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Transformar la pareja. Claves para acordar y crecer de a dos

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Roxana Gaudio Piñeyro
Transformar la pareja
Claves para acordar y crecer de a dos
Grijalbo
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“Al trabajar con mis pacientes lo que busco ante todo es conectarme. Para lograrlo
actúo de buena fe: nada de uniformes ni disfraces, nada de exhibir diplomas, títulos
profesionales ni premios, nada de fingir saber lo que no sé, nada de negar que los
dilemas existenciales también me afligen, nada de negarme a responder preguntas, nada
de esconderme detrás de mi papel. Y, finalmente, nada de ocultar que también yo soy
humano y vulnerable.”1
IRVIN D. YALOM
1- Irvin D. Yalom. Mirar al sol. Buenos Aires: Emecé, 2008, p. 174.
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A Álvaro. Por tu amor y contención. Por los aciertos y errores.
Por ser mi amigo y compañero en todas.
A mis hijos Bruno y Mauro, por su mirada, amor y estímulo constante.
A mi mamá Cristina y mi papá Saverio, por haberme enseñado el valor de la familia, de
la presencia, del trabajo con humildad y respeto.
A mis abuelas, por sus enseñanzas y recuerdo vivo en mí, día a día.
A Caro, por estar siempre de esa manera especial.
Por acompañarme en todos y cada uno de los desafíos y haber leído una y mil veces
cada borrador.
Al equipo de Penguin Random House por haber confiado en el proyecto.
A Mariana Zabala, mi editora, por su profesionalismo, respeto y paciencia.
A mis compañeros de camino del Celae, por compartir el desafío de acompañar con
responsabilidad y afecto.
A Alejandro y Marcela, por su amistad, apoyo y confianza.
A Ana Lecueder, por su lectura, cariño y enorme generosidad.
Al doctor Santiago Cedrés, por su apoyo y por haberse tomado el tiempo de leer el
material.
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A mi familia de sangre y de vida. De historias compartidas.
A mis tías, hermanos, cuñados, primas, y a esos amigos que se convirtieron en familia. A
los que están presentes físicamente, y a los que en el recuerdo hacen sentir viva su
presencia.
Gracias a todos por ser mis primeros críticos, por ayudarme a crecer con sostén y
afecto.
Por último, y especialmente, a mis pacientes.
A esas personas que tuve y tengo el placer de acompañar en un pedacito de este camino
que es la vida compartida. GRACIAS por su confianza. Por sus silencios y sus palabras.
Gracias por enseñarme a ser cada día un poquito más humana.
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PRÓLOGO
Entre las distintas formas en que he podido colaborar con colegas en estos años, prologar
un libro de una amiga me llena de alegría y de orgullo. Hace 25 años que nos conocemos
con Roxana, compañera de Facultad de mi esposa, o sea desde estudiantes. Luego la vida
nos unió en el proyecto Celae donde trabajamos juntos desde hace más de diez años, con
un gran equipo de colegas y amigos. Conozco la persona, la esposa, la madre y la
profesional.
Estamos viviendo una crisis social, que impacta en las relaciones de pareja como en
muchos otros ámbitos. En la actualidad se hace muy difícil convivir. El estrés laboral, el
cansancio, la carrera cotidiana por cumplir con las obligaciones y la “victimización”,
conspira contra el tiempo necesario que lleva cuidar, respetar y nutrirse de los vínculos
sanos. En este contexto doy la bienvenida a un libro necesario, que estoy seguro ayudará
a muchos a cuidarse a sí mismos, cuidando al otro.
A mí me ayudó leerlo y leerlo meditando. En una primera instancia, me impactó como
un libro muy bien escrito, de lectura fluida y estilo directo, un libro que interpela al
lector. Pero esto no podía sorprenderme: la persona que piensa bien, escribe bien. Es que
yo creía conocer a mi amiga. Todavía tenía una faceta por revelar, y esa sorpresa me dio
aliento para seguir y para ser agradecido por su amistad. Todavía me faltaba conocer esta
otra cara de escritora, investigadora que se toma tiempo para dejar la consulta y
reflexionar sobre lo que les pasa a las personas, para ayudar a que haya menos pacientes,
como afirma nuestro maestro Viktor Frankl.
Este primer libro de la autora la ubica en el lugar de aquellos profesionales que
transitan el doloroso viaje de acompañar parejas en crisis, y logra transformar esa
experiencia en un libro que ayude a sanar. Roxana pone acá en juego sus valores como
persona y su profesionalidad como psicóloga. Después de más de veinte años de práctica
psicoterapéutica, este libro refleja ese acompañamiento de forma clara, afectiva y
efectiva. Roxana ya era para nosotros una referente, mentora, confidente. Se nos revela
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ahora como una escritora auténtica, asertiva, afectiva y sobre todo humana para
acompañar a los que sufren por no lograr una sana y amorosa convivencia.
Este libro me ayudó, me clarificó y estoy seguro que ocurrirá lo mismo con el lector,
confrontándolo, brindándole pautas para comunicarse y relacionarse mejor, para
identificarse en los ejemplos y poder cambiar de actitud. Es un libro lleno de historias y
de autores que guiaron a Roxana en su investigación para escribirlo. Sus años de práctica
le han dado la habilidad para captar lo que el otro necesita y la humanidad para poder
acompañarlo.
Alejandro De Barbieri
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INTRODUCCIÓN
La idea de escribir sobre las vivencias llenas de sentido que comparto a diario en la
clínica me ha motivado desde siempre. El espacio de encuentro que se da con esa
persona que —sufriendo, preocupada o detenida por una fuerza extraña disfrazada de
temor— consulta, genera un momento de preciado descubrimiento que intento atesorar.
El formato de la terapia es la excusa, lo importante es esa instancia de conexión que se
construye en el vínculo.
El sufrimiento trae consigo inquietudes, aprendizajes, desafíos y preocupaciones que
en alguna medida vivimos todos y son parte importante de lo que me impulsó a escribir.
Me preocupa el modo en el que nos vinculamos en general, y específicamente en la
pareja. Los dolores que se viven desde la más profunda soledad. Los ruidos del afuera,
que impiden que nos encontremos de un modo auténtico. La necesidad de controlarlo
todo y “digitar” las relaciones. El afán de construir el envase que gusta, que es exitoso y
requerido por un mundo más preocupado por parecer que por ser.
Es natural que las personas trabajemos por querernos, priorizarnos y estar bien cada
uno consigo mismo primero, para poder ayudar, compartir, disfrutar, acompañar o
apoyar al otro.
No obstante, los extremos suelen ser malos, y muchas veces esa necesidad de estar
bien se exacerba hasta transformarse en una apuesta que no incluye a quien tenemos
cerca. Cuando pasa a ese nivel, tiene bastante más que ver con el afán por mostrar y
demostrar que estoy bien yo, que hago lo que quiero —independientemente de lo que
eso genere en el otro— casi a cualquier costo.
Esta realidad parecería no traer consigo la finalidad de la dimensión vincular,
comunitaria, familiar, sino una egoísta autopercepción que atenta contra valores que nos
hacen humanos, como la solidaridad, el respeto, la fidelidad, la empatía, el compromiso
con el bienestar del otro; en definitiva, el amor. Cuando esto sucede, el dolor se hace
carne y los vínculos se descuidan muchas veces sin consciencia.
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¿Estamos juntos cuando estamos juntos? El paradójico sentimiento de desamparo que
genera el estar en pareja, pero viviendo la soledad más profunda, toca continuamente a la
puerta de mi consultorio y es otro factor importante que me ha motivado a escribir.
El vínculo afectivo es el que mayoritariamente intentaremos trabajar en este libro. Nos
centraremos en el gran grupo de parejas que día a día presentan diferencias que en su
mayoría pueden ser negociables, con mayor o menor consciencia de ello, cuando todavía
se está a tiempo de recomponer una relación.
Precisamente, cuándo las parejas están “a tiempo” es una inquietud que intentaré ir
dilucidando.
Desde ya les adelanto que para poder dar ese paso es necesario tener la capacidad de
hacer una pausa y mirarnos. Una tarea que no es fácil, porque nos cuesta estar en el aquí
y en el ahora. Vivimos apurados, distraídos. Damos por descontado que nuestros afectos
son y están porque sí, y nos sorprendemos cuando algo nos recuerda por un instante que
los vínculos no operan de ese modo.
El libro se gesta en la experiencia de trabajo en clínica durante veinte años. En los
últimos diez, trabajando en equipo con mis compañeros y amigos del Celae (Centro de
Logoterapia y Análisis Existencial), un grupo de profesionales profundamente humanos
liderado por Marcela Arocena y Alejandro De Barbieri. En lo personal, en los últimos
años he trabajado con mayor énfasis en las parejas, siendo desde ese espacio que surgen
los cuestionamientos, aprendizajes y reflexiones que compartiremos.
En la experiencia recogida puedo afirmar que en muchas oportunidades las parejas, o
un miembro de ellas, llegan a la consulta cuando los vínculos se han dañado de tal forma
que el repararlos se hace muy difícil, a riesgo de generar un perjuicio mayor.
Los motivos de esas rupturas, en un número importante de los casos, no tienen que ver
con grandes conflictos o heridas “insalvables”, sino que encuentran su anclaje en la
sucesión de micropeleas o decepciones que generan distancia, y van dañando ese
preciado espacio de la relación donde se expresa el dolor y el amor en forma lenta,
gradual, casi que en cuentagotas. Ese desgaste termina malogrando un lazo que creíamos
indestructible.
El proceso de “desenamoramiento”, cuando se evidencia y hace presente con dolor,
expresa el distanciamiento. El vacío en el vínculo que, al darse lentamente, suele pasar
desapercibido para la gran mayoría de nosotros, genera un enorme sufrimiento al tomar
contacto con lo que de hecho sucedió, y cómo se instaló.
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Intercalaré a lo largo del libro historias verdaderas de parejas que acompañé, porque
me importa que el lector pueda sentirse identificado con casos reales, o verse reflejado
en alguna faceta de estas peripecias simples, llanas, comunes, terrenales, pero profundas
a la vez.
Intentaremos conectar —mediante viñetas clínicas o relatos puntuales de historias de
vida— con el sufrimiento que genera el constatar que la felicidad o la tranquilidad que
creíamos haber alcanzado se cuela como agua entre los dedos, lo que siento como un
ejercicio sanador, que nos despierta y enfrenta a decidir y tomar acción en lo que
realmente nos importa. Visualizaremos la pareja como un delicado y apreciado enlace
que para mantenerse vivo depende en gran medida de lo que hagamos y de cómo lo
hagamos.
El libro se estructura en los primeros capítulos con el análisis de los vínculos en
general, recorriendo la importancia del cuidado de estos, para luego profundizar en el de
las parejas en particular, acompañado de ejemplos y ejercicios prácticos.
El modo de relacionarnos está en crisis. Vivimos corriendo, preocupados, tan
apurados por llegar al final y por cumplir objetivos que a veces perdemos de vista el día
a día, lo chiquito. Perdemos nuestros nexos, la contención, lo importante que va
transcurriendo aunque no lo veamos, en un proceso que en ocasiones nos conduce a una
convivencia resignada y en otras a una separación, que parece sorprender como un
enemigo oculto.
Considero que hacer foco en los vínculos es vital para recomponernos, porque somos
en esencia seres vinculares. Con los vínculos sana nuestra alma; con lo que esa otra
persona me nutre y “presta de sí”, y a quien yo respondo y correspondo con todo lo que
tenga y pueda dar.
Creo inminente el desafío de procurar potenciar valores que nos hagan más humanos y
nutran el alma. El respeto por las ideas y diferencias, la solidaridad, la confianza, el
cuidado de la dignidad, aspectos todos esenciales para la vida y conformación de
relaciones sanas.
El vínculo de pareja en particular nos expone por excelencia a una relación —al
menos en nuestra cultura— que implica postergaciones, entrega, flexibilidad, paciencia,
respeto, solidaridad, humildad; valores inherentes al ser humano, y en crisis actualmente.
Por otra parte, una pareja es en muchas ocasiones la unidad base de la conformación
de una familia, independientemente de sus características o particularidades. En este
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sentido, es importante tener presente que esa relación de pareja sentará las bases y el
modo de “ser familia” de un grupo de personas. Mirándolo desde esta perspectiva, me
parece vital replantearnos, o al menos revisar, el modo en el que nos vinculamos y la
incidencia de ello en los lazos que creamos con nuestro entorno y en particular con las
personas que más queremos.
Este libro aspira a ser una invitación a cuestionarnos cómo vivir nuestros vínculos, y
específicamente el de pareja, en términos de dignidad, humildad y protagonismo. A no
quedarnos paralizados. A pelear con todas nuestras fuerzas por hacer de nuestra vida la
mejor que podamos vivir, y que nuestra relación sea un reflejo de ello.
Desde luego, no hay una pareja igual a la otra. No hay respuestas absolutas ni recetas
mágicas.
Cada quien hace lo mejor que puede, y lo cierto es que todos deseamos estar bien, o lo
mejor posible.
Espero que la lectura de este libro sea esperanzadora para sus vidas, para poder
pensarse y sentirse desde otros lugares y aspectos. Que contribuya a recuperar la
elección real de compartir su vida con alguien, a su manera, pero por encima de todo
cuidando el vínculo, que es el suelo sobre el que se asienta una relación con sentido.
Roxana Gaudio Piñeyro
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1.
EL FOCO EN LOS VÍNCULOS
Los vínculos pueden ser sanos o patológicos de acuerdo a la forma que adopten. Es
importante identificar cómo se forman y sostienen, para poder hacer el ejercicio
consciente de acercarnos y operar en ellos de un modo saludable.
“Un vínculo (del latín vincŭlum) es una unión, relación o atadura de una persona o
cosa con otra. Por lo tanto, dos personas u objetos vinculados están unidos, encadenados,
emparentados o atados, ya sea de forma física o simbólica.”2
Busqué muchas definiciones y me quedé con esta porque —si bien no proviene de la
academia— creo que contiene muchas acepciones que pueden ser interpretadas de
distintos modos, así como los vínculos en sí mismos pueden adoptar muchos
significados, formas y emociones, dependiendo de las personas que ejercen su libertad
de relacionarse de diversas maneras.
Otro aspecto de la definición que me pareció interesante es que incorpora desde el
vamos el elemento de la subjetividad. Sin dudas, el estar emparentado con alguien,
unido, encadenado o atado alude a los sentimientos que esa situación genera.
Ese vínculo puede ser sano o patológico, dependiendo de la forma que adopte, en
función de las características de personalidad de quienes componen esa relación, las
actitudes, acciones y elecciones que conforman un “modo de ser” de ese
relacionamiento.
Puede configurarse en una red de resguardo, contención, amor, solidaridad y
reciprocidad, donde quienes forman parte de esa relación sean protagonistas; o puede
constituirse en una prisión en la que habitan rehenes que no encuentran la forma de
liberarse, con o sin consciencia de ello.
Me centro en la parte de la definición que habla de “relación de una persona o cosa
con otra”, y desde ese lugar intentaré dar una mirada sobre los vínculos.
También la relación que las personas mantenemos con los objetos puede ser sana o
patológica (dinero, sustancias, comida, consumo en general…) dependiendo de varios
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factores que condicionan la interacción con el afuera.
Estos condicionamientos estarán dados por una multiplicidad de aspectos, entre los
que inciden la estructura de personalidad, el entorno, la salud de los vínculos cercanos, la
genética, los recursos protectores, las vulnerabilidades preexistentes.
La base de condicionamientos de la cual se parte incide directamente en lo que podría
ser el desarrollo de un terreno fértil para un comportamiento adictivo. Si bien esto puede
darse a lo largo de toda la vida, es de relevancia tenerlo especialmente presente en la
adolescencia. En esta etapa el cerebro es particularmente vulnerable a las adicciones. Se
ha constatado que ciertas regiones que controlan los impulsos no están completamente
formadas aún. A esto se suma la enorme diversidad de opciones que tienen los
adolescentes para escoger, en lo relativo a las sustancias, formación académica, tipo de
relaciones, tecnologías, entre otras cosas. Esta gran variedad de ofertas se presentan en
una etapa de la vida en que aún no están maduros para elegir responsablemente frente a
algunas situaciones, siendo conscientes de los riesgos que representan; y ello porque
están construyendo su identidad y descubriéndose en un rol adulto. A más
vulnerabilidades, mayor riesgo de consumo y desarrollo de comportamientos adictivos.
No obstante esto, la actitud que las personas tomemos frente a las dificultades cuando
se nos presentan, y la consciencia que tengamos de los potenciales costos y beneficios a
los que nos enfrentamos, serán determinantes en la construcción de un vínculo saludable
o enfermo.
Profundicemos ahora en las relaciones que las personas establecemos con otras
personas y los “códigos de funcionamiento” que hacen que esos vínculos sean sanos o
patológicos.
Cuando hablamos del modo de vincularnos con otros, siempre hay un porcentaje que
es propio. Siempre una parte depende de uno mismo. Estar conscientes de esta realidad
genera una enorme libertad, así como también la responsabilidad de asumir nuestra cuota
y salirnos del lugar de víctima.
Cuando hablamos del modo de vincularnos con otros, siempre hay un porcentaje que
es propio, que depende de uno mismo.
Somos quienes somos por nuestra genética, el ambiente en el que crecimos, los
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modelos que tuvimos cerca, las cosas que nos tocaron vivir, y sin duda nuestra capacidad
de sobreponernos a las dificultades y potenciar nuestras fortalezas.
Dado nuestro protagonismo en los vínculos —por el cual naturalmente asumimos
desde quiénes somos y cómo nos vemos—, considero importante hacer algunas
referencias al concepto de autoestima, vital a la hora de relacionarnos, de cuidarnos y
cuidar al otro, desde un lugar de dignidad y equidad.
Para mí es ilustrativo visualizar la autoestima como un círculo dinámico que se
construye en nosotros, en retroalimentación con nuestro entorno en los primeros años de
vida. En esa etapa, el rol protagónico es de las personas que tenemos cerca y conforman
nuestros primeros modelajes.
Esta dinámica genera una forma de querernos y valorarnos, de tratarnos y tratar a
otros. Cuando somos pequeños no depende de nosotros solamente, sino que está en
manos de quienes tenemos cerca: nuestros padres, familiares y referentes cercanos. Esta
realidad nos trasciende, ya que estamos sujetos al modo en el que los otros nos quieran y
nos enseñen a querernos y valorarnos, desde las fortalezas y debilidades que ellos
posean, y que vean en nosotros.
En la enorme mayoría de los casos los padres siempre intentan hacer lo mejor que
pueden, solo que no todo vale en nombre del amor, y a veces con el mayor cariño del
mundo se provocan, sin quererlo, heridas profundas que luego podrán ser reparadas en la
medida en que se hagan visibles y se trabaje para ello.
Claro que no todo depende de quienes tenemos cerca cuando somos pequeños.
Obviamente también está la genética y la estructura de personalidad que ese niño tiene y
que lo hará único e irrepetible, más allá de que crezca en una familia con determinadas
características.
La buena noticia es que la autoestima es una construcción dinámica que está en
permanente intercambio con el afuera y que se nutre también con la mirada del otro. Se
alimenta día a día con los desafíos que nos propongamos, los logros que alcancemos y la
capacidad que desarrollemos para incorporar el error y la frustración como parte de un
desarrollo y crecimiento natural, que nos hace fuertes y humanos.
A medida que crecemos, las personas vamos —o sería deseable y sano que fuéramos
— asumiendo cada vez más protagonismo, de la mano de la libertad y responsabilidad
en nuestra vida.
Si no logramos hacerlo, nuestra estructura será frágil y los vínculos que generemos
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tendrán esa impronta. Estarán signados más por la necesidad de contar con la aprobación
del otro que por el deseo genuino y libre de vincularnos desde lo que somos y tenemos
para dar y recibir en el encuentro con otros.
Con una autoestima frágil, generaremos vínculos frágiles.
La elección y construcción de vínculos sanos tendrán mucho que ver en el
fortalecimiento de esa mirada de uno mismo, con autocrítica y aceptación. Con
reconocimiento de nuestras potencialidades y también de nuestras debilidades,
promoviendo dignidad y respeto tanto para con uno mismo como para con el entorno.
La construcción del entramado vincular sólido y sano resulta medular en nuestra
conformación. Somos seres en construcción.
2- Definición de “vínculo” en Definición.de [en línea]. Word Press. Disponible en: ‹https://definicion.de/vinculo/›.
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Victoria y su dificultad para relacionarse con su vida y con los hombres
La conocí una tarde de julio. Victoria tenía 29 años, pero aparentaba alguno menos. Alta,
castaña y muy bonita. Seductora al encuentro, muy graciosa y entretenida en la charla.
Sin embargo, cuando empecé con algunas preguntas a profundizar en parte de su relato,
este comenzó a parecerse más al de otra persona que al de su propia vida, lo cual
encendió una primera señal de alarma.
Victoria era la mayor de tres hermanas. Tenía una relación bastante competitiva con
su madre, y un papá biológico prácticamente ausente, a quien desde muy pequeña veía
con suerte una vez al año en su cumpleaños.
Si bien el padre de sus hermanas se convirtió también en uno para Victoria, el
sentimiento de abandono invadió sus ojos cuando mencionó a su progenitor. Fue
impactante ver cómo esa chica que se llevaba el mundo por delante quedaba sumida en
una profunda angustia cuando hablaba de sus afectos más profundos.
La dejé que me contara, y cuando sostuvimos un tiempo de respetuoso silencio pregunté:
—¿Qué hay de vos, Victoria? ¿Trabajás? ¿Estás en pareja?
Con una sonrisa nerviosa dijo:
—Ya me habían contado que sos directa y que vas al grano.
—¿Te incomoda? —pregunté en tono cálido.
—No, no, para nada —respondió sonriendo otra vez—, ya vine preparada.
Hizo una pausa, y con la mirada fija en el suelo respondió:
—Mirá, la verdad es que nada de mi vida me conforma, soy un desastre, por
momentos no le encuentro sentido a nada.
Empezó a llorar. Su llanto era desgarrador.
—Tranquila, vamos despacio —le dije.
—Hago las cosas mal todo el tiempo, y lo peor es que a veces me doy cuenta e igual
las hago mal. La carrera debí haberla terminado hace más de cinco años y sigo dando
vueltas. Trabajo en un estudio contable. Gano bien, pero no es lo que me gusta. Me
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siento una burra, hay algo más fuerte que yo, no avanzo. Mis amigas, la mayoría, ya
están recibidas, y yo no lo logro nunca, y me aburro de las excusas que invento. Con las
parejas me pasa lo mismo. Estoy llegando a los 30. No tengo nada.
—¿Cómo que no tenés nada? Me contaste que tenés una familia, claro que no es
perfecta, como todas las familias —dije sonriendo, intentando quitarle tensión al
momento—. Tenés amigas, sos independiente económicamente. ¿Te parece que no tenés
nada? ¿O sentís que no tenés nada? Porque no es lo mismo.
—Sí, está bien. Tenés razón, es lo que siento. ¿Sabes qué pasa? Yo me imaginaba a
esta edad en pareja, recibida; y después de los treinta y pocos, con un hijo, o al menos
intentándolo. Y todo es tan distinto de lo que imaginé. No logré nada de lo que me había
propuesto y eso me angustia mucho. Veo todo muy lejano, o directamente no lo veo. No
entiendo cómo pude haberme distanciado tanto de lo que quería.
Me contó de las parejas o, mejor dicho, de los encuentros que había tenido. Uno tras
otro, casi que sin tregua, como quien tira tiros por todos lados esperando casualmente dar
en el blanco. Todo lo narraba muy divertido. Era como si se transformara y empezara a
montar una escena. Como si fuera una enamorada del amor jugando a una seductora
fatal. Con su histrionismo relataba cada una de sus aventuras. No me sorprendía lo que
me contaba. La imaginaba entrando a un lugar y captando todas las miradas, despertando
seducción y pasión. El problema estaba en lo que ella esperaba que sucediera, y en el
modo en que procuraba que sucediera.
Su discurso era desenfadado y atrevido, pero su angustia era profundamente
existencial y desgarradora. Su modo de afrontar las situaciones era descuidado e
irresponsable. No usaba protección en sus relaciones sexuales y se exponía a vínculos
que “la dominaran”, en los cuales se atrapaba afectivamente, sufriendo importantes
decepciones, o volcándose al otro extremo, donde creía tener el control absoluto por
sentirse deseada, bien tratada, pero distanciada afectivamente. Estos casos no resultaban
atractivos para ella, simplemente se convertían en un entretenimiento que buscaba para
no estar sola, y terminaba rompiendo las relaciones de un modo casi que despiadado.
Deseaba que la quisieran “de verdad”. No solo acostarse porque sí, por un mero deseo
físico, o por satisfacer una necesidad primitiva de “estima prestada”. No estaría ni bien
ni mal que lo físico fuera el motivo de encuentro con el otro; el tema es que si fuera
satisfactorio para Victoria no habría conflicto y seguramente no estaría cuestionándolo.
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El conflicto se genera cuando uno se enfrenta a una relación en un sentido, esperando
que suceda algo en el sentido casi contrario.
La percibí muy angustiada, y sentí que era importante aliviar ese primer encuentro. Le
hablé de las modalidades de trabajo de algunas de las corrientes de psicología, haciendo
hincapié en la logoterapia. Le conté de Viktor Frankl,3 de su historia de vida, de que fue
el creador de esta corriente terapéutica, y de lo asombroso de que alguien, habiendo
estado preso en un campo de concentración, hablara de libertad, responsabilidad y de la
importancia de la actitud que tomemos frente a lo que nos pasa, lo cual nos transforma ni
más ni menos que en protagonistas, y también genera libertad.
Le expliqué que si bien íbamos a hablar de lo que había sucedido en su vida, de su
historia, porque eso también hace a la persona que es, el trabajo fuerte que
emprenderíamos juntas tendría bastante más que ver con su presente y la construcción de
su proyecto de vida, que es lo que daría sentido a esta.
Los porqués son importantes, le dije, pero no necesariamente saber el porqué de lo que
nos pasa, o de cómo somos, alivia el dolor o la angustia que sentimos. Le propuse
cuestionarnos constantemente el para qué y el cómo hacer para acercarnos a lo que era
realmente importante para su vida.
Los porqués son importantes, pero no siempre alivian el dolor; el desafío es centrarse
en el para qué y en el cómo hacer.
Aproveché el momento para contarle que muchos años atrás un paciente me había
dicho que yo me parecía bastante a un entrenador de fútbol porque hablaba de “nosotros”
todo el tiempo. Ella bromeó:
—Entiendo. Cuando me digas: “Victoria, hicimos cagada el fin de semana, ¿por qué
nos acostamos con ese tipo?”, vas a hablar de mí, pero yo no me voy a sentir tan sola
porque lo estoy compartiendo contigo, aunque en realidad ¡la que se acostó haya sido
yo!
Me reí con ella.
—Algo así, Victoria. Vamos a ser un equipo. La idea es que podamos ir acercándonos
juntas a lo que sea sano para vos, y que podamos hacer cosas distintas, para que vos
vayas sintiendo alivio. La risa es una defensa para ti. El humor va a ser un aliado para
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trabajar algunas cosas que de no hacerlo de ese modo podrían ser muy difíciles de
abordar, pero puede convertirse en una dolorosa trampa que enquiste lo que es necesario
trabajar y cambiar. Sos muy joven. Estás muy angustiada. De verdad que siempre hay
una salida. Aunque por momentos cueste verla, siempre la hay. Vamos a tener momentos
incómodos, porque cuando uno intenta cambiar cosas se siente incómodo. Todos
seguimos un principio de inercia y actuamos “de memoria”, como estamos
acostumbrados a hacerlo, porque es lo fácil y práctico, pero no necesariamente es lo
sano. A las personas nos deja tranquilas sentir que hacemos todo lo posible para estar
bien, y a eso es a lo que intentaremos acercarnos, a que vos sientas tranquilidad y paz.
La mirada sobre uno mismo
Compartiré algunas reflexiones sobre el camino que recorrimos con Victoria, donde fue
de medular importancia el vínculo que tejimos juntas. Un vínculo de confianza, de
respeto y de profundo compromiso. Una relación donde yo le proponía mirar algunas
cosas desde otro lugar, pensar en otras alternativas, confrontándola con sus miedos y
“autosentencias” más dolorosas.
Ella, por su parte, se iba animando a confiar en la ilusión de que un futuro distinto era
posible y que en gran parte dependía de ella. Que no era algo imposible de realizar,
porque no estaba sola en el camino y porque tenía una cantidad de potencialidades a
iluminar y otras muchas herramientas para aprender e incorporar a su vida, y que bien
valía la pena el esfuerzo por sentirse bien consigo misma.
¿Cómo recorrimos el camino? Con Victoria nos vimos cerca de un año. No fue fácil el
proceso. Ella estaba tentada todo el tiempo a poner piloto automático. Aterrada de
intentarlo de verdad. Confiaba muy poco en sí misma, y no lograba quererse lo suficiente
como para dejarse querer por el otro de un modo sano.
Comenzamos con aspectos que tenían que ver con su ser interno y decisiones que
básicamente dependían de ella. Empezamos por el estudio, agendando semana a semana
qué hacer y cuestionándonos el motivo de hacerlo. Había una clara necesidad en Victoria
de recibirse, aunque su pereza y miedo de no lograrlo eran fuertemente limitantes.
Lo que estaba en mi mente era intentar ayudarla a construir pequeños objetivos que
fueran medibles, cuantificables y realizables, y que de su logro pudiéramos de a poquito
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ir fortaleciéndonos. No es que ella tuviera una marcada vocación y disfrutara mucho de
lo que hacía, eso estaba a la vista. Lo que sí tenía era una necesidad de sentirse
autónoma, independiente, valorada y orgullosa de sí misma, y visualizaba el estudio
como un vehículo para acercarse a ello. Por este motivo acordamos que recibirse era un
proyecto que tenía sentido para ella.
Sin embargo, su objetivo a priori no podía ser terminar la carrera, porque visualizarlo
así era frustrante para Victoria, además de inabordable. El planteo semana a semana nos
permitía minimizar la percepción de riesgo e instaurar las acciones correctivas necesarias
como para que ella pudiera sostenerlo, aceptando la frustración de que hay semanas
mejores que otras, pero que eso no ponía en tela de juicio el proyecto mayor a alcanzar y
la decisión tomada al respecto.
Luego sumamos el deporte, lo que no fue fácil porque se le hacía muy cuesta arriba.
Cada cosa que intentábamos incorporar lo hacíamos desde el proceso de comprender la
importancia de implementar ese cambio y las dificultades que ese cambio traería
consigo. El deporte era un desafío en sí mismo, porque su práctica se constituye en un
antidepresivo natural, junto con la risa y la vivencia de disfrute.
Cuando hacemos ejercicio físico, al igual que cuando nos reímos, generamos
endorfinas y fortalecemos nuestro sistema inmunológico. Para mí era vital el objetivo de
sumar el deporte a su rutina, una vez a la semana, dos, las que pudiéramos, lo que
también implicaba para Victoria un contacto distinto y sano con su cuerpo.
Es que ella se sentía triste, falta de energía, y era importante que nos adelantáramos al
cansancio que supondría el trabajo de actuar de un modo distinto, como yo le propondría
sistemáticamente. Para eso, necesitábamos que ella se sintiera física y anímicamente
mejor, más vivaz, y que fuera encontrando puntos de gratificación consigo misma que se
constituyeran en combustible para avanzar.
El ser conscientes de que logramos algo que nos hace bien y lo sostenemos en el
tiempo genera un sentimiento de orgullo y, naturalmente, nuestra autoestima crece.
Ese fortalecimiento hace, entre otras cosas, que podamos decir que no a algunas
situaciones que decíamos que sí por quedar bien, o por no animarnos a asumir el
conflicto natural que supone confrontar con el otro y no traicionarnos a nosotros mismos.
El vencer la pereza fue un desafío constante que no nos dio respiro. La pereza o la
“falta de ganas” es lo más instintivo que tenemos las personas. Damos por descontado
que las ganas no van a estar, pero sí debemos trabajar para que aparezca la voluntad.
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En este sentido, me parece importante dejar en claro que no es nada sencillo, no se
trata de “cambiar un chip” en nuestra cabeza ni solamente poner voluntad. Me preocupa
ser profundamente respetuosa y clara en esto. De lo contrario, una vez más podemos caer
en el error de simplificar cosas que, además de ser muy importantes, son difíciles de
incorporar, lo cual puede generar el efecto contrario al buscado y, en lugar de alivio,
provocar culpa. Es algo complejo y difícil que se trabaja día a día.
Está claro que racionalmente todos comprendemos básicamente lo que es sano o no, al
menos desde lo físico, pero eso de por sí no genera que implementemos acciones sanas.
Parto de la base de que la gran mayoría de las personas que no tenemos incorporados
naturalmente hábitos saludables debemos trabajar duro para generarlos.
Fortalecer nuestra autoestima nos permite decir que no a algunas situaciones a las que
accedemos por temor, o por quedar bien. Pero no se trata simplemente de “cambiar un
chip”.
El estado anímico en general, las circunstancias de cada uno y sin duda las
vulnerabilidades, cuando las hay, hacen que estos cambios se conviertan en grandes
desafíos, y está claro que no alcanza con proponérselos para que sucedan porque sí. Es
necesario trabajar día a día y generar consciencia del porqué y para qué lo hacemos.
Lo que siempre es importante tener presente es que la actitud es, en última instancia,
la que nos rescata de las situaciones y hace la diferencia.
¿Cómo pensamos la pareja y sus vínculos? El objetivo en principio no fue apostar a
que Victoria conociera a alguien, que es lo que ella hacía todo el tiempo en forma casi
compulsiva.
Su relacionamiento desde el lugar de pareja le generaba mucha angustia y un
sentimiento de desprotección y desvalimiento, lo que me dio la certeza de que
justamente por ahí no debíamos ir. Si lo hacíamos, correríamos el riesgo de aumentar la
percepción del problema y anular las posibilidades de cambio.
En la medida en que Victoria pudiera sentirse mejor consigo misma y recuperara el
entusiasmo y lo saludable en sus otros vínculos, naturalmente iban a empezar a cambiar
sus pensamientos y sentimientos respecto a sí y a esta dimensión de su vida, y por ende
su relacionamiento con esta.
22
A veces las personas nos empecinamos en enfrentarnos a los problemas una y otra vez
intentando arrasar con ellos, cuando quizás el camino es empezar por otras cosas que no
duelan tanto, que no percibamos como tan avasallantes, para luego, sí, estando más
fuertes, intentar abordar lo más difícil, lo que necesitemos cambiar en nuestra vida.
Entonces elegimos priorizar el vínculo con las amigas. Ella había adoptado un rol que
no le hacía bien, y debía moverse de ese lugar. Era muy divertida y bromeaba todo el
tiempo con cosas que en soledad le generaban un profundo dolor.
De a poco fuimos viendo que el stand up que generaba carcajadas con sus amigas no
merecía una lágrima de su parte; porque si ella no se reía auténticamente, no valía la
pena hacerlo para buscar una aprobación del otro a costa suya. Obvio que con estos
cambios hubo gente que se apartó, pero Victoria fue descubriéndose en otras
características que le generaban mayor satisfacción “en privado”.
Fue pasando el tiempo y ya no tenía tantos relatos que contar. Ya no se acostaba con
tantos hombres, ni necesitaba tomar para divertirse. Fue descubriendo que esos
mecanismos ya no eran funcionales para su vida, y que realmente necesitaba cambiar su
actitud. Tomar consciencia clara de que los costos estaban siendo más altos que los
beneficios fue el puntapié para dar los pasos necesarios e ir transformando su vida a
partir de su actitud y sus acciones concretas.
Cuando apagaba la luz al irse a dormir relataba que iba sintiéndose cada vez más
conforme consigo misma, lo que fue un indicador de que íbamos por buen camino.
Semana a semana evaluábamos sus espacios de diversión, sus cambios, el
enfrentamiento a las demandas de algunas de sus amigas que extrañaban su
comportamiento anterior y los sentimientos que esta situación le generaba. El objetivo
que nos trazamos fue que ella se restaurase como persona, como mujer, trabajando en
principio el vínculo consigo misma y con las personas que quería, cuidando el vínculo
con ellas.
Era importante que de a poquito sintiera que podía lograr lo que se propusiera,
descubriéndose en actitudes distintas que la dejaban cómoda y conforme. En el camino
encontramos amigas respecto de las cuales Victoria quería estar más cerca, que le
demostraban cariño y la alentaban en sus cambios porque realmente priorizaban lo que
ella transmitía como importante.
La habían visto llorar muchas veces y le recriminaban su actitud de despreocupación e
inconsciencia, básicamente, respecto a su vínculo con los hombres. Lo que en otros
23
tiempos provocaba enojo en Victoria hoy lo apreciaba de un modo distinto.
El que te quiere va a marcarte y a exigirte en el buen sentido. Y eso empezaba a
develarse como un importante hallazgo para ella. Fuimos ensayando actitudes de
protagonismo y demostraciones de amor con estas amigas que ella quería y necesitaba
tener cerca. Trabajamos por promover el cuidado necesario para que esos vínculos
crecieran y permanecieran como realmente importantes y contenedores para Victoria.
En cuanto al vínculo con la familia, conocí a su madre en la mitad del camino,
acordándolo obviamente con Victoria, para sumar a su proceso. Una mujer muy bonita,
autosuficiente, con un gran parecido físico con su hija y una particular distancia en el
contacto. Con buenas intenciones, pero lejana afectivamente. Desde el trabajo y lo
material, todo; pero desde el cariño hecho afecto, muy poco.
Se mostró preocupada por su hija, pero no dejó de juzgarla con dureza. Todo sumaba
al proceso de ayudar a Victoria; y ver a esta mamá que con todo el amor del mundo no
iba a poder ayudar a su hija a sanar lo que necesitaba sanar me permitió orientarme en el
camino a seguir.
Victoria fue poniendo los límites necesarios para no cargar con cosas que no eran
suyas, y aceptar que las personas son como son y no como uno quiere que sean, que
esperar de alguien algo que no va a darnos, además de ser frustrante, no tiene sentido.
Esperar de alguien algo que no va a darnos, frustra y carece de sentido.
Buscamos la manera de ubicar a la mamá en un lugar que no le hiciera daño. Estando
cerca, porque eso era importante para ella, pero no peleándose por las mismas cosas de
siempre. La iba a ver una vez a la semana, no se exponía a grandes charlas en las que
terminara sometida a un interrogatorio y enjuiciamiento sin fin. Ya no reclamaba su
abrazo, sino que era ella misma quien lo daba y se sentía mejor con esa situación.
Fue incorporando la idea de que las amigas tienen un lugar, su familia otro, su
desarrollo profesional otro y, eventualmente, la pareja tendría uno también; pero el
común denominador de los vínculos que entablara era ella misma. Su ser es valioso e
importante; pero si ella no se lo creía, nunca iba a poder elegir y ser elegida por los otros
de una forma desinteresada y auténtica.
Fue necesario ir generando bases y anclando percepciones de sí misma que
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fortalecieran su autoestima y engendraran una mirada sana y reparadora. El afuera y su
evaluación es importante, pero no es posible empezar siempre partiendo del punto cero.
Lo que nos sucedió hace que seamos las personas que somos hoy, pero también es cierto
que uno va cambiando, creciendo y desarrollando en la medida en que capitaliza las
experiencias vividas.
En la medida en que fuimos avanzando, lográbamos ver algunas cosas bajo una
perspectiva diferente, y ya no era tan doloroso. De este modo fuimos comprendiendo el
manejo de su intimidad, de su sexualidad, de un modo diferente, para poder entenderlo y
ubicarlo en algún lugar, y para cuestionarnos cómo seguir en esta dimensión. Su cuerpo
se había transformado en un objeto distanciado de sus necesidades más profundas y la
sexualidad en un vehículo para demostrarse “falsamente” a sí misma su capacidad de ser
amada, que en realidad enmascaraba su anhelo de ser querida realmente.
La sensación de sentirse deseada, halagada y mirada, que en principio podría ser
beneficiosa para cualquier persona, terminó siendo compleja de manejar para Victoria.
Su interna percepción deficitaria de sí misma, cuando se articuló con lo que provocaba
en el otro por su natural belleza, la ubicó en el lugar de “objeto de deseo” para muchos,
obturando, por sus fragilidades, su capacidad de elegir, confundiendo profundamente sus
genuinos intereses y necesidades.
De esta manera, se generó una dificultad de discriminación. Por su incapacidad de
arriesgarse y comprometerse afectivamente, no lograba diferenciar el sexo del amor,
aunque en su discurso explícito las cosas estaban totalmente claras.
Es importante reparar en el detalle de que hay cosas de las cuales no somos
conscientes cuando estamos jugando nuestro propio partido. Si no tomamos esto en
cuenta, podríamos caer en un grueso error de pensar de un modo simple lo que es
sustancialmente complejo.
Victoria es una chica muy inteligente, y sin lugar a dudas quería sentirse bien, como
todas las personas. No considerar esto sería subestimarla. Nadie, a no ser que esté muy
enfermo, se procura daño a sí mismo en forma consciente y gratuita.
Lo que sucede es que a veces, al ver muy alejados nuestros sueños o al vernos
imposibilitados de soñar, empezamos a mirar a través del espejo de los otros y nos
vamos convenciendo de que hay cosas que no merecemos. Que nunca vamos a llegar a
tener o a vivir. Que somos finalmente “incompetentes para ser felices”, condenándonos
así al vacío y sinsentido.
25
El amor empieza por casa
Resulta fundamental relativizar el valor del afuera. Si bien es importante sentirnos parte
y ser reconocidos, el costo que pagamos por ello no debe determinar nuestro propio
disfrute y mucho menos desvalorizarnos.
Aquí van algunas reflexiones finales sobre el amor por uno mismo, inspiradas por el
caso de Victoria.
→ Cuando la necesidad de amor y protección es muy primaria (la herida por
condicionamientos previos es profunda), la sexualidad puede ser un instrumento para
calmar momentáneamente la necesidad de ser querido a través de la incorporación física
del abrazo, el beso o el contacto sexual propiamente dicho.
→ Al no haber “compromiso afectivo”, la relación —o la situación de contacto físico
— es percibida como algo controlado que tiene un objetivo, un principio y un fin.
→ No existe conflicto alguno en esta situación si se trata de una elección libre, con la
protección necesaria que implica el imprescindible cuidado. Lo que sí es vital es siempre
tener claras las reglas de juego, y no confundir una relación que está acordada en el
terreno físico, exclusivamente, con amor.
→ No obstante esto, es importante tener presente que lo que “cura el alma” y nos
fortalece como personas es que nos quieran por cómo somos y por lo que podemos llegar
a ser, y no solamente por cómo nos vemos o nos consideramos en lo privado de nuestros
dolores.
Factores contaminantes
Las heridas en el amor por uno mismo no se entienden con la racionalidad de las ideas,
sino que se perciben con el profundo dolor del sentimiento.
Los motivos que nos lleven a enquistar este sentimiento de poca valía personal, de
inestabilidad afectiva que genera una dependencia de lo que el otro pueda “prestarme de
sí” y que no logro anclar, pueden ser muchos. Lo que es importante tener presente es que
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podemos cambiar y actuar sobre ese sentimiento de amor y respeto por nosotros mismos.
Lo que pensemos, sintamos y valoremos o no de nuestro ser se traducirá tanto en
nuestra mirada y actitud hacia el afuera como en las situaciones a las que nos
enfrentemos.
Si nuestra automirada es tubular, entrampada y oscura, eso contaminará nuestra visión
del afuera, y el juicio que hagamos al respecto probablemente será erróneo, promoviendo
acciones que fortalezcan el círculo vicioso en lugar de promover la salida de este.
Mencionaremos algunos de esos factores contaminantes para los vínculos:
→ El modo en que visualizamos las dificultades que se presentan en el camino cuando
las percibimos como imposibles de sortear.
→ El sentimiento de fragilidad interna (a veces consciente y otras no) que obtura la
capacidad de elegir y —por lo tanto— decidir asumiendo los riesgos que las decisiones
suponen.
→ El ruido en nuestra cabeza que se genera cuando pensamos mucho y hacemos
poco, o cuando nuestras acciones no son coherentes con lo que pensamos y sentimos.
→ Las dificultades en aceptar que el error y la frustración son inevitables tanto para
nosotros como para el resto de las personas.
Intentar tener presente estos elementos —y hacerlos conscientes como amenazas—,
junto con los otros aspectos positivos y sanos que forman parte de nuestro ser, nos ayuda
a cuidar los vínculos, movernos de lugar y estar atentos. Ser fieles con lo que realmente
es importante para cada uno, intentando actuar y vivir en consonancia con ello, es vital
para generar coherencia con lo que nos importa.
No hay recetas. El desafío pasa por tener presente algunas de estas variables, desde la
complejidad de que todos somos diferentes, y nadie más que uno sabe lo que necesita
para estar tranquilo y en paz consigo mismo.
En la medida en que podamos ordenarnos, conocernos y tener presente nuestras
prioridades, fortalezas y debilidades, podremos comprendernos mejor, leer nuestra
realidad y actuar, frente a las situaciones que la vida nos presenta, desde un lugar que
genere autonomía, dignidad y libertad.
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3- El doctor Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austríaco, fue el fundador de la logoterapia. Prisionero en
Auschwitz, Dachau y otros campos de concentración, a partir de sus vivencias con otros en las situaciones de
mayor adversidad escribe su obra El hombre en busca de sentido, donde expresa cómo el individuo puede
conservar su liberad espiritual incluso en los estados de extrema tensión psíquica y de indigencia física. Expresa
cómo a las personas puede arrebatárseles todo, excepto lo que él define como la última de las libertades humanas:
“La elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino, para decidir su propio camino”.
28
2-
ME CUIDO, TE CUIDO
CON EL AMOR NO BASTA
“No deberíamos perseguir un sentido abstracto de la vida, pues a cada uno le está
reservada una precisa misión, un cometido a cumplir. Por consiguiente no puede ser
reemplazado en su función, ni su vida puede repetirse: su tarea es única, como única es
la oportunidad de consumarla.”
VIKTOR FRANKL4
Tras tomar consciencia de lo importantes que son los vínculos, el cuestionamiento
siguiente es cómo cuidarlos y cuidarnos, para estar atentos y tomar acción respecto al
modo en que vivimos nuestra vida.
Al avanzar en la importancia del cultivo del vínculo con nosotros mismos, de asumir
la necesidad de ser coherentes, de fortalecernos y cuidarnos para poder cuidar y amar a
otros, la pregunta que surge es: ¿Cómo hacerlo? Así que les propongo pensar en el modo
de poner en práctica ese cuidado por el otro, en el día a día.
Partimos desde una actitud de protagonismo; aceptando obviamente que hay cosas que
nos trascienden y que no podemos cambiar, pero siendo activos en lo que sí podemos.
De alguna manera somos las personas que somos también por la forma en que nos
relacionamos y por la construcción que generamos con el otro.
Para comenzar, los vínculos en general implican apuesta, actitud, tiempo, entrega,
postergaciones y presencia. No es posible cuidar y hacer crecer un vínculo si no estamos
presentes, si no compartimos tiempo, si no nos comunicamos.
Vivimos apurados y sin tiempo; corriendo de un lado a otro, sin tomar consciencia
clara ni del cómo ni del por qué, la mayoría de las veces. Las conversaciones suelen ser
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virtuales y por distintas plataformas, lo que dispersa nuestra atención y activa el sistema
de alarma constante.
El tránsito es una locura, llegar a los lugares en tiempo y forma parecería haberse
transformado en un desafío casi imposible de alcanzar, y la comunicación real se
convirtió en un preciado tesoro a recuperar.
Los tiempos apremian, la sed de consumo absorbe y resulta que hacer todo en el
menor tiempo posible es exitoso, solo que esa fórmula se trasladó también a los vínculos.
Pero déjenme decirles que en este plano es totalmente ineficaz y contraproducente.
Parecería que estamos en la época de tomo y suelto, toco y me voy, del discurso
facilista de que hay que hacer lo que uno tiene ganas, al parecer a veces hasta a cualquier
costo. Daría la sensación de que, por momentos, nos hemos olvidado de que hay otro
frente a nosotros, y de que yo soy solamente en relación con ese otro.
Artículos enteros leemos a diario de cómo cuidar nuestro cuerpo. De la importancia
del ejercicio, de que tengo que darme un tiempo para lo que me hace bien y lo que me da
placer. Nada más cierto y necesario, pero también tengo que darme un tiempo para ser
con el otro. Para recuperar valores, priorizar afectos, para estar en lo que es importante,
y a veces dejar para más tarde o para otro momento “lo urgente”.
No estamos acostumbrados a dedicarnos unos minutos, a hacer una pausa, respirar
profundo y pensar cómo nos estamos vinculando.
No estamos acostumbrados a dedicar unos minutos a nosotros, a hacer una pausa y
pensar cómo nos estamos vinculando.
Culturalmente estamos entrenados para pensar en cómo actuar y manejarnos en el
estudio, en el trabajo, en un emprendimiento que involucre a otros y que por su dinámica
tenga un objetivo, principio, fin y evaluación.
Pero con los afectos o los vínculos damos por entendido que “son”. Es más, considero
que tenemos el preconcepto de que si debemos estar muy atentos o pendientes de ellos es
porque lo que sentimos “no es tan fuerte” o dejaría de tener sentido, es como si los
vínculos tuvieran que “fluir” y listo.
Como si otorgáramos al sentimiento, porque sí, la facultad de hacer saludables o
satisfactorias las relaciones, desapareciendo nuestra capacidad de acción y aumentando
30
la fantasía o la dimensión mágica o idealista del amor.
Las personas somos movilizadas por nuestros sentimientos, pero deberíamos tener
igual de claro que no alcanza con querer a alguien para que construyamos con esa
persona un vínculo sano.
No alcanza con que mi amiga sepa que la quiero y que cuenta conmigo si no logramos
encontrarnos nunca. No basta con querer a mis padres si no puedo hacerme el tiempo de
estar con ellos y compartir “su historia”. No alcanza con el amor para que una pareja se
sostenga y crezca.
Las intenciones pueden ser las mejores, y están fuera de discusión, pero lo cierto es
que tanto el contenido como la forma del vínculo suponen un trabajo artesanal, asociado
al tiempo, la disposición y el foco en lo importante.
Tampoco alcanza con amar a nuestros hijos, darles todo lo que entendemos necesario
y procurar acercarles lo que consideramos importante para su bienestar, para construir un
vínculo sano. Una vez más, solo con el amor no basta.
Natalia y sus estrategias erróneas
Natalia estaba angustiada y preocupada por su hijo de 18 años.
El chico había terminado el liceo y le habían quedado cuatro materias por rendir. Ella
se había separado cinco años atrás, mantenía sola su casa y los gastos de ambos.
Su intranquilidad, por lo tanto, se debía no solo al rendimiento académico de su hijo,
sino a la responsabilidad que para ella implicaba el “criarlo sola”. Los profesores de
apoyo habían sido una constante durante los años de secundaria y las discusiones por el
estudio un tema recurrente. Se había entablado entre ellos un vínculo viciado por
constantes reclamos, reproches y amenazas de innumerables castigos sin cumplir. Las
peleas no hacían otra cosa que generar distancia y sufrimiento en una relación llena de
amor y dedicación, aunque no del todo bien encauzada.
Rodrigo no tenía dificultades específicas en el estudio, pero su actitud era inmadura y
cómoda. Escuchaba a su madre como quien escucha un discurso repetido, y esperaba a
que terminara su catarsis. Natalia intentaba que él reaccionara, pero mantenía un estilo
infantilizado, sin consciencia del crecimiento de su hijo y de que seguir con la misma
estrategia sin obtener cambios no solo era una mala decisión, sino que atentaba contra la
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relación y sus posibilidades de ayudarlo a desarrollarse y convertirse en adulto. Él, por
su parte, respondía al “hostigamiento” de su madre con una evasión a sus
responsabilidades como modalidad de castigo, obviamente con consecuencias también
para sí mismo. Más de una vez se había resistido a los profesores particulares, pero su
inconsistencia para hacerse responsable sumado al enojo con su madre creaban un
círculo vicioso que los llevaba nuevamente al principio del conflicto.
Natalia no lograba generar el espacio suficiente para que su hijo madurara, se
equivocara y perdiera el año si fuera necesario, para aprender del error y ella poder estar
ahí para sostener lo que eso generara en él. El trato entre ellos debía cambiar y pasar a un
relacionamiento entre adultos, donde se cuidaran mutuamente y crecieran sin ahogarse,
respetando y valorando las necesidades y sentimientos de cada uno.
Había una cantidad de cosas que Rodrigo hacía bien y de las cuales su madre estaba
orgullosa, pero el focalizarse únicamente en el estudio le impedía a Natalia no solo
decírselo, sino —muchas veces— poder verlas.
Trabajamos juntas intentando poner orden y ver la situación con cierta perspectiva.
Ella se desempeñaba en el área contable de una empresa y en los últimos tiempos había
descuidado su trabajo y las salidas con amigas. El tema pareja era una dimensión
anulada conscientemente por Natalia. Cada vez que yo intentaba traspasar esa línea, ella
decididamente impedía el acceso con ocurrentes y variadas excusas. Sin embargo,
acordamos tenerlo presente como un aspecto importante en el que tenía mucho para
sanar de sus relaciones anteriores, pero había que esperar el momento en que pudiera
enfrentarse con ello.
Comenzamos intentando problematizar de algún modo “su trabajo”; no porque
hubiera un problema desde lo real, pero sí porque ella estaba dispersa. Su atención se
concentraba sistemáticamente en Rodrigo y eso, de futuro, podía llegar a traerle
complicaciones sin ser Natalia consciente de ese riesgo. Priorizamos retomar encuentros
con amigas que ella valoraba, pero que en los últimos tiempos, absorbida por su rol de
madre, no había logrado atender del modo en que ella necesitaba hacerlo.
El objetivo estaba claro: dar aire a su hijo sin desgastar su sana autoridad de madre, al
tiempo de poder ella respirar en paz porque había hecho un buen trabajo como mamá.
No todo era tan grave como ella lo vivía. El cómo trabajar juntas se iría tejiendo
artesanalmente. Era parte de lo que teníamos para construir. Había que descomprimir el
vínculo que Natalia mantenía con su hijo por el bien de los dos y de su relación. Los
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daños se generan por déficit o por abundancia, y ese excesivo control de esa madre y el
intento constante de resolución de sus problemas ya no le correspondía. El hacerlo
incidía de un modo negativo en él y dañaban sin quererlo la relación. Claro que nada es
de un solo lado ni de un día para otro. Era importante quitarles peso a ciertas cosas para
que la relación de algún modo pudiera fluir mejor sin tanto roce, sin tanto daño.
Natalia tenía que ganar seguridad: sentir y convencerse de que estaba tomando
decisiones y actuando de la forma que entendía mejor, y eso de por sí le daría
tranquilidad. Romper con ese círculo vicioso de la pelea constante de cualquier manera y
ante prácticamente cualquier circunstancia era prioritario, para así habilitar la discusión
cuando fuera necesario, pero al mismo tiempo aceptar las diferencias y elecciones que
forman parte del crecer, bajo determinadas reglas de respeto que muchas veces es
necesario explicitar y acordar de un modo adulto.
Está claro que suena fácil decirlo, pero difícil hacerlo. Igualmente, en el acierto o en el
error, el sentir que actuamos genera alivio y eso es lo que fue sintiendo Natalia a lo largo
de las consultas. Pudo ir relativizando algunas cosas y cuestionarse otras.
El error es parte de la vida y la reparación también es posible en la mayor cantidad de
situaciones. Acoger esta idea la ayudó a disminuir la carga y trabajar la aceptación de
algunas cosas con las cuales se peleaba constantemente, sin resultados. El vínculo con
Rodrigo fue mejorando, y eso no sucedió por “arte de magia”. Natalia empezó a
manejarse de un modo distinto, y a obtener también por parte de él respuestas distintas.
