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Selección poemas de Teresa Wilms Montt

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Selección poemas de Teresa Wilms Montt
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Inquietudes sentimentales, 1917 (Bueno Aires)
II.
Paseaba por el camino somnoliento de un atardecer.
Los árboles otoñales, con sus brazos descarnados levantados al viento, tenían
no sé qué gesto trágico de súplica; y las montañas, rojas de ira bajo el sol de ocaso, amenazan
derrumbarse sobre el río manso como una mujer enferma.
¡Naturaleza!
Alma que yo siento dentro de mí y que no es mía. Yo te comprendo en tus enormes y secretas
grandezas.
Como penetro en la belleza del astro rey, así observó, también la tragedia sentimental de la
yerbecita que quiere ser árbol y lucha con las patas del animal, con las ruedas del carro, con
la indiferencia del hombre, y por último muere triturada en el hocico de un pollino.
Naturaleza, si eres benévola para el que nace grande, ¿por qué no lo eres también para el que
nace miserable?
Nada me puedes esconder, Naturaleza; porque yo estoy en ti, como tú estás en mí: fundidas
una en la otra como un metal transformado en una sola pieza.
Eres mía, Natura, con todos los tesoros que encierran tus entrañas.
Mío es el oro que brilla fascinado a los gnomos en el fondo de las minas;
mía la plata que, complot contigo, prepara macabros planes para hacer que los hombres se
destrocen; mío es el brillante majestuoso en su sencillez; mía tu sangre de lava que chorrea
hirviente en los volcanes; mías tus flores y tus lagos divinos; mías tus montañas y valles; mía
eres tú Naturaleza, porque mis pies han echado raíces hasta traspasar el globo y te he extraído
la savia.
Mías son también tus miserias, míos tus infinitos dolores de madre; mía la cuna de Momo y
la guarida de la Muerte…
He crecido nutrida de tu savia hasta sentir que mi cabeza se erguía altanera y miraba al
infinito, como al hermano menor del pensamiento.
XV.
Amar quisiera y, en un supremo esfuerzo, atravesar los espacios infinitos.
¡Amar y morir de amor!
Sufrir y doblarme hasta tocar la tierra, como el gajo quebrado de un árbol.
Vivir quisiera, y en ansia de poseerlo todo… morir quisiera.
XXIX.
Descorro la cortina del pasado y recuerdo…
Está enferma; está con fiebre y delira.
Su manito ardiente, abandonada sobre la mía, tiene la dulce confianza de
un pájaro en su nido.
El cuerpecito dolorido sufre temblores de una hoja al viento.
Nada quiere. Sus ojos azules, como dos milagros del cielo, miran lejos,
olvidados del mundo exterior; están tal vez en el lecho de los zafiros, lugar
donde nacieron.
He desparramado sobre su camita todas las ternuras, que la han cubierto
con una tibieza de sollozo.
Ahora me mira, y su mirada de ensueño tiene la claridad celeste de la emoción.
Esos ojos poderosos elevan mi alma, desde el fondo de la amargura a la
superficie de la vida; de la vida que no quiero, de la vida que desprecio.
<<Aquí estoy, me dicen; vive para mí>>.
No escuché esa sublime exhortación, y perdí para siempre esos ojos que suavizaban mi alma,
como el vendaje amortigua el ardor de la llaga.
Pasa la vida, mi vida trunca de fantoche pordiosero de amor; y ella, la criatura
divina, arrancada de mis brazos por la garra feroz del destino, ignora mi dolor.
Ella también sufre sin saberlo, porque el duelo hace del más grande amor
una sombra invisible y helada de su corazón.
Dos palabras, las más enormes que ha creado el lenguaje, podrían unirnos pero nadie las
pronunciará porque la indiferencia ha enmudecido los corazones.
Ella y yo, separadas por el mundo y unidas por el sublime amor del alma,
moriremos aguardando piedad.
XXXIII.
Anuarí, no he visto hoy tu espiritual belleza y estoy sedienta de ella.
