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Fazbear Frights #11

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Fazbear Frights
#11
Scott Cawthon
Elley Cooper
Andrea Waggener
Copyright © 2021 por Scott Cawthon. Todos los derechos
reservados
Foto de TV estática: © Klikk/Dreamstime
Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc.
Editores desde 1920. SCHOLASTIC y los logotipos asociados son
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El editor no tiene ningún control y no asume ninguna
responsabilidad por el autor o los sitios web de terceros o su
contenido.
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes,
lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se
usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares
es pura coincidencia.
Primera impresión 2021
Diseño de portada de Jeff Shake
e-ISBN 978-1-338-78597-5
Todos los derechos reservados bajo las convenciones
internacionales y panamericanas de derechos de autor. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida,
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Contenido
Portadilla
Copyright
Bromista
Niños Jugando
¡Encuentra al segundo jugador!
Acerca de los Autores
Rompecabezas
A
lgunas noches Jeremiah se sentía como una de las últimas células de
un cuerpo moribundo. Cuando lo contrataron hace cuatro años, recién
salido de la universidad, la oficina era un lugar animado y dinámico, lleno
de gente llena con ideas. El jefe incluso aparecía regularmente en ese
entonces. La compañía había producido un par de videojuegos de éxito
moderado y todos se sentían seguros de que estaban mejorando.
Desafortunadamente, tenían un pésimo sentido de la orientación.
Los últimos tres años habían traído un número creciente de despidos y
una cantidad decreciente de ingresos. Jeremiah estaba en el proceso de
enviar su currículum a otros empleadores potenciales cuando la compañía
fue comprada repentinamente por Fazbear Entertainment y se le
encomendó la tarea de desarrollar su nuevo juego de realidad virtual.
Emocionado por la posibilidad de trabajar con la realidad virtual y con la
esperanza de que la exitosa franquicia le diera una nueva vida a la empresa,
decidió quedarse.
Además, en realidad no quería irse. Si se marchaba, podría perder a
Hope.
Hope, en este caso, se refería a una persona, no a una cualidad, aunque
Jeremiah tenía que admitir que puso muchas de sus esperanzas en Hope.
(Hope en este caso es un nombre, el cual significa/se traduce como esperanza.) Una de los tres
empleados que se quedaron en la oficina, Hope poseía todas las cualidades
humanas que Jeremiah atesoraba. Era amable y considerada sin ser una
presa fácil. Era inteligente e ingeniosa sin ser arrogante. Era trabajadora
pero también amante de la diversión.
No amaba a Hope por su apariencia, pero aun así tenía que admitir que
era encantadora a la vista. Los hombres que prefieren los tipos de chica
más llamativas podrían encontrarla un poco sencilla, pero en opinión de
Jeremiah, esos hombres eran demasiado obvios en sus gustos para apreciar
la belleza suave y natural de Hope. Tenía el pelo rubio ceniza hasta los
hombros que caía en suaves ondas alrededor de su rostro de rasgos
afilados. Tenía los ojos muy abiertos, marrones y parecidos a una cierva.
Sus labios eran delicados pétalos de rosa. Jeremías a menudo se preguntaba
si eran tan suaves como parecían.
Dado que Jeremiah veía a Hope todos los días, pensó que seguramente
algún día ella realmente lo vería y se daría cuenta de cómo se sentía. Había
intentado confesarle sus sentimientos en dos ocasiones diferentes. La
primera vez, sintió como si le hubieran cerrado la boca con
superpegamento. La segunda vez había abierto la boca, pero luego su único
otro compañero de trabajo, Parker, había irrumpido y se había apoderado
del centro del escenario, como siempre. A diferencia de Jeremiah, Parker
nunca tenía problemas para encontrar las palabras. Jeremiah a veces
deseaba que se le escaparan algunas.
Jeremiah estaba sentado en su escritorio, trabajando en la codificación
del juego de realidad virtual, absorto en su trabajo. Distraídamente levantó
su taza térmica para tomar un sorbo de café. Tan pronto como el líquido
tocó su lengua, sintió como si su boca se volviera del revés. El sabor era
insoportablemente amargo y, sin siquiera pensarlo, lo escupió, rociando la
pantalla de la computadora.
—¿Qué–?
—¡Oh, eso fue muy gracioso!
La voz de Parker resonó desde la puerta.
Se reía con su habitual maníaco hee-hee-hee.
—¡Fue un gran escupitajo! ¡Caíste! Lo tengo en mi teléfono. Te lo
mostraré.
Jeremiah miró hacia arriba para ver a Parker, con su cabello demasiado
peinado y su traje impecable, convulsionado por la risa. Para empeorar las
cosas, Hope estaba de pie junto a él, riendo tontamente y tapándose la
boca con la mano.
Su risa, a diferencia de la de Parker, era suave y encantadora, como el
repique de una campana. Jeremiah deseaba que ella se riera con él de alguna
broma privada que hubieran compartido en lugar de reírse de él, atrapada
en otra de las estúpidas bromas de Parker.
Jeremiah sabía que se estaba sonrojando. Miró la taza. Un olor acre salió
flotando de esta y le provocó un hormigueo en la nariz.
—¿Qué es eso?
Parker se rio aún más fuerte.
—¡Vinagre de sidra de manzana! Lo metí en tu taza mientras estabas en
el baño. En realidad se supone que es bueno para ti, pero probablemente
ayuda saber de antemano que es lo que estás bebiendo.
Hope negó con la cabeza, pero estaba sonriendo.
—Parker, eres terrible. —Sin embargo, su tono dulce no sonaba
negativo. Era como si le gustara que él fuera terrible.
—Mira esto —dijo Parker. Levantó su teléfono hacia Jeremiah. En la
pantalla, Jeremiah se vio a sí mismo trabajando sin darse cuenta, y luego
bebiendo un bocado del vil líquido. Vio como sus ojos se agrandaron y
escupió el vinagre de su boca, luciendo como una fea gárgola de piedra con
un pico por boca.
—Wow —dijo, tratando de sonar afable—. Realmente lo grabaste muy
bien.
—¡Claro que lo hice! —respondió Parker, pasando una mano por su
copete marrón sobregelificado. No mostró signos de detener su risa a
corto plazo—. ¿Cuánto tiempo crees que tardaría este vídeo en volverse
viral?
—No lo publiques —dijo Jeremiah, sonando más débil y más
desesperado de lo que pretendía. Ya estaba lo suficientemente
avergonzado con sólo dos personas presenciando la broma.
—Mira —dijo Hope. Tomó el teléfono de la mano de Parker y tocó la
pantalla—. Eliminado. Nadie más necesita ver eso excepto nosotros. —Su
voz era suave y reconfortante.
Jeremiah se sintió conmovido.
—Gracias, Hope.
Parker le dio un codazo a Hope.
—Aww, no eres divertida.
—Y tú eres muy travieso. —Hope rebuscó en su bolso y luego caminó
hacia el escritorio de Jeremiah. Sostenía una menta envuelta en su mano
extendida—. Toma, esto te quitará el desagradable sabor de la boca.
Jeremiah tomó la menta, dejando que sus dedos rozaran la palma de la
mano de Hope, era suave y tersa. Su anillo favorito, una aguamarina, por
su piedra de nacimiento, parpadeó en la luz mientras retraía la mano.
Preferiría tomar su mano que la menta, pero sabía que eso no era lo que
le estaba ofreciendo.
—Gracias —repitió. Se metió la menta en la boca. Era dulce. Como
Hope.
Parker le dio una palmada en la espalda.
—Fue una gran broma —dijo de nuevo, riendo—. Pero no hay
resentimientos, ¿verdad, amigo?
Jeremiah miró el rostro sonriente de Parker, con sus dientes grandes,
casi increíblemente blancos.
Había algo infantil en él, travieso pero no malévolo. No podía enojarse
con Parker.
—Por supuesto que no —le respondió Jeremiah—. Pero ten cuidado.
Puede que seas el siguiente.
—¿Eso crees? —dijo Parker con una de sus risas hee-hee-hee.
—Esto fue una gran broma, amigo. Inténtalo si puedes. ¡Muchos lo han
intentado, pero todos han fallado! —Salió de la oficina como si no quisiera
darle la espalda a Jeremiah.
Hope negó con la cabeza, sonriendo.
—Es como un niño pequeño.
—Estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Jeremiah. Este hecho
lo hizo sentir extrañamente feliz. Hope y él eran tan compatibles que
incluso pensaban lo mismo—. Quiero decir, es bueno en su trabajo y todo,
pero psicológicamente… Yo diría que tiene unos ocho años.
Hope suspiró. Hubo un silencio incómodo que Jeremiah no pudo llenar,
y luego Hope dijo—: Bueno, creo que será mejor que vuelva al trabajo.
—¿Y de quién estás haciendo el trabajo hoy? —preguntó Jeremiah. Esta
pregunta era una especie de broma recurrente.
Hace tres años, Hope había sido contratada para trabajar en la
recepción de la oficina, pero a medida que disminuyó el número de
empleados, terminó haciendo el trabajo de varias otras personas. Sin
compensación adicional, por supuesto.
—Mayormente del director de relaciones públicas. Aunque más tarde
creo que me ascenderán como falsa jefa por un tiempo.
Jeremiah se sentó más derecho.
—Será mejor que me cuide y trate de actuar muy ocupado.
—Será mejor que lo hagas —dijo Hope, mostrando su pequeña y
encantadora sonrisa—. No querrás que la falsa jefa tenga que fingir que te
despide.
Jeremiah le devolvió la sonrisa, deseando poder pensar en una respuesta
ingeniosa.
—Bueno… —Hope levantó la mano en un pequeño saludo—. Espero
verte luego, Jeremiah.
—Estoy seguro de que lo harás —respondió Jeremiah. ¿Cómo podía no
verlo? Sólo había tres personas en todo el piso.
Pero al mismo tiempo, sabía que Hope en realidad no lo veía. No de la
forma en que él quería que lo hiciera. Y sin embargo, cada vez que ella
estaba en la habitación, sus sentimientos por parecían tan obvios. Cada vez
que ella se acercaba, él se sentía como uno de esos viejos personajes de
dibujos animados cuyos ojos se salen de sus órbitas y el corazón les late
visiblemente en su pecho. Pero aparentemente ella no lo veía así. O lo veía
como a cualquier otra cosa.
Jeremiah suspiró. Era hora de volver al trabajo.
✩✩✩
Jeremiah vivía en un sencillo apartamento de una habitación a poca
distancia de la oficina. Había vivido en lugares mucho peores cuando era
estudiante: apartamentos en el sótano con antiguas alfombras manchadas
y grifos que goteaban más de lo que corrían. Todo en este apartamento
estaba limpio, nuevo y en perfecto estado, pero era aburrido, soso y
completamente desprovisto de carácter. Era una cajita ordenada con
paredes color cáscara de huevo y alfombra beige, todo diseñado para ser
lo más neutral e inofensivo posible. Jeremiah sabía que colgar algunos
cuadros en la pared y agregar algunas plantas o cojines de colores ayudaría
en las cosas, pero nunca pudo reunir la motivación para decorar. Algo en
el apartamento se sentía temporal, como una habitación de hotel en la que
se iba a quedar por algunas noches, a pesar de que había firmado un
contrato de arriendo por un año.
Esta noche, tan pronto como llegó a “casa”, si eso es lo que era este
lugar, se quitó los pantalones caqui casuales de negocios y la camisa
abotonada y se puso una camiseta y un par de pantalones deportivos
andrajosos pero cómodos. Fue a la cocina, abrió la puerta del refrigerador
y examinó sus opciones. Pensó que probablemente debería comerse las
sobras de comida china para llevar antes de que se echara a perder. Agarró
la caja de papel blanco, un refresco y un tenedor, y se dirigió al sofá. Cogió
el mando a distancia y navegó por los canales mientras sorbía sus fideos
fríos de la caja.
Había una película de acción que parecía prometedora, una que había
querido ver cuando estaba en el cine, pero no había llegado a hacerlo. Se
acabó los fideos y observó al héroe, vestido con un costoso traje negro,
corriendo, saltando y golpeando a los malos. Se imaginó brevemente a sí
mismo vistiendo el mismo tipo de traje y dándole un puñetazo a Parker en
la cara. Pero sabía que nunca lo haría. Decididamente, no era un hombre
de acción. Era el tipo de persona que se sentaba pasivamente y observaba
cómo se desarrollaba la acción frente a él en una pantalla.
Cuando terminó la película cambió a un programa de entrevistas
nocturno, pero pronto se quedó dormido. Soñó, como solía hacer, con
Hope. Hope y él estaban en un restaurante elegante con luz tenue y
manteles blancos impecables. Llevaba un vestido de color rosa con un
escote redondo que mostraba sus hermosas clavículas. Él llevaba el mismo
traje negro que el chico de la película de acción. Estaban comiendo postres
franceses frou-frou, pot au chocolat para ella y creme brúlée para él, y se
inclinaron sobre la mesa para alimentarse mutuamente con cucharadas
dulces. No hablaban porque no necesitaban hacerlo. Incluso sin hacer
ruido, estaban en perfecta armonía.
Cuando sonó la alarma de su teléfono, Jeremiah se sobresaltó y miró a
su alrededor, desorientado. Había dormido en una posición incómoda en
el sofá toda la noche. Le dolía el cuello y había babeado sobre la tapicería.
Y ahora, como casi todas las mañanas, era hora de hacer el café, de
masticarse obedientemente un cuenco de cereal, de ducharse y ponerse
unos pantalones caqui limpios y un polo, todo en preparación para otro
largo día de trabajo.
El sueño que había disfrutado la noche anterior definitivamente había
terminado.
En la ducha, se dio a sí mismo una charla de ánimo. «De acuerdo, Hope
es completamente ajena a tus sentimientos, y cree que Parker es hilarante.
¿Pero sabes qué? Eres un buen tipo y Parker, en el fondo, es un idiota. ¿No
decía mamá siempre que la amabilidad es más importante? Entonces, tal
vez si sigues mostrándole a Hope lo agradable que eres, eventualmente se
dará cuenta de que no puede vivir sin ti».
La charla de ánimo ayudó muchísimo. Jeremiah silbó mientras se vestía
con un poco más de cuidado que de costumbre. Se afeitó un crecimiento
de barba de tres días e incluso se puso un pequeño “producto”, aunque no
recordaba cuándo ni por qué lo había comprado, en su cabello. Se miró en
el espejo. «Nada mal». No era un héroe de acción, pero se veía bien. Y él
era agradable. Ser agradable era la clave.
Caminó hacia la oficina con un salto en su paso y tomó el ascensor hasta
el quinto piso. Tan pronto como las puertas se abrieron, escuchó el sonido
de la risa de Hope.
Parker estaba sentado en su escritorio mostrándole a Hope algo en su
computadora. Ambos se reían.
Hope estaba parada justo detrás de él mirando la pantalla. Si alguno de
ellos ajustara sus posiciones por una pulgada, se estarían tocando.
—Hola, chicos —dijo Jeremiah.
Ninguno de los dos se apartó de lo que estaba en la pantalla.
—Hola, chicos —repitió Jeremiah, más fuerte esta vez.
—Oh, hola, Jeremiah —dijo Hope, favoreciéndolo con una sonrisa—.
No te escuché entrar.
«Nadie puede oír mucho cuando Parker está alrededor», pensó
Jeremiah.
Pero no dijo las palabras. Agradable. Eso era lo que iba a ser.
—Hola, Jeremiah, mi hombre —dijo Parker, sonriendo con su sonrisa
más falsa—. ¿Has tomado tu taza de vinagre esta mañana, o debería dártela
yo?
Hope le dio a Parker una pequeña palmada en el hombro.
—Detén eso ahora. —Se giró para mirar a Jeremiah con sus grandes y
hermosos ojos—. Jeremiah, sólo quiero que sepas que he hablado con
Parker, y ha prometido comportarse lo mejor posible hoy.
—Hice esa promesa. —Parker esbozó una sonrisa maliciosa—. El
problema es que mi mejor comportamiento aún no es tan bueno. Movió
las cejas teatralmente.
—Bueno, entonces vas a tener que ser mejor que tu mejor —dijo Hope,
aunque su voz todavía tintineaba de risa. Quiero decir, mira al pobre
Jeremiah allí. Sus nervios están destrozados.
«Al menos me está mirando», pensó Jeremiah, aunque deseaba que ella
no lo estuviera mirando con lástima.
Cuando Jeremiah llenó su taza en la estación de café, la olió para
asegurarse de que fuera realmente café. Incluso con Parker supuestamente
en su mejor comportamiento, no se puede tener demasiado cuidado.
Jeremiah se sentó en su escritorio y comenzó a trabajar en el juego.
Cayó en la pantalla y, durante unas horas, la combinación de creatividad y
resolución de problemas lo distrajo de pensar en la delgada distancia que
separaba a Hope y Parker en su escritorio esta mañana.
Llamaron a la puerta entreabierta. Saltó un poco a pesar de que el golpe
había sido tan ligero que apenas estaba allí. Cuando estaba inmerso en el
trabajo, volver a la realidad siempre resultaba un poco sorprendente.
Afortunadamente, era una agradable realidad a la que regresar. Hope
estaba de pie en la puerta, sonriéndole.
—Lamento romper tu concentración. Parker se está quedando sin
bocadillos. ¿Quieres uno también?
—Claro, gracias.
—¿Carne en conserva con centeno con mostaza extra, chips de tortilla
y pepinillos al lado? —preguntó Hope.
¿Fue patético cómo le dio un vuelco el corazón al escuchar que ella
conocía su pedido de sándwiches?
—Me conoces bien —dijo, sonriéndole.
—Es el único tipo de sándwich que te he visto comer.
—Lo siento, soy tan predecible. —Jeremiah se sintió repentinamente
seguro de que era la persona más aburrida del mundo. No es de extrañar
que Hope prefiriera el cañón suelto que era Parker.
—Oye, lo predecible puede ser bueno a veces. En un mundo
impredecible, es bueno saber que un sándwich de carne en conserva
siempre te hará feliz.
«Tú eres lo que me haría feliz», pensó Parker. Pero, por supuesto, no
lo dijo. Simplemente agradeció a Hope por tomar su orden del almuerzo,
luego se reprendió a sí mismo por su debilidad, por ser un cobarde
aburrido, predecible, que comía carne en conserva con centeno y que
nunca tuvo el coraje de expresar sus verdaderos sentimientos.
Regresó a su computadora y volvió a sumergirse en el mundo virtual.
Estaba teniendo mucho más éxito allí que en el real.
Media hora después, Hope apareció en su puerta de nuevo.
—Oye, Parker y yo vamos a almorzar en la sala de descanso. ¿Quieres
unirte a nosotros?
—Claro —respondió Jeremiah. No pudo evitar sentir que lo estaban
invitando como una ocurrencia tardía, pero no podía decir que no a
ninguna reunión que incluyera a Hope.
Se sentaron alrededor de la mesa en la sala de descanso. Jeremiah abrió
su caja de plástico para llevar. Sándwich de carne en conserva, chips de
tortilla y un pepinillo. Su predecible favorito.
—Oigan, ¿alguien vio Kingdom of bones anoche? —preguntó Parker,
arrancando un trozo de su sándwich de rosbif con sus gigantescos dientes.
Jeremiah recordó un documental sobre la naturaleza que vio con leones
arrancando grandes trozos de cebra con sus enormes colmillos. Temía que
Parker fuera el león aquí y él fuera la cebra.
Está en mi DVR. No lo he visto todavía, así que no digas spoilers —dijo
Jeremiah.
—No veo ese programa. Es demasiado violento para mí —dijo Hope,
mordisqueando delicadamente una esquina de su envoltura de verduras.
Era vegetariana porque decía que los animales eran amigos, no comida.
Jeremiah admiraba su buen corazón, sin mencionar su convicción y
autodisciplina—. Ya hay demasiada violencia en el mundo. No me gusta
verla actuada como entretenimiento.
Eso era lo que pasaba con Hope, pensó Jeremiah. Era una buena
persona. Tenía principios.
—Eres tan chica —dijo Parker en un tono que implicaba que ser una
chica era algo malo—. Apuesto a que ves comedias románticas en su lugar.
Hope esbozó una pequeña sonrisa de aspecto avergonzado.
—A veces lo hago.
Parker negó con la cabeza.
—Preferiría que me quemaran los ojos con un atizador caliente que ver
una sola comedia romántica.
—Bueno, afortunadamente esa es probablemente una elección que
nunca se presentará en tu vida —dijo Jeremiah.
—A menos que salgas con una chica que es muy enérgica al querer que
veas comedias románticas —dijo Hope, riendo con su risa burbujeante.
Jeremiah sintió un pequeño cosquilleo de felicidad. En este momento
parecía que él y Hope estaban compartiendo una pequeña broma a
expensas de Parker. Disfrutando del rostro sonriente de Hope,
distraídamente se metió un chip en la boca.
Y estaba en llamas. O al menos, su boca lo estaba. Se sentía como si
alguien le hubiera llenado la boca con lava hirviendo. Sus labios, sus mejillas,
su lengua ardían con una intensidad que hacía que gruesas lágrimas subieran
a sus ojos y se derramaran por sus mejillas.
—Jeremiah, ¿qué pasa? ¡Te has puesto todo rojo! —le dijo Hope,
levantándose de la mesa para acercarse a él.
Quería decir “caliente”, pero su boca era demasiado infernal para
formar palabras. En cambio, hizo un gesto de abanico frente a su boca,
esperando que explicara su problema. Saltó de la mesa, corrió hacia el
fregadero y escupió lo que fuera que había convertido su boca en un volcán.
Abrió el grifo, metió la cabeza debajo y dejó que el agua fría fluyera hacia
su boca escaldada. Cuando levantó la cabeza, jadeando, se volteó y vio a
Parker reír con tanta fuerza que no pudo recuperar el aliento.
—Parker, ¿qué le hiciste? —preguntó Hope. Esta vez no compartía la
risa de Parker.
—Oh —dijo Parker, sujetándose el estómago—. ¡Oh, eso fue
demasiado bueno!
Jeremiah llenó un vaso de papel con agua y se lo bebió. El fuego en su
boca se había apagado un poco, pero aún no se había extinguido por
completo. Sentía que no había suficiente agua en el mundo para enfriarlo
por completo.
—¿Qué hiciste? —preguntó Hope con tono irritado.
—La tienda de delicatessen vendía patatas fritas picantes —respondió
Parker, todavía sin aliento por la risa—. Algunas personas se atreven a
comerlas. Deslicé uno con los chips de tortilla de Jeremiah. —Se dobló en
un nuevo ataque de risa—. ¡Lo que puede haber sido lo mejor que he
hecho en mi vida!
—Bueno, dudo que haya sido lo mejor en la vida de Jeremiah —dijo
Hope—. Esas cosas le causan dolor a la gente. ¿Pensé que había dicho que
te comportarías lo mejor posible hoy, Parker?
—Bueno, les advertí que para mí “lo mejor posible” significa algo
diferente de lo que significa para otras personas —respondió Parker—.
Sabes, cuando veo una oportunidad para divertirme, la aprovecho. Sin
arrepentimientos.
«Y tampoco piedad», pensó Jeremiah.
Hope estaba de pie junto a la nevera. Abrió la puerta del congelador y
llenó un vaso de papel con hielo.
—Bueno, creo que le debes una disculpa a Jeremiah.
—Ya conoces mi lema: sin arrepentimientos ni disculpas. —Parker se
encogió de hombros y se levantó de la mesa—. Una vez que empieces a
pensar en ello, te darás cuenta de lo gracioso que fue. Hasta luego,
perdedores. —Levantó el dedo índice y el pulgar en forma de L y salió
pavoneándose de la sala de descanso.
—Toma —dijo Hope, tendiéndole el vaso de papel a Jeremiah—. Chupa
unos cubitos de hielo. Te ayudará.
—Gracias —logró decir Jeremiah, pero su voz sonaba espesa y extraña.
Sintió que se le hinchaban los labios y la lengua.
—Normalmente pienso que las bromas de Parker son divertidas —
comenzó Hope—. Pero esta vez fue demasiado lejos. Quiero decir, ¿y si
hubieras tenido una reacción alérgica o algo así?
—Estoy bien —dijo Jeremiah, sin ser del todo honesto.
En realidad, aunque su boca parecía que nunca volvería a estar bien,
había algo mejor que estar bien en la atención que Hope le estaba
prestando. Sentía que realmente lo estaba notando, como si por una vez
se pusiera de su lado antes que del de Parker.
—¿Está seguro? ¿Crees que podrás trabajar el resto del día? —La frente
de Hope se tejió con preocupación. En ella, incluso la preocupación era
linda.
Fue lindo saber que le importaba.
—Oh, estaré bien. Una vez que entre en el juego, ni siquiera me daré
cuenta de que estoy en este mundo.
—Me gusta eso de ti. A menudo he pensado en poner un letrero en tu
escritorio que diga: “No molestar. Genio en el trabajo.”
¿Entonces Hope pensaba que era un genio? Jeremiah estaba bastante
seguro de que se estaba sonrojando. O tal vez sólo era por el calor
sobrante del chip.
—Oh, nada de eso. Eres mucho mejor con la gente que yo.
Hope le sonrió.
—Bueno, entonces nos complementamos, ¿no?
Ahora sabía que se estaba sonrojando.
—Supongo que sí.
✩✩✩
Todos los martes por la noche, Jeremiah se reunía con sus amigos Matt
y Ty para jugar trivialidades en equipo en Leonardo's Pizza.
Era el compromiso social habitual de Jeremiah.
Jeremiah había conocido a Matt y Ty en la universidad, donde todos
eran estudiantes de informática y estaban obsesionados con los juegos. En
ese entonces, se reunían en uno de sus dormitorios y jugaban durante
horas, alimentados por refrescos y comida chatarra. La mayor parte del
tiempo, cada uno de ellos estaba inmerso en su propio juego en una
computadora portátil o consola, aunque intercambiaban suficientes bromas
de un lado a otro para que la experiencia aún fuera social. Cuando Jeremiah
tomó una clase de psicología, aprendió que cuando los niños pequeños
juegan en la misma habitación pero no juntos, se llama juego paralelo. Le
divertía que él y sus amigos estuvieran en la universidad pero todavía
participaran en juegos paralelos.
Ya no había juego paralelo para ellos. Eran tres hombres adultos con
trabajos. Matt estaba casado y tenía un bebé y Ty tenía una novia estable.
Aun así, los tres lograban reunirse una vez a la semana para comer pizza
y jugar trivialidades y bromear de la misma manera tonta que lo hacían en
la universidad.
Jeremiah entró en Leonardo's y examinó el comedor, que estaba
decorado en lo que sólo podría llamarse estilo italiano de bola de queso,
con fotos enmarcadas de la Torre Inclinada de Pizza y el Coliseo, y
manteles de plástico a cuadros rojos y blancos. Matt y Ty ya tenían una
mesa y le hicieron señas para que se acercara. La apariencia de Ty no había
cambiado nada desde la universidad, todavía era un chico negro de aspecto
juvenil que usaba los mismos anteojos redondos con montura dorada que
siempre había usado. Pero el matrimonio y la paternidad habían hecho que
Matt ganara lo que en broma llamaba su “peso de bebé”, y había círculos
oscuros debajo de sus ojos por el cansancio. Realmente estaba empezando
a parecer que podría ser el padre de alguien.
—Hola, J —dijo Ty, haciendo un gesto para que Jeremiah se sentara.
—Le estaba diciendo a Ty que no sé de cuánta ayuda voy a ser en la
trivia del equipo esta noche —dijo Matt, bostezando teatralmente—. A
Connor le están saliendo los dientes y no he dormido en tres noches.
—Las alegrías de la paternidad, ¿eh? —dijo Ty, sonriendo.
Matt no le devolvió la sonrisa.
—Sólo espera, amigo.
—Oh, planeo esperar —respondió Ty—. Mientras sea posible.
Fueron interrumpidos por la llegada de su camarero habitual, quien les
dio una mirada rápida y recitó—: ¿Peperoni extragrande con champiñones
y tres refrescos dietéticos?
—Y así es como sabes que llevamos demasiado tiempo viniendo aquí —
dijo Ty. Después de que el servidor se fue, Ty se dirigió hacia Jeremiah—.
Entonces, ¿cómo van las cosas en tu glamoroso lugar de trabajo?
Tanto Matt como Ty tenían trabajos de TI habituales con negocios
bastante aburridos. Siempre expresaban celos en broma porque Jeremiah
había conseguido un trabajo en el desarrollo de videojuegos.
Jeremiah pensó que era una compensación. Claro, tenía un trabajo que
sonaba más genial, pero a diferencia de ellos, estaba solo. Sin esposa o
novia, sin hijos, ni siquiera una mascota.
—No es tan glamoroso —respondió Jeremiah—. Se siente como si
apenas nos mantuviéramos a flote en una pequeña balsa salvavidas. Espero
que este juego de realidad virtual genere grandes ganancias. Sería bueno
que las cosas volvieran a mejorar. —Pensó en su día en el trabajo, el chip
caliente oculto, seguido de la actitud protectora de Hope hacia él y ella
diciendo que los dos se complementaban—. Pero creo que las cosas
pueden estar mejorando con Hope.
Transmitió la historia completa de las interacciones de Hope y él y la
siguió con—; Entonces, ¿qué piensan?
—Suena… esperanzador —dijo Matt, luego se rio durante demasiado
tiempo de su terrible juego de palabras.
Ty puso los ojos en blanco.
—Ignora a Matt y sus horribles bromas de papá. Creo que parece que
definitivamente se preocupa por ti, hombre. Puede que todavía no esté
totalmente interesada en ti, pero lo que dijo sobre ustedes que se
complementan suena prometedor.
—¿Por qué decir prometedor cuando se puede decir esperanzador? —
Intervino Matt.
—Creo que estás tan cansado que eres punchy (punchy se puede usar para
referirse a alguien que reacciona exageradamente a eventos rutinarios/simples o que parece
borracho por la falta de sueño, en este caso Matt está haciendo las dos cosas)
—le dijo Ty a
Matt.
—¿No te refieres a pun-chy? —Matt se estaba riendo a carcajadas.
—Como tu amigo en su sano juicio, a diferencia de este —dijo Ty,
arrojando a Matt en el hombro— digo que deberías invitarla a salir.
—Sí, pero ¿y si ella dice que no? —A Jeremiah se le hizo un nudo en el
estómago de ansiedad.
—Bueno, eso apestaría, pero al menos hubieras tenido el coraje de
preguntárselo —dijo Ty—. No se puede ganar algo sin arriesgarse un poco.
—Pero, ¿de qué serviría el coraje? ¿Especialmente si tengo que verla en
el trabajo todos los días después de que me rechace? —Jeremiah no podía
imaginarse la incomodidad. Y además, si Parker se enterara del hecho de
que Hope había rechazado a Jeremiah, nunca dejaría que Jeremiah lo
olvidara.
—Por la expresión de tu rostro puedo decir que te preocupas por
problemas que aún no tienes —intervino Ty—. Sólo invítala a salir.
Matt comenzó a golpear rítmicamente la mesa y a cantar.
—Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale.
Ty se unió a él, y Jeremiah, riendo, finalmente dijo que lo pensaría. Pero
sus amigos sólo dejaron de golpear su mesa cuando llegó la pizza.
✩✩✩
Jeremiah se miró en el espejo del baño y se pasó la navaja por el rostro
espumoso.
—Hoy es el día —le dijo a su reflejo—. Voy a hacerlo. Voy a invitarla a
salir.
Se echó agua tibia en la barbilla, se secó y se peinó. Se miró a sí mismo,
algo que casi nunca hacía. «No está mal», decidió. Es cierto que no era
elegante ni guapo como Parker, pero también había algo en el rostro de
Parker que lo hacía parecer excepcionalmente impactante.
Jeremiah al menos parecía un buen tipo.
«Eres un buen tipo», se dijo. «Serías un excelente novio si tuviera la
oportunidad».
Se puso una capa extra de desodorante porque sabía que la ansiedad lo
haría sudar. Echó pasta de dientes en su cepillo de dientes y, mientras se
cepillaba, recordó el canto rítmico de Matt y Ty mientras golpeaban la mesa
en Leonardo's: Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale.
Pregúntale.
Mientras caminaba por la acera hacia el trabajo, sus pies golpeaban el
ritmo de su cántico: Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale. Pregúntale.
Pregúntale. Pregúntale.
«Tienes que preguntarle lo antes posible», se reprendió a sí mismo. «No
te quedes sentado todo el día tratando de hablar contigo mismo.
Simplemente entra y pregúntale».
Sacó su teléfono y envió un mensaje de texto a Matt y Ty. Le voy a
preguntar. Matt respondió con un ¡Ánimo! Ty envió un pulgar hacia
arriba.
Jeremiah sonrió. Estaba listo.
En el ascensor, cruzó los dedos para que cuando entrara a la oficina
encontrara a Hope sola para que pudieran hablar. Pero cuando las puertas
se abrieron, vio que no había tenido tanta suerte.
—¡Oh, bien, aquí está! —dijo Parker. Estaba de pie con Hope, que se
veía desgarradoramente bonita con una blusa azul huevo de petirrojo que
de alguna manera hacía que sus ojos parecieran aún más grandes y
marrones. Tanto Parker como Hope llevaban cascos de realidad virtual.
—Hola, chicos —murmuró Jeremiah, tratando de ocultar su decepción.
—Hola, amigo —dijo Parker—. Estábamos preguntándonos si podrías
abrir la sala de pruebas y hacer que todo funcione. Quiero hacer una
práctica en lo que hay del juego hasta ahora, y pensé que Hope podría
ayudarme.
Era exactamente lo contrario de la situación que Jeremiah había
deseado. Básicamente, Parker le estaba pidiendo a Jeremiah el privilegio de
estar encerrado en una habitación oscura a solas con Hope.
—¿Quieres que también te ayude? —preguntó Jeremiah, temiendo ya
saber la respuesta.
—No, sería mejor si te quedaras aquí afuera y monitorearas las cosas
en la computadora —respondió Parker, sonriendo con su repugnante
sonrisa—. Supongo que Hope aportará una nueva visión a las cosas, ya que
en realidad no está trabajando en el desarrollo del juego. Ella puede
experimentar en frío, desde la perspectiva de un jugador.
—Bien. Bueno, déjame configurar las cosas. —Usó su tarjeta de acceso
para abrir la puerta de la sala de práctica y luego se sentó frente a su
computadora. ¿Cómo pudo haberse sentido tan bien cuando se despertó
esta mañana y, sin embargo, sentirse tan abatido ahora?
—Está bien, Hopey, ¿estás lista para divertirte? —preguntó Parker,
sonando como un presentador de un programa de juegos demente.
Además, ¿quién se creía llamándola Hopey? Sonaba como un tonto. Lo
odiaba.
—Sí —respondió Hope, riendo.
Desaparecieron en la sala de pruebas y Parker cerró la puerta detrás de
ellos.
Jeremiah trató de concentrarse en su trabajo, pero por primera vez no
pudo. Se sentía enfermo. Cada par de minutos, escuchaba una risa perdida
proveniente de la sala de pruebas. La risa que sonaba íntima hizo que su
mente fuera a lugares a los que no quería que llegara. «Basta», se ordenó
a sí mismo. «Están jugando lo mismo, eso es todo. Por supuesto que se
están riendo. La gente tiende a reír después de un buen susto».
Pero entonces empezaron los y si… ¿Y si no están jugando? ¿Y si se ríen
porque están coqueteando? ¿Y si están haciendo más que coquetear? ¿Y si
su boca grasienta se está presionado contra sus labios como pétalos? ¿Y si
su zarpa viscosa está oliendo su cabello ondulado y brillante?
Cuanto más Jeremiah no quería imaginarse esas cosas, más las veía.
Para cuando Parker y Hope salieron riendo y despeinados de la sala de
pruebas, Jeremiah era un desastre tembloroso y sudoroso.
—¿Saben qué? —dijo él—. Me iré a casa. Creo que me he contagiado
de algo.
—Te ves un poco gris —dijo Hope, sonando preocupada.
—Lo siento —respondió Jeremiah.
—Vaya, sí que debes de estarlo —agregó Parker—. Nunca te vas del
trabajo.
—Lo sé. —Jeremiah ya estaba de pie y se estaba poniendo la chaqueta
para irse—. Pero no puedo… seguir aquí.
—Bueno, ¡descansa para que sea seguro que vengas mañana! —le dijo
Parker.
Lo último que vio antes de cerrar la puerta fue a Hope, mordiéndose el
labio inferior como lo hacía cuando estaba emocionada por algo.
✩✩✩
En casa, Jeremiah se puso el pijama y se metió en la cama como lo haría
si realmente estuviera enfermo. Pero estaba realmente enfermo, ¿no?
Estaba desconsolado, y eso tenía que contar. Felizmente tomaría un virus
estomacal o un fuerte resfriado por cómo se sentía ahora.
Tumbado en la cama, Jeremiah no podía imaginar un momento de su
vida en el que no estaría solo. Y entonces recordó algo que, dadas las
circunstancias actuales, le hizo sentir aún más miserable: mañana era su
cumpleaños.
✩✩✩
Mientras Jeremiah comía su cereal sin probarlo realmente, decidió que
lo más fácil sería fingir que no era su cumpleaños. Ciertamente, nadie en la
oficina lo recordaría. Parker y Hope probablemente estarían demasiado
ocupados besuqueándose en la oscura sala de pruebas para saber siquiera
que él estaba allí.
Si tan sólo fingiera que era otro día normal de trabajo, tal vez podría
evitar la molesta decepción de un cumpleaños olvidado. Si lo ignoraba
primero, no podría estar tan molesto de que otras personas también lo
estuvieran ignorando, ¿verdad?
El teléfono de Jeremiah vibró. Lo cogió y vio un mensaje de texto de su
madre: ¡Feliz cumpleaños! Ojalá pudiera estar allí para hacerte
Pancakes y dejarte abrir regalos. Mientras respondía con un
agradecimiento y un emoji de corazón, los recuerdos de los cumpleaños
de su infancia lo inundaron.
Jeremiah siempre había estado tan emocionado de ver cuáles eran sus
regalos de cumpleaños que no podía esperar sin sentir que iba a explotar.
Finalmente, probablemente para salvarse de pasar un día estresante con un
niño sobreemocionado, su madre había comenzado la tradición de
Pancakes y regalos. Como Jeremiah siempre se despertaba temprano el día
de su cumpleaños (¿Quién podía dormir con tanta emoción?), Su madre
comenzó la tradición de prepararle un gran desayuno de cumpleaños: los
huevos revueltos con queso que le gustaban, tocino y una pila de
panqueques de suero de leche con una vela en ellos. Después de desayunar,
podía abrir sus regalos.
En realidad, había sido un golpe de genialidad por parte de su madre. De
esa manera, tenía todo el día para jugar con sus nuevos juguetes o juegos
en lugar de pasar el día molestándola sobre cuándo podría abrir sus regalos.
La noche de su cumpleaños, mamá y papá siempre lo llevaban a él y a un
amigo a un Freddy's de su elección para comer pizza y jugar.
Jeremiah sintió que se rompía un poco al pensar en esos perfectos
cumpleaños de su pasado.
Ya no había cumpleaños como los de su infancia. Después de toda esa
diversión y fanfarria, los cumpleaños de adultos siempre se sentían
decepcionantes.
Quizás debería haber salido a comer panqueques esta mañana.
No se había dado cuenta de que estaba lloviendo hasta que salió de su
edificio de apartamentos. Echó un vistazo al interior. Su paraguas estaba en
su apartamento, seis pisos más arriba. No parecía que valiera la pena volver
a subir y buscarlo. Se subió la cremallera de la chaqueta y caminó de esa
manera extraña y encorvada que la gente camina cuando está lloviendo
sobre ellos.
En el elevador, trató de prepararse mentalmente para la escena en la
que iba a entrar hoy. ¿Hope y Parker estarían riendo sobre algo en el
escritorio de Parker? ¿Estarían ya encerrados en la sala de pruebas?
¿Anunciarían su compromiso?
«No te metas en el drama», se dijo. «Sólo haz tu trabajo y regresa a
casa. Tal vez puedas pedir comida para llevar y ver una película o algo».
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Jeremiah estaba realmente
sorprendido por lo que vio. La oficina estaba iluminada por hileras de
diminutas luces de colores. Una pancarta enorme con globos a su
alrededor decía: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, JEREMIAH!
Él sonrió. Lo habían recordado. O incluso mejor, ella lo había
recordado.
Pero no había nadie alrededor. ¿Estaban esperando para saltar y gritar
“Sorpresa”? ¿No lo habían oído entrar?
—Hola, chicos —dijo Jeremiah, lo suficientemente alto como para que
su voz llegara a dondequiera que se escondieran.
—Gracias. Esto es realmente bueno.
No hubo respuesta, ningún movimiento, ninguna señal de que hubiera
nadie más que él.
Caminó por el pasillo hasta el área de descanso. En la mesa donde había
tenido lugar el ahora infame el picante Chip, había un pastel de cumpleaños,
con el aspecto que recordaba de su infancia: un pastel de panadería de una
tienda de comestibles con escarcha blanca adornado con glaseado azul real.
FELIZ CUMPLEAÑOS, JEREMIAH estaba escrito con glaseado azul en la parte
superior. Él sonrió. Estaba lo suficientemente cerca. Y quienquiera que
hubiera encendido las velas, Hope, probablemente, había puesto el número
correcto.
Quizás se había equivocado acerca de los cumpleaños de adultos. Si
alguien, especialmente alguien a quien amaba, demostró ser considerada,
entonces los cumpleaños podrían ser mágicos a cualquier edad.
¿Pero dónde estaban? Caminó el resto del camino por el pasillo,
mirando dentro de oficinas vacías y salas de conferencias.
Quizás estaban esperando saltar cuando menos lo esperaba. Tenía que
admitirlo. Estaban haciendo un muy buen trabajo escondiéndose.
—¿Hope? ¿Parker? —llamó él—. Pueden salir. ¡Ya me han sorprendido
lo suficiente!
—No hubo respuesta.
Sin saber qué más hacer, Jeremiah fue a su escritorio. Tal vez estaban
esperando a que se sumergiera profundamente en su trabajo, luego iban a
saltar y sorprenderlo.
—Jeremiah. —La voz venía del altavoz, que nunca se usaba ya que el
personal de su oficina se había reducido a un número muy pequeño. La voz
sonaba profunda y electrónica, como cuando las personas son
entrevistadas de forma anónima en la televisión y no quieren que nadie
escuche su voz real.
Pero no había ninguna duda en la mente de Jeremiah de a quién
pertenecía la voz distorsionada. Sabía que Parker había decidido
convertirlo en víctima de una broma de cumpleaños.
Esperaba que al menos fuera una broma de buen gusto.
