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© Del texto: 1995, JORDI SIERRA i FABRA
© De esta edición:
1995, Santularia, S. A.
Juan Bravo, 38. 28006 Madrid
Teléfono (91)322 47 00
«Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. de Ediciones
Beazley, 3860. 1437 Buenos Aires
»Agui!ar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. de C. V.
Avda. Universidad, 767. Col. Del Valle,
México D.F. C.P. 03100
ISBN: 84-204-4874-5
Depósito legal: M-26.092-1997
Primera edición: 1995
Quinta reimpresión: julio 1997
Una editorial del grupo Santularia que edita en
España • Argentina «Colombia • Chile * México
EE. UU. * Perú » Portugal» Puerto Rico • Venezuela
Diseño de la colección:
JOSÉ CRESPO, ROSA MARÍN, JESÚS SANZ
Impreso sobre papel reciclado
de Papelera Echezarreta, S. A.
Printed in Spain - Impreso en España por
Unigraf, S. A., Móstoles (Madrid)
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo
ni en parte, ni registrada en, o transmitida
por, un sistema de recuperación de información,
en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso
previo por escrito de la editorial.
Nunca seremos
estrellas del rock
PRIMER DÍA
Sólo porque seas un paranoico
no significa que no vayan a por ti.
Territorial Pissings
Kurt Cobain - Nirvana
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«su- ,'-»>>t»V
Vi
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Sueño
T
iu
uve un sueño hace un par de semanas, puede que
menos. Un sueño... ¿cómo explicarlo? Si digo que fue jodido
parece como si sólo hubiera sido una pesadilla, y en realidad
fue demoledor. Esa clase de cosas que te pegan fuerte.
Despierto o dormido acaban dejándote... bueno, ya
me entendéis: ¡Push!
Imaginaos a un tío con cara de trauma psíquico, y a
MI lado, uno de esos bocadillos de viñeta de comic que dice:
¡l'ush!
Así estaba yo.
Caminaba por un cementerio, pero no me sentía melancólico o asustado. Era un lugar hermoso, agradable, lleno
</c ¡xiz. El lugar en el que uno querría descansar eternamente
M ii¡ morir no le incineran. Entonces me puse a mirar todas las
nimbas, todas. Ahí estaban Cobain, Morrison, Lennon, Hen< / M \ los demás. Tumbas llenas de vida, ¿captáis el contrasentido'.' Tumbas de colores, llenas de flores, cubiertas de pintadas
<li' iirriba abajo, preñadas de la devoción de los irreductibles,
iniin¡ni' cu ese momento sólo yo estaba allí. Por el suelo casi
verse las huellas de todas las lágrimas derramadas a
t/cl tiempo. Las lágrimas de la legión de los desesperailt'.\licredados que aún gritaban y se lamentaban. «Kurt,
to cabrón, te necesitábamos», «Jim, sé que estás ahí, en
¡xirte, llámame», «Te quiero, John, espérame», «¿Por
<lii<' !<• luisli', Jimi?». Pintadas llenas de sentido y sentimientos.
Y no sólo estaban las tumbas de los que se fueron,
\in<> ih' li>.\ un día lo harían, Clapton, Reed, Jagger, Bo\\-n- Mi < 'nrlncy...
Iodos los hermanos, los colegas, los que valían algo
\ l<n'\i'iiinb(in algo descansaban allí por los siglos de los
Ht'/i'V
ll
10
Todos menos yo.
encontré mi tumba.
Ahí estaba la cosa, que no
conseguirlo, que
como a.supe que no iba a
Así fue
siempre sería un mierd
\
.•
1
el cráneo del hombre
J chocar el cascote contracido.para él. Fue como
lar, descono
isibles
se escuchó un rui do singu
y como si el roce de las inv
si crujiera una caja vacía nas perceptibles, salvo para ellos
astillas expandiera ecos ape r el pequeño universo que les
víctima, po
dos, el agreslaorpeynuJamb
ra.
en
rodeaba
.
ión
sac
sen
a
Lm
a cámara
caer, de forma pesada, tan
Esperó, y le vio
.
las
ícu
pel
lenta como sucedía en las
eternidad en llegar al suelo.
De hecho el tipo tardó una o, pero no inmóvil. Tuvo
Luego se quedó allí, tendid a la noción del peligro,,
belándose
un espasmo y se agitó. Re ervivencia, consiguió revolversup
movido por el instinto de boca arriba. Le miró, con restos
ar
ed
qu
y
o
sm
mi
, y él
se sobre sí
una mirada fija e incrédula
de consciencia pegados en para lanzarle un segundo y deci- •
e
in- .;,
levantó de nu ev o el cascot
quedaron atrapados por la
s
do
los
,
ces
ton
En
.
lpe
sivo go
tensidad del acto.
caído. La sorpresa en los
El pavor en los ojos del
suyos.
El hombre no lo entendía.
ía hecho.
Y él sólo sabía que lo hab
esario rematarle. Le basComprendió que no era nec
y sumiedo y derrota, abandono
tó con verle la expresión de tó su brazo derecho para protean
misión, a pesar de que lev.
gerse. Un gesto defensivo
-Quieto -dijo él.
mano izquierda, y con la
vSostuvo el cascote con lallo interior de su chaqueta.
el bolsi
derecha buscó la cartera en lugar. No perdió el tiempo exasu
de
iró
ret
La encontró y la
su cazala guardó en el bolsillo de
minando su contenido. Se hombre que pudo ver las arrugas
dora. Estaba tan cerca del
los cabeento, calibrar su edad por
gris y
de su rostro, aspirar su ali
ma
for
a
No era más que un
llos blancos de sus sienes. sición al rojo de su sangre que
po
desconocida. Gris en contra
II
oco sinun a sobre el asfalto. Tamp
r una lag
a forma
empezaba
lo.
tió nada, ni bueno ni ma
o y se levantó.
Arrojó el cascote a un lad
onó, imprevista e inespeEntonces el hombre reaccitó de derribarle o retenerle,
rna, tra
radamente. Le agairó la pie uiera habló. El suyo fue un gesto
siq
tan
Ni
.
imposible saberlo,
oico, seguramente estúpido
absurdo, probablemente her
una
barazarse de él. Le bastóabr
aNo le costó mucho desem
su
segunda patada, ya libre de menpatada, un empujón y una
eri
exp
do estómago. Con ella
zo, dirigida a su desguarnecie quiso hacerle daño, castigarle.
s: furia. De repent
tó algo má
Matarle.
Sus
mbre empezó a llorar. san
Pero no hizo nada. El ho
la
o
com
z
ide
gu
con tan ta lan
te
lan
de
r
po
an
caí
as
o.
rim
rot
lág
de la nuca. Se le ad ivi na ba
gre lo hacía por la brecha
pudo
no
ya
y
lo,
sue
re el
Acabó derrumbándose sob
vió
mo
ra
más, ni siquie
mente quiso int en tar na da
ble
ba
pro
ni
un dedo.
Volvió la calma.
alees de dar media vuelta yafí
o,
Lo últ im o que hizo él ant
des
o
im
últ
un
o despacio como
jarse, sin correr, caminand , muy cerca de la cara del caído.
11 u- escupir, ostentosamente
tan sólo un gesto
lo hizo por desprecio. Fue
no
ro
Pe
o.
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íus lin
na de mierda.
Como si tuv ier a la boca lle
4¿.'
cartera que
r el contenido de la
1 ardo en ex am ina
placer de
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má
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ba el dinero, pe
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Cuaner que era capaz de hacerlo.
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en ello, le surgieron dos rea
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abl e que una sometiera a
i mi li íip ucs lns , y era ine vit
ción.
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ón era la de respeto y tur
tjii e In ven cie ra. Una reacci era de osadía y decisión. Si no
JNi iiic ii hab ía rob ad o. Otra rced de los lobos. Así que pu do
me
k'n iiN i'^i iiii din ero est arí a a nci a, el fuego que le dominaba y
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sup
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salida
ya le cat ap ult ab a hacia Ja
nd o, y que
.i por tieile
iHi pM Jiihiid
o.
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sí
It1 IM pos illi i y
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lo cua nd o se actuab. a sen cil
Iod o ora lan sen ciledo
ias
ust
ang
Sin pri sas , sin mi s, sin
Sr xiM ilfíi bie n, lib re.
12
Iba a detenerse, para ver de cuánto dinero disponía,
cuando vio en el extremo de la calle al coche patrulla.
Continuó caminando, sin tratar de esquivarles, pero
hurtándoles su rostro y su imagen con el abandono de cualquier persona a primera hora de la mañana, dirigiéndose a un
punto cualquiera, escolar o laboral. Mantuvo la cabeza gacha, casi caída sobre el pecho, arrastró los pies y fingió mirar
un escaparate al cruzarse con ellos. Sintió sus miradas en su
cuerpo, pero nada más. El coche patrulla se alejó en dirección opuesta y él deseó gritar, soltar toda la furia contenida
que debe explotar tras los momentos de tensión.
Por fin se detuvo en la entrada de otra tienda, todavía
cerrada, y extrajo la cartera recién robada. La abrió y estudió
su contenido sintiéndose menos victorioso. Dos billetes de mil
no daban para mucho, así que el esfuerzo no era proporcional a
los resultados. Encontró también una tarjeta de crédito de La
Caixa, pero por ningún lado un número que pudiera ser el que
permitiera el acceso a su cuenta en cualquier cajero automático. El resto..., trivial, fotografías de una mujer y unos niños, un
carnet de identidad, un par de tarjetas, una carta sellada casi
treinta años antes en la que se comunicaba al hombre que había sido declarado inútil y no iba a cumplir el servicio militar.
Comprendió que la conservara como recuerdo.
Cerró la cartera, con todo dentro menos el dinero y
la tarjeta de crédito, y abandonó el amparo de la tienda, Al
pasar por una papelera la arrojó a su interior. Alguien iba a
ganarse una propina si la encontraba.
Eso le hizo sentirse solidario.
No llevaba reloj. Nunca llevaba reloj. Odiaba la dependencia del tiempo y cuanto supusiese vivir pendiente de
unas manecillas implacables. Lo consideraba impersonal.
Pero no tuvo que preguntarle la hora a ningún transeúnte. En
la misma fachada de un banco vio lo que necesitaba y comprendió que las calles se estuviesen llenando tan rápido. Comenzaba el día, otra jornada, la noche hacía ya rato que había
dejado paso a la luz. El hombre al que acababa de robar no
era más que eso, una de las primeras ratas de lo cotidiano.
Se detuvo para orientarse.
Se dio cuenta de que caminaba sin rumbo.
No le costó demasiado orientarse. Girona siempre le
pareció una ciudad pequeña. Tal vez por eso le gustaba. Pequeña y confortable, cálida, aunque ahora la sensación de pequenez le incomodara. Cuanto antes se largara...
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Largarse, claro. La idea fue tan reveladora como lomea.
Después de todo llevaba huyendo desde hacía mucho, una hora o más.
Pero antes tenía algo que hacer, así que se puso en marcha a buen paso cambiando de repente el curso de su camino.
3
casa parecía tan tranquila y solitaria como otras
veces. Era como si en su interior, en sus tres reducidas plantas, no viviesen más que fantasmas, o personas tan silenciosas y poco presentes que pudieran materializarse y desmaterializarse a su antojo, sin tener que salir por la puerta de
entrada o dejarse ver por las ventanas. Cuando estaba allí con
ella, en esa puerta o en su proximidad, nunca tenía miedo de
que les sorprendieran. Podían hablar, esperar, confiar.
El problema era que había esperado demasiado.
Ahora ya no tenía tiempo.
Vaciló sin saber exactamente qué hacer ni cómo. Llegó hasta el mismo portal, pero no lo cruzó. No tenía sentido.
Después atravesó la calzada y llegó a la otra acera, desde la
cual levantó la cabeza para mirar a las ventanas del tercer piso.
Ningún movimiento. Todavía era temprano. Todavía fallaba
un poco. Pero no podía quedarse allí, en plena calle, esperando. Demasiado riesgo. Decidió meterse en el bar de la esquina.
I .u la calle de Neus, como en las películas, había un bar en la
esquina. Un sitio perfecto para esperar, observar, controlar.
Llegó hasta su objetivo y entró en él. Un vaho de cali u y olor le golpeó el rostro. Nadie le miró. Una docena de
|i.uioí|iiianos bebía su primer café de la mañana y devoraba
el primer alimento del día en forma de bocadillos o tapas de
ii M I i l l a de patatas. Las mesas también estaban llenas. Se que> li 1 1 viva de la puerta, mirando hacia el portal de la casa, y esprin ;i que el camarero, un chico espigado y con cara de chisi' f dirigiera a él. Lo hizo en menos de diez segundos.
-¿Que va a ser?
1 In cacaolat.
¿Caliente?
Natural.
Se lo sirvió y le pagó inmediatamente, para evitarse
• I - -i'"' las prisas. Le entregó uno de los billetes de mil hur-
14
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tados al hombre del callejón y esperó el cambio dando los
primeros sorbos a la bebida. Pensó en la necesidad de ingerir
también algo sólido, pero decidió hacerlo después, más tarde.
No comía nada desde,., sí, la comida del día anterior. No había cenado.
Con el cambio en su poder y el vaso ya medio consumido, volvió al ventanal exterior del bar. Desde allí mantuvo su vigilia, su espera. No disponía de tiempo, pero necesitaba estar allí. Siempre el maldito tiempo.
Los fantasmas de la casa también mantuvieron su silencio y su ausencia.
En un mes podían pasar muchas cosas. A veces incluso en una semana. O en un día.
Demasiadas.
-Disculpe, señora, ¿sería tan amable de decirme la
hora que es?
La mujer se detuvo, frenó su atribulada carrera, con
el carro de la compra sujeto a su espalda, como quien tira de
un perro dócil. Tai vez no le gustara lo que vio, pero el tono,
la cortesía, habían sido extremas. Elevó su muñeca izquierda
a la altura de sus ojos miopes y se lo dijo.
-Gracias, muy amable -la correspondió él.
Volvió a caminar por la acera, arriba y abajo, preocupado, furioso, incómodo. Empezó a preguntarse qué estaba
haciendo allí, por qué estaba allí y en qué momento había decidido que ella era más importante que su propia persona y su
libertad. Cada minuto que pasaba era...
Se detuvo en seco al verla aparecer por el extremo
más alejado de la calle.
Siempre le había parecido especial, pero esta mañana, en aquel instante, la apreciación fue superior a todo lo conocido o experimentado con anterioridad. Tal vez fuera su
imagen mágica, el momento, las circunstancias o el hecho de
vrrla desde tan lejos, porque no les separaba la distancia de
l.i ral/ada, sino una superior. Se dio cuenta de ello en ese preciso punto de inflexión.
Por esta razón no se movió.
Deseó que ella le viera, pero él no se movió.
lil rostro de Neus era inexpresivo, blanco como la
i n.i en contraste con la negritud de sus cabellos, caídos con
hluTiad hasta más allá de la mitad de la espalda. Se le adivin.ili.i el sueño pegado a los párpados, porque sus ojos parei LID no ver más que el suelo que se disponía a pisar, paso a
I M M I Sus labios destacaban como una mancha de color en su
' ,11.1. ln mismo que el óvalo de sus facciones, la breve nariz o
l,i luí b i l l a puntiaguda que hendía el aire con cada movimienin I l i - \ a b a la carpeta apretada contra el pecho con ambos
I H U / O S cm/ados sobre ella, como solían hacerlo las chicas,
i 1 lino si (ciñiera que la generosidad de su pecho pudiera ser
n i n i i v o de asombro. En cambio su cuerpo era menudo, de
• i n n i i . i breve y piernas delgadas. Tal vez fuera una fotocopia
i l i • u . i l i i n i c i a de las miles de chicas de su misma edad -dieciiili ir dieciocho años-, pero para él Neus tenía todos ¡os coloM
M < l i I .neo iris, y eso la hacía única y diferente.
o.
Tiempo
''uiero pararme un minuto.
..le dicen que haga cosas, pero ¿cuáles? Necesito
un minuto para escoger una dirección, si voy a comerme una
pizza llena de queso o una hamburguesa bañada en ketchup.
Es importante. Incluso la pizza puede tener veinte sabores, y
no es fácil de escoger. O la hamburguesa. ¿!M quieres con lechuga y aros de cebolla o con cualquier otra de las mierdas
que le ponen ?
¿Por qué no dejan de empujarme?
Oh, sí, ellos van y se sientan y chasquean los dedos
y ya saben lo que quieren. Su cerebro y su corazón van coordinados. Respiran por inercia. Pero hay otros que necesitan
saber que respiran, sentir el aire entrando y saliendo. Son
los que necesitan pararse un minuto.
Aunque por detrás venga la turba, la masa sin rostro, empujando y empujando.
Por Dios, sólo un minuto.
Pero de mi tiempo.
Porque mi tiempo no tiene nada que ver con el
vuestro.
¿, X si estuviese enferma?
¿Y si hubiese pasado la noche fuera, en casa de una
amiga, estudiando con ella? A fin de cuentas, en junio había
exámenes, ¿no? Era tiempo de jodidos exámenes.
16
17
-¡Neos!
El grito no sonó hacia afuera, sino hacia adentro.
Ningún sonido hirió el aire de la mañana, y ella continuó caminando, a buen paso, con nervio. Llegó hasta el punto de
mayor proximidad con relación a él, pero desde ese momento
la distancia aumentó mientras dejaba de verle el rostro para
empezar a verle la espalda. Al doblar la esquina desapareció
como si hubiese sido una ilusión.
Tal vez lo fuese.
Se sintió burlado, pero ni aún así reaccionó.
El único sentido que tenía estar allí era verla, no hablar con ella. Lo comprendió mientras se obligaba a sí mismo
a moverse de nuevo.
Debía aprovechar sus escasas oportunidades.
Bajó la cabeza y se puso en marcha siguiendo una
imaginaria senda en dirección diametralmente opuesta a la de
la muchacha.
dejó hacer a él, para que probara. Y resultó sencillo. La descarga energética aumentó. La adrenalina se disparó.
No había vuelto a ver al colega, pero tampoco había
vuelto a robar un coche.
Estudió los automóviles aparcados en una calle solitaria. Lo esencial era hacerlo despacio, con eficacia, y para
ello se necesitaba soledad. En segundo lugar, escoger un coche discreto, del montón, y que no tuviera alarma. A cualquiera le gustaba conducir un Porsche o un japonés estridente, o un BMW. Pero nadie le prestaba atención a un simple
Seat, así que optó por un Seat. Había cuatro en un tramo corto y escogió el de color rojo. Un detalle. Lo único malo era
que no tenía nada adecuado para abrir la puerta.
Hacía calor, buen tiempo, a las puertas del verano.
Podía ir con la ventanilla abierta.
Se apoyó en la pared, miró a derecha e izquierda, y
descargó su pie derecho con toda potencia sobre el cristal de la
ventanilla del lado del conductor. El cristal saltó hecho añicos,
desmenuzándose como un rosario de cuentas de vidrio. Sin
perder un segundo metió la mano dentro, abrió la portezuela y
se sentó en el asiento, sin preocuparse de un posible corte.
Musco el contacto, arrancó los cables e hizo el puente en menos de un minuto. No se dio cuenta de que estaba sudando y de
que su corazón latía como un émbolo a presión hasta que vio el
li-iiihlor de sus manos al fallar las dos primeras veces la puesta
rn marcha del vehículo. Lo del hombre había sido más fácil.
Desaparcó con nervio, golpeando al coche de atrás y
¡il de delante, con el guardabarros, al hacer la maniobra final.
I ucf.o enfiló la calle hasta desembocar en la avenida, y tras
clin busco otra calle solitaria en la que detenerse un par de
iimmlos. Cuando la encontró, bajó y limpió el interior de
< ir.tak's, minuciosamente, sin dejar ni uno, retirando tamliini los de la ventanilla. Una vez concluido el trabajo se puNI» ilc nuevo en marcha, más confiado.
Incluso pensó que feliz.
Iba a conseguirlo.
\J n amigo, un colega de oscuro pasado, le había
enseñado un día cómo se robaba un coche. Eran ios tiempos
en los que él aún se asustaba por todo, así que la experiencia
se le antojó muy fuerte. Le conoció en un bar, escuchando a
Nirvana, y los dos terminaron enrollados, agitados por la descarnada fuerza de aquella música capaz de transgredir el
equilibrio de las entrañas. Al salir, el amigo le preguntó si
quería dar una vuelta, y él dijo que sí, creyendo que estaba
motorizado. Cuando vio que el otro se detenía junto a un coche, sacaba una varilla de hierro, la introducía por el hueco
del cristal y lo abría, comprendió de qué iba el asunto, pero
ya no se echó atrás. No quiso que el colega pensara que era
un cagado. Una vez dentro le vio hacer un puente como
quien aliña una ensalada, con la precisión de la práctica y el
detalle de la experiencia.
Dieron una vuelta por la ciudad y los alrededores,
hasta la Costa Brava, cargados de adrenalina, desafiando al
mundo, y cuando la gasolina se acabó, abandonaron el vehículo sin preocuparse de nada más, en mitad de un paso de
peatones, para que allí un guardia le pusiera una multa o la
grúa municipal se lo llevara. Como estaban lejos, robaron
otro coche para regresar. Fue entonces cuando el colega se lo
6
I
B,
>uscó una salida de Girona, sin importarle cuál, y
I.i ,ili .ni/o por el norte, conduciendo despacio. Debía de
(un n iM". o fiiatro meses que no cogía un volante, y necesita-
19
18
ba familiarizarse con aquel trasto. Se le caló tres veces antes
de encontrarle el punto al embrague. Ya no hubo una cuarta.
En un semáforo examinó las casetes de la guantera, sin encontrar nada decente. El dueño del coche era un clásico. Música instrumental, piano, algo de cantautores españoles, cubanos y demás especies raras y horteradas típicas como el
Guerra. Nada de provecho. Comprendió que no tuviese un
radio-casete extraíble al ver que, en primer lugar, era de mala
calidad, y en segundo lugar porque lo tenía reforzado con barras que hacían bastante complicado su robo. Puso la radio y
buscó una emisora donde emitieran algo decente. Cuando la
encontró se sintió mejor.
Siempre se sentía mejor envuelto en música.
Salió de la ciudad, sin nimbo, y no se detuvo hasta
que se encontró en un cruce donde se vio obligado a decidir.
Al Norte, la frontera y Francia. El Este, la Costa Brava. Al
Sur, Barcelona. El Oeste no existía. Ya ni existía en las películas. Ningún camino llevaba a ninguna parte en el Oeste.
Un claxon le presionó por detrás.
Sacó la mano por la ventanilla, con el puño inicialmente cerrado, y con ella fuera extendió súbitamente el dedo
medio hacia arriba.
Se escuchó un segundo bocinazo, éste más largo,
irritado, y una voz.
-¡Cabrón!
Giró el volante a la derecha, enfilando la Costa Brava, al tiempo que sonreía pasando del airado conductor que
le seguía, ya que comprobó que imitaba su acción. Le adelantó a los pocos metros y pudo verle la cara de rabia. Esta vez
no entendió sus gritos, porque la música y el tronar de los dos
motores se lo impidió. Pero no perdió la sonrisa, y ello aumentó la ira del otro. Demasiada ira. Se encontró con un camión por delante y apenas tuvo tiempo de reaccionar, dar un
volantazo y meterse en su carril, acabando el adelantamiento.
Luego pisó a fondo y se distanció.
-Imbécil -susurró.
Un par de kilómetros después vio los restos de uno
con menos suerte. Un coche volcado, con la panza para arriba, ennegrecido por las llamas que le habían devorado, y situado como un pájaro de mal agüero a un lado de la carretera.
Todo parecía muy reciente.
Instintivamente pisó más el pedal del gas.
-¡A la mierda! -dijo.
Imágenes
C,
- uando veo en la tele anuncios de. lías y tíos hablando de sus desgracias después de haberse sacudido una
santa leche en el asfalto, me pongo enfermo. No por lo que
les toca pasar ahora, si no por el miedo que quieren meterte
en el cuerpo a ti, que suena a venganza tanto como a consejo
de santo pasado. Jugaron, apostaron a un número equivocado, y les salió mal. Eso es todo y punto. Pero nadie dice que,
total, casca uno de cada cien o doscientos mil que van de
marcha un viernes o un sábado por la noche. Más infartos da
el cañazo de la «vida moderna y superactiva». «¡Haz algo!
¡No pares! ¡No descanses! ¡Estáte siempre ocupado! ¡Esta
es una sociedad competitiva y has de prepararte para luchar! ¡Si no peleas te vas a quedar airas! ¡Si no muerdes te
muerden! ¡Estudia! ¡Trabaja al ciento cincuenta por ciento o
alguien te quitará el puesto! ¡Prepárate!.» Genial, tú. Y los
<¡ne montan las campañas, tanto como los afectados, me producen sarpullidos. Los caparía a todos. ¿De qué van? Sí,
desde luego es una venganza: «Jódete, cabrón. El próximo
lia de semana pensarás en mí. ¿A que he quedado guapo?»
Debieron darse muy fuerte. Leñazos de mucho cuida,lii •' Itebí más de la cuenta y...», «No creí que me pudiera pa\iii ¡i mí», «Yo iba despacio, por mi derecha, como una santa,
I<i n> el oím, que iba borracho, se me echó encima». ¿Y?
Pues eso.
Que sí, joder, que ya lo sé, vale. Pero otros tienen
i / * i ¡denles mentales y nadie los ve. Los padres no saben que
id ¡¡en úlcera de ideas o cáncer de esperanzas o el sida instaliiiln ni el vacío del futuro. Los padres sólo ven al de la tele,
ii ii>ii n'iidose entre espasmos, y te largan lo de: «Mejor
nnt< i/o </ne así», o «Santo Dios, ¡pobre madre!», o «Por fai . • / lii/n. piensa en esto cuando cojas el coche o la moto».
i'.n I-'SO es JUSTO en lo único que no quiero pensar.
1
\i un día entre semana, así que no había tráfico
ni lini.l.r. dr l u i i s l a s en Cadaqués. Detuvo el coche en el pa< " l i - nir .il i i ü i r , y salió de él desperezándose a gusto. Una
21
vez lo hubo hecho se sentió mejor, y recuperó la paz anímica
que sabía que encontraría allí.
Le gustaba Cadaqués; no por el rollo de los pintores
o los falsos intelectuales que lo anidaban como águilas a la
espera de los inocentes conejos pasto de sus garras. Le gustaba porque era pequeño, cómodo, agradable, opuesto a los
grandes emporios turísticos de la Costa Brava, todavía dueño
de sus colores, con carisma, con personalidad. De niño solía
ir algún domingo con sus padres. Claro que de eso hacía mucho tiempo, aunque él recordase el pueblo tal cual. La cala en
forma de amplia U, las minúsculas playas, la sensación de
ausencia de tiempo, el Maritim...
Hacia él, se dirigió, pero no se sentó en su terraza.
Lo dejó atrás y lo primero que vio fue a un pintor, con su caballete y su paleta, tratando de capturar la imagen de la curva
izquierda de la cala, con sus dos playitas y los edificios blancos con las ventanas de colores. No se acercó a él; al contrario, se alejó. Los pintores eran ladrones de energía. No le
gustaba mirar sus cuadros. Cuando de niño iba a un museo y
veía el título de una obra y la fecha de su ejecución... se sentía extraño. Números tales como 1902, 1923 o 1935 le parecían tan anacrónicos como cuando hablaban de la prehistoria
y los dinosaurios. Un libro era distinto. Había sido impreso y
existían miles de ejemplos, todos iguales. El cuadro, en cambio, era único, y cuando veía uno no podía evitar sentirse ladrón de su esencia tanto como el pintor lo había sido en su
momento de su energía. Él estaba delante del lienzo como al
pintarlo lo había estado su creador. Eso le sobrecogía. Con el
paso del tiempo, miles de seres comprarían por unos segundos ese mismo espacio.
Pisó la arena. No hacía viento. Cosa rara. Quería caminar y alejarse de! pintor, para sentarse frente a la orilla
dándole la espalda, y fue entonces cuando la vio.
Todavía había hippies en Cadaqués. Cualquiera lo
sabía. Restos, residuos de un tiempo de sueños y quimeras,
flores y fantasías, inocencias y libertad. Y ella lo era. Tenía
todas las señas de identidad. Una pluma en la cabeza, larga,
tal vez de faisán, la chaquetilla de dibujos barrocos, en otro
tiempo reluciente, la falda larga y, sobre todo, el rostro, tintado de estrellas, orlado por una infinita paz, probablemente
ausente de otra necesidad que no fuera la de sentir, en ese
instante, el sol en la piel, la vida en la mente, el color en los
ojos.
No quería hablar con nadie. Buscaba la soledad.
Pero se acercó a ella. Fue un reclamo contra el cual no pudo
hacer nada.
Sabía que a su lado el tiempo dejaría de existir.
8
>3e había quitado las sandalias y sus pies estaban
muy sucios, con las uñas ennegrecidas por el polvo y el sudor. Sin embargo, él no sintió asco, sólo una mayor curiosidad. De cerca se veía lo que de lejos podía intuirse: que ella
no era una mujer joven, sino madura, rebasada !a cuarentena, próxima al medio siglo de edad. Tenía el rostro envuelto
en paces labradas en sus arrugas, especialmente en los ojos y
en las bolsas abiertas bajo ellos, los labios delgados, la nariz
ligeramente curva, los pómulos muy salidos y en cambio las
mejillas entecas. Llevaba el cabello muy largo y recogido en
una trenza entre la cual serpenteaba una cinta de colores.
I -as canas formaban hebras de plata atravesando la oscura
masa capilar, por encima de la cual la larga pluma parecía
una bandera, incrustada de tal forma que el extremo inferior
surgía por debajo de la nuca, asegurando su personal y enhiesta presencia. Tenía las manos también sucias, las uñas
corlas.
Se preguntó a cuántos hombres habrían acariciado.
Y lo mismo hizo cuando ella dirigió hacia él sus
i > H > s , grises, profundos, llenos de una solemne tristeza, pero
i.milm-M dotados de una gran dulzura. Ojos que probablen i i - i i i i ' habían visto el mundo y la cara del dolor tanto como la
di- la felicidad.
Mola -le dijo la mujer.
Hola -le correspondió sentándose a su lado.
lilla no hizo nada por evitarlo. Ni siquiera un gesto
ili ili-sagrado o de incomodidad. Volvió a dirigir sus ojos al
qiir apenas si besaba con timidez la orilla de la playa.
Sobrevino un largo silencio. Un minuto. Probablei i n ule 1 1 1 , 1 ¿Cómo te llamas?
Ventura.
No le dijo el suyo, ni él se lo preguntó. Prefería no
milici lo hrícría el misterio. Al otro lado de la hippie vio una
I » ' I i multicolor, muy grande y llena de lo imprescindible.
22
Pensó que allí dentro llevaba todo su mundo, su casa, sus recuerdos y su historia.
Deseó llegar a su edad con el mismo equipaje, sin
nada por detrás, con todo, siempre, eternamente, por delante,
—¿Vives por aquí? —le preguntó él.
-Vivo en todas partes -suspiró ella.
-¿De dónde eres?
-Mi madre fue una nube y mi padre un rayo. Caí de
las estrellas y ante mi vi el valle de Kathmandú.
-¿Me tomas el pelo?
Giró por segunda vez el rostro hacia él y pudo comprobar que no, que hablaba en serio, que era sincera, todo lo
sincera que su mente universal le permitía. Era única.
Sintió respeto, ternura. Era un residuo.
Pero vivía de acuerdo con lo que siempre fue y de la
forma que escogió. Eso significaba algo.
Estás loca, pero vives. Creo que eres feliz. Sí, tienes
aspecto de ser feliz, ingenuamente feliz, como una niña el día
de su cumpleaños, sólo que para ti ese día es eterno. Cada
mañana soplas las siete velas de tu tarta y cada noche te
duermes soñando con esas estrellas de las que provienes.
¿Sabes? Te creo. Como también creí a mi padre
siendo niño.
Si no hubiera querido ser una estrella del rock, me
habría gustado nacer en el tiempo de las flores.
O las dos cosas a la vez.
-¿Te das cuenta de lo afortunados que somos, Ventura?
Sus ojos grises estaban llenos de mar y cielo.
-Tal vez.
-¿Por qué tal vez?
-Todos tenemos problemas.
Ella le puso una mano en el brazo.
-No hables así. No seas injusto. Un problema no es
más que un grano de arena fuera de lugar -con la misma mano recogió un puñado de arena y lo dejó caer de nuevo, formando una montañita-. Los problemas no existen. Existimos
nosotros, y nosotros estamos hechos de luz.
Casi podía creerla. Casi.
23
Tanto como para cerrar los ojos y dejarse acunar por
su sensación de eternidad.
edad tienes?
-Diecinueve.
-Diecinueve -repitió ella, en parte con admiración,
en parte como si recordase algo situado en algún lugar, muy
dentro de sí misma-. Es una edad fantástica.
-Lo sería cuando tú eras joven.
—Yo soy más joven que tú —le sonrió—. La edad no es
un estado físico, sino mental. ¿Has hecho el servicio militar?
-No -se estremeció Ventura.
-Bien. ¿Lo harás?
-No -repitió él.
-Bien —hizo lo mismo ella—. No lo hagas. Que no te
roben la conciencia, ni te pongan un uniforme, ni te den un
arma, ni te llamen por un número. Cuando nacemos, todo lo
que tenemos es el nombre que nos dan. El tuyo es bonito -lo
ii-pitió en voz alta-: Ventura. ¿Sabes que hay una ciudad y
una autopista con ese nombre en California?
-¿Estuviste en Woodstock?
-He estado en muchas partes.
-Me refiero al festival, en el 69.
-Sí.
No supo si creerla. Woodstock era el mito de una geMCI ación. Ni en los 70, ni en los 80, ni en los 90 había habido
i i i i n Woodstock, es decir, otro hito capaz de sacudir la histo11.1 v convertirse en un faro de un tiempo.
-¿De veras?
Hice el amor cuando cantaban Crosby, Stills, Nash
Deberías hacer el amor oyendo a Nirvana.
¿Nirvana? El nirvana es un estado...
Me refiero al grupo.
No les conozco.
¿No conoces a Nirvana? -vaciló él, incrédulo.
¿Debería conocerles? -susurró ella, y al mirarle,
t u . 1 ' ñu.i. con cara de niña, le desarmó.
l'ucdc que no -reconoció Ventura.
,,'l'ieiies novia?
¿La tenia? Pensó en Neus. La respuesta era sí, y no,
y tal vez, y quizá, y... Nunca habían hablado de amor.
¿De qué habían hablado?
La hippie esperaba una respuesta.
-Sí -dijo finalmente.
—¿Sois felices juntos?
-Sí.
-Me alegro -cuando sonreía era realmente una niña.
Cuando volvía los ojos hacia sí misma, buceando en su interior, se transformaba-. A tu edad había hecho más el amor
que estrellas hay en el cielo.
-¿Quieres hacer el amor?
-¿Contigo? -la idea le pareció divertida-. ¿Aquí y
ahora?
-Da lo mismo dónde o cuándo. Me refiero a si lo harías conmigo.
Soltó una carcajada, limpia, despreocupada.
-Sería un premio para mí, y también para ti, pero...
-levantó de nuevo su mano, y ésta vez le pasó el dorso desnudo por la mejilla-. Creo que no sería adecuado. Necesito
enamorarme, y no hay tiempo.
-¿Te vas?
-Eres tú el que lleva el diablo en el cuerpo. Estar
sentado y quieto no significa que no se esté corriendo, y tú ni
siquiera corres, vuelas. Estás muy lejos de aquí, Ventura.
-Es cierto -convino él-. O al menos debería estarlo.
-¿Adonde vas?
-No lo sé.
Dejó de acariciarle la mejilla y abrazó sus rodillas
extendiendo ambos brazos hasta apoyar la barbilla en ellas.
Su mirada volvió a perderse en el mar.
-Bien -asintió una vez más-. Si no sabes adonde
vas, siempre llegarás a alguna parte.
-¿Has llegado tú a alguna parte?
-Estoy ahí hace mucho, mucho tiempo.
-¿Dónde?
