Uploaded by Melisis Aguilar

BIBLIOGRAF. CLASE 4 ENFOQUES PSICOLOGICOS Y SOCIOLOGICOS DEL ADOLESCENTE

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ENFOQUES PSICOLÓGICOS Y SOCIOLÓGICOS DEL ADOLESCENTE
PSICOLÓGICO
Las modificaciones corporales, llevan al adolescente a la estructuración de un nuevo yo
corporal, a la búsqueda de su identidad y al cumplimiento de nuevos roles.
❖ Identidad: es necesario considerar aquí el cuerpo y el esquema corporal (representación
mental que el sujeto tiene de su propio cuerpo como consecuencia de sus experiencias en
continua evolución) son dos variables íntimamente interrelacionadas en el proceso de definición
de sí mismo y de la identidad. Invadido por los cambios corporales y sus modificaciones
emocionales que día a día experimenta, el adolescente necesita darle a todo esto una
continuidad dentro de la personalidad, por lo que se establece una búsqueda de un nuevo
sentimiento de continuidad y mismidad.
“La identidad es la creación de un sentimiento interno de mismidad y continuidad, una unidad
de personalidad sentida por el individuo y reconocida por otro, que es el saber quién soy”
En esta búsqueda de identidad, el adolescente recurre a las situaciones que se presentan como
más favorables en el momento. Podemos reconocer, entre ellos a la uniformidad que brinda
seguridad y estima personal. Ocurre aquí el proceso de doble identificación masiva, en donde
todos se identifican con cada uno y que explica, el proceso grupal del que participa el
adolescente. Se puede descubrir seudoidentidad o sea expresiones manifiestas de lo que se
quisiera o pudiera ser y que ocultan la identidad latente, la verdadera. El adolescente asume
identidades transitorias, adoptadas durante un cierto periodo (Ej. El lapso del machismo en el
varón o de la precoz seducción histeroide en la niña. Del adolescente bebé o del adolescente
adulto serio y las identidades circunstanciales que confunden al adulto)
El joven se presenta con varios personajes, que nos podría dar de él versiones totalmente
contradictorias sobre sus características, sus actitudes, su afectividad, su comportamiento e
inclusive, sobre su aspecto físico. En este fracaso de personalización, el adolescente, en medio
de una confusión de roles y al no poder mantener la dependencia infantil ni poder asumir la
independencia adulta, delega en el grupo gran parte de sus atributos y en los padres la mayoría
de las obligaciones y las responsabilidades. Es la irresponsabilidad típica del adolescente, ya que
él nada tiene que ver con nada y son los otros los que se hacen cargo de la realidad.
Reflexión pedagógica: si desde la escuela como ámbito significativo para el desarrollo sano del
adolescente, pensamos cuál sería el modelo institucional más acorde teniendo en cuenta los
perfiles de comportamiento, es factible que surjan líneas muy claras. Resulta adecuado que el
proyecto – pedagógico se oriente a impulsar la independencia, la responsabilidad, el desarrollo
y la organización del pensamiento. Por el contrario, la escuela autoritaria, agudiza los
mecanismos de defensa.
❖ Pseudo–Autismo (introversión) Es esencial comprender que para el joven entrar al mundo
adulto, es un principio fundamental. Este mundo se le presenta como temido y peligroso. La
ansiedad que todo esto le provoca, hace que el adolescente intente una huída del mundo
exterior y busque un refugio temporal en su mundo interno. Este repliegue, que trae distintas
dosis de soledad, lo es necesario para salir a actuar en el mundo exterior.
Reflexión pedagógica: frecuentemente en el aula están los soñadores, el docente realiza el
anclaje de sus expectativas, intereses, etc.
❖ Verbalización – acción: existe una clara disociación entre el cambio corporal y el
psicológico. Al no poder hacer planes sobre su propio cuerpo o sobre su seudo – identidades
que muchas veces lo invaden, recurren a la planificación y a la verbalización, las que se tornan
enfáticas y omnipotentes. Se puede decir que su ideología y proyectos suelen funcionar como
refugios defensivos. La comunicación verbal requiere pera el adolescente un significado muy
especial, es un preparativo para la acción y por lo tanto, no ser atendido en sus expresiones
verbales implica ser desestimado en su capacidad de acción. Esto explicaría el sufrimiento que
padece el joven cuando no es escuchado. Inclusive, el fracaso en esa comunicación puede
conducirlo a la acción. Estas acciones, a veces socialmente inaceptables (robo, agresiones),
pueden entenderse como llamados de atención ante una comunicación fracasada generalmente
con padres y docentes.