A veces eso sucede del modo que deseamos, otras no. Trabajamos mucho para que ella
encontrara paz en lo que hacía y no tanto en la respuesta que recibía del otro. Esta idea
fue fundamental ya que suponía un cambio sustantivo entre ser rehén de las actitudes de
su hijo o ser protagonista responsable de sus acciones.
Poder disfrutar de algún modo de sentirse en coherencia y en paz consigo misma, sin
depender exclusivamente para ello de la respuesta de Rodrigo, le trajo un profundo
alivio. A medida que se generó espacio entre ellos, debajo del disfraz de la pelea y el mal
humor constante lo bueno de cada uno empezó a aparecer; el vínculo se fue
transformando en una relación con mayor libertad y honestidad. No supuso grandes
cambios, pero sí imprescindibles ajustes que hicieron lo cotidiano más sano.
Los vínculos se nutren fortaleciendo los aspectos sanos. Alimentando al otro de
reconocimiento y valoración. Es importante que nos marquen nuestros errores para que
podamos repararlos y crecer. Pero tanto o más importante es que puedan reconocernos
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en lo que hacemos bien, en nuestras fortalezas. Evidenciar lo que provoca orgullo en
quienes nos quieren, que son nuestros modelos primarios de aprendizaje, es vital para el
desarrollo de la autoestima y el cuidado de los vínculos.
Los vínculos se nutren fortaleciendo aspectos sanos. Alimentando al otro de
reconocimiento y valoración.
Si hay algo que está totalmente claro es que esta mamá se desvivía por educar a su
hijo y que hacía lo mejor que podía. Igualmente es importante ver cómo, si nos
distanciamos un poquito de la situación y quitamos el foco del problema, para tener una
visión más panorámica, seguramente podremos cuidar mejor del otro y de nosotros
mismos.
En general, las cosas no son de una sola manera. Cuando hay amor corremos con una
gran ventaja, porque tenemos asegurado el principal combustible que alimenta el
vínculo. Si logramos que dicho vínculo sea fuerte, sólido y cuidado, las dificultades
pasarán y nos dejarán cada vez más fortalecidos.
El manejo del tiempo
Me voy a detener en el manejo del tiempo, por el valor que esta dimensión tiene en
nuestra vida.
Hay una vivencia del tiempo que es subjetiva. Cuando estamos haciendo algo
divertido o estamos de vacaciones, popularmente decimos que el tiempo “se nos pasa
volando”. Cuando la situación en la que estamos inmersos es de angustia, o de
preocupación, la sensación clara es que el tiempo “no pasa nunca”.
No obstante esto, e independientemente de las subjetividades, es real que tenemos un
tiempo material definido que separa el día de la noche y la capacidad limitada que esto
conlleva, así como también la enorme posibilidad de decidir qué hacer con nuestro
tiempo.
Tenemos distintas dimensiones, áreas, o roles en nuestra vida. Lo que priorizamos en
cada una de ellas, si lo enlazamos al tiempo, debería dar como resultante lo realmente
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importante para cada uno. Es decir, sería coherente que nuestro tiempo estuviera
administrado en función de lo que evaluamos que son nuestras prioridades.
Trataré de explicarme mejor. Yo puedo tener un rol como madre, esposa, hija,
trabajadora, amiga, hermana, tía, etcétera. En distintos momentos de mi vida,
seguramente habrá áreas que me demanden más que otras. Por ejemplo, si tengo hijos
chicos, el tiempo que destinaré a estar con ellos, a llevarlos y traerlos, a dormirlos,
bañarlos y hacer por ellos lo que aún no pueden hacer por sí mismos será una porción
importante.
De esta manera, esa dimensión de mi vida “se tragará” un poco a las otras, porque la
realidad es que con todo no se puede, y de nuevo aparece la constatación empírica de
que el tiempo es limitado. Esto no quiere decir que si mi rol de madre está exigido yo no
pueda con las otras dimensiones. Lo que sí evidencia es que generaré mayor dedicación
a algunas en detrimento de las otras.
Una vez que los niños van creciendo y me voy organizando mejor con las tareas y las
demandas que los distintos escenarios de mi vida me generan, lo sano es que las cosas
vayan acomodándose. Esto requerirá flexibilidad de mi parte, para que pueda sentirme
medianamente satisfecha con los distintos espacios que constituyen mi vida.
El tener proyectos y anclas de sentido fortalecerán mi misión y me generarán una red
de sostén que me rescate en los momentos difíciles o en los cuales yo flaquee por
distintos motivos.
Ahora bien, esas distintas dimensiones de la vida suponen tiempo, presencia y energía,
y también generan demandas, a las que puedo responder o no. La respuesta en presencia
o en ausencia generará costos de los que por momentos puedo no ser consciente, y ahí es
donde se complican las cosas.
Podemos ser conscientes de que la maternidad o la paternidad nos absorbe, de que el
trabajo nos exige mucho más tiempo y cabeza del que entendemos adecuado o sano, que
el vínculo con nuestra pareja es casi inexistente; pero el desafío radica en ser
espectadores o protagonistas de la historia. Si media la elección, si uno eligió
conscientemente la situación en la que se halla, la sensación será de tranquilidad, de estar
en el lugar indicado, con las personas indicadas, en lo realmente importante para uno. Si,
por el contrario, no siento que estoy decidiendo, me contaminará la sensación de ser
preso de mis obligaciones y responsabilidades.
Las elecciones siempre son circunstanciales, y deben ser coherentes con los valores
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que determinan para mí lo que está bien o mal. No hay, obviamente, una sola manera de
actuar, más allá de que haya un orden jurídico que dictamine lo que es correcto o
incorrecto desde ese lugar, y una cultura que espera de nosotros determinadas actitudes y
no otras. No obstante esto, es importante tener presente que esa capacidad de elección se
inscribe en una situación que nos trasciende y que nos viene dada. Decidimos en el
marco de la realidad que tenemos y que nos toca vivir, no todo depende de nosotros ni
está a nuestro alcance. Pero sobre lo que sí podemos incidir, debemos hacerlo.
Desde el punto de vista afectivo, existe una suerte de balanza interior que pesa el
modo como vamos viviendo y evalúa qué tanto nos acercamos o alejamos de lo
prioritario e importante.
Cuando esa balanza pierde equilibro, las personas nos sentimos mal, frustradas,
inseguras, tristes, independientemente de las causas por las cuales esto suceda.
La sensación es de pérdida de control, de incomodidad, y se traducirá en distintas
emociones dependiendo de las características personales y los mecanismos de expresión
de los afectos.
En algunos casos, también pesarán las miradas o el enjuiciamiento de los otros que, en
ocasiones, son las personas que más nos importan.
Cuando esto sucede, es medular replantearnos y cuestionarnos cómo estamos
viviendo. Cómo manejamos nuestro tiempo. Qué es lo realmente importante, y qué
alternativa puedo buscar para recuperar el equilibrio necesario para sentirme bien
conmigo mismo y con quienes más amo.
¿Cómo estamos viviendo? ¿Cómo manejamos nuestro tiempo? ¿Qué es lo realmente
importante?
Evidentemente siempre el termómetro es uno mismo, lo que estará condicionado por
la capacidad de autocrítica, empatía y disposición para mirar al otro.
No obstante esto, lo cierto es que hay situaciones o dimensiones que demandan la
mayor parte de nuestro día, de nuestras horas y esfuerzo, y sabemos que tienen un
principio y un fin que está determinado por el paso del tiempo, como la dimensión
laboral.
Me ha tocado acompañar varios pacientes que se enfrentan al fin de su actividad
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laboral con enorme desconcierto al ver que, si bien era algo que esperaron durante
mucho tiempo, se sienten vacíos, sin proyectos.
Relatan cómo, de alguna manera, perciben que el trabajo les ha demandado tanto o,
mejor dicho, ellos le han otorgado tanto espacio que se quedaron “sin vida”.
Esto, si bien es doloroso, no es extraño de ver o escuchar, porque vivimos en una
cultura donde el “estar dentro” está signado por la actividad laboral, por el estar
corriendo de un lado al otro; porque eso, de algún modo, se confunde con el éxito.
Cuando vemos “la película” desde afuera, con cierta perspectiva, las cosas empiezan a
visualizarse diferentes, a través de otro cristal.
Siempre estamos a tiempo de cambiar y ajustar nuestras acciones en función de
nuestras necesidades, valores y deseos, pero es real que las cosas no cambian de un día
para otro porque pasamos a tener más tiempo, o más disponibilidad afectiva.
Lo cierto es que los afectos no van a esperar nuestra jubilación. Nuestro físico no va a
esperar a que lo cuidemos cuando tengamos tiempo para hacer deporte o alimentarnos
mejor.
Los amigos necesitan que estemos cuando la están pasando mal, no solamente cuando
podemos; y si no estamos nosotros, estarán otros. Nuestros padres envejecen, y requieren
de nuestros cuidados cuando esto sucede, no cuando “tengamos” tiempo para dedicarles.
Nuestros hijos crecen y necesitan que les ayudemos a aprender a estudiar, a relacionarse
con amigos, a pedir perdón cuando se equivocan, o sin querer —o queriendo— lastiman
a alguien; a aceptar que seguro van a cometer errores, pero van a poder tener revanchas
todo el tiempo si se lo proponen. Y para poder acompañarlos en ese camino también
necesitamos tiempo.
El planteo está lejos de sumar responsabilidades o generar agobio; todo lo contrario.
Trata de poner en escena una dimensión vital a la hora de cuidar y cuidarnos. El sentir
que soy dueño de mi tiempo genera una sensación de poder que se asocia a la
gratificación y al sentido de libertad.
Es importante vivir nuestro día a día teniendo presente que hay cosas que van a
suceder, y estar absolutamente atentos, no para martirizarnos, sino para cultivar la
gratitud por todo lo que tenemos y podemos hacer mientras estamos vivos. La muerte es
parte ineludible del vivir, así como la alegría y la tristeza son dos caras de la misma
moneda, y una sin la otra seguramente no tendría sentido.
El tiempo es el mejor regalo que podemos darle al otro. Pero no un tiempo de
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cualquier manera, un tiempo elegido, un tiempo decidido, un tiempo con reconciliación
interna, un tiempo con presencia en todas sus dimensiones.
Para estar en lo que realmente es importante, indefectiblemente, voy a tener que dejar
de hacer cosas. Vivir es elegir constantemente, y no dejarnos seducir por un piloto
automático que va indicando el deber ser de otros, y nos quita espacios de libertad.
El tiempo es el mejor regalo que podemos darle al otro. Pero supone elegir y dejar de
hacer cosas.
Esto implica detenernos a reflexionar en qué es realmente importante para cada uno,
tarea que en apariencia podría parecer sencilla, pero realmente no lo es, cuando nos
cuesta frenar, reflexionar, pensar, autoevaluarnos y tomar consciencia de que realmente
nosotros somos los responsables principales de cómo vivimos nuestras vidas.
Es común la queja en la cual caemos en muchas oportunidades frente al trabajo, como
si fuera un monstruo que nos absorbe y nos deja sin capacidad de escape posible.
Otras veces, el trabajo nos seduce como una droga extraña que nos sumerge en una
dinámica de urgencias, ocupándonos un tiempo mayor del que es sano, con las
consecuencias que ello tiene en las otras dimensiones de nuestra vida.
El trabajo genera dignidad, pertenencia, valoración, poder, recursos económicos y
muchas cosas más, pero es crucial tener presente el lugar que le otorgamos en nuestra
vida. Como en todo, las fracturas se pueden generar por déficit o por abundancia. Todos
los extremos son malos y la búsqueda del equilibrio sin dudas es el camino más sano.
Del mismo modo, el momento de la jubilación en sí mismo es parte natural de un
proceso de madurez, y el desafío es prepararnos para vivirlo de la mejor manera que
podamos. Como en las etapas previas, para alcanzar un trabajo antes tuvimos que haber
estudiado, para llegar al liceo antes tuvimos que haber hecho la escuela. El proceso
jubilatorio también debería tener una preparación y esta dependerá en gran medida de las
estrategias que hayamos puesto en marcha para manejar nuestro tiempo de la mejor
forma para cada uno.
Hace unos años leí una nota que le hicieron a una enfermera australiana especialista en
cuidados paliativos, Bronnie Ware,5 quien escribió sobre su trabajo acompañando a
personas cercanas a la muerte, y me parecieron más que significativos algunos de los
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pensamientos y testimonios que ella expone en uno de sus libros, y comentaba en esa
entrevista.
Ware, en su libro Los cinco mayores remordimientos de los moribundos, enumera una
lista de arrepentimientos que se repetían en el discurso de la gran mayoría de las
personas a las que acompañó próximas a su muerte, y se centró en los cinco más
comunes, los cuales se exponen a continuación:
→ “Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer, y no lo que
los otros esperaban que hiciera”.
→ “Ojalá no hubiera trabajado tanto”.
→ “Hubiera deseado tener el coraje de expresar lo que realmente sentía”.
→ “Habría querido volver a tener contacto con mis amigos”.
→ “Me hubiera gustado ser más feliz”.
Todos aprendemos de las experiencias de todos. Estos mensajes que nos dejan de
alguna manera estas personas son para que crezcamos y vayamos aprendiendo de nuestro
dolor y del de los otros.
Es fundamental esto de intentar distanciarnos y mirarnos en perspectiva. Observar el
modo en que estamos viviendo y poder cuestionarnos si sentimos realmente que estamos
haciendo las cosas bien de acuerdo a nuestros principios, o si sería atinado realizar
ajustes. El objetivo siempre será encontrar paz y sentir que, en el acierto o en el error,
realmente hicimos todo lo posible.
Es muy frustrante, y causal de enorme angustia, lamentarnos por lo que ya no
podemos cambiar. Si tenemos paz en nuestra alma, miraremos al pasado quizás con
nostalgia, con cierta tristeza por el recuerdo de etapas que han terminado, pero con la
tranquilidad de haber vivido, decidido y elegido de la mejor manera que pudimos;
teniendo en cuenta que siempre las decisiones son circunstanciales, pero esa realidad no
puede y no debe transformarse en una excusa para evitar decidir por nosotros mismos.
El éxito o la ilusión de controlarlo todo
Guzmán y Matías llegan a la consulta impulsados por la dificultad para ponerse de
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acuerdo en la decisión de emigrar.
En principio las posturas de ambos parecían ser irreconciliables. Cada uno defendía
con razones y argumentos su visión, sin puntos de encuentro y mucho menos acuerdo.
Terapeuta: Cuéntenme cómo surge esta propuesta, y qué es lo que piensa y siente cada
uno al respecto.
Guzmán: Yo fui el que insistí para venir. Matías no quería saber de nada. Él asume esa
postura cuando las cosas no son como él piensa. Pero bueno, yo creo que tenemos que
darle una oportunidad a lo nuestro. Yo quiero que nos vayamos juntos. Hace tiempo que
venía esperando esta oportunidad, y estoy feliz porque se me dio, pero no termino de
poder disfrutarlo. Me postulé hace seis meses para este cargo en la empresa, y Matías
sabía que había chances de que lo ganara. No entiendo su postura ahora. Voy a ganar
bastante más dinero, me reconocen la formación académica, cosa que acá me llevaría
muchos años, y es el momento de cambiar de vida definitivamente.
T: Si interpreto bien, el aceptar el puesto no está en duda.
G: No, no puedo perder la oportunidad.
T: ¿Qué pensás, Matías? ¿Qué sentís vos?
Matías: Me duele. Siento que no me tiene en cuenta. Él vive queriendo cambiar de
vida. Si me hubieses preguntado esto hace un par de años, creo que no lo habría dudado
y me hubiese ido. Hoy es distinto. Creo que estamos bien, pero a Guzmán nunca termina
alcanzándole nada. Siempre quiere más. Vivíamos en un apartamento cómodo, con dos
dormitorios, pero tuvimos que mudarnos a uno de tres porque a él le parecía chico.
Cambiamos el auto hace dos años, y ya está mirando otro. Su trabajo es bueno, pero él
ve el de los demás siempre como una mejor opción.
T: ¿Y qué sentís vos? ¿Qué es lo que querés?
M: A mí me costó mucho estar en paz con mis decisiones y no quiero regalarme.
T: ¿Regalarte?
M: Yo hace tres años que estoy con él, pero tuve otras parejas, una heterosexual de
casi cuatro años. Pensábamos en casarnos. De alguna manera, es lo que se esperaba de
mí. Me costó plantarme, aceptar y entender lo que me pasaba y tomar acción. A mi
madre particularmente le costó mucho aceptarme y quererme como soy, a mí también
me costó, terminó siendo desgastante para todos.
G: Otra vez con eso, Matías, por favor, ya está.
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T: No, esperen chicos, es importante que nos escuchemos todos; si no, no vamos a
poder avanzar. Lo que cada uno siente es sagrado y tenemos que poder respetarlo. Seguí,
por favor, Matías.
M: Eso, que la historia de Guzmán es distinta, su familia es muy abierta y siempre
abordaron con naturalidad sus decisiones. Es más, cuando los conocí, yo me pude sentir
parte de ellos rápidamente, cosa que en mi familia costó mucho. Son rígidos, y me
hicieron sentir como que les había fallado. Yo, por mi forma de ser, tengo un problema
con eso de agradar, lo que complicó todo más.
G: Bueno, Matías, pero ya está. No podés seguir dándole vueltas a lo mismo, ya está.
Fue así y ahora estamos bien.
M: Sí, pero ahora viene esto del viaje y yo no quiero hipotecar todo lo que
construimos acá. Vos vas cambiando, Guz, y sabés que nada termina de convencerte. Yo
estoy bien en mi trabajo, y retomé las clases de canto. Es un momento lindo; pero no
parás. Yo no puedo seguirte el ritmo. ¿Qué más precisamos? ¿Cuál es el límite? ¿Qué va
a pasar cuando yo tampoco te conforme? Siempre querés más. Yo creo que pidió la
consulta porque me vio firme, capaz por primera vez. Yo no quiero seguir así.
T: ¿Así cómo, Matías?
M: Así, corriendo todo el tiempo tras lo que no tenemos. Creándonos ilusiones que
terminan explotándonos en la cara cuando se quiebran. Él quiere todo. No creo que
vayamos a ser más felices porque él gane más dinero. Estoy cansado. Guzmán no
escucha y, lo que es peor, cree que lo hago en su contra, para contaminar sus proyectos.
La verdad, siento que no me incluye realmente en sus decisiones. Esto no es una
decisión nuestra, sino suya, como la mayoría que se han tomado. Si después de tres años
no logramos ponernos de acuerdo en algo que implica un cambio tan grande para los
dos, es que no estamos bien.
T: ¿Lo sentís así, Guzmán?
G: Y… un poco sí, pero no entiendo cuál es el tema. Es una oportunidad de crecer, y
sí es verdad que eso implica tener más dinero, pero también supone sentir que avanzo
profesionalmente y me duele que él no lo entienda. ¿Qué hay de malo en que quiera
tener más? No veo dónde está el problema. Matías es vueltero, y no creo que sea tan
difícil.
T: A ver, yo creo que ninguno está pudiendo ponerse en el lugar del otro. Para ti,
Guzmán, está claro que lo visualizás como una oportunidad de crecer, y desde ese lugar
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obviamente es importante. Lo cierto es que, independientemente de la lectura que Matías
le dé a la situación, no están conectándose desde el sentimiento que a cada uno le
provoca este potencial cambio. Para Matías supone un desarraigo que le provoca
angustia, pero que podría llegar a procesar si ustedes se cuidan y fortalecen como pareja,
pero que no está dispuesto a atravesar por tener más dinero o confort. Tú, Guzmán, estás
dando por descontado que en lo económico debería estar también para él el argumento
válido para irse, cuando ni siquiera ese es el único argumento que tú evalúas. Lo cierto
es que el punto de contacto y acuerdo no logra alcanzarse porque cada uno está muy
encerrado en su automirada y el juzgamiento de lo que perciben como error en el otro.
Les propuse tener algunos encuentros con la finalidad de revisar cada uno su postura
desde lo personal, y poder llegar a una decisión que quizás no era común, pero que sí les
permitiera a los dos respetarse y cuidar el vínculo independientemente de cómo siguiera
este.
El caso de Guzmán y Matías nos ayuda a pensar en el valor que le asignamos al éxito,
o al dinero, y los costos que pagamos por ello; el cuestionamiento de cómo
oportunidades que en principio podrían ser buenas se constituyen en desafíos para la
pareja que ponen en jaque la elección y el modo de estar juntos.
En general estamos preocupados por ser exitosos, por cumplir con determinados
objetivos y parámetros que en algún modo sentimos nos marca la sociedad en que
vivimos, la familia en la que crecimos y lo que se espera de nosotros, o creemos que se
espera.
El éxito parece confundirse con un preciado objetivo a alcanzar, que se esconde bajo
letreros luminosos, visibles o invisibles, que nos van marcando lo que debemos hacer,
cómo y cuándo, construyendo una imagen social de lo que necesitamos tener o a lo que
debemos acceder para “ser felices”.
Bajo esta ilusión colectiva, que en apariencia debería ser similar para todos, nos
vamos perdiendo, como si todos quisiéramos o necesitáramos las mismas cosas para ser
felices, y como si esto de ser feliz estuviera relacionado con el tener o con el hacer
solamente.
Esta situación potencia ese afán de controlar todo como si se tratara de ir acumulando
puntos, como quien pasa pantallas de un juego de computadora sin tener en cuenta que
también “perdemos vidas” cuando jugamos mal. También jugando muchas veces
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creemos que podemos dominarlo todo, y hay cosas que inevitablemente escapan a
nuestro control (inclusive en el juego).
El objetivo pasaría entonces por jugar bien y disfrutarlo sin perder de vista que existen
reglas y que no solo importa el resultado.
El éxito aparece como una ilusión colectiva, como si todos quisiéramos y
necesitáramos las mismas cosas, acumulando puntos.
El afán de control suele ser una fuerte tentación que debemos enfrentar día a día, en
relación a una sociedad narcisista, que premia el éxito académico, la abundancia
económica, el galardón que sigue al galardón y que nunca para, hasta en nuestros fueros
más íntimos.
Creemos poseer el control cuando alcanzamos un objetivo que en general es medido
como exitoso, pero que se desdibuja ante la próxima aspiración, lo que no da tiempo a
saborear lo obtenido. Sentimos control cuando conseguimos concretar un proyecto
laboral buscado. Cuando formamos la familia que imaginábamos. Cuando elegimos el
colegio al que irán nuestros hijos. Cuando nos hacemos un chequeo y constatamos que
estamos bien de salud, sin detenernos a pensar que no hay garantías en ninguno de estos
“supuestos” logros.
El desafío es disfrutar en y de lo chiquito que se teje día a día en torno a estas grandes
decisiones que acaparan toda nuestra atención y parecen erróneamente invalidar lo
importante.
Vivir con concentración y atención focalizada en el presente es inmensamente
liberador y debería convertirse para cada uno de nosotros en un desafío a emprender para
lograr una existencia con más desapego y disfrute.
Y aplica especialmente para los vínculos, ya que son una construcción dinámica que
crece en función tanto de la valoración que le asignemos como del trato que le
otorguemos. Se es con el otro estando. Con tiempo compartido, con un abrazo en el
momento justo, un guiño casi que a escondidas, con una escucha atenta.
Vivir con concentración y atención focalizada en el presente es inmensamente
liberador.
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A mí me preocupa mucho imaginarme cómo seguirá impactando esta realidad que
vivimos en la interna de nuestros hogares, en la construcción de las familias, en la
crianza de los hijos con este ritmo acelerado que parece no permitir frenar aunque
visualices una bajada resbaladiza, que atenta contra la salud mental de las personas y la
sanidad de los vínculos.
Estamos preocupados por ser conocidos, exitosos, famosos, o los mejores en lo que
hagamos, porque de algún modo eso es lo que parece apreciarse. El cuestionamiento
quizás deba pasar por las razones que nos llevan a necesitar tanto reconocimiento.
Me voy a detener unos instantes en las personas que me consultan por encontrarse en
lo que se define como la crisis de la mitad de la vida. Descrita claramente en el marco de
la psicología evolutiva, tiene que ver con varios aspectos. Se destaca un proceso natural
de madurez y cuestionamientos que trae consigo cambios en el aspecto físico y
emocional, así como también en el manejo de la sexualidad. Se caracteriza por cambios
en la perspectiva frente al tiempo vivido y al que hay por delante.
Esto se ve especialmente interpelado desde el lugar de las parejas cuando tienen hijos
y hace tiempo que están juntos.
La generación que hoy tiene entre 40 y 55 años está claramente marcada por el
crecimiento de los hijos, particularmente cuando llega la adolescencia, lo que hace que
sean más independientes. Los padres, que hasta ese momento estaban muy requeridos en
presencia física, ahora están más libres, surgiendo así espacio para el planteo de qué
hacer con sus vidas en otros ámbitos.
En el caso de que continúen en pareja con la persona con quien tuvieron sus hijos,
sobreviene una etapa de crisis que supone el encontrarse “frente a frente”, luego de
muchos años de distracciones constantes, con o sin consciencia de ello. He visto cómo
en un número importante de personas de este rango de edad la dimensión laboral no es lo
más preocupante, ya que entienden que es una etapa en donde de alguna manera se
empieza a cosechar lo que se sembró, o quizás algunas cosas ya no importan tanto como
en otros tiempos.
Podrán abordar esta nueva etapa con gratificación o insatisfacción, pero lo cierto es
que la vida se parece más a las ondas vivas de un electrocardiograma que a una línea
continua, o a una curva ascendente. Por eso es trascendente convivir y encarar con
actitud flexible las diferentes situaciones que ella nos presenta y asumir que cada etapa
tiene sus demandas y exigencias, pero que no podemos entregar nuestra vida a otros.
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La vida se parece más a un electrocardiograma que a una línea continua; por eso es
trascendente asumir una actitud flexible ante lo que se presente.
Es valiente tener una postura de cuestionamiento ante los cambios que naturalmente se
presentan. Los vínculos se van transformando. Eso es natural y esperable que suceda. El
punto es el cuestionamiento acerca de qué tipo de sentimiento es el que me une al otro y
sobre qué se asienta. ¿Seguirá siendo amor? ¿Qué tipo de amor? ¿Es válido elegir seguir
compartiendo mi vida de pareja con esta persona? Exige honestidad, respeto y valentía
pararse desde ese lugar y reacordar el cómo, si es que seguir juntos sigue siendo el plan
A.
En el ámbito afectivo o laboral o el que fuera, el logro realizado, la meta cumplida,
son efímeros. Aferrarnos al “éxito” es peligroso, pues con el tiempo cambia su peso y su
significado.
Las personas somos siendo, y no debemos tomar el éxito como un lugar de llegada,
sino de construcción, crecimiento y aprendizaje. En ese recorrido siempre incide el
afuera, y me nutro con la relación con otras personas que dan también sentido a mi vida
y a mi proyecto de “éxito”, que cambia en la medida en que también yo voy creciendo y
cambiando.
Es importante tener claro tras de qué estamos corriendo, si lo estamos haciendo. A
veces es difícil encontrar dónde ponemos la coma, o el punto y aparte. Pero es
imprescindible aprender a hacerlo. De lo contrario, nos quedaremos sin aliento, tal como
sucede en una lectura, cuando no encontramos los indicadores para hacer una pausa, y
correremos entonces el riesgo de equivocar conceptos, distorsionar situaciones y
cansarnos en el camino, sin haber desmenuzado lo sustantivo del aprendizaje.
Es que las prioridades fijadas por la vida actual en busca de ese espejismo que es el
éxito, las demandas laborales, el estrés —viejo conocido por todos— marcan algunos
falsos supuestos que nos han vendido tras un discurso políticamente correcto, que
enmascara un sentimiento de que algunas cosas permanecerán sin que las reguemos.
Es interesante hacernos profundamente estos cuestionamientos porque quizás estemos
indirectamente dando por sentado cosas que no son sostenibles sin nuestro cuidado.
En el siguiente apartado nos detendremos un momento a reflexionar en el éxito en la
pareja, o lo que entendemos por él. Para eso tendremos que distinguir el éxito visto
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desde afuera, desde el contexto sociocultural, económico y evolutivo, del éxito en el
interior de la pareja.
A propósito, bien vale hacernos algunas preguntas. En lo que tiene que ver con la
mirada de contexto: ¿Por qué entendemos que una pareja es “exitosa”? ¿Porque están
juntos desde hace años? ¿Porque económicamente les va bien? ¿Porque viajan dos veces
al año? ¿Porque tienen una salida solos una vez a la semana o cada quince días?
¿Por qué razones y cómo medimos el éxito?
Evidentemente dependerá de lo que social o circunstancialmente sea promovido como
“exitoso” el que una pareja lo sea o no, así como también de con qué aspectos de esa
mirada externa la pareja concuerda o no, a la hora de trazar y delinear sus proyectos
comunes y personales.
¿Existe una fórmula para el amor?
Quizás todos desearíamos que existiera, porque la gran mayoría de las personas
anhelamos enamorarnos, que nos quieran y querer de ese modo especial. Pero la realidad
es que cada uno es diferente y no podría haber una fórmula válida para todos. Crecimos
con la ilusión de que hay “pociones mágicas” y amores indestructibles que permanecen
intactos de una forma idealizada. Pero chocamos de frente con la realidad de que el amor
es un sentimiento que tiene bastante más de humano que de mágico.
Sí considero que existen señales, estrategias y códigos de buen trato, equidad y
respeto por valores de base comunes, o al menos compatibles, que si no están presentes,
seguramente la relación no prosperará.
El amor tiene más de humano que de mágico.
Por más que accedamos a lo que soñamos económicamente, hayamos llevado adelante
el mayor desafío de acompañar el crecimiento de nuestros hijos, salgamos solos una vez
a la semana y con amigos cada tanto, si el estar juntos no es un proyecto en sí mismo, no
funcionará.
Estarán un tiempo, hasta alcanzar lo que se propusieron como apuesta y luego se
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soltarán emocionalmente. El punto de quiebre quizás sea el paso de los años y el
desgaste que estos generen, disminuyendo la atracción que inicialmente los acercó. Si
esto sucede, seguramente se distanciarán, sin puntos en común que hagan que tenga
sentido el estar juntos.
Parte de lo que hace del amor un sentimiento trascendente tiene que ver con rescatar
lo importante y el cuestionamiento acerca de lo que ello implica. Justamente, lo
realmente determinante no es igual para todas las parejas, porque no todas las parejas se
forjan de acuerdo a los mismos propósitos, ni se fundan de acuerdo a los mismos
valores, ni son concebidas por las mismas personas. Lograr o no éxito en la pareja
dependerá de lo que es importante para cada quien, y lo que se mida como exitoso o no.
Es muy probable que pase por tener proyectos en común, apreciar una vida con el otro
por elección, pese a lo que me disgusta y me enoja.
Parte de lo que hace del amor un sentimiento trascendente es rescatar lo realmente
importante y cuestionárselo a menudo.
También es necesario considerar las diferentes dimensiones del éxito. Por un lado, la
que tiene que ver con el éxito como espacio construido en forma conjunta y, por el otro,
el éxito de cada uno de los miembros y lo que puede generar entre ellos.
Las parejas, como decíamos anteriormente, se construyen de acuerdo a determinados
propósitos u objetivos entre los cuales puede estar el compartir la vida juntos, desde el
lugar del amor, tener hijos, construir una familia con determinadas características,
acceder a un determinado estilo de vida o alcanzar circuitos de poder en lo económico,
en lo político o en distintos ámbitos. Mientras estén claras las reglas de juego acerca de
por qué estar juntos y las dos personas acuerden en el o los propósitos de constituir una
pareja en el formato que sea, no debería haber conflicto.
Ahora bien, el problema puede presentarse cuando el o los objetivos que llevaron a su
unión como “socios de vida” es alcanzado, o se mide como exitoso y no aparecen nuevos
proyectos. ¿Ahora qué?, sería la pregunta. La pareja se encuentra cara a cara, luego de
conseguir el trofeo soñado, que puede representarse desde lo simbólico o lo real por la
compra de la casa, la prosperidad de un negocio familiar, el haber realizado un viaje, el
cumplimiento de la mayoría de edad por parte de los hijos, entre otras cosas.
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Cualquier objetivo que se haya concebido como prioritario para la conformación de la
pareja, que haya sido consensuado por ambos implícita o explícitamente, y se haya
logrado de alguna manera, puede ser medido como un punto de inflexión que o bien los
acerca al sinsentido, o bien se presenta como el motor para la generación de nuevos
proyectos.
De acuerdo al lugar que se le da a la concreción de ese propósito en la “identidad de la
pareja”, se editarán o no otros nuevos. Eso dependerá de en qué medida el estar juntos es
lo importante. Quizás se genere una enorme brecha entre los dos con sabor a “tarea
cumplida” en el acierto o en el error. De ser así, el camino más sano será entonces el
aceptar lo que ya no es, con el dolor y los aprendizajes que ello implique, y cuestionarse
con libertad y responsabilidad cómo seguir de ahí en más.
A la interna de la pareja puede haber proyectos de equipo y también proyectos
individuales. La fórmula resultará más compleja, pero tiene más chances de ser sana
porque ambos tipos —proyectos en conjunto e individuales— son considerados por la
relación y miran en algún sentido juntos en determinados momentos, hacia objetivos en
común, sin dejar de considerarse a sí mismos.
A veces los objetivos de equipo son alcanzados, y eso obviamente generará
gratificación en la pareja. Sin embargo, puede pasar que en lo personal uno de los
miembros se sienta gratificado por lo que hace, y valore sus logros personales, mientras
que el otro se sienta frustrado, porque las cosas no le salieron como esperaba, o no se
animó a seguir sus deseos. Esta situación puede ser vivida de diferentes maneras en
distintas parejas, porque dependerá de la personalidad de cada uno, y del entramado
relacional existente entre ellos.
Sin dudas esta situación enfrenta a ambos con el desafío de determinar qué tan
consistente y fuerte es el vínculo que construyeron como para sostener la angustia y la
frustración de uno de sus miembros. Va a ser vital trabajar juntos por la búsqueda de
gratificación de quien se siente frustrado, para que la relación mantenga la equidad sana
y necesaria a fin de que ninguno sea más importante o considerado que el otro y ambos
puedan crecer en el encuentro día a día. Si esto no se procura desde un lugar sano,
seguramente la pareja empiece a competir entre sí por los espacios y gratificaciones
personales, dejando de mirarse uno al otro y condenando sin más el vínculo a la
destrucción, lo que no necesariamente implica la separación.
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Ciberrelaciones
La cultura en la que estamos inmersos nos coloca bajo una mirada de evaluación
constante.
Iniciamos sesiones, nos conectamos y registramos, todo el tiempo. Cuando llegamos
al trabajo, cuando conversamos con amigos, cuando completamos una ficha médica,
siempre estamos de algún modo siendo “observados” por otros, al tiempo que
observamos también al resto.
Esta situación promueve una suerte de distracción colectiva que nos genera la fantasía
de estar en muchos lugares a la vez, pero trae consigo la problemática de que en realidad
no terminamos estando en ninguno por completo. Mientras esto va sucediendo, nuestro
día y nuestro tiempo van pasando. La sumatoria de conexiones simultáneas genera una
sensación de control que tampoco es real, pero que supone “el poder” al alcance de la
mano.
No tengo nada en contra de la tecnología; sí quizás respecto del uso que hacemos las
personas de ella.
A veces me exaspera el riesgo que trae consigo la violación a la intimidad que puede
llegar a suponer un aparato que nos conecta muchas veces “sin filtro” con una realidad
para la que quizás no estamos preparados para responder.
Hace un tiempo, un paciente que había perdido a su esposa hacía un año se encontró
con un video en el que aparecía ella, subido por una amiga en común. La
descompensación que esto generó en él fue enorme. Evidentemente no estaba preparado
para lo que hace unos años atrás no hubiese ocurrido, o hubiera sido fácilmente evitable.
Entonces, encontrarse con fotos o recuerdos implicaba una decisión propia. Hoy con la
presencia de las redes sociales la información llega en forma espontánea sin que la
busquemos. Sin dudas, una vez más, todas las personas somos distintas y leemos y
experimentamos las situaciones de manera diferente, pero un duelo es un proceso que
tiene etapas y momentos claramente definidos que tendrán la impronta de quien los viva,
pero que es importante respetar.
Nuestro mundo afectivo no está preparado para recibir un estímulo que no va a poder
controlar y relativizar en un momento de particular sensibilidad. Está claro que yo
trabajé con mi paciente en maximizar todos los cuidados posibles como para controlar la
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invasión del afuera, pero también las redes sociales se han conformado en soporte de
contención en su buen uso.
Lo que trato de hacer es acercar esta mirada desde la enorme complejidad que tiene el
uso de la tecnología, y advertir de la necesidad de ser responsables y conscientes de
nuestro grado de exposición, de cómo, dónde y en qué momento nos mostramos.
Es importante detenernos a pensar que quizás nos convencemos de que controlamos
situaciones, cuando tal vez somos nosotros los controlados todo el tiempo y en todas las
circunstancias. Estamos expuestos, prácticamente “desvestidos”, frente a las miradas de
otros.
El planteo está lejos de ser un juicio valorativo de esta realidad, pero sí considero que,
aceptando su existencia, podemos proponernos hacer el ejercicio de ser más conscientes
y analíticos que impulsivos en su uso, y de ese modo cuidarnos.
La exposición a todos estos estímulos y avances implica la necesidad de fortalecernos
y contar con un equilibrio emocional que opere de defensa y protección frente a un
mundo mecanizado, en el que las personas seguimos teniendo los mismos dolores,
angustias y necesidades, los cuales a veces, por estar confundidos, no son atendidos del
modo en que lo requieren.
La exposición a las redes requiere un equilibrio emocional que nos proteja.
El estar en conexión real a tiempo completo no necesariamente habla de estar en
sintonía con el otro, o con quienes nos importan.
Las aplicaciones hoy día nos avisan prácticamente de todo. Si hicimos o no ejercicio,
si pagamos nuestras cuentas, si visitamos al médico… Como dice un paciente, en
cualquier momento nos avisará que hace más de cinco horas que no nos mensajeamos
con alguien, quizás nuestra pareja, y que debemos hacerlo.
Esto que parece de “película” es lo que a diario encontramos en el consultorio y que a
mí particularmente me preocupa sobremanera. Esta modalidad de vida de estar “en
línea” genera un estado de ansiedad que dispara una respuesta rápida, que en el mejor de
los casos soluciona un tema laboral o le da aliento a un amigo, y en otras muchas
situaciones genera malos entendidos o discusiones carentes de profundidad y sentido.
Los contactos a través de las redes sociales se han convertido casi que en un
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monitoreo constante, que sobrevuela, y que nos da una idea superficial del otro.
Amanecemos, la gran mayoría, con el celular en la mano organizando nuestro día y
viendo qué ha pasado en las horas en que estuvimos parcialmente “desconectados”,
intentando no dejar nada pendiente, y paradójicamente, saludando muchas veces
monosilábicamente a quien está a nuestro lado.
Esta modalidad de vida de estar “en línea” genera ansiedad y discusiones sin sentido.
Esta situación nos lleva muchas veces a “engañarnos”, sumergiéndonos en un mundo
imaginario. Nos convencemos ocasionalmente de estar viviendo una historia que no es
real, compartiendo sentimientos y alimentando un ego malherido, solitario y confuso.
Ese otro “aparece y desaparece” frente a las pantallas que se abren y se cierran con un
clic, las conversaciones que se van con un “enviar” como si el otro muriera y reviviera al
vínculo conmigo de un instante al otro. Como si apagar y encender la relación fuera
posible a nuestro antojo, y como si los vínculos fueran alimentos congelados sin fecha de
caducidad.
Facebook nos avisa de los cumpleaños. Un “me gusta” me alerta de algo lindo o feo,
no importa lo que sea porque, hasta que no aparezca el “no me gusta”, hasta las cosas
más horrendas gustan. Un grupo de Whatsapp me orienta acerca de cómo va la salud de
alguien que quiero.
No reniego de estos medios de comunicación, ya que creo que, además de ser muy
buenos, SON, con lo cual la crítica carecería de sentido. Lo que sí considero es que los
usuarios estamos frente a un gran riesgo de “tecnologizar” los vínculos, los sentimientos,
y eso es psicológica y afectivamente inviable. Los seres humanos no somos cosas. No
somos objetos. Somos personas. Un aparato puedo bloquearlo, apagarlo, dejarlo en
silencio o activarlo; con las personas no debería funcionar de esa manera.
Es sano que nos cuidemos y que intentemos funcionar en “modo humano”. Los
emoticones son muy lindos gráficos, ayudan y mucho. Un mensaje a tiempo puede
alegrarnos la mañana, un dedito para arriba nos devuelve la sonrisa casi que
instantáneamente, aunque estemos de mal humor, y una carita feliz puede ser un pedido
de disculpas aceptado. No obstante esto, lo más valioso que tenemos las personas para
dar y compartir es nuestro tiempo.
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Vivimos para el afuera. Pendientes de la construcción de una imagen virtual que
resquebraja nuestras relaciones más íntimas sin darnos cuenta.
Es necesario y protector “distraernos”, aprender, comunicarnos, y ahí entran las redes
sociales, los juegos, o todo lo que sume saludablemente. En otras oportunidades puede
transformarse en un escape y una intención de vivir con un “pedacito” de nuestra vida,
ese pedacito que queremos o que necesitamos mostrar, abriendo espacio para que “el
mundo” opine.
En algunos casos, puede llegar a transformarse en una adicción que confunda mis
prioridades y me convenza de que soy esa partecita de mí y que mis amigos “virtuales”
son realmente mis amigos, con todo lo que ello implica.
El riesgo está. Obviamente el manejarlo de una manera adaptativa y controlada
dependerá de qué tan estables estemos emocionalmente. Yendo a los medios en que las
personas nos conocemos, en lo que al ámbito de pareja respecta, ellos han ido cambiando
con el paso del tiempo. Las formas que nos llevaban a conocernos veinte o treinta años
atrás son diferentes a las actuales, ni mejores ni peores. Solo diferentes.
En el terreno de la ciberseducción, las redes sociales como Tinder o Happn son
algunos de los “clubes virtuales” en los que se conocen personas, y debemos poder
entender, aceptar y aprender a manejar las “reglas de juego” que aquellos imponen.
Suponen muchas veces la necesidad de vencer resistencias iniciales, si es que existen,
lo cual dependerá en gran medida de la generación a la pertenezcamos. Proponen un
aparente principio de igualdad en el cual todos tenemos el mismo derecho a dar “me
gusta” o no, y evidentemente eso genera también la misma posibilidad al otro de que le
gustemos o no. No quiere decir ni más ni menos que eso; un gustar, o no, en el marco de
las fotos que publiquemos y lo poco que podamos o queramos mostrar y que nos
muestren en una primera instancia.
En la medida en que “haya coincidencia”, se abrirá otro capítulo incierto también.
Dentro de ese espacio que se irá construyendo, compartiremos conversaciones a través
de chats dentro o fuera de la plataforma y en algún momento pasaremos a conocernos
personalmente. Cada etapa tiene sus desafíos y está altamente condicionada por las
expectativas que tengamos. Lo que sí es fundamental, además de tener claro qué es lo
que queremos y buscamos, es relativizar la situación y no perder de vista que estamos
conociendo a alguien y que ese proceso tiene su misterio, y en ese tránsito el otro sigue
siendo casi “un perfecto desconocido”.
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Disfrutar de cada momento en coherencia con lo que sentimos, pensamos y queremos
es clave. Nada está ni bien ni mal, independientemente del afuera, pero sí tiene que estar
bien para con uno mismo y en concordancia con lo que buscamos. Cuando las
expectativas son desmedidas tendemos a idealizar situaciones y cargarlas de un peso que
no es sostenible por la situación o el vínculo que desde lo real existe. Si confundimos la
etapa de deslumbramiento o seducción con amor, vamos a estar en aprietos. Ni es el
“amor absoluto” porque chateamos todo el tiempo o tuvimos buen sexo, ni el peor de los
abandonos o una traición irremontable porque “me clavó el visto”.
Es algo que puede darse, o no, y son las reglas de juego que suponen el exponerse y el
querer conocer a alguien bajo las condiciones o necesidades de cada uno que a veces son
explícitas, desde la honestidad, y otras no; y es parte de los riesgos que conscientemente
tenemos que asumir.
Desdramatizar la situación y relativizar las expectativas es clave. No podemos perder
de vista en dónde estamos y es preciso estar con los pies en la tierra lo más que
podamos.
Lo que pienso ligado a mis expectativas y cómo me tomo las cosas es absolutamente
trascendente respecto de cómo me siento con lo que sucede. Una vez más, es
sustancialmente importante nuestro protagonismo en la situación.
He visto en muchas de las parejas que me ha tocado acompañar la confusión que se
genera cuando el mundo virtual se potencia y desdibuja la realidad de una vida que
seguramente pedía a gritos ser cambiada. El celular pasa a ser la inseparable compañía; y
si bien estoy presente “en casa”, no lo estoy, porque mi mente y mi disponibilidad están
en otro lugar.
Cuando el mundo virtual se potencia, desdibuja la realidad de una vida que pedía a
gritos un cambio.
Los chats vaciados emergen en la consulta muchas veces como un modo de delatar
una situación de engaño, o la necesidad de ocultar o no querer ver algo, no importa qué.
Dan cuenta entre otras cosas de aburrimiento o disconformidad. El comenzar a llevar una
vida en lo virtual, parecida a la que querría tener, resulta seductor. El afuera empieza a
darme un sorbo de energía. De entusiasmo. Empiezo a nutrirme de una valoración que
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me da otro a quien no conozco, o conozco poco en el mejor de los casos, pero al cual
voy sintiendo cada vez más parte de mi mundo, despegándome de mi realidad, con los
riesgos que conlleva.
Ese “otro” se mete en un lugar de vacío, pero la realidad es que no puede vivir por mí.
Ese otro puede ser el trabajo, las redes sociales, un amante, el juego, el alcohol, cualquier
cosa que me “distraiga”, haciéndome creer que la solución está en cubrir mis
necesidades con el afuera.
El afuera me nutre, crezco a través del vínculo con el otro, pero con el vínculo real,
honesto y presente. Las personas necesitamos del contacto, la entrega, el apoyo, la
palabra en el momento oportuno, la sana discusión, el ida y vuelta profundo que conecta
las almas en su esencia y nos hace humanos.
La tecnología nos ha abierto puertas a un mundo mejor, ha hecho accesibles avances
científicos, ha facilitado las conexiones, pero NO ha modificado nuestras necesidades
más profundas, que lejos están de ser saciadas a través de aparatos tecnológicos.
4- Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder, 2004.
5- Bronnie Ware. The Top Five Regrets of the Dying. A Life Transformed by the Dearly Departing. Hay House
Publishing, 2012. Véase: ‹http://www.bronnieware.com/bronnies-book/›.
54
3-
LA CONDICIONALIDAD DE LOS VÍNCULOS
Los vínculos no son incondicionales. Para que sean y funcionen están sujetos a ciertos
parámetros de base, explícitos o implícitos. En mi opinión, no hay duda de que existen
esas condiciones, y ellas hacen que una relación sea sana.
A veces el afecto hace que no seamos del todo conscientes de que existen ciertas
condiciones para preservar el vínculo. Eso desdibuja la situación y genera que nos
autoengañemos pensando que las relaciones son porque sí y que funcionan
incondicionalmente, independientemente de cómo actuemos.
Parecería que nos sintiéramos con cierta impunidad y que nuestros afectos más
profundos fueran a estar siempre ahí aguardando nuestro regreso.
La realidad es que esto NO es así. Los amigos, la familia, la pareja, no van a estar
siempre, en todo momento, sin importar lo que hagamos. Estos falsos conceptos hacen
que vivamos irresponsablemente nuestro día a día.
Tengo que asumir con claridad qué es lo que priorizo. De alguna manera, hacer luz en
lo que me concentro y en lo que no sería algo así como tener presente a qué o a quién
soy fiel o infiel.
Los psicólogos hemos trabajado históricamente en esa mirada hacia adentro que nos
haga priorizarnos y querernos a nosotros mismos, para poder así querer al otro, pero sin
perder de vista lo importante que ese otro es.
Si para mí el otro no es importante, nunca voy a poder verlo, mirarlo, respetarlo, ni
tampoco voy a conseguir que eso suceda conmigo, ya que estaría cosificando a ese otro,
atentando así contra mi propia humanidad.
Nadie está obligado a relacionarse con nadie, aunque quizás crecimos pensando lo
contrario. Nos vinculamos afectivamente por amor, no por compromisos, o por lazos
sanguíneos; entenderlo y sentirlo así es significativamente trascendente. Si no lo
hacemos de este modo, y mediante ese combustible, no tendrá sentido, y terminará
siendo una pesada y pendiente carga, o una razón por la cual victimizarnos.
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Los vínculos se riegan, se nutren, se trabajan. Hemos hablado durante años de la
calidad versus la cantidad de tiempo, priorizando lo primero, y todos los determinismos
son malos. Importa la calidad, obviamente, porque podemos sentirnos tremendamente
solos compartiendo un espacio físico con alguien, con lo cual no se trata solamente de
estar, sino de cómo estar; pero también es cierto que si no estamos físicamente, tampoco
funciona. Estar es alimentar, regar, nutrir, acompañar, compartir vivencias.
Como veíamos en el capítulo anterior, podemos mandar emoticones con besos, guiños
y demás, pero las personas necesitamos del contacto. El alma se nutre con la mirada del
otro, el calor de un abrazo a tiempo, el contacto de una mano sobre un hombro para
simplemente saber que no estamos solos; la palabra emotiva, el silencio compartido.
Claro está que los vínculos no se construyen únicamente de un lado, pero nuestro lado es
imprescindible.
Somos dueños de lo que hacemos y de lo que no hacemos. Suelo ser bastante
pragmática, y entiendo que todos tenemos nuestras dificultades y que siempre
intentamos vivir del mejor modo que podemos. Lo que a veces me cuestiono es ese
sentimiento que muchas veces nos atrapa de no considerarnos amos de nuestro accionar
y de nuestro tiempo, que en definitiva es no ser dueños de nuestra vida.
Parecería ser que debemos estar disponibles en la empresa, porque por eso se nos
paga. Que es prioritario atender a nuestros clientes porque, si ellos se van conformes,
nosotros cobraremos y podremos hacer frente a nuestros compromisos. Que si no
estamos de acuerdo con los códigos éticos o profesionales de la institución a la que
pertenecemos, cualquiera sea el terreno —salud, finanzas, alimentación—, no hay nada
que podamos hacer más que aceptar tácitamente lo que se lleva a cabo, aunque nos
parezca que está mal... El cuestionamiento profundo que me hago es: ¿Qué tan presos
estamos a pesar de no estar tras las rejas? ¿Dónde queda nuestro poder, si me siento
mandatado por otros y no soy libre de tomar mis decisiones? ¿Cómo puedo ver con
amplitud mi vida si un área de ella se tragó literalmente a todas las demás?
Mirar al otro es un desafío. Mirar a mi hijo, a mi pareja, a mi amiga, con ojos atentos
y una escucha cariñosamente focalizada resulta medular para construir vínculos sanos y
reparadores. Escuchar en profundidad la preocupación del otro y separarme de mis
problemas, de mi realidad, de mi automirada egoísta implica crecer, madurar, aceptar y
generar actitudes de mayor protagonismo en mi vida.
Trasladar las culpas o responsabilidades al otro, sea la sociedad, el trabajo, la pareja,
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el consumo, es práctico, pero genera un mentiroso alivio momentáneo carente de
sentido. El otro o los otros pasan a tener la “culpa”, pero también pasan a tener el poder.
Cuanto más incidencia tenga el afuera en mí, mayor será mi cárcel y más autolimitante
mi percepción de condena.
Cuanto más incidencia tenga el afuera en mí, mayor será mi cárcel y más
autolimitante mi percepción de condena.
Resulta fundamental trabajar para sanar vínculos. Arriesgar a ensayar diferentes
estrategias para afrontarlo, tener una mirada abierta al cambio y querer desde la
profundidad de nuestro ser estar bien y en paz constituyen herramientas esenciales para
que nuestra libertad crezca. Si esto sucede, se traducirá en hechos y actitudes que nos
reconcilien a diario con nuestra vida tanto en su forma como en su contenido.
Como dice mi amigo Alejandro De Barbieri, “lo que cura es el vínculo”; una verdad
enorme que si lográramos internalizar viviríamos nuestro día a día con mayor libertad,
responsabilidad y gratitud. Yo puedo ayudar a sanar al otro en su dolor, y el otro puede
hacer lo mismo conmigo. Soy importante, valioso, desde mi entrega y mi capacidad de
dar y recibir amor.
Cómo sanan los vínculos
“Soy humano y nada de lo humano me es ajeno.”6
TERENCIO
Juan y Clara están en la consulta cuando ella comenta que ha ido a la entrevista que tenía
coordinada en uno de los residenciales que ha visitado para seleccionar el hospedaje de
su madre. Luego de expresar los sentimientos que esa situación le generó, repara en
Juan, quien no había recordado la cita.
Juan se excusa diciendo que ella sabe que está como loco en el trabajo, que falta
gente, que tiene problemas económicos, que está agobiado. Ella lo escucha en silencio.
Él sigue explicando los motivos por los cuales no la llamó, como si realmente eso fuera
57
lo importante para Clara.
Juan se queda pegado al hecho en sí mismo, mientras que su esposa busca que conecte
con ella y que le pregunte finalmente: “¿Cómo te sentiste? ¿Qué te dijeron? ¿Puedo
ayudarte en algo? Perdóname que se me pasó, sé lo importante que es para ti”, o que
quizás, solamente, le dé un abrazo.
Seguramente ella tampoco llega a entender de alguna manera el estado de agobio de
él. Y lo que es peor, no le interesó recordarle que tenía la entrevista, con lo que para ella
implicaba.
Cuando estamos en otra “sintonía” y perdemos conexión estamos lesionando el
vínculo. Cuando no soy capaz de ver el dolor de quien quiero estoy lesionando la
relación, aunque en apariencia no haya grandes cambios.
Cuando perdemos conexión, cuando no somos capaces de ver el dolor de quienes
queremos, estamos lesionando el vínculo.
El estar atento a lo que es importante para el otro, y por ende pasa a ser importante
para mí, es cuidar la relación.
En una oportunidad, una paciente que vivía en el interior del país, estando bastante
deprimida y en un momento de intensa crisis, me comentó que siempre veía a sus
vecinos de enfrente con un dejo de admiración o de envidia, por cómo compartían
tiempo juntos. Llegaba el mediodía y almorzaban al aire libre. Ella, por su parte, estaba
sola en su casa. Su marido volvía a la noche.
Sin darse cuenta, empezó a enojarse con su esposo por no estar para almorzar juntos
más allá que desde lo racional sabía que esa situación no iba a darse.
Abordamos juntas su enojo y cómo podía de un modo afectuoso y empático hacerle
ver a su marido que lo extrañaba y que se sentía sola, más allá de asumir su
responsabilidad acerca de cómo estaba viviendo su vida.
Le costó abrirse a la posibilidad de escuchar lo que su pareja tenía para decir, así
como trabajar su soberbia: en algún punto consideraba que solo era válido lo que ella
podía interpretar de lo que él no terminaba de expresar. Este aspecto a veces no es fácil
de ver ni de aceptar. Ella creía muy a menudo que tenía todas las respuestas, y que lo que
infería que podría estar pensando su marido era un hecho, cuando quizás no lo era,
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independientemente de los años que hacía que estaba con él.
Empezó de a poco a hablar más de sus sentimientos, y también a escuchar más las
respuestas de su marido, intentando no interpelarlas.
Un tiempo después, trabajando sobre unos objetivos que nos habíamos propuesto, me
comentó: “¿Te acordás del cuento que te hice de mis vecinos? Se separaron”. Y acto
seguido reflexionó: “Es verdad eso de que yo tiendo a idealizar y que en realidad el pasto
del vecino no siempre es más verde”.