Esta vez no hubo respuesta. Sólo un largo silencio,
roto al final por la voz de ella, que casi en un monólogo interior le susurró:
—Si tuvieras diecinueve años lo sabrías, pero creo
que no los tienes ya, Ventura. Creo que los has olvidado si es
que un día los tuviste. Tus ojos están llenos de edad. Deberías buscar un lugar en el que volvieras a empezar, y a vivir, y
a tener diecinueve años. Hay tanto tiempo para ser adulto, y
tan poco tiempo para ser feliz.
Adulto
E,
A primero que me dijo que era muy adulto para mi
edad fue un profesor del colegio donde hice EGB. El último,
un idiota de vecino que quería darme un trabajo de mierda
por una mierda de sueldo, para que aprendiera un oficio. Muy
listo el tío. Enseñándome se ahorraba la pasta que habría tenido que darle a otro. Y encima se marcaba el tanto por «ayuda» a un «chico joven» y sin curro. En medio me Lo dijo también una pava de 15 años que estaba en las mismas: era muy
adulta para su edad. IM pobre. Se enrolló con otro que tal, de
esos que doran la pildora y consiguen que los demás traguen,
y abortó recién cumplidos los 17. Adulta del todo.
Bueno, supongo que no hay mucha diferencia entre
el «profe», el vecino y la tonta. La gente es así. Cada cual
vive atrapado en una cápsula y rebota por su mini espacio
vital como una pelota de goma muy viva y elástica en una
['isla de squash.
Leí una frase de Sartre..., ¿cómo era? Una de esas
¡'rases que las sueltas y todo Dios se cree que eres la leche, o
un ^ilipollas pretencioso, o un intelectual prematuro y pasado <lc rosca, o todo a la vez. Sí, decía: «Nadie es como otro.
Ni mejor ni peor. Es otro. Y si dos están de acuerdo es por un
niiilciilciidido». Genial, ¿no? Es una declaración de princil>i,i\, v dice más del mundo y de la gente, de cómo somos en
n nliilad, que mil obras maestras. Cuando la. leí me sentí jusn/ii iido. No es que pudiera decirles a los demás que «cada
i iiiiI es como es y punto», porque yo no soy Sartre, pero
¡•i n\i' I/IK' va podían venirme con misas a mí. ¡Viva la di/i ii'iii'id!
Al próximo que me diga que soy muy adulto para mi
i i l i l i l . lil pÍSO.
Al próximo que me suelte la suya, le escupo.
Al próximo. Y punto.
Sí, joder, sí: la hippie tenía razón. Vio en mí como a
n i n , \• un libro abierto. Soy tan adulto que me siento viejo,
\e l,i muí'ríe cerca. Todos los viejos ven la muerte cerca.
, I ».)/•. i\ i/uc me jode de morirme? Pues que después de
Itiil'i ilii i>ii/niiii¡i> todo seguirá igual. Sin mí.
26
Vale, tampoco es que quiera ponerme filosófico con
eso de que somos meras circunstancias, lo de la cagadita de
mosca en el Universo y tal. Recuerdo otra frase que rne impactó, y que me viene a la cabeza especialmente cuando me
dicen eso de que los tíos y las tías de hoy pasam.os de todo.
Es de Albert Einstein -un tío legal el Alberto. El día que les
sacó la lengua y se quedó con ellos...-. Dice: «La vida es
muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino
por las que se sientan a ver lo que pasa».
Cuando tenga pasta me afiliaré a todas las ONG del
mundo.
10
Lpiló las pocas monedas de que disponía en la tarima de la cabina y marcó el número tras introducir tres de
cien pesetas por la ranura del teléfono. Mientras esperaba
que al otro lado descolgaran el auricular, miró los locales de
aquella esquina del paseo, aún faltos de animación dada la
hora. A su izquierda, el Jazz Rock Club; enfrente, la pizzería
La Gritta; a su lado, otro restaurante llamado Plaza, y a la
derecha, una tienda de cacharros y el Café Bar Galeón. Si se
quedara podría cenar por la noche en alguno de ellos. Si se
quedara.
Y si tuviera más dinero.
La línea quedó establecida cuando escuchó el chasquido que ponía fin a los zumbidos del otro extremo. La voz
habitual de Quim ¡legó hasta él, todavía envuelta en perezas.
Quim tenía las mañanas libres, así que se acostaba tarde y se
levantaba tarde.
-¿Sí?
-Soy yo.
-Ah, hola, tú.
-¿Qué haces?
-Iba a ponerme a dibujar. He de presentar un trabajo.
Quim estudiaba dibujo en una escuela de cornícs.
Quería ser como Moebius. Una estrella del comic.
Una estrella del comic. Una estrella del rock. Estrellas.
-¿Qué tal anoche?
-Un peñazo, tío. La muy borde no tragó. Me vino
con un mal rollo.
27
-Te dije que era difícil.
-¡Y un huevo! Lo que pasa es que parecía tonta y
acabó siéndolo. Oye -se dio cuenta de algo y cambió el tono
de su voz-. ¿Dónde estás? Noto algo raro...
-Te llamo desde una cabina. Estoy en Cadaqués.
-¿Cadaqués? ¿Qué cono estás haciendo en Cadaqués?
-Ver el mar con una amiga.
-¿Una amiga? ¿Quién? -expandió un repentino aire
de sorpresa al preguntar-: ¿No estarás con Neus?
-No, no. Además, ella ya se ha ido.
-¿Dónde? No entiendo.
-Bueno, no importa.
-Eh, ¿estás bien?
-Sí.
-Pareces en la luna.
-Tendrías que estar aquí, tío.
-Sí, hombre, en martes.
-Que más da que sea martes o jueves. Podría estar
¡«hí en media hora. Te recojo y nos largamos.
-¿Adonde?
-A Kathmandú.
-Oye, ¿has pillado aleo?
-No.
-¿Qué te pasa?
-Estoy harto.
-Toma, y yo, no te jode, pero eso de largarse a Ca-Cadaqués es sólo el primer paso. Tal vez me vaya a
I I . n i clona.
-¿Cuándo?
-Ahora.
-¿Cómo?
Tengo un coche.
¿Que tienes...? ¿No rae irás a decir que...? Ventura,
, i • i.i 1 . loro? ¿Qué cono te pasa, tío?
Quim, piénsalo. Podría ser nuestra oportunidad.
I ,a inquietud apareció finalmente en la voz de su
Mira, te vienes aquí y lo hablamos, ¿vale?
No voy a volver, salvo que sea para recogerte y
lililí' ll.llllMS
, . l l ; i h l u s en serio?
i-, •.
.......
28
-Ahora que lo tengo todo claro, sí.
-¡Yo no pued o largarme así, sin más, ni tú!
?
-Queríamos recorrer Estados Unidos, ¿recuerdas
ahomoslo
Queríamos ir a Seatíle, meternos en el rollo. Hagá
so? Vamos,
ra, ¡ahora! ¿O prefieres que te lo monte el ínser
ento.
Mom
ei
Es
Quim. Esta es la Gran decisión.
tres
Esta vez el silenc io se prolongó por espacio de
dos.
densos segun
-De acuerdo, ven y nos vamos, está bien.
a de
Lo dijo sin convencimiento. Ventura se dio cuent
o
icinc
veint
de
ésta
a,
ranur
la
en
da
mone
ello. Puso una cuarta
que
teléfono
pesetas, al comprobar por la ventanita digital del
ersación.
conv
la
nuar
conti
para
o
diner
ya
ba
apenas si queda
.
Su amigo también se quedaba atrás, como Neus
Tardó en comprenderlo.
-Te escribiré, Quirn -dijo despacio,
fu-¡En, eh, espera! -se alarmó el otro-. ¿Qué has
ura!
¡Vent
...
mado, tío? Oye, no jodas
coDejó que la comunicación muriera por sí misma,
De
.
ónica
Telef
la
a
a
peset
una
ni
mo si no quisiera regalarle
su
de
final
el
ciaba
anun
que
tuuu
tu-tupronto se escuchó el
tiemp o.
-Adiós, Quim -se despidió.
-¡Ventura! ¡Mierda, tío!, ¿pero qué.. .?
La comu nicac ión acabó en ese momento.
A
del hospital, así que no tuvo
Lje esperaban en la puerta
ni siquie ra identificarse. Precedido
que superar ninguna formalidad,
pasó por depor los dos agentes entró con paso firme en el hospital,
con una cinta
lante de recepción y caminó por un pasillo señalizado
atravesó en
amarilla hasta trasponer la primera de las tres puertas que
urgencias.
de
n
el transcurso del trayecto, hasta Ja antesala de la secció
como
policía
tan
Allí le esperaba un hombre vestido de paisano, pero
.
manos
de
n
apretó
un
los otros dos. No hubo presentaciones, sólo
o.
llegad
recién
ei
-¿Se trata de él? -quiso saber
me-Parece que sí, por eso le he llamado -dijo el otro-. Es
o.
mism
usted
re
homb
ese
jor que hable con
-Sí, es mejor. Gracias.
al
El policía se encogió de hombros, restando importancia
axila
en
ron
queda
se
s
agente
dos
Los
ional.
hecho. Su tono era profes
o
29
ellos dos entésala. Ningú n médico ni enfermera les detuvo cuando
se enconpuerta
cuya
de
tras
cias,
urgen
de
traron en una de las salitas
vendada
traron con una camilla en la que un hombre con la cabeza
sus ojos. Al
miraba al techo con el desconcierto y el dolor tintan do
a y la depodarse cuenta de su presencia, desvió la línea de esa mirad
atención en
su
sitó en ambos. Conocía al primero, así que centró más
el segundo.
en-¿Señor Puig? -le saludó el recién llegado-. ¿Cómo se
cuentr a?
por
-Como si me hubieran pasado unos cuantos caballos
encima.
-Si me permitiera hacerle unas preguntas...
-Las que haga falta si han de coger a ese loco.
-¿Qué sucedió exactamente?
, po-¿Quiere que le diga la verdad? No ¡o sé. No soy fuerte
da-,
venda
cabeza
su
ló
día haberme robado y en paz. Pero ya ve -seña
suelo,
el
en
a
Estab
.
azos..
casi me mata. Me ha dado patadas, puñet
. Nunca poinerm e, y él ha contin uado golpeándome, corno un sádico
dré olvida r su expresión, sus ojos...
-¿Podría describírmelo?
algo
-Normal, joven, dieciocho o diecinueve años, cabello
No
os...
delgad
labios
,
gruesa
nariz
s,
espesa
cejas
lnrj!<), cara alargada,
chilos
todos
tí si puedo ser más preciso. Llevaba vaqueros, como
cazadora,
una
y
ella,
en
escrito
algo
con
blanca
eta
i'tis, una camis
sabe.
ya
moda,
la
a
liiinbi én vaquera. Los pantalones estaban rotos,
llerecién
Los dos hombres intercambiaron una mirada. El
cio.
despa
muy
só
expul
lo
luego
I 1 ,iilo llenó sus pulmo nes de aire y
-¿Es él? -quiso saber el policía.
-Sí-as intió con la cabeza el visitante.
-Oigan, ¿le conocen? -exclamó expectante el herido-. ¿Sahcii y,i quien es ese hijo de puta?
No obtuv o ningu na respuesta.
re
-Grac ias, señor Puig -fue lo único que le dijo el homb
,
añero
Comp
su
mili •. ilc ilar media vuelta y salir de allí, seguido por
a.
march
en
puesta
i|iir i,mío livs pasos en reaccionar ante su rápida
11
Lwil vo/, de Bruce en la radio era casi la compañía
aferraban a
|H i d < u I u malo de much os y much as era que se
l, y desmenta
y
al
acion
gener
rollo
un
,
voces
un f ' . i i l n , mus
Y Bruce
.
I H I i i n l i . i i i I» burilo , provi niera de dond e provi niera
30
31
era tanto y tanto al rock como los Doors a la historia, los
Beatles al siglo XX o Nirvana a los 90 y el grunge. Además,
un tío capaz de seguir dando marcha a pesar de tener 40, 50,
60 ó 70 años, tenía redaños. Born to run aún era un himno.
¡Oh, Bruce, cuánta razón tenías, en Born to run, y
también en Badlcmdsl
In the day we sweat it oyut in the streets
Ofa runaway American dream
At night we ride through mansions
Of glory in suicide machines
Sprungfrom cages out on Highway 9
Chrome wheeled, fitel injected
And steppin'out over the Une
Oh, baby, this town rips the bonesfrom your back
It's a death trap, it's a suicide rap
We gotta get out while we 're young
Cause tramps like us
Baby, we were born to run
(De día las pasarnos negras por las calles
De un fugitivo sueño americano
De noche atravesamos mansiones
De gloria en coches suicidas
Que saltan de sus jaulas en la autopista 9
Con ruedas cromadas, combustible inyectado
Intentando no pasarnos de la raya
Oh, nena, esta ciudad te arranca los huesos de la espalda
Es una trampa mortal, es una llamada al suicidio
Tenemos que salir de aqaí mientras seamos jóvenes
Porque vagabundos como nosotros
Nena, nacimos para correr)
Kurt Cobain debía haber escuchado la canción. La
llamada al suicidio. Sólo que Bruce nunca dijo que hubiera
que pegarse un tiro.
Eso lo hizo Kurt, por su cuenta.
Ahora quien corría era él. Corría por una carretera
sin rumbo, todavía indeciso, aunque algo le decía que no tardaría en decidir su futuro. Lo sabía. En cuanto llegase al primer cruce tomaría la decisión. Cuando viese la encrucijada
de caminos, aquello que los americanos llamaban crossroads.
oiría la voz, el instinto.
Spend your Ufe waiting
For a moment that a just don 't come
Well don 't waste your time waiting
(Te pasas la vida esperando
un momento que no llega.
No pierdas el tiempo esperando)
Ya no habría esperas.
El Momento estaba ahí.
Y aunque al llegar al cruce no escuchó la voz, sus
manos tomaron la decisión por él desde mucho antes casi de
plantearse la cuestión. A la derecha quedaba la frontera,
Francia, la libertad. A la izquierda, Girona, pero más allá, a
través de la autopista, Barcelona.
Kathmandú podía estar en muchas partes.
Así que giró el volante a la izquierda y puso la radio
a todo volumen, para aplastar hasta el último de sus pensamientos.
12
H.
Labia rebasado las dos salidas a Girona y volaba a
velocidad media en dirección a Barcelona por la autopista,
i uando se dio cuenta de que la aguja de la gasolina marcaba
|u .ícticamente el cero. No lo esperaba, así que tardó un par de
iiiiiiiiios en reaccionar. Aunque empleara las mil y pico de
l>c-sc(.is que le quedaban en unos litros de gasolina, no tendría
I M I . I unidlo más, y tampoco entraba en su ánimo descapitali/,n M- del lodo. La tarjeta de crédito le servía para no pagar la
nulo|iisla, pero no para llenar el depósito. No quería arries",Hlsi' a firmar nada. Quería ser cauto, al menos al comienzo,
n It.ucdona sería un rostro anónimo. Uno más.
I ,o importante era llegar.
Uodó todavía unos kilómetros, pensativo, con la raiip;t}.',ada para concentrarse mejor, y finalmente se encon1 1 ni oí anuncio del área de servicio de La Selva. Se acordó
ila I ira la mayor entre Girona y Barcelona, a unos 70 kiII un 1 , de la capital de Catalunya, con un puente por enci-
f
32
ma de la autopista, roturado con la palabra
MED
que desde ambos sentidos de tráfico se alca AS, de forma
nzaba el restaurante fácilmente. No recordaba, sin embargo
, a qué lado quedaba el restaurante. La idea que acababa de
nacer en su mente requería de ese dato para ser puesta en mar
Hizo los últimos kilómetros despaciocha.
, situándose en
el carril derecho, señalizando debidamente
la maniobra por si
hubiera algún coche patrulla de la guardia civil
área de servicio con cierta aprensión. Acabó , y entró en el
alivio al ver la situación. El restaurante qued respirando con
aba a la izquierda, es decir, al otro lado de la autopista. Por
su lado, y para
llegar hasta él, los conductores debían apar
car el coche y subir en ascensor una columna de cemento que
les situaba en el
puente colgante que atravesaba la autopista
. En aquel sector
los aparcamientos eran numerosos, marcados
en tomo a una
amplia curva a la izquierda que bordeaba
la columna y con
un techo protector para impedir que el sol
hicie
yas. La gasolinera quedaba un poco más allá, se de las sudem
ca de los aparcamientos y de la torre, pero inev asiado ceritable.
Por esta razón situó el coche casi al inici
o, en la primera zona del aparcamiento.
Después esperó.
13
V
V olvía a sentir la adrenalina.
Mientras paseaba entre los coches, estudiándolo
s, calibrando sus posibilidades, volvía a sentir la adre
nalina, aquella
excitación especial. Era como si una parte ocul
se manifestase en las últimas horas, proporcio ta de sí mismo
sión bajo la cual su verdadero yo, o un yo muy nándole la tenoculto en el fondo de su ser, se revelara con fuerza. Ya no cam
inaba, corría. Ya
no dudaba, lo veía todo claro. Ya no temía,
se
el cambio en su cerebro, exactamente en el imponía. Sentía
cent
bro. Llevaba toda la noche sin dormir y ni siqu ro de su cereiera tenía sueño.
Adrenalina pura.
Papá, lo he conseguido. ¿Me oyes, papá?
Dudaba entre los coches nacionales y los
extranjc
ros. ¿Qué era mejor? En uno con matrícula
francesa vio ma-
33
letas, pero había gente cerca, así que pasó
de largo. En otro
con matrícula de Bilbao lo mismo, pero se
encontró con un
perro dentro. Estaba demasiado cerca de
la gasolinera, así
que retrocedió y volv ió al comienzo del apar
camiento, donde
estaba su propio coche. Tenía que hacerlo
allí, ser cauto. No
importaba el tiempo que transcurriese, aunq
ue si se dejaba
ver mucho luego le recordarían, e incluso
podrían atraparle.
No, no le atraparían.
No en su propia película, siendo él New man
y Redford, Schwartzenegger y Will is, Bogart y Gab
le.
Un nuevo vehículo entró en el área de serv
icio. Matrícu la de Sevilla. Fingió examinar las rued
as de su coche y
con cierta alegría vio que el coche aparcaba
allá del suyo. En seguida, se bajaron de él dos huecos más
un hombre y una
mujer, ella inmensa, él mayor. Se enlazaron
ambos por la cintura, riendo, y echaron a andar en direcció
n al restaurante.
Esperó hasta verles entrar en la torre de cem
ento, y más aún,
hasta estar seguro de que habían subido al puen
topis ta. Cua ndo les vio caminar por él se puso te sobre la aulo, alcanzó el coche y miró por el maletero en movimien. Den
male tas, así que debían encontrarse en el male tro no había
un compartimento contiguo al asiento del cond tero. Pero en
uctor, una bolsa lateral, abierta, vio lo que deseaba: una
cartera de mano,
de viaje , con el ticket de la auto pista sobresal
iendo por ella y
l.i evid enci a de que en su interior había algo
más.
Si él había olvidado el dinero, regresar
men te, así que no perdió ni un segundo de su ía inmediatatiempo.
Esta vez la patada fue seca, fulm inan te, tras
asegui.iise de que nadi e le miraba. Cuando el crist
al de la vent anilla se hizo añicos no se precipitó. Volvió a aseg
vo <lc que nadie le observaba. Entonces sí, urarse de nuemetió la cabeza
I loi el hueco y cogió la cartera. Le bastó una
simple observai'ion para ver que en ella había dinero.
También hizo algo más: abrir el maletero. Enc
ontró
la pala nca bajo el salpicadero del coche. Tal
y como esperaba allí había dos maletas y algunos bultos y
bolsas. No podía
i ñu indo , así que se limitó a coger una de las
maletas, la más
|iri|i inía. La gente ponía las cosas delicadas
o mejores en las
male tas pequeñas.
Regresó a su coche, estableció el puen
1 * m i n i o y desaparcó para dirig irse a la gasoline te en el enra.
34
14
uvo que esperar unos minutos, durante los cuales
no perdió de vista la puerta de acceso a la torre del restaurante. No sentía inquietud, pero sí su corazón se disparó, latiendo
con fuerza, cuando vio salir por la puerta al hombre, solo.
Sabía lo que iba a buscar.
-¿Cuánto?
Hizo un esfuerzo. Apartó momentáneamente los ojos
del hombre y los concentró en el del surtidor de gasolina.
Calma.
-¿Qué?
-¿Cuánta gasolina quiere?
-Llénelo.
En la cartera había veinte mil pesetas, una tarjeta de
crédito Visa Oro, un talonario de cheques de gasolina...
¿Por qué no había pedido lo mínimo, mil o dos rnil
pesetas, para largarse de allí cuanto antes?
¿Por qué aquel riesgo innecesario?
Miró hacia el hombre. Llegaba a su coche. Contuvo la
respiración y contó hasta tres. Como si lo hubiera medido. Le
vio detenerse, hacer un aspaviento, abrir la puertezuela, comprobar la ausencia de lo que había ido a buscar, meterse dentro
y accionar la palanca del capó, descubrir el robo de la maleta.
Entonces se puso a gritar.
Ventura clavó sus ojos en la máquina, en los números de los dos contadores, el de los litros de gasolina y el del
dinero. Se movían a mucha velocidad, pero no tanta como
para que ya pudiera irse de allí.
-Algo le está pasando a aquel tipo -comentó el empleado de la gasolinera.
-Sí, se ha puesto a gritar de repente.
-¿A qué le han chorizado algo?
-¿Aquí?
-Cuando no son los peruanos son los que sea, pero
con la de mangantes que hay... ¡Jesús!
Algunas personas acudieron a ver qué le sucedía. Un
par de camioneros del área de descanso situada frente a los
aparcamientos, un matrimonio con hijos que acababa de llegar y estaba desentumeciendo los músculos, una chica joven.
35
La espiral de gritos se elevó. Algunas miradas buscaron al
posible culpable. Evidentemente tenía que estar cerca.
Muy cerca.
-Listo -oyó decir al del surtidor.
Los cheques de la gasolina tenían un espacio en blanco para apuntar la matrícula. No recordaba la suya. Ni la había
mirado. Ño se arriesgó. Cogió un billete de cinco mil pesetas y
se lo tendió al hombre. Esperó el cambio, de espaldas al tumulto, y la borrachera de sus sentidos excitados fue absoluta. Le
dio cinco duros de propina antes de meterse en el coche.
-A pasar un buen día -le deseó el empleado.
Esperó a que se marchara para atender a otro cliente
antes de coger los cables y hacer el puente. Después, por el
retrovisor, no pudo evitar mirar hacia atrás. El grupo de gente era cada vez mayor. Algunos ya se desplegaban a la caza y
captura del ladrón. Puso la primera y arrancó, de forma suave, sin estridencias.
Empezó a reír cuando enfiló la salida del área de servicio y soltó una carcajada de tensión y furia en el momento
de entrar de nuevo en la autopista. Puso la radio, y como si
fuera un cruce mágico del destino, una puerta abierta al más
allá, por ella escuchó a los Doors cantando Light rnyfire.
Morrison
T
I aambién soñaba con Jim. Discutíamos.
-¿Sabes? Todos murieron bien menos yo. Joder. Yo
I/!/ i>iilmc de un ataque de corazón.
Porque lo tenías cascado de tanto beber e ir al má'!<>, líl>.
Vale, es tu punto de vista, pero fue un paro cardía, Y lo de morir en París, en una calle de nombre estúpido
mino/mudable? Encima me enterraron en esa mierda de
n, nli'rio que ahora es objeto de culto, junto a ese montón
'il< , n-liiuis. ¡Tío, hay que mover el culo e ir a Seattle para
< Id tniiihd de Jiini! En cambio yo... ¡París!
('reí que te gustaba París.
A la mierda París. Bogart se equivocó: nunca nos
, ,l,i / ' . / / / v . Al final nunca queda nada.
} en ese momento del sueño, se ponía a tararear esa
< liase de Been down, so long...
37
36
Bruma púrpura en todas partes
No sé si voy hacia arriba o hacia abajo).
Te fuiste para abajo, Jimi. Hacia lo más profundo.
Now, why don't one of you people
c'mon and set me free?
(Ahora, por qué no viene uno de vosotros
y me pone en libertad)
Entonces despertaba, recordaba su vida, pensaba
en los miles de tíos y tías que desde los 60 le han venerado, y
me veía a mí mismo en la dichosa Rué de Beautreillis, y en el
cementerio de Pére-Lachaise -sección 6a-, y en el corazón
de Los Angeles pregitntádome cómo Megalópolis había podido sobrevivir a su hijo predilecto.
Escuchadme: adoro a Jim Morrison. Soy poeta, como
él. Y entiendo lo que quiere decir cuando me habla. También
adoro a Kurt Cobain. Me gusta cómo les jodio a todos pegándose un tiro. Jim y Kurt. Vale, y Lennon también. En cambio, y
diga lo que diga Jim, Jimi Hendrix me parece un gilipollas. Sí,
ya sé que puedo hacerme odiar por eso, pero lo digo como lo
siento. Sólo a un gilipollas se le ocurre ahogarse en su propio
vómito. Además, hay gente que todavía sigue con el rollo del
pobre negrito que les pasó la mano por la cara a los blancos.
¡A la mierda con eso! Janis Joplin la pilló fina y se quedó en el
sitio, como estaba anunciado; y Brian Jones, antes de tirarse a
la piscina medio dormido y cargado de Salbutamol, arrasó.
Todos tuvieron su oportunidad, aunque la muerte de Jim fue
absurda -según él, en mi sueño-, pero Jimi la fastidió, y no me
haréis cambiar de idea. ¿Queréis más datos?: Jim tenía a
Pam, John a Yoko, Kurt a Courtney. En cambio Jimi sólo tenía
rubias sin nombre. Se fue a lo fácil. Se hundió y reconoció haberse convertido en un payaso, y por lo menos ese fue su último destello de dignidad antes de palmarla.
Pero no quiero enrollarme mal. Después de todo,
Purple haze sigue siendo mucho Purple hace.
Purple haze was in my brain
Lately things don't see the same
Actin funny, but I don't know why
Scuse me while I kiss the sky
Purple haze all around
Don't know If I'm coming up or down
(Bruma púrpura había en mi cerebro
Últimamente, las cosas ya no parecen las mismas
Actúo como un loco, pero no sé por qué
Excusadme, mientras beso el cielo
B
E,
!/l hombre entró en el despacho sin llamar, casi de forma
brusca. El que estaba sentado detrás de la mesa levantó la cabeza y al
verle dejó de hablar por teléfono unos segundos. Cuando el aparecido
se detuvo frente a él reaccionó:
-Te llamo en un par de minutos, Gómez.
Al tal Gómez no debió de gustarle la interrupción. Se escuchó una protesta que su interlocutor abortó por vía directa: colgándole el auricular. Una vez libre se enfrentó al recién llegado.
-La chica, Neus, no le ha visto, pero ha telefoneado a un
amigo, Quim, desde Cadaqués.
-¿Cadaqués? ¿Sabe qué puede estar haciendo allí?
-No, no señor. Sin embargo eso no es todo -su tono era de
hílenle preocupación y cansancio-. A su amigo se le han escapado all'imos detalles. Primero no quería hablar, deseaba protegerle, pero eslaki muy nervioso, demasiado, así que... En fin, que le ha dicho algo
ilr un coche y de irse a Barcelona.
-Eso lo hará más difícil -suspiró el hombre que estaba senl.ldu
I n i l r uno.
viNilanic.
-Señor, Ventura no tiene coche, ni nadie que pudiera presComprendió inmediatamente lo que trataba de decirle su
-Miren cuántos coches han robado desde esta madrugada
rli In ciudad -pidió.
Hl hombre asintió con la cabeza.
- Acabo de ordenarlo -dijo.
Se produjo un segundo y definitivo suspiro. Luego, un breví< ni Inicio. Los dos personajes se quedaron mirando hasta que el de
lil nirNii se levantó y rodeándola se situó junto al otro.
¿Usía bien? -se interesó por él.
Sí.
¿Seguro que puede llevarlo?
I Ir cíe llevarlo, señor.
Ya no hubo más palabras. El hombre del despacho le dio un
•tlNVr yulpr on rl brazo. El visitante reculó hasta la salida. Sólo al llejiiii n hi punía los dos intercambiaron una última mirada.
39
Después, la puerta se cerró tras el que se acababa de marchar.
Ciudad
15
N<
I o solía escuchar la radio. La odiaba. Odiaba los
40 Memos y las tonterías que solían emitir todas las emisoras. Pero aquella era increíble, auténtica. No paraba de emitir
discos de ios buenos, los verdaderos.
Ahora sonaba Lou Reed.
Y ver Barcelona desde el Tibidabo escuchando Walk
on the vjild side era de lo más fuerte. Demasiado.
Nunca había llegado tan lejos.
Y estaba solo.
Vamos, mamá. Tengo / 9 años.
Buscó una última patata frita entre los restos de las
bolsas del Kentucky Fried Chicken y no la encontró. Se hubiera comido otro par de muslitos de pollo. Volvió a concentrarse en la imagen de la ciudad vista desde aquella altura, al
pie del funicular. Era grande y hermosa, aunque también sobrecogedora. Todo estaba allí, ahí abajo. El latir de un mundo. El cruce de sus sentimientos le hizo pensar en ellos.
¿Amor u odio? Siempre se ama lo que se desea, se teme o no
te pertenece. Y también se odia siempre lo que no se consigue, lo que te puede y lo que se te escapa.
Barcelona era una mujer, tal vez Neus, tal vez una
desconocida, tal vez una amante o tal vez una puta.
Pensó en la hippie de Cadaqués.
Entonces descubrió que, lo mismo que todo niño,
por instinto, quiere volver al seno materno, él, por instinto,
necesitaba odiar cuanto pudiera dominarle de nuevo.
Soy libre. Soy libre. Soy libre.
Ahora soy libre.
Por fin soy libre. Soy libre. Soy libre.
Apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y cerró
los ojos unos segundos, pero debió quedarse dormido.
L
tas grandes ciudades deberían borrarse de los
mapas de la mente. Y tanto da que se llamen Barcelona o
Nueva York, Madrid o Los Angeles, México D. F. o Tokyo.
¿ Qué se puede esperar de ellas?
¿Terminarán siendo neomegalópolis, como en el
inundo futuro de Akira?
Las grandes ciudades son bestias dormidas cuando
las ves desde la distancia, pero al mismo tiempo es como si
estuvieran haciendo la digestión. Su inmovilidad es la peor
mentira. Ahí abajo se mueven millones de tíos y tías, riendo,
llorando, montándoselo de puta madre o muñéndose cagados
de rabia y miedo. Todo está ahí. Pero tú no lo ves. Cuando esiiis en la ciudad eres una minúscula parte de ello. Cuando
estás lejos, sólo eres testigo de un milagro, y entonces viene
lodo ese rollo de sentirse pequeño y de filosofar sobre chorradas adecuadas. Supongo que, en el fondo, me gustan por eso.
l)<'iilro de ellas nadie puede esperar nada de mí si no me coni>i c. Nadie me puede gritar sin saber si le oigo, aunque la
niiiYoría de la gente grita igual sin importarle nada saber si
i7 airo le escucha. Nadie va a prestarme atención salvo si le
it<hi< su espacio vital, o se siente amenazado. Nadie.
IMS grandes ciudades están llenas de nadies.
Así que pese a todo son fantásticas. Sí, las contemy /<• acojonas. Te pones a pensar y es como imaginar la
lr v la eternidad SIN TI. O sea, demasiado.
16
Ll,
levaba dando vueltas, sin rumbo, sin destino, suinripiln cu el caos del tráfago rodado, mucho más tiempo del
ijiir (imlu-ra controlar sin reloj. Sólo sabía que se sentía bien,
I» i j í n ñu, perdido, minúsculo, sin pasado, sin futuro, con sólo
iniii pcqucna porción de presente, sin ningún lugar adonde ir,
Mu i i i i i l i r que le esperase, sin una explicación, sin un miedo,
••ni un n't rio, sin un golpe de más, sin una mentira de monos,
Mu i > i i . i vndad que cada metro ganado por entre el río de
u lili u l i i ' , que Ir envolvía.
I ii mt'iile en blanco.
Ni siquiera llevaba ya la radio encendida. Ahora escuchaba la sinfonía urbana y el batir de la tortura a través de
la ventanilla sin cristal, y olía los tubos de escape y el aire
emponzoñado con el placer del suicida con tiempo. Veía la
gente moviéndose a su alrededor y se sentía muy quieto, una
estatua. La mierda que ie caía encima no era la de las palomas, sino la de los sentimientos de todos aquellas y aquellos
con quienes se cruzaba. Sentía una fascinación tan intensa
que se dejaba mecer por ella.
Por primera vez, todo era distinto.
Quizá por eso, porque estaba desnudo, de corazón y
de mente, se la quedó mirando al verla.
Y se llenó de ella.
Acababa de detenerse en un semáforo, perdido, ajeno, cuando la vio aparecer sosteniendo un cubo y un limpiador de ventanas en cada mano. Se dirigió al coche situado delante del suyo, y el conductor la recibió con los característicos malos modos de quienes no toleran lo imprevisto. La
chica no alteró ni sus facciones ni su movimiento. El siguiente coche era el suyo.
Se miraron, y al no observar ningún gesto de oposición en él, empezó a limpiarle el parabrisas.
Ventura dejó de respirar.
Iba muy desarreglada, con el cabello largo y rojo recogido para que no la molestara, vistiendo una simple camiseta muy liviana, vaqueros sucios y mojados por su trabajo y
unas botas ennegrecidas por el uso. Sin embargo, era lo más
atractivo que él pudiera recordar, distinta, como una explosión de magma cálido en mitad de una fría mañana invernal.
Toda ella destilaba energía, con su cara pecosa, manchada,
los ojos tan transparentes que casi podía verse a través de
ellos, y los labios sensuales, cargados de mórbidos reflejos.
No podía decirse que fuese guapa. Ni tan siquiera era Neus.
Pero estaba allí, a menos de un metro de sí misino, envolviéndole con su fascinante presencia.
Con su pecho aplastado contra el parabrisas y los
pezones marcados, igual que si fueran a taladrarlo como dos
diamantes.
Se olvidó de todo, mientras el cristal se convertía en
un ventanal abierto al más allá, y no reaccionó hasta que ella,
tras recoger la última gota de agua con mecánica precisión,
se detuvo junto a la ventanilla y le miró a los ojos, con la mano extendida.
Una mano húmeda y enrojecida, pero hermosa, de
largos dedos, formas proporcionales.
Sonrió y se sintió como un estúpido.
El semáforo se puso verde en ese instante.
Por detrás sonó el primer claxon.
Ventura cogió un billete de mil pesetas del bolsillo
de su cazadora y se lo entregó a la chica. Ella dilató los ojos
sorprendida y ésta vez le miró como si estuviese en presencia
de un loco.
No hubo más.
El coche de delante ya rodaba a una decena de metros del suyo, y el de detrás le apremió con otra histérica descarga de bocinazos.
Así que puso la primera y se alejó de ella.
Notó cómo su cuerpo iba hacia adelante mientras su
mente se quedaba atrás, junto a la chica.
17
. ira le invadió casi de inmediato, y con ella, la
sensación de frustración y ansiedad. Miró por el espejo retrovisor y la vio regresar a la acera, comprobando si el billete
oía ilo curso legal observándolo al trasluz. Eso le hizo sonreír.
Y tomar una decisión.
Lo hizo de forma brusca, imprevista, sin advertir de
MI maniobra con el intermitente. Giró el volante a la izquierdo u I ver una calle con su mismo sentido y describió un rápido undulo de 90 grados que cortó en seco la marcha del automóvil que le seguía. Estaba habituado a oír bocinazos, así
i|iii- ni lo prestó la menor atención. Lo único que deseaba era
ii'Uirsnr i\\o cuanto antes, invadido por una desafoiiiilii prisa.