—Jeremiah —repitió la voz distorsionada— he tomado como rehenes
a tus compañeros de trabajo Parker y Hope. Si llamas a la policía, los mataré
de inmediato.
—Ajá —dijo Jeremiah, sonando tan poco convencido como se sentía.
La voz distorsionada era obviamente la de Parker.
—Tienes que tomar una decisión, cumpleañero. Puedes huir del edificio
con la confianza de que vivirás para ver otro cumpleaños aunque tus amigos
no lo hagan. O puedes intentar salvar a tus amigos. Si eliges esa opción,
tienes treinta minutos. Cuanto más tardes, peor estarán cuando los
encuentres. Ahora, ¿cuál es tu elección?
—Elijo salvar a mis amigos —dijo Jeremiah con un suspiro. En verdad,
consideraba a Parker un matón, no un amigo. Pero quería causar una buena
impresión en Hope, y triunfar sobre una de las bromas de Parker parecía
una buena forma de hacerlo. Además, era sólo un juego estúpido de todos
modos, ¿verdad? Como esas salas de escape, la gente optaba por
encerrarse para poder divertirse encontrando las pistas que los sacarán.
Después de todo, era su cumpleaños. Bien podría jugar un juego.
—Muy bien —dijo la voz distorsionada—. Usa su tiempo sabiamente, o
tus amigos pueden perder algunas piezas. Tu tiempo comienza… AHORA.
Jeremías se puso de pie. Tenía que dárselo a Parker. Esto era
ciertamente más oscuro e imaginativo que sus bromas habituales. Miró
alrededor de la sala de trabajo, tratando de encontrar pistas. Miró encima
del escritorio de Parker e incluso abrió los cajones y miró dentro. Nada
fuera de lo común. Fue al mostrador de recepción donde Hope solía
guardar sus cosas. Su bolso estaba guardado en el cajón habitual, lo que
significaba que definitivamente había entrado esta mañana. No se rebajaría
tanto como para invadir su privacidad hurgando en su bolso.
Así que Hope estaba en algún lugar del edificio porque su bolso estaba
aquí. Y sabía que Parker estaba aquí porque lo había escuchado por el
altavoz. Para ganar este juego, para vencer a Parker e impresionar a Hope,
tenía que convertirse en una combinación de héroe de acción y detective
de mente aguda. ¿Qué era lo que Sherlock Holmes solía decir en las
historias que le gustaban a Jeremiah en sus días de escuela secundaria? «El
juego está en marcha».
—Ya que estás en un escritorio, también podrías escribir algo —
retumbó la voz distorsionada por el altavoz—. Tu primera pista es un
anagrama. Escríbelo: STINGER MOOT (aguijón discutible).
—¿STINGER MOOT? —gritó Jeremiah en respuesta a la voz en el
altavoz con la voz de Parker—. Eso no tiene ningún sentido.
—No tiene que tener sentido —gritó la voz—. Es un anagrama. Estás
perdiendo un tiempo precioso, Jeremiah. Escríbelo.
S-T-I-N-G-E-R espacio M-O-O-T.
Jeremiah hizo lo que le dijeron, pero no iba a dejar que Parker lo
intimidara o lo presionara. No esta vez. Quería que Hope viera el tipo de
persona que realmente era, que no era sólo un desafortunado frustrado
por las bromas de Parker.
Anagramas. Había pasado mucho tiempo desde que Jeremiah pensó en
anagramas. Esos eran aquellos en los que estaban mezcladas las letras, ¿no?
Miró la combinación absurda de palabras. Si esto era realmente una pista,
entonces probablemente lo estaba dirigiendo a un lugar en el edificio.
Vio las letras R-O-O-M (habitación/sala) rápidamente, por lo que espacio
debe ser la segunda palabra. Con esas letras eliminadas, no tardó en darse
cuenta de que las letras restantes podrían reorganizarse para realizar
pruebas de ortografía.
—La sala de pruebas —dijo, sintiendo una innegable sensación de
logro—. Tengo que ir a la sala de pruebas.
Caminó en lugar de correr. No quería que Parker pensara que se sentía
presionado. Después de todo, sólo era un juego.
Usó su tarjeta de acceso para abrir la puerta de la sala de pruebas y
luego encendió la luz.
En el medio del piso había una pequeña caja de regalo, del tamaño que
más a menudo contenía joyas. La cajita estaba envuelta en papel de colores
con un lazo morado brillante en la parte superior. Entonces, ¿esta era una
búsqueda del tesoro de cumpleaños con un tema de terror/suspenso?
Jeremiah podría vivir con eso. Al menos podría decir que este cumpleaños
no era como todos los días.
Cruzó la habitación, se agachó y recogió la pequeña caja. La desenvolvió
con cuidado, en caso de que pudiera haber una pista escrita en el interior
del papel para envolver. La caja con bisagras era de un carmesí intenso, con
un terciopelo, el tipo de caja que podría contener un anillo de compromiso.
Abrió la tapa.
Su estómago dio un vuelco.
Dientes. La caja forrada de terciopelo estaba llena de dientes. Algunos
grandes, algunos quizás lo suficientemente pequeños como para ser dientes
de leche. Un molar estaba salpicado de sangre en la parte inferior donde
había sido arrancado de raíz.
Jeremiah quería mantener la calma, pero no pudo evitar estremecerse
visiblemente.
¿De dónde se las había arreglado Parker para sacar los dientes? ¿Era
amigo de un dentista que tenía un sentido del humor enfermizo?
Jeremiah respiró hondo. «Una pista», se dijo a sí mismo. «Se supone
que los dientes son una pista». Deja de asustarte y empieza a pensar.
No quería tocar los dientes, pero sabía que necesitaba examinarlos en
busca de posibles pistas. Sacó un pañuelo de papel de su bolsillo, lo
extendió sobre la palma de su mano izquierda y sacudió los dientes sobre
el pañuelo. No contenían marcas ni características distintivas. Había siete
de ellos. ¿Podría ser significativo el número? Siete ciertamente no se sentía
como un número de la suerte cuando se refería a un montón de dientes
extraídos.
Dejó los dientes a un lado y examinó la caja. Sacó el forro de terciopelo.
En el fondo de la caja había una pequeña hoja de papel que había sido
doblada en un cuadrado diminuto. Jeremiah desdobló el papel. En él, un
mensaje escrito decía:
¡HÍNCALE EL DIENTE A ESTA PISTA, JEREMIAH!
DAME UNA Y HARÉ MÁS.
CADA UNA COMO LA ANTERIOR.
¿QUÉ SOY?
Jeremiah no tuvo que pensar por mucho tiempo. Siempre había sido
bueno con los acertijos.
—Esto es fácil. La fotocopiadora.
—No te confíes demasiado, Jeremiah —la voz distorsionada retumbó
por el altavoz, haciéndolo saltar—. El tiempo corre. Sólo quedan veinte
minutos. Y cuanto más lento seas, más sufrirán ellos. Me pregunto… si
logras encontrar a tus amigos, ¿podrás siquiera reconocerlos?
—Realmente estás disfrutando esto, ¿no es así, Parker? —dijo Jeremiah
mientras salía de la sala de pruebas, dejando atrás los dientes—. Deja de
criticarme. Estoy de camino a la sala de fotocopias.
Sin prisa en particular, Jeremiah se dirigió por el pasillo oscuro. La sala
de copias era la tercera puerta a la izquierda. Cuando entró, las luces de la
máquina emanaban un brillo espeluznante. Al principio fue a la máquina en
sí, pero no encontró nada fuera de lo común. Echó un vistazo a la
habitación. Era pequeña, así que no había muchos escondites. Aparte de la
máquina, sólo había una papelera, una papelera de reciclaje y una mesa larga
donde la gente podía cotejar sus copias. Miró sobre la mesa y sólo vio los
útiles de oficina habituales: una taza con bolígrafos y tijeras, una grapadora,
un frasco pequeño de sujetapapeles.
«Espera». Esos no eran sujetapapeles.
Eran óvalos pequeños y translúcidos, con puntas blancas en la parte
superior y salpicadas de rojo en la parte inferior.
Unas de las manos. Son uñas. Y no recortes de uñas, sino una uña entera
que había sido… eliminada, de alguna manera.
Jeremiah sintió que la bilis subía por su garganta y se atragantó.
Respiró hondo y se dijo a sí mismo que debía calmarse. «Estas no
pueden ser uñas reales». Eran accesorios, accesorios extremadamente
realistas, del tipo que verías en una película de terror con un presupuesto
decente, pero accesorios de todos modos. Supuso que no era tan
escandaloso que Parker pudiera tener en sus manos esas cosas. Se podía
comprar cualquier cosa en Internet en estos días.
Pero, ¿dónde estaba la siguiente pista? No había nada más inusual en la
mesa. Con mano temblorosa, tomó el frasco de “uñas”. Le dio la vuelta,
esparciéndolas por la mesa. Un pequeño trozo de papel doblado cayó del
fondo del frasco. No le agradaba la idea de tocarlo ya que había estado en
el frasco con todas esas uñas, pero sabía que era la siguiente pista, y no se
acobardaría ahora. No le daría a Parker la satisfacción. Desdobló la hoja de
papel y leyó: ¡HAS CLAVADO ESTE DESAFÍO! Jeremiah casi podía oír el molesto
hee-hee-hee de Parker. Siguió leyendo: TU PRÓXIMA PISTA CONTIENE AÚN MÁS
SUSTOS/PARA LLEGAR SÓLO TIENES QUE SEGUIR LAS LUCES.
Jeremiah salió al pasillo. Una hilera de luces diminutas se extendía desde
la entrada de la sala de fotocopias al final del pasillo. Las siguió, lo que
ciertamente fue más fácil que descifrar otra pista críptica. Quizás se estaba
acercando al final del juego. No había sido divertido, era demasiado
perturbador para eso, pero había sido interesante. Definitivamente saldría
de esta experiencia con una historia que contar.
—Estás perdiendo el tiempo, Jeremiah —anunció la voz al otro lado del
altavoz—. Sólo quedan diez minutos. ¡Será mejor que vayas con tus amigos
pronto, o se harán pedazos! —La risa sonó como una versión distorsionada
del hee-hee-hee de Parker.
—Realmente pusiste algo de trabajo en esto, Parker, te daré eso —dijo
Jeremiah.
Las luces se detuvieron en la entrada de una sala de conferencias que
no se había utilizado desde la reducción de personal de la empresa. Giró la
perilla y entró.
Sentados en la mesa, alineados como si lo estuvieran mirando, había tres
globos oculares. Jeremiah notó que dos de ellos tenían el iris marrón; el
tercero era azul. Ver los globos oculares intactos separados de sus dueños
hizo que Jeremiah pensara en lo delicado que era el ojo, suave y aplastable,
como una uva pelada.
Sintió una oleada de náuseas, una sensación que ahora se estaba
volviendo familiar.
Estos ojos tenían que ser reales. Incluso un excelente artista de efectos
especiales no podría hacer algo tan convincente. Entonces, ¿de dónde
sacaba Parker estas cosas?
Un pensamiento apareció en la cabeza de Jeremiah que lo explicaba
todo. En el tercer piso de su edificio había una empresa de suministros
médicos. Jeremiah nunca había pensado tanto en el tipo de suministros que
le proporcionaban; había pensado en matorrales y tal vez máscaras y
guantes, ese tipo de cosas. Pero, ¿y si se ocuparan de los desechos
médicos? ¿Partes del cuerpo sobrantes de las cirugías que iban a ser
enviadas a las facultades de medicina para su estudio y disección? Si es así,
Parker podría haberles comprado algunas piezas de repuesto.
Jeremiah se sintió mejor de repente, seguro de que nadie había
resultado herido en la creación de esta elaborada broma. Vio un trozo de
papel que sobresalía de debajo del globo ocular azul. No quería tocarlo, así
que lo empujó con el extremo romo de un bolígrafo. El ojo se volvió hacia
atrás, agarró la nota y la desdobló: VEO QUE TE ESTÁS ACERCANDO A LA META.
¡SIGUE LAS LUCES PARA HACER LAS COSAS BIEN!
Una nueva cadena de luces comenzaba en la puerta de la sala de
conferencias y avanzaba por el pasillo. Se detenían en la oficina que había
pertenecido a la persona de relaciones públicas antes de que la despidieran.
Probó la puerta y entró.
Un regalo de tamaño mediano estaba sobre el escritorio. Estaba
envuelto en papel blanco decorado con brillantes letras multicolores que
deletreaban su CUMPLEAÑOS y rematado con un gran lazo plateado.
Jeremiah estaba empezando a perder el placer que siempre había
sentido al desenvolver los regalos.
Aun así, rompió el papel y levantó la tapa de la caja.
Dentro de un nido de papel de seda azul claro había un montón de
dedos, tal vez hasta doce o trece, pero era difícil de decir porque muchos
de ellos habían sido cortados en fragmentos. A dos de ellos les faltaban las
uñas.
Jeremiah no pudo evitarlo. Fuera broma o no, vomitó en la papelera.
Una vez que pudo normalizar su respiración, miró dentro de la caja
nuevamente. Uno de los dedos era pequeño y obviamente había
pertenecido a una mujer. Llevaba un delicado anillo de plata con una piedra
preciosa azul claro.
«Aguamarina. La piedra de la esperanza».
Se dio cuenta con horror de que era el anillo de Hope, el que siempre
llevaba en el dedo anular derecho.
¿Significaba que el dedo cortado pertenecía a Hope? Se inclinó para
examinarlo más de cerca.
Había una pequeña peca oscura justo debajo de la primera articulación
del dedo.
Jeremiah había pasado tanto tiempo mirando a Hope que había
memorizado su rostro, su cabello, sus manos. Esta no era su peca, este no
era su dedo. Sintió un breve momento de alivio, pero luego se sintió mal
por sentirse aliviado. Incluso si ninguno de estos dedos fuera de Hope,
seguían siendo dedos humanos.
Esto había ido más allá de una broma. Era un juego enfermizo y había
ido demasiado lejos. Jeremiah había dicho a menudo que Parker no sabía
cuándo detenerse. Sólo se estaba dando cuenta ahora de cuán cierta era
esa afirmación.
E incluso si no era el dedo de Hope, seguía siendo el anillo de Hope.
¿Qué significaba eso? ¿Hope podría estar en algún tipo de peligro? ¿Parker
la estaba lastimando?
—¡Ya es suficiente, Parker! —gritó Jeremiah. El juego había durado
demasiado—. ¡Esto debe terminar ahora!
—¿Sientes que las cosas se están saliendo de control? —dijo la voz en
el altavoz, riendo.
—Sólo hay una forma en que este juego puede terminar. Sigue las luces
antes de que sea demasiado tarde para tus amigos.
Jeremías corrió. Antes, no quería que Parker lo viera sudar, pero si
Hope estaba realmente en peligro, tenía que llegar hasta ella. Ya había
perdido demasiado tiempo.
Las luces terminaban en otra oficina vacía, la grande ocupada por el jefe
cuando se molestaba en aparecer. Jeremiah ni siquiera podía recordar
cuándo había sido la última vez.
Sobre el gran escritorio de roble había una caja de cartón con dos
agujeros redondos cortados en la tapa. Una nota adjunta a la caja decía:
Para obtener la clave de dónde se esconden tus amigos, arremángate y
mete la mano en el interior.
Jeremiah se subió las mangas de la camisa y metió las manos por los dos
agujeros de la caja.
Al instante, estuvo hasta las muñecas en algo frío, húmedo y blando.
Sería más exacto decir algunas cosas frías, húmedas y blandas porque
cuanto más palpaba en las profundidades de la caja, más se daba cuenta de
que no sólo sentía una masa viscosa, sino objetos individuales. Tenía las
manos enredadas en tubos largos y serpenteantes. «Intestinos». Jeremiah
esperaba que las entrañas que estaba sintiendo procedieran de algún
ganado desafortunado y las hubieran adquirido en una carnicería. Pero en
su mente, sabía que no era así.
«La empresa de suministros médicos», se dijo. «Todo esto vino de la
empresa de suministros médicos. Se trata de personas fallecidas por causas
naturales, que donaron sus cuerpos a la investigación científicas».
Pero incluso mientras trataba de convencerse a sí mismo, las palabras
sonaban cada vez más desesperadas y ridículas. Si estas partes del cuerpo
fueran para estudio o disección, ¿no se conservarían de alguna manera?
Todas las partes que había encontrado durante este horrible juego parecían
inquietantemente… frescas.
Jeremiah temía estar perdiendo la cabeza. «¿Así será como perderás el
juego, perdiendo la cordura?»
Luchó contra una ola tras otra de náuseas para hurgar en los despojos
en busca de la llave. Finalmente, su mano derecha sintió algo duro y
metálico. La agarró y sacó los brazos de los agujeros cuadrados. Cuando
miró sus manos, estaban manchadas de rojo más allá de las muñecas.
Levantó la llave.
—¡Está bien, tengo la llave! ¿Se acabó el juego? ¿Gané? ¡He terminado!
¿Me escuchas, Parker? ¡He terminado!
—¿Qué misión termina con sólo encontrar una llave, Jeremiah? —tronó
la voz en el altavoz—. ¿No tienes que averiguar para qué es una clave? ¿No
quieres salvar a tus amigos… o lo que queda de ellos?
—¡No eres mi amigo, Parker! —gritó Jeremiah. Se sentía como algo que
debería haber dicho hace mucho tiempo.
Pero Hope era su amiga. Y ella podría estar en peligro o con dolor. Si
necesitaba ser salvada, él podría hacerlo.
Tomó la llave y cerró la puerta de la oficina detrás de él, manchando el
pomo de la puerta con la huella de una mano ensangrentada.
El rastro de luces continuaba. Lo siguió.
La siguiente habitación probablemente había sido una oficina en algún
momento, pero ahora estaba abarrotada de viejos muebles de oficina.
Sentada en una silla de escritorio evidentemente rota había otra caja,
envuelta para su cumpleaños, esta vez con un lazo rosa caramelo. Era una
caja plana de tamaño mediano, de esas que siempre habría últimas en
Navidad cuando era niño porque sabía que contenían ropa, no juguetes ni
juegos.
Estaba bastante seguro de que esta caja no contenía ropa. No quería
abrirla, no quería ver lo que había dentro, pero si iba a jugar el juego hasta
el final con la posibilidad de decirle Hope, no tenía otra opción.
Arrancó el papel de regalo de colores brillantes y levantó la tapa de
cartón de la caja.
Cuando vio lo que había dentro, gritó. Trató de ahogar el grito con el
puño pero saboreó la sangre que aún cubría sus manos. Miró el contenido
de la caja, impulsado por la necesidad de darle sentido a lo que había visto.
Jeremiah estaba mirando un rostro que había sido despojado de un
cráneo humano junto con parte del cuero cabelludo y el cabello. Tardó un
momento más en reconocer a quién pertenecía el rostro. Pero luego
comenzó a juntar las piezas: el cabello castaño con el distintivo mechón,
los labios carnosos que tan a menudo se habían estirado en una sonrisa de
autosatisfacción. Casi esperaba que los labios se abrieran en un hee-heehee.
—¿Todavía crees que soy Parker? —dijo la voz distorsionada en el
altavoz.
—No —respondió Jeremiah, sorprendido de escuchar el sollozo en su
voz—. No. Parker está justo aquí. —No quería, pero se encontró mirando
de nuevo el rostro despeinado de Parker. Jeremiah se secó las lágrimas de
los ojos.
Si Parker no estaba dirigiendo este espectáculo enfermizo, ¿quién era?
Jeremiah se dio cuenta de que desde que había pensado que Parker estaba
a cargo, podía pensar en la idea de que, por muy malas o crueles que
parecieran las cosas, todo era una broma elaborada. Pero ahora quedaba
claro que no se trataba de una broma.
Era real.
Sólo había una palabra que tenía sentido para Jeremiah en este
momento: «Corre». Corrió, ignorando el rastro de luces, ignorando todo
excepto lo que parecía ser la ruta más rápida para salir del edificio. Los
pasillos adquirieron una calidad de laberinto. A la izquierda, a la derecha,
sin aparente escapatoria. Llegó al ascensor y apretó el botón. No se
encendió no había luz. Claramente, el psicópata con el que estaba lidiando
había manipulado el ascensor. Corrió hacia la escalera.
Abrió la puerta marcada con escaleras. Jeremiah siempre había
encontrado espeluznante el hueco de la escalera con poca luz, incluso en
circunstancias mucho más tranquilas, pero ahora no había tiempo para
reflexionar sobre sus sentimientos. Sólo había tiempo para correr.
Mientras bajaba el primer tramo de escaleras, notó una mancha roja en
la pared blanca de bloques de cemento. Sangre. Sangre relativamente
fresca, a juzgar por su brillo. ¿Pero de quién era la sangre? No podía reducir
la velocidad para pensar en ello, o la sangre que salpicaría las paredes a
continuación podría ser suya.
Abajo, abajo, abajo, corrió. Bajó quince tramos de escaleras, sudando,
jadeando, con el corazón latiendo como un tambor. Comprobó las puertas
al bajar con la esperanza de poder acceder al ascensor desde otro piso.
Bloqueado. Bloqueado. Bloqueado. Finalmente, llegó a la puerta marcada
con una I, la puerta que conducía al vestíbulo y la salida. La empujó.
No se movió. Empujó de nuevo.
Parecía haber sido bloqueada desde el otro lado. Golpeó la puerta con
ambos puños.
—¡Ayuda! —grito—. ¡Ayuda! ¡Estoy atrapado aquí! —Esperaba que al
menos pudiera llamar la atención de un guardia de seguridad.
Pero no había nadie allí para escucharlo.
Golpeó y gritó unos minutos más por si acaso, pero no sirvió de nada.
Se secó las lágrimas de frustración de sus ojos. «¿Ahora qué?»
No había otro lugar adonde ir más que volver a subir.
Jeremiah estaba sin aliento. Subir las escaleras resultaba mucho más
agotador que bajar. Se detuvo en el rellano del sexto piso para recuperar
el aliento y vio algo que no había notado en camino bajando.
La puerta del sexto piso estaba perfilada con una hilera de luces
diminutas, del mismo tipo que había iluminado su camino durante todo el
horrendo juego de cumpleaños.
Empujó la puerta. Se abrió.
Entró en el sexto piso, un espacio de oficina que había estado vacante
desde que había aceptado el trabajo con la compañía de juegos. Sabía que
entrar era probablemente una mala idea, no, definitivamente era una mala
idea, pero ¿qué otra opción tenía? Podía volver a su oficina, que estaba llena
de vísceras y gobernada por una presencia malévola en el altavoz, o podía
arriesgarse aquí.
La única iluminación del sexto piso procedía de las hileras de pequeñas
luces que colgaban del techo. No había computadoras, ni muebles de
oficina, ni otros signos de actividad humana. Sólo había luces diminutas que
conducían a un pasillo oscuro. Al final del pasillo había una especie de brillo
tenue.
Casi como si lo hubieran hipnotizado para hacerlo, Jeremiah siguió las
luces. Iba a llevar esto a cabo.
El resplandor venía de una habitación al final del pasillo. A medida que
se acercaba, la fuente del resplandor se hizo evidente. Un televisor viejo,
del tipo que podía recordar de la casa de su abuela, estaba sentado en la
habitación vacía. Estaba encendido, pero la pantalla mostraba sólo el patrón
en blanco y negro al que su abuela siempre se había referido como “nieve”.
En el estante debajo del televisor había un equipo audiovisual igualmente
antiguo, una videograbadora. Jeremiah no había visto uno de esos desde su
infancia.
El botón de encendido verde de la videograbadora brillaba de una
manera tranquilizadora y familiar. Por capricho, Jeremiah presionó al Rev.
La “nieve” en la pantalla desapareció y fue reemplazada por las caras
sonrientes de Parker y Hope.
—¡Sorpresa! —dijo Hope, riendo a su manera suave y tintineante.
—¡Caíste! —dijo Parker. Realmente caíste esta vez. Ah, y… Miró a
Hope.
—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritaron los dos juntos.
—Espero que aprecies todos nuestros esfuerzos, Jeremiah —dijo
Hope—. Fue mucho trabajo juntar todo esto, aunque valió la pena.
—Nunca pensé que lo haríamos a tiempo —dijo Parker—. Entre la
configuración de los sensores de movimiento y el altavoz…
—Pero no podría haber salido mejor, ¿verdad? —dijo Hope, mostrando
su familiar y dulce sonrisa.
Jeremiah no reconocía la habitación en la que se habían filmado Hope y
Parker. Estaba demasiado oscuro para distinguir gran parte del escenario;
sin embargo, pudo discernir lo que había sobre la mesa en la que estaban:
el tipo de tijeras de cocina afiladas que se usan para deshuesar la carne, una
variedad de cuchillos que variaban en tamaño, desde un pequeño bisturí
hasta una enorme cuchilla.
—Fue perfecto —le dijo Parker a Hope; luego se dirigió hacia la
cámara—. Pero ahora que has tenido tu sorpresa de cumpleaños, ¡hay
muchas posibilidades de que Hope y yo necesitemos ir a un hospital! —
Sonrió como el presentador de un programa de juegos.
—Seguramente sea sí —dijo Hope, riendo.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Parker.
—¡Está bien, Parker! —gritó a la cámara—. ¡Ya está! ¡Ahora los golpes!
Golpe. Golpe.
Al principio, Jeremiah pensó que los golpes provenían de la cinta de
video, pero luego se dio cuenta de que la fuente del ruido era un armario
de suministros a unos metros de él. Alguien (¿algo?) estaba tocando muy
bajo en la puerta del armario desde el interior. Sin siquiera pensarlo,
Jeremiah empezó a salir de la habitación, aunque su mirada seguía fija en la
pantalla del televisor.
—Ahora, si nos disculpas —dijo Parker en el video— ¡Hope y yo
tenemos trabajo que hacer! —Parker se inclinó hacia la cámara. Sostenía
un gran par de tenazas, que abría y cerraba amenazadoramente, luego soltó
su marca registrada, un hee-hee-hee.
La pantalla se puso negra.
Jeremiah se quedó de pie, congelado por la confusión y el terror,
mientras la puerta del armario de suministros se abría lentamente.
N
—¡
o vas a ser un niño para siempre, Joel!
—Como si quisiera serlo —murmuró Joel.
Estaba a sólo unos pasos de su camioneta. Dos segundos más. Eso era
todo lo que necesitaba para llegar a su vehículo y escapar antes de que lo
atraparan. Dos malditos segundos.
Joel suspiró con suficiente volumen, giro de cabeza y acción de hombros
para comunicar su molestia, y se volteó para mirar a su padre.
—¿Hablaremos ahora?
—Son las 5:53.
Decidió hacerse el tonto.
—¿Cuál es el punto?
—¿Te vas a las 6:00, no a las 5:53?
—¿Me estás regañando por siete minutos?
El padre de Joel miró hacia el cielo azul brumoso durante un minuto y
luego se pasó el dorso de la mano por la frente. Su palma, por supuesto,
estaba perfectamente limpia. ¿Cómo lograba eso?
Joel había estado trabajando en “el negocio familiar”, como a su madre
le gustaba llamar a la empresa de su padre, el vivero y jardinería
D’Agostino's Nursery and Garden Center, después de la escuela y todos
los veranos desde que cumplió catorce años. El trabajo habían sido cuatro
años de tortura casi diaria: palear, levantar, acarrear, desyerbar y decir—:
Sí, señora. Sí, señor. Como desee —cuando lo que realmente quería decir
era… bueno, algo totalmente diferente y para nada educado.
Desde que empezó a trabajar para su padre, Joel olía a sudor y suciedad
o, peor aún, a estiércol. Su madre, que solía decirle a diario lo mucho que
lo amaba, había reemplazado su “Te amo” por “Date una ducha, Joel”.
Cuando él se quejaba de que no era culpa suya que oliera mal todo el
tiempo (era por el estúpido trabajo), ella respondía con—: Tu papá ha
estado dirigiendo D'Agostino's durante veinticinco años, y nunca huele
como un excremento de vaca humeando en un charco de barro.
Sí, su papá. El hombre perfecto. El que todos amaban. El hombre que
nunca suda. El tipo que era tan especial que la suciedad y el fertilizante no
tenía la audacia de tocarlo.
Joel parpadeó y se dio cuenta de que su padre estaba hablando.
Sintonizó las palabras y llegó a la mitad de la frase—: …¿Crees que vas a
encontrar un empleador al que no le importe que salgas del trabajo unos
minutos antes todos los días? No puedes ser así de irresponsable para
siempre. Dios sabe que te he dado más facilidades de las que debería. Tu
madre sigue pidiéndome que sea suave contigo. ¿Y de qué nos sirve eso?
Un chico de dieciocho años que actúa como un niño de ocho. Eres un
desastre, Joel, un gran desastre.
Joel respiró hondo y arrugó la nariz ante el olor dulce y enfermizo de
las flores de cerezo, que por alguna razón estaban floreciendo a finales de
este año. Seguían goteando trozos de color rosa por todo el vivero, que
luego la brisa recogería y soplaría. El padre de Joel insistía en un vivero
“limpio”, lo que significaba que no permitiría que las flores caídas
ensuciaran la propiedad. Joel probablemente había barrido varios millones
de esas malditas cosas sólo hoy.
Joel puso sus manos en sus estrechas caderas; varias chicas le habían
dicho que se veía “hermoso” cuando hacía eso. Inclinó la cabeza hacia su
padre.
—¿Ya terminaste?
Su padre levantó las manos y gritó—: ¡Estás despedido!
Joel frunció el ceño. Bien, odiaba este trabajo. Sin embargo, su padre le
pagaba dos dólares la hora más que cualquier otro salario que hubiera
podido encontrar, y al menos el trabajo era diurno. Todo lo demás que
había investigado requería trabajar hasta altas horas de la noche, lo que
reduciría su tiempo con la banda. Hasta que pudiera irse de la ciudad, que
no iba a ser hasta la graduación, dentro de dos largos meses, la verdad era
que trabajar en el vivero era el mejor trabajo que tenía disponible en ese
momento. Y tenía que tener un trabajo. No podría ahorrar el dinero que
necesitaba para ir a Los Ángeles si no seguía trabajando.
Se enfrentó a su papá.
—No puedes despedirme porque me voy siete minutos antes.
Steve D'Agostino miró a su alrededor mientras una confusión fingida
cruzaba su rostro oscuro. Joel parpadeó; acababa de tener esa extraña
sensación que a veces sentía cuando miraba a su padre, como si estuviera
viendo una versión más vieja de sí mismo. Cuando su padre abría así sus
ojos marrones, se parecía mucho a Joel, quien había recibido la mayoría de
sus rasgos fuertes de su padre, pero cuyos ojos eran tan grandes y pesados
como los de su madre. Era una buena combinación. Una vez, una señora
se le acercó en la tienda de comestibles para preguntarle si era modelo.
Eso, de hecho, era algo que planeaba hacer cuando llegara a Los Ángeles.
Le serviría de apoyo mientras ponía en marcha su carrera musical.
—¿Estoy sufriendo alguna alucinación? —preguntó el papá de Joel—.
¿No es cierto que como dueño de este lugar, puedo hacer lo que quiera?
¿Hay algún otro jefe por aquí del que no haya oído hablar? Alguien —estaba
imitando el uso frecuente de Joel de la palabra— ¿quién tiene la última
palabra?
—Qué gracioso —dijo Joel—. Sólo digo que es estúpido despedir a
alguien por irse siete minutos antes.
—Eso crees, ¿eh? —La voz de su padre era más fuerte ahora—.
Hagamos los cálculos, ¿de acuerdo?
Joel miró a su alrededor para ver si alguien estaba viendo cómo lo
sermoneaban como a un niño tonto. Un par de viejas estaban
inspeccionando las hojas de los cerezos en el borde del estacionamiento.
Una familia estaba agrupada alrededor de los adornos de plástico en forma
de molinete cerca de la puerta principal del centro del jardín. Al otro lado
del vivero, el compañero de trabajo de Joel, Seth, metía con una pala la
corteza de belleza en la parte trasera de uno de los camiones de reparto.
Bien. No había nadie importante.
Joel miró su reloj. Ahora eran las 6:00 p.m. Interrumpió los monótonos
cálculos de su padre y tocó su reloj.
—Bueno, ahora no me estoy yendo antes.
—Crees que eres divertido, ¿no? —El padre de Joel negó con la
cabeza—. No necesito hacer los cálculos. Ya los hice. Durante el tiempo
que has trabajado para mí, te he pagado más de sesenta y siete horas más
de lo que has trabajado. Eso es fácilmente mil dólares que obtuviste por
hacer absolutamente nada.
Joel se encogió de hombros.
—¿Y qué? Soy tu hijo. Me lo debes.
El padre de Joel miró fijamente a Joel durante diez segundos seguidos.
Después de los tres primeros, Joel pensó en subirse a su camioneta e irse.
Pero por alguna razón, no podía apartar la mirada de su padre.
Cuando Joel era pequeño, pensaba que su padre era el hombre más
genial del planeta. A diferencia de los padres de sus amigos, su padre era
grande, de hombros anchos y estaba en forma, como un superhéroe. No
conducía un sedán viejo y aburrido como otros papás; conducía un gran
camión negro brillante. Su padre tampoco usaba el atuendo paternal típico,
como pantalones caqui y polos monótonos. Cuando el padre de Joel no
estaba en el vivero, se vestía con ropa llamativa: pantalones elegantes,
camisas brillantes y corbatas estampadas. La gente de la ciudad amaba a
Steve D'Agostino: podía hacer que una multitud estallara en carcajadas,
encantar a cualquier mujer, hacerse amigo de quien quisiera. En casa, era
divertido y atento; cuando Joel era un niño, si su padre estaba en casa era
divertido. Padre e hijo pasaban los veranos bromeando y haciendo cosas
interesantes juntos.
El padre de Joel tocaba la guitarra y enseñó a su hijo desde pequeño,
inculcándole el amor por la música. Incluso le compró a Joel una batería
cuando le pidió una, y habían formado una “banda de rock” de dos
personas.
Sin embargo, algo extraño había sucedido cuando Joel llegó a la
adolescencia. Las reglas cambiaron. Ya no se le permitió jugar y hacer lo
que quisiera. Su padre esperaba algo de Joel que no podía dar. Su papá
quería que dejara de divertirse. Quería que “se pusiera serio” y “creciera”.
Después de un tiempo, Joel dejó de protestar. En el segundo año, estaba
a favor de crecer porque eso significaba que podía alejarse de sus padres
asfixiantes y de este pequeño pueblo atrasado. Significaba que podía ir a
tocar música donde alguien lo apreciaría en lugar de gritarle por ello. Pero,
¿por qué crecer tenía que significar ponerse serio? ¿Por qué tenía que dejar
de divertirse?
Joel parpadeó cuando sintió un tirón y escuchó un desgarro. Miró hacia
abajo.
—¿Qué–?
Su padre acababa de arrancar la etiqueta con el nombre de la camisa de
Joel con tanta fuerza que dejó un agujero.
—Se acabó —dijo su padre—. Sólo lárgate de aquí.
Joel sintió que la sangre le inundaba el rostro. Le palpitaban las sienes.
Apretó los puños.
—Ahora —gruñó su padre.
Joel alzó las manos.
—Bien. —Se volteó y abrió la puerta de su camioneta.
Joel se puso detrás del volante, metió sus largas piernas en la cabina y
cerró la puerta. Escuchó el crujido de la grava y miró por la ventana del
lado del conductor para ver a su padre caminando de regreso al centro del
vivero.
«Como sea».
Joel giró la llave. Una vez, dos veces, tres veces. El viejo motor
finalmente se puso en marcha y chisporroteó antes de convertirse en un
estruendo parecido al de un traqueteo.
Joel golpeó el volante con la mano.
Su padre pensaba que le había hecho a demasiados malditos favores.
Como comprarle esta camioneta.
—Te compré una camioneta, Joel —solía decirle su papá cuando él se
quejaba de no conseguir lo que quería. ¿Y qué? ¡Era una camioneta de hace
veinte años con transmisión estándar! «Gracias por los pequeños favores»,
pensó Joel.
Joel puso la palanca de cambios en marcha atrás. Apretó los engranajes
y la camioneta salió disparada hacia atrás. Podía oír la grava volando bajo
el chasis de la camioneta. Esperaba estar dejando grandes surcos en el
precioso estacionamiento de su padre—: la grava debe mantenerse lisa y
uniforme. —Sería bueno para el idiota.
Joel apretó los engranajes de nuevo mientras cambiaba a primera.
Apretó con fuerza el acelerador y el motor gimió, protestando por la
velocidad excesiva en marcha baja. Joel pasó rápidamente a la segunda y
tercera mientras seguía acelerando. Salió del estacionamiento a 45 km/h en
tercera velocidad. La grava todavía volaba; la escuchó en el letrero de
D'Agostino en el borde delantero del estacionamiento. Sus neumáticos
chirriaron cuando salió a la carretera. Alguien le tocó la bocina, pero ni
siquiera miró hacia atrás para ver por qué. Simplemente pisó el acelerador
a fondo y llevó la camioneta a más de 60 km/h tan rápido como lo permitía
el viejo vehículo.
Otro coche le tocó la bocina. Alguien gritó. A Joel no le importaba.
D’Agostino's estaba a las afueras del llamado centro de la ciudad, una
colección desaliñada y patética de negocios moribundos esparcidos por
varias manzanas semiabandonadas. El centro del vivero/complejo de
viveros estaba en la carretera “principal”, una estrecha franja de pavimento
de dos carriles llena de baches que finalmente conducía a una carretera
estatal. Aunque era la carretera principal, el límite de velocidad era de sólo
30 km/h. Estúpidamente lento.
La casa de la familia D'Agostino estaba a sólo tres millas del vivero, y a
Joel le gustaba ver qué tan rápido podía conducir la corta distancia.
Hoy necesitaba llegar a su casa lo más rápido posible. Necesitaba volver
a su habitación y tocar sus pads de batería. Quería golpear su frustración.
Si hubiera podido ir a la casa de su amigo Zach para tocar la batería de
verdad, lo habría hecho, pero Zach y su familia no estaban en casa hoy, una
especie de cosa familiar, y al padre de Zach no le gustaba que Joel o los
otros miembros de la banda fueran cuando no había nadie en casa.
Joel tomó el desvío de la carretera principal tan rápido que sus
neumáticos chirriaron de nuevo. Sonrió y aceleró hacia la recta que corría
al oeste de la calle principal. Unas cuadras más tarde estuvo en el corazón
de la zona residencial de la “vieja ciudad”, el barrio de grandes árboles
nudosos y prados verdes inclinados y casas victorianas de aspecto altanero
donde vivían todos los “destacables” de la ciudad, las familias que llevaban
toda la vida aquí. Joel pensaba que estas familias, incluida la suya propia,
eran unos don nadie: gente demasiado estúpida para ver que su ciudad era
una pérdida de espacio, gente demasiado perezosa, asustada o estúpida
para irse y probar la vida en otro lugar.
La idea de estas familias inamovibles, todas las viejas formas de pensar y
los interminables juicios y críticas, como los de su padre, molestaban tanto
a Joel que pisó el acelerador aún más fuerte y tomó la siguiente curva más
rápido de lo que había hecho antes. Lo hizo tan rápido que patinó. Durante
un par de segundos, no tuvo control sobre el vehículo. Se deslizó por la
esquina, y sus neumáticos temblaron sobre el pavimento irregular.
Joel soltó un grito de alegría. Se sentía muy bien no estar atado a las
reglas, a lo que era correcto. Era–
La parte trasera de su camioneta golpeó algo con un fuerte golpe
seguido de un crujido.
«Ups». Sonaba como si hubiera sacado un buzón.
Joel suspiró y frenó de golpe. La camioneta se detuvo con una sacudida,
arrojándolo hacia adelante y hacia atrás y balanceándose durante un par de
segundos mientras empujaba la palanca de cambios a neutral y ponía el
freno de mano.
Dejó el motor en ralentí cuando salió para ver qué había triturado. No
es que le importara mucho, pero meterse en problemas no servía para sus
propósitos en este momento, especialmente dado que su padre lo había
despedido. Necesitaba aguantar a alguien que le diera un trabajo mejor, y
la mayoría de las personas por las que valía la pena hacerlo vivían en este
vecindario. Si había roto un buzón, probablemente debería arreglarlo.
Joel rodeó su camioneta y miró el arcén. Levantó las cejas.
No había golpeado un buzón.
Una figura de plástico de un metro de altura, de color verde amarillo
neón, con la forma vaga de un niño, yacía de costado en la tierra detrás de
la camioneta de Joel. El “niño” sostenía una bandera naranja triangular que
tenía las palabras NIÑOS JUGANDO impresas en negro. El color del letrero
hacía juego con el “sombrero” naranja que estaba moldeado en la parte
superior de la cabeza de plástico del niño. En lo que podría haberse llamado
las caderas de la figura, la palabra lento brillaba bajo un reflector rojo. Joel
rio. Qué buen trabajo había hecho el pequeño hace un momento. Ni
siquiera lo había visto, y mucho menos se sintió obligado a prestarle
atención a su estúpida advertencia.
Notó que las “piernas” de la figura de plástico estaban agrietadas,
probablemente como resultado del impacto con su camioneta. «No es gran
cosa. Aun funciona».
Joel empezó a apartarse de la figura, pero por alguna razón, sus grandes
ojos negros redondos y su boca abierta y vacía llamaron su atención. Se
detuvo. Se le puso la piel de gallina en los brazos desnudos mientras miraba
fijamente la carita ciega y sin vida.
Sacudió la cabeza y se frotó los ojos.
—Como sea —dijo Joel en voz alta.
Miró a su alrededor. Estaba solo, por lo que una vez más comenzó a
regresar a su camioneta.
Y de nuevo, se detuvo. Esta vez, su atención fue captada por un charco
de lodo repugnante junto a los pies de la figura de plástico. «¿Qué es eso?»
No era barro. No era caca de perro. Era…
Joel se inclinó para ver el lodo con más claridad e inmediatamente
retrocedió. La masa grumosa de color marrón parecía como si un perro
se hubiera derretido en un exudado semilíquido.
Joel dio un paso atrás e hizo una mueca.
—¡Eso es asqueroso!
Totalmente asustado, Joel giró una vez más para ver si alguien lo estaba
mirando. No vio un alma en la calle, y todas las casas habían corrido sus
cortinas o tenían oscurecidas las ventanas.
Joel se apresuró a regresar a la puerta del conductor abierta y se subió
a la camioneta. Poniéndola en marcha, soltó el freno y se alejó tan rápido
como pudo sin chirriar los neumáticos. No quería hacer más ruido del
necesario.
«¿Por qué? ¿Porque se despertaría el niño de plástico dormido?»
Joel resopló al pensarlo.
—Sí, claro —murmuró. Encendió su radio para ahogar los nervios
restantes que le hacían cosquillas en los pelos de la nuca.