Hay ruidos que se van generando en nuestra mente porque nos hacemos preguntas y
nos respondemos a nosotros mismos dando por descontado lo que el otro debe pensar y
sentir. De este modo fantaseamos y nos angustiamos con situaciones que solo podremos
resolver realmente en contacto con el otro, y escuchando su “versión” de los hechos.
Damos por descontado lo que el otro debe sentir y nos angustiamos en privado con
situaciones que solo podremos resolver en contacto con el otro.
En este caso, más allá de que el esposo se diera cuenta o no de lo que ella estaba
sintiendo, es real el hecho de que en la medida en que ella pudo hacerlo explícito, y
empezó a escuchar lo que él tenía para decir, estaba asumiendo la realidad de su vida y,
en principio, el actuar sobre ella le generó una enorme tranquilidad.
El afuera dejó de ser tan importante, y estaba más atenta a su propia vida que al
paisaje de la interpretación de la vida de los otros, al margen de la idealización que eso
supone.
El punto de conexión que genera el enlace con el otro está salpicado por gestos de
amor, manifestaciones de cariño y respeto, que hacen de puente para mostrar y demostrar
afecto.
Puntos de conexión real con el otro
→ Destinar tiempo físico a estar con quien queremos.
→ Seguir sus preocupaciones. Ver en qué están sus dolores. Indagar cómo
transcurren sus rutinas.
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→ Generar actos de amor priorizando lo que para el otro es importante.
→ Tener la humildad de pedir ayuda cuando la necesitamos.
→ Cultivar una actitud de genuino respeto por el otro.
→ Escuchar y no inferir ni interpretar lo que el otro piensa y mucho menos lo
que siente.
→ No juzgar ni discutir sentimientos.
→ Disfrutar con el disfrute de quien queremos.
→ Aceptar los límites del otro.
→ Actuar con honestidad y coherencia.
→ Vivir el momento presente, estar en el “aquí y ahora”.
→ Trabajar la empatía, la actitud de “ver a través de los lentes del otro”.
Conviene de tanto en tanto tomarse unos minutos y revisar estos puntos. Una
propuesta sencilla de autoevaluación es otorgarles a cada uno de estos ítems un puntaje,
por ejemplo de 1 a 5. La propuesta es reflexionar respecto a las cosas que entendemos
que estamos haciendo bien o mal en la pareja, o en lo que esperamos de un vínculo sano.
Puede ser útil subrayar aquellos puntos que sintamos que es importante trabajar para
cambiar y actuar sobre el vínculo desde ahora, sin esperar a que el otro sea quien dé el
primer paso.
El amor y otros ingredientes necesarios
El recorrido de la vida en pareja requiere de ingredientes sin los cuales la relación se
hace imposible. Sin dudas hacer una torta convencional sin harina no es viable, y
rescatar una pareja sin amor tampoco lo es.
Pero para poder hornear la torta se necesitan otros elementos además de la harina; es
importante la forma de mezclar los ingredientes, las proporciones, el tiempo de
cocción… así como en el amor de pareja; en la elección de una vida junto al otro se
requiere también de otros muchos elementos para que ese encuentro sea posible en el día
a día, que se construye de a dos.
No siempre las parejas se cimentan a partir del amor y el cuidado. En algunas
oportunidades, como veíamos, la relación se teje en torno a determinados objetivos a
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perseguir o metas a cumplir, y una vez alcanzados pierde sentido el estar juntos.
Otras veces vemos cómo algunas parejas van encerrándose en eternas peleas
recurrentes, que les provocan mucho dolor, y conforman vínculos patológicos que, por
diversas circunstancias, se sostienen en el tiempo.
Y en ciertos casos, comprobamos el enorme dolor y frustración porque el amor se
terminó, o en realidad quizás nunca existió, y los miembros de esa pareja anestesiaron
sus emociones para seguir con su vida sin más y, aun así, quizás nunca enfrentaron la
decisión de que separarse también podía ser una alternativa válida.
Les propongo pensar la relación de pareja desde el lugar de la salud vincular,
incorporando y promoviendo aspectos que refuercen la decisión cuidada y elegida de
compartir la vida con otro, con todo lo que ello implica.
Independientemente del punto en el que nos ubicamos o consideramos que está
ubicada nuestra pareja, de las dificultades o debilidades que creemos tener,
consideramos sanador el ejercicio de hacer foco y trabajar para asumir nuestra
responsabilidad en el gran proyecto que significa compartir nuestra intimidad, tristezas,
alegrías y planes con alguien por opción.
El vínculo de pareja no se mantiene al margen de esta dinámica en la que nos
comunicamos, nos relacionamos, amamos, soñamos; en definitiva, vivimos. Vivir en
pareja no es sencillo, y no basta con el amor para que esta sea funcionalmente saludable.
Es un vínculo que nos desviste y ubica sin máscaras en una relación con otro que,
también sin protecciones, tarde o temprano se enfrenta a nosotros.
Es un acto de amor y consiguientemente de entrega que nos enfrenta al desafío de ser
con el otro desde la honestidad y la confianza.
Somos seres sociales, y para la gran mayoría vivir en pareja es un deseo, un sueño,
una elección consciente, con todo lo que ello implica.
Para cuidar la salud del vínculo de pareja, deberíamos partir de la base de que no hay
culpables o inocentes, ni tampoco víctimas ni victimarios. De haberlos, no estaríamos
frente a una relación sana, aunque permaneciera en el tiempo.
Una pareja es pareja porque las dos personas que la conforman están “al mismo
nivel”, en igualdad de condiciones en la relación. Si esto no sucediera, se violaría un
pilar fundamental de ese vínculo.
Es cierto que hay parejas que permanecen en el tiempo manteniendo un vínculo
patológico, de inequidad. Hay otras que se sostienen por intereses económicos, sociales,
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académicos, a veces consensuados y otras no, que poco tienen que ver con una relación
de igual a igual donde el afecto tiene un rol preponderante. La realidad de las parejas sin
dudas está cruzada por una cantidad de variables que tienen que ver con mandatos
patriarcales y culturales sobre lo que se entiende que esta es o representa.
Hace medio siglo las parejas se casaban “para toda la vida”, y eso sí que era bajo el
mensaje de “cueste lo que cueste”. No necesariamente se llevaban bien, no
necesariamente eran felices y no necesariamente era una opción sana.
Se trataba de una sociedad que daba mensajes claros frente a lo que se esperaba de la
institucionalidad del matrimonio; el respeto por ciertos rituales y las relaciones de poder
e inequidad, signadas por una sociedad machista que funcionaba con un hombre
trabajando afuera y una mujer encargándose de ese mundo privado que era su marido,
los hijos y el mantenimiento de la casa.
El ingreso de la mujer con mayor fuerza al mercado laboral provocó cambios en la
dinámica interna de la familia y llevó a “barajar y dar de nuevo”. Si bien esto generó
relaciones un poco más “parejas”, todavía estamos lejos de haber logrado superar los
mensajes socioculturales de las décadas que nos anteceden. Lo que sí está a nuestro
alcance es trabajar por la construcción de vínculos sanos, respetuosos y de equidad en
nuestra casa, con nuestra pareja y familias.
De nuevo, nadie es quién para juzgar las decisiones de otros, pero intentaremos una
mirada del ser pareja desde la salud y la dignidad. Si no, no es pareja, es otro tipo de
relación. En una pareja hay dos personas que con amor, y también con momentos de
desamor, intentan ser felices, porque de eso se trata vivir. Intentar ser felices con lo que
tenemos y con lo que nos falta.
En una pareja no hay culpables o inocentes, héroes o heroínas, víctimas o victimarios.
Es habitual que en el consultorio reciba personas sufriendo, que se responsabilizan
unos a otros por la causa de sus males y angustias. Las cuentas pendientes, lo dicho y lo
no dicho, reclamos, pedidos, esperas, se transforman en el común denominador en una
pelea por seguir adelante, a veces a cualquier costo, o por intereses que nada tienen que
ver con el objetivo inicial de compartir una vida juntos.
Parecería ser que el juramento hecho hace un año, dos, veinte o treinta de vivir en
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pareja no pierde vigencia ni requiere de grandes inversiones; sin embargo, ambos son
conceptos erróneos que van en contra de cualquier vínculo humano.
La relación de pareja nos expone a construir un proyecto con alguien que pasa de ser
un perfecto desconocido a ser la persona más importante de nuestra vida casi que de un
día para otro. En un determinado momento, sin tener mucha consciencia ni de cómo ni
de cuándo, ese otro se convierte en el compañero de viaje. De alegrías, de tristezas, de
sueños y proyectos. Una persona que nos quiere condicionalmente. Que nos elige por
quienes fuimos, quienes somos y seremos. Queriendo nuestras potencialidades y
acogiendo con amor nuestras debilidades.
En efecto, el amor está condicionado a lo que hacemos y a cómo lo hacemos. Con
nuestras acciones día a día construimos esa relación. Con crudeza en las diferencias, sí,
porque seguramente no pensemos del mismo modo en todo, pero con respeto siempre.
Con humildad y perdón cuando sea necesario, porque todos nos equivocamos, y con
aceptación real en todas las circunstancias.
Claro que esa construcción es condicional a lo que hagamos, y cómo y cuándo lo
hagamos. Porque el amor no es ajeno a nuestras acciones, y no basta con estar en una
relación con alguien para que ese vínculo sea sano. La relación va a construirse de
acuerdo a lo que yo doy y también espero recibir del otro.
Nada es gratuito en la vida. Hay ciertos requisitos o condiciones que hacen que los
vínculos sean sanos, y pasan por el respeto, la solidaridad, la equidad, el buen trato, el
tener gestos de amor con quienes queremos. A las personas no nos alcanza con saber que
nos quieren, necesitamos que nos lo demuestren a través de palabras, gestos, acciones.
La relación va a construirse de acuerdo a lo que yo doy y también espero recibir del
otro. Nada es gratuito en la vida.
Muchas veces me consultan parejas diciéndome que no saben lo que les ocurrió y que
eso pasó de “un día para el otro”, y yo respondo con enorme convicción que nada es de
un día para el otro. Lo que sucede es que a veces estamos tan distraídos en nuestras
ocupaciones que le perdemos pista a quien tenemos enfrente, a la persona con quien
dormimos todos los días y que debería ser nuestra primera ayuda, nuestra primera amiga.
No es fácil reconocer que nos perdimos en el camino. Que desatendimos un lugar que
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solamente nosotros podíamos ocupar, y que, sin darnos cuenta, una brecha inmensa se
labró y generó silencio donde había palabra, decepción donde había admiración, soledad
donde había escucha, rencor donde había perdón, distancia donde había amor.
Muchas veces cuesta imaginarse la vida sin esa persona, duele aceptar la frustración
de lo que no será. A modo de salvavidas inventamos motivos para seguir haciendo de
cuenta que “está todo bien”, cuando en realidad cada día la relación se desgasta un poco
más.
Pueden surgir un millón de excusas para continuar con una relación de pareja. Para
seguir adelante con nuestro “plan de estar juntos” cueste lo que cueste. Pero aunque esto
suceda, tengo que tener presente que la única razón sanamente válida para mantenerme
en la pareja y construir a partir de los dolores y diferencias debe ser porque realmente
elija vivir mi vida con esa persona con lealtad y convicción. De otro modo, tarde o
temprano la realidad terminará golpeándonos en la cara y nada tendrá sentido.
Obviamente, las cosas se complican más aún si hay hijos, y la decisión pasa a tener
una carga mayor porque queremos evitarles el sufrimiento a las personas que más
amamos. No obstante esto, a veces el dolor es mayor quedándonos en una relación que
no queremos y no podemos disfrutar. No es justo que quiera obligarme a vivir una
realidad que no me satisface, y tampoco es bueno que sea ese el ejemplo que dé a mis
hijos. Nadie encuentra su felicidad a costas de otro.
En este punto hablamos de decisiones adultas, y el querer no es un querer caprichoso,
porque sí. Es un querer adulto. Un querer con decisión, un querer con voluntad, un
querer con cabeza y no solo con corazón.
Y claro que en la decisión de separarse muchas veces habrá ambivalencia, porque no
es fácil asumir que algo no funciona y que quizás no pudimos verlo a tiempo, o
simplemente sucedió porque no podemos controlarlo todo.
No tenemos margen para distraernos de nuestra misión prioritaria. No debemos
hacerlo, porque sin darnos cuenta las heridas hacen carne, las grietas se instalan y el
vínculo se va transformando a escondidas y de manera inimaginable. El riesgo es que esa
persona, que se convirtió en mi gran amiga y compañera, pase a estar en la vereda de
enfrente sin haberme dado cuenta tan siquiera del recorrido que hizo para llegar hasta
ahí, desconociéndola a la distancia.
No se trata de una defensa a la “institución” de la pareja en sí misma, ni tampoco de
las relaciones amorosas para toda la vida. Lejos está de ser esta una reivindicación en ese
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sentido. Sí intenta ser un llamado a la reflexión de cómo nos vinculamos, y una instancia
a tomar protagonismo.
El amor de pareja puede terminarse por distintos motivos. Cuando me consultan
personas que hace largo tiempo están juntas en una relación, se confunde muchas veces
en el discurso el amor de pareja con el querer. Siempre les digo que el cariño está por
descontado; porque si estuviste dos, tres, cinco o veinte años con alguien, es muy difícil
no quererlo. El tema es que queremos a muchas personas, pero elegimos amar desde el
lugar de pareja a una. Sin embargo, nunca deberíamos perder el respeto por alguien que
fue tan importante en nuestra vida, porque estaríamos fallándonos a nosotros mismos.
Se confunde en el discurso el amor de pareja con el querer.
Todos los vínculos necesitan de nuestra presencia y entrega, y especialmente lo
requiere la pareja. Cuando se resquebraja la relación y se toma consciencia de esto,
resulta imposible convivir con el vacío que ese hallazgo genera.
Sergio Sinay habla de la existencia de cuatro niveles de interacción en las parejas.7 El
de las coincidencias, el de las diferencias complementarias, el de las diferencias
acordables y el de las antagónicas o incompatibles. En capítulos siguientes
profundizaremos en esto de las diferencias, acercando y trabajando básicamente la idea
de la existencia de diferencias conciliables e irreconciliables. La línea es a veces delgada
respecto a dónde empieza y termina ese espacio de lo que es negociable y lo que se
transforma en algo imposible de acordar.
Está claro que algunos aspectos pueden ser trabajados en el marco de la terapia,
evaluando así la posibilidad de que se transformen en diferencias conciliables, pero a
veces eso no es viable. Lo que surge en la consulta en estos casos, cuando aparecen o se
expresan estas diferencias irreconciliables que no logran ser negociables, porque calan
hondo, es que básicamente tienen que ver con los valores, o con heridas muy profundas
que la pareja no logrará sanar, con proyectos importantes que no logran
compatibilizarse; es entonces cuando la separación se visualiza claramente como el
primer plan, como la alternativa válida, y seguramente los deseos e ilusiones estaban
puestos en otro escenario.
La voluntad de recomponer la relación, el rescate del vínculo, es un requisito previo
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para que trabajar en ello tenga sentido y resultado. Estamos hablando de las numerosas
parejas que presentan día a día diferencias, pero que —con mayor o menor consciencia
— pueden conciliarse. Se trata de parejas cuyos miembros fueron perdiendo el foco y el
disfrute de estar juntos, pero que quieren o sienten la necesidad de transformar su vida, y
a veces logran hacerlo a través de la modificación de sus vínculos. Se trata de esas
personas, esas parejas que sufren muchas veces en silencio, que viven la frustración y el
dolor de sentirse en profunda soledad, aun estando en compañía.
6- Citado por Irvin D. Yalom en El don de la terapia. Buenos Aires: Emecé, 2002.
7- Sergio Sinay. Vivir de a dos. Buenos Aires: Del Nuevo Extremo, 2009.
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4-
ENAMORAMIENTO VS. AMOR
“Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la
otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha
exquisita. Pero al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso
que nace a la vida se refleja a su vez en ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar
de recibir lo que se le da en cambio.”8
ERICH FROMM
Martin Buber manejaba el concepto de que la relación es reciprocidad; “Mi tú actúa en
mí, como mi yo actúa en ti”.9
Es complejo hablar del amor, porque, más allá de cómo lo definamos, tiene que ver
con la subjetividad del mundo de cada uno. No obstante, hay un aspecto bien claro e
inherente al amor que supone la atracción en sus distintas formas y expresiones.
En los inicios de una relación de pareja, necesariamente entran en juego elementos de
cortejo y seducción. Uno busca agradar, cautivar al otro, y se siente embelesado por la
inmensidad del ser de esa otra persona que admira inicialmente, a quien ha encontrado y
considera que le va “como anillo al dedo”.
El atractivo está signado por la subjetividad de cada uno, pero atravesado
inevitablemente por una cultura que delinea ciertos estándares estéticos y condiciona así
la búsqueda de lo que nos seduce como atractivo.
Además del componente físico, en la atracción también se involucran características
de personalidad, estilos de relacionamiento, ambiciones, sueños, proyectos, que se
transforman en fuentes de inspiración, admiración y deseo, y que hacen que una persona
se sienta atraída por otra.
Esos primeros momentos en los cuales la atracción en sus distintas formas es intensa,
si es recíproca, supone una etapa de disfrute, de placer y de generosa entrega. Cada
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miembro de la pareja da lo mejor de sí; y cuando la relación es saludable, también recibe
lo mejor del otro. Esa etapa es la que denominamos enamoramiento. Pero ese es solo el
comienzo de un proceso.
¿Cómo se siembra ese amor por el otro?
Vimos que en principio pasa por la atracción que ese otro, especial y distinto,
despierta en mí. Luego, a medida que el tiempo transcurre y se comparten experiencias,
desafíos, vivencias, ese vínculo se pone a prueba y es necesario desarrollar ciertos
códigos de relacionamiento.
El crecimiento de la relación genera la necesidad de apoyarse en cimientos claros y
consonantes con las aspiraciones de los miembros de la pareja, que a medida que pasa el
tiempo van queriéndose cada vez un poquito más.
Por tanto, el amor depende bastante más de la voluntad que de lo instintivo, de eso que
escapa a mi control. La voluntad, la apuesta, aceptación y entrega, en definitiva la forma
en la que actuamos, nos conecta con el otro.
La etapa de enamoramiento se da en apariencia como “carente de defectos” o, mejor
dicho, como de minimización de defectos. Todo parecería ser casi perfecto y la
idealización cobra un valor preponderante. El encantamiento por los atributos de esa
persona embelesan, y la mirada de deslumbramiento ensancha el ser de ese otro, que
capta toda mi atención.
Puede ser que, pasado un tiempo, esa relación no prospere, con lo cual nos
quedaremos con la idea de haber vivido un idilio o una pesadilla o, en el mejor y más
maduro de los casos, una experiencia de crecimiento en algún sentido.
Eso dependerá de nuestro compromiso. Del lugar que le demos a esa relación en
nuestra vida. También de la ilusión y el encantamiento con que hayamos iniciado esa
relación. Obviamente, además pesarán las causas y forma en que se dé la ruptura. Pero
más que nada incidirán las expectativas. Las expectativas que tengamos respecto a la
relación incidirán en gran parte de las emociones que esta nos genere.
Álvaro Alcuri, en su libro Pareja ideal se busca,10 habla de la idealización, un aspecto
con el cual debemos tener especial cuidado para que nuestras expectativas sean
moderadas y realistas. Él dice: “Conforme pasa el tiempo y cambian nuestras
necesidades, lo que nos parece ideal deja de serlo. Estando en medio del desierto, uno
piensa que un oasis es el mejor sitio del mundo, es perfecto, pero una vez que lo
encuentre, me instale, y viva diez años en él, dejaré de notarlo. Quizás hasta me
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aburra…”.
Es muy importante el proceso y desafío de “humanizar” la relación (en el sentido de
hacerla real o realista) para que el vínculo pueda desarrollarse y crecer en el tiempo.
Creo que uno se enamora del otro sin dudas por lo que ese otro es, pero también —y
bastante más de lo que pensamos— por lo que depositamos y proyectamos nosotros,
enamorados, en ese otro ser. Si bien esto podemos entenderlo racionalmente, de algún
modo atenta contra la lectura “mágica” que solemos hacer del amor, lo cual nos genera
“ruido” y resistencias.
Uno se enamora por lo que ese otro es, pero también por lo que proyectamos en él.
Cuando se encuentra a alguien por quien se siente una atracción particular, y eso
comienza a alimentarse, se depositan inevitablemente en esa persona una cantidad de
deseos, necesidades, sueños, y se le otorga también todo lo bueno de nosotros, que se
pone en juego y al servicio de esa nueva relación.
Puede ser que la relación sí prospere, y dé paso a un vínculo de pareja desde lo real, y
ahí estaríamos introduciéndonos en una relación amorosa con características diferentes a
la etapa anterior.
Al avanzar en la relación, se ingresa en la etapa del amor, que requiere de otras
energías y construye las bases de un vínculo de a dos con determinadas ilusiones
compartidas. Si bien este pasaje de etapas no está definido por el tiempo solamente, es
real que implica un mayor conocimiento que se va a producir de acuerdo a lo
compartido, al día a día, al enfrentarse a distintas situaciones.
A veces genera ciertas resistencias el asociarlo con el tiempo. Es cierto que no hay
nada definido en relación a esto, ya que uno puede conocer a alguien hace veinte años y
sentirlo como un perfecto desconocido ante una situación inesperada; a la vez, uno puede
hallarse en total confianza con alguien con quien está hace apenas seis meses.
También es real que, en términos generales y en la construcción de vínculos sanos, a
mayor conocimiento menor será la percepción de riesgos, en principio, de compartir
expectativas, necesidades y sueños.
Somos una integralidad, y como tal funcionamos en todas nuestras dimensiones.
Seguramente cualquiera de nosotros, si fuéramos a asociarnos con alguien en un
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emprendimiento, buscaríamos gente que nos genere confianza, o que conozcamos en
diferentes escenarios. Si fuéramos contratados en una empresa, probablemente
tendríamos un período de prueba. Será explícito o no, pero se construirá como una etapa
de aprendizaje, en donde nos mirarán y miraremos de cerca, se promoverán acuerdos
básicos, porque justamente nos están conociendo y es necesario trabajar para la
edificación de un vínculo de confianza.
En la dimensión de lo privado, de la construcción del amor, no somos tan distintos.
También vamos conociendo al otro, enfrentando situaciones nuevas, y no alcanza con las
intenciones ni tampoco solamente con el paso del tiempo para generar confianza y
equipo.
Independientemente de que no hay decisión sin riesgo en ningún ámbito de la vida, sí
es importante ir paso a paso, aceptando que cada período tiene sus desafíos.
En la etapa del amor se requiere bastante más que la consciencia y el pensamiento,
que se traducen en una actitud de apuesta hacia esa relación. Esa apuesta implica otros
aspectos y tiene por delante el duro trabajo de bajar del altar a quien pusimos en él,
humanizarlo y amarlo con sus defectos, frustraciones y virtudes.
De esta manera podemos enfrentarnos a una relación probable, real y tangible, con
otro ser humano que tiene historias, creencias y valores muchas veces diferentes a los
nuestros, pero que en algún punto nos genera algo distinto y permite ese espacio de
conexión que hace pensar en un “nosotros” posible.
Para que ese proyecto de pareja pueda prosperar, deberá ir pasando por distintas
etapas y fortalecerse. Atravesará situaciones molestas, discusiones naturales que irán
dando forma a la identidad de esa pareja.
Esa construcción puede ir creciendo de un modo sano, funcional, basado en ciertos
“códigos” de relacionamiento. O puede ser disfuncional, o tener un funcionamiento
patológico dependiendo de la equidad, el respeto por los acuerdos, estilos, buen o mal
trato que pueda generarse y muchas cosas más.
Las discusiones o desacuerdos en el crecimiento de la pareja pueden estar dados tanto
por el mundo interno como por el mundo externo de esta, y pondrán a prueba la relación,
dejando a la vista qué tan sólida se va tornando a medida que va cambiando ese vínculo
de encuentro íntimo y amor condicional. Esas condiciones estarán dadas por las
expectativas puestas en esa relación, los acuerdos generados y, fundamentalmente, las
acciones concretas con las que se cuide el vínculo.
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Cuando la pareja crece y pasa del enamoramiento al amor, progresivamente surgen
pruebas a sortear.
Desde luego, también tendrá como condicionamiento la etapa de la vida en la que se
encuentren esas personas que se atraen, y que traen consigo una historia, involucrándose
en una relación con sus “antecedentes”. No es lo mismo una pareja que se conforma en
la adolescencia, en la juventud, en la edad adulta, o en la adultez mayor. Cada etapa tiene
sus necesidades y propósitos, y por lo tanto nos retará a diferentes desafíos,
independientemente de las particularidades de los contextos personales y del modo de
vivirla de cada uno.
Esos desafíos, en las diferentes etapas, marcarán un modo de ser pareja, una identidad
basada en algunos pilares que serán fundacionales, y otros que quizás no sean tan
importantes y puedan ir cambiando o modificándose con el paso del tiempo.
El noviazgo adolescente
Les propongo detenernos un instante en el noviazgo adolescente.
La adolescencia es una etapa de autoconocimiento que está signada por los cambios
físicos, la exploración de la sexualidad, el vínculo con los otros y la búsqueda de ideales
y referentes. Sin embargo, los adolescentes se encuentran en una sociedad en la que todo
parece estar en “tela de juicio”. Se han perdido referencias, todo parece negociarse
cuando lo que ese joven necesita es un parámetro claro y definido con el que “pelearse”,
para así encontrar su propia forma y estilo.
Estos adolescentes en plena construcción de su identidad se enfrentan al gran desafío
de expandir sus vínculos haciendo crecer aspectos de su “ser adulto” en construcción con
otros.
En ese sentido, la pareja o el noviazgo en la adolescencia es una etapa de aprendizaje
ligada a una cantidad de aspectos, sensaciones y sentimientos nuevos, que tienen el
atractivo y la adrenalina de aquello que hay para descubrir, para “develar”; en definitiva,
lo nuevo. En especial, los cambios en la sexualidad, lo físico y lo emocional son muy
notorios y marcan un terreno fértil para la formación de una persona con determinados
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valores, pensamientos, actitudes y necesidades que busca modelos en los cuales mirarse
para consensuar o para debatir, las más de las veces.
Es un período de incertidumbre en que es importante estar cerca —como adultos—
desde donde nos dejen, orientándolos en lo que es sano o no respecto al trato y al
cuidado personal.
El amor no tiene por qué aceptarlo todo. En el contacto, la sexualidad, la empatía, la
negociación ante las peleas, lo que les gusta y necesitan de esa relación, requerirán del
acompañamiento y sostén de los padres, o los referentes adultos que estén cerca. El
vínculo se construye día a día y tiene sentido trabajar por él. Es responsable y necesario
educar desde niños en la sexualidad en el sentido amplio del término; pero si por
diferentes motivos no hemos podido hacerlo de pequeños, siempre se está a tiempo.
Me detengo en este aspecto del noviazgo en la adolescencia porque está ligado a la
construcción de una intimidad donde es preciso tener claro que no todo vale, y que esos
preciados primeros pasos deben darse cuando se está decidido a ello, y no cuando el
entorno presiona o incita a que se den.
Por más que hemos evolucionado en una cantidad de aspectos, seguimos siendo una
sociedad ligada a un fuerte machismo que otorga mayoritariamente al varón la
responsabilidad y el poder del cuidado de la relación sexual con un método de barrera, y
a las mujeres el deber de evitar el embarazo por medio de píldoras anticonceptivas, más
allá de la existencia de sistemas de barrera para ambos. Como si la cultura marcara, de
algún modo, que el cuidado de la salud dependiera del género.
Se devalúa el concepto de la sexualidad cuando se la conduce a una dinámica
puramente física o instintiva, ya que —si bien tiene que ver con lo físico e instintivo—
es llevada adelante por personas que tienen sentimientos, necesidades y que están
aprendiendo cómo vincularse, y no todo es válido de cualquier manera. El modo como se
vinculen en esta etapa, sus satisfacciones y frustraciones, incidirán en su autoestima,
nutriéndola o cuestionándola. Interpelando su belleza, su seguridad, su capacidad de
amar y ser amado.
Hay formas saludables, cuidadas y respetuosas de vincularse, independientemente del
tipo de relación que se tenga, ya sea homo, hetero o bisexual. La protección de la
intimidad, el respeto hacia uno mismo y para con el otro, la importancia de la elección
“evaluada”, selectiva, y no meramente por impulso o protagonismo son fundamentales
en la construcción de vínculos sanos.
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La adolescencia es una etapa de exploración, de crecimiento y de conformación de
identidad. Es importante que sentemos bases para relaciones sanas, honestas y
consideradas en todos sus aspectos y dimensiones.
Como padres tenemos la responsabilidad de estar cerca, de hacer de guía, de priorizar
el cuidado, de establecer lineamientos que ayuden al crecimiento de esa persona que va
construyéndose. No porque tengamos “la verdad”, ni mucho menos porque creamos que
nuestra forma es la única, pero sí porque no podemos ni debemos dejarlos solos. Nunca
fue fácil la adolescencia, pero hoy en día es más difícil aún. Parecería ser que todo vale,
y que el adolescente es quien tiene la libertad y responsabilidad de elegir, siempre y en
todo momento, cuando en algunos aspectos no tienen aún la madurez para hacerlo,
mientras los padres en ocasiones claudicamos en nuestra responsabilidad de ser adultos
referentes.
Como si fuera fácil para los adolescentes decidir, cuando desde el mundo adulto los
padres no logramos en muchas oportunidades asumir riesgos, tomar decisiones en forma
responsable, lamentándonos sobre cómo querríamos que fueran las cosas y no son.
El vínculo que mantengamos con nuestros hijos y el modo en que nos conectemos los
adultos desde el lugar de pareja darán pautas explícitas o implícitas de un modo de
relacionarse, que puede ser protegido, integral y gratificante para esa persona que
necesita aprender a respetarse, valorarse y cuidarse. Ese ejercicio lo irá haciendo en la
medida en que se vincule de un modo empático con las demás personas.
Me parece importante esto de caer en la cuenta de que quienes sostenemos los
cambios que va generando esta etapa de la vida, con el enorme sufrimiento que conlleva,
somos los padres, familiares, referentes, docentes; en definitiva, los adultos que están
cerca y acompañan ese proceso de crecimiento.
8- Erich Fromm. El arte de amar. Buenos Aires: Paidós, 1992
9- Martin Buber. Yo y tú. Buenos Aires: Nueva visión, 1979.
10- Álvaro Alcuri. Pareja ideal se busca. Montevideo: Aguilar, 2012.
73
5-
¿HIPERYÓ?
LA CONSTRUCCIÓN DE UN AMOR SANO
Me cuestioné bastante escribir las líneas que siguen, ya que, como he comentado, siento
que el mundo de hoy coloca la lupa sobre uno mismo, y ese hiperdimensionamiento de la
individualidad atenta contra la formación de vínculos sanos.
Tampoco redunda necesariamente en un buen trato y en el amor por uno mismo. Me
refiero a amor de cuidado, amor por la elección de aspectos sanos para nuestra integridad
en lo físico, mental y espiritual.
Convivimos con mensajes contradictorios al respecto. Por ejemplo, existe toda una
movida de consciencia positiva con respecto a la alimentación sana, el deporte y la
meditación. Sin embargo, como una suerte de “radio desintonizada,” esas mismas
personas que “cuidan” su físico, hacen deporte, practican técnicas de relajación y están
atentas a sus comidas, por otro lado, consumen distintos tipos de sustancias, descuidan
sus relaciones más íntimas e importantes y asocian erróneamente la diversión a la
felicidad.
Viven apurados, corriendo todo el tiempo y convenciéndose de que van tras lo que
creen que necesitan para vivir, distorsionando en el camino lo que realmente aprecian en
su vida.
Está de moda “cuidarse”. Sin embargo, esas mismas personas que cuidan su físico y
su mente descuidan sus relaciones más íntimas.
De este modo atentan contra sus propios discursos, o incluso contra sus deseos más
profundos, con o sin consciencia de ello.
74
El índice de depresión, de consumo e intentos de suicidio nos alerta sobre la necesidad
de mirar en otro sentido, porque este por el que vamos, tras un discurso de libertad
absoluta, no hace más que conectarnos con un profundo vacío y sinsentido.
Se promueven diferentes formas de controlar el estrés o, mejor dicho, de enfrentarnos
a las distintas situaciones que nos presenta la vida. Por cierto, es mucho lo que tenemos
que aprender del mundo oriental y sus enseñanzas. La meditación en sus diversas
variables ha sido elegida por muchos de nosotros para intentar ir más despacio y estar
atentos. Para pausar esa máquina desenfrenada que parece llevarnos barranca abajo sin el
más mínimo control. Para observar lo que nos sucede, juzgando y juzgándonos lo
mínimo posible. Intentar cultivar la gratitud y el despojamiento como forma de vida
parecerían ser los objetivos perseguidos.
No obstante esto, si bien cada vez son más las personas que incorporan estas prácticas
a su vida, paradójicamente los códigos de convivencia parecen ir, de hecho, en sentido
contrario, doliéndonos cada día menos la realidad del otro. La competencia, el egoísmo,
la soberbia, en contradicción con las prácticas que se incorporan en la meditación, el
deporte o la alimentación sana, comandan el día a día, más allá de los variados discursos.
Obviamente, una vez más, la pareja no se mantiene al margen de todo esto y muchas
veces pretendemos que el otro nos quiera más de lo que podemos querernos a nosotros
mismos, y eso nos condenará a un profundo sufrimiento, porque es total y
completamente imposible.
Resulta fundamental revalorizar el concepto de dignidad como base de un amor
profundo para con uno mismo y para con el otro que acompaña y ayuda en su esencia
más profunda al ser persona.
La dignidad es pilar de nuestro ser, supone autocrítica y ubicarme en la misma línea
del otro.
La dignidad es un valor por excelencia que nos hace humanos y, por lo tanto, debe ser
de plano total y completamente innegociable. Tiene que ver con el respeto, el amor por
uno mismo, la valoración, el honor, la libertad. Se construye en nuestras bases más
profundas, y hace de pilar en nuestro ser persona.
Implica saberme importante, reconocerme como valioso, actuar en sintonía con ello y
75
procurar que el otro me vea y me acepte de ese modo también. Supone autocrítica y
humildad; el tener “los pies en la tierra”. Aceptar mis errores e intentar reparar lo
reparable. Estar ubicado en mi realidad y no perder de vista que yo estoy en la misma
línea del otro. No soy más, pero tampoco menos.
Aunque parezca simple, es un ejercicio que nos toca trabajar sistemáticamente y del
cual aprendo día a día junto a las personas que consultan.
Es real que cada uno cree o piensa que tiene su verdad.
Es cierto que todos tenemos la libertad de pensar a nuestra manera, y obviamente
tomar nuestras decisiones asumiendo los riesgos y beneficios que estas supongan. Ahora,
de ahí a creer que “nuestra verdad” es más “verdad” que la del otro porque sí, se
constituye en un acto de soberbia.
Siempre puedo aprender algo del otro, y seguramente alguien puede aprender también
de mí, pero con humildad, con realismo.
Puedo equivocarme, y puedo pedir disculpas. Puedo malentender una actitud o una
situación y puedo revisarla y volver para atrás, pero eso requiere sentirme en línea con el
otro y tener la flexibilidad de moverme siempre que sea necesario hacerlo.
Supone el sano orgullo de aceptarme en mis errores y mis aciertos. Tener la voluntad
de trabajar lo que sea necesario para intentar ser la mejor persona que pueda ser,
disfrutando de ello.
Todos nos equivocamos. Es altamente probable que nos equivoquemos con nuestra
pareja, porque es con quien convivimos y compartimos mucho de nuestro tiempo,
aunque sea físicamente. Esto último es importante, ya que podemos estar bajo el mismo
techo, pero no disponibles afectivamente, lo que constituiría una invisible pero a la vez
perceptible y dolorosa ausencia, en presencia física.
La persona que tengo a mi lado es también naturalmente aquella a quien le exijo y me
exige; porque eso también es inherente al amor, querer lo mejor de y para el otro, y que
esa persona quiera lo mismo para conmigo. Porque el que exige en el buen sentido, con
respeto, es porque me quiere y porque además sabe que yo puedo, y eso nutre mi amor
propio. Es lindo, es sano que esperen de mí. Que sepan que soy capaz, que se
enorgullezcan con mis logros, se entristezcan con mis frustraciones, y me acompañen a
levantarme y crecer. Pero para que eso suceda tengo que estar disponible, presente con
todo mi ser, en el aquí y el ahora del momento actual.
Sucede a veces que, enojados u ofendidos con el otro, decimos cosas que no pensamos
76
realmente y mucho menos sentimos, pero las soltamos.
Exigir es inherente al amor, querer lo mejor de y para el otro.
Pensando en esto me viene a la memoria lo que sucedía en mi casa cuando éramos
pequeños y entre hermanos o primos se generaban “peleas complejas”, por llamarles de
algún modo a esos encontronazos en los cuales ninguna de las partes quiere dar “el brazo
a torcer”. Recuerdo que en una época mi hermano mayor empezó a tirar la frase del
Chavo “Fue sin querer queriendo”. Así, para poner fin a un conflicto, por orden de los
adultos, el presunto culpable decía fuerte: “Perdóname”, y después, bajito, seguía: “Fue
sin querer queriendo”. De esa forma, mi abuela se quedaba contenta porque había
escuchado el pedido de perdón, y quien lo decía también, porque se había sacado el
gusto de pedir un perdón “enmascarado” con la realidad de que, en verdad, no se
arrepentía de lo que había hecho porque él sentía que su enojo justificaba en alguna
medida su actitud. Quizás porque el enojo a veces nos gana.
Eso puede suceder porque el otro nos hizo sentir mal y queremos devolverle con la
misma moneda. Otras veces ocurre porque simplemente nos enojamos y, en definitiva,
queremos que el otro la pase mal, aunque sea por un ratito.
El desafío pasa por poder resolver de algún modo el conflicto y no quedarnos
“enganchados” en la pelea, ni tampoco que siempre sea el mismo quien tenga que ceder.
El orgullo en ocasiones se transforma en el peor enemigo cuando pretendemos restaurar
una relación.
El orgullo en ocasiones se transforma en el peor enemigo cuando pretendemos
restaurar una relación.
No importa el motivo real que llevó a la discusión, o el modo en el que estaban
cuando eso ocurrió. Lo importante es que sucedió, y que depende en definitiva y en
última instancia del respeto mutuo, de la dignidad, del amor por uno mismo y por el otro,
el resguardo de ese vínculo humano, que debe asentarse en valores que dignifiquen la
vida y el ser persona.
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De no darse estas condiciones, difícilmente podamos desarrollar una relación
saludable y aspirar a un amor profundamente auténtico. Claro que no siempre somos
conscientes de todas estas cosas, y sin dudas sé que es un difícil ejercicio el que les
propongo, pero una vez que entendemos las relaciones de este modo todo resulta ser
bastante más sencillo y liviano que cuando estamos “distraídos” y enfrascados en tener
la razón.
La paz interior, como hemos dicho, tiene mucho que ver con la coherencia entre lo
que pensamos, sentimos y hacemos. Cuando alguno de estos aspectos no está en armonía
con el otro, las personas nos sentimos incómodas, y eso se traduce en emociones que nos
provocan angustia, enojo y frustración.
Resulta un recurso protector estar atentos y cuestionarnos sobre cómo vamos
transitando nuestro camino con otros. Qué tan fieles somos a lo que sentimos realmente
importante, qué tanto nuestro actuar es consonante con lo trascedente, qué indicadores
nos dan luz al respecto y de qué forma lo hacemos.
El mirarnos a nosotros mismos en su justa medida es imprescindible para generar una
relación sana con el otro. Sabiéndonos humanos y reconociéndonos en nuestras
fortalezas y debilidades podremos amar a otro también desde un lugar de respeto,
libertad y crecimiento.
78
6-
LA PORFIADA APUESTA DE CAMBIAR AL OTRO
Cuando empezaba a escribir, “casualmente” me encontré con un repartido de segundo
año de facultad. Una fotocopia amarillenta, un tanto arrugada, con una pequeña mancha
de café que delataba las noches sin dormir. Y allí estaba este texto de Anthony de Mello:
Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el
mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que
yo era.
Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no
acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara.
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo
estaba, y también insistía en la necesidad de que yo cambiara.
Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera
que me sentía impotente y como atrapado.
Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no
importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de
quererte”.
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: No cambies. No cambies. No
cambies.
Te quiero.
Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo, y oh maravilla, cambié.
Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me
quisiera, prescindiendo que cambiara, o dejara de cambiar.11
Y sí, lo sencillo a veces no se hace evidente. No podemos hablar de amor intentando
cambiar lo que no me gusta del otro, aunque debemos reconocer que muchas veces es un
deseo o una intención que ronda nuestra cabeza.
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No puedo y no debo elegir a una persona con el objetivo de cambiarla.
Los objetos podemos modelarlos a nuestro gusto. Una casa puede comprarse para
reciclarla a nuestra “medida” y que se convierta así en el hogar de nuestros sueños; pero
con las personas no pasa lo mismo.
Las personas cambiamos, sí, pero cambiamos por amor, por decisión. No por
imposición o persuasión.
Las personas cambiamos por amor o por decisión, pero no por imposición o
persuasión.
Cuando decido compartir mi vida con alguien, lo hago con lo que me enamora y
también con lo que me molesta del otro, pero que hace que lo elija y en definitiva lo
acepte en su totalidad.
Si no aceptamos a nuestra pareja, no podremos amarlo, sino que estaremos más
preocupados por complacernos a nosotros mismos y modificar lo que no nos gusta del
otro que por construir una relación con ese otro.
Claro que hay cosas que nos van a molestar. No se trata de la búsqueda de “lo
perfecto”, partiendo de la base de que la perfección en sí misma no existe. Se trata de
quién es “perfecto” para mí, considerando lo perfecto como una decisión, como una
elección integral, con lo que nos enamora y nos seduce y también con lo que “nos
complica”.
La felicidad se nutre de deseo y sufrimiento, alegría y tristeza, compañía y soledad; la
pareja tiene aspectos ambivalentes y aceptar estas dualidades es lo que hace que
podamos disfrutar de lo que tenemos, incluyendo la ausencia.
El intentar cambiar a alguien, por más que sea con las mejores intenciones, supone
cierta “soberbia”. Nadie es menos que nadie, pero tampoco más.
¿Qué nos hace suponer que podemos llegar a cambiar al otro?
¿Por qué me creería con derecho a seducir y esperar el cambio en nombre del amor y
de las buenas intenciones?
¿Estaría dispuesto a hipotecar mi felicidad por algo que depende de otro y que nada
me indica que va a suceder?
¿Por qué asumiría la responsabilidad de generar un cambio en la persona que amo?
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¿Realmente será amor lo que siento si es tan importante lo que “no elijo”?
Laura, Lucas y el después vemos
Laura tiene 28 años, proviene de una familia conservadora, tiene cuatro hermanos y vive
con sus padres. Lucas tiene 34 años, vive solo y, si bien tiene un buen vínculo con su
familia de origen, no comparte mucho tiempo con ellos. Es muy independiente y no le
gusta negociar sus tiempos. Toca en una banda, tiene varios grupos de amigos y juega en
la liga universitaria los fines de semana.
Están de novios hace cuatro años, y los tiempos son diferentes para ambos. Laura
desea ser mamá antes de los 30 y Lucas está cómodo así como está. La quiere, pero no
está dispuesto a relegar lo que siente como sus ámbitos de “libertad absoluta”. Las
discusiones son anunciadas e idénticas cada fin de semana. Ella espera que él comparta
más tiempo con su familia, y se lo dice, pero él elije priorizar otros vínculos y sus
espacios personales. A pesar de las discusiones, se casan y proyectan formar una familia
juntos.
Laura me viene a ver luego de tener su primer hijo. Está estresada y muy angustiada.
El bebé tiene 6 meses y se despierta cada tres horas todas las noches. Más allá del
cansancio natural que supone el ser mamá primeriza, adaptarse a dormir salteado y pasar
a vivir sujeta a los ritmos de otro ser, experimenta con mucha angustia su nueva realidad.
Si bien reconoce que Lucas se encarga de muchas de las tareas de la casa, igualmente
siente una profunda soledad y frustración. Relata también su enojo por cómo debería ser
el mejor momento de su vida, y no logra disfrutar de todo lo que tiene.
Se casaron, quedó embarazada rápido, su hijo es hermoso, y ella se describe con
mucha claridad casi que obsesionada porque su esposo cambie.
Lucas sigue jugando al fútbol todos los domingos, sale con sus amigos los miércoles y
ensaya con la banda martes y jueves. El argumento constante de él es que se lo dijo, y
que ella lo conoció así.
También es real que él también la conoció así a Laura, y que sabía lo que ella quería.
El punto es que Laura acepta y reconoce que su profundo dolor tiene que ver con la
frustración por no obtener de Lucas los cambios que ella esperaba y entendía necesarios.
Ella siempre esperó a que él cambiara. Primero entendía que las cosas serían distintas
81
una vez que se casaran y convivieran, y después asumió erróneamente que él cambiaría
por ella.
Luego, las expectativas de transformación estuvieron ligadas a la compra de un
apartamento en una zona de Montevideo que les gustaba a los dos, pero todo siguió
igual.
Después vino el embarazo; y junto con la emoción y la alegría por ser mamá, Laura
también alimentaba la esperanza de que su esposo cambiara.
Una parte de Laura esperaba “cambiar” lo que no le gustaba de Lucas, y él nunca se
planteó la necesidad real de ese cambio, pese a los planteos recurrentes de ella. Es
importante considerar en este aspecto lo trascendente de la aceptación. Cuando acepto a
alguien lo elijo también con lo que no me gusta, pero puedo convivir. El cambio es
posible cuando la persona se convence de que es necesario cambiar por sí misma, o
porque el otro le hizo ver que era importante, no por el reclamo constante. Si eso no se
produce y yo espero que ocurra seguramente la insatisfacción será una constante
compañía.
La relación de pareja supone equidad, elección y libertad. En este caso no hubo
engaños ni falsas promesas, sí la ilusión de cambio y en algún punto la aspiración de
“control” por parte de ella.
Está claro también que no pudieron acordar las bases en que funcionaría esa pareja, ni
respetar que ella tenía determinadas necesidades, él otras, y acordar un punto que
considerara las de ambos. Si bien no tenemos claro qué pasaba por los sentimientos ni la
cabeza de Lucas, se adhirieron a la idea de que “con el amor y la ilusión de cambio” era
suficiente.
El proyecto de formar una familia se “comió” a la pareja, que no creó una plataforma
sana y honesta en la cual apoyarse para poder ser.
Seguramente Lucas también esperaba que ella dejara de reclamarle, se regulara y
cambiara en algún punto su demanda hacia él.
Está claro que fue un proceso doloroso para Laura, pero el camino que seguimos fue
el de ayudarla a ver y comprender su cuota de responsabilidad en cómo se dieron las
cosas, y obviamente cómo se movía de la situación en la que estaba, buscando “su mejor
salida”. De esta manera abandonaba el lugar de “víctima”, porque no es un lugar digno.
Ella también había elegido, y tenía que hacerse cargo de su propia elección.
Trabajamos mucho el autodistanciamiento. Una técnica de logoterapia que promueve
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la toma de distancia de la situación y de los sentimientos que esta provoca, para generar
claridad y poner en primer plano lo importante y valioso. Cuando no logramos
autodistanciarnos nos sentimos presos, sin posibilidades de acción; y las salidas, si es
que las visualizamos de alguna manera, pasan a depender de otros, en este caso de
Lucas.
Con el amor y la ilusión de cambio no alcanza.
Frankl define el autodistanciamiento como “una fuerza de oposición del espíritu”.
El mirarse a sí misma con cierta perspectiva, valorando su capacidad de acción era
fundamental. El cuestionarse la situación que estaba viviendo como parte de una realidad
que iba a cambiar si ella cambiaba, no si esperaba que su esposo lo hiciera, el tener la
capacidad de contemplar sus emociones, aceptarlas y regularlas fue clave para que Laura
pudiera ir empoderándose y ganando libertad.
Existía una parte de Lucas que ella quería cambiar, pero había muchas otras cosas que
había elegido de él y que ahora no lograba ver porque su frustración por no haber
logrado su propósito la invadía.
El actuar sobre nuestra vida y hacernos cargo de las decisiones que tomamos genera
un sentimiento de enorme libertad. Realza nuestro valor de arriesgar y sostener nuestros
errores y aciertos con dignidad. No invalida la responsabilidad del otro, porque los
vínculos no son solo de un lado, pero sin dudas nos coloca en igualdad de condiciones.
Puedo sentir y entender que me equivoqué de un modo casi que irreconocible. Puedo
advertir que la historia que construí con el otro no es ni por asomo la que imaginé, puedo
correr el riesgo de convencerme de que el otro es el culpable, y por tanto yo soy víctima,
al tiempo que en ese esquema ese otro es quien tiene el mando no solo de su vida, sino
también de la mía.
El hacernos cargo del camino que tomamos, aceptar con reconciliación nuestras
decisiones, por más que a la luz del presente entendamos que quizás no fueron las
mejores, se convierte en un motor que nos empuja a salir y encontrar paz en medio de la
tormenta. Que no “nos cierre”, que nos duela o nos genere frustración no invalida lo
bueno de lo vivido y de lo que potencialmente puede llegar a vivirse.
83
Hacernos cargo del camino que tomamos se convierte en un motor que nos trae paz en
medio de la tormenta.
La reconciliación con nuestras decisiones, además de comprometernos con el camino
elegido, porque por algo estamos en él (lo que no quiere decir bajo ningún punto de vista
que debamos quedarnos a cualquier costo), define y defiende nuestro protagonismo en la
historia de nuestra vida.
Supone amigarse con uno mismo, aceptar la realidad y vivir el presente. Implica
entender que la vida nos enfrenta con nuestra capacidad de elección a diario, y aprender
a ver las luces amarillas, y activar el sensor del autocuidado y la puesta en perspectiva es
vital para nuestra autoestima y valoración del otro con humildad.
La reconciliación con nuestras decisiones es fundamental en el proceso de aceptación
desde nuestro interior hacia el encuentro con el otro, sea la pareja o cualquier tipo de
vínculo. La toma de consciencia de que la elección nos ubica en un lugar de máxima
responsabilidad, pero también de máxima libertad, es un proceso difícil, pero sanador.
Soltar al otro
Santiago mantenía una relación a distancia con Luján. Al mes de estar en contacto, y
mediando varias excusas por parte de ella, finalmente se conocieron. Ella le confesó que
estaba casada, que las cosas con su esposo estaban mal desde hacía años. Tenía tres hijos
y, si bien en su discurso la separación era una alternativa posible, estaba con su marido
desde hacía diez años y trabajaban juntos en un negocio familiar.
El cruzar la línea de lo virtual fue difícil para Luján. No por el engaño en sí mismo.
Ella tenía una concepción de la fidelidad diferente; mientras lo físico fuera el foco, no
había problemas.
El desafío estaba en “no enamorarse”. No era la primera vez que salía con alguien,
pero esta vez lo sentía diferente. No obstante esto, confirmó ante mi pregunta que no
tenía ningún acuerdo explícito con su marido sobre la existencia de terceros. Se sentía
segura de sí misma y entendía que tenía el control sobre las situaciones en las cuales se
involucraba, pero Santiago había complicado su estrategia y en los últimos tiempos se
84
sentía particularmente angustiada.
Al inicio las cosas parecían estar claras; pero a los pocos meses de salir, el tiempo
compartido ya no era suficiente. Santiago esperaba que ella tomara decisiones, que lo
eligiera. Ella, por su parte, necesitaba tiempo y valentía para asumir que quizás esta se
había convertido en su mejor situación. Si bien se veían poco, se acompañaban mucho a
la distancia. Ella se convirtió para él en su pareja y él para ella en su amante.
Pese a las demandas de Santiago, Luján una y otra vez argumentó sobre lo difícil que
le resultaba la idea de la separación, con el sufrimiento que eso generaría en toda su
familia. Si bien no realizaba promesas, anunciaba su intención de separarse. Desde lo
real, ella mantenía su situación intacta. Nada objetivamente hacía pensar en la separación
como una posibilidad real.
Santiago, más allá de su enojo, seguía estando del otro lado del chat siempre que ella
intentaba acercarse luego de uno de esos incómodos reclamos. Sus realidades eran muy
diferentes. Él esperaba construir con ella, y ella esperaba encontrar en él ese sorbo de
aire que le permitiera sostener su casa, sus hijos, su familia.
La realidad es que no estaba dispuesta a resignar lo que sentía que había construido en
familia. Las necesidades de ambos no eran compatibles. Él quería todo con ella, pero no
lograba aceptar que se encontraron en momentos distintos, y si bien ella técnicamente no
mentía, decía lo que no podía sostener con acciones.
El tiempo fue pasando y básicamente no hubo grandes cambios. Santiago no logra
“desconectarse” del vínculo con Luján, y valida implícitamente condiciones para su
relación que originalmente establecía como insostenibles. Luján, por su parte,
transformó su vida en un puzle en el cual Santiago tiene un lugar funcional y necesario,
de acuerdo a su situación y a los riesgos que conscientemente está dispuesta a asumir. El
estar con Santiago de este modo se transformó para ella en una decisión transitoria que
siente que controla, y que él en algún punto habilita. Ella no está dispuesta aún a definir
su situación, que, si bien sabe tiene riesgos y genera daños, entiende que es su mejor
opción.
Una vez más vemos cómo a veces, por más clara que parezca la situación mirándola
desde afuera, cuando estamos dentro, los sentimientos, deseos y objetivos nos nublan y
hacen que neguemos ciertas realidades. El miedo a tomar decisiones hace que
permanezcamos en situaciones que nos dañan bajo la excusa de que el otro “se mueva de
lugar”, cuando nosotros mismos tenemos la posibilidad de hacerlo y no lo logramos.
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El desafío está en hacernos cargo de nuestra vida en todos sus términos y en
particular respecto de la relación de pareja, aceptando que cualquier decisión nos implica
poner en la balanza un riesgo, una apuesta, pararnos desde un lado de la vereda y dejar
pasar “algo” por el otro. Siempre les digo a mis pacientes que decidir es quedarnos con
algo, pero soltar lo otro. No hay decisión sin riesgo, pero del mismo modo debemos ser
conscientes de que nos enferma sentirnos presos de las situaciones. Frankl en El hombre
en busca de sentido habla del sentido del sufrimiento y dice una frase para mí exquisita:
“El sufrimiento no es en absoluto necesario para otorgarle un sentido a la vida. El
sentido es posible sin el sufrimiento, o a pesar del sufrimiento. Para que el sufrimiento
confiera un sentido ha de ser un sufrimiento inevitable, absolutamente necesario. El
sufrimiento evitable debe combatirse con los remedios oportunos, el no hacerlo así sería
síntoma de masoquismo, no de heroísmo.”12
La profundidad de esta frase es medular en la incorporación del concepto de libertad y
responsabilidad como dos caras de la misma moneda. El decidir no es solamente una
posibilidad, sino que es casi una obligación desde la salud psicológica y emocional.
Decidir no es solo una posibilidad, es casi una obligación para la salud emocional.
La toma de decisión tranquiliza. Las listas de pendientes nos agobian, la historia se
escribe día a día. Y sí, es verdad que a veces sentimos que no podemos, que ya es
demasiado tarde, que tenemos miedo de cambiar, porque cambiar y arriesgar no es fácil.
Pero lo costosamente fácil es seguir en la misma que venimos, caer en la resignación, o
en la queja continua, aunque nos esté enfermando.
Como dice Frankl, debemos pelearnos contra el sufrimiento evitable, ya que es un
derecho que nos ha sido regalado, pero conlleva una responsabilidad intransferible.
