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Psicología La conducta humana

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Psicologia
temas
psicología
La conducta
humana
José Töpf
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Töpf, José
Psicología : la conducta humana / José Töpf. - 1a ed. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : Eudeba, 2020.
Libro digital, PDF - (Temas-psicología)
Archivo Digital: online
ISBN 978-950-23-2991-8
1. Psicología. I. Título.
CDD 150
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
1º edición: marzo de 2020
© 2020
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
Diseño de tapa: Juan Cruz Gonella
Corrección y composición general: Eudeba
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A la memoria de Rodolfo Bohoslavsky
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Índice
Ruptura con la psicología de la conciencia
y con el método de la introspección ........................................ 9
Conceptos teóricos fundantes de una psicología
de la conducta humana ....................................................... 17
La búsqueda de un objeto de estudio que posibilite
una psicología “científica” ..................................................... 21
La conducta como unidad de análisis y el método objetivo:
observación, medición, reproductividad y predictibilidad ..... 25
Esbozo de las corrientes objetivas en psicología ................. 25
Antecedentes del conductismo en el desarrollo
de la biología ....................................................................... 31
Antecedentes próximos del conductismo
en la psicología animal ......................................................... 35
Las formulaciones de la escuela conductista ........................... 39
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El modelo E-R (estímulo - respuesta). El Conexionismo ........ 41
El problema de las emociones ............................................... 47
El neoconductismo
Conductismo molar o intencional ........................................ 51
El papel del significado y de la intención en la valoración
de los estímulos y de las respuestas .................................. 55
Conceptos conductistas del aprendizaje ................................ 65
Psicología de la Conducta no Conductista
Intentos de integración teórica de una psicología
de la conducta en nuestro país ........................................ 81
Unidad y pluralidad fenoménica de la conducta ................... 85
Bibliografía ......................................................................... 93
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Ruptura con la psicología de la conciencia
y con el método de la introspección
Cada ciencia o cada enfoque teórico dentro de las
ciencias construye su objeto teórico progresando por crisis, rupturas y síntesis de pensamientos anteriores.
Respecto de la psicología, ésta se fue constituyendo a partir de anteriores enfoques filosóficos, a la vez
que intentó hallar su especificidad emancipándose a su
vez del campo de la neurofisiología.
Hacia fines del siglo XIX ese cuerpo teórico se hallaba abocado al estudio de los fenómenos de conciencia
en cuanto a su objeto, implementando la introspección
en lo que se refiere a método. El mundo material era
concebido como una organización de partículas, por lo
que la ciencia adoptó el modelo elementalista y
asociacionista, o sea buscadora de elementos básicos y
sus leyes de asociación. Toda ciencia, siguiendo este
modelo, evidentemente basado en los crecientes estudios
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de la física y de la química, necesitaba –como una petición de principios– hallar los elementos últimos en su
esfera de conocimiento y el modo como éstos se
interrelacionan.
La psicología pasó así por un largo y fructífero período de estudio de lo que se dio en llamar lenguaje, las
funciones psicológicas –sensaciones, percepción, memoria, pensamiento, voluntad–, en la suposición de que
éstos eran los elementos básicos del comportamiento, y
de que estos elementos básicos últimos, asociados, darían cuenta acabada del modo de ser de las personas.
Concepciones posteriores nos permiten entender que la
conducta es una unidad en sí, producto de una persona
única e irrepetible. Si bien de esos comportamientos
singulares podemos, por un proceso de abstracción y de
generalización, encontrar modos constantes de conducta para todas las personas en determinados grupos
socioculturales. Entonces, sólo por medio de un proceso intelectual podemos recortar de esas constantes del
comportamiento los aspectos que hacen, por ejemplo,
al reconocimiento del mundo y de sí mismo y llamar a
ello Percepción; o recortar los aspectos que hacen a la
resolución de problemas y llamar a ello Inteligencia, o
recortar los aspectos que hacen al recuerdo de hechos
sucedidos y llamarlo Memoria. Esta idea de que la unidad de análisis primera es el conjunto, y que de él se
desglosan los elementos del sistema es, como dijimos,
una concepción posterior, que no surge como podría
suponerse de las ciencias sociales, sino precisamente de
las ciencias naturales.
El saber científico no es saber definitivo, sino saber
provisionalmente verdadero. Tampoco las ciencias son
producto de un pensador original y único, sino que es
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un saber colectivo que se va gestando hasta que algunas
mentes lúcidas lo formulan de un modo explícito. Asimismo, el saber no se halla disperso y compartimentado,
sino que los hallazgos en un área generan transformaciones que finalmente modifican el modo de pensar en
otras áreas.
No es de extrañar entonces que una tradición racionalista como es la de Occidente, en la que el pensamiento griego se prolonga en el concepto de alma del
cristianismo, desemboque finalmente en filosofías y psicologías que hacen de la mente y de la conciencia su
centro de interés. Incluso el psicoanálisis, centrado en
el estudio de los fenómenos inconscientes, fue en su origen tarea de una mente racionalista y de un proyecto
racionalista: la suposición de que la indagación y
explicitación de los fenómenos inconscientes convertiría a éstos en conscientes, y que así podrían ser recuperados para el control racional de los actos.
En la misma época surgieron en Europa el Psicoanálisis y en los Estados Unidos la Psicología Conductista.
Esta última se propone construir una psicología como
ciencia natural. Es decir, una ciencia no basada en especulaciones teóricas o en la introspección sino en la observación de los hechos. Si bien hoy sabemos que en ningún
caso puede haber observación objetiva, puesto que la participación de la subjetividad del observador se halla siempre presente, en aquel entonces una psicología basada en
la observación de unidades de conducta presuntamente
medibles, verificables por un observador externo y capaces de ser repetidas experimentalmente parecía ser el desiderátum de lo que debía ser una psicología científica.
Así nace el Conductismo, escuela fundada –como
dijimos– por el psicólogo estadounidense John Watson,
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la que se inscribe plenamente en las llamadas escuelas
objetivas de Psicología, y cuyos postulados y posteriores
desarrollos veremos en este escrito.
¿Por qué hemos mencionado nuevamente el problema de cómo entender la ciencia, y el de la construcción de teorías a partir de la confrontación con postulados o paradigmas anteriores?
Porque el conductismo watsoniano, precisamente a
través de lo que se llamó el “Manifiesto Conductista”, se
postula como posición esencialmente científica y objetiva.
Conviene recordar entonces que esa formulación ha
de ser entendida en el contexto del concepto de ciencia
de aquel entonces y no en el actual. Y no se trata de que
la comunidad científica contemporánea sea menos rigurosa, sino que, al parecer, se encuentra en mejores
condiciones de opinar acerca de la verdadera posibilidad de conocer la realidad.
Respecto de la constitución del paradigma
conductista, dijimos que la psicología anterior se centraba en los problemas de conciencia, en cuanto al objeto, y en la introspección en cuanto a método. El
conductismo formula una postulación opuesta: la psicología ha de ser científica, y para ser científica ha de
ajustarse a los criterios y métodos de las ciencias biológicas y de las físico-químicas. Su objeto, para que sea
medible, observable y verificable debe ser un objeto ajeno al informe introspectivo de los sujetos. No puede ser
otro, entonces, que la conducta, y su método, está implícito en lo que decimos, es la observación.
Digamos antes que en nuestro medio, en el que
algunas escuelas de psicoanálisis han tenido gran desarrollo, hasta llegar a constituirse en lo que se dio en
llamar la Escuela Argentina de Psicoanálisis, por la
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originalidad y calidad de los trabajos aquí publicados,
existe escasa tradición por los postulados del
conductismo, sobre todo en lo que hace a sus primeras
formulaciones; en cambio, en otros países de América y
de Europa no es así. El auge de una teoría en determinado medio cultural se debe a una suma de factores que
hacen a sus condiciones socioeconómicas y culturales, a
la idiosincrasia y al pensamiento de un pueblo, a algún
hecho azaroso, pero por sobre todo a la permeabilidad
que esa comunidad tiene hacia determinada cosmovisión.
Evidentemente, la tradición filosófica estadounidense, el peso del Funcionalismo en su psicología y el énfasis
de posiciones pragmatistas, encaminadas al logro de resultados eficaces, son algunos de los datos que explican el
gran desarrollo teórico y la divulgación que allí tuvo esta
escuela. Si bien en otros contextos culturales el
Conductismo no tuvo un arraigo semejante, sus postulados primeros y la idea de construir una psicología centrada en el concepto de conducta en sentido amplio –para
cuya comprensión se recurriese a los aportes del psicoanálisis, la psicología de la Gestalt, la psicología cognitiva,
la psicología social y la antropología– pareció brindar la
base para la construcción de un cuerpo teórico integrado.
El desarrollo de esta concepción, que no es específicamente conductista, alrededor de los años sesenta, hizo
que el pensamiento psicológico en Occidente se basase
en postulados sostenidos por el Conductismo. En nuestro medio, a partir de las reflexiones de Enrique Pichon
Rivière y de su grupo inicial de discípulos se gestó un
intento de construir una psicología de la Conducta de
base psicoanalítica, siguiendo ideas del psicoanalista francés Daniel Lagache, retomadas aquí también por el doctor José Bleger, discípulo de Pichon Rivière y uno de los
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primeros maestros de las entonces incipientes carreras
de Psicología de Rosario y Buenos Aires. Fueron años
signados por la preocupación de hallar nexos o puntos
de encuentro a partir de postulados originados en diversas corrientes de pensamiento.
Posteriormente pareció que esa integración podía
ser epistemológicamente discutible, pero sigue vigente el anhelo de una comprensión multidisciplinaria del
hombre y la posición de apertura hacia las diferentes
formas de pensar los hechos. A esa actitud
antidogmática y creativa queremos honrar al dedicar
este texto a la memoria de un entrañable amigo y colega, el Lic. Rodolfo Bohoslavsky, a quien interesaban
estos temas y que fue uno de los primeros profesores
psicólogos que tuvo nuestra Carrera. De una de sus
clases, de 1968, transcribo: “Hay un psicólogo que nadie cita sin aclarar que no está totalmente identificado
con él. Que nadie cita sin un poco de vergüenza, pero a
este psicólogo se le debe lo que la psicología contemporánea
es. Quienes citan a Watson se sienten en la obligación de
aclarar que no son conductistas a la manera de éste. Pero
también es cierto que no hay psicólogo argentino que no
sea conductista, en forma explícita o no”.
La afirmación primera sigue siendo vigente. La afirmación última fue válida para el momento en que se dijo,
porque el pensamiento psicológico que le era contemporáneo participaba del intento de construir una psicología
psicoanalítica basada en el concepto de conducta. No podemos afirmar todavía que otro enfoque teórico sea más
verdadero o haya demostrado mayor eficacia, pero sí es
visible cómo postulados unánimemente aceptados por una
comunidad profesional en pocos años pierden vigencia para
gran parte de ella.
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Este es el tipo de procesos al que nos referimos al
describir las crisis, confrontaciones o nuevos puntos de
vista en el nacimiento o el desarrollo de las ciencias en
general y de las escuelas psicológicas en particular, de
algunas de las cuales nos ocupamos aquí.
Son crisis de avances y retrocesos, hasta que se delinea una forma de pensar provisionalmente más válida, o
más acorde con su momento histórico; forma de pensar
que surge precisamente porque hubo otra idea, en su
momento cierta y valorada, a la cual pudo oponerse.
En cuanto a los nuevos enfoques del Conductismo
–después de su evidente crisis teórica–, han cobrando mayor desarrollo, nuevamente integrados al concepto de personalidad, de raigambre psicoanalítica. Esto es así también en nuestro medio, donde sus aplicaciones técnicas
empiezan a ser admitidas a veces como formas de elección para resolver algunos padecimientos que no remiten
con otras técnicas, o en situaciones en las que urge la
resolución de síntomas.
Las terapias para contrarrestar hábitos y reaprender
comportamientos –sean alimentarios, de ingesta de alcohol, compulsión al uso de drogas, modificación de
conductas sexuales– suelen basarse con frecuencia en métodos que derivan de este enfoque teórico.