Reflexión pedagógica: se debe revalorizar como profesores del adolescente: la palabra, el
diálogo y la comunicación afectiva. Un joven docente manifestó en una reunión de profesores
que los diálogos establecidos con los adolescentes son, muy frecuentemente, como líneas
paralelas que no llegan a cruzarse.
❖ Desimbiotización o separación – individuación: los vínculos simbióticos (dependencia)
persisten en ciertos niveles aún en el adulto co–existiendo con aspectos más diferenciados e
individualizados de la personalidad. Siguiendo su pensamiento, el conflicto básico del
adolescente es la elaboración del vínculo de dependencia simbiótica o sea la ruptura vincular
que necesita realizar el joven con sus padres a fin de “recortarse”, “separarse”,
“individualizarse”. Resulta fácil comprender que los procesos de desprendimiento y
diferenciación desorganiza y desestructura la precaria identidad lograda hasta ese momento. Es
necesario aclarar que las alternativas del vínculo simbiótico depende de ambas partes de la
pareja: por un lado el adolescente con su dramático cambio vital, su fuerte carga instintiva, su
metamorfosis corporal, su acceso a nuevas estructuras psicológicas y por otra parte, los
depositarios padres. El contexto sociocultural mediatizado, por la familia prefigura de alguna
manera la crisis de la adolescencia, al establecer expectativas y exigencias de independencia,
libertad y competencia en el manejo social, situación nueva y muy diferente para el sujeto de la
etapa anterior donde prevalecía la protección contención y limitación. Se deduce que este
proceso de Desimbiotización, o ruptura del vínculo de dependencia infantil, dependerá de varios
factores:
a) La estructura de personalidad previa y el tipo de infancia que el sujeto haya vivido.
b) La estructura peculiar del vínculo simbiótico (forma de relacionarse con los padres)
c) La modalidad y alcance de la separación que tiene lugar el hijo y sus padres.
Se debe tener en cuenta, la consecuencia que este proceso de desprendimiento trae aparejado.
Frente al riesgo de pérdida del vínculo que genera la separación (Desimbiotización) y la ansiedad
que ello produce, el sujeto intenta la resolución del conflicto recreando la situación simbiótica
mediante la adhesión a sustitutos, ya sean personas o cosas. Tal sería, por ejemplo, la especial
“afición” a un grupo extrafamiliar en ciertos casos: el grupo de pares, la pandilla, los amigos
íntimos, la pareja amorosa idealizada del adolescente. En orden similar, de cosas se encontraría
la intensa y efímera afiliación ideológica o religiosa. Así mismo la vestimenta, el cigarrillo, la
droga, los medicamentos, expresan la adhesión a un sustituto, con el que el adolescente intenta
recrear la situación de pérdida y el reemplazo del necesitado vínculo simbiótico, con cierta
recuperación del equilibrio perdido.
Existen dos tipos sustitutos con los que el adolescente trata de aferrarse durante este proceso
de separación – individuación: los sustitutos saludables las personas adultas significativas extra
– familiares, y grupos de pares saludables y los sustitutos enfermizos.
SOCIOCULTURAL
Extraído del texto: “Relaciones Sociales En La Adolescencia” por Alfredo Fierro
El curso de las relaciones sociales durante la adolescencia está vinculado muy de cerca de
otros procesos evolutivos que sólo por abstracción cabe aislar, y que, en la realidad de las
personas, se producen de manera conjunta y, por lo general, integrada. Sobre todo se vincula
estrechamente al desarrollo de la personalidad. Importantes elementos evolutivos de la
identidad personal tienen componentes de relación social; y las relaciones sociales, a su vez,
desempeñan un papel en la génesis de esa identidad misma. El presente capítulo, en
consecuencia, está en continuidad con otros sobre la adolescencia, pero en particular lo está
con el anterior, cuyo marco, planteamiento y bibliografía general ayudarán al lector a situar la
exposición que sigue.
