Texto publicado en Spagna Contemporánea. (2015), 48, pp. 15-36 El fascismo de Ramiro Ledesma. Entre el mito de la revolución nacional y la organización del espacio contrarrevolucionario. Ferran Gallego Universidad Autónoma de Barcelona Entre los fundadores del fascismo español, Ramiro Ledesma cuenta con una reputación distintiva: la de ser el primer y más sólido ideólogo del nacionalsindicalismo. La de ser, además, el personaje que mejor comprendía la dimensión del fascismo internacional como propuesta política moderna, en las condiciones de la crisis del Estado liberal del periodo de entreguerras. Ernesto Giménez Caballero es considerado el más cualificado intérprete de la voracidad estética y vanguardista con que el fascismo también supo presentarse tras la Gran Guerra. Onésimo Redondo Ortega, como el hombre más vinculado a las raíces católicas, populares y provincianas que dieron buena parte de su perfil al nacionalsindicalismo. José Antonio Primo de Rivera, como el caudillo carismático, poseedor de una poderosa capacidad oratoria, autor de la síntesis entre tradición y revolución, entre religiosidad y milicia, entre nacionalismo e imperio, que habría de posibilitar la hegemonía del estilo falangista en la construcción del nuevo Estado. En comparación con los dirigentes fundacionales del nacionalsindicalismo, Ledesma carece del atractivo personal de Primo de Rivera, de la imaginación literaria de Giménez Caballero o de la experiencia pública y el arraigo local de Onésimo Redondo. Tales carencias se compensan - más en el análisis de la historiografía y la lealtad de sus seguidores de posguerra que en el escaso éxito de su carrera personal-, con el reconocimiento de su preparación teórica y su clara percepción de la naturaleza revolucionaria, juvenil, masificadora, 1 totalitaria y violenta del fascismo europeo, que él definió como ningún otro de sus primeros caudillos en España1. A esta condición, aceptada con práctica unanimidad por los historiadores, se suma el prestigio singular que Ramiro Ledesma ha ocupado en la tradición política y en el imaginario sentimental del neofascismo y los llamados movimientos <<nacional-revolucionarios>>, en especial a partir del resurgimiento que estas tendencias tuvieron en los años sesenta del pasado siglo. El silencio tejido en torno al recuerdo de Ledesma Ramos por el franquismo permitió una reivindicación proporcional a su ostracismo. Reivindicación que, naturalmente, pasaba a construir la figura mitificada de un revolucionario en estado puro, alejado de cualquier compromiso con quienes desnaturalizaron la causa original del nacionalsindicalismo, relegado en los últimos meses de su existencia a una soledad política que no le ahorró, sin embargo, compartir el sacrificio de quienes entregaron su vida por aquel proyecto inicial y desnaturalizado. Las obras completas de Ledesma no fueron publicadas nunca por el régimen, su figura no fue ensalzada en los espacios simbólicos de la liturgia funeraria falangista –o nunca, desde luego, en proporción a la importancia de su participación en la fundación del fascismo español-, y su legado hubo de mantenerse en los ensayos de un reducido grupo de amigos y camaradas de primera hora2. Con todo, la incomodidad que podían provocar en el régimen franquista consolidado algunas de las afirmaciones de Ledesma –por ejemplo, su reflexión sobre la violencia, su 1 La mayor parte de las biografías sobre estos dirigentes publicadas hasta ahora insisten en esta distinción. Véanse, por ejemplo, L. Casali, Società di massa, giovani, rivoluzione. Il fascismo di Ramiro Ledesma Ramos, Bolonia, CLUEB, 2002; E.Selva, Ernesto Giménez Caballero. Entre la vanguardia y el fascismo, Valencia, Pre.Textos, 2000. De un modo más matizado, se sostiene en la tesis doctoral aún inédita de Mateo Tomasoni, Onésimo Redondo Ortega. Vida, obra y pensamiento de un sindicalista nacional (1905-1936), Universidad de Valladolid, 2014. Tales matizaciones pueden verse también en F. Gallego, Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español, Madrid, Síntesis, 2005, y, especialmente, Id., El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo, Barcelona, Crítica, 2014, pp.271334. Véanse, también, las ediciones de los dos libros políticos de Ledesma: Discurso a las juventudes de España. Introducción, edición y notas de Pedro C. González Cuevas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003, y ¿Fascismo en España? Edición crítica de Roberto Muñoz Bolaños, Málaga, SEPHA, 2013. 2 Una clara muestra de la reivindicación neofascista puede verse en E. Norling, Las JONS revolucionarias, Molins de Rei, Ediciones Nueva República, 2002, en cuya valoración del equipo dirigente de las JONS se encuentra una apreciación aún más generosa de ese temple revolucionario. Los amigos a los que me refiero son Juan Aparicio, editor de una Antología de La Conquista del Estado y de otra de la revista JONS, editadas ambas por la Editora Nacional de Madrid en 1939; a S. Montero Díaz, prolífico historiador y ensayista, autor de la presentación de la tercera edición del Discurso a las juventudes de España, Madrid, Ediciones FE, 1939 y, sobre todo, de un lúcido análisis de la evolución política de Ledesma en la presentación de los Escritos filosóficos, Madrid, Sobrinos de la Sucesora de Minuesa de los Ríos, 1941, que luego volvió a editarse en Ramiro Ledesma Ramos, Madrid, Círculo Cultural Ledesma Ramos, 1962. Un tercer compañero, Emiliano Aguado, dedicó dos ensayos muy elogiosos a Ledesma, Ramiro Ledesma, fundador de las JONS, Madrid, Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, 1942, y Ramiro Ledesma en la crisis de España, Madrid, Editora Nacional, 1942. 2 radical y poco matizable totalitarismo o su negativa a aceptar la rotundidad católica de la mayor parte de los fundadores del nacionalsindicalismo- pueden compensarse con elementos no más confortables para hacer del fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) el representante de un ala <<izquierda>> del fascismo español, identificada con escaso rigor con las tendencias disidentes del fascismo europeo. La diversidad de posiciones de los nacional-bolcheviques, los hermanos Strasser o los núcleos más extremistas del movimiento mussoliniano apenas permite establecer un campo coherente de fascismo <<ultrarrevolucionario>>, de naturaleza distinta al dominante en los movimientos y regímenes de este tipo. Además, resulta muy difícil identificar las posiciones políticas de Ramiro Ledesma con cualquiera de estas distintas trayectorias. Piénsese, por poner un solo y tan significativo ejemplo, en la condena de las posiciones de Gregor Strasser realizada poco después del asesinato del dirigente nacionalsocialista en la purga del verano de 19343, además del constante elogio realizado en las páginas de las publicaciones dirigidas por Ledesma a los sectores mayoritarios u ortodoxos de los movimientos fascistas, sin que apareciera nunca en ellas valoración destacable de los sectores críticos. La atención a las vicisitudes de un individuo en el proceso histórico tiene su mayor interés en el grado de representación de una cultura y una organización políticas que pueda exhibir. El fascismo de Ledesma resulta tan singularmente significativo, no por alzarse como la excepcional travesía de un hombre contra la corriente, defensor de esencias amenazadas por quienes le vencieron en la arena del pragmatismo o del oportunismo, sino por un motivo mucho