✩✩✩
La mamá de Joel lo estaba esperando cuando detuvo su camioneta en el
camino de entrada. Estaba de pie en el porche envolvente y cubierto, con
las manos enterradas en los bolsillos de sus mom jeans de cintura alta. Aún
a diez metros de distancia, Joel podía ver sus cejas fruncidas y sus labios
comprimidos. Obviamente estaba enojada por algo. «Estupendo».
Estuvo tentado de marcharse de nuevo, pero todavía se sentía raro por
la cosa de plástico.
Quería subir a su habitación y ocultarse del mundo.
Pero para hacer eso tendría que atravesar a su madre.
Joel era hijo único y, como tal, siempre pensó que debería ser mimado
como es debido. Su mejor amigo, Wes, también era hijo único, y Wes
obtenía lo que quería cuando quería. Joel, sin embargo, tenía padres que
estaban “comprometidos” a asegurarse de no malcriarlo. A lo largo de los
años, había tratado de manipularlos para que le consiguieran lo que quería,
pero en algún momento se había rendido.
—Tienes que esforzarte por lo que quieres en la vida, Joel —siempre le
decían sus padres—. Si te damos todo, no sabrás cómo abrirte camino en
el mundo.
—Lo averiguaré —les respondía—. ¿Por qué no me dan unos años
fáciles antes de llegar a los difíciles?
No caían su razonamiento persuasivo ni encontraban divertido su
humor. A diferencia de los padres de Wes, quienes le decían que estaba
bien cuando sacaba C y D en la escuela, los padres de Joel no sólo
lamentaban sus malas calificaciones, sino que lo castigaban por ellas. Su
camioneta era un ejemplo perfecto de eso.
Cuando Joel llegó a la escuela secundaria, su padre le dijo que le
compraría una camioneta nueva a Joel cuando sacara su licencia, siempre
que obtuviera buenas calificaciones. Por cada semestre que obtuviera malas
calificaciones, la camioneta que recibiría sería un año más vieja. Joel intentó
sacar buenas notas durante un semestre, pero era demasiado trabajo.
Acortaba su tiempo de tocar música y pasar el rato. Entonces, hizo los
cálculos y pensó que una camioneta de hace cinco años no era tan mala;
dejó de intentar sacar buenas notas. Cuando llegó el momento de que le
dieran su camioneta, su padre le dijo lo decepcionado que estaba con su
desempeño escolar. Joel le contó con orgullo a su padre sus razones para
ser vago, lo que resultó ser una mala decisión. Su padre estaba tan enojado
que castigó a Joel por su “impertinencia” quitándole otros quince años de
nueva a la camioneta. Así fue como terminó con una camioneta de hace
veinte años.
—Deberías alegrarte de que tu papá te haya comprado una camioneta
—le había dicho la madre de Joel cuando él se quejó con ella. Siempre se
ponía del lado de su padre—. Tu padre es un hombre maravilloso, un gran
padre. Él hace todo lo posible por esta familia —había dicho más veces de
las que Joel quería recordar.
Ahora podía decir por el ceño enojado de su madre que atravesarla no
iba a ser fácil. Decidió intentar actuar de forma inocente y despistada y ver
qué conseguía.
Salió de su camioneta y saludó a su madre con indiferencia.
—Hola mamá.
—Nada de hola mamá —espetó—. Tu padre me llamó.
Joel suspiró y corrió hacia su madre. Se aseguró de mantener los
hombros hacia atrás, la cabeza en alto y caminar con su arrogancia
usualmente confiada. Marianna, la chica más bonita de su clase, vivía al otro
lado de la calle. La ventana de su dormitorio daba a la carretera. Ella nunca
le había dado ni la hora, pero pensaba que siempre había esperanza.
Después de todo, él hacía que los vaqueros y las camisetas negras
parecieran atractivos.
Todas las otras chicas pensaban que así era. No parecía importarles que
él no fuera romántico o caballeroso ni nada de esas cosas. Conseguía citas
cuando las quería. Sin embargo, Marianna era una cita que no podía
conseguir.
—Tu encanto es como una envoltura de plástico, Joel —le había dicho
una vez.
—¿Qué se supone que significa eso? —había preguntado.
—Es delgado, y algo transparente, no oculta lo idiota que eres.
Joel lanzó una mirada a la ventana de Marianna mientras caminaba hacia
su madre. Si ella estaba mirando, las únicas dos mujeres a las que quería
impresionar lo verían en un punto bajo. Eso apestaba.
Joel subió al porche y miró los ojos oscuros de su madre.
Joel amaba a su madre, pero ella podía ser intimidante. Era una mujer
alta con un cuerpo robusto y siempre vestía ropa sensata, generalmente
pantalones oscuros o jeans de cintura alta y blusas de colores brillantes
(hoy era magenta). Sus rasgos eran un poco grandes para su rostro. De
hecho, podría pasar por un hombre si no llevara el pelo largo. Pero ella
llamaba la atención. No podía apartar la mirada de ella cuando estaba
enojada.
—Papá estaba de mal humor —intentó Joel.
—Déjalo, Joel. Sabes muy bien que has empujado a tu padre más allá de
los límites que cualquier padre debería tener que soportar. Llegas tarde al
trabajo, haces lo menos posible mientras estás allí y te vas temprano. Iba a
dejarlo pasar hasta que te fueras a la universidad, pero luego dijiste que no
irías a ir a la universidad… porque no podrías obtener buenas
calificaciones. En ese momento, tu papá pensó que necesitarías el dinero,
así que te mantuvo, a pesar del hecho de que vas a romperle el corazón e
ir a unirte a una banda de rock o lo que sea que planees hacer. Pero incluso
él tiene un límite.
Joel se miró los pies.
—Lo siento mama. —Inclinó la cabeza y le dio la mirada de reojo que
siempre solía hacerla derretirse.
Ella soltó aire.
—Eres un chico guapo, Joel. Te lo concedo. Pero las apariencias no te
darán todo. Necesitas un poco de personalidad para acompañarla. Y ahora
mismo, la tuya necesita mucho trabajo.
Joel se encogió de hombros.
—Quiero subir a mi habitación.
Su madre abrió la boca, luego la cerró e hizo un movimiento de espanto
con la mano.
—Bien. Vamos.
Joel pasó junto a ella y entró pisando fuerte en su casa. La escuchó
suspirar detrás de él mientras rastreaba tierra a través de la entrada de
baldosas grises. Se lo merecía.
Tenía algo de hambre y quería un bocadillo, pero más que eso, quería
estar solo. Subió corriendo la amplia escalera hasta el segundo piso,
recorrió el pasillo y entró en su habitación. Cerró la puerta de un portazo
y se dirigió hacia las baquetas, pero en cambio agarró su guitarra acústica
de su soporte en la esquina de la habitación. Se dejó caer en la cama con
ella.
Curvando los dedos sobre los trastes, Joel se concentró en el último
conjunto de acordes que estaba tratando de dominar. Eran acordes de
barra, con los que siempre había tenido problemas. Obtener la fuerza
necesaria en sus dedos para mantener presionadas todas las cuerdas del
traste a la vez le llevó cientos de horas de práctica, e incluso ahora, después
de años de tocar, luchaba con algunos de los acordes menos comunes.
Sin embargo, tenía que aprenderlos. No quería que la música que estaba
escribiendo fuera corriente; no iba a usar los acordes fáciles habituales o
las progresiones de acordes estándar. Quería crear música que traspasara
los límites.
«Límites».
Ese era su problema. Estaba encerrado por muchas reglas. Lo volvían
loco, tan loco que se sentía como si fuera una bola de ira andante todo el
tiempo. No pretendía serlo, pero no podría ayudarse así mismo. Se sentía
como un tigre atrapado en una jaula, un tigre tan frustrado que no podía
evitar rugirles a todos.
Joel repasó sus nuevos acordes dos veces; luego comenzó a combinarlos
con una selección compleja. La mezcla sonaba genial. Joel sonrió mientras
una nueva canción, sobre romper fronteras, comenzaba a formarse en su
cabeza.
Pero la incipiente melodía fue silenciada cuando la madre de Joel abrió
la puerta de su dormitorio. Los dedos de Joel se congelaron en la guitarra.
La mamá de Joel se acercó a su tocador y puso calcetines limpios en un
cajón.
—Eso sonó interesante —dijo.
Joel frunció el ceño. “Interesante” no era lo que estaba buscando. Pero
no iba a decir nada. Nunca trató de explicar su música a sus padres. No
era para que ellos lo entendieran. Era por él, y por los fanáticos que
eventualmente tendría cuando pudiera dejar esta ciudad y tocar en algún
lugar donde fuera apreciado.
La mamá de Joel pasó una mirada al taburete de respaldo afelpado que
estaba en la esquina con sus instrumentos. Se puso las manos en las
caderas.
—¿Por qué nos molestamos en traerte ese taburete si vas a encorvarte
en tu cama cuando tocas tu guitarra? —ella negó con la cabeza y salió de
su habitación, murmurando para sí misma.
Tan pronto como cerró la puerta del dormitorio, Joel le arrojó una
almohada.
—¿Por qué nos molestamos? —la imitó.
¿Por qué nos molestamos? era una de las frases favoritas de su madre.
Esta línea se aplicaba a cualquier cosa que ella o su padre hicieran y que
ella pensara que Joel debería apreciar más.
Por ejemplo, le encantaba preguntar—: ¿Por qué nos molestamos en
comprarte ropa bonita si no vas a cuidarla? y ¿Por qué nos molestamos en
conseguirte un tutor si no te presentarás a sus lecciones?
Él nunca le respondía cuando le hacía esas preguntas, pero si lo hubiera
hecho, habría dicho algo como—: ¿Quién pidió ropa bonita? Los jeans y las
camisetas están bien. Y ¿Cuándo pedí un tutor?
Si pensara que podría salirse con la suya, tendría más que decir en
respuesta a su pregunta sobre su habitación—: ¿Por qué nos molestamos
en decorar tu habitación si vas llenarla de basura?
Bueno, ¿Joel les pidió que trajeran a un decorador profesional para
coordinar las cortinas de rayas beige y azul adecuadas para combinar con
las paredes azul oscuro de su habitación? ¿Pidió el centro de estudio de
roble personalizado, escritorio y credenza unidos a archivadores y estantes
empotrados, y la cómoda, la mesita de noche y el tocador a juego? ¿Le
importaba la alfombra turca importada o las impresiones artísticas
enmarcadas de plantas raras? ¿Necesitaba un ventilador en el techo y una
luz de acero cepillado de última generación? ¿Le importaban cosas como
el número de hilos y las formas de las almohadas? De todos modos, ¿por
qué necesitaba seis almohadas decorativas? Cuando su habitación estaba
como le gustaba a su madre, lo que sólo sucedía cuando ella o el ama de
llaves la arreglaban, las malditas almohadas ocupaban la mayor parte de su
cama tamaño queen.
Todo lo que Joel siempre había querido para su habitación era suficiente
espacio para su batería y guitarras, una placa de sonido profesional e
insonorización. En cambio, consiguió una habitación llena de muebles de
estilo club de hombres hoity-toity y basura decorativa, lo que lo obligó a
abarrotar sus instrumentos, lo único que le importaba, en un rincón. Y la
falta de insonorización dificultaba mucho la práctica. Sus padres siempre
hacían comentarios sobre la música que él quería guardar para sí mismo o
le gritaban que se callara.
El problema con la mamá y el papá de Joel era que habían decidido qué
era lo correcto para él y se enojaban con él por tener una idea diferente.
Nunca podía elegir por sí mismo. A lo largo de los años, esto lo había
resentido tanto que ya no podía apreciar ni siquiera las cosas raras que
hacían y que realmente le gustaban.
Joel apretó los dientes y volvió a tocar la guitarra. Cantó en voz baja.
—Los límites me roban la elección, ahuyentando, forzando, haciéndome
no ser yo. —Se detuvo. «Eso fue tonto».
Joel suspiró y se recostó en sus almohadas, acunando su silenciosa
guitarra. «Si sólo pudiera irme ahora», pensó.
Su padre le había dicho que si no se graduaba de la escuela secundaria,
nunca recibiría ni un centavo de su padre, no ahora, no si se metía en
problemas, ni siquiera después de su muerte. Joel le creía.
Por el momento, habría estado dispuesto a ceder parte de ese dinero
sólo para escapar, pero no tenía lo suficiente ahorrado para hacer el viaje
o para conseguir su propio lugar. Necesitaba quedarse en casa un poco
más. Y ahora tenía que encontrar un nuevo trabajo… a menos que pudiera
encontrar una manera de hacer que su papá lo perdonara. Tal vez podría
convencer a su papá de que lo aceptara.
Joel pensó en eso durante un rato. ¿Qué era peor? ¿Arrastrarse hacia
su padre o salir y trata de encontrar un trabajo diferente? Ambas opciones
apestaban, pero finalmente decidió que disculparse le llevaría menos
tiempo que buscar trabajo.
Al presentar lo que pensó que era una actuación digna de un premio
durante una cena de rosbif, papas rojas y guisantes, Joel pudo persuadir a
su padre para que lo dejara seguir trabajando hasta el final del año escolar.
Joel había dicho mucho—: Lamento mucho haber estado actuando como
un idiota. Y agregó un montón de cosas como—: He estado pensando
mucho y entiendo que necesito hacer algunos cambios y creo que he
estado dando las cosas por sentado, y ya no voy a hacer eso nunca más.
Pensó que sus mentiras bla, bla, bla habían ido bien con la comida bla.
A la madre de Joel le gustaba cocinar “comida sencilla”. De hecho, tomó
clases sobre cómo preparar comidas con la menor cantidad de ingredientes
posible. Deseaba que no tuviera tiempo para clases como esa (la comida
era terriblemente insípida) pero ella sólo tenía un trabajo a tiempo parcial,
como hobby, escribiendo patrones de tejido y vendiéndolos en línea. Esto
le daba demasiado tiempo para “descubrir” cosas nuevas como la comida
sencilla.
Durante los últimos dos años, nada de lo que comían tenía sabor. La
Navidad pasada, había tratado de arreglar eso gastando algo de su propio
dinero para comprar un especiero lleno de treinta especias para su mamá.
Terminó regalando todas menos una docena de especias.
—¿Qué uso puedo darle al jengibre y el cilantro? —había dicho mientras
los ponía en una bolsa para donarlos a la caridad. Y sus padres se
preguntaban por qué no hacía cosas por ellos. ¿Qué sentido tenía? De
todos modos, lo que hacía nunca estaba bien.
Sólo quedaban dos meses más.
✩✩✩
A la mañana siguiente, sintiéndose bastante satisfecho de sí mismo por
haber recuperado su trabajo, Joel se acomodó en uno de los taburetes
cubiertos de terciopelo color burdeos frente a la isla del tamaño de un
portaaviones en la cocina de calidad de restaurante de su madre.
Probablemente por 3.000 vez, Joel miró desde su plato de cereal frío a los
llamativos electrodomésticos de acero inoxidable y las relucientes
encimeras de granito negro en la cocina de su madre. ¿Qué sentido tenían
esas cosas? Aproximadamente diez años antes, su padre había sorprendido
a su madre con esta enorme remodelación de la cocina (en lugar de
construir a Joel el estudio de música insonorizado que quería). Su padre
había comprado todo esto de última generación y aquello de la más alta
calidad, y Joel todavía consumía cereales fríos seis mañanas a la semana. La
única vez que tomaba un desayuno caliente era los domingos por la
mañana, antes de la iglesia… y eso era sólo porque su papá estaba en casa.
De lunes a sábado, el padre de Joel salía de la casa antes del amanecer
para preparar el centro de viveros para abrirlo. Con demasiada frecuencia,
se esperaba que Joel fuera temprano con su padre. Más de la mitad de las
veces que tenía el turno temprano, se quedaba dormido. ¿Qué persona
normal no lo haría? No era natural despertarse cuando aún estaba oscuro.
Joel molió su camino a través de un segundo tazón de cereal Fazbear
Fazcrunch, deseando todo el tiempo que fuera algo más, como huevos al
curry y tocino con papas fritas. Quizás debería haber ido a la casa de Zach.
La mamá de Zach siempre hacía lo que ella llamaba “desayunos de granja”.
—Mirar tu cereal no lo convertirá en panqueques… o lo que sea que
desees que sea —dijo la mamá de Joel mientras arrojaba una revista de
tejido en el mostrador junto a él y se sentaba con su taza de café. Como
de costumbre, ya estaba vestida (los pantalones de hoy eran negros y la
blusa era verde esmeralda), tenía el cabello trenzado y el maquillaje en su
lugar.
Él le lanzó una mirada.
—Todavía no entiendo por qué no podemos comer huevos durante la
semana.
—Nada te impide comer huevos. ¿Quieres huevos? Cocina huevos. —
La mamá de Joel tomó un sorbo de su café y mantuvo la mirada fija en su
revista.
—Sólo porque no desayunas no significa que no debas alimentar a tu
familia con el desayuno —se quejó Joel—. No es justo hacerme comer
cereal todos los días porque crees que el café es todo lo que una persona
necesita por la mañana.
La mamá de Joel dejó su revista y se giró para mirarlo.
—Tienes una perspectiva interesante, Joel —dijo su madre.
Él le frunció el ceño.
—¿Qué significa eso?
—Te has olvidado convenientemente todos los días que cuando eras
pequeño, cuando me levantaba temprano y te preparaba huevos,
panqueques, waffles o avena sólo para que corrieras escaleras abajo, tarde
como siempre, y gritaras—: “¡No tengo tiempo mamá! Sólo dame cereal”.
Después de tirar algunas docenas de desayunos en el triturador de basura,
entendí el mensaje. —Ella señaló su caja de cereal—. Eso es lo que querías.
Eso es lo que obtienes.
—Sí, bueno, apesta, y no creo que sea justo castigarme por algo que ni
siquiera recuerdo haber hecho.
Su madre se cruzó de brazos y le arqueó una ceja.
—¿Qué pasó con “Entiendo que necesito hacer algunos cambios”? —
Hizo una muy buena imitación de su voz mientras le echaba en cara el
precioso mamoneo de la noche. Respiró hondo, luego frunció el ceño y
negó con la cabeza—. No te molestaste en ducharte esta mañana, ¿verdad?
Como siempre.
Joel apretó los labios. Otra vez con la ducha. Su madre estaba
obsesionada con la limpieza.
—No me alcanzó tiempo —dijo.
—Pero tienes tiempo para sentarte aquí y quejarte por la comida que
estás comiendo, que por cierto se te proporcionó de forma gratuita.
Joel quería decir algo sarcástico a eso, pero sabía que cualquier cosa que
dijera afectaría a su padre. Cuando su padre accedió a dejarlo volver al
trabajo, lo hizo con una advertencia—: Será mejor que mantengas la nariz
limpia. No holgazanees. Ni hables por detrás.
Entonces Joel mantuvo la boca cerrada.
Su mamá arrugó la nariz y tomó su café y su revista.
—Creo que voy a llevar mi café a mi oficina y leer mi revista en paz.
—Como sea —murmuró Joel.
Su madre se paró junto a la isla por un momento y lo miró fijamente.
Luego suspiró y salió de la cocina.
Joel puso los ojos en blanco e hizo una mueca al ver el par de trozos
empapados de Fazcrunch que flotaban en su cuenco.
Ya había comido dos cuencos de ese producto y todavía tenía hambre.
Cogió la caja de color rojo brillante y, colocando su pulgar sobre la cara
de Freddy Fazbear, trató de sacar un tercer cuenco de la caja casi vacía.
Cayeron un par de trozos más de cereal, junto con algo pequeño y amarillo,
envuelto en celofán. Bien. El premio de juguete dentro de cada caja.
Sacando el premio de la leche con su cuchara, y rociando el mostrador
con leche en el proceso, Joel miró el juguete. ¿Eso era…?
Limpió el celofán en la servilleta que estaba junto a su tazón de cereal y
abrió el envoltorio para ver el juguete con más claridad. No podía ser lo
que pensó que era.
El juguete de plástico cayó sobre el mostrador y Joel se estremeció. Era
lo que había pensado que era.
El juguete era una versión en miniatura de la misma extraña figura de
plástico amarillo con forma de niño que había golpeado con su camioneta
ayer. Al igual que esa figura, el juguete sostenía una bandera triangular
naranja que decía NIÑOS JUGANDO. Al igual que esa figura, el juguete tenía
una impresión lenta en las caderas, debajo de un reflector rojo. Tenía el
mismo sombrero naranja, los ojos negros, la boca abierta. La cosa era
idéntica en todos los aspectos, excepto por el tamaño, a la figura de
plástico que Joel había atropellado. Idéntica… incluso a la forma en que lo
hizo sentir cuando la miró. La cosa lo desconcertó seriamente.
—Esto es una locura —dijo Joel en voz alta, como si quisiera salir de
dudas.
¿Cuáles eran las probabilidades? ¿Por qué alguien haría un juguete que
se pareciera a esa estúpida figura de niño?
Joel se estremeció y luego tiró el estúpido juguete del mostrador con
el dedo índice. Golpeó el suelo con un clic, se deslizó a través de la madera
pulida y aterrizó entre una rejilla de ventilación y la moldura del zócalo en
la esquina de la cocina. Joel lo miró un par de segundos, luego salió de la
cocina, dejando su cuenco vacío y la caja de cereal vacía en la encimera…
como siempre hacía. Pensó que si tenía que comer cereal todos los días,
estaría bien que su madre tuviera que limpiar los restos.
Joel miró el reloj sobre la estufa. Sería mejor que se mueva. Iba a llegar
tarde a la escuela. Un aviso de tardanza oficial más, y tendría que hacer una
detención después de la escuela. Si lo detenían, no podría trabajar. Sin
trabajo, no podría conseguir el dinero que necesitaba.
La vida apestaba en serio. Nada de lo que quieres llega sin pagar por
ello, y cuando tus padres no quieren pagar por las cosas que quieres, tienes
que conseguir el dinero tú mismo. Eso significa pasarte la mayor parte de
tu vida haciendo tonterías que no quieres hacer, sólo para eventualmente
tener suficiente dinero para hacer algo que querías hacer, pero para
entonces no tenías suficiente tiempo para hacer porque estabas trabajando
para pagarlo.
✩✩✩
Joel apenas llegó a la escuela a tiempo, y después de esta, apenas llegó a
tiempo al trabajo. Una vez allí, tuvo que quedarse exactamente hasta las
6:00 p.m. En realidad, se quedó hasta cinco minutos después, sólo para
asegurarse de que su padre entendiera que no estaba “holgazaneando”.
Tendría que hacer lo mismo al día siguiente, y al día siguiente, hasta que
finalmente llegara el viernes.
A las 6:08 p.m., Joel caminó penosamente hacia su camioneta,
murmurando en voz baja y pateando grava a medida que avanzaba. Su padre
quería que Joel estuviera en el trabajo temprano a la mañana siguiente para
cargar un pedido especial por entregar.
Un sábado por la mañana. Eso no era justo en absoluto. Su padre sabía
que a Joel y sus amigos les gustaba practicar hasta tarde los viernes por la
noche. Joel estaría extremadamente cansado por la mañana, ¡y ahora no
podría dormir hasta tarde! La peor parte era que ni siquiera podría
quejarse porque había prometido no hacerlo.
Pero si su promesa significaba llegar tarde por la noche y madrugar,
entonces él–
—¡Ay! ¡Cuidado con lo que estás haciendo, jovencito!
Joel levantó los ojos y miró a su alrededor. Gimió cuando su mirada se
posó en la anciana Sra. Linden.
De al menos noventa años, la Sra. Linden era una anciana huesuda que
visitaba el vivero al menos una vez a la semana.
—La jardinería mantiene los huesos jóvenes —decía cada vez que venía
a comprar una nueva planta o una nueva herramienta. La mujer lo repetía
una y otra vez.
Esto resultaba especialmente fastidioso ya que la señora Linden hablaba
bien. Divagaba constantemente sobre todo lo que estaba sucediendo en su
vida, sobre sus hijos mayores y sus problemas, sobre sus dolores y
molestias y las citas con el médico y, por supuesto, sobre cada cosa
minúscula que sucedía en su enorme jardín.
—Las abejas han estado rondando mi forsitia más de lo habitual.
—Casi corto una oruga por la mitad cuando estaba plantando mi nuevo
alyssum.
—Una de las ramas se rompió en mi tamjuniper.
¿A quién diablos le importaban todas esas cosas? A Joel no. Odiaba
escuchar la voz quebrada de la anciana.
Y además de que la Sra. Linden hablaba constantemente, era una
quejosa. Encontraba fallas en algo cada vez que entraba, y su padre siempre
hacía todo lo posible para hacerla feliz. Joel se encogía cada vez que tenía
que escuchar uno de sus intercambios, que siempre era algo así como…
Sra. Linden: Esas semillas no brotaron según lo programado, Steven.
Papá: Lo siento mucho, Sra. Linden. Aquí tiene un nuevo paquete. Invita
la casa.
O sino:
Sra. Linden: Mis jacintos no tienen el color que esperaba, Steven. Creo
que el fertilizante no está haciendo su trabajo.
Papá: Lo siento mucho, Sra. Linden. ¿Qué le parece si le doy una botellita
de otro tipo de abono para que lo pruebe? Será gratis.
Después de presenciar esto varias veces, Joel finalmente le preguntó a
su papá: ¿Por qué se molesta en venir aquí todo el tiempo si nuestras cosas
son tan malas?
Su padre sonrió y negó con la cabeza.
—Es su manera de ser. Compra mucho más de lo que le doy.
Ahora la señora Linden miraba fijamente a Joel con sus ojos grises
entrecerrados.
—Te das cuenta de que tus casuales patadas a la grava han ensuciado mi
guardabarros —dijo la Sra. Linden, señalando una mancha microscópica en
la pintura azul pálido de su antiguo Ford LTD. Aquella cosa era un barco
con ruedas.
Joel abrió la boca para decirle dónde ponerse el divot, pero por el rabillo
del ojo vio a su padre salir del vivero. Joel y la Sra. Linden estaban lo
suficientemente cerca de su padre como para que éste pudiera oír lo que
decían. Joel soltó aire y se inclinó para rozar con el pulgar la mancha.
Afortunadamente, la mota era tierra, no un “divot”. (Un divot es un pedacito de
tierra que vuela hacia arriba cuando algo lo golpea).
—Lo siento mucho, Sra. Linden —dijo, prácticamente atragantándose
con cada palabra—. No debería haber sido tan descuidado. Pero era sólo
un poco de suciedad, no un divot—. ¿Qué tal si le lavo el coche mañana
después de salir del trabajo?
La Sra. Linden sonrió.
—Eso sería estupendo, jovencito. —Se acercó al padre de Joel—. Un
buen chico tienes allí.
El padre de Joel arqueó los labios pero asintió. Joel puso los ojos en
blanco y corrió hacia su camioneta tan pronto como la Sra. Linden dio otro
paso hacia su padre. Saltando a la cabina, metió la llave en el encendido y
ordenó—: ¡Arranca! —Sorprendentemente, lo hizo en el primer intento.
Joel puso la camioneta en marcha y, como casi literalmente podía sentir
la mirada de su padre sobre él, retrocedió lentamente. Con mucho
cuidado, giró las ruedas para salir del área de estacionamiento. Hoy estaba
siguiendo las reglas al pie de la letra, tanto que fue lo primero que le dijo a
Zach cuando se detuvo junto al viejo granero de la familia de Zach.
Zach estaba afuera, en la esquina del granero, poniendo semillas en el
comedero para pájaros cuando llegó Joel.
Joel pudo ver que Zach ya había extendido heno fresco para las cabras.
Una de las cabras, Missy, una pequeña bronceada que se comería tu ropa
si no la mirabas, ya estaba comiendo. El aire olía de manera similar a como
olía el vivero: apestaba a tierra y estiércol con sólo un toque de dulzura,
que provenía de la madreselva que crecía contra las tablas descoloridas y
deformadas a lo largo de la pared sur del granero.
—Amigo —dijo Joel mientras salía de su camioneta—, hoy estoy
obedeciendo las reglas al pie de la letra. ¿Y tú?
Zach se volteó y se rio.
—Nah. Estoy pisoteando todas las reglas.
Joel se echó a reír, metió la mano en la cabina de su camioneta y agarró
el asa del maltrecho estuche de su guitarra.
—¿Están todos aquí? —le preguntó a Zach.
Zach negó con la cabeza y su largo cabello de color pajizo le cruzó la
cara. Lo apartó a un lado con una de sus grandes manos.
Zach era un tipo grande, incluso más alto que Joel. Era el tipo de chico
con el que no quisieras cruzarte. Era centro del equipo de fútbol de la
escuela secundaria. La masa muscular de Zach no provino de hacer
ejercicio. Venía de trabajar en la granja de sus padres. Él era increíblemente
fuerte. También era un gran músico. No lo parecía porque era grande,
bronceado y tenía rasgos ásperos, pero Zach podía tocar el piano y el
teclado con más corazón que nadie que Joel hubiera escuchado jamás.
Zach cerró la tapa del comedero para pájaros.
—Le pasó algo a la novia de Evan. Él estará aquí en una hora.
—No lo necesitamos. Puedo cantar hasta que llegue.
—Eso imaginé.
—¿Ya viene la pizza? —preguntó Joel—. Me muero de hambre.
—Wes me convenció de que esperara para hacer el pedido, para que
no estuviera fría cuando Evan llegara. —Zach se dirigió al granero y Joel lo
siguió.
—¡Wes! —le gritó Joel a su amigo— Pequeño idiota de pelo rizado
¿Qué estabas pensando, amigo? ¡Necesito comida!
—No todo se trata sólo de ti, Joel —respondió Wes.
—Cállate. —Joel dejó su estuche sobre un fardo de heno y sacó su
guitarra. Se acercó a uno de los amplificadores instalados en la parte trasera
del granero, enchufó la guitarra y la dejó apoyada contra un par de
neumáticos de repuesto apilados a lo largo de la pared. No tocaba la
guitarra en el grupo tan a menudo. Sobre todo, él era el baterista. A veces,
sin embargo, él y Evan cambiaban. Evan era un baterista aceptable y podía
mantener el ritmo cuando Joel realmente quería tocar la guitarra.
Joel observó a Wes concentrado en un riff en el que estaba trabajando,
con su pelo castaño oscuro cayendo sobre su pálido rostro.
—Excelente —dijo Joel cuando Wes dejó de jugar.
Zach se sentó al teclado.
—¿Empezamos?
Joel se sentó detrás de la batería. Él y Wes siguieron el ejemplo de Zach
en la canción que habían estado practicando la noche anterior. El granero
tenía una acústica sorprendentemente buena y Joel se perdió en la música
a los pocos segundos de golpear las pieles.
Evan llegó alrededor de la hora en que llegó la pizza, y después de que
todos se atiborraron de pizza de pepperoni y pepperoncini, luego volvieron
a tocar. Continuaron hasta que Joel miró su reloj poco después de la
medianoche.
—Tengo que irme temprano esta noche. Mi maldito padre me está
obligando a levantarme antes del amanecer para ir a trabajar mañana.
Wes dejó su guitarra y se estiró.
—Oye, alégrate de tener ese trabajo. Mataría por trabajar para alguien
como tu papá.
Joel hizo una mueca.
—No sabes de lo que estás hablando. Mi papá es un esclavista.
—Nunca has volteado hamburguesas en BJ's. ¡Ese tipo es un esclavista!
—Gimió Wes—. Salario mínimo por trabajar sobre una parrilla caliente y
sucia, y que te griten todo el tiempo porque no lo estás haciendo lo
suficientemente rápido.
—Al menos no tienes que palear estiércol —respondió Joel.
Zach rio.
—Creo que tú mismo estás paleando, Joel. (Palear en ingles también se usa como
jerga para decir que alguien depende excesivamente de otro). Se levantó del teclado y negó
con la cabeza—. Tienes una gran vida, amigo, y en lugar de apreciarla,
siempre te quejas por ello. Tienes demasiada prisa por dejarla atrás.
Joel miró a su amigo con el ceño fruncido.
—Tú también quieres entrar en la escena musical. Dijiste que no podías
esperar a que saliéramos por nuestra cuenta.
—Sí, pero es una forma de hablar. Estoy deseando que llegue, pero
también puedo apreciar lo que tengo ahora. Creo que a veces tu enojo te
ciega de lo que es bueno, eso es todo.
—¿Qué diablos sabes tú de mí? —espetó Joel.
Zach levantó las manos en señal de rendición.
—Amigo. Sólo digo… si vas más lento en la vida, puedes disfrutar del
paisaje en el camino hacia donde quieras llegar.
Joel resopló.
—¿Qué eres? ¿Alguna clase de gurú?
Cuando Zach se limitó a sonreír y se encogió de hombros, Joel metió
la guitarra en su estuche y salió pisando fuerte del granero. Joel estaba
rechinando los dientes cuando subió a su camioneta bajo un cielo lleno de
estrellas y un cuarto de luna. ¿Quién se creía Zach diciéndole lo que tenía
que hacer? Joel ya tenía suficiente con sus padres.
—¡Nos vemos mañana por la noche! —llamó Evan mientras él y Wes
se dirigían hacia sus propios vehículos.
Joel saludó a regañadientes a sus amigos, salió y se dirigió hacia las
puertas de la granja de la familia de Zach. Podía ver los faros de Evan detrás
de él. Evan conducía un viejo auto deportivo rojo que tenía faros de ojos
saltones muy juntos. Alto y larguirucho, Evan apenas encajaba en la cosa,
pero le encantaba, la heredó de su abuelo. Lástima que Joel no tuviera
abuelo. Los padres de sus padres estaban todos muertos… muertos hacía
mucho tiempo. No había heredado nada de ninguno de ellos. No era justo.
Detrás del pequeño coche de Evan, la camioneta de Wes se iluminó por
encima de la parte superior del coche de Evan y entró por la ventana
trasera de Joel. La luz abrasadora se reflejó en sus ojos desde el espejo
retrovisor, cabreándolo. Debería tener una camioneta grande como la de
Wes, en lugar de esta vieja basura que conducía. Empujó el pie en el
acelerador con ira, y mientras atravesaba las puertas de la granja, se metió
en el camino rural y la empujó hacia la ciudad.
Traqueteando lo suficiente como para enojarlo aún más, la camioneta
de Joel intentó alcanzar los 80 km/h en el tramo recto de la carretera
estrecha que corría a lo largo del borde de la granja por un lado y un
bosque viejo por el otro lado. Si Evan o Wes también hubieran venido por
aquí, Joel estaba seguro de que podrían haberlo alcanzado en un
nanosegundo y haberlo tirado fuera de la carretera. Afortunadamente, sin
embargo, vivían al otro lado de la ciudad y tomaban una ruta diferente a
casa.
Joel bajó la ventanilla del lado del pasajero para poder sentir el aire
corriendo por la cabina y soltó un grito. Si fue un grito de rabia o un grito
de júbilo, no podría haberlo dicho. Sus emociones eran un desastre. Odiaba
su camioneta, pero le encantaba la sensación de su motor de 435 caballos
de fuerza retumbando bajo su control.
El camino rural que conducía de regreso a la civilización llegaba a una
bifurcación en el camino cerca de la ciudad. Una rama de la Y conducía a
que más granjas se extendieran por el valle. La otra conducía abruptamente
a una de las subdivisiones periféricas de la ciudad, una extensión de
excursionistas de los años veinte que se veían todas iguales y estaban
demasiado juntas. Joel odiaba la subdivisión, pero a pesar de que el límite
de velocidad en el área era de sólo 40 km/h, cruzarlo lo llevaba a casa más
rápido, y necesitaba regresar y dormir un poco si iba a ir al trabajo antes
del amanecer.
Joel redujo la velocidad para girar hacia la subdivisión, pero no redujo
la velocidad lo suficiente. Tal como lo había hecho a principios de semana,
se deslizó por la esquina fuera de control. Luchando por mantener la
camioneta en la carretera porque estaba seguro de que no quería entrar
en la profunda zanja que sabía que corría a lo largo del arcén, Joel se maldijo
a sí mismo por ser tan imprudente. Sabía que era mejor no tomar la esquina
a esta velocidad.
En un momento, sintió que los neumáticos se salían de la carretera y,
por una fracción de segundo, pensó que la camioneta iba a volcar. Su
corazón dejó de latir por un instante. Pero luego la camioneta se asentó, a
pesar de que todavía estaba patinando.
Dejó que el camión se saliera con la suya con el asfalto, e incluso
comenzó a disfrutar de la adrenalina del tobogán. Lo disfrutó, hasta que vio
a un niño parado frente a sus luces.
¿Un niño?
¿Qué demonios hacía un niño afuera después de la medianoche?
Tan pronto como vio al niño, Joel pisó los frenos. Ni siquiera redujo la
marcha. Simplemente pisó los frenos. La camioneta se sacudió, pero no
frenó lo suficientemente rápido. El parachoques delantero se estrelló
contra el niño con un ruido sordo que pareció reverberar a través de la
camioneta y directamente en el cuerpo de Joel.
Tan pronto como escuchó el impacto, Joel quiso cerrar los ojos con
fuerza y fingir que estaba en otro lugar, pero no pudo. Era como si su
mirada estuviera atada con una cuerda a la trayectoria del cuerpo del niño
mientras volaba hacia arriba y hacia afuera, alejándose de la camioneta y
luego desapareciendo de la carretera. Supuso que aterrizó en la profunda
zanja justo al lado del pavimento.
La camioneta se detuvo con una sacudida y, como Joel no había
presionado el embrague, el motor se detuvo. Unos pocos clics sonaron
bajo el capó y el jadeo de Joel llenó la cabina. Afuera, los grillos chirriaron.
A lo lejos, ladró un perro.
Joel se obligó a calmar su respiración. Necesitaba escuchar. ¿Había algún
sonido procedente de la zanja? ¿El niño…?
Joel cerró los ojos con fuerza, pero eso no hizo nada para que lo que
acababa de suceder desapareciera. Tan pronto como bajó los párpados, su
mente repitió el impacto de su camioneta contra el niño… en cámara lenta.
Joel pudo ver los detalles que se había perdido cuando sucedió en tiempo
real.
En esta repetición en cámara lenta, Joel pudo ver que el cuerpo del niño,
era pequeño. No podía tener más de seis o siete años. Y que era ¿Un niño
o una niña? Era imposible saberlo.
El niño vestía pantalones oscuros, tal vez jeans y una chaqueta oscura.
¿Él o ella? Joel decidió quedarse con él.
Una vez más, ¿qué demonios estaba haciendo un niño a esta hora?
Joel se sentó al volante y pensó en el cuerpo que su camioneta acababa
de arrojar a la zanja. Debería salir y comprobarlo. ¿Debería? Por supuesto
que debería.
Pero no pudo. Absolutamente no podía. La sola idea de intentar salir de
su camioneta le hizo empezar a temblar. No, eso no es cierto. Ya estaba
temblando. Pero la idea de salir de la camioneta lo hizo temblar aún más
intensamente.
De repente se le ocurrió que debería comprobar y ver si alguien estaba
mirando. ¿Alguien había presenciado lo que acababa de hacer?
La entrada a la subdivisión estaba flanqueada por dos grandes letreros
de piedra con forma de monumento que anunciaban el nombre de la
subdivisión: Glenwood Fields. Un área decorativa llena de flores de
temporada, ahora narcisos, rodeaba los carteles. Las primeras casas en la
calle estaban mucho más allá del área decorativa.
Esto significaba que ninguna casa miraba directamente hacia la esquina.
E incluso las casas más cercanas estaban a oscuras. Nadie parecía estar
despierto… excepto el niño loco en medio de la carretera.
Joel se dio cuenta de que estaba agarrando el volante con tanta fuerza
que le comenzaban a doler las palmas.
Lo soltó y estiró las manos.
—¿Qué vas a hacer, amigo? —se preguntó en voz alta.
Su estómago se sentía pesado; la pizza que había comido gorgoteaba y
amenazaba con volver a subir por su garganta. Se llevó una mano al
estómago.
¿Qué debería hacer?
Por alguna razón, miró en el espejo de su revisión. Y su decisión fue
tomada por él.
Los faros se acercaban por la carretera rural, en dirección a la esquina.
De ninguna manera lo iban a atrapar sentado aquí.
Con las piernas débiles y elásticas, Joel logró colocar los pies en el pedal
del embrague y el pedal del freno. Con mano temblorosa, alcanzó la llave
y giró el motor. Para su sorpresa, prendió de inmediato.
Joel puso las manos a las dos y las diez en el volante y soltó el embrague
mientras aceleraba suavemente. Tan pronto como la camioneta se puso en
marcha, aceleró y, a pesar de lo que acababa de suceder, corrió a casa al
doble del límite de velocidad indicado en todo el camino.
✩✩✩
Joel debería haberse quedado dormido en el momento en que se tiró
en la cama. Estaba más que cansado.
Sin embargo, aparentemente estaba tan cansado que había vuelto a estar
completamente despierto. Sus ojos no se cerraban. Era como si estuvieran
abiertos con cinta adhesiva o algo así.
La mayoría de los viernes y sábados por la noche, debido a los largos
días y las altas horas de la noche tocando música, se dormía tan rápido que
se despertaba a la mañana siguiente sobre sus sábanas en la posición exacta
como cuando se caía en su cama. Esto enloquecía a su madre, por lo
general desencadenando una de sus líneas de “¿por qué nos
molestamos?”—: ¿Por qué nos molestamos en comprarte sábanas y mantas
bonitas si sólo vas a dormir encima de ellas?
Joel se dio la vuelta por tercera vez desde que se dejó caer en la cama.
No sirvió de nada. Todavía estaba muy despierto. No importaba cuánto se
retorciera en su cama o se arrugara y volviera a arrugar su almohada para
poner su cuerpo en una posición cómoda, sus ojos permanecieron
abiertos, mirando las sombras en su habitación abarrotada. Pero no, sus
ojos no estaban mirando las sombras. Ese era el problema. Aparentemente,
sus ojos todavía estaban en la entrada de Glenwood Fields, y estaban
atrapados en un bucle de tiempo allí, viendo al niño pequeño ser arrojado
a la zanja una y otra y otra vez.
Joel gimió y se enjugó los ojos con el dorso de los nudillos, como si
pudiera borrar el bucle interno de la película frotándolo. No funcionó. No
sólo el niño seguía volando por el aire en la mente de Joel, ahora los ojos
de Joel se sentían como si hubieran rodado en la grava y se hubieran
atascado en su cabeza. Le picaban los ojos y le escocían.
Joel se sentó y encendió la lámpara de hierro forjado de su mesita de
noche. Volvió a frotarse los ojos y se llevó las manos a la cabeza. Inspiró y
espiró varias veces y cuadró los hombros. «Debería volver».
Realmente debería hacerlo.