1. Independencia y adaptación adolescente
En los primeros años de vida, aproximadamente hasta el momento de entrada en la
escuela, la familia constituye para el niño el grupo más importante y casi único de referencia. Es
el ámbito social donde tiene lugar su principal interacción con otras personas: padres y
hermanos, sobre todo. Con la entrada en la escuela, el niño conoce y trata a nuevos compañeros
y a nuevos adultos, que se añaden a la familia como un segundo grupo social de interacción. En
la adolescencia, los espacios donde son posibles los intercambios o interacciones sociales se
expanden de manera extraordinaria, mientras, por otra parte, se debilita mucho la referencia a
la familia. La emancipación respecto a ésta, en el curso del proceso de adquisición de autonomía
personal y como elemento constituyente de este proceso, es, sin duda, el rasgo más destacado
de la nueva situación social del adolescente.
1.1. La emancipación familiar
La emancipación respecto a la familia, sin embargo, no se produce por igual en todos
los adolescentes. Por de pronto, las prácticas de crianza difieren mucho de unas familias a
otras, que no favorecen por igual la autonomía de los hijos al llegar a esta edad. Los padres,
en particular, pueden mostrarse democráticos e igualitarios; o bien, por el contrario,
autoritarios en el comportamiento con sus hijos; o también otras veces, permisivos e
indiferentes. Los distintos modos de disciplina parental se relacionan con la probabilidad de
rechazo de los padres y madres autoritarios, y la aceptación de los democráticos, permisivos e
igualitarios. Lejos de darse un generalizado rechazo de los padres por parte de los adolescentes,
tal rechazo se produce en clara correspondencia con el género de disciplina familiar.
El momento de máxima tensión entre padres e hijos parece producirse justo alrededor de
la pubertad. Al llegar este momento, se hace más lejana y también más rígida la relación en el
seno de la familia, disminuye la deferencia del hijo hacia la madre, se deteriora la comunicación
y se multiplican las interrupciones de la conducta del adolescente por la intervención de los
padres. Más tarde, progresivamente, las relaciones suelen mejorar, aunque persistiendo la falta
de intimidad del joven con los padres en todo lo relativo a su propia vida. Los jóvenes son
crecientemente independientes respecto a sus padres. En esto, sin embargo, los varones lo son
mucho más que las mujeres, que a menudo durante bastante tiempo, y aun durante toda la vida,
mantienen fuertes lazos emocionales, sobre todo, con la madre.
No siempre, por desgracia, la etapa adolescente llega a culminar en el logro de la
independencia. El aplazamiento, cada vez más dilatado, del acceso a la condición –y conjunto
de roles- de adulto y a las responsabilidades sociales que conlleva, y también las dificultades
personales del adolescente en la adquisición de la propia identidad, pueden alargar
considerablemente la ambigua situación de independencia/dependencia que caracteriza a esta
edad. Algunos adultos continúan siendo eternos adolescentes. En la sociedad moderna
avanzada aparece con frecuencia un síndrome descrito de <perpetua adolescencia>, constituido
por sentimiento de inferioridad, incapacidad de tomar decisiones, pautas de comportamiento
irresponsable, ansiedad, egocentrismo, narcisismo y parasitismo emocional (Sebald, 1976).
1.2. El grupo de los compañeros
Paralelamente a la emancipación respecto a la familia, el adolescente establece lazos más
estrechos con el grupo de los compañeros. Estos lazos suelen tener un curso típico. Primero es
la pandilla de un solo sexo, a menudo con actitudes, por lo demás superficiales, de hostilidad
hacia el sexo opuesto. Más tarde, comienzan a relacionarse y a
fusionarse pandillas de distinto sexo para formar la pandilla mixta,
que constituye ahora una piña indisoluble y homogénea, donde no
hay relaciones o situaciones privilegiados de unos con otros, salvo
quizá la del líder o líderes del grupo. La fase de los grupos
adolescentes, la del comienzo de su disgregación, es cuando en su
seno nacen y se consolidan relaciones amorosas de pareja, que finalmente se desligarán el
grupo, contribuyendo a su progresiva disolución.