I ,a siguiente calle era de dirección contraria, y cuaniln jiuilo volver atrás por la otra se encontró atrapado, primein, pin un embotellamiento provocado por un coche mal
ii|Mili mío y un camión que no podía circular por el escaso es|im l i t i|iic lo quedaba, y luego por la presencia de una aveniiln ( u n ln nial no estaba permitido girar a la izquierda. Trató
il>' ini'iiioii/ai la situación porque temió perderse al verse
iilillimiln n transitar por tres calles sin posibilidad de ninguna
Hiiiiiiiihiii. Adornas, había agentes de tráfico. No podía jugar-
42
sela. Cuando por fin logró salirse del fluido automovilístico
de la avenida echó hacia abajo y regresó a la calle por la que
había subido hasta encontrarse en el semáforo con ella.
Al principio no la vio, como ia primera vez, pero en
seguida la descubrió apoyada en un coche aparcado a la espera de que el semáforo se pusiera en rojo y ello facilitara su
aparición. La chica no miraba en su dirección. Tenía la vista
fija en el suelo. Ventura no pudo parar porque el semáforo, en
esta oportunidad, no detuvo su paso, pero se apartó del carril
al rebasarlo y frenó el coche en doble fila en la esquina
opuesta, junto a otros dos en la misma situación, aprovechando la amplitud del chaflán.
Desde allí la observó.
La chica continuó inmóvil, con su expresión ausente
y los ojos fijos en algún lugar del suelo, hasta que el semáforo se puso rojo. Entonces, como si un sexto sentido la alertara o, por el rabillo del ojo se apercibiera de la situación, abandonó su refugio y caminó unos pasos al encuentro del primer
automóvil.
Un hombre con la cara roja se asomó a la ventanilla
gritando que como le tocara el coche le daría una paliza. Ella
pasó de largo. El segundo movió la cabeza en sentido horizontal y no hizo ni dijo nada más. E! tercero, una mujer, optó
por acercarse más al vehículo que la precedía, dando a entender que pasaba. •
Ventura no se movió por espacio de cinco semáforos.
Contemplándola.
En ellos, únicamente un conductor permitió que le
limpiara el parabrisas, y su propina no debió de ser muy generosa a tenor de la cara que puso ella al recibirla.
Al concluir el quinto ciclo semafórico salió del coche y caminó en su dirección.
18
H.
Labia regresado a su punto de apoyo y espera, dejando el cubo y el limpiador en el suelo, cuando él se detuvo
a menos de dos pasos. La muchacha tardó en darse cuenta de
su presencia, así que pudo volver a contemplarla de cerca,
salvo el rostro, hurtado al tener la cabeza gacha, siempre con
los ojos hundidos en tierra. Cuando finalmente la levantó y le
miró, tuvo la misma sensación de unos minutos antes.
43
Si existían agujeros negros en el espacio, la transparencia de aquellas pupilas eran su equivalente en este mundo.
No hubo ningún cambio ni alteración en ella, su cara
era una máscara, su desarreglo una pantalla, su expresión de
abandono y vulgaridad un imán para él. Y había algo infinito
en todo el conjunto, el perfil de lo misterioso, desde la pasión
a la tortura. Más allá de sí misma casi podía verse y tocarse
otro universo. Ternura y dureza al cien por cien, como las dos
caras de una moneda.
Le reconoció.
-Ya sé: te has equivocado.
Su voz era firme, fuerte, y sonaba como un latigazo
no exento de armonías, aunque fuese una voz de tono defensivo, preñada de recelos y cautelas, aunque no de miedo.
-No -dijo él.
-Entonces quieres el cambio.
-Tampoco.
Ella le miró con mayor desconfianza, invadiéndose
ilc dudas.
-¿De qué vas? -le preguntó.
Ventura hizo un gesto de inocencia, buscando la mayor de las evidencias. Plegó los labios, arqueó las cejas y
,il>i i(> las manos en señal de amistosa sinceridad, mostrándole
las palmas desnudas.
-Ya -bufó ella-. Me has visto, vas de incógnito, trali.iias en una agencia de modelos y crees que puedo ser una
ii '/> .1 poco que me lo proponga.
-Sólo quería hablar contigo -justificó él.
-Mira, vale, será mejor que te devuelva las mil del
nía se puso en pie, separándose del apoyo del coche, y se
lli-vii la mano al bolsillo de su pantalón.
-No, por favor, no -se opuso dando un paso hacia
Ulitis
- Entonces, ¿por qué me has dado ese dinero, así, sin
llirts, y ahora te presentas así, mirándome como un pavo?
-Porque estaba solo -dijo de pronto, como si le cosi . t i . i luidlo.
I ,a muchacha cruzó los brazos sobre el pecho y le
i ron renovada atención.
¿De dónde eres?
De Girona.
¿Qué haces por aquí?
Nada.
El semáforo se puso en rojo y la conversación quedó
detenida de forma súbita. Ella recogió sus utensilios y fue a la
caza y captura de parabrisas que limpiar y clientes que vencer.
Ventura la esperó el breve espacio de tiempo que tardó en regresar, de nuevo sin éxito. Fue él quien retornó la conversación.
-¿Dónde vives?
-Cerca, ¿por qué?
--/ Con tus padres?
-No.
-¿Sola?
-Con un grupo de gente. Oye, tú -volvió la desconfianza y el tono de duda y seriedad-, ¿a qué viene tanta pregunta?
-Necesito un lugar donde pasar la noche.
-Así que era eso -rezongó ella.
-No, te lo juro -se defendió él-. Se me ha ocurrido
ahora, no sé.
-Hay pensiones.
-No -se apresuró a negar Ventura.
-¿No tienes dinero?
-Sí tengo dinero, pero no puedo ir a una pensión.
-¿Por qué?
Apartó por primera vez los ojos de ella y miró en dirección a su coche. Se mordió el labio inferior. Cuando recuperó el nivel de concentración extrajo un nuevo billete de su
cazadora, éste de cinco mil pesetas.
-No conozco a nadie en Barcelona, y sólo estoy de
paso -dijo muy despacio, tratando de hacerle llegar lo más
sincero de cada palabra-. Puedo pagarte a ti por el favor.
Le tendió el billete de cinco mil pesetas.
Ella ni se inmutó, y en este punto regresó una vez
más a la calzada armada con su cubo y su limpiador.
19
—¿, V-'ómo te llamas?
-Ventura, ¿y tú?
-Tivi.
-¿Qué clase de nombre es ese?
-Adivina.
-Ni idea.
-Natividad.
-¿Por que no te llaman Nati?
-Porque así es como me llamaban en mi casa y lo
odio.
quinas.
-Entiendo.
-¿Estás seguro?
-Yo también me he largado de casa.
-Bienvenido al mundo. Barcelona tiene muchas es-
-No quiero limpiar los cristales de esos imbéciles.
Tivi llegó a esbozar una tímida sonrisa, la primera,
aunque sólo fuera un leve arqueamiento de las comisuras de
los labios y el fondo no transmitiese alegría, sino más bien
sarcasmo.
-Tienes planes, ¿eh?
-Sí, los tengo.
-Si necesitas una secretaria no me llames.
Esta vez se puso en marcha incluso estando de espaldas al semáforo, justo en el instante en que éste se iluminó
con el ámbar y los últimos coches de la andanada pasaron
acelerando para no quedar atrapados.
-¡Eh, espera! -protestó Ventura-. No me gusta hablar contigo un minuto sí y otro no.
La había cogido por un brazo. Fue un contacto elec11 i/ante, tal vez demasiado. La soltó coincidiendo con el tirón
i|in.' ella misma dio para evitar la continuidad en su acción.
-Oye, tú, he de trabajar, ¿vale? Yo no soy milloiiaria.
Pero no se marchó, continuó allí. Lo interpretó como una señal.
Volvió a tenderle el billete de cinco mil pesetas.
-Por favor, sólo por una noche.
-No te conozco de nada, tío. ¿Por qué no puedes ir a
tilín pensión?
-Yo te lo he dicho: me he ido de casa.
-¿Eres menor de edad?
-No.
-¿Entonces?
-¿Por qué estás de mal humor, y tan seria?
Tivi señaló su cubo.
-Oh, es que rne encanta esto -dijo sin pasión alguiiii I .ti gente es tan agradecida.
-Con este dinero podrías irte ya a casa. No creo que
IM i'.mi-s desde ahora hasta que te vayas.
46
47
-¿Estás loco? No lo gano ni en un día,
-¿Lo ves?
Repitió su gesto defensivo de cruzarse de brazos y le
taladró con la transparencia de sus ojos. Su cabello rojo, pese
a llevarlo recogido, le confería un aura especial, poderosa.
-Tienes problemas -afirmó.
-No.
-¿Qué clase de problemas?
-Te digo que no...
No pudo continuar. Le detuvo el gesto de fastidio de
Tivi, y a continuación su intempestiva marcha. De alguna
forma, la condenada sabía cuándo cambiaba el semáforo. En
esta oportunidad sí logró limpiarle el cristal a un hombre joven, que trató de entablar conversación con ella sin éxito.
Ventura estaba seguro de que cuando regresara continuaría la
discusión, y que sus posibilidades de fortuna eran tan mínimas como...
Comprendió que seguía sin conocer a las mujeres
cunado Tivi volvió y, tras envolverle en otra de sus miradas
inquisidoras, le espetó:
-Vivo con un grupo de okupas, pero puedes quedarte una noche, ¿de acuerdo? Y te advierto que como te pases,
yo no, pero ellos te cortan los huevos.
Así de fácil.
-Venga, vamonos. Ya he acabado por hoy -suspiró
la chica.
No sabía qué hacer, ni qué decir. Le entregó por tercera vez el billete de cinco mil pesetas.
-No lo quiero -lo rechazó ella-. No hago esto por
dinero.
-Por favor, cógelo.
-Pero bueno, tío, ¿te sobra en serio o qué?
-Por favor...
intentado no pensar en ella. En ambos casos me sentía incómodo. Pensar significaba torturarme, porque probablemente no
volviese a verla. No pensar era injusto, porque había sido todo
lo que hubiera necesitado para que las cosas fueran mejores, o
simplemente distintas. Sin embargo, con Tivi, las sensaciones
eran diferentes, cabalgaban a pelo de lomos de mi fantasía.
Era la primera cosa irreal, fantástica, que me sucedía desde el momento en que tomé la decisión de irme.
O un espejismo.
Sí, sí, sí, me gustaba, destilaba fuerza, pero sobre todo
energía. Era como una cápsula capaz de mantener en su interior, al cien por cien, todos los ingredientes de la libertad y la
independencia humanas, ira, rabia, tesón, voluntad, fascinación. En el fondo de sus ojos, y en su voz, al hablarme, había
una gran carga de rebeldía e inconformismo. Lo mismo que
una Kurt Cobain, sí. El en chica, y sin necesidad de pegarse un
tiro por descubrir que, debajo de la costra, siempre existe una
debilidad. Hay tías que sólo piensan en tíos, tías que sólo saben
lucirse, estar guapas, tías que seducen, que juegan, que reciben
sin dar o que dan esperando mucho más, tías de plástico, de
madera, de plomo. Pero era la primera tía que me encontraba
i'11 la calle con un cubo da agua, mojada, vistiendo de cual(/uier forma, con las manos enrojecidas y las uñas mordidas.
¿ Excitante era la palabra ? No lo sé.
Tal vez el más bello animal que hubiese visto en la
\'iihi.
En ese momento la habría incorporado sin vacilar a
un /uliiro.
Aunque ya no pudiese ser una estrella del rock.
Tivi
1YÍ e gustaba. Hay cosas que no pueden explicarse, y
ésa es una de ellas. Desde el primer momento de verla, acercándose a mi coche, o cuando se había apoyado con el pecho
sobre el parabrisas, o a causa de su cabello rojo, sus labios,
sus ojos... Lo único que sé es que me gustaba. Era una aparición. Había estado intentando pensar en Neus. Y luego había
E,
'A hombre se pasó una mano por los ojos, apartando de
elliis las sombras de la desesperanza, y comprobó la hora en su reloj
tle mullirá. Hacía ya mucho que debía estar fuera, lejos de allí, pero
ir(Mii¡i resistiéndose a dejarlo todo, aunque fuera en las expertas maní is de MIS subordinados. Se esforzaba en pensar, en buscar los cabos
mielitis, M existían, y una y otra vez lo único que conseguía era darse
i nlte/n/(ts contra el muro de su impotencia.
No tenía nada. Un hombre con la cabeza herida, el vacío de
ln 11 u pi esa en aquella niña, Neus, y las prevenciones atolondradas del
iiliHi'o, Oiiim. Nada más, salvo...
48
49
Ninguna pista.
. -. ,
Se dejó caer sobre su silla, tan a peso que la madera crujió
protestando por el atentado, y antes de acodar sus brazos sobre
la
mesa sonó el teléfono directo. Lo cogió sin esperar siquiera a que
concluyera el primer zumbido.
-¿Sí?
, ; , , -Álvarez, señor -escuchó una voz disciplinada.
-¿Qué hay?
-Nada en Cadaqués, lo siento. No le recuerdan, nadie le ha
visto, no está en ningun a pensión u hotel. Sin embargo...
-Adelante, Álvarez -le apremió.
-Puede que no tenga relación, pero con lo de que pudiera
dirigirse a Barcelona... Verá, señor, he consultado en el puesto de
la
guardia civil del peaje de Girona, y aproximadamente una hora después de que hablara con su amigo por teléfono, han denunciado
el
robo de dinero y una maleta en el área de servicio de La Selva, en dirección Barcelona. Como le digo, puede ser un hecho sin relació
n
aparente, pero un chico con su descripción ha puesto gasolina en
el
mismo momento. Cuando tengamos las fotos volveré a ese área
de
servicio para confirmarlo.
Miró un mapa situado a su espalda. Les llevaba ventaja.
Barcelona era un pajar en el cual cualquier aguja podía perderse por
espacio de mucho tiempo.
Aunque en su caso se tratase de una aguja especial.
, . -Buen trabajo, Álvarez-reconoció.
-Gracias, señor -asintió el otro.
Los dos colgaron al unísono. ..-.-. . •
20
ju-»iau<ui en el coche, pero no lo había puesto en
marcha. Ella se había dejado caer en el asiento, agotada después de las horas que debía llevar allí, en pie. Y él se conte
ntaba con mirarla, hablar, esperar. La tranquilidad de la tarde
se mecía sobre sus cuerpos devorando la inquietud. Parecían
conocerse desde hacía mucho, y sin embargo cada pregu nta
era una llave para entrar un poco más en el corazón y la mente del otro. Pasaban de las trivialidades a lo intenso, y de nuevo a lo intrascendente. Desde fuera no eran más que dos adolescentes matando un tiempo que les rebosaba por las mano
s.
Los silencios eran breves, pero cuand o sobrevenía
uno, la recuperación se hacía más densa.
-¿Ha sido duro, verdad?
-El qué.
-Irte de casa.
No respondió de inmediato. Pareció meditarlo, miró
por el hueco de la ventanilla sin cristal. No tenía una respue
sta, y quería darle una. Lo que ella creyera era impor tante. Le
servía de coraza, de pantalla.
-¿Y si no me hubie ra ido?
-Entonces es que estás de fin de semana adelantado.
-No, tienes razón. Ha sido duro. Verás...
-No, no me lo cuentes -ella le detuvo interponiendo
su mano entre los dos-. No me interesa.
-¿Por qué?
-Porque entonces tendr ía que contarte yo a ti mi
vida, y eso es cosa mía y de nadie más. No trago, ¿entie ndes?
-¿Tan mal te ha ido?
-Estoy bien.
-¿Cuánto llevas haciendo esto? -señaló el cubo, ya
sin agua, tirado junto al limpiador, sobre el asiento trasero.
-No mucho, unas semanas -dijo Tivi ambiguamente.
-¿No has encontrado nada mejor?
-¿Crees que los trabajos llueve n del cielo?
—Sí -suspiró él—. Esto es una mierda.
-Eli, eh, para. ¿Quién ha dicho que sea una mierda?
I n lujo caso hay mierdas peores, no fastidies. No rae gusta
n
he, dcirol istas, los que van por ahí quejándose de todo y por
ludo
-No me queja ba,
Tivi le miró como solía hacer, de hito en hito. Sintió
di', vento sas de su interés urgándole el estómago, y lapro funi l n l . n l de aquel los ojos inquisidores introduciéndose entre las
u imin.H -ioiies de su cerebro. Tendría más o menos su mism
a
i ' i U I |>en> llevab a much o más tiempo sola. La experiencia
l m m . l l > . i una capa invisi ble sobre su piel.
Sí -asintió la chica con pleno conve ncimi ento- ,
Ih MI •, i M u b l f i n a s . Tu mirad a está... muerta.
No es cierto.
('oino digas.
No cslá muerta si te estoy mirando a ti.
Vale, olvída lo. Tampoco es asunt o mío, ni mi prolili m,i , No', vamo s?
ju i"
j.loclc r! Dices las cosas y luego plegas velas. No es
51
50
-Oye, mira -puso una mano sobre su brazo de nuevo-, estoy cansada, y ya tienes un lugar dónde dormir. No
quiero rollos mentales, ¿de acuerdo? Si nos hemos encontrado debe ser por algo, pero ahora será mejor que nos larguemos. Estoy harta de ver esa esquina y la de coches que se paran en el semáforo. Me está entrando la depre. Me siento
esclava de mi trabajo, corno una yuppie.
-Entonces sí, será mejor irnos. No quiero quedarme
sólo.
-¿De qué tienes miedo?
-No quiero dormirme y despertar sin saber dónde
estoy -fue lo último que dijo él antes de poner el coche en
marcha tratando de que ella no viera la forma en que lo hacía.
21
guió en las primeras dos calles, hasta que al llegar a una larga avenida le dijo que siguiera todo recto, que ya
le avisaría.
-¿Conoces Barcelona?
—No exactamente.
-Esto es Mayor de Gracia.
-Ah.
Fingió un leve interés, nada más. Tenía otras cosas
en que pensar antes que dedicarse a niemorizar calles. Era
Tivi, no obstante, la que ahora se sentía proclive a conversar.
-¿Es tuyo el coche?
-No, de un amigo.
-¿Sí? Creía que la mujer, la pluma y el coche no se
podían prestar.
—Bueno, mi amigo está en la mili —le dirigió una mirada de soslayo, breve, porque la circulación en Barcelona no
tenía nada que ver con la que él pudiera conocer previamen
te-. ¿Dónde has oído eso del coche, la mujer y tal?
-Lo decía mi padre.
-Mi padre también solía decir cosas así.
—Oye, ¿puedes subirte a la acera un par de minutos
más adelante, pasado el semáforo?
-¿Qué vas a hacer?
—He de comprar algo para cenar. No tengo nada.
—Tranquila. Te invito después.
-¿A cenar? -vaciló ella.
-Sí.
-¿En plan cita y todo eso?
-Puedes llamarlo así.
-En serio, tío, ¿de qué vas?
-¿Qué pasa? ¿No puedo invitarte a cenar? ¿Me dejas dormir en tu casa y no puedo invitarte a cenar?
Tivi le miraba con una mezcla burlona colgada de
sus labios. Cuando reía sus ojos se llenaban de una difusa
luz, como si un foco pugnara por abrirse paso hasta llegar al
límite donde pudiera cegar al mundo entero. Sólo su defensa,
su control, una intuitiva reflexión interior lo evitaba.
-Eres un poco raro -le confesó.
-No lo soy —se defendió Ventura.
-Y desde luego estás solo -convino ella-. El tío más
solo del mundo. ¿No te habrás escapado de un manicomio?
-No, pero si quieres poner un anuncio...
Esta vez se rió con ganas, soltó una carcajada. Duró
10 justo antes de que señalara una bocacalle situada a unos
pocos metros, a la derecha.
-Es por ahí, y ya puedes buscar aparcamiento.
Consideró la propuesta como una utopía. Coches
,i|Mirados en doble fila, en los pasos de peatones, obstruyendo los contenedores de basuras, y la misma sensación en todns los que le precedían o le seguían: la de que rodaban al
m í n i m o buscando lo mismo: un lugar en el que dejar el vehíi ido. No tardó en verse a sí mismo dando vueltas por callecil,i'. cslrechas, una y otra vez, siguiendo las indicaciones de
11 vi para no alejarse demasiado del lugar adonde iban.
-¿Cómo es la casa en que vives?
--Preciosa, vieja, con un jardín.
-¿La tenéis alquilada?
¿No has oído lo que te he dicho antes? Somos okujiiis. va sabes, squatters. Hay mucha gente sin lugar a dónde
¡i \n recursos, y hay muchas casas vacías, deshabitadas,
i|lir st- raen en pedazos y que nosotros ponemos en marcha.
ÑU-, nr.iiilamos, las devolvemos a la vida y así hay un equilil n i « i lodo limciona. ¿Por qué te crees que te he dejado venir
i ' Siempre podemos ayudar a alguien. Si no, de qué.
(.Cuántos sois?
11 nos veinte.
I labia oído hablar de los okupas, pero...
i,No hay en Girona?
No lo sé.
52
53
Le dio vergüenza confesar que no tenía ni idea. De
pronto lo que ella hacía, la forma en que vivía, se le antojaba
pura y real, auténtica, llena de! romanticismo que él, en el
fondo, siempre había deseado. Libre y sola, lejos de todo.
Aunque tuviera que limpiar parabrisas en una esquina.
¿Qué había estado haciendo él?
Sus pensamientos quedaron cortados abruptamente
cuando Ti vi le asaltó de golpe, indicando un lugar a su izquierda.
-¡Ahí, ahí se va uno, párate! ¡Cielos, qué potra!
22
N<
I o era el mejor sitio del mundo, porque una vez
hubo aparcado, con algunas dificultades, se enteró de que la
casa quedaba a media docena de calles de distancia. Pero según Tivi, eso era lo más cerca que, en un golpe de suerte, podía llegarse. Aparcar' a menos de cien metros cabía considerlo demasiado.
Lo mejor era que ella se animaba por momentos,
aunque sin llegar a perder del todo su ramalazo defensivo, su
impenetrable coraza.
Caminaron sin prisas, y ésta vez Ventura sí se fijó en
el itinerario, buscando puntos de referencia. Le llevó el cubo a
su compañera. No cogió la maleta del coche. No tenía ni idea
de lo que pudiera contener, porque aún no la había abierto, y
no quería que ella sospechara nada. Claro que un coche sin
ventanilla... A lo peor, al día siguiente, ya no quedaba nada.
Tampoco le importaba demasiado.
Se sentía como si empezara una nueva vida.
Entre un montón de desconocidos, tal vez pudiera
ser uno más.
-¿No habéis tenido problemas con los dueños de la
casa en que vivís?
-Verás, hay que saber lo que se puede y lo que no se
puede hacer. Cuando se ocupa una casa privada, el dueño
puede enviarte a la poli y te desalojan. Pero ésta es del Ayuntamiento, y eso es distinto. Las casas propiedad del Ayuntamiento tienen unas reglamentaciones diferentes y unos rollos
legales que no tienen nada que ver con los demás en el caso
de que estén vacías. No te pueden echar así como así, ni dete-
nerte. Así es la ley, y nosotros la cogemos, por los pelos, pero
la cogemos. Lo único que robamos es la luz. Hacemos un
tendido y... Tampoco hay agua, claro, pero los vecinos, si ven
que no armas bulla, acaban ayudándote, te dan algo.
-¿Y lo de dentro, los muebles, las camas?
-Date una vuelta de noche por la ciudad. Los contenedores están llenos de cosas maravillosas -sonrió Tivi-. Te
sorprendería ver lo que la gente tira, especialmente en los barrios altos.
-Parece Jauja.
-Tampoco es para tanto, hombre. A veces vienen
osos hijos de puta de skiiis y nos dan la vara. Es como una
guerra. ¡Fachas de mierda! Por esa razón estamos unidos, y
tenemos unas reglas, un control interno. Todos somos responsables de lo nuestro y de la comunidad. Ahora yo soy responsable de ti, así que pórtate bien. Nadie quiere malos rollos y
nifiios con ¡a poli —doblaron una esquina y en ese instante ella
¡i|Min(ó con el dedo índice de su mano derecha un edificio vie|ii de dos plantas, ajardinado, apretado entre dos edificios de
mirvo cuño que parecían quitarle el aire y el sol-. Ahí está.
Sacó una llave del bolsillo de su pantalón al acercarM1 y la introdujo en la cerradura de la puerta de hierro del jardín, que era nueva y moderna, de ahí que la llave fuera pei|iu'ña. Una vez dentro, Ventura se encontró en otro mundo,
liini isla. Todas las distancias dejaban de existir. El jardín no
(••.i.il>a precisamente cuidado, los parterres aparecían muertos, los árboles secos, pero la sensación de paz era. la misma.
Sus PH-S pisaron la tierra y la escasa grava, los árboles podían
din sombra, el silencio mantenía los ruidos de la ciudad al
iilin lado. La casa, de piedra oscura y maderas en otro tiempo
nolilrs. mostraba ciertos cuidados, las ventanas pintadas, el
ild.illr <lc unas macetas con flores en los balcones, las puerlii>, (i'.rní;nías en sus goznes. Cuando cruzaron la entrada vien n i u los primeros habitantes, un chico y una chica sentados
i ii el Mido ile un gran vestíbulo, que Tivi llamó la «zona coi n i m i l i i i i . i " , haciendo figuritas con unos alambres. En el pasil|n i|c l.i i/.quierda, que enfilaron a continuación, se encontraIHII nii.i lisura humana, un chico joven que se disponía a
milii Se saludaron sin énfasis, y salvo por una mirada, nadie
I» ilijn i i . n i . i a el.
riiuilmente, Tivi se detuvo delante de una puerta y
lo i i l i i n ' MU más. No estaba cerrada. La única cerradura parei l H ir i l.i tlr la entrada.
54
Ventura miró el interior, un colchón en el suelo, una silla, una mesita, unos estantes de madera sujetos a la pared, algunos objetos, escasos, y un montón de ropa, desordenada, tirada en un rincón y en una arqueta situada junto a la otra pared.
-Puedes dormir ahí. Te haces lo que puedas con la
ropa para estar cómodo -indicó Tivi-. Aunque tengo un saco
de dormir.
Iba a pasar la noche «con ella». No se le había ocurrido. La casa debía tener overbooking.
-Bien -aceptó.
Eso parecía ser todo. Ella dejó el cubo en el suelo.
Él no se movió.
Y antes de que pudieran decir cualquier otra cosa,
alguien les interrumpió, entrando por la puerta, sin llamar.
Era un hombre joven, veintitrés, veinticuatro años,
alto y bien parecido, con el cabello muy largo, el torso desnudo, cruce de Tarzán y explorador, pies descalzos, sensación
de autoridad y posesión.
-Eh, Tivi, te he oído llegar, ¿te interesa...?
Calló al verle a 61.
Y desde luego no le gustó encontrarle allí.
Capullo
¿Quién cono era aquel capullo?
23
-H,
'
ilola, Diego -dijo Tivi-. Este es Ventura. Se
quedará esta noche.
El recién llegado le inundó con una mirada de recelo, sin disimulo. Tampoco lo empleó para dirigirse a ella pasando por encima de su presencia.
-¿Contigo?
-Sí, ¿por qué?
El tono de la muchacha fue natural.
Todo en ello lo era.
-No, por nada -cambió la intención el llamado Die
go-. Avisa a Elias, ya sabes.
-Está bien.
Hubo un par de segundos de desconcierto, esperan
do cada cual que hablara el otro. Ventura no apartaba los ojos
55
del aparecido. Volvía a sentir la misma sensación que cuando
había asaltado al hombre. Recordaba el sonido de los golpes,
el crujir de los huesos. No fue más que un eco, una fantasía
interior. Diego vaciló, dispuesto a irse de nuevo.
-¿Qué querías? -le detuvo de pronto Tivi.
-Ah, sí -recordó él, recuperando su atención hacia
la chica-. Preguntarte si te interesa algo para el fin de semana.
-Depende. El viernes y el sábado por la noche tengo
un rollo en La Cuchara, lavando platos, con Marta.
—Eso sería por la tarde, sábado y domingo, en una
discoteca, a la hora de los bollycaos.
—Está bien. Gracias, Diego.
No hubo más, salvo una mirada final, de ternura, dirigida a ella, y otra de animadversión, de resistencia y duda,
dirigida a él. Diego salió de la habitación y cerró la puerta
despacio. Dejó una inevitable sombra, una nube lluviosa tras
de sí.
-No le he caído simpático -reconoció Ventura.
-¿Por qué tenías que caerle bien ni mal?
-No lo sé, pero no le ha gustado verme aquí, contigo.
-Es buen tío -se encogió de hombros Tivi-. Soy la
Hinca que está sola y les sale el instinto protector, a él y a
olios. Aún no se creen que pueda válemelas por mí misma.
I Vl>o lener cara de giüpollas. De todas formas, sí, es cierto
t|iir no se fían de los extraños. La orden es tener cuidado con
I | I I M n se mete aquí. Oye -se puso delante de él con el rostro
itlmvesndo por una inquietud-, nada de drogas ni robos, ni
rusas así, ¿vale? Me refiero a traficar o esos rollos. Si uno la
t u) 1 .i. es como si la cagáramos todos. Los de afuera nos ven
i MIMO una especie de comunidad.
•-Tranquila. Te estoy demasiado agradecido para
i•iiiii|nometerte en algo. Y tampoco soy de esos.
Sí, eso parece -sonrió Tivi-. Un poco cara de pari l l l l o si nones, aunque no sé por qué te he traído.
Eres una buena samaritana.
Será eso.
Y yo no soy un pardillo.
Vale, me alegro. No quería picarte.
No me has picado.
Seguían de pie, sin que ella mostrara intención de
Iin. 1 1 ,ih'o rn concreto, y sin que él supiera cómo desenvolh.isla que Tivi cogió una toalla y se acercó a la puerta.
56
57
-Si quieres dormir, tú mismo.
-¿Dormir? No, vamos a cenar algo, aunque sea temprano. Estoy hambriento.
-¿No estabas cansado?
-Sí, pero... no voy a meterme a dormir dejándote
asi.
-Oye, que por mí...
-Lo de la cena era en serio, donde tú quieras.
Ella lo aceptó sin más discusiones. Asintió con la
cabeza, vehemente, y fingió resignarse a su suerte.
-¡Vaya con Ventura! -exclamó--. Está bien, hombre.
Voy a lavarme un poco y luego me adecentaré. Si quieres
cambiarte de T-Shirt puede que ahí encuentres algo. ¿De
acuerdo?
Cuando dijo que sí, que de acuerdo, Tivi ya había
cerrado la puerta tras abandonar la habitación.
Hizo algo más: acercar su cara a la tela, incrustar su
nariz en ella, más o menos en el centro del rectángulo. Primero no olió nada, salvo una serie de aromas oscuros e impredecibles. Después creyó percibir el perfume que acompañaba a
su nueva compañera, o más que perfume..., su esencia de
mujer. Cerró los ojos y respiró con mayor intensidad. Luego
se incorporó, mitad furioso, mitad inquieto, y cuando iba a
levantarse vio la pequeña mancha oscura cerca de donde había puesto su rostro.
Una mancha de sangre.
La tocó con sus dedos y sintió un ramalazo de ternura, una fuerza capaz de desarbolarle. Entonces acabó de ponerse en pie.
Miró por la ventana, distraídamente, para evitar caer
en la oscuridad de sus pensamientos. No vio nada digno de
mención, salvo el hecho de que por allí el jardín aún estaba
más descuidado y la pared de la casa que lo apretaba se levantaba amenazadora al borde del reseco seto. Una visión
i aivc'laria. Retrocedió y se dispuso a salir de la habitación,
ron ánimo de inspeccionar la casa. Al llegar a la puerta, sin
ombargo, no llegó a salir. De hecho ni la abrió del todo, sólo
mi poco. Las voces de Tivi y de Diego se lo impidieron. SoMiiltan ahogadas, pero tensas, víctimas de un acaloramiento
luiTle que no llegaban a dominar.
-¡Maldita sea, no te estoy diciendo lo que has de hacci. solo te pregunto qué sabes de él!
-¡Sé que necesita un lugar donde dormir, y para mi
|| .nuciente!
-¡Pero no le conoces, es un extraño!
-¡Cualquiera que alguien traiga a dormir es un exl i u n o para los demás, Diego, por Dios! ¿Qué te pasa? ¿Desde
riiiindo no podemos ayudar a la gente? Esto no es un hotel,
s n l i . pero tampoco somos una hermandad universitaria.
-¡Puede estar pirado, o ser un delincuente!
¡Y mañana pueden entrar los skins y matarnos o
lli'j'.n la policía y vernos en la calle, mierda! ¿Qué tiene que
\ i indo ese rollo con esto?
Que no me fío.
¿Desde cuándo eres psicólogo? Ves a un tío cinco
tu JM 11 idos y ya no te gusta. ¿Es porque estaba conmigo, en mi
24
Devolvió la ropa de la chica más por curiosidad
Re
que por sentirse sucio o sudado con la que llevaba. Sin embargo, encontró algunas cosas interesantes. Una camiseta de
un concierto de Springsteen, auténtica, y otra del mismísimo
Clapton, ésta tan vieja que del guitarra sólo se intuía la forma, aunque el nombre era aún legible: E. C. Was Here. Una
pieza de museo. Se quitó la cazadora, su camiseta, y se puso
la de Clapton antes de pensar que, a lo mejor, era un recuerdo
especial de Tivi. Por lo menos, si fuera suya, no se la dejaría
ni a Quim. Eso le hizo cambiar de idea y buscar un poco más
a fondo. Acabó dando con una de color blanco, sin nada escrito ni por delante ni por atrás, y optó por embutirse en ella.
Dejó la suya en un rincón, para reconocerla y poder cambiar
se de nuevo cuando se fuera al día siguiente.
A pesar de que la idea de marcharse se le antojaba
cada vez más absurda.
Lo que necesitaba estaba allí.
Aunque no fuera en la habitación de su nueva amiga.
Se aproximó al colchón de Tivi y, tras mirar la pucí
ta, se arrodilló sobre él. No era muy bueno, pero sí mullido
Estaba viejo y destartalado y tenía un par de muelles sobres;i
liendo por dos lados. Para dormir en él había que guardaí
cierto equilibrio precario.
lltll'il.n luí) '
Vamos, Tivi.
¡No, cono, dímelo, va!
58
Por la rendija de la puerta entreabierta trató de ver a
Diego. No lo consiguió. Le hubiera gustado descubrir qué
cara tenía. Se alegró de que Tivi le estuviera poniendo en su
lugar. Incluso se sintió bien, muy bien.
Ella le estaba defendiendo.
-No quiero discutir -se excusó Diego, audiblemente
molesto-. Haz lo que quieras, pero atente a las normas. ¿Se
irá mañana?
-¡Sí! -gritó ella-. Pero si no fuera así, ¿qué?
~¡ Joder, qué carácter!
-¡Ya ti qué perra te ha dado! -varió el tono de pronto, y éste se hizo más suave, también más dolorido. Tuvo que
agudizar más el oído para oírla agregar-: Mira, Diego... todos los que estamos aquí tenemos una historia, ¿no? Si no
fuera así no habríamos dado este paso.
-Está bien, pero...
-Tranquilo.
-Si necesitas algo...
-Lo sé, lo sé.
Hubo un silencio. Creyó ver una sombra, la mano de
Tivi acariciándole la mejilla. Tal vez fuera un reflejo. De
cualquier forma supo que era el final de la conversación y
que ella iba a regresar.
Cerró la puerta y alcanzó la ventana justo en el momento en que ella entraba de nuevo en su habitación.
Arrebato
L.
je hubiera roto la cara. Me habría gustado salir
de allí y darle un par de golpes. Odio la intolerancia.
Odio...
Nunca he sido violento, y sin embargo, en estas últimas horas noto como si ante mí se extendiera un insólito
abismo, lo desconocido de mí mismo. También odiaba la
agresividad absurda de la gente, en la calle, en casa, en sus
relaciones, y ahora me veo igual que uno de ellos.
¿Por qué tuve que darle tan fuerte? Pude haberle...
Y he robado. Es alucinante. He robado dinero, una
maleta, un coche.
Vértigo puro.
Empiezo a darme cuenta, ahora, de pronto.
Pero soy libre.