más fructífero. Porque nos muestra de qué modo la defensa de la identidad revolucionaria fascista puede convivir –y, de hecho, necesita convivir- con una estrategia política y una tarea organizativa destinadas a crear un gran movimiento contrarrevolucionario, en el que los fascistas dispongan de la hegemonía. ¿Podrá llegar a pensarse, como lo indicó uno de sus más fervientes admiradores, que las condiciones en que se instaura el régimen de Franco tiene mucho que ver con la posición solitaria y paciente inicial de un Ramiro Ledesma aislado, pero también favorable a un movimiento nacional de masas para resolver la crisis de España en condiciones similares a cómo se está haciendo frente a la crisis europea de los años Treinta y Cuarenta?4 ¿O podrá plantearse, como lo explicará con igual consistencia Santiago Montero Díaz, que la línea de continuidad de Ledesma podía llevar a las actitudes que el propio intelectual gallego había de mostrar, en su afirmación de una ortodoxia nacionalsindicalista que no excluía los pactos irremediables, pero que estará poco dispuesta a 3 4 Los sistemas fascistas, “JONS”, 11 (agosto de 1934), p. 191. E. Aguado, Ramiro Ledesma en la…pp. 15-17. 3 las desviaciones políticas y, en especial, a la dejación moral que el régimen llevará a cabo tras la segunda guerra mundial?5 La irrupción en la vida política: a la sombra del gran acontecimiento. La entrada en la política de Ramiro Ledesma tiene el aspecto de una irrupción, un acto pasional provocado por las circunstancias de emergencia en que vive la España de las vísperas del 14 de abril de 1931. El colaborador de “La Gaceta Literaria” y de la” Revista de Occidente”, tan atento a las contribuciones más innovadoras del pensamiento filosófico, no es un individuo aislado del espacio público, y ni siquiera es un personaje poco interesado por factores tan importantes de la realidad política de la posguerra europea como la irrupción de las masas, la función de la universidad o el debate sobre el papel de la técnica. Tampoco es indiferente a las nuevas corrientes literarias o artísticas, al fenómeno del cine o a lo que, para él, será esterilidad final de la vanguardia. Su denuncia del agotamiento del horizonte de una actitud generacional de la inmediata posguerra, esteticista y algo frívola, comparte las severas acusaciones que se lanzan contra los hombres de los años Veinte por una nueva hornada de intelectuales que, a la manera de Brasillach, establecen el corte cronológico de 1930 para anunciar la llegada de una juventud dispuesta a imponer un nuevo sentido de la eficacia política al servicio de la regeneración nacional6. Sin embargo, a pesar de este indispensable periodo de formación, lo que se produce en 1931 tiene una importancia radical. Porque estamos ante un acto de pasión política: la coincidencia de una crisis nacional y la entrega de Ramiro Ledesma a las exigencias de un compromiso urgente con la actualidad7. En la decisión de un paso a la acción revolucionaria se mueven paralelamente las percepciones personales y las condiciones de un escenario abierto al cambio, con apariencia de un ingente campo de maniobras y de inacabables posibilidades de transformación. 5 S. Montero Díaz, Ramiro Ledesma…pp. 37-39. Montero no aceptó la unificación con Falange Española en 1934, y acusó a Ledesma de desviarse de los motivos fundacionales de las JONS, algo que le reconocería, como acto profético, Ledesma Ramos en el momento de la escisión de enero de 1935. Sin embargo, Montero Díaz no participó en el esfuerzo fallido de refundación de las JONS. Sobre Montero Díaz, véase X.M. Núñez Seixas, La sombra del César. Santiago Montero Díaz, una biografía entre la nación y la revolución, Granada, Comares, 2012. 6 P. Tame, La mystique du fascisme dans l’oeuvre de Robert Brasillach, Paris, Nouvelle Editions Latines, 1986, pp. 157-159. Las posiciones de Ledesma en sus colaboraciones en las dos revistas pueden seguirse en F. Gallego, La realidad y el deseo. Ramiro Ledesma Ramos en la genealogía del franquismo, en F. Gallego y F. Morente (eds.), Fascismo en España, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 253-447. 7 Sobre estos conceptos, aplicado a otros personajes del momento, véase S. Forti, El peso de la nación. Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de entreguerras, Santiago de Compostela, Universidad, 2014, pp. 58 y ss. 4 La edición del Manifiesto de la Conquista del Estado en marzo de 1931 y la publicación inmediata del semanario responden a la voluntad de formar parte de un <<gran acontecimiento>>, que para este pequeño grupo de fascistas españoles tiene recursos morales y movilizadores de las masas juveniles similares a los de la Gran Guerra. Sin embargo, Europa no se encuentra en las condiciones de ambigüedad en que podían encontrarse las formulaciones iniciales de los grupos de excombatientes nacionalistas. El fascismo es ya una larga experiencia de poder en Italia y, en Alemania, ha superado su etapa de cierta marginalidad para convertirse en el gestor de un ámbito de convergencia antirrepublicana en la que el partido nacionalsocialista va obteniendo la primacía organizativa, al precio de una evidente mutación política: el paso de un partido völkisch de activistas radicales urbanos a un amplio movimiento nacional, capaz de integrar valores conservadores y propuestas revolucionarias en el mito de la <<Volksgemeinschaft>>. El primer grupo fascista español digno de este nombre nacerá lejos de la etapa fundacional de los fasci di combattimento, pero en congruencia con el periodo de masificación y capacidad de representación nacional que el fascismo adquirirá en la crisis de los años Treinta. Este primer grupo se organiza, como grupo de propaganda aún, en congruencia con la crisis nacional que ha acompañado la fundación de movimientos similares en el continente. Y habrá de tomar un carácter más amplio en su influencia cuando las condiciones de fascistización del campo conservador le den la oportunidad de un liderazgo integrador. En 1931, el pequeño grupo de La Conquista del Estado no es tardío, sino precoz. Tiene ante sus ojos la caída de un régimen y el ambiente de una agitación nacional extraordinaria que puede favorecer las llamadas a la movilización de los españoles, a la afirmación del espíritu juvenil, al rechazo del orden liberal como parte de un sistema envejecido. Pero carece de la actividad de masas de la clase media, de los sectores conservadores, del populismo católico, que tardarán aún algunos meses en construir ese territorio nacional-populista indispensable para el crecimiento de los partidos fascistas europeos tras la crisis revolucionaria de la posguerra8. La actividad de Ledesma y el pequeño grupo de compañeros que forman la redacción de “La Conquista del Estado” consistirá en ir dotando a esta primera expresión del fascismo de los materiales para una fuerza propagandística. Los análisis depurados cederán el paso a la fuerza de las consignas que ni siquiera hace falta argumentar. Las afirmaciones tajantes tienen voluntad de exhibicionismo. No sirven para negociar con otras fuerzas afines ni para desarrollarse como proyecto completo propio, sino para delimitar un espacio de identidad 8 El ejemplo más claro de esta necesidad de movilización nueva de la burguesía puede encontrarse en el estudio de P. Fritzsche, Rehearsals for fascism. Populism and Political Mobilitzation in Weimar Germany, Oxford, University Press, 1980. 