Clase Nº2: Dilemas éticos en la empresa Curso: Herramientas para la gestión de la ética y responsabilidad social en la empresa Profesores Nicolás Majluf y Mons. Fernando Chomalí Clase Nº2: Dilemas éticos en la empresa Contenido Resultado de aprendizaje de la clase 3 1. Introducción 3 2. Dilemas éticos en la empresa 3 2.1 Reconocimiento de dilemas éticos 4 2.1.1 Caso de Juan y el Sr. Ramírez 6 2.1.1.a Comentario 6 3. El principio del Doble Efecto: ¿qué mal se puede tolerar? 7 4. Dos principios que ayudan a evaluar hasta dónde tolerar el mal 8 4.1 Principio del mal menor 8 4.2 Principio del bien posible 8 5. El impacto de nuestras limitaciones y sesgos 8 6. El impacto de nuestra madurez 9 7. Modelos éticos: formas de pensar que condicionan nuestras decisiones 10 7.1 Modelo 1: Ética legalista 11 7.2 Modelo 2: Ética relativista-subjetivista-libertaria 12 7.3 Modelo 3: Ética utilitarista o pragmática 14 7.4 Modelo 4: Ética centrada en la persona 15 8. Conclusión 15 9. Bibliografía 16 Lecturas obligatorias 16 Lecturas complementarias 16 Resultado de aprendizaje de la clase Al finalizar esta clase, los participantes podrán: ● ● ● 1. Analizar el concepto de dilema ético Identificar y analizar los dilemas éticos que se presentan en la actividad empresarial. Evaluar los distintos cursos de acción frente a un dilema ético. Introducción Tomar decisiones es difícil, en especial cuando es imposible evitar algún mal, cual sea la opción elegida. En situaciones de alta complejidad, en que se presentan distintos escenarios y se debe decidir por alguno, son varias las razones que hacen aún más difícil tomar tal decisión. Hay aspectos muy diversos a considerar, los que no se pueden reducir a un argumento simple de plantear y resolver. En un contexto así, ¿cómo decidir? En esta clase, te invitamos a identificar y analizar los dilemas éticos que se presentan en la actividad empresarial, para que tengas las herramientas para poder evaluar los distintos cursos de acción frente a un dilema ético. 2. Dilemas éticos en la empresa Tenemos que desarrollar una sensibilidad especial y prepararnos diligentemente para reconocer los dilemas éticos, cualquiera sea la situación. En gestión de empresas, lo normal es que tomar decisiones no siempre sea fácil. De la gerencia de empresas a veces se dice que es esa mezcla virtuosa de ciencia y arte la que nos permite tomar las mejores decisiones en un tiempo limitado, con información imperfecta y escasa. Son varias las razones que hacen difícil tomar una decisión. En primer lugar, la materia de la decisión puede ser de alta complejidad. Hay aspectos técnicos, económicos, sociales, culturales y legales que no se dejan reducir a un argumento simple de plantear y resolver. Pero, más importante aún, nos asaltan dudas y temores. Buscamos certezas y no siempre las encontramos. Sentimos que nos falta información, que la ambigüedad es excesiva. No conocemos todos los elementos que entran en juego. Nos aterran las posibles consecuencias negativas de nuestra decisión y no siempre las podemos prever o controlar. Y si queremos corregir lo que hemos decidido hacer, puede que ya no sea posible echar pie atrás. A esto se suma el hecho que nuestra libertad para decidir es más limitada de lo que creemos. Nuestras decisiones están influidas por muchos factores, de los cuales a veces ni siquiera tenemos una clara conciencia. Esto nos restringe, nos condiciona y nos limita de muchas maneras: ● Nuestras decisiones están siempre teñidas por el sesgo de nuestra propia vida, nuestra historia, nuestra educación, nuestros valores y nuestras convicciones, particularmente las religiosas. ● Nuestras motivaciones están cargadas de ambigüedad. Supuestamente, somos los custodios de los intereses de la empresa que nos han sido encomendados, cualesquiera sean estos, pero no podemos evitar que nuestros intereses personales se interpongan en las decisiones que tomamos. ● Nuestra participación plena como miembros de una estructura organizacional nos impone las limitaciones propias de las exigencias y restricciones del cargo. Los dilemas éticos nos enfrentan a decisiones en las que nos resulta imposible evitar el mal, como cuando nos enfrentamos a la reducción de la planta de trabajadores de una organización por la imposibilidad de continuar produciendo de la forma tradicional frente al desafío competitivo de empresas formidables de todas partes del mundo. Es imposible no sentir que se está haciendo un daño, aunque esta sea una decisión éticamente correcta desde la perspectiva del mal menor. Se tolera el mal porque es una consecuencia de una decisión buena: continuar con la empresa. Bajo estas condiciones, despedir a una persona no es el resultado de una injusticia o arbitrariedad, sino la consecuencia de un acto de prudencia a la luz de muchos factores que hacen razonable continuar el giro de la empresa. La empresa es mucho más que una entidad legal o una organización económica. Es, principalmente, una asociación de personas que, con su actuar, afecta de un modo radical y trascendente la vida de muchos hombres y mujeres que se relacionan con ella. Son muchos los ejemplos que pueden darse: ● Un trabajador puede tener una vida tranquila si la empresa le ofrece un trabajo de calidad; o padecer una vida miserable, en caso contrario. ● Un cliente puede encontrar la respuesta que esperaba en la propuesta de productos y servicios que le hace la empresa, o resultar totalmente defraudado por ella. ● Un ciudadano puede ser