59
Libre, atrapado por una cárcel infinita de la que soy
prisionero. Mi pistola está cargada de sangre. Mi cabeza
está llena de canciones e imágenes. Mis manos son negras,
mi corazón blanco —¿o es al revés?—. Mi sexo espera. Mi voluntad espera. Mi alma —¡joder!, ¿qué es eso?— espera entre
taquicardias vitales. Algo no funciona. Nada funciona. Todo
funciona. La vida varía segundo a segundo v hace un segundo era feliz, estaba tranquilo. Ahora, después de oír a ese
bocazas, ya no. Es distinto.
Siempre es distinto segundo a segundo.
¿Por qué no he salido a romperle la cara y la voz?
Creo que es por ella. Tengo un arrebato.
Dios, qué suave es el aire que envuelve a la mujer
(¡lie amas y deseas.
25
E,
¿lia se había lavado, llevaba el cabello suelto, una
llamarada roja colgando de la nube de su cielo, una blusa livi,nía, una cazadora oscura, una falda larga y las mismas boInv Sin la humedad, el sudor, la suciedad y la imagen de lavm'oclies urbana, era como cualquier otra, y despertaba las
mismas miradas apasionadas a su paso, o más. Él llevaba la
i (imisi'ta blanca, y sólo por eso se sentía parte de ella.
Barcelona parecía ahora más agradable y humana
I I I M . I el forastero.
Y además, desde que habían salido de la casa, Tivi
linlihiba, hablaba.
-... así que no es exactamente una organización,
I M - K I iciieinos unas normas básicas, ¿entiendes? Precisamente
|ini 1.1 libertad que hay, se necesitan para que la cosa funcione
y MU se desmadre alguno.
I le visto hippies, grunges...
No hagas caso de las imágenes. En esencia todos
( i M i i m u r , de una base, mitad anárquica, mitad oposición a lo
i'ulnlili'i ido. Hay tíos que simplemente pasan de vivir con los
(inilh",, «uros que no quieren hacer la mili, otros que reivindii un un.i |>osiuni libertaria frente a la sociedad, el rollo de los
Hii|Mir'.ins, lo de estudiar-casarse-trabajar-tener hijos-y-ser
IHH un lo pronunció marcando las sílabas y con cierto asco
rtlid '• i!< .ii'.n-gar como colofón-: Hay de todo,
l'arece genial -manifestó él.
60
61
-Es duro, pero está bien cuando lo entiendes y vives
de acuerdo con ello. No todas ni todos aceptamos la sopa boba
hasta los treinta, o estudiar por qué sí, o tragar con lo que unos
imponen. Cada cual vive su vida, se espabila como puede,
curra en lo que le sale, pero nos apoyamos y estamos juntos.
-¿Tienes... algún rollo? -se atrevió a preguntar de
pronto, aunque se arrepintió al momento de haberlo hecho.
-No, ¿por qué?
-Bueno, ese Diego... parecía enconado contigo. Me
ha mirado como si quisiera electrocutarme.
-¡No seas burro! -se rió ella-. Soy la más joven y
será por eso.
-Mi padre solía hablarme de los hippies, las comunas, los sesenta...
-Ese es otro rollo, no tiene nada que ver.
-Ya, lo sé.
-En nuestro grupo hay gente muy especial, algunos
son combativos, mientras que otros sólo reivindican un espacio para existir. La toma de posiciones es muy amplia.
-Pareces una experta del movimiento squatter.
—Conciencia social —puntualizó Tivi—. Los que están
en sus casas tan ricamente no tienen ni idea.
-Algunos no podemos...
-Oh, perdona, no lo decía por ti.
Se detuvieron en un semáforo. Casi por instinto Tivi
empezó a mirar los coches que pasaban por delante de ellos,
y luego se fijó en los que estaban parados a su derecha, en la
esquina.
-¿Puedo hacerte una pregunta? -dijo Ventura.
-Claro.
-¿Por qué me has dado la oportunidad?
-He sido razonable.
-¿Eso es todo?
-Llámalo instinto.
-¿Tan fuerte es tu instinto que me has llevado a tu
casa y vas a dejarme dormir en tu misma habitación?
Echaron a andar de nuevo. Esta vez ella parecía li
jarse en la punta de sus zapatos, que iban y venían siguiendo
el movimiento cadencioso de su paso.
-Me has recordado a mí misma cuando salí de mi
rollo y me largué de casa. Ese miedo interior, ese descender
to y el desánimo...
-¿Lo llevo escrito en la cara o qué?
-No -sonrió con ternura-, pero parecías un intermitente anunciando tu ansiedad.
-¿Y si Diego tiene razón? Podría estar loco.
-¿Nos has oído? —le miró ella, aunque sin sentirse
descubierta.
-Sí.
-Bueno, da igual -se encogió de hombros-, no le
des más vueltas -de repente se detuvo y le sujetó por un brazo, mirándole fijamente a los ojos—. Que quede clara una
cosa: estás en mi habitación porque no hay ningún espacio libre y pedirle a uno de los que está solo que te aloje es meterse en la vida de los demás. Pero no te pases un pelo.
-No pretendía hacerlo. Me has salvado la vida.
-Bien -asintió Tivi.
Continuaron caminando, en silencio a lo largo de
una docena de pasos, hasta que él se echó a reír subrepticiamente, aunque no tanto como para que ella no lo notara.
-¿De qué te ríes? -se interesó.
-Mi padre solía decir que, pase lo que pase, una tía
nunca hace lo que no quiere hacer, mientras que un tío nunca
hace lo que quiere.
-Tu padre era un maldito pelmazo machista.
26
JTue el reclamo del escaparate, lleno de luz, y la
pivseucia de los llamativos pósters y displays, así como los
discos, los compacts y los vídeos, lo que atrajo su atención.
I .iis dos se detuvieron frente al cristal, paseando sus ojos por
lir. distintos rostros de estrellas del rock tanto como por los
ilr aquellas y aquellos que deseaban serlo y que apenas si
i ni|Hv;ibari a destacar. La mirada de Ventura se concentró en
un .nij'.ulo del escaparate, donde estaban emplazados un libro
ilc I n n Morrison con su biografía, uno de poemas y también
l i l i illSCO.
-Fíjate -le dijo a Tivi-. Todavía sigue ahí.
¿Quién es?
Jim.
Ya, ¿y quién es Jim?
I ,a miró como si fuera la primera vez que lo hacía y
MI liii'.n Je ser una chica atractiva fuese un monstruo o tuvieH III", I I | I I S .
62
63
-¿No conoces a Jim Morrison? -pronunció lleno de
incredulidad.
-No me suena, tío. ¿Es grave?
-Pero... ¿te gusta la música, no?
-Sí, me gusta, sólo que todos estos guaperas no son
más que una panda de caretos. Ni siquiera tienen cerebro: tienen bragueta.
—Ellos sí, pero Jim no. Jim fue el más grande.
-¿Fue?
-Murió en 1971.
-Ya -suspiró Tivi-. Otro héroe maldito.
-No puedo creerlo -el tono de Ventura era de desconcierto supremo-. Jirn y otros como él prepararon el camino. ¡Nada sería igual sin ellos!
—Todo sería igual sin ellos, aunque dándote el beneficio de la duda, puede que fuese un igual diferente.
-¡No! -casi gritó él-. ¿Has oído Smells like te en spirit de Nirvana? ¡Por Dios! ¿La has oído? ¡Ahí está todo!
-Por lo menos a Nirvana sí les conozco, son de los
noventa -sonrió Tivi, divertida por la vehemente intensidad
de Ventura.
—¿Cómo puedes conocer a Nirvana y no a los
Doors?
-Los Doors sí que me suenan. Son los de aquella película, aunque la vi hace años y casi no recuerdo...
—¡Mierda! —esta vez sí fue un grito—. ¡Aquello no era
una película, era un bodrio! ¡Oliver Stone ¡a cagó, no reflejó
la verdad, caricaturizó a Jim y convirtió a los Doors en un careto! ¡Ellos, que cambiaron la música americana de la segunda mitad de los 60!
-Vale, vale, no te exaltes -trató de calmarle ella-. No
sabía que la música fuese tu tema favorito. Yo prefiero leer.
-Dime algunos momentos mágicos de tu vida.
-¿Como cuales?
-No sé, esos momentos que recuerdas siempre, que
te acompañan, que son parte de ti y que te han marcado.
Tivi bajó la cabeza y ni la luz del escaparate impidió
que volvieran las sombras a su expresión. A pesar de ello,
trató de esforzarse.
-Tengo pocos —reveló sinceramente.
-Dime alguno, va.
-Mi primer beso, a los siete años; el día que hicr
una canasta decisiva faltando un segundo de partido en una
fase final escolar; rni primer viaje fuera de España, a Londres; el día que me rompí una pierna al inicio de verano y lo
pasé fatai; el día que... bueno, no sé, cosas así.
-No hay música en tus recuerdos -dijo Ventura, y
no fue una pregunta, sino una aseveración.
-No, supongo que no -reconoció ella aún más sombría.
-La primera vez que mi padre oyó a los Beatles me
dijo que toda su vida cambió -empezó a reflexionar en voz alta él, como si de pronto mirara hacia su interior-. Estaba en
unos futbolines de aquí, de Barcelona, en una plaza llamada
Lesseps. Se quedó galvanizado. Dijo que fue algo increíble.
Cantaban Twist and shout. Y le sucedió igual años después, ya
no importaba que fuera joven o no. El día que comiendo un
bocadillo en un bar de Sants escuchó el Born to ron de
Springsteen o cuando... ¡Dios, hablaba de esas canciones y de
cada momento, como si su vida fuese una cadena de canciones
unidas consigo mismo: Gimme soine loviri de Spencer Davis
(¡roup, Massachusetts de los Bee Gees, California de John
Mayall, el primer álbum de Led Zeppelin...! Alguien dijo que
rl lock es la banda sonora de nuestra vida, ¡y tenía razón!
-Ventura -la voz de Tivi era suave, y sus ojos llenos
i Ir fxtrañeza también—. ¿Y tus recuerdos?
Él inició la recuperación de su consciencia y volvió
u establecer la comunicación directa con esos ojos.
-¿Mis... recuerdos? -pronunció como si despertara
i Ir un sueño.
-Tus canciones. Hablábamos de ello, no de tu padre.
-¿Has oído Smells like teen spiriil -preguntó por sejjunda vez, lentamente, y sin esperar una respuesta continuo : Es el himno de los 90, nuestro himno. Kurt Cobain
muí ió por él -hundió en ella la súbita desesperanza de su miinda y muy despacio cantó:
l'm worse at what I do best
(indfor this gift Ifeel hlessed
(Soy peor en lo que hago mejor
y me siento bendecido por este don)
¿Te encuentras bien? -la mano de Tivi estaba en su
Mii'|ill.i, y era una mano amiga, agradable.
Kurt Cobain se pegó un tiro -dijo-. La mierda le
llt-jMi li.isiü arriba.
64
-Incluso en la mierda puede aprenderse a nadar -susurró ella.
Ventura parpadeó lo misino que si despertara de algo, y los dos se quedaron en silencio, callados, recuperando
todavía despacio pero más y más plenamente la noción del
presente. Tivi no profundizó a la búsqueda del dolor que había percibido en su compañero. Él acabó mirando de nuevo
el escaparate.
-En casa no teníamos compací disc -mencionó sin
un aparente sentido-, sólo discos, muchos discos.
CD
O e puede saber como es una persona por la forma
en que ama los discos.
¿Has visto a alguien de los 60 o los 70 coger un disco ? Fíjate cómo lo hacen, con qué mimo ponen los dedos en
los bordes, con qué ceremonial lo sacan de la funda —por lo
general en bastante buen estado-, de qué forma lo sujetan
para no meter las yemas asquerosamente sudadas en las estrías, cómo les dan la vuelta. Dios..., ni siquiera se puede ser
más suave y tierno con una persona del sexo contrario.
¡Querían —y quieren— a sus discos, los muy cabrones! Ahí estaban —y están— sus emociones, sus rollos, su COSA. ¿Que
queréis que os diga? Yo les envidio. Nosotros somos la gene
ración del compact y si os paráis a pensar un momento... eso
significa algo. ¿Somos los indestructibles o tal vez los de
usar y tirar? A un compact, -un CD-, puedes ponerle la ma
no encima, pisarlo, dejarlo fuera de la funda aunque se llene
de polvo, vomitarle encima. Y ni siquiera es porque sea duro.
Sólo porque es una pequeña mierda que resiste.
Nosotros somos compacts, ésta es la relación.
La puta generación del CD.
Desde que lo comprendí, entiendo mejor dónde es
toy, qué hago, hacia dónde vcy, suponiendo que por el siini>li
hecho de poner cada día un pie delante del otro vaya a alga
na parte, como ahora.
Tienes lo que tienes y te vale.
En ese momento, con Tivi, tenía lo justo y necesarii
no me hacía falta nada más. Bueno, sí, tal vez una nueva < i
65
beza. Mi cabeza aún creo que es de vinilo, y tiene profundas
estrías. En cambio mi corazón es un compact.
Cuidado con el laser-disc.
27
-Y
el cine. ¿Te gusta el cine?
-Sí, claro.
-¿Hasta qué punto? —insistió Ventura.
-¿Crees que tengo las seiscientas y pico de pelas
que vale la entrada para ir cuando quiero? Aprovecho los
días del espectador a tope, y si hay más de una peli que me
interese, me hago un doblete.
-La música es la sangre de la vida, pero el cine...
¡Dios! -exultó vehemencia apretando los puños y levantando
la cabeza al aire-. ¿Cuál es tu película favorita?
-Jo, tío, ¿otra vez?, ni idea. Me gustan todas, aunque
prefiero las buenas comedias y los temas interesantes. Paso de
chorradas de efectos especiales y musculeras guapos.
-A mí me apasiona todo, pero el cine americano en
blanco y negro de los años 40 y 50...
—Un poco viejo sí eres, además de raro -se burló
TIVI.
Ventura no le hizo el menor caso. Continuó hablando, recuperado de su anterior obnubilación, de nuevo arrasl i . u l o por su énfasis.
-Fíjate en la cara de Spencer Tracy, o en la sonrisa
de ( ' l a r k Gable, o la belleza de ellas, la Lombard, la Tietney,
lo Smunons... -dijo-. Hoy día sólo queda Hoffman, bueno, y
Nu'liolson a veces. Podría ver mil veces Bla.de Runner, Lo
i/iir el viento se llevó, West Side Story o 2001.
-Se te ha iluminado la cara -volvió a burlarse Tivi.
-Puedes oir música a todas horas, inconscientemenIr, en l.i radio, viendo la tele o incluso caminando por la calle IVro el cine es un acto de fe. Sí, también puedes verlo en
in i .1-1, en la tele o alquilando un video, y está bien para rei n|n MI o ver algo antiguo, sin embargo... entrar en un cine,
ftt'Mlni le en la oscuridad, sumergirte en la pantalla, eso es algo
mus i l i s i i n i o . El día que la realidad virtual sirva para meterte
. de una película... ¿te imaginas?
•Kres de los peligrosos -consideró ella.
¿En qué sentido?
I íres apasionado.
66
-¿Y eso es raaio?
-Para unas cosas, no. Para otras es probable que sí.
De todas formas... -bajó la cabeza de nuevo, y su voz se tornó más débil-, he de confesar que te envidio. Yo no soy apasionada, y me gustaría serlo, aunque pienso que los apasionados sufren más, todo íes afecta, sienten el doble y por lo tanto
todo lo viven con mayor intensidad, lo bueno y lo malo.
•'-Yo no lo veo así. Se trata de estar vivo o no.
-Se puede vivir de muchas formas.
-¿Estás segura?
Se encontró con sus ojos abiertos y transparentes.
Estaban atravesados por un rictus de dolor muy tamizado,
casi imperceptible. Tuvo un deseo irresistible de cogerle la
mano, pero lo reprimió. De hecho caminaban sin rumbo desde que habían salido de la casa, esperando que uno u otra decidiera entrar en algún sitio para cenar, pero sin prisa por hacerlo. Con cada paso había un roce, y con cada roce una
normalidad. No eran más que un chico y una chica paseando
en una recién iniciada noche de primavera.
Parecían un chico y una chica paseando en una recién iniciada noche de primavera.
-Mi padre... -empezó a decir Ventura.
—Oye -le interrumpió ella frunciendo el ceño—, tu
padre por aquí, tu padre por allá. ¿Qué pasa con él? Si estabas tan bien con los tuyos, ¿por qué te has ido de casa?
La pregunta le cogió de improviso. Tal vez por ello
lo acusó. Su rostro quedó ahogado de nuevo por una marea
de sensaciones encontradas, un terremoto quieto. Trató de
responder, lo intentó, pero lo único que acabó haciendo fue
aislar los sentimientos y mirarla como un náufrago perdido
en el mar, lleno de desnudas contradicciones. Tivi supo verlo,
y entenderlo.
-Vale, perdona, nada de preguntas personales, lo
siento.
-No, espera... -intentó ordenar una idea, canali/;u
esos sentimientos.
Ella no le dejó.
-Cada cual tiene sus fantasmas -dijo-. Y la verdad
es que nadie quiere hablar de los suyos.
-Puede que tengas razón -convino él.
-Tengo razón -concluyó ella en forma terminante.
-Entonces...
-Anda, vamos a cenar de una vez. Yo ya tengo hamhi c
67
D
E.
-I hombre esperó a que el psicólogo terminara de examinar los datos. Cuando él dejó el informe sobre la mesa, se enfrentó a
su mirada y esperó. Más allá de ambos la noche ya dibujaba con mucha más intensidad la negrura en el ánimo dei primero.
Su impaciencia le delató, hablando bajo el impulso de su
ansiedad.
-Como puede ver, tiene un coeficiente intelectual elevado.
No es un chico común. Siempre ha leído mucho. A los quince años ya
leía cosas de Freud, Nietszche y gente así. Además, le gusta el cine y
la música.
-¿Qué clase de cine?
-Todo. Devora películas como... -le hizo un gesto impreciso, pero abrumador-. Ve cada día un par, de la televisión o del video
Club, antiguas o modernas, tanto le da. Creo que incluso las memori/,;:. Hay películas que ha visto una o dos docenas de veces.
-¿La música es la actual?
-Siente predilección por el rock, sí, y le fascinan las graniK-s estrellas, los ídolos que han hecho de sus vidas algo paradigmático, lauto en lo bueno como en lo malo. Yo no entiendo mucho de eso,
|irm... -dejó de hablar un par de segundos y tras bajar la cabeza con
nhatiiniento optó por pregunlar lo que tanto le inquietaba-: Doctor,
, i i u n o es ahora mismo su estado de ánimo?
-Confuso -fue la respuesta inicial del psicólogo, antes de
* \irnderse en su siguiente disquisición-. Puede que ni recuerde nada,
tomo los autistas. Quizá haya bloqueado su mente. Quizá tenga mieiln y esté asustado. Quizá viva ai límite. Quizá se sienta héroe de su
pinino sueño. Es difícil saberlo. Usted me lo ha descrito corno un sonliir, con un sentido dramático de la vida, ...vida que adora el cine y
iniisica hasta el punto de haber hecho de las vidas ficticias o reales
Ir Mi 1 , mitos el apoyo y razón de su existencia. Eso nos da un cuadro
íiliy interesante, pero demasiado amplio. Tal y como ese amigo suyo,
)iiim, dice que le ha hablado, sin contarle nada de lo sucedido, tó que
•" c un es estar precisamente huyendo.
-No le entiendo.
--Se está dejando llevar. Puede que quiera'que le cojan. Puei|iif, simplemente, espere acontecimientos. Es posible que tenga
iiilml.is y bajadas, como los drogadictos. Y en esos momentos tanto
"• t'ii|i¡i/ de descubrirse a sí mismo como hacer algo peor.'
';
-Casi mató al hombre al que robó, innecesariamente. ! • : '
69
68
-Tiene miedo, mucho miedo, pero creo que ese miedo es el
que le hace dejar un rastro, como los caracoles. Y gracias a él le cogerá.
-Lo sé, doctor, lo sé -dijo con plena seguridad el hombre.
28
ue Tivi la que entró en aquella hocadillería barata nada más verla.
—¿Quieres entrar aquí? —se sorprendió Ventura.
-¿Qué pasa, no te gusta?
—Pensé que querías cenar bien, en un restaurante.
-Mira, no quiero acostumbrarme a la buena vida,
gracias -le dirigió una sonrisa malintencionada.
Se sentaron en una mesa de dos, frente a frente, cerca
de la barra, y un camarero alto y delgado, que no le quitó el ojo
de encima a ella, se acercó inmediatamente para preguntarles
qué querían. Pidieron uno de frankfur, uno de lomo, uno de bacon y otro de chistorra, con dos cervezas. Cuando el camarero
se alejó les llamó la atención la risa de una mujer, sentada en la
barra, llamativa, con una especie de yitppie al acecho, de pie
frente a ella. Debía haber dicho algo gracioso, porque la miraba
con ojos de seguridad y dominio. No encajaban allí, pero estaban allí. Lo mismo que ellos. Una radio de fondo desgranaba las
notas de una canción de Peter Gabriel, Games without frontiers.
-Peter Gabriel es un tío alucinante -la informó Ventura señalando la radio para que supiera de qué le hablaba.
-Tú sí lo eres -confesó Tivi-. Estás lleno de sorpresas. Deberías dedicarte al cine o a la música si tanto te gustan.
—Toqué en un grupo.
-¿De verdad? -dilató sus ojos, pero no a causa de la
noticia, sino más bien como si lo encontrara gracioso—. ¿Y
qué tal?
-No pasó nada, si es eso a lo que te refieres.
-Eso no significa demasiado. Formar un grupo debe
costar bastante, y encontrar a los tíos adecuados, más. Uno
puede ser bueno y los otros malos. ¿Qué tocabas tú?
-El bajo.
-¿Es tu instrumento?
-Me gustaba la guitarra, pero hay diez guitarras para
cada grupo. Así que uno ha de pasarse al bajo. Todos los bajos son guitarras frustrados, bueno, casi todos. No quiero que
me oiga ninguno y me asesine.
-¿Escribías canciones?
—Sí, bueno, las letras.
Tivi se inclinó un poco más sobre la mesa, plenamente interesada.
-¿Eres poeta?
-Sí.
-Me encanta -bromeó ella-. Pasas de la modestia
como un indio de zapatos.
-Te digo lo que pienso y lo que siento como lo pienso y como lo siento, no creo que...
-¿Por qué lo dejaste? -le preguntó la chica, pasando
por encima de sus argumentaciones semánticas.
-No lo dejé -dijo él-. Yo sigo en ello, aunque... -reK>tdó su sueño y cambió el tono de su voz-. El grupo se fue a
ln mierda por el coñazo de la mili. Se fueron e] cantante y el
Iwla ía, y el guitarra se marchaba medio año después. Yo era el
mus joven. Cuando volvían los primeros se largaba el teclista.
-¿Y tú, cuándo te toca a ti?
-Yo paso de la mili.
La mujer de la barra soltó una carcajada ostensible,
ivliimdo para atrás su cabellera revuelta. El hombre, como
(un inercia, se le echó encima y apoyó su vaso en el escote de
Hln. lo cual provocó una nueva risa y unos manoseos evidenIt". li.isla que se dieron un beso.
-imbécil -musitó Ventura.
-¿Qué te molesta? -indagó Tivi- ¿Que se hagan noliii o i|ik- el vaya con esa tía de bandera?
-Tú eres mucho más atractiva -se sinceró.
-Oh, gracias -fingió sentirse abrumada.
-Lo digo en serio.
-Vale.
-Cuando te he visto sobre el cristal, limpiando el...
-Vale, vale.
No le dejó hablar. Fue un absoluto corte. Incluso su
Mitin 11 .inihió cubriéndose de cenizas repentinas.
Y en ese momento apareció el camarero con los bo- \s cervezas.
29
¿Q
ué harías si te echaran de la casa o tuvieras
-Buscarme la vida, como tú.
-¿Cuánto tiempo hace que estás sola?
-Un año.
-Me gustaría quedarme con vosotros.
Tivi le miró de hito en hito. Lo siguiente lo dijo con
voz átona, tan hueca como impersonal.
-No hay sitio, aunque... siempre puedes pedirlo de
forma oficial y ver que tal, si alguno quiere compartir su espacio contigo. Nos reunimos un día a la semana para tratar
temas de funcionamiento interno. De todas formas, si crees
que es un paraíso, vas dado.
-¿Lo dices por lo de la poli, los skins y todo eso?
-Lo de los skins sólo es una parte. Esto no es Los
Ángeles, no hay bandas, pero sí tribus urbanas. Hace un mes
apalearon a uno de otra casa al que pillaron solo de madruga
da y ha perdido un ojo, los muy... cabrones -exhaló con desprecio-. No, lo decía por las dificultades globales, falta do
medios, de dinero, trabajo..., todo.
-No me importa la dureza, creó que es buena pai;i
salir adelante.
-Lo dicho -dijo con un triste sarcasmo ella-. Eies
un romántico.
-¿Y qué?
—Pues que los románticos son peligrosos, nada pr;n
ticos, idealistas sin nada en lo que apoyarse. No hay uadii j
peor que un soñador.
-No lo dirás en serio.
-¿Que si lo digo en serio? ¡Tú verás! Yo llevo ufl
año en la calle. Tú aún te crees que esto es como robarle |>i'«|
ras al vecino.
-No es cierto -repuso Ventura con dolor.
-Dime una cosa: ¿qué esperas de la vida?
Se lo pensó, y dejó la mitad de su segundo bocadillo]
sobre el plato, como si le pesara en las manos. Por la radio yl
no se oía música y la pareja de la barra se había ido. Peso u •
gente que les rodeaba, parecían estar solos.
-Quisiera... -empezó a decir sin encontrar las \n\\m
bras adecuadas o la idea que necesitaba para ¿deslurnbiaiM
Y repitió-: Quisiera... -antes de comprender algo en lo i|uo IM
había pensado antes. Es decir, una vez se había dado nu'iM
de que nunca sería una estrella del rock. Una estrella do I uní
Una estrella del rock... La idea, obsesiva, le hizo más dallo A
lo que nunca le hizo jamás, porque de pronto le pesó y lo i|M
mó como un plomo ardiente en mitad de su cerebro. Nunca
sería como Morrison, o Cobain, ni vivo ni muerto. Nunca. Y
entonces acabó bajando la cabeza para reconocer sinceramente y con un débil hilo de voz—: Aún no lo sé.
-Yo sí lo sé -dijo Tivi-, y es muy simple: sólo quiero tener un espacio mío, ¿entiendes? Quiero tener una porción de aire para respirar, no quiero nada más. Es lo único
que necesito para sentirme viva.
-¿Eso no es tan romántico como lo mío?
-Es diferente. Cuando hablo de una porción de aire,
un espacio, te estoy diciendo que quiero que me dejen en paz,
que respeten lo que soy, quién soy y cómo soy. Nada más.
lisie mundo es opresivo, todo Dios le roba el aliento al de al
laclo. No quiero tener que estar peleando continuamente por
tosas así. Quiero paz, vivir y dejar vivir.
-¿No quieres una casa, un futuro estable, quizá unirlo a alguien...?
-No, ¡no! ¿De qué hablas? ¿Me estás poniendo a
pi m-ha? ¡A la mierda con todo eso! ¿Quién lo necesita? En el
Iniido eso es lo que quiere la tía de la barra. Tú tampoco lo
necesitas, lo sé, y lo sabes. Yo quiero atrapar mi gramo de lilu-ilad, y sé que me bastará. Ya conozco la realidad. Ya he
iipiondido. Lo tengo claro, muy claro, tío.
-Todo el mundo cambia -se atrevió a decir él sin esIHI seguro de si era la frase adecuada, porque tampoco estaba
NI (-uro de que fuera cierta, aunque temiera que sí.
-No todo el mundo -dijo Tivi-. Yo no voy a camliiiii eoino por ejemplo esas estrellas del rock que tanto admiIIIN, v que nacen en la calle, salen de la calle, pero cuando esliin ¡u i i ha se olvidan de todo y pierden el contacto con la
M iilulad, se disfrazan de estrellas. ¿Ése es tu ideal, Ventura?
I u historia del rock está llena de tortura y muertes inútiles,
IV'.li-y, I .ennon y muchos más que ni conozco ni me suenan.
Cobain, Morrison, Joplin, Jones, Hendrix, Cooke, Alll'ti\ioñus, Holly, Lymon, Parsons, Wüson, Moon, Curtís,
HI'KV Manuel, Gaye, Pappalardi, Redding, Kath, Bolán,
«ii \\'i>txl, Elüott, Kossoff, Carpenter, Byron, Marley...
¿Sabes lo que es la historia del rock, Tivi? -pren Ventura moviendo la cabeza negativamente.
Historia
i-ja historia del rock está hecha de olores y sensaciones, cariño. Olores y sensaciones. Oh, sí..., ¿te sorprende?
No, yo no estaba allí, porque eso sí pertenece al pasado, no al presente. No estaba allí pero me lo contaron, especialmente Lennon, en otro de mis sueños. Con él también
suelo hablar. Me cuenta qué sintió el día que aquel hijo de
puta le disparó a quemarropa. Me lo cuenta y es como si yo
sintiera el impacto de esas balas en mi mente.
Duelen, cariño.
Todas las balas del absurdo duelen.
Pero... ¿quieres saber qué es la historia del rock?
¿De verdad? Bien, bien, de acuerdo, te lo diré: olores y sensaciones, o sea, asco y repugnancia. ¿Quieres oírlo? ¿De verdad? Bien, bien, de acuerdo, voy a continuar. En los 60 los
grupos actuaban en teatritos de madera, con asientos de madera y el suelo de madera. Las fans hacían colas durante horas para entrar a la carrera y apoderarse del mejor sitio.
¿Sabes lo que son mil o dos mil fans, adolescentes e histéricas, juntas, actuando como un solo cuerpo y una sola cabeza? Para cuando salía el grupo estelar, que únicamente tocaba durante unos veinte minutos porque no había «conciertos» ni «recitales», sino paquetes de artistas, las fans lie
vahan las horas de cola más el nerviosismo de la espera final,
y entonces... sus esfínteres no resistían, se meaban, todas, <il
unísono, en bloque. No iban al WC, porque eso hubiera significado perder el asiento, no verles durante unos segundos o
minutos preciosos. Se dejaban llevar. Se lo hacían encima.
Dicen que las chicas son diferentes a los chicos en eso. Cues
tión fisiológica. Yo ni entro ni salgo, sólo constato un hecho.
Así que todos aquellos meados caían por la pendiente del ten
trito, hacia abajo, hacia el pie del escenario, amarillos, espumosos, humeantes, y los músicos veían aquella inmensa <>l<i
acercándose, formando un charco a sus pies, mientras el olor
subía y subía, les alcanzaba, les mareaba. Ese olor no se oí vi
da nunca. Los veteranos de los 60 lo tienen incrustado en lii
pituitaria. Por eso se inventaron los grandes conciertos d?
tres horas en palacios de los deportes, estadios y sitios grun
des, que no eran de madera ni estaban inclinados. Afines dt>
los mismos años 60 ya todo era distinto. ¿Sigo? Por supiu-slii,
Falta lo mejor. Te he hablado de olores, cariño, pero falliitt
Í
las sensaciones. ¿ Sabes por qué los Beatles dejaron de actuar
en directo en el 66? No fue sólo por estar cansados o por ser
imposible que consiguieran en vivo el mismo sonido que en
los discos. Fue por algo más: Estaban hartos de los paralíticos y minusválidos que les ponían delante en cada actuación?
¿Te imaginas? No los soportaban. Allá donde fueran, les ponían en primera fila a los desgraciados, los disminuidos.
Eran los número 1, el grupo más famoso, pero por esa misma
razón no podían protestar, así que actuaban delante de miles
de fans enloquecidas —y meónos», pero enfrente de todo, en
primera fila, estaba el recuerdo de que había algo más. Verás,
cariño, cuando se tienen veinte años y muchos millones no
quieres hacerte mala sangre, ¿lo entiendes? Te solidarizas
cuanto puedes, pero no quieres ver la miseria humana, porque tú te has salido de ella. No quieres que nadie te la recuerde. Odias a quien te la recuerde. Era como si aquellos tullidos les gritaran: «Cabrones, tenéis mucha suerte, toda la
suerte del mundo. Vosotros estáis ahí arriba, guapos, famosos
y ricos, con miles de fans que gritan y se mean por vuestros
huesos, mientras a nosotros se nos mean encima. Vamos, jodeos. ¿Creéis que todo es fácil? Pagad vuestro pequeño precio». Y lo pagaron hasta que dijeron basta. John me lo contó,
pero lo mismo hicieron Mick Jagger, Eric Burdon o los hermanos Davies. Todos me lo contaron.
-¿Cuando?
Cuando yo soñaba con ser como ellos. Cuando yo sonaba con atrapar a Kurt Cobain. Cuando yo lloraba y cuando
iría. Ayer, hoy y mañana. Siempre quise ser uno de ellos, carino. Yo quería oler los meados, y sentir el asco. Me hubiera gustado llegar ahí, y tocar el cielo con las manos. ¿ Y me hablas de
realidad? ¿De verdad me hablas de la realidad? Nací para ser
IIIHI estrella del rock, y me conformaré con ser un eclipse.
Si no hubiera sido por ese sueño...
¿ Y si me equivoqué de cementerio?
30
J_-/espués de todo, puede que Barcelona esté demasiado cerca de Girona. Quizá me vaya al Sur.
-Nunca se está lo bastante lejos de aquello que quieif, olvidar, te lo aseguro.
-¿De dónde eres tú?
74
. :
-De aquí mismo. Vivía en Horta.
-Entonces tú sí que estás cerca de casa.
Tivi no contestó, rehuyó incluso sus ojos. Atrapó su
segunda cerveza y bebió directamente del gollete de la botella, hasta apurar su contenido dando los dos últimos tragos.
Cuando hubo terminado la dejó sobre la mesa, se echó hacia
atrás, se desperezó y volvió a enfrentarse a él.
-Me gustaría leer alguno de tus poemas.
-No llevo ninguno escrito encima, y no recito bien.
—Puedo imaginármelos.
-¿De verdad? ¿Cómo crees que son?
-Puro grunge, desesperanza, toneladas de desesperanza.
-Lo sabes todo, ¿eh?
-No, no voy de listilla. Antes creía que sí, pero nunca se sabe lo suficiente, aunque se aprende lo justo y necesario para echar p'alante. Te aseguro que basta un año en la calle, espabilándote, para descubrirlo.
-No future -lo pronunció en inglés, Nofiutur.
-¿Qué?
-Era el lema de los punks, en los 70. «No hay futuro».
-¿Crees esa mierda? Sí hay futuro, hombre. A largo
plazo, pero ha de haberlo. Si no...
-Acabas de decir que sólo buscas tu espacio vital
para existir, nada más. Eso es creer sólo en el presente.
-¿Qué dices? Eso es creer en algo. Es como... la
base, la primera piedra. El resto nace de ese principio.
-Eres una tía extraña -consideró él.
-¡Anda ya, no te digo! Cuando alguien se escapa y
no encaja, siempre es extraño. ¡Menuda etiqueta! El extraño
eres tú. Apareces en Barcelona con el coche de un colega, sin
nada, sin ideas, sin planes.
-De momento te he conocido a ti, y ya tengo donde
dormir.
-Es que yo soy muy buena -se burló de sí misma
con cansancio.
No quiso decirle lo que pensaba: que era excepcional. No quiso que ella creyera que le doraba la pildora, o que
su posible lado romántico la empezaba a idealizar. Se salió
de la trampa levantando la mano para llamar la atención del
camarero y abonar la cuenta.
Ni siquiera supo por qué dijo aquello, en ese mo
mentó vacío.
75
-Si mi padre me viera ahora...
-¿Qué rollo te llevas con él?
La miró fijamente.
Uno, dos, tres largos segundos.
31
-Mi
Li padre... vivió en los años 60, ¿sabes? Quiero decir que fue joven entonces. Y en aquellos días aún se
podía creer en algo -la detuvo al ver que ella iba a objetar alguna cosa-. Espera, espera, me refiero a que había inocencia,
muchas cosas que hoy se han perdido, ideales...
-Vamos, sigue -le apremió Tivi al ver que se detenía, inseguro.
-No, no importa -trató de evadirse él.
-¡Sigue, joder! Puede que me hagas ver algo que yo
no sepa.