5 cuyos rasgos diferenciales deben subrayarse, al tiempo que se anuncian como lugar de encuentro para todo aquel que se encuentre a la altura de la crisis de España. Ramiro Ledesma, autor de la mayor y mejor parte de los artículos publicados en aquellos pocos meses, tal vez crea posible que acudan al llamamiento multitudes de jóvenes desorientados, insatisfechos por la frustración nacional y social del régimen republicano recién instaurado. Es más acertado considerar que una persona con la sagacidad intelectual de Ledesma no podía engañarse hasta ese punto. El régimen no había creado desilusión alguna entre quienes apoyaban el advenimiento de una revolución política nacional. Y la construcción de un ámbito de resistencia solo podía hacerse de un modo eficaz cuando las circunstancias se modificaran, como ocurrió a partir de 1933. <<Eficacia>> era, precisamente, una de las obsesiones de Ledesma. Quienes se habían reunido eran, según su manifiesto, un grupo de españoles jóvenes, dispuestos a desarrollar una tarea política eficaz. En la llamada a esa movilización se afirman la actualidad de las propuestas, la congruencia con un espíritu del tiempo, la voluntad de construir una vanguardia juvenil atenta a la irrevocable participación de las masas en el espacio público. Se defienden el Estado totalitario, la organización sindical de la economía, la primacía del hecho nacional como base de una síntesis revolucionaria entre valores permanentes y justicia social, el desprecio de las fórmulas liberales <<envejecidas>>, así como la dotación de un nuevo significado a la violencia política. Todos estos aspectos se presentan con un lenguaje que rehúye deliberadamente las efusiones líricas tan habituales en el falangismo posterior. Pero que se dota de la especial solemnidad de un acto de redención nacional, de una revolución de los elegidos, de una mística transformadora congruente con el estado de ánimo de una etapa de crisis. Los materiales de esta representación nacionalista se acompañan de una definición de sus adversarios que habrá de ir afirmándose con énfasis creciente: el comunismo y el separatismo catalán, a los que pronto se añadirá una Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cortejada al comienzo, y denunciada cuando pasa a ser dirigida por la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Al llegar el otoño, Ramiro Ledesma volverá a publicar el semanario cuya interrupción se ha interrumpido a comienzos del verano, presentándolo esta vez como el órgano de un nuevo partido, las JONS, cuyo programa ha sido cuidadosamente matizado para obtener el apoyo del grupo de Onésimo Redondo en Valladolid y la integración del mismo en la nueva formación. El nacionalsindicalismo ha sido definido ya como propuesta ideológica y ha hecho sus primeras armas como instrumento de agitación. Ramiro Ledesma ha entregado a la imprenta los primeros y más preciosos recursos de una propuesta cultural. La lectura de la crisis de España se ha traducido a esta primera formulación de un fascismo que elude cualquier elemento de 6 mimetismo subalterno, aunque no esquiva ningún factor de emulación fijada a las raíces de la patria. La seguridad de que hay una experiencia europea en marcha no deja de estar presente en Ramiro Ledesma. Y, con ella, la convicción de que, tras un tiempo de obligada espera, vendrán las oportunidades y los nuevos deberes para un nacionalista español, del mismo modo que han llegado para los nacionalistas revolucionarios de Italia y Alemania. La formación de las JONS y la unión con el grupo de Redondo tiene ya el aspecto de un compromiso con la realidad, el aire de un reconocimiento del fracaso inicial, si de lo que se trataba era de organizar una mínima estructura. Responden a esa capacidad de integración de diversas facetas del fascismo, que nos llevan a considerar a Ledesma el más acertado intérprete de lo que es un proceso de fascistización, de permanentes sumas, mutaciones y síntesis, en el largo proceso constituyente de cualquier fascismo de masas. Con todo, el carácter vanguardista, revolucionario puro, <<sansepulcrista>> de esta primera experiencia es ya muy discutible antes de la unificación con los seguidores de Onésimo Redondo. La virulencia anticomunista y, en especial, antiseparatista, es de una potencia inaudita, como lo es la defensa de valores tradicionales en los que cabe destacar la mitificación ruralista exhibida por hombres como Manuel Souto Vilas, Teófilo Velasco o Antonio Bermúdez Cañete. En esa actitud caben también los llamamientos que ya no se realizan exclusivamente a los sindicalistas <<nacionales>> de la CNT, sino a los jóvenes tradicionalistas, como se hará con ocasión de la muerte de Don Jaime. En los años que siguen al cierre de “La Conquista del Estado”, el mito revolucionario elaborado por Ledesma a la sombra del 14 de abril adquirirá su verdadera sustancia política y habrá de plantearse ya no como punto de agitación, sino como estrategia de intervención y de convergencia. La formación del primer partido fascista unificado, FE de las JONS. <<El año de 1933 es el verdadero año de las JONS. Durante él, se convirtieron en la bandera innegable de la juventud nacional, llevando a ésta a sus mejores luchas en pro de la Patria, de la liberación social del pueblo y contra el marxismo>>. De este modo presentó la importancia de aquel momento decisivo en el proceso de fascistización9. El cambio de circunstancias políticas, con el que ya había justificado la fundación de las JONS y la unión con el grupo de Onésimo Redondo10, había ido acompañándose del equilibrio entre la afirmación de la propia identidad revolucionaria y una creciente benevolencia ante el compromiso. Así se afirmaba la 9 ¿Fascismo en España? Madrid, Ediciones de la Conquista del Estado, 1935, p.91. Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, “La Conquista del Estado”, 21, 10 de octubre de 1931, p. 1. 10 7 distinción entre enemigos esenciales de la patria y aquellas corrientes conservadoras cuya base social debía ser ganada al nacionalsindicalismo. Una parte de las JONS había tenido responsabilidad directa en la preparación del golpe de Sanjurjo el agosto de 1932, y Ledesma sufrió unas semanas de cárcel por aquel episodio, ajeno a su escasa representatividad en la vida madrileña, pero no a la que podía tener Onésimo Redondo en la vallisoletana. 