La pintura “la mujer del levita en los montes de Efraím” nos sitúa en una escenario con dos protagonistas, una mujer y un hombre. En el primer plano observamos a una mujer desnuda que yace sobre la tierra, tras la ella se encuentra un hombre vestido con algo similar a una túnica pero que deja la mayor parte de su torso al descubierto. Lo que más llama la atención es la delicadeza y belleza con la que se representa el cuerpo desnudo de la mujer, tiene un estilo muy similar al arte usado por los maestros del renacimiento, similitud que no solo queda relegada al estilo en que se representa el cuerpo femenino sino también en la paleta de colores empleada en donde predominan los tonos marrones y naranjas. Los detalles en el cuerpo son sorprendentes, pues podría llegar a confundirse con una fotografía si se observa descuidadamente. Adicionalmente, es el cuerpo de la mujer el que nos da algunas pistas sobre lo que ocurre en la escena: la palidez, observada al contraste con el hombre tras ella, los tonos grisáceos y violeta en sus manos y pies, la palidez exagerada en sus labios y la posición atónica de sus músculos, carentes de sensación de movimiento, nos guían a pensar que la mujer yace sin vida sobre la tierra. La posición en la que se encuentra: recostada, con los brazos y piernas extendidos y con su cuerpo dirigido hacia el espectador, invita al espectador a observar detenidamente cada detalle de su anatomía, desde sus pies hasta sus manos y es este análisis el que nos permite confirmar, por si quedaban dudas, que lo que observamos es un cuerpo inerte que aún así nos permite deleitarnos con la belleza del cuerpo humano. La figura masculina también reboza en detalles, la precisión con la que se dibujaron los músculos de los brazos y del tórax es impresionante, digna de un libro de anatomía. Sin embargo, lo que más llama la atención de él es su posición y expresiones. Se encuentra arrodillado tras la mujer, adoptando una posición que hace evidente su rechazo al cuerpo femenino que yace inerte frente a él, sus brazos se elevan en el aire, en su rostro observamos las cejas levantadas en señal de sorpresa y el rostro enrojecido como por la cólera, y en el tórax y la región del cuello observamos que está tenso, entumesido. En conjunto, las expresiones del hombre pueden llegar a parecer demasiado histriónicas, la representación de su movimiento no parece natural, es como si estuviera sobreactuando su reacción al ver a la mujer muerta y más que sorpresa refleja rechazo hacia el cuerpo sin vida. Por otro lado, a juzgar la ropa que utiliza, una especie de túnica de color carmín y una especie de cinturón de tela dorado, se puede inferir que se representa un acontecimiento no contemporáneo, sino de épocas remotas y que la escena representada no es occidental, pues lleva una especie de túnica propia de la región de oriente medio. Tras ellos, en un segundo plano, observamos que la escena se desarrolla a las afueras de una edificación en piedra bastante rústica, rodeada de unos cuantos árboles que le dan un aspecto muy campestre. Es el escenario el que nos ubica en un espacio tridimensional y nos sitúa en un contexto lejano de algún centro urbano dado que no hay más edificaciones ni personas dentro de la escena. Si bien cumple con darnos un contexto y darle soporte físico a las figuras humanas, el escenario carece del detalle y minuciosidad con los que fueron representados el hombre y la mujer dándole un toque menos realista a la obra y enfocando totalmente la atención, aún más, hacia el primer plano. Para llegar al fondo de la trama oculta en la escena, es imperativo dirigirnos a la biblia, puesto que la escena representada pertenece al libro Jueces, versículo 19. La mujer que yace en la tierra fuese la concubina del hombre, un levita que vivía en los montes de Efraím; iban de regreso desde Belén hacia el hogar del levita, quien había ido a buscar a la concubina tras que ella se enojase y se fuera de regreso con su padre. Se vieron en la necesidad de quedarse a descansar en medio del camino en la posada de un anciano que les ofreció hospedaje, es esta la edificación de piedra que observamos en la obra. En medio de la noche, unos hombres llegan a golpear la puerta exigiendo que el anciano sacase al hombre que tenía de visita pues querían acostarse con él, ante lo cual el anciano responde suplicando por el hombre y ofreciendo a su propia hija y a la concubina para que hiciesen con ellas lo que quisieran; sin embargo, los hombres no hicieron caso al anciano ante lo cual el levita bota a su concubina a la calle donde aquellos hombres la abusaron sexualmente toda la noche hasta el amanecer, cuando la dejaron. La mujer, moribunda regresó a la casa del anciano y cayó muerta delante de la puerta; el levita en la mañana se encuentra con el cuerpo y le dice “levántate y vámonos”, ante la falta de respuesta se da cuenta de que su concubina está muerta. Conociendo la causa del deceso de la mujer y su relación con el hombre, es posible entender las expresiones de éste: la gran sorpresa, mezclada con enojo, que se llevó al verla muerta y el repudio que expresa al cuerpo abusado de la que fuese su concubina. Esta obra fue realizada por Epifanio Garay y Caicedo, artista colombiano quien la presentara públicamente en el año 1899 en la Exposición Nacional de Bellas artes, exposición que estaba llena de retratos presidenciales y de nobles figuras de la alta sociedad y, por supuesto, dada la época de obras con carácter religioso. Es considerado el primer desnudo académico en la pintura colombiana, “la mujer del levita en los montes de Efraím” a pesar de haber sido ampliamente elogiado, no resultó ganador, se cree que debido a la controversia y a la diferencia de intereses políticos. En medio de una sociedad mayoritariamente conservadora y dirigida por la iglesia, la audacia de Garay y Caicedo fue mucha, al atreverse a realizar un desnudo femenino, visto como inmoral, en primer plano valiéndose de la biblia como justificación. Tras conocer la historia, es posible imaginar que la magnificencia con la que se representa el cuerpo femenino, la minuciosidad y la delicadeza y belleza que no le arrebató la muerte, pareciera ser un intento de compensar la historia tan espeluznante que está detrás de esta escena. Por último, comentamos los detalles técnicos de la obra. Esta pintura es un óleo sobre tela, con formato horizontal de 139x198,5 centímetros. Se incluye dentro de arte académico, pues obedece a los parámetros de éste: pinceladas invisibles y la tridimensionalidad conferida por el manejo de volúmenes y espacios.