Estas terapias están centradas en la corrección de
comportamientos inadecuados o perniciosos, o sea en la
corrección de síntomas. Una concepción pragmática,
como ya vimos, que a veces se apoya en técnicas que
hasta pueden parecernos pueriles, pero que suelen ser
eficaces. Hay en ellas implícita una suposición, la de
que la supresión de un síntoma implica o promueve necesariamente un cambio estructural del psiquismo.
Aunque así no fuese, conviene no apresurar una opinión
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peyorativa, porque la supresión o no de un síntoma puede ser esencial para la calidad de vida de una persona.
Desde el punto de vista de su desarrollo teórico, en
el Conductismo hallamos dos períodos que llamaremos:
a) el del conductismo clásico, metodológico primero y
radical después, b) el neoconductismo. Los desarrollos
actuales de esta escuela suelen mencionarse como
conductismo de tercera generación. Pero antes nos detendremos en el origen de algunas ideas básicas de la
psicología contemporánea entendida como estudio de
la conducta en sentido amplio.
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Conceptos teóricos fundantes de una
psicología de la conducta humana
La psicología entendida como estudio de la conducta humana, en su sentido amplio, supone desarrollos que
se originan en, por lo menos, cuatro líneas fundantes.
Una de ellas es la de Brentano, que escribió hacia
fines del siglo pasado. En 1889 planteó que para diferenciar los fenómenos psíquicos de los fenómenos físicos cabía destacar que los primeros siempre están referidos a un objeto. Es decir que se caracterizan por su intencionalidad, y así un fenómeno psíquico no es el rojo
que percibimos en una silla roja, o simplemente la percepción referida a ese objeto que estamos percibiendo.
El objeto bien puede ser el pensamiento mismo, pero
de todos modos no hay pensamiento en sí, sentimiento
en sí, deseo en sí, sino que todos los procesos psicológicos están referidos a algo que está afuera, tienden a
algo. La terminología posterior dirá que es buscadora
de objeto. Este es el concepto de Intencionalidad.
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Otra corriente es la de William James, psicólogo
estadounidense, filósofo, periodista, poeta, que junto con
otros conceptos importantes para la psicología sostuvo
la idea de que la conciencia está caracterizada por un
fluir constante, por un continuo cambio. De ese continuo cambio podemos percibir distintos momentos. Pero
esos estados que podemos observar en nuestra propia
conciencia son momentos recortados, detenidos, de un
fluir que es constante. El los comparó con el vuelo de
un pájaro que puede detenerse en una rama, en el piso,
en otra rama, pero aclaró: “La verdadera cualidad de la
conciencia es similar al vuelo del pájaro y no a los momentos en que el pájaro se detiene”. De aquí parten los
conceptos de unidad de la conducta y de dinámica (movimiento) del psiquismo. James, que escribió su obra fundamental, Principios de Psicología, en 1890, fue el iniciador de una escuela de psicología que se llamó
Funcionalismo. Digamos de ella que así como la psicología
tradicional se interesó en los estados de conciencia y sus
relaciones de un modo estático, el Funcionalismo se centró en las funciones, en tanto actividad constante del
psiquismo. Aquí podemos ver nuevamente cómo una concepción hoy perimida, como es la psicología de las funciones, fue sin embargo pionera en su tiempo.
Un representante de esta corriente fue John Dewey,
conocido principalmente como pedagogo, pero que como
psicólogo también ha brindado aportes en cuanto a esta
concepción de los hechos psicológicos como funcionales,
dinámicos, y no como estados quietos.
Si bien adhirió al Intencionalismo, postuló también,
a la manera de los funcionalistas, la necesidad de un
estudio positivo (entiéndase científico) de la conducta
y la búsqueda de datos observables. lncluso definió la
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intencionalidad operacionalmente, indicando qué requisitos objetivos son necesarios para decir que una conducta es intencional. Los criterios son siete y están resumidos en el libro de José Bleger, Psicología de la conducta.
Otro psicólogo enrolado en la corriente funcionalista
fue Angell, para quien la psicología así entendida, es
decir reemplazando los estados de Conciencia por Procesos, estaba preparada para pasar a convertirse en una
ciencia objetiva. Dictó dos conferencias que anticiparon
el derrocamiento de la conciencia como objeto de estudio. Dijo en ellas que aunque el concepto de conciencia
parece ser un término más científico que el de alma,
ambos aluden a entidades semejantes en cuanto a su
indefinición, por lo que propuso centrarse en el estudio
de la conducta, aplicando el mismo método que había
resultado eficaz en el estudio del comportamiento animal. Como veremos, un claro antecedente de los postulados watsonianos.
Un pilar fundamental en la construcción de la psicología contemporánea fue Sigmund Freud, creador del
psicoanálisis. Son muchas las ideas que se originan en
él, y también las ideas vigentes en su época que él retoma
o reformula. Pero aquí nos interesa destacar su concepción de que gran parte de los procesos psicológicos son
inconscientes, concepción que modifica la visión de la
psicología de allí en adelante. A la vez su investigación
de la dinámica y las leyes del inconsciente, los
autoengaños a los que estamos expuestos cuando nos
observamos, invalida la pretensión de un conocimiento
absolutamente objetivo y válido por medio de la introspección. Si bien basa su método en la asociación libre,
que implica por definición una verbalización del sujeto de sus ideas erráticas, el método reclama de un otro
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capaz de hallar el nexo entre esas ideas así informadas.
Su concepción del psiquismo como fundado en la interrelación humana, construyéndose a partir de dicha interrelación, es esencial para el entendimiento no sólo de
la génesis de la vida psíquica sino de las relaciones entre
persona y cultura y las concepciones posteriores de la
psicología social.
Estas ideas anteceden a los postulados de John
Watson, cuya obra más importante data de 1910, siendo su Manifiesto Conductista de 1913. El año de su nacimiento es el año de la fundación, por Wundt, del primer laboratorio de Psicología Experimental, en la ciudad de Leipzig. Watson fue, como dijimos, un psicólogo orientado a convertir la psicología en una ciencia según el modelo de las ciencias físico-químicas y de las
ciencias biológicas, que tomaban a aquéllas como base
de su razonamiento.
Su tesis de doctorado se ocupó de la complejidad
creciente de la conducta de las ratas. Fue atraído por
Dewey, el pedagogo, hacia la Universidad de Chicago,
pero muy pronto concibió un proyecto de crear una
psicología humana objetiva, lo que le hizo preferir la
psicología experimental.
A pesar de su desinterés por los temas filosóficos, en
algún momento expresó cierta admiración por el empirismo
inglés, que considera a la experiencia como base del conocimiento. No sólo desde el punto de vista de la ciencia,
sino que a todo acto de conciencia –el pensamiento, la
reflexión humana– se lo considera basado en los datos
suministrados por la experiencia sensible.
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La búsqueda de un objeto de estudio
que posibilite una psicología “científica”
La idea de crear una ciencia psicológica objetiva no
nace con Watson y con el conductismo, ni con quienes
fueron sus inmediatos antecesores, sino que tiene raíces
antiguas.
Veamos algunas de ellas: Descartes, que intentó aunar
su fe religiosa con el conocimiento respetuoso de las ciencias de su época, planteó ciertas leyes acerca de los procesos del alma o de la res cogita –una de las entidades de la
realidad–, a partir o por comparación con las leyes descubiertas en el mundo físico, la res extensa.
Por supuesto, el pensamiento de Descartes es dualista,
por cuanto sostiene la existencia de dos entidades simultáneas. Además, formula una interpretación mecanicista respecto del funcionamiento de los fenómenos anímicos.
Lo mental responde en esta concepción a determinismos
similares a los que operan sobre el cuerpo. Esta idea fue
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expresada mucho más enfáticamente por La Mettrie, en
1600, en su libro El hombre máquina, donde precisamente compara los comportamientos del ser humano
con los comportamientos de un sistema de ingeniería.
Descartes, de modo semejante, intentó explicar el
comportamiento de los seres humanos por comparación
con los sistemas de la naturaleza y los desarrollos de la
técnica. Es un ejemplo claro de la interpenetración de
las ciencias y las ideologías. Puesto que las matemáticas
habían demostrado su eficacia para desentrañar ciertas
leyes del mundo natural y físico, surgió la ilusión lógica
de suponer que igual razonamiento podía aplicarse a los
seres humanos, y de esta manera lograr de ellos un conocimiento científico, ajeno a la subjetividad.
Este dualismo mente-cuerpo deriva curiosamente
en una concepción opuesta, donde se supone a la mente determinando el comportamiento del cuerpo. Es lo
que se ha llamado el “mito del fantasma en la máquina”. Una crítica pormenorizada de esta concepción desde un punto de vista conductista contemporáneo puede leerse en el libro de Ryle El concepto de lo mental,
donde se argumenta que los hechos no son primero
mentales para luego pasar a ser corporales, sino que
son simultáneamente psico-corporales, atendiendo a
una concepción unitaria de la naturaleza del hombre.
Así, el divulgado concepto de somatización, que supone la expresión orgánica de un padecimiento o conflicto psíquico, incurre implícitamente en esta concepción dualista que mencionamos.
En relación a estas ideas, otro antecedente a recordar en el proyecto de una psicología objetiva es el pensamiento de Cabanis, quien sostuvo, ya en 1700, que
los acontecimientos mentales son una función de todo
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el organismo y no sólo de la mente. Intentó integrar
ciertas conductas específicamente humanas como el
idear, el fantasear, el reflexionar, con el funcionamiento
de todo el organismo.
Augusto Comte, fundador de la Sociología y sostenedor de la idea del conocimiento positivo, retoma la idea de
Cabanis de que los procesos mentales son función del organismo total, y propone para la psicología un programa
que consiste en observar las condiciones orgánicas de las
que dependen las funciones afectivas e intelectuales. De
ahí su planteo de que la psicología necesita conocer los
comportamientos orgánicos del ser humano, de los que
dependen sus procesos superiores, y observarlos con métodos externamente verificables.
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La conducta como unidad de análisis y el
método objetivo: observación, medición,
reproductividad y predictibilidad
Esbozo de las corrientes objetivas en psicología
Hay tres autores que necesariamente se incluyen
en lo que se llaman corrientes objetivas –por mejor decir objetivistas– en psicología. Ellos son Pavlov, Bechterev
y Watson. De Pavlov digamos que fue un fisiólogo ruso
que investigó el arco reflejo y las formas de condicionamiento. Uno de sus mayores descubrimientos, comparable para estas corrientes a lo que fue el descubrimiento de la asociación libre para el psicoanálisis, es el de un
instrumento: la fístula estomacal o salival que puede ser
conectada mediante un tubo de goma a un platillo y así
no solamente pesar la saliva segregada por un animal,
sino también medir los intervalos en los cuales éste saliva. Es un instrumento de registro para observar y medir
el comportamiento adaptativo de segregar saliva frente
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a la ocasión de ingerir alimentos. A través de esto pudo
observarse que un animal también segrega saliva cuando no tiene el alimento en la boca, o cuando no lo ve;
son las llamadas “secreciones psíquicas”, de las cuales ya
se había hablado en el siglo anterior. Evidentemente,
un estímulo originario se habla asociado a un estímulo
posterior.
Pavlov trabajó con este instrumento en experiencias
muy diversas, y quizá las más interesantes desde el punto
de vista de la psicología sean las de discriminación de estímulos. ¿Cómo es que se discrimina entre estímulos? Es
muy difícil investigarlo en un animal; en un ser humano
también es difícil hacerlo de un modo preciso, pero a un
animal no podemos preguntarle cuándo percibe dos estímulos más o menos parecidos de un modo diferenciado, y
a un hombre sí.
Recordemos que la psicología europea se hallaba
también abocada a estudiar estos procesos de discriminación de estímulos –por ejemplo los estudios de Weber
y de Fechner– pero precisamente sobre la base del informe de los sujetos.
Si se quería descartar la introspección, petición que
en psicología animal es obvia, esta técnica brindó la posibilidad de observar el hecho directamente. Por ejemplo, se condicionó a un animal para que segregara saliva
al oír una nota, un sonido de determinadas vibraciones
por segundo, y que no segregara saliva frente a otro sonido de vibraciones diferentes. ¿Qué pasaba cuando las
notas, los sonidos, se acercaban entre sí? Lo que se observó es que la cantidad de saliva segregada al alejarse de
la nota que producía la salivación iba descendiendo. A
su vez crecía la cantidad de saliva segregada cuando se
alejaba de la nota que no producía salivación. Había un
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momento en que se producía la misma cantidad de saliva. El espacio entre ambos sonidos corresponde a lo que
se llama umbral de discriminación.