favorecido por la contribución que la empresa hace al cuidado y preservación del medioambiente, o verse obligado a asumir los costos de su desprolijidad. En todos estos casos y en muchos otros, la empresa interviene en forma directa o indirecta en la vida de las personas, haciéndola más digna y mejor o, por el contrario, transformándola en una desventura. Este impacto que la empresa tiene sobre la vida de las personas que se relacionan con ella, hace imposible rehuir la dimensión ética de su actuar. Pero es bueno aclarar que ella no es una institución de orden moral, por lo que esta dimensión ética se refiere al actuar de cada una de las personas que toman decisiones en los distintos niveles de la empresa. El criterio general de análisis de la moralidad de las acciones de una empresa exige preguntarse si esta conlleva bien y justicia a quien la realiza, a quien la recibe, y a toda la sociedad y al medioambiente. Esta pregunta ha de estar presente en cada estamento de la empresa, desde quien tiene las responsabilidades más altas y de mayor complejidad, hasta las más sencillas. Todos contribuyen a la realización y materialización de los bienes y servicios que produce la empresa. 2.1 Reconocimiento de dilemas éticos Al enfrentarse a una decisión, hay casos en que la respuesta por la moralidad de ciertas acciones o decisiones es clara. Por ejemplo, los mandamientos identifican con claridad «el bien» y «el mal»: es malo matar, y también lo es robar. En el mundo de la empresa, también hay situaciones claras. Por ejemplo, vender productos vencidos, no pagar los salarios justos ni a tiempo, no pagar la previsión social, falsificar productos, no pagar los impuestos, maltratar a los trabajadores, etc. Todos ellos son actos maliciosos que generan injusticia y mal. En todos estos casos, los principios de acción son inequívocos. Las fallas éticas más comunes son el engaño, el robo y el daño a otra persona. Es una artimaña, por ejemplo, presentarse a una propuesta más bajo y luego empezar el juego de los aumentos de obra, o presentar a un directorio un proyecto con números deliberadamente mejores que la realidad, para conseguir su aprobación. Hay situaciones en las que enfrentamos dilemas éticos que son difíciles de dilucidar, y que requieren gran atención, discernimiento y análisis. No estamos seguros de lo que corresponde hacer. Algunos ejemplos: ● ¿Corresponde promover a un subordinado que ha demostrado gran dedicación y un desempeño menos que bueno? ● ¿Se debe compartir una información delicada, y qué consideraciones se han de tomar en cuenta al momento de decidir? ● ¿Se debe anunciar con anticipación a un amigo que va a ser despedido (para que se prepare), cuando se ha accedido a esa información bajo reserva? ● ¿Es lícito, desde el punto de vista ético, hacer algo que puede significar un gran bien personal o para la empresa, pero implica torcer algunas reglas? ● Al actuar, ¿debo pensar en primer lugar en la conveniencia personal o de la empresa, o más bien en lo que debo hacer en virtud de lo que yo estimo que es bueno, correcto, adecuado o mejor? ● ¿Es posible realizar una acción sin preguntarse seriamente qué implicancias (sociales, morales, económicas, etc.) tiene para mí y para los demás aquello que estoy haciendo? ● ¿Es lícito hacer cualquier cosa para conseguir la meta propuesta; es decir, actuar según la lógica de que el fin justifica los medios? En estos casos, discernir si una decisión produce un bien o un mal resulta menos claro. Podría ocurrir que detrás de un bien, que terminará siendo solo apariencia de bien, se puede esconder un mal; o que detrás de un mal, podría haber solo apariencia de mal, porque se está evitando un mal mayor o protegiendo un bien. Algunas situaciones en las que tenemos que tomar decisiones revisten un cierto dramatismo, ya sea por la decisión misma que se ha de tomar, por las consecuencias que se supone que van a acontecer, o porque la certeza de estar actuando bien no es tan clara como quisiéramos. En el caso de «Juan y el Sr. Ramírez» se puede apreciar la agonía que Juan enfrenta para tomar una decisión. Por una parte, está su estabilidad laboral y su proyecto de desarrollo dentro de la empresa que, habiendo sido tan claro, hoy parece desmoronarse. Además, siente una tremenda responsabilidad por el impacto que su decisión tiene sobre la sociedad, aunque perjudica su futuro laboral. Y un componente no menor de su agonía es su sentido de lealtad hacia el Sr. Ramírez, pues las acciones que podría tomar lo dañarían a él y a todos los trabajadores de la parcela. Es tanta su pesadumbre, que deseaba no haberse inscrito en el curso. 2.1.1 Caso de Juan y el Sr. Ramírez Aunque la familia de Juan posee una parcela en el sur del país, después de graduarse de la enseñanza media, el joven decidió trabajar en un campo más grande para ganar experiencia. Él siempre había querido trabajar con el señor Ramírez, el dueño de este campo y criadero que es el más grande del área, quien es respetado por todos y conocido por ser abierto y sincero. Juan se sintió feliz cuando el señor Ramírez le ofreció un trabajo. Los dos cimentaron rápidamente una amistad y Juan sentía cómo su admiración por el señor Ramírez iba creciendo con el tiempo. Juan aprendía mucho de temas que no se consideraban en granjas pequeñas similares a la de su familia, como nuevas experiencias en la agricultura animal, y regulaciones que se debían cumplir por las exigencias de la legislación agrícola del país y las