-Yo no estaba allí -se defendió Ventura-. Te digo lo
(|iic mi padre repetía.
-Ya sé que no estabas allí, y sé que estás aquí, atrapado entre un pasado que idealizas gracias a tu viejo, un presi-iUe que te jode y un futuro que, según tú, no existe. Pero sij;uc, quiero oírte. Me interesa. ¿Qué hay de tu padre?
Ventura no ocultó su desconcierto, su sorpresa, pero
si' vio arrastrado por la fuerza interior de Tivi, el poder de su
mirada y la intensidad de su vehemente tono de voz.
-Tampoco hay mucho que contar -reveló-. Fue hip/>/r hizo su guerra, vivió y luego se casó con mi madre, port|iir creyó que era hora de sentar la cabeza o porque se enamoró de ella, no sé.
-O sea que cambió y la jorobó.
-Puede -concedió Ventura-. La verdad es que nací
\ i mi madre se puso en plan señora y vino todo ese rollo de
l.i madurez.
-No lo soportó.
-No, no lo soportó. Entonces sí que cambió. En los
«u líenla a todo Dios le dio por querer ganar dinero, por apai i ' i i i . i i , poi jugar a la «gente guapa». Fue muy fuerte para él.
N n tenía quince años cuando mi madre se largó con otro, uno
l'nn irají- y corbata que trabajaba en La Caixa.
-¿En serio?
Prefirió la seguridad, y también la paz, porque para
76
entonces mi padre ya se había puesto muy borde, como una
jarra de cerveza rezumando la espuma de su insatisfacción.
-Inadaptado.
-Tal vez.
-¿Con quién te quedaste tú?
-Viví con mi madre dos años, hasta que no pude
más y me abrí. Mi padre era un cabrón, pero el otro...
-La extraña pareja -calculó Ti vi.
-Y tampoco funcionó -asintió él con más abstracción que cansancio-. Fue peor que antes. Estaba amargado,
hundido. No pertenecía a este mundo, y tampoco podía volver al suyo. Atrapado en ninguna parte, así se sentía. Nos...
—hizo un gesto amargo, doloroso, pero no dejó de hablar,
aunque ahora ya no la miraba a ella, sino su plato vacío-.
Nos dábamos de hostias cada día.
-Así que era eso -suspiró ella.
-No, no.
-Has dicho que...
-Bueno, no... cono, no sé, no nos llevábamos bien.
-Perdona, no teníamos que haber hablado de eso. Ya
te he dicho antes que cada cual tiene su historia, y hay gente
a la que no le gusta hablar de la suya.
Ventura volvió a mirarla. Esta vez sus ojos estaban
cargados de dolor.
-Hay algo peor que morir por los sueños, Tivi -dijo-. Los Rolling Stones cantaban «Cuidado con lo que deseas, puedes conseguirlo». Así que conseguirlo es cumplir el
sueño, pero si mueres tú con el sueño...
32
¿Y
-¿Yo qué?
Notó cómo ella se ponía inmediatamente a la defensiva.
-¿Cuál es tu historia?
-Yo no tengo historia.
-¿Qué sucedió para que te fueras de casa?
-Mira, lo siento. Yo no soy tan comunicativa com< >
tú. Te repito que no me gusta hablar de eso.
-¿Tan mal te fue? No es bueno quedarse las cosas
dentro.
77
Tivi se puso en pie. Paseó una mirada fingidamente
distraída por el local y se desperezó.
-Oye -dijo-, mañana he de madrugar para pillar los
atascos de antes de las nueve, así que he de estar a las siete y
media u ocho en mi esquina. Es una de las mejores horas,
¿sabes? Parte del presupuesto del día depende de eso. La
gente está más cabreada de lo normal por levantarse pronto,
y también más dormida, con menos ganas de discutir.
-¿Quieres irte, en serio? -vaciló Ventura.
-No, quería que me viera el personal -espetó ella.
-Espera -trató de detenerla él-, no te haré preguntas...
-Vamonos, es tarde -hizo un gesto casi inmediatamente, agregando-: O si lo prefieres me voy yo y tú te vienes
cuando quieras.
-No sé el camino.
—Pues andando. Además, estás muerto de sueño. ¿Te
has visto los ojos? Parecen dos rendijas. ¿Cuánto tiempo llevas sin dormir?
-Cuarenta y ocho horas, aunque he pegado una cabezada en el coche después de comer.
Tivi echó a andar hacia la puerta, y él la siguió. Había dejado setenta y cinco pesetas de propina en el plato, y
cuando ella le dio la espalda se apresuró a recogerlas, dejándolo vacío. La alcanzó en la calle y se puso a su lado, caminando inicialmente en silencio, bajo la placidez de una noche
lan serena como cálida.
Una noche hermosa.
-Mañana habrá luna llena -dijo la muchacha una
docena de pasos más allá.
Siguió la estela de su mirada, descubrió la luna cerca de su plenitud y volvió a mirarla a ella de soslayo mientras
la imagen de Neus aparecía en su mente y luego desaparecía
envuelta en la misma distancia que íes separaba del satélite
terráqueo.
Descubrió que se sentía bien, pero todavía extraño.
Y si en algún momento hubiera deseado detener el
reloj, lo habría hecho en éste.
Imagina que no hay ningún paraíso.
Es fácil si lo intentas.
Ningún infierno bajo nosotros.
Sobre nosotros sólo el cielo.
Imagina a toda la gente.
Viviendo al día.
78
-Imagine -dijo Tivi-. Esa sí la conozco.
-Era la canción favorita de mi padre -dijo él.
Poder
> i pudiera me haría una cazadora con mis sueños.
S,
Si pudiera bebería de la sangre del olvido.
Si pudiera besaría todos los recuerdos.
Papá, ¿ te acuerdas de cuando me hacías escuchar a
John Mayall, a Cream, a Soft Machine, a Brian Auger, a Bob
Dylan, a Eric Burdon...? ¿Te acuerdas, papá? ¿Te acuerdas
de cuando me descubriste Woodstock viendo la película ? Fue
la primera vez que le vi llorar, y creo que la única. No pudiste
ir al festival porque no te dejaban salir de España a causa de
lajodida mili. ¿Cuántas veces vimos después la película?
La hostia, papá, ¡qué días!
Entonces estábamos unidos.
¿Cuándo dejaron tus manos de acariciar para convertirse en venganza?
Si pudiera hacer que mi tiempo fuera el mejor de los
tiempos.
33
Alü pasar cerca de donde tenía aparcado el coche,
recordó la maleta escondida en el maletero. Caminó en dirección al vehículo, sin dejar que ella se aproximara, y la sacó
del lugar volviendo a cerrar el capó. No pesaba mucho, pero
tampoco parecía estar vacía. De todas formas su gesto no
pasó inadvertido para Tivi. Al llegar de nuevo a su lado ella
le preguntó:
-¿No has cerrado con llave?
-La cerradura está estropeada -dijo indiferente.
-Deberías arreglarla si no quieres quedarte sin coche. ¿Qué llevas ahí, todo tu mundo?
-Casi.
-No sé por qué me daba la impresión de que te habías ido en un arrebato, ya sabes.
-Ya ves.
79
Llegaban a los alrededores de la casa y hablaban cada vez menos y de temas más triviales, a modo de dardos fugaces en la noche. De pronto Ventura comprendía que iba a
dormir con ella, en su misma habitación, tan cerca que podría
oírla respirar, moverse, y que percibiría su calor en la proximidad.
Sentía un vacío especial en el estómago.
En el jardín de la casa había dos chicos jóvenes, estrechamente unidos, mirando la luna como fieles devotos y
con cara de ensueño. Se besaban cuando ellos entraron
y dejaron de hacerlo al notar su presencia. Los dos le miraron a él, de arriba abajo, y le sonrieron a ella con amable
ternura.
-Hola, Tivi.
-Hola, pareja.
No hubo presentaciones. Atravesaron el jardín y entraron en el edificio. Una docena de chicos y chicas, hombres
y mujeres, aunque de no más de ventimuchos años, repartían
sus cuerpos por la sala mirando algo en un televisor en blanco y negro. Diego no estaba entre ellos.
-¿Ves? -dijo Tivi-. No nos falta de nada. Darío encontró esa tele y la arregló. Por lo visto alguien se compró la
de color y la jubiló.
-¿No tenéis problemas para escoger el canal?
quiso bromear él, aunque no tenía ninguna gana de haivrlo.
-Aquí no hay abuelitas ávidas de concursos, ni padres futboleros, ni madres amantes de melodramas, ni niños
.nucios a los mangas japoneses. El primero que llega pone lo
i|ik % quiere y punto.
-Ya.
Estaba nervioso, más y más inquieto. Sólo dos o tres
ilc lo.s y las presentes le observaban con algo de curiosidad.
-Bueno, yo me quedo aquí un rato -dijo de pronto
l'ivi . Ya sabes donde está la habitación. Que descanses.
Se apartó de su lado.
-Creía que tenías que madrugar -dijo él.
Sonó a protesta, a incertidumbre, a desilusión. Tivi
h 1 miró sin decir nada más, sin detenerse.
Se quedó solo.
Luego, al notar el peso cada vez mayor de las mirailrt» de los presentes, reaccionó y se encaminó a la habitación
li« MI compañera.
;
80
81
34
-Debería descansar -insistió el otro-. Es absurdo que siga
aquí. Puede que tarde en dar señales de vida, y cuando lo haga... sería
mejor que hubiese dormido un poco.
-No es más que un chico asustado -dijo el hombre como si
exteriorizara sus pensamientos.
-Entonces cometerá un error más pronto o más tarde.
-Sí, lo sé.
-Vayase, señor. Le llamaremos si hay algo. Ya es muy tarde.
Tenía razón, así que se dejó convencer. Cerró los ojos, suspiró hondo y cuando expulsó el aire retenido en los pulmones dio el
primer paso, en dirección a la puerta, en dirección al cambio que necesitaba, lejos de allí.
-Está bien -concedió-. Pero hágalo al primer indicio, ¿de
iicuerdo? Por pequeño que sea.
-Se lo prometo -aseguró el otro.
Fue la última palabra que intercambiaron.
Al atravesar la puerta de su despacho supo lo cansado que
litaba.
io a los homosexuales desde la ventana. Seguían
la luna, o buscaban una mayor intimidad en el jardín, alejándose de la fachada. Se apartó del rectángulo acristalado al ver
cómo se besaban de nuevo.
Sabía que no era muy ético, muy «progre», muy real
o normal, pero... odiaba a los gays.
Eso le hizo sentirse aún más furioso.
Se concentró en la maleta. La abrió, rompiendo el
cierre, pues estaba echada la llave, y estudió su contenido.
Había ropa de ambos sexos, pero mientras la de mujer era
aprovechable para una chica joven, como Ti vi, la de hombre
era mayor en tamaño y en edad. Salvo un par de camisetas, el
resto era inútil. Se llevó otra desilusión. También había un
secador, una plancha pequeña y portátil, calcetines, medias,
bragas, calzoncillos, un cinturón...
Colocó la maleta encima de la mesa y se enfrentó a
su suerte. Hizo lo que le había dicho Tivi: formar una especie
de colchón con la ropa que ella tenía diseminada por uno de
los ángulos de la habitación. El saco de dormir era excesivamente grueso para un tiempo tan primaveral, pero decidió
utilizarlo. Se desnudó, despacio, deseando que su amiga entrara en ese momento, pero acabó de hacerlo en la misma soledad. Finalmente se introdujo en el saco y cerró los ojos.
Todavía furioso.
Y agotado. Lo descubrió asi al instante.
La ropa de Tivi olía a Tivi, mucho más que su colchón. Fue otro descubrimiento aún más doloroso.
Un fuego devorador y cargado de rabias le dominó.
Luchó contra él sin éxito. No logró atemperarlo hasta que
descargó un puñetazo lleno de ira, al límite de su paroxismo,
contra la pared que tenía más cerca.
-¡Mierda! -exclamó en voz alta.
La risa ahogada de uno de los gays llegó hasta él
procedente del jardín.
-¿JT or qué no se va a casa?
No hubo respuesta, pero pareció entender la preocupación
de su subordinado, mirándole con algo parecido al síndrome de Estocolmo en los secuestrados: simpatía.
35
vje había dormido. No sabía si hacía cinco minutos
u mucho más tiempo, pero se había dormido. De todas formns no debía ser demasiado, porque escuchó el ruido de la
(niiTla al abrirse, y entonces hizo lo mismo con sus ojos.
Abrirlos.
Para ver a Tivi, moviéndose en silencio, despacio, ilu(liiuida por el resplandor de la luna que entraba por la ventana.
Después la vio desnudarse, quitarse la cazadora, las
Solas, la falda, la blusa, las bragas y el sujetador.
Las dos últimas prendas eran muy blancas.
Recordó i o que había sentido al aplastar ella su pet lio contra el cristal del parabrisas. Lo recordó y lo multiplii n |ior cien, por mil, al verla quitarse las bragas, que acabó
miniando a un lado.
Fue una visión fugaz, pero eléctrica.
Breve.
'-•
s<;31
Tivi se puzo una camiseta larga por encima. Des|HH?M se tendió en el colchón. No se tapó.
La quietud retornó a la habitación.
Pero para Ventura era como si todo su sueño y su
iigiilamiento se hubieran ido muy lejos de allí.
82
Piedra
' o soy de piedra.
t
Con Neus siempre había sido distinto.
No soy de piedra.
• •,
Neus era la normalidad, el miedo, la responsabilidad.
No soy de piedra.
En unas horas todo había cambiado.
No soy de piedra.
Y estaba allí.
SEGUNDO DÍA
36
levantó, sin hacer ruido, tras salir del saco de
dormir envuelto en cautelas, y se acercó a Tivi caminando
descalzo por encima de un océano de brasas.
Primero la contempló, bañada por la blanca claridad
de la luz de la luna. Después se arrodilló a su lado, fuera del
colchón, para ver con intensidad cada detalle.
Todo era distinto.
Neus por la mañana, Tivi por la noche.
Extendió una mano para tocarla.
No llegó a hacerlo.
-Ventura.
Su mano se detuvo a menos de un centímetro de
ella.
-¿Qué? -logró pronunciar venciendo el nudo de su
garganta.
-No lo estropees, ¿vale?
Esperó.
-Claro.
Contó hasta tres. Luego regresó a su saco de dormir,
se introdujo en él, le dio la espalda a ella, cerró los ojos.
Tenía las mandíbulas muy apretadas.
Nunca supo cómo pudo llegar a dormirse bajo la
tempestad de sus pensamientos.
^
•
37
"espertó de una forma abrupta, fulminante. No
soñaba nada especial, ni bueno ni malo, pero se incorporó de
un salto, con el corazón latiendo de una manera desafortunada en su pecho. A duras penas reconoció el lugar, pero cuando rniró hacia el colchón de Ti vi lo encontró vacío:
Eso contribuyó a que fuera el despertar más doloroso.
No tenía ni idea de la hora que era, pero le bastó mirar por la ventana para comprender que ya era muy tarde, pasado el mediodía, así que había dormido doce horas cuanto
menos. Inicialmente ni siquiera supo qué hacer, salvo tranquilizarse, atemperar los nervios del despertar. Luego salió
lucra de la habitación, sin dar importancia al hecho de ir en
calzoncillos.
No vio a nadie.
Hubiera necesitado afeitarse un poco, pero no tenía
nada con qué hacerlo. De todas formas buscó el cuarto de baño. Abrió una puerta y se encontró con una habitación vacía
y tan revuelta como la de Tivi. Abrió una segunda y descubrió a los dos gays de la noche anterior durmiendo desnudos
y abrazados. Abrió una tercera puerta y agradeció que se tralara del cuerto de baño de la planta baja de la casa. Sin emhaigo, al abrir el grifo, no recibió la bendición del agua en
sus manos extendidas bajo él. Entonces recordó la precariedad del modo de vida de los okupas y miró la bañera, llena de
agua y con algunos cubos a un lado. Prescindiendo de formalidades llevó un poco al lavabo y tras cerrar el desagüe lo
viTlió en él. Después hizo lo posible para adecentarse, lavándose la cara, los sobacos e incluso el sexo. No había ninguna
loalla y utilizó sus calzoncillos. Por último orinó. Cuando regrosó a la habitación se puso unos de la maleta, aunque le venían ligeram ente grandes y tuvo cierto asco de ellos.
86
Recordó algo.
Las bragas de Tivi continuaban allí donde ella las
arrojó la noche pasada. Las recogió del suelo y las acarició.
Lo hizo varias veces: antes de guardárselas en un
bolsillo del pantalón al vestirse, y se dispuso a salir de allí
con una urgencia absurda, puesto que no tenía adonde ir ni
qué hacer.
Se detuvo en la puerta.
Un largo par de segundos.
Finalmente regresó al lugar del que recogiera las
bragas de Tivi y las dejó caer en el misino sitio tras olerías
por última vez.
Ahora tenía ese aroma en su memoria.
De nuevo se encaminó a la puerta y, ahora sí, salió
de la habitación.
38
C
-aminó en dirección al lugar donde tenía aparcado el coche. Quería conducir un rato, arriba y abajo, dar una
vuelta por la ciudad, perderse en sus confines, antes de pasar
a recoger a Tivi por su esquina para llevarla a comer. Esto último hizo que examinara sus reservas económicas. Poco para
hacer algo fuera de lo común, pero suficiente aún para un par
de días a base de bocadillos.
Y cuando se terminara...
Se juró no golpear a nadie. Esta vez no. Bastaba con
robarles.
Ningún infeliz tenía la culpa de...
Se detuvo en seco al doblar la esquina de la calle en
la que esperaba el vehículo.
Después se ocultó, con pánico por si su gesto, demasiado evidente, era visto por alguno de ios policías que rodeaba el coche.
Hubiera echado a correr, pero sus músculos se le
agarrotaron de golpe y sus piernas no respondieron a la orden
de su cerebro. Más bien se le doblaron las rodillas y tuvo que
apoyarse en la pared.
Nadie se acercó a él. Ningún ruido o gesto amenazador partió de la calle contigua. Por encima de la tormenta de
su corazón acabó haciendo lo impensable: asomarse por segunda vez más allá de la esquina que le protegía.
87
Los policías estaban pendientes del automóvil, no
de quienes se detenían a curiosear o apretaban el paso ternerosos de que se tratara de un coche bomba. Había un par dentro, examinándolo todo, otros cuatro o cinco fuera, haciendo
lo mismo, con el maletero y el capó abiertos, y el resto hablaba junto a dos coches patrulla instalados en mitad de la calle.
Era tal la proximidad de los más cercanos que pudo
escuchar sus voces hablando en voz alta, despreocupadamente.
—Deberíamos haber esperado.
—En cinco minutos, listos.
—Puede que esté por aquí.
-Ese no vuelve, nombre. Habrá robado otro y estará
lejos.
-Entonces, ¿por qué aparcarlo correctamente?
-Para que tardásemos en encontrarlo y tener más
tiempo.
-No sé, no sé.
-Dejaremos vigilancia.
Ventura no esperó más. Su cuerpo ya le respondía.
Primero despacio, después a paso más rápido, y finalmente a
ln carrera, regresó a la casa ocupada por los squatters.
E,
¿1 hombre entró en el Despacho de su superior en el mismo instante en que éste colgaba el teléfono y levantaba la cabeza. Al
verle, se puso en pie, con los ojos ligeramente dilatados.
-Han encontrado el coche -le informó sin preámbulos-, en
Harcelona.
Al recién llegado se le disparó la tensión almacenada a lo
lingo del día anterior y de la incómoda y casi insomne noche.
-¿Está seguro... -quiso saber como si no pudiera creerlo.
-Ayer no hubo más que el robo de ese coche. Ya están comInoliando huellas y todo lo demás. Tendremos algo en un par de horas
n lies.
-Déjeme ir a Barcelona, por favor.
No era una petición normal, pero nada en el caso y con él
nlli lo ora, por lo tanto no trató de imponerse como cabeza del deparInim'iilD. Se limitó a mirarle de hito en hito, entre la comprensión y la
ilmlii
-Vamos, Carlos, no tiene sentido. Han encontrado el coche,
(«•ID el puede estar muy lejos.
89
-Por i'avor -insistió el hombre-. Aquí no hago nada, y se lo
debo a mi hermana. Si está allí y le detienen, quiero estar cerca. Puede que impida algo peor, entiéndalo.
Su superior calibró la petición, tnás bien la súplica. Si en
algo tenía razón el otro, era en que allí no estaba haciendo nada, superado y desbordado por el alcance de lo sucedido. Y tal vez tuviera
razón. Llegado el momento podía impedir algo mucho peor.
-De acuerdo -asintió con la cabeza-. Yo mismo avisaré a la
Central en Barcelona.
No hubo alegría, pero sí alivio en el rostro y la voz del
hombre.
-Gracias, señor -dijo.
-La fotografía saldrá hoy en los informativos de TV3, y
puede que en los de las restantes cadenas, junto con la noticia. Será el
complemento de esto -señaló un periódico abierto sobre su mesa, con
la imagen de Ventura impresa en él-. Quizá sea el detonante final,
-Aún no sé si ha sido buena idea -reflexionó el hombre-.
Si se siente acorralado, puede hacer una locura.
Su superior le puso una mano en el hombro y se lo apretó
con amigable caior.
Sin embargo fue implacable al recordarle:
-Ya la ha hecho, Carlos. No olvide que ya la ha hecho.
39
thora la puerta de la casa estaba cerrada, con llave, y no vio a nadie por el jardín. Llamó a un timbre semioculto a la derecha de los hierros sin saber si funcionaba, porque no escuchó ningún sonido, temiendo de todas formas que
nadie le abriera, o peor aún, que apareciera un chico o una
chica que aún no le conociera. Sus recelos quedaron superados al abrirse la puerta del edificio y aparecer por ella uno de
los dos gays, con visos de haber sido despertado. No se molestó por la interrupción de su sueño. Por lo menos llevaba
calzoncillos. Agudizó sus ojos somnoíientos para ver quién
era, y al reconocerle vagamente se dirigió primero adentro y
luego reapareció con la llave. Cruzó el jardín con movimientos extraños, pero por ir descalzo.
-Vaya, hola -le dijo a modo de salutación.
-Lo siento -se excusó él.
-Si vas a quedarte será mejor que te hagan una Ha
ve, ¿vale?
Volvieron juntos a la casa y el gay se metió en su habitación. Justificó ante su compañero la llamada, pero Ventura no entendió lo que decían. Ni le importaba. Entró en la habitación de Tivi y sólo en ella se sintió realmente a salvo,
fuera del mundo. Primero paseó como un león enjaulado por
el lugar. Después se sentó. Ni en una ni en otra situación
pudo pensar con claridad. Algo le embotaba los sentidos. No
sabía si quedarse allí o echar a correr.
La idea de pasar todo el día encerrado, hasta que
volviera Tivi por la noche, no le sedujo en absoluto.
Miró una vez más las bragas de Tivi.
Como Sigoitmey Weaver en Alien, ¿verdad? Una
¡'('líenla de monstruos inolvidable por la escena de sus bra/L¡ u i tas, cuando el j adido bicho la acosara en la nave de salvamento y ella se desnuda y se mete en el traje de astronauta.
Las bragas de Sigourney. Un flash mental en la histotut del cine. Un trip visual.
Anoche tú eras ella y yo el Alien.
Y te fuiste.
No pudo resistirlo, la impotencia, la inmovilidad, así
que salió de la habitación y se dirigió a la sala donde reposaba
i'l apúralo de televisión, ahora mudo. Se sentó delante de él
i'on la misma desazón, pero a cada minuto que pasaba sus senlidos iban recobrando el equilibrio. El coche, de acuerdo, el
UDi'hc, ¿y qué? Nadie sabía que estaba allí, tan cerca. Nadie.
Lo mejor era salir, confundirse con la gente, comer
jt'.o, y por la noche...
¿Donde pasaría la noche?
Tenía que hablar con Tivi cuando volviera.
s,
40
levantó, dispuesto a fiarse de su instinto, pero
liu pudo dar más allá de tres pasos. Por la misma puerta que
lnii.iba de alcanzar apareció Diego.
Intentó eludirle, pero fue imposible. Ahora estaban
ki ilus
El aparecido se detuvo, y al intentar pasar él por su
linio Ir retuvo cogiéndole por un brazo. Su mano no era pre- amigable. Su cara tampoco.
90
-¿Te vas? -le espetó.
-A desayunar -respondió Ventura.
-¿Me refiero a si te vas de aquí?
-No lo sé. Tal vez. Depende de Ti vi, ¿entiendes?
Los ojos de Diego chisporrotearon como si unas
brasas ardientes alimentaran algo rnás que su combustión interna. La presión de la mano aumentó.
-Escucha, tío -le dijo con voz que trataba de aparentar calma-, tú no eres de los nuestros, no puedes quedarte.
No compliques las cosas,
-¿Por qué no puedo quedarme?
-¿Estás sordo?
Ventura se deshizo de ia mano, apartó el brazo bruscamente.
-¿Es por ella, por Tivi? -preguntó.
-No la metas en eso -le amenazó Diego-. Huelo ia
mierda desde lejos, y tú estás lleno de mierda. Lárgate.
-¿Qué pasa contigo, eh?
No lo dijo para provocarle, pero sí con el inicio de la
rabia que empezaba a invadirle. La reacción de Diego fue
fulminante: le empujó contra la pared y llevó el dedo índice
de su mano derecha casi a la altura de los ojos de Ventura.
-¿Conmigo? —rezongó—. Conmigo no pasa nada tío.
¿Y contigo? Tivi es la inocencia en su estado puro. A pesar
de que parezca fuerte, y muy individualista, y libre, e independiente. Lo que menos le conviene es que un mierda como
tú la complique en otra película. Ya tuvo bastante.
-Se fue de casa hace mucho, eso ya pasó.
-¿Te lo ha contado? -Diego se llenó de extrañeza y
desconcierto-. ¿Te lo ha contado A TI?
-Sí-mintió é!.
Se apartó ligeramente. Ventura llegó a pensar que
iba a golpearle, pero no lo hizo. Sus mandíbulas estaban
apretadas, lo mismo que sus puños.
-¡Entonces no lajodas más! ¡Lárgate! -gritó Diego.
-¿Me estás amenazando? -no tenía ni idea de por
qué seguía allí, arriesgándose, pero él también se sentía fu
rioso, aunque no tenía nada que hacer con su oponente. Era
más fuerte.
-No, tío, no -Diego abrió ambas manos y se las ni
señó con las palmas vueltas hacia él-. Pero vivimos aquí por
unos ideales, porque creemos en lo que hacemos y sabemos
exactamente dónde estamos, mientras que para ti es un juego.
91
o quizá sea que estás más perdido que un astronauta al otro
lado del universo y ni siquiera sabes quién cono eres.
Quiso saltar sobre él. No lo hizo. Un altercado y podía llegar la policía. Apretó los puños. Intentó marcharse.
Pudo hacerlo, pero se traicionó a sí mismo al decir:
-¡Vete a la mierda!
Diego volvió a empujarle contra la pared.
-¡No! -aulló-. ¡A la mierda te vas tú, so capullo!
Te voy a machacar, hijo de puta. Te haré papilla. No
hoy. No puedo. Ni mañana, Pero volveré y te mataré, te...
Cabrón, cabrón, ¡cabrón!
Dejaron de ser dos. Ei mismo gay que le había
abierto la puerta al llegar apareció frente a los dos, todavía
con cara de sueño y los brazos cruzados sobre el pecho.
-Eh, si queréis montároslo, ¿por qué no vais a vuestro cuarto? -dijo en tono de fastidio.
Fue la gota de distensión. Diego se apartó. Ventura
recuperó el equilibrio externo y trató de hacer lo mismo con
i'l emocional. Despacio, sin perder de vista a su rival, se movió hacia la puerta.
Sólo le dio la espalda cuando salió de la habitación.
Destino
' o pasa nada. No pasa nada. Llegas, te instalas,
duermes con Tivi. ¿Qué esperabas? Son palos de ciego, bandii:.os en el aire. No es más que otro cabrón impotente, o el
tf loso de turno, o el padre prior del convento. No pasa nada,
¡•ero pasará si te quedas esta noche, si... ¿si, qué?
No pasa nada, pero me gustaría que pasara.
-Hijo de puta, te has tirado a Tivi. Se oían vuestros
gemidos por toda la casa.
-Ella es magia pura.
-Lo sé. Tú me la has quitado.
-Se quita lo que se tiene, y tú no la has tenido nunca.
-Mierda. ¿ Crees que puedes llegar y besar el santo?
-Lo necesitaba.
-Yo también.
-Tú sólo necesitas unacmtsapor laque llorar. Yo la
i< in;o para reír. ¿No nos oíste cantar y reír? Así será todas
l*i\ Desde ahora.
,
- - ;•
92
y,
I;
No pasa nada, pero me gustaría que pasara.
No creo en la suerte, pero a veces he llamado a su
puerta.
'jK,-;,,'
Ojalá pasara algo. -'
Esta noche y todas las noches.
No creo en ¡a suerte, pero quizá existe el destino.
41
93
-Bienvenido a Barcelona. Le esperaba.
Ni siquiera fue comedido para disimular su impaciencia.
-¿Alguna novedad? -preguntó.
El comisario de policía hizo un evidente gesto de impotencia.
-Aún es pronto -confesó-. Se está interrogando a los vecinos
lie esa calle, pero me temo que nadie haya visto nada. Sólo era un coche
más, aparcado como tantos otros. De no haber sido porque ese agente
ha visto la ventanilla sin cristal... Su llamada para verificar la matrícula ha
sido el detonante, pero no es más que un primer paso. Importante, eso sí.
-Me gustaría... hacer algo -pidió el recién llegado.
JL rataba de no pensar, dejarse llevar, y a veces lo
conseguía, un par de minutos, o más. Luego, inevitablemente, volvían a él los fantasmas, cada vez más revueltos y confusos. Le dolía la cabeza si no lograba vencerlos y le arrastraban. Buscaba hechos puntuales con los que distraerse para no
caer en la trampa, detalles, rostros, situaciones.
Y las Ramblas eran perfectas para ello.
Paseantes, turistas, puestos de flores, de animales,
quioscos, mimos, estatuas humanas, grupos de titiriteros,
músicos, magos, chicas hermosas, padres, hijos, parejas, palomas, coches, ruidos, olores, sol, calor, vida.
Se había tomado un bocadillo en el puerto, y después había subido hacia arriba, pasando por la plaza Real.
Ahora ya casi llegaba a la plaza de Catalunya. Se paraba a
cada instante para ver algo y reemprendía la marcha cuando
cesaba la magia. También se había detenido delante de una
cabina telefónica, y había vacilado.
No, riada de cordones umbilicales. Había roto el suyo, todos los suyos. Ahora estaba solo.
Ningún teléfono iba a conectarle con la paz, sólo
con la angustia, y para eso mejor olvidar el pasado y mirar
sólo el presente.
Y el futuro.
-Nofuture -dijo. Y recordó las palabras de Tivi.
Buen momento para hacer una canción con la que
ganar un millón.
G
N.
J o era necesario hacerlo, pero al estrechar la mano do I
comisario se presentó, por pura mecánica.
-Soy Carlos Noguerol -dijo.
-Por supuesto, su ayuda será bien recibida, porque le conoce y puede facilitarnos datos importantes llegado el momento, pero
por ahora mismo... Creo que esto va a ser largo.
-Déjeme colaborar con quienes investiguen el caso, por favor.
Ei comisario miró a! agente que aún esperaba en la puerta,
después se enfrentó a los ojos del hombre. No pareció muy conforme,
ni ilusionado. Los dos sabían que cada equipo tiene sus normas y
cada departamento su sistema, aún haciendo todos lo mismo. Sin emhargo, había algo más en aquel caso, y los dos lo sabían. No era necesaiio justificarlo.
La decisión no se prolongó demasiado.
-Está bien -concedió el comisario-, pero no olvide que
cslá en Barcelona y que deberá atenerse a las órdenes de quien lleve
ln investigación. Puede ayudar, pero no tomar decisiones, al menos
Mil consultarlas. ¿Ha entendido Noguerol?
-Lo he entendido, señor.
-Valencia -se dirigió al agente de la puerta-. Acompáñelo.
Los tres se pusieron en movimiento. Lo último que se escu-l'hrt en el despacho fue la breve y lacónica despedida del hombre que
Icubiiba de llegar de Girona. Un sucinto:
-Gracias, señor.
42
Labia bajado al metro por la escalinata que se
ulula en el extremo de la Rambla, sólo con la intención de
|tir.íii al otro lado de ia calle por debajo de la calzada, pero
irii atraído por ía curiosidad de la música que, proceilcnli- dc-i subsuelo, llegó hasta él envuelta en distancias,
('nandú se encontró en medio de una especie de plaza intel l i ' i , ron puestos de echadoras de cartas, abalorios y demás,
' m u l l í '.Deprendido. Era un mundo dentro de otro mundo,
94
95
denso y abigarrado, mientras quienes iban y venían de las
distintas líneas del metro lo atravesaban indiferentes.
Buscó el origen de la música, y lo encontró en uno
de los pasillos que nacían en la rotonda. Cuando echó por él
no tuvo que andar demasiado. Le vio casi inmediatamente,
sentado en el suelo. Era un muchacho de más o menos su
edad, con el cabello muy largo, por encima de los hombros,
sucio y desaliñado, vistiendo una camiseta negra con la frase
Heavy Metal Armed Forces impresa en rojo, unos vaqueros
muy ajustados y unas botas de media caña. Tenía una buena
Pender Stratocaster y, sin estridencias, un amplificador instalado a su lado expandía las notas por su entorno. Lo hacía
bien, incluso muy bien, digitando con soltura, concentrado
en la música, sin mirar a quienes pasaban indiferentes por delante suyo y de la funda de la guitarra, abierta y con apenas
unas monedas en su rojo interior.
Ventura se acercó y le escuchó un largo minuto, de
pie, sin que el otro notara siquiera su presencia. Tocaba la mayor pane del tiempo con los ojos cerrados, sintiendo la música,
dejando que ella fluyera en armonía de su mente y su corazón,
hasta convertir los dedos en meros instrumentos de esa energía.
Acabó sentándose en el suelo, a su lado.
Entonces el músico sí le miró, y le sonrió antes de
volver a cerrar los ojos y continuar tocando, sin perder un
ápice de su aliento.
Ventura le admiró.
La frase de la camiseta no tenía nada que ver con lo
que hacía. Su estilo era muy bueno, pero lo que tocaba no era
heavy, sino algo un tanto folkie, tal vez por estar allí, en d
metro, y solo. No le importó. El sonido era excelente, puso
Y en vivo. Música en vivo en el corazón de la ciudad.
Se quedó allí un tiempo indeterminado, cinco o dkv,
minutos, tal vez más, escuchándole, hasta que de pronto sr
levantó tras emitir un suspiro de resignación. No quería irse,
pero necesitaba moverse, o pensaba que eso era lo mejor > '
das las circunstancias. Extrajo un billete de mil pesetas do I
bolsillo, como había hecho el día anterior con Tivi, y sin \1
cilar lo echó en la funda.
Creía que el músico no le miraba, que seguía con ION
ojos cerrados.
-Eh, espera.
Se detuvo al dar el segundo paso y giró la cabe/a. Sí
encontró con su franca sonrisa de estupefacción.
-Vamos, siéntate -le pidió. Y señalando el billete le
dijo-: Eso merece todo un recital, ¿no crees?
Rockero
S,
Ji hubiera sido una estrella del rock me habría
Alistado ser como él. Hay algo, cierto morbo por las vidas difíciles, especialmente cuando las ves desde fuera. Uno no
sabe si un día recordará al tipo y dirá: «Yo le conocí», o si
/>(>r el contrario, dentro de veinte años, te vas a acordar de él
pensando: «¿Dónde cono estará aquel pirado?». Cuando leo
una biografía de alguien en cosas artísticas, pintor, escultor,
escritor, músico o gigoló, los comienzos siempre han sido difíciles. Nadie, o casi nadie, ha empezado ya con pasta y viviendo de puta madre. Por ello creí que yo también podría
(•(inseguirlo.