El niño podría estar vivo, sólo herido e incapaz de salir de la zanja. Esta
noche no hacía mucho frío, pero todavía lo hacía. El niño había estado
usando esa chaqueta oscura, niño tonto, así que no iba a morir de frío ni
nada por el estilo. Pero, ¿y si estaba sangrando? Joel tenía que ver cómo
estaba el niño.
Se levantó. Trató de dar un paso hacia la puerta de su habitación, pero
no pudo. Su sentido de autoconservación no se lo permitió.
A pesar de que su moral quería que hiciera lo correcto, su instinto de
supervivencia tenía una opinión diferente. Estaba exponiendo los hechos:
En el momento en que regresara para ver cómo estaba el niño, se estaría
metiendo en serios problemas. Incluso si pudiera fingir que no había
abandonado la escena del accidente, el hecho de que supiera que el niño
estaba en la zanja sería una admisión de culpa por haberlo chocado. Sus
marcas de derrape probarían que iba demasiado rápido al doblar esa
esquina. Lo acusarían como mínimo de conducción imprudente.
Y si el niño estaba muerto…
Joel empezó a respirar rápido, así que volvió a sentarse. Se abrazó a sí
mismo y se meció de un lado a otro. Sabía que él mismo estaba actuando
como un niño pequeño, pero no le importaba. Estaba al borde de un ataque
de pánico.
Si el niño estaba muerto y admitía que fue él quien atropelló al niño, iría
a la cárcel.
No podría ir a Los Ángeles para entrar en la escena musical. No podría
ser libre para vivir su vida. Si pensaba que trabajar para ganarse la vida era
su propio tipo de prisión, no había forma de que durara mucho en una
prisión real.
Joel extendió rápidamente la mano y apagó la lámpara. Se metió debajo
de las mantas y se las subió hasta la barbilla. Con gran determinación, pudo
cerrar los ojos a la fuerza. Estaba haciendo todo lo posible por imitar a una
persona normal que se prepara para dormir en lugar de a una persona
culpable que se pone demasiado nerviosa para dormir.
Los ojos de Joel se abrieron de nuevo. Ese era el problema. Era culpable
de un crimen y lo sabía. Había atropellado a un niño y había huido de la
escena. No podía justificar lo que había hecho de la misma manera que
podía justificar salir del trabajo unos minutos antes o sacar malas notas o
no ducharse tanto como su madre quería que hiciera. No había forma de
justificarlo diciendo—: Oye, así es como soy —por lo que había hecho.
Estuvo mal. Nadie podría argumentar lo contrario.
En este momento, el niño que Joel atropelló podría estar muriendo
porque nadie, excepto Joel, sabía que el niño estaba en la zanja. Estaba
mal… no, era francamente despreciable dejar al niño ahí.
Pero tenía que acéptalo, no iba a volver. Tenía que aceptarlo. No iba a
salir de la cama para ir a ver al niño y arriesgarse a que lo arrestaran por
lo que había hecho. Simplemente no lo iba a hacer.
Además, si el niño estaba vivo, tal vez podría salir solo. Quizás alguien
más lo encontraría.
Y si estaba muerto, ¿qué importaba?
✩✩✩
Cuando la luz del techo de la habitación de Joel se encendió, llegó casi
literalmente hasta la cama de Joel, lo levantó y lo lanzó por la habitación.
El brillo era tan impactante que salió disparado de su cama y no se dio
cuenta de lo que ocurría hasta que se tropezó con un montón de camisetas
malolientes tiradas.
—Levántate y brilla —dijo su mamá.
—¿Qué–? —Joel negó con la cabeza y parpadeó, entrecerrando los ojos
ante la luz abrasadora que asaltaba sus ojos.
Más allá de los párpados con costras de sueño, pudo ver a su madre
parada en la puerta de su habitación. Llevaba el pelo recogido en el moño
que se lo ponía para dormir y estaba envuelta en su bata de felpa roja.
—Tu papá está en la ducha —dijo su mamá—. Estará listo para partir
en quince minutos. No escuché sonar tu alarma, así que pensé que debería
despertarte. Será mejor que te prepares.
Joel gimió y empezó a caminar hacia su baño. Tenía que orinar y tenía
que hacer algo con el algodón que debió haber estado metido en su cabeza
mientras dormía.
—¿Joel? —dijo su madre.
Él se volteó y la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué? Estoy levantado.
—Puedo ver eso. Pero muévete un poco más rápido, ¿quieres?
Joel hizo una mueca y volvió a arrastrar los pies. Casi había llegado al
baño. ¿Qué quería que hiciera? ¿Ir al baño de un salto?
—¿Joel?
Él se giró y la miró.
—¿Qué?
Ella suspiró.
—Tomate una ducha. Apestas.
Joel se apartó de ella sin responder. Entró en su baño y cerró la puerta.
Con la esperanza de que su madre se hubiera ido cuando saliera del
baño, Joel orinó, se echó agua en la cara y se puso los jeans y la camiseta
que había dejado tirados en el suelo la noche anterior. ¿Qué sentido tenía
ducharse y ponerse ropa limpia cuando iba a sudar en la primera media
hora de trabajo en el vivero?
Joel se miró en el espejo. Hombre, se veía como una mierda. Su cabello,
por lo general espeso y ondulado, estaba lacio. Estaba pálido. Tenía los ojos
inyectados en sangre. ¿Por qué?
Oh sí. Eso.
Aparentemente, en algún momento de la noche, había logrado el
milagro de encontrar el sueño. Y cuando se quedó dormido, también
ocurrió otro milagro: se había olvidado de lo que había hecho.
Pero ahora lo recordó.
Joel dejó caer la tapa del inodoro y se sentó. Respiró hondo varias veces.
Su mente comenzó a revisar lo que había hecho, pero la detuvo.
—¡No! —chasqueó. Hoy no volvería a repetir los hechos por su mente.
Ya era bastante malo que tuviera que levantarse a las 5:00 a.m. para ir a
trabajar. No iba a agregar un viaje de culpa a eso.
«Quizá no sea demasiado tarde», le susurró la conciencia. «Podrías
ayudarlo».
Se puso de pie y salió corriendo del baño. Todavía usaba los calcetines
que tenía la noche anterior y no se molestó en cambiarlos. En cambio,
metió los pies en los zapatos sucios que se había quitado antes de caer en
la cama. Sacó una de sus gorras de béisbol de D'Agostino Garden Center
de debajo de un montón de calcetines sucios y se la puso en la cabeza.
Agarró su billetera y sus llaves del montón de partituras en su escritorio y
salió de su habitación.
Se topó con su padre en el pasillo.
—Bien. Estás listo —dijo su padre. Joel gruñó y luego dijo—:
Hagámoslo.
Siguió a su padre por el pasillo, sus zapatos se hundieron en la lujosa
alfombra gris y sus fosas nasales se crisparon en reacción a la poderosa y
almizclada colonia de su padre. Mantuvo la mirada fija en el cabello negro
canoso recortado con precisión de su padre y la piel bronceada del
granjero en la parte posterior de su cuello.
Joel mantuvo su cerebro apagado.
Su padre bajó las escaleras a trote y se dirigió a la cocina. Joel lo siguió.
Su madre estaba en el mostrador, todavía en bata. Parecía estar mirando
cómo se preparaba su café. La cocina se llenó de su olor.
El papá de Joel se detuvo para besar a su esposa. Joel ignoró a sus padres
y atravesó el lavadero y salió al garaje. Estaba subiendo a su camioneta
cuando su padre entró en el garaje y presionó el mando de la puerta del
garaje.
—¿Por qué no nos vamos juntos? —preguntó el papá de Joel—.
Podemos detenernos y comprar donas en el camino.
Joel se encogió por dentro, pero estaba demasiado distraído por lo que
había hecho la noche anterior para discutir. Se encogió de hombros.
—Como sea. —Cerró la puerta de su camioneta y se subió a la
camioneta de su papá.
Su padre sonrió y se sentó detrás del volante.
—Tres docenas de donas —dijo su padre—. Una docena de vidriado
simple. Una docena de chocolate cubierto. Una docena llena de gelatina.
Joel miró a su padre e ignoró el impulso de poner los ojos en blanco.
Parecía que su padre estaba dando su orden y todavía estaban en el garaje.
—De frambuesa, por supuesto —continuó su padre.
—¿Qué más? —dijo Joel, sólo por decir algo. No podría haberle
importado menos las rosquillas.
Su mente todavía estaba atrapada en el bucle del niño entrando en la
zanja.
Una y otra vez. Joel apretó los puños.
¿Debería decirle a su padre lo que hizo para que pudieran ir a ver cómo
estaba el niño?
Su padre puso en marcha su camioneta prácticamente nueva con sólo
presionar un botón y retrocedió por el camino de entrada. Se alejó de la
casa y aceleró.
Joel apretó los labios y respiró hondo. Estaba claro que se estaba
volviendo loco. ¡No había forma de que le dijera a su padre que había
atropellado a un niño! ¿Por qué siquiera pensó eso? Joel se obligó a mirar
la calle oscura frente a ellos. Apartó la imagen del niño en la zanja.
Joel generalmente atravesaba Glenwood Fields para llegar a Sally's. El
café estaba a las afueras de la ciudad, en el extremo opuesto del vivero.
Pasar por el centro era más lento debido a los semáforos.
Joel odiaba los semáforos. Afortunadamente, sin embargo, a su padre le
encantaba conducir por el centro, por lo que Joel no tuvo que enfrentarse
a Glenwood Fields.
—La constancia es la clave para una buena vida, Joel —dijo su padre
mientras giraba hacia Main Street—. Las mismas donas. Mismos clientes.
Los mismos buenos resultados.
Joel miró a su padre enarcando una ceja. Tenía tantas ganas de decirle a
su padre lo harto que estaba, pero en lugar de eso se giró y miró por la
ventana. Tan pronto como miró, lamentó haberlo hecho… porque vio una
de esas figuras de plástico de Niños Jugando sentada en el borde de la
acera.
¿Eso siempre había estado ahí? Joel frunció el ceño y se acercó para
mirarlo mejor.
La figura amarillenta con forma de niño estaba acuclillada junto a un
rosal frente a la última casa antes de que comenzara la sección comercial
de la ciudad. Joel estaba bastante seguro de que nunca había visto una de
esas cosas de plástico junto a ese rosal.
La camioneta se detuvo y Joel miró hacia adelante a través del
parabrisas. Estaban en el primero de cuatro semáforos en el diminuto
centro de la ciudad. La calle estaba desierta porque todavía estaba oscuro.
Ninguno de los negocios estaba abierto.
Las luces de la calle y los escaparates iluminados a lo largo de la acera
proyectaban destellos amarillos y blancos pálidos sobre el pavimento vacío.
Un destello de irritación se iluminó en la mente de Joel. ¿Qué tan tontos
era que estaban sentados aquí, inactivos en un semáforo cuando no había
nadie más alrededor?
Joel se movió en su asiento. Le estaba volviendo loco sentarse aquí en
esta camioneta. Necesitaba llegar al vivero para poder ir a trabajar. Por una
vez, lo esperaba con ansias. Le quitaría la cabeza…
Joel gimió.
—¿Te das cuenta de que Los Ángeles no tiene más que atascos y
semáforos? —dijo su padre.
—¿Eh? —dijo Joel.
—Puedo sentir tu impaciencia, hijo. Sé que odias los semáforos. Sólo te
estaba recordando que habrá muchos de ellos donde planeas ir.
Joel no quería hablar de semáforos.
—Es diferente.
—Un semáforo es un semáforo es un semáforo. Siempre me han
gustado los semáforos. Te dan un respiro, la oportunidad de mirar a tu
alrededor y notar las cosas. —El padre de Joel miró hacia el lado derecho
de la carretera. Él sonrió y señaló—. Mira. ¿Ves ese vestido rosa en el
escaparate de Lovely Ladies?
La luz se puso verde y el padre de Joel no presionó el acelerador. Joel
se giró y miró en la dirección que apuntaba su padre. Asintió con la cabeza
cuando vio un vestido rosa con volantes.
—Lori Unger tenía un vestido así cuando estábamos en quinto grado.
¡Estaba enamorado de ella! —El padre de Joel finalmente atravesó la
intersección.
Joel se giró una vez más para mirar por la ventana, pero su visión estaba
borrando los escaparates, las luces y la acera. En lugar de ver el centro,
estaba viendo al niño en la zanja.
Tomó un par de minutos más pasar los otros semáforos. Durante ese
tiempo, el padre de Joel comenzó a divagar sobre algún nuevo tipo de
fertilizante que quería almacenar. Joel no pudo hacer nada más que gruñir
en respuesta porque justo antes del último semáforo, había visto otra de
las figuras de plástico de Niños Jugando. Estaba seguro de que nunca había
visto esta antes. Estaba en la esquina de Main y Fifth, al lado de la vieja
cabina telefónica junto a la gasolinera. No había forma de que una de esas
figuras hubiera estado allí hace un par de días, cuando se detuvo para cargar
gasolina. De ninguna manera.
Joel miró fijamente la cosa y podría haber jurado que lo estaba mirando
acusadoramente. Pero eso no era posible. ¿Verdad?
Después de lo que pareció una eternidad, el padre de Joel finalmente se
detuvo en el estacionamiento casi vacío de Sally's. Faltaban unos minutos
para las cinco.
Condujo hasta la parte trasera del edificio estilo cabaña de troncos.
Sally's no abría hasta las seis, pero empezaba a hacer rosquillas y panecillos
dulces en medio de la noche. El padre de Joel tenía un pedido permanente
con Sally de tres docenas de donas todos los sábados por la mañana. Joel
nunca vio el sentido de las rosquillas, pero su padre juró que atraía más
gente al vivero los sábados.
El papá de Joel detuvo su camioneta cerca de la puerta trasera del café.
—¿Puedes ir y traer las donas? —le preguntó a Joel.
—Claro. —Joel abrió la puerta del pasajero con impaciencia. Necesitaba
moverse, no quedarse quieto, pensando.
Afuera todavía estaba completamente oscuro. El sol ni siquiera estaba
debatiendo levantarse todavía. Estaba completamente dormido detrás de
las montañas en la distancia. El cuarto de luna seguía flotando en el cielo,
iluminando con su débil luz los escarpados contornos de los picos de las
montañas.
Sin embargo, Joel no tuvo problemas para ver. Un foco deslumbrante
en un poste junto al de Sally's arrojó su iluminación hacia abajo sobre la
puerta trasera.
Incluso sin la luz, Joel podría haber encontrado su camino. Los aromas
de aceite para freír, azúcar, canela y chocolate flotaban desde la puerta
parcialmente abierta.
Joel agarró la tosca manija de la puerta y la abrió.
—¿Hola? —llamó él.
Ella no respondió, pero él entró. La puerta se abrió a la enorme cocina
que corría a lo largo de la parte trasera del edificio. Sally siempre estaba
en esa cocina a esta hora de la mañana.
Pero hoy, ella no estaba aquí.
Joel se detuvo y miró a su alrededor. Ladeó la cabeza y escuchó. Más
allá de los sonidos del aceite chisporroteando y el zumbido del frigorífico,
oyó hablar a una mujer. Las palabras fueron silenciadas, pero sonaban como
Sally. Tenía una voz grave, profunda y distintiva.
Joel vaciló y miró a su alrededor para ver si las rosquillas estaban listas
para que las tomara. A veces lo estaban, y sabía que su padre pagaba
mensualmente, así que todo lo que tenía que hacer era recogerlas. Sin
embargo, no había cajas de donas en el mostrador. De hecho, había muy
poco sobre los mostradores. Un bol para mezclar estaba lleno de algún
tipo de masa. Un par de sartenes de rollos de canela estaban sentados
cerca de la oyen. Pero, ¿dónde estaban las rejillas de enfriamiento llenas de
rosquillas?
Joel dio un paso hacia la voz que aún podía oír. Llamó de nuevo a Sally.
La voz dejó de hablar. Un raspado precedió a un golpeteo, y Sally entró
en la cocina desde un pasillo al final de la misma.
—Oh, Joel, eres tú. Lo siento. Estaba atrás. —Sally se enjugó los ojos y
corrió hacia Joel.
Una mujer regordeta con el pelo teñido incluso más negro que el de
Joel, naturalmente, Sally probablemente tendría ya setenta años. Su rostro
estaba arrugado, pero siempre estaba alegre… excepto hoy.
Joel frunció el ceño ante el rímel manchado de Sally, sus ojos rojos y sus
labios comprimidos.
—Um, ¿está bien? —preguntó.
Realmente no le importaba cómo estaba, pero pensó que debería decir
algo. Obviamente, ella no estaba actuando como normalmente.
—Oh, Joel, no. No estoy bien. —Sally se sentó en un taburete cerca del
largo mostrador de mármol donde hacía masa. Joel estaba acostumbrado
a ver ese mostrador lleno de donas recortadas listas para la freidora.
Sally miró el mostrador como si también estuviera viendo lo que
normalmente había allí.
—Estoy tan atrasada. Cuando recibí la noticia, dejé de hornear. Ni
siquiera podía pensar. Estuve hablando por teléfono llamando a personas
que podrían haberlo visto. Hablando con el jefe Montgomery. Se lo está
tomando en serio, gracias a Dios.
Joel no tenía idea de qué estaba hablando Sally.
—¿Lo lamento? ¿De qué noticia habla?
Tan pronto como preguntó, supo la respuesta.
Este era un pueblo pequeño. Era poco probable que hubiera una noticia
inquietante que no tuviera nada que ver con un niño que había sido
atropellado por una camioneta la noche anterior.
O tal vez eso no era cierto. Tal vez la molestia de Sally no tenía nada
que ver con lo que había hecho Joel. Su madre, incluso sus amigos, siempre
le decían que no todo giraba en torno a él. Estaba sacando conclusiones
apresuradas porque se sentía culpable.
—Mi nieto no está —respondió Sally—. Mi nieto de cinco años.
O tal vez se trate de Joel esta vez.
¿Cuántos niños pequeños en una ciudad de este tamaño desaparecen en
una noche?
Probablemente no más de uno.
Joel no tenía idea de qué debía hacer ahora. ¿Debería hacer preguntas?
Eso sería lo normal, ¿verdad? Tenía que actuar con normalidad. No
culpable. Normal.
—¿Hace cuándo? —espetó Joel. ¿Fue una buena primera pregunta?
Aparentemente, no fue tan mala porque Sally respondió de inmediato.
—No estaba en su cama cuando mi hija fue a ver cómo estaba, un poco
después de la medianoche. Se queda despierta hasta tarde la mayoría de
las noches. Ella está tomando clases nocturnas, y ahí es cuando estudia,
después de que Caleb se va a dormir. Siempre lo mira antes de irse a la
cama, pero él no estaba allí.
Sally metió la mano en el bolsillo de su delantal rosa con volantes y sacó
un puñado de pañuelos de papel arrugados. Se sonó la nariz con uno; su
nariz estaba tan roja como sus ojos.
—Ella no se preocupó al principio —continuó— porque Caleb —
olfateó, agitó una mano e intentó sonreír con lo que parecía más una
mueca—: es un chico un poco travieso. Le gusta hacer bromas. Odia seguir
las reglas. Había salido solo al menos media docena de veces. Él llama a sus
aventuras “paseos”. —Olfateó de nuevo.
Joel estaba teniendo problemas para concentrarse en las palabras de
Sally. Tenía demasiadas cosas en la cabeza para escucharla. Primero, estaba
el latido de su corazón, que, por alguna razón, resonaba en el interior de
su cráneo. En segundo lugar, estaba la repetición de la camioneta golpeando
al niño; tenía una banda sonora en su mente: los neumáticos chirriantes, el
motor acelerando, el ruido sordo. En tercer lugar, estaba su diálogo
interno:
Deberías decir algo.
No seas un idiota. No digas nada, hazte el tonto.
¿Seguirá vivo?
Joel se concentró en bajar el volumen del parloteo de su cerebro para
poder escuchar a Sally. Realmente no quería escucharla, pero si no actuaba
bien cuando ella hablaba, podía sospechar.
—Pero ella buscó en todos sus lugares favoritos habituales en la casa,
en el vecindario, incluso en el bosque, y llamó a los padres de todos sus
amigos —prosiguió Sally—. Cuando no pudo encontrarlo, bueno, fue
entonces cuando me llamó. Le dije que llamara a la policía. Lo han estado
buscando hace… ¿qué hora es? —Ella miró su muñeca desnuda.
Joel miró su reloj.
—Son las 5:03.
—¿Y estás aquí por…?
—Las donas de mi papá. Pero está bien, simplemente me iré. —Joel
tenía que salir de aquí. Pensar en el niño en la zanja era una cosa, pero
ahora pensar en Caleb mirando en la zanja… no, no podía hacer eso—.
No se preocupes por las donas —dijo rápidamente. Luego agregó—: Es
algo terrible lo de su nieto. Lo siento mucho.
Se volteó y salió trotando del edificio antes de que Sally pudiera
responder.
✩✩✩
Tres horas más tarde, con los nervios tan tensos que pensó que
probablemente podría tocarlos como cuerdas de guitarra, Joel siguió a su
padre hasta Herb's Hardware en el medio del centro de la ciudad. Tenía
que concentrarse para asegurarse de que sus movimientos fueran casuales
y relajados, no en absoluto como se sentía.
¿Podría llevar a cabo este acto indiferente durante el resto del día?
Cuando regresó a la camioneta de su padre, tuvo que explicar por qué
Sally no había hecho las donas.
Y, por supuesto, su padre salió inmediatamente de la camioneta y entró
para hablar con Sally.
Sin estar seguro de lo que debía hacer, Joel se había quedado en la
camioneta, donde se había sentado rígido, mordiéndose la uña del pulgar.
No estaba seguro de cuánto tiempo había estado sentado allí. Bastante,
pensó, porque el sol ya estaba saliendo cuando su padre volvió y entró.
Joel casi saltó por el techo de la camioneta cuando su padre abrió la
puerta de la camioneta y volvió a entrar.
—El jefe de policía está organizando una búsqueda —dijo.
Joel miró a su padre parpadeando.
—¿Eh?
Su papá le lanzó una mirada.
—Para Caleb. Están organizando una búsqueda.
Joel asintió y tragó. Se aclaró la garganta.
—¿Alguien vio…? —empezó. Estaba inquieto por hacer preguntas. ¿Y si
alguien hubiera visto su camioneta cerca de Glenwood Fields anoche?
El papá de Joel encendió su camioneta y la puso en marcha.
—Montgomery y sus oficiales ahora van de puerta en puerta. Hasta
ahora, nadie ha dicho haber visto nada.
Fue todo lo que Joel pudo hacer para no saltar y gritar: ¡Sí!
Esa era una preocupación que podía dejar de lado. Todo el tiempo que
se había estado diciendo a sí mismo que debería regresar y ver cómo estaba
el niño, un pensamiento persistente había estado en el fondo de su mente:
¿Y si alguien vio lo que hice?
Nadie lo había hecho.
Entonces, si no decía nada, si seguía actuando como si no supiera nada,
nadie lo sabría.
Podría seguir con su vida como si nunca hubiera sucedido.
Sí. Como si pudiera olvidarlo.
—Tenemos que volver al vivero —dijo el padre de Joel—. Quiero que
carguen las entregas mientras yo hago algunas cosas en la oficina.
Abriremos por un par de horas, pero luego cerraremos. Iremos a ayudar
con la búsqueda.
—¿Vamos a ir? —gritó Joel. ¿El único día que había querido trabajar e
iban a cerrar? ¿Ayudar con la búsqueda? Joel no quería estar cerca de la
búsqueda.
—Es lo correcto si no encuentran a Caleb de inmediato. Ya hablé con
Montgomery por teléfono. Le dije que iríamos a la ferretería más tarde
esta mañana y buscaríamos lo que necesitamos para hacer algunos carteles
y tal vez un centro de comando para la búsqueda.
Y aquí estaban.
Herb's Hardware estaba en uno de los edificios más antiguos de la
ciudad. Tenía suelos de madera tosca, techos altos de hojalata y una caja
registradora anticuada. La tienda olía a madera, barniz y polvo. Los estantes
abarrotados de herramientas y cosas para el mejoramiento del hogar iban
desde el piso hasta los techos súper altos.
Joel no creía que los estantes superiores se hubieran limpiado en años.
Sintiéndose como un niño pequeño, Joel siguió a su padre mientras
caminaba por la tienda, reuniendo suministros para carteles y un centro de
comando. No se quejó de estar aquí porque desde que le dieron un
nombre al chico al que había atropellado, se había sentido como un
sonámbulo. O no. Era más como si no tuviera el control de su propio
cuerpo. Una parte de él quería estar a un millón de millas de distancia, sin
importarle una mierda lo que estaba pasando. Y otra parte de él quería
volver a esa zanja y ver si el niño, si Caleb, todavía estaba vivo. Como no
se atrevía a hacer ninguna de estas cosas, simplemente seguía aturdido
siguiendo a su padre.
—Toma un paquete de esas estacas —le dijo su padre, señalando.
Joel parpadeó y se dirigió hacia un estante lleno de estacas de madera
empaquetadas mientras su padre daba la vuelta al final de un pasillo. Joel
levantó un bulto y empezó a seguir a su padre de nuevo.
Un chasquido lo detuvo.
Era un tictac suave, como golpes de plástico sobre madera. Y venía de
detrás de él.
Joel se dio la vuelta.
Allí no había nada. Miró a izquierda y derecha y luego por el pasillo hasta
el escaparate en el frente de la tienda.
Algo pequeño y amarillo llamó su atención a través de la ventana.
Contuvo el aliento. ¿Eso era un…?
Dio un par de pasos hacia la ventana, entrecerrando los ojos. Lo era.
Una figura de plástico de Niños Jugando estaba sentada afuera de la
ferretería, junto a la ventana. Estaba colocada de modo que pareciera que
uno de sus ojos negros miraba a través de la ventana, mirando a Joel.
Joel dio un paso atrás y pensó mucho. ¿Había estado en el frente cuando
él y su padre llegaron aquí?
Recordó haber visto una hilera de rastrillos y carretillas. ¿Había también
una figura de plástico de Niños Jugando? Sacudió la cabeza. No lo creía
fuera así.
Detrás de él, el sonido del tic-tac comenzó de nuevo. Sonaba como
pequeños pasos, pasos hechos por zapatos de plástico… o pies de plástico.
Joel contuvo la respiración y se volteó. Nada.
Agarrando el paquete de estacas, se apresuró por el pasillo hasta la parte
trasera de la tienda. Allí, giró a la izquierda y se dirigió al anexo de la
ferretería, un viejo complemento que contenía ropa de trabajo: botas,
guantes, overoles y sombreros. Trató de decirse a sí mismo que estaba
imaginando cosas, pero luego escuchó el clic de nuevo. Lo que estaba
escuchando lo estaba siguiendo.
Esta vez, Joel ni siquiera se volteó para mirar. Simplemente se alejó de
nuevo. Salió del anexo y entró en la parte trasera de la tienda, agachándose
de un lado a otro, alrededor de cestas de piezas de fontanería, pantallas de
iluminación y filas de herramientas eléctricas.
Dondequiera que iba, escuchaba ese leve clic plástico que lo seguía.
Tenía que salir de aquí.
Joel dio un giro para regresar al frente de la tienda. Con la cabeza gacha,
abrazando el paquete de estacas como si fuera un oso de peluche, dio un
paso adelante… y se topó directamente con su padre.
Joel gritó tan fuerte que su voz resonó en el techo. Dejó caer las estacas.
—¿Qué estás haciendo? —espetó su padre.
—Umm. —Joel ignoró a su padre y escuchó con atención. No escuchó
nada excepto su propia respiración irregular.
—Toma eso y vámonos. Tengo todo lo demás junto al mostrador —
dijo su padre, luego se volteó y se alejó.
Joel tomó las estacas y lo siguió dócilmente. Se movió lentamente,
todavía escuchando el sonido de un clic.
No escuchó nada.
—¿Vienes? —preguntó su papá.
Joel hizo que sus pies se movieran. Siguió a su papá.
En el mostrador, el padre de Joel pagó por todo lo que había apilado en
su carrito mientras Joel se mantenía de espaldas a la ventana panorámica.
No quería mirar la figura amarillenta. En cambio, escuchó el clic. Joel seguía
lo escuchando cuando su padre le tiró de la manga.
—¿Qué sucede contigo? Dije que estamos listos para irnos.
Joel se volteó para seguir a su padre sin hablar. Cuando salieron por la
puerta principal, Joel se obligó a mirar la figura de Niños Jugando.
Notó una etiqueta de precio colgando de la “mano” de la figura. Arrugó
la cara en concentración.
Si la cosa tenía una etiqueta, debió haber estado aquí, a la venta, cuando
él y su padre llegaron. ¿Por qué no recordaba haberlo visto?
✩✩✩
El día de Joel mejoró después de que él y su padre dejaron la ferretería.
Básicamente, pasó la tarde en su propio paseo, ni cerca de donde estaba
Caleb la noche anterior. Esta fue su parte en la “búsqueda”.
Cuando llegó la noche, no habían encontrado a Caleb. Joel y su padre
se dirigieron a casa y cenaron. Joel todavía estaba tenso, pero sus padres
interpretaron su comportamiento como una preocupación por Caleb.
En cierto modo, así era. O más bien, era preocupación para Joel por
Caleb.
Finalmente, Joel pudo salirse con la suya diciendo—: Estoy agotado. Me
voy a acostar para poder levantarme temprano y ayudar mañana también.
Cuando sus padres le dieron las buenas noches y su madre le dijo—: Y,
Joel, realmente debes ducharte —se preguntó cuánto tiempo pasaría antes
de que el cuerpo de Caleb, si de hecho fuera un “cuerpo” a estas alturas,
Empieza a oler y atraer a los animales. Caleb sería encontrado entonces,
seguramente. La zanja no estaba tan lejos de su casa.
Una vez más, cuando Joel entró en su habitación, escuchó la voz interior
que le decía que tal vez no era demasiado tarde. Podría salvar al chico.
—Tú podrías ser el héroe —dijo la voz.
Sí, Joel sería un héroe… hasta que el chico estuviera lo suficientemente
bien como para describir quién lo atropelló. El niño había mirado
directamente a Joel en esos pocos segundos mientras la camioneta
patinaba. La ciudad era lo suficientemente pequeña como para que el niño
supiera quién era. Joel pareció recordar que Sally dijo que su hija iba al
vivero todo el tiempo. Lo más probable era que el niño también hubiera
estado allí.
No. Joel no podía arriesgarse a “encontrar” a Caleb.
En lugar de hacer algo que podría arruinar su vida, tomó esa ducha de
la que su madre seguía hablando. Cuando terminó, pensó en jugar con sus
pads de batería, pero realmente estaba exhausto.
Joel, con sólo sus bóxers (los bateristas geniales no usaban pijamas) se
sentó en el borde de su cama. Encendió la lámpara de su mesilla de noche,
la cual inmediatamente iluminó algo que no debería haber estado allí. Jadeó
y se levantó de un salto. «¿Qué demonios?»
Miró boquiabierto la pequeña figura de plástico amarilla que estaba junto
a su reloj despertador digital, apoyada contra la base de su lámpara. Era la
estatuilla de la caja Fazcrunch, esa espeluznante figura con forma de niño
con sus ojos negros vacíos y su advertencia de NIÑOS JUGANDO.
Joel había dejado eso a un lado. ¿Cuándo fue eso? ¿Ayer? Parecía como
si hubiera sido hace un mes. Sí, fue ayer.
¿Cómo llegó la figura a su habitación?
Joel no tuvo que pensar mucho en esa pregunta. Su madre
probablemente lo encontró y lo trajo aquí para hacer un punto. Odiaba
cuando dejaba cosas por ahí. Cuando él era un niño, ella recogía después
de él. Sin embargo, cuando él entró en la escuela secundaria, ella comenzó
a poner sus cosas en un contenedor en el garaje. Tendría que salir y hurgar
en la pila para encontrar cosas como su guante de softbol, sus patines, sus
gafas de sol o sus auriculares.
Un minuto. Sí. Por lo general, ella ponía sus cosas en el garaje. Pero
nunca las traía a su habitación. Entonces, ¿por qué estaba aquí?
¿Quizás su papá lo hizo?
Como fuese. No importaba cómo llegó aquí.
Joel extendió la mano y agarró la estatuilla. Mientras la miraba, sus
músculos se tensaron. Y de repente, se sintió como si un cubo de hielo se
deslizara por su columna vertebral. Se estremeció.
Todas las figuras de Niños Jugando que había visto hoy, ese extraño
sonido de clic de plástico en la ferretería, y ahora esto, se sentía como si
estuviera siendo perseguido por su conciencia. Como si estuviera
diciéndole que haga lo correcto. Ve y salva al niño. Salva a Caleb.
Joel cerró la mano sobre la figura. La sostuvo con tanta fuerza que los
bordes le cortaron la palma.
El problema era que “lo correcto” era bueno para Caleb, pero estaba
mal para Joel. Si Joel iba con el niño, ya sea que Caleb estuviera vivo o
muerto, Joel podría meterse en el tipo de problema que lo arruinaría por
el resto de su vida.
Realmente, todo se reducía a los límites de la vida aquí que Joel tanto
odiaba. Si iba a liberarse de ellos, no podría ir a ver a Caleb. Hacer eso no
sólo lo mantendría atrapado en esta ciudad, sino que literalmente podría
ponerlo en una celda de la cárcel. No podría sobrevivir a eso.
Guardar silencio era una cuestión de autoconservación.
Sacudió la cabeza. «De ninguna manera». No iba a sacrificar su futuro
por un niño pequeño estúpido que no debería haber estado corriendo en
la oscuridad en medio de la noche. «¿Quién deja que un niño haga eso?»,
pensó Joel. Trató de decirse a sí mismo que era sólo cuestión de tiempo
antes de que el niño saliera lastimado. Dio la casualidad de que Joel fue el
desafortunado espectador que lo golpeó. Realmente esto era culpa de los
padres por no cerrar la casa o vigilar a su hijo.
Dejando caer la figura sobre su alfombra turca azul marino y beige, Joel
pisoteó al feo tipo hasta que se rompió en varios pedazos. Cuando notó
que la bandera de Niños Jugando aún estaba ilesa, se agachó, la recogió y
la partió en tres pedazos. Le dio una última mirada, ignorando la forma en
que el cabello se erizaba en la parte de atrás de su cuello. Luego se apartó
de ella.
Respiró hondo y lo dejó salir. Por primera vez en todo el día, se sintió
relajado. Había tomado una decisión y estaba de acuerdo con ella.
Se metió tranquilamente en la cama y cerró los ojos. Esta noche, no
estaba atormentado por dudas o preguntas sobre el bien y el mal. Estaba
perfectamente satisfecho de haber hecho lo que tenía que hacer para
cuidarse a sí mismo.
Se fue derecho a dormir.
✩✩✩
Los ojos de Joel se abrieron de golpe. Parpadeó y miró a su alrededor.
Había estado soñando con el estúpido juguete de la caja de Fazcrunch.
Pero, ¿por qué se había despertado?
Joel se frotó los ojos y se giró para mirar su reloj de noche. Leyendo las
2:00 a.m. exactas. Eso fue raro. No recordaba la última vez que se había
despertado y el reloj marcara una hora exacta. Era la hora…
Joel se sentó.
Está bien, eso fue realmente extraño.
No había planeado sentarse. Había planeado cerrar los ojos y volver a
dormir.
No tenía que orinar. No tenía sed. Aún estaba cansado. ¿Por qué se
sentaría?
Joel apartó las mantas y se puso de pie.
¿Qué demonios?
No quería ponerse de pie. ¿Por qué estaba de pie?
Joel se puso de pie, erguido como una baqueta y miró alrededor de la
habitación como si su cuello estuviera en el sistema hidráulico. El
movimiento de su cabeza parecía rígido y entrecortado. ¿Qué le pasaba?
Su cuello se sentía extraño.
Ahora que lo pensaba, todo su cuerpo se sentía mal. Se sentía encerrado
e inflexible.
Cuando Joel tenía unos ocho años, había salido en un barco con Wes y
su familia, y se había quemado gravemente con el sol. La quemadura no
sólo le había dolido mucho, sino que había puesto su piel tan tensa que no
podía moverse correctamente. Se sentía un poco así… pero peor.
No era sólo su piel. Sus articulaciones tampoco se sentían bien. Se
sentían como lo hacían cuando se ejercitaba demasiado sin calentar.
La cabeza de Joel se giró para mirar su cómoda. Ahora, ¿por qué estaba
mirando hacia allá?
Joel levantó la pierna y dio un paso hacia el pecho. Trató de no hacerlo.
No tenía ninguna razón para acercarse a su cómoda. No quería nada de lo
que había en ella. No ahora. Lo que quería era volver a la cama y dormir.
En cambio, dio otro paso hacia la cómoda. Sentía que su cuerpo ya no
era suyo.
Dio otro paso. Y otro. Y otro. Pronto, se paró frente a su cómoda y
levantó el brazo. Su mano agarró el pomo de bronce del cajón y lo abrió.
Metió la mano y agarró un par de jeans nuevos.
Cada movimiento que hacía se sentía rígido, como si sus articulaciones
se hubieran agarrotado y necesitaran ser aceitadas para poder moverse
correctamente. Estaba sorprendido de no crujir ni zumbar mientras se
movía. Sus movimientos se sentían como los de los androides más torpes
de la vieja escuela.
No. Sus movimientos eran incluso más básicos que eso. No le
recordaban a un viejo robot. Le recordaban a un títere, uno de esos de
madera, con las cuerdas atadas a las articulaciones. Sus movimientos no
eran los suyos, como si su cuerpo fuera forzado a moverse. Incluso podía
escuchar sus articulaciones crujir cuando se movían, como si protestaran
por las instrucciones que se les estaban dando.
Cuando su mano cerró el primer cajón y abrió el segundo para sacar
una camiseta, Joel se concentró en resistir las acciones de su cuerpo.
¡Quería volver a la cama! Se imaginaba a sí mismo haciendo eso, pero
imaginar era todo lo que podía hacer.
En lugar de volver a la cama, se vistió. Luego extendió la mano para abrir
la puerta de su dormitorio.
El pasillo fuera de su habitación estaba oscuro y silencioso. El reloj de la
oficina de su madre, un gran reloj de pie que ella dijo que era una reliquia
familiar, como si a él le importara, marcaba ruidosamente. Desde detrás
de la puerta cerrada en el otro extremo del pasillo, los ronquidos de su
padre intentaban ahogar el ritmo uniforme del reloj.
Joel pensó en llamar a sus padres. Tal vez podrían ayudarlo de lo que
sea que estaba pasando con él. Pero no pudo emitir ningún sonido.
Caminó, con las piernas rígidas por el pasillo hasta lo alto de las
escaleras. Luego comenzó un descenso tan incómodo que varias veces
pensó que iba a caer hacia adelante, de un extremo a otro, por las
escaleras. No era que su cuerpo se moviera mal, era que estaba en tal
estado de resistencia (la voluntad de su propio cuerpo versus la de alguna
fuerza externa que no entendía) estaba totalmente desequilibrada.
De alguna manera, llegó a la base de los escalones. En este punto, su
cuerpo se giró y apuntó hacia la cocina. Se dirigió a la puerta trasera. Allí,
usando un brazo que se sentía como un apéndice de piedra, levantó la
mano para agarrar el pomo.
Salió del porche trasero. Dio la vuelta a la casa hacia el camino de
entrada. Sintió que se había convertido en una versión pequeña de sí mismo
y ahora estaba atrapado dentro de la versión grande. Estaba siendo
engañado por esta gran criatura de Joel que tenía una agenda de la que el
pequeño Joel no sabía nada.
Cada vez que Joel movía una pierna, sentía que su pierna pertenecía a
otra persona. Cada vez que plantaba su pie, sentía como si su pie estuviera
en un zapato de cemento. Pero siguió caminando; Caminó, totalmente en
contra de su voluntad, por el camino de entrada a la carretera frente a su
casa.
La noche estaba más fresca de lo habitual para esta época del año. Una
brisa descendía de las montañas, trayendo consigo el indicio de una helada.
Las frágiles hojas verdes primaverales revoloteaban en las ramas de los
árboles cerca de la carretera. Las flores caídas susurraron mientras se
deslizaban sobre el pavimento.
El cielo nocturno era similar al de la preciosa noche. Las estrellas
brillaban arriba, como si todo estuviera bien en el mundo, y una cuña de
luna cada vez más gruesa enviaba rayos pálidos de luz blanca hacia abajo
para iluminar el cemento frente a Joel. Incluso sin los cálidos resplandores
amarillos que se extendían por las luces del porche y las farolas en los
patios a lo largo de la calle, habría podido ver muy bien.
No es que importara lo que estaba viendo.
Joel estaba bastante seguro de que incluso si se hubiera quedado
totalmente ciego, se movería por la calle sin problemas. No era él quien
tomaba las decisiones. Entonces, ¿por qué necesitaba ver algo?
Con las piernas girando lentamente a la altura de las caderas, sus rígidas
extensiones elevándose delante de él como pistones horizontales, Joel se
dirigió calle abajo. Después de unos pocos pasos como este, comenzó el
crujido que pensó que debería haber escuchado cuando estaba en su
habitación. Cada vez que levantaba la pierna delante de él, las articulaciones
le raspaban y gemían. Sonaba como si sus articulaciones se estuvieran
oxidando. Había escuchado crujidos menores de los antiguos herrajes
oxidados de la puerta. El centro de jardinería tenía una puerta con bisagras
así. El sonido que hicieron fue sacado directamente de una película de
terror: cree—aaa—rrrr—eeek. Así sonaban sus articulaciones mientras
caminaba.
Pero no era la forma en que sonaba su cuerpo lo que le preocupaba.
Era como se sentía.
Dejando de lado el hecho aterrador de que ya no tenía el control de
sus propios movimientos, su cuerpo comenzaba a sentirse tan inflexible
como el granito en las montañas que dominaban la ciudad.
Desafortunadamente, sin embargo, no se sentía tan fuerte como el
granito. Se sentía, bueno, frágil. Sentía que en lugar de estar hecho de
piedra, o incluso de madera, estaba hecho de una especie de plástico duro.
Y sintió que se estaba fragmentando, desconectándose de sí mismo.
Joel no sabía cuánto tiempo había estado caminando porque mirar su
reloj no era algo que su cuerpo quisiera hacer. Sin embargo, dado que
ahora se estaba yendo de su vecindario, supuso que había estado en este
viaje secuestrado durante al menos diez minutos.
Sin embargo, durante el tiempo que había estado aquí afuera, había
notado que su cuerpo comenzaba a sentirse tenso, como si estuviera
llegando a algún tipo de punto de ruptura. Empezaba a oír crujidos
intercalados con crujidos en su movimiento.
¿Se estaban fracturando sus huesos?