ordenanzas municipales. Al mismo tiempo, el Sr. Ramírez le iba entregando nuevas responsabilidades en la administración de la granja, como proyectar la cantidad de dinero necesaria para cubrir salarios, beneficios y seguros. Juan quería aprender mucho más aún, y por ello decidió matricularse en un programa de administración y manejo agrícola dictado por un instituto profesional de gran prestigio, que comenzaba sus clases en marzo próximo. El señor Ramírez le había indicado a Juan que tomaría algunas responsabilidades nuevas tan pronto como completara el programa. Los estudios cubrían, entre otras materias, la eliminación de desechos agrícolas. Un día, como parte de un trabajo de curso, Juan tomó una muestra de agua de un río que corre cerca del área donde se almacena, en lagunas de gran tamaño, el desecho animal del campo del señor Ramírez. El resultado indicó que grandes cantidades de desecho se escurrían de las lagunas al río, lo que podría producir un daño ambiental significativo. Juan, muy emocionado por el descubrimiento, se acercó inmediatamente al señor Ramírez, seguro de que le daría las gracias por descubrir un problema tan importante. Pero ese día Juan llevó una gran sorpresa: el señor Ramírez no hizo nada por resolver el asunto. Al contrario, se refirió a los costos crecientes y los bajos márgenes que estaba teniendo el campo. Juan dejó la discusión sintiendo que había hecho algo malo al tomar la muestra y deseó no haberse inscrito nunca en el instituto. 2.1.1.a Comentario Es evidente que la situación que detecta Juan es grave y no puede contribuir a que siga sucediendo. Si avala esta situación se convierte en colaborador formal y material del daño que provocan al ambiente los desechos que la empresa elimina al río. La actitud del Sr. Ramírez le hace presumir que él estaba en conocimiento de lo que acontecía y guardó silencio. Su interés personal prevaleció por sobre el interés de la comunidad, lo que de suyo es éticamente cuestionable. Juan, de callar para seguir en su trabajo, caería en la misma falta, por lo que está obligado a actuar. La ignorancia en ciertos casos puede aminorar la responsabilidad moral, pero esta no es la situación. El hecho de trabajar y de producir bienes que benefician a la comunidad, como es el caso del campo del señor Ramírez, constituye algo valioso para la sociedad. Distinto sería el caso si lo producido fuese nocivo para las personas. Sin embargo, este bien logrado en el ámbito productivo no se justifica si de modo simultáneo se causa un daño, por lo que se ha de exigir solucionar el problema y colaborar en su implementación. No es éticamente aceptable trabajar en empresas que dañan a las personas o al medioambiente, porque la empresa forma parte de la sociedad y, por lo tanto, ha de contribuir a su bien, es decir a favorecer tanto a las personas que allí trabajan y a quienes se benefician de sus bienes y servicios, como al medioambiente. Si Juan percibiese que la empresa está buscando la forma de resolver el problema, no va a presentarse ningún dilema ético. Pero el caso sugiere que la situación es la contraria, por lo que se enfrenta al dilema de renunciar o permanecer en la empresa. Renunciar le implica denunciar la situación a la autoridad competente, haciéndose responsable de lo que hace; permanecer le implica trabajar desde el interior de la empresa para cambiar la situación, y solo considerar la renuncia si después de un tiempo más que prudente no logra ningún resultado. Renunciar daña su proyecto personal y su acción puede ser juzgada por otros como desleal, aunque no lo sea. Permanecer, le produciría un problema de conciencia, pues se sentiría haciendo algo que no está bien. La acción que tome depende de la evaluación que Juan haga sobre la mejor forma de ayudar a la sociedad, desarrollarse como profesional y crecer como persona. Pero no cabe duda de que su decisión no es fácil. 3. El principio del Doble Efecto: ¿qué mal se puede tolerar? El caso de Juan y el Sr. Ramírez muestra lo difícil que resulta en ciertas ocasiones tomar decisiones técnicamente impecables y objetivas. Es lo que todo profesional intenta hacer, pero no siempre es posible. Las decisiones de dilemas éticos nos incomodan. Junto al bien que buscamos, es imposible evitar males que se pueden derivar de nuestra acción. Son decisiones difíciles de entender y plantear, y más difíciles aún de resolver. La naturaleza de la dificultad radica en la imposibilidad de evitar consecuencias negativas. Es la tribulación que acompaña a los dilemas éticos: tratamos de hacer siempre el bien y no podemos evitar algún mal (lo que es muy distinto de «hacer el mal»). Nos damos cuenta del impacto que nuestras decisiones tienen sobre otras personas, la empresa y la sociedad en general, pero no podemos evitar consecuencias que preferiríamos no sobreviniesen. Al vender o cerrar una empresa es imposible no sentir que se está haciendo un daño, aunque esta sea una decisión éticamente correcta desde la perspectiva del mal menor. Se tolera el mal porque es una consecuencia de una decisión buena. Un buen profesional se cuestiona permanentemente acerca del impacto personal y social de sus actos, y tal vez se angustia con ello. Esto es natural. Las respuestas a los dilemas éticos no son fáciles. Si lo fuesen, no serían dilemas. En estos casos, cada acción o decisión lleva aparejados simultáneamente un bien y también una ausencia de bien, que es un mal que, desgraciadamente, no podemos evitar. Esto no