Eres el manantial más puro de amor y de arte, donde yo sacio mi sed de idealismos.
Cuando me infiltras tu luz, siento en mí la primavera con todas sus musicas de suspiros y su
brotar de flores.
Anuarí, cuando me me dejas, solo tengo energías para escarbar la tierra, ávida de encontrar
mi fosa.
Si fuera posible dormirse sintiendo alrededor el aleteo de la vida como un ensueño…
Sí el alma pudiera zafarse de los corpóreos lazos y vivir en el aire como los átomos,
volviendo al mundo solo en los momentos de dicha…
¿Será soñar el morir, o será la muerte un sueño que hiela de espanto?
¿Verdad que nosotros no tenemos alma y que sólo hay en el Universo un alma enorme, y que
es toda del que siente, y es muda para el que la ignora?
Sí, Anuarí; esa alma, cuando la buscamos, viene a nosotros y se nos da, ahogándonos en una
profunda noria de misterios, de sensaciones inmensas.
Esa alma me la has traído tú, como un presente riquísimo en los brazos del amor.
Anuarí, ¿Por qué no me has dado la tibieza de tu mirada; por qué me dejas sola en las garras
sangrientas del hastío?
XLII.
Si enmudeciera el globo terrestre y dejara de rodar por los espacios, la fuerza
de mi dolor lo haría reanimarse, como se reanimaría el lago muerto, si
desembocara en él un río.
XLIX.
Mundo. Si a mis ojos no se les hubiera agotado el llanto, ellos se derramarían
para conmoverte hasta formar una vertiente donde tú pudieras apagar tu sed
inextinguible de crueldad.
Mundo, si pudiera hacerte comprender toda mi amargura, no vacilaria en partirme el corazón
y tirarlo a tus pies.
Pero ya sé que la Piedad es una frase, como sé también que el Dolor es para ti una mentira.
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En la quietud del mármol. 1918 (Madrid)
IV.
Reposa tranquilo, Anuarí. Seré siempre tuya. He hecho de mi cuerpo un templo,
donde venero tus besos y tus caricias, con la más honda adoración.
Llevo clavada, como un puñal, tu sonrisa en el punto donde se posan mis ojos; esa sonrisa
con los dientes apretados, que hacían de tu boca un capullo sangriento, repleto de blancas,
relucientes semillas.
Anuarí. Tu sonrisa es una obsesión destructora que mata todas mis risas, tu sonrisa provoca
en mi mente la inquietud del relámpago en medio de la noche.
Es veneno de nácar que se destila en mi corazón hasta paralizarlo.
XI.
Se mueven las cortinas y tiembla la luz. Con toda la intensidad pregunto a la noche si eres tú
el que anima esas cosas.
Anuarí.
De espaldas sobre mi cama, solo oigo el furioso golpear de mi corazón dentro del pecho.
Todo lo que me rodea está empapado de misterio. Los muebles hablan entre sí de trágicos
secretos; las puertas se quejan de sus umbrales siempre enigmáticos, a la espera de alguien
que nunca llega; y en la lámpara me parece adivinar una muda desesperación.
Los retratos me miran con una desgarradora expresión de pena. ¡Anuarí, Anuarí!
Ya sé que mi grito se pierde sin eco en el impiadoso abismo de la nada,
pero para no sucumbir no puedo dejar de llamarte, aferrada a una ilusión que no existe.
XXI.
¡Anuarí, Anuarí! Mi boca ya no puede llamarte, sin que un desolado sollozo corte mi voz.
Anuarí, mis suspiros son como los vientos que precipitan en el encuentro de las nubes; son
esas olas que van hinchándose a medida que se acercan a la playa, para reventar violentas,
envolviendo la espuma a las altivas rocas.
Anuarí. Una tempestad desencadenada ruge dentro de mi ser.
Me revelo de la vida; insulto al miserable destino, que me ha arrancado
todos mis amores en capullo, cuando había saboreado todavía su fragancia
ni me había embriagado su narcótico sublime.
