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El quehacer literario, Gustavo Sánchez Zepeda

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El quehacer literario
Publicado en la Revista Cultural La Ermita Nº 9, Enero/Marzo 1998.
Gustavo Sánchez Zepeda
gsz4@outlook.com
De la lectura
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El lector asiduo está atrapado en un laberinto de publicaciones, la paraliteratura
ocupa un espacio importante en la sociedad del despilfarro.
Para el público
consumidor hay infinidad de géneros en oferta, desde novelas rosa hasta de
espionaje; desde textos pseudo científicos hasta vehículos de ideología
disfrazados de libros motivadores; desde fusilamientos flagrantes hasta poesía de
consumo. En estos espacios la palabra no es libre. Hay literatura hecha a la
medida y abundan los mercaderes que venden libros por metro para adornar
estudios. Contenidos no importa ¿solapas verdes o cafés?
Para quienes leer es un nutriente de su quehacer literario estos ejemplares
constituyen un estorbo. Son lectores que no se quedan en las solapas, van al
texto y muchas veces desechan libros sólo con ver la editorial o el autor. Esto
sucede como resultado de su conocimiento literario y de sus prejuicios,
entendiendo éstos como juicios previos y no en su sentido peyorativo.
Recordemos, además, que nadie lee limpiamente. Hay una enorme cantidad de
referentes que dan vueltas en nuestro inconsciente mientras se lee un texto. Y
nos gustará en la medida que evoque nuestra experiencia personal o exista algo
que nos identifique con él.
O, simplemente, por el efecto sinergético de las
imágenes que genera el lenguaje propuesto.
El sencillo acto de la lectura nos adentra en diversos mundos, a ella hay varias
maneras de abordarla.
Cuando el lector se enfrenta a prosa o versos
desconocidos que están integrados a esquemas previos y sencillos de entender,
El quehacer literario
no hay problema. Se analizan y se disfrutan. El desaliento surge en el momento
que el texto se sale de esquemas preceptivos normales y no se entiende. El
escrito es accesible sólo para iniciados, aquellos que tienen la capacidad de
penetrar en él y concelebrarlo.
Esta lectura supone conocimientos literarios
previos y el manejo de ciertos instrumentos de análisis, lo cual se comentará
cuando se aborde el tema de la crítica literaria.
También hay una propuesta que sugiere dejar de luchar por interpretar los textos.
Ya antes ha habido tiempo para diseccionar, analizar y comprender la literatura.
Ahora es momento de gozarla. La lectura se plantea como un placer sensual, no
como un ejercicio decodificador del lenguaje. Esto último se puede hacer, claro
que sí, pero se pierde la frescura de la degustación. Los poemas, por ejemplo, no
son más que un grupo de palabras que adquieren significado cuando se ponen en
común con la sensibilidad del lector, en el acto mismo de concelebrar el texto. Y
es que un libro cerrado contiene sólo palabras yertas, que resucitan al encontrar
una esencia, la cual vibra con intensidad igual o superior a la que inspiró su
escritura. Por eso se pierde magia al decodificar poemas. Una copla le puede
evocar al lector lo sublime y se emociona, pero si descubre que esos versos los
inspiró la mosca con lentes de contacto que vive en el desván del poeta, el
encanto se puede malograr. La propuesta es comulgar con la sensibilidad de
quien escribe, no de resolver criptogramas.
Y si leer es disfrutar de una relación sensual, el entorno es básico. Sin importar
épocas ni influencias, frente a un texto vibrante es grato estar a solas. No interesa
si el escrito está en prosa o en verso, con música de fondo o en silencio, con algo
agradable para beber o en seco; los gustos y preferencias varían de persona a
persona. El cómo es lo de menos, concelebrar es lo valioso. Para gozar la lectura
es indispensable una mentalidad abierta, se pueden escanciar versos de Octavio
Paz, por ejemplo, sin estar de acuerdo con su ideología; o de Constantino Cavafis,
sin compartir su orientación sexual. En estos instantes de comunión se conforman
lapsos de intimidad donde, con frecuencia, se encuentra un manojo de palabras
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que piden silencio absoluto. Hay que complacerlas. Así se logra un epicúreo
contacto con una emotividad diferente a la propia, con alguien que no se conoce y
con quien se está separado espacial y temporalmente, pero que ha logrado dejar
plasmada su sensibilidad en un libro. Ese testimonio al que se puede acudir una y
otra vez. Y emocionarse.