Pavlov, contemporáneo de Freud –sus fechas de nacimiento y de muerte son curiosamente semejantes–,
exigía de sus colaboradores no hablar en términos psicológicos, por considerarlos imprecisos. La explicación
del fenómeno estudiado debía poder basarse en el concepto de condicionamiento: un alimento sabrosísimo
podía no producir ninguna salivación en un animal, si
se lo condicionaba para eso, así como se lo podía condicionar para que salivara frente a algo no comestible. Aunque sus descubrimientos fueron la base de la Reflexología,
escuela psicológica fundada por Bechterev y de gran
desarrollo en la Unión Soviética, Pavlov siempre rechazó
toda tentativa para formular sus ideas en términos psicológicos. En ningún momento pretendió que fuera una
psicología. Antes bien, distinguía claramente entre
“Neurofisiología”, que era su tema o su interés en la
investigación, y Psicología. Al extremo de que en el año
1929, cuando ya el Conductismo y la Reflexología, que
se basaban en sus hallazgos, tenían muchísimo auge,
fue invitado a un congreso de psicología, al que se rehusó a asistir aduciendo que ignoraba el interés que para
un psicólogo pudieran tener sus descubrimientos. Finalmente concurrió, y se sorprendió de ver la cantidad
de discípulos que –algunos sin saberlo– aplicaban su
metodología y sus criterios al campo de la psicología.
Como dijimos, quien sí creó una psicología fue
Bechterev. Trabajó sobre temas que son claramente psicológicos: el pensamiento y el aprendizaje. En 1907 escribió Psicología Objetiva y años más tarde, en 1917, usó
el término Reflexología para nombrar a esa Psicología
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Objetiva que habla creado. lncluso intentó aplicar sus
descubrimientos a temas de psicología social. Sostuvo
que así como era posible pensar en una reflexología de
los procesos individuales era dable pensar en una psicología colectiva que explicase con las mismas leyes y criterios los procesos sociales. No descartó características
específicas de la conducta humana, como la respuesta a
símbolos, o problemas como los de la voluntad y la imaginación, que no fueron tema de las corrientes
conductistas estadounidenses. Su sistema se puede definir como un sistema monista, puesto que postula una
sola realidad, en la que los procesos complejos se los
supone basados en fenómenos simples, como son los
reflejos condicionados.
Watson conoció los trabajos de Bechterev recién en
1915, y fue entonces que fundamentó su teoría en los
modelos explicativos propuestos por la Reflexología de
Bechterev y la Neurofisiología de Pavlov. A este investigador nos referiremos extensamente al desarrollar el tema
del conductismo clásico. Digamos ahora, en cuanto al
ya mencionado problema de la mente, que en un comienzo Watson admitió la posibilidad de su existencia,
pero sostuvo que la ciencia no podía ocuparse de ella,
dado que la mente no es algo que se pueda conocer de
un modo objetivo; por lo tanto es tema de la filosofía,
de quienes se interesan por la ética o por la metafísica.
Pero más adelante afirmó que la mente no sólo no es
tema de la psicología, sino que además no existe. En un
primer momento, entonces, su conductismo fue “metodológico”, sólo puso entre paréntesis el problema de la
mente; la sacó del campo de la psicología, pero no la
negó. En un segundo momento, por oposición al
mentalismo, su conductismo se volvió metafísico o
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radical. Paradójicamente, su preocupación por no caer
en la metafísica de sostener la existencia de la mente lo
llevó al planteo igualmente metafísico de sostener su
inexistencia. Desarrollos posteriores del neoconductismo,
encabezados inicialmente por Tolman, modificaron y ampliaron esos puntos de vista que, a fuerza de querer negar entidades teóricas como la mente, terminaron negando procesos mentales evidentemente existentes.
Las áreas en las que Watson se interesó fueron muy
diversas, desde la psicología evolutiva, el problema de
las emociones, el problema del pensamiento y su relación con el lenguaje, hasta otros como la ética, explicada según estos postulados.
Si bien Watson no es un reflexólogo, ni Pavlov es
un psicólogo monista, ni Bechterev es un conductista,
hay no obstante una conexión teórica entre ellos, que
permite incluirlos en una corriente objetiva que vincula tres líneas de desarrollo distintas, que tuvieron
auge individualmente, en contextos científicos y culturales muy diferentes.
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Antecedentes del conductismo
en el desarrollo de la biología
Hemos visto cómo el nacimiento del conductismo
se basó en su crítica al método y al objeto de la psicología anterior, pero su aparición no está vinculada sólo a
dicha critica. Hay otros antecedentes que tienen que ver
con lo que ocurría con las ciencias en general, y en particular con la biología, hacia mediados y fines del siglo
pasado. Habían crecido notoriamente y se enfrentaban
dos corrientes contrapuestas: por un lado las corrientes
fisicalistas, que planteaban que la vida es producto de la
combinación física que se expresa en niveles cada vez
más desarrollados de partículas materiales. La otra fue
la llamada corriente vitalista, que sostenía que este desarrollo persigue alguna finalidad de perfeccionamiento
creciente. Mientras la primera es causalista y materialista, la segunda es teleológica, en tanto plantea que la
vida ha de ser explicada por causas finales de orden
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sobrenatural o bien por fines hacia los cuales tiende la
organización creciente de la materia viva. Las teorías
evolucionistas interpretan el desarrollo de la vida como
expresión misma de la materia, cuya organización no necesita ser explicada por la existencia de una causa final.
No fue solamente el triunfo de una posición científica sobre otra, sino también el triunfo de la ciencia sobre la religión, que entonces sostenía el enfoque finalista o vitalista. Si bien el tema continúa siendo debatido
–modernamente hay pensadores que rescatan posiciones finalistas– podemos suponer que el actual desarrollo de la biología es tributario de estas discusiones y de
la prevalencia que entonces tuvieron las posiciones
fisicalistas. Esta concepción acerca de la vida ya había
sido sostenida por filósofos como Demócrito y Epicuro.
También, más próximo al siglo XIX, por el ya mencionado La Mettrie en El hombre máquina. Decir que la
biología oficial al promediar el siglo XIX fue una biología basada en los criterios científicos de la época, materialista y mecanicista, implica también decir que había
una toma de posición frente a la antiquísima discusión,
a la que ya hicimos referencia, acerca de qué es en última instancia lo que constituye el universo, por lo menos el universo de los seres vivos: si es posible una explicación monista, es decir, la existencia de una única esencia
de fenómenos, o si cabe un planteo dualista, como el
que vimos había postulado Descartes, por ejemplo.
En relación con este tema, von Helmholtz, biólogo, que también hizo aportes a la física y a la psicología,
postuló la necesidad de colocar la vida dentro de la ley
natural ordinaria, entendiendo por ley natural ordinaria
las leyes de la física, la “ciencia madre”. Curiosamente,
esta convocatoria científica reñida con el pensamiento
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religioso, fue llamada el “juramento materialista de
Helmholtz”. Significó el compromiso de oponerse a toda
idea dualista y restringirse a las explicaciones pura y exclusivamente físicas, materiales y mecánicas. Esto lleva,
hacia fines del siglo XIX, incluso a proponer una psicología que fuese entendida como una fisiología cerebral,
origen de la frenología y de la teoría de las localizaciones
cerebrales. El juramento de von Helmholtz tuvo gran
peso teórico y compromiso afectivo en los pensadores
racionalistas –Freud entre ellos– comprometidos en hallar explicaciones observables y racionales a los hechos
humanos.
Otro biólogo que importa mencionar como antecedente de lo que luego se llamaron escuelas objetivas
en psicología fue Loeb, conocido fundamentalmente por
la introducción del concepto de tropismo y por el énfasis que puso en afirmar que debía establecerse la definición operacional de todo concepto que se empleara. Tropismo es un concepto que pretende explicar la orientación y la forma cómo crecen las plantas, de la misma
manera como la pendiente de un terreno explica el hecho de que un río vaya de las zonas más altas a las zonas
más bajas. El concepto de tropismo remite a causas físico-químicas, las que en última instancia explicarían los
fenómenos vitales. De la misma manera como se intentó explicar el comportamiento de una planta –por qué
una planta se eleva y no se cae o crece hacia un lado y no
hacia el otro– se acuñaron conceptos similares –el de
instinto, por ejemplo– para explicar la organización de
conductas complejas en animales y en humanos. Se
trataba de explicar los fenómenos de la vida sobre la
base de causas, descartando toda interpretación finalista: no hay un para qué, sino un por qué, y esos
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porqué se los suponía de naturaleza físico-química. Por
supuesto, luego hubo quienes pensaron –por ejemplo
Bateson, en Pasos para una ecología de la mente– que
estos vocablos describen hechos pero no los explican,
convirtiéndose en entidades tan ideales como las que
intentan derrocar.
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Antecedentes próximos del conductismo
en la psicología animal
Hemos visto algunos de los antecedentes filosóficos
y científicos, en particular biológicos, del enfoque
watsoniano, pero hay antecedentes que le son mucho
más próximos y que tienen que ver con el desarrollo de
la psicología animal. La psicología animal surgió a fines
del siglo pasado como un derivado directo de las teorías
de la evolución, tanto en su versión darwiniana como
lamarckiana. Darwin habla planteado una continuidad
entre las especies vivas, pero esta idea no es en realidad
lo más original de su pensamiento ni lo que más se le ha
criticado desde posiciones teológicas. Lo esencial de su
planteo no es la idea de la continuidad biológica sino la
de la continuidad mental de las especies. La preocupación por demostrar esta continuidad acentuó el interés
por el estudio de la psicología animal y por los estudios
comparados en cuanto a diferencias y similitudes en el
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comportamiento animal y el humano. La etología
–denominación actual de la psicología animal– ha cobrado nuevo interés, si bien desde una perspectiva diferente. Sigue siendo un importante aporte para la psicología comparada, pero el énfasis se ha volcado a estudiar
el comportamiento de las especies, y al hombre como
una especie más. De ahí surge la denominación de
etología humana.
En 1886, Romanes escribió La inteligencia animal,
primer intento de una psicología comparada. Libro incipiente, se basa en el relato de anécdotas, o de observaciones peculiares acerca del comportamiento animal,
teñido de antropomorfismo. Por antropomorfismo se
entiende la atribución de cualidades humanas a algo
que no es humano; por ejemplo, hacemos una
antropomorfización de los dioses cuando los pensamos
a imagen y semejanza nuestra, y hacemos una
antropomorfización de los animales cuando intentamos
explicar sus comportamientos atribuyéndoles intenciones semejantes a las humanas. Por ejemplo, cómo entender la voluntad del animal de alcanzar cierta meta, o
las maneras que el animal pueda tener de percibir la
realidad. Lloyd Morgan, quien postuló el llamado Principio de Parsimonia, que sostiene que los hechos han de
explicarse por las leyes más simples que puedan explicarlos, brinda una contribución metodológica para el
estudio del comportamiento animal sin necesidad de
recurrir a explicaciones antropomórficas.
Por supuesto, estos postulados impulsan una psicología animal que se centra más en comportamientos
susceptibles de ser comprendidos sin acudir al concepto de mente. Se prefirió el estudio de la formación de
hábitos, el ensayar distintas respuestas –conductas de
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ensayo y error– y el incorporar algunas respuestas antes
que otras, o sea el problema del aprendizaje, que temas
tales como la inteligencia animal, la resolución de problemas, por ejemplo. Esta tendencia, notoria también
en otros psicólogos estadounidenses como Thorndike,
también la hallamos en Watson, tanto en sus primeros
trabajos sobre psicología animal como en su concepción
de la psicología humana.