1933 no era solo el año del jonsismo. Era el de un impulso que afectaba al conjunto del espacio antirrepublicano español, cuya manifiesta diversidad interna no evitaba una conciencia común de hostilidad a lo que el régimen significaba. En tal marco de movilización de las clases medias católicas, agrarias y monárquicas, capaces de disputar el espacio público a las fuerzas de izquierda, el fascismo español pasaba a encontrar ese mutuo <<estado de disponibilidad>> que en toda Europa forjó complicidades intelectuales, acuerdos tácticos y, lo que resultaría más importante a medio plazo, el sentimiento de pertenencia a un mismo lugar cultural, en el que la presencia de un partido fascista dejó de ser aspiración de sus fundadores solamente, para ser también interés de la derecha en su conjunto. En aquel año se iniciaba una constante referencia a los movimientos y regímenes fascistas europeos como inspiración mística de un sector de la juventud, además de ser un marco institucional cuyas propuestas <<técnicas>> se apreciaban cada vez más positivamente11. La conciencia de la debilidad orgánica de las JONS y de un tiempo propicio para ampliar su influencia fue crucial en la clara reorientación política de Ledesma en los siguientes meses. Equipado ya con un ideario que había mantenido en una deliberada falta de concreción programática, pero también en una distintiva serie de afirmaciones terminantes, el dirigente zamorano no abandonó en ningún momento de su trayectoria su voluntad de construir un verdadero proyecto político. Su pragmatismo no quedaba desmentido por la virulencia de sus artículos, en los que se proyectaba precisamente aquello que el partido fascista podía y debía ofrecer a la totalidad de un espacio en proceso de fascistización. Así justificó la participación del jonsismo en el único número de El Fascio en febrero de 1933, y de igual modo estuvo dispuesto a publicar sus ideas sobre el Estado en “Acción Española”, mientras hacía participar a los militantes del partido en un acto de propaganda de agrarios y cedistas en Valladolid, declarando que su intervención en aquella jornada se realizaba sin acuerdo con los oradores 11 Sobre este proceso, F. Gallego, El evangelio…, pp. 155-176. También, E. González Calleja, Contrarrevolucionarios. Radicalización violenta de las derechas durante la Segunda República, 19311936, Madrid, Alianza, 2011, pp. 127 y ss. I. Saz ha analizado el juego de espacios compartidos y territorios en disputa en España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons, 2003. 8 derechistas, pero también sin hostilidad hacia ellos12. Si estas acciones correspondían a la necesidad de alcanzar una visibilidad unitaria, la creación de la revista “JONS”, que empezó a editarse en mayo de 1933, supuso el más valioso intento de fijar posiciones políticas del partido, alejándose del estilo puramente declamatorio de “La Conquista del Estado”. La publicación era una clara muestra del avance realizado por el jonsismo en su búsqueda de un espacio propio. Mostraba, en primer lugar, su diversidad interna, que combinaba la mística castellanista de Redondo con las colaboraciones más pragmáticas de los jóvenes cachorros de la burguesía vasca, José Félix de Lequerica o Josá María de Areilza, en temas como el separatismo o la organización del Estado sindical. Manifestaba, además, su clara visión del significado del fascismo europeo, con las noticias dadas acerca del nacionalsocialismo y con la traducción de textos de Mussolini, Spirito, Marinetti, Rizzi, Misiroli o Volpe. Señalaba, en tercer lugar, el deseo de marcar un territorio propio, alejado de las actitudes de la derecha tradicional, como lo subrayaban los artículos de Martínez de Bedoya o de Francisco Bravo. Afirmaba, por último, la reivindicación de los valores de la España imperial y de la actualidad del discurso regeneracionista. Junto a ello, los editoriales redactados por Ledesma subrayaban el perfil propio del fascismo: la síntesis entre lo nacional y lo social; una violencia distinta al golpe de estado; la movilización de las masas; la superación de las viejas fórmulas políticas; la lucha contra el separatismo y el comunismo; el mito de la revolución y la responsabilidad de una aristocracia juvenil en su triunfo. Ninguno de estos temas era nuevo, y tampoco lo era la forma de exponerlos. Lo que resultaba nuevo era el despliegue de estas reflexiones en el marco de un escenario inédito, en el que iba a configurarse el primer partido fascista unificado. La formación de Falange Española, y los pasos previos dados por quienes se agruparon en torno al liderazgo de José Antonio Primo de Rivera, es un elemento central de este cambio de escenario. No solo por el carácter <<fundacional>> que las reconstrucciones legitimadoras posteriores otorgarán al acto del teatro de la Comedia el 29 de octubre de 1933, sino, especialmente, por lo que implicaba que los falangistas renunciaran a una integración inicial en una organización ya existente como las JONS. La fusión entre el grupo de Ledesma y el de Primo de Rivera adquiere un sentido muy revelador si tenemos en cuenta cuál era la trayectoria recorrida por los futuros fundadores de Falange desde la proclamación de la república. El ingreso de José Antonio y sus compañeros en el área del fascismo, de un modo mucho más <<imitativo>> de lo que nunca fueron las JONS, es clara muestra del proceso de 12 ¿Fascismo…? pp. 86-90 y 99-100. Ideas sobre el Estado, “Acción Española”,24, 1 de marzo de 1933, pp. 581-587. 9 fascistización de la derecha radical. Para poner un relevador ejemplo, ni siquiera hace falta referirse a la militancia previa en organizaciones como la Unión Patriótica o la Unión Monárquica Nacional de algunos de sus más destacados dirigentes. Es mejor indicar lo que ocurre en el momento mismo de la formación del nuevo movimiento. José Antonio Primo de Rivera presentó su candidatura a las elecciones a Cortes de noviembre de 1933, integrándose en una lista ultraconservadora en la provincia de Cádiz, que contaba con personalidades de la derecha más dura de la zona, incluyendo a alfonsinos y carlistas. El desprecio por los procesos electorales y las afirmaciones de rebeldía nacional, tan líricamente manifestadas por José Antonio en el discurso de la Comedia, pueden contrastarse con sus declaraciones reaccionarias en la campaña electoral13. Si no es de extrañar que algún dirigente, como Santiago Montero Díaz, mostrara su absoluta oposición a la fusión de Falange Española y las JONS, tampoco debería extrañarnos que la inmensa mayoría de los cuadros de la organización la contemplaran sin objeciones. A fin de cuentas, las JONS distaba de ser el grupo de radicales sociales que una leyenda posterior ha construido. Además, en el caso del propio Ramiro Ledesma, el pragmatismo se imponía a cualquier tipo de reticencia purista. Aceptemos que, si alguien estaba en mejores condiciones que cualquier otro para ver la ausencia de antagonismos ideológicos entre Falange y las JONS, se trataba del principal teórico del nacionalsindicalismo. Como lo hizo el conjunto de la derecha radical española, que buscó en el falangismo los puntos que compartía con alfonsinos o carlistas, Ledesma saludó la formación del nuevo movimiento aludiendo a los puntos en común que el grupo de Primo de Rivera tenía con los postulados de las JONS. Sus críticas se dirigieron, en aquel momento, a la posibilidad de que el círculo de cuadros conservadores que rodeaban al joven líder no le permitieran orientar bien sus propuestas. Las que hizo tras el abandono del partido en 1935 se refirieron a la incapacidad falangista para hacer frente al peligro fundamental de la violencia roja, y a la brusquedad de un crecimiento inicial, que llevó a las orillas falangistas los restos del naufragio de la Unión Patriótica14. El frenético impulso a la organización jonsista realizado en los últimos meses de 1933, cuando la quiebra de la mayoría parlamentaria de izquierdas llevó al país a unas elecciones anticipadas, no era una 13 J.A. Primo de Rivera, Obras completas, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1945, pp. 125129. Primo de Rivera elogió, en un acto celebrado el 12 de noviembre, a sus compañeros de candidatura de un modo que debe compararse con sus condenas genéricas a las clases acomodadas en la retórica usual de la Falange. Literalmente, dijo: << nos clavaremos como resueltos centinelas para que no dé un paso más, ni un solo paso más, la revolución del 14 de abril de 1931>>. Y añadió: <<España, según nos dicen, ya no es católica: España es laica. Eso es mentira. No existe lo laico>>. Ante los problemas fundamentales de los hombres, >>contesta la voz de Dios, o contesta la voz satánica del antidiós, aunque sea disfrazada con la sonrisa hipócrita de don Fernando de los Ríos>>. 