Los chicos desarrollan la intimidad interpersonal más despacio y más tarde que las chicas,
ponen menos énfasis en los componentes afectivos de la amistad y mayor acento en los aspectos
de acción. La intimidad con alguien de otro sexo crece con más precocidad en las chicas que en
los chicos. A medida que se intensifican las relaciones con compañeros de otro sexo, decae en
algo la relación con los del propio sexo, tal como se manifiesta en estar y hacer cosas con los
amigos, o tener intimidad y confianza con ellos.
El adolescente, de todos modos; a lo largo de toda la etapa, sigue con una enorme
demanda de afecto y de cariño por parte de los padres, en grado no menor a la de la infancia.
Puede mostrarse huraño y esquivo frente a algunas manifestaciones de ese cariño, cuando los
adultos, en su afecto, toman aires de sobreprotección, pero aún entonces el adolescente lo
necesita: solamente rechaza su modalidad paternalista o maternal.
Tampoco es cierto que los padres dejen de influir en el adolescente, en sus decisiones o
en su género de vida. Ni siquiera la influencia de amigos y compañeros, que en la adolescencia
llega a hacerse destacada, es siempre más intensa que la de los padres. Estos continúan
manteniendo una influencia notable e incluso decisiva en opciones y en valores adoptados por
los hijos. Realmente, por lo general, tocante a valores y fines primordiales de la vida, ambas
influencias tienden a robustecerse y complementarse recíprocamente, por lo menos cuando los
compañeros proceden de la misma clase y grupo social que la propia familia. Las contradicciones
entre los valores del grupo y los de la familia suelen afectar a aspectos superficiales de modo de
vestir, aficiones y gustos, o estilo general de vida, pero no tanto a las opciones y valores
decisivos. Por lo general, el adolescente observa el criterio de los padres, con preferencia al de
los compañeros, en materias que atañen a su futuro, mientras sigue más a los compañeros en
opciones sobre el presente, en la realización de sus deseos y necesidades actuales.
1.3. Conflicto y adaptación
Todo lo anterior contribuye a rebajar mucho el difundido tópico de que el conflicto entre
el adolescente sus padres es poco menos que inevitable y, desde luego, muy frecuente. Es
verdad que un cierto grado de conflicto parece inevitable y obedece a la necesidad, sobre todo
el adolescente, de redefinir sus posiciones dentro de la familia. Pero seguramente la gravedad y
la frecuencia de ese conflicto han sido exageradas. En todo caso, un comportamiento parental
de orientación igualitaria, democrática y/o liberal, contribuye a evitar los más graves conflictos,
y a pacificar y hacer cómodas las relaciones con los hijos en esta edad.
La adolescencia también es el momento en que el individuo consolida tanto sus
competencias específicas cuando su competencia o capacidad general frente al mundo, a la
realidad, al entorno social, estableciendo su adaptación y ajustes, acaso no definitivos, pero sí
lo más duraderos a lo largo de la vida. En esa edad se consuma el proceso de interiorización de
pautas culturales y de valor, y se perfecciona la adquisición de habilidades técnicas,
comunicativas y, en general, sociales. Esta consolidación de habilidades contribuye a asegurar
al adolescente su propia autonomía frente al entorno.
Caracteriza al adolescente un particular y sutil equilibrio, a veces mudado en
desequilibrio, entre dependencia e independencia, autonomía y heteronomía, seguridad e
inseguridad en sí mismo, que se manifiesta en relación tanto con la familia, la autoridad o la
generación de los adultos, cuando con sus propios compañeros e iguales en edad.
La adaptación no es fácil y los mayores, a menudo, no contribuyen a facilitársela. La
sociedad de los adultos enfrenta a menudo al adolescente a demandas contrapuestas. Por un
lado, le exige portarse ya como un adulto. Por otra parte, se le advierte que muchos de sus
deseos sólo podrán cumplirse cuando sea adulto, cuando gane su propio dinero: la autonomía
psicosocial queda aplazada y vinculada al momento de la independencia económica. La
adaptación que el adolescente ha de realizar está erizada de obstáculos. Se comprende que la
adolescencia aparezca como vital y socialmente problemática. El adolescente es visto como un
problema para sí mismo, y, con frecuencia, para los demás.
