrar allí. Y él la destruiría. La antigua pizzería era un espacio oscuro y vacío con ventanas sucias y agrietadas. Curiosamente, la puerta principal estaba abierta, como si alguien lo hubiera estado esperando. Había algunos gabinetes de juegos rotos y mesas y sillas destrozadas. Las paredes estaban adornadas con grafitis. Pero la piscina de pelotas estaba allí en su lugar habitual. Larson entró en el pozo. Las bolas de plástico estaban pegajosas y adheridas a su ropa y piel. Olían a descomposición. Se tapó la nariz como si estuviera saltando a una piscina y se hundió bajo la superficie. Larson salió a una habitación oscura. Algo de metal le rozó la mejilla; parecía que podía ser la cadena de tracción de una lámpara. Extendió la mano y tiró de ella, y una bombilla tenue y desnuda arrojó un tenue resplandor sobre la habitación. Las paredes eran de madera desnuda y se inclinaban como los contornos de un techo, y la habitación estaba abarrotada de cajas de cartón y tinas de plástico etiquetadas como ROPA DE INVIERNO, DECORACIONES DE NAVIDAD y CAÑAS DE PESCAR/ARTÍCULOS DE PESCA. Había una vieja mecedora y una mesa llena de chucherías (figuras, un gran candelabro de latón, un pisapapeles de vidrio) el tipo de cosas que nadie realmente necesitaba pero que a la gente le costaba soltar por alguna razón. Un gran baúl antiguo se encontraba en el extremo izquierdo de la habitación. Larson tenía la sensación de que el baúl ocultaba algo más que alguna baratija inútil. Con pavor, caminó hacia este. Eleanor estaba acurrucada en el baúl con las rodillas pegadas al pecho. Sus ojos se abrieron de golpe. Se impulsó fuera del maletero hacia Larson, sus frías manos de metal rodearon su garganta. Larson la agarró por las muñecas, tratando de aflojar su agarre, pero ella simplemente lo agarró con más fuerza. Ahogándose y farfullando, se tambaleó hacia atrás, chocando contra la mesa. Agarró ciegamente la superficie de la mesa y agarró el pesado pisapapeles de vidrio. Lo levantó y lo dejó caer con fuerza sobre la frente de Eleanor, sacudiéndola lo suficiente como para hacerla soltar el agarre de su garganta. Quizás los pisapapeles no eran tan inútiles después de todo. Ella movió la cabeza de un lado a otro como si estuviera desorientada y luego se abalanzó sobre él de nuevo, esta vez con la mandíbula abierta, exponiendo sus dientes afilados e irregulares. Larson agarró el candelabro de la mesa y lo balanceó con fuerza, golpeándola en la cabeza y tirándola al suelo. Le golpeó la cara una y otra vez, hasta que la fina capa de enfermiza piel grisácea no fue más que pulpa, y el cráneo plateado quedó expuesto debajo. Larson estaba de nuevo en el suelo de la casa. Mirando hacia arriba, vio a Eleanor en la mesa. Sus ojos aún estaban cerrados, pero su cuerpo estaba todo menos relajado. Tenía los puños y dientes apretados y movía la cabeza de un lado a otro como si estuviera diciendo no, no, no. Cerca de Larson en el suelo, el Stitchwraith había comenzado a moverse, deslizándose lentamente hacia la mesa donde yacía Eleanor. Larson parpadeó, y así, estuvo de nuevo en la calle. Sabía lo que tenía que hacer. Esta vez, la pizzería se llamaba Papa Bear's Pancake House. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas de cuadros rojos y blancos que combinaban con los manteles de plástico que se podían limpiar. Sólo una mesa estaba ocupada, con una familia de cuatro miembros que comían panqueques. Cerca de la estación de café, dos meseros con delantales de cuadros rojos y blancos charlaban. Se sintió aliviado de que no lo hubieran notado todavía. Miró en la esquina trasera del restaurante. Afortunadamente, la piscina de pelotas todavía estaba allí, y las pelotas de plástico estaban en un estado mucho más prístino que en su última visita. Él se hundió. Estaba en la habitación de un niño, por lo que parecía. El edredón de la cama era azul claro y estaba decorado con coches de carreras. Un cartel que mostraba a Freddy Fazbear y sus amigos colgaba de la pared sobre la cama. Ahora no había un niño, pero la habitación trajo a Larson de