De la crítica
Gozando de la lectura y como resultado de la concelebración, de cuando en
cuando se elabora crítica impresionista. Ha ocurrido que el texto crítico es una
joya literaria y el que propició la nueva obra pasa a segundo plano, pero esto hace
que el escrito original no pase inadvertido. Aporte sobre aporte. Potencialidad de
la expresión.
¿Y qué decir de los escritores que penetran un lenguaje críptico y lo diseccionan?
Jueces y parte en un juicio donde no hay defensa, porque mucha de esa crítica se
hace en voz baja.
¿Nuevo? “Eso de la ferocidad con que se destrozan aquí
mutuamente los hombres de letras es algo que ha llamado la atención de más de
un extranjero que ha venido a conocernos.
Sí, aquí todo el mundo, pero en
particular artistas y literatos, se destrozan unos a otros con una ferocidad
tauromáquica, o no sé si cristiana, de nuestro cristianismo tangerino. Y a mí que
no me gustan los toros, que jamás voy a verlos, a mí que no me gusta despellejar
a mis compañeros de letras, porque el oficio de descuartizador ensucia las manos,
a mí me gustan los Cristos tangerinos, acardenalados, lívidos, ensangrentados y
desangrados”
(*).
Totalmente claro el punto de vista que Miguel de Unamuno nos
presenta en su ensayo sobre el Cristo español. Es fácil comprobar que el aquí del
ensayista es nuestro aquí, en el proceso de crítica los escritores suelen destruir
texto y autor. En algunas ocasiones, los autores que incursionan en la crítica
expresan su incapacidad de producción literaria en la destrucción del trabajo ajeno
a través de catilinarias, verbales o escritas. Olvidan que su trabajo no será mejor
(*)
El subrayado es nuestro.
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al destruir el ajeno y que su calidad literaria no subirá aunque la coloquen encima
del pellejo que les arranquen a sus colegas. Por otra parte está la conformación
de grupos literarios. O simplemente, de amigos. Alguien presenta un libro y se lo
alaban. Critican a uno de ellos y otro sale en su defensa. Son clubes de defensa
mutua, como los Guardianes del Vecindario.
Hay conocedores de la palabra que pueden manejar adecuadamente el fondo y la
forma, previo a emitir una opinión sobre tal o cual texto desean saber la situación
social, el contexto histórico y el pensamiento político del autor. A ellos les ayuda
conocer el entorno del escritor para emitir una crítica objetiva, el conocimiento de
estos elementos coadyuvan a penetrar en el texto. Ahora, no necesariamente se
debe ser crítico literario de profesión para manejar estos elementos, es importante
que quien desee ejercer el oficio de escribir los utilice y posea juicio crítico. Y es
que para entrar al mundo épico de Homero o Virgilio, conviene acercarse antes a
los mitos helénicos y a la historia de Grecia; para abordar la obra de Miguel Ángel
Asturias, ayuda conocer el proceso de formación de su personalidad, su historia
individual así como el entorno político y social de la Guatemala de su época.
En este mismo nivel y en el otro extremo están algunos censores perdidos en la
erudición, que además preguntan a qué familia pertenece, quienes son sus
amigos, qué edad tiene, hace cuanto tiempo escribe y otros aspectos subjetivos.
El resultado es que pierden frescura por sobre utilizar instrumentos de análisis y el
gozo de disfrutar un hecho estético en su tinta. Como el catador que antes de
emitir su opinión sobre el vino que degusta, se coloca máscara de circunstancia,
pide la botella y exclama: ¡oh del Rhin!, ¡ah Bordeaux! y con ella enfrente confirma
la calidad del vino. A muchos de ellos se les puede servir mal vino en botellas de
etiqueta numerada y están igual de contentos.
Estos hechos no son buenos ni malos, simplemente forman parte de la naturaleza
humana.
Y los escritores son tremendamente humanos.
Pero si lo que se
pretende es efectuar una operación quirúrgica con éxito, es necesario tener
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conocimiento, objetividad y frialdad. Y el poeta puede tener lo primero, le suele
faltar lo segundo y carece totalmente de lo tercero. Él envuelve la psiquis, el
neuma y el soma, con sensibilidad.
En un mundo ideal los poetas se dedican a la lectura y a la creación, que es lo que
les corresponde. Claro que en ese mismo mundo el vate no trabaja en nada más,
se le paga por dedicarse íntegramente a producir. No es nuestro caso, por eso
tenemos bardos-periodistas, bardos-oficinistas, bardos-mil usos.