Solamente nosotros mismos podemos decidir sobre nuestra vida. Solamente nosotros
mismos podemos elegir estar con quien queremos estar. Está claro que, cuando hablamos
del vínculo de pareja, también el otro debe elegirnos, pero no podemos regalarle a nadie
nuestra porción de libertad y de decisión, ya que sería hipotecar nuestra felicidad,
nuestra paz interior.
Otro concepto clave que Frankl menciona es el del falso heroísmo.
Muchas veces las parejas relatan en la consulta que siguen juntos por una cantidad de
86
motivos, entre los cuales aparecen los hijos. El no enfrentarlos a un cambio se
transforma en una trampa que justifica, muchas veces, el mantenerse en una relación que
les provoca dolor e insatisfacción, por temor a dañarlos.
Desde este ángulo, esta decisión no sería un acto de valentía, sino todo lo contrario.
Uno educa con el ejemplo, fundamentalmente; con el modelo, con la presencia, con sus
actitudes y acciones.
Seguir juntos solamente “por los hijos” trae consigo la enorme trampa de convertirse
en un falso heroísmo.
Pensar que hacemos algo, pese a nuestra felicidad, por el bienestar de nuestros hijos
sería hacer de un sufrimiento evitable uno inevitable, y así querer transformar
inconscientemente una conducta masoquista en la única alternativa posible, con el efecto
negativo (no deseado conscientemente) que eso conlleva para las personas que más
queremos.
Este planteo es desde el total respeto. No intenta enjuiciar la decisión de nadie, ya que
partimos de la base de que cada uno hace lo mejor que puede con su vida, con sus
decisiones, e intenta darle en el acierto o en el error lo máximo a las personas que más
ama.
Intentamos ver la situación desde otra perspectiva. Desde un lugar de respeto hacia las
personas que amamos y hacia nosotros mismos. Nada nunca es de una sola manera, pero
en la medida en que seamos auténticos y valientes con lo que nos pasa y sentimos,
podremos ser honestos y vivir nuestra vida como dice Frankl, asumiendo el dolor como
crecimiento cuando este sea inevitable y peleando con todas nuestras fuerzas por
combatir el sufrimiento evitable, siempre que podamos hacerlo.
Claves para cambiar. Comenzar por uno
Cambiar, como decíamos anteriormente, es un proceso necesario y posible, pero no
sencillo. Si nos lo proponemos, siempre podemos hacerlo. Estos cambios deberán ser
producto de una decisión en el marco de una circunstancia que nos viene dada.
87
El físico y matemático Isaac Newton publicó en el año 1684 la primera obra de la
física llamada Principios matemáticos de filosofía natural, conocida también como
Principia, basándose en los estudios de Galileo y Descartes.
Allí Expone cómo se dan los cambios o transformaciones en la física, enunciando en
tres leyes las relaciones existentes entre las fuerzas y sus efectos dinámicos, llamándolas
“leyes de la dinámica”.
Primera ley de Newton o principio de inercia.
Segunda ley de Newton o principio fundamental.
Tercera ley de Newton o principio de acción y reacción.
Para repasar sus hallazgos, no viene mal refrescar la definición de la física: es un
término que proviene del griego phisis y que significa “realidad” o “naturaleza”. “Se
trata de la ciencia que estudia las propiedades de la naturaleza con el apoyo de la
matemática. La física se encarga de analizar las características de la energía, el tiempo, y
la materia, así como también los vínculos que se establecen entre ellos”.13
Me detengo aquí en la primera ley o principio de inercia, el cual establece que “un
cuerpo no modifica su estado de reposo o de movimiento si no se aplica ninguna fuerza
sobre él, o si la resultante de las fuerzas que se le aplican es nula. Es decir que se
mantendrá en reposo si estaba en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme si se
encontraba en movimiento”.14
La ley física es clara, lógica y entendible. Ahora bien, cuando esto lo trasladamos al
ámbito psicológico, al terreno de las emociones, a veces nos cuesta visualizar lo evidente
de algunas situaciones o circunstancias. Me pareció útil y práctico intentar realizar este
ejercicio de extrapolar conceptos de la física al ámbito psicológico, para así
comprenderlos, pensarlos y abordarlos desde otro lugar. De este modo, quizás podamos
acercarnos desde otra perspectiva a la puesta en práctica de las acciones que entendamos
necesario ejecutar para vivir con mayor plenitud y en estado de reconciliación interna.
Todas las personas tendemos a actuar de la misma forma que venimos haciéndolo, por
más que muchas veces el modo en el que lo hacemos nos genere dolores de cabeza o
reclamos por parte de la gente más querida.
Todos tendemos a actuar de la misma manera, aunque nos genere dolor o reclamos. El
cambio supone una fricción.
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El cambiar nos genera una fricción; nos quejamos e incomodamos cuando intentamos
hacer algo diferente. El hacer algo distinto sería aplicar una fuerza en sentido contrario al
estado en el que venía, y por ende es esperable que genere resistencias naturales.
La situación del cambio supone de por sí incomodidad.
No estamos acostumbrados a actuar de esa manera diferente, nos sentimos raros. Lo
que hace que aun así pongamos energía en sostener la incomodidad es el propósito de
ese cambio. Tener absolutamente claro qué tanto queremos cambiar y por qué.
A mí me resulta ilustrativo, para poder conceptualizarlo, pensar en el proceso de
cambio tratando de aterrizarlo a ejemplos concretos. Estamos queriendo empezar a
practicar deporte, por ejemplo, pero no tenemos entrenado el hábito de hacerlo. Lo
esperable es, porque estamos regidos por ese principio de inercia, que nos venza la
pereza. Para poder incorporarlo primero y sostenerlo después, tenemos que “pelearnos”
con lo que nos sale naturalmente y no dejarnos llevar por el desgano, que seguramente se
transforme en nuestro mayor enemigo.
El ir en el sentido “antinatural” nos va a generar molestia, que según nuestra
personalidad se traducirá en mal humor, enojo, ansiedad o tristeza, a lo cual también
deberemos sobreponernos para poder ejecutar ese movimiento a “contrapelo”.
Claro que esta fuerza contraria deberá ser potente y se alimentará de la motivación que
lleve al cambio. Es importante tener presente que el propósito por el cual queremos
generar ese cambio debe estar muy claro para nosotros y debemos estar convencidos de
que es fundamental. Requerirá de la utilización de nuestras reservas energéticas para
ello, reforzar la capacidad de sobreponernos a la fatiga que supone no quedarnos en “la
misma que venimos”, por más que movernos nos genere pereza y malestar inicial.
Supone el tener que poner en juego una actitud diferente para “marcar la diferencia”,
asumiendo los costos.
Pero es importante entender que el seguir en esa inercia en la que venimos usualmente
genera también costos altísimos para con nosotros mismos y para con la salud de los
vínculos que formamos.
En una oportunidad vino a verme Sergio, un contador de unos 50 años, preocupado
por características de su personalidad y por algunas actitudes que durante muchos años
habían sido causa de llamados de atención por parte de su esposa y de algunos
familiares. Era una persona muy trabajadora, responsable y eficiente en su tarea, pero
vivía casi que pendiente de captar el error para repararlo en todos los ámbitos. Llegó un
89
punto, tal como él lo relataba, en el que todo pesaba lo mismo. Si era la semana de cierre
de DGI, si habían hecho un pago fuera de fecha, si existía un reclamo laboral, si se había
rajado un vidrio en su casa, o había pelos del perro en el sillón.
Estaba tan atento a que todo saliera bien que tenía una particular destreza para
preguntar aquello que creía que el otro había olvidado hacer, cosa que generaba molestia
en su entorno en general. La gran mayoría de las veces acertaba con su intuición y
encontraba el error. No obstante esto, de lo que no era consciente era de que esa actitud
lesionaba sus vínculos.
Cuando llegó a verme, hacía dos años que se había separado de su esposa, con quien
mantenía una buena relación. Tenía dos hijas mayores de edad y había empezado a salir
con una mujer unos años más joven que él. A poco tiempo de comenzar la relación
empezaron a aparecer algunos “ruidos” a consecuencia de sus rasgos obsesivos. El
detalle, la limpieza, la búsqueda constante de la perfección, tensaban una relación que él
quería que avanzara. Sus hijas no le daban demasiada trascendencia a sus comentarios, y
él empezó a tomar consciencia de que quería y debía hacer algo para cambiar algunas de
sus actitudes y costumbres, pero le resultaba una misión imposible de ejecutar.
Intentamos trabajar juntos en la discriminación de que no todo debíamos cambiarlo, ni
todo era malo. La capacidad de discriminar y relativizar es vital para reconducir la
energía y no perder perspectiva en la promoción de una sana autocrítica.
Dosificar, relativizar y desdramatizar son conceptos claves para regular nuestra
ansiedad y aumentar la capacidad de actuar en lo que queremos y sentimos que debemos
actuar.
Dosificar, relativizar y desdramatizar son claves para regular nuestra ansiedad y actuar
en lo que de verdad sentimos que vale la pena.
Desde un lugar de mucha humildad comenzamos a trabajar en ello, poniendo en orden
un plan de acción a seguir. Si bien por las características de Sergio esto era fundamental,
a todas las personas nos ayuda a ordenarnos tener claros los objetivos a alcanzar y
trazarnos un plan de cómo llegar ellos. Sin dudas que el plan debe ser lo suficientemente
flexible como para aceptar que seguramente fallemos en el camino, por eso es
importante dosificar la energía y expectativas y relativizar el error y la frustración que
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trae consigo.
El plan, la ruta, el proyecto ordena, y nos da la estabilidad emocional para poder
sostenernos en lo realmente importante para cada uno.
A mí me ordena bastante el intentar generarme un “mapa”, por decirlo de algún modo,
de lo que voy a tener que hacer, por ejemplo, ante el desafío de cambiar algo. Los
siguientes son los ingredientes que entiendo fundamentales:
Mapa de un cambio
→ Visualizar lo que queremos cambiar.
→ Relativizar lo que consideramos el “problema” u objetivo del cambio. Si lo
siento como una enorme carga o algo inalcanzable, seguramente no voy a poder con
ello y la carga me “aplastará”, dejándome sin poder de acción.
→ Generar un plan para poder medir cómo vamos, autoevaluarnos y también
pedir a nuestros vínculos ayuda en esta tarea.
→ Dosificar nuestra energía y disposición afectiva para intentar modificar lo que
entendamos necesario.
→ Trabajar y esforzarnos para hacer algo diferente y sostenerlo.
→ Aceptar y estar conscientes de la incomodidad que traerá el ir en el sentido
contrario al que naturalmente estamos acostumbrados a ir.
→ Tener constancia y tenacidad para no cansarnos en medio del proceso, y
abandonar el desafío.
→ Desarrollar la tolerancia a la frustración, y aceptar que por momentos
vamos a fallar.
→ Alimentar la confianza en nuestro esfuerzo y capacidad para lograr nuestro
propósito.
Si nos detenemos en todos estos puntos, veremos que la idea de esperar el cambio del
otro “por amor”, porque nosotros deseemos que suceda, se torna casi una fantasía.
Cambiar supone asumir riesgos y superar la incomodidad que trae consigo ese cambio.
Cuando elegimos amar a una persona asumimos que es alguien independiente a
nosotros, aunque parezca básico y banal el planteo. Va a tener intereses, gustos,
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necesidades, valores, temperamento y aspiraciones diferentes a las mías.
Sin dudas es sano que haya similitudes en determinadas visiones y coherencia en lo
que se quiere construir juntos, pero no sin ver las diferencias.
Si nos empeñamos en no verlas, o en cambiarlas, no estaríamos eligiendo realmente la
relación y atentaríamos así contra la sostenibilidad y crecimiento de ese vínculo.
Claro que el estar en dicha relación hace que sea necesario flexibilizar algunas cosas,
y eso es también parte del proceso de crecimiento de la pareja, pero no apoyándonos
sistemáticamente en el error, en la necesidad, o deseo de cambio del otro.
El proceso va a ser sano en la medida en que ambos se apoyen en lo positivo,
visualizando en el hecho de estar juntos y en el amor que sienten el uno por el otro el
pasaje a otras etapas.
De esa manera, y parados desde ese lugar protector, convivirán con las diferencias que
tengan y la voluntad de cada uno para hacer su trabajo por flexibilizar lo que sea
necesario por el cuidado y bienestar de esa relación de pareja que naturalmente trae
consigo ciertas demandas.
11- Anthony de Mello. El canto del pájaro. Buenos Aires: Sal Terrae, 1982.
12- V. Frankl, o. cit. (2004), p. 135.
13- Definición de “física” en Definición.de [en línea]. Word Press. Disponible en: ‹https://definicion.de/fisica/›.
14- Véase ‹https://www.fisicalab.com/apartado/principio-fundamental#contenidos›
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7-
LO FEMENINO Y LO MASCULINO
Varones y mujeres reaccionamos y pensamos de forma distinta. Abordamos las cosas
con diferentes miradas que, por no ser contempladas y acogidas, pueden generar
desacuerdos “insalvables”.
Si bien las generalizaciones pueden ser malas en muchos casos, aquí resultan útiles
para acercarnos a la comprensión de algunos aspectos. Las diferencias de género tienen
que ver con una dimensión sociocultural, con la construcción social en la cual estamos
insertos. Está cruzada por la situación económica, social, familiar, lo que vivimos, dónde
crecimos, lo que nos hicieron creer que estaba bien o estaba mal, lo que sentimos y cómo
nos definimos.
Hay ciertas diferencias, independientemente de cuáles sean las causas, en cómo los
varones y las mujeres nos comunicamos o nos relacionamos, que no justifican ninguna
desigualdad de oportunidades, pero que marcan un modo de actuar y de vincularse.
Hombres y mujeres nos comunicamos diferente; eso no justifica desigualdad de
oportunidades, pero marca una diferencia en el modo de actuar y vincularse.
Cuando hablamos de varones y mujeres, sabemos que todos tenemos una polaridad
masculina y femenina que conviven en esa persona que somos como integralidad.
Desde el polo de lo masculino, hay ciertas características que se asocian culturalmente
a la practicidad, la orientación a la acción; mientras que en lo femenino predomina la
afectividad, lo relacional, el énfasis en los procesos y la verbalización.
Hecha esta aclaración, vale decir que en una relación de pareja —cualesquiera sean
sus características o conformación— puede ser el hombre quien ejerza el rol
culturalmente asociado a lo femenino por sus rasgos personales o los de su pareja, o
viceversa.
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Desde esta perspectiva, es importante conocer algunas de estas diferencias que hacen
también a la relación de pareja, que muchas veces ocasionan dificultades de
comunicación y que son explicitadas por la mayoría de las personas que me consultan,
dolientes, por sus desencuentros y frustraciones.
Cuando hablo de parejas, me refiero a la pareja que elijamos, homosexual, bisexual,
heterosexual, ya que los sufrimientos y conflictos son los mismos, más allá de las obvias
particularidades de cada relación. Detrás de cada vínculo humano, de cada persona, se
esconden sentimientos, emociones y un mundo espiritual que nos iguala en lo más
profundo de nuestros seres en construcción, siempre y cuando podamos conectar con él y
así relacionarnos entre nosotros en términos de igualdad y respeto.
Los desencuentros planteados por las parejas sobrevienen muchas veces por el
formato que a grandes rasgos toma el modo de relacionarse y que está fuertemente
condicionado por el ser y sentirse hombre o mujer en la sociedad en que vivimos.
Una vez más, e independientemente de los motivos, la realidad suele verse a través de
distintos cristales que pueden generan distancia o inequidad; de ser así traerán
dificultades en el relacionamiento en muchas oportunidades.
Los estereotipos de género están en nuestra cabeza, y operamos con ellos a cada paso;
por más que intentemos pelearnos con esta realidad, no debemos desconocer su fuerte
presencia.
Los estereotipos de género están en nuestra cabeza, operamos con ellos a cada paso;
aunque no nos guste esa realidad, no podemos desconocer su fuerte presencia.
Así, hay deportes que siguen estando masculinizados. Los programas deportivos que
incluyen mujeres en su plantilla siguen siendo minoritarios y, en la medida en que estas
participan, muchas veces no lo hacen desde un lugar de integración real y de igualdad de
condiciones y oportunidades. El acceso de las mujeres a cargos gerenciales sigue siendo
menor en relación con los varones, así como también aún sigue vigente la brecha
salarial.
Las parejas continúan trayendo a la consulta las siguientes demandas: varones que si
bien comparten más actividades del mundo privado (la casa, las tareas del hogar y el
cuidado), mantienen dificultades a la hora de conectar con los afectos, y mujeres que, a
94
pesar de asumir distintos lugares y visibilizar sus reclamos y necesidades, se perciben
exigidas y poco escuchadas. Continúa vigente el viejo mensaje de que “los hombres no
lloran”; a pesar de haberse flexibilizado los discursos y los sentires, las acciones siguen
estando fuertemente condicionadas por los mensajes arquetípicos que terminan
trasladándose a acciones que reproducen claramente sesgos de género.
Las mujeres siguen mayoritariamente liderando las actividades de cuidado familiar y
“la regulación emocional”, esmerándose por confirmar que están aptas para el rol que
desempeñan en la empresa donde estén, en la cual, si bien se ganaron el puesto, parecería
ser que deben trabajar para confirmar que son capaces de ejercerlo con autoridad casi
que a cada paso.
No obstante esto, y más allá de la sociedad en la que vivimos, impregnados de su
cultura, reafirmamos la idea de que el rol femenino o masculino no depende de la
sexualidad, sino del lugar que se ocupe en la relación en la que se elija estar.
Hace un tiempo, me tocó dar un taller y se me ocurrió trabajar el tema de los
estereotipos. Si bien lo masculino y femenino ha sido tratado en infinidad de
circunstancias, con mucho apoyo literario y la palabra de expertos en la materia, me
entusiasmó la idea de abordar en ese grupo lo que representa ser varón o mujer hoy en
nuestra cultura.
El trabajo fue muy interesante, porque entre un grupo heterogéneo de adultos se
generaron muchas circunstancias esperables, pero no deseables. Había chicos jóvenes
que si bien se resistían a ciertos modelos tradicionalistas, “más machistas”, en su gran
mayoría aceptaban que las tareas del mundo privado, inherentes al hogar, por ejemplo,
estuvieran abordadas principalmente por mujeres.
Se establecían diferencias en la toma de iniciativa de una relación sexual, ligándolo al
sexo biológico, cegando la mirada al vínculo y la capacidad de elección consciente de
qué hacer, cómo, cuándo, dónde y con quién. Siguen presentes a flor de piel ciertas
conductas o actitudes que se espera desempeñen los varones o las mujeres.
El ejercicio también nos permitió pensar con un grupo pequeño en lo que estaba
sucediendo en ese lugar puntual con quienes participábamos de la experiencia, y tomar
contacto con la realidad de que no estamos tan bien, ni tan evolucionados como creemos
estar. Los hombres siguen accediendo con mayores beneficios y posibilidades a cargos
de poder, y las mujeres ocupando lugares y roles heredados y trasladados de generación
en generación.
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La consulta en la clínica está sesgada también por esta realidad. Mayoritariamente las
dificultades en la comunicación quedan fijadas en silencios afectivos que los varones
muchas veces no logran expresar, y desbordes emocionales que otras veces las mujeres
no logramos regular. Esto se expresa en largas charlas o discusiones, que terminan
desvirtuando el sentido de lo que es importante abordar para la pareja. Las características
de cada uno hacen que a veces queden detenidos en el desencuentro, por las formas, no
accediendo entonces, a un nivel de comunicación con mayor profundidad que les
permita conectar con el contenido que provoca el conflicto.
Asamblea de pareja
Delfina y Santiago consultaron porque no se ponían de acuerdo en la toma de una
decisión importante para la pareja, como la de radicarse en un departamento del interior
del país. Esto se generaba a punto de partida de una oferta laboral que tenía Santiago, e
implicaba importantes costos para todos, pero particularmente para Delfina. Los dos
niños de la pareja seguramente se adaptarían fácilmente, porque eran muy pequeños, de
2 y 4 años. En tanto, Delfina debía dejar su empleo, en el cual no se sentía totalmente
satisfecha, pero conformaba un espacio de independencia de lo familiar y de dedicación
a su profesión.
Ella hablaba con mucha coherencia y gran emoción, pero no terminaba de redondear
la idea cuando la cara de su esposo delataba un profundo cansancio. Dos veces le señalé
pausas para ajustar su discurso, pero le costaba mucho frenar, y la actitud de Santiago la
desacomodaba tanto que se irritaba levantando el tono de voz. Él solo estaba en un
“desconectado” silencio.
Cuando le pregunté si estaba de acuerdo con lo que su esposa había dicho, respondió:
—No puedo sentirme en asamblea constante. Todo el tiempo teniéndonos que poner
de acuerdo. Ya no sé qué esperás de mí y qué no. No logro seguirte. Sabías que esto
podía pasar. Lo hablamos varias veces, pero nunca te alcanza lo que te digo. No sé qué
querés escuchar, y encima te acostás ofendida, te das vuelta y te dormís.
—No puedo creer. Lo hablamos ayer, te lo dije la semana pasada. ¿Qué es lo que no
sabés? No me escuchás. Estás en otra. Cuando no es el diario, son las noticias
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económicas; cuando no, es un jueguito, porque así te liberás del estrés; cuando no, las
redes sociales. Y así seguimos. Mal. Cada vez peor. ¿No te das cuenta? No me acuesto
ofendida y me doy vuelta, es que no me ves. Estamos horrible y vos te acostás y querés
que estemos juntos. ¿En qué mundo vivís? Yo no puedo. Si estoy mal contigo, no puedo
tener relaciones, y vos querés hacer de cuenta que no pasa nada y a mí eso me fastidia y
me aleja. Es imposible. Es una de las decisiones más importantes. Es por vos, por tu
trabajo.
¿Y te embola hablar conmigo? Yo voy a dejar todo, ¿y a vos te incomoda sentirte en
asamblea? Estoy cansada, siento que no existo para vos. La casa, los nenes… y vos que
llegás, te tirás en el sillón porque no podés más. ¿Y yo qué? Tengo que agradecerte
porque me decís “te puse la ropa a lavar”, o “ayer hice las compras del supermercado y
bañé a los nenes”. La casa no es solo mía. Los hijos no son solo míos. ¿Dónde está
escrito que la casa depende de mí?
—Yo no entiendo. Trabajo todo el día. Mis amigos no hacen nada comparado con lo
que yo te ayudo y siempre estás desconforme.
Surgen varios aspectos importantes. Por un lado, la diferencia en el modo y la
intensidad de los planteos, que generan un estar en “sintonías distintas”. Es clave el tema
de la comunicación y cómo se produce. Son frecuentes en la consulta estos planteos
desde las diferencias de género, que, como vimos, mucho tienen que ver con la cultura
en la que estamos inmersos. Las discusiones se generan en un número importante de
situaciones por lo que cada uno entiende que debe ser y no por lo que acuerden. Se
visualizan claramente los sesgos de género que hacen que se asignen lugares
diferenciales a las mujeres y varones y que el modo de comunicarse también esté viciado
por estos aspectos.
Las discusiones se generan por lo que cada uno entiende que debe ser y no por lo que
acuerden.
Por el otro lado se ve también en esta situación el tema de lo acordado o adeudado.
Evidentemente la decisión no es conciliada y en conjunto, con lo cual se transforma en
una pesada carga para el vínculo, que terminará cobrándoles la factura en interminables
97
cuotas diferidas en el tiempo.
Otro aspecto tiene que ver con la sexualidad y la desconexión que entre otras cosas
genera esto de estar inmersos en una cultura que nos lleva a un punto casi que “animal”,
instintivo, para la resolución de algunos aspectos amorosos. Si bien esto ha ido
cambiando, las parejas en la consulta continúan relatando a menudo situaciones donde
los varones se manejan de un modo más primario en lo que a la sexualidad respecta,
como desconectándose de lo que sucede en el espacio relacional de la pareja, mientras
que un gran número de mujeres traen a escena la importancia del trato y la forma de
vincularse como parte constitutiva e indisoluble de la sexualidad. (Veremos esto con más
profundidad en el siguiente capítulo).
Delfina denota un profundo compromiso por su relación con su esposo y la familia
que construyeron, pero le pone una carga desmedida a la situación —quizás desde lo real
—, en clara falta de sintonía con el lugar que le da Santiago. Esto último no es menor y
hace que queden a destiempo, casi sintiéndose actores de películas distintas y en
diferente idioma. La apuesta de mudarse requerirá una reorganización en la familia, la
logística de la casa, la comunicación y el cuidado de la relación para que funcione de un
modo sano, generándose los cambios para que esto sea posible.
Le señalo a Delfina la necesidad de regular sus sentimientos y discursos. Hay
decisiones que son transitorias en la vida —la gran mayoría lo son—, y tenemos que
tomarlas como tales para intentar otorgarles nuestra afectividad y dedicación en su “justa
medida”, o lo que más se acerque a ello. Las expectativas desmedidas que implican la
dramatización de algunas situaciones en general nos conducen a una profunda
decepción. La angustia por volver el tiempo atrás coloca una decisión en tela de juicio
cuando ya transcurrió y no hay forma de revisarla y actuar de modo distinto.
Con respecto a Santiago, le señalo que su postura de minimizar la situación tampoco
ayuda; que se lo percibía aburrido ante el planteo de su esposa.
También procuro facilitar su mirada sobre Delfina, que evidencia una actitud solidaria
priorizando la construcción de la familia.
Explico cómo se manejan ambos respecto a la sexualidad, repitiendo modelos que de
algún modo tenemos tan incorporados que nos enquistan en posturas rígidas que generan
distanciamiento, hipotecando la capacidad de sentir y vibrar con el otro.
Confirmo que las mujeres, en un número importante de casos, traen a la consulta este
aspecto de que en el marco de una pelea no pueden desdibujarse y tener relaciones
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sexuales como si nada hubiera pasado, y que los varones en un número significativo
también actúan del modo en el que Santiago lo hace. Todas las generalizaciones son
malas e injustas, pero trato de que sientan que lo que les pasa a ellos también les pasa a
otros, no es tan “raro”, y eso en general tranquiliza.
Este planteo de intentar “naturalizar” lo que está sucediendo ayuda a descomprimir
tensiones y confirmar la idea de que no somos iguales, pero tampoco tan distintos. Trae
alivio el nutrirse de las experiencias de otros, y buscar su mejor fórmula para estar bien.
Se genera una breve discusión entre ellos, que logramos trascender en la medida en
que intentamos ordenarla para que puedan hablar ambos y escucharse, algo que en
general no sucede. Se enciende una luz amarilla respecto a la decisión adulta de radicarse
en otro departamento y a la necesidad de que sea acordado de a dos.
La gestualidad de ambos era afectuosa, pero se hacía evidente que los discursos eran
repetidos, y con poca consistencia por parte de cada uno de ellos. Trabajamos en la
comunicación, la empatía y la recuperación de ese espacio de encuentro entre ellos que
les permitiera tomar una decisión adulta del modo más consciente y amoroso posible.
Lo que el otro plantea SIEMPRE es importante. Esto es vital tenerlo presente para
generar respeto, equidad y no subestimar el pensar del otro.
Lo que el otro plantea SIEMPRE es importante. Es vital tenerlo presente para respetar y
no subestimar su pensamiento.
Cuando uno empieza a ver un problema o situación como grande, determinante y
delicado, es factible que el otro quizás lo perciba como algo de menor trascendencia, no
digno quizás de ser tratado. De este modo, los discursos empiezan a operar por carriles
distintos. Esto sucede tanto en cosas importantes como en situaciones más cotidianas. El
estar atentos y presentes en el devenir de la relación hace que podamos actuar a tiempo y
rescatarnos del mar de quejas que supondría el seguir hablando de lo mismo, en el
mismo tono, esperando que suceda algo diferente.
99
8-
CÓMO SE CONSTRUYEN LAS PAREJAS
PLATAFORMA, CONTRATO, LESIONES
Omar Biscotti se refiere a la formación de la relación afectiva entre dos personas de la
siguiente manera: “La complementariedad requerida en la construcción de la pareja
puede ser tanto negativa como positiva, y se relaciona con la estructura individual y los
antecedentes familiares que aporta cada uno: la resolución de las situaciones difíciles y
con frecuencia antagónicas que se presentan en esta etapa depende de la capacidad de
adaptación y ajuste de cada uno”.15
Biscotti pone sobre la mesa el tema de la aceptación real de la pareja y la
proyección de lo distinto con lo que cada uno tiene, es y representa. La dimensión de la
familia de origen y la aceptación de esta por parte de la pareja resulta ser vital en la salud
de ese vínculo.
Muchas veces a la consulta llegan parejas cuyos conflictos con las familias suelen ser
muy limitantes. Independientemente de las razones que lleven a las distancias, es
importante tener claro y presente que cuando uno elige a alguien lo hace con su
“combo”, y ese combo está compuesto por la persona de la cual nos enamoramos
incluyendo a su familia, su historia, sus dolores, heridas, creencias y frustraciones.
La forma que tiene la persona amada de reaccionar y ver la realidad es parte de un
continuo de lo que vivió con la familia en la que le tocó nacer, y lo que hizo de su vida.
Querer y aceptar a su familia es en definitiva y en última instancia elegir realmente a
nuestro compañero de ruta. Esto no implica de ningún modo que todo nos guste o nos
parezca bien, pero sí implica sostén y soporte. Supone apuesta, humildad y autocrítica.
No puede haber un vínculo saludable que surja de la reprobación constante, del intento
de cambio, del aislamiento y la minimización del otro.
100
No puedo, y no debo, elegir solo una parte del otro.
Cuando uno elige a alguien, elige un combo. No puedo elegir una parte del otro.
Biscotti habla también de la capacidad de adaptación y ajuste de cada uno en la
resolución de situaciones complejas. Este concepto resulta ser fundamental a la hora de
construir un proyecto con otro. Pensemos en una empresa, en la que me embarco en un
plan con un socio. Es imprescindible que pueda entender que, más allá de que él se
encargue de una parte y yo de otra, debemos conciliar posturas, generar acuerdos,
considerar que algunos pensamientos, costumbres o estructuras son mejores que las
mías, y que aprender de ellas como el otro aprenderá e incorporará otras mías es vital
para crecer y cuidar la alianza.
A veces pasa que ese socio con el que nos vinculamos para un emprendimiento, sea
cual sea, es muy narcisista, rígido o soberbio, y quiere tener la mayor visibilidad en la
empresa. Quizás sea quien decida si se mudan a otra oficina, o a quien le hacen una nota
de prensa, o quien nomine al proveedor al que le comprarán tal o cual insumo.
En el caso de un emprendimiento económico, puede que eso no sea una dificultad
insalvable, porque dependerá del estilo, temperamento y protagonismo que quiera o no
tener alguno de los socios en el proyecto. En una relación societaria económica no tiene
por qué haber paridad en las decisiones, o en el involucramiento en el negocio. No
obstante esto, si lo trasladamos a la pareja, encontramos aquí una enorme diferencia, ya
que ambos miembros deben tener voz y voto, y estar “equiparados” en la relación.
Cada uno a su estilo, y según sus características de personalidad, debe poder acordar,
disentir y decidir, y ambos ser responsables del camino que trazan para su vida juntos. Si
eso no sucede, empezará a enfermarse la relación. De la fortaleza, valores, sentimientos
y respeto por la dignidad de cada uno dependerá el futuro de eso que en algún momento
fue una ilusión compartida.
Solo es sanamente posible un vínculo en que ambos integrantes de la relación afectiva
estén al mismo nivel. Se puede desear lo inalcanzable, se puede priorizar una postura en
determinado momento, pero no se puede construir una relación sana y sostenible en el
tiempo con alguien que no está ubicado “de igual a igual”.
El vínculo de pareja nos enfrenta a otro, que nos ama por lo que somos y por lo que no
101
somos.
Amor con condiciones
De pequeños, el vínculo que nos nutre y potencia la autoestima es por excelencia el
vínculo materno; ese sentimiento de apego por esa persona —o personas—, madre,
padre o quien ejerza ese rol, que nos quiere porque somos. Nos ama por el solo hecho de
existir, con una incondicionalidad desde nuestro ser y en el que el hacer, al menos
inicialmente, no tiene ningún valor.
De adultos, en cambio, cuando nos relacionamos desde el lugar de pareja, esa persona
se transforma en alguien muy importante, que me elije de alguna manera por lo que hice
de mí, por lo que soy y por lo que puedo llegar a ser. Es alguien que observa en mí algo
distinto de lo que percibe el resto, y que a veces ve lo que ni siquiera yo mismo logro
ver.
Me elije por aquello que aprecia como único en mí, por lo que espera que haga con mi
vida, por la admiración que despierta un sentimiento inicial de construcción con el otro.
Esta mirada, este amor, se asienta en una base de elección condicionada, y esto no atenta
de ningún modo contra la visión más “romántica” del amor, sino que la complementa en
sus bases más profundas.
Las condiciones están dadas por los cuidados que damos a ese vínculo en
construcción. Siempre hay condiciones propias y pautas acordadas en conjunto. Las
cosas no son de cualquier manera para todos, y una vez más esto dependerá de los
valores de cada uno, y sin dudas eso marca ciertos parámetros de acción y de
relacionamiento con los otros.
No obstante esto, me parece vital tener claro que el amor y sostén de los vínculos no
tiene que ver solo con lo que sentimos, sino también con lo que hacemos y con cómo lo
hacemos. Una vez más, y poniendo de ejemplo el trabajo, hay actitudes que en ese
contexto no tomamos porque somos conscientes de que tendrán una consecuencia no
deseada. En los vínculos amorosos también deberíamos actuar con reparo de no dañar al
otro, ni a la relación, porque lo que hacemos y cómo lo hacemos no es inocuo.
Los vínculos son recíprocos, de ida y vuelta.
Para que el amor se sostenga en el tiempo, perdure, crezca, se nutra y tenga la
102
fortaleza para enfrentar situaciones difíciles debe asentarse en una elección consciente;
una decisión en la cual los primeros mensajes que hicieron que esa persona fuera
especial para mí, por su atracción física, el deslumbramiento que me generó, o la pasión
que despertó desde lo más instintivo, irán transformándose.
Esa transformación dará paso a un amor diferente que obviamente también se alimenta
de lo físico, en el que sin dudas la sexualidad en su sentido más amplio tiene un lugar
preciado, pero que teje sus cimientos en una base más honda y se nutre y asienta
profundamente en los valores.
Para que el amor se sostenga debe construirse y transformarse, esculpirse y
proyectarse.
Frankl dice en El hombre en busca de sentido que “la persona que ama posibilita al
amado la actualización de sus potencialidades ocultas. El que ama ve más allá y le urge
al otro a consumar sus inadvertidas capacidades personales”.16
Esto ubica a la pareja en un lugar particularmente especial. Que el otro vea más allá de
lo que yo puedo ver. Que confíe en mí, que me apoye, que me anime e impulse a cumplir
mis sueños. Que confíe en que yo puedo hacerlo. Estos aspectos se constituyen en
poderosos nutrientes para la relación amorosa.
Es mucho el compromiso y la responsabilidad que tenemos en la pareja, y que tiene
nuestra pareja para con nosotros. Implica generosidad, empatía, solidaridad, escucha,
compañía; tolerancia y humildad para reconocer limitaciones propias y limitaciones de la
persona que amamos. Supone equidad, y estar los dos en la misma línea. El amor sano
promueve dignidad y respeto por sobre todas las cosas.
Es fundamental estar en el aquí y en el ahora, pero sin dejar de ver que la vida se
construye de proyectos.
Esta actitud implica tener la flexibilidad para ser a veces piloto, y otras veces copiloto.
Supone acompañar, apoyar y también tener la capacidad para pedir ayuda a quien tengo
al lado cuando no se da cuenta de lo que estoy necesitando. Requiere intención, atención,
entrega.
Me parece importante reparar en las bases sobre las cuales se apoya la pareja, y en ese
sentido trabajar en la necesidad de elaborar explícitamente una suerte de contrato de lo
103
que espero y lo que estoy dispuesto a dar.
Plataforma amorosa y acuerdos consensuados
Es trascendente pensar en la necesidad de establecer las bases de algunos acuerdos, ya
que cuanto más explícitos sean, más protegida estará la relación.
Para ello manejaremos el concepto de plataforma amorosa y contrato o acuerdo
fundacional.
La plataforma amorosa es ese conjunto de valores, principios y proyectos que dan
sostén a la relación y que, por su dimensión, estructura, y regulación, darán forma al
vínculo.
Dentro de esa plataforma o base, podrá estar o no el concepto de fidelidad, o lealtad.
En mayor o menor intensidad se posicionarán el manejo del dinero, la honestidad, la
solidaridad, la trascendencia, etcétera. El hecho de que esté —y en el modo en el que
esté— obviamente no es garantía de nada, pero sí genera una estructura con apoyo en
puntos definidos por esos valores, con consciencia. El accionar sobre cada uno de ellos
supondrá un cuidado o un atentado hacia la relación.
Cuantos más pilotes o puntos de apoyo relacionados entre sí, conscientes y pensados
tenga esa estructura, mayor será el margen de movimiento, es decir la flexibilidad que
tendrá esa pareja para hacer frente a las dificultades que se les presenten. Las fallas que
se generen podrán ser compensadas —obviamente en función de la magnitud de la
herida— si la pareja tiene distintos puntos de apoyo que la sostengan en conjunto y en
forma entrelazada. Cualquier herida, que implicará de por sí un movimiento, impactará
en el total del sistema; pero si ese sistema es rígido, seguramente se quiebre. En cambio,
si tiene el sostén de distintos puntos que generan cierta flexibilidad y compensación, las
chances de que funcione con “heridas de vida” son mayores. Sin dudas esto también
dependerá de la carga que generemos sobre esa estructura, de cómo la tengamos en
cuenta, es decir, de lo que hagamos de hecho para instalar y cuidar esas bases, así como
de las particularidades de cada relación y de la estructura de personalidad de cada uno de
los miembros.
En la medida en que tengamos claro qué es lo que nos une, y qué tan importante es
para el otro, más sólido será el vínculo.
104
En la medida en que tengamos claro qué es lo que nos une, más sólido será el vínculo.
Cuanto más conexiones y puntos de encuentro existan entre los valores fundacionales
de esa plataforma que sostiene la relación, mayor será la contención y soporte afectivo
que genere esa malla de la cual podremos sostenernos cuando algo falle y las cosas no
salgan como esperamos.
Si hay algo que desde el vamos está claro, es que las personas fallamos. Siempre en
algún momento le vamos a fallar al otro.
La magnitud de ese fallo o de ese error, y el dolor que traiga consigo, estará ligada
inevitablemente al punto de apoyo que se lesionó.
La capacidad de superar esa situación tendrá que ver, entre otras cosas, con el amor y
con lo que tengamos para rescatarle al otro, es decir, lo que veamos de positivo en él,
que de alguna manera opere de “colchón” para la caída que necesariamente implique la
falla. Eso que tengamos para “rescatarle al otro”, esas fortalezas, seguramente estén en
relación directa con valores que nos acerquen y que hagan posible el estar juntos a pesar
de la herida que el error causó.
La posibilidad de reparar existe en la gran mayoría de las situaciones. Dependerá de
qué tan conscientes seamos de lo que se lesionó y en qué medida estemos dispuestos a
trabajar por no minimizar lo sucedido, sino a aprender de ello y reconstruir nuevas
estructuras que se ensamblen a las existentes y sigan haciendo posible una relación,
aunque de un modo distinto.
Otro aspecto que considero fundamental hacer explícito es el concepto de acuerdo o
contrato. En cualquier ámbito de la vida, en un negocio, en el estudio, existe un acuerdo
entre las personas que conforman esa sociedad de hecho, lo cual evidentemente no evita
dificultades, pero sí las minimiza. La mayor parte de los contratos tienen letra chica que
a veces no alcanzamos a leer. Esa “letra chica” suele tener cláusulas que pueden
restringir la capacidad de actuar, limitar las ganancias, o hacernos incurrir en multas en
caso de incumplimiento de algún aspecto que no se hizo lo suficientemente explícito y
quedó librado a la interpretación.
Si bien la sociedad en la que vivimos marca ciertos parámetros generales de lo que se
espera de la convivencia, o del matrimonio como estructura, lo cierto es que cada pareja
es un mundo, y cada una tendrá su propia versión de contrato. Intentar dar por supuesto
105
un espacio tan privado, basándose en lo que en general se espera que suceda en la
globalidad, restringe la libertad y atenta contra la construcción de un vínculo único,
como en definitiva es en esencia el vínculo de pareja.
Es importante que ese acuerdo exista en lo explícito y que sea librado
conscientemente para que opere como lo que es: un marco de referencia estructural, que
como tal debe ser tratado y cuidado. Eso no quiere decir que no pueda tener cambios,
pero estos no pueden darse unilateralmente, sino que deberán ser convenidos y validados
en conjunto.
Es deseable que ese contrato sea renovable por voluntad expresa de las partes, donde
incluso cada cierto tiempo las parejas puedan replantearse explícitamente la posibilidad
de seguir o no juntos. Está claro que desde lo fáctico esa posibilidad existe todo el
tiempo, pero muchas veces damos por descontada la relación, otorgándole una
incondicionalidad que no es consistente con la realidad. Cuando esto sucede,
comenzamos a atentar contra ella, hasta el punto de llegar a matarla. La alternativa de
quedarnos en la relación o despedirnos estará fuertemente atravesada por el cuidado, la
entrega y atención involucrada, que hace que lleguemos al momento de revisión con la
balanza inclinada ya sea en las fortalezas o en las debilidades, sin perder de vista la
globalidad.
Cada pareja es un mundo, y cada uno tendrá su propia versión de contrato.
Tentaciones habrá muchas veces, como la necesidad de transgredir algunas barreras
que podemos llegar a vivir como limitaciones: el aburrimiento, la rutina, el sentirnos
desatendidos por el otro, la seducción que tiene el mundo de afuera, del que vemos
solamente un pedacito… Muchas pueden ser las situaciones o las emociones que nos
lleven a cruzar una línea que quiebra principios comunes y fundacionales de la relación.
Es que pocas situaciones en la vida son “blanco o negro” en líneas generales. En cada
caso en particular, lo que cada persona entienda como manejable o no dentro de la pareja
(y sus acuerdos correspondientes) dependerá de los matices con los que pueda o elija
convivir. Estos están en relación directa con valores, necesidades y sentimientos. Sin
dudas la coherencia entre lo que para cada uno es importante y lo que los unió
originalmente y los acerca o aleja en el devenir de la vida irá marcando el sentido de
106
estar juntos. Ese sentido no se fija de un momento para siempre, sino que se va
construyendo en el transcurso de la travesía que supone el compartir de a dos.
Veremos el caso de Macarena y Federico, con la intención de visualizar a través de un
ejemplo la fractura que supone la infidelidad en una pareja cuando ese valor está dentro
de la plataforma fundacional de la relación.
Si bien en el caso que presentamos hay una tercera persona, cuando hablamos de
infidelidad nos referimos al concepto amplio del término, que supone la ruptura de un
acuerdo que de algún modo estaba establecido, con diferentes niveles de decepción o
dolor.
La lesión por lo que implica la traición de lo acordado en cualquiera de los ámbitos
fundacionales de la pareja hace tambalear la estructura y exige acciones correctivas
tendientes a restablecer el equilibrio perdido, tanto en lo personal como en el ámbito de
la pareja.
Infidelidad. Cuando el otro “nos falla”
Maca y Federico consultaron por una situación de infidelidad como disparador de una
profunda crisis. Él había descubierto un chat. Ella había tenido una aventura y terminó
blanqueando la situación. Esto fue lo que los trajo desde lo explícito a la consulta.
Hacía ocho años que estaban juntos, tenían un niño de 2 años y él estaba
profundamente dolido por la situación. Su esposa intentaba minimizar el evento
llevándolo a un plano meramente físico, lo que provocaba en él un importante enojo, de
intensidad proporcional a lo trascendente del evento, de acuerdo a lo pactado entre ellos.
Federico: No entiendo cómo podés hablar de esto así. Te acostaste con él. Me mentiste
en la cara y no se te movió un pelo.
Maca: No fue así, Fede. Te pedí perdón de mil maneras. Te dije que fue solamente
una vez. No significó nada para mí. Fue algo físico, nada más. Nosotros estábamos
peleados. Vos ni me hablabas. Todo te daba lo mismo. Hacía meses que no me tocabas.
Solo críticas. Siempre críticas. Cuestionás cada cosa que hago. ¿Qué fue lo que te dolió
tanto? ¿Tu ego? ¿Que nunca pensaste que alguien se fijaría en mí?
F: No entendés nada. No te hacés cargo de lo que hiciste. Te desconozco. No sé cómo
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pudiste hacerme esto. Lo hablamos mil veces, no sé cómo pudiste. No te importó nada ni
nadie.
M: ¿Y a vos quién te importa? Porque yo hace tiempo que no te importo. Es como si
no tuviese derecho a hablar. Te pasás gritando. Juani está en el medio de la situación
escuchando todo. ¿Creés que no le afecta? No podemos estar así. Te pasás hablando del
tema todo el tiempo. Tenés que controlarte.
F: Pará. Yo no puedo creer. ¿Vos me mentís en la cara y yo soy el que estoy
descontrolado porque grito delante de Juani? ¡Cómo no voy a gritar!
M: No hablo de ahora, hablo de siempre.
Terapeuta: A ver, tomémonos un minuto para escucharnos, creo que es fundamental
para poder entender lo que cada uno siente. Sin dudas, la situación de crisis que están
viviendo hoy tiene que ver con una historia entre ustedes; con dolores, heridas; pero me
parece importante centrarnos en lo que sienten y en cómo están hoy; y luego de darle
espacio a que esto se exprese, ir conociéndolos en su historia juntos. Vos, Maca, más allá
de lo que tengas para decirle a Federico, es importante que escuches y entiendas lo que
esto significó para él. Si no, va a ser imposible. Ustedes tenían cierto acuerdo que se
quebró, y esto, más allá del lugar que ocupe en cada uno, supone una pérdida para los
dos.
F: Es que yo la miro y no sé quién es. Me parece una extraña, no sé si voy a poder
confiar en ella. Creo que no puedo. Me dice que fue solo una vez, pero yo no le creo. No
entiendo cómo pudo acostarse conmigo habiéndose acostado con él. Nunca pensé que
podría hacerme esto.
T: ¿Maca?
M: Es que no sé qué más decirle. No entiende que estábamos mal, que no tenía cómo
hablar con él. Me trataba mal todo el tiempo, no me daba bolilla. Me sentía un disco
rayado, repitiéndole cosas, y él mirándome como si fuese una tonta. Sin responder y sin
cambiar absolutamente nada.
F: ¿Ahora el que tengo la culpa soy yo? No lo puedo creer.
T: No, así no. Déjenme ayudarlos. Vamos de nuevo. Cuando el dolor es muy
profundo, inevitablemente las personas nos agredimos de distintas maneras y decimos
cosas por despecho o para trasladar culpas al otro, que en lo inmediato parecen generar
alivio, pero que en lo profundo nos provocan un enorme vacío. Busquemos la manera de
escuchar y aceptar lo que el otro siente, asumiendo cada uno la responsabilidad en lo que
108
sucedió. La herida que se generó con la infidelidad no invalida de ninguna manera los
dolores y cuentas pendientes que cada uno traía consigo, a lo que claramente le daremos
su espacio. Pero sí me parece importante reparar en lo sucedido ahora, que hizo que se
acercaran a la consulta —y continúo—: Maca, intentá conectar con lo que sentís y con la
angustia de lo que esto representó para Fede. Tomate un minuto y tratemos de hablar
desde un lugar distinto. Está claro que en una pareja las cosas son siempre de a dos. Sin
dudas, en la relación de ustedes debe haber habido luces amarillas que no pudieron ver, o
que quizás vieron, pero no supieron cómo actuar al respecto. Es importante ahora
focalizar y poder encontrarse desde el dolor y la angustia que a los dos les provoca esta
situación, aceptando cada uno sus responsabilidades y haciéndose cargo de sus
decisiones con humildad y respeto. Si logramos hacer esto, vamos a poder avanzar en el
camino del acercamiento, independientemente de la decisión que tomen.
La realidad es que hoy ninguno de los tres tenemos claro si pueden seguir adelante
con esto que les pasó como pareja. La decisión puede ser separarse o seguir juntos de
una manera distinta, porque lo que está claro es que la pareja que tenían ya no existe, lo
cual no quiere decir que no haya otro modo de “ser pareja” para ustedes. Cualquiera sea
la decisión que tomen, el desafío está en cómo transitar este camino.
En relación con esto es importante la escucha, el respeto y el intentar ponerme en la
situación del otro para captar el sufrimiento y la angustia de quien tenemos a nuestro
lado. Esto es importante por ustedes y también por Juani. Independientemente de cómo
siga esto, ustedes son sus papás, y desde ese lugar van a compartir para toda la vida el
amor y la preocupación que sienten por él. Eso los expondrá a la necesidad de vincularse
de la mejor manera posible, poniéndolo a él en un primer plano.
Era evidente que en la pareja de Maca y Fede el nivel de disonancia entre los discursos
era muy grande. Estaban en sintonías distintas y, más allá de que en el acuerdo de pareja
no estaba la infidelidad como una opción válida, era claro que para él la situación era
casi inabordable.
Por otro lado, ella intentaba minimizar lo ocurrido, y generaba así un efecto contrario
al buscado. Su actitud mostraba heridas y facturas pendientes que, en cierto modo, ella
entendía que le daban algún justificativo a lo que había sucedido, lo cual estaba muy
lejos de lo que él pudiera captar, aceptar y mucho menos validar en el dolor de la herida
en llaga viva.
109
Es importante reparar nuevamente en la empatía. Si bien la desesperación llevaba a
Maca a intentar “desdramatizar” la situación, esto estaba totalmente a contra flecha de la
intensidad de la herida y el sentir de Federico. A pesar de que sus intenciones eran
trascender la situación y generar un diálogo más armónico, eso era inviable porque no se
condecía ni con el dolor provocado ni con la herida generada ni con el tiempo
transcurrido.
Más allá de que una infidelidad en general habla del vínculo, y que el hecho de que se
produzca o no también tiene que ver con las individualidades, deja entrever fracturas
visibles e invisibles de la relación. En el caso de Maca y Federico, ella intentaba pasar
tan rápidamente el sentimiento de culpa e incomodidad que le generaba la situación, que
optó por acelerar y avanzar, no tomando consciencia de que para su compañero esa
posibilidad era insostenible, porque el sentimiento de destrucción era total y devastador.
Para él se había roto todo, y necesitaba revisar entre los escombros, buscando piezas
para evaluar y recomponer en la medida en que fuese posible. Ella, por su parte, se
negaba a aceptar lo generado e intentaba barrer entre medio de dichos escombros,
tratando de disimular las inevitables rajaduras del brutal movimiento. Queriendo quizás
creer, de algún modo, que el daño no era tal, o que la separación no era una opción
realmente válida.
Una vez más, la importancia no radica solamente en la situación, sino en la
connotación afectiva que dicha circunstancia tiene para esta pareja, y en lo que impacta.
En el caso de Maca y Fede implicó una pérdida importante, ya que la infidelidad —más
allá de que vino a expresar el sufrimiento de la pareja— atentó contra uno de los pilares
fundacionales del vínculo. El grado de sufrimiento y conmoción que generó tiene que
ver con eso. Si no fuera un aspecto tan preciado en la conformación de esa pareja, o en la
estructura de valores de esas personas, seguramente habría generado un impacto distinto.
La intensidad del dolor o la herida va a ser proporcional al valor que le demos a lo
sucedido.
Más allá del rol o del lugar que cada uno ocupa en lo que les sucedió respecto a la
situación de infidelidad propiamente dicha, vemos cómo ambos se distancian del
sentimiento del otro. Maca y su practicidad por encontrar una solución que termine con
el discurso del problema, buscando la explicación del motivo que llevó a la situación;
con una necesidad fuerte de dar vuelta la página y seguir adelante, expresando
dificultades para conectar con el afecto de su pareja. Federico, por su parte, desde el
110
lugar que ocupó en la situación y desde su sensibilidad herida, que no le permite
recomponerse de lo devastadora que fue la situación, pero menos aún de la actitud que su
esposa adopta frente a lo sucedido.
La infidelidad puede ser con otro, pero la realidad es que las personas podemos ser
infieles en muchos ámbitos y con muchas cosas. Con el dinero, con una persona, con una
bebida, con el trabajo, con cualquier cosa que nos desenfoque y que nos genere el
quiebre de un acuerdo tácito o explícito.
La importancia de trabajar en lo explícito le da un margen menor a la interpretación y
un espacio de mayor valor al acuerdo. De ahí lo trascendente de revalorizar la dimensión
de ese acuerdo con el otro y el lugar que le damos en la relación. Está claro que, como
dijimos, las personas fallamos y que el hecho de que acordemos algo no quiere decir que
lo vayamos a respetar. No obstante esto, estamos poniendo foco en la salud del vínculo,
y en ese sentido el respeto por los acuerdos y el cuidado de la confianza es de vital
importancia.
La importancia de trabajar en lo explícito le da un margen menor a la interpretación y
un espacio de mayor valor al acuerdo.
Todo lo que quiebre un acuerdo generado implícita o explícitamente conlleva una
traición y debe ser tratado con especial cuidado para sanar lo que sea necesario sanar y
poder seguir adelante del modo que elijamos seguir, de acuerdo a las circunstancias.
Si seguir juntos es el camino elegido, será importante ser conscientes de que el daño
que la situación haya generado requiere de “cuidados intensivos” del vínculo, para que
pueda restablecerse en un equilibro sano.
Esos cuidados implicarán necesariamente poner a la pareja en un primer plano y
generar nuevos acuerdos aceptando que la relación cambió, y eso supone un duelo
natural por lo que tenían y ya no está, con lo bueno y lo malo que eso implique.
Estar atentos a que la salida de esa terapia intensiva requiere de cuidados intermedios
que deberán sostenerse en el tiempo a la luz de lo ocurrido resulta fundamental. El tener
presente el dolor de lo sucedido en una intensidad moderada por el paso del tiempo, y lo
que hicimos al respecto, nos permitirá convivir con la realidad de que no hay amor
indestructible, y que nadie puede privarnos, como dice Frankl, de la actitud que tomemos
111
frente a lo que nos pasa.
15- Omar Biscotti. Terapia de pareja. Una mirada sistémica. Buenos Aires: Lumen, 2006.
16- V. Frankl, o. cit. (2004).
112
EL MUNDO DE CADA FAMILIA
LOS TUYOS, LOS MÍOS, “LOS NUESTROS”
9-
Una pareja supone la suma de individualidades, opiniones, creencias, sueños,
expectativas. Implica la búsqueda de ser con otros, de compartir la vida. Cuando hay
hijos, esa sumatoria se amplía a otras personas y se multiplican las expectativas, los
deseos y también las dificultades.
Nos detendremos en este capítulo en las complejidades de las familias ensambladas.
Es importante fortalecer el concepto de que aunque las circunstancias hagan necesario
implementar estrategias diferentes, porque ambos se encuentran en otra etapa de la vida,
porque cada uno tiene sus hijos, por su realidad, historia y el momento en el que se
encontraron… la pareja siempre termina siendo un foco de acción en sí mismo, que no
debemos descuidar ni dejar de atender, para que siga viva. De este modo se constituye en
un proyecto prioritario en el cual deberá preservarse la intimidad y dar espacio a sanar
las heridas que se puedan ir generando.
En este sentido, es importante poner foco en la pareja, independientemente del
momento en que hayan llegado los hijos a sus vidas. El modo como se ensamblen a la
pareja, y por ende a la familia, puede ser distinto, pero el resultado será la construcción
de una familia con determinadas características, reglas y funcionamiento, pero partiendo
de una pareja que con su impronta deberá velar por preservar su espacio de intimidad.