significa que entre dos acciones que claramente atentan contra el bien de una persona o el bien común debemos elegir aquella que cause menos daño. No es éste el caso. Siempre estamos obligados a no hacer el mal. De lo que aquí se trata es que, aun haciendo el bien, puede darse el caso que surja un mal. Por consiguiente, la cuestión clave de la ética no es cómo hacer el bien y evitar el mal, sino cómo elegir entre dos bienes; o puesto de una manera diferente, hasta qué punto los males que ocasiona nuestra decisión son tolerables, aun considerando que muchos de ellos son previsiblesJoseph Badaracco, un destacado profesor de ética de negocios de la Universidad de Harvard, lo pone de un modo que resulta dramático. Dice que un líder no puede evitar sentirse «con las manos sucias», porque frente a los dilemas éticos que enfrenta, nunca va a poder quedar satisfecho, ya sea porque va a perjudicar a alguien o porque va a dejar de producir un bien. Todo dilema ético tiene un efecto bueno y uno malo. El principio del Doble Efecto plantea que es lícito llevar a cabo (u omitir) una acción, aunque a consecuencia de ello se derive un efecto malo, siempre y cuando se cumplan las siguientes condiciones: ● Que el fin que se persigue sea bueno. ● Que la acción sea en sí buena, o por lo menos moralmente indiferente. ● Que el efecto malo sea proporcionado al bien que se quiere obtener. Es decir que el efecto bueno tenga un valor y un alcance tal que tolere, de modo indirecto, el efecto malo. Para que este principio sea válido, se ha de tener presente que el mal nunca ha de ser objeto de una acción deliberada y que el fin bueno no se logra a través del mal. Pero muchas veces estamos obligados a tolerar males que sobrevienen a acciones justas que pretenden lograr un bien o impedir males mayores. Los seres humanos estamos llamados a hacer solo el bien posible, según lo permitan nuestras capacidades y limitaciones. 4. Dos principios que ayudan a evaluar hasta dónde tolerar el mal 4.1 Principio del mal menor Hay algunos males que nunca pueden ser objeto de nuestra acción deliberada, como por ejemplo robar, matar, engañar, dañar la honra de otro o mentir. No hay bien alguno que justifique acciones de este tipo. Si hay que elegir obligadamente entre una u otra alternativa, se debe escoger siempre aquélla cuyas consecuencias negativas, de no poder ser evitadas, sean las menos posibles. Si la acción que emprendemos es claramente perjudicial, las debemos afrontar sabiendo que estamos obligados siempre a actuar de modo correcto y a perseguir solo el bien posible. 4.2 Principio del bien posible También nos complica determinar cuánto bien tenemos que hacer. Aunque parezca sorprendente, no estamos obligados a hacer todo el bien que quisiéramos, sino solo el bien posible. Por ejemplo, no estamos forzados a pagar a todas las personas que trabajan con nosotros $3 millones por mes y darles vacaciones en Cancún. 5. El impacto de nuestras limitaciones y sesgos A la complejidad de la decisión se suman nuestras limitaciones y sesgos, que nos restringen y nos condicionan de formas que a veces ni siquiera tenemos conciencia, o nos impiden «ver» el dilema ético y las consecuencias que se derivan para las personas por nuestras acciones y decisiones. Resulta sorprendente constatar que en casos donde es bastante evidente el dilema ético, porque incluso se han tipificado como conductas impropias en la legislación de sociedades anónimas, muchas personas parecen no ver la gravedad que revisten, como, por ejemplo, hacer una compra o contratar un servicio a una persona relacionada, aunque el precio sea el correcto. Es el caso de un alto ejecutivo que se preguntaba «qué hay de malo en ello», cuando se le enrostró haber comprado para la empresa bienes en el negocio de su señora, sin darse cuenta que tendría que haberse abstenido de participar en la decisión. O el caso de un grupo de investigadores médicos que debían hacer pruebas clínicas como parte del proceso de aprobación del medicamento de una empresa farmacéutica, y recibieron de esta empresa un generoso financiamiento para llevar adelante sus proyectos de investigación. En casos como estos, nuestras motivaciones son ambiguas y nuestros intereses personales se cuelan subrepticiamente en la decisión. También hay que abstenerse de utilizar para beneficio personal información privilegiada, adquirida en virtud del cargo que se ocupa (como comprar un sitio porque sabe que la línea de metro va a pasar por allí, aunque la información no se ha hecho pública; o comprar acciones de una empresa porque sabe que esta va a participar en un gran negocio, pero la información es todavía reservada). Muchas personas alegan inocencia o actúan ingenuamente frente a estos casos. En casos como estos falla la alerta ética. Y esto ocurre porque no hemos desarrollado suficientemente una sensibilidad sobre este tema. Por esto tenemos que desarrollar una sensibilidad especial y prepararnos diligentemente para reconocer los dilemas éticos, cualquiera sea la situación. Hay otros casos que dependen mucho más de cada circunstancia y que debieran al menos producir una inquietud. Por ejemplo, al contador de una empresa su jefe le pide que le reembolse $70.000 por el gasto en que incurrió la noche anterior atendiendo a un cliente. El contador puede proceder sin más (es una cuestión bastante rutinaria un reembolso de este tipo), pero le llega cierta información que le hace pensar que la cena fue un evento privado y no una cuestión de negocios ¿Se inquieta por esto? ¿Es el contador sensible al hecho que el jefe podría estar engañando a la empresa? ¿O simplemente deja pasar la información, porque es un tema que no le compete, no tiene la certeza y además le complica personalmente, ya que se refiere a su jefe? Sin duda que nuestra participación como miembros de una estructura organizacional nos impone limitaciones y exigencias. 