No tenía un dolor horrible ni nada por el estilo. Simplemente se
sentía… mal. Ya no se sentía como él, como un humano. Se sentía cada
vez más frágil.
También se sentía cada vez más asustado.
El pánico aumentó cuando se hizo evidente a dónde lo llevaba su cuerpo.
Cuando el grandullón Joel llegó a la salida de su vecindario, giró a la
izquierda en la carretera de transición que conducía a Glenwood Fields.
Joel se dirigía de regreso a donde Caleb, o donde el cuerpo sin vida de
Caleb, yacía en una zanja.
Joel gritó en su mente. Su boca ya no podía emitir sonidos. Ni siquiera
podía abrirse. Se sentía como si lo hubieran cerrado con autógena.
Y era sólo uno de los sistemas en el cuerpo de Joel el que se estaba
apagando.
A pesar de que el movimiento de Joel había sido laborioso, no pudo
evitar notar que no estaba sudando en absoluto. Tampoco respiraba con
dificultad. Estaba asustado, más asustado de lo que jamás podría recordar.
Y, sin embargo, su corazón no estaba acelerado. De hecho, no podía sentir
ningún latido en su corazón.
Por lo general, si se concentraba, podía sentir su pulso. Ya no. Cuando
puso su atención en su cuello o sus muñecas, no sintió nada.
Y ahora, cuando su pánico comenzó a transformarse en desesperación,
se dio cuenta de que tampoco podía generar lágrimas.
Podía sentir que su rostro era una máscara inexpresiva que de ninguna
manera reflejaba cómo se sentía por dentro. Cualquiera que lo observara
pensaría que estaba perfectamente tranquilo.
¿Alguien lo estaba observando?
Joel quería mirar a su alrededor, para ver si alguien estaba mirando por
la ventana a la extraña figura que pasaba pesadamente. ¿Pero realmente se
veía extraño? ¿O simplemente se sentía así? No podía verse a sí mismo,
por supuesto, pero dado cómo se sentía, no pensaba que nada de lo que
estaba haciendo se vería normal. Se sentía como si se moviera como un
zombi congelado como un relámpago. Su entorno pareció estremecerse
mientras lo miraba.
A pesar de todos los sistemas en el cuerpo de Joel que estaban fuera de
su control, sus ojos seguían siendo suyos para usarlos. No podía girar la
cabeza para mirar a su alrededor, pero podía ver lo que fuera que estaba
frente a él.
Y allí, a unos doscientos metros de distancia, estaban las piedras de
entrada a Glenwood Fields.
Con la forma vaga de las alas de un ángel, pero de un gris lúgubre en
lugar de blanco, las señales de entrada eran mucho más grandiosas que
cualquier otra cosa dentro de la subdivisión. Joel siempre había pensado
que las casas en esta área eran patéticas: estructuras de techo poco
profundas en forma de L, con revestimientos simples y ventanas pequeñas
y sencillas.
Casas como estas merecían un letrero de madera endeble, no un
conjunto de piedras enormes elaboradamente talladas.
A medida que Joel se acercaba más y más a los marcadores de piedra,
notó que parecían más lápidas que señales de entrada. Eso parecía
extrañamente apropiado ahora, dado que marcaban el lugar donde Caleb
probablemente yacía muerto.
La mente de Joel ofreció una imagen del cadáver de un niño, con la cara
pálida y los ojos devorados por los carroñeros. Tan pronto como esta
horrible imagen pasó por su cerebro, sus pensamientos gritaron, tal como
lo habría hecho si hubiera visto algo así en la vida real.
¿Estaba a punto de ver algo así?
Sus pies, que ya no podía sentir, crujían a través de la grava en el arcén
de la carretera junto a la entrada de Glenwood Fields. No estaba a más de
un par de metros de donde estaba el niño en la carretera cuando Joel lo
atropello. Si Joel hubiera podido girar y dar dos o tres pasos a su izquierda,
habría podido llegar al borde de la zanja. Podría haber sido capaz de mirar
por el empinado terraplén para ver lo que había en el estrecho fondo
rocoso de la zanja.
Habría podido ver por sí mismo, finalmente, si Caleb estaba muerto.
Pero Joel no podía volverse y no podía ir a ningún lado al que no le
obligaran a ir. No era muy diferente a una figura de juguete en este punto,
sujeto a los caprichos de quienquiera o lo que fuera que quisiera usarlo.
Y aparentemente, este era el lugar.
Joel dejó de moverse. Durante varios segundos se quedó quieto.
Podía decir que estaba fuera de la acera, justo donde había golpeado a
Caleb. Incluso podía ver el rastro negro como una serpiente de sus marcas
de deslizamiento en la calle gris.
Joel se preguntó si sería así. ¿Lo liberarían ahora que lo habían llevado a
este punto? ¿Tenía todo el propósito de este robo de cuerpo llevarlo a
donde se había negado a ir?
Joel no tuvo mucha oportunidad de reflexionar sobre esta pregunta
antes de que la respuesta se revelara.
No, no fue así. Su terrible experiencia no había terminado.
De hecho, estaba a punto de empeorar mucho, mucho.
Joel sintió que un dolor comenzaba en su boca, en la raíz de sus dientes.
Era un dolor sordo, pero se notaba. ¿Qué significaba? ¿Qué estaba pasando
en su boca?
Joel estaba ahora tan aterrorizado que sintió que un grito subía por su
garganta y llegaba a su boca. Pero no salió. No pudo. Joel no podía
controlar sus cuerdas vocales.
Sin embargo, abrió la boca por primera vez desde que salió de su casa.
Aparentemente, no estaba soldada porque podía sentir sus labios
abriéndose. Incluso escuchó la apertura. Un pequeño golpe y un sonido de
succión precedieron a la sensación de aire moviéndose contra sus encías y
su lengua.
Esa sensación apenas se notaba por lo mucho que el dolor en sus dientes
llamaba su atención, pero sabía que significaba que tenía la boca abierta.
De repente, el dolor en sus dientes se detuvo y sintió algo diferente.
También escuchó algo diferente.
El sonido que escuchó fue un chasquido silencioso, un leve golpeteo
intermitente como el sonido de guijarros cayendo al suelo. Se sentía como
si también cayeran guijarros… en su boca. Pequeños trozos duros caían
sobre su lengua y pasaban por sus labios.
No. No eran pedacitos pequeños y duros. Eran dientes.
Uno de los trozos rodó por su labio inferior de una manera que le
permitió sentir la superficie lisa en un lado y la superficie rugosa en el lado
adyacente. También sintió la forma triangular del final de la broca. Era un
diente. El sonido que estaba escuchando era el de sus dientes aterrizando
entre las pequeñas rocas irregulares que formaban la grava junto al camino.
Mientras Joel trataba de darle sentido a este inexplicable suceso, sintió
que uno de los trozos se le caía por la lengua. Se alojó en su garganta y
sintió como si tuviera arcadas. Quería (necesitaba) toser el diente y
escupirlo, pero no podía controlar los músculos de su cuello más de lo que
podía controlar cualquier otra parte de su cuerpo. Todo lo que pudo hacer
fue imaginarse a sí mismo ahogándose hasta morir mientras el diente se le
pegaba a la garganta.
Enloquecido por la incredulidad, la voz interior de Joel chillaba y chillaba.
Pero su voz interior no tenía volumen. Nadie podía oírlo porque no emitía
ningún sonido.
Su vista, su oído y su capacidad para sentir dolor eran las únicas cosas
que le quedaban. Estaba patéticamente agradecido por estos pequeños
obsequios… hasta que sus ojos le mostraron lo que iba a suceder a
continuación.
Un mechón de cabello negro murmuró frente a la visión de Joel. Quedó
atrapado en una corriente con la brisa nocturna y se alejó flotando. Otro
mechón siguió al primero. Luego un tercero, luego un cuarto.
Luego, mechones de cabello comenzaron a caer frente a sus ojos. Sintió
que más trozos se deslizaban por la parte posterior de su cuello. Se le
estaba cayendo el pelo.
Sus gritos silenciosos se convirtieron en lamentos.
La conciencia de Joel, atrapada dentro de su cuerpo traidor, no pudo
hacer nada con la indignación y la desesperación que lo estrangulaban
desde adentro. Cada reacción que estaba teniendo a las cosas
indescriptibles que le sucedían estaba siendo consumida por el vacío negro
de lo que fuera que lo controlaba.
«Haz que se detenga», pensó Joel. No sabía a quién se estaba dirigiendo.
Era un atractivo universal, una orden débil de un peón en un universo al
que no le importaba.
Joel no quería ver más. No podía soportar ver otra parte de quien
pensaba que se estaba alejando.
Quizás porque literalmente no podía soportar el trauma de ver otra
cosa, su “deseo” fue concedido.
Los ojos de Joel se salieron de su cabeza. De hecho, los sintió
desconectarse y rodar por sus mejillas.
Tan pronto como sus ojos dejaron su cuerpo, se quedó ciego. Por
horrible que fuera esto, al menos no tuvo que ver cómo sus ojos caían a la
grava bajo sus pies. No tuvo que ver una punta afilada de basalto perforar
uno de sus iris marrones.
Sin embargo, lo escuchó. Sus oídos le transmitían ansiosamente el
repugnante espíritu de sus ojos que llegaban al suelo.
Sus oídos también seguían cumpliendo con su deber cuando los dedos
de Joel se separaron de sus manos. Oyó que sus dedos chocaban contra el
suelo como palos golpeando rocas.
Antes de que pudiera comenzar a procesar esta inconcebible mutilación,
sus manos se desconectaron de sus brazos. Se sintió como si los cables se
enrollaran alrededor de sus tendones y le arrancaran las manos de las
muñecas.
Escuchó lo que quedaba de sus manos aterrizar debajo de él. El sonido
fue un golpe crujiente, similar a lo que escuchó una vez cuando
accidentalmente dejó caer su vaso de jugo de naranja vacío en su cereal
Fazcrunch.
Por un segundo, Joel sintió náuseas por el sonido. Pero sólo por un
segundo. No tuvo tiempo de demorarse mucho en el sonido de sus manos
golpeando el suelo porque su conciencia fue inmediatamente llevada a una
nueva forma de sufrimiento.
Ahora podía sentir que algo se abría paso a través de las cuencas vacías
de sus ojos. Se sentía como si alguna forma pulsante estuviera siendo
bombeada a través de las aberturas, algo así como un globo o una pelota
inflada. Podía sentir la presión alrededor del espacio donde solían estar sus
ojos. La presión aumentó y aumentó hasta que pudo sentir que lo que había
sido inflado sobresalía por sus pómulos.
Una vez más, no tuvo mucho tiempo para pensar en esta nueva
abominación porque la siguiente comenzó de inmediato. Lo siguiente que
lo aterrorizó fue su piel.
Sintió que su piel comenzaba a romperse y deslizarse de su cuerpo. La
sensación era similar a la que había sentido cuando la piel quemada por el
sol comenzó a pelarse, pero era mucho más fuerte que eso… porque no
era sólo la capa superior de piel lo que se estaba deshaciendo de él; era
cada capa. Su piel se estaba despellejando lejos de sus músculos y tendones.
Cuando su piel se separó de lo que había debajo, sintió que la brisa le picaba
los tejidos expuestos.
Se sentía como si una mano invisible le estuviera tirando la piel del
cuerpo, arrancándole secciones húmedas como si fuera un pescado
fileteado. Podía oír las tiras empapadas golpeando el suelo. Sabía que largas
cintas de su piel se estaban acumulando debajo de él porque cada tendón
de su cuerpo se sentía expuesto.
Joel sabía…
Nada.
Finalmente, después de ser sometido a una miseria más atroz de la que
se podría haber esperado que sobreviviera cualquier humano, su
conciencia sucumbió a cualquier fuerza que estuviera orquestando su
transformación. La persona que era Joel dejó de existir.
✩✩✩
La luna parcial goteaba el más pálido de los resplandores blancos sobre
los altos picos de las montañas al este de la ciudad cuando la camioneta del
jefe Montgomery dobló la esquina y se detuvo justo en la entrada de
Glenwood Fields, marcada con piedras. Su radio chirrió tan pronto como
apagó el motor. Cogió su micrófono, lo encendió y escuchó.
—Jefe —dijo su despachador— acabo de recibir la confirmación de ese
residente de Glenwood de que el hombre extraño que vio se dirigía hacia
la entrada.
—Ahí es donde estoy —respondió el jefe—. Voy a comprobarlo. —
Volvió a poner el micrófono en su soporte y salió de su todoterreno.
El ángulo en el que la luna rozaba la cordillera le dijo al jefe que eran
alrededor de las 3:00 a.m. más o menos.
La noche todavía envolvía la ciudad con su manta.
Un hombre sorprendentemente pequeño cuya personalidad y autoridad
no concordaba con su baja estatura agarró su sombrero y se lo colocó
sobre el ralo cabello castaño. Levantó su linterna y salió de su vehículo.
El jefe Montgomery sostuvo su linterna con rigidez mientras apuntaba
alrededor de la entrada de la subdivisión. Había estado tenso todo el día,
desde que Jenna Bell lo llamó en las primeras horas de la mañana el día
anterior.
Las largas horas que Caleb había estado perdido habían hecho mella en
Montgomery y sus oficiales. Sentía que había envejecido al menos cinco
años desde esa llamada. Varias veces durante el día, le había dicho a Jenna
que todo estaría bien. Pero no estaba seguro de creerlo.
El jefe se giró en un círculo lento, explorando las áreas iluminadas por
el resplandor de su linterna. Al principio no vio nada. Pero luego lo hizo.
Se congeló, concentrándose en la extraña forma encorvada en las
sombras más allá del alcance de su linterna. Dio un paso adelante para que
su luz aterrizara directamente sobre la forma.
Montgomery tragó saliva y dio un paso atrás. Inmediatamente se sintió
tonto. Su respuesta había sido ridícula. Lo que estaba mirando no era nada
de qué preocuparse.
El haz de luz de la linterna iluminaba a un chico de plástico grande y
deforme colocado justo al borde de la carretera. La figura de plástico tenía
una cara casi sin rasgos, sin nariz, sin mejillas, sin barbilla. Todo lo que tenía
el rostro eran dos ojos negros saltones y una boca abierta y llena de
oscuridad.
Montgomery había visto algunas figuras como esta en la ciudad. Era
parte de una iniciativa de seguridad pública de Freddy Fazbear para disuadir
a los conductores imprudentes en áreas donde los niños corrían. La
mayoría de las figuras que había visto eran mucho más pequeñas que esta,
y esta estaba extrañamente contorsionada, como si parte del plástico se
hubiera deformado en el proceso de modelado.
Por alguna razón, la forma molestó al jefe. Estaba asustado, pero
posiblemente no podría haberle explicado por qué si alguien le hubiera
preguntado.
Sacudió la cabeza. Simplemente estaba demasiado cansado; eso fue
todo. Demasiado estrés. El jefe comenzó a avanzar y buscar más allá de la
extraña figura, pero luego su luz aterrizó en algo amontonado en el suelo.
Inclinó la linterna hacia abajo y frunció el ceño confundido. ¿Qué era eso?
¿Mantillo? ¿Qué hacía mantillo en la carretera?
Inclinándose más cerca, iluminó con su luz lo que parecían relucientes
cintas de color marrón rosado enredadas entre sí. No era cinta,
obviamente. La masa de material parecía ser algo orgánico y, por alguna
razón, le dio escalofríos. Se sacudió el escalofrío que lo recorrió.
Las longitudes en forma de cinta se parecían un poco a la corteza recién
arrancada. Miró hacia el costado de la carretera, hacia los árboles
agrupados cerca de la entrada de la subdivisión, para ver si un árbol había
sido derribado por un vándalo o tal vez un animal. Todos los árboles se
veían bien, pero…
Desde la izquierda de los árboles en los que estaba concentrado,
Montgomery escuchó un gemido. Se congeló y escuchó.
¿Fue realmente un quejido o el llanto de algún animal herido?
Inclinó la cabeza y se concentró. Y ahí estuvo de nuevo.
¡No era un animal! Sonaba como un niño.
El jefe de inmediato dirigió su luz hacia la zanja al costado de la carretera.
De ahí venía el sonido.
Se apresuró a llegar al borde de la carretera y apuntó su luz hacia la
zanja. No pudo ver nada.
—¿Hola? —gritó—. ¿Caleb? —El gemido se convirtió en un grito.
Montgomery se volteó y corrió hacia su todoterreno. Alcanzando su
micrófono, lo encendió.
—Rankin, trae a los técnicos de emergencias médicas a la entrada de
Glenwood Fields. ¡Creo que encontré al niño!
No esperó una respuesta. Se dio la vuelta y pasó corriendo junto a la
extraña figura de Niños Jugando. Cuando llegó al borde de la zanja, se
deslizó por su costado.
—Ya voy, Caleb. ¡Aguanta un poco!
El débil grito que le respondió hizo que su corazón latiera de esperanza.
Se arrastró hacia el sonido, y cuando vio al niño pequeño encajado detrás
de una pila de rocas, cayó de rodillas.
—Estoy aquí, Caleb. Está bien. Vas a estar bien.
Cuando el jefe Montgomery se quitó la chaqueta y la puso sobre los
estrechos hombros del chico, no pudo evitar sonreír triunfante. ¡Había
encontrado al niño! Todo iba a estar bien.
E
—¡
res tan asquerosa! —Aimee apartó la cabeza de su amiga—. Ni
siquiera puedo mirarte.
La risa mt-n-tnt-tnt de Mary Jo se escuchó a través de la mesa hacia
Aimee, junto con parte de su pizza parcialmente masticada. Ella había
estado mostrando cómo podía voltear un bocado de pizza con la lengua
“Al igual que voltean las pizzas enteras en el horno”.
¿Quién hacía esto? Era repugnante.
Sin mirarlo, Aimee apartó lo que acababa de aterrizar en su antebrazo.
Sintió que una servilleta arrugada la golpeaba en la mejilla. Suspiró y se giró
hacia Mary Jo, con cuidado de mantener los ojos entrecerrados en caso de
que estuviera haciendo otra cosa que no estuviera bien.
—¿Por qué haces cosas así? —le preguntó Aimee.
Mary Jo se rio de nuevo.
—Porque puedo.
Aimee negó con la cabeza. ¿Cómo era posible que fuera amiga de este
fenómeno de la naturaleza durante ocho años?
En lugar de estar en casa, acurrucada en su acogedora habitación en su
asiento de ventana rosa con volantes, leyendo el libro que su padre le había
comprado en su último viaje de negocios, Aimee estaba sentada frente a
Mary Jo en una de las cabinas rojas en Freddy Fazbear's Pizza con una
rebanada a medio comer en la mesa entre ellas. En el escenario a su
derecha, los artistas animatrónicos de la pizzería: Freddy, el oso pardo con
sombrero de copa; Bonnie, el conejo azul con la corbata roja; y Chica, el
pollo amarillo con el babero y la magdalena rosa con ojos saltones, estaban
tocando una canción de rock. La música estaba alta, pero aun así no
ahogaba el resto de ruidos en el restaurante. El lugar estaba lleno de
conversaciones animadas, risas, chillidos felices, utensilios tintineando
contra los platos y los pings, pitidos y gorjeos de los juegos en la sala de
juegos justo al lado del comedor.
Aunque a Aimee le gustaba la pizza, no disfrutaba del estridente caos en
Freddy's. Era una chica tranquila, más contenta sola que entre la multitud.
Mary Jo, por otro lado, amaba la locura en Freddy's. A ella le encantaba
especialmente la música. En ese momento se balanceaba en su asiento, al
ritmo de la música. Su cabello castaño encrespado tenía un ritmo diferente,
sincopado, rebotando de forma poco convencional. El cabello de Mary Jo,
como la propia Mary Jo, siempre había tenido mente propia, incluso cuando
tenía tres años. Cuando Aimee usaba su cabello rubio en coletas, una
trenza o una cola de caballo en el preescolar, como casi todas las otras
niñas de tres años, Mary Jo nunca quiso restringir su cabello. Se negó a
dejar que su madre lo controlara con cintas para el cabello, trenzas o
pinzas. Quería que saliera volando de su cabeza como la melena de un león,
salvaje y libre, como le gustaba ser a Mary Jo. E incluso en ese entonces,
Mary Jo solía conseguir lo que quería.
Mary Jo y Aimee eran completamente opuestas. Por eso habían sido
amigas durante tanto tiempo, según la madre de Aimee. Se equilibraban
entre sí.
Como ahora mismo. Aimee estaba frunciendo el ceño, su rostro se
arrugó en protesta por el ruido y las payasadas de su rara amiga. Mary Jo
sonreía ampliamente, mostrando su gran boca llena de dientes igualmente
grandes, ahora manchados con la salsa de la pizza. ¡Qué asco! También
tenía salsa en sus redondas mejillas. Aimee no se molestó en contarle a
Mary Jo sobre la salsa. A Mary Jo no le importaría; incluso podría ir tan
lejos como para ponerse salsa en el otro lado también, y llamarlo pintura
de guerra. Todo lo que era normal a menudo era lo contrario de lo que
Mary Jo quería hacer.
Mary Jo tomó otro gran bocado de pizza, masticando con la boca
abierta. Aimee hizo una mueca y apartó los restos de la pieza que tenía
delante. Había perdido el apetito, que de todos modos nunca era tan
grande como el de Mary Jo.
—¿Ya terminaste? —le preguntó Mary Jo.
Aimee asintió. No se molestó en explicar por qué.
—Necesitas comer más. Estás huesuda.
—¿Y qué? Tú eres regordeta. Siempre dices que no todos deberían ser
iguales.
Mary Jo se tragó la pizza, gracias a Dios, y tomó su refresco para darle
un largo sorbo a la pajita. El sonido de succión pegajosa que indicaba el
fondo del vaso la impulsó a retroceder y fruncir el ceño ante los cubitos
de hielo que quedaban.
—Tienes razón, estoy equivocada —dijo Mary Jo—. Está bien, así que
si terminaste, ¿quieres jugar Escondite en el Laberinto?
Aimee se encogió de hombros y asintió. Todavía preferiría estar en casa
leyendo, pero había predicho que Mary Jo querría jugar Escondite en el
Laberinto, así que había traído un nuevo libro con ella. Estaba metido en la
linda riñonera que su mamá le había comprado, junto con brillo de labios
con sabor a fresa, su cepillo de pelo y algo de dinero.
El Laberinto Oculto, abreviatura de El Juego Del Escondite En El
Laberinto De Freddy era un elegante juego de escondite que se jugaba en
una red de túneles que corría entre las paredes que rodeaban las áreas
principales de Freddy's: comedor, sala de juegos, cocina, baños,
almacenamiento, escenario, etc. y las paredes exteriores del restaurante.
De hecho, era muy bueno. Los escondites eran pequeños cubículos con
puertas; las puertas tenían ventanas diminutas por las que podía asomarse
cuando te escondías, probablemente para que los niños no se sintieran
atrapados. Las ventanas estaban hechas de ese vidrio especial que parecía
una ventana por un lado y un espejo por el otro. Si fueras un buscador,
sólo podrías ver los espejos en los cubículos mientras caminabas por el
túnel, mientras que los escondidos podían mirar hacia afuera sin ser vistos.
Aunque el juego y sus cubículos a veces ponían un poco nerviosa a Aimee,
los escondites eran geniales por una razón diferente: apelaban al deseo
natural de Aimee de estar sola. Sólo dos personas podían jugaban Escondite
en el Laberinto a la vez, así que cuando estabas en los túneles del juego,
estabas lejos de toda la locura en el resto del restaurante.
Cuando ella y Mary Jo jugaban, Aimee siempre prefería esconderse, y a
Mary Jo le encantaba ser la buscadora. Mary Jo nunca era feliz sentada
quieta. Le gustaba estar haciendo algo y le encantaban los desafíos. Aimee
asumió que esa era la razón por la que la escuela era tan difícil para su
amiga. Mary Jo estaba loca de aburrimiento en el aula. La atrapaban
constantemente garabateando en los márgenes de su cuaderno en lugar de
tomar notas mientras la maestra hablaba. Pero en realidad, era más que
garabatear, pensaba Aimee. Mary Jo no dibujaba cosas reales, como cosas
reconocibles, hacía patrones y formas, eso era todo, pero eran patrones y
formas súper geniales. Aimee había visto cosas así en un museo de arte al
que su madre la llevó una vez. Había intentado decirle a Mary Jo que tenía
talento, pero Mary Jo se encogió de hombros.
—Nah. No tengo talento, sólo soy un dolor en el trasero con una buena
amiga.
Aimee había abrazado a Mary Jo entonces, sintiendo una gran ola de
afecto por la chica que a menudo la hacía querer gritar.
Escondite en el Laberinto era una excelente manera para que ambas
chicas hicieran las cosas que les gustaban juntas, más o menos. Funcionaba
porque Aimee había descubierto una manera de hacer trampa… al revés.
Por la forma en que jugaba, Aimee tenía un momento de tranquilidad y
Mary Jo tenía un desafío.
—Entonces, ¿te vas a sentar ahí o vas a venir? —le preguntó Mary Jo.
Aimee parpadeó y miró a Mary Jo, que estaba bailando al final de su
cabina, encogiéndose de hombros en su mochila y haciendo extraños giros
con la música al mismo tiempo.
—Oh, lo siento. Estaba pensando.
—Haces eso demasiado. —Mary Jo se rio a carcajadas y golpeó a Aimee
en el brazo.
Aimee chilló y se frotó el brazo. Esa era otra cosa en la que Mary Jo era
buena: lanzar un puñetazo involuntariamente fuerte.
Cuando Aimee y Mary Jo se conocieron a los tres años, ambas eran
pequeñas para su edad. Aparte de eso, no habían tenido mucho en
común… y todavía no lo tenían. Aimee era de cabello claro y piel pálida y
tenía rasgos pequeños con ojos azul brillante. Mary Jo tenía ese cabello
castaño rizado y boca grande, junto con piel color caramelo, grandes ojos
marrones y una nariz ancha. A medida que crecieron, su similitud de
tamaño también cambió. Aimee permaneció pequeña, pero Mary Jo se
disparó hacia arriba y hacia afuera. Ahora era quince centímetros más alta
que Aimee y, como Aimee le había recordado, era regordeta. También era
mucho más fuerte que Aimee, tanto físicamente como en todas las demás
formas, en realidad.
A veces, Aimee pensaba en dejar de ser amiga de Mary Jo. Tenían tan
poco en común. Pero Aimee nunca tendría el corazón para dejar a Mary
Jo. Mary Jo había pasado por bastante basura.
Los padres de Mary Jo eran muy jóvenes cuando se casaron y tuvieron
a su hija. Demasiado jóvenes, según la mamá de Aimee. El padre de Mary
Jo dejó a su esposa e hija cuando Mary Jo era sólo una bebé.
La madre de Mary Jo había tratado de cuidar a su hija después de eso,
pero se rindió cuando Mary Jo tenía cinco años. Un día se marchó y Mary
Jo acabó en una casa de acogida. Allí seguía, ahora con su quinta familia de
acogida.
Aimee les había pedido a sus padres que acogieran a Mary Jo en más de
una ocasión, pero su madre dijo que no tenían los “recursos” para
“manejar” a la amiga de Aimee. Ella no quiso decir dinero. A pesar de que
era sólo una niña, Aimee sabía que su familia tenía mucho dinero. La mamá
de Aimee significaba tiempo y paciencia. Los padres de Aimee tenían
trabajos importantes. Su padre era un “gerente de alto nivel”, lo que
significaba que su padre le decía a otras personas qué hacer. Su madre era
una “consultora de marketing”, lo que significaba que su madre aconsejaba
a otras personas sobre cómo vender sus marcas y esas cosas. Los padres
de Aimee tenían mucho que hacer y mucha gente dependía de ellos.
Sin embargo, si Aimee tenía que ser honesta, a veces se alegraba de que
Mary Jo no hubiera ido a vivir con ellos.
Amaba a Mary Jo, pero Mary Jo podía ser muy molesta… las
exhibiciones de comida parcialmente masticada son un buen ejemplo. Mary
Jo podía ser realmente asquerosa cuando quería. A veces Aimee se
preguntaba si eso era un subproducto de su dura educación. Era como si
quisiera que la gente la mirara, ya sea por una buena o mala razón.
—¿Y bien? —preguntó Mary Jo—. ¿Tengo que golpearte de nuevo?
Aimee parpadeó.
—¿Qué? Oh no. ¡No me vuelvas a golpear! Juro que dejaré de pensar.
Vamos a jugar en el laberinto oculto.
Mary Jo sonrió y tomó a Aimee del brazo. Saltando, comenzó a tirar de
Aimee hacia la galería. Todo lo que Aimee pudo hacer fue seguir,
frunciendo el ceño a la espalda de Mary Jo mientras Mary Jo la empujaba
entre las mesas y alrededor de otros niños. La mochila mullida de Mary Jo
hacía que pareciera que tenía una joroba en los hombros.
Según la madre de Aimee, Mary Jo tendría una verdadera joroba si seguía
llevando su mochila a todas partes.
—La forma en que encorva los hombros para llevar todo ese peso —
decía a menudo la madre de Aimee— no era bueno para ella.
Aimee le había contado a Mary Jo lo que le había dicho su madre, pero
Mary Jo se rio de ello.
—¿Y qué pasa si termino con una joroba, como una vieja bruja? —Se
inclinó hacia adelante, entrecerró los ojos, puso las manos en forma de
garra y se rio como una bruja malvada—. Eso estaría bien. Nadie se metería
conmigo si me viera así.
—Eres rara —había dicho Aimee.
—Quiero serlo —había respondido Mary Jo—. Creo que no ser raro
es peor.
Aimee sabía por qué Mary Jo llevaba su abultada mochila a donde quiera
que fuera. Un día, cuando estaba enojada por algo que uno de los otros
niños adoptivos había hecho, Mary Jo le había mostrado a Aimee todo lo
que tenía en su mochila: su ropa favorita, una foto de su madre, su osito
de peluche desgastado por los abrazos, su almohada, bolígrafos, crayones,
un par de libros, pijamas, pantuflas, un gran cepillo para desenredar el pelo
que Aimee creía que Mary Jo no usaba nunca, su cepillo de dientes, su bolso
con cremallera lleno de unos pocos dólares y algunas monedas, algunas
barras de chocolate maltratadas, una bolsa de cacahuetes y su diario.
—Puedo irme cuando quiera —había dicho Mary Jo—. ¿Ves? Tengo lo
que necesito.
—¿A dónde irías? —le había preguntado Aimee.
Mary Jo se había encogido de hombros.
—No tengo que planificar todo, ¿verdad?
Ahora sólo miraba la mochila de Mary Jo, Aimee se preguntó si todavía
tenía las mismas cosas dentro. Había pasado un año, al menos, desde que
Mary Jo le mostró lo que había en ella. ¿Había añadido algo? ¿Había sacado
algo?
Aimee dejó que su amiga la arrastrara a través del abarrotado comedor
de Freddy 's lleno de grandes mesas redondas rodeadas de familias risueñas.
Al menos no habían estado sentadas aquí. Eso era algo en lo que ella y Mary
Jo estuvieron de acuerdo: preferían los reservados a las mesas. Las cabinas
estaban separadas entre sí por divisores bajos pintados con imágenes de
dibujos animados de los personajes animatrónicos. Hacía que cada cabina
pareciera una propia pequeña habitación.
Mary Jo siguió tirando de Aimee, y Aimee siguió hasta que estuvieron
dentro del borde de la sala de juegos. Allí, sin embargo, Aimee vaciló.
Entonces ella se detuvo. Algo, no, alguien, un hombre, había capturado su
atención.
—Aimee, ¿qué estás haciendo? —preguntó Mary Jo. De hecho, gritó.
Tuvo que gritar para ser escuchada por encima de todos los gritos y
timbres y sirenas en el área de juego.
Pero cuando gritó, el hombre que Aimee había visto se giró para mirar
a las chicas. Aimee se sonrojó y se puso de puntillas para poder susurrar
en el oído de Mary Jo.
—Hay algo espeluznante en ese hombre de allí.
Mary Jo inmediatamente miró a su alrededor.
—¿Qué hombre? —preguntó en otro grito.
Aimee hizo una mueca cuando el hombre centró su atención
completamente en Mary Jo.
—Shh —siseó Aimee—. Vámonos. —Tiró del brazo de Mary Jo.
Pero Mary Jo se apartó. Dio dos pasos hacia el hombre, se puso las
manos en las caderas y gritó—: ¡No es de buena educación mirar fijamente,
asqueroso!
—¡Mary Jo! —susurró Aimee intensamente.
Aimee sintió que se le erizaba el pelo de la nuca mientras observaba al
hombre, un tipo alto y delgado con cabello largo y grasiento, dándole a
Mary Jo el tipo de sonrisa que la madre de Aimee habría llamado
“impertinente”. Los ojos oscuros y casi negros del tipo se entrecerraron
con una intensidad desconcertante. Tenía los dientes amarillentos y
torcidos, y su rostro le recordaba a Aimee una de esas aterradoras
máscaras de Halloween arrugadas. Todo lo que el tipo necesitaba era un
poco de sangre que goteara de su boca, y podría haber sido el malo en una
película de terror. Con ropa holgada y manchada, parecía una persona de
la calle. ¿Qué estaba haciendo en Freddy's?
—Vámonos —instó Aimee a Mary Jo.
Mary Jo no se movió. Asomó la mandíbula inferior en un acto de desafío
y miró al hombre con los ojos entrecerrados.
—¿Quieres un pedazo de mí, asqueroso?
Aimee puso los ojos en blanco y gimió. Mary Jo veía demasiados
programas policiales.
Aimee intentó tirar de Mary Jo de nuevo.
Mary Jo de repente se rio y Aimee dejó caer su brazo.
—¿Qué–? —comenzó Aimee.
Entonces vio que el hombre se había ido.
Mary Jo giró en círculo e hizo un pequeño movimiento de boxeo.
—¡Nadie se mete conmigo ni mi amiga! —gritó.
Los otros niños de la sala de juegos la miraron durante unos segundos.
Algunos de los niños la miraron mal. Luego, todos los niños volvieron a sus
juegos.
Mary Jo tomó a Aimee del brazo.
—Quédate conmigo. Te protegeré de los idiotazoides.
Aimee sonrió pero luego se estremeció. Miró hacia donde había estado
parado el hombre. Se había ido…
Eso esperaba Aimee.
—¿Qué tal si hacemos algo diferente hoy? —preguntó Mary Jo mientras
se acercaban a la rejilla beige que cubrían la entrada de los colores del arco
iris al juego Escondite en el Laberinto.
A Aimee le encantaba que la entrada al juego no pareciera la entrada a
un juego. Parecía la tapa de ventilación de un calentador o algo rodeado
por un arco iris arqueado. Sabía que la mayoría de los padres ni siquiera
sabían que existía el juego. El arcoíris parecía una decoración de pared, no
el comienzo de un juego. Aimee y Mary Jo se habían enterado del juego
hace sólo un año atrás. Para entonces, habían estado viniendo a Freddy's
durante varios años.
Un día, un niño rubio llamado Alby, a quien Aimee y Mary Jo sólo
conocían de Freddy's, se acercó y dijo—: Ya han venido aquí lo suficiente.
Creemos que están listas.
—¿Listas para qué? —había preguntado Mary Jo.
Alby se limitó a sonreír y les dijo que lo siguieran. Las había llevado de
regreso aquí a esta rejilla rodeada por el arco iris. Mary Jo había amenazado
con darle una paliza si les hacía algo malo.
Simplemente puso los ojos en blanco y abrió la rejilla. Luego señaló una
pantalla de juego digital, que estaba en la pared izquierda de una cámara
pequeña, baja, en forma de caja, más allá de la rejilla.
Con paredes de pino anudado y un piso rojo cubierto con una alfombra
de trapo multicolor, el diminuto espacio parecía la sala de estar de un
anciano. Era lo suficientemente grande para un par de niños, gateando o
sentados. La habitación contenía la entrada cubierta de rejilla en una pared;
la consola de juegos y fotografías enmarcadas de Freddy, Bonnie y Chica
en otra pared; y un mini-sofá de vinilo rojo lo suficientemente grande como
para que dos niños se sentaran contra una tercera pared. La pared detrás
del sofá estaba pintada con un mural de gruesos árboles de hoja perenne
empapados de musgo. La escena rechazaba la apariencia del juego en sí. En
la cuarta pared, frente a la rejilla, una abertura redonda revelaba un túnel
largo y oscuro.
Encima de la pantalla en la sala de estar de los elfos, donde se colocaban
los nombres de los jugadores, el nombre del juego estaba impreso en letras
negras: EL JUEGO DEL ESCONDITE EN EL LABERINTO DE FREDDY'S. Junto al nombre
del juego, una imagen de Freddy tenía un bocadillo. Las reglas del juego
estaban impresas dentro de esa burbuja.
Aimee pensó que era genial que ahora fueran parte de algo que parecía
un club secreto. Mary Jo también. A Mary Jo le gustaba incluso más que a
Aimee, probablemente porque no había llegado a ser parte de nada más,
secreto o no.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Aimee ahora mientras se arrodillaba,
abrió la rejilla y se arrastró por la abertura detrás de ella. Pensó medio
segundo en los lindos pantalones capri color frambuesa que llevaba,
estarían sucios cuando terminaran de jugar. No debió haberlos usado hoy,
pero no pudo evitarlo.
Aimee podía oír las refriegas y los gruñidos de Mary Jo siguiéndola. A
Mary Jo no le importaba su ropa. Por lo general, vestía como estaba hoy:
vaqueros manchados y una camiseta demasiado ajustada.
Una vez que estuvo dentro de la pequeña sala de entrada, Aimee miró
la consola. La pantalla tendría los nombres de los jugadores si hubiera un
juego en curso o estaría en blanco si no hubiera nadie en el juego.
Había dos nombres en la pantalla, y la voz de Freddy anunció—:
Bienvenidos al juego del escondite en el laberinto de Freddy. Esperen por
favor. Actualmente hay un juego en curso.
Aimee se arrastró y se sentó en un extremo del sofá rojo. Mary Jo se
movió y plantó su trasero en el otro extremo. Tuvo que inclinarse hacia
adelante debido a su mochila.
Mary Jo se giró para mirar a Aimee y dijo—: Hoy quiero ser la jugadora
número dos.
—¿Qué? —Aimee se giró para mirar a su amiga—. Siempre soy el
Jugador Dos primero. Yo me escondo primero. Tú buscas primero. Así es
como siempre lo hacemos.
—Lo sé. Aburrido, ¿verdad? Tenemos que cambiarlo.
Aimee abrió la boca para objetar, principalmente sólo porque no le
gustaba la forma en que Mary Jo la mandaba. ¿Pero en serio? ¿Importaba
tanto? Ella se encogió de hombros.
—Está bien.
Mary Jo se cruzó de brazos y cerró los ojos, luciendo complacida con sí
misma.
Aimee ladeó la cabeza y estudió a Mary Jo. Tenía el mismo aspecto que
su gata cuando estaba sentada en un rayo de sol con los ojos cerrados.
Aimee siempre pensó que su gata se veía engreída cuando hacía eso. Mary
Jo también.
Aimee abrió la boca para preguntarle a Mary Jo por qué siempre tenía
que salirse con la suya, pero luego la voz de Freddy anunció—: Listo
Jugador Uno y Jugador Dos. Introduzcan los nombres de los jugadores.
Cuando Aimee era muy pequeña, pensaba que Freddy estaba realmente
dentro de los juegos que tenían su voz.
Ahora que entendía que eran voces pregrabadas programadas, siempre
se reía de sí misma cuando escuchaba el audio de los juegos.
Mary Jo abrió los ojos y señaló hacia la consola.
—Vamos. Eres el Jugador Uno.
Aimee miró a Mary Jo.
—Bien, señorita Bossy Pants. —MaryJo le dio a Aimee una gran sonrisa.
Aimee resopló. Eres incorregible. Ella acababa de aprender esa palabra
la semana pasada. Encaja perfectamente con Mary Jo. Ella realmente no
podría ser corregida ni mejorada. Siempre iba a ser como era ahora.
Mary Jo sonrió aún más y le lanzó un beso a Aimee.
—Yo también te quiero. —Señaló de nuevo a la consola de juegos—.
Vamos. Si puedes encontrarme en tres minutos, le prometo que pasaremos
el resto del día haciendo lo que quieras hacer… después de que juguemos
las dos rondas.
—Quiero leer mi nuevo libro.
Mary Jo se metió el dedo en la boca e hizo un sonido de arcadas. Luego
se rio de la mirada que le dirigió Aimee.
—Bien. Iremos a tu casa y nos sentaremos en tu habitación. Puedes leer
y supongo que dibujaré… sí me encuentras en tres minutos.
—¿Y si no lo hago?
—Seguiremos haciendo lo que yo quiera hacer.
Aimee suspiró.
—Bien. —Se arrastró, se arrodilló frente a la consola de juegos y
escribió su nombre como Jugador Uno y el nombre de Mary Jo como
Jugador Dos. Tan pronto como terminó con el nombre de Mary Jo, la voz
de Freddy dijo—: Jugador dos, encuentra tu escondite.
Aimee se giró, le sacó la lengua a su amiga de ojos brillantes y cabello
salvaje, luego regresó al pequeño sofá. Allí era donde se suponía que el
buscador debía esperar mientras el escondido se escondía.
Mary Jo le mostró a Aimee una enorme sonrisa y la saludó antes de
desaparecer en el túnel principal.
—Buena suerte encontrándome —gritó.
Aimee no se molestó en responder. Simplemente se cruzó de brazos y
suspiró. Estuvo tentada de sacar su libro, pero si Mary Jo elegía un lugar
rápidamente, Aimee desperdiciaría preciosos minutos colocando su libro
lejos. Entonces, sólo se sentó y esperó. Contó para ver cuánto tiempo
tardaba Mary Jo en esconderse.
Aimee acababa de susurrar—:107 —cuando la voz de Freddy anunció—
: ¡El jugador dos ha elegido un escondite! ¡Jugador uno, encuentra al jugador
dos! ¡Vamos!
Aimee se bajó del sofá y comenzó a gatear por el túnel principal tan
rápido como pudo.
—Rápido —no era realmente tan rápida en Escondite en el Laberinto.
Todos los túneles del juego estaban inclinados. Algunos subían y otros
bajaban; ninguno estaba perfectamente nivelado. La mayoría de los túneles
se curvaban de un lado a otro. Eran estrechos y confinados, con techos
que a menudo se sentían como si estuvieran presionando hacia abajo,
tratando de enterrarte vivo. Sólo el túnel principal era recto, pero iba
cuesta arriba.
Aimee no podía ir tan rápido como quería.