regreso a todas esas veces que había revisado debajo de la cama de Ryan en busca de monstruos. Siempre le había dicho a Ryan que no existían tales cosas, pero estaba equivocado. Larson sintió la presencia de Eleanor. Cayó de rodillas y levantó la falda de la cama. Nada. Descorrió las cortinas que llegaban hasta el suelo en caso de que se escondiera detrás de ellas. Tampoco había nada allí. Pero tan pronto como vio el armario, supo que ahí estaba. Abrió la puerta y un par de manos metálicas salieron disparadas, arrastrándolo hacia el interior del pequeño y oscuro espacio. Eleanor agarró a Larson por los hombros y golpeó su cabeza contra la pared del armario una y otra vez hasta que todo lo que pudo sentir fue un dolor candente. Se las arregló para darle un codazo en el vientre, lo que la hizo perder el equilibrio y lo liberó. Salió del armario a trompicones y recogió un bate de aluminio que se había guardado con el resto del equipo deportivo. Arrastró a Eleanor fuera del armario tomándola de la muñeca, luego le lanzó el bate a la cabeza como si estuviera haciendo todo lo posible por un jonrón. La fuerza del golpe le arrancó la cabeza parcialmente, por lo que colgaba locamente de su cuello por unos pocos cables. Larson le dio otro golpe, este aún más fuerte, que cortó la cabeza de Eleanor por completo. ✩✩✩ Sobre la mesa, Eleanor se retorcía como si sufriera una agonía. El Stitchwraith se había arrastrado hasta la mesa y parecía estar tratando de reunir la fuerza para ponerse de pie. ✩✩✩ Larson estaba golpeando el pavimento de nuevo, ya caminando por el camino desgastado hacia donde estaba el pozo de pelotas. Esta vez el restaurante era poco más que un agujero oscuro y vacío con ventanas rotas y grafitis. La mayor parte de lo que había dentro había sido despojado o destrozado. Pero el pozo de pelotas todavía estaba allí, polvoriento y en ruinas, con las bolas de plástico cubiertas con una suciedad desagradable que les había dado a todas el mismo color indeterminado. Olía a podredumbre y algo peor. Larson inspiró y espiró por la boca e intentó reprimir su reflejo nauseoso. Se hundió. El espacio era enorme y cavernoso. La luz de la luna entraba a raudales por un tragaluz de arriba. Parecía una especie de almacén, aunque no parecía almacenar nada en estos días. Un colchón viejo y unos sacos de dormir en un rincón sugerían que alguien podría haber hecho del lugar su hogar temporal. Larson miró a su alrededor en el gran espacio vacío. No había muchos lugares para esconderse. Luego escuchó una risa, la carcajada aguda que hizo que los diminutos pelos de la parte posterior de su cuello se erizaran. Venía de arriba de él. Se asomaba por el tragaluz abierto. Cayó hacia abajo, aterrizando sobre Larson, dejándolo sin aliento. Quedó tumbado de espaldas. ✩✩✩ Jake estaba tan débil que luchó por levantarse, pero usó la mesa de metal para estabilizarse, y pronto estuvo de pie. Cuando vio a Eleanor, sintió una oleada de rabia que le dio la fuerza para subirse a la mesa. Se inclinó sobre Eleanor y trató de reunir la fuerza para hacer lo que tenía que hacer. Eleanor no parecía estar completamente despierta, pero su rostro estaba cambiando. Sus ojos se hincharon. Tentáculos negros salían disparados de su boca, de sus dedos de las manos, de los dedos de sus pies. Las enredaderas negras y viscosas trepaban por las paredes y se deslizaban por el suelo. Los tentáculos volaron de ella y se envolvieron alrededor de su rostro hasta que no pudo ver. ✩✩✩ En el almacén, Larson intentó apartar a Eleanor de él, pero ella lo inmovilizó, se inclinó y le mordió la mejilla, le sacó sangre y luego se rio. Se estremeció por el sonido y el dolor. Larson logró darse la vuelta y ahora estaba encima de Eleanor. Sus manos se cerraron alrededor de su garganta. ✩✩✩ En la sala de estar, Jake esquivó la sangre negra que brotó de la nariz y boca de Eleanor. Eleanor se incorporó de golpe y le agarró el cuello con ambas manos. Jake sintió una repentina oleada de fuerza. Apartó sus manos como si no estuviera haciendo nada más extenuante que golpear