14 Declaraciones ante un discurso, “JONS”, 5, octubre de 1933, pp. 236-239. ¿Fascismo…? pp. 125-144. 10 alternativa a la confluencia con el nuevo movimiento falangista, sino la elemental prudencia para dotar a la propia organización de la mayor fuerza negociadora posible en el momento de la fusión. Al contrario de lo que suele decirse, la desconfianza podía llegar de quienes veían demasiados elementos de imitación de un proyecto extranjero en Falange, y no de quienes habían afirmado la radical españolidad de su propuesta. Será en el desarrollo posterior del ideario fascista español donde podremos encontrar algunos más que interesantes aspectos de conflicto, al irse acentuando el perfil de la revolución nacional como la reivindicación de valores permanentes de España, actualizados y situados en una nueva ocasión de primacía espiritual de aquella mentalidad con la que se construyó el imperio católico. Esa afirmación de una singularidad del nacionalsindicalismo en el campo europeo del fascismo habría de corresponder precisamente al proceso de fascistización de la derecha y al trayecto paralelo de integración del falangismo en la modernización del repertorio de principios y perspectivas tradicionalistas. En el momento en que se produjo la unificación entre las dos organizaciones y la formación de Falange Española de las JONS, la defensa de un territorio específico y la necesidad de integrar un solo movimiento político eran dos elementos compartidos por todos los que tomaron la decisión de constituir el nuevo partido. No creo que convenga seguir considerando, si lo que se quiere es comprender la dinámica del proceso de constitución del fascismo en España, que Ramiro Ledesma se enfrentó a la fusión con el objetivo de reorientar el discurso falangista hacia posiciones más acordes con la actitud revolucionaria del jonsismo. Eso es atribuir a ambos espacios –y, en especial, a las JONS- una homogeneidad discutible y, lo que es peor, una pertenencia de los seguidores de Ledesma al ala <<izquierda>> del fascismo, quedando los joseantonianos en una posición convencionalmente <<derechista>>. Es dudoso que tal tipo de categorías nos resulten de utilidad, en especial cuando tienden a confundir determinadas posiciones radicales con las actitudes más sensibles a las promesas de transformación social en el movimiento fascista. El radicalismo podía ir, como ocurrió en todas las experiencias europeas de este signo, por otros caminos que nada tenían que ver con los aspectos obreristas o de una genérica <<justicia social>>. Se refería, por ejemplo, a aspectos como la sistematización de la violencia, la visibilidad del partido en la lucha contra la revolución social y el separatismo, e incluso la afirmación de una estrategia de guerra civil, que podía implicar la bipolarización definitiva en la que el fascismo obtendría la hegemonía política en el campo de la contrarrevolución. El debate se refería al lugar que debía corresponder al fascismo en su lucha por el liderazgo político en una época de crisis. Y este conflicto es el que, lejos de dividir nítidamente a los pretendidos <<ideólogos esencialistas>> como Ledesma y a 11 los <<políticos pragmáticos>> como el grupo joseantoniano, llevaba a una compleja discusión sobre el carácter del partido fascista, la naturaleza del espacio contrarrevolucionario y el proceso de fascistización. En este debate adquiere verdadera consistencia histórica la personalidad del Ramiro Ledesma de 1931, porque es en el despliegue de su madurez como político con una verdadera responsabilidad pública donde podemos considerar adecuadamente la calidad de sus posiciones. Ledesma había asumido perfectamente cuáles eran los desafíos políticos a los que la fusión permitía hacer frente con mayores posibilidades de éxito. El primero, la necesidad de fijar un espacio ideológico propio, que afirmaba la indisoluble unión del nacionalismo y de la justicia social. El segundo, la obligación de dotar al nacionalsindicalismo de un instrumento político eficaz, un partido de vanguardia con línea de masas. El tercero, la conciencia de un cambio de ciclo europeo que se había iniciado con la crisis de los años Treinta y el acceso del nacionalsocialismo al poder. El cuarto, la quiebra de la mayoría republicana de izquierdas y la apertura de un proceso de definición de las diversas opciones de contrarrevolución española. La parálisis de FE de las JONS y la crisis del partido fascista. La definición de la naturaleza del partido fascista y de la estrategia de la revolución nacionalsindicalista dejaba de ser ahora un ejercicio teórico o literario. Para Ramiro Ledesma, lo que era urgente era fijar una identidad fascista que había de definirse en la capacidad de influir en los acontecimientos, y no en la mera exhibición de una retórica preciosista. En su análisis posterior de estos primeros meses del año crucial de 1934, el fundador de las JONS atacó duramente aquello que en Falange parecía ir elevando al rango de un carácter propio, de un perfil que permitía distinguirlo del resto de las fuerzas políticas en presencia: las constantes referencias al <<estilo>> y a la <<forma de ser>>, en una versión esteticista de la acción política que se alejaba del rigor de una propaganda sobria, atenta a los problemas concretos de las clases populares. Ledesma quería construir un partido vinculado a unos sectores determinados de las masas: los trabajadores capaces de librarse de la tutela sindical marxista o anarquista, por un lado; por otro, las clases medias urbanas, con especial atención a los sectores juveniles universitarios. José Antonio Primo de Rivera se empeñaba en fabricar una <<presencia>> moral, una <<actitud>> patriótica, un <<estado de ánimo>> regenerador de los valores tradicionales en masas juveniles sometidas a un proceso exigente de disciplina y servicio. Si Ledesma deseaba formular el lugar específico de un partido fascista en la constitución de un amplio movimiento nacional, Primo de Rivera pretendía hacer de Falange 12 una plataforma ejemplar, desde la que se llamara al reencuentro de los españoles en una tarea común, la <<unidad de destino en lo universal>>. El resultado no fue el enfrentamiento inevitable entre el nacionalsindicalismo revolucionario de Ledesma y las posiciones más moderadas de Primo de Rivera, sino el conflicto radical entre el pragmatismo de un dirigente político y la insularidad autocomplaciente de un caudillo moralista. Cuando aquel enfrentamiento se resolvió con la escisión de enero de 1935, el resultado fue la asunción por Falange de unas preocupaciones estratégicas y una urgencia revolucionaria que daban la razón a lo sugerido por Ramiro Ledesma, aunque presentado con la proyección carismática y la confianza de los sectores conservadores españoles que formaban el principal patrimonio de Primo de Rivera. Así lo reconoció el propio fundador de las JONS, al analizar cuáles eran las posibilidades del fascismo español a fines de 1935. En su más que autorizada opinión, Primo de Rivera había logrado adecentar la disciplina orgánica, asegurar un liderazgo personal integrado en la visibilidad creciente del falangismo, afirmar el espacio preciso de un nacionalsindicalismo