6. El impacto de nuestra madurez A lo largo de la vida se produce una maduración en la forma en que enfrentamos los dilemas éticos. Son sesgos propios de cada etapa de la vida. Los cuatro niveles que se indican a continuación tipifican la forma en que va cambiando nuestra forma de pensar con la experiencia y los años. Si bien pueden considerarse como «sesgos normales», son distorsiones que alteran nuestras decisiones. De allí la importancia de tomar conciencia de los propios sesgos y hacer esfuerzos por eliminarlos. Primer nivel: comportamiento auto-referente La decisión se toma a la luz de la conveniencia personal. Es la actitud egocentrista frente a la vida que puede llevar incluso a dañar al otro para lograr los fines perseguidos. Segundo nivel: comportamiento legalista La decisión se toma para cumplir con las normas impuestas por las costumbres, las leyes o los superiores, pero sin un análisis crítico respecto de ellas. Este comportamiento no se basa en la convicción firme de su bondad o maldad sino más bien en el temor al castigo o la búsqueda de algún tipo de recompensa. Tercer nivel: comportamiento basado en normas de un grupo de personas con sus propias reglas Es el comportamiento ético de la imitación de lo que se ve en el ambiente o de lo que todos hacen. Sabemos que hay actos que muchos hacen, pero no por ello son éticamente aceptables, como copiar en una prueba, o emborracharse en una fiesta. Cuarto nivel: comportamiento basado en valores y principios En este caso se reconoce que hay valores y principios éticos asociados al bien de la persona y al bien de los demás (incluso en perjuicio propio) que tienen que ser siempre respetados por quienes buscan el bien, la justicia y la dignidad de la persona humana. Esta forma de comportamiento exige una mayor autonomía, madurez y desarrollo de la personalidad. 7. Modelos éticos: formas de pensar que condicionan nuestras decisiones Nuestro modo de ver e interpretar el mundo que nos rodea depende de nuestras preferencias ideológicas, intereses personales y esquemas mentales. Nuestra historia, familia, amigos, educación, valores y tantos otros factores condicionan nuestra forma de pensar y de tomar decisiones éticas. Las respuestas que demos a los dilemas éticos pueden ser muy diferentes, según nos basemos en la teoría de la justicia de John Rawls, el utilitarismo de John Stuart Mill y Jeremy Bentham, el pensamiento liberal de John Locke y hoy Ayn Rand, o el comunitarismo planteado por los filósofos griegos y hoy por Amitai Etzioni y Michael Sandel. Para enfrentar dilemas éticos recurrimos a principios universalmente aceptados como la verdad, la justicia y el respeto hacia las personas. Pero en la práctica empresarial se han ido configurando verdaderas escuelas de resolución de dichos dilemas, no todas igualmente buenas si se las juzga por su impacto sobre las personas y su dignidad. Las distintas aproximaciones a los dilemas éticos se han caracterizado en términos de cuatro modelos, dependiendo del factor más relevante que una persona utilice en la toma de decisiones: Modelo 1. Ética legalista: la decisión es hacer lo que la ley prescribe y no hacer lo que la ley prohíbe. Modelo .: Ética relativista-subjetivista-libertaria: cada persona decide libremente lo que resulta apropiado hacer en cada circunstancia. Modelo 3. Ética utilitarista o pragmática: la decisión se toma evaluando beneficios y costos. Modelo 4. Ética centrada en la persona: la decisión se toma evaluando el impacto sobre distintos grupos de personas. Nuestras decisiones frente a un dilema ético van a depender del modelo que utilicemos en nuestro análisis, aunque no tengamos conciencia de ello. Inevitablemente, nuestra mirada va a estar inevitablemente influida por nuestra formación, preferencias y sesgos. Por ejemplo, si somos abogados, la visión legal va ser connatural a nuestra manera de ver el problema (Modelo 1), si nos nutrimos de los puntos de vista que son populares en la sociedad actual, nuestro foco será la libertad individual (Modelo 2), si somos economistas, medir beneficios y costos va a estar en el centro de nuestro enfoque (Modelo 3), mientras que si nuestra formación es de índole humanista, la persona va a ser el centro (Modelo 4). En «Un caso de negocios: introducción de una nueva cerveza al mercado» se presenta un ejemplo que permite ilustrar estas distintas formas de enfrentar un dilema ético. Un caso de negocios: introducción de una nueva cerveza al mercado BEER es una fábrica de cervezas que intenta salir a flote en una industria plagada de problemas. Tendencias de crecimiento negativas, fuertes campañas contra el consumo de alcohol y una tremenda competencia en el mercado hacen que la vida de BEER sea cada día más difícil. Una mirada a sus propias cifras de ventas y a las características demográficas de sus principales mercados muestra a BEER que una de sus cervezas, la C 45, se vende mucho entre los jóvenes de más bajo estrato socio-económico. La característica distintiva de C 45 es su elevado contenido de alcohol (4,5° contra 3,5° típico). Con este antecedente, se decide introducir MP (Más Potencia), una nueva cerveza dirigida a jóvenes que contiene 5,9° de alcohol. De esta manera, se espera cambiar los resultados de la compañía. Para promover su nueva cerveza, la empresa contrata a cantantes y otros partícipes de la farándula que son muy admirados en su mercado objetivo por su desfachatez. Los anuncios de la nueva cerveza asocian la cultura de bandas juveniles con la nueva marca MP y sugieren sensaciones de poder y dominio. La nueva cerveza y su publicidad se topa con una oleada de críticas, especialmente por el hecho de que su mercado objetivo está siendo devastado por problemas de alcoholismo y drogas. A la luz de este caso, analicemos los modelos éticos. 