las muñecas de Eleanor. Sosteniendo a Eleanor, Jake se cernió sobre ella, sus ojos ardían de furia. Se inclinó sobre ella hasta que su rostro y torso quedaron cubiertos por su capa. Ella se retorcía y pateaba, pero él se acercó aún más, con los ojos ardiendo de furia, sosteniendo a Eleanor hasta que se quedó completamente inmóvil. Jake sabía que ahora sólo él podía oír la furia rugiente de Eleanor. Ya no estaba viva. Era parte de Jake, de la misma manera que Andrew lo había sido. Pero ella no era como Andrew. Andrew no había sido exactamente agradable. Había estado tan lleno de rabia como Eleanor. Pero Andrew estaba herido. No había sido malo en el fondo. Eleanor era mala desde su interior. Pero ahora no tenía poder aquí. Jake se concentró hasta que pudo acceder a los recuerdos de Eleanor… si es que podían llamarse recuerdos. Usando la habilidad que Jake había descubierto después de su confrontación con el conejo de la basura, Jake buscó esos años y encontró un momento de rabia y angustia hirvientes. Pensó que si podía meter a Eleanor en una burbuja de ese momento, podría someterla. Estaba en lo correcto. Con esa única intención, Eleanor fue derrotada, contenida. Su espíritu inmundo se dobló sobre sí mismo y fue silenciado. Cuando Jake la vio acostada sobre la mesa, tenía la apariencia seca y marchita de una momia antigua. Estaba más que muerta. Estaba vacía. Era una cáscara. Agotado, Jake se recostó y dejó que su mente se quedara en blanco. ✩✩✩ Dos semanas después: Larson ya no estaba destinado a deambular perdido en diferentes lugares y épocas. Estaba en el aquí y ahora, que en este caso era el campo de juego en el momento del juego de su hijo. El aire estaba fresco, pero el cielo era tan azul que parecía el telón de fondo pintado de una obra de teatro. Las peleas de Larson con Eleanor habían abierto algunos puntos, por lo que estaba vendado de nuevo. Rígido y adolorido, se subió con cautela a las gradas y se sentó al final de una fila. Miró el diamante verde. Allí estaba Ryan. Estaba en los jardines y, como solía ocurrir con Ryan, parecía aburrido. Estaba jugando con su guante de béisbol y pateando el césped con un zapato, que parecía estar desatado. Larson sonrió cuando Ryan miró hacia las gradas y vio a su padre. Ryan saludó salvajemente y Larson le devolvió el saludo. Luego Larson señaló al bateador. Ryan todavía sonriendo, asintió y se concentró en la tarea que tenía entre manos. El bateador en el plato hizo un swing y conectó. ¡Bien! Bajo el sol brillante, la pelota se elevó hacia los jardines. Larson se puso de pie, vitoreando cuando su hijo atrapó la pelota. ✩✩✩ Jake no estaba seguro de por qué se sentía tan atraído por el restaurante abandonado, pero así se sentía. Tanto es así que con la poca fuerza que le quedaba, había cruzado concienzudamente la ciudad para llegar hasta aquí. Su batería se había recargado, sólo un poco, lo suficiente para que pudiera caminar. Pero su caminar era en realidad más un arrastramiento de pies; no iba a llegar muy lejos. Cada movimiento requería toda la fuerza que poseía. Ahora Jake estaba entrando en el edificio vacío. Sus pies se arrastraron por el suelo polvoriento mientras apuntaba hacia su destino. En cierto modo, lo estaba conduciendo hasta aquí, lo sabía. Pero no realmente. Ella no tenía voluntad. Él tenía el control. Pero había aprendido lo suficiente sobre ella mientras la vencía como para saber que aquí era donde tenía que enterrarla. Jake cruzó arrastrando los pies a través de un comedor desolado y se dirigió al pozo de pelotas que había estado viendo en su mente desde que había integrado los restos de Eleanor en su conciencia. Era un lugar horrible. Podría decirlo sin dudas. No sólo que se veía asqueroso por lo polvoriento, descolorido y con olor a descomposición, sino que realmente era horrible. Era como un cementerio para las almas de las víctimas de una maldad que no comprendía del todo. ¿Qué había pasado aquí? ¿De dónde vino Eleanor? ¿Ella había causado todo este caos, o el caos la había afectado de alguna manera? Jake se detuvo frente a