Aquel tío tocaba decentemente, y tenía pinta, imagen. Mucho más que yo. Se le notaba enrollado. Uno de esos
¡/ni' entra a saco en la vida, aunque la vida acabe dándole
/»«'/ c/ saco -generalmente-. Además, hay gente que se mira
v 11 ¡necia, y la música une mucho, vaya si une.
Aunque de momento no le pregunté si le gustaba
Nirvana, ni los Doors. Eso son discusiones mayores, no para
\inirner en el metro mientras uno está currando y el otro
\olo mira.
43
fue al término de la tercera canción, más dura y
luilcia que las anteriores, cuando el músico callejero cesó
cu -.u concierto y depositó la guitarra sobre su regazo. EntonIH'N M- dirigió a él.
-¿Qué haces?
-Nada -dijo Ventura.
-¿Te enrolla la música?
-Sí, aunque me va más el rock.
Bueno, es lo que yo hago, pero aquí... No quiero
i|iii' me relien. Bastantes problemas he tenido ya.
B
-Eres auténtico -reconoció Ventura con un deje de
llllllMI h u , 1 1
/.Por qué lo dices?
96
97
-Por todo. Tocas en el metro, sabes darle... ¿Estás en
algún grupo?
—Ahora no, pero he tenido uno, y he tocado en otros
dos o tres. Hay mucho despiste, ¿sabes?
-Yo también estaba en un grupo.
-¡Bueno! -cantó el otro-. Eso sí es una sorpresa.
Quizá podamos enrollarnos juntos...
-Quizá. ¿Dónde vives?
-En el Guinardó.
-¿Con tu novia o con colegas?
-¿Estás loco? -su cara se llenó de ironías-. En primer lugar hoy día las tías no mueven el culo ni se arriesgan a
nada, ¡menudas son! Y en segundo lugar, ¿de dónde cono
puedo sacar pasta para eso? ¡Vivo en casa, con mis padres!
-¿En serio? -le tocó ahora el turno de extrañarse a él.
-¡Pues claro! ¿Para que voy a largarme, tío? Alguien ha de pagar las facturas. ¿Tú vives solo?
Se sentía un tanto frustrado, desilusionado, pero trató de que el otro no lo notara. Creía...
-Sí -dijo firmemente-, yo rne abrí no hace mucho.
-Cojonudo -ponderó el músico-. ¿Dónde vives?
-En una casa, en Gracia. Somos squatters.
-Vaya, eres un pozo de sorpresas. ¿Cómo te llamas?
La admiración ya no era de él hacia el músico, sino
que circulaba en ambas direcciones, y casi estaba por decir
que más en sentido contrario.
-Ventura.
-Yo soy Ricky, colega. ¿Hace una birra?
Rambla y la plaza de Catalunya, y ahora, en la esquina de la
plaza con Pelayo, sus cuerpos se confundían con los de los
habituales en aquel punto, mirones, turistas y camaleones a la
búsqueda del calor del sol primaveral. Quizá por ello Ventura se sentía a salvo.
Anónimo.
-¿Quieres ser músico?
Ricky asintió con la cabeza un par de veces, despacio y convencido.
-Es lo único que se puede ser que sea algo decente,
¿no te parece? ¿No quieres serlo tú?
—Sí —dijo sin el necesario aplomo en su voz.
-Yo he estudiado guitarra -continuó el otro-. Es un
rollo, pero hay que hacerlo, aunque... Bueno, a mi viejo no
le gusta. De hecho no le gusta nada de lo que hago, cómo
soy, la forma en que visto... Pero me soporta, y yo a él. Mi
madre está en medio. Ellos querrían que hubiera estudiado
lina carrera, ¿te imaginas, colega? Yo paso de eso. Y paso
tli' casarme, como mi hermana, que ya tiene niños y todo,
jioiler! Algún día seré famoso, la hostia de famoso, tendré
pasla y me tiraré a todas las tías que andarán babeando por
m i , ya verás.
-¿Quieres ser músico para follarte fansl
- ¡Pues claro! -soltó una carcajada-. Eh, oye, ¿no me
i.is marica, verdad? Porque si es eso... te has equivocado.
-No, hombre, no -pensó en los dos gays de casa-,
N sólo que para rní la música es lo primero.
-Eres un pureía.
-Seré un pureta.
-Hemos de enrollarnos juntos. Puede que salga algo
Mimo. ¿Qué tocas?
-La guitarra.
-Vaya -bufó Ricky-. Otro guitarra. ¿Es que no hay
IMIIM.IS? Bueno, pero hemos de probarlo igual. Seguro que
mi 111.1 recordaremos esto cuando nos den el primer disco de
mu
-Estás muy seguro de que funcionará.
-Contigo o con quien sea, pero funcionará, sí -afirlint K'u'ky apurando el resto de su cerveza.
Y si no es así.
-¡Joder, pues no sé, tú! No tengo ni puta idea. Me
|i. (MU un tiro, supongo.
- ¿Como Kurt Cobain?
44
entura pagó las dos cervezas, y el camarero, tras
echarles una ojeada poco convencido, les dejó en la mesa y
se marchó al oír la llamada de una pareja de turistas rojos como calamares. Ricky tragó más que bebió la mitad de su cerveza en apenas tres sorbos ávidos. Al volver a dejar el vaso
lo llenó de nuevo con el resto y lo contempló con fricción
mientras ladeaba la cabeza.
-La hostia, ¿te imaginas un mundo sin birrasl --siestremeció.
Habían dejado la guitarra y el amplificador en uno
de los puestos de la placita abierta en el subsuelo entre l;i
98
-Me lo pegaría si no pudiera llegar, pero si llego...
¡Ése estaba pirado! Además, no hablaba en serio. ¿Quién
quiere pegarse un tiro?
No quiso hablar de Cobain con él. Incluso pensó en
irse. Pero no lo hizo. Seguía viendo algo especial en Ricky, la
imagen inicial de él tocando en el metro, la fascinación.
-Eh, oye -volvió a hablar el músico-, ¿en esa casa
tienes a alguien?
—Sí, a mi novia.
-Vaya -silbó Ricky-. Vas fuerte, tío. Y encima estás
forrado.
-¿Forrado? No, que va.
-Me has largado un verde.
-Tocas bien.
-La hostia. ¿Vas de numerero o qué? La gente no da
mil pelas así como así, y menos nosotros, que siempre estamos colgados.
—El dinero va y viene —dijo Ventura.
-Pues a mí sólo se me va. Oye -su cara cambió de
repente, iluminada por una súbita luz, y se acercó a él bajando la voz mientras se apoyaba en la mesa—, ¿te interesa un
costo de puta madre?
-No sé -vaciló él.
-Cinco papeles. Cosa fina, tú. Esta noche colocón
fino con tu nena.
No pudo decir mucho más. Ricky ya se había puesto
en pie.
45
B,
'ajaban por las Ramblas, a paso distendido pero
sin detenerse. Ricky llevaba hablando un par de minutos, pero
él no le oía. Ya tenía bastantes problemas como para encima...
De todas formas, unas horas de evasión, un breve o
largo vuelo...
¿Y si Tivi pasaba?
-No pienses que hago esto con todo el mundo, ¿olí?
Pero, cono, un tío legal que le suelta a un colega un billete
Además, estás un poco serio, ¿no? ¿Qué te pasa? Puedes con
fiar en mí, ¿sabes? Mira, bien pensado, un grupo con dos «>,ui
larras tampoco está nada mal. Podría llamar a un balaca que
le da duro, y a lo mejor Estanis... Estanis es como todos I"
99
guitarras mierdas que acaban tocando el bajo, ¿sabes?, pero
podría servir. Lo del teclas... aunque tampoco sé si haría falta
un teclas. ¿Sí, verdad? Con dos guitarras es mejor. ¿Tú qué
tal cantas? Yo para hacer coros sirvo, pero no soy solista. Si
hemos de buscar un cantante es más jodido. ¿Habría sitio en
esa casa en que vives para ensayar?
Llegaron a un semáforo. No había limpiacristales en
su proximidad, sólo el flujo del tráfico y la gente. Por detrás,
una lienda de material de alta fidelidad iluminaba con el reclamo de su escaparate la espera de los transeúntes. Una docena de televisores irradiaba una docena de imágenes, las mismas en todos ellos, aportando movilidad y color al cruce. Era
imposible sustraerse a su hechizo. Debía ser la hora del telediario, porque vieron unas escenas habituales, muertos amonlonados, deslrozados, gente que lloraba, un «enviado especial» narrando el horror de turno con toque profesional. No
podían oírlo. Una docena de televisores pero ningún sonido.
El «enviado especial» desapareció. En su lugar entró
la presentadora del informativo, mirando a cámara. Mirándoles a ellos. Era atractiva, de fría sexualidad. El semáforo iba a
< .imbiar.
Entonces en las pantallas de ios doce televisores
.ipareció su foto.
Él.
Era una fotografía tomada un año antes, pero no había cambiado nada con relación a ella. Sonreía despreocupado, sin haber imaginado aquel día que esa imagen iban a verl.i miles de personas.
A descubrirle por su culpa.
Se quedó sin aliento, sin fuerzas, pero pudo escui h.ii la voz de Ricky, gritando sin cortarse y en tono todavía
divertido:
-¡Eh, tío, ese eres tú!
Eso fue un segundo antes de que echara a correr.
Marrón
N,,
' uncu había tenido miedo, auténtico miedo, hasta
w momento. Si hubiera sido una estrella del rock, la fama
iil'iin i'stado a mi lado, y yo habría crecido con ella, deján, ' / / / » • acariciar, mimar. Sexo, drogas y rock and roll. Como
n 1,1 Kicky. Pero eso estaba lejos, Y había otra fama. Todo
100
Dios que sale por la tela se supone que es famoso o está a
punto de conseguir sus cinco minutos, o cinco segundos, de
pequeña gloría personal.
Ya he dicho que se supone.
Yo no estaba en esa línea.
Mi jeta en la tele era lo que menos podía esperar.
Así que estaba acojonado, con una espantosa sensación de impotencia, frustración, acoso. Era como si todo el
mundo me estuviese mirando, a mí y sólo a mí. Las calles
eran espejos. Oía los murmullos de las mentes que se cruzaban con la mía. «¡Es él! ¡Es él!». Deseaba desaparecer y no
podía. En cualquier momento un «¡Es él!» sonoro me delataría. Un dedo señalándome, una mujer gritando aún sin saber
-quizá- de qué iba lodo.
Entonces llegarían ellos.
De marrón, justo corno el que tenía yo en el tarro, y
como la mierda.
46
G
-arrimaba burlándole a la gente su rostro, esquivando ojos y presencias, proyectándose hacia la oscuridad
diurna de las sombras de los portales y las marquesinas. Evitaba detenerse, iba en zig-zag, no se paraba en los semáforos,
se movía con la cabeza caída y los ojos en el suelo, pero aún
así le bastaba mirar de soslayo para ver si alguien le reconocía, para detectar un peligro, por mínimo que fuese. Y por
más tranquilo que, poco a poco, pudiera sentirse, era como si
en el fondo todo el mundo estuviese pendiente de él, aunque
nadie diera aquel grito decisivo.
No había pensado en ello.
La noticia ya estaba en los medios de comunicación,
y con ellos viajaría rápida, no ya hasta Barcelona, o Catalun
ya, sino al resto de España. La noticia que de vez en cuando,
a modo de ráfaga aislada, volvía y reaparecía en su cerebro
Ya no caminaba por las Ramblas, sino por las callejuelas adyacentes de la parte derecha. Tampoco sabía nada di1
Ricky, si se contentaría con encogerse de hombros y pasar, o
si por el contrario...
No, Ricky no. Era uno de ellos, como él, aunque l u í
biera echado a correr dejándole atrás. Podría entenderlo.
Debía entenderlo.
101
Tuvo que detenerse en un portal batido por la penumbra, en mitad de una calleja huérfana de sol desde la
edad del tiempo, o desde que construyeron las últimas casas
abrumándola en su estrechez. La opresión hacía que le doliera la cabeza, el pecho y el estómago. Bueno, en el estómago
lo que sentía era una náusea cada ve/ más fuerte. La cerveza
se le revolvía allí, sacudida por la nueva realidad.
Vete. Lárgate. Roba un coche y desaparece.
No. No podía. Por Ti vi. Quería volver a verla. La
necesidad no iba acompañada por la lógica. Tivi era una
luz.
Tivi.
Tivi
La cerveza dijo basta, se cansó de querer asentarse
rn su estómago sin éxito. Empezó a subirle por el cuerpo, como una bolsa de petróleo recién hallado el camino de su lilirrlad. Se vio obligado a apoyarse en la pared más próxima
(lisio en el instante en que la arcada final destrozó su última
contención. Abrió la boca y por ella salieron los demonios de
su interior, convertidos en una pastosa y húmeda mezcla de
restos y líquidos de color oscuro.
Cerró los ojos, sacudido por las convulsiones.
-¡En! ¿Qué estás haciendo en mi portal? ¡Guarro!
•-Untó alguien a su lado, aunque a él le sonó como si lo hiciei .1 desde muy lejos.
47
N£eus,
Quim, la hippie de Cadaqués, el hombre al
i|tii' Iwhía robado, Ricky, Diego, los gays... Girona, Barcelona...
La gente.
No se sentía parte de ellos, ni de nada. Ya ni podía
|M'ii'.,ii
Sólo creía en Tivi.
l.o mismo que aquel perro parecía creer en él, deteHlil" u MI lado, olisqueándole, mirándole con aquellos ojos
103
lastimeros en busca de un afecto que no le dio porque no tenía fuerzas ni para levantar la mano.
Le pesaba la soledad.
Le jodia que le pesara la soledad.
Ahí fue donde la cagó Kurt Cobain. Estaba solo
cuando se sintió solo.
-Idiota... idiota, maldito cabrón.
Se sorprendió de sus palabras. Era como si lo descubriese y lo comprendiese por primera vez.
El perro continuó su camino. Daba la impresión de
tener alguna parte adonde ir. Debía hacer mucho que no llovía, así que los olores permanecían intactos, impresos en la
calle. Los perros de la lluvia en cambio deambulaban perdidos al no tener ya ningún rastro.
Él era un perro de la lluvia.
Su único rastro conducía a Ti vi.
Se puso en pie, abandonando el apoyo del bordillo,
a sí mismo a seguir.
obligó
y se
H
./a llamada reunió junto al aparato a los cuatro hombres
La
que estaban en aquel momento en el despacho. El más rápido en levantarse, y en esperar, con la respiración contenida, fue el hombre de
Girona. El que cogió el auricular se limitó a pronunciar dos escuetos
«síes» y un «de acuerdo» final. Escribió algo en un papel, parecía una
dirección. Cuando colgó el teléfono se enfrentó a los otros tres, pero
especialmente a él.
-Estamos cerca -informó-. Ha llamado alguien diciendo
que ha dormido esta noche en una casa ocupada por un grupo de
squatters, en Gracia, muy cerca de donde hemos encontrado el coche.
Según el informante, él no está allí ahora, pero sí sus cosas.
No hubo ni siquiera una fracción de segundo de espera.
-Vamos -ordenó Carlos Noguerol.
No tenía ninguna jerarquía allí, pero los otros tres se pusieron en marcha y le siguieron cuando enfiló la puerta del despacho con
su paso decidido.
48
al cruce de calles donde Tivi limpiaba
A,de1 llegar
Jos coches, se apoyó en un árbol y todas sus
los cristales
prisas se desvanecieron. Había tenido que preguntar, indagar,
y se había perdido y confund ido varias veces, pero no tuvo
más remedio que desafiar a la suerte consultando a diversos
transeúntes. Lo prefería a coger un taxi. Los taxistas eran
unos hijos de puta con memoria. Los transeúntes, no. Al llegar la noche se habrían olvidado de él, y si alguno o alguna le
recordaba... ya sería tarde para ellos.
Finalmente estaba allí.
Igual que e] día anterior, cuando ella ie cautivó.
La observó un largo rato, por espacio de una docena
de semáforos. Nadie parecía reparar en ello, pero brillaba en
aquella esquina como los rayos del sol en un día de verano.
Su cabello, aun estando recogido, continuaba siendo una llamarada. Sus ropas mojadas, una turbia promesa. Su pecho, el
deseo cada vez que lo aplastaba en un parabrisas para alcan/nr toda su superficie. Y sus manos no importaba que estuviesen rojas y húmedas. Escondían caricias en cada pliegue
de piel, en cada milímetro de su superficie.
La recordó desnudándose la noche anterior.
Y se sintió herido.
La vio intentar iiinpiar un cristal y ser apartada a gritos por un hombre calvo y grueso. La vio pasar por entre los
i oí lies sin fortuna y la vio ser aceptada por una, dos, tres personas inocentes, víctimas de su propia timidez o de su prendida imposible de rechazar. La vio sonreír ante una posible
yiiifia de un conductor y enfadarse con otro que, tal vez, le
ih|o alguna estupidez poco grata. La vio gritarle a uno que
ni i,meó sin darle nada y guardarse el dinero de los que sí le
ilmon una moneda con la humildad del pequeño logro ganado La vio pasando de uno que la llamó con las ventanillas
lni|.nías y la música a tope y dándole indicaciones a un turista
id -.pistado que reclamó su atención. Y la vio esperar, entre
M'inaíoio y semáforo, digna, seria, aburrida, atenta, distraída,
tic |w, apoyada, indiferente y risueña, todo a la vez y mezl'lmln, según ia pequeña porción de tiempo y lo que en él su' ,'ia, entre los cambios a verde y rojo del semáforo que
•iiba el ritmo de su vida, como un corazón de latidos muy
y espaciados.
104
105
Hubiera seguido allí mucho más, inmóvil, de haber
podido.
De haber sido también una persona más, tan vulgar
como el resto.
Escenas
P
eansaba con qué película podría relacionarla. A.
ella o a nuestra escena. Y no se me ocurría ninguna. Seguro
que existían muchas, pero no me venía ninguna a la cabeza.
Las escenas de cine tienen eso en común con la gente, que en
un momento u otro, te son familiares. Te pertenecen. Forman
parte de ti. Tom Hanks y Meg Ryan cruzándose en el aeropuerto en Algo para recordar, sabiendo que están predestinados el uno para el otro. Ese era el espíritu.
Aunque hubiera preferido ser Woody Alien, con
Diana Keaton, en la cola del cine de Annie-Hall.
Hay que saber estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Como Marilyn Monroe cuando actuó en La
jungla del asfalto, la película en la que se escuchaba el primer rock and roll de la Era Rock. O como iodos tos que hicieron American Graffiti en el 73. Así se escribía la historia.
Recuerdo que en la primera escena de Ciudadano
Kane Orson Welles se muere, abre su mano y mientras cae
una esfera de cristal pronuncia la palabra Rosebud. Tres horas después, se sabe que Rosebud no era más que el nombre
de un trineo infantil. La relación es directa. Cuando nacemos
nos dan una hostia y arrancamos a llorar. Setenta, ochenta o
noventa años más tarde, descubrimos que tenemos el mismo
miedo que entonces y la hostia no es más que la antesala de
la muerte. El tiempo intermedio no existe.
Estoy vivo, no tengo noventa años, no voy a palmar
la, pero creo que es así.
Siento que es así.
Rosebud.
Seguía buscando una escena para Tivi y para mí.
Y me sorprendía no recordar ninguna que fiu's<
adecuada.
Creía saberlas todas de memoria, todas y de todas
las películas.
49
Tivi dejó de insistir, caminando entre los coches detenidos en el semáforo mientras ofrecía sus servicios, al verle
aparecer por el paso de peatones, caminando a su encuentro/
Regresó al amparo de la acera y los dos se encontraron allí,
sin hablar, mirándose en silencio. En los ojos de Ventura ella
leyó la desesperación. En los de ella él vio desconfianza y reserva, aun sin saber el motivo.
-¿Puedo quedarme contigo esta noche? -se oyó decir a sí mismo.
-No, no puedes.
-Entonces deberé marcharme.
-¿Adonde irás?
-Lejos.
-¿Por qué no te enfrentas a lo que sea? Por lejos que
vayas nunca será suficiente para ti, te lo dije.
-No puedo quedarme aquí, solo, sin ningún lugar en
que meterme.
-Bien -lo dijo desapasionadamente, manteniendo
aquella reserva.
-Vente conmigo.
-¿Qué? ¿No hablarás en serio?
-¿Por qué no debería hablar en serio?
-Estás loco -se lo dijo, aunque en el fondo no parecía extrañada ni sorprendida por su ofrecimiento-. No voy a
•irme de Barcelona, ni de la casa, y menos contigo.
-¿Por qué?
—Porque de entrada no te conozco.
-Esa no es razón.
-¿Ah, no? Pues chico...
-Vives con gente que conoces menos que a mí.
-Pero sé dónde estoy. Me gusta saber dónde estoy.
-¿Y dónde estás? En una esquina, sólo que de día en
de la noche.
Tivi endureció su mirada. Tragó saliva al tiempo que
ION ojos iniciaban un rápido chisporroteo que logró dominar.
I,us facciones se le endurecieron al decir:
-Mira, pasa de mí, ¿quieres?
-Por favor, no me dejes solo ahora.
Su tono se llenó de patetismo. Fue una súplica temey los dos lo comprendieron, cada cual a su modo. Las
106
facciones de Tivi recuperaron la paz. Las de él se inundaron
de recelosas vergüenzas. Posiblemente fuese la primera vez
que implorase algo a alguien.
Tivi respiró profundamente antes de levantar su mano derecha para coger ¡a suya. Fue un contacto cálido pese a
su fría humedad.
-Esta mañana he visto la maleta, la ropa -dijo-. No
es tuya, ¿verdad? La robaste, lo mismo que el coche.
Ventura asintió en silencio.
-¿Qué has hecho? -continuó ella.
-Respirar, como tú. Nada más.
-Te va a costar conseguir lo que deseas si lo haces así.
Nunca tienes lo que deseas, sino lo que no consigues evitar.
¿Sabes, Tivi? El mundo está dividido en dos frentes:
lo que tú quieres y todo lo demás. Pero una parte sólo tiene
un peldaño muy alto, y otra una gran escalera con ascensor.
¿ Qué más podría decirte ?
—¿Vas a decirme qué has hecho? —insistió ella.
-No he hecho nada, salvo defenderme, como cualquiera.
-Entonces no puedo ayudarte.
-Deja que me quede esta noche.
-¿Y mañana?
-Volveré a pedirte que vengas conmigo.
-Estás loco -repitió Tivi, pero ahora esbozando una
sonrisa de cansancio-. Y supongo que también debo estarlo
yo por haberte conocido.
-Vamos a casa.
-¿No sabes ir solo? Es temprano y ahora viene una
hora buena.
-Por favor...
No quiero estar solo.
-Si sacas otro billete de cinco mil pesetas te doy una
patada en los huevos.
Logró hacerle reír.
-Me gusta tu delicadeza -dijo Ventura agachándose
para recoger el cubo.
107
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i
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.••,-.• . • • . . . ' . ' o É q
xonocía las respuestas y las reacciones de Tivi v,
acerca de aquel tema, y sin embargo, superando unos largos
segundos de silencio, rebasada la mitad del camino en dirección a la casa, le hizo Jfa' pregunta.
-¿Que te pasó con tus padres?
-j
La reacción fue rápida, y seca. Tanto como hastiada. ,,.,
-Nada.
-He hablado con Diego -tanteó él.
Tivi se detuvo en seco. Ventura se encontró con el ,}
torrente de lava que desprendían sus ojos irritados. El cambio
k fuc radica], intenso.
-¡No tenías derecho! -gritó con los puños apretaos-, ¡Ni tú de preguntar ni él...! ¡Mierda! -su pecho subía y
Jijaba agriadamente-. ¿Te lo ha contado?
-En parte -aventuró.
y ; .- , ; : ;
-¡No puedo creerlo! ¡Será...! Creía que os habíais ,¡
laido mal.
-Esta mañana hemos limado asperezas. ; r :
—¡Genial, y tan amigos!
-¿Tuviste que ver con él?
-¿Con Diego? ¡No! Pero, ¿qué te crees? Me ayudó
Hincho al comienzo. Es buen tío, nada más.
—Supongo que debe estar colado por ti, como cual-
C
f
l|lliri,l.
—Supones mucho, tú —y reemprendiendo el camino,
tun los brazos plegados sobre el pecho, exteriorizó de nuevo
«II na con un rabioso-: ¡Mierda, joder!
-Vamos, mujer, yo te conté lo mío -intentó calmarla.
-Lo hiciste gratis. Esto no es ningún intercambio.
-Tu padre era un hijo de puta, ¿verdad? -dijo él de
-Si ya lo sabes, ¿para qué quieres que te lo repita?
gustan los detalles morbosos?
-¿Te pegaba?
Tivi no notó su angustia, ni le vio la cara, repentinac pálida. Ahora caminaba con el paso firme, pero la mili ¡u en el suelo. Le pareció que decirle que no a Ventura
mmo hacerlo a una pared.
-Sólo al comienzo, las primeras veces -suspiró fi-
108
pieraprendí que abriéndome de ránalmente, vencida-. Luego
s
má
cho
mu
y
lo
cil
era más sen
nas y dejándole hacer, todo
vircon
se
s
ojo
los
de
sporroteo
pido. Se corría y adiós, -el chi ar una mano por ellos, tras lo
pas
tió en humedad. Tuvo que ald
ito Diego!
¡M
-:
evo
nu
de
egó
cual agr
los más difíciles.
Los siguientes pasos fueron
la descarga emocional.
Hasta que el tiempo atemperó que la revelación de
Ventura seguía abstraído, aun Se dio cuenta de que
la razón.
Tivi empezara a picotearle ya er nada, y menos su secreto.
sab
no
ahora hubiera preferido
-Mi padre...
larte de una vez! ¡No
-¡Oh, basta ya! ¡Quieres cal
!, ¿vale?
mío
del
ni
quiero hablar más de tu padre ntura.
Ve
-Perdona -se excusó
al personal, ¿sabes? -le
-Eres fantástico jodientedoenc
ontré!
a
reprochó ella-. ¡En buena hor
.
nto
sie
lo
-Está bien,
po del que hubieran esVolvió el silencio, más tiem Sólo al llegar a Gracia,
jun tos .
tado callados permaneciendo de la casa, Ventura consiguió
d
ida
xim
y liberado por la pro
ción,
Lo hizo entonando una can
volver a articular palabrya.dis
traída.
casi de forma mecánica
they turn away.
Time keeps movin 'on, friends d out why.
oun
I keep movin 'on, bul I neverf
ella.
-¿Qué significa? -preguntó
s se van. Yo sigo adeigo
am
los
-«El tiempo pasa,
de
qué» -dijo él. Y agregó-: Es
lante, pero nunca supe porha en el 70.
Janis Joplin. Murió borrac
ción de alguien que est e
-Oye, ¿te sabes alguna can
vivo?
el comentario de Tiv i.
Lo esperaba todo menos aqu
51
Lpenas dos calles.
uviese por allí, y que si
Confiaba que Diego no esttraición», al menos en su
«su
estaba, ella no le increpara por
.
cia
sen
pre
Tivi no merecía...
¿Por qué la había engañado?
y de cine, no sé que 0|
a
-Con lo que sabes de músic eso si quisieras, o vol
as trabajar en
tas haciendo aquí. Podrígru
po.
un
ver a intentarlo con
A,
109
de cine...
-Nunca he pensado que saber
mu cha cha se movía inEran comentarios al azar. La
qui eta .
a sus recelos y a él.
Lo demostró enfrentándosehe y la ma let a?
-¿A qu ién le robaste el coc
prendió que ya no poe. inesperado, directo, y com
Fu
día me nti rle
os tur ista s, en la
he no lo sé. La ma let a a un
coc
l
—E
•Utopista.
-¿Por qu é?
a estaba ahí.
-Necesitaba dinero. La malet
ta?
-¿Así es corno sacas la pas
-No, en serio.
queremos problemas. Si
-Te lo dije: en la casa noos pringarnos. Eres corno
todos podem
tíslás con nosotros,
a...
nui l bomba de relojería. Mañan
sí.
na,
aña
-M
-Va en serio, tío.
-De verdad, perdona, yo...
Mañana.
.
Faltaba una eternidad para eso
con ella , sabiéndola tan
Au nq ue dormir otra noche
Sin tocarla.
lo sabía.
Y nadie podía tocarla, ahora
media docena de panas
La últ im a esq uin a. En apeél, perderían su identidad,
en
;»N verían el edificio, entrarían
de una comunidad squatter.
s
e i u n dos okupas, miembroa de él para repetir la cena de la
vol ver a sacarl
(.M u/.i pud ier a De
nu evo solos.
.
ada
pas
lie
Hue
Lo deseaba.
o Je había sucedido por
Dieron el últ im o paso y,alcom
r la esq uin a se det ubla
do
he,
lii t u . n i , n í a , al dir igi rse al coc
y detenido entre dos
con el corazón aprisionado
o,
sec
cu
Vu
llllh lu-,
La pol icía estaba allí.
N.,
52
aba
ibl es, pero el coche est de_ *o eran del tod o vis
que
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cam
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tro
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H|ii iii . i d i i .1 im; i tlc tvn a de
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Tiv i no
) . > ; , M i l i ' , , en | ) l < • ! ] ; > noc he.
lilii ii' < "i
no
sí, igual que si un sexto sentido se hubiera desarrollado ya en
su interior, para advertirle del peligro. Primero se detuvo, fulminado por la sorpresa. Después la detuvo a ella, un paso más
allá, sujetándola por un brazo, y la obligó a retroceder. A la
muchacha le bastó con verle el rostro, mortalmente pálido, y
seguir la dirección de su mirada. A la vuelta de la esquina, y
bajo su protección, él se apoyó en la pared, temblando.
-¡Dios... Dios! -musitó Ventura-. Necesitaba esta
noche... la necesitaba.
Fue algo instintivo. Simplemente, ella estaba allí,
frente a él, y también la necesitaba. Dejó caer el cubo y la
abrazó sin dejar aún de temblar, buscando un apoyo y una
protección imposibles.
Tivi no le rechazó.
—Lo siento —la oyó decir muy quedamente.
Estaba pensando, pensando, pensando... Recordó el
televisor en el salón de la casa, su imagen en los televisores
de toda Catalunya. Diego, o quizá los dos gays...
Daba lo mismo.
-¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó Tivi.
No le dio una respuesta. No tenía ninguna. Continuó
abrazándola, unos segundos cargados de intensidad, y finalmente se separó de ella y con la mano libre cogió la suya.
Echó a andar en dirección contraria a la casa, de nuevo con la
cabeza baja y apartándola de las miradas de los transeúntes
que se cruzaban con ellos, cosa que ya no había hecho desde
su reencuentro con Tivi.
Fue la muchacha la que rompió el amargo silencio
bastante después.
—Ventura.
-¿Qué?
-Un coche robado y una maleta no movilizan a tañía
pasma.
-¡Pero yo no quería golpearle tan fuerte! ¿Es que im
lo entiendes?
Tivi le dirigió una rápida mirada, dilatando los ojos.
Ventura ahora no la miraba a ella, ni tampoco miraba el sudo
que pisaba, aunque tuviera los ojos abiertos y fijos en él. P.i
recia mirar su propio interior, ausente de la realidad. Elí;i u
obligó a detenerse.
Pero cuando estuvieron cara a cara los dos, no pililo
preguntarle nada, ni decirle otra cosa que no fuera:
-Será mejor que te vayas.
u
Ventura se esforzó en volver a la realidad.
—Escucha, lo que pasó...
-No quiero saberlo —se lo impidió ella-. Por favor.
—Ven conmigo.
-No.
-¡Ven!
No era una petición, sino un grito de acorralamiento.
—Ventura —trató de hacérselo comprender—, lo que
buscas no está en ninguna parte, te lo dije.
-¡Sólo busco lo que tú misma me dijiste que buscabas: respirar!
-No -negó ella con tristeza-. Llevas demasiadas
guerras dentro, y estás cargado de ansiedad. Lo sé porque yo
también las llevaba cuando me marché de casa, y tardé mucho en apagar todos los fuegos. Ahora sé que nunca se apagan del todo.
-Vamos -pareció a punto de echarse a llorar-, ésta
es la escena cumbre de nuestra película. No la estropees.
—En las películas él y ella echan a correr, la música
sube, y mientras la cámara se distancia aparece la palabra
«Fin». Pero aquí rio hay música, y aunque corramos hasta
dónde nadie te encontrara, nunca llegará el fin.
-Por favor...
Fue la súplica -final. Ai separarse sus dos manos ambos sintieron el frío, aunque se tratase de fríos distintos. Se
miraron a los ojos hasta que ella cogió el cubo del suelo, dispuesta a irse, y él intentó retenerla por última vez.
No fue un rechazo, sólo el inicio de la distancia.
-Nadie me ha tocado desde... -trató de decir Tivi.
Dejó de hablar al ver el primer atisbo de paz en el
rostro de él.
-Gracias -dijo Ventura.
-Suerte —le deseó su compañera.
Y fue ella la que. inesperadamente, se acercó a él y
li1 besó en los labios, con más ternura que fuerza, con más cali u (|iic deseo.
Después también dio el primer paso para alejarse de
Mi lado.
112
Lluvia
t iernpre he querido caminar bajo la lluvia.
En las películas siempre lo hacen, sin importarles
quedar empapados. En la vida real, a la que caen cuatro gotas, todo Dios se tapa, se mete en los portales. Y encima
odiamos la lluvia. Odiamos mojarnos.
¿Por qué no he caminado bajo la lluvia?
Hay tantas cosas que aún no he hecho.
Y que habría podido hacer si hubiera sido una estrella del rock.
Claro que incluso Bogan fue noble y altruista en
Casablanca cuando deja que ella se vaya con su marido.
Si algún día hacen mi vida en cine caminaré bajo la
lluvia.
Y amaré a Tivi.
Es lo que la gente espera de una buena película.
Er
¿ra demasiado temprano.
Para caminar, para escapar, para robar un coche,
para...
De noche todo sería más fácil. De noche nadie le detendría. De noche se marcharía para siempre, cruzaría el país
entero, y al amanecer se daría un baño en algún lugar de la
costa. El baño que le infundiera la primera vitalidad de su
nuevo horizonte.
Ahora también tenía que olvidar a Tivi.
Y eso era más difícil, mucho más difícil.
Aunque ya casi había olvidado a Neus...
Quizá pudiera regresar, en un mes, o en un año. Tivi
seguiría en la casa, podía jurarlo. Quizá.
Neus también seguiría en Girona, aunque tendría a
otro, o estaría casada. El tiempo nunca perdona.
Crees tener un montón de tiempo, y descubres que
es él el que te tiene a ti.
Bajaba hacia el mar, lo sabía por puro instinto. De
pronto pareció salir de Gracia, se encontró frente a una calle
113
más ancha que se extendía a derecha e izquierda. No miró el
nombre. Le daba lo mismo. Todas las calles eran iguales.
Pero enfrente, al otro lado, en ia calle que se abría en perpendicular, divisó la marquesina de un cine: Cinemas Luren.
Necesitaba un par de horas, antes que oscureciese
del todo. Un par de horas.
Una película.
Cruzó la calle, llegó hasta el cine y entró dentro sin
mirar, para no encontrarse con más ojos de los necesarios.
Solo se detuvo al llegar a la taquilla.
-Una
-¿Para qué sala?
Era un multicine. El número de salas y las películas
en proyección se indicaban en la parte superior de la taquilla.
Y no quería que la taquillera le viera abiertamente. Tampoco
podía llamar la atención diciendo algo tan absurdo corno un
«Da lo mismo».
-Oh, perdón -se excusó-. La tres.
El tres era un buen número.
Menos de un minuto después se dejaba caer en una buInca, sintiéndose más cansado de lo que jamás se había sentido.
54
JL/a chica de la pantalla era atractiva.
Dulce.
Había miles de chicas atractivas y dulces dispuestas
u ••'•! atractivas y dulces.
En cambio Courtney, la tía de Kurt Cobain, no daba
hi impresión de serlo. A lo mejor, si Kurt hubiera tenido una
ilnr.i tan atractiva y dulce corno la de la pantalla, no se haIIIIM pegado un tiro.
¿Y Jim Morrison? Él tenía a Pam. Pero se le paró el
l'iitii/on.