revolucionario, y asegurar su lugar en el marco de la fascistización de la derecha. Su reproche a la propuesta del Frente Nacional realizada por Falange en noviembre de 1935 respondía a los temores de una entrega del partido a los sectores reaccionarios dominantes en la opinión pública. Pero no era una recriminación genérica a la necesaria convergencia de los diversos grupos antimarxistas y antirrepublicanos. Se trataba, en todo caso, del miedo a que tal aproximación se realizada a expensas de la hegemonía fascista. Su calificación de Falange como un partido fascistizado más, nos proporciona una idea precisa de lo que Ledesma entendía como el proceso constituyente del fascismo español y de la relación que ello había de tener con el conjunto de los sectores contrarrevolucionarios15. A un hombre con la formación de Ramiro Ledesma, que había hecho un notable esfuerzo para construir la imagen de un líder político con formación cultural, pero alejado de las actitudes contemplativas de los intelectuales tradicionales, debían resultarle especialmente penosas las formulaciones del ideario del partido, especialmente cuando la revista “JONS” fue silenciada por el ministro Salazar Alonso y por las dificultades económicas que sufría. Los editoriales sin firmar de Rafael Sánchez Mazas en el semanario”F.E.”. eran buena muestra de lo que, tolerado como la actitud de algunos sectores católicos, clasicistas y tradicionales en todas las organizaciones fascistas, pasaba a convertirse en la línea de flotación ideológica del 15 Ibid., pp. 222-226. 13 nuevo partido unificado16. Esta presentación del proyecto nacionalsindicalista, unida a la costumbre de realizar los actos públicos en pequeñas concentraciones campesinas, inquietaba ya a quien consideraba indispensable ir asentando un discurso más actualizado, que asumiera el pasado imperial español sin necesidad de sumirse en una palabrería testimonial, y dispuesto a crear un nuevo perfil de vanguardia política, que superara cualquier aspecto de corte literaria o de mero desplante de intelectuales en rebeldía. Al elogio del Sindicato Universitario Español como zona más prometedora de la militancia fascista, Ledesma había de añadir la necesidad de atender a las demandas de las clases medias urbanas y de adquirir aquello que se esperaba de un partido fascista: la disciplina militarizada de un proyecto capaz de hacer frente con una violencia sistemática a la amenaza de la revolución social. La mística de la revolución nacional debía ponerse al servicio de una clara percepción del partido por aquellos sectores que en el futuro había de conseguir representar. Y tal prestigio en los medios populares de la derecha no podía lograrse mediante la pura y simple presentación de una formación mimética, cuya fuerza persuasiva dependiera, en su mayor parte, de los avances logrados por el fascismo en el continente europeo. En los últimos números de la revista “JONS”, en mayo y agosto de 1934, Ledesma publicó sendos artículos dirigidos precisamente a compensar la carencia de estrategia que sufría el partido recientemente unificado17. Ambos textos completaban el discurso con el que Ledesma había intervenido en el acto público de Valladolid que celebraba la fusión de Falange y de las JONS, el 4 de marzo. En aquella ocasión fundamental el líder jonsista se había referido a la necesidad de exaltar la tradición imperial española sin ser presa de una contemplación estática del pasado. El nacionalsindicalismo había de construir su propia tradición, arraigada en la honda españolidad de los símbolos con los que se había formado como fuerza política. A la defensa de la unidad de la <<primera nación moderna que se constituyó en la historia>>, amenazada ahora por una sistemática tarea de disgregación, debía sumarse el esfuerzo por incorporar a las masas a un ideal de revolución nacional. Sin ella, el antimarxismo indispensable para aquellas horas carecía de capacidad de persuasión. Y, para ella, se precisaba una movilización que en nada temiera el uso de una violencia implacable, una lucha a muerte contra el socialismo18. Ramiro Ledesma precisó estas reflexiones en los artículos 16 Un buen análisis de estos editoriales puede leerse en F. Morente, Rafael Sánchez Mazas y la esencia católica del fascismo español, en M.A. Ruiz Carnicer (ed.), Falange. Las culturas políticas del fascismo en la España de Franco (1936-1975), Zaragoza, Actas, 2013, pp. 109-141. 17 Examen de nuestra ruta, “JONS”, 10, mayo de 1935, pp. 97-101; Los problemas de la revolución nacional-sindicalista, “JONS”, 11, agosto de 1935, pp. 145-149. 18 Discurso de Ramiro Ledesma Ramos en el mitin de Falange Española de las JONS celebrado en Valladolid, “JONS”, 9, abril de 1934, pp.58-62. 14 citados, que se redactaron cuando la exasperación del fundador de las JONS crecía ante el estancamiento del nuevo partido. El primero de ellos fue una defensa de la revolución nacional, sospechándose que ni siquiera todos los militantes comprendían su carácter de mito aglutinador, recurso técnico eficaz y acción urgente ante la cercanía de una revolución socialista. Lo que permitiría avanzar al fascismo no era <<una persuasiva llamada retórica>>, sino la violencia ruptura política. El partido había de mostrar una alternativa movilizadora a las masas desorientadas y apocadas por la inmediatez del marxismo. Frente a quienes pudieran oponer la tradición española a la nueva doctrina de la revolución nacional, se señalaba que la España del siglo XVI había dado ya soluciones totalitarias a la crisis de su época, y la construcción de un Estado totalitario era la forma de expresar una mayor lealtad a la vigencia de aquella tradición española, muy distinta al afrancesamiento borbónico del carlismo y del neotradicionalismo alfonsino. La revolución nacional era la superación de unas izquierdas antinacionales y unas derechas antisociales, en un proyecto de síntesis que ya había encontrado su ruta ejemplar en el fascismo italiano y en el nacionalsocialismo alemán. El sujeto de la revolución era la juventud que había roto con las doctrinas burguesas y reformistas, dispuestas a una violencia sin cuartel contra los enemigos de la patria y de la justicia. En el último de los artículos publicados, Ledesma insistirá en el lugar específico del partido fascista, al que correspondía fijar la exclusiva adhesión a un nuevo Estado totalitario y la no menos exclusiva identidad antimarxista, antiseparatista y popular. Para asegurar este perfil propio, el nacionalsindicalismo había de dotarse de una idea precisa de la violencia organizada, que no podía reducirse a la apresurada formación de milicias ni a actitudes que desconocieran las condiciones estructurales del Estado a destruir y de sus dificultades de coyuntura. La técnica revolucionaria no podía asumir <<la violencia descarada en todos los frentes>>, ni podía prescindir de un análisis concreto de las circunstancias en que se desarrollaba la crisis política española. Aunque se dejara para las reflexiones de los dirigentes las decisiones a tomar en un tema tan complejo, se advertía de que <<hemos de proyectarnos sobre los puntos vitales de la vida nacional, influyendo en ellos y controlando sus latidos. Sin olvidar que a la conquista del Estado por nosotros tiene que proceder su propia asfixia>>. No pudo continuar sus reflexiones el dirigente zamorano, al clausurarse la revista en vísperas de un otoño crucial para el régimen y para el