7.1 Modelo 1: Ética legalista Una aproximación muy común cuando se enfrentan decisiones en la empresa es considerar la perspectiva legal. Y hay mucha razón en ello, porque el punto de partida en cualquier actuación empresarial debe ser hacer lo que la ley prescribe y abstenerse de hacer lo que la ley prohíbe. La ley se encarga de salvaguardar los bienes más importantes de la sociedad y de las personas, sin los cuales se pone en riesgo su sobrevivencia. No debe sorprender que se condenen el homicidio y el robo, por ejemplo, pues atentan contra la esencia de la vida y el buen funcionamiento de la sociedad. Y en el mundo de la empresa, se condenan conductas que limitan la libre competencia (colusión, por ejemplo) o atentan contra el cuidado y preservación del medioambiente. La intención de una ley promulgada por las autoridades de una comunidad es regular las interacciones entre los actores de la sociedad para alcanzar el mayor bien para todos. El bien común es el bien de todos y no de unos pocos. La razón de ser de la ley es que todo hombre alcance su bienestar. Si no es esta su inspiración, la ley es injusta y, desde el punto de vista ético, no es una obligación obedecerla. Si el mundo fuese un lugar ideal, se dictarían «leyes perfectas». Pero sabemos que no hay ninguna ley capaz de ponerse en todas las situaciones posibles y anticipar todos los comportamientos humanos. Por lo tanto, debemos aceptar que nuestra vida está regulada por leyes que no nos van a satisfacer completamente, pero que debemos obedecer. Es por ello que resulta lícito, en algunas ocasiones, tolerar algunos males si de este modo se evitan males mayores o se salvaguardan algunos bienes. En el caso BEER, si se adhiere al modelo legal, habría que analizar principalmente si la empresa cumple cabalmente con la legislación vigente en temas como las regulaciones a la venta de productos alcohólicos y el contenido de la publicidad. Si lo cumple, la decisión puede ser introducir la nueva cerveza al mercado, porque la empresa tiene la responsabilidad legal de generar buenos resultados financieros y crear valor para sus accionistas. Una vez que lanza el producto al mercado, no le compete lo que ocurra con los productos. Allí empieza la responsabilidad de los distribuidores y de los consumidores. Sin duda que este criterio puede ser un buen punto de partida para tomar una decisión, pues no se puede violar la ley. Pero las decisiones de una empresa no pueden limitarse puramente al ámbito de lo legal. La primera pregunta que ha de hacerse es si la decisión que se está tomado es éticamente correcta. No es función de la ley regular todos los casos que se dan en la vida real, por lo que esta no nos da luces sobre cómo actuar en determinadas materias. Lo que es legalmente permitido no es necesariamente ético. Aunque la acción sea impecable desde el punto de vista legal, ello no significa que sea necesariamente buena. Hay leyes que no merecen su nombre, porque no promueven ni el bien de la persona ni el bien común. Suponer que se actúa de manera adecuada solamente por cumplir la ley puede llevar a consecuencias muy lamentables. Esto podría llevar, por ejemplo, a instalar empresas en lugares donde la ley sea permisiva en materias que, por muy legales que sean, son éticamente inaceptables, como el trabajo infantil y condiciones infrahumanas de los lugares de trabajo. Podría darse también el caso que industrias altamente contaminantes se instalen en países donde no hay políticas gubernamentales en materia ambiental. En el caso BEER, la decisión que tome la empresa no puede evitar analizar, además del cumplimiento de la ley, la vulnerabilidad del grupo de personas al que va dirigido la nueva cerveza que quiere introducir al mercado. Es tentador hacerlo, porque es un producto prometedor que puede sacar a flote a la empresa, pero el costo social puede ser excesivo y no sería compensado con el éxito de la empresa. La compañía no puede evitar incluir en su análisis la dimensión social y educativa de su publicidad. 