Con todo, es esencial que las críticas se sigan escribiendo. La que hacen los
críticos de oficio es importante, poseen los conocimientos y es necesario su
quehacer. De la misma manera interesa conocer la opinión de otros escritores,
eventualmente se potenciará la expresión. Y la de los que no saben lo que dicen
también, sobre todo porque estamos en contra del silencio y de cualquier tipo de
censura. Insistimos en que sea escrita, así no se convierte en comadreo de atrio.
Que cada quien consigne lo que desee, recordemos que los textos se defienden
por sí mismos. O no valen la pena.
De la creación
Desde hace mucho a los poetas se les ubica fuera de su propia dimensión.
Algunos los sobrevalúan y otros los denostan. Hoy se le llama así a cualquier
persona que hilvana una imagen en un par de oraciones -y a veces ni eso- sin que
se preocupe por otros aspectos elementales.
Ensayar no es malo, todo lo
contrario, pero no basta. Más aún, dos buenos versos no hacen un poeta.
Tenemos literatos que rentan su pluma y deciden escribir de manera
complaciente, así satisfacen la demanda de obras de consumo masivo y quedan
bien con la crítica. De esta forma no dejan su voz en libertad. Algunos deciden
ejercer las dos opciones, redactan para alimentarse y escriben para vivir.
La
mayoría opta por un empleo diurno y ahuyentan fantasmas con la nocturnidad por
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cómplice. Elegir únicamente la segunda opción es por demás difícil. Si quien
escoge el oficio de escribir es auténtico, lo hará para sí mismo y por lo que cree,
no para agradar al público ni a la crítica.
También hay voces que hacen poesía de la cotidianeidad, escandalizando a lo
establecido; ellas interiorizan y desestructuran su entorno, proponiendo una nueva
forma de interpretar la realidad; rastrean espacios ocultos, renombrándolos y
exhibiéndolos sin cobertura. A quienes bloquean este tipo de expresiones se les
olvida que la literatura es un arte y como tal no sólo genera belleza, lo
escatológico es también una expresión intensamente literaria. Estas son voces
que perturban con sus propuestas, por eso se intenta silenciarlas de diferentes
formas, hasta con violencia. O, en la mejor tradición de la gente bien, cerrándoles
los espacios.
El poeta que escribe escuchando su voz busca desplegar hallazgos internos, es
tan sencillo como transcribir lo que se encuentra del proceso de interiorización.
¿Pero quién encuentra? Sencillo, quien se indaga. Porque cada ser humano
tiene algo en su interior, el vacío absoluto no existe. Todos tienen la posibilidad de
descubrir pero pocos siguen el proceso completo de maduración y búsqueda.
Aquí está la diferencia. Si el hecho está sentido, pensado, interiorizado, entonces
subyace, sólo así se le podrá encontrar y transcribir de manera poética. De lo
contrario será un suceso intranscendente en la vida del sujeto.
Para acercarnos a lo que significa un hallazgo diremos que el objetivo del escritor
es mostrar lo que encuentra, no presentar el proceso de búsqueda ni la idea de lo
que se quiere encontrar. En literatura no valen los pensamientos ni los deseos,
valen los hallazgos. En la misma línea, si un autor se ve en la necesidad de
explicar su obra es señal inequívoca de que no está completa. El texto se debe
sostener por si mismo. Por eso se aprecia al literato que se le pide esclarecer su
obra y contesta simplemente, ¿explicártela?, ¡léela!
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Aquí nos detendremos brevemente en la poesía precursora. Cuya única regla es
que no existen reglas, ésta incluso. Esa que está en búsqueda, la brumosa. La
que incursiona en lo real, lo onírico y lo suspendido, empalabrándolo. La que
sondean unos exploradores del lenguaje, interiorizando entorno y lecturas para
expresarse. Y en esa expresión lanzan propuestas donde, en algún momento, se
encuentran hallazgos.
Por definición, las vanguardias son movimientos o
personas partidarias de la renovación en el campo de la literatura.
Aquí
pertenecen los que van contra lo establecido. Pero ¿quiénes son precursores?
La realidad es que ni ellos mismos lo saben. No se preocupan por clasificarse, el
oficio de ellos es encontrar. Son creadores que están en permanente búsqueda
de nuevas formas de decir, de manejar el lenguaje de su tiempo, de su entorno y a
su ritmo. Y si una nueva voz proporciona varios hallazgos y se propone distinta,
corre el riesgo de convertirse en clásica. Entendiendo como clásica la voz que
propone un estilo diferente de decir y que, de alguna manera, se escucha a través
de otras voces. Por eso Borges afirmó que la primera lectura de un clásico es
realmente una relectura. Saborear un clásico es tomar del manantial donde nace
el arroyo, el mismo del que seguramente hemos bebido al caminar hacia la
alfaguara.