Mis ojos, desmesuradamente abiertos, miran un horizonte negro. He quedado espantada en el
umbral de la vida, con una gran pregunta sofocada en mis labios por el horror de la catástrofe.
XXXV.
Anuarí. Hasta pronto. Desde aquí mis pensamiento irán a ofrecerse a ti cruzando
los mares; desde aquí vigilaré tus restos con el más inmenso y fervoroso recuerdo.
Pronto nos encontraremos, amor mío.
Mi cabeza es un abismo de dolor donde mis pensamientos ruedan, sin detenerse, como ágiles
piedras.
Trato de meditar y mis cogitaciones se ahogan y ruedan como cuentas oscuras
en el despeñadero de la nada.
Sólo existe una verdad tan grande como el sol: la muerte.
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Anuarí, 1918 (Madrid)
VI.
En la luz del crepúsculo el cristal de la ventana me devuelve el reflejo de mi cara.
Remango la boca en una sonrisa y veo la calavera a través de la carne transparentada.
Caen lacios mis cabellos pegados a las sienes como un cortinaje de cenizas doradas.
En el fondo de mis ojos se ahoga el pensamiento ahondando en las profundidades del cráneo,
como puntas negras que horadan.
Sombra, silencio, nada existe para saciar la inquietud de mi lámpara vital.
En sueños vive su mundo en mi espíritu, invocando a la muerte hermana, vagabunda y eterna.
XIV.
Una noche en la oscuridad me senté frente al espejo. Pesaba sobre mis espaldas la mirada de
todas las cosas, la mirada extática del tiempo.
Como el paso de la luna sobre aguas dormidas, iluminóse de pronto el espejo y en su fondo
insondable vi el cuerpo muerto de Anuarí.
Gigantesco lotus surgió del sudario la mano del corazón, tan agrandada como una sombra en
la pared.
Anuarí, amado.
¿Por qué te ha crecido tanto la siniestra?
¡Oh, mujer que yo amé!
Para vivir mi espíritu en las regiones del misterio necesita nutrirse de almas que habitan
cuerpos mortales.
Y esta mano mía se agranda de hurgar, de robar lo mejor de los corazones
que me han amado en vida.
Anuarí. Te amo, llevate mi vida.
Palideces dia por dia, mujer que yo amé, y el círculo de tus ojeras son dos marcos de ébano
para el azul de tus ojos.
La mano mía es de terciopelo, no la has sentido cuando te robaba.
Me ofreces el cofre sin darte cuenta de que mi imán se devoró la joya.
Anuarí, Anuarí, Grité de angustia estranguladora.
El espejo se pagó y sentí glacial sosiego dentro de las cosas.
Algo brusco perforó mi esqueleto.
Mis días están contados.
En la soledad de mis pensamientos, oigo cavar mi fosa.
XVII.
Llega todas las noches a mi alcoba.
Sin tener ojos me mira, sin tener boca me habla, y su mirada y su voz son tan hondas como el
silencio de los sepultados.
Está muy lejos, y está conmigo, piensa en mi cerebro y llora en mis lágrimas. Cuando
procedo mal, Anuarí castiga mis huesos, atravesandolos del hielo
de una carcajada sin dientes.
FIN.
¡Anuarí! ¡Anuarí!
Espiritu profundo, vuelve del caos.
Torna en misteriosa envoltura, huésped de mis noches glaciales.
Que tus dedos de sueño poseen sobre mis párpados desvelados.
Cierralos, Anuarí.
Veneno sublime, da muerte a mi cerebro aterrado.
Quedate sobre mi fosa sonriendo enigmático.
Sonrisas de ultratumba, sombra y luz, sonrisa tremenda que me ha aniquilado.
¡Espíritu profundo, vuelve del caos!
Se han muerto todas mis flores, solo queda para tu hambre la sangrienta
herida de mi corazón partido.
Anuarí, Anuarí, ¡sucumbo en el torbellino de los astros locos que se precipitan!
¡Vuelve del caos!
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