El Escondite en el Laberinto fue diseñado para que sólo la mitad de los
cubículos escondidos estuvieran abiertos al comienzo del juego. Cuando el
Jugador Dos encontraba un escondite, la puerta de ese cubículo y todas las
demás puertas abiertas del cubículo estaban cerradas. Las puertas que
habían sido cerradas luego se abrían. Entonces, Aimee no tenía que buscar
en todo el laberinto, pero sólo buscar las puertas cerradas tomaría
demasiado tiempo.
Todos los túneles del laberinto estaban revestidos con el material
áspero y esponjoso, coloreado para parecerse a la corteza de los árboles
de hoja perenne, como los del mural. No eran árboles reales, por supuesto,
pero se les asemejaba. También olían a eso. Todo el Escondite en el
Laberinto tenía un olor a humedad y a tierra que siempre hacía que Aimee
se sintiera como si estuviera gateando en madrigueras de tierra. El suelo
de los túneles incluso parecía tierra: marrón e irregular y algo blandito
como barro húmedo. Aimee no sabía de qué estaban hechos los túneles,
no era barro, obviamente, porque nunca se embarraba.
Intercalados entre los árboles, grandes rocas grises falsas creaban
recovecos y grietas para los cubículos escondidos. Cada cubículo
escondido estaba cubierto con una puerta de madera arqueada que parecía
la entrada a la casa de un hada o de un anciano. Las pequeñas ventanas
unidireccionales eran inserciones redondas en la parte superior de las
puertas.
Desde lo alto de los túneles, ramas de árboles falsos hacían cosquillas
en la parte superior de la cabeza de Aimee mientras pasaba por debajo de
ellos. Estaban cargados de musgo fino que parecía un cabello verde sedoso,
lo que los hacía colgar bajos y pesados. De vez en cuando, un mechón
revoloteaba sobre su rostro y la hacía sentir como si estuviera a punto de
estornudar.
Aimee pensó que todo el Escondite en el Laberinto era algo
espeluznante, especialmente porque los árboles no eran lo único que
cubría las paredes. Aquí y allá, pequeñas cosas regordetas y grises parecidas
a gusanos se movían a medida que pasaba. Tenían ojos saltones que
rodaban alrededor. Aimee trataba de no mirarlos. En algunos lugares, sólo
ojos mecánicos se asomaban entre los troncos de los árboles. Esos ojos
también giraban alrededor, y molestaba a Aimee más que los gusanos
porque imaginaba que los ojos pertenecían a horribles criaturas que
acechaban detrás de los árboles.
Sin embargo, los túneles no eran tan oscuros como para estar
aterrorizada. Hileras de luces de cuerda que parecían raíces de árboles se
alineaban en los bordes superior e inferior de los túneles y rodeaban cada
cubículo.
Pero todavía era un lugar espeluznante. El juego tenía su propia banda
sonora, que se reproducía en un bucle de una vieja cinta de cassette
desgastada que se deformaba en algunos lugares. La pista era
principalmente sonidos de selva tropical, algunos de ellos relajantes, como
el golpe constante de un aguacero constante, salpicando los árboles y el
suelo del bosque. Pero de vez en cuando, aparecían otros sonidos: chillidos
espeluznantes que podrían haber sido monos… o tal vez jaguares. Cuando
te estabas escondiendo, te sentías un poco seguro, protegido del ruido,
seguro en tu cubículo elegido. Cuando estabas buscando, la banda sonora
te ponía nervioso; los gruñidos y chillidos nunca dejaban de ponerle la piel
de gallina en Aimee.
Todo lo relacionado con el Escondite en el Laberinto le parecía viejo a
Aimee. No estaba segura de cuánto tiempo había estado aquí Freddy's,
pero parecía antiguo. Además de la gastada banda sonora del juego, gran
parte de la corteza de los árboles y el musgo se estaban rompiendo, y las
puertas de los cubículos estaban rayadas y deformadas. Aimee sentía que
el Escondite en el Laberinto había sido algo importante en algún momento,
pero que ahora estaba casi olvidado, por lo que no recibía mantenimiento.
A pesar de que los pisos de los túneles del Escondite en el Laberinto no
estaban hechos de tierra real, siempre estaban sucios, cubiertos con
marcas de raspaduras y manchas de comida y llenos de escombros dejados
por otros buscadores. Estaba bastante segura de que los empleados de
Freddy's nunca limpiaban aquí. Aimee vio un poco de confeti esparcido a
lo largo de los bordes del pasadizo por el que se arrastró y un globo
desinflado tirado fuera de una de las puertas del cubículo; esos habían
estado aquí durante meses. Un niño había perdido un calcetín rayado con
un agujero en el dedo del pie a sólo unos metros del túnel principal.
Aimee había perdido algo en el laberinto unos meses antes. Mary Jo le
había hecho un brazalete de la amistad con cuentas rojas, y Aimee se había
dado cuenta de que le faltaba en la muñeca después de uno de sus juegos
en el laberinto. Había pensado que Mary Jo estaría molesta por la pérdida,
pero Mary Jo simplemente se encogió de hombros y dijo—: Probablemente
esté en uno de los cubículos. Lo encontraremos uno de estos días. Aún no
lo habían encontrado.
No se suponía que debías llevar comida al interior del laberinto, pero la
mayoría de los niños no respetaban esa regla.
En este momento, por ejemplo, el túnel olía fuertemente a chocolate, y
Aimee tuvo que arrastrarse alrededor de algunas manchas marrones
frescas y relucientes en el costado de una de las rocas; algún niño debió
haber traído pastel de chocolate aquí. Él (supuso que era un niño) incluso
había dejado un tenedor de plástico rojo roto.
Mientras se acercaba al final del primer tramo del túnel principal, vio la
otra consola de juegos, que mostraba su nombre como Jugador Uno y el
nombre de Mary Jo como Jugador Dos, y un cronometro que mostraba el
tiempo transcurrido desde el inicio del juego.
Mirando el reloj brillante contra la relativa oscuridad del túnel, la cabeza
de Aimee comenzó a doler.
Se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes, algo que hacía
cuando estaba molesta. Eso siempre hacía que le doliera la cabeza. Se
concentró en relajar los dientes, pero el dolor permaneció. Estaba cansada
de estar siempre de acuerdo con lo que Mary Jo quería.
Aimee llegó a la puerta de un cubículo cerrado y levantó su pequeña
manija redonda de metal. Hizo clic cuando la levantó. Mirando dentro del
cubículo vacío (por supuesto que no encontraría a Mary Jo tan fácilmente),
Aimee lamentó su trato de tres minutos. No había forma de que ganara
tan rápido.
Aimee no estaba segura de cuánto tiempo le llevaría trepar y bajar por
todos los túneles serpenteantes del laberinto. Nunca había hecho eso. Pero
sabía que le tomaría más de tres minutos.
Las reglas de Escondite en el Laberinto permitían al Jugador Uno buscar
al Jugador Dos durante el tiempo que fuera necesario para encontrar el
escondite del Jugador Dos. Sin embargo, el juego también permitía que el
Jugador Uno se rindiera si se cansaba. Ganará o perdiera, el jugador uno y
el jugador dos cambiaban de lugar después de la primera ronda de juego.
La verdad era que Aimee nunca antes había intentado encontrar a Mary Jo.
A ella le gustaba ser la que se escondía primero porque podía sacar su libro
y leer mientras estaba oculta. Mary Jo nunca se rendía y, a veces, le llevaba
mucho tiempo encontrar a Aimee, y Aimee leía hasta que Mary Jo la
encontraba. Una vez que cambiaban de lugar para la segunda ronda y Mary
Jo estaba escondida, Aimee generalmente se sentaba en el túnel y leía un
poco más. Mary Jo pensaba que Aimee la estaba buscando, pero Aimee en
realidad sólo estaba pasando el rato. Después de un rato, presionaría el
botón “Rendirse” en la consola de juegos, y todas las puertas de los
cubículos se abrirían. En ese momento, Aimee guardaba su libro y se
encontraba con Mary Jo fuera del juego, felicitándola por otra victoria.
Ir primero significaba que Aimee no podía realizar este truco tan
fácilmente. Y aceptar la apuesta significaba que no podía hacerlo en
absoluto.
Ahora, frustrada y cansada con su creciente dolor de cabeza, Aimee
tuvo la tentación de sentarse en el túnel y leer los minutos que le quedaban
antes de presionar “Rendirse”, pero realmente no quería estar en Freddy's
toda la tarde. Entonces, por una vez, trató de encontrar a su amiga.
Escurriéndose a través de los primeros giros y desvíos del pasillo
principal, Aimee abrió las puertas de los cubículos a derecha e izquierda.
Refunfuñando para sí misma acerca de cómo estaba arruinando sus bonitos
pantalones (se había arrastrado a través del jugo de uva en los primeros
treinta segundos) comenzó a molestarse más y más con cada puerta que
abría.
Por supuesto, Mary Jo no estaba detrás de ninguna de las puertas, y a
Aimee le dolía la cabeza de nuevo.
—Esto es estúpido —se quejó Aimee en voz alta.
Decidiendo que estaba perdiendo un tiempo precioso abriendo puertas
porque Mary Jo probablemente estaba en la parte trasera del juego, Aimee
bajó la cabeza y se arrastró a gran velocidad hacia esa área.
Allí encontraría a Mary Jo, seguro.
Para llegar al final del juego, Aimee tuvo que pasar al final del pasillo
principal. Mientras lo hacía, miró hacia la entrada para ver si había alguien
esperando para jugar.
Parecía que alguien lo estaba haciendo. Faltaba la rejilla y la entrada
estaba abierta.
Aimee empezó a gatear, pero luego vio movimiento por el rabillo del
ojo. Dándose la vuelta, casi se ahoga con su inhalación aguda.
El hombre que había visto en la galería estaba mirando por la entrada
abierta.
Y él la estaba mirando directamente.
Congelada en medio de la observación, Aimee no pudo hacer nada más
que mirar al hombre, quien la miró con la misma amplia sonrisa que le había
dado a Mary Jo en la sala de juegos. La sonrisa bajó la temperatura corporal
de Aimee tan rápido que se sintió como si acabara de estar congelada.
Cada cabello de su cuerpo se erizó.
Aimee no estaba segura de cuánto tiempo ella y el hombre se miraron.
Se sintió como una eternidad, pero probablemente no fue más de uno o
dos segundos. Ella no parecía poder moverse.
Pero cuando el hombre asomó la cabeza por la entrada del juego, un
movimiento que coincidió con un chillido particularmente fuerte de la
banda sonora del juego, su cuerpo decidió que era hora de ponerse en
marcha. Aimee dejó escapar un pequeño chillido y empezó a gatear tan
rápido como pudo hacia la salida.
Eso fue todo. Ya había tenido suficiente. «Olvídate de encontrar a Mary
Jo». Aimee sólo quería salir del laberinto.
Aimee jadeaba pesadamente y escarbaba ruidosamente mientras
gateaba los primeros metros del túnel principal, pero luego disminuyó la
velocidad e hizo todo lo posible por controlar su respiración. Temblando,
miró por encima del hombro para ver si el hombre la estaba alcanzando.
No lo vio.
Pero lo escuchó. Al menos, pensó que sí. Incluso sobre la banda sonora
de selva tropical, pudo distinguir algunas refriegas y golpes que parecían
provenir del túnel principal. Obligándose a no gritar de terror, Aimee bajó
la cabeza y empezó a gatear de nuevo.
Para cuando Aimee se acercaba a la salida del juego, sabía que habían
pasado más de tres minutos; no importaba lo que hiciera a continuación.
Mary Jo le estaría diciendo a Aimee qué hacer durante el resto del día.
Como si ese fuera su mayor problema. La verdad era que a Aimee ya
no le importaba lo que hicieran hoy. Sólo quería salir del juego y alejarse
del tipo espeluznante.
Ver a ese repugnante tipo de nuevo fue la gota que rebalsó el vaso.
Aimee no quería estar cerca de Freddy's. Quería irse a casa.
Girando hacia la salida del juego, que también salía al callejón trasero
del edificio, Aimee miró por encima de su hombro para asegurarse de que
el tipo espeluznante no la había seguido.
No vio nada. Nadie estaba detrás de ella.
Aimee abrió la pesada puerta de madera. Cuando el aire fresco la
golpeó, lo respiró y luego exhaló aliviada.
Sin embargo, cuando salió al brillante sol de la tarde, se detuvo y miró
hacia el túnel.
Mary Jo todavía estaba allí. ¿Qué pasa si el tipo espeluznante la
encuentra?
Aimee se mordió el labio inferior. Frunció el ceño. Finalmente, negó con
la cabeza.
No, no encontraría a Mary Jo. Ella estaba escondida. Era mucho más
probable que hubiera encontrado a Aimee, que estaba en los túneles.
Más tarde, Aimee le explicaría a Mary Jo por qué se fue. Mary Jo lo
entendería.
✩✩✩
Con el cabello ensortijado sobre su mirada oscura y maligna, el hombre
espeluznante estira la mano y tira del picaporte del cubículo. La puerta se abre
lenta, implacablemente, revelando finalmente lo que siempre termina por revelar:
a Mary Jo, pálida y con ojos muy abiertos. Lanzándose sobre el hombre, Mary Jo
grita y le araña los brazos desnudos. Es una luchadora y no va a dejar que él la
tome fácilmente. Pero Mary Jo no es rival para la fuerza del hombre. Él le sujeta
los brazos a los costados y la arrastra fuera del cubículo mientras Mary Jo grita
lo que siempre grita—: ¡Aimee! Aimee, ¿dónde estás? ¡Ayuda! ¿Por qué me
dejaste?
Los ojos de Aimee se abrieron de golpe. Se los frotó con sus manos
temblorosas mientras se reorientaba hacia la vigilia. Tomando una
respiración entrecortada, se dio cuenta de dónde estaba. Había estado
estudiando y se había quedado dormida.
A pesar de que el sol se derramaba sobre el sillón puf donde estaba
acurrucada en la esquina de su dormitorio, se sintió helada. ¿Quién no se
sentiría helada después de un sueño así?
Aimee se abrazó a sí misma, frotándose los brazos para intentar
calentarse. «Acéptalo», pensó, «hoy no podrás leer».
No había forma de que leyera hoy.
Este día soleado a mediados de mayo podría ser un día que no significara
nada para nadie más, pero para Aimee, este día tenía un gran significado,
sólo que no era algo agradable. Aimee realmente odiaba esta fecha, y nunca
pasaba sin que se diera cuenta… desde el momento en que se levantaba
por la mañana hasta el momento en que finalmente se quedaba dormida
por la noche, lo que generalmente no sucedía hasta que había hecho
muchas miradas al techo y vueltas y más vueltas.
Aimee suspiró y dejó caer su libro. ¿En qué estaba pensando, tratando
de leer un libro sobre el futuro de la economía empresarial en un día como
hoy?
Estirando las piernas, Aimee se puso de pie y se acercó a la ventana que
daba al patio de abajo. Hizo girar algunos mechones de su largo cabello,
mirando a un par de chicos que conocía jugar al frisbee.
Estaban bien; el disco voló bajo y directo sobre un par de docenas de
adoradores del sol y estudiosos de último momento, y nunca golpeaban a
nadie. Aimee sonrió y respiró hondo. Esta sería la última semana tendría
esta vista.
La graduación era en una semana, y tres semanas después de eso,
comenzaría el nuevo trabajo que ya tenía programado. Sin embargo, antes
de hacer eso, iba a tener que hacer algo que había estado posponiendo
hacer durante mucho tiempo. No había ninguna duda en su mente ahora.
Tenía que hacerlo si quería liberarse de su pasado. Había llevado este peso
durante diez años. Ya era suficiente.
Alejándose de la ventana, se acercó a su cama pulcramente hecha. Se
sentó y miró fijamente el colchón desnudo al otro lado de la compañera
de cuarto que había terminado los exámenes el día anterior, y ya había
empacado y se había ido a casa.
Su novio había vuelto a casa, así que había planeado pasar la semana con
él y luego regresar para la graduación. Aimee no tenía novio en casa (o aquí
en la universidad) y todavía tenía dos exámenes más por hacer. Sólo
esperaba poder concentrarse lo suficientemente como para no arruinar su
promedio… pero Mary Jo podría hacer eso imposible.
¿Alguien más pensaba alguna vez en la chica de once años de cabello
encrespado que siempre había pensado que las reglas estaban destinadas a
romperse? Probablemente no.
Aimee se movió para poder verse en el espejo de cuerpo entero junto
a su tocador. Había visto fotos de sí misma a los once años y no creía que
se viera muy diferente ahora. Entonces era pequeña y delgada, y ahora era
pequeña y delgada. Obviamente, su rostro se veía un poco diferente
porque ahora estaba maquillada, pero la ligera inclinación de sus ojos y el
severo arco de sus cejas, la nariz respingada y la boca ligeramente enfadada
eran las mismas. En las fotos que había visto de su yo más joven, el largo
cabello rubio de Aimee solía estar recogido en una cola de caballo o una
trenza.
Ella seguía usando el cabello así.
¿Qué aspecto tendría MaryJo ahora? ¿Le seguiría sobresaliendo su pelo
de la cabeza? ¿Seguiría siendo tan grande su sonrisa?
Al principio, a Aimee le gustaba decirse a sí misma que nunca volvió a
ver a Mary Jo después de ese día en el laberinto porque Mary Jo se enojó
y se escapó. Era una conclusión razonable. Mary Jo había amenazado a
menudo con huir, y siempre había tenido esa mochila con ella, lista para
partir.
Pero años más tarde, cuando Aimee estaba siendo honesta consigo
misma, estaba bastante claro que Mary Jo no había huido a ningún lado. El
sueño le dijo eso. El sueño recurrente (no, no era un sueño, su pesadilla)
le había dicho la verdad durante diez años.
Aimee se apartó de su reflejo y se recostó en su cama. Se obligó a viajar
al pasado.
Como lo había hecho literalmente miles de veces ahora, trató de
convencerse a sí misma de que no había forma de que supiera que algo
malo le pasaría a Mary Jo cuando dejó el laberinto. A pesar de que había
tenido miedo del tipo espeluznante, la mente de once años de Aimee
realmente no había creído que había encontrado a Mary Jo y la había
lastimado. Y desde entonces, se había esforzado por creer que Mary Jo no
había vuelto a ser vista por otra cosa, algo que no tenía nada que ver con
lo que hizo Aimee.
Pero en verdad, Aimee sabía que era, en parte, responsable. Aunque
sólo en parte. El verdadero culpable era el repugnante tipo que Aimee
había visto en la galería y en la entrada del laberinto justo antes de dejarlo.
La noche del día en que había visto a Mary Jo por última vez, Aimee
también había visto al canalla en la televisión. Lo habían arrestado por el
intento de secuestro de otro menor. Normalmente no prestaba atención
cuando sus padres veían las noticias, pero había visto la cara del tipo y había
escuchado su nombre, Emmett Tucker.
También había escuchado la palabra secuestro. Cuando escuchó esa
palabra, su estómago se convirtió en una roca que cayó hasta sus pies.
Cuando quedó claro que Mary Jo había desaparecido, Aimee supo que
ese asqueroso se había llevado a su amiga. Se la había llevado, y debió
haberla matado. Aparentemente, la policía nunca pudo probar que lo hizo,
por lo que el tipo fue a prisión sólo por el intento de secuestro del otro
menor. Aimee se consoló un poco con eso, pero no saber exactamente lo
que le había sucedido a Mary Jo la carcomía.
Durante años después de la desaparición de Mary Jo, Aimee había
llevado la culpa como una mochila incluso más pesada que la de Mary Jo.
Sabía que el tipo espeluznante estaba husmeando en el laberinto y había
dejado a su amiga allí. Estaba segura de que Emmett Tucker se había llevado
a MaryJo, y ella tenía la culpa.
Mucho antes de que se fueran (en realidad, sólo un par de semanas
después de la última vez que Aimee vio a Mary Jo), el Freddy's donde Aimee
y Mary Jo habían jugado Escondite en el Laberinto había cerrado. Aimee
nunca supo por qué. Su madre pensó que Freddy's estaba cerrado porque
era “intrínsecamente inseguro” para los niños; nunca pensó que los
animatrónicos fueran una buena idea. La mamá de Aimee estaba muy
molesta porque la ciudad a la que se mudaron también tenía un Freddy's.
Sin embargo, no tenía que preocuparse. Aimee nunca fue a este. Le
recordaba demasiado a Mary Jo.
Pero la semana pasada, su mamá la había llamado, interrumpiendo el
estudio que Aimee estaba haciendo para su clase de Transacciones
Comerciales. Al salir de la biblioteca y entrar en la noche fresca para
atender la llamada de su madre, Aimee miró las estrellas y dijo con un
suspiro—: Estoy estudiando, mamá.
—Sé que lo haces, cariño. Pero quería saber cómo estás.
—Bien, mamá. Pero necesito concentrarme.
—Lo sé. Pero pensé que podrías tomarte un descanso y charlar unos
minutos. —La voz suave y profunda de la madre de Aimee se rompió en
una risita—. Ya sabes, unos segundos para tu querida mamá.
Aimee suspiró. A través del teléfono, podía escuchar pasos golpeando
los pisos de madera. Podía imaginarse a su madre paseando de un lado a
otro en la cocina. Eso es lo que siempre hacía su mamá cuando hablaba por
teléfono. Aimee podía ver el hermoso rostro de su madre como si
estuviera aquí. Rubia y de ojos azules como Aimee pero con rasgos más
clásicos, su madre tenía ojos grandes, pómulos altos y labios carnosos.
—Está bien, mamá —respondió Aimee—. ¿De qué quieres charlar?
Tienes dos minutos. Vamos.
Su mamá se rio.
—Está bien, voy a poner en marcha el temporizador de la cocina. Bien,
veamos. Tu padre se ha aficionado al ráquetbol. Puede que sea demasiado
para él; le duelen tanto los hombros y los brazos que apenas puede levantar
la taza de café.
Aimee sonrió.
—Ah, y vi una propaganda en las noticias sobre ese hombre que
pensamos que se había llevado a Mary Jo. ¿Lo recuerdas?
¿Recordarlo? ¿Cómo podría no hacerlo? Aimee sintió que todos sus
músculos se contraían a la vez, como siempre lo hacían cuando pensaba en
Freddy's o Emmett Tucker.
—¿Qué pasa con él?
—Oh, lo dejaron salir de la cárcel. Por buen comportamiento, o alguna
tontería por el estilo. Está de vuelta en su casa, libre como un pájaro. Por
alguna razón, nunca lo he olvidado. Probablemente por Mary Jo.
Aimee sintió que su estómago daba un vuelco e intentaba trepar por su
esófago.
Pensó que se iba a poner enferma. ¿El secuestrador de Mary Jo estaba
libre?
—¿Aimee? ¿Está ahí? —preguntó su mamá.
Aimee trató de hablar y las palabras se le atascaron en la garganta. Ella
tragó y dijo—: Sí, mamá. ¿Ha hablado con la prensa o algo?
—¿Qué? No tengo ni idea. Acabo de ver un pequeño informe sobre él,
eso es todo.
—Tengo que colgar, mamá. —Aimee prácticamente le lanzó las palabras
a su madre. Y no esperó una respuesta. Corrió dentro de la biblioteca,
directamente al baño, donde vomitó. Después de sentarse en el baño y
llorar durante media hora, se obligó a no pensar en lo que le había dicho
su madre. Tenía que estudiar y hacer un examen.
Pero, por supuesto, lo había pensado. Había estado pensando en eso
durante una semana.
Aun así, se había asegurado de que no estropeara sus estudios porque
antes de volver a estudiar la noche que llamó su madre, tomó una decisión.
Tan pronto como se graduara, volvería a la ciudad donde pasó los primeros
once años de su vida. Regresaría e iba a averiguar qué hizo Emmett Tucker
con Mary Jo.
Diez años de incertidumbre no podrían convertirse en quince o veinte
o más. Aimee ya no podía vivir con la suposición de que Mary Jo había sido
secuestrada por Tucker sin demostrar que realmente la había secuestrado
y descubrir lo que le hizo a su amiga. Necesitaba saber dónde había puesto
el cuerpo de Mary Jo.
Aimee estaba cansada de las pesadillas y las horribles visiones que se
repetían una y otra vez en su cabeza.
También estaba cansada de intentar engañarse a sí misma con la idea de
que Mary Jo se había escapado y estaba viviendo feliz para siempre en
alguna parte. Iba a descubrir y probar la verdad de una vez por todas.
✩✩✩
Aimee recordaba su ciudad natal como un bonito lugar. Abrazado a
ambos lados de un río que fluía desde las montañas cercanas, la ciudad era
el hogar de un multimillonario que había construido la sede de su
corporación aquí. La sede, diseñada para parecerse a una antigua ciudad
occidental, se extendía a lo largo del río en un extremo de la ciudad. Ahí
es donde habían trabajado los padres de Aimee. Cuando el multimillonario
tuvo un nuevo complejo, con un diseño más moderno, construido a pocos
estados de distancia (probablemente para poder tener un lugar más cálido
para visitar en el invierno), sus padres fueron trasladados. A Aimee nunca
le había gustado realmente el nuevo estado. Era demasiado caluroso para
ella. Y echaba de menos la nieve en los inviernos.
Si no fuera por Mary Jo, o en realidad, la ausencia de Mary Jo, Aimee
probablemente habría solicitado un trabajo en la sede corporativa aquí en
su antigua ciudad natal. Pero sabía que no podría soportar vivir en un lugar
que le recordara a su amiga todos los días. En cambio, había aceptado un
trabajo en una ciudad a un par de cientos de millas de aquí. Tenía el mismo
clima pero sin recuerdos dolorosos.
Aimee sacó su pequeño y lindo compacto híbrido rojo en el
estacionamiento del Riverside Motel justo antes del atardecer. Cuando
apagó el motor, golpeó el volante un par de veces. ¿Debería ir ahora o
espera hasta mañana?
Entrecerró los ojos más allá del revestimiento de secoya del motel y los
pilares cubiertos de rocas del río. Un sol rojizo se hundía hacia la cresta
coronada por el glaciar hacia el oeste. Rayos casi rojo sangre pintaban las
extensiones blancas. Aimee se estremeció. «Mañana». Lo que tenía que
hacer definitivamente podía esperar hasta mañana.
Aimee apartó la mirada de la puesta de sol. Se volteó y agarró un suéter
amarillo brillante del asiento trasero. Se lo puso, recogió su bolso y salió
del coche.
Aimee sólo tardó unos minutos en registrarse en el motel y encontrar
su habitación. Una vez allí, se sentó sobre la colcha beige de la cama de
matrimonio. Estaba frente a un espejo sobre el tocador bajo de pino
apoyado contra la pared de troncos expuestos frente al final de la cama.
—Bueno, aquí estás —se dijo a sí misma.
La versión espejo de Aimee habló al mismo tiempo que ella, por
supuesto. Aun así, tuvo problemas para reconocerse a sí misma. Se veía
más vieja en este espejo, como si estuviera cerca de los cuarenta en lugar
de apenas llegar a conocer los veintiuno. ¿Por qué su tez se veía tan gris,
sus mejillas tan demacradas?
Aimee se llevó una mano a la cara y se apartó algunos mechones de
cabello de los ojos. Se sentía como si un extraño la estuviera tocando.
«Qué extraño».
Un temblor recorrió su columna y apartó la mirada del espejo.
Necesitaba dormir, eso era todo. Había estudiado mucho durante la mayor
parte de las cuatro semanas, y en los últimos tres días había salido de fiesta
con la misma intensidad. Aimee no tenía muchos amigos, pero los que tenía
eran cercanos. Una de ellas, Gretta, era la amiga más cercana de Aimee
desde Mary Jo. Tenía padres súper ricos y vivía en una mansión con piscina,
canchas de tenis, una enorme sala de cine, una sala de juegos igualmente
grande y un enorme salón de baile. Después de que terminaron los
exámenes, los padres de Gretta organizaron una fiesta de tres días para
Gretta y sus amigas, con música en vivo y comida preparada por el mejor
chef de la ciudad. Gretta y Aimee habían pasado gran parte de ese tiempo
solas en la sala de cine viendo viejas comedias románticas. Ambas amaban
la tranquila soledad. Pero la habían equilibrado con mucha natación, baile y
comida.
Aimee había sido amiga de Gretta desde que ella y sus padres se
mudaron al nuevo estado. Había ido a la secundaria, la preparatoria y la
universidad con Gretta.
Gretta era lo opuesto a Mary Jo, una pareja mucho mejor para Aimee
que Mary Jo. Cuando Aimee conoció a Gretta, se dio cuenta de que la
teoría de su madre sobre la amistad y el equilibrio había sido una mentira.
Aimee y Mary Jo no habían sido amigas porque se equilibraban entre sí.
Habían sido amigas porque Aimee había sido demasiado tímida para decirle
a Mary Jo que saltara a un río. Mary Jo había decidido que eran las mejores
amigas y Aimee lo había aceptado.
A partir de ese momento, todo se había centrado en Mary Jo. Mientras
estuvieron juntas, hacían lo que MaryJo quería. La única vez que Aimee
había llegado a ser ella misma había sido cuando estaba literalmente sola.
Gretta había sido la persona que había ayudado a Aimee a resolver esto.
Gretta acababa de graduarse con una licenciatura en psicología e iba a
obtener una maestría luego. Quería ser terapeuta. Aimee era una de sus
pacientes de práctica no oficial.
Justo el día anterior, mientras flotaban en la piscina infinita de los padres
de Gretta, contemplando extensiones de césped verde y arbustos podados
perfectamente recortados, Gretta había dicho—: Te das cuenta de que no
necesitas saber exactamente qué pasó con Mary Jo para cerrar, ¿verdad?
Aimee, que había estado bebiendo limonada de un enorme vaso
cubierto en equilibrio sobre su vientre plano, negó con la cabeza y
chasqueó los labios ante la acidez de su bebida.
—Sí.
Gretta sacudió una cabeza de rizos cortos. Una impresionante belleza
pelirroja con piel pálida impecable, ojos verdes y rasgos dignos de modelo,
Gretta estaba sorprendentemente despreocupada por su apariencia. Rara
vez se maquillaba y se cortaba el pelo sola, a pesar de poder pagar la
peluquería más cara de la ciudad. Ella no era particularmente buena en el
corte de cabello, por lo que sus rizos siempre eran asimétricos.
—No, no lo sabes —dijo Gretta—. Lo único que tienes que hacer es
perdonarte a ti misma. Es todo. Pan comido. Fin.
Aimee negó con la cabeza y Gretta le echó agua. Aimee cerró los ojos
justo a tiempo, y después de que el agua cayera en cascada sobre sus
hombros y brazos sudorosos, mantuvo los ojos cerrados.
Con su vista tomando unas mini vacaciones, los otros sentidos de Aimee
se intensificaron. Podía oler el protector solar con aroma a coco de Gretta,
el limón en su propia limonada y el cloro en el agua. También podía oír el
agua; lamía perezosamente contra sus tumbonas flotantes y salpicaba
contra los lados de la piscina. Desde las canchas de tenis, el ruido sordo
de las raquetas al golpear las pelotas de tenis le llegaba. Incluso desde más
lejos, el relajante sonido de los relinchos de los caballos llegó a los oídos
de Aimee desde los pastos.
Aimee respiró hondo, inhalando toda esta tranquilidad. Luego dijo—:
No es tan fácil como dices. Mary Jo no está porque la dejé en ese juego.
No le advertí; No le dije a un adulto. La dejé justo donde ese hombre podía
llevársela.
Gretta golpeó el agua con la mano. El sonido agudo hizo que Aimee se
estremeciera y abriera los ojos.
—¡Dios, eres tan terca! ¿Cuántas veces necesito decirte que no lo
sabes? —preguntó Gretta—. No eres lo suficientemente tonta para pensar
eso. No sabes lo que pasó después de que te fuiste. No sabes lo que hizo
después de dejar el juego. Probablemente, alguna elección que tomó Mary
Jo la llevó a su desaparición. Tu elección no tuvo nada que ver con eso.
—Pero Emmett Tucker– —comenzó Aimee.
Gretta levantó una mano.
—Tucker Shmucker. No sabes con certeza si se llevó a Mary Jo y
tampoco la policía. Y si no se la llevó, ¿por qué es culpa tuya la desaparición
de Mary Jo? Quiero decir, lo entiendo. Sientes que tu elección fue
responsable porque fue un gran problema para ti. No es la desaparición de
Mary Jo lo que marcó ese día para ti; es tu defensa personal lo que hace
que el día sea tan importante. Esa fue la primera vez que la desafiaste,
¿verdad? Eso es lo que siempre me has dicho.
Aimee asintió.
Ella y Gretta habían pasado por esto muchas veces, pero Gretta tenía
razón: Aimee era terca. Era difícil desconectar su acto de desafío con el
final de Mary Jo y, por lo tanto, era difícil no culparse a sí misma por la
desaparición de Mary Jo.
—Pero realmente no la desafié —dijo Aimee—. No directamente de
todos modos.
Gretta abrió la boca y, esta vez, Aimee levantó la mano.
—Haces que parezca que estaba haciendo esta gran declaración de
auto-empoderamiento el día que la dejé en el juego, pero la verdad es que
sólo estaba actuando como una niña asustada y petulante. Quiero decir, si
realmente me hubiera enfrentado a Mary Jo, le habría dicho que no. Habría
dicho—: No quiero jugar Escondite en el Laberinto. Me voy a casa a leer.
Y no hice eso. En cambio, hice algo que la dejó vulnerable, y ahora que
Emmett Tucker está fuera de prisión…
Ella se encogió de hombros.
—Por eso, estás llenando tu cabeza con imágenes horribles, imaginando
lo que podría haberle hecho a tu amiga, y estás acumulando aún más culpa.
Sé que la forma en que te posicionaste con Mary Jo fue pasivo-agresiva,
pero tienes que ser más tolerante. Tenías once años. El dominio
psicológico no es un requisito para esa edad. —Gretta le guiñó un ojo a
Aimee y Aimee sonrió.
—Eres una buena amiga.
—Tú también. Y eras buena amiga de Mary Jo. No le debes nada.
Aimee torció los labios.
Gretta suspiró.
—Pero aun así vas a volver.
Aimee asintió.
—Tengo que hacerlo. Realmente tengo que hacerlo.
Gretta guardó silencio durante varios segundos. Dentro de la casa, la
banda empezó a tocar de nuevo. Hasta aquí la tranquilidad. El bajo era tan
fuerte que hacía vibrar la superficie del agua de la piscina.
—Todavía podría ir contigo. Lo decía en serio cuando dije que estaría
feliz de ir —gritó Gretta sobre un chirriante riff de guitarra.
—Lo sé. Pero necesito hacer esto sola.
En su habitación de motel, Aimee se recostó en su cama mientras la
imagen de su amiga y la relajante piscina se desvanecían. Ahora que estaba
aquí, realmente deseaba que Gretta hubiera venido con ella. Habría sido
mucho más fácil con Gretta, quizás incluso divertido. Podrían haberlo
convertido en una celebración de todo lo que tenían que esperar en los
próximos años. Podrían haber…
Aimee frunció el ceño y descarriló ese hilo de pensamientos. Este viaje
no se trataba de divertirse o celebrar.
Se trataba de descubrir, de una vez por todas, qué le había pasado
exactamente a Mary Jo.
✩✩✩
Aimee no les había dicho a sus padres ni a Gretta exactamente lo que
planeaba hacer. Aimee sabía que habrían intentado disuadirla. Podía
escuchar a su madre diciéndole lo peligrosa que era la idea.
Pero Aimee no pensaba que fuera tan peligrosa. Bueno, tal vez un poco.
Pero pensaba que podría manejarlo.
Claro, cuando Aimee era una niña, Tucker daba miedo. ¿Pero ahora?
Aimee era más que capaz de cuidarse sola. Era fuerte y atlética, y había
tomado clases de defensa personal. Además, tenía un mazo y una pistola
Taser azul en su bolso. Y tenía su determinación. Iba a averiguar qué hizo
Tucker, de una forma u otra.
Además, Tucker probablemente era un cobarde. Se llevaba a niños
pequeños, no a adultos. No sabría qué hacer con alguien que pudiera
defenderse. O al menos eso era lo que Aimee se dijo a sí misma mientras
se dirigía a Bernadette's Bakery en Main Street.
Antes de que Aimee regresara para enfrentarse a Emmett Tucker, leyó
el artículo del periódico sobre su liberación.
El artículo había presentado una foto de Tucker sentado frente a
Bernadette's Bakery. Una pequeña investigación había revelado que aunque
la panadería servía tanto a turistas como a lugareños, era una de las
favoritas de los residentes desde hace mucho tiempo. Con la esperanza de
que Tucker fuera un habitual, Aimee pensó que la panadería era un buen
lugar para comenzar a buscarlo.
Bernadette's era uno de un par de docenas de negocios establecidos en
el corazón de la ciudad. La pequeña zona del centro estaba construida
alrededor de una plaza cubierta de ladrillos con una fuente de piedra y un
jardín de rosas, y Bernadette's era la tienda más cercana a la fuente.
Aimee encontró un lugar para estacionarse a dos puertas de
Bernadette's y salió de su auto. Deslizando la correa de su bolso largo
sobre su cabeza para que el bolso colgara a través de su cuerpo, se apretó
el suéter y se dirigió hacia el escaparate amarillo pálido de Bernadette's.
Varias palomas se paseaban de un lado a otro frente a Bernadette's,
arrebatando migas de hojaldre de debajo de las mesitas de metal del patio.
Esta mañana hacía frío y sólo un par de viejos se sentaban a las mesas.
Cuando Aimee llegó a la ciudad la noche anterior, el sol se estaba
poniendo en un cielo despejado.
Hoy, el sol se estaba tomando unas pequeñas vacaciones. Una espuma
de nubes grises se agitó sobre la ciudad como los globos que habían flotado
en el techo del salón de baile de la familia de Gretta un par de días antes.
Sin embargo, esos globos habían sido de color púrpura, no grises. Y le
habían prometido tiempos felices. Las nubes en lo alto no parecían
prometer nada bueno. Por alguna razón, Aimee las encontró siniestras.
—Contrólate —murmuró para sí misma mientras abría la puerta azul
brillante de la panadería.
El interior de Bernadette's, afortunadamente, era cálido y olía a canela,
azúcar y café.
Estrecho, lindo y con volantes, el lugar no le pareció a Aimee como uno
que atrajera a gente como Emmett Tucker. Miró a su alrededor para ver
si estaba allí. No lo estaba, pero pensó que bien podría pasar un rato y ver
si aparecía.
La media docena de desvencijadas mesas de madera de la panadería
estaban ocupadas principalmente por lugareños vestidos a cuadros, pero
algunos turistas elegantemente vestidos estaban en la mezcla. Todos los
asientos de la mesa estaban ocupados, pero un alto mostrador a lo largo
de una pared tenía un par de taburetes vacíos.
Aimee se acercó al mostrador de servicio y esperó detrás de una mujer
alta que pedía tres docenas de pasteles variados. Mientras esperaba, Aimee
se volteó y miró por la ventana, sus músculos se tensaron, su mirada
recorrió la calle buscando a Emmett Tucker.
Tucker no apareció mientras Aimee observaba, pero finalmente
apareció.
Aimee había estado tomando un pequeño café con leche y
mordisqueando un rollo de canela durante diez minutos, preguntándose si
estaba perdiendo el tiempo. Tal vez debería haber ido a la oficina de
registros del condado y tratar de encontrar la residencia de Tucker.
Estaba mirando su reloj por quinta vez cuando la puerta de Bernadette's
se abrió y Emmett Tucker entró.
Aimee sabía que Emmett Tucker tenía poco más de cuarenta años
cuando fue arrestado. Parecía mucho mayor, pero varias cosas habían
contribuido a las arrugas que le habían ceñido la cara. Él aparentemente
había pasado la mayor parte de su vida adulta trabajando al aire libre, en
obras de construcción, y también fue un fumador empedernido. Aimee
pensó que probablemente también comía comida chatarra. No parecía
alguien que comprara vegetales orgánicos.
Ahora que su largo cabello se había ido, reemplazado por un corte
corto, era apenas reconocible como el hombre que había sido cuando
Aimee lo había visto en Freddy's y en las noticias. Pero ella lo conocía. Esos
ojos y esos dientes amarillentos eran inconfundibles. En algún momento de
los últimos diez años, Tucker se había hecho una cicatriz que le atravesaba
la mejilla izquierda y había perdido algunos dientes.
Nadie saludó a Tucker cuando entró en la panadería. Los turistas no lo
miraron. Los lugareños lo miraron, pero rápidamente devolvieron su
atención a su café y panecillos.
A Tucker no parecía importarle de una forma u otra quién le estaba
prestando atención. Simplemente ordenó su café y un panecillo de canela
y se dirigió hacia afuera. Aimee se levantó a medias de su taburete cuando
él salió por la puerta, pero se sentó cuando Tucker se sentó en una mesa
exterior y procedió a tomar su café y comer su rollo de canela como si
fuera un día cálido y soleado.
Durante veinte minutos, Aimee dio unos golpecitos con el pie y bebió
un sorbo de los restos de su refrescante café con leche. ¿Debería
enfrentarse a él ahora? Probablemente sería inteligente. Pero, de nuevo, tal
vez si lo seguía, aprendería algo sobre él que haría innecesaria una
confrontación. Apretó los dientes.
Debía esperar.
Cuando Tucker finalmente se levantó de su mesa, Aimee se puso de pie
y dejó caer su taza de poliestireno y su plato de papel en un cubo de basura
junto a la puerta mientras veía a Tucker dirigirse hacia el norte por la calle.
Antes de que él pudiera perderse de su vista, salió de la panadería y se
quedó junto a las mesas mientras observaba a Tucker en ángulo desde la
acera hacia el lado del conductor de una vieja camioneta verde descolorida.
Una camioneta. «Eso es sospechoso». ¿Los secuestradores no usaban
camionetas?
Aimee trotó rápidamente hacia su auto y entró justo cuando Tucker
retrocedía con la camioneta fuera del estacionamiento en ángulo frente a
una galería de arte. Rápidamente puso en marcha su coche y salió para
seguirlo.
Durante la siguiente hora, Aimee siguió a Tucker hasta una farmacia,
donde recogió una receta; a una gasolinera, donde puso gasolina en la
camioneta; y finalmente a una tienda de abarrotes, donde llenó un carrito
con cenas congeladas, patatas fritas, sopa enlatada, cereales y un galón de
leche. Ella tuvo razón sobre su falta de interés por las verduras orgánicas;
no se acercó al pasillo de frutas y verduras.
El ritmo cardíaco de Aimee había sido rápido y desigual cuando
comenzó a acechar a su presa, pero cuando llegó a la tienda, se había
calmado. Resultó que el acecho no era tan interesante… al menos no
cuando tu objetivo estaba haciendo cosas mundanas. Tampoco era difícil.