Se trata de un conjunto de personas unidas entre sí, con el común denominador del
cariño que sientan por alguno de los miembros de la pareja y obviamente el vínculo de
amor que une a la pareja entre sí. Cualquiera sea el orden y la forma de asociarse esa
pareja, cada miembro conforma un todo con sus hijos, que dará como resultante una
familia, independientemente del modo en el que quede conformada. El vínculo puede ser
113
sano, de confianza y afecto, o puede “patologizarse”, entre otras cosas, por silencios
cargados de demandas y reclamos no resueltos.
Profundizando en las demandas de las familias ensambladas, es importante detenerse
en el desafío que supone para una pareja proyectarse juntos, siendo padres los dos o uno
de ellos, habiendo construido desde sus parejas anteriores modelos de relacionamiento,
crianza y valores, quizás muy diferentes entre sí.
De algunos de los modelos anteriores querrán distanciarse, y otros seguramente
defenderán, por haber puesto en ellos lo mejor de sí y apreciarlos.
Cada hijo pasará a ser parte constitutiva de ese vínculo, y así es deseable para la salud
de la relación, a la que puedan integrarse acogiéndose mutuamente desde un lugar de
respeto y cariño.
Claro que no supone una tarea fácil, ya que cada uno trae su historia a cuesta, así
como también puede existir un modo de ser padre o madre que genere conflicto en el
otro. No obstante, y más allá de las diferencias que puedan producirse cuando los hijos
son concebidos en el marco de la pareja o previo a la conformación de esta, lo cierto es
que son vínculos de amor y dedicación que, si no están bien encauzados y respetados,
pueden generar conflictos que atenten en la consolidación del “uno a uno” de la pareja.
En el marco de una familia ensamblada deberán generarse pautas de funcionamiento
claras, valores que de algún modo den sostén a los nuevos vínculos o a la redefinición de
estos ante la nueva situación.
En la convivencia
En el caso de que la pareja conviva con los “nuestros”, supondrá el desafío de ser un
equipo, acompañando decisiones que previamente deben ser acordadas, y también
respetando aquellas en las que disienten, pero que el estar juntos hace que puedan
sostener. Si bien hay muchas variables en juego —como pueden ser la edad, el tiempo de
separación y de constitución de la nueva pareja, la forma en que se haya dado la
separación anterior, la forma de ser de los hijos, los valores—, resulta importante generar
coherencia en la forma de actuar, así como también respeto por los lugares y roles de
cada uno.
Una vez que decido apostar a una relación con alguien que tiene hijos y yo tengo los
114
míos, tengo que estar dispuesto a ser parte de un equipo en el que seguramente tenga que
acoplarme a ciertos funcionamientos que quizás hubiese manejado de otro modo, pero
que ya existen de una manera. También mi pareja tendrá que adaptarse a la forma de mi
vínculo con mis hijos. Claro que “el orden de los factores no altera el producto” y si bien
en este caso los hijos existen antes de conformarse la pareja, suponen igualmente un
manejo de prioridades y tiempos que requiere de disposición, claridad y orden.
Una vez que decido apostar a una relación con alguien que tiene hijos y yo tengo los
míos, tengo que estar dispuesto a ser parte de un equipo.
Implica la necesidad de generar un sistema en el cual la pareja en conjunto tome el
mando de esa familia, ocupando cada quien su lugar en el equipo. Esto obviamente
estará signado por la edad y las particularidades de cómo se construyó esa pareja y los
vínculos entre los miembros de ambas familias. No obstante esto, es importante tener
presente que debe haber un orden y los lugares deben ser respetados para salvaguardar la
salud tanto del vínculo de pareja como de la familia en su conjunto.
La pareja es quien está a la cabeza de esa familia, y eso es importante tenerlo presente.
Claro que las opiniones y necesidades de todos importan, pero no todo se democratiza;
porque, si eso sucediera, se generaría un caos que atentaría contra el conjunto. Está claro
que no se trata solamente del cuidado del vínculo de a dos, sino que pasa por querer y
respetar a quien el otro ama, y amarse lo suficiente como para que la construcción con el
otro tenga sentido sin perder en el camino nuestras prioridades y deseos.
Requerirá de paciencia, destreza, amor, dedicación y atención a tiempo, para que esa
pareja pueda seguir existiendo como tal, se fortalezca de un modo saludable y tenga la
capacidad para superar dificultades y enfrentar desafíos.
En el caso de una pareja que tiene hijos en común, es frecuente el cansancio que con
el paso del tiempo sobreviene, entre otras cosas por haber sido absorbidos por el rol de
padres, la rutina, el trabajo. Esa dinámica, sumada a muchas otras variables, va
generando un desgaste en la relación que va distanciándolos afectivamente o
convirtiéndolos quizás en un equipo de padres que funcionan muy bien y en una pareja
de amigos que se quieren mucho y se aman poco. El foco en este caso estaría en
recuperar el encuentro entre dos, salir de la distracción que supuso quedar atrapados en
115
esa situación y limitar el resto de los roles, que muchas veces se transforman en disfraces
para no encontrarse cara a cara con quien desconozco como pareja y reconozco desde
otros lugares y roles. Claro que en esta situación el amor por los hijos y lo construido
juntos desde ahí tiene una importante carga emocional.
En el caso de una pareja que se construye con personas que tienen hijos de relaciones
anteriores, las situaciones que potencialmente podrían generar conflicto están sobre la
mesa, más allá del período inicial de “luna de miel” que puede o no darse.
Desde el vamos está dado que en la vida de quien elijo hay personas muy importantes,
que tienen un lugar sagrado, el cual no compite o no debería competir con el de la pareja,
que claramente tiene que ser distinto, aceptando que hubo otra u otras personas con las
que soñó compartir su vida entera, así como también seguramente pasó conmigo.
Con la elección total de esa realidad debo convivir. Eso no quiere decir que se tolere
cualquier cosa, pero sí supone poner foco en el otro y en los otros que construyen su ser
y su vida. Genera la oportunidad de estar despiertos a lo que sucede de un modo
diferente, siendo conscientes de que obviamente la posibilidad de que no funcione está,
ya que no hay decisiones ni relaciones sin riesgo.
El desgaste de relaciones anteriores juega su partido, así como está latente el deseo de
no sufrir y de que esta funcione. Pero la realidad es que toda relación tiene su magia e
incertidumbre, y hay sufrimientos y renuncias inevitables ligadas al amor, y la
posibilidad de vivirlo lleva consigo el riesgo de sufrirlo. Sin embargo, quien no arriesga
tampoco gana, y de eso se trata en algún punto. De animarse a vivir volviendo a confiar.
Sanar y apostar a no salir tan malherido de una relación como para que no valga la pena
el intento de arriesgar de un modo cuidado ante la posibilidad de ser feliz con otro y con
otros. Claro que volver a confiar primero en mí mismo y luego en el otro supone el sano
ejercicio de capitalizar lo vivido y tener presente que nada ha sido en vano, y que lo
vivido me transformó en la persona que soy.
En toda relación hay sufrimientos y renuncias inevitables ligadas al amor, y la
posibilidad de vivirlo lleva consigo el riesgo de sufrirlo.
Ni un cuento de hadas
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ni un set de lucha libre
Está claro que en esto de “los nuestros” somos conscientes de que el conflicto y las
incomodidades serán parte natural del vivir. Ya sabemos que los cuentos fantásticos no
existen. Que el amor es trabajoso y está ligado a condiciones que hacen que, si es sano,
nos haga crecer como personas, siendo libres y responsables de nuestras acciones. Y si
no lo es, nos enferme el alma, y nos deje presos en la angustia de sentirnos impedidos de
decidir y actuar.
No obstante esto, es posible generar vínculos sanos de respeto y libertad, y en eso
intentaremos centrarnos.
Está claro que no es sencillo. No lo es cuando empezamos casi de cero con alguien,
tenemos hijos y compartimos el amor por las personas más importantes de nuestra vida;
a veces funciona por un tiempo y después se termina. ¡Si tendremos que trabajar la
humildad para tener los pies sobre la tierra y aceptar que nos puede pasar a todos! Y de
hecho, ¡nos ha pasado a muchos!
Entonces suena lógico pensar que si aumenta el número de variables, aumenta
también el nivel de riesgo. Las familias ensambladas efectivamente tienen un número
mayor de variables a manejar, pero también cuentan con la experiencia de otras
relaciones, de otras construcciones, así como también pueden entrenar otras destrezas
para hacer funcionar lo que nace de la mano de los sentimientos y requiere mucho de la
razón, el diálogo y la negociación para que se exprese sanamente.
Jimena y Raúl llegaron a la consulta molestos. Por más que relataban quererse mucho,
Jimena no entendía, o en realidad no lograba salir de su discurso de queja por el modo en
que Raúl se relacionaba con sus hijos. Si bien él era una persona enérgica, de
temperamento fuerte, que defendía sus ideas, cuando se trataba de sus hijos todo parecía
diluirse de un modo casi que incomprensible para su pareja.
Él tenía dos hijos. Un varón de 17 años y una chica de 23. Jimena tenía una niña de 8
y otra de 10 años. Se planteaban convivir, pero los intercambios respecto a sus ideas de
crianza los alejaban, porque no lograban aceptar que en el fondo el discurso de los tuyos
y los míos estaba atentando contra la posibilidad de construir un proyecto que los
incluyera, en lugar de dividirlos. Jimena acusaba a Raúl de ser sobreprotector y débil en
los límites, pero a la vez valoraba lo dedicado, atento y cariñoso que era con sus hijas. Él
se mostraba molesto frente a sus críticas constantes, al tiempo que relataba lo difícil que
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había sido su separación, ya que, a pesar de haber sido él quien había tomado la decisión,
el perder la convivencia en el día a día le había generado un enorme sufrimiento.
Se sentía orgulloso de sus hijos y, si bien sabía que eran demandantes, una parte de él
no estaba dispuesta a poner en riesgo la forma que habían dado a ese vínculo.
Jimena, por su parte, era más dura en su discurso. Se había separado siendo sus niñas
muy pequeñas y su ex la había engañado con una de sus mejores amigas, lo que implicó
una traición por partida doble, que pasados los años sigue relatando con profunda
angustia.
De algún modo, daba la sensación de que su temor por ser devaluada de un lugar que
entendía debía ser prioritario le estaba jugando una mala pasada, y su inseguridad la
llevaba a manejarse con rigidez frente a una situación y relación totalmente diferentes.
Trabajamos juntos para centrarnos primero en lo que sentían el uno por el otro, y los
miedos que a ambos les generaba el avanzar hacia la convivencia con las
particularidades de cada uno y junto a los hijos de ambos, que debían transformarse en
“suyos”.
Valentina, la hija mayor de Raúl, estaba viviendo con una amiga y hasta ese momento
cenaba una vez a la semana con su papá. Joaquín se quedaba de viernes a domingo, lo
cual implicaría una convivencia en conjunto durante esos días.
Nos propusimos el desafío de que acordaran reglas de coexistencia y buen trato con los
hijos, quitando el foco en el juzgamiento de las formas de ser o manejarse de cada uno,
para ponerlo en el vínculo y las necesidades.
Los conflictos no tenían que ver con los ex de cada uno, o con el relacionamiento con
los hijos, más allá de los “ruidos” que pudiera haber entre ellos, sino con convertirse en
el “actual” del otro. Para ellos, construir pareja era también reconstruir familia, e
implicaba el desafío de evaluar en qué medida eso era posible con la historia de cada uno
y la intensidad y propósito del sentimiento que los unía.
Estaban en etapas distintas desde el rol de padres. Jimena atravesaba una fase que
Raúl ya había vivido, que requería un monto de energía importante, que solamente él
podría poner al servicio de la relación si había una real decisión de compartir su vida con
ella y si se sentía amado y elegido en su totalidad.
Él había tenido ya sus tiempos de viandas y reuniones de colegio, de llevada y traída a
cumpleaños, de ayuda en las tareas del colegio… y si bien las niñas tenían a su papá, la
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convivencia y la elección de Jimena en conjunto le implicarían volver a encontrarse con
esas situaciones de un modo activo.
Ella pareció verlo con claridad cuando lo explicitamos en la consulta poniéndolo de
manifiesto junto con los costos, de un modo muy directo y hasta un poco duro.
Para Jimena, algunos de los sentimientos que a Raúl le provocaba el crecimiento de
sus hijos y el que fueran más autónomos, a pesar de su sobreprotección, le eran
imposibles de ver y mucho menos entender, porque estaban muy alejados de su realidad.
Lo cierto es que se habían encontrado y elegido en ese momento de sus vidas y con las
realidades, sentimientos y forma de ser de cada uno. Tenerlo presente era imprescindible
para que el estar juntos tuviera sentido y pudiera ser cuidado. El no hacer esto de forma
consciente o no considerarlo parte de la elección atentaría contra la relación de un modo
explícito o silencioso, quizás, pero igualmente nocivo.
En algún punto, los dos debían elegir acompañarse en las etapas de cada uno, en sus
distintos roles y en lo que proyectarían juntos, apoyándose en el cuidado del sentimiento
que los unía y que hacía que las complicaciones bien “valieran la pena” ser vividas.
Era necesario diseñar, además de una rutina o logística de funcionamiento que les
posibilitara a todos una convivencia armónica, un plan de acción que promoviera el
conocerse entre sí para que cada uno fuera trasladando confianza a sus hijos sobre la
persona que habían elegido como compañera de ruta.
Claro que los conflictos están asegurados siempre en una familia, más aún cuando eso
supone la mixtura de las familias, o los distintos modos de ser familia, y cuando eso ha
bajado a los hijos, que replican modelos de aprendizaje.
La fórmula pasa por estar atentos a lo que nos va sucediendo tanto en lo exterior como
en nuestro mundo interno. Es importante que sintamos que nuestras necesidades son
escuchadas dentro de la pareja, y que nos sintamos queridos, respetados y valorados. En
la medida en que eso suceda, el estar con esa persona tendrá sentido y otorgará a la
relación el combustible necesario para que funcione con disfrute y contención,
constituyéndose en un vínculo de sostén y confianza clave.
La fórmula de una relación pasa por estar atentos a lo que nos va sucediendo en lo
exterior como en nuestro mundo interno.
119
No vale el cansancio como excusa. Aunque es entendible que se pueda estar frustrado,
agotado, decepcionado, o conforme y tranquilo por lo que hice o no en mi relación
anterior y sus resultados, nada invalida el hecho de que si estoy en el juego debo jugarlo.
Eso supone creer que voy a poder con algunas cosas con las que no pude antes, o quizás
pude y no logré verlas a tiempo.
Implica volver a hacer viandas, aunque mis hijos estén grandes, porque estoy
acompañando la crianza de los hijos de mi compañero y tengo ahí una responsabilidad.
O que vuelva a ser mamá o papá de más grande, aunque no haya estado en mis planes
originales. Implica conocer nuevas familias y costumbres. Supone ampliar mi capacidad
de querer y dejarme querer. Volver a plantar plantas, hacer castillos en la arena, o
aprender a lidiar con adolescentes cuando apenas sé arreglármelas para quitar
mamaderas.
Requiere de energía, voluntad y mucho amor para volver a empezar en algunas cosas
y dar los primeros pasos en otras. Supone asumir la libertad de actuar siendo
responsables de las consecuencias, pero sintiéndonos que siempre hay algo para hacer;
porque de nuestro cincuenta por ciento nadie puede privarnos, y el sentirlo así es
inmensamente reparador y nos devuelve el poder de actuar por y para nuestra paz
interior.
Juntos, pero separados
En el caso de que no convivir sea la fórmula elegida, el sistema evidentemente va a ser
otro. Obviamente requerirá también de diferentes estrategias. Igualmente, si bien el
orden no será tan importante como en una estructura que sostenga la convivencia, será
un reto que necesariamente deberemos enfrentar.
Los lugares se mantendrán más sectorizados, por decirlo de algún modo, y el espacio
de intimidad de ambos sufrirá menos interferencias. La pregunta a hacerse aquí será qué
tan dispuesta está la pareja a compartir espacios con los hijos o la familia de cada uno.
Está claro que, en las etapas iniciales, este puede ser un formato válido y totalmente
adaptativo. También es cierto que, a medida que la pareja avanza, el no compartir
espacios “en familia” va generando compartimentos estancos que no permiten que la
realidad global de los dos fluya en su conjunto y que esta pareja comparta los distintos
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escenarios de su vida de un modo natural y cotidiano. Igualmente, como siempre, todo
dependerá de lo que esa pareja quiera hacer con su vida y su relación; qué tan importante
sea el tener “los tantos divididos”. Separar los espacios también se constituirá en un
indicador del tipo de relación.
Independientemente del formato de la relación, cuando hablamos del tener “los tantos
divididos” y las dificultades que esto genera en el vínculo es porque, como hemos visto a
lo largo de los distintos capítulos, lo importante es lo que va sucediendo en el día a día,
que se construye con el otro. Y si el otro no está presente en ese día a día,
inevitablemente se va a ir perdiendo porciones importantes de mi vida, y esa ausencia
generará vacío y distancia.
Separar los espacios de la pareja también se constituirá en un indicador del tipo de
relación.
El no compartir tiene sus costos. Si lo que tengo son pedacitos del día a día, por más
que esos momentos sean hermosos, lo que voy a construir con el otro también van a ser
“retazos de vida”, y eso no está ni mal ni bien, simplemente es. Lo que sí es importante
tener presente es que lo que se construya —y el modo como se construya— va a estar
directamente relacionado con el tiempo, la dedicación y el espacio que esté dispuesto a
darle en mi vida, y lo que esté dispuesto a arriesgar por ser feliz.
Camila y su ansiedad por decidir
Con Camila nos habíamos conocido varios años atrás, y nos reencontramos siendo ella
adulta. Trabajamos juntas después de la separación de sus padres, que por cierto había
sido muy traumática por el mal manejo que habían hecho los adultos en el momento en
que decidieron no seguir juntos.
Más madura, con algunas ideas claras y otras no tanto, me contactó. Tenía 32 años, se
había recibido de arquitecta y trabajaba en forma independiente con una colega. Hacía
seis meses que había empezado a salir con un hombre 12 años mayor que ella,
divorciado y con un hijo de 8 años. Se encontraba en un momento de la relación en que
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sentía que era necesario avanzar o retroceder. Él le había propuesto conocer a su hijo y
ella no había logrado darle una respuesta, porque se sentía paralizada respecto a la
situación. Entendía que debía tomar acción y poner las cosas en un lugar donde fuera
posible tramitarlo de algún modo, definiendo el rumbo. Así de claro me lo transmitió. Y
así de práctico lo entendí, aunque su voz tembló de una forma especial.
—No sé, por momentos lo veo claro. Pienso que tengo que dejar. Es mucho más grande
que yo. Ahora no lo noto, pero ¿después? ¿Qué va a pasar en unos años? Santi, por lo
que Marce me cuenta, es divino, pero la mamá es complicada. Sí, ya sé lo que me vas a
decir, que desde el principio sabía que él tenía un hijo, pero la verdad es que me afecta
más de lo que me imaginaba.
—¿Qué sentís por Marcelo que hace que te plantees como algo tan determinante
conocer a su hijo? Hace seis meses que están juntos. Si bien es un tiempo, y no se trata
de ponerle un plazo a nada, lo cierto es que se están conociendo, y el conocer a Santi es
parte de este recorrido natural y esperable de la relación. Tener que darle una dirección
definitiva a las cosas no pasa por conocer, o no, a Santi. No puede paralizarte algo que
sabías que tarde o temprano iba a suceder.
—Ay, Ro. Vos me conocés. Es verdad lo que decís, pero me mata la ansiedad. Siento
que el conocer a su hijo es algo irreversible.
—Y lo es, Cami. Pero también es algo totalmente esperable y sano. Ni el conocerlo
ahora, ni el hacerlo más adelante va a cambiar lo que tú sentís por Marcelo. Es un paso
que necesariamente en algún momento iban a tener que dar. Y también puede ser que no
funcione, porque en esto no hay garantías y me da la sensación de que eso es parte
importante de lo que te angustia.
—Es que ya tengo 32 y antes de los 35 quiero ser madre, y no puedo perder el tiempo.
Ya sé por Euge, mi hermana, que puedo tener problemas para quedar embarazada. A ella
le pasó y a mi prima también, y encima el ginecólogo me dijo que después de los 35 baja
la reserva ovárica y no puedo perder el tiempo.
—A ver, Cami. Es importante detenernos un poco. Se trata de vivir el tiempo, no
padecerlo preocupada por lo que puede llegar a pasar. La ansiedad nos está jugando una
mala pasada y ponemos, como dice el dicho, “la carreta delante de los bueyes”. Primero
lo que debe estar primero, y eso es tu relación, tus sentimientos. Hay tiempos que no
podemos acelerar, Cami. El obsesionarnos por lo que puede llegar a pasar genera
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angustia y multiplica la ansiedad, porque nuestra cabeza va a crear miles de escenarios
posibles y todos generarán preocupación y estrés. Lo sanador es estar en cuerpo y alma,
en el aquí y el ahora de lo que estás viviendo. Ahí está la clave. De verdad, es importante
que logremos concentrarnos en lo que sentís por Marcelo, para encontrar tu mejor
camino.
Camila estaba tentada a enredarse en su pensamiento obsesivo y tubular, intentando
encontrar la respuesta correcta, lo que era su especialidad.
Mi trabajo tenía que centrarse en intentar ayudarla a que viera que estaba en un
camino. El ser pareja de Marcelo marcaba como un punto importante el conocer a su
hijo, pero no de la manera dramática e intensa en que ella estaba viviéndolo. Era un paso
natural a dar cuando se intenta construir una relación con alguien que tiene hijos. Una
cosa es que fuera un momento importante, que lo era, y otra que se convirtiera en el
punto de inflexión que polarizaba la relación en un antes y un después. Marcelo no le
estaba proponiendo convivir, ni tener un hijo, ni estar juntos para toda la vida.
El rescatar lo que Camila veía de especial en Marcelo fue fundamental para empezar a
pararnos en un suelo con relativa firmeza como para tomar algunas decisiones. Había
muchas cosas que ella valoraba en él, que lo convertían en un hombre íntegro ante sus
ojos, además de describirlo como muy atractivo y particularmente cariñoso.
Admiraba su capacidad para pensar y vincularse. Le gustaba cómo la trataba. Lo
sentía como un buen papá, una persona con buenos valores. Destacaba ese lugar especial
en el que se sentía cada vez que él la abrazaba.
Fuimos descubriendo juntas que el proyecto de estar con Marcelo e intentar construir
con él tenía sentido para Cami. Que conocer a Santi implicaba todo un desafío, y que
bancarse los años de diferencia era parte del paquete del que se había enamorado y que
era adulto hacerse cargo de ello. Por algo lo había elegido a él. Ese resorte de contención
que Camila veía y sentía en Marcelo tenía que ver en parte con su estabilidad, madurez y
forma de encarar y enfrentar la vida y los desafíos que se le presentaban.
Era importante avanzar y aceptar una vez más que no hay decisiones sin riesgos.
El ejercicio de participar en aspectos de la vida de Marcelo y su hijo la exponía ante la
situación de compartir “momentos en familia”, estando ella en la cabecera de la mesa.
Esta situación le provocaba temor, no por el hecho de que sus padres se hubiesen
separado, sino por el modo en que lo habían hecho.
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Camila claramente se sentía paralizada por el temor de dar un paso en falso y tomar
una decisión equivocada en su vida. El miedo se genera naturalmente. El desafío está en
no dejarnos inmovilizar por él. Cuando la decisión a la cual nos enfrentamos tiene una
percepción de riesgo muy alta, las resistencias operarán en sentido contrario a la acción,
generando un aumento en la reflexión, lo que promueve angustia. Es importante que
relativicemos las situaciones y el peligro que estas traen consigo, para poder enfrentarlas
y actuar.
Si el valor que asigno a una situación está sobredimensionado, la tensión y amenaza
del error también serán percibidas con una intensidad mayor, pudiendo llegar a
invalidarnos.
Aspectos a tener en cuenta
en las familias ensambladas
→ Dedicar tiempo a desarrollar un modo de relacionamiento que esté bien para
los dos y para el conjunto de la familia.
→ Generar acuerdos.
→ Establecer pautas claras de funcionamiento.
→ No dar nada por dicho sin haberlo dicho.
→ Tener presente que los problemas de los hijos del otro pasan a ser “nuestros
problemas”, aunque seamos copilotos en el camino.
→ Generar una estructura piramidal donde los adultos marquen las reglas de
juego. Más allá de que haya aspectos negociables, necesariamente habrá otros que
no lo serán.
→ Otorgarle a la pareja un rol central.
→ Respetar y validar las opiniones del compañero.
→ No dejar crecer las incomodidades.
→ Enfrentar los conflictos y arribar a una resolución siempre que sea posible, o a
una tregua cuando no pueda resolverse.
→ Regular las expectativas, dosificar los impulsos y relativizar las dificultades.
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10-
LA PAREJA COMO EMPRESA
“Las parejas son expertas en hablar de los hijos para no hablar de ellos mismos. Se
pierde de esta manera el diapasón espiritual de cada familia, que es la presencia, la
comunicación afectiva, la preocupación y el cuidado mutuo.”17
ALEJANDRO DE BARBIERI
Muchas de las parejas que llegan a la consulta no se separan por un gran conflicto,
engaño o traición, sino que el motivo se halla en la sucesión de pequeñas peleas que
generan distancia, vacío y soledad. El desgaste de la convivencia, alimentado por la
rutina y potenciado cuando llegan los hijos y la casa se convierte en una orquesta de
horarios, reglas y hábitos que hay que dirigir, operan en este sentido. La pareja queda
relegada. Sus integrantes pasan a ser buenos socios, pero eso no les alcanza para
alimentar ese mundo afectivo de a dos, que va desapareciendo lentamente absorbido por
las otras demandas.
Sofía y Marcos estaban juntos hacía más de 15 años. Eran padres de dos hijos y
habían tenido un distanciamiento antes de que naciera el primero. Relataron en la
consulta lo que entendían les había pasado y las variables que generaron conflicto y
distancia en la pareja. Entre ellas destacaban el sexo, una dimensión que traían como
descuidada en la relación; también el dinero o el éxito como otro factor de tensión; y la
logística de funcionamiento que los transformó en un equipo de trabajo, pero los
distanció como pareja. Tenían un proyecto de familia juntos, el diseño de una casa,
viajes, la educación de los hijos, aspectos que finalmente se concretaron, pero quedando
en el camino la concepción de estar juntos como un proyecto en sí mismo.
El enfocarse en un futuro exitoso los alejó en el presente del vínculo que se iba
dañando y requería de atenciones y cuidados que no estaban siendo considerados.
Relataban básicamente cómo se dividían las tareas y horarios de la noche, porque su hijo
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menor se despertaba varias veces y no les daba el físico para todo. Destaco algunas
frases textuales que me parecieron muy significativas:
“Cuando nos quisimos acordar, dejamos de soñar juntos, a pesar de dormir uno al lado
del otro. Los chicos fueron creciendo y nos fuimos adaptando a la velocidad que fueron
cobrando nuestras vidas, sin detenernos mucho a pensar y sin darnos cuenta que entre
nosotros se estaba labrando un abismo casi imposible de sortear.”
“El sexo se convirtió en un trámite y lo dimos por bueno.”
“Con gente y ruido todo parecía mezclarse y resultaba ser una fórmula que funcionaba
para los dos, pero cuando quedábamos solos cada uno se evadía en sus fantasías.”
Sofía planteó en una de las entrevistas que se sentía no tenida en cuenta, con una frase
que también evidencia su dolor:
“Es de las pocas personas que en verdad me conoce y sabe lo que me hace bien y lo
que me daña, lo que disfruto y lo que padezco, pero hace un tiempo parece importarle
poco. Siento como si no me mirase con atención, como cuando uno ve una película
repetida y se da el lujo de pararse a servirse algo de tomar, o a responder un llamado
porque ya sabe lo que viene, y cómo termina.”
Vemos cómo dolorosamente la empresa de la familia de Marcos y Sofía funciona en
medio de las demandas diarias, al tiempo que se resquebraja esa pareja que fue su piedra
angular. Cada quien se escuda en lo que puede o tiene a mano. Para algunas personas es
el alcohol, para otras el trabajo, la tecnología, o la creación de vínculos virtuales o reales
que atentan muchas veces contra los sentimientos más profundos. A veces el anestesiarse
es la alternativa que se visualiza como posible. No es sano sostener una relación
silenciando el dolor, escondiéndose tras distintas excusas o pretextos, llegando a
transformarse en extraños viviendo bajo el mismo techo. El proyecto de futuro o lo que
en algún momento quise o soñé no me obliga a aceptar situaciones que no son sanas, y el
quedarnos ubicados en el lugar de sufrimiento parece obligarnos a aceptarlo como una
sanción sin apelación posible.
El funcionamiento en muchas oportunidades no es de la manera que ellos querrían,
pero parecería ser que no encuentran el modo de cambiarlo, o ni siquiera consideran la
opción de modificarlo.
Esta es una realidad habitual en el trabajo con las parejas que consultan. Frente a la
logística de la casa se articulan bien y funcionan de un modo muy adaptativo. El afuera,
lo social, tampoco es un problema, sino que en general es un ámbito que suele ser
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disfrutable.
La ambición económica, la búsqueda de un lugar especial y exitoso suelen ser un
objetivo común, en el cual comienzan a manejarse y comunicarse casi que sin darse
cuenta, con códigos comerciales, de negocios, y se pierden los más característicos del ser
pareja. Las preocupaciones por alcanzar un buen pasar económico, la mudanza a un
lugar más lindo, el foco en que los niños tengan la mejor educación, el mejor contexto,
los mejores útiles, la mayor cantidad de oportunidades generan una distorsión respecto
de los auténticos objetivos y proyectos en común. Las tareas requeridas por la familia
para que esta funcione en su operativa diaria cobran una valoración y cuantía tan grande
que absorben prácticamente la totalidad de la energía de esa pareja.
La realidad del cansancio, la sobrecarga y la exigencia hacen que muchas veces
pretendamos que la pareja funcione sin agregarle combustible, y eso es muy poco
probable que suceda. En un auto, si somos conscientes de que estamos utilizando las
reservas, las administraremos de la mejor forma que podamos para seguir un tramo más
“de memoria”, pero con la convicción de que si no generamos alguna recarga, el auto se
detendrá. Del mismo modo, sin combustible, la pareja dejará de crecer, de admirarse, de
contemplarse, de trabajar la flexibilidad frente a los cambios, de apostar a estar juntos
como un plan elegido.
Cuando esto sucede, la intimidad de la pareja se va perdiendo y la distancia aumenta,
quedando los intereses afectivos en la columna del debe. Claro que, en términos
“contables”, lo que en un momento estuvo en el sector del debe puede cambiar de
columna más adelante. Pero para que eso suceda debe haber una mirada atenta y una
acción correctiva.
A mí me resulta didáctico hablar de la familia como una empresa. En este sentido,
dicha empresa tendría distintas áreas, departamentos o divisiones, como queramos
llamarles.
Departamento de logística
En este espacio se despliega todo lo que debe ponerse en marcha para que la casa
funcione, las cuentas se paguen y la familia cuente con lo necesario para vivir.
Según la etapa de la vida en la cual se encuentre esa pareja, serán las demandas a las
127
que estará expuesta. El período de crianza de los hijos pequeños es en general un tiempo
de mucha exigencia tanto en lo físico como en lo emocional.
Los aspectos logísticos en muchas oportunidades condicionan la capacidad de
respuesta de la pareja. Es una etapa en la que son comidos casi por la llevada y traída de
los niños, el trabajo, las exigencias de la casa y las noches a medio dormir; aspectos que,
en función de qué tan ordenados o no sean los padres, serán llevadas con mayor o menor
desgaste.
Esta circunstancia hace que el día pase como una serie de actividades encadenadas
unas a otras que generan mínimas oportunidades de disfrute al mundo privado de la
pareja y muy pocos respiros individuales; o lo que es peor, respiro para uno y no para el
otro, lo que genera una disparidad o un desajuste en la pareja, con el sufrimiento que esto
trae consigo.
En el relato de Sofía respecto a su vínculo de pareja, se ve claramente cómo la
relación es absorbida por una rutina que roba gran parte de su tiempo y espacios. Ellos
no logran conectar con lo que realmente les sucede porque, entre otras cosas, los años
fueron pasando y ellos se acostumbraron a vivir de ese modo, anestesiando sus
necesidades más profundas, al menos hasta la instancia límite a la cual llega la
protagonista de la historia, en medio de su depresión y consumo.
La logística de la casa lleva a la división de actividades, a negociaciones respecto al
manejo del dinero, los tiempos, el cuidado de los hijos, si los hay. El riesgo es que esa
logística “los tome” y vaya desandando el vínculo construido y anestesiando las
emociones más profundas que hicieron en esencia a la decisión de estar juntos, y sin la
cual ese relacionamiento por elección deja de tener sentido.
La rutina suele tener una valoración negativa. Sin embargo, la rutina no solo no es
mala, sino que es necesaria. La dificultad surge cuando esa rutina se instala en el centro
de nuestra vida y nos transforma vivencialmente en rehenes de una agenda completa que
nos va llevando, robando nuestro tiempo y aprisionándonos en un mar de deberes y
exigencias.
El problema entonces no está en que haya una rutina, sino en que no aceptemos que la
hay o que es necesario que exista y que esta debe estar salpicada por “actos de amor” que
hagan que pueda ser llevada con cercanía y disfrute.
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El problema no está en que haya una rutina, sino en que no aceptemos que la hay;
aunque ha de estar salpicada por “actos de amor”.
La rutina genera aburrimiento, “falta de acción”. Nuestra cultura no recibe el
aburrimiento como parte creativa de la vida. El sentimiento de aburrimiento es bastante
desesperante. No sabemos qué hacer, nada nos conforma demasiado. El mal humor
acompaña en general al aburrimiento. El sentimiento de que algo está instalado y
perdurará para siempre, porque sí, genera de base una particular sensación de
desesperación y sinsentido sobre lo cual es imprescindible actuar a tiempo.
Joseph Fabry, escritor austríaco estadounidense,18 cita al logoterapeuta checo
Stanislav Kratochvil, quien describe dos orientaciones de valores que hacen a la salud
psicológica. Una es la horizontal y otra la vertical. Me parece iluminador y lo
relacionaremos con la rutina, la protección y el cuidado de la pareja.
“En la estructura piramidal, un valor está en la cima y es dominante, mientras que
otros son menos importantes”, enuncia.19 Explica cómo cuando un valor se centró de
forma única, si se pierde, la estructura de contención de esa persona se quiebra, y esto
pone en cuestionamiento su sentido de vida que se conformó en torno a ese único valor.
En cambio, “el individuo con una orientación horizontal de valores, tiene varias áreas
de ellos que coexisten de manera paralela unos con otros. Si un valor se pierde, otros
permanecen.
Los valores horizontales son un seguro contra una vida vacía”.20
Cuando la pareja se construye de acuerdo a una estructura piramidal, y se la ubica en
la cima como “el valor”, y se depositan en ella todas las motivaciones e ilusiones, le
estamos adosando una pesada carga de expectativas. De esta manera, se espera que ese
vínculo nutra todos los espacios de vacío de otras dimensiones que quedan excluidas.
Si la pareja, o el trabajo, o la familia se constituyen en las dimensiones únicas de la
vida, será difícil afrontar los costos que naturalmente la convivencia traerá consigo. Es
entonces cuando agentes inherentes como el aburrimiento, entre otros, no tendrán cómo
ser compensados, porque la posibilidad de “tomar aire afuera”, con otros vínculos u
otros intereses, se verá restringida. Así, si esta pareja sufre fracturas y se suman fuerzas
de desgaste en cualquiera de sus formas, será difícil descomprimir la situación y hacerle
frente sin que la transforme en inabordable.
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Si la pareja se constituye en la única dimensión de la vida, será difícil afrontar los
costos que naturalmente trae la convivencia.
Es importante “salpicar” la rutina con insumos de disfrute que de alguna manera nos
alimenten y así generen energía para nutrir la pareja.
No obstante, no debemos tenerle miedo al aburrimiento, es parte de la vida y también
de la relación de pareja. Como en todos los ámbitos, la regulación es fundamental y
debemos estar atentos a qué tanto este aspecto, que naturalmente se va a dar, puede
crecer o ubicarse en un lugar adaptativo, es decir, funcional para la pareja. El
aburrimiento genera ansiedad e incomodidad, pero también debemos aprender a lidiar
con él y transformarlo en fuente de inspiración para cuestionarnos qué hacer con nuestra
vida en lo individual, y sin lugar a dudas también para así nutrir a la pareja de
inspiración y acción.
Departamento de la pareja en sí misma
Cuando el espacio de intimidad está fuertemente dañado, cada uno parece sufrir
silenciosamente la ausencia del otro. Ya no se escuchan ni se ven. Entre viandas,
preocupaciones, alegrías y tristezas, lo urgente se va comiendo a lo importante y el estar
el uno con el otro ya dejó de ser plan.
El espacio privado es un lugar íntimo, en construcción constante, que se genera entre
esas dos personas que se eligen en algún momento de su vida por sentirse especiales el
uno para el otro. Por apostar a construir proyectos, sueños, desafíos e ilusiones en
conjunto. Por considerarse y posicionarse en un lugar de prioridad el uno para con el
otro. Por entregarse a la aventura de ser equipo en las buenas y en las malas sobre la
plataforma de los valores que constituyen las bases de ese vínculo especial que se irá
reconstruyendo con el paso del tiempo.
Entrenar la actitud IAE
(Intención – Atención – Entrega)
130
Es real que las personas van cambiando y es lógico pensar que las cosas que nos unieron
al inicio no necesariamente son las mismas que nos unen ahora, o, por lo menos, no las
únicas.
La gestación del amor de pareja se generó en el deslumbramiento que
conscientemente, en la mayor cantidad de las veces, se apostó a generar en el otro. En la
etapa de conquista, el plan pasa por encantar de alguna manera a la persona amada para
así despertar pasión, admiración, amor, felicidad, gratitud, disfrute.
Sería bueno plantearnos dos preguntas:
¿Qué nos hace pensar que si quitamos todos esos refuerzos positivos, que generaron
deseo y gratificación en el otro, el amor debería mantenerse intacto con el paso de los
años y contra viento y marea?
¿Que nos hace pensar que si no buscamos seducir al otro, estar atento a sus
necesidades, generar actos amorosos e intencionales de dedicación y atención, el amor
podrá sostenerse en el tiempo sin trabajar para ello?
Suena fantasioso pensar en la permanencia de algo sin que se cuide y alimente de
alguna manera, pero lo cierto es que esa fantasía está de algún modo en el imaginario de
todos.
Actos de solidaridad, empatía, cariño, cuidado, de aceptación y ternura son
imprescindibles para preservar y alimentar el terreno de la intimidad que requiere ese
encuentro de ser pareja. Esas dos personas eligen dormir juntas, abrazarse, encontrarse
sexualmente y acompañarse, generando conscientemente encuentros genuinos que
promuevan que el estar juntos tenga sentido. Si eso se quiebra y deja de estar en el foco
de la relación, el vínculo seguramente se lesione.
Para que esto pueda darse, es muy importante convivir con la idea de que el amor se
puede terminar. ¡Claro que se puede terminar! Pero lo que no puedo es estar distraído y
quedar en posición “fuera de juego” conscientemente sin acabar de entender y aceptar las
reglas básicas del juego. Si me desenfoco del otro, pierdo.
Si dejo de cuidarlo, de estar pendiente de lo que le gusta, necesita y quiere, si dejo de
preocuparme por gustarle, porque me vea bien, si dejo de hacerle chistes o de reírme con
los de él, es altamente probable que “el amor se termine”. El amor no es indestructible.
Todo lo contrario. El amor es delicado.
Es frágil al comienzo: se apoya primariamente en lo físico y en la pequeña porción
131
que conocemos del otro, en un período en el que tenemos “mariposas en la panza” y
creemos que es lo mejor que nos pasó en la vida.
Se va fortaleciendo luego, con el paso del tiempo y las situaciones compartidas. Y va
haciéndose cada vez más importante. Se va integrando tanto a nuestra vida que llegamos
a creer que alcanzó el punto en el que ese amor tiene que andar solo, y ahí es cuando
inconscientemente empezamos a atentar contra él.
Todo va cambiando a medida que pasa el tiempo. El amor muta. Es diferente en las
distintas etapas de la vida, pero siempre debemos trabajar por generar lugar para el
encuentro, para la conquista y seducción, si no se pierde, se daña, desaparece.
Cuando damos a otro por seguro, entramos sin querer y sin consciencia en una zona de
riesgo, y ahí empezamos a perderlo. Dejamos de verlo como alguien con quien deseamos
estar, que nos genera alegría y disfrute, y pasamos a verlo como alguien que vino para
quedarse.
Cuando damos a otro por seguro, entramos sin querer y sin consciencia en una zona de
riesgo, y ahí empezamos a perderlo.
El pensar que el otro va a estar ahí “para siempre”, además de ser un error (ya que
nadie vive eternamente), es un factor de desmotivación que lleva a pensar que mi vida va
a ser así de aquí en más. Nos estanca en una suerte de seguridad que se instala
provocando aburrimiento. Asumir y aceptar el riesgo de que la relación no sea para
siempre, que puede aparecer alguien en la vida del otro, o en la mía, que puede
terminarse el amor, o que nos hayamos distraído y perdido en el camino, es fundamental
para nutrir la pareja y pelearnos de algún modo con lo que no queremos que suceda.
El ser conscientes realmente de que podemos dejar de estar juntos, que la relación
puede quebrarse definitivamente, hace que el riesgo de perder al otro me implique
moverme de lugar, vencer la comodidad y ser proactivo. Buscar alternativas de conquista
que hagan que el otro se sienta bien conmigo —y obviamente responda de un modo
similar— es fundamental.
Las personas funcionamos por estímulos y respondemos a ellos. Si cualquiera de
nosotros va al supermercado y el cajero nos atiende con amabilidad, sonriendo,
seguramente nos encontremos respondiendo de la misma manera, aunque inicialmente
132
no hayamos ido del mejor humor.
En el vínculo de pareja, como en cualquier otro, el trato es fundamental. Hacerse el
tiempo y el espacio para un mensaje de cariño, una invitación sorpresa, un abrazo
después de un día de trabajo duro, un saludo de buenos días, un pedido de disculpas sin
rodeos… Demostrar interés por lo que al otro le importa, no porque tenga que
interesarme a mí, sino porque disfruto con la alegría del otro, y me conmuevo con su
sufrimiento. Generar tiempo y espacio para hacer algo distinto. Procurar actos de amor
desinteresados que impliquen salirnos de la rabieta y la queja del “por qué lo tengo que
hacer yo, si él no lo hace”, y hacerlos. Hacerlos porque es mi vida. Hacerlos porque no
puedo resignar mi espacio de poder. Y si después que los hago el otro no se mueve, lo
evalúo, pero no dejo de hacerlos. No dejo de conquistar.
Con esa actitud de intención, atención y entrega obviamente no me aseguro de que las
cosas funcionarán, porque evidentemente no depende solamente de mí, pero tendré la
tranquilidad de trabajar para cuidar el vínculo y sentirlo vivo. No como al inicio, sino de
una manera diferente, a la luz del tiempo recorrido que sin dudas tiene otra solidez, si
logramos flexibilizar y humanizar los cambios naturales que el crecimiento genera.
Departamento parental.
La importancia del combo familiar
Tiene que ver con la crianza de los hijos, si es que los hay, y con los vínculos con las
familias de origen de cada miembro de la pareja.
Las dificultades en las relaciones con las familias de origen o los amigos de cada uno
de los integrantes de la pareja, que se conforman en “familia” de hecho, constituyen una
amenaza, con el riesgo que supone el atentar frente al “mundo del otro”, lo que es
generador de profundo dolor.
Cuando estamos en pareja, estamos compartiendo nuestra vida, nuestra existencia con
otro individuo que tiene su historia, intereses, afectos, recuerdos y que honra a
determinadas personas y circunstancias. El respeto por ese espacio es esencial para la
construcción de un vínculo sano.
Aquí también juega un papel muy importante la actitud IAE de la que hablábamos en el
apartado anterior, y en este plano me gustaría ahondar en el concepto de los actos
133
amorosos.
El acto de amor es eso que hago por la persona que amo, lo cual no necesariamente es
mi primer plan. No necesariamente es lo que más me gusta, o disfruto, pero sí sé que
para mi pareja es importante. Sí sé que lo disfruta y que es su plan A.
Un acto de amor sería algo así como un gesto, actitud o acción que tiene como
destinatarios una o más personas y que en ningún aspecto involucra algún tipo de interés
o ganancia personal. Es un acto solidario por excelencia, en el que priman los deseos o
intereses del otro, que se expresa en la consideración del otro como un ser especial,
único y preciado.
El acto de amor es eso que hago por la persona que amo, y que no necesariamente es
mi primer plan ni lo que más me gusta.
Cuando pensamos en sorprender a alguien con algo, se nos ilumina el rostro
imaginando la alegría que le vamos a generar a esa persona. Disfrutamos con la emoción
del otro, con darle un momento, un minuto maravilloso que gratifique parte de su día.
Que alivie un mal momento. Que ilumine una esperanza, o que simplemente dibuje una
sonrisa en su rostro.
La relación amorosa requiere de la instalación de actos de amor en el devenir de la
historia que se construye en conjunto. Implica una salida de mí mismo, priorizando el
disfrute del otro. Supone correrme de lugar y mirar al otro.
Agasajar instalando estos actos, este modo de vincularse, implica entrenar la actitud
IAE que, como vimos, es vital para la construcción de vínculos sanos e igualitarios. (Ver
ejercicio al final del libro). Por lo contrario, cuando no estamos atentos a esos detalles, a
veces los impulsos y los actos a destiempo generan desencuentro.
Andrea y Luana se conocieron por medio de una plataforma virtual. Salían hacía un
año. Andrea fue quien me contactó, ansiosa y preocupada por la intensidad de las peleas
en los últimos tiempos.
Terapeuta: Bienvenidas. Cuéntenme qué las motiva a consultar.
Andrea: Yo propuse venir a verte porque una amiga se atendió contigo hace unos
años. A mí me preocupa lo que peleamos, casi que todo el tiempo, y cada vez nos
134
enroscamos más. Nuestra relación ha sido medio vertiginosa. Nos conocimos en el
verano, y ya casi que convivimos. Luana es fotógrafa, nació en Maldonado y viaja
bastante por su trabajo. Para ella siempre hay tiempo para todo, y la verdad que eso me
saca de quicio. Yo soy contadora, y mi rutina es estructurada por definición.
T: Bueno, las parejas nos atraemos muchas veces por las diferencias. El tema es que a
veces las potenciamos tanto que eso mismo que nos atrajo de la otra persona termina
distanciándonos.
Luana: Sí, bueno, es un poco así. A mí me encanta cómo es Andrea, pero yo soy
diferente, y hay cosas que para ella son importantes, a las que yo no termino de
acoplarme, o que a veces ni las veo, o no me doy cuenta de la importancia que ella les
da.
Los domingos en familia me aburren, pero ella insiste en que participe, y la verdad
que no es lo que yo quiero. Si bien nos llevamos bárbaro, ella va demasiado rápido y yo
tengo otros tiempos. No tengo nada en contra de su familia, pero hay cosas que no me
interesan, y pasan a generar conflicto. Yo dejo que hable muchas veces para evitar la
pelea, pero eso la exaspera aún más. Si intento decir que no, ya empieza a gritar y las dos
nos potenciamos en la bronca y termina todo mal. En los últimos tiempos ha sido el
común denominador de los fines de semana. Y eso no lo soporto.
A: Es que cada vez que veo su cara de desánimo siento que no soy importante en su
vida. Yo la integré a todo. A mi familia, a mi grupo de amigos, y ella nada. Apenas
conocí al hermano, de casualidad y en un boliche.
T: A ver, Andrea, te hago una pregunta. ¿Han estado de acuerdo en que Luana
conociera a tu familia? ¿Cómo fue ese paso que dieron?
A: La verdad es que no. No lo acordamos expresamente. Yo quería que lo hiciera y
ahora, hablando contigo, me doy cuenta de que ella hubiese preferido esperar. Es que me
pasa que no me siento segura en la relación. Luana ha salido con una cantidad de chicas,
es divertida y descontracturada, y a mí me cuesta seguirla.
T: Quizás ese sea el punto, quizás no está bueno que la sigas, sino que te detengas a
escuchar qué te dice, pasarlo por tu propio filtro y no perder de vista qué es lo que tú
necesitás. Quizás no quieren lo mismo, y eso es también parte del encuentro. Muchas
veces los tiempos no están en sintonía, y más allá de la ansiedad que ello provoque hay
que poder verlo y aceptarlo como parte del desafío de estar en pareja. Vos, Luana, ¿qué
sentís con todo esto?, ¿cómo ves vos la relación de ustedes?
135
L: A mí me preocupan las demandas y las peleas. Ella me conoció así, yo fui clara. A
mí me gusta pasar tiempo con ella, quiero que sigamos juntas, pero también me gusta
estar con mis amigos, pasar tiempo sola, mirar una serie tranquila, y esto se ha
convertido en un caos. Es como vos decís, yo no puedo ir a su ritmo y ella tampoco al
mío. A veces, por no pelear, le digo que sí, pero me doy cuenta de que ella lo interpreta
de una forma equivocada.
T: Bueno, de una forma equivocada quizás para ti; pero al tú no ser clara por evitar el
conflicto, quedan libradas a la interpretación cosas que quizás son vistas de una manera
distinta por Andrea. Es importante analizar un poquito esto de que a veces le decís que
sí, sintiendo que deberías decir que no. Actuando de esa forma, aceptás superficialmente
cosas con las que de fondo no estás de acuerdo, quedando de ese modo tú desconforme.
Andrea recibe un mensaje erróneo de que “está todo bien” cuando en realidad no lo está.
Ella actúa en consecuencia, esperando cierta reciprocidad de tu parte que, cuando no
llega, la frustra y la enoja. Una vez más, lo importante es tratar de encontrar un punto en
el que la relación sea elegida. Donde las dos se sientan cómodas y lo suficientemente
libres como para conectar con lo que sienten, y así ser auténticas en el vínculo.
Nos vimos un par de meses y el trato entre ellas cambió. Claro que no estaban de
acuerdo en el tipo de relación que querían, y ese era el principal foco sobre el cual
debíamos trabajar en profundidad. No obstante esto, al disminuir la tensión que suponía
la excesiva carga puesta en el vínculo y lo que esperaban de él, las cosas empezaron a
fluir de un modo más sano y adaptativo. Empezaron a escucharse un poco más, viéndose
en tiempo real y no bajo el manto de la fantasía de lo que querían que fuera cada una.
Me parece importante reparar en dos aspectos a la luz de la historia de Andrea y
Luana. El primero es el de los supuestos. Y el segundo, el de la trascendencia de lo que
para el otro es importante. El valor que se le asigna debe necesariamente ir más allá de la
mirada propia. Si no intento ver las cosas también bajo el lente de lo que para mi pareja
es importante, no resultará.
Por otra parte, no es bueno dejar librado a los supuestos e interpretaciones aquellas
situaciones en las cuales tenemos una postura formada, aunque sepamos que es
altamente probable que lo que tenemos para decir no le guste a nuestra pareja. Si no
estamos dispuestos a cambiar, ceder o negociar, sea por los motivos que sea, es
importante que seamos claros y explícitos al respecto, ya que el defender nuestra postura
136
u opinión implica respeto por nosotros mismos y también por el cuidado de la relación
en la que estamos. La estrategia de decir algo que el otro quiere escuchar, pero que es
contradictorio con lo que pensamos o sentimos, en principio puede ser que evite una
discusión, pero seguramente luego nos lleve a un conflicto mayor que atente
directamente contra la confianza.
La familia, los intereses y el mundo de mi pareja en su conjunto son sin dudas un
terreno fértil para trascender los propios intereses y priorizar los del otro, siempre y
cuando haya una conformidad e intencionalidad clara por parte nuestra. Esto no invalida
que también pueda constituirse en un espacio donde seguramente lleguen a generarse
rispideces, fricciones y malos entendidos, ya que implica ensamblar culturas y distintos
modos de “ser familia”.
En la consulta surgen a menudo peleas en torno al lugar, a la participación que se da
(o no) a la familia de origen en la construcción de la familia de todos. Por supuesto, ello
una vez más depende en forma determinante del vínculo preexistente. Lo que sí es
importante tener presente es que la persona que elegimos tiene una determinada historia.
Es parte de un entramado vincular y relacional que hace que sea la persona que es. Negar
esta situación sería en algún punto negar también a la persona que elegimos para
compartir nuestra vida.
No debemos permitir que esto suceda; porque si lo hacemos por cualquier motivo —
ya sea por evitar un conflicto, porque nos dejamos llevar por un impulso, por inseguridad
—, tarde o temprano eso nos dañará y fisurará también a la pareja.
El cuidado del vínculo pasa por proteger y atesorar lo constitutivo e importante de la
vida del otro, independientemente de mí y lo que me pueda generar, priorizando lo
realmente importante para el otro; todo lo que, una vez que lo comprendo en su inmensa
profundidad, pasa a ser importante también para mí.
La práctica de estas acciones amorosas estimula nuestros valores más humanos y
auténticos, y genera una profunda gratificación y comunión en la pareja.
Departamento de las relaciones humanas y desarrollo personal
La capacidad de disfrute está ligada a la salud mental. Si cada uno conserva sus áreas de
interés, y dentro de las posibilidades económicas y laborales se dedica tiempo y espacio
137
en la dinámica de la vida, cada una de las áreas o valores que se cultiven tendrán sus
desafíos, pero también sus recompensas.
El poder recargar “baterías” fuera de la casa en actividades que nos nutran y relajen,
en forma compatible con el otro, con sus necesidades y demandas, será sanador y actuará
reforzando y fortaleciendo la dimensión de la pareja.
Esas baterías externas pueden estar ligadas al deporte, actividades creativas y
recreativas, salidas con amigos, música, arte, o cualquier dimensión que genere interés y
disfrute.
Es importante considerar que, más allá de que van a ser espacios constituidos por
actividades que generen un natural interés, oficiarán como combustible para la vida en
pareja. En la medida en que los miembros de la pareja, cada uno por su lado, se sientan
valorados y fortalecidos, y tengan la capacidad de respirar aire en otros espacios, podrán
liberar y descomprimir a la pareja de la presión que supone tener que satisfacer todas las
necesidades.
Y como pasa en las empresas, no deberíamos descuidar bajo ningún concepto la
misión y la visión, que debería ser el norte que nos indique el cómo y el camino a seguir.
Eso no sucede muchas veces en la familia, o en realidad sucede como en varias
empresas, en las que sí existe una misión y visión, pero quedó en el cuadrito que
escribimos el día de la fundación, escondido en algún cajón que dejamos de abrir, o
colgado en alguna pared que dejamos de mirar.
En una empresa, seguramente, cada tanto algún consultor pueda echar un vistazo y
asesorar respecto a lo que hacer o no; y al momento de saldar las cuentas o realizar el
pago a los proveedores es probable —o mejor dicho deseable— que se active el
semáforo en amarillo y se generen los cambios necesarios para rescatar ese negocio que
está en crisis, y tal vez en riesgo.
En la empresa de la familia pueden ir encendiéndose por áreas indicadores que quizás
pasen inadvertidos desde dentro, aunque hacia afuera puedan verse como grandes
señales luminosas.
Cuando la columna del endeudamiento entra a llenarse, las señales que en un principio
pasaron sin ser notadas comienzan a hacerse presentes de distintas maneras.
Silencios, pantallas, ausencias, soledad. Distintos “otros” se entrometen, haciendo
evidente la distancia y generando una incómoda sensación de vacío.
Cuando tomamos consciencia de lo que nos ha sucedido, en general es demasiado
138
tarde, porque la división “pareja” de la empresa dio quiebre, y si bien el resto de las
áreas intentan compensar lo faltante, resulta difícil reponerse de tamaña crisis.