La emancipación de la familia, la aguda conciencia de sí mismo en un autoconcepto
explícito, el comienzo de un período de transición a la vida adulta, el proceso de ajuste a las
nuevas demandas sociales, son fenómenos, todos ellos, que se asocian con el hecho de que el
adolescente adopta valores. Es, por consiguiente, en estos años cuando va a definirse la
orientación duradera que, por lo general, la persona mantendrá durante el resto de su vida
respecto a metas, a fines y a proyectos valiosos para ella y socialmente reconocidos. La cuestión
de los valores aparece justo en el momento en que la persona comienza a preguntarse ¿quién
soy? La pregunta por la identidad personal es una pregunta que implica necesariamente la
cuestión del proyecto de futuro de la persona, en la cual, a su vez, está la de elección y adopción
de unos valores.
2. Los valores en la adolescencia
En relación con –y a semejanza de- los caracteres que pueden servir para clasificar el
patrón de personalidad en los adolescentes, se han propuesto distintos tipos o prototipos de su
personalidad en relación con los valores. Es así como Havighrst (1975) señala tres tipos: 1) el
pragmático, guiado por una orientación esencialmente práctica, eventualmente tecnocrática e
instrumental, orientado, como a principales valores, a la productividad, responsabilidad,
motivación de logro, amistad y familia, y que constituiría la mayoría de los jóvenes; 2) el
vanguardista, típico de personas animadoras e impulsoras de un cambio social o cultural; 3) el
marginal, con el que caracteriza a los individuos que, por voluntad propia o por marginación
social impuesta, quedan fuera de las actividades y valores dominantes, y, por ello, fuera también
de la corriente social mayoritaria.
En una categorización bastante más compleja, Baumrind (1975) sugiere ocho prototipos
de personalidad adolescente, resultantes de la combinación en distinto grado de estas tres
dimensiones de actitud y de valores:
1) la de actividad/pasividad, que incluye contraposiciones como expresivo/reservado, o
explosivo/sosegado;
2) la de individualismo/sugestionabilidad, que abarca contenidos de dominante/dócil,
rebelde/conformista, y con/sin proyecto;
3) la de responsabilidad social, referida a las bipolaridades amistoso/hostil,
controlado/incontrolado, obsequioso/disruptivo, obediente/desobediente. En estos tipos,
además de valores, se incluyen referencias al comportamiento social, modos de interacción del
adolescente con el medio que le rodea.
Existe una imagen popular que asocia la adolescencia con la generosidad, con la capacidad
y disposición para entregarse a un ideal, a un valor, y también con el altruismo. A los jóvenes se
les suele atribuir mejor disposición a actos y gestos generosos que a los adultos (Torregrosa,
1972). La imagen tópica y, en definitiva, falsa del adolescente típico como sujeto inadaptado,
transgresor de normas, se completa, pues, con la no menos tópica imagen del adolescente
altruista, generoso, dispuesto a dar su tiempo, sus energías e incluso su vida por un ideal, un
valor o quizá por una persona idolatrada.
Sin embargo, no está de hecho demostrado que en el compromiso con valores que
trascienden el propio interés personal, los adolescentes sean más entregados que las personas
adultas. Sí es cierto que el altruismo y la capacidad para una conducta a favor de los demás –y
en algún sentido desinteresado- se relacionan con la edad. El niño es egoísta y, sólo a medida
que crece, y en la medida en que es capaz de un descentramiento respecto a sus propios
intereses. En todo caso, es verdad que las actitudes altruistas se confirman a lo largo de la etapa
adolescente.