En 1900 se diseñó en la Universidad de Clark, en
los Estados Unidos, el primer laberinto para estudiar la
conducta de las ratas, y casi sin advertirlo se creó allí
uno de los instrumentos más difundidos para estudiar
no sólo el aprendizaje de las ratas, sino el aprendizaje
humano. Durante mucho tiempo, en el marco específico de esa tradición teórica, los laberintos constituyeron
la fuente primordial de hipótesis y de verificación respecto de cómo se aprende.
No es azarosa la aparición de este tema: para una
concepción del hombre como ser plasmado por su entorno y por su historia, importa saber cómo aprende y
cómo hacer para que aprenda mejor o distinto. Estos
estudios, que despertaron mucho interés y aún lo tienen, abrieron nuevos caminos para la psicología, sobre
todo porque acentuaron el descrédito en que había caído la introspección como método, naturalmente ineficaz en la investigación sobre animales. Esto coincidió
históricamente con el descubrimiento de que el pensamiento no siempre implica “operaciones con imágenes”,
como se venía suponiendo. La evidencia de que hay pensamiento sin imágenes implicó también una critica a
Wundt, cuyo laboratorio –como vimos– es tomado como
inicio de la psicología científica, y sus ideas lideraron
el pensamiento psicológico de su época. Al hacer
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introspección, las personas entrenadas en el método,
que pretendían resolver problemas mediante el pensamiento, no descubrían en sí ninguna imagen.
También hacia 1900 se publicó en Francia, y esto
puede ser indicador del auge de estos estudios, la primera revista de Psicología Animal. Recién cuatro o cinco años más tarde apareció la primera revista de Psicología Humana, fundada por Binet, psicólogo ampliamente conocido por ser el creador, junto con Simon, del
primer test o prueba de Inteligencia.
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Las formulaciones de la escuela conductista
El pensamiento de John Watson puede leerse en tres
de sus libros. El primero se refiere al tema de la formación de imágenes y de los sentimientos y afectos. El segundo, publicado en 1914, se llama Conducta: una
lntroducción a la psicología comparada, siguiendo la intención de la psicología animal. El tercero es de cinco años
más tarde, de 1919: Psicología desde el punto de vista
behaviorista (conductista). Aquí argumenta que el nacimiento de la psicología experimental con Wundt no implicó la desaparición de la noción de alma en psicología,
sino su sustitución por otro concepto igualmente teórico
e indefinido, como el de conciencia o el de mente. “La
conciencia –dice– es un mero supuesto, con tan pocas
posibilidades de ser probado como el de alma, y un supuesto que no puede ser probado es un supuesto no científico. Ninguna ciencia –afirma– puede construirse sobre
la base de ideas si éstas no pueden ser verificadas”.
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Para un conductista, en la concepción de Watson,
ambos conceptos tienen connotaciones metafísicas, y si la
psicología quiere convertirse en ciencia no le basta con sostener el método experimental sino que debe emplear conceptos respecto de los cuales puedan hacerse observaciones
directas. El alma, la conciencia o la mente, son para él conceptos intangibles, que además necesariamente suponen
por definición la introspección como método.
Ya vimos que decir que es necesaria la introspección implica la no existencia de controles experimentales. Que el conocimiento a que se llega no es verificable, por lo que necesariamente pensar sobre el alma o
sobre la mente lleva al pensamiento especulativo y no
a la ciencia.
Wundt, que usó el método de la introspección como
base para escribir sus cincuenta mil páginas de psicología, empleó sujetos especialmente entrenados, por entender que si a cualquier persona se le preguntara qué le
había sucedido cuando había pensado, por ejemplo, o
cuando había resuelto un problema, o cuando había experimentado un sentimiento, no sabría aportar excesivos datos sobre su vivencia. Supuso entonces que para
poder hacer una labor de introspección era necesario,
además de poseer una particular tendencia reflexiva, estar entrenado. Esto hace que sus conclusiones estén basadas en procesos mentales relatados por personas de
características muy particulares, y por lo tanto no legítimamente atribuibles a la población en general.
Además estos informes no son verificables. De ahí
la petición de limitar el análisis de las conductas sólo a
aquello que se puede observar externamente.
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El modelo E-R (estímulo - respuesta).
El Conexionismo
Watson entiende por conducta aquello que un organismo hace en forma de comportamiento externo, visible. lncluso el hablar es considerado una conducta de
este tipo. Por lo tanto, los problemas que se plantea son
fundamentalmente tres:
1) dada una Respuesta, una conducta, ver cuál fue el
Estímulo que la provocó.
2) dado un Estímulo, ver qué Respuesta acontecerá, y
3) si la posibilidad de esa Respuesta no es heredada,
ver cómo esa respuesta ha sido aprendida.
Esos son los tres problemas iniciales que se plantea el conductismo watsoniano. Vimos ya que el tema
del aprendizaje de las conductas no heredadas lo hace
tributario de la reflexología, de donde toma los conceptos de arco reflejo y de condicionamiento. Cuando
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la respuesta no ha sido aprendida, al estímulo lo denomina estímulo incondicionado, de respuesta
incondicionada. Es decir, que un estímulo incondicionado es aquel que puede provocar una respuesta sin que
haya habido un aprendizaje previo. En tanto que un
estímulo condicionado es aquel capaz de suscitar una
respuesta cuando ha habido previamente aprendizaje.
Es un intento de explicar incluso las conductas más complejas del ser humano a partir de condicionamientos de
conductas más simples. Por ejemplo: el comer podría
tomarse como una respuesta incondicionada en un bebé;
pero si a una persona le gusta un determinado género
musical su conducta manifiesta es sentir placer cuando
oye aquello que le gusta: un aprendizaje basado en cadenas de condicionamientos que se supone se remontarían a primeras respuestas incondicionadas.
Esta manera de explicar los hechos implica el riesgo de un reduccionismo. Se llama reduccionismo en ciencia al error de explicar los hechos complejos por leyes
que corresponden a niveles de organización más simples, desconociendo sus características específicas.
Esto no es algo que nosotros críticamente atribuimos al pensamiento watsoniano, sino algo que él mismo dice: “...para explicar las conductas no necesitamos más
que las leyes ordinarias de la física y de la química. Al igual
que en estas ciencias, hay en la conducta muchas cosas que
no podemos explicar, mas donde terminan las experiencias
objetivamente verificables comienzan las hipótesis y las teorías, pero incluso las teorías y las hipótesis deben ajustarse a
los términos de lo que ya se conoce acerca de los procesos
físico-químicos”.
¿Cómo define entonces a la psicología? Como una
rama objetiva y experimental de la ciencia natural, cuyo
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objeto es la Conducta Humana. La psicología así concebida no tendría ningún problema en definirse como
ciencia, porque simplemente es una rama de las ciencias naturales.
Sus postulados fundamentales –que derivan de los
tres enunciados que hemos mencionado– son:
1) Toda conducta se compone de respuestas objetivamente analizables, por lo que una conducta humana compleja puede ser analizada en unidades de
respuesta simples, cada una de ellas objeto de un
análisis en términos de estímulo-respuesta,
incondicionados y condicionados.
2) La conducta siempre se compone de movimientos
musculares y secreciones glandulares, es decir que en
última instancia la conducta puede ser entendida como
procesos físico-químicos.
3) El estricto determinismo de las respuestas o de las
conductas: a todo estímulo sigue una respuesta y toda
respuesta es respuesta a un estímulo, de modo tal
que pueden establecerse relaciones causales casi mecánicas entre estímulos y respuestas.
4) Los procesos de conciencia no son susceptibles de
ser estudiados científicamente. Esta posición, como
ya vimos, se vincula con el problema de las relaciones
entre mente y cuerpo.
Al respecto, el conductismo watsoniano adopta sucesivamente dos posiciones: una primera es la
epifenoménica, que sostiene que la mente puede existir
pero que no tiene eficacia causal sobre el cuerpo. Corresponde al período de “conductismo metodológico”.
Luego deriva en un monismo fisicalista en el segundo
período llamado de “conductismo radical”.
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Veamos algunas de las argumentaciones de Watson
en relación a este tema. A la idea de que la introspección,
con todas sus falencias, permite conocer algo diferente de
los comportamientos visibles por otros, sostiene que lo
que de ese modo percibimos son comportamientos previamente aprendidos, interiorizados, y que cuando pensamos, lo que estamos haciendo en realidad es hablar pero
de un modo inaudible, subvocal. Ante la idea de que es
evidente que los estados mentales determinan el comportamiento, sostiene que para que una idea determine un
comportamiento debe ser capaz de producir trabajo, por
lo tanto esa idea ha de tener energía. Si las ideas tienen
energía, y ése es un argumento para decir que la mente
existe, esa mente es entonces de naturaleza física. Porque
suponer que una idea puede producir un comportamiento negando que esa idea tenga energía se opone a un principio de la física, entonces recientemente descubierto, el
principio de conservación de la energía.
Los hallazgos en el campo de la física de las leyes de
la termodinámica, de la ley de conservación de la energía, primero y de la ley de entropía, luego, tuvieron
honda gravitación en los sistemas psicológicos que les
eran contemporáneos. El problema de la conservación
de la energía no fue sólo un dilema de Watson. En la
misma época Freud supone, al respecto, que así como
hay distintos tipos de energía en la naturaleza –térmica,
luminosa, etc.– y una se transforma en otra, hay también una energía vital que se transforma en energías psíquicas de diversa naturaleza, de las cuales se propone
analizar la que denomina energía libidinal.
Pero así como la física puede explicar por qué y cómo
la energía calórica se convierte en luminosa, la psicología no puede aún explicar cómo la energía vital se
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convierte en energía psíquica. Finalmente, la aparición,
muchos años más tarde, del segundo principio de la
termodinámica, lleva a Freud a reformular –sobre esa
base– su concepción acerca de los instintos.
En lo referente al tema de la relación posible entre
mente y cuerpo otra posición es la paralelista, que sostiene la existencia de ambos procesos, pero sin interactuar
entre sí. Si se acepta que no interactúan entre sí, cabe
preguntarse acerca de cómo podemos conocer algo con
lo cual no hay interacción y cómo es que hay una correlación entre el mundo mental y el mundo corporal. Esta
correlación fue atribuida por Descartes a una armonía
preestablecida, que hace que las ideas sean paralelas a
los fenómenos corporales.
También se ha sostenido que percibimos la existencia de nuestra mente porque si bien el desarrollo de ambas formas son paralelas hay momentos en que ellas se
cruzan. Esta conjetura se llamó ocasionalismo y fue sostenida, entre otros, por Spinoza. Es evidente que el problema de las relaciones mente-cuerpo necesariamente implica planteos filosóficos o asumir posturas filosóficas acerca
de la naturaleza de la realidad, y eso es precisamente lo
que ocurrió con el conductismo radical o metafísico.
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El problema de las emociones
Respecto de las emociones, Watson sostiene que en
el momento de nacer existen tres emociones básicas que
son respuestas incondicionadas, cada una suscitada por
estímulos específicos, expresada también a través de respuestas especificas. Son el amor, el miedo y la cólera.
El amor es suscitado en un bebé por las caricias, y
se manifiesta porque la piel se vuelve rosada, el bebé se
relaja, se tranquiliza. El miedo es suscitado por la pérdida brusca de la base de sustentación, que produce contracciones corporales, gritos y el enrojecimiento de la
piel. Y la cólera es suscitada por la sujeción del bebé,
imposibilitándole moverse, lo que le produce también
contracturas, gritos, enrojecimiento de la piel y la alteración de procesos viscerales que tienen que ver con la
defensa frente a una situación de ataque. Todas las emociones o los sentimientos posteriores son entendidos
como condicionamientos a partir de estas emociones
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básicas. Así, por ejemplo, el miedo que se puede tener a
un animal se debe a la asociación que el niño haga de
ese animal y una situación dada donde se suscitó la respuesta incondicionada de miedo.
Para curarle ese miedo, habría que descondicionar
el estímulo que produce miedo al animal, y
condicionarlo respecto de conductas de amor, exponiéndolo cada vez más cerca de él y reforzando las respuestas
positivas. Watson ejemplifica esto con una hipotética
situación experimental en la que se le acercase a un niño,
poco a poco, una pecera, a la que antes hubiese cobrado
miedo, mientras éste estuviera haciendo algo que le agradara, como comer, por ejemplo. El supuesto es que lo
que produce miedo iría perdiendo su asociación con un
estímulo incondicionado y se asociaría a un estímulo
condicionado de amor.