la lúgubre cuerda amarilla que advertía a cualquiera lo suficientemente loco como para entrar aquí e intentar entrar en este pozo de terror y dolor. Aquí era donde Jake tenía que estar para hacer el último bien que podría hacer. Se sentía como el final, pero esperaba que fuera más un comienzo, el comienzo del único viaje que realmente quería emprender. Había terminado todo lo que tenía que hacer. Había logrado reunir al Dr. Talbert con su verdadera hija. Y había encontrado a la verdadera chica sin hogar que Eleanor había reemplazado. La chica real con el cabello castaño rojizo había sido encerrada en un baúl en el edificio abandonado donde Jake había encontrado originalmente a Eleanor. A pesar de su terror por ser rescatada por él, se había asegurado de que llegara a un hospital. Jake entró en el pozo de pelotas y, tan pronto como lo hizo, este comenzó a llevárselo. Dejó que la piscina de pelotas lo llevara. Abajo. Y más abajo. Se sentía como hundirse en un charco de agua. Todo lo que tenía que hacer era relajarse y dejarse llevar hacia abajo. Entonces eso fue lo que hizo. Se hundió cada vez más. Tan pronto como lo hizo, ya no se dio cuenta del pozo. No se dio cuenta de nada físico en absoluto. ✩✩✩ Millie se encogió cuando una rama de abeto colgando bajo le rozó la mejilla. La apartó y miró a la oscuridad más allá de ella. ¿Dónde estaba la casa de su abuelo? Acababa de estar allí, ¿no? ¿Cómo pudo alejarse tanto? Millie se ajustó el jersey negro y se frotó los brazos para entrar en calor. Se sentía realmente helada, aunque la noche no era tan fría. Antes de salir de casa, no había querido estar en la estúpida cena de Navidad con todos sus estúpidos parientes. Pero ahora, por razones que no entendía, ese era el único lugar donde quería estar. Y, por supuesto, porque lo quería, no podía hacerse realidad. Nunca conseguía lo que quería. Siempre se vio obligada a hacer lo que todos los demás querían que hiciera. Sus padres. Su abuelo. Los profesores de la escuela. No era justo. Cerca, graznó un cuervo. Millie saltó y se dio la vuelta. Oyó un susurro en la maleza y trató de ver en la oscuridad. Cuando nada se movió, comenzó a caminar de nuevo. Millie pensó que sólo había estado aquí unos minutos. Entonces, ¿por qué se sentía como si hubiera estado deambulando durante tanto tiempo? Antes de que pudiera reflexionar sobre esa pregunta, el follaje crujió de nuevo, y esta vez, una mano lo atravesó. Millie jadeó y se detuvo en seco. Un chico salía de en medio de un arbusto de arándanos. Millie lo miró fijamente, preparada para correr si él era una amenaza. Sin embargo, no parecía una amenaza. Con un rostro redondo y pecoso, ojos verdes brillantes, una gran sonrisa y una espesa maraña de rizos marrones que caían sobre sus ojos, el chico se veía realmente agradable en realidad. Millie se encontró sonriéndole, a pesar de sí misma. —¿Te perdiste? —preguntó el chico. Millie negó con la cabeza a pesar de que lo estaba. —Soy Jake —dijo el niño. Luego tomó la mano de Millie. Para su sorpresa, Millie no se resistió en absoluto. En cambio, dejó que el niño, Jake, la guiara por el bosque. Sin embargo, no la guio por mucho tiempo. En lo que pareció un instante, Jake estuvo allí y luego se fue. Desapareció y Millie se encontró en el porche de su abuelo. A través del gran ventanal, Millie podía ver a su familia reunida alrededor de la mesa. Detrás de ellos, el árbol de Navidad estaba iluminado como lo había estado cuando salió de la casa. Y por alguna razón, Millie estaba feliz de verlo. También estaba feliz de ver a su familia. Sin estar segura de por qué se sintió tan bien de repente, pero sin importarle realmente, se apresuró a cruzar el porche. Abrió la puerta y entró corriendo en la habitación. Su abuelo la saludó con una sonrisa y un abrazo, que Millie… por una vez… estaba feliz de recibir. Por primera vez que podía recordar, Millie se sintió como en casa. ✩✩✩ Dentro del restaurante abandonado, motas de polvo bailaban en el silencio. El pozo de pelotas se agachaba en la esquina como de costumbre, totalmente quieto. O