3. El juicio y el razonamiento moral.
El estrechamiento unido al proceso de interiorización de los valores está el desarrollo de
la conciencia y del razonamiento moral. El desarrollo moral comprende, en realidad, tres tipos
de contenidos: los de naturaleza estrictamente comportamental o práctica, como es la conducta
cooperativa, prosocial, de solidaridad, altruista; los de naturaleza cognitiva, referidos a los
juicios morales, al razonamiento y a la conciencia moral, y los de actitudes y valores, que , a su
vez, constan de elementos cognitivos, emotivos y de orientación a la práctica, y que en algún
sentido sirven de enlace entre los dos contenidos anteriores.
En el estudio y teoría del desarrollo del juicio y del razonamiento moral destacan los
análisis y modelos de dos influyentes autores: Piaget, interesado principalmente en el desarrollo
del juicio moral en la infancia, y Kohlberg, más centrado en este desarrollo a lo largo de la
adolescencia y de la edad adulta.
3.1. El juicio moral autónomo y la cooperación entre iguales
Piaget ha estudiado el desarrollo moral del niño, principalmente, a partir del análisis de la
conciencia que el niño tiene acerca del origen de las reglas, y sobre el supuesto de un
isomorfismo entre las reglas de los juegos infantiles y las del juego e interacción social. A lo largo
de distintas etapas de desarrollo analizadas, la conciencia moral del niño evoluciona en la
dirección de pasar de una creencia en la sustantividad intrínseca de las reglas –reglas tanto de
juegos, como de relaciones sociales- a una conciencia de que las reglas se basan en la convención
social, una convención, por otra parte, determinada por la cooperación entre iguales.
Según Piaget, por tanto, el desarrollo moral del niño consiste en la evolución desde una
moral heterónoma, donde las normas son impuestas por la presión de los adultos, hacia y hasta
una moral autónoma, donde las normas emergen de las relaciones de reciprocidad y de
cooperación. Esta moral autónoma llega a ser posible porque el desarrollo cognitivo permite al
niño ser capaz de situarse en la perspectiva de los otros. El descentramiento cognitivo, la
capacidad para ver el mundo y para verse a sí mismo desde el punto de vista de otros, constituye
el requisito cognitivo previo para que le niño, en los umbrales ya de la adolescencia, sea capaz
de adoptar un juicio moral fundamentado en la cooperación entre iguales. Sin embargo, no es
sólo el desarrollo cognitivo; también la experiencia de interacciones sociales recíprocas en
condiciones de igualdad y de mutuo respecto, es necesaria para la elaboración de un juicio moral
tal como es típico del adolescente y, sobre todo, del adulto.
3.2. La moralidad postconvencional
Con un propósito más ambicioso, y a través de estudios transculturales, Kohlberg ha
presentado un modelo de desarrollo del juicio moral en seis estadios que se suceden, de dos en
dos, en tres niveles distintos: el preconvencional , el convencional y el postconvencional, que es
un nivel que se rige por principios. En el primer estadio de este nivel, el principio es el del
contrato o pacto social. Prevalece aquí la conciencia de un compromiso libremente aceptado
entre personas con iguales derechos y deberes, compromiso hecho posible por la disposición a
ponerse en el lugar de otro, lo que asegura unas reglas de imparcialidad valederas para todos,
el segundo estadio, en fin, más allá de un amoralidad de contrato social, estaría regido por
principios éticos universales, basados en la racionalidad y en el principio de justicia; los principios
individuales de conciencia se sitúan en el interior de esos criterios generales.
En el análisis de Piaget, tanto como en el de Kohlberg, es propio de la adolescencia llegar
–o tener capacidad para llegar- a una moral autónoma, que en Piaget está claramente definida
en términos de contrato social, y que en Kohlberg, en cambio, incluye estos términos, pero
también los trasciende hacia unos principios de racionalidad y de justicia que sobrepasan el libre
acuerdo y compromiso entre los iguales. No se presume, sin embargo, correspondencia entre la
edad cronológica y el desarrollo cognitivo, de una parte, y los estadios de desarrollo del juicio
moral, por otra parte. Lo que sí creen ambos autores es que el desarrollo del razonamiento
moral presume cierto grado de desarrollo cognitivo. Este último, en consecuencia, resulta ser
condición necesaria, aunque no suficiente, del primero. Bajo tal condición, antes de la
adolescencia o, mejor dicho, antes de la plena adquisición de las operaciones formales, no es
posible alcanzar los estadios superiores del desarrollo moral. Pero la adquisición de esas
operaciones y, en general, la experiencia adolescente, no garantiza el paso a los estadios
morales superiores. En consonancia con la relación entre desarrollo cognitivo y moral, el final
de la edad adolescente podría coincidir con la plenitud del razonamiento o racionalidad moral,
pero de hecho no suele ocurrir así. Sólo sucede así, más bien, en raros casos. De hecho, en la
investigación transcultural de Kohlberg en cinco sociedades diferentes, en el momento de los
dieciséis años muy pocos individuos habían alcanzado el último estadio, e incluso el penúltimo;
muchos permanecían en niveles preconvencionales y la mayoría estaban en los convencionales.