La chica de la pantalla, atractiva y dulce, no hacía
llur. (|iu- correr detrás de un cabrón que la puteaba y que pa»nlin di- que ella fuera atractiva y dulce,
Otro hijo de mala madre, corno el padre de Tivi.
O su padre.
Vamos, papá: lo eras, ¡lo eras!
Se removió inquieto en su butaca y miró hacia atrás.
15
114
La sala era muy pequeña, con una mini-pantalla, y la película
en versión original.
¿Qué estaba haciendo en el cine?
A Lee Harvey Oswald le trincaron en un cine después de matar a Kennedy.
Y a un famoso gángster. ¿Dülinger? Sí, lo vio en
una vieja película en blanco y negro. Le esperaban fuera, y le
acribillaron a tiros.
La chica de la pantalla se desnudaba para el cabrón
que la puteaba, y el cabrón que la puteaba, pasando de que
fuera atractiva y dulce, sonreía.
La chica de la pantalla se parecía a Ti vi desnudándose la noche anterior.
Sólo que en la pantalla, ella y el cabrón hacían el
amor.
E,
jl hombre paseó una desnuda mirada por las desnudas paredes de la habitación de Tivi y acabó depositando sus ojos en ella, que
ahora tenía el rostro hundido entre sus dos manos, mientras lloraba.
Fuera, se oyó una voz diciendo en voz baja, aunque no tan
to corno para que no pudieran oírlo:
-Ya no le cogeremos hoy, señor. Por lo menos tan fácilmeu
te, a no ser que cometa un error.
Tivi levantó la cara. Se encontró con la grave serenidad y d
cansancio del hombre que había estado haciéndole las preguntas. H
parecía distinto a los demás, aunque no sabía por qué.
-Hija... -dijo el hombre con ternura en su tono de voz-, si
sabes algo, dímelo. Aunque no lo creas, le harías un favor. Está ai o
rralado, y es posible que haga algo...
-Se ha ido -repitió ella una vez más-. Se ha ido y... -altnn
las manos haciendo un significativo gesto de impotencia-. No han.i
ni veinticuatro horas que le conocía. Ni siquiera...
Volvió a llorar, con renovado sentimiento, y el hombre, envol
viéndose en una abatida resignación, se levantó de la silla, aunque es|v
ró un par de segundos antes de encaminarse a la puerta de la habitación
Lo último que hizo fue poner su mano sobre la cabeza de Tivi.
Fue en el momento de alcanzar la puerta cuando escuchó lil
voz de la muchacha de nuevo.
-¿Podría... decirme qué ha hecho?
55
-G
v_-hico... ¡Eh, chico!
Abrió los ojos, de golpe, asustado. Oswald. Dillinger. Iba a ponerse en pie de un salto cuando se encontró, o
mejor dicho, asimiló el tono de la cara que tenía frente a la
suya. Era una cara amable, distendida.
-¿Qué... pasa? -farfulló atrapado en un segundo interminable.
-Te has quedado dormido.
¿Dormido? ¿En un cine? Asombroso. ¡Nunca se había dormido en un cine! ¿Tan cansado estaba? ¿Ni la chica de
la pantalla había sido capaz de mantenerle despierto?
-Perdón, yo... Lo siento.
-Ningún problema -le tranquilizó el hombre.
Se movió igual que si estuviera borracho, tambaleándose, mientras las brumas finales de su somnolencia eran
apartadas por el peso de la realidad. Caminó en dirección a la
salida y bajó una vez nías la cabeza al ver que había gente en
rl bar y en el largo pasillo que conducía al exterior. Al salir a
la calle comprobó que ya era de noche.
Recordó algo: buscó la luna.
No la encontró todavía.
Aspiró el aire ligeramente fresco con fricción; luego
se estremeció y se subió la cremallera de la cazadora. Echó a
lindar hacia abajo, aunque fue a los tres pasos cuando se preguntó a sí mismo adonde ir. La idea de llegar al puerto para
piisiir más inadvertido se le antojó la mejor, además de ser la
puniera, la del puro instinto. El problema era cómo llegar al
punió, a no ser que andará desde aproximadamente la mitad
di llarcelona hasta él.
¿Un taxi? De nuevo se dijo que no. ¿El metro? El meIn i. si. Mejor que un autobús incluso. En Girona no había metro.
Detuvo a una señora de cierta edad que caminaba en
M-iiiido opuesto y que, de entrada, le miró sospechosamente,
i MI i ojos preocupados y aspecto de estar dispuesta a luchar
pin su vida si...
-Disculpe, ¿podría indicarme si hay por aquí una
I u u .1 dt- metro?
-En Diagonal, sí -señaló hacia abajo-. Es ahí, ¿ve?
-Gracias, ha sido muy amable.
117
16
La señora le sonrió más tranquila.
Y él hizo lo propio mientras hacía una leve inclinación de cabeza y echaba a andar.
Edad
IVA e dijo:
-Tú no sabes lo que es ser viejo; en cambio yo sí sé
••" »
,.
lo que es ser joven. Esa es la diferencia.
,
Y yo le contesté:
tiempo
Un
.
tiempo
mucho
-Tú has sido joven hace
en el que todos eran viejos.
.
Se rió.
.
.
Me reí.
.
pensar
que
Da
Él.
;
Yo.
Todos.
La maldita edad, siempre ella.
Demasiado viejo para morir, demasiado joven para
Vivir, ¿o era al revés? No, era «Demasiado viejo para el rock
dtid roll, demasiado joven para morir». Jethro Tull.
Se me ocurren tantas cosas...
Me siento tan lleno cuando estoy en paz....
Todo ¡o que me hubiera gustado hacer...
Enrollarme a la vecina del quinto.
Tocar la guitarra como Hendrix.
Haber hecho abortar a la tía que parió al asesino de
Lennon.
Ir a la Luna.
Cosas así.
Pero, como le dije a Tivi, nadie tiene lo que busca,
sino lo que no se consigue evitar.
Me dijo:
—Si la leyenda es mejor que la propia historia, hay
que olvidar la historia y escribir la leyenda.
Le dije:
—Sssh... ¿No oyes e! silencio al otro lado de los disparos?
56
I o podía evitar oírlos, Y no era por tenerlos cerca
, sino porque hablaban casi a gritos, con tono1.
estaban
que lo
fuertes. Le hubiera gustado girar ¡a cabeza para ver quién era
cada cual, pero estaba de espaldas. Al llegar les lanzó una
mirada distraída y nada más. Uno tenía la voz más grave, el
otro ligeramente aguda, menos formada. Esperaba su cena y
el bareto estaba bastante lleno, por Jo menos la barra.
-Así que el cabrón pretendía pagarme la mierda del
sueldo base, y que yo currara el doble. Le pongo mala cara y
rne suelta eso de que hay doscientos esperando mi puesto.
¡Facha de los cqjones! ¿Tú ves?
-Ya, pero has tragado.
-¿Yo? ¡Y una leche! Me quedo una semana, y después le monto un cirio, ya verás. Ése no me conoce.
Apareció el camarero, con sus patatas bravas, la rala de jamón , pan y la cerveza. Tuvo que paqueso,
de
ción
garle inmed iatame nte. Le miró sin atreverse a pregun tar por
qué. Mejor callar y no hacerse notar. Incluso le dio propina
U pesar de esa desconfianza. Empezó a masticar la primera
patata brava sin sustraerse del diálogo de sus vecinos de
Besa.
-¿Y a ti, como te va en ese after hourl
-De coña, tú. Puedo irme de juerga, y a las cinco de
la madrugada empalmo con el curro. Eso sí, no puedo llegar
eolocado, claro. Pero tota!, son cuatro horas, y con la gente a
lope.
-A tope y sin nada.
-No, hombre, que algunos aún tienen algo, y si no,
M- espabil an.
-Cono, que el gramo de coca cuesta doce mil, y las
pastilla s están ya a casi tres mil, no jodas,
-Eso no es nada. Vente por allí este fin de semana.
-No podré. Me voy a una fiesta todo el week end, en
lina masía. Eso sí es alternativo. Y es mejor una fiesta privada, cu la que todo Dios paga y está a rebosar, que jugártela
ynulo a Valencia. ¿Viste lo de Pablo? Ciego, tú.
—Ya, pero en la masía ¿ponen buena música? No es
I» mismo que la disco o el after houi; oye. Y las niñas... ¡Jo,
l'Oiiiu se lo montan! Bakalean todo el rato y cuando cierra el
IIM ,il. con eso de que está en las afueras, todavía se espachuI I u n en el parking , con las radios de los coches a tope. Sacan
tli'i i u \s con refrescos y alcohol y vinos peleones para harri'.e •.aiiL'rí as... No veas. ¿Sabes que hemos tenido que corliii el .irua de los lavabos? Hay quien se ¡leva una botellita
Vin 1.1 para no gastar en la barra.
118
-Es que las pastillas para mantenerte en pie dan mucha sed, que lo sé yo.
-Bah, lo peor son los niñatos. Como las cinco mil
pelas del papi no les llegan, empiezan a trapichear, compran
y venden, para que les quede una pastilla gratis, y con eso
aún se complica más la cosa. Pronto habrá más buscándose la
vida que comprando.
-Joder, si es que tal y como está el patio, lo único
que hay es darse el piro total el fin de semana, ¿no? Y a cualquier hora.
-Díselo a las nenas, que corno han de fichar pronto
en casa, ahora desayunan con los papis, muy comedidas
ellas, y luego dicen que van a pasear y se meten a bailar como locas en las discos de mediodía. Esa es su droga. Ni ligar
ni nada. Ya no se liga, tío.
-¡Sólo se folla!
-¡También! -su risa se unió a la de su compañero-.
¡Y eso que dicen que la generación X está llena de pichasfrías! ¡Y una leche, tú! ¡Anda ya, con el rollo de la generación X!
57
udo verles mejor, al pedir la segunda cerveza y
volver la cabeza. Uno era alto, delgado, cabello muy corto.
El otro, de estatura regular, cabello más largo, como él. Vestían de manera informal y tenían varias cervezas en su mesa.
No le prestaron la menor atención, y continuó escuchándoles,
ahora porque de repente hablaron de algo más.
—La generación X... ¡joder! A todo le ponen etique
tas. Como si no hubiera habido antes ganas de pasárselo bien
y problemas. Mira mi padre: estudió mientras trabajaba de
día y se sacó una mierda de título por la noche. ¿Y lucj'.o
qué? Estuvo la tira de años haciendo de currito en una oficina
siniestra y ahora, como todos, en el paro. Así lleva dos años,
Y es un tío legal, ¿eh? Algo anticuado y pasado de rosc.i
pero legal. La que pega la vara en casa es mi madre, ¡sargui
to ella! No para. ¿Y sabes lo que dice mi padre? Pues qtu- ni
la vida es más importante saber lo que no te gusta que lo que
te gusta. Y a veces aún se ríe y todo y me dice;. «Hijo, anli-n
pensábamos cómo follar, ahora en cambio sólo pensáis cu
correros», y hay diferencia.
119
-Cono con tu viejo, qué profundo.
Tú me decías que sin sacrificio no hay nada, papá. Y
no sabía si es que habías cambiado tanto como para eso o si
se trataba de tu desengaño personal. O tu venganz,a. Nadie te
cortó las alas, o por lo menos luchaste para tenerlas. ¿Por
qué pensabas que todo es distinto ahora ?
Vamos, papá, vamos, reconócelo: lo jodido es ver en
los demás las propias ambiciones no satisfechas.
Ambiciones y tiempo.
¿Quién o qué puso tanta amargura en tu corazón?
-A veces pienso que si pudiera, en serio, me trincaría una casa en una montaña, y pasando de todo.
-Ya.
-Que sí, tío, que sí. A la mierda todo este rollo. Paso
de todo. Ya sé lo que me espera, ¿vale? Pues nada, a pillar
una tía que sintonice y ya está. ¡ Joder, si es que te amargan,
tú! Estoy hasta los huevos de que digan que vamos a lo que
vamos y que todo Dios sepa más que uno. Conoces a Sábato.
-No.
-Claro, ¿qué vas a conocer tú, si eres un lila?
-Vale, no te pases. ¿Quién es ése?
-Un argentino que ha escrito muy pocos libros, pero
que larga cosa fina, y le da a! tarro.
—¿Y qué ha dicho?
-Que tal y como está el mundo ahora, todo, la humanidad morirá por asfixia en el 2030, y que la única soludón es la rebelión pacífica de la gente joven, algo así como
una desobediencia civil a lo bestia que liquide a un puñado
ilc individuos, pero sin matarlos. Según él, basta con echar
ahajo su montaje, su tinglado, ya sabes... multinacionales y
lodo eso.
-No está mal.
-Ese sí sabe de qué habla. Ni revoluciones ni anarquías ni hostias: la rebelión pacífica. Y sin etiquetas, X, Y, Z
n lo que sea.
-Ya -se burló el otro-. Vas a rebelarte tú, anda.
-Hombre, solo no.
-Pues alguien tendrá que dar el primer paso.
El primer paso. Decías que en los 60 lo habíais da-La imaginación al poder», papá. Y luego el poder os
120
121
mató la imaginación, como a todos. Si vosotros tuvisteis
vuestra oportunidad, ¿quién nos va a dar la nuestra?
Oh, sí, claro. Me dijiste que nadie da nada, que hay
que tomarlo todo por ti mismo, siempre, pero cuando discutíamos de eso, también siempre acababas gritando, humillando, aplastando...
¿ Oyes a esos dos, papá? ¿Les oyes?
al lado a una rubia de ensueño, o por lo menos parecía serlo.
Como las de los anuncios de la tele, esos que dicen que están
llenos de chicas de plástico.
Además de furia desmedida, sintió rabia.
Y no pudo evitar decirlo:
-¡Cono, negro, mira por dónde vas!
Se encontró con sus ojos. Súbitamente, eran fríos,
corno su cara. Ya no sonreía. Ni siquiera sabía por qué había
dicho aquello. Él no era racista. Nunca lo había sido. Jamás.
Se vio obligado a recuperar su equilibrio.
-Lo siento, tío -le dijo-. Olvídalo.
Pasó por su lado y alcanzó la puerta. No giró la cabeza. Mantuvo la calma. Salió a la calle llenándose los pulmones de aire que sustituyera al enrarecido del bar y se
orientó, echando a andar hacia la izquierda. No había nadie.
Podía empezar a pensar en huir, largarse de Barcelona cuanto
antes. Dio una docena de pasos mientras se enfrentaba al primer nuevo problema de su horizonte.
Y fue al doblar por la primera calle a la derecha, esliccha y vacía, llena de basura y olvido, cuando escuchó la
vo/. a su espalda.
-¡En, tú!
Giró la cabeza y se encontró con el negro del bar.
-Está claro que ellos han ido de culo por las pelas, y
ahora se extrañan de que nosotros queramos vivir bien. Y si
no, pues que pasemos, para no hacernos mala sangre. Ahora
resulta que los 60 fueron la leche, los 70 los años de la crisis
pero también los del nuevo empuje, y ios 80 los del materialismo. Así que a los 90 les toca joderse. ¡Nueva conciencia social, lo llaman! Y el que no es de Greenpeace o de Amnistía
Internacional, es que no tiene conciencia social.
-Ya.
-Cono, Mariano, ¡da gusto hablar contigo!
-¡Anda y no seas paliza, mierda!
Ventura se levantó nada más engullir el último bocado
de pan y beber la última gota de cerveza. Necesitaba salir de allí.
58
O,
'diaba a los filósofos de bar, tuvieran o no tuvieran razón. Cambiaban el mundo entre cerveza y cerveza, y lo
mezclaban todo, saltando de un tema a otro, de una idea a
otra, contradiciendo sus propias palabras de un minuto antes.
Además. No quería pensar. Necesitaba huir, no pensar.
¿Y qué sabían ellos de generaciones X? ¿Qué sabían
del descontento? ¿Qué sabían de...? Pasaban las noches bailando máquina y bakalao, bebiendo y drogándose, buscándose una vida distinta a su vida habitual.
Cerraba los ojos y oía la voz de su padre.
No, no quería cerrar los ojos, ya no.
Y nos los había cerrado, pese a su renacida ira interior, pero tropezó con alguien, en su precipitación, o más
bien se le echó encima, o fue el otro el que lo hizo, salpican
dolé con el contenido del vaso que llevaba en la mano. I ,a
humedad era lo de menos. Y las manchas. De pronto levanin
la cabeza para verle y se encontró cara a cara con un tipo nr
gro, bien vestido, que sonreía seguro de sí mismo y que tení;i
coche patrulla se detuvo en la puerta del hotel. Al bajar
el hombre, lo primero que hizo fue echarle un vista/o a su aspecto,
iimu|iie de hecho le daba igual pasar unas horas de descanso en una
pensión barata que en un hote! de cinco estrellas.
-Hasta mañana, señor -se despidió el agente sentado al
Indo cíe! conductor-. Que descanse.
-Debo insistir... -trató de decir él.
-No se preocupe -le reiteró el policía, sin dejarle terminnr Le avisaremos si pasa algo. Cuente con ello.
Asintió con la cabeza, pesadamente, y cerró la puerta postei ii ii por la que había bajado del vehículo. Nada más escucharse el ruido del automóvil volvió a ponerse en marcha.
El hombre se quedó solo.
Había una reción nacida luna llena, muy hermosa, pero le
ilu i l.i espalda, indiferente, y entró en el hotel con el invisible peso de
i M\\A aplastándole el ánimo.
. abía un chico negro en mi clase. Nadie hablaba
de racismo, pero al chaval le puteaban cantidad por ser diferente. Yo le defendía. Era para llevar la contraria a los demás, simplemente. Le llamaban Batusi y Mobutu y cosas así.
Como al final nos hicimos amigos —dentro de un orden—, a
mí me llamaban Tarzán, aunque a veces me sentía Chita. Y
no había ninguna Jane. Pablo —que así se llamaba el negro,
porque era de Guinea, y ahí sí que yo me preguntaba qué
cono hacía un guineano en mi colé, lo mismo que me lo habría preguntado si hubiera habido un búlgaro o un libio—,
me hacía sentir como Abraham Lincoln. Todo un héroe. Bob
Dylan habría estado orgulloso de mí. El Defensor de los Derechos Humanos del barrio. Pero a veces creo que aquello
fue una moda. Mi moda. Simplemente ir contra corriente.
Los demás, todos, eran racistas. Yo no.
Qué hijo de puta.
59
I o le gustó su expresión, pero menos que estuviese allí, tras él.
Aquello no podía ser una casualidad.
-Oye, espera... Ya te he dicho que lo sentía, joder...
He tenido un mal día, ¿sabes? Uno de esos días que...
-Lo siento -dijo el negro.
-¿Cómo?
-Esta misma tarde me he jurado que al primer cabrón que se pasara le daría una buena. Y ya ves.
-Pero..., ¡mierda, te juro que...!
-Se te ha escapado, ya lo sé -cubrió los tres pasos
que le distanciaban de él-. Y te entiendo, pero así son las cosas —hizo un gesto de resignación—. ¿No querrás que traicione
mis ideales y mi orgullo, ¿verdad? Yo estoy cansado de ser un
negro bueno, y te ha tocado a ti. Así son las cosas a veces.
-¿ De qué hablas? ¿Vas a pegarme sólo porque...'/
No quiero líos, por favor.
No tenía nada que hacer. Era más alto, más fuerte, y
estaba más lleno de furia que él. Una furia fría. Su tímido inten-
to de echar a correr se fue al traste con e! primer paso que dio
hacia atrás. Tropezó con algo, basura o lo que fuera que hubiera
en el suelo, y justo cuando hacía el primer gesto para no caer de
espaldas, desguarneciendo su ya de por sí escasa guardia, el
otro le cazó, al vuelo, corno una paloma abatida por un halcón.
Fue un puñetazo directo a su cara.
El segundo conectó en su pecho, seguido de un tercero al hígado, aun antes de llegar al suelo.
La patada final, en el estómago, le remató, justo
cuando intentaba cubrirse.
Pero ya no hubo más.
60
¿staba solo.
Lo supo cuando se atrevió a abrir los ojos. Aun así,
lio se movió. Esperó. Antes tenía que saber si estaba entero,
ili- una pieza. Puso en funcionamiento sus extremidades y se
nlfgró de ver que no tenía nada roto. Cuando por fin se incorporo, mareado, quedó sentado en el suelo, con la espalda
ii|>oyada en la pared. Había un buen montón de basura a menns de un metro de él, y la calle no olía a rosas precisamente,
J U M O continuó dónde estaba, recuperándose.
No, no era su día. Si lo fuera estaría con Tivi.
Empezando una nueva vida.
¡Qué bien sonaba eso! Lina nueva vida.
Y al diablo la anterior.
Cerró ios ojos cuando buscó, otra vez, la luna llena y
lio 1.1 encontró. En esta ocasión era debido a la estrechez de la
i i i l l r , más bien callejón. Pensó que necesitaba ver la luna.
I u,mi» antes.
Pero continuó sentado, llevando aire a sus pulmolii-s, ion el dolor a tres bandas que le llegaba al cerebro en
nlriiilas procedente de la mandíbula, el pecho y el estómago.
Ya decían en Girona que la vida en Barcelona era
lili) . lililí ll.
I .legó a sonreír.
Y continuó sentado e inmóvil durante un minuto o
lile., o lo que él creyó que era un minuto o dos, y que muy
lili u iludieron ser cinco, o diez, o incluso más, porque de rejH'iilf invo la sensación de que había vuelto a quedarse dorIllli!" \o nías: de que no estaba solo.
124
125
Abrió los ojos.
Y le vio, frente a él, muy quieto, con unos ojillos rojos y pequeños, orlados por una enorme cantidad de cabello
sucio y ralo, en la cabeza, el Bigote, la barba.
Se levantó de un salto, precipitadamente, sin atender
al dolor de su pecho y su estómago. Pagó la factura de su acción casi de inmediato, con una náusea y un vahído, pero no
se detuvo. Tampoco lo hizo aunque descubrió que no se trataba más que de un viejo vagabundo, un homeless. Sujetaba
varias bolsas de plástico con una mano. La otra la tenía extendida, como si hubiera estado a punto de ir a robarle, o a
comprobar si estaba vivo.
-¿Tienes... tabaco? -le oyó decir.
Era inofensivo, pero sin saber la razón sintió pánico de
él. Aquellos ojillos, la boca sin dientes, el rostro enteco y sucio.., O más que de él, era de su imagen, de lo que representaba.
El viejo extendió su mano erigarfiada y nudosa.
-Sólo un pitillo, ¿eh?
Le dio la espalda y echó a correr, aunque no pudo
llegar muy lejos. Lo justo para apartarse de él. Suficiente
para sentirse a salvo antes de volver a echar los demonios por
la boca, vomitando todo lo que había cenado.
La segunda vez en el mismo día.
Pensó que no iba a llegar muy lejos si seguía así.
Luego se dejó caer al suelo, aún más agotado que
después de la paliza, dolorido, y en esta ocasión no cerró los
ojos.
Se preguntó dónde cono estaba la maldita luna llena
Seguro que no, pero ya ves. Y me duele que tengas
razón, no creas. Aunque decías que lo que más querías era
equivocarte. Jodei; ¡qué bien te quedaba eso!
Mira, si hubiera sido un capullo de skin, o un sádico
del KKK, o un simple facha, racista y tal, aún. Pero yo... Si le
pego una patada en los huevos al próximo negro que vea,
¿qué? La vida es como un dominó. Tac-tac-tac-tac, y el sentido de ese tac-tac es que al final todas las fichas han caído.
No queda ninguna en pie. La única diferencia es que el primero las tira todas y al último le caen todas encima. No es
como tú y yo, papá, que estábamos solos.
Tan solos.
Como ese homeless, papá, ¿lo has visto? Cuesta
pensar que un día Juera niño, y joven, y se cepillara a sus novias y todo eso. Ése es el auténtico representante de los 90.
¿X? Pues eso. Díselo a él. Te dirá que la única X que conoce
f\ del signo de aquella quiniela que falló y que pudo cambiarle la vida. ¿Qué diría ahora a su padre si pudiera halil/irle como yo te estoy hablando a ti? ¿Qué le diría ahora a
\n hijo, si tiene alguno o algunos? Jo, que mal rollo, ese
hniiihre, y el negro, y...
¿ Y qué, papá ?
Si sólo hubieras podido entender que, simplemente,
i ni di si i uto.
Nunca me dolieron los golpes, me dolía tu intransigencia, tu corazón, tu manera de decir «no» y de gritar y de
llrupirciar. Sí, el desprecio era lo peor, y estaba en tus ojos,
t'it tu actitud, en tu superioridad. Y yo te veía fuerte sin saber
ipii iodo eso no era más que lo contrario, debilidad.
Sólo eramos extremos de una cuerda muy corta.
¿Qué estoy haciendo aquí, papá? ¿Puedes decírmelo?
¿ Por qué no vienes ahora y me tiendes una mano ?
Vamos, papá, vamos.
I'or primera vez te estoy gritando que te necesito.
Padre
P
apa..
Mierda, papá, ¿me ves? ¿Estás viendo esto? El muy
cabrón. Y menos mal que no era más que un bocazas. Si II fga a pegar como tú, ¿eh, papá? Tú sí que sabías dar golpes,
Vaya si sabías. ¿Recuerdas cuando mi cabeza te disloco lii
muñeca? Decías que había salido a mamá, con el tana niin
duro que su frialdad de témpano. Pobre mamá. Aunque le \'il
bien, ¿sabes? Ese nuevo imbécil que tiene le funciona, la nil>
ma, la quiere y la respeta. Tú en cambio...
¿Te referías a esto cuando me decías que acnhi
en la puta calle?
K
L/a vo/ de su hermana se ahogaba continuamente debido a
lti» l.ii'i ini.i -,, |H-ro a pesar de que llevaban ya diez minutos o más colllinlii. ilcl iddono, y de que descubría, tumbado en la cama, lo cansado ipil • i -.i nii;i, no quiso detenerla, ni corlarla, A fin de cuentas, auni|iu |u u u d hacía algo, mientras que ella esperaba.
126
Y cien kilómetros podían ser muchos cuando había algo
más que una distancia de por medio.
-Carlos, ese lugar en el que ha pasado la noche...
-Una casa, con gente joven como él. Los llaman sqaatíers.
Son pacíficos, tranquila. Se ha espabilado bien, Teresa. Demasiado
bien. Es ¡isto, por inconsciencia o porque se siente perseguido y acorralado. Pero es listo, siempre lo ha sido, ya lo sabes.
-Pero cuando le cojáis...
-No temas, yo estaré allí, te lo prometo.
-Que no le hagan daño, por favor.
-No se lo harán.
-Y llámame en seguida, para llevarle ropa.
-Lo haré.
La pausa no significó e! final de la conversación. La imaginó aferrada a aquel teléfono. Su único punto de contacto con Ventura,
por lejano que pareciese.
-¿No serán duros con él? Lo haría por...
Volvía a empezar.
-Teresa, por favor.
-No hago más que darle vueltas, y más vueltas... Él estaba
loco, tú lo conocías. No debí dejar que...
-Teresa, he de dormir, y tú también.
-Tengo miedo, Carlos.
Como él, en el fondo, pero no se io dijo a su hermana.
Por ello cerró los ojos y siguió hablando a través del auricular, o mejor decir escuchando su largo y desacompasado monólogo,
aunque al apoyar la cabeza en la almohada no estuvo seguro de queno fuera a quedarse dormido de inmediato.
61
gustó el coche, la oscuridad, el silencio y l.i
oportunidad. Se aseguró una vez más de que no hubiera H.I
die por los alrededores, y con el convencimiento inició el pi i
mero de sus movimientos.
El hombre ya descendía del vehículo que acababa diaparcar en un generoso espacio. Sonreía por su fortuna. ( V i m
la puerta y acto seguido pulsó un dispositivo de cierre and >m.i
tico de las cuatro puertas habilitado en su juego de llaves. I o'i
pilotos amarillos del automóvil centellearon dos veces antes tío
quedar de nuevo apagados. Le dirigió un vistazo final, con un
deje de amor material, y se alejó de él con paso animado
127
Lo hizo en dirección contraria a donde se encontraba Ventura.
Mejor así. Nunca llegaría a verle.
Llevaba ya la madera en la rriano, recogida del suelo, cerca de un montón de escombros caídos de un contenedor. Tivi tenía razón. La de cosas que podían encontrarse en
los contenedores. En aquél vio una butaca estupenda. El palo
de madera debía pertenecer a los restos de una mesa descompuesta junto a ella. Un buen palo, sólido y consistente.
Le bastó una leve carrera, no estaba muy lejos. Tampoco estaba en condiciones de otra cosa, porque aún acusaba
la paliza y la vomitona de casi una hora antes. ¿Una hora?
liueno, seguía sin tener ni idea del tiempo que transcurría
junto a él, o bajo él.
De cualquier forma menos con él, porque él se sentía cada vez más fuera del tiempo.
Out afume. ¿Quién cantaba eso?
Llegó cerca del hombre, casi tanto que podía extendi-r una mano y tocarle. Las sombras quedaban detrás, así
ijiic incluso en eso tuvo suerte. Y el tipo canturreaba algo,
«hoyando el rumor de sus pasos acelerados. Fue tan simple
como...
La madera impacto en su cabeza. Se escuchó un
••loe'» grave, después el quedo sonido del cuerpo cayendo al
•icio.
Ventura se agachó junto a él, le quitó las llaves del
coche. Nada de ventanillas rotas y puentes. Llaves. Por eso
h.ibía preferido aquel sistema, aunque fuera más peligroso y
viólenlo. Bueno, el caído se quedaría con un dolor de cabeza
y nada más. Eso y el disgusto por su Audi. También se llevó
Nú cartera. Necesitaba más dinero.
No la abrió allí. No tentó a la suerte. Arrojó la madeiii .1 un lado y luego se encaminó hacia el coche, a su coche.
Estaba a unos metros de él cuando accionó el dispoN i l i v o de apertura de puertas y los pilotos amarillos se ilumiliiiion dándole la bienvenida.
62
B,
> enidorm o Marbella, daba lo mismo. Un rostro
Muí'. ('airetera y manta, costa, por la autopista que pagaban
lie. i.n irlas de crédito, sin policías, aunque circularía con cui-
129
dado. Nada de hoteles o pensiones, tal vez un camping. Tal
vez otra Tivi que le acogiera...
No, ninguna como ella.
No quiso pensar en lazos, como no los había pensado
el día anterior, por la mañana, al irse de Girona sin hablar siquiera con Neus. Ningún lazo, Mejor así. Necesitaba ser libre
para no caer en más trampas. Ahora la suerte estaba echada.
Take no prisoners!
Lo malo era el dinero, porque siempre sería escaso,
porque nunca tendría suficiente para estar tranquilo, y no era
un ladrón de bancos. De hecho, ni siquiera era un ladrón.
Nunca había robado hasta la mañana del día anterior, cuando
asaltó a aquel hombre. En parte era sencillo, pero siempre entrañaba riesgos.
Además, no era violento.
No, no lo era, a pesar de...
¿Y si hubiera matado al hombre de Girona, o al de
Barcelona que acababa de asaltar? Un golpe en la cabeza
siempre es peligroso. En tal caso...
El coche funcionaba como una seda. Comprendió el
orgullo de su dueño. Era potente, capaz, tenía aire acondicionado y un montón de detalles. Incluso radiocassette, oculto,
muy bien camuflado. Puso la radio y una música hortera
inundó su reducido ámbito. Buscó otras emisoras y encontró
una más aparente. Casi estuvo a punto de cantar antes de re
cordar lo mucho que le dolía la mandíbula.
Su aspecto tampoco era bueno. Se arregló mirando
se en el espejo interior, deteniendo el vehículo por un instan
te. Cuando hubo terminado decidió estudiar la situación, lis
taba cerca de la Villa Olímpica, porque los dos rascacielos
comunes al perfil de Barcelona desde los Juegos Olímpicos
quedaban frente a él. Miró a derecha e izquierda, buscando '• <
forma de enfilar hacia el Sur, cuando descubrió el acceso al
Cinturón del Litoral. Por él no tardaría ni diez minutos cu
alcanzar la autopista hacia Tarragona, Valencia, A l i c a n i r .
Murcia...
Giró el volante, se dirigió al acceso, entró por el ni
el Cinturón y aceleró hasta el límite permitido una ve/ dm
tro. No había apenas tráfico, ya era tarde.
Quizá por eso le pararon, porque estaba solo v ir
nían que justificar el sueldo. Ni siquiera les vio, preocii|iiuln
en buscar una nueva emisora, hasta que les tuvo casi encima
y vio sus gestos imperativos para que se detuviera.
Un control de la guardia civil, en mitad del Cinturón, sin posibilidad de dar media vuelta.
Calma
.
•'
-alma, Ventura, calma. Lo has visto en mil películas. La calma es lo esencial, incluso pasa en la realidad. ¿Recuerdas aquellos etarras que, con sangre fría a. tope, se detuvieron en un control de policía, y consiguieron pasarlo porque
,vc comportaron corno si nada? Todo el mundo habló de ello.
Tú vas a hacer lo mismo, ni más ni menos. Van a pedirte el
carnet de identidad y el de conducir, y a preguntar si el coche
c,v tuyo..., pero como si nada. Sonríe. Vamos, lo has visto en mil
películas. Sólo los que se ponen nerviosos la cagan, como los
/'ligados de La gran evasión, que caen en una trampa absurda
i 'nandú un alemán les desea buena suerte en inglés después de
haber logrado pasar un control, y ellos responden también en
inglés. ¡Ah, que buena película! Y Steve McQueen dándole a
lu pelota en la «nevera», como lo decían los alemanes.
¡Neverra! ¡Neverra!
, ,,
Sonríe, Ventura, sonríe. Y ten calma.
Hay luna llena.
No puede suceder nada malo con luna llena.
63
U
' no de los agentes se aceró a él, le saludó llevántlosr una mano a la gorra y se inclinó sobre la ventanilla que
.ii .ibaba de bajar. El otro estaba pendiente del escaso tráfico,
observando los coches para decidir si alguno, al azar, merecía
In prna de ser detenido.
-Espero tío haber cometido ninguna infracción -dijo
Vrnima cincelando una estática sonrisa en su rostro.
-Es un control de alcoholemia, señor. ¿Le importada soplar...?
Eso de que un tío de treinta años y con uniforme le
l . u n . u . i «señor» le gustaba. También contribuyó a que se sini i n . i mejor el hecho de que se tratara de aquello. Un control
i Ir .ik'oholemia. Pura rutina. Sus dos cervezas no eran nada, y
131
130
encima las había vomitado. Aunque lo del alcohol se quedaba en la sangre, ¿no?
-Ningún problema. Puede ser divertido.
-Gracias.
-Creía que eso de los controles sólo era para los fines de semana.
-Hay gente que bebe a diario.
-Si, claro, y además, hoy, con luna llena...
El agente puso cara de extrañeza, sin entender qué
relación podía haber entre una cosa y la otra. Pero levantó la
cabeza y buscó la luna. Había nubes cubriéndola, aunque el
resplandor era muy intenso.
-Todavía no la he visto -dijo Ventura.
Se encontró con el aparato en las manos y la cánula
por la que debía soplar cerca de los labios. Se encogió de hombros y la introdujo en su boca. Sopló. La aguja apenas si dio un
pequeño salto, bajo la atenta mirada del agente. No tuvo que
hacerlo una segunda vez. El hombre le retiró el aparato de las
manos y volvió a saludarle llevándose la suya a la gorra.
-Gracias, ha sido muy amable -se despidió-. Puede
continuar.
Sin embargo, ahora le miró con algo de extrañe/a.
Ventura no supo qué podía ser. Tratando de que cada gesto
pareciera lo más natural posible conectó de nuevo el encendí
do del coche.
El motor rugió a la primera.
-Disculpe, ¿se encuentra bien?
El agente seguía allí, en la ventanilla.
-Sí, ¿por qué?
-Parece haber sufrido un accidente.
Señaló la mandíbula golpeada. Debía estar pon i en
dose cárdena, o roja, o violenta, o quizá se le hinchara, o...
-¡Ah, no, rio es nada!
Tal vez se precipitara al tratar de poner la primu.i
No conocía el coche, así que se escuchó un rudio extraño,
como si una mano invisible le rascara las tripas. La man h.i
tampoco le entró a la segunda, y su gesto fue imperativo, demasiado nervioso.