7.2 Modelo 2: Ética relativista-subjetivista-libertaria Esta postura ética es, tal vez, la más popular en la sociedad actual. Reivindica la libertad como un valor absoluto. Un acto se considera moralmente adecuado si se ajusta a lo que cada persona considera bueno. Por ello, toda norma externa que restrinja la libertad carecería de sentido. La sociedad debería restringir las normas y permitir el mayor despliegue de la libertad de cada individuo. No hay criterios éticos universales ni valores o principios objetivos válidos para todas las situaciones posibles. Cada persona decide libremente lo que resulta apropiado hacer en cada circunstancia. Las normas y los valores no tienen un fundamento en la naturaleza del ser humano, sino que se van ajustando a una sociedad en permanente evolución y cambio. Según esta forma de pensar, resulta imposible plantear a priori lo que es correcto desde un punto de vista ético. Lo correcto, justo y bueno depende de las circunstancias y del punto de vista de cada persona. No se puede fundamentar la bondad o maldad de una acción a la luz de valores objetivos que valgan siempre y bajo todas las condiciones. Lo que para algunos puede ser muy correcto y éticamente aceptable, para otros no lo será. En este modelo, la opción ética es una decisión autónoma del individuo, cuya moralidad se acredita precisamente por haber sido tomada libremente. Todo es relativo y depende de la perspectiva de cada persona. Lo que cobra relevancia es la autonomía del individuo. En el caso BEER, la empresa puede argumentar que ella se limita a promover la cerveza, respondiendo a una demanda objetiva por el producto y que no le corresponde juzgar si ello es bueno o malo. La venta y publicidad de la cerveza no obliga a consumirla. Esa es una decisión libre de cada persona. No le corresponde a la empresa cuestionarse si esta nueva cerveza hace daño. Hay libertad para venderla y libertad para comprarla. Cada empresa distribuidora y persona compradora es responsable de sus decisiones. El criterio ético es simplemente el que haya libertad para tomar las decisiones sin importar los efectos sobre la sociedad, en particular sobre el grupo vulnerable al que se dirige el producto. Es una mirada estrecha que no examina el propósito de la empresa ni las consecuencias de sus decisiones. Además, se puede argumentar que, si la empresa no fabrica y vende una cerveza con estas características, otra lo va a hacer, privándola de los beneficios que este nuevo producto puede traerle. Un supuesto relevante que la empresa hace es que todas las personas tienen los mismos grados de libertad. Esto resulta dudoso en este caso, puesto que se pretende entusiasmar a los jóvenes más vulnerables, quienes al tener menos posibilidades de elección y al estar más condicionados por su medio, tienen una libertad más restringida. Es cierto y justo reconocer que la empresa no puede hacerse cargo de la vida de las personas, no es su rol, pero no por ello se le puede permitir sin más promover actitudes que, claramente, no benefician o decididamente dañan a las personas y a la sociedad en su conjunto. Cuando se pone a la libertad como valor supremo, no surge la pregunta si el producto daña o no a los jóvenes, sino cómo salvaguardar la libertad de la empresa para ofrecer y comercializar el producto, y la libertad de las personas de adquirirla, lo cual es un camino muy peligroso de recorrer para la sociedad. La empresa no puede ignorar el impacto social de sus acciones y decisiones, especialmente en las personas más vulnerables. Detrás de esta forma de pensar está la idea que cada persona, en cuanto ser racional, tiene su propia ley. Pero nos olvidamos de que la razón es frágil y nuestras capacidades limitadas. Nuestra ineptitud frecuentemente nos hace errar. La razón humana, por muy poderosa que sea, nos puede llevar a equivocarnos. El juicio personal es muy respetable, pero no es el fundamento de la verdad ni la raíz de los valores. El problema de esta mirada es que presupone una concepción muy restringida de la libertad. No da respuesta a la razón última del ser humano, de su existencia y el sentido de su propia libertad, ni reconoce el vínculo con la verdad y con el bien que debe procurar a las personas. La libertad así entendida se termina ahogando en sus propios excesos. 7.3 Modelo 3: Ética utilitarista o pragmática La doctrina utilitarista fue planteada por Jeremy Bentham en su libro Introducción a los principios de moral y legislación, publicado en 1789. Plantea que el juicio de los actos humanos debe hacerse a partir de la «utilidad» que generen. Es muy sencillo interpretar «utilidad» desde una perspectiva económica en términos de beneficios y costos, y esto es precisamente lo que ocurre cuando se hace, por ejemplo, la evaluación económica de un proyecto. Pero la «utilidad» entendida más ampliamente se refiere al análisis de las consecuencias positivas y negativas de una decisión, que no se restringen a lo económico. En la nomenclatura de Bentham los beneficios y costos se denominan «placer» y «dolor», y la «utilidad» es entonces bienestar, felicidad o satisfacción. La ética utilitarista, entonces, plantea que las decisiones moralmente correctas tratan de maximizar el bienestar y reducir el sufrimiento con el fin de lograr la mayor felicidad para el mayor número de personas. Es una aproximación que se ha utilizado ampliamente en la formulación de políticas públicas. La ética deviene, según el utilitarismo, en la determinación del impacto que las decisiones tienen sobre la utilidad o felicidad a nivel de toda la sociedad. La alternativa preferida es la que maximiza la utilidad. Es un modelo enormemente pragmático, pero carece de fundamentos más sólidos que el querer el máximo provecho manifestado como placer, dinero o poder. Esta manera de enfrentar un problema tiene varias limitaciones: ● En el cálculo de la utilidad de una decisión, no se considera que los beneficios no se reparten equitativamente, porque lo que es útil para algunos no necesariamente lo es para otros. La decisión que finalmente se tome puede terminar siendo injusta. ● Las decisiones pueden implicar pasar por alto valores tan fundamentales como la dignidad de la persona