3.3.
Los estadios morales y la transición de unos a otros
Kohlberg coincide con Piaget en considerar que la evolución del juicio moral se realiza en
una secuencia de estadios, con todas las características que a los estadios se les suele asignar en
la Psicología Evolutiva: estructuras de conjunto, en las que, dado un elemento, forzosamente se
dan al propio tiempo todos los demás; estructuras universales, comunes a través de las culturas;
estructuras invariantes respecto al orden en el que se alcanzan, y, en fin, jerárquicamente
organizadas, en el sentido de cada estadio recoge, anula y transciende a los estadios anteriores.
La psicología del desarrollo se ha interesado también por los mecanismos que determinan
el paso de un estadio a otro. Kohlberg ha señalado dos elementos que contribuyen a la transición
a estadios superiores de razonamiento moral. El primero de ellos es el desequilibrio y la
reequilibración cognitiva, debida ésta, a su vez, a que en la interacción social los esquemas de
conocimiento y de razonamiento moral se ven continuamente desafiados al quedar contrariadas
las propias expectativas. El segundo es el roletaking, o capacidad de ponerse en el lugar de otro,
de colocarse en la perspectiva de los demás, capacidad que tiene evidentes componentes
cognitivos. Se ha emitido la hipótesis de que el desequilibrio cognitivo resulta sobre todo de la
exposición a niveles de razonamiento moral ligeramente superiores al actual nivel del sujeto.
Otra hipótesis alternativa es la de que no tanto el desequilibrio cognitivo, cuando la influencia
social directa, constituye el mecanismo determinante de la transición hacia estadios morales
más avanzados.
Las investigaciones y teorías reseñadas, sin embargo, adolecen de la importancia
limitación de ceñirse al juicio o razonamiento moral, a la conciencia. La moralidad no se
identifica con –o se reduce a- la conciencia; y, en esa medida, el desarrollo de ésta no lo es todo
en el desarrollo moral, en cual incluye también actitudes, disposiciones a la acción y
comportamiento prácticos reales. El enfoque de Piaget y de Kohlberg, al limitarse al
razonamiento moral, permanecen extremadamente formales y se corresponden bien con una
ética filosófica formalista, como la del imperativo categórico de Kant, cuyas limitaciones han
sido señaladas por filósofos y sociólogos de la moral. Ahora bien, la conciencia moral adquiere
sustancia y contenido en la interiorización de valores y actitudes morales y, más todavía, en la
efectividad práctica a la que estas actitudes orientan y predisponen. El desarrollo moral en la
adolescencia, por consiguiente, consta tanto de los elementos de razonamiento y de conciencia,
cuando de los de actitudes y valores, y de las correspondientes acciones de conducta prosocial,
de cooperación y de solidaridad.
La temática moral de la adolescencia, en todo caso, se relaciona estrechamente con otros
temas de la etapa: la adopción de valores tiene que ver con la identidad personal; la moralidad
propia de la etapa –de cooperación y de reciprocidad-, por su lado, enlaza con el establecimiento
de relaciones de igualdad con los compañeros, los iguales. Todo ello depende, como de factor
crucial necesario, aunque no suficiente, de un desarrollo cognitivo que implica el concepto al
propio punto de vista y asumir la perspectiva del otro, de los otros. En esta coherencia de las
distintas líneas evolutivas halla la adolescencia su unidad y también su sentido dentro de la
progresión del ciclo vital del individuo.
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