En el mejor de los casos, se empiezan a rescatar las áreas restantes si es que funcionan
adaptativamente, y en general siempre hay cosas para rescatar. Sin embargo, habrá que
ver el estado en el que está esa pareja que fue la piedra angular y constitutiva de esa
familia, y sin la cual esa “empresa” de esa manera ya no tiene sentido.
Cuando la “división pareja” da quiebra, la empresa pierde sentido.
Sergio Sinay habla de la pareja como una Sociedad Afectiva. Él explica de un modo
ejemplar cómo la pareja se constituye en un equipo. “Cuando formamos una pareja
estamos invirtiendo en esa sociedad nuestro capital más sensible y valioso: el capital
afectivo. Elegimos hacerlo con alguien a quien queremos, en quien confiamos como
compañero de ruta existencial, con quien aspiramos a la concreción de sueños,
proyectos, aspiraciones o esperanzas”.21
Aparece en esta definición el cariño, el respeto, la confianza y un aspecto
fundamental, desde mi punto de vista, que es el de compañero existencial de ruta. Esto es
compañía en lo que queramos juntos como equipo, pero compañía y apoyo en lo que
queramos cada uno como individualidad. El apoyo hacia el otro en la concreción de sus
sueños, proyectos, y aspiraciones. La admiración mutua respecto a lo que cada uno sueñe
hacer con su vida en sintonía con una vida y proyectos juntos.
La pareja debe estar primero, porque no hay otra manera de cuidar ese vínculo.
No estamos “atados” al otro. Emprendemos un camino con el otro y a veces
compartimos gran parte de nuestra vida con esa persona. Si será importante el cómo
vivir ese vínculo, si será importante no distraernos en el camino, si será importante
recuperar el poder de estar presente en cuerpo y alma viviendo con libertad la elección
de compartir una vida con alguien.
Es fundamental destacar que en lo cotidiano a veces no resulta tan fácil ver estos
“vacíos” que se van generando. Como decía anteriormente, las otras dimensiones de la
139
familia pesan y mucho. A medida que el tiempo pasa, nos vamos convenciendo de que
“lo malo”, o lo que nos genera dolor de la pareja, no es tan importante porque tenemos
los otros aspectos que nos suman y que siguen haciendo viable la gran empresa de la
familia en su conjunto.
Yo no digo que no pese todo, no. Lo que digo es que convencernos de que la
dimensión de la pareja está al mismo nivel que las demás es un grave error. La pareja
debe estar primero, pero debe estar primero no por capricho, sino porque no hay manera
de cuidar ese vínculo si no se lo pone en un lugar de prioridad, con todo lo que ello
implica.
El camino al enamoramiento es consciente. A propósito. Con intencionalidad y
voluntad, voy queriendo al otro cada día un poquito más. Me ocupo de ver todo lo bueno
que tiene, todo lo lindo, todo lo sabio. Sin embargo, el de desenamoramiento pasa casi
que desapercibido. Se da despacito, silenciosamente, de costado, a escondidas.
El camino al enamoramiento es consciente. El del desenamoramiento pasa casi
desapercibido, y ya no hay mucho por hacer una vez que la distancia afectiva se instaló.
En muchas ocasiones se produce sin grandes peleas, casi que fraternalmente, hasta
llegar al punto tal de confundirnos en un sentimiento extraño en el que el otro importa, y
mucho, pero ya nada es lo mismo y no es posible volver atrás.
Me importa porque lo quiero, me importa porque tenemos una historia construida, me
importa por las más diversas y personales razones. Porque tengo el alma llena de
recuerdos compartidos, porque formamos una familia, porque quiero a su familia y la
mía lo quiere a él. Porque tenemos una rutina, porque invertimos en una casa hace poco
tiempo, porque nunca me imaginé que esto podía llegar a pasar, y por muchas cosas más.
Pero lo cierto es que, cuando la aplanadora del desenamoramiento “enfrió” la relación,
no hay mucho para hacer.
En el próximo capítulo abordaremos con mayor detalle esas luces amarillas que
pueden alertarnos de que estamos haciendo del terreno del vínculo un lugar rugoso
donde difícilmente pueda crecer y fluir la relación con naturalidad y respeto.
Nos parece fundamental esta reflexión, teniendo en cuenta que muchas veces, cuando
se toma consciencia real de lo que está sucediendo, en general “ya fue”, llegamos tarde,
140
y el camino que queda es desarmar el proyecto de futuro y reacomodar lo vivido para
preservarlo en el mejor lugar que podamos.
Claro está que eso depende de las dos partes y de lo que cada uno pueda hacer para
cuidar al otro, para cuidar la familia en su conjunto con todo lo que ello implica.
Lo que sí debería ser ineludible es la responsabilidad hacia abajo cuando hay hijos. No
debe bajo ningún concepto transferírseles a los hijos, independientemente de su edad, un
conflicto que no es de ellos, sino que es pura y exclusivamente de la pareja.
No debe transferírseles a los hijos, a ninguna edad, un conflicto que no es de ellos.
Como tantas otras situaciones de la vida, nos expone a la enorme responsabilidad de
asumir una postura adulta y coherente, tanto con nuestros sentimientos como con
nuestros “deberes”. Enfrentar nuestros dolores y frustraciones con valentía y hacerle
frente al desafío de responder en forma madura a nuestro cuidado y al de nuestros seres
queridos.
El árbol de la pareja
El presente esquema intenta ilustrar la dinámica de la familia como empresa, según lo
venimos describiendo.
Los combos A y B representan a cada uno de los integrantes de la pareja, con lo que
traen consigo y ponen en juego en la relación. Definimos el “combo” como el conjunto
de características, vínculos, historia, familia, intereses, aspiraciones y sueños con que
cada uno llega a la pareja desde el vamos y construye su identidad como integrante de
ella. Es sano que esto sea aceptado y respetado desde el vamos.
141
Los vínculos son los lazos de sostén que esa pareja-familia tendrá, y la mirada en
equipo que se le dé a las relaciones que cada uno aporta en la construcción de la pareja.
Los hijos o los sueños compartidos tienen que ver con los proyectos fundacionales
que esa pareja tiene en relación a su futuro, cuando ambos miembros se proyectan y
consolidan en su apuesta de estar juntos como equipo.
El mundo privado de pareja está conformado por ese espacio único, íntimo y
particular elegido de a dos, que debe ser priorizado para que el sistema no quiebre y
pueda ser funcionalmente saludablemente.
De los vínculos se desprende: a) la familia global (convivencia integral), que supone
que la familia del otro y la propia se conviertan en una familia en conjunto, lo que
implica consensuar, flexibilizar posturas y respetar espacios y elecciones del otro; b) los
142
amigos, que si bien no significa que los míos deban transformarse en los de mi pareja, sí
supone que no se transformen en “competidores”, lo que demanda regulación, atención,
coherencia y escucha; c) área social / laboral, que engloba las ambiciones y
expectativas de cada uno, que también requieren tiempo afectivo y material y deben ser
un espacio de negociación constante.
De los hijos o sueños prioritarios (como puede ser el desarrollo profesional, el éxito
deportivo, académico o artístico, el trabajo por un ideal o la defensa de ciertos principios
o causas compartidas que acerquen y alineen valores) se desprende la logística, es decir,
gran parte de las actividades que se hacen en el día a día para que se sostenga la
estructura básica (pagar cuentas, realizar compras, limpieza, acciones de cuidado, toma
de decisiones cotidianas). Se ve cómo de esta manera algunos de los sueños prioritarios
se resienten, porque las tareas que demanda lo cotidiano, junto con la prioridad que
absorbe el cuidado de los hijos, desdibujan lo demás.
Del mundo privado se desprenden dos ramas: a) la capacidad de reciclar sueños de
a dos, con el desafío que supone la generación de nuevos proyectos y sueños que
involucren que el hacer “de a dos” sea una fórmula válida, más allá del número de
personas por el cual está conformada la familia. Esos sueños de a dos pueden estar dados
por la planificación de un viaje, una actividad compartida recreativa compartida, un
proyecto con otros a largo plazo que implique un espacio en el día a día; b) los
proyectos propios, es decir, la consideración de los espacios personales y la atención a
sentimientos de frustración que puedan aparecer en este sentido, vital para la equidad y
salud del vínculo de pareja.
El esquema en su conjunto genera un sistema interconectado porque las personas
somos una integralidad y de ese modo funcionamos. Me pareció útil generarnos esta
imagen que nos permita visualizar las distintas dimensiones que confluyen en la
complejidad del ser pareja. Las posibilidades de transformación y reciclaje existen
siempre que queramos y nos sintamos a tiempo de tomarlas. De este modo, las
situaciones dadas pueden transformarse si logramos mirar en perspectiva, evaluarnos y
trabajar haciendo ajustes, en definitiva, para que ese plan de estar juntos sea distinto,
naturalmente, pero que mantenga su sentido de ser.
143
17- Alejandro De Barbieri. Educar sin culpa. Montevideo: Penguin Random House, 2014.
18- Joseph Fabry. Señales de camino hacia el sentido. México: LAG, 2009.
19- Ídem, p. 163.
20- Ídem, p. 164.
21- S. Sinay, o. cit.
144
11-
LAS LEYES DE LA FÍSICA EN EL VÍNCULO DE PAREJA
DISTANCIAS, FUERZAS Y EQUILIBRIO
La pareja es una entidad en permanente cambio y movimiento. En ella actúan fuerzas
externas e internas que determinan ese recorrido de a dos. Un vínculo de pareja sano
supone una permanente búsqueda y recomposición del equilibrio interno para hacer un
trayecto compartido de crecimiento.
En el capítulo 6 nos detuvimos en las dificultades y resistencias naturales que implica
siempre un cambio, salirnos de nuestra zona de acción habitual y enfrentarnos al riesgo
de asumir posturas y actitudes distintas. Para ello, hicimos la analogía con la primera ley
de Newton: el principio de inercia. Nuevamente la física nos ayudará a entender cómo
nos relacionamos las personas y los engranajes que condicionan nuestro trayecto vital.
La segunda ley de Newton o principio fundamental se ocupa del desplazamiento de
los cuerpos y establece que “las aceleraciones que experimenta un cuerpo son
proporcionales a las fuerzas que recibe”.22
Dado un cuerpo en movimiento, la distancia que recorre —si no se le aplica ninguna
fuerza exterior adicional— es inversamente proporcional a la rugosidad de la superficie
sobre la que se desplaza. Es decir, cuanta menos rugosidad, mayor avance del cuerpo.
Ahora bien, tomaremos la distancia que recorre el cuerpo como la evolución o calidad
de la relación o el vínculo de pareja en sí mismo. La fuerza exterior, como las crisis o
desafíos a los cuales la pareja se expone. La rugosidad de la superficie la
relacionaremos con el trato de esa pareja.
Así por ejemplo, cuanto más respeto y comunicación haya, habrá menor rugosidad.
Del mismo modo, las peleas y la distancia afectiva aumentan la rugosidad del escenario
en el que se desarrolla la pareja.
145
“Cuanto mayor rugosidad, menor distancia recorrida”: llevándolo al terreno afectivo,
cuanto más se lesione el vínculo —a más peleas, dificultades de comunicación,
discrepancias en valores—, más forzada se verá la relación. Cuantas más diferencias sin
resolver, más rugosa se hace la superficie, mayor es la fuerza de rozamiento y menor la
distancia recorrida en un vínculo sano. El desbalance se hace evidente, lo que no invalida
que igualmente se siga adelante, pero sí condiciona el modo como se recorrerá ese
trayecto.
Es real que existen parejas que se mantienen en esquemas de funcionamiento que no
se basan en el amor para su sostén, pero que igualmente conforman sistemas que
funcionan. El punto de contacto o de soporte del vínculo puede tener que ver con lo
económico, la amistad, la costumbre, estabilidad, resistencia a los cambios, y quizás un
poco de cada cosa.
Muchos pueden ser los motivos para que dos personas se sostengan en un vínculo,
aunque no sean pareja. También hay relaciones que son disfuncionales, que se apoyan en
un vínculo patológico, por medio de peleas constantes y reclamos interminables que van
enfermando la relación. Pero en este caso intentamos cuestionar e interpelar la relación
de pareja desde la salud del vínculo.
Siguiendo con la fórmula física, también considera la existencia de fuerzas externas ya
que, si no se aplica ninguna fuerza adicional, el cuerpo inevitablemente terminará
deteniéndose. Es fundamental este concepto también en lo relativo a la pareja porque,
como hemos intentado abordar en distintos capítulos, este tipo de relación no es un punto
146
de llegada, sino un recorrido que se realiza con otro, donde hay proyectos personales y
proyectos y desafíos en conjunto. Es decir, inevitablemente hay agentes externos que
condicionan y movilizan, y es natural y sano que así sea, para moldear la pareja y hacerla
crecer.
Será imprescindible estar atentos y pendientes de la relación, para poder poner en
práctica las fuerzas correctivas necesarias para que ese vínculo fluya. Para que avance
de forma sana, se acepten las fricciones, diferencias, rozamientos que naturalmente se
generen por causas internas y externas, pero teniendo especial cuidado de no dañarlo
tanto como para no poder repararlo luego.
La mayor cantidad de parejas que consultan no relatan grandes desacuerdos o crisis
profundas, sino pequeños vacíos. Distintas maneras de mirar la vida que se transforman
en grandes problemas. El proceso de desenamoramiento es un proceso lento, silencioso,
pero tremendamente determinante.
La mayor parte de las parejas que consultan no relatan crisis profundas, sino pequeños
vacíos que se transforman en grandes problemas.
En este sentido, es importante reparar una vez más en cómo nos comportamos y en las
consecuencias de nuestras acciones en el vínculo con el otro. Es entonces que viene al
caso la tercera ley de Newton, denominada principio de acción y reacción: “Cuando un
cuerpo A ejerce una fuerza sobre otro cuerpo B, B reaccionará ejerciendo otra fuerza
sobre A de igual módulo y dirección, aunque de sentido contrario. La primera de las
fuerzas recibe el nombre de fuerza de acción y la segunda fuerza de reacción”.23
En la pareja, cada acción, palabra, o actitud tendrá como respuesta una reacción de
igual intensidad pero en dirección contraria.
Obviamente que, tratándose de personas, el módulo —es decir, la intensidad y
connotación de esa acción— pasará por el “filtro” de sus valores. Por tal motivo no todo
repercutirá de la misma manera en todos.
No obstante esto, la reacción que yo obtenga del otro tendrá una relación directa sobre
la acción que ejercí sobre él y viceversa, lo que revela la trascendencia de estar presente
en cuerpo y alma, y ejercer y asumir protagonismo en cómo nos relacionamos.
147
La pareja como sistema en equilibrio
Pensaremos a la pareja como un sistema, y seguiremos con la analogía con conceptos
físicos, en este caso con el de equilibrio en sus distintas formas.
Consideramos a la pareja como un sistema que debe estar equilibrado, conservando el
principio de equidad como un pilar base para la salud vincular.
Por definición, un objeto está en equilibrio cuando las fuerzas que actúan sobre él se
compensan de tal manera que la suma total de fuerzas es nula.
“Es importante distinguir dos tipos de equilibrio:
→ Equilibrio estable: En el que después de una perturbación el objeto regresa a su
posición inicial.
→ Equilibrio inestable: En el que después de una perturbación el objeto se aleja de su
posición inicial (para alcanzar, usualmente, una nueva posición de equilibrio estable).”24
Concentrándonos en la pareja, el punto de equilibro se genera entonces por la
estabilidad construida en el contrato acordado por ambos.
La vida es dinámica y obviamente también lo son las relaciones, que se encuentran en
constante movimiento. De este modo, consideraremos como equilibrio en la pareja ese
espacio de “movimientos acordados” que cuidan y protegen al vínculo.
Esos movimientos se generarán en relación a las fuerzas, es decir, a las cargas que se
apliquen a ese sistema y las direcciones que ellas tomen. Los movimientos acordados
estarán dados, por ejemplo, por las discusiones o desacuerdos producidos por situaciones
cotidianas, que no impliquen diferencias innegociables. Supondrán crisis esperables y
abordables, considerando las diferencias de cada uno. Supondrán asimismo cargas
soportables para ese sistema, las cuales estarán vinculadas a los “permisos o sostenes”
que en esa pareja se generen.
El margen de acción de esa pareja estará dado por estos “movimientos acordados”,
que son el suelo en que se mueve la relación. Dicha superficie tendrá distintos niveles de
permeabilidad, flexibilidad y estabilidad, y constituirá en definitiva ese modo particular
de “ser” de esa pareja.
El contrato o acuerdo de pareja (algo así como sus reglas de juego) genera la
plataforma que tomaremos simbólicamente como “el punto de gravedad”, que oficiará
como referencia para el equilibrio de ese sistema. Sobre esa pareja actuarán distintas
148
fuerzas —por la intensidad, el sentido, o la dirección— que impactarán en aquel. Así
como los vectores operan midiendo el impacto en sistemas físicos, las actitudes,
conductas y palabras lo harán en el sistema afectivo.
Sobre la pareja actúan diferentes fuerzas que impactarán en el sistema afectivo.
Hay fuerzas que escapan a nuestro control, que están dadas por las situaciones que la
vida presenta, y evidentemente sobre esas no es posible incidir, si bien siempre somos
libres respecto de la actitud que tomemos frente a lo que sucede. A esas fuerzas les
llamaremos fuerzas dadas.
Estas fuerzas dadas podrían ser por ejemplo situaciones de salud o cambios en la
economía global que afecten nuestra condición financiera en forma directa, pero no por
decisión nuestra. O pueden tener que ver con circunstancias de vida de personas que
queremos y por lo tanto nos afectan, generando un profundo dolor; quizás accidentes,
robos, estafas; en definitiva, cualquier cosa que suceda en nuestra vida, respecto de la
cual no tengamos una intervención voluntaria pero que nos afecte y afecte por ende
también nuestros vínculos.
Luego están las fuerzas que dependen de los principios e intereses personales, que son
de carácter individual y responden a las necesidades de cada uno, y a actitudes que se
toman en forma independiente pero que inciden sobre el otro y por ende también sobre el
sistema. A esas les llamaremos fuerzas propias.
Las fuerzas propias pueden tener que ver con decisiones que tome uno de los
miembros de la pareja en forma individual y que afecten lo acordado. Ejemplos puede
haber varios, como aumentar la carga horaria de la jornada laboral, o acordar viajar al
interior cuando no era parte de lo contratado originalmente; incorporarse a una actividad
deportiva de competencia que demande fines de semana y horarios de descanso; o tomar
una decisión en el terreno económico o financiero (deuda, hipoteca) que pueda afectar
directa o indirectamente la estabilidad del sistema.
También el conflicto se puede generar por alguna acción que atente contra los valores
que sé que tiene mi pareja y que, aunque no sean compartidos, sí deben ser respetados.
Por ejemplo, si sé que algo para mi pareja es importante, ya sea una creencia, un modo
de actuar desde la rectitud, el honor o el cuidado de las formas, eso debe de
149
transformarse en algo sagrado para mí.
Algunas acciones que en principio pueden no ser graves en lo personal, de acuerdo a
lo que conozco al otro, sé que van a serlo para él, con lo cual el solo hecho de manejar
esa información debería actuar como luz roja. Si estoy atento, voy a tener consciencia de
que lo que podría molestar al otro (aunque para mí no sea grave) conforma un límite
claro y definido. El traspasarlo supondrá un conflicto, que configurará una decisión “no
compartida” y descuidada que nos aleje del otro.
Actúan fuerzas dadas, propias y de desgaste; el impacto que tengan dependerá de las
condiciones de cada pareja.
Cada pareja vive un desgaste esperable causado por el paso del tiempo. Teniendo esto
presente, nos parece fundamental profundizar en los estresores (fuerzas) que se irán
sumando y cómo esto podrá generar distintos tipos de daño.
En este sentido nos detendremos en dos fuerzas que llamaremos fuerzas de desgaste
gradual o fuerzas de desgaste precipitado y que se generan básicamente cuando:
→ Cuando entran en conflicto las “fuerzas propias” entre sí.
→ Cuando las “fuerzas dadas” implican una forzosa reacomodación y por su
intensidad generan un importante movimiento.
→ Cuando se empiezan a poner, progresivamente o en forma constante, cargas sobre
el sistema que constituye esa pareja, que escapan a lo que el vínculo puede responder y
rompen su sano equilibrio.
Las fuerzas por desgaste gradual tienen que ver con las situaciones que por su
constancia y consistencia van dañando la relación. Algunas pueden ser por el paso
natural del tiempo y otras por actitudes que tomemos o dejemos de tomar para cuidar el
suelo de la relación.
Así como en los objetos vemos claramente cómo una superficie sufre cambios y daños
por el paso natural del tiempo, el viento, el agua, la temperatura y los eventos
traumáticos que se generan por fuerzas de rozamiento, lo mismo ocurre con los vínculos.
Obviamente algunas circunstancias las aceptaremos y jugaremos con su existencia,
150
como la rutina, el natural aburrimiento y cierto desgaste que la convivencia pueda
generar. Sobre otras como el trato, la comunicación y el contacto deberemos entrenar la
capacidad de “darnos cuenta” y actuar.
Por su parte, las fuerzas por desgaste precipitado tienen que ver con esas cargas que
implican una fuerte crisis por su intensidad, e impactan generando un conflicto con los
valores construidos por la pareja en su conjunto, o los propios de cada uno de sus
integrantes.
Esto último es fundamental porque no todo repercute de la misma manera en todas las
personas ni en todos los sistemas. Importará entonces el evento (la fuerza) que genere la
disrupción, pero tanto o más aún importará el modo en que dicho evento sea tomado.
→ Las fuerzas “dadas” (externas, inevitables) nos exponen a la capacidad de
sobreponernos y dar respuesta con nuestra actitud a las situaciones que la vida presenta.
→ Las fuerzas propias y de desgaste nos llevan a poner en práctica la capacidad de
frenar impulsos, generar estructuras de demora para poder pensar y luego actuar. Estas
dos nos conectan con la posibilidad de anticiparnos a las situaciones, ser empáticos y
regular un sistema de control que de algún modo libere las cargas que sean posibles
liberar, para generar así válvulas de escape que permitan drenar lo que sea necesario para
poder restablecer un sistema donde lo acordado sea el abecé de la relación, y la equidad
un pilar.
En este sentido, si bien existen a priori situaciones que por su intensidad, el momento
o la forma pueden constituirse en pruebas muy difíciles de sortear (fuerza por desgaste
precipitado), el impacto que tengan sobre el sistema dependerá de los acuerdos
preexistentes, las emociones predominantes, los valores personales y los valores de
pareja, así como del modo de vivir ese estado de equilibrio en el ser pareja.
Lo que generará en la relación de pareja que la dimensión del impacto y el
movimiento mantenga el equilibrio dependerá de la elasticidad, permeabilidad y
resistencia de ese vínculo mediado por el acuerdo.
Las reservas energéticas que esa pareja tenga, en función de lo saludable que sea la
relación, operarán de red de sostén y barrera de protección para enfrentar las situaciones
difíciles que les toque sortear.
El modo de hablar, o una actitud serán vistos de distinta manera, según el filtro de
quien lo mire o participe, pero siempre teniendo como referencia el acuerdo gestado y la
forma que por el trato se haya dado a esa relación.
151
Sin dudas, además de la situación en concreto, estará presente siempre el “contrato
inicial”, y del respeto de este como acuerdo libre y consensuado dependerá el equilibrio
del sistema de la pareja. No olvidemos que ese contrato inicial se generó en torno a
determinados valores, y responsabilidades que deberían revisarse también, en forma
conjunta, si por distintos motivos no se sostienen en la actualidad.
Siempre existe la posibilidad de generar un nuevo equilibrio, pero la dificultad mayor
radica en que muchas parejas no perciben la pérdida del equilibrio del sistema y se
acostumbran a operar casi en permanente inestabilidad (o “equilibrio inestable”),
generando inequidad y alejamiento constante del centro de acuerdo.
Siempre se puede generar un nuevo equilibrio, pero muchas parejas se acostumbran a
operar en un constante “equilibrio inestable”.
Esa convivencia desbalanceada genera un alejamiento y una distancia que provocan
mucho dolor, porque cuando caemos en la cuenta, el apartamiento del “punto cero” es tal
que intentar generar un nuevo equilibrio en algunas situaciones se transforma en algo
imposible de alcanzar. Si esto ocurre, se producirá un daño mayor en el vínculo,
perdiendo su capacidad de una sana reparación.
La pareja no funciona de memoria, o en “punto muerto”. Si intentamos que ocurra de
esa manera, terminará estancándose, llevando esta situación tarde o temprano a dañar la
salud del vínculo, quizás de forma irreparable.
A continuación enunciaré algunas de las dificultades que se presentan en las parejas
casi que de forma mecánica, y que de su resolución dependen entre otras cosas la
armonía de esa relación y el deseo de construir un día a día mejor.
La pareja en el ring
Las peleas son incómodas. Pueden ser difíciles de llevar para algunas personas o
parejas, o también pueden constituirse en un modo de vincularse automático en el cual la
pelea se transforma casi en un deporte.
En este último caso, evidentemente hay que analizar la salud de ese vínculo de pareja,
152
y la posibilidad desde lo real de que esa relación pueda terminar, más allá de los
beneficios secundarios muchas veces patológicos que hagan que esta continúe.
En este aspecto, es importante tener claro por qué cosas se discute y cuántas de esas
peleas son saldadas o no. A veces en las parejas se instalan peleas silenciosas que se
hacen una constante. No hay grandes discusiones. No digo que debería haberlas, pero
estoy convencida de que a veces una “pelea” a tiempo puede ayudar a sanar el vínculo.
La sucesión de micropeleas silenciosas que llevan al distanciamiento más profundo son
francamente nefastas para cualquier relación.
La sucesión de micropeleas son nefastas para cualquier relación, aún más que una
gran discusión.
Es importante que en la discusión, el disentimiento o la pelea se llegue a saldar la
diferencia o a dejar claras las posturas de cada uno, siempre contemplando y priorizando
los sentimientos.
No se trata de dirimir quién tiene la razón o no, se trata de intentar develar el real
sentido de esa discusión o pelea. Muchas veces estamos tan preocupados por tener “la
razón” que perdemos de vista lo que se juega en esa discusión. Claro está que requiere
de mucha humildad soltar la búsqueda de la razón, la obsesión por ganar la batalla.
Resulta necesario estar conscientes de qué es lo importante en todo momento y de qué
genera la situación en el otro, en mí y en el nosotros.
A mí me gusta mucho jugar con las parejas con el concepto de facturas de crédito con
o sin recibo de cancelación. En muchas parejas hay peleas casi que históricas. Peleas que
no terminan de laudarse nunca y que generan dolor y resentimiento constante. El disenso
con respeto no es malo, sino que es necesario en un vínculo sano.
Es imposible que pensemos del mismo modo, queramos las mismas cosas y estemos
absolutamente de acuerdo en todo.
El punto está en cómo discutir de lo que disentimos de un modo adaptativo, sin
traspasar un límite que no pueda luego recomponerse. Con firmeza en nuestro
pensamiento, pero con respeto. Con la intencionalidad de cambio, de negociación, de
aceptación.
El desgaste que tiene el efecto acumulativo de las peleas constantes lleva a una suerte
153
de descreimiento del planteo del otro y a una dolorosa indiferencia.
Las personas cambiamos. Es cierto que uno puede inferir cuál será el comportamiento
del otro, y eso es bueno, ya que podemos adelantarnos a las necesidades, gustos y deseos
de quien amamos. Pero también puede ser peligroso si no escuchamos con atención el
devenir del ser de mi compañero. Es decir, no debemos caer en la interpretación del
sentimiento o el pensamiento del otro. Debemos sí apelar a la escucha y capitalización
de lo vivido, pero no adivinar ni imaginar.
En muchas ocasiones, ante las peleas intentaremos “huir” del conflicto, haciendo de
cuenta que no sucedió nada. Esa actitud puede que sea adaptativa en determinados
momentos, pero no se puede funcionar así siempre. En algunas ocasiones deberemos
inevitablemente enfrentar lo que nos pasa y realmente nos es molesto o doloroso,
asumiendo que eso tendrá consecuencias.
El saldar las peleas, poner de algún modo el “recibo de pago” a esa cuenta pendiente,
nos ayuda a crecer juntos y salir de las situaciones difíciles fortalecidos. La razón de ello
no radicará en haber encontrado “al responsable”. No se trata de quién se equivocó y
quién ganó o perdió la batalla. Esa cuenta se saldará por haber logrado ambos respetarse
en las diferencias, negociar, flexibilizar posturas y reconciliarse con el proyecto de estar
juntos. El desafío estará en aprender de lo sucedido, elegir trascenderlo y crecer.
Otro punto importante en este tema es la duración de las peleas. Está claro que uno se
acalora en una discusión o situación conflictiva y no va a estar mirando el reloj para ver
los minutos que lleva el altercado. No obstante esto, y los invito a probarlo, es real que
después de los primeros diez o quince minutos discutiendo por algo en un tono entusiasta
—por decirlo de algún modo—, todo lo que siga va a ser para agrandar la pelea y no
para generar acuerdos. Sería sano trabajar por acotar los tiempos de discusión,
intentando transmitir lo que nos sucede del modo más empático posible, procurando
escuchar atentamente la postura del otro.
Es vital ser conscientes de que cuando la discusión “se nos fue de las manos” es por
responsabilidad compartida. Dejarla en suspenso y retomarla cuando los ánimos estén
más calmos parecería ser una buena estrategia para minimizar el daño.
Resulta medular poder ver lo reconciliable y priorizarlo, pero tanto o más importante
es tener en cuenta nuestros desacuerdos más profundos y poseer la capacidad de
dimensionarlos a la luz del amor maduro y la elección real de estar con esa persona.
Solo desde ese lugar podremos cuidar y cuidarnos, reparar lo que sea necesario, por
154
sentir y entender que la conquista del compartir la vida con esa persona es un valor
preciado que no queremos perder o descuidar.
22- Véase: ‹https://www.fisicalab.com/apartado/principio-fundamental#contenidos›.
23- “Tercera ley de Newton”. Fisicalab [en línea]. Disponible en: ‹https://www.fisicalab.com/apartado/principioaccion-reaccion#contenidos›.
24- Véase: ‹https://www.edumedia-sciences.com/es/media/218-equilibrio-inestable›.
155
12-
EN LOS ZAPATOS DEL OTRO
DIFICULTADES EN LA COMUNICACIÓN
Un mensaje de texto de Marcos distrae mi atención: “Sofi, llego más tarde, salí recién
del trabajo y voy un rato al club para despejarme, besos”.
“Besos”, digo en voz alta, ¡como si con los besos se solucionara todo! Yo también
estoy cansada, yo también necesito despejarme. ¿Se olvidó que quedamos en hablar? No
entiende nada de lo que le digo, de lo que pasa… ¿No le importa? Estoy furiosa.
Marcos llega al rato, cuando prácticamente está todo listo. No respondo a su saludo.
Mis diálogos internos fueron interminables y absolutamente devastadores, con lo cual
me enoja su sola presencia.
Terminamos de cenar. Yo me quedo en el living. Marcos baja al rato diciéndome:
“Tenemos que hablar”. Tenemos que hablar, qué caradura, pienso por dentro, hace lo
que se le viene en ganas y después dice que tenemos que hablar con voz solemne.
—Sí, claro que tenemos que hablar —respondo—, habíamos quedado en hacerlo, solo
que creo que lo olvidaste. Evidentemente el trabajo, las reuniones y el club son más
importantes.
¿Qué es lo que podemos hacer para cuidar a esa persona que elegimos y con quien
compartimos nuestra vida? La comunicación en la pareja tiene mucho que ver en esto.
Diría que es una base fundacional en este camino de a dos.
Definimos la comunicación como ese espacio de encuentro que se genera entre dos o
más personas, donde se cruza lo que cada uno tiene para transmitir —en cualquiera de
los formatos que entienda conveniente hacerlo— y lo que tiene para escuchar,
asimilando lo que recibe del otro.
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El investigador Albert Mehrabian estudió el impacto de los mensajes, y destaca que en
una conversación en forma presencial el treinta y cinco por ciento corresponde a lo
verbal y el sesenta y cinco por ciento está constituido por lo no verbal. También destacó
cómo muchos de los gestos son universales, utilizándose mayoritariamente con el mismo
sentido en los diferentes países.25
Teniendo esta información como referencia, si será importante reparar en cómo se
expresan las emociones y los canales que encontramos para hacerlo.
Hay angustias que solo un abrazo puede calmar. Hay momentos en que las palabras
incomodan y un gesto de cariño hace la diferencia. Esos gestos, que constituyen actos de
amor, están signados por la necesidad del otro. Hay necesidades casi que universales que
tienen que ver con el cuidado y la protección. La preocupación por si la persona que
queremos comió, se siente bien, está abrigada, tuvo un día bueno o malo, descansó bien
remite a los cuidados básicos que recibimos en la mayoría de los casos de quienes nos
crían cuando estamos indefensos y dependemos de su amor en el sentido más básico del
término.
En otras situaciones es importante saber que debemos explicar, ahondar, profundizar
con la palabra, para no tener la necesidad de estar permanentemente caminando sobre
“suelo embarrado”, negando una situación conflictiva cuando es evidente su existencia.
Hay circunstancias en las cuales ir al fondo es prioritario y otras muchas donde la
importancia radica en estar, sin más; en la presencia; en el acto de compartir el silencio y
nuestro tiempo con quien amamos, independientemente de lo que tengamos para decir o
no.
Hay circunstancias en las que ir al fondo es prioritario y otras donde lo que
importa es estar, sin más.
Es común que las parejas se autodiagnostiquen con dificultades en la comunicación.
Hay quienes son más conversadores, hay quienes prefieren el silencio. Lo cierto es que
lo verbal es parte de la comunicación y no el todo. Y como en todos los ámbitos, las
heridas se generan tanto por déficit como por abundancia.
Podemos hablar y comunicarnos mal. Podemos no estar atentos al sentimiento que
acompaña a la palabra y también estaríamos en aprietos.
157
A mí me resulta bastante claro compararlo con una clase o con una reunión de trabajo.
Cuando yo intento estar conectado y comunicarme con alguien, mi cuerpo se predispone
para la escucha en todo su sistema. Mi actitud es de atención plena. Realmente intento
estar presente en esa conversación y en ese maravilloso instante dedico mi entusiasmo,
entregándome a ese encuentro.
No necesariamente me va la vida ahí; pero que yo no esté presente en cuerpo y alma
en un examen provocará seguramente que lo pierda. O el hecho de no estar concentrado
en una reunión de trabajo es altamente probable que traiga consigo consecuencias
negativas.
Sin embargo, cuando me comunico con mi pareja parecería ser que nada es tan grave
y todo es reparable. No es que intente darle dramatismo a la situación, pero quizás la
imagen más clara para ejemplificar esto es la gota sobre la roca. Es un acto en sí mismo
totalmente inofensivo en su intensidad puntual. Inocuo un día, una semana, un mes; pero
al cabo de los años generará una grieta imposible de disimular.
¿A quién no le ha pasado estando en pareja que, tras decir algo a su compañero, este le
respondió casi que en forma automatizada y luego no recordó lo sucedido?
Generalmente el cuento sigue con una pelea, porque uno afirma —desde la total
honestidad de haber respondido en forma automatizada— que esa conversación nunca
existió, en tanto el otro vivencia la situación como una falta de atención y respeto, ya que
es consciente de que esa conversación existió desde lo real, aunque no desde lo afectivo.
Podemos buscar mil ejemplos que reflejen los desencuentros, pero en esta parte me
parece importante quedarnos con la pregunta de qué es lo que podemos hacer para cuidar
a esa persona que elegimos y con quien compartimos nuestra vida.
La comunicación es la base fundacional del vínculo. No podemos hablar de una
relación de pareja o una relación humana sana si no hay comunicación. Cuando hablo de
comunicación me refiero a la empatía, escucha activa, paciencia y tolerancia para
sostener la demanda, el dolor, o el reclamo del otro.
La comunicación es la base del vínculo. Implica empatía, escucha activa, paciencia y
tolerancia.
Empatía es esa capacidad de captar la necesidad del otro genuinamente y “sentir con
158
el otro”. Biscotti en su libro Terapia de pareja habla del concepto de “ponerse en la piel
del otro”. Esto implica reconocer sus creencias, sentimientos, afectividad e intentar ver la
situación desde su óptica, acercándose a la realidad de cómo vive, cómo siente y cómo
piensa en una situación frente a la cual yo miro desde mi perspectiva, que es diferente a
la de él.
Solamente intentando ponerme en los zapatos del otro, en su situación, en su ser, en
sus sentimientos, voy a poder acercarme a comprender por lo que pasa y siente, y de ese
modo establecer una conexión única con esa persona que elegí y me eligió como pareja.
Una tarde conversaba con un paciente que intentaba mostrarme lo mal que estaba y lo
incomprendido que se sentía, y me dijo: “Yo sé que a mi compañero lo echaron del
trabajo y la está pasando muy mal con sus tres hijos. Pero también sé que a mí me duele
donde me aprietan mis zapatos, y parecería que eso no se ve o, lo que es peor, no
importa”.
Es imprescindible esto de ver y sentir a quien tengo al lado, qué es lo que le duele, lo
que padece, lo que le afecta. No puedo olvidarme de mi compañero de ruta por el hecho
de que sé que está ahí e imagino que no va a dejarme.
El concepto de comunicación, como decíamos al inicio, es amplio, pero tiene que ver
en lo profundo con la posibilidad de conectar con el otro. Si realmente estoy convencido
de que ese es el objetivo, buscaré los caminos para lograrlo. No para tener razón, no para
hacerle ver mi postura solamente, no para convencer al otro de algo porque sí, sino para
generar un espacio de encuentro con ese otro, que por su existencia es importante.
La desconexión entre los miembros de la pareja se constituye muchas veces en una
fuente constante de angustia que provoca soledad en compañía.
A veces en la consulta se ve cómo las parejas conversan cada uno en su espacio y en
su mundo, sin contactar realmente. Es como si hablaran en distintos idiomas o estuvieran
en frecuencias diferentes. Si bien pueden alcanzar a repetir casi que mecánicamente el
discurso del otro, hay un filtro por el que esa palabra no pasa, que es el afectivo. Tiene
que ver con estar presente en ese aquí y ahora, que debería transformarse en un espacio
preciado porque es el que existe.
De este modo, muchas veces se van anclando en las dinámicas de las parejas discursos
carentes de afecto, donde se instalan como reclamos aquellas cosas que no lograron ser
acogidas de un modo empático desde la comunicación, como una necesidad, un
sentimiento o un dolor.
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Estos problemas en la decodificación de los mensajes pueden darse por distintos
motivos, algunos de los cuales tienen que ver con falta de interés, desmotivación,
dificultades en el manejo de la asertividad en la comunicación, falta de atención y
focalización en el aquí y el ahora, por fallas empáticas.
El motivo por el cual se dan estas dificultades es importante. Pero como hemos
transmitido a lo largo del libro, independientemente de los motivos —o, mejor dicho, por
encima de ellos—, es importante la toma de consciencia de lo que está sucediendo y la
posibilidad de poner en marcha una acción correctiva.
Si el vínculo está sano, sostiene
Si no me siento apoyado, contenido, aceptado y valorado por el otro, esa relación
difícilmente pueda hacer frente de un modo sano a las dificultades que se presenten.
Seamos niños, jóvenes o mayores, hay dolores o necesidades que solo la presencia y el
abrazo pueden calmar, y a veces los adultos no logramos verlo, o quizás aceptarlo.
Parecería ser que siempre tiene que haber una explicación, siempre una respuesta,
siempre un dato objetivo que nos marque una razón y la acción. El objetivo se suele
confundir y se transforma erróneamente en el de calmar esa suerte de ansiedad
resolutoria que la vida parece reclamarnos y frente a la cual no nos permitimos responder
de otro modo que con acciones o discursos. Pero en realidad hay necesidades que
solamente con la implicancia y la presencia pueden ser saciadas.
La comunicación es vital porque es vital el encuentro en la pareja. Porque es
fundamental sentirme escuchado, priorizado y atendido. Porque la aceptación y el
respeto pasan también por lo que tengo para decir, cómo lo digo y cómo soy escuchado y
escucho.
La atención es entrega. La intención es respeto. La escucha es contención. La palabra
es sentimiento.
Si hace dos, cinco o veinte años conocí a mi pareja y me enamoré, ¿por qué no podría
volver a pasarme con otra persona?
La única forma en que podría no pasarme es si estoy enamorado de quien tengo a mi
lado, con todo lo que ello implique. De ese modo no habría lugar para que otro se
cruzara en mi vida.
160
Como vimos, la pareja no es ningún destino de llegada, sino que es un camino
compartido. El compromiso con el otro no pasa por un documento a firmar, o un acto de
fe porque sí y nada más. El acuerdo profundo pasa por la presencia, dedicación y
entrega. Pasa por un vínculo de ida y vuelta donde del intentar entendernos dependerá —
entre otras cosas— que caminar juntos tenga un motivo.
La relación se puede dañar, los proyectos caducar y el amor terminar, pero el modo
como abordemos la situación, y cómo nos comuniquemos, en la gran mayoría de las
personas generará un sentimiento de tranquilidad o su opuesto, haciendo realmente la
diferencia.
De hecho, en muchas oportunidades el terapeuta con la pareja se va transformando
casi que en un “decodificador” de mensajes, donde se van reconstruyendo, de a tres, las
bases mínimas para que una comunicación sana pueda generarse de a dos.
Es importante no dar nada por descontado. No debemos interpretar lo que el otro debe
estar pensando de lo que dijo o dejó de decir. Debemos escuchar lo que efectivamente
dice. Preguntar lo que no llegamos a comprender. Decir lo que necesitamos decir. Y
actuar en coherencia con nuestras palabras.
Es importante no dar nada por descontado. Debemos escuchar, preguntar, hablar.
Recordemos que el vínculo de pareja nos enfrenta a un otro que nos ama por lo que
somos y por lo que no somos. Todos venimos con nuestras historias de familia, de
parejas anteriores, de vidas solitarias, de costumbres, pensares y sentires. Nuestra pareja
no nos quiere porque sí; nos elige y nos va queriendo de una manera distinta a como
quiere a otras personas. Con un cariño especial, un amor que cuando es sano realza lo
bueno, las virtudes, y disimula el defecto. No porque no lo vea, sino porque todo lo
bueno minimiza lo malo que pueda haber. Porque las virtudes y los defectos conviven
así como lo hacen la alegría y la tristeza, el éxito y la frustración, el llanto y la risa.
25- “Comunicación no verbal. La importancia de los gestos”. Protocolo y Etiqueta [en línea]. Disponible en:
‹https://www.protocolo.org/social/conversar-hablar/comunicacion-no-verbal-la-importancia-de-los-gestos-i.html›.
161
13-
CONSTRUYENDO INTIMIDAD
EL CONTACTO COMO PIEZA CLAVE DEL ENCUENTRO
“Entender al encuentro sexual como un trabajo que la pareja debe planear y construir
es capital para renovar el deseo.”26
SANTIAGO CEDRÉS
El encuentro físico, el cuidado de la sexualidad, es clave y atraviesa a la pareja en todo
su ser. Por tal motivo, sin dudas es objeto de trabajo en la terapia.
En primer lugar me parece importante transmitir desde dónde abordaremos este
espacio de encuentro, tal como lo hacemos con todas las personas y parejas que se
acercan a la consulta. Nos posicionaremos desde el concepto de intimidad que va más
allá de lo físico e incluye a la sexualidad en el sentido amplio del término. Tiene que ver
con la confianza, la amistad, el compañerismo; en definitiva, el amor en todas sus
manifestaciones.
La sexualidad se expresa en ese encuentro íntimo que se asienta en el sentido que se le
halle al hecho de estar juntos. Del cuidado de esa intimidad surgirán las reservas de esa
pareja para afrontar las situaciones complicadas que les toque atravesar.
El sexo es parte del amor, pero el amor no pasa solo por el sexo.
Hablamos de sexualidad en el sentido amplio. El sexo es parte del amor, pero el amor
no pasa solo por el sexo.
La dimensión de la sexualidad, de la construcción o resignificación de la intimidad es
de vital importancia, y el vivirla en pareja supone un profundo desafío. Es en esa
162
vivencia en pareja en lo que nos focalizamos. Tiene que ver con el instinto, el deseo, la
confianza, el placer y la creatividad, entre muchas otras cosas.
Siempre, y en todas las circunstancias, el objetivo es brindar el acompañamiento más
integral posible a esa persona —o pareja— que consulta angustiada, frustrada o
preocupada, buscando estar y sentirse bien consigo mismo y con sus seres queridos.
Me parece importante resaltar que si en el trabajo terapéutico se presentan dificultades
específicas, realizar la derivación responsable a un sexólogo como profesional idóneo en
la materia es la primera opción. Lo mismo sucede cuando se impone una valoración que
requiere del trabajo en equipo con otros especialistas.
Para avanzar en esta línea, nos apoyaremos en material bibliográfico de la Sociedad
Uruguaya de Sexología, en particular en dos artículos del doctor Santiago Cedrés.27 28
Las personas somos seres integrales, y como tales debemos ser abordados. Como
hemos ido viendo a lo largo de los distintos capítulos, la forma y el cuidado del vínculo
atraviesa todas las dimensiones del ser pareja, y la sexualidad es ese lugar especial donde
se expresa en la intimidad el uno a uno. En ese ámbito se hacen evidentes las
inequidades, enojos, heridas, el amor y el dolor de una forma muy primaria,
conectándonos o alejándonos en un modo determinante.
La visión de la sexualidad y lo que representa está fuertemente ligada a la cultura en la
que vivimos, a nuestro sistema de creencias y pensamientos. Inciden también los
mandatos de género que marcan lo que se espera del ser varón o mujer y nos encasillan
muchas veces en posturas que no son coincidentes con nuestros deseos y sentimientos.
Estamos también cruzados por lo que se espera del ámbito de la sexualidad, la etapa
reproductiva, lo que se entiende como correcto o incorrecto, gustos, motivaciones,
deseos.
Los mensajes que a diario recibimos sobre lo que esperar de esta dimensión, más el
sistema familiar en el que fuimos criados, suelen estar contaminados por la fantasía y la
idealización. Además la sexualidad está cubierta de un manto mágico que complejiza las
cosas y genera expectativas desmedidas que nos conducen a la frustración en muchas
oportunidades. Esas expectativas cargan el espacio de ansiedad, dando un margen mayor
a la frustración que a la satisfacción de ellas.
La sexualidad está cubierta de un manto mágico que genera expectativas desmedidas.
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En muchas oportunidades se percibe en el encuentro terapéutico la falta de
información sobre el funcionamiento del propio cuerpo. Se descubren carencias en el
conocimiento de gustos y deseos personales y de nuestra pareja. Por tal motivo, la
consulta en la terapia de pareja, y específicamente cuando se llega a la consulta
sexológica, tiene un componente importante de información y educación con una visión
integral del ser humano.
Como hemos dicho, la sexualidad es un ámbito donde se expresan las dificultades y
dolores de las parejas. Cuando las cosas no están bien, cuando no nos sentimos queridos,
respetados, priorizados y deseados, este espacio se resiente rápidamente. En ocasiones se
transforma en un ámbito de “negociación”, de lucha de poderes que desvirtúa y atenta
contra el sentido de sí mismo, desde el lugar de la salud del vínculo. En otras, se lleva a
un escenario meramente físico, en el cual las emociones parecerían no jugar el partido, o
—lo que es peor— juegan un partido aparte, casi individual y desconectado del otro. En
esas circunstancias se termina transformando con dolor en un ámbito de soledad en
compañía, donde se reduce el encuentro a un contacto básicamente físico, condenándose
al vacío y al aburrimiento, devaluándose en su significado y sentido.
En la consulta surge muy a menudo la preocupación respecto a la frecuencia. Es
importante reparar nuevamente en que cada pareja es un mundo. Este concepto es de
vital importancia para la salud de la relación. A la interna de la pareja también se
presentan distintos tiempos, necesidades y periodicidades, conformándose un espacio
valioso para acompasar los ritmos y acercar los sentires. No hay frecuencias correctas, o
estándares de funcionamiento preestablecidos que estén bien o que estén mal a los dos,
tres, cinco o veinte años juntos, porque no podemos hipotecar ese espacio privado y
único de encuentro atándolo a un rango o regla.
Hay, sin dudas, un ámbito a cuidar, un vínculo a priorizar y un amor a sanar y nutrir si
lo que quiero es quedarme en la relación. Para eso, indudablemente, son importantes mis
tiempos, mis deseos y mis fantasías, así como también lo son los de mi pareja. Si no
puedo ver y aceptar lo que necesito y me pasa, y no logro ver al otro en sus necesidades
y deseos, difícilmente pueda comunicarme y lograr acercar nuestros movimientos al
punto de equilibrio que necesitamos para estar juntos.
Es cierto que a las personas nos da una sensación de orden o control tener “con qué
medirnos”. Sistemáticamente hemos sido evaluados, puntuados, medidos y juzgados, e
incorporamos esos mandatos y sistemas como válidos. Así, de pequeños tenemos
164
determinadas calificaciones en el colegio, que se derivan de una escala, y ellas
determinan el pasaje o no de grado. Rendimos materias, salvamos o no. Jugamos en
deportes competitivos, ganamos, perdemos, empatamos. Nos ponen en el banco o somos
titulares, todo en función de nuestro desempeño, y obviamente de la mirada de quienes
dirigen o en algún punto tienen la autoridad para evaluar. Durante todo el proceso de
crecimiento, permanentemente somos evaluados.
El riesgo de que nos comportemos bajo esos mismos parámetros en la intimidad
obviamente que está, y es un generador importante de ansiedad, pero es vital comprender
que ese esquema no es funcional para esta dimensión de nuestra vida, porque no lo es
para el terreno de los afectos y de los sentimientos.
De pequeños somos constantemente evaluados. Pero comportarnos bajo esos
parámetros en la intimidad genera ansiedad y no es funcional para el terreno de los
afectos.
A pesar de que hay cosas que “están bien o mal”, en cuanto a que son disfrutables, o
generan perturbación, respetan o invaden, producen igualdad o desigualdad… la unidad
de medición no es la frecuencia, o el resultado, sino la forma en que se da y se llega a esa
instancia, junto con lo que cada uno quiere y necesita.
Hay una serie de actitudes que se comportan como estimulantes naturales del
encuentro íntimo, siempre y cuando se genere espacio para que se exprese y no se dé por
descontado. Entre ellos está el buen trato, la seducción y el entusiasmo por conquistar al
otro. También el respeto, la contención y la escucha activa.
Como dijimos, el espacio íntimo de la pareja está impregnado por el sistema de
valores y creencias, así como también la autoestima y los acuerdos pactados en la pareja
son de vital importancia. No podemos generar una relación de equidad y respeto con el
otro si no podemos respetarnos a nosotros mismos. En la base del amor por uno mismo
está la percepción con autocrítica de fortalezas y debilidades. Asimismo está la
conformidad con nuestro cuerpo, asumir la responsabilidad de conocernos y haber dado
en algún modo “por buenas” nuestras debilidades. Será entonces fundamental el trabajo
consciente que hagamos por revalorizar nuestras fortalezas, no porque no veamos
nuestros defectos, sino porque solamente podremos querernos de un modo sano si los
165
aceptamos y nos comprometemos con humildad a trabajar por ser las mejores personas
que podamos ser. De esa manera, podremos demandar de nuestra pareja un trato
respetuoso, porque eso será coherente con lo que sentimos y hacemos por nosotros
mismos y por el otro.
La mirada de la pareja, de quien nos elije entre otras personas, nos ayuda a reforzar
nuestra percepción de valoración positiva si el vínculo es sano, o nos daña debilitando la
mirada sobre nosotros mismos si es patológico. Esto sucede por el lugar diferencial que
tiene esa persona en nuestra vida, por el tiempo que en lo diario compartimos con ella,
por el sentimiento que nos vincula, por la intimidad que la convierte en una persona
especialmente significativa.
Es importante tener en cuenta que en la pareja, con el paso del tiempo, se van
haciendo más rígidos ciertos roles, que muchas veces pueden llegar a generar parálisis.
Es importante flexibilizar posturas e interpelar en el ámbito cuidado de la pareja la
posibilidad de generar nuevos escenarios de encuentro en los cuales será fundamental
promover el cambio de roles, relativizando así las individualidades y apostando al juego
de a dos, que es más que la suma de singularidades y que revaloriza lo distinto que
podamos crear juntos.
Búsqueda de placer sexual.
Búsqueda del sentido
“El placer se produce espontáneamente tras el logro de un objetivo; el placer es la
consecuencia y no el objetivo.”29
VIKTOR FRANKL
Que ese espacio de intimidad, donde se expresa el deseo, sea un lugar en el cual
incidamos con nuestra presencia protagónica o corra el riesgo de transformarse en un
imponderable que nos sorprenda —grata o tristemente— depende en gran medida de
nuestra actitud de intención, atención y entrega, además de la incidencia de las
hormonas.
Es importante preguntarnos qué es lo que nos mueve a estar con nuestra pareja. El
deseo sexual y el placer van a estar ligados a ese sentido que le atribuyamos a estar
166
juntos y al lugar que le demos en nuestra vida, y entre nuestras prioridades.
Del valor y cuidado que demos a la intimidad desde lo explícito (amparados en el
contrato de esa pareja) y desde lo implícito (en función de las expectativas y
motivaciones de cada uno) dependerá la salud del vínculo y nuestro protagonismo en él.
La sexualidad se instala en un espacio de intimidad de vital importancia, relacional y
dinámico. Va cambiando en las distintas etapas de la vida, y en función de la plataforma
amorosa que conforme esa pareja.
El vínculo de pareja se apoya en ciertos criterios, valores y proyectos con sentido, y
esto es de vital trascendencia. La sexualidad es deseable que acompañe transversal y
sanamente todo el proceso de vida de esa pareja, independientemente de que
naturalmente vaya cambiando su forma con el paso del tiempo.
Si la sexualidad se transformó en el valor único o más importante para la pareja, se
generará una tensión que no siempre podrá ser acompañada por la relación en las
distintas etapas de la vida y quizás pueda ser disonante con el resto de los valores o los
ámbitos de la pareja. Si la asociación está ligada fuertemente a lo físico o a la adrenalina
de los primeros tiempos, claramente va a quebrarse en algún momento, y dependerá de
las reservas afectivas que esa pareja tenga el que surja la capacidad de recuperar la
relación desde un lugar distinto.
La sexualidad cambia con la maternidad, en momentos de crisis, con la presencia de
enfermedades, con el inevitable paso del tiempo, con la ansiedad y angustia que en
ocasiones conlleva el vivir.
La relación pasará por distintas etapas y las personas cronológicamente iremos
envejeciendo de forma irreversible. El sexo no es el mismo a los 20, 40 o a los 60 años,
independientemente de la edad de convivencia de la pareja, y eso no lo hace en sí mismo
ni más ni menos disfrutable.
Lo que hace de ese espacio particular, íntimo y privado un ámbito disfrutable, de gozo
y placer, tiene bastante más que ver con los sentimientos que despiertan el sentirse
querido, atendido, valorado y deseado que con el acto sexual físico propiamente dicho.
Es un ámbito donde se disfruta, pero que también es de entrega sin defensas posibles.
Un lugar de poder que debe ser tratado con detalle, atención y especial protección.
Las personas experimentamos placer de distintas maneras y en función de distintos
estímulos y tiempos. Esto hace que justamente se convierta en una instancia de
aprendizaje constante, que implica el planteo de desafiar la creatividad y la necesidad de
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estar presente en cuerpo y alma.
Es muy importante el compañerismo y la amistad en una relación de pareja, pero
también es cierto que lo que diferencia a dos muy buenos amigos de una pareja cuyos
miembros también son amigos es ese espacio de construcción de intimidad donde se
expresa la sexualidad, en la gran mayoría de los casos, preservada y protegida de otros.
Ese lugar construido entre dos tiene que ver con el enamoramiento, la complicidad, la
seducción; en definitiva, la sexualidad en todas sus formas de expresión.