Al principio, Aimee había sido furtiva. En la farmacia, se había escondido
detrás de una exhibición de gafas de sol, e incluso había fingido probarse
algunos pares para tener un “disfraz”. En la gasolinera, aparcó el coche
detrás de un contenedor de basura y salió para mirar por encima mientras
Tucker cargaba gasolina.
En la tienda de comestibles, al principio, se escondió detrás de las
exhibiciones de productos en los extremos de los pasillos, pero cuando se
hizo evidente que Tucker no se daba cuenta de lo que le rodeaba,
abandonó el subterfugio y simplemente lo siguió. Tenía un carrito, por lo
que parecía una compradora normal, y tiró un poco de esto y un poco de
aquello en el carrito, pero no debería haberse molestado. Ni siquiera miró
en su dirección.
Después de que Tucker regresó a su camioneta en el estacionamiento
de la tienda de comestibles, salió de la ciudad y giró hacia un camino rural
estrecho. Dejó que un coche se interpusiera entre ella y Tucker por si
acaso se había fijado en ella, no es que pensara que lo haría; la ciudad estaba
llena de pequeños híbridos similares al de ella.
Mientras conducía, Aimee mantuvo la mirada en el techo de la
camioneta delante de ella. Avanzaba a una velocidad tranquila, por lo que
era fácil mantener el ritmo.
En un momento, un fuerte graznido la sobresaltó, y se aferró cuando un
cuervo se abalanzó sobre el capó de su auto, apenas evitando su parabrisas.
Conmocionada por razones que no entendía, vio al cuervo volar sobre un
campo de maíz inactivo.
Haciendo esto lentamente, Aimee tuvo mucho tiempo para
inspeccionar su entorno. El camino rural serpenteaba a través de las
llanuras que se extendían desde el lado sur de la ciudad hasta las
estribaciones de las montañas distantes. Gran parte de esta área era tierra
de cultivo, pero recordó que había un par de parques por este camino, más
adelante en la carretera. Sin embargo, a lo largo de este tramo de la
carretera estrecha e irregular, no se veían granjas ni parques. En cambio,
las casas móviles viejas en ruinas y las cabañas en deterioro con techos que
sucumbían al musgo espeso estaban rodeadas de autos viejos sobre
bloques de cemento y muebles desechados. Aimee vio varios trampolines
rotos, múltiples columpios oxidados y docenas de juguetes esparcidos
abandonados en patios desaliñados para ser horneados por el sol y
ahogados en la lluvia.
Después de unos cinco minutos, la camioneta de Tucker redujo la
velocidad y Tucker giró a la izquierda junto a un buzón abollado en un
poste de madera inclinado. El polvo se elevó de los neumáticos de la
camioneta mientras se dirigía por un camino de tierra.
Aimee redujo la velocidad y miró más allá de la camioneta. El camino de
entrada parecía detenerse frente a una vieja casa móvil.
Aquí debía ser donde vivía Tucker.
Aimee pasó por delante del camino de entrada y se salió de la carretera
un par de cientos de metros más adelante. Aparcó en el arcén de grava de
la carretera y miró por encima de su hombro.
Sí. Bastante seguro. Tucker estaba descargando sus compras y se dirigía
hacia la puerta principal de la casa móvil.
Aimee dio una palmada en el volante en celebración. Ésta era su
oportunidad. ¡Finalmente podría enfrentarse a él!
Un pequeño aleteo en el vientre de Aimee podría haber sugerido que
estaba haciendo algo que no era tan inteligente, pero lo ignoró. No le
importaba ser inteligente en este momento. Le importaba saber qué había
hecho Emmett Tucker con Mary Jo.
Aimee hizo un cambio de sentido cerrado en la carretera estrecha. Al
regresar al camino de entrada de Tucker, giró hacia él.
El pequeño coche de Aimee chocó contra un bache. Apretó los dientes
y redujo la velocidad del coche.
Mirando a través de su parabrisas ahora polvoriento, Aimee miró su
destino. Un escalofrío la recorrió.
Quizás esta no era una gran idea.
La casa de Emmett Tucker parecía no ser un lugar apropiado para ratas,
mucho menos para humanos. Sentado en medio de un pequeño rectángulo
de tierra desnuda aliviado sólo por la hierba marchita ocasional, el ancho
único estaba pintado de marrón oscuro o estaba tan sucio que se había
vuelto marrón oscuro con el tiempo, y sus ventanas estaban muy cubiertas
de polvo, eran apenas reconocibles como ventanas. Dos de ellas estaban
tapiadas. El destello alrededor de la base de la casa móvil se había
desprendido hacía mucho tiempo, y las ruedas oxidadas del tren de
aterrizaje de la casa se podían ver balanceándose sobre bloques de
cemento desmoronados.
Al llegar a la tierra yerma frente a la casa de Tucker, Aimee dio otra
vuelta en U y estacionó su auto con la parte delantera apuntando hacia la
carretera. Quería estar en posición para una escapada rápida si era
necesario.
Echando un vistazo por el espejo retrovisor para ver si Tucker había
regresado afuera (no lo había hecho), Aimee agarró su bolso y salió del
auto antes de que pudiera cambiar de opinión.
Mirando hacia el cielo oscuro, colgó su bolso sobre su cuerpo.
Desabrochó el bolso y mantuvo la mano dentro, agarrando con fuerza su
Taser. Luego se señaló a sí misma hacia la puerta de entrada de Tucker y
se acercó a ella con la barbilla levantada y los hombros erguidos.
Estaba subiendo al porche podrido cuando la puerta principal pintada de
negro se abrió. Tartamudeó hasta detenerse y se obligó a no dar marcha
atrás. Miró a los ojos al hombre que había visto en Freddy's hace diez años.
—Lo que sea que vendas, yo no lo compro —dijo Emmett Tucker. De
cerca, se veía incluso peor que en la panadería. Su piel era tan fina que
podía ver sus venas arrastrándose bajo la superficie.
Aimee no quería estar aquí más tiempo del necesario, así que fue directo
al grano.
Agarrando su maza y plantando sus pies, recitó sus líneas preparadas.
—Hace diez años, mi amiga Mary Jo y yo te vimos en Freddy's. Ese fue
el mismo día en que lo arrestaron. También fue el mismo día que Mary Jo
desapareció. Quiero saber qué hizo con ella.
Tucker parpadeó una vez y se apoyó contra el marco de la puerta.
Lentamente, metió la mano en el bolsillo caído de sus jeans holgados.
Aimee se puso rígida y apretó con más fuerza el Taser.
Tucker sacó un paquete de chicle y desenvolvió metódicamente un
trozo. Doblándolo en su boca, arrojó el envoltorio al porche.
—Dejé de fumar —dijo.
—Bien por usted —respondió Aimee sin pensar.
Tucker se inclinó hacia atrás e hizo un gesto hacia el interior de la casa
móvil.
—¿Quieres entrar?
Aimee reprimió su “Diablos, no”, y dijo cortésmente—: No, gracias.
Estoy bien aquí. —Tragó saliva.
—Me doy cuenta de que probablemente no responderá a mi pregunta.
¿Por qué debería? Nunca admitió nada antes. Pero tenía que venir y
preguntar. Tenía que hacerlo.
Durante varios segundos, Tucker masticó el chicle con fuerza. Los
sonidos de succión y chasquido hicieron que la piel de Aimee se erizara.
Entonces Tucker dio un paso adelante. Aimee retrocedió rápidamente.
Tucker se rio de ella y luego señaló el escalón del porche.
—Te lo diré. Siéntate aquí conmigo, como una vecina, durante un rato,
y responderé a tu pregunta.
Aimee frunció el ceño y miró hacia el porche. Miró hacia arriba y vio
que la mirada de Tucker había caído de su rostro a su blusa azul pálido con
escote redondo y ajustado y de abajo a sus ajustados pantalones lápiz azul
marino.
Aimee mantuvo su expresión neutral. No le gustaba que nadie la
mirara… No le gustaba, pero había aprendido a ignorarlo. No iba a dejar
que Tucker la intimidara. Volvió a mirar hacia el porche. Se dio cuenta de
que la estaba inspeccionando en busca de algún tipo de trampa oculta. ¿Por
qué quería que se sentara con él?
Ella se encogió de hombros. Bueno. Si eso era lo que iba a tener que
hacer lo haría.
—Usted primero —dijo Aimee, señalando el escalón.
Tucker se rio de nuevo y se dejó caer sobre los tablones de madera
astillados. Aimee siguió su ejemplo, colocándose fuera de su alcance.
Mantuvo su agarre en el Taser.
Durante varios segundos, se sentaron en silencio. A lo lejos, un perro
ladró una vez. Un camión pasó rugiendo por la carretera. La brisa se
levantó y el cielo pareció bajar aún más.
—¿Y bien? —dijo Aimee.
Tucker se giró para mirarla.
—Te recuerdo. Tú y esa niña que todos pensaron que tomé estaban en
Freddy's ese día.
Aimee se obligó a no temblar.
Tucker ladeó la cabeza.
—Tú eras a la que vi en ese túnel cuando estaba buscando a mi hija.
Aimee podía sentir su pulso palpitar, al doble, en sus sienes.
Mantuvo su respiración uniforme.
Tucker se encogió de hombros.
—Por eso estaba allí ese día. Buscaba a Jilly, mi hija. A ella siempre le
gustaba ir a ese lugar.
Se giró abruptamente y se acercó a Aimee. Sacó su maza hasta la mitad
de su bolso, pero no se echó hacia atrás. En cambio, miró directamente a
los ojos de Tucker.
—¿Y a dónde llevaste a mi amiga?
Tucker masticó chicle y sostuvo la mirada de Aimee durante varios
segundos. Luego negó con la cabeza.
—Nunca me llevé a nadie. Todo lo que estaba tratando de hacer cuando
me arrestaron era recuperar a mi propia hija de esa vagabunda mentirosa
con la que me casé. ¿Y si ella obtenía la custodia? ¿Por qué un tribunal
decide quién obtiene la custodia de la hija de un hombre? Ese juez no tenía
por qué darle a mi niña a mi ex. Tenía derecho a tenerla. ¡Sólo estaba
defendiendo mis derechos! ¡Nunca debí haber sido enviado a prisión por
eso! —Tucker golpeó el porche con el puño y Aimee se levantó de un
salto.
—¡Estás mintiendo!
Tucker la miró con el ceño fruncido.
—¿Quién diablos te crees para venir a mi casa y decirme que estoy
mintiendo?
Se puso de pie y Aimee dio un paso atrás.
—¡Sal de aquí! —le gritó—. ¡Ya he tenido suficiente gente pensando que
hice cosas que no hice!
—¡Di la verdad! —gritó Aimee—. Te llevaste a Mary Jo. ¡Sé que lo
hiciste! Ella te gritó, ¡así que te la llevaste! ¡Te la llevaste y la mataste!
La cara de Tucker se sonrojó.
—¿Por qué diablos me importaría si una niña mocosa me grita? ¡No me
llevé a tu estúpida amiga! ¡Y nunca he matado a nadie!
Aimee sacó su Taser y apuntó al pecho de Tucker.
—¡Dime la verdad, o te dispararé!
Toda la ira, la frustración y la culpa a la que se había aferrado durante
diez años surgieron en las palabras chilladas y la saliva que salía de su boca.
Tucker dio un brinco hacia adelante y alcanzó el Taser. Aimee no vaciló.
Apretó el botón.
Tucker apartó su cuerpo para que el Taser no lo alcanzara. Cuando lo
hizo, empezó a maldecir.
—¿Qué diablos te pasa? —gritó, y se dirigió hacia ella.
Aimee se alejó zigzagueando de su golpe y luego intervino antes de que
pudiera tocarla de nuevo. Furiosa, le dio una patada en la espinilla.
—¡Ay! —Tucker miró a Aimee, se inclinó y se abalanzó contra ella.
Sintiéndose complacida consigo misma por lastimar a Tucker, Aimee no
estaba lista para el movimiento de Tucker. Trató de evitarlo, pero él la
agarró. Gritó e intentó deslizar una mano en su bolso para sacar su maza.
Pero Tucker la tenía en un abrazo de oso y la apretó. Luego la levantó
del suelo.
—¡Niña loca! —le gruñó mientras retrocedía hacia la puerta principal
abierta.
—¡Déjame ir! —escupió Aimee mientras se agitaba en el agarre de
Tucker. Trató de recordar sus movimientos de autodefensa. ¿Qué se
suponía que debía hacer cuando alguien la abrazaba con fuerza así?
Su corazón latía con fuerza, el sudor le corría por la columna, lo
recordó. Echó la cabeza hacia arriba, tratando de golpear la barbilla de
Tucker.
Todo lo que hizo fue golpear su frente contra su pecho. Era demasiado
baja para hacerle daño de esa manera.
En ese momento, Tucker la llevaba dentro de su lúgubre casa, y la furia
de Aimee se estaba convirtiendo en miedo. Se retorcía de una manera y
otra, pero no podía soltarse. Entonces comenzó a gritar.
—¡Cállate, maldita! —gritó Tucker. La llevó más allá de una cocina sucia
y entró en un estrecho pasillo oscuro que olía a ropa sucia y salchichas
cocidas.
Aimee se levantó y trató de patear las paredes, pero el espacio era
demasiado estrecho. Gritó de nuevo y Tucker abrió una pequeña puerta
de una patada y la arrojó por la abertura. La cadera de Aimee golpeó la
esquina de un gabinete de baño en miniatura, y su cabeza voló hacia
adelante y golpeó un pequeño espejo.
Haciendo una mueca de dolor, luchó por recuperar el equilibrio y se
abalanzó hacia Tucker… justo cuando éste cerraba la puerta.
—¡Voy a llamar a la policía! —gritó Tucker a través de la madera barata.
—¡Bien! —gritó Aimee en respuesta—. ¡Deberías estar en prisión!
—No seré yo quien vaya a cárcel. Tú me atacaste.
Aimee abrió la boca para gritar una respuesta, pero luego se dio cuenta
de que tenía razón. Pero fue en defensa propia, ¿no? Por supuesto que lo
fue. Lo había atacado porque él se había acercado a ella.
Bien. De acuerdo, tal vez eso no era suficiente para que ella reclamara
defensa propia. ¡Pero era un secuestrador!
Sí. Un secuestrador de los niños.
Aimee se frotó la cadera adolorida y trató de calmar su respiración. Se
negó a estabilizarse. Estaba escuchando sus bocanadas de aire. A través de
la puerta, pudo escuchar a Tucker hablando por teléfono. Captó las
palabras mujer loca y asesina.
Ella negó con la cabeza y frunció el ceño. No podía permitir que la policía
se involucrara en esto. Podrían arrestarla. E incluso si no lo hicieran,
perdería todo tipo de tiempo tratando de arreglarlo todo. No. Tenía que
salir de aquí.
Aimee extendió la mano y probó el pomo de la puerta. Bloqueada. No
era una sorpresa. Pensó en tirarse a la puerta, pero rápidamente descartó
esa idea y se volteó para mirar la habitación.
Estaba en un baño minúsculo, un baño muy repugnante con pasta de
dientes secándose en los lados del lavabo, un anillo marrón alrededor de
la bañera grisácea y manchas en el suelo alrededor del inodoro en las que
no quería pensar. Pero el baño tenía una ventana sobre el inodoro. Era
pequeña, pero ella también.
Aimee, encogida, bajó la tapa del inodoro con cautela y se subió a ella.
Abrió la ventana, la abrió de un empujón y se subió a su estrecho borde.
Sacó la cabeza por la abertura y empujó la tapa del inodoro.
Los lados metálicos de la ventana rasparon sus hombros mientras se
retorcía hacia adelante. Oyó que su suéter se enganchaba y se rasgaba,
pero siguió adelante. Empujó y miró hacia abajo. Un arbusto muerto se
acurrucaba debajo de la ventana. Supuso que frenaría su caída, así que se
deslizó más y se dejó caer al suelo.
El arbusto frenó su caída, pero también le raspó las manos y los brazos.
Dolía, pero Aimee mantuvo los dientes apretados. Respirando con
dificultad, miró hacia la ventana para asegurarse de que Tucker no venía
detrás de ella, y luego corrió hacia el frente de su casa móvil.
Mientras lo hacía, escuchó una sirena en la distancia. Corrió más rápido.
Saltando a su coche, Aimee puso el motor en marcha cuando vio, en el
espejo retrovisor, a Tucker saliendo disparado de su casa móvil.
Rápidamente puso el coche en marcha y se aceleró por su camino de tierra
lleno de baches.
✩✩✩
Aimee pasó un coche patrulla de la policía unos cientos de metros
después de volver a la carretera. Se aseguró de conducir tranquilamente y
verse inocente al pasar. Una vez que lo hizo, aceleró.
Sus manos y brazos le dolían por los arañazos que le había dado el
arbusto, le dolían la cadera y la cabeza por haber sido arrojada al baño,
Aimee estaba literalmente temblando. Se sentía golpeada y asustada. No
sabía si estaba temblando de dolor, ira o alivio. Se obligó a respirar larga y
uniformemente mientras miraba por el espejo retrovisor para asegurarse
de que nadie la perseguía.
Aimee apretó los dientes. Dio una palmada en el volante, no en
celebración esta vez.
Apretó la mano y golpeó el volante con frustración.
¿Cómo había cambiado tanto esto? Tucker era el criminal. ¡No ella!
Tucker probablemente le estaba dando a la policía la descripción de
Aimee y una descripción de su auto en este momento. Probablemente
debería salir de la ciudad.
Las densas nubes grises que habían estado flotando tan bajas toda la
mañana finalmente dejaron de intentar aferrarse a su humedad. Gruesas
gotas de lluvia golpearon el parabrisas de Aimee.
¿Nunca se enteraría de lo que le había sucedido a Mary Jo?
Aimee se dio cuenta de que se sentía más que golpeada y se asustada.
Estaba devastada.
—¿Qué esperabas?
¿Había pensado que Tucker admitiría haberse llevado a Mary Jo y decirle
que se habría llevado a Mary Jo sin importar lo que hubiera hecho Aimee?
¿Había pensado que iba a recibir un viejo discurso de “No fue tu culpa” del
hombre?
Se dio cuenta de que no estaba segura de lo que esperaba de su
conversación con Emmett Tucker.
Pero ahora… bueno, ahora se quedaba con más preguntas que con las
que había estado viviendo durante diez años. Si él no admitía lo que hizo,
¿cómo iba a saber lo que le había sucedido a Mary Jo?
—En serio, ¿cómo puedo probar lo que hizo? —preguntó Aimee a la
lluvia más fuerte, que ahora atravesaba el cristal frente a ella.
¿Debería simplemente irse? ¿Debería hacer lo que Gretta siempre decía:
ir a terapia, aprender a perdonarse a sí misma y olvidarse de Mary Jo?
Aimee negó con la cabeza. No podía hacer eso. Nada de eso. No quería
ir a terapia. No quería irse sin averiguarlo. Y no podía olvidar a Mary Jo.
Mary Jo merecía ser recordada.
Entonces, ¿qué otras opciones tenía?
Aimee miró más allá de la lluvia hacia la ciudad que tenía delante. Las
respuestas a sus preguntas tenían que estar aquí en algún lugar.
La lluvia aumentó aún más. Aimee extendió la mano y aumentó la
velocidad de sus limpiaparabrisas.
El ritmo de swish-thunk-swish-thunk de sus golpes a través del cristal era
extrañamente reconfortante.
—Puedo hacer esto —dijo, presionando con más fuerza el acelerador y
concentrándose en su respiración lenta. Iba a descubrir de una vez por
todas lo que le había pasado a Mary Jo.
Y sabía exactamente adónde ir a continuación. Iba a hacer lo que hacían
todos los detectives: regresar a la escena del crimen.
✩✩✩
Aimee siguió respirando lenta y profundamente hasta que entró en el
concurrido estacionamiento de Freddy's y…
Un segundo.
Aimee frunció el ceño al ver el enorme edificio de dos pisos al borde
del lote. Estaba en el lugar correcto.
Pero sólo eso. Esto no era de Freddy's.
Aimee miró fijamente el enorme edificio que parecía haberse comido el
antiguo Freddy's y, al mirarlo, se dio cuenta de que era el de Freddy's. Era
sólo una abominable versión de Freddy's. La vieja pizzería se había
construido otra vez, hinchándola en lo que parecía una trampa para turistas
cursi.
Con dos historias en lugar de la de Freddy's, este restaurante parecía
ser completamente nuevo. Era de apariencia rústica, pero eso era una
fachada. Su revestimiento de imitación de antaño parecía demasiado
prístino y limpio para haber existido por mucho tiempo.
Aimee agachó la cabeza para mirar hacia afuera y hacia arriba a través
del parabrisas hacia un gran letrero de madera sostenido por un par de
troncos altos y gruesos. Grabado en la madera clara, letras negras
deletreaban el nombre del restaurante que ahora ocupa el antiguo edificio
de Freddy's: EL FABULOSO RESTAURANTE DE FLO. Debajo del cartel, un cartel
más pequeño de color verde oscuro con letras blancas decía: HOGAR DE LA
TORRE PENDIENTE DE PANCAKES. ENTRA Y SIÉNTATE UN RATO.
El motor de un automóvil aceleró cerca, y Aimee regresó al presente.
Se hundió en su asiento. ¿La había encontrado la policía?
Detrás de ella, un gran camión negro retrocedió hasta un
estacionamiento cercano. Exhaló su aire reprimido, se deslizó hacia
adelante en su asiento y comprobó su apariencia en el espejo de su visera.
Sorprendentemente, no se veía como si acabara de estar en una
confrontación. Su cabello estaba revuelto, pero volvió a su lugar cuando lo
peinó con los dedos. Su rostro se veía bien. El dorso de sus manos estaba
rayado y había un poco de sangre en la manga de su suéter rasgado, pero
no era tan notable. Pasaría la inspección si nadie la miraba de cerca.
Aimee se levantó la visera. Sería mejor que entrara y mirara a su
alrededor antes de que la descubrieran.
✩✩✩
Mirando por encima del hombro por tercera vez desde que dejó su
coche, entró en el vestíbulo del Fabuloso restaurante de Flo. Era poco más
de mediodía, lo que explicaba por qué el ruido de los utensilios y el
murmullo de las conversaciones provenientes del comedor del restaurante
eran tan fuertes.
Aimee casi se quita los zapatos cuando fue recibida por una mujer
efervescente de su misma edad.
—¡Bienvenida al fabuloso restaurante de Flo! —dijo la mujer—. ¿Trajiste
tu hambre contigo?
Aimee se tensó y luego, olvidándose de su situación por un segundo,
parpadeó y miró a la mujer que le había hablado.
La mujer rio.
—Esta debe ser tu primera vez aquí. Lo sé. Me veo ridícula. Flo no es
una persona. Es una vaca. —Apuntó.
Aimee se giró y abrió mucho los ojos al ver una escultura de tamaño
natural de una vaca Holstein. Estaba justo en la entrada del restaurante,
pero Aimee no la vio porque estaba concentrada en lo que estaba aquí.
Aimee devolvió su atención hacia la anfitriona y señaló el disfraz de vaca
blanca y negra que llevaba la mujer.
Se concentró en mantener su tono ligero e inocente. Era sólo una
comensal aquí por comida. No era una prófuga que investigaba una
desaparición.
—Bueno —leyó la etiqueta con el nombre de la mujer— Kim, haces
que Holstein se vea bien.
Kim, de piel aceitunada con grandes ojos marrones y cabello castaño
ondulado, en realidad se veía bastante linda con el disfraz. Ayudaba que
tuviera una sonrisa con hoyuelos. No se estaba tomando a sí misma
demasiado en serio.
—¡Gracias! —respondió.
—Eres muy agradable. —Cogió un menú y se dirigió hacia el comedor.
Aimee vaciló, mirando a su alrededor para comprobar si alguien la
estaba observando. Nadie lo hacía. Miró la decoración. Había esperado que
una vez que estuviera dentro del restaurante, vería algo familiar. Pero nada
era como lo recordaba.
El vestíbulo de Freddy's había sido grande pero casi vacío, con bancos
rojos para sentarse cuando había que esperar una mesa. Un arco separaba
el vestíbulo del enorme comedor. Desde ese arco, se podía ver el
escenario y los animatrónicos.
El vestíbulo de Flo era incluso más grande de lo que había sido el de
Freddy's, y estaba lleno de muebles, dispuesto para parecerse a la sala de
estar de una casa del siglo XIX. Tenía al menos una docena de sofás,
otomanas y sillas mullidas. En lugar de un arco que conducía al comedor
más allá, lo que parecían las puertas de un pastizal separaba el área de
espera del área para comer.
Incluso desde aquí, a través de los listones de las “puertas”, Aimee pudo
ver que el comedor era totalmente diferente de lo que había sido cuando
el edificio había sido un Freddy's. Por un lado, el escenario donde solían
actuar los animatrónicos, que debería haber estado en el lado más alejado
del comedor, había desaparecido. Por otra parte, el suelo de baldosas
blancas y negras fue sustituido por un suelo de linóleo de color verde
brillante. Ella pensó que era extraño, el piso en blanco y negro habría
encajado perfectamente con el tema de la vaca Holstein. Pero tal vez se
suponía que el suelo verde era hierba o algo así. Probablemente así era,
dado que las paredes pintadas de rojo de Freddy's habían sido cubiertas
por murales que representaban tierras de cultivo y prados llenos de flores
silvestres.
Aimee recordó cómo había entrado en Freddy's cuando era una niña.
Además del piso y el escenario y los animatrónicos, la otra cosa que
siempre había notado primero era la música de carnaval y las campanas y
tintineos de los juegos de árcade, eso y los niños gritando, riendo y
corriendo por todo el lugar.
Flo no tenía nada de eso. Todo lo que Aimee podía oír ahora era música
country clásica que se reproducía en los altavoces del techo y los típicos
tintineos, ruidos y charlas de las familias comiendo. Escuchó a algunos niños
reír, pero no los vio.
—Sé que el lugar es un pequeño cliché —dijo Kim— pero la comida es
realmente buena.
Aimee se puso rígida y miró a Kim.
—¿Qué?
Detrás de ella, se abrió la puerta del restaurante. Miró hacia él,
conteniendo la respiración. Pero era sólo una pareja mayor que vestía
chaquetas color pastel a juego. No la policía.
Kim sonrió.
—Te estaba diciendo que la comida es buena, a pesar de cómo se ve el
lugar. —Hizo un gesto hacia el vestíbulo—. Los propietarios eran
agricultores antes de comprar este lugar, y están realmente interesados en
las vacas, su historia y demás.
Aimee asintió con la cabeza y apretó los labios. Deseaba poder
escabullirse y hurgar, pero Kim dijo—: Sígueme.
Aimee no tuvo más remedio que cumplir. Aún nerviosa, siguió a Kim a
través de la puerta falsa y entró en el comedor abarrotado. Aimee todavía
estaba buscando pruebas del viejo Freddy's. ¿Quizás las cabinas? Miró a su
alrededor. No. Flo tenía cabinas, pero no eran rojas como las de Freddy's.
Eran de vinilo marrón, hechas para parecer cuero de marca. Los
separadores entre las cabinas también eran diferentes: estaban hechos de
madera de granero recuperada que se extendía casi hasta el techo.
Kim llevó a Aimee a un reservado en el lado izquierdo del comedor, en
el área que solía ser la sala de juegos de Freddy. Aimee tomó asiento y
trató de recordar lo que había estado en este lugar diez años antes. ¿Quizás
la mesa de air hockey? ¿O había sido una máquina de pinball?
Aimee aceptó un menú, envuelto en cuero sintético pesado, de Kim.
—Tu servidora será Mary. Estará contigo en un minuto. Disfruta de tu
comida.
Aimee apenas logró asentir y sonreír porque cuando Kim dijo “Mary”,
un escalofrío recorrió su cuerpo. Fue tan intenso que tuvo que apretar los
dientes para evitar que castañetearan.
Mary. ¿Cuáles eran las probabilidades de ser atendida por alguien con el
mismo nombre de Mary Jo?
—Probablemente no tan grande —se susurró Aimee. «Es sólo una
coincidencia».
—Hola, soy Mary —dijo una mujer de mediana edad con el pelo rojo
puntiagudo muerto y demasiado maquillaje—. ¿Cómo estás hoy?
—Oh, no eres una vaca —le dijo Aimee. Tan pronto como dijo las
palabras, se dio cuenta de cómo habían sonado y se sonrojó—. Quiero
decir…
Mary soltó una risa profunda y áspera.
—Eso depende de cómo me quieras hablar. —Se rio más fuerte.
—Lo siento —dijo Aimee, poniendo una mano fría en una de sus
calientes mejillas. Realmente necesitaba calmarse y concentrarse—. Me
refería a…
—El traje. Lo sé. —Mary miró su delantal estampado Holstein, que
llevaba sobre pantalones negros y una blusa negra—. Los camareros están
libres de eso. —Lo señaló con un gesto—. Cuando el lugar abrió por
primera vez, aparentemente intentaron ponerle disfraces a los meseros,
pero ser una anfitriona con ese atuendo es totalmente diferente a tratar
de servir mesas con él. Se dieron cuenta rápidamente.
Aimee asintió.
—Entonces, ¿qué puedo traerte de beber, cariño?
—¿Una cola? Lo que sea que tengas.
—Te traeré una cola. Te daré algo de tiempo para que mires el menú.
—También necesito usar el baño. —No era así, pero quería tener la
oportunidad de husmear—. Y, um, puede que necesite varios minutos.
—No hay problema.
—Gracias.
—Los baños están por esa puerta —le dijo Mary. Señaló hacia lo que
solía ser la parte trasera del área de juegos de Freddy's.
—Gracias.
Tan pronto como Mary se alejó, Aimee salió de la cabina. Todavía tenía
puesto su suéter roto y ensangrentado, y todavía tenía el bolso colgado de
su cuerpo. No estaba segura de si realmente iba a quedarse a beber el
refresco que acababa de pedir. Dependía de lo que encontrara cuando
fuera a buscar.
De pie y comprobando si alguien la estaba mirando (nadie lo hacía),
Aimee pasó rápidamente por una salida trasera del restaurante, hacia el
pasillo que conducía a los baños. Ociosamente notó que una telaraña salía
de un respiradero en la base de la pared en el lado izquierdo. Pasando sus
filamentos danzantes, entró al salón. Una vez allí, pasó por alto las puertas
marcadas DAMAS y CABALLEROS.
No creía que hubiera nada que encontrar en baños nuevos. Pero había
una puerta marcada como MANTINIMIENTO en la parte trasera del pasillo que
era prometedora; estaba en el área donde solía estar la entrada al
Escondite en el Laberinto. Si quedaba algo que indicara lo que le había
sucedido a Mary Jo, estaría allí.
O al menos, esa era la teoría de Aimee.
No es que estuviera demasiado emocionada con su teoría.
Desde que había entrado en el Fabuloso Restaurante de Flo, su
entusiasmo por su regreso al plan de la escena del crimen se había
desvanecido… mucho. No estaba segura de lo que esperaba. Obviamente,
si el restaurante luciera totalmente diferente por fuera, también sería
totalmente diferente por dentro. ¿De verdad había pensado que iba a
encontrar una pista en un lugar que había sido total y completamente
remodelado?
—Sólo sigue adelante —se dijo a sí misma. Ya estaba aquí; también
podría hurgar.
Comprobando por encima del hombro para asegurarse de que todavía
estaba sola, se apresuró a llegar al final del pasillo y puso la mano en el
pomo de la puerta marcada como MANTENIMIENTO. ¿Estaría cerrada con
llave?
Giró el pomo. No estaba bloqueada. La puerta se abrió de inmediato.
Mirando hacia atrás una vez más, Aimee se deslizó hacia la habitación
oscura y cerró la puerta antes de comenzar a palpar la pared en busca de
un interruptor de luz.
La habitación olía a cartón mohoso, lejía y limpiadores con aroma a
limón, y se sentía fría y húmeda. La puerta cerrada silenció los sonidos
provenientes del área del comedor, por lo que estaba casi en silencio en la
habitación. Lo único que podía oír claramente era el sonido de su propia
respiración rápida.
Después de varios segundos, Aimee todavía no había encontrado el
interruptor de la luz. En esos segundos, su imaginación había evocado todo
tipo de cosas que podrían haber estado escondidas en la oscuridad,
esperando saltar sobre ella antes de que encendiera la luz.
Después de que Aimee y sus padres se mudaron a su nuevo hogar, a
todos los nuevos amigos de Aimee les encantaban las películas de terror y
las historias de fantasmas. En el verano, sus padres la enviaron al
campamento, y una de las actividades favoritas allí era estar alrededor de
una fogata en la oscuridad escuchando historias de miedo.
Aimee odiaba esas historias. Para encajar, se había sentado allí con sus
amigos, pero había hecho todo lo posible por no escuchar. En cambio,
había tarareado en su cabeza. Cuando Gretta y sus otros amigos la
arrastraban a películas de terror, ella se sentaba con los ojos cerrados… y
tarareaba en su cabeza.
Estaba tarareando en su cabeza ahora mientras comenzaba a escarbar
frenéticamente en busca de la luz. Había estado en el espacio sin luz el
tiempo suficiente. Sintió pinchazos entre los omóplatos, como si su cuerpo
pudiera sentir el lugar donde una persona oculta quería clavar un cuchillo.
—¿Dónde está el interruptor de la luz? —siseó Aimee mientras seguía
pateando la pared a ambos lados de la puerta.
Estaba a punto de darse por vencida y volver al pasillo cuando escuchó
pasos entrando en el pasillo fuera de la puerta. Se congeló. ¿Estaba a punto
de ser descubierta?
Alejándose de la puerta, Aimee trató de pensar en lo que diría si alguien
la encontrara aquí.
Nada más que “estaba buscando el baño” le vino a la mente, y esa excusa
sólo funcionaría si podía convencer a quien la encontrara que era ciega.
Sólo una persona que no podía ver podía no notar los letreros de gran
tamaño con temas de vacas en los baños.
Los pasos en el pasillo se callaron y luego se detuvieron. La persona
debió haber entrado en uno de los baños.
Aimee exhaló el aliento que no se había dado cuenta de que había estado
conteniendo. Dio un paso atrás hacia la puerta, que pudo localizar debido
a la luz que entraba por debajo.
Se dio cuenta de que sus ojos se estaban adaptando a la oscuridad.
Mientras que momentos antes la habitación parecía no ser más que una
sólida oscuridad como la tinta, ahora podía distinguir formas descomunales
a ambos lados de la puerta. También pudo ver lo que parecía ser un cordón
colgando junto al borde de la puerta. Extendió la mano y tiró de él,
esperando no estar tirando de algo que activara una alarma.
Tan pronto como tiró del cable, la habitación se inundó con una luz
blanca brillante de un grupo de bombillas fluorescentes en el techo.
Inmediatamente giró en círculo para asegurarse de que se había imaginado
compartiendo el espacio con otra persona. Estaba sola.
La pequeña habitación parecía ser una combinación de armario del
conserje y armario de almacenamiento. Tenía el mismo suelo verde que el
resto del restaurante y las paredes estaban pintadas de azul cielo. En un
rincón había un cubo y una fregona, junto con varias escobas y plumeros.
Junto a estos, un estante con productos de limpieza se extendía desde el
suelo hasta el techo bajo. Junto a eso, otro estante lleno de productos de
papel (toallas de papel, servilletas, papel higiénico) se extendía hasta la
pared del fondo.
Aimee miró esa pared lejana. Estaba parcialmente oculta por una pila de
cajas, pero por encima de las cajas, podía ver lo que parecía el borde
superior de una cubierta de ventilación polvorienta. Y encima de la tapa de
ventilación, le pareció ver algo de pintura naranja y roja descolorida. ¿Era
parte del arcoíris?
Su corazón tartamudeó en su pecho. ¿Podría ser? ¿Estaba realmente
Escondite en el Laberinto todavía aquí?
Aimee rápidamente dio un paso adelante y trató de apartar la pila de
cajas. Eran demasiado pesadas para empujarlas. Frunciendo el ceño, empujó
la caja superior, que estaba sobre su cabeza.
No era demasiado pesada por sí sola, así que la levantó y la dejó a un
lado. La de abajo era aún más ligera. También la movió. Sacó una caja más,
dejando las dos de abajo.
Ahora que había movido las cajas superiores, podía ver que
definitivamente había encontrado la entrada al juego Escondite en el
Laberinto. La rejilla estaba sucia y parecía un poco oxidada, pero tenía el
tamaño y la forma adecuados, y estaba rodeada por el rojo, naranja,
amarillo, verde, azul, índigo y violeta del antiguo arco iris.
Aimee se sorprendió de que los nuevos propietarios hubieran dejado la
rejilla y el arcoíris. Pero claro, el arcoíris encajaba con la temática
campestre del lugar. Debieron haber pensado que iba con la pintura azul
cielo. O tal vez lo habían mantenido como una especie de homenaje a la
antigua pizzería. Había aprendido al ver a sus padres rehacer dos casas
viejas que si no tenías que arreglar algo, ahorrarte dinero dejarlo.
¿Por qué mover una rejilla vieja y pintar sobre un arco iris en lo que iba
a ser una sala de almacenamiento?
Las dos cajas inferiores eran las más pesadas, pero ahora que había
movido las otras, Aimee podía apartar las restantes. Las empujó lo
suficiente para despejar el camino.
Acercándose a la rejilla, la agarró por el borde y tiró. No se movió.
Frunció el ceño. No lo habían cerrado con clavos ni nada, ¿verdad?
Pasó los dedos por los bordes de la rejilla. No. No se sentía como si
nada la mantuviera cerrada.
El sonido de pasos llegó de nuevo desde el pasillo. Sonaban diferentes a
las últimas pisadas que había oído. Estos eran más pesadas, más lentas. Pero
se estaban acercando.
No dispuesta a ser atrapada ahora que estaba tan cerca de poder
investigar lo que vino a ver aquí, rápidamente retiró las cajas que habían
estado bloqueando la rejilla. Colocándolas lo suficientemente lejos de la
rejilla para darle espacio para maniobrar, pero cerca de donde habían
estado cuando había entrado aquí, se apresuró a apilar las otras tres cajas.
Acababa de poner la última encima cuando se abrió la puerta de la
habitación.
Escondida detrás de la pila que acababa de reconstruir en el último
momento, contuvo la respiración, esta vez a propósito. Escuchó como
alguien entró pisando fuerte en la habitación. Escuchó un suave sonido de
arrastrar los pies y un profundo suspiro, y luego alguien murmuró—: Y me
gritan por dejar la luz encendida. ¿Por qué debería apagarla si nadie más
viene aquí?
Más pasos, alejándose. La puerta se cerró.
Aimee respiró hondo y volvió hacia la reja. Tal vez el óxido de la rejilla
actuaba como pegamento y la sujetaba firmemente a la pared. Aimee
frunció el ceño e intentó tirar de nuevo.
Necesitaba darse prisa. No estaba segura de cuánto tiempo había estado
aquí. ¿Dos minutos? ¿Cinco minutos? ¿Más que eso? ¿Cuánto tiempo
pasaría antes de que alguien viniera a buscarla?
Aimee podía sentir la tensión subiendo por sus hombros. Su cuello se
sentía rígido.
Se apartó de la rejilla y giró la cabeza en círculo. Eso trajo un poco de
claridad.
—Tonta —dijo mientras abría la cremallera de su bolso.
Metió la mano en la pequeña bolsa y sacó una lima de uñas de metal.
Puede que no llevara mucho en su bolso, pero tenía lo esencial.
Metió el extremo de la lima de uñas entre la pared y el borde oxidado
de la rejilla, y lo movió hacia adelante y hacia atrás a lo largo de la parte
superior y parte del costado. Después de un minuto más o menos, sintió
que algo cedía.
Animada, corrió la rejilla más abajo por el borde del respiradero, sin
dejar de moverla con la otra mano. Pasaron varios segundos más, pero de
repente, la rejilla se separó de la pared.
Aimee la retiró por completo. Manteniéndola abierta, se agachó para
mirar por la abertura.
La luz brillante de la sala de almacenamiento aterrizó en lo que Aimee
había estado esperando encontrar: la sala de entrada al juego Escondite en
el Laberinto. Todavía estaba allí.
Extendiéndose desde la abertura de ventilación, el túnel del juego
desaparecía en la penumbra, pero la parte que Aimee podía ver estaba llena
de árboles y rocas falsas y pequeñas puertas de madera como cubículos.
Las puertas parecían borrosas por el polvo, al igual que el suelo del túnel,
pero todo parecía estar intacto.
Era obvio que nadie había estado en el túnel en años. Muchos años.
Diez años, para ser exactos.
No era sólo el polvo espeso lo que lo dejaba claro. A pocos metros
dentro del túnel, el mismo calcetín que Aimee había visto la última vez que
estuvo aquí, estaba arrugado. Tenía que ser el mismo calcetín porque tenía
una raya multicolor distintiva y un agujero en la punta. Aimee miró más allá
del calcetín y vio todos los demás escombros que recordaba de su última
vez en el juego: el globo desinflado, las pilas de confeti y el tenedor de
plástico rojo roto.
Aimee sintió que se le aceleraba el pulso. Quizás nadie había estado en
el juego desde la última vez que jugó. Si era así, ¡tenía muchas posibilidades
de encontrar las pistas que estaba buscando!
Aimee se dejó caer sobre sus manos y rodillas y se arrastró hasta la sala
de entrada del juego. Tan pronto como estuvo dentro, la cubierta de
ventilación cayó en su lugar detrás de ella. Inmediatamente, notó que los
sonidos del comedor eran aún más apagados. Apenas podía oír nada en el
área de comida del restaurante, sólo la risa ocasional, que sonaba como si
estuviera a millas de distancia. De repente se sintió muy, muy sola.
—Cálmate —se dijo a sí misma. Se dio la vuelta y se sentó con las
piernas cruzadas frente a la consola.
Siempre que había usado la consola cuando era niña estaba iluminada.
Ahora estaba oscura. Oscura y sucia. Estaba cubierta de polvo.
Aimee extendió la mano y presionó un botón al azar, esperando que se
iluminara si lo hacía. Durante unos segundos, la consola permaneció
inactiva. Pero entonces, de repente, la vieja voz de Freddy que Aimee
recordaba dijo—: Bienvenido al Juego Del Escondite En El Laberinto De
Freddy. Espere por favor. Actualmente hay un juego en curso.
Aimee se apartó de la consola. Comenzó a gatear por el túnel.
Tan pronto como Aimee comenzó a moverse, el polvo se elevó a su
alrededor. Estornudó y le empezaron a picar los ojos. Resistiendo la
tentación de frotarlos, siguió adelante.
La vieja corteza del árbol, las ramas colgantes y el musgo se
desmoronaron a su alrededor cuando la tocaron. Estaban frágiles por la
edad.