humana, el marco legal, la veracidad u otros. ● El modelo se concentra más en lo privado, lo que conlleva al riesgo de relegar a un segundo plano los aspectos comunitarios y sociales de la decisión, que son fundamentales, debido a que somos seres sociales y estamos directa o indirectamente implicados los unos a los otros. ● La subjetividad del individuo se exacerba, al carecer de valores objetivos que se han de respetar a nivel personal y social. En el caso BEER, una mirada restringida a aspectos económicos de la función empresarial empobrece su rol social de promoción del ser humano, y de reivindicación de su dignidad en cuanto tal. No se puede apelar a razones económicas para promover un tipo de acciones que claramente perjudica a un grupo de la sociedad. No parece adecuado que la empresa fije su mirada solo en sus ganancias y se desentienda de su rol social. 7.4 Modelo 4: Ética centrada en la persona El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana. Constitución Gaudium es Spes, Concilio Vaticano II. El fundamento y la razón de ser de la ética es el ser humano considerado en toda su riqueza y dimensiones, como un ser que trasciende lo puramente material, que no queda aprisionado en el gusto, el deseo o el lucro, y que desarrolla simultáneamente su individualidad y su pertenencia a un cuerpo social. El principio básico para juzgar si una decisión es ética es su impacto sobre las personas, su bienestar, su felicidad, su crecimiento como ser humano. La razón de ser del quehacer empresarial debe buscar el bien de las personas y promover el bien común. Por ello, la empresa que actúa éticamente debe favorecer que cada individuo alcance su plenitud como persona. Todos sus productos y servicios deben contribuir al crecimiento y bienestar de todos los afectados por su actuar y no limitarse al bien material, el prestigio o el placer obtenido. En el caso BEER, el análisis adquiere una dimensión totalmente distinta a la de modelos anteriores. Queda claro que una empresa que tiene como fundamento el bien de los consumidores no puede utilizar como estrategia la promoción de ciertos antivalores bajo la forma de valores para vender una nueva cerveza. También queda claro que la vulnerabilidad de las personas no puede ser un elemento para lograr el aumento del consumo de un producto que claramente les hace daño. El foco en el bien de las personas y el bien común hace que no parezca tan obvia la decisión de introducir la nueva cerveza al mercado. La rentabilidad no puede lograrse promoviendo conductas que no edifican a la persona y a la sociedad. Tal vez la empresa debe desarrollar una bebida diferente a la que está actualmente considerando, para aliviar su situación económica sin dañar a las personas. 8. Conclusión Tomar decisiones en escenarios de alta complejidad nunca será algo sencillo. El primer paso para hacer un análisis adecuado, en ese contexto, es estar consciente de aquella situación que obliga a tomar una decisión que implicará, inevitablemente, algún mal. Recién ahí se está en condiciones de evaluar los distintos cursos de acción frente a ese dilema ético. Para quienes tienen el desafío de tomar estas decisiones difíciles, resulta de ayuda comprender el principio de doble efecto, o hasta qué punto se puede tolerar «un mal menor» o «un bien posible» con tal de lograr un objetivo en la empresa. Por otra parte, quienes toman estas decisiones complejas se ven influenciados por sus propios sesgos, e incluso por su grado de madurez en esos escenarios. El desafío para ellos es hacer todo su esfuerzo por superar sus sesgos y desarrollar la visión necesaria para evaluar, oportunamente, las consecuencias que sus acciones y decisiones implican para los demás. Finalmente, influyen también en esta toma de decisiones los modelos éticos que tengan quienes deliberan: si su foco está puesto en la legalidad, o en una mirada más libertaria, utilitarista o pragmática, o si está centrada en la persona. Cual sea el modelo que se tenga, nunca se debe olvidar que el fundamento y la razón de ser de la ética es el ser humano considerado en toda su riqueza y dimensiones, que trasciende lo puramente material, que no queda aprisionado en el gusto, el deseo o el lucro, y que desarrolla simultáneamente su individualidad y su pertenencia a la sociedad. 9. Bibliografía Lecturas obligatorias ● ● ● Fundación Étnor (2014). ¿Para qué sirve realmente la ética en la empresa?. XXIII Seminario permanente de ética económica y empresarial (2013/2014). Capítulo 1. El País (2020). Trump ha hecho mucho daño en EE UU y en el resto del mundo [video]. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2020-11-18/trump-ha-hecho-mucho-dano-en-ee-uu-y-en-el-restodel-mundo.html Majluf, N.; Chomalí, F. (2016). Capítulo 2: cuatro miradas frente a un dilema ético. En Ética y responsabilidad social en la empresa. Lecturas complementarias ● ● Arnau, J. (2020). La hora de la filosofía. El País. Recuperado de https://elpais.com/cultura/2020/03/31/babelia/1585676259_109937.html Cortina, A. (2018). Ética digital. El País. Recuperado de https://elpais.com/elpais/2018/12/05/opinion/1544028906_444561.html ● ● Nadal, C.; Rojas, D. (2020). El dilema ético de la última cama crítica y el principio de no abandono. En Ciper. Recuperado de https://www.ciperchile.cl/2020/06/27/el-dilema-etico-de-la-ultima-cama-critica-y-el-principio-de-n o-abandono/ Meek, R. (2018). Porqué es tan importante hablar de salud mental en el trabajo. Harvard Business Review.