En esa búsqueda de voz propia nos encontramos con el fenómeno de la
intertextualidad, que consiste en adoptar formas o estilos de otros textos para
elaborar los propios, ya sea consciente o inconscientemente. En estos escritos se
encuentran ecos fascinantes. Hay versificadores que siguen escribiendo con rima,
métrica y de acuerdo con las normas de la preceptiva literaria. Quizá alguien
piense que es una forma obsoleta de expresarse pero cada quien es libre de
hacerlo como le gusta y como puede. También hay versos libres que no lo son
tanto porque imitan estilos ya clásicos. Pero no es para escandalizarse, es normal
que existan resonancias, el hecho no le resta ni le aumenta el valor a este tipo de
trabajo. Y es que las influencias trascienden épocas y nacionalidades, ejemplos
concretos lo constituyen la Divina Comedia del italiano Dante Alighieri, que en
algunos pasajes recuerda a la Eneida de Virgilio, poeta romano, y a su vez influye
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en el Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo; recordemos la Odisea de Homero,
griego, que es evocada en el Ulises (Odysseus en griego) del irlandés James
Joyce y en el Exul Umbra de Gerardo Guinea Diez, guatemalteco. El fenómeno
se sucede a través del tiempo y aunque en ocasiones no se encuentra un aporte
significativo, la palabra destella de manera diferente. Todos ellos son ecos que
demuestran la valía de las voces que originaron una determinada manera de decir
y que tienen, algunos, un inacabable hoy.
Hay muchos escritores que quieren vincularse a la vanguardia, desean ser
manantiales para pertenecer al grupo selecto que marca el camino. Pero a ella la
confunden personas que buscan expresarse sosteniendo la opinión contraria, sea
cualquiera que sea. No lo hacen para defender un criterio —que en ocasiones ni
se tiene— sino para destacar, pretendiendo pertenecer a una vanguardia
incomprendida.
No se equivoca quien nada contra la corriente si con esto
defiende su verdad, el error consiste en nadar contra ella por el simple afán de
sobresalir. Yerra quien no quiere reconocer que existe otra manera de expresión
diferente a la suya. Yerra quien no lee ningún libro para no contaminarse. Yerra
quien lanza afirmaciones que buscan causar controversia por la controversia
misma. Y es que cuando se entra en el proceso creativo con el único objetivo de
escandalizar, no se está haciendo arte, se está manifestando una personalidad
que intenta ser centro de polémica.
Entonces, ¿qué es ser hoy poeta de
vanguardia?
Antes de abordar ésta interrogante recordemos a Pablo Picasso, que expresó
categórico: Para mí no hay en el arte ni pasado ni futuro. Si una obra no puede
vivir siempre en el presente no se le debe tomar en consideración.
En las
declaraciones que le diera a Marius de Zayas, publicadas en la revista The Arts de
Nueva York en 1923, el pintor también sostiene que el arte no evoluciona por sí
mismo, cambian las ideas y con ellas su forma de expresión. La obra de arte es,
no se le debe justificar ni agregar. Aplicándolo a la literatura nos encontraremos
con textos que se crean con una manera específica de decir, no como pruebas ni
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experimentos.
No son un camino para llegar al arte, son arte.
O no lo son,
simplemente. Para él, si un artista cambia su expresión es sólo eso, un cambio,
no un camino a… porque variación no significa evolución sino una adaptación de
la idea que se quiere expresar a un estilo diferente de hacerlo. Esta variación
puede mejorar o empeorar la producción del literato pero en última instancia el
resultado es lo que importa.
Y si lo escrito encuentra espacio en el eterno
presente, será una obra de arte.
Volviendo a nuestra interrogante, no plantearemos aquí una respuesta concreta a
lo que es ser, hoy, poeta de vanguardia. En última instancia y quien lo merezca,
será reconocido por su trabajo. No por la cantidad de premios ganados, no por los
títulos en las paredes de su estudio ni por la capacidad de exponer y defender sus
ideas literarias. Normalmente a los precursores se les reconoce años después,
cuando ya no lo son. Por eso no vamos a buscar la respuesta, no se pretende
teorizar ni adelantarse a los hechos. Los buenos vinos deben madurar. Y quien
se ha dejado seducir por la palabra, no evalúa, vive en voluptuoso cautiverio.
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