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El neoconductismo
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Conductismo molar o intencional
Uno de los continuadores más importantes de Watson
fue Tolman, cabeza de un movimiento que se conoce como
conductismo molar o conductismo intencional.
Tolman partió de la idea crítica de que Watson hizo
un análisis molecular de las conductas, centrándose en
las relaciones entre estímulos y respuestas fisiológicas.
Al respecto, Watson ya se había visto en la necesidad de
distinguir entre conducta y actos. “Actos –decía– son grupos totales de respuestas que se integran de tal manera que el
individuo hace algo para lo cual tiene modelos habituales
de cómo hacerlo.” De esta manera entendía que las conductas humanas son actos, integraciones de respuestas
más simples. Aparentemente estos actos eran pensados
como cualitativamente diferentes de las respuestas
moleculares que los integran analizadas una por una. El
acto fue pensado entonces, aun por Watson, como algo
más que la suma de respuestas particulares.
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La diferenciación entre conductas moleculares y
molares ya estaba entonces esbozada. Lo que Tolman
agrega es que los actos de conducta, aunque sin duda
tengan conexión con las reacciones musculares que
son subyacentes y analizables en términos fisiológicos,
físicos y químicos, tienen propiedades emergentes de
las reacciones que están presentes en esos actos, y que
–esto es lo más importante– lo que la psicología ha
de estudiar es precisamente esas cualidades emergentes, en tanto que es tema de la fisiología estudiar las
condiciones moleculares necesarias para que el acto
pueda darse.
Puesto que Tolman plantea que el objeto de la psicología son los actos, las conductas como un todo, veamos
cuáles son según él las cualidades de esos actos. Fundamentalmente son tres:
1) los actos siempre tienden a y provienen de. Los
actos siempre tienden hacia objetos, finalidades, y
siempre provienen de situaciones;
2) el tender a o el provenir de no está dado sólo por
el carácter de los objetos desde los cuales o hacia los
cuales se dirige el acto, sino que además siempre
nos muestran cierto patrón específico de interacción
del sujeto, tanto con objetos fines como con objetos
medios, que son instrumentos intermediarios para
alcanzar esos objetos fines. Por ejemplo, dice Tolman,
si en vez de centrarnos en los movimientos de la
laringe analizamos el acto de hablar en sí veremos
que se habla para algo, se habla para explicar, para
darnos a entender, para descollar, para disculparnos, y para alcanzar esa finalidad a la cual tendemos
realizamos nuestra conducta de acuerdo con ciertas
pautas o interactuamos con otros objetos medios,
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como puede ser el movimiento de la laringe mismo,
que es un nuevo instrumento para alcanzar aquello que
perseguimos.
3) El sujeto tiene la posibilidad de seleccionar ciertos comportamientos antes que otros, lo que significa
que no hay un determinismo absoluto.
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La conducta humana
El papel del significado y de la intención
en la valoración de los estímulos
y de las respuestas
Tolman analiza estas cualidades de los actos. Se pregunta cómo se explica que todo acto tienda a y provenga de; cómo se explica el empleo de objetos medios para
alcanzar objetos fines; cómo se explica la selección de
los objetos medios posibles. Es evidente que este “tender a” nos muestra cierta intención por parte del organismo, razón por la que a este conductismo también se
lo ha llamado conductismo intencional. Pero no hay intención sin cognición, o sea sin algún nivel de conocimiento. No podemos suponer que el organismo es intencional respecto de su meta si no aceptamos al mismo
tiempo que el organismo reconoce la meta como algo a
alcanzar, a la vez que conoce los medios para llegar a esa
meta. Intención y cognición se convertirán entonces
en los dos conceptos explicativos fundamentales de los
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actos. Si hacemos algo no basta como explicación suponer que un estímulo desencadenó nuestra respuesta, sino
que lo hacemos porque tenemos intenciones y
cogniciones respecto del campo en que esto se produce,
respecto de nosotros y de los medios para llegar nosotros a ese objeto del campo. Los determinantes de las
conductas, para Tolman y los seguidores de esta escuela,
no son por lo tanto los estímulos, sino las cogniciones y
las intenciones, a las que llama “determinantes inmanentes” de la conducta, que son interiores al organismo.
Vemos aquí cómo el concepto de respuesta es reemplazado por el concepto de acto. Ahora bien, decir intención y no definirla es correr el riesgo de caer nuevamente en un mentalismo. Cabe preguntarse si la intención
es algo describible en términos observables. ¿Cómo podemos analizar una intención desde el punto de vista
objetivo, cuando la intención es algo inmanente a las
conductas, es interior al sujeto?
Tolman intenta una definición operacional: “Hay
intención cuando una respuesta muestra docilidad
(tendencia a producirse) con relación a algún fin, o
siempre que una respuesta esté lista para transformarse
o el organismo esté dispuesto para elegir, gradual o
súbitamente, ciertas conductas antes que otras”. Veamos qué es lo que esto quiere decir. Supongamos una
rata colocada en un laberinto a fin de que aprenda a
llegar a una meta. Vemos que la rata inicialmente se
mueve en distintas direcciones. En determinado momento sigue una dirección azarosa y llega a la meta, y
sucesivamente cuando la vamos colocando en el laberinto llega con más facilidad. Si la cantidad de aciertos se vuelve progresivamente mayor, concluimos que
esa rata está aprendiendo.
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Podría intentarse una explicación por condicionamiento: comer es necesario para la rata y ello le hace
establecer una relación entre dirección del laberinto y
esa necesidad básica, razón por la que aprende. ¿Pero
cómo explicar que la rata pruebe moverse en lugar de
quedar quieta? ¿Cómo explicar que en cada ensayo sucesivo la rata vaya descartando caminos erróneos y repitiendo caminos acertados? Tenemos que suponer una
cierta selectividad en su conducta. Primero selecciona
entre moverse o quedarse quieta, y luego progresivamente
va registrando y seleccionando aciertos, privilegiando los
caminos acertados antes que los errados.
Esta docilidad del comportamiento es lo que
operacionalmente da cuenta de una intencionalidad. La
intencionalidad de llegar a la comida y de llegar más
rápido que más despacio.
La intencionalidad se convierte así en un dato
observable, incluso en un laboratorio, porque siempre que observemos en las conductas selecciones o
privilegios de ciertos caminos antes que otros o la mera
capacidad o posibilidad de aprender, nos estamos
enfrentando a algo que podemos observar directamente, y que llamamos intención.
Dijimos que un acto no sólo se caracteriza por su
carácter intencional sino por sus componentes cognitivos, los que deben ser necesariamente incluidos en una
conceptualización de los actos, por suponer que los organismos “conocen” los objetos-fin hacia los cuales se
dirigen. Los organismos no desarrollarían actos si no reconociesen cuál es la posición inicial de estos objetos en
cuanto a dirección y distancia respecto de donde está el
organismo. Este conocer es por supuesto diferente según el desarrollo de cada especie, pero aun en animales
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inferiores necesitamos incluir variables cognitivas para
poder explicar la “docilidad” de sus conductas, esta tendencia hacia algo y el empleo de pautas específicas de
interacción con objetos-medio para llegar a objetos-fin.
Si alguna de estas características no estuviese presente el acto resultaría algo disparatado, no tendría organización. Pero no es así: los actos presentan una organización que sólo puede ser explicada a partir de los
conceptos de intencionalidad y de cognición.
Otro concepto importante del conductismo de
Tolman es que la conducta implica la respuesta del organismo como un todo. Aplicado al concepto de docilidad implica que el organismo reacciona como totalidad, como organización frente a la situación-estímulo.
Intenciones y cogniciones, ya vimos, constituyen lo que Tolman llama determinantes inmanentes de
la conducta. El término inmanente no tiene aquí un
sentido filosófico como opuesto a trascendente, sino
que se refiere, en un sentido amplio, a lo que es propio o característico del organismo. Los determinantes inmanentes pueden ser causados tanto por estímulos del medio como por estímulos del propio organismo. Es decir que las cogniciones o las intenciones pueden ser desencadenadas por estímulos externos, por ejemplo un olor, un estímulo eléctrico o
estímulos vitales, por ejemplo la sensación de hambre, la sensación de falta de oxígeno, el dolor o cualquier otra sensación interna. Tolman no desconoce la
existencia de los estímulos sino que entiende que el
desencadenante de la conducta no son los estímulos
sino los determinantes inmanentes por ellos suscitados, a diferencia de Watson, para quien los meros estímulos son la causa de las respuestas.
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Fig. 1. Modelo de conducta según Tolman.
A los estímulos internos o externos los llama causas
iniciadoras. Los determinantes inmanentes, responsables
de la ejecución de la conducta, revelan tanto capacidades propias de la especie como capacidades propias de
ese organismo en particular. El ajuste a la situación específica, su coherencia, la adaptación del organismo al
medio, dependerán de estas capacidades.
Dijimos que los determinantes inmanentes son sucesos internos que pueden sustituir a sucesos externos.
En un ser humano estos sucesos internos los llamamos
por ejemplo pensamientos, conceptos, símbolos. Las
cogniciones y la intencionalidad determinan las respuestas, que en realidad son actos, aun en especies inferiores. Según Tolman la diferencia entre su punto de vista
y el de Watson es que una explicación en términos de
contracción muscular y de secreción glandular como tales
no es psicología conductista sino mera fisiología.
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Sostiene que:
1) es posible un conductismo no fisiologista, y
2) que una vez elaborado un nuevo conductismo éste
será capaz, no sólo de encarar los problemas del viejo
conductismo watsoniano, sino también de retomar
con una nueva metodología los problemas de la psicología anterior.
Sus conceptos fundamentales son cuatro:
1) agente estimulante, definido en términos físicos:
“Son las causas independientes, iniciadoras de los fenómenos de conducta total”. Puede resultar de la
estimulación de un órgano, por ejemplo, o puede ser
un acto precedente, un recuerdo, la evocación de una
situación, aunque en este caso sea difícil reconocer
cuál es la forma física del estímulo; pero el que no
sean aún observables no permite asegurar que no existan modificaciones neuronales;
2) indicio para la conducta. Los estímulos se convierten en indicios. ¿Cuál es la diferencia entre un estímulo y un indicio? Un estímulo es por ejemplo el ruido
de una puerta al abrirse, que se convierte en indicio
cuando ese ruido indica que alguien la abrió, o que el
viento la abrió. Si alguien se alerta frente al ruido está
respondiendo no al estímulo sino a ese estímulo convertido en indicio. El indicio es definido como “la semejanza o diferencia entre estímulos, de modo que
permitan una conducta discriminativa”. El pasaje del
estímulo al indicio ya supone cierta actividad por parte del organismo, puesto que los estímulos existen en
el medio, pero los indicios suponen cierta discriminación por parte del sujeto. La integración de diversos
indicios configura el objeto de la conducta, que está
determinado por el significado conductual de distintos
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indicios de un objeto cualquiera, en el que se recortan, de la totalidad de estímulos, algunos indicios y se
los relaciona entre sí. Un objeto de conducta puede ser
definido, de un modo conductista no fisiologista, diciendo que está determinado por el grupo de conductas a las que ese objeto pueda dar lugar. Si nos preguntamos ¿qué es una puerta?, podemos responder: una
puerta es algo que suscita a los organismos conductas
tales como abrirla, golpearla, cerrarla, ponerla, sacarla,
etcétera. De esa manera se puede acceder de un modo
operacional a problemas tales como saber cómo se
forman los conceptos. El concepto deja de ser algo
privado que sólo puede ser conocido por información del sujeto para convertirse en una entidad que
determinará respuestas posibles. Diré, por ejemplo,
que un niño ha adquirido cierto concepto cuando
perciba que frente a ese objeto en distintas situaciones realiza conductas dentro de cierta familia de
conductas, y que esas conductas son distintas de las
familias de conductas que realiza frente a otro objeto. El solo hecho de nombrar la puerta: “puerta”,
no nos está indicando que tenga el concepto. Hablar ya es una respuesta, pero no basta con la respuesta de hablar, porque puede ser que frente a una
ventana también diga “puerta” y entonces sabremos
que todavía no tiene formado el concepto “puerta”.