quizás no del todo. Aunque las bolas de plástico no se movían, de repente, una de ellas se encendía. Se encendía y pasaba de un rojizo a un dorado brillante. Luego se volvía clara, como una bola de cristal brillante. Dentro del orbe de cristal reluciente, apareció una pequeña escena. La escena era la de una Navidad familiar: gente riendo reunida alrededor de una mesa cerca de un árbol de Navidad. En el centro del grupo de personas, una joven vestida toda de negro sonrió como si no hubiera sonreído en mucho tiempo. Alrededor de esta bola clara y brillante y su atractiva escena, otras bolas en la piscina de bolas comenzaron a transformarse de plástico sucio a cristal transparente brillante. Cada bola de cristal se iluminó con su propia pequeña escena feliz. Pronto, todas las bolas de plástico empezaron a brillar. Todas centelleaban como estrellas deslumbrantes en un cielo nocturno despejado. ✩✩✩ Larson se sentó en la sala de estar del Dr. Talbert. Parecía extraño estar sentado en el sofá en la misma habitación donde se había acostado en el suelo cuando el Stitchwraith finalmente puso fin a Eleanor. En ese momento habría dicho que nunca volvería a esta casa. Pero tenía que hacerlo. Era detective y todavía tenía preguntas. El Dr. Talbert se sentó en el sillón frente a él. —¿Cómo puedo ayudarlo, detective? —Sólo había una cosa más que quería aclarar —dijo Larson. —Es por mi propia curiosidad personal, en verdad. Remanente, ¿qué es? ¿Es algún tipo de… magia? Cuando era más joven, Larson nunca hubiera pensado que la magia era siquiera una posibilidad vaga. Pero había visto muchas cosas extrañas desde entonces. Talbert suspiró. —El remanente es… —Hizo una pausa—. En términos no científicos, es como si el metal estuviera embrujado. Es más complicado que eso, por supuesto, pero es similar a la forma en que el agua conduce la electricidad. Remanente es la mezcla de lo tangible con lo intangible, de la memoria con el presente. Hace que las personas y las cosas que se pierden se vuelvan casi reales. —Talbert tenía una mirada triste y distante en sus ojos—. Sabes, cuando Renelle era una niña, estaba enferma. Entraba y salía del hospital de forma casi constante. Estaba asustado, aterrorizado, de verdad, de que ella muriera. Me quedaba despierto por las noches tratando de pensar en formas de protegerla. Hice un pequeño colgante para ella con Remanente. De esa manera, pensé que nunca podría perderla por completo. —¿Todavía tiene el colgante? —preguntó Larson. —Sí. ¿Le gustaría verlo? Larson asintió. Talbert salió de la habitación y regresó sosteniendo una cadena de la que colgaba un colgante en forma de corazón. Lo sostuvo a distancia de su cuerpo, entre el dedo índice y el pulgar, de la misma manera que uno podría sostener un ratón muerto por la cola. Aun así, el collar parecía una joya ordinaria que cualquier joven podría usar. Larson estaba seguro de que nadie le dio una segunda mirada. —Fue un terrible error crear esto —dijo Talbert, mirando el collar—. Fue mi obsesión por crear esto lo que me hizo perder a Renelle en primer lugar. —Me temo que todavía no entiendo —intervino Larson—. Si está embrujado, ¿cómo sucedió? Talbert no miró a Larson a los ojos. Le tendió el colgante. —Mire, ¿por qué no lo toma? Larson estaba confundido. —¿Yo? —Sí —respondió Talbert—. Tómelo. Haga lo que quiera con él. Honestamente, ni siquiera puedo soportar mirarlo. Talbert dejó caer el colgante en la palma de Larson. Se sentía tan pequeño, tan insignificante. Talbert acompañó a Larson hasta la puerta. —Gracias por pasar, detective. Y gracias por quitarme el colgante de las manos. Quizás ahora pueda pasar página y comenzar un nuevo capítulo en mi vida, con mi verdadera hija. Una vez que Larson estuvo en la acera, escuchó un sonido suave y agudo. Miró a su alrededor en busca de la fuente del ruido y descubrió que provenía del colgante en su palma. Era como si estuviera cantando una canción, pero era demasiado baja para poder distinguir la letra. Levantó el colgante para inspeccionarlo y el sol brilló a través de él. Era deslumbrante.