partido fascista. Sin embargo, el desarrollo de la crisis de octubre de 1934, que coincidió con el I Consejo Nacional, habría de clarificar lo que en estas afirmaciones pudiera haber quedado en la ambigüedad. La opinión que Ledesma tuvo de aquel ciclo fundamental fue expuesta en el análisis minucioso realizado 15 por Ledesma solo un año más tarde19. Difícilmente puede seguir sosteniéndose una visión de ideólogo alejado de la realidad o de representante de un sectarismo vanguardista tras leer la extensa reflexión que Ledesma redactó, en un texto que él mismo debía comprender como definitivo ajuste de cuentas con una etapa de su vida. En estas páginas, encontramos al Ledesma pragmático, estratega, esforzado analista de una correlación de fuerzas y de una coyuntura revolucionaria propicia. Un Ledesma que se inclina por un partido de masas, necesariamente heterogéneo, capaz de asimilar las diversas energías que pudieran ir construyendo el centro de un campo magnético nacionalista. Si, en las reflexiones de la primavera y el verano, Ledesma había acentuado en su propia revista la necesidad de afirmar la independencia ideológica, política y orgánica del partido, en el relato de los hechos que trazó a fines de 1935 el conflicto adquiere otras dimensiones, más pegadas a las necesidades de coyuntura y más atentas a la definición del lugar del partido, una vez se da por hecho su perfil revolucionario nacionalsindicalista. Fundamental es, a este respecto, la definición del partido fascista como organización de masas, frente a las tentaciones sectarias del grupo de José Antonio. La negativa a aceptar la militancia de Calvo Sotelo se contempló como una contradicción en la conducta de Falange, teniendo en cuenta cuál era el origen de buena parte de sus cuadros. Del mismo modo, se analizó benévolamente la impaciencia de quienes, como Juan Antonio Ansaldo, estaban más dispuestos a entender el partido como milicia de choque. Ledesma había afirmado una cuestión fundamental: no se trataba de asignar a un grupo u otro del partido la violencia escuadrista, sino de presentar al fascismo en su conjunto como una forma de organización y legitimación de la violencia. Las actitudes combativas de Ansaldo le podían resultar erróneas, y más aún sus intentos de llevar adelante un combate fraccional que pusiera en duda la disciplina del partido. Sin embargo, no existía ningún reproche a las posiciones monárquicas y reaccionarias del personaje. Por el contrario, tales actitudes debían ser aprovechadas para reforzar el movimiento fascista, como había ocurrido en toda Europa. Evitar que la línea de estos núcleos reaccionarios se adueñara de la organización no suponía excluirlos, sino disciplinarlos y aprovechar la representación social y la dinámica antimarxista que pudieran ofrecer. Las valoraciones sobre los casos de Calvo Sotelo y Ansaldo pasaron a completarse con una reflexión más general sobre el carácter de la organización. El partido fascista solamente podía ser un partido de masas, lo cual implicaba contemplar su despliegue como sucesiva incorporación de quienes procedían de todos los sectores ideológicos de la derecha radical, evitando una selección abusiva que 19 ¿Fascismo…? pp. 158-221 16 abortara la capacidad movilizadora y con afán de hegemonía que se deseaba para Falange de las JONS. Todas estas cuestiones iban analizándose mientras se mostraba la preocupación por la pasividad del partido para afrontar una coyuntura favorable, expresada por la agitación separatista, la oleada de huelgas y la amenaza de una revolución social. Esas eran las condiciones en que los fascistas habían de estar presentes, siendo percibidos como la fuerza dispuesta a ejercer, al mismo tiempo, de defensora del orden contra la subversión y de protagonista de una mística revolucionaria alternativa. Especialmente significativa es la referencia a la huelga general de Zaragoza y la propuesta de enviar una columna de fascistas a aquella ciudad, acción que debía financiarse con el apoyo de los sectores empresariales. El escuadrismo como intervención singular de los nacionalsindicalistas en los conflictos de clase, imponiendo una <<lógica nacional>> a su desarrollo, nos indica la forma en que Ledesma comprendía la ganancia de visibilidad política del partido, su exclusivo uso de la violencia contra la revolución y la clara distinción entre opciones políticas amigablemente superadas, en la derecha, y enemigos esenciales a liquidar, en la izquierda20. Pero el momento crucial en este punto de la trayectoria de Ledesma fue la revolución de octubre de 1934 y el I Consejo Nacional que coincidió con ella. La escisión de comienzos de 1935 fue presentada en su momento –y ha sido reiterada en la mayor parte de la historiografía21- como la frustración de Ledesma ante la elevación de Primo de Rivera a la dirección cesarista del partido. Pero lo que se produjo fue la coincidencia entre la asunción de la Jefatura Nacional por José Antonio y la incapacidad de la organización para aprovechar un momento crítico, en el que el fascismo español había de haber logrado ensanchar su base política y su perfil de fuerza indispensable para acabar con el régimen republicano. Ante la sublevación socialista y el movimiento separatista en Cataluña, el partido fascista había de situarse ante dos tareas complementarias: de entada, ofrecer la máxima colaboración al gobierno de Lerroux y Gil Robles para restablecer el orden. Además, convertir esa misma participación principal en el restablecimiento del orden público en la base para el desbordamiento de la mayoría gubernamental. La subversión en dos aspectos esenciales de la conciencia nacional había de llevar a que el fascismo se desarrollara en su doble condición de fuerza de represión y movimiento revolucionario. Para ello, podía contar con una opinión 20 Ibid., pp.169-170. Salvo en I. Saz, Algunas acotaciones a propósito de los orígenes, desarrollo y crisis del fascismo español, “Revista de Estudios Políticos”, 50 (1986), pp. 179-211. Véase también, L. Rodríguez Jiménez, Historia de Falange Española de las JONS, Madrid, Alianza, 2000, pp.182-192 y J.M. Thomàs, Lo que fue la Falange, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, pp. 40-50. 21 17 pública burguesa aterrorizada, con los altos mandos del ejército y con los oficiales más jóvenes, cuyo patriotismo podía permitirles superar las posiciones reaccionarias, asumiendo el mito de la revolución nacional. La decepción ante la actitud de un Primo de Rivera que se limitó a ofrecer sus servicios al gobierno, incapaz de tomarle el pulso a la coyuntura y de dominar los tiempos de la crisis, dejó al partido con las manos vacías, sin el prestigio que podía haberle dado una acción propia, inserta en el marco de una gran contrarrevolución apoyada por el ejército. Incluso en caso de fracasar - señalaba un pragmático Ledesma-, quizás pensando en otras intentonas fallidas en Europa, tal derrota sería mucho mejor que la invisibilidad y la dejación de responsabilidades. Fueron estas las condiciones en que el liderazgo absoluto de Primo de Rivera resultó ya intolerable, suicida para el futuro del partido fascista, base de su inminente disgregación. Sin que podamos saber las condiciones exactas del debate entre los sectores descontentos, el impulso hacia la escisión y la refundación de las JONS se expresaba como recuperación de un espacio orgánico cuyas principales orientaciones habían de partir de las lecciones