Está respondiendo a ciertos indicios de la puerta,
que son los mismos que toma de la situación ´“ventana”. Es decir que todavía no tiene una categoría
interna de puerta y otra categoría de ventana. Y para
saber esto no necesitamos preguntarle al niño si tiene o no el concepto. Más aún, si se lo preguntamos
no nos lo va a saber contestar. Pero si lo vemos obrar
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sí sabremos si sabe qué es una puerta y si la diferencia de una ventana.
3) Acto de conducta, y las cualidades del acto. Para el
conductismo watsoniano ¿cuáles eran los problemas
básicos? Recordemos: dado un estímulo, ver cuál es
la respuesta. Dada una respuesta, ver cuál es el estímulo que lo provoca. Y dada una respuesta a un estímulo que no es innato, ver cómo se ha aprendido.
Para Tolman los problemas que plantea el acto son
completamente otros: 1) dados los agentes estimulantes, determinar cuáles son los indicios de la conducta.
De qué manera el organismo establece indicios a partir de los agentes estimulantes. 2) Dados los indicios
determinar cuál es el objeto de conducta, y 3) dado el
objeto determinante de la conducta ver cuál es el acto
de conducta del organismo, tanto si la estudiamos en
un ser humano como en un animal. Porque también
es psicología estudiar en un animal cómo un agente
estimulante se convierte en indicio, cómo los indicios se articulan en el objeto y cómo la conducta es
respuesta a objetos y no a estímulos.
¿Cuándo entonces comienza a ser lícito hablar de
la existencia de procesos psicológicos? Veamos algunas
respuestas: Rubinstein, psicólogo soviético, reflexólogo
contemporáneo, dice que puede hablarse de proceso psicológico cuando la realidad externa a un organismo es
para ese organismo no estímulos aislados sino un objeto
total. Piaget –fundador de la Psicología Genética– dice
que aparecen procesos psicológicos cuando los procesos
de asimilación ya no implican la incorporación física
del objeto sino otras formas de asimilación sin destrucción del objeto, y que esto es válido tanto para los animales como para el hombre.
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Estos son sólo dos de los muchos criterios acerca de
cuándo se supone aparecen los procesos psicológicos. En
ambos podemos señalar el consenso en reconocer una
continuidad psíquica entre las especies en un nivel
crecientemente superior, idea que tanto escandalizó al
mundo cultural de fines del siglo XIX. Pero cabe agregar que algunos neoconductistas creyeron que la evolución biológica no había aportado nada cualitativamente
nuevo en las estructuras conductuales, y que sus diferencias podían ser explicadas sólo por una mayor complejidad de los procesos básicos. La investigación debía
encaminarse a ver cómo bajo las diferentes conductas
subyacen los mismos principios de condicionamiento o
aprendizaje simple que se plasman, según el tipo de organismo, en complejizaciones mayores o menores, dependiendo del número de mecanismos implicados.
Tolman, al introducir el concepto de conducta molar, organizada, con intencionalidad y significado, establece un puente entre el conductismo y las tendencias
cognitivas que luego se desarrollaron intensamente.
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Conceptos conductistas del aprendizaje
Habiendo recorrido los conceptos de base del
conductismo y del neoconductismo, nos introduciremos, a continuación, en algunas escuelas de aprendizaje
que, como veremos, se apoyan en principios que fueron
desarrollados por estas líneas teóricas.
Antes daremos algunas características de los Reflejos Condicionados que, como sabemos, son la base del
aprendizaje para estas corrientes. Los R.C. no son estáticos sino que evolucionan y pueden hacerlo hacia la:
1) Extinción: La presentación de un Estímulo condicionado aislado, sin ser seguido de un Estímulo Incondicionado (refuerzo) durante un cierto número de
veces, provoca el debilitamiento y luego la extinción de
la Respuesta Condicionada. Para establecer la conexión
el refuerzo puede ser utilizado de manera sistemática o
aleatoria. Si se utiliza un refuerzo sistemático, el establecimiento de la respuesta condicionada es relativamente
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rápido, pero a las pocas veces que el refuerzo no es presentado, la respuesta se debilita y se extingue. A la inversa, cuando se utiliza la forma aleatoria, tarda más en
establecerse la respuesta y también tarda más en desaparecer cuando deja de presentarse el refuerzo. Este
hecho se relaciona con la teoría de las expectativas que
desarrolló Tolman: ante el estímulo aleatorio se “suscita
una espera o expectativa. Cuando un refuerzo se presenta
en el 100% de los casos, una sola ausencia es suficiente
para debilitar la respuesta”. En cambio, cuando se refuerza de forma aleatoria se produce una expectativa que
hace más resistente la respuesta.
En realidad la fuerza del condicionamiento no desaparece nunca totalmente, sino que está sólo bloqueada
o inhibida. Luego de haber desaparecido una respuesta
condicionada, reaparece con mucha rapidez si se restablece el refuerzo.
2) Generalización: Una respuesta condicionada establecida por un determinado estímulo condicionado,
es evocada de forma atenuada por estímulos vecinos,
conexos, próximos, similares. Un ejemplo de esto son
sonidos similares (dos notas de una misma escala; si el
refuerzo es producido por una nota determinada, son
estímulos conexos aquellas notas más próximas en la escala. Las notas más alejadas o de otra escala son menos
conexas y pueden no ser significativas). Una respuesta
condicionada muy fuertemente establecida, se generaliza a una gama más extendida de estímulos conexos (más
alejados del estímulo original).
3) Discriminación: Los estímulos conexos (o similares o vecinos) se transforman en estímulos negativos si
no se los refuerza jamás. Se puede poner en evidencia este
mecanismo a través de una experiencia similar a la citada
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para la generalización. Si se refuerza específicamente un
sonido determinado y no ningún otro, la discriminación
es cada vez mayor, más fina y la respuesta se produce a ese
estímulo reforzado y no se generaliza.
Estos elementos sobre el condicionamiento se
retoman en las diferentes escuelas del aprendizaje, como
se verá a continuación. La idea no es agotar las teorías del
aprendizaje sino hacer una revisión de algunas que tengan relación con los temas que se han tratado anteriormente. Se tomará la siguiente clasificación de las teorías
del aprendizaje: centradas en la contigüidad, centradas en
el refuerzo, y una tercera que sólo mencionaremos caracterizada como centrada en los procesos cognitivos.
Todas las teorías que, de alguna manera, se relacionan con el principio de estímulo-respuesta, que, aunque
en forma lejana hagan alusión a este modelo, ya sean aquellas que se refieren al aprendizaje como mera actividad
fisiológica y muscular u otras formas más sofisticadas en
que la respuesta está mediatizada por las propias conductas del individuo o por el contexto social, llevan el nombre genérico de teorías de tradición conexionista.
De cada una, tomaremos al autor considerado más
representativo y que transmite una idea más global acerca de la forma en que se concibe el aprendizaje. Dentro de cada una de estas categorías se encuentran autores e investigadores que realizaron aportes importantes, pero generalmente, basados en las propuestas de
aquellos que vamos a mencionar. La idea es transmitir
aquellos elementos que ilustren, por una parte, sobre
las diferentes concepciones de aprendizaje, y por otra,
sobre la relación entre las diferentes concepciones de
aprendizaje y la idea de ciencia y de ser humano, que,
de cada una, se desprende.
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Teorías centradas en la Contigüidad. Se reconoce
al condicionamiento en su forma clásica elaborado por
Pavlov como quien sienta las bases para los primeros
estudios sobre el aprendizaje. Para ello, la noción de
asociación (entre el estímulo y la respuesta) para el
establecimiento del condicionamiento es de fundamental importancia.
Por asociacionismo se entiende “un sistema filosófico que explica por asociación de ideas todas las operaciones intelectuales, los principios de la razón e incluso
el conjunto completo de la vida intelectual”. Se distinguen tres leyes, sobre las cuales se producen las asociaciones: la ley de semejanza, la de contraste (o diferencia) y la de contigüidad. Los fenómenos psíquicos
se atraen unos a otros en la conciencia. Sin la intervención de la voluntad (o a pesar de un resistencia a
ello), ya sea en un mismo momento o simultáneamente, en razón de ciertas relaciones: de semejanza,
de contraste o de contigüidad.
Volvemos a Pavlov y repetimos algunas cosas que
ya sabemos: este autor sugirió que la mayor parte de
la conducta consiste en reflejos (es decir, que dependen de mecanismos cerebrales más que de la voluntad); estos reflejos pueden ser incondicionados o condicionados. Los primeros son preconectados o innatos; los segundos son consecuencia de estímulos asociados a los primeros.
Retomamos rápidamente Watson. La conducta
(y la conducta es aprendizaje) está basada en los postulados de Pavlov. Fundamenta el aprendizaje en el
asociacionismo y enuncia dos principios que explican
su concepción del aprendizaje: de frecuencia y de
proximidad (o recencia).
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Frecuencia: cuanto más frecuentemente se produce una respuesta a un estímulo dado, tanto más probable es que vuelva a producirse ante ese estímulo.
Proximidad o recencia: cuanto más próxima o reciente es una respuesta a un estímulo dado, mayor posibilidad tiene de repetirse.
El aprendizaje en un organismo dado está en relación estrecha con la contigüidad entre estímulos y respuestas (esto es lo que fundamenta la enseñanza mediante la repetición de memoria mecánica).
Las conductas, por complejas que sean, tienen en su
base respuestas musculares simples, a las que se denominó “conductas moleculares”. El aprendizaje se establecería
sobre la base de diferentes movimientos que, por probabilidad, tienen resultados exitosos. El aprendizaje depende sólo de la contigüidad del estímulo y la respuesta, es
decir, del hecho de que se produzcan juntos. La noción
de refuerzo no fue tomada en serio por Watson e incluso
ridiculizó la idea de que una recompensa pudiese determinar el aprendizaje; esto era “una noción mágica e inadecuada para una explicación científica”.
Watson, como creador del Conductismo, tuvo continuadores, críticos y revisionistas, pero se puede afirmar que, sin duda, dejó una marca profunda en la psicología americana que perdura hasta el fin del siglo XX.
Teorías centradas en el Refuerzo. Tampoco en esta
corriente puede negarse la influencia de la reflexología y
del conductismo, y de manera especial, en sus comienzos. Pero los teóricos del refuerzo ampliaron el poder y
el alcance del modelo del condicionamiento.
La simple contigüidad entre estímulo y respuesta
no era suficiente para explicar el aprendizaje y pusieron
el énfasis en las consecuencias que la respuesta produce.
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Consideraron que las consecuencias agradables proporcionan las condiciones ideales para el establecimiento
del vínculo entre un estímulo y una respuesta. La idea
sostenida por los watsonianos de que la práctica otorga
perfección fue reemplazada por las consecuencias de la respuesta. Desde el punto de vista pedagógico, la actividad
se desplazó de “la insistencia en la repetición, de memoria
o mecánica, a los aspectos del refuerzo de las conductas en
las situaciones escolares”.
Si bien hicimos referencia, hace un momento, a la
influencia de Pavlov, cabe señalar una diferencia muy
importante entre los conceptos de estas dos corrientes.
Pavlov concibió el refuerzo como la confirmación de un
estímulo condicionado por un estímulo incondicionado. El concepto de Pavlov se refiere a una relación entre
diferentes señales o estímulos. El concepto de los teóricos del refuerzo se refiere a los efectos, a las consecuencias que tiene la respuesta sobre el individuo.
La idea que sostiene que el placer y el dolor son
determinantes importantes de la conducta, tiene antiguos e importantes antecedentes en la psicología.
Jeremy Bentham (1748-1832), considerado como el
fundador y principal representante del utilitarismo,
estableció como primera ley de la ética el principio del
interés, lo que significa que el hombre se rige siempre
por sus propios intereses, los cuales se manifiestan por
la búsqueda del placer y la evitación del dolor. Esto
constituye, en trazos muy gruesos, la base de la teoría
que se denominó de hedonismo social (o colectivo), que
para algunos autores posee un fuerte contenido pragmático. Todos estos elementos nos sirven para enmarcar las teorías del aprendizaje que se apoyan sobre el
concepto de refuerzo.