Lo que hace disfrutable al sexo en la relación de pareja tiene más que ver con los
sentimientos que con el acto físico en sí.
A menudo la sexualidad se convierte con el tiempo en un “capítulo olvidado” de la
pareja, pretendiendo que funcione de memoria. El espacio, la dedicación, el tiempo para
la intimidad va siendo absorbido casi que mecánicamente por distintos motivos.
La rutina, la búsqueda de éxito profesional, el trabajo, la paternidad y maternidad, y
vaya a saber cuántas cosas más se entrometen casi sin darnos cuenta, “quitándonos o
distrayendo” nuestro deseo sexual o colocándolo en otros lugares o personas.
Cada pareja tiene sus ritmos, sus tiempos, frecuencias, necesidades. Y como las
personas, no hay una igual a la otra. También es cierto que las diferencias en estos
aspectos se dan entre los miembros de la pareja. Esta situación va llevando a
desencuentros que generan sentimientos de frustración desamor, desencanto.
Es importante trabajar en este sentido para evitar que esos sentimientos crezcan y
aumente el desencuentro a tal punto que luego acercarse ya no sea posible desde un lugar
de auténtico encuentro.
Tener estos aspectos presentes implica asumir una necesaria zona de riesgo, que no
tiene garantías y supone el constante cuidado en una actitud de amorosa alerta y de
acción responsable.
Aceptar la posibilidad del distanciamiento y la pérdida nos mantiene despiertos,
evitando el desborde de una situación que nos sorprenda, sin advertir lo que estábamos
hipotecando con nuestra inconsciente ausencia.
La idea de que la sexualidad tiene algo de mágico y de que tiene que suceder porque sí
se transforma en una amenaza constante si confundimos espacios, sentimientos,
168
necesidades, impulsos.
En un mundo donde la exacerbación de lo físico esconde muchas veces un profundo
vacío, la sexualidad puede transformarse en una zona altamente permeable a la fantasía y
por ende también a la frustración. Corremos el riesgo de depositar en ese espacio
expectativas desmedidas que provoquen angustia y que contaminen el vínculo.
El doctor Cedrés plantea en un artículo algunos aspectos de las repercusiones que la
convivencia tiene sobre la respuesta sexual. Maneja con mucha claridad valiosos
conceptos que nos ayudarán a seguir pensando a la pareja como integralidad y no como
compartimentos estancos que funcionan independientemente ligados, con mayor o
menor intensidad a los impulsos.
Abordando el tema del deseo, plantea lo siguiente: “El lugar de la intimidad en el
hogar es un espacio cada vez cuidado con menos dedicación. La demanda explícita de
otros aspectos de la vida, a lo que se suma la idea de que el deseo sexual es algo que
puede desaparecer de forma repentina, hace que las parejas pongan poco esmero en
dicho aspecto fundamental de la intimidad”.30
Considero fundamental reparar en este concepto de lo “incontrolable” del deseo, ya
que atenta directamente contra la posibilidad de sostener un vínculo de pareja en el
tiempo.
Si algo desaparece sin nuestra incidencia, ¿que podríamos hacer al respecto?
Está claro, y lo hemos mencionado en varias oportunidades, que cada uno elige qué
hacer con su vida, dentro de las circunstancias que le toque vivir. Del mismo modo,
incide directamente en su relación de pareja. Sin embargo, cuando en la consulta se ven
y manifiestan explícitamente dificultades en el ámbito sexual, generando angustia y
preocupación, ese poder de decidir y actuar parece quedar relegado, invadiendo la
sensación de impotencia, pérdida de control y ansiedad.
Si en nuestra cabeza está la idea de que algo sucede de un momento para otro (como
en el enamoramiento), y se puede ir de un momento para otro, ¿qué podríamos hacer al
respecto? Se transformaría en algo que sucede porque sí y que también se termina de la
misma manera, sin poder hacer nada al respecto.
Cedrés menciona también la existencia de investigaciones recientes que apuntan a
buscar las claves del deseo en los inductores de este.
“Aquellos aspectos subjetivos que hacen que se despierte la libido o que se
adormezca. En este sentido es fundamental conocer los inductores internos (fantasías,
169
recuerdos de todo tipo), así como los inductores externos (una caricia, una imagen, una
palabra). En las parejas jóvenes los inductores parecen funcionar en automático, se
activan aparentemente sin tener ninguna actitud que tienda a ello. Claro que lo novedoso
de los acontecimientos es el responsable de tal ilusión.”31
La atención en identificar y desmenuzar esos inductores del deseo para cada uno y
para la pareja en su conjunto se configura en una valiosa herramienta en lo que a la
construcción y cuidado de la intimidad sexual respecta.
La cultura nos atraviesa fuertemente en lo que pensamos y cómo lo pensamos.
Abundan los mensajes recurrentes respecto a lo “mágico”, explosivo, vertiginoso que
tiene que traer consigo la sexualidad, y obviamente eso no es sostenible, porque está
vinculado a la adrenalina que despierta un momento de la relación, no a un vínculo que
con esa intensidad pueda sostenerse en el tiempo. El reparar en el concepto de inductores
del deseo, tanto internos como externos, nos permite ejercer libertad de acción, y asumir
la responsabilidad de lo que hacemos con y por esa relación.
Es fundamental entonces entender cómo funcionamos e informarnos, para así bajar los
“ruidos” que se generan en nuestra cabeza y en el vínculo con las personas que
queremos. De todos modos, obviamente pueden existir o surgir dificultades específicas
y, de ser así, la consulta con un sexólogo será la indicación. Si ese es uno de los caminos
a transitar, cuanto más precoz sea esa instancia, menor será el daño generado en el
vínculo, y mayores las posibilidades de recomponer lo dañado.
Es trascendente en el cuidado de un vínculo de pareja sano no dejar de apostar al
encuentro más íntimo, a la comunicación despojada de miedos y tensiones; la vivencia
de libertad responsable y cuidada en el encuentro con esa persona en ese momento y en
ese espacio particular como un lugar preciado y único a preservar y proteger.
Es importante generar el espacio y permiso para la fantasía. Todos fantaseamos en
algún sentido. A veces ese espacio está vedado en la pareja, y otras se elige apostar a la
concreción de esas fantasías en otros espacios, transgrediendo en ocasiones principios
básicos en los cuales se asentó la relación. Si lográramos generar comunicación en torno
a esas fantasías, necesidades y deseos, seguramente le aportaríamos a la sexualidad —y
en definitiva a la pareja— un espacio de complicidad y disfrute del cual en general le
privamos. De este modo atentamos también contra la sorpresa, motivación y atractivo
que tiene lo distinto y que otorga al vínculo de un dinamismo y libertad que alimentan la
motivación y el disfrute.
170
El estrés, enemigo oculto de la sexualidad
Mucho se habla del estrés y la incidencia de este en la sexualidad, y hay investigaciones
que lo comprueban. En los hombres, entre otras cosas por los mandatos de género, la
baja del deseo sexual lleva a cuestionamientos y temores respecto al rendimiento,
pudiéndose generar disfunción eréctil o problemas de eyaculación retardada o rápida. En
el caso de las mujeres, la probabilidad de perder el interés sexual es mayor, interviniendo
múltiples factores en la respuesta sexual femenina.
El estrés es parte de la vida, el desafío una vez más es cómo lidiar con él para poder
restablecer el equilibrio cuando sentimos perderlo. En el estrés intervienen las
características propias del evento o la situación que nos provoca tensión, su intensidad,
el tiempo y momento en el que ocurre, así como también el significado de amenaza que
cada persona le da a ese hecho. En función de todos esos factores se interpretará la
situación y se afrontará de acuerdo a los recursos históricos, vivenciales, intelectuales y
características de personalidad que esa persona o pareja tengan para enfrentarlos.
Hans Selye, en su investigación y teoría sobre el estrés, distinguió entre estrés positivo
(estrés) y estrés negativo (distrés).32 La diferencia entre uno y otro dependerá de cómo se
enfrente y resuelva o no la situación, lo que generará repercusiones en la persona en su
integralidad.
Si se logra restablecer un equilibrio del modo más adaptativo posible, hablamos
entonces de estrés positivo.
Cuando la situación no logra resolverse y por ende no se recupera el equilibrio del
sistema, hablamos de estrés negativo, que constituye un factor de riesgo en sí mismo.
Puede generar dificultades para relacionarse con otros, alteraciones del sueño,
disfunciones sexuales, ansiedad, miedo, entre otras.
Es importante conocernos y tener información sobre cómo se comporta nuestro
cuerpo, la biología y nuestro psiquismo para poder ser protagonistas del modo en que
vivimos nuestra vida, y la relación de pareja en particular. Los circuitos no son lineales,
sino que, cuando se evidencia una dificultad, cualquiera sea y en el ámbito en el que sea,
es importante tener un pensamiento circular y comprender que somos seres complejos,
interrelacionados con todas las dimensiones de nuestro yo y en relación con el mundo
171
exterior y lo que este nos genera. Siempre que tendamos a simplificar las cosas es bueno
recordar que las simplificaciones en algún punto pueden generar una agresión. Las cosas
en general son multicausales y es importante concebirlas y abordarlas como tales.
Por sobre todo también es importante tener presente y ser conscientes de que la
satisfacción o insatisfacción sexual tiene que ver con la percepción de cada uno, sus
necesidades y lo que cada pareja determine como placentero y deseable. Esto lo
transforma en algo privado y único a cuidar y preservar. “El grado de satisfacción sexual
es un aspecto de la percepción subjetiva de cada miembro de la pareja, más allá de la
frecuencia, la cual no la garantiza. Es fundamental que la pareja determine aquello que le
da placer, hay quienes el deseo los impulsa a una frecuencia mayor y los disfrutan, y
también están quienes necesitan de menor frecuencia para sentirse plenos.”33
Factores protectores de la intimidad
→ Priorizar el vínculo.
→ Tener una actitud de escucha y comunicación.
→ Entrenar la flexibilidad y la creatividad.
→ Tener proyectos en común que den sentido al estar juntos.
→ Afrontar los temas que generen dolor o frustración en lugar de ocultarlos.
→ Estar especialmente atento a los gustos, intereses y necesidades.
→ No resistir la idea de recibir ayuda consultando a un profesional.
→ Respetar los acuerdos existentes y revisarlos si ya no son funcionales.
Cuando hablamos de priorizar el vínculo, hablamos del detalle, del trato diferencial,
de la preocupación, del cuidado, del abrazo, de un “te quiero”, de la conquista constante
del otro que hace que esa persona que fue especial en un inicio siga siéndolo, porque
también yo me encargo de rescatarle ese lugar diferente. El amor tiene mucho que ver
con el sentimiento de que somos especiales, distintos, únicos para el otro.
Si perdemos ese lugar de prioridad, terminaremos desvirtuando el vínculo. Sin
quererlo y de hecho se irá generando un vacío de profundo dolor.
Ese lugar estará condicionado a las acciones, lo que genera la enorme posibilidad de
ser cuidado con consciencia.
172
En el ámbito de la pareja y considerados los acuerdos que esta tenga (sea una pareja
abierta a otras relaciones sexuales o no), el espacio de la sexualidad no es sexo sin más,
es sexo con amor, y es amor con sexo. Si no es percibido de esta manera, tenderemos a
confundir con una relación de pareja, los meros encuentros físicos que no se sostienen en
el tiempo.
El vínculo de pareja es un encuentro de a dos que tendrá sin dudas mejores momentos
que otros, pero que siempre requiere de toda nuestra dedicación y respeto.
Tiene que ver con el placer, sí.
Tiene que ver con la atracción, sí.
Tiene que ver con el deseo, sí.
Pero por sobre todas las cosas tiene que ver profundamente con la imperiosa
necesidad humana de amar y ser amado.
De ser aceptado, elegido y atendido, en el preciso instante, presente, en que se da ese
encuentro.
Cuanto más amor y elección haya en el vínculo de pareja, mayor dedicación y
reservas de energía tendrán esas dos personas para resolver las dificultades que se
presenten en este y en otros ámbitos de la relación. La fortaleza frente a las distintas
situaciones de la vida y el poder generar el espacio para la redefinición, cada tanto, de
estar juntos entiendo que se conforman en factores protectores para la pareja.
A tener en cuenta34
→ La respuesta masculina sigue el modelo sexual lineal, con las fases de
excitación, meseta, orgasmo y resolución.
→ La respuesta femenina sigue un modelo cíclico en el que hay un feedback
entre aspectos físicos, emocionales y cognitivos.
→ El inicio de la actividad sexual comienza con el deseo en los hombres. En las
mujeres hay muchas razones emocionales anteriores al deseo.
→ La testosterona es una hormona importante para el interés y la función sexual
en el hombre. En la mujer desempeña un papel en la motivación sexual, pero la
evidencia es inconsistente y a veces contradictoria.
→ Hormonas como los estrógenos, la oxitocina, la prolactina y la betaendorfina
173
influyen en la excitación y el acto sexual, pero su papel está aún por aclararse.
→ La respuesta sexual en la mujer es altamente variable y multifactorial, y
presenta una compleja interacción de componentes fisiológicos, psicológicos e
interpersonales.
26- Santiago Cedrés. “Repercusiones de la convivencia sobre la respuesta sexual”. Opción Médica [en línea],
núm. 43 (4), mayo de 2014. Disponible en: ‹http://www.opcionmedica.com.uy/interactiva/052014/#p=43›.
27- “Estrés: el gran enemigo del deseo sexual” y “Repercusiones de la convivencia sobre la respuesta sexual.
Estrategias de manejo”. Sociedad Uruguaya de Sexología [en línea]. Veáse: ‹www.susuruguay.org›.
28- Presidente de la Sociedad Uruguaya de Sexología. Miembro de la Academia Internacional de Medicina
Sexual.
29- Viktor Frankl. El hombre doliente. Barcelona: Herder, 1990.
30- S. Cedrés, o. cit.
31- Ídem.
32- Margarita Dubourdieu. Psicoterapia integrativa PNIE, psiconeuroinmunoendocrinología: integración cuerpo,
mente, entorno. Montevideo: Psicolibros Waslala, 2008.
33- Ídem.
34- Página web de la Sociedad Uruguaya de Sexología: ‹http://www.susuruguay.org/index.php/articulos/97-deseosexual-hipoactivo-femenino›.
174
14-
CULTIVAR LA PAREJA
FACTORES PROTECTORES
Cuando, pudiendo hacerlo, no le evitas al otro un dolor evitable, ya no hay amor. El
amor implica trascender el individualismo y exigirse actuar amorosamente.
Cultivar el enamoramiento con una actitud de Intención, Atención y Entrega se
conformaría en un excelente modo de proteger los vínculos en general y el de pareja en
particular.
Pero ¿cómo protegemos a la pareja? Veremos algunos de los aspectos protectores de
este vínculo de dos.
Admiración y respeto
En general el paso del tiempo torna rígidos algunos aspectos de la relación y hace que se
descuiden otros; sin intención, pero descuidándolos al fin.
Lo que inicialmente hace que las parejas nos elijamos unos a otros pasa en primera
instancia por la atracción física y la admiración. Por eso cuestionarnos sobre la
admiración que sentimos o dejamos de sentir por la persona con la cual compartimos
nuestra vida es de medular importancia.
La admiración es un sentimiento que coloca a nuestra pareja en un lugar diferencial y
hace que la sintamos especialmente valiosa. Diferente al resto, apreciada. Es un
sentimiento que se alimenta o se congela dependiendo mucho de lo que hacemos y cómo
lo hacemos. De lo cercanos que estemos en el vínculo.
Es importante reparar en cuestionarnos las razones por las cuales estamos con quien
175
estamos. Qué nos enamora de esa persona, qué valores rescatamos, qué fortalezas
entendemos que tiene; en definitiva, qué sustenta nuestra vida con ella.
El enamoramiento, como decíamos al principio, tiene bastante más que ver con lo que
otorgamos nosotros enamorados en esa otra persona y le conferimos como parte de sí.
Con lo cual el intento por rescatar ese amor, que quizás esté dormido, tiene bastante más
que ver con nosotros de lo que creemos. Esa persona que en esencia amábamos
profundamente y que por momento hoy nos parece desconocida quizás siga estando ahí
con toda su intensidad y no estamos pudiendo verla.
Pero también es cierto que hay chances de que eso ya no sea así. Quizás ya nada es
igual y los sentimientos han cambiado y en ese caso tal vez lo mejor sea separarse.
Sea cual sea el camino, lo que otorga tranquilidad al alma es haber hecho todo lo
posible, y no podemos no darle chance a uno de nuestros principales y más importantes
proyectos. Lo cierto es que, como siempre, y en todos los órdenes de la vida, el camino
empieza por uno. Si yo soy quien se está dando cuenta de que algo no anda bien, soy
quien tiene que actuar y no esperar a que el otro lo haga.
Si en realidad lo que siento es que las cosas van bien como van, es importante no
“descuidarnos” en el camino. Proteger y cuidar todos los frentes del mejor modo posible
para que sigan estando bien, y creciendo de un modo sano. No debemos caer en el error
de creer que todo va a permanecer ahí, intacto sin mi cuidado. Eso NO va a pasar, porque
en realidad eso no sucede en ningún ámbito de la vida.
Estar enfrente y no al costado, una buena primera estrategia
Es muy importante posicionarnos frente a frente, no perder de vista que estamos tirando
de un carro juntos, ya que seguramente llevamos una familia adelante, una casa, los
trabajos y un conjunto de responsabilidades que nos tienen ocupados. Pero el principal
desafío empieza por no dejar de vernos cara a cara. De atendernos con curiosidad y
entusiasmo, de estar abiertos a escuchar las necesidades del otro y a movernos en
función de estas. No porque no tengamos las propias, sino porque los vínculos son
recíprocos; y si no logramos estar atentos y vernos, va a ser imposible cuidarnos.
Lo cotidiano resulta ser un tema de conversación constante. No obstante esto,
hablamos aquí de otro tipo de comunicación. Resulta medular lograr trascender por
176
momentos lo cotidiano, eso que nos impone la rutina, los gastos, el consumo, las cuentas
a pagar o los desafíos económicos que tenemos por delante.
Es sanador preguntar ingenuamente a nuestra pareja qué le gustaría hacer o si hay algo
que le seduce.
Es sanador el poder contar con esas conversaciones donde ingenuamente le
preguntemos a nuestra pareja qué le gustaría hacer, si hay algo que siente que tiene ganas
o necesidad de vivir, si hay algo que le seduce y no ha dicho o hecho, algo que está
dejando para más adelante y si es realmente necesario dejarlo…
Es importante cuestionarnos sobre estos aspectos junto con nuestra pareja, porque
también de ello depende “estar bien”.
A las personas nos seduce la búsqueda del cambio en el otro, pero la realidad es que la
responsabilidad del cambio está en uno mismo, y seguramente eso tenga una repercusión
en el otro, pero no debe ser lo que busquemos prioritariamente, sino el efecto colateral
de nuestras acciones.
Compañeros en el dolor y en el error
Todos atravesamos situaciones difíciles y dolorosas. También nos equivocamos muchas
veces. A veces esos errores son menores, otras veces son importantes porque generan
mucho dolor, frustración, culpa.
Es frente a esas circunstancias dolorosas que la pareja crece, en la medida en que
puede acompañarse, aceptarse y disculparse si es necesario hacerlo. Aprender del error y
del fracaso nos hace fuertes y nos empuja a asumirnos y reconocernos desde lo real.
Está claro que nadie es juez de nadie y en los valores de cada uno radicará lo que
siente que puede o no perdonar o, mejor dicho, con lo que puede o no seguir adelante.
No obstante esto, lo que sí debería estar claro es que, con lo que entiendo que puedo
seguir, debo seguir.
Es decir, las páginas deben pasarse, no invalidando lo transcurrido, pero sí eligiendo
cómo seguir viviendo y nutriendo de nuevas hojas el libro de nuestra historia. No
177
podemos quedarnos paralizados en lo que pasó. Ello nos enferma. Sea cual sea la historia
dolorosa que debamos atravesar, tenemos que esforzarnos en lograrlo.
Si sentimos que no podemos hacerlo. Si lo intentamos real y profundamente y no
podemos, de nuevo lo sano será separarse y asumir lo quizás irreconciliable de una
situación, por más doloroso que eso pueda parecernos.
Con la primera persona que debemos ser auténticamente honestos y fieles es con
nosotros mismos, y esa fidelidad implica ser valiente con las situaciones y enfrentarlas.
La prioridad debe estar en conectarme con mi pareja, desde una elección real y
profunda. No puedo entrar a jugar un partido sabiendo que voy a perder o que voy a salir
a cometerle foul al primero que se entrometa en mi camino, porque de esa manera voy a
durar poco en el campo de juego, y además porque indudablemente voy a tener que
“tolerar” cosas. Es importante también considerar este concepto. Ser paciente y tolerante.
Con la primera persona que debemos ser honestos y fieles es con nosotros mismos; lo
que implica ser valientes y enfrentar las situaciones.
Si estoy totalmente desbordado, enojado y reactivo, necesariamente voy a tener que
hacer el ejercicio de “sanearme” internamente para poder quitar un poco de equipaje de
mi mochila y generar espacio para que entre de alguna manera mi pareja con sus
necesidades, demandas, errores y frustraciones.
La tolerancia cero es para el alcohol y en relación a la conducción de vehículos, pero
no es aplicable para la vida en general. Todos los vínculos requieren de tolerancia, de
paciencia; si yo estoy totalmente desbordado, voy a estar a la defensiva, agazapado,
esperando para dar el zarpazo apenas entienda que me atacan. Si estoy mal, quizás todo
o casi todo puede parecerme un ataque.
Asumir la responsabilidad
y hacer nuestro mayor esfuerzo
Frankl en El hombre en busca de sentido habla de una premisa fundamental en la
logoterapia, y dice:
178
“Obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan
desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora.”35
Yo creo profundamente que si pudiéramos repensarnos desde este lugar, quizás
podríamos movernos más de lo que imaginamos. Seguramente hay cosas que no
podemos o no queremos cambiar, lo cual es totalmente respetable. Nadie es quién para
juzgar qué puede hacerse o no diferente en la casa, en la intimidad de otro. Pero no
podemos hacernos trampas al solitario.
Cualquier decisión que tomemos en cuanto a cómo vivir nuestra vida tendrá un efecto,
directo o indirecto, en nosotros. También en la gente que queremos, y mayor aún será el
efecto en nuestros vínculos más cercanos: la pareja, los hijos, o las personas con las
cuales convivamos.
El planteo de Frank nos da una segunda chance. Nos regala la posibilidad de tener una
revancha, pero también nos otorga la profunda responsabilidad de hacernos cargo de que
una vez ya lo hicimos mal, y que en esta segunda oportunidad no podemos perder de
vista “nuestros errores”, postergaciones, pecados, olvidos, traiciones. Es una oportunidad
para hacerlo mejor, para salir a comernos la cancha y dar lo mejor de nosotros.
Yo soy la mujer en medio de dos hermanos varones. De chicos, compartíamos mucho
tiempo con mis abuelos, porque mis padres trabajaban todo el día. Mis hermanos eran
los dos muy inteligentes. El chico siempre venía con las mejores notas, era excelente, y
muchas veces lo lograba estudiando poco. El mayor no traía tan buenas notas porque no
le gustaba estudiar, pero siempre fue brillante. A mí me iba bien, pero la verdad es que
estudiaba mucho para que me fuera bien. Recuerdo que siempre que llegaba a casa
después de clase me preguntaban cómo me había ido. A veces respondía que bien; y
otras, que más o menos. Cuando mi respuesta era la segunda, mi abuela (que me veía
venir de lejos) rápidamente se daba cuenta de que las cosas no habían andado del todo
bien, y acto seguido me preguntaba: “¿Hiciste lo mejor que pudiste?”. En general mi
respuesta era que sí, porque era difícil que no hubiera estudiado; obvio que había
ocasiones en que había estudiado más que otras, pero en general intentaba hacerlo.
Mi abuela entonces decía a modo de ritual: “Si hiciste lo mejor que pudiste, está muy
bien. Para la próxima seguro vas a poder mejorar. Si fue tu mayor esfuerzo, siempre voy
a estar orgullosa de vos”. Qué lindo es que alguien a quien querés te diga que está
orgulloso de vos. Recuerdo que percibía como que el pecho se me hinchaba y me sentía
la mejor. Me sentía así porque estaba siendo aceptada completamente, porque me sentía
179
amada, porque confiaban en mí y me ayudaban a confiar, porque construía esperanzas
frente al siguiente desafío.
Qué satisfacción se experimenta al dar nuestro mayor esfuerzo. Está claro que siempre
se puede hacer algo más, pero claro también está que en el camino uno va aprendiendo
nuevas formas y generando mayores fortalezas.
Es fundamental entonces trabajar la capacidad de comprender que, en el acierto o en el
error, en la consciencia y en la ignorancia, siempre tengo algo para hacer. El tener
consciencia plena genera alternativas; el sentir que siempre existe algún plan es liberador
y da oxígeno a nuestra alma dolorida.
Tener consciencia plena genera alternativas y oxigena nuestra alma dolorida.
El tomar nuestro porcentaje de acción en nuestras manos es en definitiva tomar el
poder de nuestras posibilidades, hacer uso de nuestra libertad, que es nuestro más íntimo
tesoro.
Conservar una mirada y escucha atentas me permite oír y observar realmente a mi
compañero y elegir construir sanamente el ser pareja.
Ensayar la estrategia de “salirse del problema”
“La relación es la mercancía curativa, y como ya sabemos, la búsqueda del conocimiento
profundo y las excavaciones del pasado son tareas interesantes, aventuras aparentemente
provechosas en las que se mantiene distraída la atención del paciente y del terapeuta
mientras, por otro lado, está germinando el verdadero agente del cambio, la relación.”36
Cuando las parejas buscan ayuda o apoyo en la terapia, se centran en lo que
consideran el o los problemas. Priorizan los motivos que hacen que estén en el lugar que
están, perdiendo de vista el devenir de su propia historia, que es mucho más amplio que
sus conflictos.
Muchas veces nos quedamos en la “anécdota”, pasando por nuestro costado lo
importante que es el vínculo, la relación, que, como dice Yalom, es el verdadero agente
de cambio. La relación es en definitiva lo que da soporte o sostén a que ese cambio,
180
pelea o problema sea transitorio y tenga así un sentido.
Claro que, si nos quedamos en la pelea en sí misma como lo importante, el cuerpo de
la relación tiene fracturas que debemos atender para que el devenir de nuestra historia
compartida tenga motivo de ser y pueda realmente contemplar al otro.
En una oportunidad estaba con una pareja que compartía algunos de sus dolores y
desencuentros. En lo acalorado del momento ella se explayaba en su dolor intentando
transmitir las situaciones que le provocaban angustia desde su lugar, y yo veía que su
esposo se movía en el sillón de un lado a otro como intentando encontrar acomodo. Ante
esto, esperé a que ella terminara la frase y le pregunté a él qué sentía con lo que ella
expresaba. Y él me respondió preocupado: “Lo que pasa es que yo veo hormigas donde
ella ve elefantes”.
Fue impactante esa frase, y se la agradezco porque me ha ayudado a acompañar a
muchas parejas, y es más que iluminadora por sí sola.
A veces vemos hormigas donde el otro ve elefantes.
A veces lo que el otro relata puede parecerme menor, o casi que intrascendente, pero
es el dolor del otro, es la preocupación de la persona con quien he decidido compartir
mayoritariamente mi vida, y tengo que poder verlo y escucharlo. No todo debería tener
un juicio de valor o trascendencia. Lo que sí tengo que lograr es seguir adelante con eso,
poniéndome en el lugar del otro e intentando compartir su dolor o preocupación no
racionalmente, sino emocionalmente. Si no logro trascender esa diferencia de mirada,
cada uno se va a enquistar en su lugar, desde la razón, desde la lucha de poder,
generándose cada vez más distancia y vacío.
Me viene la escena de cuando estamos viendo una obra de teatro, o un espectáculo
deportivo. Claro que es importante fijarnos y estar atentos a un diálogo, o a una jugada
en particular; pero si nos detenemos por un lapso prolongado en un aspecto, estaremos
perdiendo cientos de cosas que van pasando en el medio y que hacen realmente a lo
importante de la historia, a la dinámica del partido, al real espectáculo.
Cultivar proyectos y atesorar recuerdos y sueños
181
Todos necesitamos proyectos que alimenten nuestra vida. Hay proyectos de pareja, en
conjunto, y proyectos individuales.
Ninguno es más importante que otro, todos tienen su lugar. Cuando en algún punto los
proyectos desaparecen, las personas enfermamos y los vínculos también lo hacen.
Una pareja está formada por dos personas distintas, con sus intereses, gustos,
opiniones y proyectos, que por amor eligen compartir su vida y emprender sueños juntas.
Cuando en algún punto los proyectos desaparecen, las personas enfermamos y los
vínculos también lo hacen
Esos sueños se van transformando conforme las personas vamos creciendo, y
obviamente también cambiando. La realidad de crecer en modos distintos y con intereses
a veces disonantes dificulta la posibilidad de ir transformando y reconvirtiendo el
vínculo de pareja conforme pasa el tiempo.
Cuando esto sucede, el vínculo de pareja se estanca, llegando muchas veces a
enfermarse. Del mismo modo, las personas nos enfermamos cuando nuestra visión se
empantana, y no logramos ver el abanico de posibilidades u oportunidades que tenemos
por delante, sino que simplemente vemos lo que nos falta o lo que nos daña.
La semana pasada una paciente me contaba sus proyectos laborales y profesionales, y
todo giraba básicamente en torno al dinero y a las seguridades que ella sentía que
necesitaba para vivir con tranquilidad y en paz. Yo la escuchaba atentamente, intentando
entender su planteo, pero viendo su enorme desolación y dolor a pesar de tener una
numerosa familia. Reparé un instante en el valor del dinero en su vida, que era mucho,
por su historia familiar de carencias económicas y ausencias de todo tipo, y me animé
con enorme respeto a cuestionar el valor que ella seguía confiriendo a lo económico, a
pesar de los costos que pagaba por tenerlo.
Es real que hay necesidades básicas por satisfacer y que cada quien les otorga el valor
que entiende necesario en su vida, haciendo lo mejor que puede. Pero también es real
que el bienestar, la paz y la tranquilidad no vienen de afuera hacia adentro, sino de
adentro hacia afuera.
182
El bienestar y la tranquilidad no vienen de afuera hacia adentro, sino de adentro hacia
afuera.
Podemos tener todos los bienes materiales que queramos y estar en un lugar hermoso
con una enorme desolación, y podemos estar auténticamente en paz y armonía con los
aspectos económicos mínimamente resueltos.
Las ambiciones económicas son parte de la vida y aspiraciones de cada uno; y por
ende, totalmente respetables. Cuando estamos en pareja, el proyecto de estar con otro
siempre deber requerir parte importante de nuestra atención, y no termina ni por asomo
en la estabilidad económica que tanto nos preocupa en general.
En una pareja es sano que existan proyectos en común y proyectos individuales. Es
sano también que se construyan sueños, ilusiones. Compartir esperanzas, trabajar en
equipo, disfrutar del plan de vivir y crecer juntos.
Ambos irán cambiando a lo largo de los años, y reconvirtiéndose. Si estos cambios se
alimentan de la elección de vivir juntos, respetando la individualidad de cada uno y
proyectando nuevos sueños de a dos, nos harán crecer y redoblar la elección de vivir
juntos.
Como dice el dicho, “la caridad bien entendida empieza por casa”. La vida está aquí,
pasa en el día a día y no podemos estar ausentes. Pasa en cómo damos los buenos días,
en la sonrisa de quien queremos, en la mirada cómplice, en la palabra justa, en el chiste a
tiempo. En un abrazo sin motivo aparente, en el susurro de un “te quiero”, en la sorpresa
de una visita, en un mensaje de esperanza, en un sueño compartido.
La vida también pasa por cómo damos los buenos días, en el abrazo sin motivo
aparente.
Pasa en la alegría, disfrute y gratitud de vivir. En el amor y la voluntad por rearmarnos
luego de las caídas, dolores y frustraciones; en juntar nuestras partes rotas y volver a
soñar juntos.
A veces nos cuesta mucho disfrutar del día a día, de lo chiquito que se va tejiendo y
que otorga un profundo sentido a nuestras vidas en construcción.
Nadie puede vivir por nosotros y nuestra pareja no es responsable de todas nuestras
183
frustraciones; pero si no somos auténticos y honestos con lo que sentimos, si no
logramos trabajar por vibrar con nuevos desafíos, con objetivos a alcanzar, con sueños
privados y sueños compartidos, el vínculo se irá estancando y difícilmente el proyecto de
ser equipo con el otro funcione bien.
Los proyectos generan salud, dan sentido a nuestra vida y nos posicionan en un lugar
de constante aprendizaje y crecimiento.
35- V. Frankl, o. cit., p. 131.
36- Irvin D. Yalom. Psicoterapia existencial. Barcelona: Herder, 1984.
184
15-
CUANDO ES HORA DE SEPARARSE
“La manera de valorar la vida, la manera de sentir compasión por los demás, la
manera de amar cualquier cosa con más profundidad es ser consciente de que estas
experiencias están destinadas a perecer.”37
IRVIN D. YALOM
La pregunta, con dolor, respecto a “qué nos pasó” es frecuente en las consultas. En algún
punto es tranquilizador creer que tenemos los porqués y el cómo, así como también lo es
intentar hacer algo al respecto. Es difícil tomar decisiones, pero más difícil resulta aún
cuando la angustia nos invade y el miedo ante el vacío paraliza nuestra capacidad de
accionar.
Transcribo un momento de diálogo de una pareja en una consulta sobre este tema:
S: Me mata entender qué nos pasó. Siento que intentamos hacer las cosas bien, y la
realidad es que no resultó. No termino de creerme que llegamos a este punto y que de
verdad podemos no seguir juntos. ¿Qué nos pasó?
M: Qué sé yo. La vida, los años, no sé. Siempre fuiste especial para mí. Si vos me
mirabas y te reías, yo no necesitaba nada más. Si te sabía conmigo, me sentía fuerte; y si
te sentía distante, me desesperaba. Un día, no sé cuándo pasó, pero dejamos de hablar.
Dejamos de mirarnos de esa manera. Dejamos de tocarnos. Dejé de sentirme importante
para vos. Me sentí solo, desamparado, pero nunca encontré el momento para decirlo.
Vos solo me reclamabas, todo el tiempo. Te enojabas. Me mostrabas todo lo que hacía
mal. Y yo elegí no responderte. No te respondí a nada. Sí, ya sé. Estuve mal, pero me
pasó. Dejé de hablarte, y mi mente empezó a nublarse.
S: Te pedía a gritos que volvieras. Nunca me escuchaste. Probé de mil maneras, pero
nada te movía. Siempre en tu mundo, en tus prioridades; eso es contra lo que me peleaba
185
todo el tiempo. Con los chiquilines, la casa y los empleos todo fue cambiando, pero me
cansé de decirte que te necesitaba conmigo. Capaz no fue la mejor manera, pero lo hice.
M: No lo veía así. Solo escuchaba tus críticas y reclamos. Empecé a distraerme con
mensajes fantasmas que me desenfocaban de casa y atraían mi atención. Volví a sentir
entusiasmo, pero lejos, a través de la mirada de otras personas. Me duele. Extraño lo que
teníamos. Extraño las risas, nuestra familia, los planes de envejecer juntos.
S: A mí también me pasa, pero la diferencia es que yo te extraño a ti.
El enfrentarse con la posibilidad real de separarse genera emociones encontradas. En la
mayoría de las parejas trae consigo sentimientos ambivalentes, que hacen difícil la toma
de decisión y el pasaje a la acción. Supone un dolor a afrontar que permanece como
“suspendido en el tiempo y espacio”, mientras se procesa la toma de decisión, y se actúa.
Mientras tanto la tristeza, vestida de enojo, por momentos contamina el día a día.
Enfrentar la separación de un modo adulto y responsable implica desarmar un
proyecto de familia, independientemente de por cuántos miembros esté compuesta.
Supone aceptar que se rompe lo que en algún momento se concibió “para siempre”,
resignar deseos y sueños que en un tiempo fueron compartidos, soltar a alguien que fue
nuestro primer compañero, o nuestra persona más preciada durante lo que duró de algún
modo el amor sano.
A veces es tentador quedarse en una situación de queja e inoperancia que parte de la
dificultad de tomar acción, ante lo que se presenta como un duro camino a transitar, más
aún si hay hijos.
Este modo de actuar muchas veces lleva a repetir situaciones de vida que se encastran
una a la otra, generando un ancla que nos paraliza frente a un panorama de situaciones
que sentimos que no logramos ni lograremos manejar. Esa idea cierra las posibilidades al
cambio y nos enfrenta a un determinismo que no existe ni debería existir en nuestra
mente. Basta que uno mismo se crea incompetente para algo, cualquier cosa que sea ese
algo, para que se vuelva inmanejable.
Es vital tener presente que el quedarse en una situación que padecemos no es sano, y
siempre tiene costos. Muchas veces intentamos transferir esos costos a otros, queriendo
minimizar la culpa que puede ocasionar sentir que nos quedamos porque no tenemos otra
opción, porque el miedo nos paraliza, porque quizás no confiemos en que podemos estar
mejor, o porque caemos en la cuenta, con profundo dolor, de lo que ya no es.
186
Debemos cuestionarnos y hacer frente a esa parálisis que se instala por momentos en
nuestra mente como callejón sin salida; entre otras razones, porque les estamos
mostrando a nuestros hijos que es una opción válida paralizarse en el dolor.
Entendemos la felicidad como el sentimiento de paz y tranquilidad que percibimos
cuando elegimos nuestras mejores opciones, ejerciendo nuestra libertad con
responsabilidad. Resignarse a sentirse infeliz y sin expectativas, en lugar de pelear por
vivir la vida más feliz que podamos tener, no es una alternativa sana y por lo tanto no
deberíamos considerarla como válida.
Nadie encuentra su felicidad a costas de otro.
La desilusión en muchas circunstancias sobreviene justamente cuando esperamos de
un vínculo algo que ese vínculo no puede dar, o quizás sí podría llegar a dar, pero no
logramos sentar las bases mínimas para que se genere lo que deseamos.
Es real que nadie se involucra en un proyecto con otro para que no funcione, y
evidentemente asumir que no funcionó genera, además de dolor, una enorme frustración
que será directamente proporcional a la energía y expectativas que se le pusieron a esa
relación.
Ciertamente es difícil y doloroso el proceso de tomar la decisión de separarse, pero es
valiente “pelearse” con lo que está ocurriendo y enfrentar la situación. La idea de seguir
con alguien porque sí, porque no hay otra, o porque llevamos tantos años juntos no es
una opción que genere alivio y nos haga protagonistas de nuestra vida.
Es difícil y doloroso tomar la decisión de separarse, pero es valiente pelearse con la
idea de seguir con alguien porque sí.
Si un vínculo se transforma en algo dañino, sin dudas lo sano va a ser retirarse y soltar
esa relación que provoca dolor. Pero es importante visualizar el daño cuando no es
explícito o evidente. El sentir que no crecemos en la relación. Que no logramos auténtica
y honestamente elegir y ser elegidos. Quedarnos en el vínculo por miedo a enfrentar la
decisión de soltar también genera daño.
Cuando el convencimiento de la presencia de la herida y el dolor que representa se
hacen carne, habrá entonces que procesar la angustia y la desilusión que eso implique; a
la manera de cada uno, con lo que le toque a cada quien, porque separarse siempre
187
supone perder en algún punto. Pero el sentimiento esperable de dolor no debería
quitarnos la posibilidad real de considerarlo como camino a transitar.
Hay etapas inscritas en el proceso de duelo por las que probablemente atravesemos,
impregnadas claro está por la cultura en que vivamos, la etapa de la vida en la que
estemos, los años compartidos, los motivos de la separación y obviamente las
particularidades de cada pareja y de cada persona.
No siempre se llega a la separación de acuerdo, y eso obviamente generará conflictos.
Como hemos dicho, todo lo que está acordado en la pareja y se incumple supone una
traición, e implica una fractura en un vínculo sano. Esto generará una esperable herida,
con los consiguientes riesgos, la cual impactará y su consecuencia en ningún caso será
inocua.
Es doloroso ver en ocasiones cómo personas que pasaron muchos años juntos, que
construyeron familia, compartieron secretos y sueños pasan a estar en la vereda de
enfrente casi como enemigos de guerra.
Muchos motivos puede haber para ello, y bajo la premisa de que todos hacemos lo
mejor que podemos también debemos asumir que es un momento de la vida en el que,
cegados por el enojo, podemos cometer errores y dañarnos hasta el extremo de enfermar.
Es importante buscar ayuda cuando sentimos que la situación nos desborda. Desde la
terapia de pareja, también el separarse es un escenario en el que muchas veces debemos
trabajar para el cuidado de la salud emocional de sus miembros y de los hijos, que en
ocasiones corren riesgo de quedar presos de la inestabilidad de los padres.
Si bien la gran mayoría de las parejas llegan a la consulta con el deseo de buscar
opciones para restaurar la relación, desde el vamos la alternativa de la separación está
presente. Si no se dimensiona la separación como una opción válida, real y tangible,
difícilmente podrá tomarse contacto con los sentimientos que la pérdida generará, y no
podrá reelegirse o no a ese otro para compartir la vida en el día a día.
A veces el desgaste es claro y evidente, y si bien el objetivo primario será ir por el
lado de restaurar el vínculo, independientemente de cuál sea la decisión a la que se
arribe, el buen trato será el pilar sobre el cual estabilizarse para trabajar por la
tranquilidad de hacer todo lo posible por tomar la más sana y honesta decisión.
Deteniéndonos un momento en cómo se llega a la separación, es importante reparar en
la situación de cada uno, donde se genera en muchas ocasiones cierta asimetría. No
necesariamente llegan los dos “a tiempo”, y con sentimientos similares. En muchas
188
oportunidades hay uno que siente que tiene resto para seguir en la relación, por amor,
costumbre, resistencias, culpa… miles pueden ser los motivos. En ocasiones, hay un
tercero que pone de manifiesto las fracturas que esa pareja tenía y que hasta ese
momento parecían esconderse bajo la rutina del día a día. En otras, el vínculo se enfermó
tanto que —a pesar de estar de acuerdo en lo mal que están juntos— uno de los dos no
internaliza la separación como opción válida, quedando sumidos en la indecisión
constante que genera desgaste, conflicto y sufrimiento en todos. Independientemente de
dónde se instalen las dificultades y dolores, es importante asumir y entender que una vez
que se llega a la decisión de separarse termina un capítulo, pero no la serie.
Comenzará luego otra etapa de negociación que indefectiblemente se dará y en la que,
si hay hijos, será imprescindible la protección y cuidado que de esa comunicación se
haga, para lograr claridad y acuerdos que permitan un funcionamiento lo más armónico
posible.
La valentía de consultar
Juan y Brenda consultan a punto de partida de una fuerte crisis. Él es quien da el primer
paso, habiendo ella sugerido separarse.
Una historia de ocho años juntos, separados los dos de relaciones anteriores, ella con
un hijo, y él con dos hijas. Se habían conocido en el trabajo, cuando ella acababa de
terminar su relación y él llevaba dos años divorciado.
Al principio, contaron que les había costado imaginarse juntos. Los hijos, el fracaso
anterior y exponerse a intentarlo de nuevo lo percibían como un gran desafío que por
momentos los aterraba. Un año después empezaron a convivir a diario con el hijo de
Brenda, y con las dos hijas de Juan la mitad de la semana.
Si bien relataban que no había sido fácil el comienzo, los niños lo tomaron con mucha
naturalidad, y se formó un fraternal vínculo que sin dudas estuvo timoneado por ellos,
quienes hicieron un muy buen trabajo en familia.
Luego llegó Mili —que al tiempo de la consulta tenía dos años— y les devolvió la
emoción de ser papás a los cuarenta y cinco. Dos meses antes de comenzar terapia
habían tenido una fuerte pelea. Brenda encontró conformes por préstamos, recibos sin
pagar y un retiro de dinero de la cuenta del banco escondido en un cajón, mientras
189
buscaba la póliza del auto. Decidió no decirle a Juan, y pasó la noche sin dormir. Al día
siguiente fue al banco, confirmando que la cuenta estaba vacía. Ahí empezó lo que ella
describió como una pesadilla.
Juan confesó que hacía años apostaba, pero que su descontrol se había generado con
los juegos en línea que tenía al alcance de la mano. Ella le reclamó el engaño, la mentira.
Le reprochó haber hipotecado la felicidad de la familia, sus proyectos, lo que
construyeron juntos.
A él se lo veía totalmente quebrado. Había consultado con psiquiatra. No dormía,
comía poco y había bajado cinco kilos en los últimos dos meses. La culpa en él era muy
fuerte. Su sentimiento de enorme responsabilidad por haber provocado a todos un dolor
que podría haberse evitado lo invadía. Ella, por su parte, lo vivió como una brutal
traición. Relataba que por momentos lo sentía como un desconocido. Que ya no le podía
creer nada. Por la suma de dinero perdido, la información trascendió, y Brenda se
peleaba con el lugar en el que había quedado a consecuencia de esa deslealtad. Expuesta
al qué dirán, en inferioridad de condiciones, decía sentirse una tonta por no haberse dado
cuenta, sumado al profundo dolor de no poder confiar en él.
Señales había habido varias, de las cuales fueron conscientes al reconstruir la historia,
pero cuando estaban viviendo “en tiempo real” en cierta medida eran invisibles a los ojos
de ambos. Brenda no imaginaba que algo así podía suceder. Él, por su parte, se hacía
trampas al solitario, creyendo que lograría controlar su adicción.
El dolor de ambos era desgarrador; claro que desde distintos lugares. Les valoré
mucho el que tuvieran la valentía de consultar. ¿Se puede seguir? ¿No? ¿Qué es lo más
sano para los dos? ¿Cómo cuidar a los hijos? ¿Podremos con esto? Eran algunas de las
preguntas y cuestionamientos que rondaban en nuestros primeros desconsolados
encuentros. La primera vez los vi juntos, la segunda vez vi a Juan, la tercera a Brenda, y
aquí estábamos otra vez juntos los tres, tratando de encontrar un camino.
En principio, era prioritario generar alivio para el dolor que la herida había provocado.
No siempre es posible ni atinado trabajar en lo profundo, en lo particularmente doloroso;
también es necesario procurar cierto alivio al padecimiento, y eso supone en ocasiones
poder reposar un ratito en la superficie. Es una enorme responsabilidad acompañar el
sufrimiento de otros, y es imprescindible hacerlo con la humildad de entender que a
veces es necesario descomprimir y aliviar la tensión para que pueda ser de algún modo
una carga con la cual podamos lidiar, y la situación que nos desborda pase a ser de algún
190
modo “manejable”.
Resultaba fundamental medir y valorar “las reservas energéticas” que esa pareja tenía
para dar pelea en pos de rescatar un vínculo fuertemente herido, al tiempo que evaluar la
separación como alternativa evidentemente posible, lo que en los dos evocaba el
recuerdo de sus experiencias anteriores.
Esta pareja tenía hijos, trabajos, responsabilidades y decisiones por tomar, y
necesitaban respirar profundo para poder seguir adelante. Eso fue lo primero que
hicimos, intentar “desdramatizar” con profundo respeto. Tomar aire y respirar, para
poder procesar luego, cuando fuera el momento, lo reconciliable o no en el vínculo.
Las relaciones no funcionan en forma automática, o en “punto muerto”. En realidad sí
pueden funcionar así, pero solo por un tiempo. Tarde o temprano llegará un momento en
que será evidente su falla y terminarán quebrándose, o —lo que es peor— nos
acostumbraremos a ese andar como el único posible.
El haber logrado el proyecto de ver crecer y educar a nuestros hijos no hace que el
relacionamiento entre nosotros funcione de por sí. Tampoco el bienestar económico, el
éxito académico, las relaciones sociales. Los vínculos requieren de tiempo, atención,
trabajo, renuncias. Nada funciona solo porque lo hemos puesto en marcha y listo.
Las relaciones no se desarrollan en forma automática. El haber alcanzado el proyecto
de los hijos no hace que de por sí funcionen.
Quizás aquí vale reforzar, como vimos, el concepto de que los vínculos no son ni
buenos ni malos porque sí, sino que dependen de cómo sean cuidados y enmarcados por
sus protagonistas. Si un vínculo se transforma en algo dañino, lo sano va a ser retirarse,
soltar esa relación que nos hace daño o en la que sentimos que no crecemos, que no
logramos auténtica y honestamente elegir y ser elegidos.
Habrá entonces que procesar el duelo que eso implique, porque siempre decidir
supone perder algo. El desafío está en no dejarnos absorber por la angustia natural que
genera un duelo y promover otros vínculos, cuando quizás lo que nos salga naturalmente
es querer estar solos, entregarnos muchas veces a la tristeza que supone el daño, la
pérdida, la ausencia de lo que fue o de lo que hubiésemos querido que fuera.
En el caso de que haya hijos, no podemos claudicar en nuestra responsabilidad como
191
padres. Siempre debemos ser respetuosos con su existencia y hacer todo lo posible por
tener la separación más sana, poniendo el bienestar de ellos antes que las broncas o
decepciones humanas por las cuales podemos atravesar en el marco de una separación.
A veces las causas que motivan la separación son agudas respecto de la intensidad del
dolor que generan. Engaños, traiciones, mentiras, infidelidad. Otras veces el discurso
puede ser que “se terminó el amor” y no nos dimos cuenta a tiempo. O “apareció otra
persona”, y tampoco nos dimos cuenta de que eso estaba sucediéndonos.
Los motivos pueden ser miles y, como siempre, cada uno seguro que hace lo mejor
que puede, pero lo cierto es que los hijos nunca deberían estar en el frente de batalla.
Siempre al costado, y en el lugar más protegido. A resguardo. Se trata de una pelea que
no es de ellos, sino de los adultos; nos toque pelear en el lugar que nos toque, siempre es
de los adultos.
Si hay hijos, quienes se separan siempre continuarán siendo pareja de padres, y eso
debería ser algo inapelable para preservar la salud emocional de aquellos.
No podemos poner a los niños como rehenes de situaciones, ni someterlos a una
elección de “fidelidad” mal entendida.
Puede haber tantas situaciones como personas, y obviamente hablo de las que
podemos manejar o controlar de alguna manera para no producir un dolor que puede ser
evitado a los hijos.
Cuando no hay nada que podamos hacer para allanar el camino, la salida será siempre
intentar generar el menor daño posible. En esas situaciones no se busca un buen
recorrido, porque se hace evidente que no lo hay. Pero sí será sano procurar encontrar el
“camino posible y menos malo”.
Lo malo, triste o doloroso no invalida de ninguna manera todo lo bueno vivido y
creado en pareja, y es inmensamente sanador ubicarlo en el mejor lugar posible y
preservarlo, porque eso también habla de nosotros; habla de lo que fue y lo que no pudo
ser. Pero evidentemente eso no puede hacerse cuando la herida está en carne viva.
Si el camino a recorrer es la separación, será sanador trabajar para celebrar lo vivido,
pero no como una frase “hecha”, sino porque es parte del amor por uno mismo, el tiempo
y la vida puestos en esa relación, la confianza e ilusión comprometidas en el vínculo con
ese otro que fue parte importante de mi vida, de mi tiempo; y eso de por sí es valioso. Es
sanador poder ubicarlo en el mejor lugar que podamos porque en el acierto o en el error
también somos responsables de lo que sucedió.
192
Más allá de las culpas, las cuentas pendientes y lo dicho o no dicho, es fundamental
tener la capacidad y la humildad para aceptar correrse de lugar cuando es necesario
hacerlo; soltar lo que ya no es e intentar generar nuevos escenarios que nos permitan
sanar y tener paz con nuestras acciones.
37- I. Yalom, o. cit. (2008), p. 128.
193
16-
LA SALUDABLE ELECCIÓN DE REEDITAR PROYECTOS,
CONSTRUIR SUEÑOS Y ATESORAR RECUERDOS
Esteban y Lucía llevan veintiocho años juntos. Él trabaja en una institución pública, y
ella es diseñadora. Se conocieron en un grupo de voluntariado siendo muy jóvenes y
comparten algunos amigos de aquella época. Él es bastante rígido en sus posturas, ella
más bohemia, y afectuosa en el trato. Tienen dos hijos. La menor hace dos meses está de
viaje de egresada de Ciencias Económicas y el mayor se fue a vivir al exterior con su
novia.El motivo de consulta manifiesto tiene que ver con el encuentro cara a cara
después de tantos años compartidos. Años de heridas, de engaños, de pruebas superadas
y otras no tanto. Ella afirma que tienen un problema, que las cosas no dan para más, y él
lo niega sistemáticamente. Esteban considera que están bien, que les pasa lo que les pasa
a todas las parejas que hace tanto tiempo están juntas. Ella insiste con que después de
que se fue su hija menor el vacío y la distancia entre ellos se hizo insoportable.
—Todo empeoró porque ya no tenemos de quién hablar —explica Lucía—. Primero fue
Gonzalo y la ida con su novia. Sí, ya sé, algo que se espera que suceda, pero nos tuvo en
jaque por bastante tiempo. Lo apoyamos en su decisión todo lo que pudimos, y él está
bien. Lo extrañamos, claro, pero es parte de esto. Después arrancamos con Jose, su
estudio, viaje, amigos, y la casa pareció llenarse de nuevo. Después vinieron las juntadas
para el grupo de viaje. Esteban hacía los asados, y yo me enganchaba en sus
conversaciones, y nos fuimos entusiasmando en su historia. Sus compañeras, las rifas,
las risas, los premios, la división de tareas, los aprontes. Y obviamente finalmente vino
la despedida. Y ahí se nos complicó.
—¿Qué se nos complicó? —interpela Esteban.
—Lo que empezó fue el bajón. Yo me reconozco bastante independiente. Mi trabajo
me gusta, pero ya no es lo mismo, quiero hacer otras cosas ahora que me siento con
energía para hacerlo, pero estamos en ritmos distintos. Me da pánico pensar en el futuro.
194
Llego a casa y siempre es lo mismo. El tema es que no sé qué hacer, desconozco a
Esteban por momentos. Su frialdad a veces es brutal. No tenemos de qué hablar. No
hacemos cosas entre nosotros. Ni siquiera tenemos planes. La casa parece más grande,
los silencios más largos y la angustia pesa. Él todo el tiempo me dice que el problema es
mío, porque la que estoy desconforme soy yo. Y me pregunto si no será así.
—No entiendo cómo insistís con las mismas cosas. Ya te lo dije, es un tema tuyo. Y
vos tenés que resolverlo. Es verdad lo de los chiquilines. Yo también los extraño, pero es
la vida. Nosotros ya estamos grandes.
—¿Ves?, ahí estás de nuevo. Es que vos te sentís un viejo y yo me resisto a eso. No
quiero quedarme esperando a que los chiquilines hagan su vida.
—Ese es el punto. ¿Qué esperás que haga?
Reclamos varios, crisis de crecimiento. Distintos proyectos, distintas percepciones,
una dolorosa realidad para los dos, que se empeñaron en salir adelante, conformar una
familia, y se enfrentan al hecho de que ahora necesitan energía para generar nuevos
planes, nuevos proyectos, y eso lo pueden hacer juntos o separados. No necesariamente
ese es un problema, pero sí es una situación que ya se generó y sobre la cual tendrán que
actuar con voluntad y determinación para evaluar si lo que los une sigue siendo lo
suficientemente fuerte, desde el lugar de pareja, como para recorrer otros tramos de la
mano.
No tienen por qué llegar del mismo modo, es más, es altamente probable que no sea
así. Lo que sí es imprescindible es la necesidad del replanteo y cuestionamiento cuando
uno de los dos hace explícito el sufrimiento. No existe el argumento de que esto le pasa
al otro. Si estamos en pareja, basta con que uno lo plantee para que el tema ya pase a ser
de los dos. Si no es así, es porque la pareja ya está muy dañada, o porque la ausencia es
tan grande que no hay consciencia del daño. Cualquiera sea el motivo, llegado este
punto, el cuestionamiento y la necesidad de cambio se hacen inminentes.