del fracaso de octubre de 1934. El último Ledesma. Las esperanzas de obtener el apoyo de, por lo menos, los núcleos originales de las JONS, resultaron frustradas por la imposibilidad de arrastrar a la ruptura orgánica al grupo de Valladolid. Y esta carencia no pudo compensarse con la adhesión a los escindidos del importante activísimo del SEU o de la débil organización sindical del partido, al fracasar Ledesma en la obtención del apoyo de ambos sectores. El esfuerzo propagandístico de los escasos compañeros que le siguieron se realizó en condiciones desiguales, con una opinión conservadora –la misma que había tratado de ganar Ledesma a una visión complaciente del fascismo- que no podía entender las dificultades que se creaban al conjunto de la contrarrevolución en una coyuntura tan difícil como aquella. A pesar de la ayuda recibida por algunos sectores alfonsinos para sacar a la luz un semanario, la competencia entre las dos organizaciones correspondía a un debate interno cuya sutileza escapaba a quienes, en caso de entenderlo, preferían que no triunfara una posición que deseaba guardar el equilibrio entre compromiso contrarrevolucionario y salvación de la identidad política del fascismo. Por tanto, el aislamiento de Ledesma se propiciaba por la hostilidad de los elementos más sectarios de Falange y, al mismo tiempo, por los temores de la derecha radical española a que el partido fascista pudiera adquirir la firmeza de una autonomía y la flexibilidad de un proyecto con ambición hegemónica. La radicalización de Ledesma hacia posiciones más duras, su 18 reclamación de ostentar el único espacio verdaderamente revolucionario, su pretensión de disponer de la exclusiva del discurso nacionalsindicalista, respondían a ese giro hacia la afirmación de la diferencia que sigue a las crisis orgánicas de este tipo. A los pocos meses, parecía ya evidente que los esfuerzos de Ledesma para refundar las JONS carecía de posibilidades. El cierre de su efímero semanario, “La Patria libre” y el traslado de la organización a Barcelona son indicadores claros de lo que culminaría en el abandono de la política de partido propiamente dicha. Cuando llegó a su final el año 1935, Ledesma acabó su crónica del fascismo español aceptando su derrota frente a Primo de Rivera. Incluso llegaba a afirmar que no deseaba disputarle el terreno de un fascismo que ya no satisfacía los objetivos de un nacionalsindicalista. <<A Ramiro Ledesma y a sus camaradas les viene mejor la camisa roja de Garibaldi que la camisa negra de Mussolini>>22. En realidad, las condiciones de fascistización que estaban dándose en el país parecían cumplir precisamente las expectativas de Ledesma en su conflicto con Primo de Rivera. Tras afirmar con energía un espacio propio, Falange de las JONS iba a tratar de obtener una alianza con el populismo católico cuya expresión electoral se frustró por las exigencias excesivas de un partido fascista aún muy minoritario. Sin embargo, las condiciones políticas del final del invierno y de la primavera fueron cambiando la correlación de fuerzas en el campo contrarrevolucionario. La agitación y violencia que siguió a la derrota de las derechas, la crisis del liderazgo de Gil Robles y la percepción creciente de un enfrentamiento bipolar destinado a una lucha armada, colocaban al partido fascista en la situación de una creciente congruencia entre sus fórmulas ideológicas, políticas e incluso simbólicas, y la crisis nacional que se estaba desarrollando. Si hemos de preguntarnos por el significado de las palabras de Ledesma en noviembre de 1935 -con la prudencia indispensable al ignorar cuál habría sido su posición de haber estado en un lugar distinto a Madrid en el verano de 1936-, lo que nos sugieren es la reafirmación de un ideario nacionalista, juvenil, actual, violento y de masas que no puede identificarse con un simple retorno a las posiciones del dirigente zamorano en la primavera de 1931. O que, en caso de tener este sentido, se refiere al despliegue de aquello que se encontraba aún por madurar en las posiciones fundacionales de las JONS. Ledesma no ha dejado de ser un nacionalsindicalista. Pero lo que puede encontrarse es el paso de un nacionalismo revolucionario al nacionalismo popular, en el que adquiere una mayor insistencia, frente a la consigna del Estado totalitario, la del Estado <<de todo el pueblo>>y la <<comunidad de 22 ¿Fascismo…? p. 226. 19 todo el pueblo>>, que no era solo herencia o destino, sino también, y sobre todo, voluntad y proyecto23. Lo que planteó Ledesma en el principal de sus trabajos teóricos de aquel año24 fue una propuesta de nacionalización de las masas españolas, cuya responsabilidad había de caer en una juventud activa y actual. El discurso, que compartía tantos elementos con los diagnósticos de Valois, de Brasillach o de otros miembros del inconformismo nacionalista francés, suponía también la recuperación del impulso regeneracionista en el que se formó su pensamiento en los años Veinte, al calor del 98 y de Ortega25. En su ambición de diagnóstico de una crisis de época que exigía una actitud congruente con el espíritu del tiempo, la reflexión era un singular esfuerzo para hacer del nacionalsindicalismo el estuario final de unos valores imperiales derrotados –pero no decadentes-, un desaprovechado siglo XVIII y un estéril conflicto entre izquierdas antiespañolas y derechas antimodernas en el XIX. Ante el débil sentimiento nacional de los españoles, solo cabía la fuerza expeditiva de una ofensiva nacionalista y popular, capaz de fabricar una mística comunitaria que se asociara a la solución de los problemas sociales del país. La afirmación de una moral nacional no se hacía a costa del catolicismo, sino a expensas de un clericalismo que había identificado los valores católicos esenciales para España con los intereses institucionales de la Iglesia y con el integrismo confesional. La nación a construir, regenerando aquella sustancia histórica extraviada en los tiempos de derrota militar y neutralización ideológica, exigía ponerse a la altura de un tiempo nuevo y asumir las experiencias que en toda Europa señalaban los caminos de una alternativa política y cultural nacionalista. ¿Era esto una revisión de sus posiciones en la lucha política diaria, cuando durante unos pocos años trató de construir un partido fascista español? ¿Gira Ledesma hacia un nacionalismo regeneracionista poco definido? ¿Se balancea en la ambigüedad de una entrega a cualquier ambición renovadora y juvenil? ¿O despliega con toda su abundancia ideológica los recursos de las posiciones exhibidas en la primavera de 1931? Creo que lo más acertado es aceptar esto último, por respeto a la coherencia de una breve e intensa trayectoria vital e intelectual. Una trayectoria en la que Ledesma introdujo muchos más elementos de realismo y sentido estratégico de lo que se suele aceptar. Y que planteó, además, el equilibrio entre construcción del mito revolucionario fascista y de la organización de un gran espacio contrarrevolucionario. Ese factor correspondía a todas las experiencias europeas, incluyendo la que se dio en España en los años de la guerra civil y la inmediata posguerra. 23 R. Ledesma, La comunidad de todo el pueblo, “La Patria libre”, 5 (16 de marzo de 1935), p. 4. Discurso a las juventudes de España, Madrid, Ediciones de La Conquista del Estado, 1935. 25 Para un comentario más extenso, vid. F. Gallego, El evangelio…, pp. 317-329. 24 20 21