-¿Podría ver su carné de conducir, por favor?
¿Qué más quería aquel imbécil?
¿Qué cono quieres, cabrón? ¿Vas a jotlcrnif iiiin
bien tú ahora ?
-Sí, claro, pero... No entiendo...
Calma. Calma. Sólo calma. Extrajo su cartera, con
el DNI y el permiso de conducir. Más calma. Nueva sonrisa.
Se la entregó al guardia civil.
-Sáquelo usted, haga el favor.
Lo hizo, extrajo el carné de conducir y se lo dio. Esperó que lo examinara y eso fuera todo. Pero de pronto por
detrás de él apareció el otro. El que había hablado con él le
entregó el carné, y sin decir palabra, el segundo agente se encaminó al coche patrulla con él en las manos.
—Oiga, pero...
-Es una simple comprobación rutinaria, cuestión de
un minuto.
Todo era rutinario, todo, sólo que su nombre estaría
escrito con mayúsculas allá donde fueran a preguntar.
64
calma ya era inútil.
Fue una reacción instintiva, explosiva. Tan rápida
que incluso se sorprendió él mismo, aunque gracias a ello copó al guardia civil de improviso. El coche todavía estaba en
marcha. El agente tenía que haberle pedido que lo parara. La
primera le entró ahora tras su gesto de rabia. La reacción del
agente que estaba a su lado no llegó a ser más que un gesto
di- impotencia. Le bastó dar un volantazo para que el mismo
salto hacia adelante del vehículo le golpeara de lleno.
El impacto y el chirriar de las ruedas hicieron que el
olio guardia civil se volviera sin haber llegado todavía a su
roche patrulla. También su reacción fue fulminante, dejó
I-;KT el carné para llevarse la mano a la pistola. Llegó a sacarla de la funda y a quitarle el seguro.
Ventura lo vio todo en cámara lenta, pese a que en
n-alidad sucedía a la mayor velocidad. Sam Peckinpah lo habría rodado de maravilla. Un Grupo salvaje de uno.
Enfiló el coche hacia el segundo guardia civil.
Y la máquina fue más rápida que el hombre.
Lo arrolló, de lleno, pasando casi por encima de él
n a \l ruido sordo dei'choque entre la plancha de metal y la
riirnc. Ni un grito. Se olvidó inmediatamente de él al mirar
li.iua atrás y ver al primer agente recuperándose a marchas
133
forzadas. También él, desde el suelo, pugnaba por actuar
coordinadamente y sacar su arma reglamentaria.
Supo que meter la marcha atrás y repetir la acción
era demasiado. Lo supo en una fracción de segundo. La
marcha tal vez no entrara. El cuerpo de! atropellado podía
impedirle moverse con velocidad. Y la bala sería más rápida.
Miró hacia abajo para calcular sus posibilidades y
vio la pistola del caído allí mismo. No tenía más que abrir la
puerta del coche.
Lo hizo.
La abrió, recogió la pistola, apuntó hacia el guardia
civil llevándole tan sólo un segundo de ventaja y disparó.
Estaban demasiado cerca el uno del otro como para
follar.
El hombre acusó el impacto en algún lugar de su
cuerpo. Resultó ser el hombro, porque se llevó una mano
allí inmediatamente. Ventura ya no esperó más. El segundo
agente también se movía, recuperándose del choque. Metió
la primera, pasó por encima de sus piernas, apretó las mandíbulas al oír el grito de dolor y luego pisó el acelerador a
fondo, esquivando el vehículo policial que actuaba como
barrera.
Segunda, tercera, cuarta... Se oyó un nuevo disparo.
El espejo retrovisor del lado opuesto al suyo saltó
hecho añicos.
-¡Cono! -rezongó agachándose mientras hundía el
pie aún más y a tope en el pedal del gas.
65
T,
enía que salir del Cinturón. Tenía que cambial' de
coche. Tenía que...
La excitación de lo sucedido, con el miedo por un
lado y la condensación de adrenalina al máximo por el o l n >
le impidió pensar con claridad, pero una a una las razones i lila lógica fueron imponiéndose, hasta permitirle darse cumia
de que estaba metido en un lío espantoso. Si hubiera art.uu .1
do la radio del coche patrulla, o la hubiera inutilizad' 1 i'r un
disparo, como habría hecho...
Cualquiera. Incluso en Thelma y Loiiixe una de r i l a s
lo hacía.
Ahora ya estarían dando su descripción, tal vez. el
número de matrícula del coche. Y tenían su carné de conducir.
-¡Mierda! -suspiró.
Salir del Cinturón. Cambiar de coche.
Paso a paso, prioridades, calma.
Pero no podía conservarla. No era un experto. Todo
se le estaba poniendo en contra. Sentía la presión, demasiada
presión. ¿Por qué no estaba con Ti vi, a la espera de que las
nubes se apartaran para permitirles ver la luna llena?
Abandonó el Cinturón del Litoral en la siguiente salida, sin saber dónde diablos se encontraba ni en qué parte de
la ciudad. Ni siquiera pudo orientarse. No tuvo tiempo. Las
luces de un coche patrulla y un sesgo breve pero audible de
sirena le sobresaltaron de golpe. Giró la cabeza justo a tiempo de verlo, surgiendo de la nada, echándosele encima.
Lo único que pudo hacer fue dar un volantazo, meUT primera y salir por segunda vez a escape, sin importarle
que ahora rodara por una calle en dirección contraria.
Esquivó los primeros coches, escuchó las primeras
bocinas de protesta, vio los primeros frenazos y choques,
(vio por más que corriera y corriera, el vehículo perseguidor
M-j'.nía detrás de él, y sabía que por la radio ya debía estar piilimilo ayuda.
Había visto escenas parecidas en mil películas.
La realidad era menos espectacular, pero más densa.
Aunque no tenía miedo. Curioso. Ya no.
-¡ Aaaaaah!
Su grito le liberó de algunas tensiones, así que lo re|nini una vez. Y otra. Los zumbidos se disparaban en su cerev la sangre corría por sus venas aún más rápida de lo que
I - i liaría él por las calles. Giró a Ja derecha, giro a la izquierda,
i-M|mvur, frenar, acelerar, otro giro a la izquierda, otro giro a
l.i l i n e e ha, nueva dirección contraria, adrenalina por un tubo.
Realidad virtual.
El coche perseguidor, sin embargo, seguía pegado al
luyo.
Tuvo una reacción instintiva en el siguiente cruce. El
.1 ni.lloro se puso en rojo cuando él se encontraba a una decena i Ir inciros. Lo rebasó, pero giró a ia derecha inrnediatamenli 1 I .1 parle de atrás de su coche chocó contra el primer vehíi lili i que circulaba por la calle tras haber arrancado en verde,
( K M i",la ra/ón el impacto no fue tan fuerte. Sin embargo el auperseguidor no logró evitarlo y se incrustó en él.
Í35
134
Ventura se sintió libre.
Por lo rnenos durante diez segundos, el tiempo que
tardó en ver las luces de otro coche de la película surgiendo
amenazador por delante de su camino.
66
Er
!/ra inútil seguir, y más con las abolladuras traseras, que tai vez le restaran potencia o movilidad. Tenía la ventaja de la noche y de la distancia que le separaba del coche situado por delante y el que acababa de accidentarse por detrás.
Frenó en la siguiente esquina, recogió la pistola que
había dejado caer en el asiento contiguo al suyo y salió del
coche con la mayor velocidad que Je permitieron sus piernas.
No tuvo que correr demasiado. A rnenos de diez metros vio un coche con una pareja dentro, quemando los momentos finales de su despedida. Se estaban besando, ajenos a
todo, al mundo entero y a la luna que pugnaba por salir de la
cárcel de las nubes. Cuando abrió la puerta del conductor los
dos se agitaron asustados. Cuando la psstola de Ventura se incrustó en la cara del hombre, el miedo se convirtió en pánico.
-Oiga, no...
-¡Ay, Dios!
-¡Callaos! -gritó-. ¡Haced lo que os diga y no pasa
rá nada! -subió detrás, sin dejar de apuntarle a él en la cabeza-. ¡Arranca, vamos!
-No pue...
-¡Arranca!
Le dio un golpe, no muy fuerte, pero a continuación
a quien apuntó fue a ella. El hombre ya no vaciló, puso el a>
che en marcha. El de la policía apareció en ese instante en el
cruce.
-Sigue, despacio -ordenó Ventura.
La confusión duró muy poco, el tiempo justo de quilos agentes vieran vacío su automóvil y cómo el que ahoi.i
ocupaba con la pareja se ponía en movimiento. Aparcan mi
las pistolas en sus manos, pero se quedaron quietos al ¡asíanle
-¡No disparéis! -ordenó una voz.
-¡Lleva rehenes! -advirtió otra.
-Vamos, acelera -pidió Ventura.
Le obedeció, el coche ganó velocidad, aunque un
excesiva. Por detrás el de ¡a ley volvió a perseguirle.
Y en la siguiente calle ya no fue uno, sino dos.
-¡Pisa a fondo, cono! -gritó Ventura.
-Por favor...
—¡Más rápido, más rápido!
No les dejaban atrás, ni les dejarían nunca. Pronto
los coches fueron tres. Toda !a policía de Barcelona estaría
allí en un santiamén. ¿Qué hacía el chico en las películas?
¿Por qué nadie gritaba «¡Corten!»?
-Para.
-¿Qué?
-¡Para!
El hombre le obedeció, y él pasó adelante, por encima de los asientos, sin dejar de apuntarla a ella. Luego la rodeó con un brazo por los hombros.
-Bájate.
-No... por favor, no... -suplicó el conductor.
-¿Es que te lo he de decir todo dos veces? ¡He dicho
que bajes!
Le empujó violentamente, hasta echarle del coche,
pero sin dejar de sostener la pistola. La mujer chilló y al verse libre hizo un amago de escapar. Estuvo lenta. Ventura la
sujetó de nuevo mientras cenaba la puerta. En los coches paItulla no hubo ningún movimiento por la rapidez con que se
estaba desarrollando todo. Claro que debían saber que iba armado. Mejor. Sin perder un segundo se cambió la pistola de
mano, la cogió con la izquierda y con la mano derecha metió
la primera. Ni siquiera sabía qué clase de automóvil era
aquel.
Lo comprobó al momento, cuando empezó a rodar,
saliendo disparado a toda velocidad por tercera vez en los úllirnos minutos.
67
N,
i ecesitaba pensar, no precipitarse, pero era difícil
con un enjambre de polis por detrás y la nada por delante.
Además, no era un experto. Desde luego no lo era. Lo único
i|uií hacía era seguir, con cada jugada e improvisando.
Y le quedaban muy pocas cartas.
Ahora ya no conducía como un loco suicida. Iba rápido, pero nada más. Necesitaba pensar y no se le ocurría nada.
Nada.
136
137
¿Era así e! fin?
-Por favor... no me haga daño.
La miró, como si la descubriera allí, a su lado, por
primera vez. Tendría unos treinta años y buen aspecto, una
mujer de una pieza, cuidada, en la plenitud, no muy hermosa,
pero sí apetecible, agradable. Vestía con algo de clase, vestido negro, escotado, ceñido, para resaltar sus formas generosas y su pecho abundante. El maromo al que acababa de
echar debía estarse poniendo las botas, o insistiendo para que
ella le dejara subir a su casa.
-¿Cómo te llamas?
-Sa... Sara -tartamudeó ella.
-Entonces, tranquila, Sara. Sólo serán unos minutos.
Le dirigió una sonrisa de ánimo. La clase de sonrisa que un héroe cinematográfico le dirigiría a la chica para
demostrarle que no tenía miedo, aunque lo tuviese. Así ella
le recordaría el resto de sus días, impresionada. Sin embargo, Sara no reaccionó ante su gesto. Continuó llorando,
asustada.
-Eh -le dijo-. Mañana serás famosa. Saldrás en la
tele y en todos los periódicos.
Los ojos de ella expresaron su desconcierto, pero no
habló, y él se concentró en la conducción del coche, que no
era ninguna maravilla. No iría muy lejos dentro de aquel ca
charro. De vez en cuando surgía uno de la ley por delante, y
él giraba a un lado. Y cuando aparecía otro, giraba de nuevo.
Empezó a comprender que le estaban dirigiendo hacia alguna
parte.
-Sara, ¿dónde estamos? -preguntó.
La mujer salió de su abstracción llorosa y miró hacia
adelante por el parabrisas. Luego a un lado.
-Ahí enfrente está... la plaza de España -dijo.
No se detenía en los semáforos, pero tampoco los
cruzaba sin más, y si se paraba, los coches perseguidores se
paraban a unos veinte metros. Eso era una novedad. Llei-o a
la plaza de España, la rodeó girando a la izquierda al ver un
coche patrulla en cada una de las tres calles frontales. La u n í
ca abierta, ya al otro lado, era la avenida ubicada entre l.r.
dos torres venecianas que daban acceso a Montjuich.
Así que era eso.
Le querían en la montaña mágica.
No se detuvo, ni intentó huir. Ya no. Enfiló la ir. i
que atravesaba el recinto ferial, con las fuentes, ahora apapi
das, delante de él, y el Palacio Nacional coronando el conjunto, y al llegar al final, al pie de ellas, giró a la derecha, subiendo las suaves rampas de la montaña.
Hubiera sido un agradable paseo, con una mujer de
treinta años y a la luz de la luna llena, si las jodidas nubes se
hubieran apartado de una vez y la policía no estuviese cortándole todas las salidas.
No se detuvo hasta llegar a la recta del Estadio.
Entonces ya no pudo seguir.
Una batería de coches, tan densa y abigarrada como
la que le seguía, le cortaba el paso a unos cincuenta metros
de distancia.
Pese a lo poblado del lugar, la noche era muy silenciosa.
L
E,
A timbre del teléfono le sobresaltó, en primer lugar porque estaba dormido, profundamente dormido, y en segundo lugar
porque, de entrada, no supo dónde se encontraba.
Buscó el interruptor de la luz y no lo encontró. Buscó el
iipiirato telefónico guiándose por su zumbido y no lo encontró. Acabó
barriendo lo que hallaba a su paso, desplazando las manos como aspas por encima de la mesita cuando tropezó con el teléfono y lo tiró al
Mido por su impaciencia. Por lo menos ahora pudo arrodillarse, tanli-iir por encima de la moqueta y dar con el cordón que ¡e llevó al auricular.
-¿Inspector Nogueral? ¿Me oye, señor? -oyó una voz perpleja.
-Sí, sí... Perdone, se me ha caído el... ¿Quién es?
-Morales, señor -el que llamaba mostró toda su impaciencia y su nervio cuando, sin esperar más, se lo dijo-: Le tenemos, inspector.
-¿Qué?
-Un coche patrulla de la guardia civil le ha dado el alto en
el ('inlurón del Litoral. Ha atropellado a un agente y herido a otro. Va
mm;i(lo, señor.
-¿Dónde está ahora?
-Le tenemos rodeado en Montjuich. No puede escapar. No
liria- salida.
-Por favor, que no hagan nada hasta que yo llegue. Sé que
punió...
138
-Le hemos enviado un coche, señor. Debe estar al llegar.
-Gracias, voy a...
-Inspector -le detuvo ei otro-. Creo que debería saber algo
mas.
-¿Qué es, Morales?
-Tiene un rehén, señor. Una mujer.
La idea de que fuera armado ya era horrible. La certeza de
que hubiera disparado y atropellado a dos agentes era espantosa. Pero
que tuviera una rehén...
-¡Dios mío! -suspiró el hombre sin apenas voz.
-Dése prisa, inspector -le apremió su interlocutor-. Está
acorralado y puede hacer cualquier tontería, en cuyo caso...
No acabó la frase. No era necesario.
Fue lo último que dijeron antes de colgar los dos al mismo
tiempo.
Cobain
¡A,
Ji, Kurt!, ¿por qué lo hiciste?
Te pegaste un tiro para escapar, ¿y qué arreglaste
con eso? Pudiste haberles dado duro, incluso llevarte a al
gunos por delante. Vamos, ¿no ibas de desesperado? Siento
que rne fallaste. No sé si te odio por lo mucho que te adoré o
si te adoro porque lo que odio es lo que hiciste: largarte ¡>i>r
la puerta de atrás cuando estabas en el paraíso, en la gloria
del rock, la misma gloría que yo nunca conseguiré atrapa/.
¿Acaso no sabes cuánta gente hubiera dado la vida por estar
en tu lugar? Y vas tú y la das para largarte.
Ahora lo veo claro.
Maldito cabrón.
Yo tenía sueños, Kurt. A la mierda todo eso de hi ?;<'
neración X. ¡A la mierda porque ponen etiquetas para \cpn
rar, dividir, clasificar o vender un producto! ¡A la micnlii <•!
juego de la frustración! Todo es un engaño, una 'mentíni Ki
lo decía U2: «Todo lo que sabes es mentira». No existe inulii,
salvo el momento, aunque estemos hechos de millonea di'
ellos. ¿Crees que me gusta estar aquí, atrapado, a nifin>\
un minuto de ninguna parte y jodido? Fíjate en csln ¡><>
Kurt. ¿Es la misma que tenías tú antes de apretar el gatillo}
¿Le viste los ojos a la bestia? ¿Pudiste mirar cara a ciim < I
agujero por el que iba a salir la bala? Yo estoy mirando iilii<
ra a esos polis que desean meterme sus armas por el t u lo 11 »
139
miro y sé que quieren cogerme vivo mientras sueñan con matarme, porque no creen en mí. Sé exactamente lo que piensan.
¿ Viste Blade Runner, Kurt? Cuando el Harrison Ford ha trincado al Rutger Hauer y éste, encima, le salva la vida y se le
muere allí mismo, bajo la lluvia, mientras habla de vivir... El
poli héroe cabrón y el replicante rebelde convertido en intento de ser humano, hablando de eso, de. vivir, y del tiempo que
le queda. Vivir. La hostia, Kurt, ¡la hostia! Esa escena vale
por todas las filosofías habidas y por haber, y por todas las
tesis existenciales y todos los «siempre nos queda París» del
fiogart, como me dijo Jim en nuestro sueño. Nunca queda nada. Nosotros, los X, punks, heavys, after, trash, enos, técnos y
demás leches, y ellos, los que han hecho la historia, la del
rock desde los 50 y la otra desde que el tiempo es tiempo, deberían mamarse Blade Runner. Y aprender.
Nadie aprende, tío. Hay una fiesta ahí afuera, pero
tú estás dentro. Hay una guerra ahí dentro, pero tú estás fuera. Todos somos replicantes preguntando cuánto nos queda.
Ahora creo que siempre he estado corriendo hacia
<itras. ¿ O es que estoy habituado a ver el culo de todos los
i/ue han pasado, me han dado la espalda, me han dicho adiós
0 me han adelantado en la carrera?
Estoy solo, Kurt.
Es decir, ahora sé que estoy solo. Antes lo imaginaba, lo creía, lo pensaba. Pero era un juego de niños. Y me
siento extraño. Estoy volando por encima de todo, como
1 iinndo dicen que te mueres y sales de tu cuerpo y ves el
mundo, incluido tú mismo, y todas esas leches. Así me siento
\>> l'.stapaz...
Estabas hasta los huevos, Kurt, pero ya no eran tus
lu«'\'os: eran los de todos nosotros. Desde el primer día que
hiciste una canción, la grabaste y la vendiste, ya no eras tú,
sino nosotros. Ese es el precio que hay que pagar, tío, y no
I/M'I/.V que no. Todos queremos llegar. Si yo hubiera sido un
fiM'kem, por mucho que la desesperanza me ahogase, no lo
liiihrid hecho, te lo juro. Esto es diferente. Esto no tiene nada
i/í(c ver y lo sabes. IM he jodido por otras causas.
¿Sabes? No somos la generación X. Somos la genenn ion Sin Nombre, nietos de los idealistas de los 60 e hijos
ili li >,\ de los 80. Es como ser un híbrido de Peti i l'iin v Madonna.
Estamos buscando una letra, Kurt. Tenemos la mú\l< n i<fro nos falta la letra.
Y tú, encima, te largaste.
¿ Qué quieres que haga yo ?
jila no se atrevía a hablar. Él no quería hacerlo.
Parecían contar los minutos, amparados por el silencio y la
paz aprisionada entre las dos barreras de coches, en cuyo
centro aguardaban. Pero ninguno de los dos contaba nada,
sólo dejaban pasar el tiempo, sabiendo que no les pertenecía,
que era de ellos, de los policías y de cuantos le vigilaban.
Ventura miraba las nubes que tapaban la luna.
La mujer mantenía la mirada baja, perdida, y sólo de
vez en cuando le observaba de soslayo.
¿ Qué quieres que haga yo ?
Sostuvo la pistola en la mano, levantándola ligera
mente para verla mejor. Era ia primera vez que cogía un arma.
Daba la impresión de ser de juguete. Una mentira, como las
del cine. Pero era real. Sabía que era real. La había oído hablar.
Sara se estremeció. Pudo oírlo además de percibirlo.
-¿Era tu novio? -le preguntó de repente.
-¿Cómo?
-El del coche, ¿era tu novio?
-Un... amigo.
-Os estabais pegando el lote.
-Sí, bueno... -ella apartó una vez más sus ojos tic
los suyos-. Ya sabe.
-¿Te gusta ese tipo?
-Creo que sí.
-¿Vas a casarte con él?
Esta vez sí le miró abiertamente, con el ceño fruncido,
-No lo sé, no me lo ha pedido -dijo despacio . Tu
davía...
-Lo hará-afirmó Ventura-. Después de esto lo I I . M . I
Se sentirá responsable. Así que vete pensándolo seriaim-itir
El silencio fue esta vez más breve.
-No vas a hacerme daño, ¿verdad? -quiso '..ii» i
ella, tuteándole por primera vez.
-No, no voy a hacerte daño -confesó él , prro
ellos no lo saben -señaló a la policía.
-¿Qué estás esperando?
Ventura sonrió.
--La luna -dijo-. Estoy esperando la iuna.
Sara fue a decir algo más. Lo evitó una voz, metálica, que llegó hasta ambos procedente de la parte izquierda de
la recta del Estadio. Alguien se dirigía a él hablando por un
megáfono.
-Ventura, estás rodeado. No compliques más las cosas y entrégate, muchacho.
Vaya. Esa sí era una frase de película, aunque sobraba lo de «muchacho» y en el cine hubieran dicho además «no
nos obligues a disparar».
No contestó.
¿ Qué quieres que haga yo ?
-¿Vives sola, Sara?
-Con mis padres.
-¿Quieres a tu padre?
-Sí, claro.
-¿Te trata bien?
-Pues... sí, ¿por qué?
-¿Y tú, le tratas bien a él? -continuó Ventura sin hacer caso de nada que no fuera eJ propio caudal de sensaciones
t|iic lentamente empezaba a fluir de su interior.
Canciones
(3 é muchas canciones, Tivi, y no todas son de gente
mirria. Fíjate en Peter Gabriel. Siempre tiene la canción
\trt'ci\ti, la palabra justa. ¿Conoces OnJy us? Dice:
No estaba en las palabras pegadas a sus gargantas
No estaba en los ángeles con sus abrigos acolchados
Estas alas magulladas aún levantan polvo
Seducido por el ruido y todo lo que reluce
Siempre supe que debía callar y escuchar
Y estoy encontrando el camino a casa en la gran huida.
¿ le gusta, Tivi? A mime parece adecuada en este moItn niii i'/i i/tic también estoy encontrando el camino a casa en
in Imilla. Todas fas canciones tienen mil significados para
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mil oídos distintos. Pero hay una sola intención. ¿ O quizá prefieres Don't give up, porque acabe siendo mi testamento?:
"-,
Es como si ya no quedara nada por lo que luchar
Los sueños han desertado de este hombre
He cambiado de cara, he cambiado de nombre
Pero nadie te quiere cuando pierdes.
¿Heperdido, Tivi?
::
¿Heperdido, Neus, Quim, mamá...?
.
¿He perdido, papá?
Conozco muchas canciones, y he visto miles de pelí-
culas.
Ahora sólo necesito tomar una decisión.
69
'A ronto amanecerá -dijo Ventura-. Un par de
horas más y...
-¿Y qué? -se atrevió a preguntar la mujer.
-Me gusta ver salir el sol. En la Costa Brava es algo
mágico. ¿Has estado en Cadaqués, Sara?
-Sí.
Se hundió en poco más en su asiento, y al hacerlo,
tuvo un pensamiento. ¿Estarían apuntándole con un rifle tic
mira telescópica? Si era así, un suave movimiento de un dedo
en un gatillo y... adiós. Ni se enteraría. Lo del «botón rojo rn
mitad de la frente» y tal. Miró a derecha e izquierda sin wi
riada extraño, y luego se dijo que no, que en España y en la
vida real no se mataba a la gente así como así. Salvo que dura sensación de peligrosidad, o de querer hacerle daño a su
rehén, no le dispararían.
Pobre Sara. Momento equivocado en lugar eqmvo
cado.
-No quiero que me odies -susurró.
La mujer, que ya no lloraba desde hacía rato, vi >K u >
a mirarle.
-No te odio, sólo es que...
-Te doy miedo.
-No, ya no.
-Miedo y lástima, sí.
-¿Por qué dices eso?
-Porque he visto esta misma escena en muchas películas, y conozco el final.
-¿Cuál es el final? -quiso saber ella.
No respondió, porque en ese momento las nubes se
apartaron por fin y por detrás de ellas apareció la luna llena,
radiante y más hermosa de lo que la recordaba. Una luna llena abierta en su esplendor sobre la ciudad, que de nuevo se
extendía como una alfombra bajo él, corno el día anterior
cuando !a vio mientras comía desde la ladera del Tibidabo.
•Sí, después de todo, era una magnífica escena.
-Diles que quiero ver salir el sol.
-No... entiendo -se envaró Sara.
Ventura le abrió la puerta de su lado, abalanzándose
ligeramente sobre ella para ¡legar al botón del seguro. La mujer se apartó, por puro instinto, comprimiéndose contra el
respaldo, pero el contacto fue inevitable, y él aspiró su perfume. Al volver a la vertical de su asiento le dirigió una sonrisa
cargada de ternura y tristeza,
-Diles sólo eso, que quiero ver salir el sol. Y recuérdales que aún tengo esta pistola.
-¿Puedo... irme?
-Sí.
Pareció dispuesta a preguntar por qué, o a decirle alHo, víctima de su natural síndrome de Estocolmo, pero se lo
JUMISÓ mejor y no lo hizo. Optó por hacerle caso, poner el primer pie fuera del coche, y luego e! segundo. Finalmente se
Incorporó.
En las dos barreras de vehículos policiales se percibió movimiento.
-Díselo, Sara -le recordó Ventura.
Echó a andar, despacio, pero a los cinco pasos cambio el ritmo y aceleró, y a los diez se puso a correr, llevada
por el descontrol final de sus nervios. Entre la barrera de la
l/<|iiimla surgió una silueta, la del hombre con el que había
i-Mudo besándose cuando él irrumpió en su coche.
La luna llena brillaba ahora con todo su esplendor
miliir d cielo de Barcelona.
70
L
./es vio abrazarse, y besarse, y después les vio de'ni|i.iiccvr. protegidos por media docena de policías celosos.
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145
Por detrás de la barrera automovilística creyó ver ahora la silueta de un camión, una unidad móvil de la tele.
La vida en directo, o por lo menos grabada, para que
al día siguiente la viera todo dios.
Odiaba los reality shows. Vaya si los odiaba.
Cerró los ojos.
Entonces escuchó la voz.
-Ventura, ¿puedes oírme?
Creía estar soñando, pero... no, no soñaba. Pese a la
distorsión metalizada del megáfono, podía reconocerla. Era
demasiado característica. La voz cascada y grave de...
-Ventura, soy el tío Carlos. Sé que me estás escuchando, hijo.
Se acurrucó en el asiento. ¿Estaría también ella, su
madre? ¿Habrían sido capaces de traerla para...? Miró hacia
la barrera de coches sujeto a la tormenta interior que, súbitamente, se acababa de desatar en él.
-Ventura -continuó la voz del hombre-. No lo compliques más, por favor. Hazlo por tu madre.
Quiso gritarle, decirle que se fuera, pero de su garganta no salió ningún sonido. Era como si una rnano invisible
le tuviera cogido por dentro. Cogido por las pelotas tanto co
mo por el estómago, la cabeza o los pulmones.
-Ventura, estás acorralado, tira esa pistola. No nnuras por nada, hijo. Los dos guardias civiles están bien. Sólo Ir
mataste a él, a tu padre, y saldrás de ésta, ya verás. Confía cu
la ley y en la justicia.
Matar.
Matarle.
-Ventura, voy a acercarme, ¿de acuerdo, hijo?
-¡NOOO!
Empuñó ¡a pistola, con fuerza, con determinación, y
la mano dejó de aprisionarle el alma.
Su destino estaba allí.
Papá
Aquello no era una película, sino el eco de su pasa
. Pero lo vio como si continuara en el uní» t
inmediato
más
do
de la vida. Vio cada golpe, cada puñalada. Podía incluso con
tarlas. Una por cada grito que dio. Y una por cada año, pe
cada paliza, por cada pelea, por cada incomprensión,
cada duda, por cada rabia mal digerida, por cada insalisí
ción acumulada, por cada...
-Papá...
No quería llorar.
Los rebeldes no lloraban. Nadie se lo tomaría rn Ng
rio si lloraba.
Rebelde
e acabó.
Del todo.
Esa es la escena: Paul Newman y Robert Redford
acorralados por un ejército en Dos hombres y un destino.
Una buena escena. Saldré disparando, como ellos, y me llevaré a uno o dos por delante mientras pueda y tenga un atisbo de fuerza, antes de que me conviertan en un colador como a Warren Beatty y Faye Dunaway en Bonnie & Clyde.
IMS balas me picotearán el cuerpo, y sé que no dolerá, sé
e/ue será un cosquilleo intenso. Claro que, ¿y si me equivoco? ¿Y si duele mucho? La muerte debe ser como una patada en los huevos de la conciencia, ¿no? Y tras ello... la eternidad.
Joder, la eternidad, que fuerte suena eso.
Vive deprisa, muérete joven, y así tendrás un cadáver bien parecido.
¡Ah, los viejos Stones!
Bueno, bien parecido no sé, porque acribillado a
balazos... Pero seguro que será una buena escena, de eso sí
i'Mov completamente seguro. Y a la luz de la luna. Espero
i/u/' haya un buen cámara ahí, porque mañana todo dios saín a de mí, y verán las imágenes comiendo, cenando, y en
pi «i;ramas especiales sobre la violencia, la delincuencia juvi'iiil. las relaciones padre-hijo, la sociedad actual, la relii> >//... Va a ser total. Los especuladores, los analistas, los
políticos, los arribistas, los concienciados, los meapilas, los
« wlodei'íayo», los comentaristas, los tertulianos, los fantaslliii\. los fabricantes de sueños, los adoradores de mitos...
//'.'//, Knrl, te haré la competencia, cabrón!... Todos tendrán
un, i opinión porque, como dice Clinl Eastwood: «Las opiniom-\; como los culos. Todo el mundo tiene uno». ¡Qué bueii' • i-1 as haciendo de Harry el Sucio, Clint!
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Y a lo mejor hasta le ponen mi jeta a una camiseta.
Una T-Shirt de moda, como la del Che. Aunque también han hecho camisetas con la cara de mala hostia del
Charles Manson, el hijo de puta. El mató a Sharon Tate. Yo
sólo he matado a un Charles Manson más.
Papá..., ¿me escuchas ahora?
¡Di algo, cono!
¿Te acuerdas cuando, de niño, me contabas cómo
viste a los Doors en el 68, y a Led Zeppelin en el 72, y a todos
los demás en todos los demás años? ¿Te acuerdas, papá?
Yo no puedo acordarme de cuando lo olvidaste y
mataste la música que había en ti.
Bien, no vamos a estar separados demasiado tiempo, después de todo. Ya ves.
,«<• •,
Ahora voy, viejo.
. •:•
disparan
a
r
empeza
ajuera,
ahí
salir
que
Sólo tengo
.
hacerlo
que
tengo
Sólo
escena.
gran
mi
Es mi turno,
v \
Sólo eso.
,
,:
Sólo.
¡
;
-
'
71
'
•
/\brió la puerta del coche y no se lo pensó dos veces. Luego salió con los dos pies por delante, casi simbólicamente. Al incorporarse, con la pistola visible en su mano, de
las dos barreras de coches emergió un crepitar curioso.
El de las armas amartillándose o preparándose o lo
que fuera que hicieran antes de disparar.
, •
Después, la lluvia de voces.
,.
.
. v -¡Ventura, no!
• .,
,
,. -¡Cuidado!
,
-¡Tira esa pistola!
, , , . > • .<•
-¡Atención!
,, .
%
-¡Preparados!
.-,
.
!
quietos
dispare,
nadie
-¡Que
!,
-¡No des ni un paso!
-¡Levanta las manos!
-¡No!
Sólo reconoció dos voces, la de su tío y la de Sara,
que habían sido la primera y la última.
Miró la luna, y no supo si transcurría una eternidad
por su causa o si la eternidad la motivaban el colapso y la parálisis de su cerebro.
No era una estrella del rock.
No tenía por qué monr.
Aún así quiso echar a correr, disparar, cumplir con
su destino.
72
N<
I o pudo hacerlo.
-¡Tírala, tírala!
-Papá...
Y se echó a llorar.
Arruinando la escena, su momento, todo.
-¡No te muevas, Ventura! ¡Tranquilo, hijo!
-¡Cuidado, inspector!
Le vio avanzar, despacio, pero mucho antes de que
su tío llegara hasta él, la pistola ya había resbalado de su mano, cayendo al suelo.
-¡Ahora!
Se movieron todos, a ambos lados, pero nadie se
precipitó.
La primera claridad del amanecer se filtró en la noche en el momento en que Carlos Nogueral llegó hasta él y le
abrazó.
-Tranquilo, Ventura, tranquilo -le dijo el hombre-.
Ya pasó.
¿Había pasado? ¿De verdad lo creía así?
Fin
jf oda ha terminado.
Es curioso: fin.
Iré a la cárcel, tendré un juicio, me examinarán con
lo peor me regeneran, me «salvan». Todo dios quiere
a
v
lii/'n.
Milrur a los demás. Igual me convencen de que fue una locura
/m v/i/7, y estaba bajo presión, o ¿cómo lo llaman?, sí, tuve una
•• ¡'iiu/t'iiación mental», o sea que no era yo, sino algo que había
i n mi. Aún acabaré siendo otro Lute, u otro Vaquilla, o nada.
Es extraño.
Puede que un día recuerde esto como otra película,
\ n'ti muy lejos mientras me habré convertido en algo como un ejecutivo, o sea... Vamos, que habré madurado y todo
148
ese rollo. Para entonces ya estaremos en la generación H,
Iremos hacia atrás en el abecedario. Sólo faltaría que me pusieran de ejemplo. Siempre hay que tornar un partido.
La gente toma partido.
Pero, ¿y yo?
¿Y ahora?
¿Quién dijo que había que matar al padre para ser
Ubres? Yo lo he hecho, ¡joder, lo he hecho!, y no soy libre. No
me siento libre. No me siento nada.
Aunque un buen abogado quizá me utilice como
símbolo.
¡Un símbolo! ¿De qué? ¡Mierda con los 90! ¡Qué
cabrones son los 90, y que cañazo fueron los 80 que los prepararon, y los 70 de la crisis, y los 60 de los sueños, y los 50
de la posguerra! Si ño fuera por el rock...
El rock y las buenas películas.
Tal vez la clave esté en que aún me faltan muchos
años para olvidar, y si no hay futuro... puede que ni siquiera
llegue.
Tal vez.
Aunque me temo que sí, que llegará. Todo llega.
Eh, eh, me están enfocando con esa cámara, he de
sonreír, así, con descaro, frialdad y sangre fría, que luego
esa foto la verán hasta en la sopa, por los siglos de los siglos, amén, y he de tener buen aspecto, por Tivi y Neus \ y la hippie de Caduques y mamá...
Eh, ¿que tal?
Bien, ¿no?
Hemos roto nuestros espejos
Lithium
Kurt Cobain - Nirvana
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