Si estamos en pareja, basta con que uno plantee un problema para que el tema ya
pase a ser de los dos.
Todos necesitamos proyectos que alimenten nuestra vida. Hay proyectos de pareja que
suponen un trabajo en conjunto, y otros individuales. Ninguno es más importante que los
195
demás, todos tienen su lugar y es prioritario trabajar por ellos.
Cuando en algún punto los proyectos desaparecen, las personas enfermamos y los
vínculos también lo hacen.
Como vimos, entonces, en una pareja es sano que existan proyectos en común y
proyectos individuales, que se construyan sueños e ilusiones, se compartan esperanzas y
se trabaje en equipo. Esos sueños se van transformando conforme las personas vamos
creciendo, y obviamente también cambiando.
El distraernos del camino puede traer como consecuencia el distanciamiento. Será
importante estar presentes para darnos cuenta de que si descuido al otro me descuido a
mí mismo, y que seguramente ese descuido genere ausencia, desamor y vaya quebrando
en forma lenta y determinante lo que en algún momento fue sólido, apreciado y querido.
La realidad evidencia que muchas veces ese crecer se da por caminos e intereses
distintos y, en ocasiones, disonantes. Cuando esto sucede se dificulta la posibilidad de
transformar y reconvertir el vínculo de pareja conforme pasa el tiempo. A medida que
esto va sucediendo y no somos conscientes de ello, el vínculo de pareja se estanca y se
enferma.
Somos libres y responsables de las decisiones que tomamos, del lugar que otorgamos
a nuestras relaciones, así como también del manejo de nuestro tiempo, el capital más
preciado que tenemos.
Muchas veces las personas nos sentimos presas, agobiadas por situaciones que
generan una visión empantanada que no logra dejarnos ver el abanico de posibilidades u
oportunidades que tenemos por delante, sino que simplemente vemos lo que nos falta, o
lo que nos daña.
Está claro que hay situaciones extremas que suponen de por sí un dolor inevitable, que
tendremos que atravesar del modo en que cada uno pueda hacerlo. Para esas
circunstancias se requiere enorme respeto, dignidad, humildad, aceptación y valentía
para enfrentar lo que la vida nos depare vivir.
No obstante, insisto en detenerme en esa enorme cantidad de circunstancias que
vivimos a diario que nos provocan dolor, pero frente a las cuales podemos encontrar
caminos para generarnos alivio antes de que se torne muy difícil; porque cuando la
angustia nos gana la batalla, se transforma en algo casi imposible de manejar.
El desafío tiene que ver con relativizar “la mancha en la alfombra”. No porque no
exista, sino porque la alfombra es grande y tenemos que poder convivir con la mancha
196
como parte de la vida, y aceptar con reconciliación interna lo bueno y lo malo que
coexiste en la construcción del vivir.
Como vimos, el bienestar, la paz y la tranquilidad no vienen de afuera hacia adentro,
sino de adentro hacia afuera, y no podemos ni debemos resignar la posibilidad de actuar
para vivir con armonía, coherencia y disfrute.
Podemos tener todos los bienes materiales que queramos y estar en un lugar hermoso
con una enorme desolación, y podemos estar auténticamente en paz y armonía con los
aspectos económicos mínimamente resueltos.
Los vínculos requieren de presencia, tiempo, trabajo y renuncias. Nada funciona solo
porque lo hemos puesto en marcha y listo. Nadie puede vivir la vida por nosotros, y
nuestra pareja no es responsable de todas nuestras frustraciones.
Si no somos auténticos y honestos con lo que sentimos, si no nos retamos a
transformar los vínculos, a crearnos nuevos desafíos e intentar vivir con libertad y
honestidad, difícilmente el proyecto con otro funcione bien, porque mi proyecto personal
no funcionará.
Si no somos auténticos y honestos con lo que sentimos, difícilmente el
proyecto con otro funcione bien, porque mi proyecto personal no funcionará.
La vida está aquí y pasa ahora, en el día a día. No podemos ni debemos castigarnos
estando presentes físicamente, pero ausentes emocionalmente. Si lo hacemos, corremos
un riesgo enorme de que lo importante se nos pase por alto, porque lo significativo está
en lo cotidiano.
Pasa en el modo como damos los buenos días a nuestra pareja. Pasa en el tiempo que
dedicamos a un amigo cuando nos necesita. Pasa por el abrazo que me da mi hijo cuando
me ve triste o cansado, y yo me dejo arropar por él, cambiando de lugar. Pasa por el
tiempo y la atención que dedico a las personas que quiero, sean mis padres, abuelos,
amigos, vecinos, pacientes.
Se plasma también en la sonrisa de quien queremos, y en la que damos a quien apenas
conocemos. En la mirada cómplice. En la palabra justa. En el chiste a tiempo. En un
gesto de afecto sin motivo aparente. En el susurro de un “te quiero”. En la sorpresa de
una visita, en un mensaje de esperanza, en un sueño compartido, en la emoción del llanto
sin palabras.
197
Pasa por la alegría, el disfrute y la gratitud de vivir en presencia. Por el amor y la
voluntad en rearmarnos, juntar nuestras partes rotas y volver a construir con el otro —o
los otros— desde la honestidad, la confianza y el cuidado, si realmente quiero y apuesto
a ello, aunque el camino a enfrentar sea difícil. Pasa por recuperar el protagonismo de
actuar con sentido.
Apelo a esta frase inspiradora de Elisabeth Lukas: “Cuanto más nos empeñemos en
hallar la felicidad, tanto peor será el resultado. Lo que sí se puede hacer es vivir y actuar
impulsados por un sentido determinado, a partir de motivaciones genuinas, y dejarse
sorprender por la dicha”.38
Querido lector, extiendo mi mano hacia ti y te agradezco profundamente por haberme
dejado entrar en un pedacito de tu vida, de tu espacio, de tu tiempo.
38- Elisabeth Lukas en Sergio Sinay. La felicidad como elección. Buenos Aires: Paidós, 2011, p. 175.
198
ANEXO
199
ENTRENANDO EL ENAMORAMIENTO
EJERCICIOS PARA PRACTICAR LA ACTITUD IAE
El entrenamiento de la actitud IAE entendemos que se puede transformar en una
herramienta que nos ayude a tener consciencia en el presente de los cuidados que el
vínculo requiere.
El convivir con la realidad de que nada es para siempre y que, para sostenerse, el
vínculo depende en gran medida de lo que hagamos por él es también parte de lo que
mantiene vivo y activo el amor, con voluntad y consciencia.
Como hemos visto, así como existe el proceso de enamoramiento, también existe el de
desenamoramiento. El cuidado del otro, la atención a los detalles, la escucha y
contención favorecen el encuentro, encendiendo ese sentimiento de ilusión que se
despierta cuando uno se percibe especial para el otro, no porque lo intuya o suponga,
sino porque el otro se lo hace sentir y genera mensajes claros al respecto.
A continuación les propongo algunos ejercicios para entrenar esta actitud de
enamoramiento, así como también parar revisar y alinear valores que de alguna manera
hacen que el estar juntos tenga sentido.
Les planteo también algunos otros para que puedan hacerlos en pareja y que de alguna
manera ello les permita “poner sobre la mesa” algunos dolores que a veces provoca la
estructura rígida de roles que, en ocasiones, no nos permite flexibilizar posturas que nos
acerquen.
En definitiva, todos en mayor o menor medida necesitamos querer y ser queridos. Y
de eso se trata, de intentar promover el cuidado de esos vínculos importantes con
aquellas personas con las cuales compartimos gran parte de nuestro tiempo y nuestra
vida, y a quienes asignamos un lugar especial y prioritario. Por esa misma razón, los
200
mensajes que de ellas recibamos también van a ser especialmente importantes para
nosotros. Cuanto más cuidada pueda ser esa relación, mayor va a ser la probabilidad de
que sea vivida con placer, disfrute y tranquilidad, sosteniéndose en el tiempo por estar
atendiendo lo realmente importante.
201
EJERCICIO 1
DESCOMPOSICIÓN DE PALABRAS “PLATAFORMA AMOROSA”
Recuperar el sentido de estar juntos
A continuación verán las palabras que constituyen la “plataforma amorosa”, ese conjunto
de cimientos del vínculo de pareja.
Protección
Lealtad
Amor
Trascendencia
Aceptación
Flexibilidad
Orgullo
Respeto
Madurez
Admiración
………………………………………..
Amistad
Mirada
Optimismo
Risa
Originalidad (sentido de la oportunidad)
Salidas
Agradecimiento
202
Dinámica:
Proponemos, a modo de juego, definir cada una de estas palabras con la significación
que les otorguen.
El planteo de la actividad es el siguiente: cada integrante de la pareja definirá por su
lado, de acuerdo a su criterio, cada una de estas palabras.
Solo hay dos condiciones: al definir las palabras derivadas de la primera parte de la
frase (“plataforma”), optar por conceptos; y en la segunda parte de la frase (“amorosa”)
se optará por términos que contengan una acción.
Así, por ejemplo, cuando nos detengamos en la palabra “Aceptación” pensaremos en
el significado que tiene para cada uno en relación a nuestra pareja. Y cuando hablemos
por ejemplo de la “Risa”, pensaremos en actividades a realizar que nos hagan reír, o
planes que nos parezcan divertidos.
Cada uno trabajará primero individualmente, para luego juntarse con su compañero y
consensuar.
La complejidad radicará en que esas actividades, acciones o planes concretos que se
pensaron en forma individual deben pensarse y reformularse luego en función de los
intereses de la pareja. Es decir, el desafío está en que no se trate de lo que me haga reír a
mí o me parezca divertido, sino de lo que le parezca divertido a mi pareja.
La idea es que en forma conjunta logren ajustar conceptos y formas, negociando y
cediendo con la intencionalidad de ponerse en el lugar del otro y acordar.
El sentido de hacer este ejercicio
En toda pareja hay un suelo, una superficie sobre la que se asienta la relación. Este se
halla signado por valores, sentimientos, necesidades, expectativas. Ese suelo es el que
conformaría la “plataforma”. Constituye la base de lo que profunda y auténticamente
cada persona espera, necesita y desea de ese vínculo especial y particularmente valioso.
La palabra “amorosa”, en el concepto genérico, la definimos como el devenir de la
relación, ese fluir que se desarrolla de una determinada forma en función de cómo se
entienda y atienda esa relación.
No obstante esto, como hemos visto, “las formas” se distorsionan muchas veces en el
203
camino, el devenir del tiempo y las circunstancias. La propuesta de descomponer las
palabras a modo de disparador y decodificarlas a la luz de cómo las interpreta cada uno
genera un escenario propicio para compartir, poniéndonos en el lugar del otro y
profundizando en la elección de vivir mi vida con esa persona.
La instancia de compartir y consensuar las posturas, interpretaciones y miradas, que
propone el ejercicio, implica trascender deseos y necesidades propias, y generar espacios
de encuentro en acciones concretas que acerquen en los hechos a la pareja.
En la plataforma puede haber fisuras de movimiento, tal como las hay en un edificio
en el que los cambios de temperatura generan el desplazamiento en sus materiales,
delatándose dichas oscilaciones por pequeñas líneas, reparables fácilmente. Así también
en la pareja van a generarse fisuras, que provienen de las diferencias que inevitablemente
trae consigo la convivencia.
El mayor conocimiento del otro, la flexibilidad, voluntad, escucha, intención y entrega
procurarán la generación de momentos de encuentro en esa pareja que trabaja por tener
el mejor vínculo que pueda tener. Las formas en que se construyen esos encuentros
fortalecerán y preservaran el real sostén y consistencia de esa plataforma única que
contiene la estructura de esa pareja, de esa familia.
Vale también la posibilidad de ser creativos y definir otras palabras utilizando cada
una de las letras que las componen como iniciales y respetando el sentido que en
términos generales intentamos darle al juego, que es en última instancia: RECUPERAR EL
SENTIDO DE ESTAR JUNTOS.
204
EJERCICIO 2
REENCUENTRO POR ELECCIÓN
Proponemos en este ejercicio dos instancias.
A) La primera es pensar y listar las cosas sobre las que entiendo tenemos que trabajar
con mi pareja para que la relación mejore y nos sintamos conscientemente elegidos el
uno por el otro. La idea es escribir lo que consideramos como problemas o defectos en
la relación.
Cada uno hace este ejercicio a solas consigo mismo.
De esa lista elaborada cada uno deberá priorizar tres focos para el posterior trabajo
conjunto.
B) En segunda instancia, luego de haber realizado la lista de eventuales problemas o
defectos, daremos vuelta la página y escribiremos aquellas cosas que nos enamoran de
esa persona con la que estamos desde hace un año, dos, quince o treinta; lo que hace que
cada día la elija, pudiendo hacer otra cosa.
De esas cosas que destaco como positivas del otro también elijo tres.
Finalmente se junta la pareja, posicionándose frente a frente. Se intercambian los
papeles y cada miembro lee en voz alta lo escrito por su compañero, resaltando los tres
aspectos en los que tienen que trabajar y las tres fortalezas que hacen que ese amor se
resignifique y afiance el proyecto de estar juntos.
El sentido de realizar este ejercicio
En toda pareja hay discusiones y se atraviesan situaciones de crisis. Cuando estamos
205
mal, enojados o angustiados, parecería que todo o “casi todo” pasa a ser un problema. Lo
malo o lo doloroso tiñe todo lo demás y el estar juntos se transforma prácticamente en
una batalla por “sobrevivir”.
Nadie está obligado a estar con nadie, se trata de humildes elecciones.
Como traté de transmitir a lo largo del libro, no hay recetas ni soluciones mágicas.
Cada relación es un mundo, y con humildad y el mayor de los respetos intento traer a
escena en un papel protagónico los vínculos en general, y el de pareja en particular. Cada
uno encontrará su “mejor plan”.
Pretendo acercar una mirada que nos ayude a no dejarnos dominar por los tiempos y
“falsas urgencias” del hoy. A rescatarnos de un mundo de distractores constantes que
pueden hacernos perder en el camino de nuestro proyecto.
Es importante rescatar en este ejercicio dos o tres cosas.
La primera es la escucha. Debe haber una predisposición a escuchar. Una escucha
tranquila y respetuosa de los dos implica el estar aquí y ahora. Sin celulares, sin
televisión, ni nada que distraiga mi mente y mis pensamientos de quien tengo enfrente, la
persona más importante —o una de las personas más importantes— de mi vida.
La segunda es la horizontalidad en el vínculo. Nadie tiene la “verdad” o “razón
absoluta”, cada uno tiene sus verdades y merece ser escuchado. El estar al mismo nivel y
sentirse en igualdad de condiciones resulta ser medular en la construcción de un vínculo
sano.
La tercera tiene que ver con el respeto. Las opiniones o razones se discuten. Los
sentimientos no se discuten. La capacidad de mirar al otro y sentir su dolor, poder
ponerse de alguna manera en su lugar, es fundamental para generar los cambios
necesarios para poder estar en sintonía.
Si logramos visualizar esto, estaremos un paso más adelante, en línea el uno con el
otro, y mejor preparados para enfrentarnos a esa comunicación de un modo asertivo.
Pudiendo ver el dolor de esa otra persona que tenemos enfrente. Pudiendo conectar de un
modo más sano con nuestros sentimientos.
206
EJERCICIO 3
CAMBIO DE ROLES
Diríamos que este es un ejercicio más ambicioso, requiere de un mayor compromiso;
pero de poder concretarlo, sus resultados generarán vivencias particularmente
movilizadoras.
No es algo que nos podamos proponer en medio de una crisis, cuando estamos muy
enojados o distanciados. Es un juego que podremos jugar en la medida en que estemos
más fuertes en el vínculo, menos peleados por el lugar de la razón y más cercanos
afectivamente.
En este ejercicio la propuesta está en poder, durante un día completo, hacerle de
espejo al otro.
Se trata de incorporar tres características de mi pareja que hayamos conversado y que
ya esté explicitado que generan incomodidad en la relación.
El plan es que, durante un día, cada uno puede actuar del modo que actuaría el otro y
evidenciar estas actitudes para poder de alguna manera jugarle de espejo a su pareja y
poder mostrárselas de otro modo.
La idea es que esto sea de un modo un poco exagerado, para que así podamos
“desdramatizar” la situación, quitarle peso y hasta, en el mejor de los casos, reírnos de
algunas cosas. El visualizar en forma exagerada, si se quiere, esta característica en el otro
puede ayudarme a ver la situación desde otra perspectiva.
Es importante estar atentos a reparar en molestias, emociones y sensaciones que nos
vaya generando la actividad (estamos alertas, pero no las decimos durante el día si las
registramos). Ver las repercusiones que esto tiene en nuestro entorno, si es que lo tiene,
también sería un lindo desafío.
El cambio de roles también tiene que ver con la logística de la casa. Ese día que
207
jugamos ese juego también hacemos lo que el otro hace en nuestra casa. Invertimos los
lugares y tratamos de este modo también de “ponernos en los zapatos del otro”.
El secreto está en que podamos acercarnos a esta experiencia como un juego, en una
actitud de entrega y cierta inocencia que nos permita vivirla del modo más parecido
posible a una actividad lúdica.
Como estamos preparados para ello, y las “reglas están sobre la mesa”, no debería
haber lugar al enojo.
Es un juego que podemos jugar o no, pero que una vez que tomamos la decisión
requiere un compromiso. La idea es que este ejercicio cierre con una cena o un encuentro
en el cual podamos intercambiar cómo nos sentimos y qué tan complicado fue
“manejarnos con el estilo del otro”.
El sentido de hacer este ejercicio
En ocasiones, como dice el dicho, se ve “la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el
propio”. Muchas veces no dimensionamos lo que puede generarle a la otra persona una
actitud que yo repito porque entiendo que tiene que ver con mi forma de ser, porque sigo
un principio de inercia y es lo que me sale “de memoria”, aunque me hayan marcado que
se ha transformado en algo doloroso para el otro.
Porque cambiar no es sencillo, y supone un trabajo y compromiso importantes.
Es fundamental comprender que este es un juego de equipo. Esto quiere decir que
estamos en el mismo bando, no somos contrincantes, sino compañeros. No competimos
entre nosotros, sino que somos un grupo y cada uno tiene una posición, un lugar en el
que jugar.
No requiere, por tanto, de demasiado análisis ni de conclusiones. Pasa más por vivir la
experiencia y recoger las emociones que esta nos generó, siendo lo más honestos y
comprometidos que podamos al respecto. De la destreza, atención y compromiso de cada
uno dependerá el resultado al que arribemos en esta etapa.
208
EJERCICIO 4
TOMA DE CONSCIENCIA
Proponemos a modo de ejercicio leer las cartas que aparecen a continuación como
disparador de esta dinámica.
1- Cada miembro de la pareja leerá una de las cartas. Uno leerá la parte de Lucía, y el
otro la de Darío. Ambos lo harán en voz alta, sin incluir comentarios al respecto.
Querido Darío:
Si estás de acuerdo, lo que te propongo es almorzar juntos y tranquilos. Hay mucho
ruido entre nosotros. Necesito que tengamos tiempo suficiente para definir qué
necesitamos, qué estamos dispuestos a cambiar, y cómo, por el otro. Esto solo puede y
debe funcionar si nos hace bien a los dos, de lo contrario no tiene sentido y no vale la
pena el sufrimiento de ninguno de nosotros; mucho menos el de los chiquilines. No
importa si son los tuyos o los míos: son ellos; y eso es lo que realmente cuenta. Sé que te
dañé y lo lamento de verdad.
Yo ya no quiero que las cosas se vayan dando porque sí. No me interesa. No lo quiero
para mí y tampoco para vos. Me cuesta aceptar que las cosas no funcionen y por
momentos me resisto a ello. De verdad siento que no quiero seguir solamente porque
nos queremos. Yo quiero a mucha gente, pero contigo no me alcanza con quererte. Si no
podemos hacerlo de una forma sana, de verdad que prefiero despedirme de vos. Quiero
llorarte con amor y no convivir contigo con rencor. No quiero estar deseando que te
vayas, quiero querer esperar a que llegues. No quiero estar cómoda, quiero sentirme
cómoda contigo.
Lucía
209
Querida Lucía:
Claro que acepto almorzar juntos y tranquilos. Ya nada es como antes. Cada vez que
me acerco siento que te alejás. Nada te convence. Tus cambios de humor son constantes
y siento que te aburre mi presencia. No quiero reproches todo el tiempo ni tampoco
decirte frases hechas. Ya casi nada nos encuentra y de verdad me duele tu ausencia. No
creo haber cambiado tanto. Pensándolo bien, quizás ese sea el fracaso. No quiero que
nos hagamos daño, pero no sé cómo evitarlo.
Claro que los chiquilines son sagrados, pero nuestra vida también lo es. Siento que
vale la pena pelear por lo que tuvimos, o tenemos, ya ni sé. Hace tiempo que para mí ya
son los nuestros.
Me cuesta seguir después de lo que pasó, claro que me cuesta.
Por momentos siento que no voy a poder, pero cuando me sorprendo pensando en el
futuro, sin proponérmelo, te imagino conmigo.
También quiero esperar a que llegues y no desear que te vayas. También quiero
escuchar tu voz en lugar de tu reclamo, también quiero sentirme acompañado en el
silencio de un abrazo.
Darío
2- Luego de leídas las cartas realizaremos el siguiente paso sin hacer comentarios.
3- Necesitaremos lapiceras de dos colores diferentes y seis hojas. Cada uno tomará
tres hojas y las dividirá y cortará en cuatro, y así tendrá entonces doce papeles en su
poder, en cada uno de los cuales escribirá una de las frases incompletas que aparecen al
final del ejercicio. Luego, cada uno completará las frases en sus papeles con lo que
quiera y sienta. Como resultado, cada miembro de la pareja tendrá entonces doce
papelitos con una frase completa escrita en cada uno. Enumerarlas en el mismo orden
(tal como aparecen más abajo).
Una vez hecho esto, cada persona toma las primeras seis frases (del 1 al 6) y las dobla
de modo que no se vea lo escrito, y se las pasa al compañero.
4- Cada uno leerá lo escrito por su compañero, sin juzgar y aceptando lo que el otro
siente y tiene para decir. No intentando convencer ni convencerse de nada, simplemente
reconociendo y respetando el sentir y la necesidad de expresarse del otro.
5- Cada uno seleccionará dos de esas frases, las cuales tendrá presente y trabajará para
210
responder a la demanda que generen, de manera consciente, durante toda la semana, por
ser prioridad para su pareja. La respuesta vendrá dada por no repetir lo que a mi
compañero le molesta, por respetar su sentimiento tal cual lo explicite, o por
sorprenderlo con lo que ya no espera que suceda, dependiendo de cada frase y
obviamente de cómo se complete.
6- Como cierre del ejercicio, las frases restantes (7 a 12) serán “regaladas” por cada
miembro de la pareja a su compañero, durante los seis días de la semana que siguen al
día del ejercicio. Estas serán dejadas a la vista, o escondidas, de a una por día, a fin de
sorprender con ellas al otro.
El ejercicio se cerrará con una cena el séptimo día, en que entregarán una “minicarta”
a su compañero relatando lo que significó esta semana de estar más conscientes y atentos
el uno del otro.
Frases a completar
1. Siento que no me...
2. Sistemáticamente me reclamás...
3. Siento que nada de lo que hago...
4. Me irrita que...
5. Ya no espero...
6. A pesar de que me molesta, siento que
puedo convivir con...
7. Cuando estamos juntos...
8. Cuando me acerco a ti...
9. Si pudiera cambiar...
10. Me alegra el día verte...
11. Extraño cuando...
12. Me emociona sentirte...
El sentido de hacer este ejercicio
211
En todas las parejas hay silencios, excusas y reclamos. Muchas veces esto provoca la
recurrencia de discusiones en torno a determinados temas que ni siquiera sean quizás los
más importantes, pero se instalaron en forma mecánica y captan la atención con frases
hechas y en algunas oportunidades poco reales.
El ejercicio tiene por objetivo en primera instancia generar un espacio para el
encuentro consciente con habilitación, honestidad, y autocrítica.
El proyectarse en lo que el otro puede llegar a sentir a través de la presencia de una
frase a construir, como punto de partida de un disparador, implica hacer el ejercicio de
conectar desde un lugar de mayor compromiso que el que puede llegar a generar una
conversación en lo cotidiano.
Por otra parte, se busca también la promoción de una conexión más auténtica durante
la semana, que marca una actitud de atención y cuidado especial al vínculo.
212
EJERCICIO 5
CÓMO SOFÍA Y MARCOS SE
PERDIERON POR USAR EL GPS
El ejercicio que les propongo se centrará en responder algunas preguntas a punto de
partida de situaciones que el caso de la historia de Marcos y Sofía presenta. La idea es
poder ponerse en contexto, intentar pensar la realidad de la pareja y reflexionar con
honestidad y humildad frente a esta.
Se presentarán resumidos algunos momentos de la primera entrevista que mantuve
con ambos. A continuación se plantearán tres preguntas a responder.
Luego se transcriben algunos momentos de la entrevista individual con cada uno, y
por último se propone el ejercicio de elaborar un análisis de fortalezas y debilidades de
la pareja con vistas a ser ustedes quienes definan para dónde entienden que debe
orientarse la terapia.
Primera entrevista con Marcos y Sofía
Marcos y Sofía llegaron a la consulta un poco más tarde de lo deseable, pero en
definitiva cuando pudieron hacerlo.
Él había tenido un accidente de tránsito hacía unos meses, lo que en principio se
planteó como el disparador final para este encuentro.
Ambos declaran quererse mucho así como también un sentimiento de profundo dolor
por sentirse en esta situación y necesitar de “un tercero” para comunicarse y lograr
decidir.
213
Les propongo conocernos un poco y ver juntos hacia dónde ir.
Marcos y Sofía están juntos desde hace dieciséis años. Ella tiene 42 años y él 45.
Tienen dos hijos. Antes de que naciera el primero, tuvieron un distanciamiento, fruto de
las peleas y disconformidades. Según transmiten, varios intercambios los llevaron más
de una vez a pensar en separarse. Los motivos por los que no lo hicieron, básicamente,
se remiten a la familia que formaron y los logros que alcanzaron. En ningún momento, al
menos en el inicio, percibí que ellos se contaban entre los motivos para quedarse en la
relación.
S: La verdad es que yo me enamoré de Marcos por su forma de ser. No fue algo
alocado, o impulsivo, me encantaba cómo pensaba, lo solidario que era con sus amigos,
los chistes que hacía. Si bien siempre fuimos buenos amigos, el sexo nunca fue un punto
fuerte, pero en los últimos tiempos se transformó en un capítulo olvidado. Cuando nos
separamos, Marcos vivía enfrascado en sus cosas y yo fui buscando refugio en las mías.
Mirá que lo digo bien, no es un reproche. Así estuvimos tres años hasta que le encontré
un mail sospechoso, por decirlo de algún modo. Lo virtual siempre fue un escape para
Marcos. Me dolió sentir que yo podía no ser la única en su vida. Él me pidió perdón de
mil maneras y yo lo extrañaba mucho. Entendía que estábamos mal y, no sé, hoy puedo
decirte que me dejé llevar por el deseo de estar bien, sin ser consciente de cómo
conseguirlo.
M: Sofía no paraba y, bueno, yo tampoco. Nos costó adaptarnos a vivir juntos. Una
cosa es ser pareja y otra es convivir. Más allá de que sea algo que te lo digan, hasta que
no hacés tu propia experiencia los comentarios pierden sentido. Al principio fue la
novelería, pero después lo que nos molestaba al inicio empezó a cobrar un peso bastante
mayor con la convivencia. La realidad es que no pasó nada grave, más allá del mail que
despertó sus dudas y enojo. Hoy, mirándolo en perspectiva, no me arrepiento de nada de
lo que vivimos, pero sí creo que nos faltó energía para estar juntos.
Terapeuta: ¿Cómo es eso, Marcos?
M: No sé, fue lo que fue, pero los reproches han sido una constante, y creo que nos
desgastó mucho a los dos. Cada uno termina haciendo la suya. Sofía me culpa a mí, pero
la verdad es que los dos estamos en otra. Tenemos una casa divina, los nenes están bien.
Trabajamos mucho, es verdad, pero también nos damos nuestros gustos. Tenemos todo
lo que quisimos tener, pero evidentemente hoy me doy cuenta de que hicimos las cosas
214
mal, o capaz ya no sentimos lo mismo, no sé. Yo nunca dudé de que Sofía era la persona
con la que quería envejecer.
T: Entiendo, Marcos, el tema es que envejecer es un proyecto al que hay que llegar
disfrutando del presente y con el otro. Pausar el tiempo no es posible, lo deseable es
vivirlo con la mayor reconciliación posible en nuestras decisiones. Eso es lo que nos
dará conformidad.
A mí me da la sensación de que la separación de ustedes también fue vivida de un
modo casi que pactado. Dado que la convicción de que estar juntos era “el plan”, se
tuvieron por seguros rápidamente y comenzaron a vivir para los proyectos y no a
disfrutar de ellos, incluso del proyecto más importante que era el de estar juntos. Los
niños absorbieron la atención y el tener y acceder a lo que deseaban fue
confundiéndolos.
El proyecto de familia es importante, el diseño de la casa, los viajes, la educación de
los nenes, la ilusión de una vida juntos, por supuesto que también lo eran. Sin embargo,
fueron pensados a tan largo plazo y requerían de tanto esfuerzo a futuro que no daba
espacio para que se concentraran en el vínculo de ustedes en el presente. Es como si
hubiesen pasado de terapia intensiva a sala común, y así haberle exigido al vínculo un
sostén que no estaba preparado para dar, generándose más daño en un sistema vulnerable
que requería de otros cuidados.
La salida de “terapia intensiva” requería de cuidados intermedios con mayor
dedicación que no lograron generar, quizás por falta de consciencia, quizás por exceso de
confianza. Las personas, por más que en momentos de lucidez seamos conscientes de
que no tenemos el control de casi nada, actuamos como si lo tuviéramos.
S: Sí, es así, se fue dando así. Cuando nació Juan, construimos rutinas y hábitos. Con
Lucas terminamos convirtiéndonos en un equipo dinámico que resolvía las dificultades y
se coordinaba para cada paso.
T: Un equipo que dejó atrás a la pareja…
S: Sí, un equipo como vos decís, casi que una empresa. Él, su iPad y su iPhone
comenzaron a ser uno solo. Y yo…
T: ¿Vos qué, Sofía?
S: Yo empecé a tomar. Primero una copa los miércoles y los viernes que él llegaba
tarde del club, y después fui sumando días y copas. Así dejé de reclamarle atención.
Dejamos de soñar juntos, a pesar de dormir uno al lado del otro. Nos dividíamos los
215
horarios de la noche, básicamente, porque Lucas se despertaba varias veces y a mí no me
daba el físico para todo. No te pienses que terminaba tirada en el piso, no, pero cada vez
tomaba un poco más. Mi vida nunca cambió mucho para el afuera. Algún que otro
desborde en una fiesta, pero nada que no pudiera esconder tras la diversión de un
momento. La realidad es que me cuesta controlarme. Al principio el tomar me desinhibía
y hacía que disfrutara de cada encuentro o situación con más entusiasmo, y yo sentía que
Marcos se enamoraba de mis actitudes en esos momentos.
T: La línea es delgada, Sofía, y a veces el supuesto control se transforma en una
ilusión más que en una realidad, y evidentemente esto ya se convirtió en un problema.
S: Sí, y eso me pasó. Te juro que por momentos viví un infierno. De un momento para
otro, así lo percibo yo, pierdo el control. Ahí deja de ser divertido, pero no logro frenar
en el último momento de lucidez total. La angustia que sigue, al día siguiente, no se la
deseo a nadie. Es devastador sentir cómo no podés ganarle al impulso e imaginarte
quedando en evidencia para con el resto.
T: ¿Marcos?
M: Yo no lo veo tan así. Toma a veces un poco de más, pero nada como para
preocuparse tanto. Se pone divertida, se ríe y eso está bueno.
T: Claro que está bueno que la pase bien y se divierta, pero ¿a qué costo? Está
sufriendo, anestesiándose para poder reírse. Es evidente que las cosas se complicaron,
Marcos…
S: Marcos, ¡por favor! No puedo creer lo que decís, ¿de verdad no te das cuenta? Así
no me ayudás. Es que realmente no me ves. Yo me aprovecho de lo que decís porque
disminuye mi culpa, pero me dejás sola. Acabás de decir que no es un problema, de
verdad no lo puedo creer.
T: A ver, lo que está claro es que no logran escucharse, ni tampoco salirse cada uno de
su lugar para poder ponerse en el lugar de su compañero. Me da la sensación, Marcos, de
que cuando vos no sabés abordar una situación, de alguna manera la negás, tratando de
convencerte de que no es tan grave, y así vas conviviendo como si no sucediera.
M: Sí, es así. Es que siento que cada día fue siguiendo a otro igual. Todos iguales. No
había mucho que pensar. Quizás inconscientemente estaba la ilusión de que por algún
motivo o intervención ajena los dolores se aliviarían y los errores se enmendarían. Así es
como terminaba encontrando alivio. Pero claro, lo estoy pensando ahora. En el momento
no lo veía así de claro.
216
T: Claro, lo que sucede es que en el medio de tu razonamiento de autoconvencimiento,
que no deja de ser un mecanismo de defensa, se perdió Sofi en el camino. Ella lo que ve
es tu indiferencia frente a la situación, y crea sus propios diálogos internos en función de
ello. Lo que entiende es que no la mirás, que no ves la gravedad de la situación o, lo que
es peor, que no te importa.
Preguntas sugeridas:
¿Con qué te anestesiás tú?
¿Cuál podría haber sido el camino para
que la pareja no se desgastara tanto?
¿Qué grado de disconformidad percibís
en uno y en otro?
¿Y en ti?
Entrevista con Marcos
—Hola, Marcos, ¿cómo estás? Hoy la ida es que pongamos foco en ti. A mí me importa
encontrarme contigo, con lo que te pasa, con lo que sentís por Sofía y por esta situación
en la que están. Claro que lo que conversemos hoy me va a ayudar a mí a acompañarlos
mejor a ustedes, pero quiero que sepas que lo que hablemos queda entre nosotros. Yo
con cuidado y respeto voy a tomar lo que entienda que sume a ayudarlos en esta
situación. ¿Está bien?
—Sí, perfecto.
—¿Cómo ves vos lo que están viviendo con Sofía?
—Sabés que sistemáticamente me pregunto qué nos pasó… Disfrutábamos tanto del
estar juntos.
—¿Y qué pasó?
—No lo sé. Pero un día, no sé cómo ni cuándo, pero dejamos de hablar. Dejamos de
mirarnos de esa manera. Dejamos de tocarnos. Dejamos de ser un equipo, y nos fuimos
distanciando. Más de una vez pensé en decirle lo que me estaba pasando. Lo
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desamparado que me sentía, pero nunca encontré el momento.
Me siento un cobarde porque no pude hablar. Sentí que le había fallado, sabía que le
había fallado y lo viví como algo irreparable. Es difícil de explicar pero no pude
perdonármelo.
—Y después, Marcos, ¿cómo siguió todo?
—Y la verdad es que me fui encerrando cada vez más y aferrándome a las cosas que
me gustaban. Cuando ella se quedaba abajo y demoraba en subir, se me cerraba el pecho,
pero nunca logré tomar fuerzas y bajar. Empecé entonces a convencerme de que no era
tan grave, que tomar una o dos copas todos los días era algo que hacía todo el mundo.
Empecé a llegar más tarde a casa. A mirar series, partidos; en definitiva, a evadirme. No
me justifico, pero yo sentía que Sofía no me registraba demasiado. Ahora que te lo estoy
contando pienso en lo egoísta que fui, pero la verdad es que fui intentando hacer la mía.
Mi mente empezó a nublarse y dejé de ver el plan que teníamos juntos. Empecé a
distraerme con mensajes de otros que me desenfocaban de casa y atraían mi atención.
Empecé a funcionar casi que en paralelo y a kilómetros de distancia.
—¿Hay alguien más, Marcos? Creo que es importante no depositar todo en la adicción
de Sofía, ya que es un signo de su tremenda desolación y angustia, y sería injusto poner
ahí la fractura del vínculo. ¿No te parece?
—Sí, en realidad, a lo primero que me preguntás te digo que no. Es solo entrevero en
mi cabeza, pero sí me duele pensar que la relación está rota, y la realidad es que lo está.
Por momentos sentía fogonazos de esperanza cuando conectábamos por instantes. A
veces sucedía en algún encuentro puntual. Los momentos de a cuatro los disfrutaba
realmente. Veía su ilusión y ese brillo especial, pero luego desaparecía rápidamente
cuando nos quedábamos solos.
A veces la miro con los chicos y veo un equipo, pero yo parezco la pieza móvil de ese
engranaje que algunas veces se acopla y otras es fácilmente sustituible. Me mata que no
hayamos podido. Tenemos todo para estar bien, la casa, los nenes, trabajo. Si bien yo no
es que disfrute mucho el mío, me pagan bien, y eso me cierra. En cambio a Sofía le
encanta lo que hace, es exitosa, tiene independencia y, sin embargo, parece que ni
siquiera con eso está conforme.
No sé, yo me acostumbré a dar por descontado que estábamos el uno para el otro y la
verdad es que no lo estábamos. Empecé por sentirme poco querido, poco valorado, y
actué en función de ello. Al principio, disfrutaba cada trago que se servía. Se ponía
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contenta, divertida, cariñosa, disfrutaba de su actitud y no lo veía como un problema, o
no quería verlo. Al poco tiempo la diversión se convirtió en una pesadilla, y no supe
cómo pararlo. Sé que no la acompañé, fui un cobarde, pero sabía que ella iba a terminar
pudiendo con lo que yo no pudiera.
(Se quiebra y lo invade la angustia).
—Marcos, tranquilo. Es importante que en algún momento Sofía pueda entender por
lo que tú también pasaste. El saber de tu dolor y preocupación constante va a ser de
alivio para ella, porque va a sentir que no estuviste porque no pudiste, no porque no
quisiste. No porque no te importó. No porque no te preocupara, sino porque no
encontraste el modo de hacerlo y lo sufriste. Asumirlo es también un acto de amor.
Marcos, ¿vos qué sentís hoy por Sofía?
—Yo la quiero, la quiero muchísimo. Pero si me preguntás si la amo, te tengo que
decir que no sé. Me cuesta diferenciarlo. Ya casi ni estamos juntos. A veces ella se
acuesta más tarde, otras yo me duermo; y algunas, muy cada tanto, nos encontramos.
—¿Y cuando se encuentran?
—Y cuando nos encontramos la pasamos bien. Yo siempre la busqué, pero me cansé
un poco de eso. Siempre tuvimos buena química, aunque se la siente enojada y eso hace
que tampoco sea lo mismo. Yo nunca pensé en separarme. Desarmar la casa, la familia,
no sé. Yo me casé para toda la vida. Imaginarme amaneciendo en otro lado solo, sin mis
hijos, me mata. No me veo sin ellos, de verdad que no me veo.
—¿Y sin Sofía?
—No sé qué responderte. De verdad que no sé.
Encuentro con Sofía
—Hola, Sofía, ¿cómo estás? Hoy nos tocó a nosotras. A mí me importa hoy encontrarme
contigo, con lo que te pasa, con lo que sentís por Marcos y por esta situación en la que
están. Claro que lo que conversemos hoy me va a ayudar a mí a acompañarlos mejor a
ustedes, pero quiero que sepas que lo que hablemos queda entre nosotras. Yo con
cuidado y respeto voy a tomar lo que entienda que sume a ayudarlos en esta situación.
¿Está bien?
—Sí, está bien, te lo agradezco.
219
—Sofía, ¿cómo ves y sentís vos la situación?
—La verdad es que estoy entreverada, creo que la edad también influye. Me siento en
evaluación constante, cambió mi perspectiva de la temporalidad. A los 30 creía que tenía
tiempo para muchas cosas, tiempo para postergar proyectos, para aplazar sueños y para
permitirme ser exitosa en lo que me gustara, pero dándome el lujo de dejarlo para más
adelante. Ahora es distinto, está la crisis con Marcos, los chiquilines están más grandes,
y lo nuestro también puede dejar de ser.
Capaz te suena frío, pero siento que construimos una buena empresa, pero hace mucho
que siento que ya no tengo ese lugar especial en la vida de Marcos. Cada día se ha
transformado en aprontar las viandas, pagar las cuentas y ver cómo nos repartimos las
tareas para el día siguiente. De que lo hacemos bien no hay dudas, pero el viernes
después que cenamos me cayó la ficha.
—¿Qué pasó el viernes, Sofi?
—Habíamos discutido antes de cenar y después disimulamos para que los nenes no se
dieran cuenta. Muchas veces las peleas quedan truncas así, disimulando. Yo esperé al
final para bañarme, y cuando llegué a la cama estaba dormido. Es verdad que yo demoré
quizás más de la cuenta, pero no deja de ser una muestra más de nuestra desconexión. ¿Y
sabés lo que pensé? ¿Cómo puede dormirse después de lo que nos dijimos? Me perturba
su capacidad para bajar el interruptor y “apagarme”, o apagar nuestra relación. Eso es lo
que siento, que se conecta y desconecta a su antojo, importándole poco o nada lo que yo
pueda sentir al respecto, y eso me enfurece. Llevamos más de quince años juntos.
Compartimos alegrías, dolores, esperanzas y sueños; y hoy, a pesar de tener a los chicos,
siento que cada vez menos cosas nos encuentran.
Es de las pocas personas que en verdad me conoce. Sabe lo que me hace bien y lo que
me daña, lo que disfruto y lo que padezco; pero siento que no le importa, yo sé que
quizás no sea así, pero es lo que siento.
—¿Se lo dijiste, Sofía? ¿Pudiste encontrar el momento, la forma?
—Mirá, seguro que algo estoy haciendo mal. Intenté decírselo, y por momentos lo
hago, pero no conectamos, esa es la realidad. Igual, el viernes no lo intenté. Te juro que
estaba tan enojada que lo hubiese despertado y mandado a la miércoles, pero me frené, y
como dice el dicho: “La procesión va por dentro”. A la mañana siguiente nos rearmamos
para un nuevo día. Él serio, porque todavía tiene el descaro de enojarse no sé de qué, y
yo enojada y triste; una combinación perfecta para el más crudo de los silencios.
220
Es raro lo que me pasa, es como si no me mirase con atención, como cuando uno ve
una película repetida y se da el lujo de pararse a servirse algo de tomar, o a responder un
llamado porque ya sabe lo que viene, y cómo termina.
—¿Qué extrañás de Marcos? Digo, porque una cantidad de valores seguramente
hicieron que lo eligieses por tantos años.
—Sí, claro. Yo creo que extraño a la persona que él era conmigo y me extraño a mí
misma. Yo era alegre, divertida, sensible, y ahora estoy dura, rígida, triste. ¿Qué
extraño? Y extraño lo compañero que era conmigo. En lo laboral me va muy bien, y eso
también es porque Marcos siempre me acompañó para que pudiera crecer. Trabajo en
una empresa internacional y accedí a una gerencia siendo la única mujer en el equipo
directivo. Eso siento que lo hicimos juntos. Sin su apoyo, no hubiese podido.
Nunca supe qué siente Marcos. Se lo pregunté más de una vez. Cuando me servía una
copa, y me da vergüenza decirlo, muchas veces esperaba que él bajara y me “rescatara”
de ese momento de soledad y ahogo. Pero nunca llegó, y solo podía ver su indiferencia,
su egoísmo y desamor, la forma como no encara las cosas, y eso me molesta. Tira la
pelota para adelante, como se dice, y no se hace cargo. Tal vez por la comodidad de no
enfrentar una separación. La verdad es que no sé. Solo puedo decirte que el dolor por
sentirme “invisible” me atormentó todo este tiempo.
¿Qué extraño? Y extraño su atención, su dedicación, su cariño. Extraño que me toque,
que me mire, que quiera estar conmigo. Ya ni un abrazo nos damos. Lo pienso dos veces
antes de acercarme.
—¿Y lo hacés?
—La verdad que últimamente no. Siento que él es el que tiene que hacerlo. Me siento
tan dolida, tan abandonada que no puedo acercarme.
—¿Por qué?
—No sé, quizás por el enojo. La verdad es que no sé. No suena lógico, y seguramente
no tenga una lógica, pero la realidad es que siento que nos alejamos tanto que yo ya no
encuentro el camino para acercarme. ¿Sabés lo que me pasa? Me pongo a pensar en unos
años hacia adelante y no nos veo.
—¿Cómo es eso?
—Sí, no me veo con él y obviamente no lo veo a él conmigo, y no es un juego de
palabras. Cada vez compartimos menos cosas y el tema de conversación pasa
prácticamente todo el tiempo por los nenes. ¿Qué va a pasar cuando los nenes crezcan?
221
¿Qué va a pasar cuando no nos necesiten tanto? ¿Cuando no haya excusas? ¿Cuando el
dormir no sea un problema? ¿Cuando no haya que preparar viandas? ¿Cuando el sexo no
deba ser cuidado porque los nenes pueden despertarse o sentir algo? ¿Qué va a pasar con
nosotros?
—Te entiendo, Sofi. Pero me da la sensación de que quedaste entrampada en el enojo
y lo injusta que sentís la situación, y te armaste vos una cárcel que te coloca en el lugar
de queja y no te deja avanzar. Una prisión en la que no abrazás aunque quieras hacerlo,
no hablás porque ya sabés qué te van a contestar, y no te la jugás por lo que querés por
miedo a perder, cuando en realidad uno pierde justamente cuando los miedos te paralizan
y no lográs actuar.
—Sí, tenés razón, pero de verdad siento que no puedo. Por momentos parecemos
extraños. Te escucho y sé, siento, que tengo que hablar con él por mí; a mí es a la que
me va a aliviar hacerlo, pero no lo logro. A veces me da miedo que él siga conmigo por
la gente.
—¿Cómo es eso?
—Él es muy estructurado. Tradicionalista, por decirlo de algún modo, y el matrimonio
para él y su familia es para toda la vida.
—¿Y para vos?
—Y para mí también, pero no a cualquier costo. Yo no estoy dispuesta a no querer
encontrármelo o a evadirlo por no querer estar con él. No quiero hacerme eso, no es
justo. Tampoco quiero que él se quede conmigo para “no desarmar la familia”, no voy a
permitírselo. Si no me quiere a mí, yo quiero separarme, y de eso estoy segura; lo que
pasa es que me aterra imaginar su respuesta.
—Sofía, ¿qué sentís vos hoy por Marcos?
—Y yo lo quiero. Me cuesta pensarme sin él. Bueno, en realidad, me cuesta todo. Sé
que por momentos no soy clara, pero nunca dudé de lo que siento por él. Yo lo quiero.
Es real que no es lo mismo que antes, pero no me quedaría en la pareja por no animarme
a asumir que ya no funciona.
Cuarta consulta - Decidir cómo seguir
La cuarta consulta es importante, pero no porque se determine el destino de la pareja, ya
222
que los únicos que tienen la potestad de hacerlo son quienes la integran, y no sería
lógico, y mucho menos sano, pensar que eso suceda en tres consultas, a no ser casos
excepcionales que impliquen situaciones de riesgo. Habiendo hecho esta salvedad,
seguimos diciendo que en esta cuarta consulta, luego de haber tenido la primera con los
dos, y una con cada uno por separado, es momento de “poner las cartas sobre la mesa”, y
evaluar cómo continuar este proceso.
Será importante definir, en función de la información recabada, cuáles son las reservas
energéticas y afectivas con las que esa pareja cuenta para transitar el camino de rescatar
lo bueno y lo sano que tuvieron juntos; evaluar cuáles son los dolores de esa pareja, las
heridas que no pueden perdonarse y las facturas que se repiten en forma sistemática. El
proceso de trabajar por el rescate es fundamental para la salud del vínculo,
independientemente de cuál sea la decisión final.
Recorrer el camino de hacer todo lo posible con consciencia opera como un “seguro”
para esos momentos de nostalgia, si es que la separación es la decisión final. Lo que da
paz a nuestra alma es sentir que hicimos todo lo que pudimos en el acierto y en el error.
Dar el marco necesario para tomar una decisión con los pies en la tierra y con la mano en
el corazón es una responsabilidad a asumir como equipo cuando se acerca una pareja en
las circunstancias que sean, dando un paso difícil pero necesario para actuar
responsablemente en su vida y en su relación de pareja.
El ejercicio. Como verán, no hay texto que releve esta última consulta, ya que la
propuesta es que sean ustedes quienes evalúen esas reservas afectivas que entienden que
esta pareja tiene para enfrentar la crisis que está viviendo, así como también que puedan
estimar las amenazas que sienten que existen.
Para ello les propongo el ejercicio de tomar una hoja y dividirla en dos. En ella, harán
un listado de las fortalezas y otro de las debilidades de esta pareja, pensando en el futuro
de la relación. Cada uno elaborará por separado ese análisis con los elementos
presentados en el caso y pensando en cómo “Marcos y Sofía se perdieron por usar el
GPS”.
Finalmente les propongo que lo compartan, sin enjuiciar la opinión del otro, aceptando
que es probable que reparen en diferentes aspectos y que quizás el pronóstico que vean
en torno a las amenazas y fortalezas sea distinto. El solo hecho de hacer el ejercicio
supone ponerse en la misma línea y con humildad acercarse a las dificultades de otros
que quizás en algún punto nos hagan repensar en las propias.
223
LIBROS CONSULTADOS
ALCURI, ÁLVARO. Pareja ideal se busca. Montevideo: Aguilar, 2012.
BISCOTTI, OMAR. Terapia de pareja. Una mirada sistémica. Buenos Aires: Lumen,
2006.
BUBER, MARTIN. Yo y tú. Buenos Aires: Nueva visión, 1979.
DE BARBIERI, ALEJANDRO. Economía y felicidad: una vida con sentido. Montevideo:
Fin de Siglo, 2012.
- - - Educar sin culpa. Montevideo: Penguin Random House, 2014.
DE MELLO ANTONY. El canto del pájaro. Buenos Aires: Sal Terrae, 1982.
DUBOURDIEU,
MARGARITA.
Psicoterapia
integrativa
PNIE,
psiconeuroinmunoendocrinología: integración cuerpo, mente, entorno. Montevideo:
Psicolibros Waslala, 2008.
FABRY, JOSEPH. Señales del camino hacia el sentido. México: LAG, 2009.
FRANKL, VIKTOR. El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder, 2004.
- - - El hombre doliente. Barcelona: Herder, 1990.
FROMM, ERICH. El arte de amar. Buenos Aires: Paidós, 1992.
LUKAS, ELISABETH. Una vida fascinante. Buenos Aires: Editorial San Pablo, 2005.
ROGERS, CARL. El camino del ser. Barcelona: Kairós, 1995.
SINAY, SERGIO. Vivir de a dos. Buenos Aires: Del Nuevo Extremo, 2009.
YALOM, IRVIN. Mirar al sol. Buenos Aires: Emecé, 2008.
- - - El don de la terapia. Buenos Aires: Emecé, 2002.
- - - Psicoterapia existencial. Barcelona: Herder, 1984.
224
¿Estamos juntos cuando estamos juntos? El paradójico sentimiento de
desamparo que genera el estar en pareja, pero viviendo la soledad más
profunda, es más frecuente de lo que creemos. El modo de relacionarnos
está en crisis y con ello la salud de las parejas. ¿Qué pido y qué doy?
¿Cómo se perdió el amor? ¿Construimos una vida juntos o una empresa?
¿Cuándo se está a tiempo de recuperar la pareja? ¿Cuáles son las fuerzas
que están operando en contra? ¿Qué herramientas tengo a mi alcance para sanarla? ¿Es
posible recobrar la mística del encuentro con el otro? Estas y tantas otras inquietudes son
las que a diario recibe la autora, tras veinte años de consulta con personas que sufren,
temen, se lamentan y se sienten a la deriva, ahogados entre culpas y recriminaciones, sin
ver una salida. La psicóloga especializada en logoterapia Roxana Gaudio vuelca en estas
páginas casos reales y ejercicios prácticos para proponer aprendizajes y desafíos.
Quienes tienen dificultades en la pareja -cualquiera sea su tipo-, se sienten al borde de la
ruptura o les interesa cultivar la relación que llevan encontrarán en este libro una pausa
para mirarse y una guía para sanar ese vínculo tan preciado.
“Un libro necesario, que estoy seguro ayudará a muchos a cuidarse a sí mismos,
cuidando al otro."
Alejandro De Barbieri
225
ROXANA GAUDIO PIÑEYRO
Es uruguaya, licenciada en Psicología, egresada de la Universidad Católica del Uruguay
en el año 1995. Tiene, además, un posgrado en Psiconeuroinmunoendocrinología de la
Universidad Católica del Uruguay y cursó también estudios de posgrado en Psicoterapia
focal. Especializada en logoterapia y análisis existencial, desarrolla su actividad en el
área clínica centrada en adultos y parejas. Forma parte del equipo del Centro de
Logoterapia y Análisis Existencial. Se desempeña como consultora en formación e
inserción laboral en el área de juventud, discapacidad y género, desde el año 1998, en
organizaciones públicas y privadas. Asimismo es miembro del equipo asesor de la
Fundación Braille del Uruguay. Dicta talleres de logoterapia, desarrollo humano y
organizacional en empresas e instituciones sociales.
226
Primera edición: octubre de 2018
Edición en formato digital: noviembre de 2018
© 2018, Roxana Gaudio Piñeyro
© 2018, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Penguin Random House Grupo Editorial
Editorial Sudamericana Uruguaya S.A.
Colonia 950, piso 6. C.P. 11.100 Montevideo
Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright.
El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve
la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por
respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún
medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando
libros para todos los lectores.
ISBN 978-9974-892-76-7
Diseño de cubierta: Lucía Boiani
Conversión a formato digital: Libresque
227
Índice
Transformar la pareja
Epígrafe
Dedicatoria
Prólogo
Introducción
El foco en los vínculos
Me cuido, te cuido. Con el amor no basta
La condicionalidad de los vínculos
Enamoramiento vs. amor
¿Hiperyó? La construcción de un amor sano
La porfiada apuesta de cambiar al otro
Lo femenino y lo masculino
Cómo se construyen las parejas. Plataforma, contrato, lesiones
El mundo de cada familia. Los tuyos, los míos, "los nuestros"
La pareja como empresa
Las leyes de la física en el vínculo de pareja. Distancias, fuerzas y equilibrio
En los zapatos del otro. Dificultades en la comunicación
Construyendo intimidad. El contacto como pieza clave del encuentro
Cultivar la pareja. Factores protectores
Cuando es hora de separarse
La saludable elección de reeditar proyectos, construir sueños y atesorar
recuerdos
Anexo. Ejercicios
Libros consultados
Sobre este libro
Sobre la autora
Créditos
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Índice
Transformar la pareja
Epígrafe
Dedicatoria
Prólogo
Introducción
El foco en los vínculos
Me cuido, te cuido. Con el amor no basta
La condicionalidad de los vínculos
Enamoramiento vs. amor
¿Hiperyó? La construcción de un amor sano
La porfiada apuesta de cambiar al otro
Lo femenino y lo masculino
Cómo se construyen las parejas. Plataforma, contrato, lesiones
El mundo de cada familia. Los tuyos, los míos, "los nuestros"
La pareja como empresa
Las leyes de la física en el vínculo de pareja. Distancias, fuerzas y
equilibrio
En los zapatos del otro. Dificultades en la comunicación
Construyendo intimidad. El contacto como pieza clave del
encuentro
Cultivar la pareja. Factores protectores
Cuando es hora de separarse
La saludable elección de reeditar proyectos, construir sueños y
atesorar recuerdos
Anexo. Ejercicios
Libros consultados
Sobre este libro
Sobre la autora
Créditos
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2
4
5
7
9
13
29
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