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Mencionaremos, por el momento, un autor como
representante de la iniciación de la corriente centrada en
el refuerzo: E. Thorndike (1874-1949) quien fue contemporáneo de Pavlov y de Watson y fue llamado a hacer
uso de los conceptos de Bentham y convertirlos en un
punto fundamental para la teoría del aprendizaje. También para este autor la psicología era psicología del aprendizaje, ya que la vida es adaptación y el camino principal de
la adaptación pasa por el aprendizaje. Este es el objeto de
la psicología. Los trabajos de Thorndike están centrados
en estudios sobre inteligencia animal. Para llevar a cabo
sus investigaciones crea una situación de aprendizaje con
lo que se denominó “cajas problema”. En este dispositivo
era encerrado un animal, el que sólo podía salir realizando una acción determinada (apretar un botón, accionar
una palanca, etc.) de manera fortuita, a través de diferentes intentos. Es por ello que se llamó a esto aprendizaje
por ensayo y error. Una vez producida con éxito la acción
fortuita, el animal era liberado y recibía automáticamente una recompensa (alimento).
Esto marca diferencias importantes con Watson respecto del aprendizaje. Se aparta tanto de la consideración exclusivamente fisiológica al introducir el concepto de “satisfacción” (placer), como también de la necesidad de contigüidad entre estímulos y respuestas del
conductismo tradicional. Tampoco es la práctica la que
conduce al aprendizaje y, por lo tanto, las leyes de proximidad (o recencia) y de frecuencia, en estrecha relación
con el asociacionismo, no son aceptadas por él.
Enuncia básicamente dos leyes que rigen el aprendizaje: la ley del efecto y la ley del ejercicio.
La ley del efecto, que es sin duda la innovación
más precisa de su teoría, establece que “la fijación de
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las conexiones estímulo respuesta dependen, no simplemente
del hecho que el estímulo y la respuesta se presenten juntos,
sino de los efectos que siguen a las respuestas”. El enunciado
de la ley sería éste: “cuando se establece una conexión entre
una situación y una respuesta y esta última está acompañada o seguida de un estado de satisfacción del organismo, la
fuerza de la conexión aumenta”. La situación contraria no
es equivalente, en el sentido de que cuando en lugar de
recompensa hay castigo, la conexión es débil o no se produce. Si el castigo es efectivo, en una conducta dada,
“es porque produce una conducta variable y de este
modo da a alguna nueva respuesta una posibilidad de
ser recompensada”.
La ley del ejercicio dice que “la conexión entre una
situación y una respuesta es aumentada o disminuida en proporción directa al número de respuestas a un estímulo dado”. Hasta aquí esta ley no difiere demasiado de las de proximidad
y frecuencia de la corriente contigüista, pero agrega “que
esta ley es eficaz sólo en la medida en que esté acompañada por
las características de la ley del efecto”. En realidad es ésta la
única ley válida para el aprendizaje, sólo que si ésta se repite hace que la conexión se fortalezca.
Las posiciones de Thorndike, respecto del aprendizaje y en particular a los términos “satisfactorio” y “perturbador” para hacer referencia a las consecuencias del premio o castigo que acompañan a las respuestas, fueron muy
criticadas por el conductismo en vigencia. Por ello se vio
obligado a definir qué entendía por ello y lo hizo de la
siguiente forma: “Se entiende por estado de cosas satisfactorio aquel en que el animal no hace nada por evitarlo y a
menudo trata de mantenerlo. Por estado de cosas perturbador
se entiende aquel en que el animal no hace nada por mantenerlo y actúa a menudo para ponerle fin”. Es decir que él no
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hace referencia a los sentimientos, sólo hace alusión a lo
que hace. A pesar de los desacuerdos con los conductistas
ortodoxos, a pesar de su lenguaje subjetivo, es indudable
que por lo que busca definir, por la manera en que lo hace
y por el método que utiliza en sus investigaciones, en
ningún momento este autor abandona la concepción
conductista y todos los presupuestos que ésta conlleva.
El panorama de lo que se conoce como
neoconductismo es muy amplio y variado. Thorndike
puede ser ubicado como un neoconductista con una
carga importante de conductismo tradicional. Si bien
las nociones que él utilizó lo sacan del marco tradicional
del conductismo, no puede decirse que haya conmovido las bases mismas de la teoría de origen. Otros autores, también neoconductistas, hicieron esfuerzos para
comprender los procesos de aprendizaje y se dieron cuenta de que las explicaciones necesitaban de un mayor esfuerzo conceptual. Esto no significa que abandonen los
fundamentos de base del conductismo y muy especialmente el método que utilizan, único que garantiza la
objetividad necesaria para hacer ciencia, según sus criterios. Este es el caso de B. Skinner (1904-1990).
Skinner tiene puntos de coincidencia con
Thorndike: propone al refuerzo como un factor fundamental del aprendizaje; se interesa por los problemas
educacionales y le da poca importancia a la teoría.
La diferencia más importante es que él reconoce
dos tipos de aprendizaje y cada uno responde a un tipo
diferente de conducta.
La conducta respondiente que es producida por estímulos específicos; dado un estímulo, la conducta es producida automáticamente, donde hay una relación de
causa efecto entre estímulo y respuesta. En este caso el
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organismo no actúa sino que está sometido a la reacción, no puede substraerse a ella. En pocas palabras: Las
conductas respondientes están formadas por las conexiones específicas de estímulo respuesta y es la conducta
que describe el condicionamiento clásico, aunque
Skinner reconoce el papel reforzador del estímulo incondicionado (Thorndike). El autor sostiene que este
tipo de conductas es elemental y que con ella no se pueden explicar la mayor parte de las conductas, que en
general, son más complejas.
Para esta explicación utiliza la noción de conducta operante. Mientras que la conducta respondiente se caracteriza por ser una respuesta a un estímulo, la característica de
la conducta operante es que opera sobre el medio ambiente. No hay ningún estímulo particular que produzca una
respuesta operante. Para Skinner, la conducta operante es
emitida por el organismo más que producida por estímulos. En este caso, el organismo al actuar y la respuesta que
da desencadena el refuerzo. La respuesta operante de alcanzar una meta, por ejemplo comida, no es producida
simplemente por la vista del alimento; depende también
del hambre, de las circunstancias sociales y de otras series
de condiciones de estímulos.
Sus estudios se limitan a este tipo de conductas y le
otorga a los reforzadores el papel de activadores del aprendizaje. Decíamos que buscó constantemente la aplicación de su teoría en la educación. La educación programada es, probablemente, aquella de sus ideas que alcanzó mayor difusión. Esta consiste en un aprendizaje
sistemático a través de un encadenamiento lógico de items
(a los que el autor llama “unidades de información”)
presentados por intermedio de un libro o de un aparato, permitiendo a un alumno aprender solo, según una
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programación bien definida. Las respuestas dadas son
verificadas, de manera tal que si las respuestas son correctas, el procedimiento continúa. El sistema hace que
la misma respuesta, al ser correcta, funcione como
reforzador operante. Por eso es que las unidades de información son de una graduación de complejidad pequeña, es decir, poca información en cada unidad para
asegurar el éxito de la respuesta y que funcione así el
principio reforzador. La educación programada tiene
ciertos principios enunciados por el autor:
Principio de la respuesta activa. El individuo debe responder a un estímulo por una respuesta activa construida (y no por la elección en una serie, y esto por dos
razones: a) la buena respuesta consiste en recordar y no
sólo en reconocerla entre otras; b) evita el riesgo de reforzar las malas respuestas).
Principio de la respuesta correcta y verificación inmediata, llamado también principio del refuerzo. La motivación disminuye cuando la dificultad es muy grande y acarrea muchos errores. La respuesta correcta produce refuerzo.
Principio de la progresión graduada. Graduación de
la dificultad de lo simple a lo complejo para el aprendizaje de todo tipo de conducta.
Principio del fraccionamiento del aprendizaje. La
materia es dividida en pequeñas unidades de información, que el autor denomina items, con la finalidad de
fragmentar las dificultades y de esta manera unir estrechamente los estímulos a las respuestas exitosas. El fraccionamiento es pequeño con la finalidad de asegurar un
reforzamiento inmediato.
Enseñar sería entonces disponer las condiciones de
refuerzo en las cuales los alumnos aprenden.
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Como podemos ver, la posición de Skinner, si
bien es más elaborada y menos ingenua que la de sus
antecesores, su concepción de la conducta y en consecuencia del aprendizaje tienen la misma
sustentación. Respecto del método tampoco nada ha
cambiado. La observación, la predicción y la medición siguen siendo sus postulados. La posición frente
al hombre parece ser la de una página en blanco sobre la cual se puede (y debe) escribir los conocimientos (las conductas). Respecto de qué pasa con sus sentimientos, motivaciones y otros fenómenos que no
siempre pueden observarse y medirse, no entran dentro de sus preocupaciones en la medida que caen fuera del concepto de ciencia aceptado. Skinner, por un
lado, continúa próximo a Watson por la utilización
de la metodología científica objetiva y por el rechazo
a estudiar los posibles agentes internos. Por otra parte, se aleja de Watson ya que acepta el pensamiento y
otras conductas privadas en la medida en que se revelan en respuestas objetivas. Skinner, sin embargo, se
abstuvo de investigar o teorizar acerca de las causas
internas, “por considerar que la última causa de la
conducta interna puede ser rastreada en influencias
ambientales”.
Vamos a finalizar con el recorrido del aprendizaje
comenzado con las posiciones de Pavlov-Watson y que es
reconocido bajo el nombre de “conductismo radical”; seguimos con las posiciones llamadas neoconductistas en
las que incluimos a Tolman con “los determinantes inmanentes de la conducta”, continuamos específicamente en el
terreno del aprendizaje con la posición de Thorndike y
su aporte específico, aunque no el único, de la “ley del
efecto”; finalmente, dimos algunos elementos sobre la
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posición de Skinner, en particular el paso que da al
distinguir dos tipos de condicionamiento: el
respondiente y el operante; él centró sus investigaciones sobre este último, ya que, en su opinión, “el
condicionamiento operante moldea la conducta tal como
un escultor moldea un trozo de arcilla”.
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Psicología de la Conducta
no Conductista
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Intentos de integración teórica de una
psicología de la conducta en nuestro país
Dedicaremos este último punto a conceptualizaciones sobre el problema de la conducta que influyeron
profundamente en la psicología de nuestro país. Ya hemos mencionado los estudios pioneros de Enrique Pichon Rivière, vinculando psicoanálisis, psiquiatría,
conductismo, estructuralismo, materialismo histórico,
interaccionismo. Surge de allí una corriente de pensamiento integrador que se llamó primero Psiquiatría Social y luego Psicología Social. La denominación Psicología Social remite en nuestro país a dos corrientes psicológicas distintas. Una se refiere a la psicología que estudia los fenómenos de interrelación humana en tanto
constituyen hechos tales como grupos, familias, instituciones, comunidades, con los concomitantes temas de
roles, liderazgos, formas de comunicación, formas de
influencia, actitudes, motivación. La otra corriente es la
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que entiende que toda psicología humana es social, en
tanto se ocupa de un ser cuya condición necesaria para
ser humano es la de ser social. Vivir en grupos y trabajar
–construir cultura– son la condición esencial de lo humano. De ahí que Pichon Rivière haya preferido denominar así al conjunto de sus aportes teóricos y de teoría de
la técnica en este campo. A ello se agrega que al estudiar los
fenómenos humanos necesariamente se ocupa no sólo de las
interrelaciones sociales fundantes del psiquismo, sino de
las formas concretas como las personas constituimos grupos y de las formas como esos grupos y otros artificialmente
constituidos pueden ser instrumentos técnicos adecuados para el aprendizaje o para la recuperación del equilibrio psíquico.