Aimee estaba agradecida de que quienquiera que hubiera entrado en el
cuarto de mantenimiento hubiera desafiado las reglas y dejado la luz
encendida. La luz era lo suficientemente fuerte como para iluminar la
mayor parte del túnel principal. Incluso podía ver rastros de las viejas
manchas de glaseado de chocolate en una de las rocas.
No estaba segura de qué tan bien se vería después de salir del túnel
principal, pero no estaba demasiado preocupada por eso. Si tuviera que
volver al restaurante, comer algo, irse a buscar una linterna y volver más
tarde, lo haría… siempre que pudiera evitar ser descubierta por la policía.
Pero no podía irse ahora sin al menos hacer una búsqueda inicial de alguna
señal de lo que le había sucedido a Mary Jo.
Aimee se tomó su tiempo para gatear por el túnel porque estaba
escudriñando cada centímetro de él. No estaba segura de lo que estaba
buscando. ¿Signos de lucha? ¿Sangre? ¿Un pedido de ayuda rayado en las
paredes del túnel? Había pensado en ese tipo de pistas cada vez que
pensaba en volver a buscar a Mary Jo. Tenía que haber algo. Tucker debió
haber dejado algo para demostrar que se había metido en el juego para
llevarse a Mary Jo.
Al final del primer tramo del túnel, donde estaría fuera de la luz si seguía
yendo hacia la derecha o hacia la izquierda, Aimee miró hacia la otra
consola de juegos. Esta también estaba polvorienta, pero no estaba
totalmente oscura. En lugar de una pantalla en blanco como la que había
en la entrada, esta se podía leer.
Aimee la miró. ¿Qué…?
Se arrastró más cerca y frotó su dedo sobre la pantalla del nombre de
la consola. Jadeó. El sonido entrecortado rebotó a su alrededor y luego se
desvaneció mientras miraba la pantalla.
¡El panel de la consola todavía la enumeraba a ella y a Mary Jo como las
jugadoras activas! ¿Fueron las últimos en jugar el juego?
No lo sabía.
Con la esperanza de que la consola de juegos y las luces del túnel se
encendieran, Aimee presionó el botón REINICIAR en la consola.
¡Funcionó! La pantalla de la consola se iluminó. Estaba parpadeando
REINICIAR, pero ¿y qué? lo que importaba era que las luces de cuerda que se
alineaban en los túneles y rodeaban las puertas de los cubículos se
iluminaban.
Aimee sonrió.
—¡Sí!
Esto facilitaría su investigación. Comenzó a alejarse de la consola para
poder seguir adelante.
La banda sonora de la selva tropical comenzó a sonar y Aimee se
estremeció.
Escuchar los viejos sonidos y chillidos de la lluvia la asustó.
Se sacudió como un perro. Estaba siendo tonta.
Aimee se arrastró lejos de la consola y comenzó a pasar por un cubículo
cerrado. Mientras lo hacía, los bordes resbaladizos de una sospecha oscura
y horrible comenzaron a filtrarse en su conciencia. Sacó la cabeza del
cubículo y miró hacia la consola de juegos, que seguía mostrando REINICIAR.
Aimee cayó en picado desde las soleadas alturas del júbilo que había
sentido momentos antes a un pantano bajo y viscoso de pavor. Se giró y
miró de izquierda a derecha por los túneles que se extendían desde el túnel
de entrada. Su mirada revoloteó frenéticamente de una puerta de cubículo
a la siguiente.
Con la cabeza martilleando, Aimee salió del túnel principal y comenzó a
gatear más rápido, con su mirada revoloteando frenéticamente a su
alrededor mientras avanzaba. A pesar del frío en los túneles, estaba
sudando. También estaba respirando con dificultad. Sus inhalaciones y
exhalaciones eran tan fuertes que resonaban en las paredes de los espacios
de acceso; sonaba como si una jauría de perros jadeantes la persiguiera.
Después de sólo unos minutos de gatear a un ritmo vertiginoso hacia
arriba y hacia abajo a través de los túneles y a través de los rincones y
grietas del juego, las rodillas de Aimee comenzaron a protestar por lo que
estaba haciendo. No acostumbradas a los impactos repetidos sobre una
superficie dura, comenzaron a latir con un dolor ardiente. También le dolía
el cuello, debido a la posición tensa que la mantenía mirando en cada
cubículo.
Aimee regresó al punto en el que el primer tramo del túnel principal se
cruzaba con los pasillos principales a la izquierda y a la derecha. Echó un
vistazo a un cubículo abierto y lo miró dos veces. Aimee frunció el ceño y
se asomó al cubículo. Había visto un destello de algo rojo hacia el fondo
del cubículo.
Arrastrándose por la puerta abierta, buscó lo que había visto. No pudo
agarrarlo, así que se arrastró hasta el fondo del cubículo justo cuando sus
dedos se cerraron sobre… su pulsera de la amistad perdida. Guau. ¿Qué
tan extraño era eso?
De repente, la puerta del cubículo de Aimee se cerró con un chasquido.
El pequeño espacio se oscureció, iluminado únicamente por las luces de
cuerda del exterior del cubículo. Su iluminación apenas llegaba a través de
la pequeña ventana de la puerta del cubículo.
—¡Oye! —gritó Aimee.
Se dio la vuelta para poder abrir la puerta de nuevo. Se golpeó la cabeza
contra la pared del cubículo.
—¡Ay!
Extendiendo la mano trató de empujar la puerta del cubículo para
abrirla. No se abriría. Fuera del cubículo, Freddy anunció—: ¡El jugador dos
ha elegido un escondite! ¡Jugador uno, encuentra al jugador dos! ¡Vamos!
—¡No, no, no! —gritó Aimee.
Aimee golpeó la puerta, pero no se abrió. Respirando
entrecortadamente, se movió para empujar su hombro contra la puerta.
Mientras lo hacía, su cara se presionó contra la ventana.
Miró hacia la puerta abierta del cubículo frente al suyo. No entraba
mucha luz en el cubículo de las luces de cuerda, pero la luz que lo hacía
revelaba…
Aimee se quedó sin aliento y luego se liberó, junto con un grito que
contenía cada partícula de culpa que había cargado durante los últimos diez
años.
Ahora sabía lo que le había sucedido a Mary Jo.
—Jugador uno, encuentra al jugador dos —ordenó la voz de Freddy.
Sellado dentro de un cubículo durante diez largos años, el cadáver
disecado de Mary Jo prácticamente se había momificado. Acurrucado hacia
adentro, probablemente arrastrado hacia abajo por la piel seca, el cuerpo
de Mary Jo abrazaba su mochila, que sostenía como si fuera un bebé. ¿Le
había dado algún consuelo? No parecía que lo hubiera hecho.
La piel tensada contra sus huesos, el rostro de Mary Jo era moreno y
curtido, congelado en lo que al principio parecía ser una sonrisa rígida. Los
labios de Mary Jo habían desaparecido y su boca estaba apartada de sus
grandes dientes.
Gimiendo, Aimee comprendió, por supuesto, que Mary Jo no había
estado sonriendo cuando murió. Probablemente había estado gritando,
pidiendo a gritos que alguien la escuchara, que la encontrara.
Aimee frenéticamente cambió de posición y pateó la puerta con ambos
pies. No sirvió de nada. No tenía espacio para tirar de los pies hacia atrás
lo suficiente como para obtener fuerza detrás de la patada.
Simplemente golpeó la puerta sin éxito.
Fuera del cubículo, Freddy dijo—: Jugador uno, encuentra al jugador
dos.
Aimee volvió a golpear la puerta de su cubículo. Le dio patadas una y
otra vez. Se lanzó a esta, pero no se movió.
Claramente, el juego no estaba funcionando bien. Las puertas no se iban
a abrir.
A Aimee se le subió el corazón a la garganta. Empezó a hiperventilarse
y empezó a suplicar—: ¡Por favor, no!
Una vez más, apretó la cara contra la ventanilla como si pudiera buscar
ayuda. Nada más que el silencioso cadáver de Mary Jo la miró. Aimee se
arrojó a la puerta. Permaneció cerrada.
Comenzó a rascar los bordes. Cavó en el sello de goma, tratando de
sacarlo.
Llorando y haciendo una mueca de dolor cuando sus uñas se rompieron,
Aimee arañó y arañó. Pero el sello de goma permaneció inamovible a su
ataque. Ni siquiera dejó una marca en él.
Aimee se apoyó contra la puerta. El sudor con olor agrio le corría por
el cuello y le corría por la columna vertebral.
Seguramente alguien la oiría eventualmente, ¿no es así?
«No oyeron a Mary Jo», pensó.
Aimee comenzó a temblar y se obligó a mantener la calma. Iba a estar
bien.
Ella no era como Mary Jo. La gente se preocupaba por ella. Sus padres
vendrían a buscarla. Sus amigos la buscarían. Su auto estaba en el
estacionamiento del restaurante. Kim la recordaría. Mary recordaría que
Aimee había preguntado dónde estaban los baños. Sabrían que ella estaba
aquí.
¿Pero lo harían? ¿En serio?
Nadie sabía que el laberinto estaba aquí. ¿Por qué alguien buscaría en un
viejo espacio a una mujer desaparecida?
Quizás verían la rejilla y…
—Encuentra al Jugador Dos —entonó la voz de Freddy.
Aimee perdió toda apariencia de calma y cedió al pánico. Comenzó a
llorar y luego chilló.
Chilló hasta que su garganta ardió y tuvo espasmos. Y luego tragó y gritó
un poco más.
Aimee gritó hasta que sus pulmones la obligaron a detenerse y llenarlos.
Entonces comenzó a llorar. Sollozó al principio y luego, pensando en su
amiga abandonada, se lamentó.
Se dio cuenta de que Mary Jo había muerto de la misma forma que había
vivido. Había muerto porque nadie se había preocupado lo suficiente por
ella como para hacer lo que fuera necesario para cuidarla.
—Encuentra al Jugador Dos —repitió la voz de Freddy.
Aimee golpeó la puerta del cubículo y gritó a todo pulmón.
✩✩✩
Mary se acercó a la mesa de la simpática joven y frunció el ceño al ver
el refresco que estaba en la mesa junto al menú sin abrir. Claramente, la
soda no había sido tocada. Ya no estaba burbujeando y al menos la mitad
del hielo se había derretido; un anillo de condensación se acumulaba en la
resbaladiza superficie de madera de la mesa.
Nadie se quedaba en un baño tanto tiempo. La mujer debió haberse ido.
Mary miró hacia arriba y vio a Kim dirigiéndose hacia ella con una pareja
de ancianos a cuestas. Mary se encogió de hombros, recogió la soda y el
menú abandonados, limpió rápidamente la mesa y la señaló. Puedes
sentarlos aquí, Kim. Mi último cliente despegó, supongo.
Kim sonrió, asintió con la cabeza y ayudó a la pareja a instalarse en el
reservado. Tan pronto como Kim se fue, Mary sonrió a sus nuevos clientes.
—Hola, soy Mary ¿Cómo están hoy?
✩✩✩
Desde el respiradero cerca del pasillo que conducía a los baños, un grito
cada vez más débil llegó hasta el comedor. Su eco duró un par de segundos,
pero el sonido fue intrascendente.
No tenía ninguna posibilidad de ser escuchado.
Acerca de los
Autores
Scott Cawthon es el autor de la exitosa serie de videojuegos Five Nights
at Freddy's, y aunque es diseñador de juegos de profesión, es ante todo un
narrador de corazón. Se graduó del Instituto de arte de Houston y vive en
con su familia Texas.
Elley Cooper escribe ficción para adultos jóvenes y adultos. Siempre le
ha gustado el horror y está agradecida con Scott Cawthon por permitirle
pasar tiempo en su universo oscuro y retorcido. Elley vive en Tennessee
con su familia y muchas mascotas malcriadas. A menudo se la puede
encontrar escribiendo libros con Kevin Anderson & Associates.
Andrea Rains Waggener es autora, novelista, escritora fantasma,
ensayista, escritora de cuentos, guionista, redactora, editora, poeta y
miembro orgulloso del equipo de escritores de Kevin Anderson &
Associates. Sobre el pasado prefiere no recordar mucho, fue ajustadora
de reclamos, tomadora de pedidos por catálogo de JCPenney (¡antes de
las computadoras!), secretaria de la corte de apelaciones, instructora de
redacción legal y abogada. Escribiendo en géneros que varían desde su
novela para chicas, Alternate Beauty, hasta su libro de instrucciones para
perros, Dog Parenting, hasta su libro de autoayuda, Healthy, Wealthy and
Wise, hasta memorias escritas como fantasma y horror, misterio y
proyectos de ficción convencionales, Andrea todavía se las arregla para
encontrar tiempo para ver la lluvia y obsesionarse con su perro y sus
proyectos de tejido, arte y música. Vive con su esposo y dicho perro en
la costa de Washington, y si no está en casa creando algo, se la puede
encontrar caminando por la playa.
A
—¡
paga las velas! ¡Apaga las velas! —Los amigos de Jake, con gorros
puntiagudos de cartón, lo rodearon en la mesa. Justo delante de él había
un pastel redondo y blanco decorado con nueve velas de los colores del
arco iris. De alguna manera, Jake sabía que el pastel era de terciopelo rojo
con glaseado de queso crema, su favorito.
Jake se rio de los vítores de sus amigos, respiró hondo y luego resopló
y resopló como el lobo feroz en “Los tres cerditos”. Apagó todas las velas
a la vez.
El corazón de Jake estaba lleno de felicidad. Había rostros sonrientes a
su alrededor, rostros sonrientes que pronto serían rellenados de pastel y
helado.
Espera.
«Nada de esto es real. Ni siquiera es un recuerdo».
Jake necesitaba despertar. No estaba seguro donde estaba en la vida
real, y este sueño lo había atraído a una falsa sensación de seguridad. Y, sin
embargo, era muy tentador quedarse donde estaba ahora, donde todo se
sentía tan feliz y acogedor.
«No. Tienes que despertar».
✩✩✩
Larson había encontrado la manera de salir del campo. No estaba seguro
de que vagar por las calles sin rumbo fijo fuera una mejora en comparación
con vagar por un campo, pero al menos la iluminación era mejor y no había
peligro de pisar un pastel de vaca. Tenía que haber alguna forma de salir de
lo que fuera este extraño espacio y volver a la realidad.
Una idea se le ocurrió. Por supuesto. El pozo de pelotas. Quizás el pozo
de pelotas donde había obtenido las muestras de sangre era la conexión,
el portal, que lo devolvería a la vida real. Tan pronto como tuvo el
pensamiento, fue como si sus pies supieran automáticamente a dónde ir.
Caminó varias cuadras a pesar de que ninguno de los puntos de referencia
le resultaba familiar hasta que llegó al lugar del pozo de pelotas, el de
Freddy Fazbear, como había sido antes.
El lugar estaba animado. Los padres y los niños entraban y salían por las
puertas, e incluso desde la acera, podía escuchar lo ruidoso que estaba el
lugar, los pitidos de todos los juegos, la música, los niños riendo y gritando
de emoción. Tan pronto como entró en la pizzería, pudo sentir las miradas
críticas de la gente. Era bastante extraño que un hombre adulto entrara
solo en Freddy Fazbear's, pero era aún más extraño cuando se veía tan
intimidante como Larson. Seguía sangrando por las heridas y su camisa
blanca estaba manchada de rojo. Estaba sudado por el esfuerzo y sabía que
apestaba. No era de extrañar que los clientes de Freddy's le dieran un
amplio margen.
Pero eso estaba bien. No había venido aquí para causar una buena
impresión.
Había venido a buscar el pozo de pelotas.
Y ahí estaba. Pero era un pozo de pelotas muy diferente del sucio donde
había recogido las muestras de sangre. Esta versión del pozo estaba limpia
y era nueva. Las pelotas eran de colores primarios brillantes, y el pozo
estaba lleno de niños riendo, vadeando o “nadando” a través de las pelotas,
a veces tirándolas unos a otros a pesar de que había un letrero que decía
que no se suponía que debías hacerlo.
—Policía. Necesito que todos salgan del pozo de pelotas, por favor —
dijo Larson lo suficientemente alto, esperaba, para ser escuchado sobre los
juegos, la música y las voces. No fue así, así que lo dijo de nuevo, aún más
fuerte y mostró su placa. Esta vez los niños lo miraron y se dirigieron hacia
la salida del pozo.
Larson pensó que probablemente estaban actuando por un deseo de
alejarse de él más que por un deseo de ser obedientes, pero bueno, lo que
sea que funcionara estaba bien.
Larson entró al pozo. Podía sentir las miradas confusas de los niños y
sus padres. Relajó las rodillas y se dejó hundir hasta que se hundió hasta
los hombros en pelotas de plástico de colores brillantes. Algo en él se sintió
como hundirse en un baño de burbujas. Pero nada de esto le estaba dando
información que pudiera ayudarlo a regresar a donde necesitaba estar.
—Necesito ir más abajo —dijo a los padres e hijos que miraban. No
estaba seguro de por qué sentía la necesidad de explicarlo, especialmente
cuando sus palabras sólo los confundían. Se enterró más profundamente
en el pozo hasta que quedó completamente enterrado y rodeado por la
oscuridad.
Entonces, de repente, ya no estaba oscuro. Estaba brillante y soleado, y
cuando respiró hondo, sus pulmones se llenaron de aire fresco. Caminaba
por la acera en una zona residencial de una ciudad agradable. Las casas de
la calle eran pintorescos bungalows y los patios estaban bien cuidados, con
césped cortado y alegres macizos de flores. Cuanto más caminaba, más
familiar le parecía la ciudad.
De repente recordó un recorte de periódico que había visto hace un
tiempo. En unos pocos pasos, vio algo que definitivamente reconoció del
recorte: un depósito de chatarra. De alguna manera sabía que este era el
lugar.
Una vez más, sus pies lo guiaron como si tuvieran conocimiento exacto
del destino al que necesitaba llegar. Dentro del depósito de chatarra,
Larson pasó junto a pilas de neumáticos viejos, aparatos electrónicos rotos
y muebles desechados hasta que llegó a un coche viejo y estropeado. Sin
siquiera pensar conscientemente en lo que estaba haciendo, se agachó y
abrió el baúl.
Eleanor se abalanzó furiosa, con sus dientes afilados al descubierto, y
sus manos en forma de garras. Se abalanzó sobre él y lo derribó,
arañándolo con sus dedos metálicos, desencajando sus mandíbulas y
mordiendo su garganta.
Eleanor era fuerte pero también liviana, por lo que Larson se las arregló
para alejarla de él y arrojarla a un montón de basura. Luchó por ponerse
de pie justo a tiempo para que ella volviera a atacarlo, esta vez empuñando
una llanta de hierro que había encontrado. Ella lo balanceó y se conectó
con su mandíbula. Por un segundo, quedó cegado por el dolor. Estaba
bastante seguro de que ella se había aflojado un diente o dos. Se sacudió el
dolor y se las arregló para arrebatarle la llave de hierro de su agarre. Él la
balanceó con fuerza y conectó con su rostro, pero ella sólo se rio, una
carcajada horrible y aguda que lo hizo temblar. Tiró la llanta de hierro. No
le servía de nada, pero definitivamente necesitaba mantenerse fuera de su
alcance.
Luego vio algo a unos pocos metros de distancia que podría ser útil, el
compactador de basura que se usaba para triturar grandes artículos de
metal en cubos más pequeños y manejables para su eliminación. Se imaginó
a Eleanor aplastada hasta la forma de un cubo inofensivo y casi sonrió. Salió
corriendo en dirección al compactador de basura con la esperanza de que
lo persiguiera hasta allí.
—Tengo algo para que mastiques —se burló de ella—. ¡Estúpida e inútil
muñeca!
El collar en forma de corazón alrededor de la garganta de Eleanor
palpitaba y brillaba de color rojo sangre. Eleanor dejó escapar un chillido
horrible, un grito de guerrero, y se dirigió hacia él. Cuando lo alcanzó, él
la agarró del brazo y la empujó hacia las mandíbulas del compactador de
basura. Pronto sólo se oyeron los sonidos del metal crujiendo y los gritos
espeluznantes de Eleanor.
✩✩✩
Larson se despertó tirado en el suelo de la casa donde se había
desmayado. Miró hacia arriba para ver a Eleanor todavía en la mesa. Su
rostro era una máscara de rabia. En su ira, estaba perdiendo la apariencia
de la chica de cabello rizado y luciendo más como el maniquí trastornado
que realmente era. Sus ojos eran oscuros pozos de ira.
—¿Renelle? —dijo el hombre que pensaba que era su padre—. Renelle,
¿qué te está pasando?
Eleanor abrió su boca increíblemente amplia. Unos zarcillos negros y
pegajosos salieron disparados, se deslizaron por el suelo y luego se
retorcieron alrededor de Larson y lo ataron. Los zarcillos estaban
pegajosos y olían a cobre.
«Sangre», pensó Larson. «Están hechos de sangre».
Tan pronto como pensó esto, estaba de nuevo en el otro lugar,
caminando por las calles. Pero esta vez sabía qué hacer. La piscina de
pelotas. Había encontrado a Eleanor allí antes, y la volvería a encontrar allí.
Y él la destruiría.
La antigua pizzería era un espacio oscuro y vacío con ventanas sucias y
agrietadas. Curiosamente, la puerta principal estaba abierta, como si
alguien lo hubiera estado esperando.
Había algunos gabinetes de juegos rotos y mesas y sillas destrozadas.
Las paredes estaban adornadas con grafitis. Pero la piscina de pelotas
estaba allí en su lugar habitual.
Larson entró en el pozo. Las bolas de plástico estaban pegajosas y
adheridas a su ropa y piel.
Olían a descomposición. Se tapó la nariz como si estuviera saltando a
una piscina y se hundió bajo la superficie.
Larson salió a una habitación oscura. Algo de metal le rozó la mejilla;
parecía que podía ser la cadena de tracción de una lámpara. Extendió la
mano y tiró de ella, y una bombilla tenue y desnuda arrojó un tenue
resplandor sobre la habitación. Las paredes eran de madera desnuda y se
inclinaban como los contornos de un techo, y la habitación estaba
abarrotada de cajas de cartón y tinas de plástico etiquetadas como ROPA DE
INVIERNO, DECORACIONES DE NAVIDAD y CAÑAS DE PESCAR/ARTÍCULOS DE PESCA.
Había una vieja mecedora y una mesa llena de chucherías (figuras, un
gran candelabro de latón, un pisapapeles de vidrio) el tipo de cosas que
nadie realmente necesitaba pero que a la gente le costaba soltar por alguna
razón. Un gran baúl antiguo se encontraba en el extremo izquierdo de la
habitación. Larson tenía la sensación de que el baúl ocultaba algo más que
alguna baratija inútil. Con pavor, caminó hacia este.
Eleanor estaba acurrucada en el baúl con las rodillas pegadas al pecho.
Sus ojos se abrieron de golpe.
Se impulsó fuera del maletero hacia Larson, sus frías manos de metal
rodearon su garganta.
Larson la agarró por las muñecas, tratando de aflojar su agarre, pero
ella simplemente lo agarró con más fuerza.
Ahogándose y farfullando, se tambaleó hacia atrás, chocando contra la
mesa. Agarró ciegamente la superficie de la mesa y agarró el pesado
pisapapeles de vidrio. Lo levantó y lo dejó caer con fuerza sobre la frente
de Eleanor, sacudiéndola lo suficiente como para hacerla soltar el agarre
de su garganta.
Quizás los pisapapeles no eran tan inútiles después de todo.
Ella movió la cabeza de un lado a otro como si estuviera desorientada y
luego se abalanzó sobre él de nuevo, esta vez con la mandíbula abierta,
exponiendo sus dientes afilados e irregulares. Larson agarró el candelabro
de la mesa y lo balanceó con fuerza, golpeándola en la cabeza y tirándola al
suelo. Le golpeó la cara una y otra vez, hasta que la fina capa de enfermiza
piel grisácea no fue más que pulpa, y el cráneo plateado quedó expuesto
debajo.
Larson estaba de nuevo en el suelo de la casa. Mirando hacia arriba, vio
a Eleanor en la mesa. Sus ojos aún estaban cerrados, pero su cuerpo estaba
todo menos relajado. Tenía los puños y dientes apretados y movía la cabeza
de un lado a otro como si estuviera diciendo no, no, no. Cerca de Larson
en el suelo, el Stitchwraith había comenzado a moverse, deslizándose
lentamente hacia la mesa donde yacía Eleanor.
Larson parpadeó, y así, estuvo de nuevo en la calle. Sabía lo que tenía
que hacer.
Esta vez, la pizzería se llamaba Papa Bear's Pancake House. Las ventanas
estaban cubiertas con cortinas de cuadros rojos y blancos que combinaban
con los manteles de plástico que se podían limpiar. Sólo una mesa estaba
ocupada, con una familia de cuatro miembros que comían panqueques.
Cerca de la estación de café, dos meseros con delantales de cuadros rojos
y blancos charlaban. Se sintió aliviado de que no lo hubieran notado todavía.
Miró en la esquina trasera del restaurante. Afortunadamente, la piscina de
pelotas todavía estaba allí, y las pelotas de plástico estaban en un estado
mucho más prístino que en su última visita.
Él se hundió.
Estaba en la habitación de un niño, por lo que parecía. El edredón de la
cama era azul claro y estaba decorado con coches de carreras. Un cartel
que mostraba a Freddy Fazbear y sus amigos colgaba de la pared sobre la
cama. Ahora no había un niño, pero la habitación trajo a Larson de regreso
a todas esas veces que había revisado debajo de la cama de Ryan en busca
de monstruos. Siempre le había dicho a Ryan que no existían tales cosas,
pero estaba equivocado.
Larson sintió la presencia de Eleanor.
Cayó de rodillas y levantó la falda de la cama. Nada.
Descorrió las cortinas que llegaban hasta el suelo en caso de que se
escondiera detrás de ellas. Tampoco había nada allí.
Pero tan pronto como vio el armario, supo que ahí estaba. Abrió la
puerta y un par de manos metálicas salieron disparadas, arrastrándolo hacia
el interior del pequeño y oscuro espacio.
Eleanor agarró a Larson por los hombros y golpeó su cabeza contra la
pared del armario una y otra vez hasta que todo lo que pudo sentir fue un
dolor candente. Se las arregló para darle un codazo en el vientre, lo que la
hizo perder el equilibrio y lo liberó. Salió del armario a trompicones y
recogió un bate de aluminio que se había guardado con el resto del equipo
deportivo. Arrastró a Eleanor fuera del armario tomándola de la muñeca,
luego le lanzó el bate a la cabeza como si estuviera haciendo todo lo posible
por un jonrón. La fuerza del golpe le arrancó la cabeza parcialmente, por
lo que colgaba locamente de su cuello por unos pocos cables.
Larson le dio otro golpe, este aún más fuerte, que cortó la cabeza de
Eleanor por completo.
✩✩✩
Sobre la mesa, Eleanor se retorcía como si sufriera una agonía. El
Stitchwraith se había arrastrado hasta la mesa y parecía estar tratando de
reunir la fuerza para ponerse de pie.
✩✩✩
Larson estaba golpeando el pavimento de nuevo, ya caminando por el
camino desgastado hacia donde estaba el pozo de pelotas. Esta vez el
restaurante era poco más que un agujero oscuro y vacío con ventanas rotas
y grafitis. La mayor parte de lo que había dentro había sido despojado o
destrozado.
Pero el pozo de pelotas todavía estaba allí, polvoriento y en ruinas, con
las bolas de plástico cubiertas con una suciedad desagradable que les había
dado a todas el mismo color indeterminado. Olía a podredumbre y algo
peor. Larson inspiró y espiró por la boca e intentó reprimir su reflejo
nauseoso.
Se hundió.
El espacio era enorme y cavernoso. La luz de la luna entraba a raudales
por un tragaluz de arriba. Parecía una especie de almacén, aunque no
parecía almacenar nada en estos días. Un colchón viejo y unos sacos de
dormir en un rincón sugerían que alguien podría haber hecho del lugar su
hogar temporal. Larson miró a su alrededor en el gran espacio vacío. No
había muchos lugares para esconderse.
Luego escuchó una risa, la carcajada aguda que hizo que los diminutos
pelos de la parte posterior de su cuello se erizaran. Venía de arriba de él.
Se asomaba por el tragaluz abierto.
Cayó hacia abajo, aterrizando sobre Larson, dejándolo sin aliento.
Quedó tumbado de espaldas.
✩✩✩
Jake estaba tan débil que luchó por levantarse, pero usó la mesa de
metal para estabilizarse, y pronto estuvo de pie. Cuando vio a Eleanor,
sintió una oleada de rabia que le dio la fuerza para subirse a la mesa. Se
inclinó sobre Eleanor y trató de reunir la fuerza para hacer lo que tenía
que hacer.
Eleanor no parecía estar completamente despierta, pero su rostro
estaba cambiando. Sus ojos se hincharon. Tentáculos negros salían
disparados de su boca, de sus dedos de las manos, de los dedos de sus pies.
Las enredaderas negras y viscosas trepaban por las paredes y se deslizaban
por el suelo. Los tentáculos volaron de ella y se envolvieron alrededor de
su rostro hasta que no pudo ver.
✩✩✩
En el almacén, Larson intentó apartar a Eleanor de él, pero ella lo
inmovilizó, se inclinó y le mordió la mejilla, le sacó sangre y luego se rio.
Se estremeció por el sonido y el dolor.
Larson logró darse la vuelta y ahora estaba encima de Eleanor. Sus
manos se cerraron alrededor de su garganta.
✩✩✩
En la sala de estar, Jake esquivó la sangre negra que brotó de la nariz y
boca de Eleanor.
Eleanor se incorporó de golpe y le agarró el cuello con ambas manos.
Jake sintió una repentina oleada de fuerza. Apartó sus manos como si no
estuviera haciendo nada más extenuante que golpear las muñecas de
Eleanor. Sosteniendo a Eleanor, Jake se cernió sobre ella, sus ojos ardían
de furia. Se inclinó sobre ella hasta que su rostro y torso quedaron
cubiertos por su capa. Ella se retorcía y pateaba, pero él se acercó aún más,
con los ojos ardiendo de furia, sosteniendo a Eleanor hasta que se quedó
completamente inmóvil.
Jake sabía que ahora sólo él podía oír la furia rugiente de Eleanor. Ya no
estaba viva. Era parte de Jake, de la misma manera que Andrew lo había
sido. Pero ella no era como Andrew.
Andrew no había sido exactamente agradable. Había estado tan lleno de
rabia como Eleanor. Pero Andrew estaba herido. No había sido malo en el
fondo.
Eleanor era mala desde su interior. Pero ahora no tenía poder aquí.
Jake se concentró hasta que pudo acceder a los recuerdos de Eleanor…
si es que podían llamarse recuerdos.
Usando la habilidad que Jake había descubierto después de su
confrontación con el conejo de la basura, Jake buscó esos años y encontró
un momento de rabia y angustia hirvientes. Pensó que si podía meter a
Eleanor en una burbuja de ese momento, podría someterla.
Estaba en lo correcto. Con esa única intención, Eleanor fue derrotada,
contenida. Su espíritu inmundo se dobló sobre sí mismo y fue silenciado.
Cuando Jake la vio acostada sobre la mesa, tenía la apariencia seca y
marchita de una momia antigua. Estaba más que muerta. Estaba vacía. Era
una cáscara.
Agotado, Jake se recostó y dejó que su mente se quedara en blanco.
✩✩✩
Dos semanas después:
Larson ya no estaba destinado a deambular perdido en diferentes
lugares y épocas. Estaba en el aquí y ahora, que en este caso era el campo
de juego en el momento del juego de su hijo. El aire estaba fresco, pero el
cielo era tan azul que parecía el telón de fondo pintado de una obra de
teatro.
Las peleas de Larson con Eleanor habían abierto algunos puntos, por lo
que estaba vendado de nuevo. Rígido y adolorido, se subió con cautela a
las gradas y se sentó al final de una fila. Miró el diamante verde. Allí estaba
Ryan. Estaba en los jardines y, como solía ocurrir con Ryan, parecía
aburrido. Estaba jugando con su guante de béisbol y pateando el césped
con un zapato, que parecía estar desatado.
Larson sonrió cuando Ryan miró hacia las gradas y vio a su padre. Ryan
saludó salvajemente y Larson le devolvió el saludo. Luego Larson señaló al
bateador. Ryan todavía sonriendo, asintió y se concentró en la tarea que
tenía entre manos.
El bateador en el plato hizo un swing y conectó.
¡Bien!
Bajo el sol brillante, la pelota se elevó hacia los jardines. Larson se puso
de pie, vitoreando cuando su hijo atrapó la pelota.
✩✩✩
Jake no estaba seguro de por qué se sentía tan atraído por el restaurante
abandonado, pero así se sentía. Tanto es así que con la poca fuerza que le
quedaba, había cruzado concienzudamente la ciudad para llegar hasta aquí.
Su batería se había recargado, sólo un poco, lo suficiente para que
pudiera caminar. Pero su caminar era en realidad más un arrastramiento
de pies; no iba a llegar muy lejos. Cada movimiento requería toda la fuerza
que poseía.
Ahora Jake estaba entrando en el edificio vacío. Sus pies se arrastraron
por el suelo polvoriento mientras apuntaba hacia su destino. En cierto
modo, lo estaba conduciendo hasta aquí, lo sabía. Pero no realmente. Ella
no tenía voluntad. Él tenía el control. Pero había aprendido lo suficiente
sobre ella mientras la vencía como para saber que aquí era donde tenía que
enterrarla.
Jake cruzó arrastrando los pies a través de un comedor desolado y se
dirigió al pozo de pelotas que había estado viendo en su mente desde que
había integrado los restos de Eleanor en su conciencia. Era un lugar
horrible.
Podría decirlo sin dudas. No sólo que se veía asqueroso por lo
polvoriento, descolorido y con olor a descomposición, sino que realmente
era horrible. Era como un cementerio para las almas de las víctimas de una
maldad que no comprendía del todo. ¿Qué había pasado aquí? ¿De dónde
vino Eleanor? ¿Ella había causado todo este caos, o el caos la había afectado
de alguna manera?
Jake se detuvo frente a la lúgubre cuerda amarilla que advertía a
cualquiera lo suficientemente loco como para entrar aquí e intentar entrar
en este pozo de terror y dolor. Aquí era donde Jake tenía que estar para
hacer el último bien que podría hacer. Se sentía como el final, pero
esperaba que fuera más un comienzo, el comienzo del único viaje que
realmente quería emprender.
Había terminado todo lo que tenía que hacer. Había logrado reunir al
Dr. Talbert con su verdadera hija. Y había encontrado a la verdadera chica
sin hogar que Eleanor había reemplazado. La chica real con el cabello
castaño rojizo había sido encerrada en un baúl en el edificio abandonado
donde Jake había encontrado originalmente a Eleanor. A pesar de su terror
por ser rescatada por él, se había asegurado de que llegara a un hospital.
Jake entró en el pozo de pelotas y, tan pronto como lo hizo, este
comenzó a llevárselo. Dejó que la piscina de pelotas lo llevara. Abajo. Y
más abajo. Se sentía como hundirse en un charco de agua. Todo lo que
tenía que hacer era relajarse y dejarse llevar hacia abajo.
Entonces eso fue lo que hizo. Se hundió cada vez más. Tan pronto como
lo hizo, ya no se dio cuenta del pozo. No se dio cuenta de nada físico en
absoluto.
✩✩✩
Millie se encogió cuando una rama de abeto colgando bajo le rozó la
mejilla. La apartó y miró a la oscuridad más allá de ella. ¿Dónde estaba la
casa de su abuelo? Acababa de estar allí, ¿no? ¿Cómo pudo alejarse tanto?
Millie se ajustó el jersey negro y se frotó los brazos para entrar en calor.
Se sentía realmente helada, aunque la noche no era tan fría.
Antes de salir de casa, no había querido estar en la estúpida cena de
Navidad con todos sus estúpidos parientes. Pero ahora, por razones que
no entendía, ese era el único lugar donde quería estar.
Y, por supuesto, porque lo quería, no podía hacerse realidad. Nunca
conseguía lo que quería. Siempre se vio obligada a hacer lo que todos los
demás querían que hiciera. Sus padres. Su abuelo. Los profesores de la
escuela. No era justo.
Cerca, graznó un cuervo. Millie saltó y se dio la vuelta. Oyó un susurro
en la maleza y trató de ver en la oscuridad.
Cuando nada se movió, comenzó a caminar de nuevo.
Millie pensó que sólo había estado aquí unos minutos. Entonces, ¿por
qué se sentía como si hubiera estado deambulando durante tanto tiempo?
Antes de que pudiera reflexionar sobre esa pregunta, el follaje crujió de
nuevo, y esta vez, una mano lo atravesó. Millie jadeó y se detuvo en seco.
Un chico salía de en medio de un arbusto de arándanos.
Millie lo miró fijamente, preparada para correr si él era una amenaza.
Sin embargo, no parecía una amenaza. Con un rostro redondo y pecoso,
ojos verdes brillantes, una gran sonrisa y una espesa maraña de rizos
marrones que caían sobre sus ojos, el chico se veía realmente agradable en
realidad.
Millie se encontró sonriéndole, a pesar de sí misma.
—¿Te perdiste? —preguntó el chico.
Millie negó con la cabeza a pesar de que lo estaba.
—Soy Jake —dijo el niño. Luego tomó la mano de Millie.
Para su sorpresa, Millie no se resistió en absoluto. En cambio, dejó que
el niño, Jake, la guiara por el bosque.
Sin embargo, no la guio por mucho tiempo. En lo que pareció un
instante, Jake estuvo allí y luego se fue. Desapareció y Millie se encontró
en el porche de su abuelo.
A través del gran ventanal, Millie podía ver a su familia reunida alrededor
de la mesa. Detrás de ellos, el árbol de Navidad estaba iluminado como lo
había estado cuando salió de la casa. Y por alguna razón, Millie estaba feliz
de verlo. También estaba feliz de ver a su familia.
Sin estar segura de por qué se sintió tan bien de repente, pero sin
importarle realmente, se apresuró a cruzar el porche. Abrió la puerta y
entró corriendo en la habitación. Su abuelo la saludó con una sonrisa y un
abrazo, que Millie… por una vez… estaba feliz de recibir.
Por primera vez que podía recordar, Millie se sintió como en casa.
✩✩✩
Dentro del restaurante abandonado, motas de polvo bailaban en el
silencio. El pozo de pelotas se agachaba en la esquina como de costumbre,
totalmente quieto.
O quizás no del todo.
Aunque las bolas de plástico no se movían, de repente, una de ellas se
encendía. Se encendía y pasaba de un rojizo a un dorado brillante. Luego
se volvía clara, como una bola de cristal brillante.
Dentro del orbe de cristal reluciente, apareció una pequeña escena. La
escena era la de una Navidad familiar: gente riendo reunida alrededor de
una mesa cerca de un árbol de Navidad. En el centro del grupo de personas,
una joven vestida toda de negro sonrió como si no hubiera sonreído en
mucho tiempo.
Alrededor de esta bola clara y brillante y su atractiva escena, otras bolas
en la piscina de bolas comenzaron a transformarse de plástico sucio a
cristal transparente brillante. Cada bola de cristal se iluminó con su propia
pequeña escena feliz.
Pronto, todas las bolas de plástico empezaron a brillar. Todas
centelleaban como estrellas deslumbrantes en un cielo nocturno
despejado.
✩✩✩
Larson se sentó en la sala de estar del Dr. Talbert. Parecía extraño estar
sentado en el sofá en la misma habitación donde se había acostado en el
suelo cuando el Stitchwraith finalmente puso fin a Eleanor. En ese
momento habría dicho que nunca volvería a esta casa.
Pero tenía que hacerlo. Era detective y todavía tenía preguntas.
El Dr. Talbert se sentó en el sillón frente a él.
—¿Cómo puedo ayudarlo, detective?
—Sólo había una cosa más que quería aclarar —dijo Larson.
—Es por mi propia curiosidad personal, en verdad. Remanente, ¿qué es?
¿Es algún tipo de… magia?
Cuando era más joven, Larson nunca hubiera pensado que la magia era
siquiera una posibilidad vaga. Pero había visto muchas cosas extrañas desde
entonces.
Talbert suspiró.
—El remanente es… —Hizo una pausa—. En términos no científicos,
es como si el metal estuviera embrujado. Es más complicado que eso, por
supuesto, pero es similar a la forma en que el agua conduce la electricidad.
Remanente es la mezcla de lo tangible con lo intangible, de la memoria con
el presente. Hace que las personas y las cosas que se pierden se vuelvan
casi reales. —Talbert tenía una mirada triste y distante en sus ojos—.
Sabes, cuando Renelle era una niña, estaba enferma. Entraba y salía del
hospital de forma casi constante. Estaba asustado, aterrorizado, de verdad,
de que ella muriera. Me quedaba despierto por las noches tratando de
pensar en formas de protegerla. Hice un pequeño colgante para ella con
Remanente. De esa manera, pensé que nunca podría perderla por
completo.
—¿Todavía tiene el colgante? —preguntó Larson.
—Sí. ¿Le gustaría verlo?
Larson asintió.
Talbert salió de la habitación y regresó sosteniendo una cadena de la
que colgaba un colgante en forma de corazón. Lo sostuvo a distancia de su
cuerpo, entre el dedo índice y el pulgar, de la misma manera que uno podría
sostener un ratón muerto por la cola. Aun así, el collar parecía una joya
ordinaria que cualquier joven podría usar. Larson estaba seguro de que
nadie le dio una segunda mirada.
—Fue un terrible error crear esto —dijo Talbert, mirando el collar—.
Fue mi obsesión por crear esto lo que me hizo perder a Renelle en primer
lugar.
—Me temo que todavía no entiendo —intervino Larson—. Si está
embrujado, ¿cómo sucedió?
Talbert no miró a Larson a los ojos. Le tendió el colgante.
—Mire, ¿por qué no lo toma?
Larson estaba confundido.
—¿Yo?
—Sí —respondió Talbert—. Tómelo. Haga lo que quiera con él.
Honestamente, ni siquiera puedo soportar mirarlo.
Talbert dejó caer el colgante en la palma de Larson. Se sentía tan
pequeño, tan insignificante.
Talbert acompañó a Larson hasta la puerta.
—Gracias por pasar, detective. Y gracias por quitarme el colgante de
las manos. Quizás ahora pueda pasar página y comenzar un nuevo capítulo
en mi vida, con mi verdadera hija.
Una vez que Larson estuvo en la acera, escuchó un sonido suave y
agudo. Miró a su alrededor en busca de la fuente del ruido y descubrió que
provenía del colgante en su palma. Era como si estuviera cantando una
canción, pero era demasiado baja para poder distinguir la letra. Levantó el
colgante para inspeccionarlo y el sol brilló a través de él. Era deslumbrante.
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