En su pensamiento podemos diferenciar distintas
conceptualizaciones, que constituyen en conjunto lo que
llamó ECRO (Esquema conceptual referencial y operativo), y en el que podemos diferenciar:
1) una teoría general acerca de la naturaleza y sus leyes;
2) una teoría general acerca del funcionamiento del
psiquismo humano y de la personalidad;
3) una teoría general acerca de las interrelaciones
humanas, desde las relaciones vinculares primeras
hasta los grupos;
4) una teoría acerca de la génesis y naturaleza de la
salud y de la enfermedad;
5) una concepción de la psicopatología que parte de
la idea de una enfermedad única originaria, y los diversos modos o técnicas de resolución de ese conflicto inicial;
6) una teoría de la técnica de la coordinación de grupos, grupos operativos, y
7) una teoría de la técnica psicoterapéutica.
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Uno de los continuadores de esta corriente de pensamiento fue José Bleger, uno de los fundadores de la
psicología académica argentina. Junto a su tarea de docente y de psicoanalista, se destacó su preocupación teórica por el problema de la simbiosis y el logro de la
identidad; se ocupó además de dos temas que hacen a lo
que aquí venimos tratando: las interrelaciones posibles
entre el Materialismo Histórico y el Psicoanálisis, y las
interrelaciones posibles entre Psicoanálisis y Conductismo.
Ya hemos mencionado el peso que su pensamiento tuvo
en la formación teórica y en los orígenes de la profesión
de psicólogo en la Argentina.
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Unidad y pluralidad fenoménica
de la conducta
Al ocuparnos del pensamiento de Watson nos vimos necesitados de hacer algunos comentarios acerca
de las maneras de entender las relaciones entre mente
y cuerpo y por ende acerca de cómo entender la naturaleza humana.
Dijimos que allí se plasma, en lo referente a la psicología, una concepción monista materialista que posteriormente logrará desarrollos más precisos en cuanto a la identidad ontogénica (su ser) de los fenómenos y la especificidad
fenoménica (cómo se nos aparecen) de los mismos.
A partir de este enunciado, podemos decir que se
piensa no sólo con la mente sino con todo el cuerpo.
Diríamos que toda la persona (mente-cuerpo) piensa.
Hay importantes antecedentes de estos puntos de vista,
así como pensadores posteriores que adhieren a los mismos, como ser Wallon o Piaget.
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De ellos surge la idea cabal de que el comportamiento humano da cuenta de una unidad psicofísica,
que tiene variadas formas de manifestarse, pero que ello
no nos permite suponer un hombre escindido entre su
naturaleza animal o vegetativa y su naturaleza mental
específicamente humana.
Trabajos posteriores, de Lagache, por ejemplo, con
su concepto de hombre en situación, o los escritos de
Nuttin, psicólogo y psicoanalista francés interesado en
el problema de la motivación y de la relación del hombre con su entorno específicamente humano, indican
que la concepción unitaria del hombre tampoco es suficiente, y que se hace necesario para entender el fenómeno humano, y el fenómeno de la vida en general, incluir
el problema del entorno en que cada ser se encuentra.
De modo que la unidad de análisis pasaría a ser entonces la conducta del organismo, pero ya no entendida
como unidad psico-física sino como unidad individuomedio ambiente, en donde en el concepto de individuo
se subsuman sus aspectos psíquicos y físicos, así como
en el concepto medio ambiente quedan incluidos el
medio ambiente físico y el medio ambiente social y cultural, queremos decir las internalizaciones en el sistema
psíquico de este sistema social y externo.
Otra línea para entender la unidad de la conducta que
aquí postulamos es la que parte de la idea de James de la
unidad de la conciencia. La conciencia como fluir constante. Esta idea se basa –también– en el pensamiento
griego que entendió la vida como un fluir constante, una
continuidad. Referido al tema de la conducta, podemos
decir que el hombre desde que nace hasta que muere –y
podemos agregar que seguramente también antes, y no
sabemos si tal vez también después– se comporta como
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unidad, unidad que atraviesa diversos estados según sus
características psicofísicas, el momento vital en que se halla,
y su particular relación con el medio, pero que tiene una
organización y un ordenamiento.
Otro escorzo para encarar el problema de la unidad
de la conducta es el de la integración de las diferentes
formas que participan de esta conducta: la unidad –que
incluye el conflicto– entre los hechos inconscientes y los
preconscientes-conscientes. Entre las percepciones a través de los sentidos y las percepciones intuitivas, entre los
fenómenos físicos del comportamiento claramente perceptibles y los que se producen imperceptiblemente,
muchas veces de formas que en realidad desconocemos.
Decía entonces que la existencia es un fluir constante, un continuo comportarse, y que ese comportarse
es función también, y muy marcadamente, del entorno
en que nos hallamos y de la internalización que de él
podamos tener. Que en esa existencia hallamos aspectos
fenoménicamente diferenciados –lo psíquico y lo corporal– pero que hacen a una unidad sustancial, y también que en esa existencia se dan fenómenos tanto psíquicos como corporales que tienen para nosotros diversos niveles de conocimiento. Estas ideas están incluidas
en la expresión “unidad de la conducta”.
Esta unidad fluyente a lo largo de la existencia se
nos aparece cotidianamente como una sucesión de conductas acotadas que tienen un significado, un principio
y un fin. También nos es evidente que el finalizar de una
conducta es el inicio de otra.
Sostener que la conducta es una unidad no implica
desconocer las diversas formas que ella puede adoptar
para expresarse. Una somera revisión de los comportamientos que hacemos a diario nos permite ver que en
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ellos se da simultáneamente un acto que se nos aparece como corporal, un correlato mental de dicho acto y
una acción sobre el mundo externo. La magnitud de
cada uno de estos aspectos es diversa, pudiendo alguno estar reducido a una mínima expresión, pero siempre se dan estas tres modalidades. También podemos
notar, en un análisis más cuidadoso, que estos tres aspectos no siempre son concordantes: que nuestro cuerpo muestre un estado que puede no coincidir con el de
la mente, por ejemplo.
Tenemos aquí planteado el problema de que la conducta, que es unitaria, aparece fenoménicamente de modos diversos. Diversos en su forma de expresión y diversos en cuanto a los contenidos que expresa.
¿Cómo es esto posible? Conviene decir que la conducta es un hecho fenoménicamente observable. Todos somos testigos del modo como nos comportamos
o como otros se comportan. Estas conductas son las
formas de expresión de un sistema interno al que se
llamó personalidad.
Se supone la personalidad como una hipotética estructura integrada por factores heredados, congénitos;
por experiencias infantiles –los primeros vínculos– y experiencias y procesos posteriores. Esta estructura se expresa en las conductas. Como la personalidad, siendo
unitaria es también dinámica y multifacética, las conductas a que da lugar son también dinámicas (cambiantes) y diversas. Digamos también que el concepto de
personalidad, que tuvo gran auge y dio lugar a una corriente psicológica, la personalística, es cuestionado desde
algunas posiciones teóricas. Pero más que detenernos
en el hecho de su crítica, queremos decir que así como
la conducta es un hecho fenoménico y observable, la
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personalidad es un concepto construido, un constructo
teórico, puesto que nadie puede observar personalidades.
Lo que sí se puede observar son modos de comportarse, y
de estos diversos modos de comportarse se infiere el tipo
de personalidad, sus estructuras básicas y sus rasgos predominantes. Esta pluralidad de contenidos se expresa en pluralidad de conductas, simultáneas o sucesivas, a veces contradictorias, comunes a todos nosotros.
Pichon Rivière ideó un modelo, que luego desarrolló Bleger en Psicología de la Conducta, para expresar esta
unidad de la conducta, a la vez que mostrar su pluralidad fenoménica, los distintos modos como se nos aparece. Imaginó simplemente tres círculos concéntricos,
cada uno de los cuales representa una forma privilegiada de expresión de la conducta. Entiéndase que los tres
círculos en su conjunto corresponden a un análisis psicológico del comportamiento. Llamó al espacio que cada
círculo encierra: área 1, mental; área 2, corporal, y área
3, del mundo externo (ver Fig. 2).
Mental
Corporal
Mundo Externo
Fig. 2. Diagrama de las áreas de expresión de la conducta.
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Si bien la conducta es unitaria y siempre se expresa simultáneamente en las tres áreas, hay conductas
marcadamente expresadas en un área y escasamente en
las otras. Los conflictos o contradicciones de las personas aparecen graficados aquí como contradicciones en
las áreas.
El predominio de un área sobre las otras puede deberse,
en primer lugar, a la naturaleza de la conducta –hay conductas que reclaman una particular manera de expresarse–
y en segundo lugar, a la idiosincrasia de las personas; las
personas tenemos preferencia por uno u otro modo de
expresión. Por lo que vimos acerca de que la conducta
muestra un estilo de personalidad, un modo de ser, las
áreas de expresión de las conductas permiten también
observar el tipo de personalidad predominante, puesto
que hay personas que tienen un modo preferentemente
mental de expresarse, otras preferentemente corporal y
otras preferentemente de acción.
Ahora bien, si las formas de comportarse son también maneras de comunicarse con los otros, o sea que
son indicios para que el otro nos entienda, está claro
entonces el tipo de dificultades y de distorsiones en la
comunicación que implica la relación entre personas que
tienen estilos preferentes de expresión en áreas diferentes. Tampoco en esto cabe ser absolutos: la experiencia
de comunicarse entre personas que participan de diferentes estilos puede ser un interesante reto para salirse
de los propios hábitos y aprender que existen otros modos de relación con el mundo.
Llevamos dicho que las áreas son coexistentes, que
hay un predominio de una de ellas, que puede ser circunstancial pero también ser un estilo personal, y que a
veces pueden ser contradictorias.
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Esta contradicción se debe a la multiplicidad de
aspectos del psiquismo, por ejemplo, a las formas como
se defiende de los conflictos. Pongamos por caso alguien
que se muestra agobiado con su cuerpo pero que nos
dice de su indiferencia ante un hecho penoso. Entendiendo que esa persona no nos está mintiendo, nos hallamos claramente ante una penuria que es expresada en
el cuerpo pero que no accede a la conciencia. También
podemos agregar que con frecuencia las situaciones provocan respuestas ambivalentes, y que esa ambivalencia
se expresa disociada en dos áreas diferentes.
Esta discordancia en la expresión de las áreas puede
ser transitoria, como una forma de defensa ante situaciones provocadoras de ansiedad, o puede ser estable, por el
mismo motivo, pero como forma cristalizada de la personalidad. A diferencia de lo que suele creerse, las personas
que siempre muestran una sola manera de ser no indican
con ello una personalidad homogénea, fuerte y estable, sino
una gran necesidad de defenderse de los cambios y de los
conflictos que son inherentes a la condición humana.
¿Por qué? Porque la realidad es siempre contradictoria.
Lo que externamente se nos aparece como contradicción,
subjetivamente se nos aparece como conflicto. No se entienda esto como una apología del vivir conflictuado, sino
como un alerta ante opiniones que aún circulan acerca de
cómo entender la salud y la enfermedad.
Por lo que ya dijimos acerca de que las áreas de
expresión de la conducta son también formas de comunicación entre las personas, la contradicción entre las
áreas se expresa en una dificultad en la comunicación.
Así, al emitirse mensajes en sí contradictorios, el otro recibe efectivamente ambos, y percibe nuestro conflicto. De
ahí la aparición de malentendidos, o de sobreentendidos y
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la sensación de incomodidad que lo acompaña cuando
esta situación se hace permanente.
El modelo que expusimos de las tres áreas guarda una
analogía con la idea de Kant acerca de la división del
psiquismo en intelecto, afecto y voluntad, que a su vez
recoge la tradición aristotélica y de toda la Edad Media de
una división tripartita del alma: vegetativa, sensitiva e intelectiva. Por supuesto, el contenido teórico subyacente
es muy otro. Como tantos otros, el de las áreas de expresión de la conducta es un modelo esclarecedor, pero que
no nos debe hacer pensar que el tema está definitivamente explicado.
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Bibliografía
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Aires, 1967.
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Barcelona, 1984.
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siglo XX. Paidós. Buenos Aires, 1960.
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Univ. París, 1958.
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en Marx, Malvin (comp.), The Psychological Theory,
Mc Millan, Nueva York.
Tolman, Edward: “Una nueva fórmula para el conductismo”,
en Behavior and Psychological Man. University of
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Watson, John: La vieja y la nueva Psicología en oposición,
Separata: “¿Qué es el conductismo?”. Edit. Paidós.
Buenos Aires, 1984.
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